Andrés Mexandeau y Diego A. Alustiza

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Andrés Mexandeau (DNI 32.187.543)
Diego A. Alustiza (DNI 33.774.764)
TEORÍA DEL ESTADO: Derecha e izquierda: ¿piezas de museo o realidades vigentes?
28/05/2012
RESUMEN
Ante todo, es necesario aclarar que, a los fines de este trabajo, debemos acotar el
estudio del tema que abordaremos mediante dos presupuestos de base, cuales son: que el
discurso postulado coincide con la acción que desarrolla quien lo articula (o sea, que es
sincero) y que el resultado buscado se verifica en la realidad (o sea, que es efectivo).
Luego, podemos adelantar que la distinción entre izquierda y derecha se encuentra
vigente en nuestros días, al menos desde los criterios que finalmente adoptamos.
La diferencia entre uno y otro descansa en el criterio elegido respecto de la
“igualdad” entre los hombres. Mientras que la izquierda tiende a privilegiarla, la derecha a
mantener la desigualdad. Ello se deriva de dos cosas: de la concepción antropológica que
cada una elige y de la creencia en la evitabilidad o no de las desigualdades verificadas.
Coexiste una segunda díada, la cual –sostendremos- es inescindible de la primera,
que es la de “extremistas – moderados”. Ésta parte del concepto de “libertad”. Los métodos
que utilizan los extremos, tienden a su restricción, en tanto que los moderados se
caracterizan por servirse de aquellos que tienden a preservarla. Es por ello que en el rango
medio del espectro político, que es el ámbito natural de los moderados, surge la democracia
como su cauce por antonomasia.
De tal suerte, se combinan ambas díadas dando lugar, esquemáticamente a cinco
posibilidades, a saber: izquierda extrema - igualitaria y autoritaria-; izquierda moderada igualitaria y liberal-; centro; derecha moderada - no igualitaria y liberal-; y derecha extrema
- no igualitaria y autoritaria. Vemos cómo los extremos mantienen una concepción
antagónica en cuanto a los fines perseguidos, pero coinciden en cuanto a los medios
escogidos.
Concluimos entonces que son los sectores moderados de ambos signos los que
solventan el estado democrático de derecho, y que la loable lucha por la igualdad debe
desarrollarse dentro de las cotas que el respeto a la libertad ofrece.
INTRODUCCIÓN
Las ideologías son intrínsecas al hombre, nos construyen, nos atraviesan y
determinan. La razón es nuestro atributo distintivo, aquello que nos caracteriza dentro del
universo viviente, la capacidad de pensar nuestra propia existencia. Asimismo, sólo en las
teorizaciones más ingenuas de los contractualistas de otrora encontramos al hombre en
soledad, siendo que está en verdad destinado a convivir socialmente con sus pares (En
palabras de Aristóteles, somos ese zoon politikon). Cualquiera que fuera la organización
que adoptemos para esa sociedad, las relaciones interpersonales son las que la construyen.
Los discursos se mezclan entre sí, se combinan, rebaten, superan. En tal dinámica
dialéctica, el pensamiento de uno es producto de las voces de todos. La influencia es
recíproca y fatal. Las ideas son pensadas colectivamente. Podemos decir entonces que “los
hombres nos pensamos a nosotros mismos”; ya nunca individualmente.
En el marco de nuestra vida social, uno de las facetas de esta introspección colectiva
–la protagonista por definición- es la atinente a las relaciones mismas que nos unen, es
decir, la política. Son justamente las interacciones discursivas las que construyen las
ideologías.
Haciendo una metáfora desde una perspectiva economicista, la organización jamás
puede ser neutra a los valores político- ideológicos: todo lo que se haga de una forma, no se
hará de otra. Es el llamado “costo de oportunidad”. Ese deber y derecho de opción, esa
elección, es de naturaleza política y –consecuentemente- ideológica.
Sea que realmente la disposición tienda a establecerse de esta manera, o sea que
aparezca como un esquema simplista para su explicación, lo cierto es que el juego político
ha sido entendido desde antiguo a través de la utilización de la metáfora schmidtteana de la
guerra. En ella, el espectro político se divide en dos facciones: amigos y enemigos. Dentro
de esta lógica maniquea, cada grupo se arroga todos los atributos positivos, en tanto que
endilga todo aquello considerado disvalioso en cabeza del oponente.
