La ciencia entre el autoritarismo y las políticas de Estado

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Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva
La ciencia entre el autoritarismo y las políticas de Estado
Por Lino Barañao
Buenos Aires, 28 de julio de 2016 – Cuando salió de la comisaría, tras haber sido
apaleado y detenido injustificadamente durante la noche del 29 de julio de 1966, el
profesor Warren Ambrose, eminente matemático del MIT quien entonces dictaba
clases en la Universidad Nacional de Buenos Aires, dirigió una carta al New York Times
para contar lo sucedido. En la misiva, ya entonces advirtió los efectos de aquella
conducta del gobierno de Onganía: “Va a retrasar seriamente el desarrollo del país, por
muchas razones entre las cuales se cuenta el hecho de que muchos de los mejores
profesores se van a ir”.
Cincuenta años después de la Noche de los Bastones Largos, es oportuno reflexionar
sobre la relación entre la producción de conocimiento y el autoritarismo, ya que los
científicos han sido víctimas de represión y/o exterminio en muchos regímenes
totalitarios. ¿A qué se debe el indeseado “privilegio” de pertenecer a ese blanco de
ataque? Las razones acaso se encuentren en la esencia misma del quehacer científico.
Más allá de las inversiones, la comunidad científica sólo puede desarrollarse en
ámbitos donde la libertad, el pluralismo y el debate sean norma, donde exista la
posibilidad de innovar y adoptar actitudes disruptivas, que disputen el terreno de lo
convencional. La curiosidad (que es la actitud opuesta al miedo) y la arrogancia (el
deseo de desafiar las teorías imperantes) son motivaciones esenciales del científico. Se
trata de actitudes claramente inconvenientes en un régimen que pretenda establecer
un pensamiento unívoco a través del temor a la autoridad.
En nuestro país, como lo presintió Ambrose, los eventos de una sola noche tuvieron
consecuencias mucho más profundas, que persistieron por décadas. Aunque mucho se
ha discutido sobre la conveniencia o no de que el repudio a la violenta intromisión se
haya manifestado por medio de renuncias mayoritarias, el resultado concreto fue la
profecía autocumplida: el retroceso irreversible del proceso nacional de desarrollo
científico-tecnológico que ya había posicionado a la Argentina a la vanguardia de la
ciencia latinoamericana.
Este proceso tenía su núcleo en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA,
donde figuras como Rolando García y Manuel Sadosky, por citar sólo a algunas, habían
logrado establecer las bases de una ciencia de calidad, preocupada por la solución de
problemas productivos y sociales. No debiera sorprender, por lo tanto, que fuera
precisamente en esta casa de estudios donde se focalizó la represión.
Desde esta perspectiva histórica, resulta evidente la fragilidad de los procesos de
construcción de una política de Estado en ciencia y tecnología y, en esta misma línea,
la importancia de mantener dichas políticas más allá de un período gubernamental.
¿Cómo constituir esas metas y estructurar un camino para alcanzarlas desde nuestro
Ministerio? Una primera definición generalista es perseguir un tipo de ciencia que sirva
para el desarrollo económico y social del país, que contribuya a crear una sociedad
más justa.
Junto a las distintas instituciones que componen la matriz del sistema científicotecnológico argentino, fuimos capaces de formular un plan estratégico de largo plazo.
Ese plan fue pensado de un modo inédito para la Argentina: no apuntaba al desarrollo
específico de las disciplinas sino al acoplamiento efectivo de la actividad científica con
los núcleos socio productivos que están anclados en los territorios.
Tras décadas de abandono, la ciencia argentina logró recuperar un vasto capital
intelectual que estaba disperso en el exterior y, como resultado de la repatriación de
1.295 investigadores y la consolidación de una política de Estado para la ciencia,
fortaleció a todo el sistema. Al ser producto del consenso de los distintos actores y al
enfocarse en la transformación positiva de la sociedad, estas políticas poseen un
carácter de perdurabilidad que puede trascender a los gobiernos.
El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva fue creado en diciembre de 2007 y es uno
de los únicos en Latinoamérica que contempla la innovación productiva asociada a la ciencia y la
tecnología. Su misión es orientar estos tres elementos hacia un nuevo modelo productivo que genere
mayor inclusión social y una mejor calidad de vida para los argentinos.
Sus acciones se materializan en:
Inversión: Para el 2016 el presupuesto destinado al sector científico tecnológico asciende a más de 9,9
mil millones de pesos.
Estímulo: Ya regresaron 1.295 científicos argentinos que se suman a los que hoy hacen ciencia en
nuestro país.
Capacitación: La formación de recursos humanos responde a las demandas de conocimiento que
requiere una nueva matriz tecnoproductiva.
Gestión: Organismos e instituciones de ciencia y tecnología forman un conjunto articulado, logrando un
sistema más eficaz.
Producción: Se impulsa la innovación de base tecnológica y la incorporación de la ciencia en la cultura
productiva de las empresas argentinas.
Integración: La transferencia de conocimiento ayuda a establecer un desarrollo equilibrado en todo el
territorio nacional.
Divulgación: Se promueve el quehacer científico tecnológico para acercar a la población el valor del
conocimiento.
Para más información de prensa comuníquese con:
Josefina Scasso – Responsable de prensa y difusión
Hernán Arias
María Pilar González
Sofía Casterán
Clarisa Del Río
Mariana Aguilar
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