El problema del posicionamiento de la producción del campo profesional del Trabajo Social Mario Heler RESUMEN: El problema actual de la producción del conocimiento en el Trabajo Social parece revitalizar viejos problemas al reponer dicotomías tradicionales. Aquí se trata este problema en vinculación con el posicionamiento (BOURDIEU, 1999) del Trabajo Social en tanto campo profesional en la intersección del campo de las ciencias sociales y del campo burocrático. PALABRAS CLAVE: -campo profesional del Trabajo Social –campo científico –campo burocrático -Saber hacer –producción de conocimiento El problema actual de la producción del conocimiento en el Trabajo Social parece revitalizar viejos problemas al reponer dicotomías tradicionales. Aquí se trata este problema en vinculación con el posicionamiento (BOURDIEU, 1999) del Trabajo Social en tanto campo profesional en la intersección del campo de las ciencias sociales y del campo burocrático. Me propongo plantear tal problema del conocimiento tratando de evitar su reconducción a una encrucijada en donde haya que elegir entre intervenir o investigar, entre hacer y conocer. Por el contrario, parto de concebir el problema como un enredo 1 que obstaculiza y limita las producciones de las profesiones que conforman el “sistema experto” de las sociedades contemporáneas, encauzándolas en la conservación de sus viejas funciones sociales. Expondré entonces una visión de cómo se plantea el problema de la producción de conocimiento en el Trabajo Social –tomándolo como caso, donde mostrar cómo se manifiestan en una profesión, las cuestiones que afectan hoy a casi todas, pero en especial aquellas que ocupan una posición subalterna dentro el campo científico y se dirigen a intervenir en la vida humana. 1. El problema de la producción del conocimiento. El caso del Trabajo Social Dado el lugar social inicialmente subalterno que ha logrado ocupar en su delimitación como profesión, el Trabajo Social ha requerido y requiere estrategias que mejoren su 1 Para la diferencia entre la visión de los conflictos y problemas como “encrucijadas” o “enredos” ver HELER, 2005: 54-58. 1 posición relativa. En este sentido, la producción de conocimiento para el Trabajo Social surge como problema a partir de las estrategias de posicionamiento del campo disciplinar tanto frente al Estado –que contrata a sus profesionales– como dentro del campo científico y particularmente del de las Ciencias Sociales. Estas estrategias se orientan a la valorización de la práctica profesional a través de la desidentificación con su caracterización como “un hacer sin teoría”. Es que, en la modernidad, toda práctica para ser considerado como una profesión necesariamente debe ser científica, lo que significa que no puede basarse solamente en el saber correspondiente al sentido común, sino que en su accionar debe estar presente algún conocimiento científico. Resulta entonces que la identificación del Trabajo Social con un hacer, destina el ejercicio profesional a la implementación práctica de conocimientos que no produce; con el agregado de que además de forjar una relación de dependencia y subordinación con sus proveedores de conocimientos, sus intervenciones profesionales se ubican en el ámbito de las aplicaciones técnicas. Por ende, una mejor posición relativa exige salir del encasillamiento en un mero saber hacer. Pero si bien las “aplicaciones técnicas” suponen una producción, ésta se reduce precisamente a la de un saber hacer capaz de efectivizar esas aplicaciones en las situaciones concretas; una producción que sería la condición necesaria para un ejercicio profesional que opera con eficacia y eficiencia (asegurando el logro de los objetivos dados a la intervención con el menor costo y el mayor beneficio). Pero ¿por qué debería ser también condición suficiente? Esto es, ¿por qué debería obturar las posibilidades de producir también conocimiento, cuando la cientificidad se asocia a la producción de conocimiento y toda profesión moderna tiene que exhibir su índole científica para poder desempeñarse legítimamente? La producción de conocimiento constituye entonces un ingrediente insoslayable de las estrategias de posicionamiento del Trabajo Social respecto a los campos burocrático y científico. Es que en el mejoramiento de su posición se juega la conquista de una relativa autonomía: el poder de traducir las demandas externas a la dinámica interna de la profesión haría factible asentar y desplegar una especificidad del Trabajo Social con un carácter científico reconocido. 