el carisma de sanación - Renovación Carismática Católica en España

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Renovación Carismática Católica en España
Material de Formación
EL CARISMA DE SANACIÓN
INTRODUCCIÓN
Son muchos los carismas. Y son muchos, también, los
dones que el Espíritu Santo concede, tanto a la
Iglesia en general como a la Renovación Carismática
en particular. Pero si hay un carisma controvertido
ése es, precisamente, el de sanación. Por una parte
hay cristianos de fe sencilla y confiada que buscan las
intervenciones milagrosas de Dios, que oran pidiendo
la curación propia o la de sus seres queridos, que
acuden a los lugares o a las personas que están más
o menos rodeados de fama de ser instrumentos del
Señor de cara a esta posible curación. Para estas
personas, acudir a los grupos de la Renovación
supondría la posibilidad de crecer en la esperanza. Y
por otra parte hay cristianos comprometidos que
piensan que pedirle a Dios la sanación es ir en contra
de la cruz que debemos abrazar, que Jesucristo no ha
dicho que oremos al Padre pidiéndole que nos quite
el sufrimiento y la cruz, sino que carguemos con ella
como condición para seguirle.
Para estas personas, el carisma de sanación estaría
sobrando en la Iglesia. Son, en definitiva, las
personas que se dejan llevar por la lógica humana, y
no entienden que las cosas de Dios puedan ir por
caminos diferentes. Para ellas la Renovación
Carismática siempre sería sospechosa de estar
propiciando la sugestión y la histeria colectiva.
Son los dos extremos: los que niegan la existencia de
este carisma hoy en la Iglesia, no viendo siquiera su
necesidad; y los que se acercan a la Iglesia, desde el
sufrimiento, buscando sólo respuestas al mismo. Por
eso tenemos que buscar el equilibrio; y éste sólo
puede llegar dejándonos inundar por el Espíritu
Santo y acudiendo a la Sagrada Escritura para ver qué
es lo que el Señor nos ha querido revelar.
EL CARISMA DE SANACIÓN EN LA BIBLIA
Lo primero que hay que decir es que es cierto: en la
Palabra de Dios se nos muestran muchos relatos en
los que la curación física se hace realidad a través de
la oración de personas a las que Dios ha dado este
don.
Pero lo mismo que existe esta realidad, la Palabra de
Dios nos da el sentido último de estas curaciones.
Dios no da este don para acallar a sus detractores, ni
siquiera para darle la fe a los que ni la tienen ni la
buscan; ni da tampoco este don para el prestigio de
quien lo utiliza en el nombre del Señor. El don se
manifiesta sólo para que se reconozca el poder y la
gloria de Dios, para poner de manifiesto que Dios
está presente en la vida de las personas, que Él reina
sobre las fuerzas del mal que oprimen a los hombres
y mujeres de nuestro mundo.
Nos vamos a acercar a ambos testamentos para ver
cómo el carisma de sanación es una realidad que
aparece a lo largo de toda la historia de la salvación.
Lo haré de forma sencilla, dando sólo unas cuantas
pinceladas en forma de ejemplo.
El carisma de sanación en el Antiguo Testamento
Son muchos los signos que Dios ha realizado a través
de las personas que Él ha llamado para guiar e
iluminar la fe y la historia de su pueblo. Me fijaré sólo
en dos.
El primero se refiere al profeta Elías. Sabemos la
escena: ha acudido a casa de la viuda de Sarepta. Y
allí, casi en un adelanto del milagro de la
multiplicación de los panes y los peces, el profeta,
guiado por el Señor, hace posible que no falte la
harina y el aceite para hacer el pan. Acto seguido, el
hijo de la viuda enfermó y murió. Elías oró: “¡Señor,
Dios mío, devuelve la vida a este niño!” (1R 17, 21). Y
el Señor, tras la oración, escuchó a Elías y el niño
volvió a la vida. Ante este hecho, su madre
dijo:”Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y
que la palabra del Señor se cumple” (1R 17,24). La
sanación, pues, signo de que la palabra de Dios es
eficaz y hace lo que dice. Y de que Dios escoge
personas para actuar en su nombre.
El segundo caso es el de Elíseo. Se trata de la
curación de Naamán, el sirio, que viaja desde su país
buscando al hombre de Dios y que, aun en el
desconcierto, hace lo que le ha dicho el profeta
quedando así curado de la lepra. “Entonces Naamán
bajó al Jordán, se bañó siete veces, como había dicho
el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la
de un niño" (2R 5, 14). La sanación, por tanto, como
consecuencia de la confianza y de la fe. Pero también
como consecuencia de un proceso de maduración en
la misma.
El carisma de sanación
Pepe Márquez
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El carisma de sanación en Jesús de Nazaret
Nada más hay que abrir los Evangelios para descubrir
cómo Jesús, que estaba lleno del Espíritu Santo, curó
a muchas personas de sus enfermedades y dolencias.
