la unidad latinoamericana como respuesta a la

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CONCURSO de ENSAYO “PENSAR a CONTRACORRIENTE” 2004
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“LA UNIDAD LATINOAMERICANA COMO RESPUESTA A LA GLOBALIZACIÓN”.Por
Julio Salesses
I.- ALDEA GLOBAL – CONSIDERACIONES GENERALES.La globalización no tiene como origen único el devenir lógico de una realidad
mundial signada por el desarrollo tecnológico y el avance de las comunicaciones, ni
posee un contenido ideológico neutro. Instalado desde los centros de planificación
estratégica del neo-liberalismo conservador, es presentado como el triunfo irreversible
de un modelo esencialmente económico, y se revela como un instrumento de
dominación en cuyo discurso emergen falacias de diversa índole, entre las cuales
podríamos mencionar las siguientes:
1) Se sostiene que ES UN HECHO INAMOVIBLE, que sus manifestaciones
permanecerán eternamente, determinando el “fin de la historia”;
2) Se dice que la velocidad en la circulación de la información, DEMOCRATIZA
EL CONOCIMIENTO;
3) Se afirma que el modelo globalizador ES CAPAZ DE ADOPTAR UNA
MORFOLOGÍA CAPAZ DE OFRECER IGUALDAD DE OPORTUNIDADES A
TODOS LOS SERES HUMANOS;
4) Se sostiene que ES UN HECHO MODERNO, el cual, como señalábamos,
tendría como causa fundamental el avance de las comunicaciones.
Muchos son, en definitiva, los preconceptos y falacias que se han instalado en
derredor de la noción de globalidad, pero los antes mencionados se presentan, quizás,
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como los más fuertemente instalados. Y los calificamos de preconceptos y falacias,
porque:
-
La globalización NO ES UN HECHO INAMOVIBLE. La humanidad ha
atravesado siempre diversos estadíos, y el capitalismo en su forma
actual es uno de ellos, tan proclive a ser reemplazado o modificado
como los anteriores.
-
La globalización NO DEMOCRATIZA EL CONOCIMIENTO. En primer
lugar, porque la simultaneidad en la recepción de la información
difundida no implica que la misma sea susceptible de ser utilizada en
forma igualitaria. En segundo lugar, porque el conocimiento estratégico,
el que determina el futuro de la humanidad, obviamente no se publica
en Internet. Y en tercer lugar, porque las cadenas informativas
generadoras de opinión, están en manos de los centros de poder.
-
La globalización NO GARANTIZA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES,
ya que se basa en un individualismo de sesgo darwiniano que omite el
estado de pauperización en el que se encuentran sumergidas las dos
terceras partes de los habitantes del planeta.
-
La globalización NO ES UN HECHO MODERNO, resultante, entre otras
causas, de los avances tecnológicos y de la facilidad que imprimieron a
las comunicaciones. La expansión que siguió al descubrimiento de
América y a la confirmación de la esfericidad del planeta, permitieron el
desplazamiento de hombres y recursos materiales en una doble vía
desde las zonas más desarrolladas hacia la periferia y viceversa. Lo
distintivo
del
proceso
actual
es
el
movimiento
de
símbolos
representativos del capital financiero en sus más variadas formas (Mina
CONCURSO de ENSAYO “PENSAR a CONTRACORRIENTE” 2004
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Bely, “Globalización, pobreza y marginación social en el Siglo XXI”
ponencia del II Encuentro Internacional de Economía organizado por el
Centro de Investigaciones Económicas de Córdoba –CIEC-).
Desde una posición encubridora y mistificadora de la globalización, el Fondo
Monetario Internacional la define como “la interdependencia creciente en el conjunto
de los países del mundo, provocada por el aumento del volumen y de la variedad de
las transacciones transfronterizas de bienes y servicios, así como de los flujos
internacionales de capitales, al mismo tiempo que por la difusión acelerada y
generalizada de la tecnología.”
