Memoria en piedra A diez años de la horrenda masacre

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Memoria en piedra
A diez años de la horrenda masacre
Homilía en la Eucaristía oficiada en la vereda Mulatos de San
José de Apartadó, el 21 de febrero de 2015,
en el 10° aniversario de la masacre
En toda la década que hoy culmina, que nos separa de aquel horrible 21 de febrero
de 2005, hemos hecho un esfuerzo constante por mantener viva la memoria de lo
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ocurrido y por reconocer y sentir muchas dimensiones de la vida de quienes en
aquella ocasión fueron masacrados.
Hoy estamos casi terminando esta cuarta versión de la capilla que ha querido
perpetuar la memoria de los hechos y consagrar como algo sagrado este sitio
donde fue derramada la sangre de nuestros hermanos, en un hecho que revela por
sí mismo la perversidad e ilegitimidad del Estado que nos rige y la sublimidad de
unas opciones humanas que han querido proyectarse en la Comunidad de Paz.
Esta cuarta versión de la capilla, construida poco a poco durante varios años con
piedras sacadas del Río Mulatos, testigo silencioso de aquella orgía de sangre, es
un cierto desafío al paso del tiempo que arrastra consigo el olvido.
Los faraones de Egipto también recurrieron a la piedra para desafiar el paso del
tiempo y perpetuar su memoria en la historia. Pero hay una gran diferencia: esas
pirámides monumentales fueron construidas con el trabajo de muchos miles de
esclavos y el mensaje que quisieron transmitir estaba relacionado con el carácter
divino de quienes habían ejercido el poder despótico sobre su pueblo. Esta capilla
de piedra, por el contrario, ha sido construida con energías voluntarias de
profundo amor solidario, y en lugar de proyectar el carácter divino del poder, ha
querido afirmar y proclamar el carácter divino de las víctimas del poder.
El sentido profundo de memoriales como éste nos hace regresar más de dos mil
años en la historia humana y penetrar en la conciencia de un grupo de pescadores
y marginados que habían seguido con entusiasmo los mensajes y las prácticas de
un profeta galileo que se había enfrentado con valentía a todos los poderes
opresores, descubriendo su carácter anti-humano y anti-divino. La crucifixión de
Jesús se realizó con acomodo a las leyes judías y romanas que estaban vigentes y se
legitimó como exigencia y como tributo a la imagen de Dios que imperaba en esas
sociedades: el dios del Poder; el dios de la Ley; el dios de los privilegios; el dios de
las exclusiones y discriminaciones; el dios de los méritos, de los premios y los
castigos; el dios de las venganzas y de los sacrificios de sangre. Quienes supieron
asimilar en profundidad el hecho de la crucifixión, comprendieron que las
dimensiones y manifestaciones de lo divino había que buscarlas en adelante en los
territorios ajenos y contrarios al poder y especialmente en aquellos donde el poder
revela sus más criminales y aterradoras expresiones.
Por eso la cruz se ha
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levantado como símbolo de la memoria de todas las víctimas del poder y como
símbolo profundo de su carácter divino. Por eso también la cruz ha estado
presidiendo, con profundo sentido, las cuatro versiones de esta capilla.
Si algo puede resumir el mensaje de Jesús de Nazaret, es justamente su convicción
encarnada en toda su vida, de que cualquier aproximación al misterio de Dios que
bordea nuestra existencia como humanos, sólo tiene validez si nos consideramos
sus hijos, pero jamás tiene validez si nos consideramos sus esclavos. Y considerarse
hijos es estar convencidos de que todo lo que pertenece al Padre pertenece también
al hijo: el disfrute del universo en igualdad de condiciones con todos los vivientes
y la construcción de la historia desde el amor solidario entre hermanos, en la
transparencia de quien no contempla la existencia de poderes adversos que apoyen
su legitimidad en algo válido.
