1 2 EL MEDIO ES “EL RELATO”: PROPAGANDA, MANIPULACIÓN Y RESTRICCIONES PARA TODOS Reseña crítica de la política de comunicación kirchnerista 2003-2013 Roberto H. Iglesias § Cómo se condiciona la libertad de expresión. § Cómo funciona el aparato de propaganda del gobierno y quiénes lo manejan. § La publicidad oficial. § Cómo se restringe el acceso a la información pública y se tergiversan datos. § Una propuesta sobre medios y comunicación gubernamental para el futuro. 3 4 EL MEDIO ES “EL RELATO”: PROPAGANDA, MANIPULACIÓN Y RESTRICCIONES PARA TODOS Reseña crítica de la política de comunicación kirchnerista 2003-2013 Roberto H. Iglesias Editorial Autores de Argentina Libro editado por Editorial Autores de Argentina 5 Iglesias, Roberto H. El medio es “El relato”: propaganda, manipulación y restricciones para todos. -­‐ 1a ed. – Don Torcuato, Buenos Aires: Autores de Argentina, 2014. 714 p. ; 29x22 cm. ISBN 978-­‐987-­‐711-­‐107-­‐1 § Comunicación Social. Teorías, historia y estudios. I. Título CDD 300 Supervisión de edición: Raúl Escandar © 2014 Roberto H. Iglesias Hecho el depósito que indica la Ley 11723 Impreso en la Argentina – Printed in Argentina Las imágenes de Néstor y Cristina Kirchner utilizadas en la portada de este libro provienen de la Presidencia de la Nación Argentina (www.presidencia.gov.ar) y se emplean bajo licencia Creative Commons (CC BY-SA). Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la previa autorización escrita del titular del copyright. El Medio es “El Relato” Sitio web del libro: Fan page de Facebook: Email directo al autor: www.elmedioeselrelato.com facebook.com/elmedioeselrelato [email protected] Autores de Argentina [email protected] www.autoresdeargentina.com Las opiniones de este trabajo son responsabilidad exclusiva de su autor y no comprometen ni reflejan necesariamente la opinión o la postura de ninguna institución con la cual esté o haya estado vinculado. Un reconocimiento especial debe ir para Raúl Escandar, supervisor de edición de este texto. Su extrema pericia, conocimientos, atención al detalle y dedicación, al igual que su simpatía por este proyecto, lograron imprescindibles correcciones y ajustes de edición. No alcanzan las palabras para agradecerle su excelente trabajo a quien desde ahora considero un buen amigo. 6 Tabla de contenido Prólogo ............................................................................................................ 9 PARTE A – Introducción........................................................................................ ¿Materialismo dialéctico comunicacional? Ir por todo El “pluralismo” según los Kirchner ¿Periodismo independiente? Periodismo, corrupción y controles La cuestión de la concentración Comunicación, política y libertades públicas 11 PARTE B - Alcance y metodología............................................................................... 25 Abreviaturas y términos Datos, hechos, opiniones e interpretaciones PARTE C - Mi lugar en el mundo: Santa Cruz, kirchnerismo y comunicación.......................... 35 PARTE D - Libertad condicional: la libertad de expresión en Argentina............................... 43 PARTE E - Amigos son los amigos: creación de un aparato de propaganda y cooptación de medios con fondos públicos y privilegios selectivos....................................... 309 PARTE F - Nunca menos: desvirtuación de la comunicación gubernamental.......................... 537 PARTE G - Sensación de desinformación: información pública mala, engañosa e…………. inaccesible............................................................................................. 587 PARTE H - Conclusiones.......................................................................................... 609 PARTE I – Veinte minutos en el futuro: 50 Puntos para una comunicación libre, plural e independiente y el acceso ciudadano a la información..................................... 615 ANEXO 1 - Gasto publicitario de organismos centralizados y descentralizados del poder ejecutivo nacional en los principales grupos/medios (2000-2012) ....................... 635 ANEXO 2 - Comparación de estructuras de comunicación del poder ejecutivo nacional: Illia (1965) / Fernández de Kirchner (2012) ................................................... 667 ANEXO 3 - Espectro actual y futuro de la Televisión Digital Abierta (TDA) ........................... 673 ANEXO 4 - El aparato de propaganda del gobierno y medios colaboradores (al 31.12.2012) ...................................................................................... 681 ANEXO 5 - El costo de El Relato................................................................................. 691 Fuentes y bibliografía comentada.............................................................................. 695 7 8 PRÓLOGO Lo que dice Roberto H. Iglesias es sencillo: que para imponer el verticalismo en la política, reducir el Congreso a una escribanía, intentar domesticar al poder judicial, descalificar en forma sistemática a la oposición, y construir un capitalismo para beneficio de la familia gobernante, el kirchnerismo implementó una política de comunicación despiadada. Y no se quedó con el enunciado. Detalló el avance sobre los medios públicos, especificó el gasto publicitario en organismos centralizados y descentralizados, los comparó con otros gobiernos anteriores y presentó el conjunto del aparato de propaganda, demostrando que los gobiernos K fueron los que más gastaron en nuestra historia en su intento por imponer una voz única. Además, aporta lineamientos para una nueva política de comunicación cuando ya no gobiernen los Kirchner, alejada de toda vocación autoritaria, basada en el pluralismo y el acceso transparente a la información, con algunos tópicos que demuestran a dónde hemos caído estos años, como la propuesta de que los servicios de inteligencia deberán tener prohibido contaminar el debate público con operaciones de prensa y tampoco podrán intervenir las comunicaciones de los periodistas considerados opositores. Su esfuerzo es, por cierto, descomunal. Todo lo que uno imaginó que los Kirchner hicieron con los recursos del Estado para construir un modelo de sociedad acorde con sus intereses particulares, está puesto en este libro, en blanco sobre negro. El riguroso esfuerzo tiene un sentido. Dejar constancia de estos años demenciales en materia de comunicación. Roberto H. Iglesias lo deja perfectamente documentado y contextualizado. Después, que nadie diga que no le avisaron. Silvia Mercado Diciembre de 2014 El último libro de Silvia Mercado es El inventor del peronismo (Buenos Aires, Planeta, 2014) una biografía sobre Raúl Apold, el principal forjador de la comunicación gubernamental y la política de medios del gobierno peronista de los años 40 y 50. 9 10 PARTE A Introducción “Es absolutamente constitucional que en la radio pública seamos oficialistas”. (María Seoane, directora de Radio Nacional, 14.11.2011) “Lo más curioso era —pensó Winston mientras arreglaba las cifras del Ministerio de la Abundancia— que ni siquiera se trataba de una falsificación. Era, sencillamente, la sustitución de un tipo de tonterías por otro. La mayor parte del material que allí manejaban no tenía relación alguna con el mundo real, ni siquiera en esa conexión que implica una mentira directa. Las estadísticas eran tan fantásticas en su versión original como en la rectificada. En la mayor parte de los casos, tenía que sacárselas el funcionario de su cabeza”. (George Orwell en su 1984 [1948]) “Si me quieren mandar a la AFIP, tengo todo en regla” (Fátima Flórez, imitadora de Cristina Kirchner, días antes de aparecer un denominado “video hot” de la artista, hackeado de su computadora, La Nación, 22.01.2013) El kirchnerismo argentino ha representado uno de los experimentos más ambiciosos de los últimos años de crear una “realidad virtual” desde el gobierno diferenciada de la “realidad real”. Con una intensidad y continuidad no vista en casi ninguna democracia actual del hemisferio Occidental, ha recurrido a la propaganda, la manipulación informativa y simbólica y a restricciones sutiles a la expresión, así como también a un fuerte “activismo mediático”. Después de una década, es posible que el kirchnerismo haya llegado a su “fin de ciclo”. Pese a ello, el grupo gobernante sigue empeñado en manejar un enorme aparato de propaganda y en impulsar agresivamente un discurso manipulatorio y apartado de la realidad. Mientras tanto, oculta o falsea la información pública y limita o castiga —indirecta e imprevisiblemente— a expresiones independientes o críticas. El modelo o proyecto kirchnerista nunca ha existido como un cuerpo coherente de ideas o planes. ¿Cuál es el verdadero proyecto? ¿El de Clarín amigo, dólar alto, YPF-Eskenazi, Botnia contaminadora, Corte Suprema independiente, la “sensación de inseguridad” de Nilda Garré, el rechazo al cardenal Bergoglio y el descuelgue de los cuadros en la ESMA? ¿O el de Clarín miente, dólar bajo, YPF estatal, Barrick Gold y Chevron promoviendo el desarrollo, una Corte Suprema “corporativa”, el combate a la delincuencia del exteniente coronel Sergio Berni, el elogio al papa Francisco y el general César Milani? Pero sí ha existido un objetivo claro y permanente de Néstor y Cristina Kirchner: acumular el mayor poder y, a la vez, reducir a un mínimo el de actores fuera de su órbita. De esta visión viene el discurso contra las “corporaciones” en general y “los medios” en particular. La vocación de acumular poder del kirchnerismo se expresa tanto en su modo de gobernar como en la política de comunicación y ha estado presente en todas sus fases: cuando era el típico gobierno peronista de provincia periférica y durante las presidencias “progresistas” de Néstor y Cristina Kirchner. El poder kirchnerista podría calificarse como una democracia delegativa de tipo populista1. Considera que su legitimación en las urnas lo habilita a subordinar las instituciones, la cultura, la economía y las libertades 1 El concepto de democracia delegativa ha sido acuñado por el politólogo argentino Guillermo O’Donnell. Para este autor se basa en la premisa según la cual “quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un período en funciones limitado constitucionalmente. El presidente es considerado como la encarnación del país, principal custodio e intérprete de sus intereses. Las políticas de su gobierno no necesitan guardar ninguna semejanza con las promesas de su campaña, ¿o acaso el presidente no ha sido autorizado para gobernar como él (o ella) estime conveniente? […] De acuerdo con esta visión, otras instituciones —por ejemplo, los tribunales de justicia y el poder legislativo— constituyen estorbos que acompañan a las ventajas a nivel nacional e internacional de ser un presidente democráticamente elegido. La rendición de cuentas a dichas instituciones aparece como un mero obstáculo a la plena autoridad que le ha sido delegada al presidente”. Es importante destacar que, según