Dos cuestiones aparecen como claves en esta visión encubridora y mistificadora de
la globalización: el concepto de interdependencia (que oculta los procesos de
explotación, dominación y apropiación presentes en la lógica del capital mundial) y el
quedarse en la forma de manifestación del proceso, sin interesarse por los actores
políticos y económicos que lo impulsan. En este caso las multinacionales, los estados
desde los que se impulsan globalmente y los organismos e instituciones
supranacionales que actúan en el ámbito mundial como garantizadores y creadores de
consenso para las medidas económicas y políticas que acompañan a la globalización
neoliberal.
Como queda insinuado, cuando se habla de globalización, predomina el discurso
que la presenta como un fenómeno, es decir, como una situación emergente de la
evolución natural de las sociedades, cuando en realidad se trata de un proceso,
planificado y ejecutado desde los centros de poder. Como bien sostiene Pablo
González Casanova, deviene necesario “pensar que la globalización es un proceso de
dominación y apropiación del mundo”. La construcción de un mundo multipolar, a partir
de la descomposición del poder hegemónico, es tarea que requiere avanzar en la
generación de alternativas teóricas y prácticas que coadyuven a tal fin. El pensador
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brasileño Emir Sader, en su obra “La venganza de la historia”, sugiere básicamente
tres líneas de acción: el enfrentamiento al imperio, el rescate de los valores
nacionales, y la creación de espacios supranacionales de carácter regional, tema éste
al que dedicamos el presente trabajo, por constituir sin dudas un presupuesto básico y
condición excluyente para afrontar el ya mencionado enfrentamiento al imperio
postulado por Sader.
II.- LA INTEGRACIÓN COMO RESPUESTA – BREVE REPASO HISTÓRICO..-
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Desde los albores de la lucha por la independencia, fundamentalmente a
principios de siglo XIX, el ideal de unidad latinoamericana ocupó un lugar
preponderante en el pensamiento de los líderes del proceso de emancipación.
Tanto San Martín, a partir del acto de desobediencia que significó el cruce de
Los Andes, anteponiendo con él los ideales de libertad de nuestro continente a
la participación en las luchas intestinas que le ordenaba el gobierno central,
como Bolívar, quien a través de sus profusas cartas y proclamas determinaba el
direccionamiento de su lucha, hicieron de la unión de nuestros pueblos el eje
central del derrotero que los convirtió en paradigmas de la emancipación
continental. La formación de la Gran Colombia, el Congreso de Angostura y la
importante Carta de Jamaica, son auténticos hitos dentro de la prédica de
Bolívar a favor de la unidad americana (Atkins, P – 1.979-303). Tal vez una
iniciativa suya, la convocatoria al Congreso de Panamá, en 1.826 con vistas a
lograr la unidad republicana de los nuevos estados, haya sido el primer síntoma
de las dificultades que habrían de signar hasta el presente cada uno de los
intentos de unificación encarados en nuestro continente. Dicha iniciativa devino
en fracaso, ya que los gobiernos de las Provincias Unidas del Río de La plata,
Brasil y Chile no enviaron representantes.
En los albores del siglo XX, el escenario político acentuaba la necesidad de
afrontar el desafío de avanzar en la compleja tarea de construir espacios regionales
integrados. Uno de los proyectos de integración económica más serios, se remonta a
1909, cuando Alejandro Bunge, con un grupo de políticos y empresarios argentinos,
propuso la creación de la Unión Aduanera del Sud.
Federico Pinedo retoma el tema de la Unión Aduanera del Sud, e insiste en la
idea de que un mercado ampliado por la integración con países vecinos puede
favorecer el desarrollo de industrias de exportación, y lo efectiviza en su presentación
en favor de la Unión Aduanera de Sud América del 26 de junio de 1931, idea que el
propio Pinedo reinstala desde el Ministerio de Hacienda en 1940. Desde ese cargo,
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propone una
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Zona de Libre Comercio con los países vecinos. Tal vez el mayor
enemigo de esa idea haya sido la exageración de su enunciado, o el desconocimiento
de las situaciones de hecho que su aplicación habría afectado (Dugini, María Inés,
ponencia para el XII Encuentro de Especialistas en el Mercosur, Rosario, Argentina,
2.004).
En la década del ´50, se planteó que para el siglo XXI las unidades menores
habrían de ser las continentales, dentro
de un contexto internacional donde la
interrelación e interdependencia serían las constantes de los nuevos tiempos.