Hoy la memoria nos obliga a regresar al nefasto amanecer del 21 de febrero de
2005. En este escenario natural que hoy nos acoge, escondidos en ambas orillas del
río, los militares y paramilitares de aquel criminal operativo que denominaron
“Operación Fénix” y al cual articularon la “Misión Táctica Feroz”, esperaban la
llegada de Luis Eduardo, quien avanzaba por el río junto con Bellanira y con
Deiner Andrés, quien aún tenía su pierna en recuperación por la explosión de una
granada en el mes de agosto anterior, explosión que había acabado con la vida de
su madre Luz Zenit. Luis Eduardo, luego de discutir con su hermano, quien lo
invitó varias veces a no correr ese riesgo, estaba confiado en el derecho que le
asistía como persona civil, a penetrar en su parcela y cosechar su cacao. Tenía
confianza en los principios jurídicos y humanitarios que su reflexión y estudio le
habían ido consolidando y en su capacidad de enfrentar con energía, como siempre
lo había hecho, la conciencia de los victimarios y de apelar a la base común de
humanidad que se supone existe en lo más recóndito de todo ser humano. Sin
embargo se sucedieron las agresiones y las expresiones de violencia más brutales.
La razón fue acallada con golpes de garrote y de machete que en pocos minutos
destruyeron sus preciosas vidas. La perversión extrema de las conciencias de
aquellos agentes del Estado se reveló en el cinismo con que el capitán exhibió el
machete ensangrentado afirmando en tono desafiante: “este es el degollador”. Luego
vendrían los festines de manipulaciones y mentiras, que se proyectaron al país y al
mundo en el cuerpo diplomático y los medios masivos de desinformación,
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tratando de atribuirle a la guerrilla el crimen que comenzaba a ser repudiado con
horror por toda la comunidad internacional.
Cómo nos estremecieron en aquellos días las palabras de Luis Eduardo, expresadas
menos de un mes antes de su muerte a una reportera valenciana: “Hoy estamos aquí
hablando; mañana podemos estar muertos”. Ese reportaje, como muchos otros, nos
revelan al hombre de conciencia lúcida, que sabía lúcidamente en qué mundo
estaba sumergido y por qué tipo de poderes criminales estaba asediado, pero que
tenía una decisión irreversible de marchar a contracorriente de esos horrores,
asumiendo que los ideales comunitarios que se proyectaban desde sus terribles
sufrimientos, valían más que su propia vida y que su propia tranquilidad. Esa
misma conciencia la encontramos sin lugar a dudas en Alfonso Bolívar y en
Alejandro, e igualmente, traducida en sentimientos que se expresaban más en
hechos y silencios amorosos que en palabras, en Sandra Milena y en Bellanira. Los
niños sacrificados, dentro de su inocencia y su ternura, expresaban en el amor a sus
padres los rudimentos preciosos de una conciencia en la que ya echaba raíces el
amor heroico a la humanidad.
Nunca podremos olvidar el episodio de profunda ternura con que terminó la vida
de Natalia, Santiago y Alfonso: ante la inminencia del crimen, Alfonso anunció a
sus niños el comienzo de un “largo viaje” –el viaje a la eternidad-, y en respuesta
Natalia preparó una bolsita con ropa para su hermanito, aún incapaz, por su corta
edad, de gestionar sus necesidades más vitales. Minutos después, los tres
emprendían el misterioso viaje, expulsados con la mayor de las crueldades, de este
mundo de sus sueños.
¿Cómo no descubrir lo auténticamente divino en estas vidas así sacrificadas?
Aquí brilla, una vez más, lo profundamente divino de la cruz.
Mientras los esbirros de este Estado criminal quisieron afirmar la falsa legitimidad
de sus acciones en el carácter divino – trascendente y omnipotente- del poder
despótico al cual servían, excluyente y genocida, como garante de una sociedad
injusta, falsa, discriminatoria y violenta, nuestras víctimas siguen proclamando en
su sangre derramada la validez divina de la lucha por la justicia, por la verdad, por
la solidaridad, por la fraternidad, por la igualdad y por la paz.
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Por eso esta capilla de piedra, que quiere desafiar con humildad el paso del
tiempo, seguirá siendo un testimonio contundente de humanidad que desafía el
tiempo.