2 2 “Cuanto más autónomos son los campos científicos, más escapan a las leyes sociales externas […] Cuanto más heterónomo es un campo, […] más legítimo resulta que los agentes hagan intervenir fuerzas no científicas en las luchas científicas.” (BOURDIEU, 2000: 83 y 85) 2 Sin embargo, las estrategias de posicionamiento basadas en la producción de conocimiento parecen encaminarse por una vía plagada de obstáculos. En primer lugar, para obtener la valoración y el reconocimiento buscados se deben recorrer los pasos que establecen los criterios de cientificidad dominantes, criterios que ya plantean problemas a las ciencias sociales más consolidadas en la tarea de producción de conocimiento. Aunque esta dificultad sea al menos parcialmente manejable, en segundo lugar, lleva todavía a enfrentar la competencia con las producciones de conocimiento de las otras ciencias sociales que también pretenden que se acredite la cientificidad de sus propias producciones. A su vez y en tercer lugar, los conocimientos producidos por las y los trabajadores sociales tienen que lograr su aceptación como producciones del Trabajo Social también dentro del mismo campo profesional, de un campo donde predomina un “habitus” (BOURDIEU,1999 y 2000) que actúa condicionado por la identificación con un hacer. Apresada la producción de conocimiento en este enredo, en cuanto la producción del Trabajo Social más se amolde a los requerimientos de la ciencia actual como forma de acreditar sus productos como conocimiento científico, más corre el riesgo de que sean asimilados a productos de otras disciplinas de las ciencias sociales, no apreciándose su especificidad, 3 y facilitando además que las y los trabajadores sociales no los asuman como producciones específicas del campo profesional. Pero si los intentos por evitar estas dificultades se refugian en la producción de explicitaciones y especificaciones (sistematizaciones) del saber hacer de la práctica profesional para uso de sus practicantes (una explicitación justificada por la necesidad de formación, actualización y perfeccionamiento de todo quehacer profesional), más dificultades habrá en el camino de su acreditación como conocimientos científicos. En vinculación con las posibilidades que permite este enredo en las estrategias de posicionamiento, podría interpretarse la actual tendencia a la división del campo del Trabajo Social entre quienes investigan y quienes intervienen; una división que no sólo provoca conflictos dentro del campo (por ejemplo, referidos a quiénes detentan la pertenencia más genuina al campo, así como los suscitados por las interacciones entre ambas 3 Que los productores sean trabajadores sociales no garantiza que sus producciones respondan a la especificidad del Trabajo Social, si para acreditar deben acomodarse a las exigencias dominantes de cientificidad, para nada pensadas para que haya una producción “del” Trabajo Social (no es casual que no exista la posibilidad de elegir “trabajo social” ni referencias a sus ámbitos de ingerencia en los listados de los rubros temática, disciplina, rama, etc., de los formularios institucionales de categorización, becas y subsidios a la investigación en los distintos organismos de Ciencia y Técnica, aunque hay algunas excepciones). 3 partes), ya que también afecta las relaciones con los otros subcampos de la ciencias sociales. Sin embargo, las tensiones y dificultades de este enredo eran de algún modo previsibles: bajo las condiciones imperantes, la estrategia de posicionamiento en la producción de conocimiento no tienen muchas posibilidades de éxito si repone las viejas presuposiciones que confirman al Trabajo Social como una práctica, como un hacer técnico y auxiliar de otras profesiones. Esta confirmación opera subrepticiamente al presuponerse, por ejemplo, el logro de una mejor posición relativa por medio del acceso a un nivel superior al del hacer: el de la teoría. Y abiertamente, al dejar inadvertidas las relaciones de poder que generan su posición subordinada (análoga al de otras disciplinas) y resultado de una división del trabajo (válida en el campo científico y en el burocrático) que se estructura en torno a la vieja separación y oposición entre pensar y hacer, entre teoría y práctica. 4 En lo que aquí interesa, la concepción de conocimiento, la dominante, reitera la antigua separación y oposición en su definición usual y acostumbrada, y está presupuesta en el viejo-nuevo problema de la producción de conocimiento en el Trabajo Social. 