En esa etapa, Argentina llevo a cabo una política de integración que se vio
reflejada en acuerdos bilaterales con Chile y Brasil. Sin embargo, estos intentos de
integración sub-regional fueron abandonados luego del suicidio de Getulio Vargas
(presidente de Brasil) en agosto de 1954, y de la revolución de 1955, que provocó el
derrocamiento de Perón.
En los años ´60, bajo la influencia de las políticas desarrollistas que se daban en
la región,
se renovaron los intentos integracionistas. Surgieron así la Asociación
Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en 1960 (Tratado de Montevideo), sobre
la base de recomendaciones de la Comisión Económica para América Latina, CEPAL.
(Dugini, María Inés, op. Cit.)
En 1980 se firmó el nuevo Tratado de Montevideo que estableció la Asociación
Latinoamericana de Integración (ALADI), que fijó, sin plazo, la ambiciosa meta de un
Mercado Común regional. Este acuerdo, suscripto en Montevideo por Argentina,
Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, México, Paraguay, Perú, Uruguay y
Venezuela, tiene como propósito alcanzar un mercado común latinoamericano, a
través de un proceso progresivo de "articulación y convergencia" de las iniciativas de
integración sub-regionales.
A fines de l985, los Presidentes Raúl Alfonsín de Argentina y José Sarney de
Brasil, ratifican la voluntad de encarar el futuro en conjunto, y con ello crean el marco
político para que se exploren caminos de acuerdo, iniciativa de difícil avance, dado
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que ambos países arrastraban, como otros de América Latina, la experiencia de
acuerdos no exitosos o de los magros resultados emergentes de la ALALC y la ALADI
(Asociaciones Latinoamericanas de Integración) lanzada en los años 80. (Op. Cit.). Sin
embargo, este acuerdo significó la génesis del Mercosur, y ubicó a las relaciones
recíprocas en un nivel de prioridad sin precedentes en la historia de las políticas
exteriores de los dos países. En 1985, la Argentina y el Brasil suscribieron la
Declaración de Foz de Iguazú, documento trascendente, en el que se sientan las
bases para la futura integración.
III.- IMPERATIVO CATEGÓRICO.-
Tras la breve enunciación de algunos de los intentos de unidad acometidos durante
más de un siglo, puede afirmarse que los avances en tal sentido han sido escasos. El
Mercosur, que en los últimos años emerge impulsado por una voluntad política en
apariencia más firme que las iniciativas que le precedieron, no logra, sin embargo,
superar la calificación de unión aduanera imperfecta, condición determinada por el
hecho de carecer sus países miembro de un arancel externo común.
Sin embargo, hoy más que nunca, la integración latinoamericana debe ocupar el
primer lugar en la agenda de los gobiernos del continente.
Tras décadas de haber
sido objeto de debate y hasta signo distintivo de diversas vertientes ideológicas, la
conformación de un bloque regional ha pasado a ser no ya una postura sectorial, no ya
un reclamo proveniente de corrientes sostenedoras de una visión americanista de la
historia, sino un imperativo categórico, una necesidad insoslayable aceptada por todas
esas posturas antes divergentes, las que ahora acotan los ejes de debate al perfil de la
integración, a su alcance y a su orientación. Suena paradójico a los oídos de quienes
venimos sosteniendo en alto desde siempre las banderas de la unidad e integración
latinoamericanas, escuchar en diversos foros, manteniendo con soltura las mismas
posiciones, a quienes, a través de los años y según la coyuntura política
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predominante, nos definían como “tercermundistas”, “ultra izquierdistas”, o retrógrados
que nos negábamos a admitir las “indiscutibles” ventajas de la incorporación al Primer
Mundo que nos prometían el alineamiento automático con los EE.UU. y la adopción
del modelo neo-liberal, cuyo triunfo irreversible fue proclamado en los ’90 por los
teóricos del Norte, junto al anuncio del fin de las ideologías.
Esa aceptación no ha sido la síntesis, el resultado de la relación dialéctica generada
por
el
debate.
