Carlos Fuentes: una voz, un mundo: In memoriam

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Carlos Fuentes: una voz, un
mundo: In memoriam
Por Byron Salas Víquez para
Literofilia
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Diseño Johann Arroyo
Jorge Volpi dijo que Carlos Fuentes cambió su vida. Las dos
veces que se encontraron, Fuentes lo cambió. Ahora, pasados un
año y unos días desde la muerte del escritor, quisiera tomarme
el atrevimiento de hacer mías las palabras de Volpi: Carlos
Fuentes, cambió mi vida.
Recordar el momento en que descubrí los textos de Fuentes
(novelas, cuentos, ensayos, drama) resulta algo nostálgico.
Fue meses antes, de sentarme a comer y escuchar en las
noticias: …muere el importante escritor mexicano…, que lo
había visto en una entrevista con Carmen Aristegui, lleno de
vida, opinando sobre la política y la realidad social
mexicanas, y ahora escuchaba que había muerto. Me volví hacia
la silla del amigo que comía conmigo y le dije:
— ¡Murió Fuentes!
— ¿Quién?
Algunos meses antes de eso, en la biblioteca Joaquín García
Monge de la Universidad de Costa Rica encontré un libro cuyo
título me llamó la atención y decidí sacarlo, sin haber
analizando el nombre del autor, sin haber visto, aunque sea,
las primeras páginas, me lo llevé a la casa. No me pasaba por
la cabeza en ese momento que lo que llevaba entre mis manos
era, por así decirlo, el primer peldaño de una escalera que
todavía – para mi dicha – no termino de subir,. Lejos estoy de
ver el escalón final de La edad del tiempo. Abrí el libro en
el bus y leí: “Mi nombre es Ixca Cienfuegos. Nací y vivo en
México, D.F. Esto no es grave. En México no hay tragedia: todo
se vuelve afrenta.”
La región más transparente
me mostraba una forma de
narración completamente
diferente en la literatura
latinoamericana: recordaba a
Joyce, a John Dos Passos, a
Faulkner, pero al mismo
tiempo me hacía alejarme de
ellos. Me sugería una
atmósfera compleja, una
novela donde no solo
importaba lo que estaba
siendo contado sino la
manera en que era contado.
Una novela donde el sujeto
pasaba a segundo plano para
dar paso a la ciudad como
protagonista, no en vano
dice José Emilio Pacheco
(2008), en su ensayo
contenido en la edición conmemorativa de la RAE, que: “…fue la
primera y última novela sobre la ciudad de México, su
mitificación literaria y su elegía anticipada…”, además es
“…la capital como Gran Prostituta de Babilonia. No en vano la
novela está abierta y cerrada por la puta Gladys García.” Y
por otro lado, me atrevo a decir que la ciudad misma pasa a un
segundo plano cuando se pone frente a ella (el qué) el
lenguaje (el cómo), que la re-crea y la moldea, porque como
opinaba el mismo Fuentes: el personaje principal de toda
creación literaria debe ser el lenguaje. Leemos en Diana o la
cazadora solitaria (Alfaguara, 1994): “La verdad es que el
tema social de esos libros no tenía para mí verdadero valor si
no iba acompañado, también, de una renovación formal del
género novelesco. La manera cómo lo decía era para mí tan
importante o más, que la materia de lo que decía. Pero todo
escritor tiene una relación primaria con los temas surgidos de
su medio, y una relación mucho más elaborada con las formas
que inventa, hereda, copia o parodia – toda novela contiene
estas vertientes, se nutre de estos surtidores, novela e
impureza son hermanas; novela y originalidad, consuegras.”
(p.62).
De este modo nos encontramos con un punto clave para la
lectura de los textos de Fuentes: la estructura, la
disposición, nada es inocente.