Leprosos, paralíticos, cojos, sordos, ciegos,
endemoniados, muertos... oyen la voz de Dios
cuando Jesús les habla y quedan sanados. Tal vez por
eso, desde el comienzo de su ministerio, Él se aplica
así mismo lo que ya había profetizado el profeta
Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
me ha ungido para anunciar la buena noticia a los
pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los
cautivos y dar la vista a los ciegos, a libertar a los
oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor”
(Lc 4, 18-19).
Son muchos los textos donde esta realidad se pone
de manifiesto: “Al ponerse el sol llevaron ante Jesús
enfermos de todo tipo; y Él, poniendo las manos
sobre cada uno de ellos, los curaba” (Lc 4, 40).
Y hay sobre todo un texto muy importante. Juan
Bautista estaba en la cárcel. Tenía dudas. Y envía a
sus discípulos a preguntarle a Jesús si es Él el que
tenía que venir o debían esperar a otro. “En aquel
momento, Jesús curó a muchos de sus
enfermedades, dolencias y malos espíritus, y
devolvió la vista a muchos ciegos. Después les
respondió: Id y contadle a Juan lo que habéis visto y
oído: los ciegos ven, los sordos oyen, los muertos
resucitan, y a los pobres se les anuncia la buena
noticia” (Lc 7, 21-22).
curarán [...] y el Señor cooperaba con ellos
confirmando la palabra con las señales que la
acompañaban” (Mc 16, 15-20).
Los Hechos de los Apóstoles son la confirmación de
cómo la Iglesia iba creciendo por el testimonio de
vida de los creyentes, por la predicación de la Palabra
y por los signos que los discípulos de Cristo
realizaban en su nombre. Un ejemplo: la curación de
un paralítico que pedía limosna en la puerta del
templo. Pedro lo expresó bien: “No tengo plata ni
oro; pero te doy lo que tengo: en nombre de
Jesucristo Nazareno, echa a andar” (Hch 3, 6).
San Pablo, cuando enumera los dones presentes en
la comunidad da carta de naturaleza al carisma de
sanación: “A cada cual se le concede la manifestación
del Espíritu para el bien de todos; porque a uno el
Espíritu lo capacita para hablar con sabiduría,
mientras a otro el mismo Espíritu le otorga un
profundo conocimiento. Este mismo Espíritu concede
a uno el don de la fe, a otro el carisma de curar
enfermedades, a otro el poder de realizar
milagros...” (1 Co 12, 7-10).
EL SENTIDO DEL CARISMA DE SANACIÓN
De alguna manera ya está dicho. Pero creo que sería
bueno que se concretasen tres cosas que son muy
importantes. Con este motivo, lo mejor será fijar los
ojos en el Señor Jesús y en las páginas del Evangelio.
La fe en quien pide la sanación
Es decir: la sanación es signo de que el Reino de Dios
ya está aquí, de que Dios ya está actuando en el
mundo, de que es Dios quien salva y quita ataduras,
de que el poder de Dios está por encima del poder
del pecado, del mal y la muerte.
Y un dato curioso. Jesús no cura sólo a los que
pertenecen al Pueblo de Dios, sino también a los
paganos. La curación de la cananea es un buen
ejemplo (Mt 15,27). Quien tiene el carisma de
sanación no pide el carné a nadie, simplemente mira
la fe de quien acude a él.
El carisma de sanación
El carisma de sanación en otros textos del nuevo
testamento
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No sólo Jesús sana a los enfermos, sino que también
sus discípulos están ungidos por el Espíritu para
extender el Reino de Dios y hacerlo presente a través
de signos. “ld a todo el mundo y proclamad la buena
noticia a toda criatura... A los que crean les
acompañarán estas señales: expulsarán demonios en
mi nombre, hablarán en lenguas nuevas [...]
impondrán las manos a los enfermos y éstos se
Hace falta fe para reconocer los dones de Dios. Y fe
también para aceptarlos y pedirlos. La fe mueve
montañas, y en la fe se pone la confianza solamente
en el Señor. Ante Herodes Jesús no realizó ningún
signo, porque Herodes no buscaba a Dios sino sólo el
signo (Lc 23, 8-12). Jesús cura al criado del centurión
romano porque se lo pide con fe: “Yo no soy digno
de que entres en mi casa... pero basta una palabra
tuya para que mi criado quede curado... Al oír esto,
Jesús quedó admirado y, volviéndose a la gente que
lo seguía, dijo: Os digo que ni en Israel he encontrado
una fe tan grande. Y al volver a la casa, los enviados
encontraron sano al criado” (Lc 7,6-10). Y cura
también a la mujer con flujos de sangre, porque en
medio de una multitud que lo estrujaba sólo ella lo
había tocado con fe (Lc 8, 43-48).