Antes
bien,
encuentra
su
génesis
en
factores
exógenos,
fundamentalmente:
A) La
tendencia
mundial
a
la
regionalización,
con
la
consiguiente
modificación cualitativa, cuantitativa y morfológica de los mercados;
B) La necesidad de fortalecer la posición de los Estados periféricos ante los
centros de poder económico y políticos internacionales, amortiguando el
impacto de sus desventajas comparativas, mejorando la competitividad, y
dando un nuevo sesgo al tratamiento del endeudamiento externo.
La consolidación de la integración regional ha dejado de ser una cuestión vinculada a
lo ideológico, para convertirse en un elemento esencial e indiscutible para la
supervivencia de los pueblos latinoamericanos.
Si nos detenemos a indagar en las múltiples causas que han entorpecido hasta aquí
la conformación de la Patria Grande Latinoamericana, dos de ellas surgen como
esenciales:
1) EL PERFIL DADO A LOS INTENTOS DE INTEGRACIÓN;
2) EL
CARÁCTER
REGIONALES.
DISVALIOSO
DE
LAS
PRÁCTICAS
POLÍTICAS
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Dado el rol que ambas cuestiones desempeñan en el desarrollo de los intentos de
unidad, es interesante detenernos en ellas individualmente.
IV.- CRECE DESDE EL PIE (LA PARTICIPACIÓN COMO EJE DE LA UNIDAD
LATINOAMERICANA).Este apartado tiene como título el de una conocida canción del querido artista
uruguayo Alfredo Zitarrosa, en la cual su autor se refiere al carácter basal de los
movimientos políticos y sociales que persiguen el difícil don de la perdurabilidad.
Hasta aquí, los intentos de integración regional en general, y el MERCOSUR en
particular, poseen dos características que les son comunes:
A) Se plantean preponderantemente como áreas de integración económica,
instalando solo en forma secundaria cuestiones culturales que, lejos de
poder ser considerados factores de incidencia relativa, hacen a la
viabilidad misma del proyecto;
B) La definición de sus objetivos, vías de acción y desarrollo posterior del
proyecto, se dan dentro de las estructuras de los respectivos Estados,
sin ser expuestos a la consideración popular, para convertirlos en objeto
de construcción colectiva.
La naturaleza recurrente de tales circunstancias, presentes desde el inicio
mismo de los procesos de integración, los condena de antemano al fracaso. La
deisación del economicismo y su correlativa entronización en el centro de la
escena, se contrapone con la visión antropocéntrica que debe encabezar cualquier
tentativa de unidad regional, aún cuando la unidad persiguiera fines
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exclusivamente comerciales. Todo proceso integrador que prescinda de una
mirada omnicomprensiva, seguirá la suerte de sus precedentes. Sigmund Freud, al
avanzar sobre la sicología social y definiéndola en su esencia como el vínculo de
amor que une a un grupo de individuos conformando una masa perdurable en el
tiempo, señala que el afecto del grupo hace a la identidad del mismo y a la defensa
de lo que les es común frente a la adversidad, definiendo su suerte en el derrotero
de su lucha . Antes que económica, la tarea para conformar esa “masa perdurable
en el tiempo” es cultural. Por lo tanto, el proceso integrador no puede prescindir de
la labor cotidiana de promover políticas tendientes a la toma de conciencia, por
parte de los pueblos latinoamericanos, de que tenemos problemas en común,
potencialidades y carencias comunes; de que nos une la cultura, el origen, el
territorio; de que nuestras diferencias no deben desunirnos, sino enriquecernos; de
que solo la conciencia del destino común que nos aguarda, podrá permitirnos
defender, no solo nuestro patrimonio económico, sino también elementos
estratégicos como la biodiversidad, los recursos naturales, las etnias, las culturas,
la identidad, los valores, avasallados a sangre y fuego a través de la historia. Ese
proceso integrador es, esencialmente, una creación colectiva, y su éxito estará
determinado por el grado de participación que asuman los pueblos en la creación
de ese nuevo estado supra-nacional, en el cual se armonicen los intereses de sus
miembros, y se deponga toda postura hegemónica.