Por último, para completar esta breve introducción, vale recordar que la díada
izquierda-derecha nació en los días revolucionarios franceses de 1789. Surgió, como
sabemos, a raíz de una casual metáfora espacial, en donde los grupos con intereses y
opiniones contrapuestos se dispusieron hacia uno y otro lado del punto que fuera tomado
como de referencia (el presidente de la Asamblea). De tal suerte, quiso el azar que aquellos
que abogaban por un cambio en el estado de cosas imperante se ubicaran a la izquierda, en
tanto que los que pretendían mantener el orden establecido lo hicieran a la derecha. Es así
que, hace ya más de 200 años, la dupla antagónica se delineó primigeniamente como la de
“revolucionarios- conservadores”. Si bien el contenido de la díada ha ido variando a lo
largo del tiempo, esta idea original ha marcado el pensamiento político desde esos días
hasta los nuestros, y creemos, lo seguirá marcando.
OBJETIVO
El objeto de este trabajo consiste en analizar si las categorías presentadas continúan
teniendo vigencia o si, por el contrario, han sido devastadas por el curso del tiempo y de los
diversos acontecimientos históricos.
Al respecto, destacamos dos tesis contrapuestas. Por un lado, los pregoneros de la
desideologización de la vida social (a esto y no a otra cosa fue que se refirió Francis
Fukuyama cuando habló del “fin de la historia”, en tanto fin de las ideologías), y por el otro
aquellos que sostenemos (junto con Norberto Bobbio, José Pablo Feinmann, entre muchos
otros) que la naturaleza ideológica que reviste a la sociedad es inalienable, y que las
categorías en estudio siguen siendo relevantes y de total actualidad para la explicación de
las interacciones que en aquella se desarrollan.
EN BUSCA DE UN CRITERIO DE DISTINCIÓN
Lo complejo del análisis del tema puede verse reflejado en los diversos criterios de
distinción entre derecha e izquierda que se han dado, algunos de los cuales daremos cuenta
a modo ilustrativo:
Laponce sostiene que hay dos metáforas políticas que coexisten, utiliza la metáfora
espacial. Éstas son, una vertical: arriba - abajo, y otra horizontal: derecha - izquierda.
Cabe resaltar que es otra dualidad distinta aquella que se presenta en las democracias por la
confrontación del producto electoral: “mayorías - minorías”.
Cofrancesco plantea otro criterio: tradición (derecha) / emancipación (izquierda).
Sostiene este autor que la distinción es siempre históricamente relativa. Son “mentalidades”
o actitudes mentales más que políticas.
Galeotti analiza los distintos contextos en que se utiliza el binomio: en el lenguaje
ordinario; en el de la ideología- en que surge la díada: jerarquía (desigualdad natural) /
igualdad; en el análisis histórico – sociológico y en el estudio del imaginario social.
Revelli aporta que “derecha” e “izquierda” no son palabras que designen contenidos
fijados de una vez para siempre. Pueden designar diferentes contenidos según los tiempos y
las situaciones. Son términos relativos. Cabe recordar al respecto su origen azaroso y lo
dicho al respecto en la “Introducción”.
Bobbio señala que existen ciertos rasgos comunes a todas las distinciones, pudiendo
quedar configurada una superadora de esta manera: horizontal e igualitaria (izquierda) /
vertical y no igualitaria (derecha). Siendo el segundo de cada uno de estos términos el que
ha mantenido un valor más constante a lo largo del tiempo.
Hemos dicho que la esencia de la distinción entre la izquierda y la derecha, es la
diferente actitud que las dos partes muestren frente a la idea de “igualdad”: aquellos que se
declaran de izquierdas dan mayor importancia en su conducta moral y en su iniciativa
política a lo que convierte a los hombres en iguales, o a las formas de atenuar o reducir los
factores de desigualdad; los que se declaran de derechas están convencidos de que las
desigualdades son un dato ineliminable, y que al fin y al cabo ni siquiera deben desear su
eliminación.
La igualdad es el único criterio que persiste y, por lo tanto, fundador de los criterios
derivados. Igualitario es quien tiende a atenuar las diferencias y no igualitario aquel que
tiende a reforzarlas. No es ocioso recordar que la igualdad es un término relativo, y por
tanto, debe predicarse de algo con respecto a otra cosa. “Los hombres son tan iguales como
desiguales” recuerda Bobbio.
