ÉTICA PÚBLICA Y PRIVADA – ¿EDUCACIÓN EN VALORES? Nicolás Etcheverry Estrázulas Hace un tiempo, un lunes feriado decidimos con mi señora ir al cine y nos instalamos antes de que se apagaran las luces en una conocida sala de Pocitos. Previo al inicio de la función comenzaron a sonar las primeras estrofas del Himno Nacional por ser una fecha patria; en ese momento éramos unas veinte personas las que estábamos dentro de la sala. Nos pusimos de pie cuatro en señal de respeto a lo que esa música representa. Al lado de un señor que se puso de pie, había tres personas más; una mujer y dos muchachos adolescentes. Uno de ellos, mientras continuaba el himno y él permanecía sentado, comenzó arrojarle en señal de burla unos pedacitos de pop acaramelado en la espalda a quien presumo era su padre, mientras hacía comentarios en voz baja con la señora y ambos se reían (¿serían la esposa y uno de los hijos del señor parado...?).Siempre sentado, el joven se alargó más en su asiento en señal de aburrimiento mientras hacía mímica de estar dirigiendo con una imaginaria batuta el himno hasta su finalización. La primera reacción que puede tenerse al ver que solamente el 20% de los presentes en esa sala reaccionaba con respeto frente a un símbolo patrio es de asombro e indignación. Pero ese sentimiento puede también dejar paso a otro de profunda lástima, preocupación y pesadumbre. Ya hemos visto antes cómo algunos jóvenes manifiestan sus protestas quemando banderas o destruyendo los escudos nacionales. El asunto es ahora más sutil y más hondo, pues no se trata de discrepancias o protestas contra tal o cual partido político, de disentir con este o aquel dirigente. Se trata de una manifestación tan o más peligrosa que el mismo terrorismo. Porque el terrorismo conlleva odio y violencia, y asesina gente sin consideraciones de tipo alguno; por ello, genera todavía reacciones de indignación y repudio en la mayoría absoluta de los ciudadanos de cualquier país, sin distinciones de raza, credo o afiliación política. Esto que acabo de describir es más sutil y hondo, por ser una actitud de burla y deindiferentismo. Y a la hora de diagnosticar a una sociedad enferma, sinceramente no sé qué es peor. Algo huele mal y podrido, y no es precisamente en Dinamarca, al decir de Hamlet... Les recuerdo que este hecho no ocurrió en un barrio marginal de Montevideo, sino en un cine donde concurre mucha gente de clase media y alta, con un supuesto nivel adquisitivo y cultural significativo. En lo personal, mi mayor preocupación no fue el desprecio y burla frente a un símbolo patrio, que ya es bastante, sino la falta de consideración y de respeto de un joven frente a un adulto, supuestamente su padre, con el expreso (ni siquiera tácito) consentimiento de otro adulto, supuestamente su madre. Hemos oído muchas veces la expresión “educación, educación, educación…” como también la frase casi hecha acerca de la necesidad de “educar en valores…”. En mi opinión no se trata tanto de educar en valores (tales como el bien, la verdad, la libertad o la paz) lo que está en juego, sino de educar en las virtudes humanas; esto es, en los hábitos operativos positivos que – aprehendidos y transmitidos a otros – permiten la construcción de esos valores. A los valores nadie los discute; todos anhelamos vivir en paz y en libertad, hacer el bien y descubrir la verdad; el problema es cómo hacerlo, cómo lograrlo; y ello se hace a través del conocimiento y práctica de las virtudes humanas. Lograr esos hábitos no resulta siempre tarea fácil, más bien lo contrario. Quizás por ello resulte más fácil hablar de los valores y llenar el ojo con esas palabras que suelen escribirse con mayúscula, para evadir el verdadero compromiso de asumir la necesidad de lograr, personal e individualmente, esos hábitos operativos buenos y por ello arduos. De toda la variedad de virtudes humanas que podríamos enumerar me quiero referir especialmente a dos: el respeto y la piedad. Las elegí entre otras razones por estar muy vinculadas entre sí y por entender que precisamos recuperarlas