V.- PRÁCTICAS DISVALIOSAS EN LAS POLÍTICAS REGIONALES – ALGUNAS
DE SUS CAUSAS Y CONSECUENCIAS.-
Existen en el plexo axiológico utilizado para el análisis y evaluación de las prácticas
políticas, dos elementos entre sí antagónicos, pero calificados ambos como disvalores
de esas prácticas: el “voluntarismo”, al que podríamos caracterizar como la valoración
excesiva del grado de incidencia que la mera voluntad puede ocupar en el
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cumplimiento de los objetivos planteados; y el “posibilismo”, especie de inacción ante
el “statu-quo” generada por la convicción de que la voluntad política no puede producir
su transformación.
De la exclusión de los disvalores, podemos inferir que la buena práctica política
tiene como eje la racionalidad, que conduce a la adecuada fijación de las metas y a la
correcta elección de las vías para acceder a ellas, y la voluntad en grado suficiente
para transitar el camino emprendido.
Si bien es cierto que, dados lo múltiples caracteres diferenciales de los procesos de
integración de América Latina y Europa, tornan
necesariamente arbitraria una
comparación entre ambos, es válido formular algunas reflexiones en torno a los
valores y disvalores mencionados.
V-I.-LOS CAMINOS DE EUROPA.-
El sueño federalista de Emmanuel Kant puede convertirse en realidad, si, en 2.006,
entra en vigor el tratado constitucional europeo. Se habrá concretado así un objetivo
que, desde el disvalor “posibilismo”, se visualizaba en sus inicios, hace 50 años, poco
menos que irrealizable: convertir al continente en un bloque capaz de responder eficaz
y pacíficamente a los desafíos que se plantean. Europa será, definitivamente, una
persona jurídica susceptible de convertirse válidamente en alternativa al unilateralismo
norteamericano, a partir de la creación de ámbitos para generar consensos. Es decir,
desde una práctica situada en la antípoda del belicismo económico y armado sobre el
que asientan su política exterior los EE.UU. El texto constitucional europeo, con sus
luces y con sus claro-oscuros, es el corolario (y a su vez un nuevo punto de partida) de
un proceso que, como señalamos en el inicio de este apartado, reconoce entre sus
antecedentes más lúcidos los principios federalistas de Emmanuel Kant; que fijó su
derrotero en el racionalismo de sectores predominantes en la política europea del
último medio siglo (principalmente, de los últimos treinta años); y que no habría sido
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posible si el poder de la voluntad no hubiese permitido derribar las innumerables vallas
que obstaculizaban, en formas que el posibilismo definía como insalvables, el avance
de la racionalidad.
V-II.-LOS CAMINOS DE AMÉRICA LATINA.-Superaría los límites de este trabajo, y
no es, además, su objeto, agotar el análisis de las causas de las dificultades que
históricamente afrontan los pueblos latinoamericanos para revertir su tendencia al
fragmentarismo. Tal vez, como indicábamos antes, dicha tendencia se haya instalado
como factor condicionante de la evolución de los países de la región, a partir del
fracaso del congreso realizado en Panamá, en 1.826, al cual convocara Simón Bolivar
con vistas a lograr la unidad republicana de los nuevos estados, y al que los gobiernos
de las Provincias Unidas del Río de La Plata, Brasil y Chile ni siquiera enviaron
representantes.