Una vez elegida a la igualdad como medida, resulta inevitable plantearse las
siguientes preguntas: ¿Entre quién se reparte? ¿Qué se reparte? ¿Cómo se reparte?
La actitud que una persona o grupo tome respecto de la repuesta a estas preguntas,
determinará el lugar clasificatorio que le corresponda dentro de la díada.
LA DISTINCIÓN EN NUESTRO CONCEPTO
Es fácilmente comprobable que la “igualdad” y “libertad” conviven en constante
puja la una con la otra. En general, cada uno avanza sobre el espacio del otro, de manera
poco menos que inversamente proporcional.
La díada “libertad – autoridad” no es suficiente como criterio de distinción entre
izquierda y derecha, sino más bien referida a los medios (más moderados o más
extremistas) utilizados tanto por una como por otra. Bobbio sostiene que “el criterio para
distinguir la derecha de la izquierda es la diferente apreciación con respecto a la idea de la
igualdad, y el criterio para distinguir el ala moderada de la extremista, tanto en la derecha
como en la izquierda, es la distinta actitud respecto a la libertad…”.
Nos permitimos agregar que el primer criterio no es autosuficiente, y que es
necesario conjugarlo con el segundo. Existe cierto juego entre la “igualdad” y la “libertad”
en tanto que para favorecer a la primera, es necesario limitar o disminuir la segunda. Con
este método, contamos con la ventaja de abarcar la totalidad del arco político, y dar cuenta
de las diferentes graduaciones dentro de cada flanco. Sirve además como herramienta para
analizar que “cantidad” de libertad corresponde a cada “grado” de igualdad.
Como apuntamos al principio del trabajo, creemos que lo correcto es buscar el
punto en el que se favorezca la igualdad sin desatender la exigencia de libertad que tiene
todo Estado Democrático de Derecho.
DESARROLLO
Como hemos adelantado en las primeras líneas de este trabajo, nos vimos obligados
a acotar el estudio del tema mediante dos presupuestos: la sinceridad del discurso y la
eficacia de las medidas que lo materializan.
Pero no podemos dejar de señalar que la contrastación con la realidad es,
muchas veces, tristemente diferente. Es habitual en las izquierdas negar que los gobiernos
que se autoproclaman como tales lo sean realmente, siempre que la performance que
consiguieran en oportunidad de su intervención política hubiera sido desfavorable. Tal lo
que ha pasado con el derrumbe del bloque socialista soviético.
Asimismo, en un escenario político determinado por las leyes de mercado más que
por el dictado de las convicciones, las denominaciones también se usan como herramientas
de marketing. Se utiliza una u otra etiqueta en función de los réditos que puede conferir a
las necesidades electorales en un contexto social dado.
“Otra forma de amor neurótico consiste en el uso de mecanismos proyectivos
a fin de evadirse de los problemas propios y concentrarse, en cambio, en los defectos
y las flaquezas de la persona <amada>. Los individuos se comportan en ese sentido
muy similar a los grupos, naciones o religiones. Son muy sutiles para captar hasta
los menores defectos de la otra persona y viven felices ignorando los propios,
siempre ocupados tratando de acusar o reformar a la otra persona” (Erich Fromm,
El arte de amar).
Utilizamos este bello párrafo de Fromm como la mejor explicación- metafórica
claro está- del uso que la derecha e izquierda dan a esos mismos conceptos en la lucha
política.
Apuntamos que, actualmente por ejemplo, no es redituable políticamente (o bien
visto socialmente) quien se autoproclama de derecha en la Argentina del año 2012, ya que
en la definición (aunque vaga e imprecisa) del imaginario colectivo, se lo relaciona como lo
opuesto a lo que busca la izquierda (al menos la moderada), que es (en lo inmediato) la
aplicación de los derechos de los más débiles. Se lo asocia también, con justa razón, a
períodos oscuros de nuestra historia a los que pocos quieren retornar.
Ello no quiere decir, o al menos no demuestra, que la derecha busque los mismos
fines. Y si lo hace la diferencia consiste en que la izquierda lo hace como un fin en sí
mismo, mientras que la derecha lo utiliza como un medio para “domar” a las masas
relegadas (que son los más de la población) y de esa manera poder mantener el orden de
cosas presente.