con urgencia. En primer lugar el respeto: El diccionario de la Real Academia Española define al respeto como obsequio, veneración y acatamiento, y también como miramiento, consideración o atención a persona, causa o motivo. Pues bien, si no logramos siquiera que una madre le inculque a su hijo un mínimo respeto por su padre y por las posturas que asume, ¿Podemos pretender que ese respeto se eduque, se transmita y se viva en otros ámbitos? ¿Podemos confiar en que ese tipo de joven reciba en otros lugares algo que sustituya o reemplace lo que está recibiendo por parte de uno de los integrantes principales de su propia familia? ¿Qué clase de educación puede transmitirse cuando se constata tanta falta de coordinación, de armonía de objetivos entre los que supuestamente deben impartirla? No sólo se trata, reitero, de un mero respeto a los símbolos que representan la patria sino antes y prioritariamente, a los personas que integran un mismo vínculo familiar. Pero también se extiende hacia otros ámbitos, aspectos y personas: respeto a la hora de expresarse, de gesticular, de vestirse, de discrepar con las ideas o formas de pensar de otros, de aceptar y tolerar que otras personas no piensen y actúen como uno; respeto inclusive por uno mismo para luego pretenderlo en los demás. Respeto por las normas, sean del tipo que sean. Respeto a las autoridades, no por lo que son sino por lo que representan. Basta con analizar tres situaciones: a) Cómo respetamos ciertas normas de tránsito en nuestra capital y recordar la cantidad de víctimas fatales por accidentes que tenemos por año. b) El trato que damos y recibimos muchos de nosotros a la hora de relacionarnos; el lenguaje que utilizamos para discutir o discrepar o los insultos que utilizamos cuando se nos agotan los argumentos, cosa que ocurre bastante rápido... c) Qué transformación ha tenido el deporte cuando ha dejado de ser un lugar de competencia leal y un encuentro para desarrollar el cuerpo y la mente a través del juego, para tornarse en un motivo de luchas entre enemigos que se odian y deben aniquilarse a cualquier precio. Y cuidado, no vayamos a creer que esto se refleja únicamente en el fenómeno de las barras bravas. Desgraciadamente antes que esto, podemos observar a un buen número de padres que acuden a los encuentros deportivos de sus hijos, especialmente en el baby-fútbol, para gritarle a sus hijos que destruyan a sus rivales, descargando en esos partidos sus propias violencias y frustraciones. Basta con estos tres ejemplos para evaluar si no precisamos recuperar pronto el hábito operativo positivo del respeto, el cual comienza por un respeto hacia uno mismo y luego e inmediatamente hacia los demás. Por suerte hemos experimentado una positiva reacción inversa a estos síntomas a través del reciente excelente desempeño de nuestra selección de fútbol en el Mundial y la Copa América.Desempeño que logró unir a todo el país en algo más que meros resultados deportivos favorables; hubo mucho de extra-fútbol, de extra-cancha en estos últimos tiempos y que pudo notarse en el comportamiento (educación) de todos los integrantes de la selección, en la manera de expresarse, de vestirse, y de asumir públicamente tanto las victorias como las derrotas.Estole devolvió a muchos uruguayos la alegría y el orgullo de sentirse así representados. Pienso que muchos de los uruguayos deberíamos recuperar, como lo hizo nuestra selección mayor, otras actitudes que se vinculan con el respeto y ellas son la elegancia y la galantería. Sería bueno recuperar la gracia y distinción en el porte, el vestido y los modales; el buen gusto en la elección de las palabras y en general, en la forma de hacer las cosas. Nos hemos olvidado de realizar acciones obsequiosas, de expresarnos con amabilidad. El cortejar y el flirteo han pasado de moda y la caballerosidad no sólo no es más valorada, sino que se la ve con desprecio. Hemos llegado a la inversión y paroxismo de entender a los buenos modales y la elegancia como algo negativo, como un símbolo de inferioridad. Sería bueno que