EL DESPLAZAMIENTO FORZOSO DE LOS COLOMBIANOS Y SUS IMPACTOS PATRIMONIALES Intervención del Vicecontralor General de la República, LUIS BERNARDO FLOREZ ENCISO, en el seminario internacional “Territorio, Patrimonio y Desplazamiento” Bogotá, Noviembre 24 de 2005 Agradezco al Procurador General de la Nación, doctor Edgardo José Maya Villazón, y a la señora Inge Merete Hansen, Representante del Consejo Noruego para Refugiados, por su invitación a participar en este seminario internacional sobre el desplazamiento forzoso en Colombia, en sus dimensiones territorial y patrimonial. Y quisiera encomiar la labor que viene realizando la Procuraduría General de la Nación, y su Procuraduría Delegada Preventiva en Materia de Derechos Humanos y Asuntos Étnicos, para velar por la restitución de los derechos fundamentales de más de 3.600.000 colombianos, la cifra de desplazamiento interno más alta en el mundo. De acuerdo con estudios del Banco Mundial, las tierras abandonadas por los desplazados pueden llegar a 4 millones de hectáreas, con todos los efectos devastadores que ello implica sobre la vida económica, social y política de Colombia. Al acoger la sugerencia sobre el tema que debo abordar, voy a concentrar mi intervención en el impacto del desplazamiento forzoso sobre los bienes patrimoniales, originado ante todo por la violencia que impera en el 1 campo colombiano, y compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la gestión del Estado en esta materia. El desplazamiento y sus impactos patrimoniales En términos conceptuales, el desplazamiento violento en el sector rural produce cuatro efectos patrimoniales distintos: 1. La pérdida de la propiedad o la tenencia de la tierra y de sus enseres por los campesinos que se han visto obligados a emigrar en búsqueda de seguridad para sus familias. Esta es una auténtica expropiación sin indemnización, que contribuye a aumentar los niveles de pobreza y que genera un masivo proceso de concentración de la propiedad rural. 2. La venta forzosa de propiedades, en especial las medianas y grandes, a paramilitares y narcotraficantes. Se trata, aquí, de una especie de expropiación con indemnización parcial. 3. La merma permanente de la producción y el empleo en el sector agropecuario; y 4. La obligada destinación de recursos del Estado para atender a las familias desplazadas. 2 Expropiación sin indemnización En cuanto a la expropiación sin indemnización, es decir, al desplazamiento de los campesinos y sus familias, el despojo de sus propiedades en los últimos 5 años ha afectado 265 mil hogares que, de acuerdo con los cálculos de la Contraloría, poseían más de 2.6 millones de hectáreas, con un valor aproximado de $6.1 billones. Los departamentos más afectados fueron, en su orden, Antioquia, Caquetá, Cesar, Chocó, Magdalena, Bolívar y Córdoba. Estas cifras son aún más alarmantes vistas en términos comparativos. En efecto, la población desplazada en los últimos cinco años representa el 13% de la población rural y las tierras expropiadas equivalen al 6% de las consideradas de uso agrícola y de ganadería en el país. En términos de sus efectos sobre la pobreza, el profesor Alejandro Gaviria advirtió hace unos meses que la pobreza rural aumentó del 66% al 69% entre 2003 y 2004, en tanto que la indigencia subió aún más dramáticamente, del 24,9% al 28,3% en ese breve periodo. Además, paradójicamente, mientras el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, Incora −hoy Incoder− en cuarenta y dos años distribuyó 1,8 millones de hectáreas dentro de la frontera agrícola, puesto que el resto de su 3 labor fue la adjudicación de tierras baldías, los grupos ilegales, en apenas cinco años, han auspiciado el despojo de tierras a los campesinos en mucho más que eso. Expropiación con indemnización parcial En cuanto a la expropiación con indemnización parcial, su impacto patrimonial comprende a miles de propietarios tradicionales de tierras –con medianos o grandes fundos– que no han podido regresar a sus explotaciones o se han visto obligados a venderles a miembros de grupos ilegales o delincuenciales algunas de las mejores tierras del país. Si bien es cierto que algunos de estos propietarios se han beneficiado con altos precios que narcotraficantes o paramilitares han pagado, no lo es menos que, en muchos otros casos, han tenido que ceder la propiedad a precios por debajo de su valor comercial. Más aún, mediante sus procedimientos violentos de seguridad privada, los narcotraficantes afectaron las relaciones sociales que prevalecían en el campo colombiano, ocasionando que muchos productores se vieran obligados a vender sus tierras o a establecer sistemas ineficientes para su administración, como lo ha señalado el estudio de Steiner y Corchuelo. 