Una de sus novelas más afamadas, La muerte de Artemio Cruz
(1962), está narrada desde tres “puntos de vista” que se
repiten en cada capítulo o apartado. Despegarnos durante la
lectura de esa estructura, juzgar superflua la “división” de
la voz narrativa en tres, podría resultar peligroso, podría
alejarnos de compenetrarnos en la densidad del texto, sus
matices, sus significaciones. Ya en el epígrafe tomado de
Muerte sin fin de Gorostiza se nos hace la advertencia: “…de
mí y de Él y de nosotros tres/ ¡siempre tres!…”.
Vamos y venimos en narradores, narradores que confluyen, se
complementan: narrador en primera persona (Artemio Cruz), en
segunda persona (¿Dios?) y en tercera persona (¿quién?): el
problema del narrador en las novelas de Fuentes podría dar
rienda suelta a un estudio extenso y minucioso.
Cambio de piel (1967) es
otro ejemplo de la búsqueda
constante de una innovación;
Cumpleaños (1969) puede
agregarse a la lista, y
representa – a criterio de
quien escribe – su novela
más enigmática después del
relato Aura (1962).
(Tendríamos que esperar
cuarenta y ocho años para
conocer a Carolina Grau).
Fuentes conjugó (supo hacerlo como pocos) las enseñanzas que
le dejaban sus lecturas de autores clásicos, medievales,
modernos y contemporáneos en su obra literaria; ¿un ejemplo
concreto, tal vez? Terra Nostra (1975): para ver juntos ahí a
Don Quijote, a la Celestina, a Sancho Panza, al coronel
Aureliano Buendía, al periodista Santiago Zavala, al exiliado
Oliveira, a Humberto el sordomudo… Literatura hecha de
literatura. Mario Vargas Llosa afirmó que uno de los universos
más literarios de la literatura latinoamericana era el de
Borges, entonces, Terra Nostra, bien podría ser una novela
“borgeana”, puesto que es una de las más literarias que haya
tenido oportunidad de leer. El universo de Fuentes es también
excesivamente literario, sería mentir no decirlo y
restringirnos solo a una de sus más grandes novelas. Haciendo
balance con la parte realista, la fantasía irrumpe en la obra
de Fuentes y lo puramente literario es literatura donde la
protagonista es: la literatura. Libros para ejemplificarlo:
Cumpleaños, Carolina Grau, Vlad, El naranjo, por citar
algunos.
Pero había algo que para Fuentes era tan eterno como la
palabra: la imagen. Más concretamente: el cine; ese oficio del
siglo veinte, como lo llamó Cabrera Infante.
Los actores serán siempre los mismos de aquellas escenas que
quedarán fijas en nuestra memoria, una imagen que anula,
falsamente quizá, pero también infaliblemente, el paso del
tiempo y todo perdura en esa imagen, en los minutos de
contemplación.
Narra Fuentes que su amor por el cine comenzó cuando estaba
niño por dos razones: la mujer que lo cuidaba lo llevaba a uno
y lo dejaba mirando la película, teniendo gran impacto en él,
y además, allá por el año 38 supo ganarse 50 dólares
respondiendo preguntas sobre cine: sintiéndose excesivamente
ligado a la industria cinematográfica. La imagen que pasó a la
palabra y viceversa. Nos dejó dos novelas donde rezuma el
cine: La cabeza de la hidra (1978) y Diana o la cazadora
solitaria (1994).
Fuentes escribió varios guiones para cine, aunque muchos nunca
se concretaron. Contaba, durante el homenaje nacional que le
hicieron en 2008, que junto con Gabriel García Márquez se
proponía escribir su primer guión para una película llamada El
gallo de oro, basada en el cuento homónimo de Juan Rulfo.
Según cuenta, en dos ocasiones discutieron por presuntas
nimiedades: la primera fue un adjetivo para describir la
puerta de la hacienda: un día discutieron sobre el adjetivo;
luego: una coma, otro día entero discutieron sobre la coma.
— ¿Y vamos a escribir guiones o novelas?
Le preguntó Fuentes a Márquez.
— ¡Novelas!
Pero Fuentes no dejó de escribir guiones: se contabilizan 22
entre ficción y documentales; muchos basados en relatos de su
autoría. Así podríamos citar algunos:
En 1965 realiza el guión para el cortometraje Las dos Elenas,
basado en su cuento homónimo, dirigido por José Luis Ibáñez.