en particular las mujeres uruguayas volvieran a reclamar más aún, a exigir, estas actitudes en ellas mismas y en los varones de hoy. Creo que son las mujeres quienes tienen posibilidades mayores de volver a exigir respeto, galantería, buenos modales y elegancia. No es que este desafío no se presente también a los hombres, pero siempre ha sido la mujer quien ha marcado los rumbos en estos aspectos. Si en el campo del entretenimiento y el espectáculo por ejemplo, la mujer no se acostumbrara a la vulgaridad, al lenguaje procaz y las manifestaciones obscenas; si en cambio volviera a reclamar respeto y elegancia a la hora de hablar, vestirse y expresarse, algunas cosas comenzarían a cambiar. Son derechos que puede y debe reclamar, pues se entrelazan con su propia dignidad femenina. Tampoco sirve la excusa de la pobreza para justificar estas pérdidas; sobran ejemplos de personas que tienen buena capacidad adquisitiva y son los que primero faltan al respeto, los que insultan en vez de discutir racionalmente, los que cultivan la descortesía y se olvidaron de los buenos modales. Sobran también ejemplos de personas modestas en su riqueza y nivel social que no han perdido la educación y el respeto. Por lo tanto, no acepto ni compro personalmente la excusa y la versión de que estas pérdidas son el resultado del auge de la pobreza. En mi opinión estas carencias son fruto de un deterioro educativo que comienza en la familia media, sin ser decisivo en qué niveleconómico se encuentra, familia que sigue siendo la principal e insustituible formadora de los hijos, para luego proyectar su ejemplo en otros ámbitos. Sin perjuicio de la anterior afirmación, debemos también reconocer que estos deterioros han sido estimulados desde hace décadas por las políticas clientelistas y demagógicas de nuestros gobiernos de turno. Mientras de boca para afuera han clamado y perorado por los temas de educación, salud y seguridad, de puertas para adentro han estado remunerando mucho mejor los sueldos de los choferes, los fotocopiadores o los ascensoristas de innumerables reparticiones públicas. Y al mismo tiempo, con reiterada negligencia e imprudencia han pagado mucho peor los salarios de los maestros, los médicos, enfermeros y policías de nuestro país. Es una absurda paradoja, un cachetazo al sentido común, promover durante décadas el ingreso a cierto tipo de empleos públicos y al mismo tiempo atentar sistemáticamente contra la sagrada y admirable vocación de las personas dispuestas a servir a otros en tres áreas tan claves como son la educación, la salud y la seguridad ciudadana. La falta de respeto hacia esas áreas ha sido a mi entender sistémica y flagrante - por muchos discursos que se pronuncien tratando de disimularla - pues los hechos, en este caso los recursos destinados a cada una de ellas durante décadas, hablan por sí solos y hablan más que mil palabras. ¿No es acaso también contradictorio, otra bofetada al sentido común, que ya en pleno siglo XXI podamos enorgullecernos de los avances de algunos derechos humanos como el de las mujeres o el de las minorías y no respetemos otros que se caen por su propio peso? ¿No hemos escuchado y leído más de una vez que "los derechos humanos no están a disponibildad de las mayorías"? ¿Cómo conciliar entonces estas afirmaciones con claras y recurrentes manifestaciones de irrespeto a esos derechos, sean de mayorías o de minorías? Si lo cuantitativo no debe regir a la hora de respetar los derechos humanos, entonces seamos coherentes y respetémoslos a todos y siempre, no según los vientos que soplan. ¿Cómo conciliar el derecho de los no fumadores a que no se fume en espacios cerrados, con el consiguiente deber de los que fuman a hacerlo en espacios abiertos y por otro lado no respetar el derecho de los trabajadores que quieren ingresar a sus lugares de trabajo y desempeñar sus tareas? Se respeta a los primeros y basta con que haya un solo no fumador para poder exigir que los que sí lo hacen se vayan fuera; pues ¿no hemos acordado que este tipo de derechos deben respetarse sin entrar a considerar cuestiones de mayorías o minorías? Si esto es así, qué derecho humano tienen entonces los huelguistas - sin importar si son mayoría o minoría - a no respetar los derechos de los que quieren seguir trabajando?