O’Donnell, las democracias delegativas “no son democracias consolidadas —es decir, institucionalizadas—, pero pueden ser duraderas. En muchos casos, no se observan señales de una amenaza inminente de regresión autoritaria” pero tampoco “de progresos hacia una democracia representativa”. Es decir que si bien pueden mantenerse indefinidamente al borde del autoritarismo, también pueden incurrir temporalmente (o terminar) en él, o bien avanzar algún día hasta una democracia “republicana” (O’Donnell, Guillermo [1994]. “Delegative Democracy” en Journal of Democracy 5 (1), p. 55-69. National Endowment for Democracy / The Johns Hopkins University Press). Por otro lado, existen numerosas definiciones de populismo, las cuales se entroncan en su mayoría en el concepto de democracia delegativa. Sin desconocer los problemas de imprecisión del concepto, consideraremos “populismo” a un modo de ejercicio del poder que apela al “pueblo” —pero entendiendo por tal preferentemente a las clases más humildes—, con quien se establecen relaciones de fuerte clientelismo y, muchas veces, de contacto emotivo, por medio de un líder que se presenta como redentor de 11 públicas a los fines del grupo gobernante, supuestamente para llevar adelante una política que beneficie los intereses del pueblo (definidos e interpretados unilateralmente por ese gobierno). A esta concepción hay que agregar los rasgos crecientemente “sultanistas” que ha adoptado el gobierno kirchnerista. Linz y Stepan definen al sultanismo como un régimen que puede conservar el pluralismo político, económico o social, pero en el cual todos los individuos, grupos e instituciones están sujetos “a la intervención imprevisible y despótica” del líder gobernante; no se busca justificar decisiones con ideologías o se invoca una “pseudoideología nominal” que no es creída. Existe además una marcada fusión entre lo público y el dominio privado por parte de las personas en el poder2. El kirchnerismo en el gobierno ha significado verticalismo político, reducción del poder legislativo a una sucursal del poder ejecutivo, vocación de suprimir la independencia judicial, descalificación sistemática e intentos de neutralización de la oposición, creación de un “capitalismo de amigos” con empresarios privilegiados, uso partidario y discrecional de recursos del Estado, implantación del clientelismo político a gran escala, avasallamiento de instituciones y manipulación de procesos. También recurre a la promoción de cuadros de anomia (ausencia de legalidad) o de fuerte activismo “militante” contra personas, grupos o sectores, siempre y cuando sirvan para fortalecer el poder del gobierno. Estas características van acompañadas por una corrupción sistémica, muchas veces en su variante de “robo para la Corona”, pero que casi siempre reporta también beneficios personales para sus ejecutores e involucrados. Por su parte, la política comunicacional —tanto en términos formales (regulación legal) como informales (aplicación concreta de las leyes, acciones extralegales)— puede dividirse en dos vertientes: aquella que se aplica sobre los medios de comunicación en general y la que rige la comunicación gubernamental, incluso las declaraciones de los gobernantes. No pocos elementos de la política comunicacional kirchnerista son subproductos de su modo de gobernar; tanto las acciones encaminadas a reducir el ámbito de actuación de medios independientes u opositores como la promoción de medios o periodistas afines con ventajas discrecionales y selectivas. Lo son igualmente el uso propagandístico de los medios del Estado, el “activismo mediático” y el empleo de la publicidad oficial para premiar o castigar líneas editoriales. Esta política de comunicación del kirchnerismo, que implica un mix de propaganda, manipulación y restricciones, es el soporte donde se desarrolla lo que se ha dado en llamar El Relato. Se trata de un megadiscurso modelado desde instancias oficiales, así como de un andamiaje estructural que lo difunde y lo reproduce insistentemente, que pretende informar, dar sentido y justificar las acciones del gobierno. Más aún, ofrece una visión positiva y épica pero “liviana” del mundo, con una flexibilidad de adaptación a distintas circunstancias y cuya adecuación con la verdad se considera un detalle poco relevante. Aunque cumple la función de “alimentar” simbólicamente a sus partidarios, El Relato tiene una credibilidad baja y, por tanto, una capacidad muy limitada para convertir a las personas al kirchnerismo (no importa lo que crean muchos de sus productores y referentes). Por esta razón, tampoco pretende convertirse en una “ideología” compleja ni estructurada, ni busca imponerse como una visión hegemónica en el sentido gramsciano de la palabra (es decir, cuando la mayoría adopta en forma aparentemente voluntaria, pero en contra de sus propios intereses, la cosmovisión de la minoría que ocupa el poder, erigiéndose estos valores en ideas y normas de validez general). Si su credibilidad es baja y su capacidad para ganar nuevas adhesiones es escasa, ¿cómo funciona y para qué sirve entonces El Relato? Sus aparentes limitaciones no impiden que su contenido, su presencia y su reproducción lo tornen suficientemente eficaz como para activar lo que la politóloga Elisabeth NoëlleNeumann3 denominó la “espiral del silencio”. Es decir, la instalación de un clima político que crea presión para que muchas personas, por temor al aislamiento o a inconveniencias, adopten o acepten posturas que se suponen las predominantes o las “correctas”. los desposeídos. El populismo denuncia estar asediado por enemigos y factores de poder que desean conservar o restablecer sus privilegios, metodología con la cual se busca movilizar a sectores populares para concitar su apoyo. Sin embargo, las medidas y las políticas populistas pretenden satisfacer a estos sectores hasta el punto de obtener sus votos o su aprobación consensual, sin preocuparse por sus consecuencias económicas, institucionales o a largo plazo, por lo cual tienden con frecuencia al desmanejo económico, desajustes sociales o al autoritarismo. En cambio, Ernesto Laclau creía que el populismo es la verdadera expresión de la voluntad popular. Esta no debe ser restringida ni contenida por “formalismos” institucionales (límites a la acción estatal, división de poderes, términos a las reelecciones, etc.) que no resuelven las demandas y necesidades de ese pueblo. Para Laclau la “construcción imaginaria de un nosotros” debe hacerse siempre contra alguien, ya que “una sociedad sin antagonismos es imposible”. Laclau, filósofo político preferido del kirchnerismo, apoyó hasta su fallecimiento la política de confrontación permanente del gobierno de los Kirchner, la “guerra” contra los “medios hegemónicos” y la reelección presidencial indefinida. Reducida a lo esencial, su filosofía es la exaltación del poder del Estado sin límites significativos, una teoría y práctica que se aplicó desde el fondo de la historia y que es la base de fórmulas autoritarias y totalitarias (Laclau, Ernesto (2005). La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica). Según Laclau “la real izquierda en el país es el kirchnerismo […] ha producido cuadros excelentes: Agustín Rossi, Carlos Tomada, Amado Boudou. No van a faltar sucesores” (Página/12, 02.10.2011). 2 Linz, Juan José y Stepan, Alfred C. (1996). Problems of Democratic Transition and Consolidation: Southern Europe, South America, and post-Communist Europe. Baltimore, MD: John Hopkins University, p. 51-63 y ss. 3 Ver Noëlle-Neumann, Elisabeth (1995). La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social. Barcelona: Paidós. 12 Pero El Relato no puede sostenerse exclusivamente en factores de representación y simbólicos: necesita apoyarse también en relaciones clientelares, privilegios sectoriales y mecanismos de redistribución de la riqueza, los cuales presuponen la existencia de un plafón político y económico mínimamente favorable para el gobierno. En esta particular combinación de factores (mensajes hiperbólicos prooficialistas y sin necesaria adecuación a la realidad + estructura para una constante presencia y reproducción de esos mensajes + clientelismo / redistribución + condiciones económicas favorables), El Relato se convierte en una poderosa herramienta para incrustar elementos autoritarios en un sistema democrático. Así, El Relato busca más intimidar que convencer, pero tampoco necesita recurrir a la represión en el sentido clásico. No prevé la agresión física ni la cárcel para sus contradictores, aunque sí puede contemplar —para los más relevantes o al “voleo”— las demás formas de acoso y persecución: ataques ad hominem, investigaciones impositivas, pérdida de licencias, permisos o trabajos, “carpetazos” o filtraciones provenientes de servicios de inteligencia, difamación pública de parte de medios oficialistas o altas autoridades, “escraches”, multas, etc. En suma, El Relato tiene como función real y principal la de disciplinar —a través de generar ciertas formas de temor, de indiferencia o de obsecuencia— a una masa crítica de agentes políticos, económicos, sociales, artísticos e intelectuales, así como a sectores de población común, quienes terminan tolerando o apoyando los designios de poder crecientemente autoritarios del grupo K sin integrar su núcleo duro dirigencial ni de su legión de simpatizantes autoconvencidos. Si bien la capacidad de El Relato para inducir a la “generación de consenso” por medio de la “espiral del silencio” puede ser muy fuerte, ese poder es condicional. Tan pronto se reduce el plafón político y económico favorable al gobierno más allá de cierto límite4, El Relato podrá cumplir su función por inercia durante algún tiempo, pero aparecerán grietas que lo tornarán inviable, como parece ocurrir desde el agitado verano 2013-2014. El kirchnerismo logró que El Relato funcionara exitosamente a lo largo de varios años y que incluso cumpliera muchos de sus propósitos durante un periodo complicado (2009). Sin embargo, a fines de 2013 la “realidad real” (sobre todo debido a los problemas económicos) ha logrado imponerse dañando por igual a El Relato como al consenso del que gozó el gobierno. Tampoco parece que el kirchnerismo consiga reestablecer la viabilidad de El Relato para 2015, aun cuando volviese a contar con un plafón favorable, entre otras cosas porque no tuvo éxito en implantar la reelección indefinida ni en solucionar el tema de la sucesión. La implantación de un modelo autoritario permanente ya no parece posible en el caso argentino, pero hubo quienes a principios de 2013 temieron de que el kirchnerismo impulsara un “cambio de régimen”5 (un sistema cesarista-plebiscitario que neutralizaría la Constitución). Poco después corrió fuertemente el rumor según el cual el gobierno intervendría al Grupo Clarín a través del organismo regulador de la bolsa. De todas maneras, en un esquema de este tipo, El Relato asumiría un rol secundario: en ese caso la principal manera de impulsar el mensaje oficial