También en 1965 vino Un alma pura, de Ibáñez, en el además de
guionista estuvo al mando de la adaptación. Esta historia
estuvo basada en su cuento Cantar de ciegos de 1954. Luego,
nuevamente en compañía de Gabriel García Márquez, escribieron
Tiempo de morir que se convertiría en la primer película de
Arturo Ripstein.
En 1973 Ibáñez filmó Las cautivas y Sergio Olhovich Muñeca
Reina, ambos basados en cuentos del libro Cantar de ciegos
(1954) de Fuentes. (En 1988 se realizó el mediometraje Vieja
moralidad de Orlando Merino también basado en este libro).
En 1989 realizó los diálogos de la película Aquellos años de
Felipe Cazals y Mario Llorca, que es la versión
cinematográfica de su novela Gringo viejo (1985).
Además participó en la elaboración de documentales de la
historia de México, siendo el narrador en muchos de ellos. Y
cabe agregar que Carlos Fuentes participó como actor en la
película Amor, amor, amor (1965), dato poco conocido.
Para terminar la incursión en su filiación con el cine, en su
último libro de semblanzas, Personas (2012), hablaba de su
gran amigo Luis Buñuel (lo retomaba, diría yo, de En esto
creo, publicado en 2002). Hablaba de sus experiencias con el
cineasta, de sus conversaciones, del buñueloni: el trago
especial que le preparaba y sobre todo nos deja dicho que
quedó un proyecto inconcluso, trunco. Un libro que analizaría
la etapa mexicana de Buñuel, cuyo título hubiera sido
Pantallas de plata.
Las novelas de Kerouac y la filosofía de Nietzsche eran dos de
los gustos compartidos por él y su hijo Carlos, muerto a los
25 años. Y justamente fue la filosofía nietzscheana la que dio
origen a su “testamento literario” – para usar las palabras de
Sergio Ramírez – titulado Federico en su balcón. El último
peldaño de La edad del tiempo. Dos años antes de éste, nos
regalaba el ya mencionado libro Carolina Grau, el libro que se
puede leer de muchas formas, Carolina Grau viaja en el tiempo
y no está nunca fija: es una presencia, es un espectro, un
recuerdo o un deseo, al final del libro terminamos sin saber
quién es Carolina Grau. Y otros dos años antes, en 2008, nos
daba La voluntad y la fortuna: México D.F, la ciudad cruda, la
región más transparente después de cincuenta años: “En México
no hay tragedia, todo se vuelve afrenta.”, nos decía en 1958,
y ahora sentenciaba: “En México no hay tragedia, todo se
vuelve telenovela.”
También nos dejó un libro sobre pintura, con poco más de
quinientas páginas y no sé cuántos kilos de peso, Viendo
visiones es de lectura casi obligatoria para quien se interese
en las percepciones artísticas de Fuentes: de nuevo la imagen.
La imagen y la palabra.
Carlos Fuentes cambió mi vida.
Hay, como dice Juan Goytisolo, que leer y releer a Fuentes,
leerlo minuciosamente. Escarbar en esos textos escritos por el
testigo de una época de cambios abruptos. Ligarlo a veces al
contexto sin dejar de lado su verdadero origen: la literatura.
Me dio la patada, el empujón, que me llevó a meterme de lleno
en el mundo de las letras. Su capacidad de disección social me
llevó a debatir con él, a buscar rutas alternas de análisis, a
expandirme, o bien a estar de acuerdo con él. Y me agrada
saber que me falta tanto por recorrer en su extensa obra, ese
mundo, esa voz, ese catálogo de realidades y posibilidades,
filtro de la realidad, deconstrucción de la Historia, el
hombre que se rehace y nace a través de la palabra por la cual
también puede morir y sepultarse para siempre, el signo:
pictórico y lingüístico… Su metáfora: nosotros, los escuderos
de Don Quijote, Iberoamérica, el territorio de la Mancha.
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