¿No es esto tergiversar y manejar caprichosamente el lema del respeto a los derechos humanos? Ejemplos análogos al derecho del trabajo podemos encontrar en el derecho de expresión, de acceder a la información, a la educación, etc. ¿No es un enorme contrasentido que en los tiempos que corren muchos sean tan puntillosos, exigentes y respetuosos frente a las normas de tránsito, municipales, tributarias o sindicales y tan poco respeto le brinden a la primer norma del país, la Constitución de la República, tantas veces ignorada y vapuleada con desprecio y hasta sorna? En segundo lugar la piedad: Muy frecuentemente suele entenderse a la piedad como algo estrictamente vinculado a lo religioso o a lo sagrado. Y esto sería una forma comprimida, reducida de interpretar el término piedad. Una comprensión más amplia y completa supone analizarla como una "...virtud que, por el amor de Dios y al prójimo, inspira devoción y actos de abnegación y compasión. Supone también un amor entrañable a los padres, familiares, difuntos y objetos venerados..." (1) Pues bien, el caso descripto al comienzo resulta bastante ilustrativo y abarca varios aspectos relacionados con la falta de piedad, sin por ello afectar o dejar de afectar lo religioso. Este botón de muestra, este síntoma de indiferencia y desprecio ante los símbolos más importantes de un país, sumado a esa actitud burlona ante la figura paterna, refleja a mi entender una pérdida de educación cívica, una incultura ciudadana creciente, pero también un ataque directo a la virtud de la piedad. Por eso considero que es tan preocupante como el auge de la inseguridad a la que todos estamos sometidos por culpa del terrorismo o la delincuencia. El mismo hecho de que muchos se sonrían y lo consideren como un trasnochado planteo de un dinosaurio nostálgico de épocas pasadas, puede llegar a ser la prueba más evidente de ello. Nos toca vivir en una época en la que el culto a lo efímero y a la inmediatez se ha combinado con una burla trivializante a muchas cosas que antes se respetaban. Por un lado, cultivar lo efímero y lo inmediato se traduce en el lenguaje de "¡adquiéralo ya, use y tire!". Y en muchos aspectos, esta consigna ha pasado a ser muy útil y práctica: tener la posibilidad de usar objetos desechables ha simplificado la vida de muchas personas; así por ejemplo, las afeitadoras, biromes, máquinas fotográficas y hasta los relojes han sustituido los instrumentos análogos de hace treinta o cuarenta años que había que cuidar y conservar en caros estuches. Bienvenida esa práctica simplicidad. Un tema diferente es el fenómeno de la obsolescencia planificada que supone la programación del fin de la vida útil de un producto o servicio, de modo que éste se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible tras un período calculado y predeterminado de antemano por los fabricantes o productores, durante la fase de diseño de dicho producto o servicio. Entonces no estamos frente a casos de simples deterioros o envejecimientos propios del uso natural de las cosas, sino frente a planificaciones preparadas de antemano para determinar una durabilidad máxima de ciertos objetos o servicios, con el fin de inducir a los consumidores a una recompra periódica y sistemática de los mismos. Es una de las nuevas estrategias que emplean muchas empresas para promover el consumo ilimitado e ininterrumpido de objetos. ¿Tiene esta obsolescencia planificada repercusiones éticas? ¿No es propio de la libertad del consumidor el poder elegir cuándo cambiar de producto o servicio? A la primer interrogante respondo afirmativamente: Tiene consecuencias éticas y de alto alcance pues el deterioro del medio ambiente se viene dando en gran parte por el alto grado de polución, contaminación y crecimiento de los basurales tecnológicos que pueden detectarse en varios