y, a la vez, de disminuir o impedir versiones opuestas, sería el empleo de la fuerza y la represión. Aunque el kirchnerismo perdió la mitad de su caudal electoral desde su tan publicitado 54% de 2011, no cabe descartar ninguna medida extemporánea que, aún con resultados inciertos, intente dar un fuerte golpe a la libertad de expresión en lo que resta de su mandato, como el sorpresivo e intempestivo anuncio oficial de proceder a la “adecuación de oficio” del Grupó Clarín, en 10.2014. Tanto lo que se conoce del funcionamiento de las “entrañas” del gobierno, pero también la mera constatación de los resultados de gestión, revelan una gran improvisación e ineficacia del kirchnerismo en la toma de decisiones (el diseño e instalación de El Relato es, paradójicamente, una excepción). Un kirchnerismo con una estrategia adecuada de largo plazo, un manejo ordenado de la economía y “más prolijo” en términos políticos e institucionales, y que además hubiese combinado estos aspectos con el potencial disciplinador de El Relato, podría haber avanzado hacia un régimen de autoperpetuación, similar al implantado por Vladimir Putin en Rusia o a un sistema menos personalista como el que en su momento encabezó el PRI mexicano. Probablemente era lo que Néstor Kirchner se proponía originalmente: un periodo presidencial para él, otro para su esposa Cristina y así en forma sucesiva hasta quizás “abrochar” algún tipo de sucesión con otros líderes. Hay distintos motivos que impidieron la concreción de las aspiraciones hegemónicas y de continuismo kirchnerista, pero muchos se relacionan con errores propios y heridas autoinfligidas. Uno de esos errores fue el de ignorar que El Relato nunca será un sustituto de la gestión. 4 Por ejemplo, si se debilita la estructura de reproducción comunicacional de El Relato y florecen versiones alternativas; si por razones económicas deben recortarse las prácticas clientelísticas y —al mismo tiempo— se deteriora el nivel de vida general, o si las condiciones políticas se tornan desfavorables para los objetivos del gobierno y este último no está dispuesto a transpasar cierto límite de discrecionalidad o autoritarismo. 5 “Beatriz Sarlo: ‘Si yo fuera cristinista estaría pensando en un cambio de régimen político’”, La Nación, 25.01.2013. 13 ¿Materialismo dialéctico comunicacional? El kirchnerismo ha desarrollado una suerte de teoría político-comunicacional en la que vale la pena detenerse, no por su sofisticación o por su idoneidad para explicar la realidad, sino porque algunos de sus representantes creen o simulan creer en ella y la emplean como justificación o guía para la acción. Según los K, los “medios de comunicación” son algo así como el motor de la sociedad y de la historia. Todo lo que no esté alineado con el gobierno “nacional y popular” que encabeza el kirchnerismo y sus aliados son meros epifenómenos o superestructuras emanadas de los “medios hegemónicos”, que encubren intereses y finalidades siniestras. Esos medios son sólo una parte —si bien la más relevante— de las “corporaciones”, las que a su vez digitan a los “suplentes”, es decir, a políticos y dirigentes que les responden como marionetas para defender intereses antipopulares; por lo tanto, no tienen legitimidad siquiera para ser interlocutores del gobierno. Todo este esquema parece una caricatura del materialismo dialéctico de Marx, donde los “medios de comunicación” toman el lugar de los “medios de producción” 6 . Entonces, ¿Clarín es el capitalismo explotador? ¿La tarifa de Cablevisión es plusvalía? ¿La “batalla cultural” es la nueva lucha de clases? ¿La Ley de Medios es la Revolución para liberar a las audiencias oprimidas de los medios que las oprimen? No estamos tratando de sugerir que el kirchnerismo es marxista, ni mucho menos (no obstante que ha concitado simpatías de algunos exponentes de esa corriente). Antes de su asunción al gobierno nacional en 2003 no mostraba ninguna inclinación por los derechos humanos, la “democratización” de los medios o la “recuperación” del Estado. Y fue muy revelador que el cómico Diego Capusotto caracterizara en un principio al kirchnerismo como menemismo con derechos humanos (definición que no repitió luego de ser contratado en el canal oficial y que relativizó ante una pregunta en 2007)7. Por eso, este “materialismo dialéctico comunicacional” del kirchnerismo no es sino una parte de su propio Relato. Es una visión esquemática, limitada y mecanicista. De la misma forma que la “evolución” de los medios materiales de producción finalmente no trajo el marxismo, los medios de comunicación tampoco tienen un poder ilimitado y determinista sobre las personas. La mejor demostración de esto último son los resultados electorales favorables que el kirchnerismo cosechó con los “medios hegemónicos” trabajando supuestamente en su contra. Otra muestra: la escasa audiencia y credibilidad de la red de medios del “aparato” oficial/paraoficial a despecho de su crecimiento y su fuerte presencia. Pero en la visión kirchnerista —expuesta reiteradamente por el gobierno en múltiples variantes— tanto la libertad de acción como el pensamiento autónomo parecen sobrar. De ahí que en algún momento muchos creyeron que el gobierno tenía un plan definido para reducir la comunicación no avalada oficialmente a su mínima expresión y llegar a una situación de discurso cuasi-único y sin alternativas. La Ley de Medios, la partidización de los medios estatales, la compra de medios por empresarios amigos, la disciplina ejercida con la publicidad oficial, los mensajes de propaganda y el grado de estructuración y presencia al que llegó El Relato, parecieron elementos de una ofensiva in crescendo destinada a eliminar la libertad de expresión. Quizás pudo ser el objetivo último, pero la constante improvisación y hasta cierta temeridad autodestructiva del kirchnerismo —mucho más que la oposición o resistencia externa a sus propósitos— redujo el embate a medidas espasmódicas de hostigamiento y a una persecución de intensidad variable contra medios, entidades o personalidades determinadas, en un contexto de propaganda y restricciones volátiles. Esto explica, por ejemplo, cambios inesperados y abruptos (como la relación entre el kirchnerismo y el Grupo Clarín) o fiascos insólitos (como un 7D frustrado que había sido anunciado anticipadamente con bombos y platillos). Tales episodios, como otros similares, terminaban siendo arranques viscerales de los Kirchner, que siempre consideraron “enemigos” o “destituyentes” a quienes no pensaran como ellos, incluyendo al periodismo independiente y a la oposición. Ir por todo Cuando el poder político del gobierno y el funcionamiento de El Relato se encontraban en su máxima plenitud, el kirchnerismo proclamó abiertamente su aspiración de “ir por todo”. Si bien es cierto que el contenido del “proyecto” puede cambiar en cualquier momento, a la vez que se mantiene, refuerza o ajusta El Relato, los llamados a una “Cristina eterna” o por “10 años más” de kirchnerismo (otros pidieron 20 y hasta 50 años), efectuados por figuras emblemáticas K, autorizaban a tomar esa intención muy en serio. No obstante, la aspiración se ha visto completamente malograda por el deterioro político y económico del gobierno. Aun así, desde 2003 hasta 2013 la política comunicacional del kirchnerismo ha tendido en forma gradual y sostenida —más allá de aparentes inconsistencias y discontinuidades— a aumentar la propaganda propia y a 6 Reducido a una explicación sencilla, el materialismo dialéctico del marxismo postulaba que la evolución de los medios de producción (infraestructura) determina el rumbo de la sociedad y de la historia. La infraestructura genera una estructura dependiente (superestructura) compuesta por las instituciones políticas y las normas jurídicas —así como expresiones artísticas, filosóficas y religiosas— que carece de autonomía y de valor por sí misma. Cuando el desarrollo de las fuerzas materiales de producción entra en contradicción con la superestructura, se produce una revolución para cambiar el régimen hasta que se llega al comunismo/socialismo. 7 Noticias, 26.11.2007, p. 80. 14 reducir el ámbito de libertad de expresión, tal como se intentará demostrar en este trabajo. Sin perjuicio de su crucial derrota electoral de 2013, la propaganda no ha disminuido y no resulta claro que las amenazas a la libertad de expresión hayan perdido fuerza, aunque puedan considerarse a esta altura como estertores de un fin de ciclo. Como tantas normas en la Argentina, la Ley de Medios8, ya declarada constitucional, se hace cumplir a medias. El propósito que motivó su sanción —legitimar el control de la comunicación y el armado de un aparato de propaganda— terminó cumpliéndose indirectamente: simplemente partidizando y multiplicando los medios audiovisuales del Estado e impulsando a amigos del gobierno a acaparar medios privados, mientras el uso discrecional de la publicidad oficial (o la amenaza de aplicar estrictamente la ley) consiguió el “colaboracionismo” de varios diarios, emisoras o canales con los planes de propaganda o de control del kirchnerismo. Pese a tanta desmesura desplegada en la “guerra” contra Clarín y aun cuando la ley tuvo como uno de sus motivos centrales desmantelar ese grupo, los errores políticos, las improvisaciones y la debilidad ulterior del gobierno impidieron este propósito. Muchos se sorprendieron cuando a fines de 2012 el propio titular del organismo regulador audiovisual (AFSCA), Martín Sabbatella, dijo que si los socios controlantes del Grupo Clarín, “Héctor Magnetto, Lucio Pagliaro, José Aranda y Ernestina Herrera de Noble, deciden dividirse las licencias en empresas separadas, pueden hacerlo”9. Pero a continuación, el gobierno comenzó a aceptar todas las propuestas de “adecuación” de medios amigos o colaboradores, aun cuando la mayoría recurría en forma evidente a testaferros y/o no cumplían estrictamente con la norma. En efecto, para AFSCA no había problemas en que las emisoras de Raúl Moneta se dividieran entre sus hijos; no veía mal que el Grupo Indalo se adecuara poniendo varios de sus medios a nombre de su contador ni le parecía incorrecto que Uno Medios (Vila-Manzano) repartiera sus emisoras y sistemas de cable entre socios y familiares que además tendrían participación en sociedades de servicios públicos. Tampoco le resultaba incorrecto que Radio Visión Jujuy SA (conglomerado de medios locales verdaderamente monopólico en segmentos como radio AM y TV abierta, cuyo titular real es el exsenador y actual vicegobernador kirchnerista jujeño Guillermo Jenefes) conservara dos emisoras que se superponen en la banda de AM, no obstante que según la ley sólo podría mantener una sola en esas condiciones. Más aún, funcionarios de gobierno y de AFSCA habían manifestado que no había ningún inconveniente en que Telefé fuese operado por una corporación extranjera que controla, en forma simultánea y a través de filiales constituidas en Argentina, un medio audiovisual y un servicio público de telecomunicaciones (situación prohibida muy claramente por la Ley de Medios y, también, por el pliego licitatorio de 1990 de la excompañía estatal ENTel). Ante tanta “flexibilidad creativa” en la aplicación de la ley para medios K o colaboradores, Sabbatella dudosamente podría objetar que el Grupo Clarín colocase El Trece, Radio Mitre, TN y Cablevisión SA a nombre de sus distintos socios actuales, allegados o parientes, tal como él mismo sugirió. Y fue así que para cumplir con la “adecuación” el Grupo Clarín propuso dividirse en varias partes; las principales quedarían a cargo de sus accionistas tradicionales. El gobierno aceptó inicialmente este plan y el grupo, en consecuencia, seguiría funcionando sin mayores sobresaltos. Pero sorpresivamente AFSCA cambió su postura y aprobó sin más, el 08.10.2014, la “adecuación de oficio”. Luego de varios meses de no formular ninguna objeción, el organismo dijo que Clarín intentaba consumar dos “maniobras”: a) la vinculación entre los socios de las distintas unidades en que se dividiría el grupo y b) condiciones de venta a terceros que le daban al grupo el derecho preferencial para recomprar eventualmente esos medios. Si se cumpliera la “adecuación de oficio” intempestivamente dispuesta por AFSCA, los medios audiovisuales de Clarín serán reasignados por concursos públicos a terceros seleccionados por el Estado a través de criterios discrecionales. Esto implicará un virtual desmantelamiento del grupo, la desaparición o cambio de naturaleza de varios de sus medios y, con gran probabilidad, el control de sus distintas partes por el kirchnerismo. Tal episodio se diferenciaría poco de la clausura o del cierre de un medio incómodo para el gobierno, con el consiguiente perjuicio para la libertad de expresión. La inesperada “adecuación de oficio” revelaba que el kirchnerismo es una verdadera caja de sorpresas. A lo largo de 2013 y gran parte de 2014 el gobierno parecía haber perdido entusiasmo con la Ley de Medios y habían cesado los intentos de desmembrar o intervenir al grupo. La nueva arremetida —llevada a cabo sin duda con la anuencia o aún a partir de la iniciativa de la presidente— era vista como una suerte de “ofrenda” tras el quinto aniversario de la Ley de Medios para demostrar algún resultado tangible de una norma que no ha logrado mayores cambios (salvo un aumento de medios oficialistas). Muy probablemente se intentaba reactivar a Clarín como “enemigo” central del kirchnerismo frente al cúmulo de dificultades que atravesaba el gobierno (inflación, inseguridad, recesión, desempleo) y quizás como sustitución o 8 El nombre correcto de la Ley 26522, sancionada el 10.10.2009, es Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, pero por razones de simplificación se utilizará en adelante la expresión Ley de Medios, aunque es cierto que la ley sólo regula los servicios de radio y TV (no los diarios o revistas). 9 La Nación, 04.12.2012. 15 complemento a la campaña Patria o buitres (esta última en relación a los llamados fondos buitre o holdouts que solicitaban el pago completo de los bonos de la deuda argentina). Al día de hoy, es incierto saber qué ocurrirá con la “adecuación de oficio” de Clarín, dispuesta en un momento de notoria debilidad de la presidenta. Por consiguiente, es una incógnita evaluar la suerte que pueda correr la libertad de expresión y El Relato en general en esta última etapa del gobierno. Aunque los misterios insondables del kirchnerismo quizás no sean asuntos fáciles de dilucidar, sí podemos hacer un estudio que abarque su gestión desde el principio y apreciar paso a paso y detalladamente cómo fue diseñando y aplicando su política de comunicación —la implícita, la explícita, la formal y la real—, qué efectos ha tenido y qué papel ha jugado esta política en El Relato. Para cumplir con estos cometidos, el presente trabajo expone, en forma cronológica, analítica y comentada: a) las restricciones a la libertad de expresión (incluyendo el hostigamiento de periodistas y medios llevado adelante desde el gobierno o desde ámbitos oficialistas), b) los avances del aparato propagandístico gubernamental/paragubernamental financiado mayormente con fondos públicos vía publicidad oficial y otros privilegios selectivos, c) la desvirtuación de la comunicación gubernamental (uso proselitista), y d) los distintos actos de “desinformación pública” que llevaron a tener una información pública de mala calidad, engañosa e inaccesible. Los datos e interpretaciones pueden ser útiles para contribuir a desentrañar la verdadera naturaleza del kirchnerismo como fuerza política. También para determinar tendencias y apreciar hasta dónde ha llegado el gobierno a partir de medidas directas o indirectas —pero siempre deliberadas— en el control de la comunicación y la información. Incluso considerando que se trata de una gestión “en retirada”, está por verse cómo evolucionará el kirchnerismo con la propaganda, la manipulación o las restricciones en lo que queda de su gestión. El “pluralismo” según los Kirchner Hoy aparece más claro lo que algunos intuyeron o vieron anticipadamente —frente a la incredulidad de muchos— y que también los antecedentes de Néstor y Cristina Kirchner indicaban: nunca quisieron un sistema de comunicaciones abierto y pluralista, ni un periodismo más libre. Su ideal, por el contrario, aparecía muy nítido en la configuración y funcionamiento del sistema de medios de la provincia de Santa Cruz. Un sistema que asombra cuando se lo comienza a mirar con lupa: un único canal de TV abierto, estatal y oficialista; señales de cable locales completamente en manos de empresarios y contratistas amigos; casi todos los diarios a cargo de los mismos amigos; el diario histórico provincial cooptado por la publicidad oficial; casi todas las radios AM en manos estatales y un centenar de emisoras FM en toda la provincia de las que sólo dos o tres tienen alguna programación periodística independiente. Los periodistas y medios que no han sido cooptados con una copiosa pauta oficial desarrollan su actividad en medio de presiones y hostigamiento permanente. Desde 2003 no resulta raro que las retransmisiones de radio o TV de Buenos Aires se corten misteriosamente cuando hay críticas al gobierno nacional o provincial. Por si lo anterior no bastara, hace ya más de ocho años —mucho antes de 6-7-8— que cualquier observador puede advertir claramente el concepto K de la comunicación tan sólo prestando atención a los criterios periodísticos y programáticos de Canal 7. En una operación orwelliana típica del kirchnerismo, la estación fue rebautizada como La Televisión Pública, pese a tratarse del canal estatal más oficialista y sectario que se haya visto en democracia en la Argentina. Esta condición de ninguna manera se atenúa porque existan en esa pantalla unos pocos ciclos de jerarquía artística o cultural. Lo mismo puede decirse de Radio Nacional o de la insólita Télam, una empresa estatal que opera como agencia de publicidad oficial y de noticias a la vez, caso posiblemente único en el mundo: un verdadero conflicto de intereses que, al parecer, no escandaliza a casi nadie10. Si todo lo anterior constituye el “modelo K” en comunicación, entonces no es exageración sostener que bajo estos parámetros, si del gobierno dependiera, el pluralismo se reduciría a elegir entre Canal 7 o Canal 9; entre Orlando Barone o Víctor Hugo Morales o entre los medios del Grupo Szpolski o los de Electroingeniería SA. Desde 2008 el gobierno emprendió una “guerra” contra el Grupo Clarín en particular y contra el periodismo y los medios críticos (independientes) en general, debido a que estos reflejaron el primer 10 Jorge Lanata cuenta que cuando fundó Página/12 en 1987, el diario no tenía interés en abonarse al servicio informativo de Télam. Pero muy pronto uno de sus colaboradores le señaló: “Ché, tenemos que tener Télam”. Lanata preguntó por qué. “Porque sino, no cobramos los avisos del Estado”, fue la respuesta (Crítica de la Argentina, 11.05.2008). La situación había sido así desde la incorporación formal de la agencia al gobierno (en 1968) y continúa hasta hoy. En este sentido, no hubo diferencias entre gobiernos militares y gobiernos democráticos. 16 conflicto en el cual un sector organizado —el campo— enfrentó las políticas oficiales. Esa “guerra” pasó a ser más virulenta cuando el grupo gobernante interpretó su derrota electoral parlamentaria de 2009 como causada por Clarín y los medios no oficialistas. El gobierno concentró entonces buena parte de sus energías en sancionar la Ley de Medios, supuestamente para “democratizar” y promover la diversidad en la comunicación. Pero se trata de una ley que sin intervenir directamente en los contenidos ni establecer censuras tiende a crear un mosaico jibarizado y fragmentado de medios comerciales débiles y/o alineados con el gobierno; un amplio sector de medios de ONG, en su mayoría de tipo barrial o comunitario, precarios y vulnerables; y finalmente una poderosa red de medios estatales sin garantías de programas pluralistas. Una ley como esta, en manos de un gobierno audaz y decidido a montar una red de comunicación adicta dominante, así como a cooptar o presionar por medios extralegales o indirectos a emisoras o comunicadores que no le son afectos, puede dejar de ser una norma meramente inconveniente o limitativa para transformarse en un temible y preciso instrumento para reducir o eliminar la libertad de expresión. Esta fue en su momento la apuesta del kirchnerismo. Aunque parezca ahora una meta difícil de cumplir, el gobierno buscó confinar con la ley a medios privados y comerciales a un tercio del total, de modo que se convirtieran en un sector débil y atomizado. De esta forma, serían poco relevantes y tendrían escasas posibilidades de producir periodismo de calidad. O bien recibirían el apoyo del Estado de múltiples maneras para hacerlos fuertes pero oficialistas. Mientras tanto, las emisoras y canales operados por organismos sin fines de lucro pasarían a ser un sector sobredimensionado —aumentando, en teoría, hasta un tercio del total— mayormente compuesto por medios débiles y precarios, quizás con algunas excepciones de ONG bien financiadas por el Estado, pero casi siempre sujetos a una fuerte cooptación kirchnerista, vía fondos públicos o por infiltración de personal o directivos. Finalmente, los medios estatales no tendrían ningún tipo de limitación en su operatoria ni en sus contenidos; la ley ni siquiera garantiza en forma efectiva que estos medios ofrezcan programación pluralista: sólo debe recordarse que el principal programa de la mal llamada Televisión Pública es 6-7-8. Este modelo, de ser implementado hasta sus últimas consecuencias, traería como resultado un sistema de difusión oficialista y acrítico, sin llegada a las audiencias, de deficiente sustentación económica, poco profesionalizado y, a la larga, con escasa capacidad de modernización técnica. (A pesar de su declamada “modernidad”, la ley ni siquiera prevé la inevitable convergencia entre los