2. La producción del Trabajo Social: otra historia Podemos construir el siguiente cuadro de situación: el Trabajo Social como práctica profesional remite a otra práctica social que parece encontrarse en todos los pueblos y civilizaciones a través de las distintas épocas, aunque bajo diversas y múltiples formas y figuras. Me refiero a la práctica social del “cuidado del otro” y en particular al cuidado “social” de quienes (sean grupos o individuos) enfrentan alguna situación (en algún sentido) “difícil” en su existencia. 5 En cada sociedad encontramos entonces alguna forma de práctica social que podemos identificar en términos del “cuidado del otro” y que en tanto práctica social construyen4 En relación con la dicotomía pensar-hacer, teoría-práctica, HELER, 2004. Por otra parte, hay que tomar en cuenta también que la definición dominante de ciencia delimita los conocimientos que se califican de científicos de los que no lo son por su “capacidad de predicción”, ya que en esta capacidad se basa su poder para la manipulación de los fenómenos a voluntad (tanto al teorizar y aplicar como al operar o intervenir tecnocientíficos), sin que parezca establecer demasiada diferencia que sean fenómenos humanos los que se manipulen (Cf. HELER, 2005a). De las implicancias y consecuencias de esta cuestión para el Trabajo Social me ocupo en HELER, 2006. 5 Esta referencia a una génesis de la delimitación del Trabajo Social como disciplina científica a partir de una vieja práctica social, el cuidado del otro, no supone para nada tomar partido por un Trabajo Social asociado a la caridad y la filantropía. Supongo solamente que toda práctica tecnocientífica parte de algunas prácticas sociales ya dadas en la sociedad, que en el caso del Trabajo Social parecen vincularse con las prácticas del cuidado del otro. Sólo indica entonces una posible génesis en relación con prácticas no científicas, en el proceso de su delimitación, consolidación y desarrollo como práctica experta separada de las demás practicas sociales. 4 do su mundo, su peculiares relaciones (de saber-poder-subjetivación-socialización) y con una producción específica dirigida a ayudar a otro en dificultades (dificultades definidas socio-históricamente). Cada una de estas prácticas han desarrollado (y desarrollan) su propio saber, con mayor o menor especialización y especificación en sus conocimiento prácticos. Pero en la mayoría de los casos no parecen producir practicantes exclusivos, sino que está abierta a los integrantes de la sociedad. Es plausible considerar que durante la modernidad, aproximadamente desde fines del siglo XIX, se comienza a dar un proceso de profesionalización de la práctica social del cuidado del otro tal como se venía practicando usualmente (pues la complejidad social llevaría a suponer que la práctica ya establecida no sería suficiente para cuidar al otro, especialmente al otro en tanto carenciado o necesitado). Hasta que se llega a la delimitación del campo de la Asistencia Social –luego Trabajo Social–, junto con la de otras profesiones también referidas al cuidado (la Enfermería es un claro ejemplo). Este deslinde se vincula por un lado con la paulatina asunción por parte del Estado de funciones sociales que con el tiempo irán conformando el Estado de Bienestar. Por otro, estas nuevas prácticas se ven impulsadas por estrategias de posicionamiento social de la medicina (particularmente con el Higienismo) que demandan la existencia de “profesionales capacitados científicamente” para concretar sus propuestas de ordenar racionalmente la sociedad. Asimismo, con el reclutamiento de sus practicantes, se hace necesario pensar en su formación y para ello hace falta incentivar el desarrollo de procesos de especialización y especificación del saber de esas prácticas en constitución, así como potenciar la producción del saber tecnocientífico específico, y ello con el necesario ajuste a las exigencias de cientificidad dominantes, adaptadas a las características de una disciplina destinada a la práctica. El Trabajo Social quedó así adscripto al campo tecnocientífico en una posición subordinada. Consecuentemente, la nueva práctica se vio envuelta en las luchas dentro del campo científico y también en las del campo burocrático, dada la dependencia laboral de su ejercicio profesional. La producción específica que constituye al Trabajo Social como una práctica social radica por tanto en generar un saber la intervención social (saber hacer) dirigido al cuidado del otro conforme a necesidades