La compasión en quien tiene el carisma de sanación
Los carismas son dones del Espíritu que están al
servicio de los hermanos. Y a los hermanos sólo les
debemos el amor. Por eso, cada don del Espíritu nos
capacita para amar al otro de una forma concreta. El
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que tiene un carisma no es un funcionario del
Espíritu, porque los carismas sin amor no tienen
ningún sentido. Por tanto, el carisma de sanación, al
mismo tiempo que manifiesta el poder y la salvación
de Dios, es una expresión de amor al hermano. Quien
ama se compadece del sufrimiento de los demás. Y
desde esa sensibilidad de sufrir con el que sufre
brota el carisma de sanación.
Nos acercamos a Jesús para poderlo ver más de
cerca. “Se le acercó un leproso y le suplicó de
rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. Jesús,
compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo:
Quiero, queda limpio” (Mc 1, 40-41). El verbo griego
que traduce compadecer expresa todo el amor y la
emoción con la que Jesús curó al leproso. Y es
también lo que ocurre con la viuda de Naim: “El
Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: No
llores” (Lc 7,13). Y aún es más explícito Juan cuando
narra la resurrección de Lázaro.
Jesús llora la muerte del amigo, mientras los judíos
comentaban: “¡Cómo lo quería!” (Jn 11, 28-44).
EL CARISMA DE SANACIÓN EN LA RENOVACIÓN
CARISMÁTICA
Hasta ahora lo que ocurrió a lo largo de la historia de
la salvación, tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento. Pero mirando a nuestro mundo y a
nosotros mismos, ¿es posible que hoy se siga dando
el carisma de sanación? La experiencia en la
Renovación Carismática es que sí, que el Espíritu
Santo sigue derramando sus dones, y que la sanación
-tanto física como interior es un signo también hoy
de que Dios tiene poder sobre el mal, de que su
Reino está ya aquí entre nosotros.
¡Cuántas personas han acudido a la Renovación
buscando alguna curación! Es ésta una realidad que
no debería extrañarnos, porque también la gente
acudía a Jesús porque sanaba a los enfermos. Pero es
cierto que hay un riesgo: quedarnos en la curación y
no encontrarnos con Jesús, olvidando que es a Jesús
a quien hay que buscar, y no sólo lo que Jesús nos
pueda dar. Y si nos concede alguna gracia como signo
palpable de su amor, que respondamos con la misma
moneda. Porque amor con amor se paga.
La sanación física y la sanación interior
En la curación de la hemorroísa, Jesús le dice: “Hija,
tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc 8, 48). La mujer
no fue sólo curada de su enfermedad, sino que a
través de la sanación física descubrió la vida que
únicamente podía venirle del Señor. Y para ejemplo
gráfico el de la curación del paralítico de Cafarnaún.
Está claro que quería ser sanado de la parálisis, y sin
embargo Jesús le dice: “Ánimo, hijo, tus pecados te
quedan perdonados”: Jesús quiere ir al fondo, a la
raíz del mal. Por eso termina diciendo: “¿Qué es más
fácil decir: tus pecados quedan perdonados, o decir
levántate y anda? Vais a ver que el hijo del hombre
tiene en la tierra poder para perdonar los pecados.
Entonces se volvió al paralítico y le dijo: Levántate,
toma tu camilla y vete a tu casa” (Mt 9, 1-8).
Es necesario que descubramos que el carisma de
sanación no es un rito mágico que nos quita los
problemas y los dolores. Cuando el Señor, a través
del carisma de los hermanos, cura las enfermedades
es para que nos demos cuenta de que hay otra cosa
más importante que sanar: el corazón, la vida de la
persona. Por experiencia todos sabemos que, a
veces, es más fácil sanar el cuerpo que sanar el alma.
Pero Dios lo puede todo y en Él debemos confiar.
En la Renovación Carismática existe la experiencia de
que, cuando se ora y se intercede por las personas,
muchas son sanadas. Unas, de dolencias en el
cuerpo; y otras, de las heridas del alma, de un
pasado que paraliza, de la esclavitud del pecado. Y en
la Renovación existe también la experiencia de
personas que orando por los demás e invocando el
nombre de Jesucristo, descubren en ellas el carisma
de sanación. Y quien lo tiene bien sabe que no es
fruto de sus méritos sino don gratuito de Dios. Pero
es un don que hay que poner siempre al servicio de
los hermanos, al servicio del reino de Dios. Sin temor.
Con fe y con amor. Llenos siempre de compasión
hacia los que sufren. La Iglesia de hoy, en este
mundo secularizado y descreído que vivimos, está
necesitando de signos que pongan de manifiesto que
Dios no es una invención de los débiles sino una
respuesta salvadora. Está claro que Él no va a estar
cambiando continuamente las leyes de la naturaleza,
pero es evidente también que cuando hay amor y
hay fe todo es posible. La Renovación Carismática es
testigo de esta realidad.
Revista Nuevo Pentecostés nº 129
El carisma de sanación
Son dos carismas diferentes, pero ambos están muy
relacionados. El Señor no quiere sanar nuestro
cuerpo si este signo no vale para un cambio de vida.
Él quiere sanar la persona. Dios sana el cuerpo como
signo de que quiere y puede sanar toda la persona.
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