Título: La Doble Valencia de lo Político en Ernesto Laclau Título en inglés: The double value of the political in Ernesto Laclau Resumen En el presente artículo definimos el concepto laclauniano de “lo político” como instancia conflictiva reactivadora de lo social y exploramos la duplicidad de sentidos connotada en esta fórmula. Así, basándonos en el vínculo sedimentación-reactivación, exponemos dos lógicas opuestas y complementarias implícitas en la concepción de Laclau, una negativa y otra positiva, a las que denominamos respectivamente “suspensión” y “hegemonización”. Mientras que la primera alude a la puesta entre paréntesis de las relaciones socialmente instituidas implicada en toda acción política, la última remite al movimiento en virtud del cual un proceso hegemónico instituye un nuevo orden social. La conjetura que anima la investigación sostiene que sólo gracias a la presencia y combinación de ambas dimensiones puede cualquier intervención política efectiva llegar a tener lugar. Abstract At this article, we define the laclaunian concept of “the political” as a conflictive reactivation of the social and we explore the duplicity of senses that this formula implies. Basing our lecture on the sedimentation-reactivation relationship, we expose two opposed and complementary logics implicit at Laclau’s conception, one negative and the other positive, that we call “suspension” and “hegemonization”. While the first refers at the epojé of social relationships implied in every political action, the other one means the hegemonic process of institution of a new social order. The hypothesis that move our investigation support the idea that only if both dimensions are present and combined, an effective political intervention can come to take place. Palabras clave: LO POLÍTICO – SUSPENSIÓN – HEGEMONIZACIÓN – REACTIVACIÓN – SEDIMENTACIÓN Key words: THE POLITICAL – SUSPENSION – HEGEMONIZATION – REACTIVATION – SEDIMENTATION Área de conocimiento: Filosofía política La doble valencia de lo político en Ernesto Laclau1 Como es sabido, un abismo insalvable separa a Laclau de toda visión gerencialista de la política. “Lo político”, entendido como opuesto a la mera administración, designa en su pensamiento la instancia conflictiva reactivadora de lo social.2 Si resaltamos en esta definición el componente de conflictividad, es debido a que la operación de reactivación no se pone en juego sino por intermedio del antagonismo, la lucha y el poder. Es exclusivamente a través del paso por este núcleo duro de negatividad radical, expresado como alteridad, rivalidad y opacidad constitutivas, que lo social puede alcanzar cierto nivel de objetividad y estabilidad. La negatividad última que sustenta todo el planteo torna indefectiblemente precario y provisional a cualquier orden social, que sólo mantendrá su carácter recurrente y naturalizado hasta tanto un nuevo acto político de reactivación le recuerde sus orígenes contingentes y proponga en su reemplazo una configuración alternativa. Lo político y lo social se conectan así, en Laclau, mediante un nexo complejo y paradojal de naturaleza híbrida, a la vez de mutua exclusión y de requerimiento recíproco. En este contexto, es posible advertir una doble valencia semántica en la concepción de la politicidad exhibida por el autor argentino: de acuerdo con nuestra lectura, ella implica tanto un momento negativo de “suspensión” (infra, 1) cuanto una fase positiva de “hegemonización” (infra, 2). Tal dualidad, sustentada en el juego entre reactivación y sedimentación, despliega dos tipos opuestos de vínculo entre lo político y lo social, de caracteres contrarios aunque complementarios. Es sólo gracias a la combinación de ambas lógicas, cuyo despliegue afrontaremos a continuación, que cualquier intervención política efectiva puede llegar a tener lugar. 1. Suspensión. Si bien la centralidad de lo político estaba ya presente en los primeros escritos originales de Laclau (1986: 53-233) y había cristalizado en su célebre libro Hegemonía y estrategia socialista, publicado junto a Chantal Mouffe (Laclau y Mouffe, 2004), es en Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (Laclau, 2000) donde el autor termina de formular el concepto, justamente a partir de una relectura postmetafísica y sociopolítica del par husserliano sedimentación/reactivación. En ese texto, el argentino establece por primera vez una nítida frontera analítica entre “lo social”, entendido como espacio de prácticas rutinarias –esto es, a la vez 1 El presente trabajo forma parte de una investigación doctoral financiada por CONICET, en el marco del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y del Proyecto de investigación UBACyT SO 09 “Dimensiones políticas de la acción colectiva”, dirigido por el Dr. Emilio de Ípola. 