La vida de los seres humanos no se agota en la existencia biológica,
estructuralmente frágil y vulnerable al sufrimiento y a la perversidad de la
violencia. Hay dimensiones de la vida que no son vulnerables a la muerte: todo
aquello que un ser humano construye con sus pensamientos y sus sentimientos,
con sus ideales y sus sueños, en comunión amigable con sus semejantes; la propia
manera de vivir de cada persona al enfrentar los desafíos que la vida le presenta y
el impacto que en los demás produce su testimonio, y sobre todo, ese
sobrecogimiento que nos producen las muertes prematuras que se revelan como
costos de un compromiso o de una lucha, sobrecogimiento que nos evidencia rutas
y sueños truncados que remiten, por un imperativo existencial, a un reencuentro y
a una plenitud, donde los puntos de llegada de esas rutas y de esas luchas
truncadas tendrán que ser celebrados en algún espacio y en algún momento, o en
dimensiones que los substituyan, pues de lo contrario nos perderíamos en los
abismos sin sentido de lo absurdo, que le quitaría todo su sentido a la aventura de
nuestro caminar por la historia. Todas estas dimensiones no biológicas de la vida,
nos mantienen en comunión con nuestras víctimas en una fe profunda y
permanente de resurrección.
Luis Eduardo: aquí, dentro de estas piedras y símbolos, viven para siempre tu
lucidez, tu coraje, tus sueños y proyectos de un mundo alternativo y radicalmente
humano;
Alfonso, Sandra, Bellanira, Alejandro: aquí, dentro de estas piedras y símbolos
viven para siempre su compromiso, sus sentimientos solidarios, su coraje y sus
sueños.
Deiner, Natalia, Santiago: aquí, dentro de estas piedras y símbolos están presentes
sus vidas frescas y tiernas, como gérmenes que revientan sin cesar en miles de
posibilidades hermosas y heroicas de vida, construyendo mundos sin límites de
hermosura y de audacia, que el prematuro viaje al infinito les posibilitó, en lugar
de impedírselo. Aquí están sus vidas como siluetas abiertas a todas las
posibilidades de colores, con multitud de alas para volar por todas las
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imaginaciones y construir todas las historias hermosas de mundos alternativos que
ustedes apenas empezaban a soñar en las inolvidables veladas familiares.
Recuerden que ustedes murieron para vivir para siempre en nuestra memoria y
para seguir acompañándonos en todas nuestra luchas con la fuerza incontenible de
la resurrección.
Javier Giraldo Moreno, S. J.
Bendición de la Capilla de Piedra:
[Todos los presentes la bendijeron con sus manos levantadas en gesto de consagración]
Seas bendito, espacio sagrado, donde nuestros hermanos y hermanas derramaron
su sangre, como precio por la búsqueda de la Comunidad de Paz de un mundo
más justo y más humano.
BENDITO SEAS
Seas bendito fragmento de nuestra Madre-Tierra, regado con la sangre de nuestros
hermanos y hermanas, potenciando así tu fecundidad en una dimensión espiritual
y trascendente.
BENDITO SEAS
Seas bendito conjunto de piedras extraído del río Mulatos, que como testigo mudo
presenciaste la horrenda orgía de sangre que destruyó las vidas de nuestros
hermanos y hermanas y hoy nos hablas desde las formas sacras que configuras y
que invitan a reconocer la dimensión divina de nuestras víctimas.
BENDITO SEAS
Seas bendito templo de la memoria, encargado de transmitir en silencio el valor de
la vida, de la solidaridad y de nuestras búsquedas comprometidas de un mundo
más humano.
BENDITO SEAS.
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Seas bendito espacio sagrado portador de mensajes cifrados en tus formas
artísticas, para revelarle a los peregrinos y caminantes que se acerquen a tu recinto,
el profundo amor que profesamos por quienes dieron su vida por un mundo
alternativo y justo.
BENDITO SEAS
Seas bendito recinto de la vida, al ser rociado con agua, símbolo universal de la
vida, para proclamar en forma permanente la vitalidad inextinguible de nuestros
mártires.
BENDITO SEAS
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