No podemos, sin embargo, al intentar una aproximación a la praxis política y su
importancia en la consolidación de la unidad latinoamericana, soslayar la mención del
que es, seguramente, el factor que más incidiera en la balcanización de nuestro
continente. Dicha balcanización ha sido (y sigue siendo) funcional a los intereses de
los imperialismos que sucesivamente han ejercido su hegemonía en la región. No es
aventurado afirmar que la utilización del término “independencia” para definir la
creación en las colonias de gobiernos escindidos de los de las potencias
hegemónicas, continúa siendo un eufemismo. El proceso de emancipación americana
permanece inconcluso. En similar sentido, Amílcar Cabral, líder africano de la
liberación de Guinea y Cabo verde, afirma: “La independencia de los pueblo de
América Latina fue una falsa independencia. Se crearon gobiernos que están
enteramente sometidos al imperialismo norteamericano. Todo el mundo sabe que la
doctrina Monroe ha sido el punto de partida de la dominación total de la América
Latina (...). Dicho de otra manera, su independencia ha sido ficticia.” (Cabral, Amílcar,
“Tricontinental” Nº 4, París, 1.968). El nacimiento de los estados nacionales no trajo
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aparejada una modificación de las estructuras de poder político y económico. Ni a las
potencias internacionales, ni a las oligarquías locales, les convenía prestarse a una
política unionista que podía hacerles perder sus privilegios ( Beyhaut, Gustavo,
“Raíces Contemporáneas de América Latina”, Eudeba, Pág. 19) Así, el imperialismo
hizo una constante de la instalación de “gobiernos-títeres”, a cargo de sus
“representantes”, miembros de las oligarquías locales, que a cambio de la entrega del
patrimonio nacional, veían consolidarse su poder feudal. Tales
gobiernos podían
adquirir la forma de sangrientas dictaduras, o de democracias formales, insuficientes
para permitir a los sectores postergados disputar el poder real.
Perversa por definición, prolongada en el tiempo, y eficaz para el logro de sus
objetivos, la situación descripta prevalece en el continente desde el nacimiento de los
estados nacionales, habiéndose mostrado insuficientes para revertir la situación, el
surgimiento de movimientos populares en distintos países, que, en ciertos casos,
accedieron al gobierno, asentados generalmente
en la fuerte figura de un líder
carismático, cuya suerte determinaba la del movimiento.
El imperialismo sumó, al grado de dependencia económica, elementos que
marcaron a fuego las prácticas políticas en los países de nuestra región. El “pecado de
origen” de los “gobiernos-títere”, tuvo su continuidad en una corrupción estructural,
funcional a sus intereses.
Otra constante en las políticas del poder central hacia Latinoamérica, estuvo dada
por la promoción y sostenimiento de conflictos artificiales y situaciones de tensión
entre los países de nuestra región, que hacían ilusoria toda. posibilidad de construir un
bloque regional.
Es insoslayable, decíamos, la consideración de estas circunstancias, al evaluar las
marchas y contramarchas de las diversas tentativas de unión continental. Al esfuerzo
que demanda el camino de la unidad, se suma el que se necesita para minimizar la
incidencia en la marcha del proceso, de siglos de desencuentros entre los estados y
de disvalor en el quehacer político. Cuando, como se indicara, hace poco más de dos
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décadas la necesidad de construir la unión de los pueblos americanos dejó de ser
divisoria de aguas entre corrientes ideológicas, para convertirse en un imperativo
categórico atinente a la subsistencia misma de los estados, surgió, en el cono sur, la
que tal vez podría calificarse como la herramienta dotada de mayores visos de
viabilidad y de mayor “efecto convocante”: el Mercosur, que se perfiló desde sus
inicios como un proceso de integración pragmático, de pequeña estructura
institucional, y, si se quiere, “cómodo”, ya que esa agilidad y pragmatismo permitían la
adopción de medidas, por parte de los países miembros, que tendieran a la
satisfacción de intereses individuales, no necesariamente ubicadas en el marco de una
estrategia común.
Luego de 20 años, el perfil aparentemente racional del Mercosur ha mostrado ser
insuficiente. Su gradualismo le imprimió un ritmo de crecimiento insignificante, si lo
comparamos con el de la Unión Europea o el bloque asiático, y tal tendencia deber ser
revertida de inmediato, antes que devenga inmodificable. Aquí entra en juego el
elemento que no debe dejar de acompañar la racionalidad del proyecto: la voluntad
política. Esa voluntad política que se reafirma en cada discurso, pero que con
demasiada frecuencia deja de manifestarse en los hechos. Esa voluntad política que
no aparece a lo hora de crear un arancel externo común (objetivo de mínima que aún
está lejos de alcanzarse), ni en el avance en la liberalización de los servicios. Mientras
el
mundo
cambia,
la
magnitud
del
avance
mercosureño
en
particular,
y
latinoamericano en general, es infinitamente menor que la grandilocuencia de las
declamaciones. No hay, definitivamente, una manera “cómoda” de consolidarlo. De
cara al futuro, y sin tiempo que perder, se den establecer y poner en marcha comunes
denominadores en dos puntos neurálgicos: la gestión económica y la política exterior
del bloque. La aceleración del proceso es indispensable, y la solidificación de su
estructura institucional, condición básica para el logro del objetivo. Dicha estructura
deberá contar con organismos que permitan:
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1) Llevar adelante las políticas consensuadas, lo que puede darse en un
ámbito dotado de ejecutoriedad, de las características de la Comisión
Europea. Esto implica, claro está, cesión de soberanía por parte de los
países miembros. Nuevamente ingresamos en la esfera de la voluntad
política. Sin cesión de soberanía no habrá persona jurídica supranacional.