2 Para un detallado examen de este concepto, véase el ensayo de Dyrberg (Critchley et al., 2008: 299-316). recurrentes y naturalizadas–, y “lo político”, definido como instancia de descubrimiento de la contingencia originaria de lo social y de institución de nuevas relaciones sociales: Las formas sedimentadas de la ‘objetividad’ constituyen el campo de lo que denominaremos ‘lo social’. El momento del antagonismo, en el que se hace plenamente visible el carácter indecidible de las alternativas y su resolución a través de relaciones de poder es lo que constituye el campo de ‘lo político’. (...) es la propia distinción entre lo social y lo político la que es constitutiva de las relaciones sociales. Si por un lado es inconcebible una sociedad de la que lo político hubiera sido enteramente eliminado – pues implicaría un universo cerrado que se reproduciría a través de prácticas meramente repetitivas– por el otro, un acto de institución política pura y total es también imposible: toda construcción política tiene siempre lugar contra el telón de fondo de un conjunto de prácticas sedimentadas. La última instancia en la que toda realidad es política no sólo no es asequible sino que, de ser alcanzada, borraría toda distinción entre lo social y lo político. Porque una institución política de lo social de carácter total sólo puede ser el resultado de una voluntad absolutamente omnipotente, en cuyo caso la contingencia de lo instituido –y por ende su naturaleza política– desaparecería. La distinción entre lo social y lo político es pues ontológicamente constitutiva de las relaciones sociales (...). Pero la frontera entre lo que en una sociedad es social y lo que es político se desplaza constantemente. (Laclau, 2000: 51-52) Dicho en código postestructuralista, lo político es la falla o brecha ínsita a la estructura social, su exterioridad y apertura constitutivas. En este sentido, la distinción sedimentación/reactivación determina al ser mismo de lo social, que se halla habitado en su interior por una alteridad que lo torna a la vez posible e imposible. Tal paradójica condición ontológica conlleva, a nivel fáctico, una redefinición constante de los límites entre lo sedimentado y la fuerza reactivante, en un juego inacabable en el que ninguno de los dos polos puede jamás absorber por completo al otro. Ello determina que toda situación y proceso histórico concreto sea siempre, al menos en nuestra época contemporánea, a la vez parcialmente “social” y parcialmente “político”, y que en la práctica se verifiquen combinaciones sumamente variables y diversas de esta relación de contaminación permanente y de tensión irresoluble. De este planteo general, lo que nos interesa rescatar es el sesgo eminentemente negativo con que es presentada, en primer término, la relación sedimentación-reactivación en Nuevas reflexiones... Nociones como las de “represión”, “desechamiento”, “violencia” y “exclusión”, señalan inequívocamente ese movimiento de negación de lo político con respecto a lo social: (...) el momento de institución originaria de lo social es el momento en que se muestra su contingencia ya que, como hemos visto, esa institución sólo resulta posible a través de la represión de alternativas que estaban igualmente abiertas. Mostrar el sentido originario de un acto significa así mostrar el momento de su contingencia radical, es decir, reinscribirlo en el sistema de opciones históricas reales que fueron desechadas. De acuerdo con nuestro análisis anterior: mostrar el terreno de la violencia originaria, de la relación de poder a través de la cual esa institución tuvo lugar. Aquí podemos introducir, con ciertos cambios, la distinción de Husserl. En la medida en que un acto de instituición ha sido exitoso, tiende a producirse un ‘olvido de los orígenes’; el sistema de posibilidades alternativas tiende a desvanecerse y las huellas de la contingencia originaria a borrarse. De este modo lo instituido tiende a asumir la forma de una mera presencia objetiva. Este es el momento de la sedimentación. Es importante ver que este borrarse implica un ocultamiento. Si la objetividad se funda en la exclusión, las huellas de esta exclusión estarán siempre presentes de un modo u otro. Lo que ocurre es que la sedimentación puede ser tan completa, el privilegio de uno de los polos de la relación dicotómica tan logrado, que el carácter contingente de este privilegio, su dimensión originaria de poder, no resulta inmediatamente visible. Es así como la objetividad se constituye como mera presencia. (Laclau, 2000: 51)3 En síntesis, en la medida en que lo político procede, en un principio, reprimiendo las posibilidades que han logrado algún grado de actualización –y por tanto, de objetividad y sedimentación–, un sentido estrictamente negativo domina inicialmente la relación que el mismo entabla con lo social. En pocas palabras, para que pueda haber institución originaria de nuevas relaciones sociales, es precondición impugnar las configuraciones alternativas efectivamente operantes en las prácticas sociales instituidas. Pero