4 En regiones de alto desarrollo agrícola, como las del Eje Cafetero, Antioquia, Caldas, Quindío, Risaralda y parte del Tolima y Valle, muchos agricultores fueron forzados a vender sus tierras a los narcotraficantes quienes, en connivencia con otros grupos al margen de la ley, recurrieron a la violencia y a la amenaza para lograr este objetivo. La apropiación de tierras por narcotraficantes y paramilitares ha contribuido a la concentración de la propiedad, mediante transacciones como las realizadas en los llamados paraísos fiscales y en otras instituciones y mecanismos financieros, donde se hace imposible rastrear la procedencia de los dineros. En las áreas con alto potencial se registran los mayores coeficientes de concentración de la propiedad y los grandes desplazamientos forzados. El control paramilitar tiene su mayor incidencia en los departamentos de Chocó, Antioquia, Córdoba, Sucre, Bolívar, Cesar y Magdalena, zonas donde se ubican los desarrollos agroindustriales del banano, y más recientemente de la palma africana, y en donde hay perspectivas de establecer proyectos de conducción de hidrocarburos, siderúrgica, integración vial y turismo. Los departamentos en donde existían los mayores niveles de concentración de la propiedad tendieron a ser los principales expulsores de desplazados por la violencia. Las cifras que tenemos disponibles indican que un 76% de los desplazados abandonó sus predios, mientras que solo un 13% los vendió. 5 Según cálculos del Incora, con base en un estudio del PNUD, los narcotraficantes concentran el 48% de las mejores tierras del país, mientras que el 68% de los propietarios −ante todo pequeños campesinos− sólo posee el 5% del área. El cálculo exacto es difícil, puesto que los registros oficiales de posesión de predios no determinan claramente sus propietarios y, además, los narcotraficantes utilizan muy diversos métodos para no figurar como los dueños de las tierras. Esta situación ha dificultado el proceso de incautación por la Dirección Nacional de Estupefacientes. En efecto, de acuerdo con el sistema FARO, a noviembre 2005 se registran como incautadas 313.064 hectáreas, correspondientes a 2.878 bienes de 3.948 incautados inicialmente, por cuanto los restantes 1.070 fueron devueltos a sus propietarios. El interés de narcotraficantes y paramilitares también se concentró en la adquisición de tierras localizadas en zonas de frontera agrícola, en las cuales han podido desarrollar cultivos ilícitos e instalar laboratorios para su procesamiento. Hay, entonces, un doble objetivo: de un lado, el elemento rentístico, mediante la inversión en vastas regiones ganaderas; y de otro, el atractivo de algunas zonas estratégicas, aptas para el proceso de cultivo y procesamiento de la droga. De manera que, junto con la profunda crisis agraria sufrida en parte de los años noventa, como efecto del culto religioso al libre mercado, el narcotráfico y la violencia de los grupos armados contribuyó de manera 6 decisiva al debilitamiento agrícola, al encarecimiento y monopolización de las tierras y al desplazamiento forzado de la población rural. Esta gigantesca concentración de tierras, como lo muestran todas las cifras, ha contribuido a la crisis agrícola y social del campo, a más de agudizar, desde el punto de vista político, el carácter señorial y antidemocrático de la gran propiedad rural. Los efectos sobre la producción agrícola En relación con los impactos sobre la producción agrícola, el profesor Darío Fajardo nos ha mostrado en un estudio reciente que la concentración de la propiedad está relacionada con la disminución del área sembrada y, en especial, de los cultivos temporales. Como efecto del desplazamiento y de las políticas aperturistas de la primera parte de los noventa, la Contraloría calculó, como lo recuerda Fajardo, que el país se ha visto obligado a importar más de 5 millones de toneladas anuales de alimentos y materias primas de origen agrícola. Más allá de la pérdida en los noventa de un millón de hectáreas sembradas, los suelos más fértiles y mejor localizados, en lugar de ser utilizados para labores agrícolas, se convirtieron en grandes e improductivas haciendas dedicadas a la ganadería o en simples praderas inexplotadas. 7 Este uso inapropiado de la tierra ha limitado la creación de empleos rurales, con sus impactos sobre la pobreza y la calidad de vida de sus pobladores, como ya lo he indicado. En estas circunstancias se ha debilitado la seguridad alimentaria del país, sobre todo la originada en aquellos departamentos donde el área abandonada tiene una importante participación en el total de la extensión departamental, como son los casos de Cesar con un 11%; Magdalena, 9%; Bolívar, 8%; Antioquia y Sucre, 6%; y Norte de Santander y Córdoba con 5%. Como lo ha indicado recientemente un experto del Banco Mundial, tras analizar en detalle la experiencia internacional sobre estos asuntos, “no resolver los conflictos de tierras no sólo puede tener efectos devastadores en materia de equidad, sino que además puede conducir a una escalada mayor, posiblemente a través de intereses políticos que se apropian de esos conflictos y los usan para promover sus propios fines”. Todo ello afecta la inversión, el crédito, el manejo sostenible de los recursos y, en fin, el proceso de crecimiento económico. Me parece que esas circunstancias no resueltas son las que hoy predominan en nuestro país. ¿Qué está haciendo el Estado? Con respecto a los esfuerzos del Estado para atender la población desplazada, las cifras indican que los resultados obtenidos son muy modestos. 