servicios de radiodifusión y las telecomunicaciones.) Pero las restricciones de la Ley de Medios se aplican más bien contra los medios críticos o no oficialistas. En cambio, los grupos empresariales y comunicadores “amigos” se benefician con numerosos favores del poder, ya sea violando la propia ley o aprovechando sus “vacíos” e imprecisiones (por ejemplo, no regula adecuadamente la publicidad oficial ni evita la adjudicación discrecional y arbitraria de licencias de radio o TV). La norma tampoco impide el sectarismo gubernamental, la propaganda o las contrataciones dudosas en los medios públicos. Por sobre todo y habida cuenta de que para el gobierno Clarín se convirtió su principal enemigo —además de ser enemigo del pueblo, de la democracia y del país—, persiste la impresión de que la ley tuvo por objetivo principal desmantelar a ese grupo comunicacional. El hecho de que Clarín haya mantenido una actitud amistosa con el kirchnerismo hasta 2008 no disminuye el hecho de que sea hoy uno de los pocos grupos comunicacionales no alineado con el gobierno que queda en el país. Es también uno de los escasos medios donde aparecen críticas e investigaciones que afectan al oficialismo. El kirchnerismo apuntó su artillería contra el grupo y por más de un lustro lo ha sometido a un hostigamiento incesante y a tiempo completo, que fue desde cuestionar el origen de los hijos de su propietaria hasta enviar inspectores de la AFIP, pasando por intentos de encarcelar a sus directivos por falsos crímenes de lesa humanidad y de una posible intervención. Mientras tanto, las máximas autoridades del país acusaban al grupo y a sus periodistas de destituyentes, tergiversadores o antinacionales y criticaban casi diariamente sus coberturas periodísticas y opiniones, asignándoles intenciones inconfesables. El Grupo Clarín objetó judicialmente la cláusula de la Ley de Medios que le obligaba a “desinvertir”, es decir, a desprenderse de los medios que excedieran los límites fijados por esa norma, ya que entendía que tales límites son inconstitucionales. Esto dio lugar a medidas cautelares que se iniciaron en 2010 y llegaron hasta 2013. El gobierno comenzó a hablar desde mediados de 2012 del 7D (07.12.2012) fecha que la presidenta Cristina Kirchner y varios funcionarios celebraban como el fin de la “cadena nacional del miedo y del desánimo”. Esto indicaba, como verdadero acto fallido, que se buscaba imponer restricciones sobre los contenidos y no meramente hacer cumplir una supuesta cláusula “antimonopólica”. Pero el anunciado 7D que el gobierno imaginaba como un acontecimiento épico y emblemático, nunca se produjo. Ese día, según se anticipaba desde esferas oficiales —con un completo desdén de lo que podría decidir la justicia—, debían intervenirse varios medios del Grupo Clarín como paso previo a la “adecuación de oficio”, es decir que el Estado dispondría por la fuerza de las licencias y activos radiotelevisivos de ese grupo para venderlos a nuevos titulares a través de concursos y subastas de carácter público. En cambio, se extendieron las medidas cautelares que beneficiaban a Clarín. Mientras tanto, el poder ejecutivo eximió a los otros grupos sobrepasados de licencias de cumplir la ley y les permitió suspender sus planes de “adecuación”, aun cuando no habían interpuesto ninguna acción judicial. 17 Clarín no presentó inicialmente ningún plan de “adecuación” ya que sostenía que el plazo final de un año para desprenderse de los medios “excedidos” comenzaba a regir desde que concluyera la medida cautelar; en cambio, el gobierno consideraba que ese lapso ya había transcurrido. De cualquier manera, coincidentemente con el 7D, la justicia dispuso prorrogar la medida cautelar hasta tanto se decidiera sobre el “asunto de fondo”: la constitucionalidad de la cláusula de desinversión (y disposiciones conexas). Cuando a fines de 2013, la Corte declaró constitucional la ley, Clarín debió iniciar su proceso de “adecuación” y dividirse en distintas subunidades, lo que no alteró sustancialmente su estructura y características. Pero a último momento y en forma sorpresiva, en 10.2014 se anunció que se aplicaría la “adecuación de oficio”, es decir, el desmantelamiento forzoso a cargo del Estado. Más allá de las medidas de judicialización interpuestas, nadie sabe aún cómo culminará este proceso. Acerca del presunto carácter monopólico del Grupo Clarín, debe precisarse que el mismo alcanzó sus dimensiones actuales a partir de autorizaciones legales de expansión concedidas por el propio gobierno kirchnerista en sus primeros años. Pero Clarín no es un monopolio: cada uno de sus medios, en los diferentes segmentos, está sujeto a mayor o menor competencia en casi todos los puntos geográficos del país. Si bien es cierto que el agregado “sinérgico” de sus componentes lo dota de un fuerte poder, el Grupo Clarín —comparado con otras situaciones de concentración o monopolios en otras latitudes— nunca operó 4 de 7 canales de TV abierta VHF en la capital del país (como la mexicana Televisa), ni el 12% del total de emisoras comerciales (Clear Channel Communications, en Estados Unidos), ni 11 cadenas de radio en una misma nación (como PRISA en Chile). Clarín no acaparó jamás un mínimo constante del 60 o 70% de la audiencia televisiva (share que alguna vez llegó a tener TV Globo en Brasil), ni fue propietario de tres de las cuatro cadenas privadas nacionales de TV (como las redes de Silvio Berlusconi en Italia). Tampoco tuvo décadas de monopolio de cable en ninguna ciudad importante (como District Cablevision, luego Comcast, en Washington DC) ni tiene una participación de mercado en el cable tan alta que llegue al 64% de los abonados del país combinado con el cuasimonopolio de la telefonía fija (como Telefónica del Perú)11. Para no profundizar la “concentración” en el mercado argentino se podrían haber impuesto algunas limitaciones razonables hacia el futuro y en forma ecuánime para todos los participantes en el mercado de la comunicación. Simultáneamente, una apertura total de la competencia en todos los niveles podría haber sido una manera de moderar el poder de Clarín. Estas medidas son muy diferentes a un desmantelamiento hostil ejecutado desde el gobierno, en medio de ataques constantes a Clarín por lo que informa u opina. Muy pocos se opondrían a una política reguladora que limite la concentración de medios en pocas manos: es claro que una situación de este tipo puede afectar la libertad de expresión. El problema es definir qué es exactamente concentración y que son exactamente “pocas manos” y cómo distinguir tales casos de economías de escala, de competitividad y de multiplicidad de opciones que brinde una misma entidad editora o productora. Una atomización extrema del sistema de medios promovida activamente desde el gobierno, así como un posible desguace, desaparición o conversión al oficialismo de uno de los canales abiertos más importantes y/o de una de las pocas señales de noticias no oficialista y/o del principal sistema de cable del país, hubiera reducido las citadas economías de escala o el periodismo audiovisual independiente del gobierno. Más aún si esto se producía en un contexto donde existe una importante estructura de propaganda progubernamental, un organismo regulador “activista” y no neutral y un uso discrecional de la publicidad oficial. Así, la libertad de expresión correría peligro desde otro flanco. No importa si Clarín era el afectado o cualquier otro medio o persona que se exprese en el espacio audiovisual. Y es que, en realidad, no es correcto analizar la cuestión sólo como una “guerra” (o “divorcio”, en palabras del periodista Martín Sivak) entre Clarín y el gobierno, que representaría una puja de poder e intereses cual versión comunicacional de la “teoría de los dos demonios”. Primero, porque los ataques del gobierno se han dirigido hacia el periodismo en general y, además, contra periodistas independientes o de visiones diferentes de las oficiales. Aunque a veces se diga que el problema es con sus “jefes” o con los intereses “corporativos”, al kirchnerismo le resulta imposible disimular su animosidad contra todo periodista o comunicador que cumpla con su trabajo y examine con actitud crítica las posiciones oficiales. Segundo, porque Clarín no fue el único objeto de los ataques oficiales, que apuntan también hacia Perfil, La Nación y en algún momento llegaron a Radio Continental. Es decir, los medios que ejercen un periodismo crítico y no alineado con el gobierno. Desde un punto de vista estrictamente económico, a diferencia de Clarín, ninguno de ellos puede ser acusado de ser “monopolios” o grupos concentrados. Sin embargo, en ciertas provincias y ciudades del interior, la acción conjunta del gobierno nacional y de gobiernos locales ha hecho mucho para crear o afianzar importantes oligopolios y cuasi monopolios territoriales de medios oficialistas, casi desconocidos por la opinión pública general y que no están limitados por la Ley de Medios, que establece restricciones que tienen efecto real en un nivel mayormente nacional. Por último, guste o no, Clarín es uno de los actores principales del periodismo en la Argentina. Aun viéndolo con ojos críticos no puede considerarse que sea o haya sido el principal problema del país, ni 11 Sobre el tema de concentración de medios ver, en la presente Introducción, el apartado “La cuestión de la concentración”. 