la fase negativa del vínculo sedimentación-reactivación posee doble circulación. Así como lo político condiciona negativamente a lo social al reprimirlo, éste hace lo propio con aquél, restringiendo su alcance. Si, como afirma Laclau, “un acto de institución política pura y total es (...) imposible”, dado que “toda construcción política tiene siempre lugar contra el telón de fondo de un conjunto de prácticas sedimentadas” (2000: 52; cursiva nuestra), entonces lo social también ejerce una presión negativa sobre lo político, en virtud de la cual este último no puede darse nunca como institución absoluta. Algún resto estratificado de sedimentación social permanece siempre inerme al acto de institución política, poniendo coto, de este modo, a su poder instituyente. Tal doble movimiento negativo es, pues, el que une en primera instancia a lo político y lo social, estableciendo entre ambas dimensiones un vínculo de limitación recíproco. Así, mientras que la primera lleva a cabo lo que podríamos denominar una “suspensión política de lo social”, la última genera, inversamente, una suerte de “resistencia social a lo político”. En este intercambio de fuerzas negativas a la vez contrarias y entremezcladas se juega, en un primer sentido, la naturaleza y la dinámica de las lógicas sociopolíticas, al interior de las cuales cabe categorizar a la operatividad 3 El concepto nodal que otorga significación a toda la cadena de términos establecida aquí es, sin duda, el de “represión”, que es elaborado por Laclau del siguiente modo: “(...) toda objetividad presupone necesariamente la represión de aquello que su instauración excluye. Hablar de represión sugiere inmediatamente todo tipo de imágenes de violencia. Pero éste no es necesariamente el caso. Por ‘represión’ entendemos simplemente la supresión externa de una decisión, una conducta, una creencia, y la imposición de otras que no tienen medida común con las primeras. Un acto de conversión, en tal sentido, implica represión respecto de las creencias anteriores. Y es importante también advertir que las posibilidades reprimidas no son todas aquellas que resultan lógicamente posibles en una cierta situación – es decir, todas aquellas que no violan el principio de contradicción– sino tan sólo aquellas que podemos denominar como posibilidades incoadas, aquellas que han tenido un principio de actualización y han sido eliminadas.” (Laclau, 2000: 48) estrictamente “política” como aquella que pone entre paréntesis las connotaciones de recurrencia y naturalización de las relaciones sociales instituidas –o, dicho en lenguaje fenomenológico, que realiza una epojé del carácter sedimentado de las prácticas sociales–. Ahora bien, ¿consiste lo político exclusivamente en un gesto negativo, en una mera “suspensión”? ¿Acaso no nos hemos referido a él también positivamente, en términos de institución de lo social? Exploremos a continuación este segundo aspecto. 2. Hegemonización. Aunque el concepto de hegemonía recibe en el devenir de la obra de Laclau algunos replanteos importantes, la identificación política=hegemonía se mantiene inalterable a lo largo de ese decurso.4 Sintetizando los denominadores comunes de las diversas aproximaciones teóricas realizadas por el autor al concepto, cabe distinguir tres rasgos básicos: 1. Equivalenciación: sólo a través de la articulación equivalencial5 de diferencias al interior de discursos alternativos tiene lugar la hegemonía. La misma es posibilitada por la constitución de significantes vacíos que operan como puntos nodales de las cadenas a la que pertenecen y redefinen el significado de los demás significantes asociados a ellos en virtud de su excedente metafórico de sentido. Sin el establecimiento de dichos enlaces equivalenciales, con sus respectivos significantes vacíos, ninguna hegemonización es posible. 2. Antagonismo: la hegemonía puede darse sólo en un espacio surcado por fronteras antagónicas, esto es, por enfrentamientos entre sujetos en el marco de relaciones asimétricas de poder. Allí donde existe un orden que expulsa fuera de sí la conflictividad, el trabajo de hegemonización resulta imposible. 3. Inestabilidad: solamente en un contexto en el que los significantes presentan flotación y en el que las fronteras entre los adversarios políticos son variables, cabe la lucha hegemónica. En aquellos en los que tal inestabilidad de los significantes y de las fronteras es borrada, el trabajo de hegemonización desaparece.6 Para que quepa considerar a cualquier manifestación social de sentido como hegemónica, entonces, es necesario satisfacer simultáneamente las tres condiciones. Así, la falta de antagonismo conlleva la muerte de la hegemonía vía la absolutización de un único discurso que integra completamente a la sociedad y fija de manera definitiva las fronteras en sus márgenes. La carencia de equivalenciación, por su parte, conduce al mismo destino, sólo que a través de una inconmensurabilidad total que separa neta y radicalmente a la comunidad en dos sociedades de 4 Para un panorama general de la teoría laclauniana de la hegemonía, en sus diversas etapas y reformulaciones, véase el ensayo de Howarth (Critchley y Marchart, 2008: 317-343). 