No fue así en otros momentos de la historia (y seguramente tampoco lo está siendo
en latitudes contemporáneas pero desconocidas en el análisis), cuando eran apreciados los
criterios discriminatorios (incluso racistas) desde las élites dominantes (el desprecio abierto
hacia los indios, los gauchos, los extranjeros, los anarquistas, etc., hasta llegar incluso a su
criminalización).
Se creía legítima la desigualdad impuesta, y en función de ello, se defendía sin
tapujos (v. gr.: Julio Argentino Roca y el discurso de la oligarquía terrateniente e incluso de
reformadores como Domingo Faustino Sarmiento, que en términos relativos, haciendo una
lectura desde su época, no podría ser considerado como de derecha).
El desarrollo de los Derechos Humanos a lo largo del siglo XX ha llevado a la
exaltación de los fines buscados históricamente por la izquierda (igualdad, libertad material
y real) y un consecuente desprecio o desprestigio de la derecha, por ser su opuesto. Es claro
que desde este último sector dirán que ellos “buscan” lo mismo pero, como hemos
expuesto, solo “usan” lo mismo para “buscar” algo diferente.
La diferencia, por tanto, es ideológica, axiológica, metodológica y de objetivos
últimos, lo que se refleja en lo discursivo. No es casual que en el discurso de la derecha no
se escuche con fuerza la reivindicación de los derechos de los más débiles mientras que en
el de izquierda sí, ya que sólo le importa como herramienta eventual, contingente, no
siempre necesaria, para alcanzar su fin último.
El recurso para no inmolarse políticamente definiéndose como de derecha suele ser
negar las ideologías, negar consecuentemente la díada izquierda – derecha. Trasladar la
discusión al plano de los problemas objetivos y avalorativos. Dicen que no hay que basarse
en posiciones sino en los problemas concretos. Se amparan en que los programas políticos
de izquierda y derecha tienen- hoy- los mismos fines inmediatos. Desde ya, si partimos
desde la concepción del hombre como un animal político, tal negación aparece como falaz.
No puede ser lo mismo solucionar un problema en favor de la igualdad que de la
desigualdad.
Es constatable fácilmente que en las sociedades democráticas de occidente, se da
una suerte de tríada, definida por una línea continua que une los extremos “derecha” e
“izquierda”, pasando por un “centro”.
Respecto del centro, es importante rescatar el concepto de “tercero incluyente”
como lo concibe Bobbio. Éste sería una superación que acerca a los extremos, utilizando la
hegeliana fórmula de tesis – antítesis – síntesis, llega al “socialismo liberal” que es su
preferencia política.
Las leyes tienden en general a mantener el statu quo, o por lo menos, a variar el
preexistente para redefinir otro y darle la calidad de estable. La izquierda (al menos las
posturas no moderadas) concibe la naturaleza del hombre de manera radicalmente opuesta a
como lo hizo la modernidad occidental. Esta última es la que ha establecido los regímenes
democráticos basados en ordenamientos jurídicos (derecho). Sea cual sea la tendencia
ideológica o de aplicación en acciones concretas que se tenga, siempre que se actúe dentro
de un orden democrático se estará solventando ese acuerdo de base sobre la naturaleza
humana. Por lo tanto, todo ese espectro de matices que orbita entre los extremos, redunda
en el mantenimiento de esa concepción. En este escenario, cabe preguntarse si la izquierda
extrema no combate sola contra todo el resto de la gama política, ya que el cambio que
quiere materializar no es simplemente material, sino conceptual (“el hombre nuevo”).
SIGNIFICADO EMOTIVO
La díada tiene tanto un significado descriptivo (que coincide con el del lenguaje
común) como uno emotivo o valorativo. Respecto del segundo, teniendo en cuenta que es
una relación antagónica, el valor positivo de uno de sus componentes implica
necesariamente el negativo del otro. Está claro que, variando el contexto en que nos
situemos, la asignación valorativa puede revertirse. Además, podemos decir que la
valoración influye en la definición descriptiva si la realiza un observador afín a uno de los
polos analizados.
No es novedad sostener que cada una de las dos partes utiliza los términos bajo
análisis para magnificar su propia postura, o para despreciar e insultar a la contraria.