18 mucho menos. Por otro lado, una parte de los mejores periodistas argentinos, con visiones y criterios propios, trabajan en ese grupo. Su desmantelamiento o inviabilización económica no es una “mera pelea por dinero”, como argumenta el kirchnerismo: afectaría la libertad de prensa y removería uno de los obstáculos que tiene el gobierno para “ir por todo”. Ningún defensor de libertad de expresión puede quedarse indiferente ante la suerte que corra un medio hostilizado por el gobierno. Por supuesto, Clarín puede defenderse solo, pero la libertad de expresión en general sólo puede prosperar con un compromiso activo de dirigentes y ciudadanos. Una violación a los derechos humanos de cualquier persona —independientemente de lo que sea o piense— es un ataque a toda la sociedad; de la misma forma, un ataque a cualquier periodista o medio de comunicación es un ataque a la libertad en su conjunto. El hecho de que Clarín pudiera o no “arreglar” con el gobierno en el futuro no afecta en nada lo expresado aquí (ver el comentario correspondiente a D.04.11.201312). Es por eso que la defensa de la libertad de expresión, según la conocida fórmula de Voltaire, no implica estar de acuerdo con las ideas o trayectoria de quienes resulten afectados por su restricción o desvirtuación. Es la defensa de un principio sin el cual no hay democracia ni libertades posibles. Lo mismo puede decirse acerca de la defensa de un periodismo honesto y de calidad. En consecuencia, las menciones de periodistas, medios y empresas en esta reseña cuya libertad de expresión haya sido condicionada o restringida no implican necesariamente avalar sus posiciones ni su actuación. Por último debe destacarse que la crítica a los medios pro-gobierno o que integran el “aparato” de propaganda oficialista no siempre significa condenar a sus periodistas y aún a algunos de sus directivos: muchas veces, este personal no tiene otra opción que continuar cumpliendo con sus funciones laborales y varios de ellos lo siguen haciendo con profesionalidad. Estos casos, naturalmente, son diferentes de quienes han sido activamente cooptados a cambio de lucros o ventajas de distinto tipo en situaciones que implican conductas éticamente cuestionables y/o legalmente corruptas. ¿Periodismo independiente? Es necesario decir algunas palabras sobre el significado del “periodismo independiente” y su naturaleza. El kirchnerismo sostiene que todo periodismo defiende intereses, que todo comunicador tiene una ideología y que no existe la objetividad. Partiendo de estas premisas, ha tenido relativo éxito en impulsar la idea según la cual no existiría el “periodismo independiente”. En consecuencia, siempre de acuerdo con esta visión, el verdadero antagonismo se daría entre el “periodismo militante” —el que practican los medios y periodistas K— “que blanquean quiénes son, desde qué lugar hablan y qué ideología tienen” y el “periodismo mercenario”, compuesto por medios y comunicadores que detrás de una fachada de falsa objetividad trabajan para beneficiar a los intereses de los “grupos monopólicos concentrados”. Esto, por supuesto, es absurdo. El kirchnerismo trata de desacreditar al periodismo profesional porque es la única justificación a su alcance para imponer el control sobre la libre expresión. No puede decir abiertamente que lo que le molesta del periodismo independiente no son sus errores sino sus aciertos: contradecir al INDEC, detectar a Antonini Wilson, desenmascarar el caso Boudou-Ciccone, informar sobre la inseguridad, ventilar la corrupción en las Madres de Plaza de Mayo, o denunciar no pocas muertes políticas ocurridas en su gestión y la de sus aliados: entre otras, las de Mariano Ferreyra, las de ignorados qom en Formosa, la de Luis Condorí en Humahuaca o las de los saqueos de fines de 2013. El expresidente Kirchner, en su típico estilo, fue expresivo en minimizar el concepto de libertad de prensa: “¡Esto de la libertad de prensa…! Si la empresa quiere, hay libertad de prensa. Miren si un periodista va a escribir algo que esté en contra de lo que piensa el dueño de la empresa periodística, ¿se imaginan ustedes?” (07.07.2006). Al parecer Kirchner ignoraba, por ejemplo, que el socialista Alfredo Palacios escribía en La Nación en los años 30 y que desde entonces muchas veces se exponen en los principales medios argentinos mensajes con los que el “dueño” de un diario, canal o emisora no está personalmente de acuerdo. En las mismas entrañas del “monopolio”, en la señal TN, se han visto decenas de veces en sus programas políticos a figuras como Diana Conti, Carlos Kunkel, Luis D’Elía, Edgardo Depetri, Dante Gullo, Agustín Rossi, el constitucionalista K Eduardo Barcesat, el banquero Carlos Heller y el diputado provincial Fernando “Chino” Navarro13. ¿Cuántos equivalentes opositores de estas figuras han sido invitados a Radio Nacional, Canal 7, Canal 9 o CN23? 12 Este libro usa el siguiente sistema para remitir a otros lugares del texto: la letra “D” significa la PARTE D y los números corresponden a la fecha de la entrada correspondiente en esa parte. Las entradas figuran en orden cronológico en cada parte y pueden ser localizadas fácilmente. 13 Hacia 2010 hubo una orden de la Casa Rosada para que las figuras del “kirchnerismo duro” no hablen ni concurran a entrevistas con los principales medios críticos, particularmente en la señal TN. Algunos de los mencionados la han terminado cumpliendo, otros pueden llegar a hablar o concurrir en ocasiones determinadas y otros más tienen la autonomía suficiente como para hacerlo cuando les parezca. Poco antes de las elecciones de 2013 y ante los malos números que se anticipaban para el kirchnerismo, la presidenta bajó la orden a figuras y referentes K para que volvieran a aceptar invitaciones del Grupo Clarín. Sin embargo, no hubo cambio de política en los medios oficiales/oficialistas: salvo para secundar líneas de propaganda del gobierno y algunas otras excepciones, siguieron excluyendo sistemáticamente a la mayoría de los dirigentes opositores de sus espacios. 19 De todas formas, no es ningún descubrimiento, desde Maquiavelo en adelante, que cualquier institución tiene “intereses”: no sólo una empresa comercial sino también una ONG, un gobierno y hasta una entidad religiosa. Por lo demás, hace ya mucho tiempo que se asume en las teorías de la comunicación que no existe la “objetividad” pura, de modo que lo que plantea el kirchnerismo no es ninguna novedad. Y es cierto que toda persona, incluidos los periodistas, tienen una ideología o al menos una visión del mundo explícita o implícita. ¿Quién puede negarlo? Pero sin perjuicio de esto el “periodismo profesional” existe y es una práctica deseable. Es ese “periodismo independiente” del cual gustan mofarse todos quienes profesan tendencias autoritarias diciendo que es una utopía impracticable o un concepto en el que sólo pueden creer los ingenuos. “Periodismo independiente” es lo que hacen los periodistas competentes: en primer lugar tratar de separar los hechos de la opinión —aunque esta última es igualmente legítima en periodismo— y en segundo término, intentar aproximarse a las cosas con ecuanimidad y honestidad intelectual, sin perjuicio de que pueda expresarse una posición definida. Es cierto que un periodista profesional no es una máquina ni un ser aislado en un vacío; puede ser prisionero de las mismas limitaciones, ansiedades, temores, afinidades y rechazos que experimente una sociedad en su conjunto. Y puede, claro, tener una ideología. Pero ese periodista profesional, si realmente lo es, estará capacitado para contar los hechos y buscar la verdad, minimizando sesgos y dejando afuera sus intereses e ideología. Aun cuando opine, sin perjuicio de ser crítico, incisivo o contundente, procurará no caer en el sectarismo o la facciosidad. Una cosa es que nadie pueda ser totalmente “objetivo” debido a inevitables sesgos que se tengan por razones culturales, educativas o personales. Otra cosa —muy diferente— es que a partir de esa constatación se justifiquen y se ejerzan deformaciones, tergiversaciones o ideologización de las noticias o bien aproximaciones facciosas, tendenciosas o injustas a los hechos. Naturalmente, un periodista profesional, en temas informativos, trata de tener esa “objetividad” como un modelo “ideal” a alcanzar. Se puede tratar de ser objetivo sin dejar de tener una posición. Por eso, “periodismo independiente” no es el que no tiene ideología, el que practica una imposible asepsia o el que no opina, tal como cree (o simula creer) el kirchnerismo. Periodismo independiente es aquel que no es la prolongación de otra cosa (de un partido político, de un organismo estatal, de una campaña de ventas, de una operación de propaganda). Es decir, que no es un instrumento para lograr deliberadamente un fin ulterior distinto al de informar o difundir opiniones con honestidad intelectual. Nadie duda que los periodistas puedan encontrarse condicionados en parte en un medio de comunicación comercial, pero también lo estarían en un medio perteneciente a un partido político, a un grupo comunitario, a un sindicato o al Estado. Criticar a las empresas periodísticas porque tienen “intereses” no es el centro de la cuestión. Lo ideal es que en ninguna entidad periodística sus intereses extraperiodísticos condicionen en forma generalizada y sistemática sus contenidos. Algunas empresas periodísticas privadas o públicas en el mundo han llegado a lograr algo parecido a esa condición: la BBC, el Washington Post, The Guardian, Der Spiegel o programas de TV como el estadounidense 60 Minutes, de ABC. En todo caso, la credibilidad siempre será un importante capital para cualquier medio de comunicación. Y la competencia y la verdadera pluralidad de voces posibilitarán no sólo distintas versiones y visiones. A la vez pondrán en evidencia algún vacío informativo que exhiba un medio en particular (que quizás sea creíble en general) pero que por algún tipo de presión o aún por sus propios intereses no llegase a cubrir adecuadamente determinados aspectos. En realidad, en todo medio de comunicación hay tensiones entre el cumplimiento de objetivos profesionales (el trabajo informativo que desarrollan los periodistas), objetivos políticos (cuando los mismos periodistas, directivos o dueños pretenden influir el debate público o el poder político) y objetivos económicos (cuando la dirección de un medio busca el beneficio para la empresa)14. Cualquiera que haya trabajado en una redacción ha visto (o protagonizado) “peleas” recurrentes entre periodistas, editores y vendedores. Son conflictos que se dan constantemente en el interior de un diario, una emisora o un canal de TV y que demuestran la complejidad de una actividad tan multifacética como es la comunicación. En consecuencia, como bien señala Fernando Ruiz, existen grados de periodismo independiente no sólo según los diferentes medios, sino entre los distintos periodistas, secciones o espacios de un mismo medio. Y aun ese medio, en diferentes épocas, podría llegar actuar de distintas maneras. Si un gobierno tiende a considerar a la prensa o a los periodistas como enemigos (y los gobiernos deben entender que el periodismo siempre es crítico) es inevitable que los medios comiencen a privilegiar una función política y actúen, muchos de ellos y hasta cierto punto, como “opositores”. Es, precisamente, el escenario que ha generado el kirchnerismo en la Argentina. En un medio de comunicación “normal”, la figura de un “jefe” que obliga o induce a sus subordinados a sostener posiciones a rajatabla es una verdadera rareza, incompatible con los requerimientos de un periodismo dinámico, complejo y creíble (lo cual no quiere decir que no existan líneas editoriales, factor completamente legítimo y diferente y que no impide grados de pluralismo interno en un diario o emisora). 14 Esta idea ha sido desarrollada por el investigador Fernando Ruiz en “Fronteras móviles: caos y control en la relación entre medios y políticos en América Latina”. En: Sorj, Bernardo (comp.) (2010). Poder político y medios de comunicación: de la representación política al reality show. Buenos Aires: Siglo XXI, p. 17-61. 