LOS CABALLOS NEGROS POR ALDO T O R R E S Pienso y me pregunto qué sucede. Luego: ¿De qué contrarios soy el campo propicio a sus batallas? ¿De qué naturaleza es lo que me contiene y me previene?... No es el aire sin pájaros, tampoco el cálido migajón terrestre, ni la bullente sal marina... Nada, en verdad, de los crepúsculos del mundo. Soy un elemento huérfano del marco, forma que ha rebalsado el cuadro y caído en su abismo de enfrente; ese abismo de fauces abiertas entre el objetivo y la mirada. Amaso mi palabra de angustia y algo o alguien superior coge y empapa de plomo los sonidos; algo o alguien como enorme avidez a las puertas de la abundancia. ¡ Oh impotencia para vencer! ¡ Oh confianza circuida de enemigos! Busco crear los necesarios puntos de apoyo en el vacío. Mas nada está en reposo, nada, nada, pues hasta la quietud tiene su eje y gira alrededor de él. Toda purificación parece en vano. El silencio se alimenta de preguntas. Una luz fría enfoca un trozo de camino y en la otra orilla del resplandor, 250 como esculpidos en obscuridad, palpables, esperan los caballos, sin presentir siquiera la gran tormenta en cuyas entrañas me consumo de alarido en alarido. Cruje del canto de los gallos, la cascara madura de la noche. Es ya el alba y la vigilia se inunda de agua lenta y lustra!. La respiración nocturna impregna las paredes. Todo, todo en torno es muerte desalojada y la propia resurrección espera en los espejos. La huella de un viento helado queda temblando en los cribados muros, y entre los huesos y la carne. No distingo los horizontes que me aprisionan. Sin embargo, ahí está el camino; pero, ¿de qué me sirve? Llegar a él... Cómo abandonar el claustro repentino en que aliento. Cómo atravesar el gran umbral que me separa de la esperanza. Los negros caballos esperan. ¡Cuánta espera gastada! Crece, crece, crece, a costa de mi exterminio, la constante ansiedad. ¿Es que mis pupilas también se apagan, Madre, mientras registran —¡ay!— el latido de tu transformación? Alcanzo a vislumbrar cómo se precipitan los caballos en un estampido de cenizas. 251 Madre, dulce materia, metro del infinito... ¡Sálvame! Como bosques o mares se renuevan los gritos en el eco fecundo. Todo, todo se integra y multiplica. De la frente dormida para siempre —íntima luna que a nuestros pies se ha puestose libera el relámpago que parte la caverna que pesa en nuestros hombros. El universo se abre tan presto como se cierra. Aldo Torres. Residencia de Relaciones Culturales. Calle de La Granja, 4. MADHID (ESPAÑA) 252