También puede relevarse la existencia de una hermandad metafísica, sentimental y
atemporal entre los que se consideran sinceramente de izquierda (excluidos los oportunistas
políticos, que son como los “falsos amigos”), que no se da en la derecha (al menos expresa
o públicamente, aunque es posible que en ella se dé solapada pero no menos intensamente,
frente a la claridad de que existen intereses compartidos entre sus adeptos). Pero la
diferencia radica en el espíritu colectivo y solidario de la izquierda, contra el
individualismo o sectarismo de la derecha.
Se trata, pues, no sólo de ideas si no de cosmovisiones contrapuestas. La izquierda y
la derecha forman la división del universo de pensamientos y acciones políticas. Esto por
cuanto son el eje mediante el cual se analiza la acción política y se “mide” a sus
participantes.
Puede observarse, en el ámbito de la apelación a los sentimientos, la forma en que
cada una de las posturas se apropia de los términos, de las palabras, dándoles un sentido u
otro (imagine el lector los términos “compañero”, “camarada”, “desarrollo”, “inversión”,
“austeridad”, etc. y los asociará automáticamente a la postura que en general representan).
EL HOMBRE BUENO Y EL HOMBRE MALO: LA CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA
Subyace entre la izquierda y la derecha una confrontación conceptual de base.
Conciben de manera opuesta la naturaleza existencial del hombre. La primera, da razón a la
predisposición hacia el igualitarismo. La segunda, sirve de fundamento del noigualitarismo.
Las izquierdas entienden al hombre como esencialmente bueno y solidario, no sólo
capaz sino también deseoso de la consecución del bien colectivo. Por su parte, las derechas
parten del axioma contrario: un hombre egoísta y de características conflictivas,
individualista y competitivo, como único cauce de su instinto de supervivencia.
De tal suerte, encontramos en los “padres” del contractualismo liberal, como
Hobbes y Locke, la idea de que es necesario el surgimiento de un Estado basado en un
contrato social, en la claridad de que en el primitivo e hipotético estado de naturaleza los
individuos no pueden más que vivir en un marco de conflictividad constante. Esta última es
producto directamente derivado nada menos que de la esencia humana.
En tanto que otros, como Rousseau, sostienen que el hombre es bueno por
naturaleza, siendo la sociedad la generadora de los conflictos interpersonales, los cuales
pueden ser superados gracias a la predisposición a la solidaridad y el bien común. Esto da
cuenta de una concepción antropológica muy diferente a la explicada en el párrafo anterior.
Se entiende al hombre como un ser solidario que puede cooperar con sus pares.
Nadie lo explica mejor que Norberto Bobbio en su “Derecha e Izquierda” al
decir: “Allí donde Rousseau ve desigualdades artificiales y por lo tanto que hay que
condenar y abolir por su contraste con la fundamental de la naturaleza, Nietzsche ve
una igualdad artificial, y por lo tanto que hay que aborrecer en cuanto [no] tiende a
la benéfica desigualdad que la naturaleza ha querido que reine entre los hombres”.
Desde Rousseau a esta parte vemos como la propiedad privada juega un papel
crucial en la construcción de desigualdades y separación entre los hombres. Tal es así
que las izquierdas históricamente buscaron (al menos utópicamente) el fin del
derecho de propiedad, entendiéndolo como la causa de mayores desigualdades.
En el presente, se aspira a efectivizar los derechos sociales, lo que constituye una
visión igualitaria en tanto tiende a aminorar las desigualdades entre los individuos.
CONCLUSIÓN
A modo de colofón podemos sostener vista la historia y actualidad de los términos
“derecha” e “izquierda”, en el marco de su utilización, valoración y como herramienta para
el análisis, cabe concluir su total vigencia.
Ello por cuánto en el actual marco político los extremos, ven la “democracia” como
una “mediocracia” (no sólo en tanto gobierno de la clase media, sino también de los
mediocres, relacionándolo con “valores” que no son tales desde su perspectiva, como la
prudencia, la tolerancia, etc.). Creemos que los extremistas de ambos bandos son contrarios
a la democracia, que es el escenario natural de los moderados.
Por tanto es saludable promover la igualdad y la libertad en el marco de un Estado
Democrático de Derecho, con las garantías y deberes que eso implica para los ciudadanos.
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