detectadas por otras profesiones y por el Estado. ¿Cuál es entonces ese saber que produciría así como hasta qué punto puede ser calificado de científico? Ya hemos visto cuál fue la respuesta a estas preguntas (así como la clausura a posibilidades de desarrollo diferentes que acarrea esta respuesta): la supeditación de estas prác5 ticas vinculadas al cuidado del otro a “aplicaciones técnicas” de los conocimientos científicos generados por otras tecnociencias; con mayor precisión, aplicaciones de las informaciones producidas a partir del conocimiento tecnocientífico que deberían intercalarse en las prácticas objeto de intervención como “soluciones a sus problemas” por parte de las y los trabajadores sociales. Pero con esta respuesta se desenfocan los procesos internos del Trabajo Social, es decir, queda fuera de foco la producción que la constituye y reproduce como una práctica social particular. Ahora se trata precisamente de atender a esa producción. Si se toma al Trabajo Social como una práctica social habrá que considerar que no puede quedar reducida a “aplicar” (MALIANDI, 2004:64) conocimientos provistos por otros subcampos tecnocientíficos ni “seguir” los “patrones de haz-y-no-hagas” (TAYLOR, 1995) que establecen los lineamientos de las Políticas Sociales en el marco de las cuales las y los trabajadores sociales son empleados para ejercer su profesión. Si así fuera, consistiría en un punto de tránsito, de intermediación: un puente indiferente al intercambio entre el sistema experto y las prácticas sociales en las que se interviene. Y si bien es cierto que el Trabajo Social se encuentra en los “puntos de acceso” del sistema experto, en tanto espacios donde ocurre el contacto entre los expertos y los “legos” –los miembros de otras prácticas– (GIDDENS, 1994: 80-98), no constituye un mero canal de paso inerte, sino una práctica social específica. Desde el punto de vista que he adoptado, la producción se excede, genera un plus que va más allá de lo dado, en este caso, de las condiciones sociales que hacen posible la constitución del Trabajo Social como una práctica particular con su producción específica y con una función social. Y por ser tecnocientífica, su producción específica tiene que consistir en un conocimiento científico: conocimientos prácticos a partir de los cuales producir informaciones que definan las intervenciones que lleva adelante (HELER,. Su conocimiento no es entonces resultado de la mera donación de informaciones producidas por otras tecnociencias (por más “aplicadas” que sean). En las intervenciones, las y los trabajadores sociales están guiados por una idea general del cuidado de un otro abstracto, muñidos de informaciones tecnocientíficas enunciadas en políticas sociales y/o institucionales que se les encarga ejecutar, informaciones (“soluciones teóricoprácticas”) que si bien definen el tipo de problema a atender mantienen un alto nivel de generalidad y abstracción. Pero enfrentan la tarea de brindar en concreto una solución (orientada por la ya prevista pero no terminada de definir) a ciertos problemas de seres humanos de carne y hueso. 6 Debe entonces implementar esas soluciones pero en tanto soluciones particulares para ese otro concreto. Todo ello bajo condiciones y circunstancias particulares que al mismo tiempo sobrepasa a las dos partes, sin que ninguna de ellas pueda captarlas plenamente, ya que los trasciende sin dejar de afectarlas. Es así que la producción de estas informaciones concretas que constituyan soluciones teórico-prácticas particulares para problemas singulares, requiere de conocimientos, de un conocimiento específico que el mismo Trabajo Social debe encargarse de producir. La capacidad de producir ese específico conocimiento científico se basa en el tipo de trabajo que realiza el Trabajo Social y que hoy podemos identificar con el que se ha llamado “trabajo inmaterial”: un “trabajo afectivo”, corporal, de contacto e interacción humana, creador y manipulador de afectos, a la vez que productor de subjetividad y sociabilidad; un trabajo de cooperación que compromete las aptitudes físicas y también las intelectuales del trabajador y también las de los actores sociales con los que se interviene (HARDT y NEGRI, 2002: capítulo XIII). Resulta entonces que el punto crucial de la producción específica del Trabajo Social surge obligatoriamente en las intervenciones sociales, al ponerse en comunicación el conocimiento del Trabajo Social y el saber de de la práctica social. Pero los conocimientos e informaciones