20 Sólo quienes no conocen como funciona una redacción pueden suponer que existe semejante cosa. Si hay algún sector que puede operar realmente así son los medios oficiales/oficialistas y paragubernamentales que cumplen funciones esencialmente propagandísticas y no periodísticas. El hecho de que los periodistas profesionales o independientes puedan tener una ideología o que las empresas de comunicación inevitablemente posean intereses, sin embargo, es muy distinto de la grosera caricatura del periodismo que quiere pintar el kirchnerismo. Evidentemente, supone que los medios de comunicación y los periodistas actúan con la lógica de su aparato de propaganda. “Propaganda” es aquí el concepto clave. El concepto de “periodismo militante” es una verdadera contradicción en términos. Quien lo ejerce es meramente un propagandista. Es un pseudoperiodista que —al contrario del periodista profesional o independiente— pone su militancia por delante del periodismo. Es decir, primero los intereses de la fuerza política a la que responde y después los hechos que debería contar o evaluar. Subordina las noticias o sus opiniones a la estrategia de poder de su grupo. Coloca primero la política (o la “razón de Estado”, si es gobierno) y luego la verdad. Ni siquiera intenta ni tiene como meta “ideal” transmitir la realidad. De entrada acepta que puede ser un difusor del engaño y de la mentira. El controvertido Orlando Barone fue muy sincero cuando manifestó: “yo soy un experiodista”, asumiendo que se convirtió en algo diferente. Un orgulloso militante mediático, quizás, en su propia óptica. Un mero propagandista, para otras visiones. Por eso, un periodista independiente que sea kirchnerista sincero no es un problema. Se podrá estar o no de acuerdo o se podrá o no debatir con él. Pero es muy distinto cuando se considera un “periodista militante”, es decir, un propagandista. Ya no existe en ese caso un ánimo racional de debatir hechos o ideas, una actitud honesta de convencer o de dejarse convencer con argumentos, sino una “obediencia debida” a la línea partidaria, hoy —además— reducida a lo que determine una sola persona desde la Presidencia de la Nación. Desgraciadamente, es difícil distinguir en la actualidad qué periodistas apoyan con sinceridad las acciones del kirchnerismo y cuáles son propagandistas cooptados. Unos y otros operan en su mayoría desde un sector oficial/paragubernamental subsidiado con dinero de los contribuyentes y en medios de comunicación que generalmente carecen de todo pluralismo interno. Por otro lado, más allá de posturas filosóficas cartesianas, kantianas, hegelianas o de la película The Truman Show, la realidad externa existe. Al menos, todos actuamos como si existiera: por eso miramos al cruzar la calle y por eso La Cámpora aspira a ocupar los espacios de poder (y a buenos sueldos). Los hechos existen y existen realidades diferentes a los “dibujos” del INDEC o las inauguraciones y reinauguraciones de obras que nunca se habilitan. La realidad no es El Relato, ni una “sensación”, ni una “construcción ideológica”, como suponen muchos kirchneristas. Por eso creen, equivocadamente, que controlando el discurso se puede controlar la realidad. La brutalidad del nazismo no puede compararse nunca con problemas que surjan en democracia. Pero, muy lejos de Berlín y de 1945, hay quienes tienen conceptos de comunicación basados en premisas similares. El ministro de Propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, pronunció una frase menos conocida que las usualmente citadas. Dijo “la propaganda es como el arte, no tiene obligación de respetar la verdad”. En ese sentido, no pudo definir mejor la esencia del llamado “periodismo militante”. Periodismo, corrupción y controles Uno de los fenómenos sobre el cual el kirchnerismo se regodea a sus anchas son las eventuales constataciones o sospechas de corrupción, falta de ética o conflicto de intereses que cada tanto se dan en el campo del periodismo no K. Por supuesto, el kirchnerismo nunca ha formulado críticas, imputaciones o denuncias que involucren a periodistas amigos, sostenedores o “militantes” propios. Como en muchas otras actividades —y más en un país donde hay una significativa corrupción o falta de ética en la propia política—, es lógico que algunos periodistas y medios no hayan sido inmunes a la corrupción o a ser comprados por intereses 15 . Lamentablemente, estas prácticas han aumentado progresivamente, más que nada incentivadas desde esferas oficiales. El público es muy perspicaz para identificar a periodistas y medios “comprados” o que se dedican a defender intereses para beneficio propio. Esto ocurría mucho antes del supuesto debate que instaló la discusión de la Ley de Medios. En un periodista y en un medio, la credibilidad es fundamental. Y la notoriedad de un periodista o el poder de un medio no garantizan nada: hay periodistas o medios muy conspicuos, muy escuchados o muy leídos, pero a quienes no siempre se les cree; tampoco logran automáticamente hacer cambiar de opinión a las personas y menos aún “desestabilizar” gobiernos. En sentido contrario, un medio periodístico creíble puede enfrentarse ventajosamente a todo un sistema de información controlada o manipulada: en el pasado, la modesta pero orgullosa CW1 Radio Colonia, en Uruguay, era más confiable que centenares de emisoras, canales y diarios argentinos. 15 En todos los países siempre ha existido una porción de “periodistas” o medios cuya actividad se debe primordial o exclusivamente a avanzar una agenda de ventajas o negocios extraperiodísticos (políticos o empresariales) para sí mismos y para ganar influencia frente al Estado o al sector privado. Pueden ser comunicadores con espacios alquilados, radios de pueblo que atacan o ponderan al intendente local o un canal de TV en una ciudad grande que sea prolongación de otro negocio. La calidad periodística de la labor de esas personas y de esos medios es baja y su credibilidad suele ser mínima. El problema es cuando los principales periodistas o medios de un país pasan a formar parte de ese segmento. No es el caso de la Argentina. 21 Hay algo que puede hacer el Estado para combatir las prácticas corruptas del periodismo: no estimularlas desde el mismo gobierno o con dineros oficiales. Ir más allá y darle a las autoridades un “poder de policía” sobre medios y periodistas para someterlos a un contralor “ético” o de conducta pone en serio riesgo la libertad de expresión. Quienes deben luchar contra la corrupción en el periodismo son los medios y periodistas honestos, las ONG, una justicia independiente y la propia sociedad en su conjunto. Pero no hay que engañarse: las quejas y denuncias del gobierno kirchnerista sobre eventuales casos de corrupción en el periodismo —aun cuando sean reales— son sólo un arma de “apriete” contra el periodismo profesional independiente y crítico. Si al gobierno le interesara tanto la ética en el periodismo comenzaría por dejar de utilizar prebendas para cooptar periodistas y medios. El periodista Jorge Lanata señaló: “Es gracioso, ningún gobierno compró tantos periodistas como éste [...] [pero] reclama un tribunal de ética. Lo hace la misma semana que declaran que tienen departamentos de dos palos [...] Uno de los gobiernos más corruptos que tuvo la Argentina pide un tribunal de ética. Fue una propuesta patética [...] La gente no es idiota, la mayoría de estos periodistas laburan en el Estado y cobran sueldos mucho más altos en Radio Nacional, Canal 7 y Télam. Me encantaría que saliera la ley de ética pública para que los sicarios de 6-7-8 digan cuánto ganan, o que Szpolski y Garfunkel declaren sus ingresos. Que se sepan los detalles de Fútbol para todos. Que se sepa los avisos oficiales que discriminan. Y estaría bueno saber las cifras en negro que manejan los ministerios” (Periodismo para todos, LS85-TV El Trece, 19.08.2012). Otro periodista, James Neilson, acotó con agudeza: “Si bien a esta altura es evidente que en [el ámbito de la ética] [...] ni los kirchneristas ni sus esforzados soldados mediáticos cuentan con nada que podría calificarse de autoridad moral, sus propias deficiencias en tal ámbito los tienen sin cuidado. Son realistas. Saben que, mal que les pese, los periodistas independientes se ven constreñidos a acatar pautas éticas que son mucho más rigurosas que las juzgadas apropiadas para políticos o propagandistas a sueldo. Por lo tanto, una acusación que no perjudicaría en absoluto a un “militante” —antes bien, lo ayudaría a congraciarse con la líder máxima— podría resultar más que suficiente como para desprestigiar por años a alguien cuya reputación se basa en su presunto compromiso con ideales más elevados” (Noticias, 17.08.2012). Por supuesto, la crítica a periodistas y medios de parte de la sociedad es muy sana. Internet y las redes sociales han posibilitado confrontar versiones, detectar errores, discutir buenas y malas praxis y, también, que cualquier persona pueda exponer y debatir datos, hechos y opiniones. Está bien que los periodistas y medios no tengan una autoridad incuestionada, de la misma forma que ambos le exigen lo propio a políticos y personajes públicos. Todo esto es muy distinto a que ese cuestionamiento provenga de un gobierno o de poderes que detesten al periodismo por su función legítima. La cuestión de la concentración En una investigación sobre la concentración de las industrias culturales en América Latina, los especialistas Guillermo Mastrini y Martín Becerra, recurriendo a una visión convencional, llegan a la conclusión de que la Argentina tiene índices de concentración superiores a la media de la región. Señalan en que en prensa escrita, TV abierta o TV paga los cuatro principales operadores dominan más del 75% del mercado, lo cual es acentuado por el hecho de que los mismos grupos controlan varias de las empresas principales de cada segmento16. Pero hay otro modo de evaluar la cuestión. El sociólogo Manuel Mora y Araujo realiza un muy interesante análisis (los subrayados son nuestros): “Normalmente, el concepto de concentración, o de grado de monopolización en una industria, es referido a la distribución del mercado, el market share. Eso requiere una definición, no siempre sencilla, de cuál es la industria, o más apropiadamente, cuál es la cadena de valor a la que se aplican esos conceptos. Los medios de prensa suelen ser definidos como el conjunto de medios gráficos, radiales, televisivos de aire y televisivos de cable. Sin duda, la provisión de insumos básicos, por ejemplo el papel para los gráficos y los contenidos para todos, pero sobre todo para los televisivos, son eslabones relevantes de la cadena. Además, ahora que el mundo cambia más rápidamente, aparecen nuevos medios a los que es difícil aplicar los mismos conceptos, porque son por definición virtuales y a menudo bastante intangibles; pero no hay duda de que entran a conformar el mismo mercado. Y cuando se incorpora a esos nuevos eslabones, el problema de los proveedores es de una magnitud descomunal. En los últimos años se ha hablado más de la puja regulatoria y judicial por Microsoft que de la concentración en el mercado de diarios o de radios. El regulador, en casi todas partes del mundo, busca evitar altos grados de concentración, primero en cada eslabón, segundo en la cadena integrada. En la Argentina se habla más de algunos aspectos de todo esto que de otros. Que distintos eslabones críticos en la cadena estén muy concentrados parece inquietante en todas partes del mundo —excepto en los países muy estatistas, donde todo está por 16 Mastrini, Guillermo y Becerra, Martín (2006). Periodistas y magnates: estructura y concentración de las industrias culturales en América Latina. Buenos Aires: Prometeo, p. 106. 