5 Sobre este concepto, véase Laclau y Mouffe, 2004: 170-177. 6 Acerca de estas dimensiones implicadas en la noción de hegemonía, véase Laclau y Mouffe, 2004: 179 y 187-189. rasgos opuestos, tornándose la diferencia entre ellas no ya un linde variable, sino una separación tajante. En contraste con estos dos casos polares y extremos, lo político, entendido como despliegue de relaciones hegemónicas o hegemonización, sólo se da, según Laclau, en ese ámbito intermedio en el que diversos adversarios luchan por la imposición de un orden alternativo, en el marco de un constante movimiento a nivel de los significantes cuyo sentido se disputan y de los límites que distinguen sus respectivas identidades. Con este segundo aspecto comienza a revelarse, pues, la doble dimensión de lo político, que no es otra que la doble valencia de la reactivación: desde la perspectiva lalcuaniana, la politicidad no se restringe al instante de suspensión de lo social, sino que implica también, y fundamentalmente, el proceso de hegemonización que replantea las relaciones de poder y dota a las prácticas sociales habituales de una nueva configuración discursiva. La fuerza reactivadora se desdobla, así, en dos fases, ambas de carácter netamente político: una negativa que pone fuera de juego la recurrencia y la naturalización inherentes a la sedimentación social y otra positiva que, sobre la base de aquella instancia crítica, recrea la praxis preexistente.7 También en este último caso, como en el analizado precedentemente, el vínculo reactivación-sedimentación es bidireccional, sólo que en sentido opuesto: lo político ya no suspende lo social, sino que lo recupera y reinterpreta, mientras que lo social ya no resiste a lo político, sino que hace las veces de fuente o recurso para él. En este segundo ida y vuelta entre ambos, que deja ver a la sedimentación como reserva de sentidos y a la reactivación como recolección8 transformadora de los mismos, se libra el proceso de hegemonización, en tanto lazo positivo entre lo político y lo social. 3. A modo de conclusión. Si, como hemos procurado mostrar, el concepto laclauniano de “lo político” se encuentra internamente atravesado por una doble dimensión negativa y positiva, “suspensión” y “hegemonización” parecen ser dos nombres factibles para designar dicha bivalencia. Ésta no consistiría en una tipología ideal al estilo weberiano, imposible de hallar como tal en lo empírico, ni tampoco en la polaridad intrínseca a una totalidad dialéctica que la conservaría/superaría, sino en una duplicidad inmanente a toda praxis político-hegemónica, cuyos lados se entrelazarían en un vínculo de primer plano-trasfondo. De esta suerte, toda suspensión de lo instituido conllevaría inevitablemente la secreta posibilidad de una rehegemonización del orden social, al tiempo que toda institución de nuevas relaciones sociales presupondría un momento inherente de impugnación de las configuraciones sociopolíticas previas. En este juego entre ambas valencias reactivadoras radicaría, 7 La terminología a la que recurrimos aquí –“negatividad” y “positividad”– es no sólo consistente con la empleada por el propio Laclau (Laclau y Mouffe, 2004: 169-170; 172), sino también con la utilizada por algunos comentaristas de su obra (véase, por ejemplo, el artículo de Glynos y Stavrakakis: Critchley et al., 2008: 249-267). 8 Nos inspiramos aquí en Ricoeur (2002: 29-32). según nuestra lectura, una de las principales claves ontológicas de la política democrática radical defendida y teorizada por Ernesto Laclau. Bibliografía Critchley, Simón y Marchart, Oliver (comps.) 2008 (2004) Laclau. Aproximaciones críticas a su obra (Buenos Aires: FCE). Laclau, Ernesto 1986 (1977) Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo, fascismo, populismo (Madrid: Siglo XXI). Laclau, Ernesto 2000 (1990) Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (Buenos Aires: Nueva Visión). Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal 2004 (1985) Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia (Buenos Aires: FCE). Laclau, Ernesto y Zac, Lilian 1994 “Minding the gap: the subject of politics”. En Laclau, Ernesto (ed.) 1994 The making of political identities (Londres: Verso), págs. 11-39. Ricoeur, Paul 2002 (1965) Freud: una interpretación de la cultura (México: Siglo XXI). Esteban Vergalito es Profesor en Filosofía por la UBA. Actualmente es Maestrando y Doctorando en la Facultad de Ciencias Sociales de la misma institución, y becario doctoral interno del CONICET. Investiga en temas de filosofía y teoría políticas desde una aproximación hermenéutica. Pertenencia institucional: UNSJ – CONICET E-mail: [email protected]