tecnocientíficos sobre el problema de que se trata y los lineamientos de las Políticas Sociales en el marco de las cuales las y los trabajadores sociales ejercen su profesión afectan ese punto crucial y por tanto su producción de conocimiento/información. Pero que lo afecten no quiere decir que forzosamente lo anulen, al punto de reemplazar la propia producción por una producción ajena; aunque sí pasan a formar parte del saber Trabajo Social. Sin embargo, el estado de situación que venimos describiendo no parece diferir hasta aquí de la autoconcepción del Trabajo Social (a su vez coincidente con la división social del trabajo tecnocientífico) que resalta su carácter práctico y los límites de su posible producción de conocimientos. Pero estas son las “posibilidades estáticas”, aquellas que, en un momento determinado, el orden dado de las cosas deja ver y decir como las viables, las sustentables y en consecuencia las únicas (HELER, 2007a). A partir de la perspectiva de interpretación adoptada, se abren “posibilidades dinámicas” (HELER, 2007a), adquieren visibilidad nuevas sendas, se presentan vías de exploración diferentes. Es que los procesos de especialización y especificación de los saberes sobre casos particulares no son obstáculos insalvables para la abstracción, para la conceptualización y la teorización, de la práctica del Trabajo Social (así como en la Antro7 pología Social, la singularidad de la etnografía tampoco lo es). 6 Es posible un proceso de conceptualización que revierta sobre las intervenciones y a la inversa, pero que tiene sus propias peculiaridades. Pero hasta el momento, han jugado fuerzas en contra de que esa peculiaridad sea construida. En cambio, pese a las resistencias de muchos trabajadores y trabajadoras sociales, se han dado las condiciones para que se imponga la modalidad hegemónica de producción de conocimiento tecnocientífico, clausurando o distorsionado así las posibilidades de la producción específica del Trabajo Social. Como consecuencia, en la vida cotidiana del Trabajo Social se presentaría como necesario elegir uno de entre los dos factores fundamentales que intervienen en su producción: las intervenciones o las teorizaciones. Cuando, desde la interpretación aquí adoptada, ambos factores son dos caras de la misma moneda: constituyen juntos e imbricados la práctica tecnocientífica del Trabajo Social. Pero pretender “ser consecuente” (BADIOU, 2004) con esta posibilidad dinámica de la profesión supone enfrentar las fuerzas que defienden el status quo y clausuran las posibilidades de producción que establecen alguna diferencia con lo ya acostumbrado. Pues no sólo los dispositivos de clausura operan con éxito reproduciendo un Trabajo Social que no piensa, que aplica conocimientos ajenos y se guía por lineamientos en cuyo diseño no participa, sino que esos dispositivos operan desde dentro del campo, incorporados en las y los trabajadores sociales. No obstante, hay que tener en cuenta que es precisamente en el punto que antes consideramos crucial para el Trabajo Social donde se encuentra también el punto de apoyo para poder apostar a la construcción de posibilidades dinámicas. Se dijo que el punto crucial de la producción específica del Trabajo Social surge al ponerse en comunicación el conocimiento tecnocientífico del Trabajo Social y el saber de la práctica social. Esta puesta en comunicación puede constituirse en un encuentro o en un desencuentro entre ambos saberes, por consiguiente, entre ambas prácticas. Pero sólo en el encuentro habrá “cuidado” y lo habrá si el Trabajo Social produce su conocimiento en una relación cooperativa con las prácticas sociales en las que interviene, incentivando a que todos los involucrados adopten la perspectiva del productor y no se dejen llevar por la tendencia dominante a la primacía de la perspectiva del consumidor (HELER, 2007c y 2008b). 6 Con la ventaja para la posición de la Antropología Social dentro del campo tecnocientífico de que su delimitación como práctica tecnocientífica estuvo asociada a la “teoría”, al conocimiento del extraño. En cambio, el Trabajo Social que surge directamente asociada a una tarea “práctica”, técnica. 8 Bibliografía BADIOU, Alan (2004). “La idea de justicia”. En Acontecimiento. Revista para pensar la política, Nº 28. Bs. As.: Grupo Acontecimiento, pp. 9-22. BOURDIEU, Pierre (1999). “El campo científico”, en Intelectuales, política y poder, Bs. As.: EUDEBA, pp. 75-110. BOURDIEU, Pierre (2000). 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