22 definición muy concentrado—. De eso se está hablando hoy en la Argentina, pero no por muchas más razones que el interés del gobierno por “desarmar” la posición dominante del Grupo Clarín en esa cadena. El debate de fondo debería empezar por otro lado: ¿cuál es la estructura de distribución del mercado que en mayor medida favorece los grados de libertad disponibles al público para informarse o satisfacer sus demandas de consumo de medios? Parte de la lógica que suele aplicarse a los mercados de otros bienes no es muy razonable en el caso de los medios. Para ponerlo en pocas palabras: si Clarín, o quien fuese, tiene el 48, el 38 o el 28% del mercado, posiblemente es menos importante que el número de oferentes independientes en ese mercado. Un mercado con tres oferentes al 33% cada uno, o uno con cinco oferentes al 20% cada uno, no es concentrado; pero si uno tiene el 50% y los demás el 12% cada uno, está más concentrado. Ahora, siguiendo esa definición, la concentración cambiaría muy poco si ese 50% estuviese distribuido no entre cuatro sino entre cuarenta oferentes. Y esta situación sería inmensamente más beneficiosa para la sociedad y para los consumidores que la primera [...]. Lo relevante no es cuánto mercado tienen los que tienen más sino cuántas opciones tienen los segmentos del público que quieren oír otras voces, o que quieren hacerse oír, para lo cual nada ha habido en la historia comparable a lo que hoy ofrecen los nuevos medios —mientras a los gobernantes no se les ocurra tratar de interferir [...]. [Un buen sistema de comunicación debería lograr] que el mayor número posible de nichos de demanda encuentre las voces y los canales que buscan, y que del lado de la oferta puedan ingeniárselas para llegar a ellos [...] El sistema tiene que ser abierto, y no importa demasiado cuánto tiene el que tiene más. Si alguien tiene algo para ofrecer, es posible que aparezca la demanda; si alguien detecta que la demanda está ahí, latente, es posible que se decida a producir una oferta. Que esto pueda ocurrir es lo que debería preocuparnos más: el problema no es cómo acallar algunas voces sino cómo estimular la multiplicación del número de voces”. (Perfil, 19.09.2009). Si seguimos el criterio de Mora y Araujo notamos que las posibilidades de elección de las audiencias argentinas, en general, son amplias y que el poder del Grupo Clarín las afecta poco. Clarín opera 1 de 5 canales de TV abierta VHF en Buenos Aires, 4 de una cincuentena de canales legales de TV abierta en todo el país, 2 emisoras de AM de más de 200 (una sola en Buenos Aires), así como 9 emisoras de FM de más de 10.000 en todo el territorio argentino. En 2009 tenía el 48% (o 58% según AFSCA) de los abonados de cable a nivel nacional, proporción que según el grupo ha bajado al 40% en 2013, frente al crecimiento de DirecTV y otros medios de televisión paga. Todos los sistemas de cable de Clarín en ciudades grandes y medianas siempre afrontaron la competencia de al menos otro operador de cable, además de DirecTV. El principal canal de televisión abierta de Clarín —LS85-TV El Trece— en los últimos 20 años (excepto en 2010 y 2011) estuvo siempre segundo en el rating, perdiendo contra Telefé. Nunca superó el 35% de la audiencia total, en promedio diario, en su zona de cobertura. Mientras tanto ¿en qué afecta la existencia del Grupo Clarín para que pueda funcionar una radio barrial o un canal de TV indígena? Durante mucho tiempo el problema de los medios audiovisuales en la Argentina fue que había pocos y que no se llamaba a concursos para que surgieran nuevos, un tema relativamente independiente de las leyes de radiodifusión. Es cierto que existen situaciones de concentración en determinados ámbitos/segmentos locales, como Rosario (Grupo Vila-Manzano en diarios/radio AM) o Mar del Plata (Grupo Aldrey Iglesias también en diarios/radios AM). Curiosamente ambos grupos se han situado cerca del gobierno en los últimos tiempos y, por tanto, no suelen ser objeto de críticas desde ámbitos oficiales. Estas y otras situaciones similares en ciudades menores se dan en parte por políticas inadecuadas de adjudicación/denegación de licencias y por el hecho de que emisoras de radio o TV que podrían competir con tales prestadores dominantes desarrollan su actividad en marcos regulatorios limitativos e inestables — los que persisten todavía luego de la Ley de Medios— y las condenan a situaciones precarias, lo cual favorece a quienes de antemano tienen mayor capital y poder de lobby. Por último, los años de la mayor concentración de medios en la Argentina —y esto raramente es citado por los investigadores de la comunicación— no fueron los 90 ni la etapa actual, sino la década 1973-1983. Durante ese periodo, el 100% de la TV de Buenos Aires y Tucumán, el 50% de la TV de Mar del Plata y Mendoza, cerca del 80% de la radio de Buenos Aires y el 100% de la radio de Córdoba, Rosario y Tucumán era operado por el Estado nacional y de un modo no precisamente pluralista. (El cable recién ingresó en Buenos Aires en 1983.) Aún entre 1983 y 1990 el Estado conservó en su poder el 75% de la TV abierta de Buenos Aires (que influye en la de todo el país). Política, libertades públicas y comunicación Es importante advertir que el kirchnerismo no representa una fuerza política “normal”. Quizás lo fue en el pasado y hasta tiene alguna posibilidad de serlo en el futuro, si es que subsiste. Hoy día no lo es. Esto no se relaciona con una cuestión de ideologías (derecha, izquierda o centro) y ni siquiera con los resultados de su gestión; asimismo, va más allá de su legitimidad de origen democrática, que nadie discute. 23 El centro del problema es el accionar del kirchnerismo en el gobierno como un elemento lesivo para el ejercicio de la democracia y la convivencia debido a sus afanes de control, perpetuidad, desapego a la ley y uso indiscriminado del conflicto sin medir consecuencias. El kirchnerismo dice llevar adelante un “modelo” para beneficio del pueblo argentino. Pero hoy está compuesto por dirigentes que se han vuelto millonarios en el gobierno y que le niegan a la ciudadanía privilegios que ellos mismos se asignan. Mientras le dicen a la gente que se puede comer con seis pesos por día, reducen la inflación a un invento o conspiración y la inseguridad a una sensación; condenan al periodismo que descubre hechos de corrupción o contradicciones entre la realidad y El Relato y, a la vez, cree (o simula creer) que el descontento se debe a que está “manejada” por “los medios” (curiosamente, ignorando el accionar de los numerosos medios K)17. Es en este marco donde deben situarse las cuestiones sobre comunicación y libertad de expresión. Cuando los kirchneristas afirman con aire de víctimas que “los medios” son “la oposición” no hacen sino anunciar una profecía autocumplida. Ellos mismos han colocado al periodismo independiente en esa situación a partir de arrinconarlo y considerarlo “enemigo” sólo por informar, interpretar y opinar con datos, análisis y críticas que —suponen— contradicen su “modelo” y El Relato, creaciones del pensamiento único que los kirchneristas elevan a categorías absolutas de razón de Estado, una suerte de “doctrina de la seguridad del modelo (o de El Relato)”. Jorge Fernández Díaz denunció en 2011 la visión que el gobierno tiene de los periodistas: “Ninguna otra fuerza en la democracia moderna hizo tanto como el kirchnerismo para convertir al periodista profesional en un enemigo del Estado”18. En efecto, ningún grupo político que persista en una visión y conducta como la que hoy despliega el kirchnerismo puede garantizar en forma sostenible la libertad de expresión. En este sentido, el accionar del partido de gobierno debe ser denunciado y condenado, de modo que un fuerte clamor público lleve a sus integrantes a recapacitar seriamente o, al menos, les haga ver que no pueden conceder o restringir, según lo tengan a bien, una de las más básicas y necesarias libertades del sistema democrático. Al fin de cuentas, la Ley de Medios de hoy no es sino un pretexto. Sin considerar, por obvias, la censura y demás enormidades de los gobiernos de facto contra la libertad de expresión y concentrándonos sólo en las gestiones emanadas del voto, cabe preguntarse ¿cuál es la diferencia entre la incautación del principal diario del país en 1951 (La Prensa), la intervención por parte del Estado de los canales privados de TV en 1974 — que los puso en manos de López Rega y luego de los militares— y el intento de desmantelamiento del Grupo Clarín? Las justificaciones declaradas fueron distintas en cada caso. En los 50 era expropiar el diario de la “oligarquía vacuna”, exponente máximo de la “contra”. En los 70 se pretendía “recuperar los canales para el pueblo” y “liberarlos de la dependencia norteamericana y sus socios”, así como de la “alienación” de la publicidad y el “sensacionalismo” (temas de los que curiosamente ya casi nadie habla pero que en su momento algunos los consideraron entre los principales problemas nacionales). Y en 2012 se buscaba “desmantelar el monopolio destituyente y la concentración mediática”. Pero eran variaciones de un mismo fenómeno: todas las acciones estuvieron precedidas por intensas campañas movilizadas desde el gobierno, que usaban defectos reales o imaginarios de estos medios con el objetivo de lograr consenso para su incautación o cierre. Cuando estos propósitos se consumaron, en ningún caso hubo más libertad después, sino todo lo contrario. En verdad, son acciones llevadas adelante por las mismas capillas políticas e ideológicas que quieren limitar la libre expresión e imponer el pensamiento único. La reconstrucción de la libertad de expresión plena será una tarea pendiente cuando se inicie una nueva etapa en la República Argentina. Esto implicará, entre otras cosas, competencia real de medios grandes y pequeños de distintas ofertas y visiones —sin privilegios ni exclusiones—, eliminación del ambiente de temor y obsecuencia promovido desde el Estado, medios públicos verdaderamente pluralistas y desvinculados del gobierno, impulso de la comunicación gubernamental no propagandística y establecimiento de la veracidad y la transparencia en la información pública. Por esta razón, nuestro trabajo no se limita a una descripción crítica del kirchnerismo en comunicación e incluye, consecuentemente, una propuesta para el debate que recoge los puntos anteriores (ver PARTE I). 17 “‛El tema de La Cámpora en las escuelas es una vergüenza. Al [Colegio] Lasalle de Ramos Mejía, por permiso del director, entró La Cámpora. Yo me fui a quejar y el director me contestó que yo leo mucho Clarín’, dijo una vecina de esa localidad de La Matanza, Patricia Álvarez, 44 años” (Clarín, 14.09.2012). 18 La Nación, 07.05.2011. 24