Curación de adentro hacia afuera

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Curación de adentro
hacia afuera
por Richard Mekdeci,
Maestro Licenciado Unity
Jesús nunca se atribuyó los milagros de
curación. La mujer que tocó su manto
fue sanada de sus hemorragias sin la
intervención de Jesús. Él le dijo: “Hija,
tu fe te ha sanado” (Marcos 5:34). Al
hombre en el estanque de Betesda se le
preguntó: “¿Quieres ser sano?” (Juan
5:6), indicando que el hombre tenía que
tomar parte en su propia sanación. A
Bartimeo también le fue dicho: “Vete,
tu fe te ha sanado” después de que fue
curado de su ceguera en Jericó (Marcos
10:52). Y Jesús le dijo al centurión,
quien le pidió que sanara a su criado:
“Vete, y como creíste te sea hecho”
(Mateo 8:13).
En nuestro conocimiento actual acerca
de la naturaleza de Dios, de nuestra
relación con Dios y de nuestra propia
naturaleza, vemos que la curación no
proviene de ningún poder o entidad
externos. La curación y la perfección
surgen o son “reveladas” de acuerdo a la
fe de cada persona. ¿Cómo se adquiere
suficiente fe para curarse a sí mismo?
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Los afligidos vieron a Jesús como algo más divino que ellos
mismos. Por lo tanto, tenían fe perfecta en que él los sanaría.
Ellos creían, sin lugar a duda, que Jesús podía sanarlos. El que
ellos creyeran que Jesús tenía poderes curativos especiales era
irrelevante. Lo importante fue que su fe en Jesús era tan fuerte
que fueron capaces de dejar atrás toda creencia en su indignidad
y pudieron verse a sí mismos sanos. Eso fue lo que permitió
que el poder sanador en su interior se expresara generando un
“milagro”. Por esta razón, es más justo decir que Jesús no fue
quien sanó, sino quien inspiró la sanación.
Para lograr la curación, sólo tenemos que tener fe en nuestra
naturaleza divina, como que si tuviéramos con nosotros a Jesús.
Jesús dijo: “Estas y mayores cosas pueden hacer”. Él sabía que
su trabajo no era sanar sino inspirar la curación con su ejemplo.
Los milagros de sanación en la Biblia son posibles para todo
aquel que tenga fe en sí mismo, tal como aquellos en las historias
de la Biblia tenían fe en que Jesús los sanaría.
No sanamos por algún poder místico externo, sino por nuestra
propia fe.
Ya sea que nuestra fe esté en alguien o en algo más, o en nosotros
mismos eso importa poco. La fe brota desde nuestro propio
sentido de autoestima y dignidad. La fe abre el camino para que
la perfección con la que fuimos creados pueda manifestarse a
través de nosotros.
No sanamos por algún poder
místico externo, sino por
nuestra propia fe.
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