8 En primer lugar, y queramos reconocerlo o no, las amenazas económicas y políticas en las áreas rurales siguen vigentes, y aún no se ve una solución definitiva. En segundo lugar, la alternativa de entregar a los desplazados tierras en otras zonas, donde el clima de seguridad sea mejor, con base en la extinción del dominio de fincas adquiridas con dineros ilícitos, registra resultados precarios. De acuerdo con la información desagregada que hemos analizado, INCODER entregó en el período 2000–2004 sólo 19.600 hectáreas, que han beneficiado a 2.400 familias, es decir, sólo se ha tenido un cubrimiento poblacional del 1% sobre el total de familias que, en el mismo período, abandonaron sus propiedades. De ese total de hectáreas, apenas 3.400 corresponden a predios con extinción de dominio entregados definitivamente por la Dirección Nacional de Estupefacientes al INCODER. En tercer lugar, y como respuesta de emergencia a la crítica situación de las familias desplazadas que perdieron sus propiedades y tenencias, el gobierno nacional –a través del Sistema Nacional de Atención Integral a la Población Desplazada− en los últimos cuatro años invirtió $780.000 millones en la ejecución de diferentes programas. Al respecto, tengo que destacar el mayor esfuerzo presupuestal realizado en los dos últimos años frente al de los años anteriores. 9 Lo insatisfactorio de estos resultados reside en que si el gasto ejecutado hubiese cubierto a toda la población afectada en el período analizado, en promedio el gobierno central habría invertido en cada familia $2.3 millones al año, es decir, menos de un salario mínimo mensual. Esta cifra contrasta, de manera ostensible, con el gasto destinado a los reinsertados que, de acuerdo con nuestras informaciones, asciende a un promedio de $21.5 millones al año. Así que, lamentablemente, las victimas reciben mucho menos que los victimarios. Frente a este panorama, celebro el anuncio hecho por el Ministro de Hacienda, en una de sus múltiples entrevistas, de que casi se triplicará el presupuesto para apoyo a los desplazados en el año entrante. Espero que se haga realidad este anuncio y que el Estado adopte una política mucho más contundente para resolver este grave problema. El Estado tiene que adoptar las medidas necesarias para expropiar a todos los grupos ilegales que, a su vez, han expropiado a los campesinos y al resto de productores agrícolas. Por todo ello, la Comisión de Reparación, que en fecha reciente se creó, debería enfocar su atención en lograr que los grupos que se reinsertan, lo hagan previa devolución de las tierras mal habidas a la población desplazada. Como resultado de los procesos de negociación, el Gobierno Nacional tiene que asegurar el retorno de las propiedades usurpadas a sus propietarios 10 legítimos, así como la indemnización de los daños y perjuicios, y no sumas simbólicas que no consultan los derechos de las víctimas. Esos procesos, en efecto, deben conducir a garantizar la protección jurídica de los bienes patrimoniales de la población desplazada. Las leyes y los varios decretos del Gobierno, y en especial la sentencia y los autos de la Corte Constitucional, deberían ser aplicados efectiva y eficazmente para defender los derechos de dicha población. Hasta ahora, valga decirlo, muchas de las soluciones adoptadas han sido transitorias y de emergencia. El Gobierno, en sus niveles nacional y regional, está en la obligación de adoptar prontamente soluciones definitivas, tal como lo ha dispuesto la Corte Constitucional. De otra manera, se agudizarán los problemas de miseria urbana y rural, con sus manifestaciones de descontento social y sus efectos sobre la gobernabilidad, y serán menos promisorias las perspectivas de lograr la equidad y alcanzar un crecimiento económico sostenible en el largo plazo. Señoras y señores asistentes: Quisiera terminar mi intervención con un firme llamado al Gobierno para que se comprometa efectivamente en acelerar los procesos de extinción de dominio, en beneficio de la población desplazada, y en desmontar, sin debilidades ni complacencias, el enorme poder territorial, político y económico que detentan los señores de la tierra y la guerra. 11 Mil gracias al Procurador General de la Nación, a su equipo de colaboradores y al Consejo Noruego para Refugiados, por promover este escenario de deliberación democrática. 12