2) Establecer una política externa, si no unificada, al menos coordinada, que
contemple una estrategia acorde a las necesidades de los estados parte.
3) Incrementar el grado de seguridad jurídica, a través de:
A) Un
órgano
legislativo
que
genere
paulatinamente
Derecho
Comunitario, con una integración que no excluya del ámbito de las
decisiones a los países de menor densidad demográfica. Cada
pueblo debe sentirse parte del proceso de integración.
B) Una Corte Supranacional de Justicia, que optimice el grado de
resolución de las controversias, superando el grado de seguridad
jurídica que brindan los Tribunales “ad-hoc”, y siente las bases del
Derecho Comunitario.
Ubicamos la creación de un banco supranacional y de una moneda única, en el marco
de culminación de un proceso de coordinación de política económica que el los países
latinoamericanos ni siquiera han comenzado a transitar.
Sin generosidad y sin verdadero espíritu integrador, no habrá Patria Grande. Tal vez
el posibilismo dictamine la condición utópica del objetivo, pero la voluntad política
CONCURSO de ENSAYO “PENSAR a CONTRACORRIENTE” 2004
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puede aún desmentirlo. La misma voluntad política que se convirtió en motor de la
Unión Europea.
VI.- CONCLUSIONES.1) Desde los centros de poder, se plantea, falazmente, que la globalización es un
hecho inamovible, moderno, que democratiza el conocimiento, y que adopta
una morfología capaz de ofrecer igualdad de oportunidades.
2) Desde el pensamiento crítico, es imprescindible generar alternativas teóricas y
prácticas que permitan descomponer el poder hegemónico.
3) En ese marco, la construcción de espacios regionales, en nuestro caso la
concreción de la tan anhelada y postergada Unidad Latinoamericana, es
condición indispensable para el logro de tal objetivo.
4) Un elemento esencial para avanzar en tal sentido, es priorizar los aspectos
culturales del proceso de integración, dejando de lado la visión meramente
economicista que caracterizara a cada uno de los intentos que hasta aquí han
tenido lugar. En tal sentido, sería un buen punto de partida el cambio de
nomenclatura de bloques como MERCOSUR, ALALC, etc. que remiten a
conceptos propios del meo-liberalismo.
5) La concreción plena en América Latina de una experiencia análoga a la de la
Unión Europea, sufre en su desarrollo, además de las dificultades propias
generadas por las asimetrías en todo intento de integración, las huellas de
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prácticas políticas malsanas, consentidas y estimuladas durante siglos por el
imperialismo.
6) El esquema pragmático y gradual con que se planteara el Mercosur en sus
inicios, debe dar paso rápidamente a la creación de sólidas estructuras
institucionales.
7) Dicho proceso debe ser generoso e inclusivo. Demanda renuncia de soberanía,
y visión estratégica.
8) Independientemente de las diferencias entre el desarrollo de ambos procesos,
en la consolidación del Mercosur y de la Unión Latinoamericana, debe primar la
firme vocación integradora que permite a los países europeos limar diferencias,
compensar desigualdades, y corregir imperfecciones.
9) Este trabajo NO PRETENDE REIVINDICAR EL VOLUNTARISMO, NI
PROMOVER SU ASCENSO EN LA ESCALA DE VALORES. Pretende, sí,
dejar en claro que, sin el ejercicio de una firme voluntad política, no
suficientemente manifestada en los hechos todavía, la unidad de los pueblos
americanos será cada día más, una simple actitud declamatoria.
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