países, principalmente africanos, donde se reciben toneladas semanales de componentes de chatarra tecnológica en enormes vertederos. A la segunda pregunta respondo que esa supuesta libertad resulta cada vez más ficticia y está tremendamente condicionada en muchos consumidores, por la falta muchas veces de posibilidades de obtener en tiempo y forma una información suficiente y veraz acerca de la durabilidad de los productos que adquieren. El “fusible” o tema de las garantías no soluciona siempre estos casos, sino que por el contrario, resulta el medio que utilizan los promotores de esas obsolescencias programadas para precisamente salvaguardar sus intereses. Ahora bien, el problema se agrava aún más cuando la consigna del use y tire se traslada no ya a objetos de consumo cotidiano, sino a personas, valores y principios. Pues entonces, el consumo y recambio rápido no se hace con objetos, sino con seres humanos, con ideales y con valores tales como el bien, la verdad o la justicia que se emplean y recambian como si fueran meras piezas del engranaje consumista, sin atender a sus reales fines y significados. Esto resulta ser un pasaje o traslado del esquema de la sociedad consumista hacia términos que no deberían manejarse en forma trivial o hacia personas únicas e irrepetibles, las que no deberían considerarse como meras cifras de estadística. También ha transformado a parte de la sociedad en una más insensible y más frívola que además ha invertido los cables de sus emociones, pues sufre y llora ahora por cosas que no son serias ni profundas, mientras se divierte y ríe por cosas que sí lo son. El cinismo que ridiculiza y trivializa cosas como la honestidad, la lealtad y el pudor se ha puesto de moda. En muchas partes en nuestros días está mal visto ser honrado, leal a una persona o a unos ideales, no ventilar en público las intimidades de la persona. Quien así actúa es objeto de burlas y desprecio. Hoy en día, la receta para lidiar con personajes como Sócrates, Gandhi o Cristo no sería la del juicio y la condena a muerte. Más efectivo sería quizás reírse de ellos, mostrándolos como unos pobres lunáticos, desubicados y desgraciados, más dignos de lástima y burla que de odio y condenación. El cinismo banalizante que todo lo trivializa influye y arrastra a muchas personas con falta de carácter, a masas humanas que prefieren seguir las corrientes de turno cual dócil rebaño, a grupos sociales influidos por la moda y el populismo. La actitud burlona ante ciertos valores y principios resulta tremendamente eficaz para quienes la emplean, pues evita tener que victimizar a quienes los sostienen, evita erigir a los defensores de esos valores y actitudes en héroes solitarios o víctimas inocentes. Alcanza con reírse de ellos y conseguir adhesiones. La destrucción y reemplazo de estas posturas por otras más livianas y vendibles se logra con entretenimiento y frivolidad; no es necesario ahora la cárcel, el destierro o la muerte. La nueva receta es la burla corrosiva que erosione lenta y sistemáticamente al adversario. Con eso basta para que la "nueva educación" de las masas genere nuevos valores, nuevas hábitos y nuevas actitudes, todo ello considerado positivo porque así lo impone la mayoría, porque así lo dicta la moda. Porque se decide por votación no ya qué marca de jabón o pasta de dientes utilizar, sino qué es lo verdadero y lo falso, qué es lo bueno y lo malo en este mundo. Al referirme a las masas, recuerdo las sabias reflexiones de Ignace Lepp: “…Toda civilización es una realización de las élites. Si mis simpatías se inclinan a la democracia, no es porque ésta sea el reino de las masas, sino porque despoja a la élite de su carácter de casta cerrada y permite el encumbramiento al rango de élite de todos los que sean dignos de serlo, vengan de donde vinieren. La historia nos enseña que todas las masas son capaces de lo mejor y de lo peor. Todo depende de las élites que las conduzcan. (…) En el sentido propio del término, no existe conciencia colectiva. Sólo el inconsciente es colectivo. Por ese motivo es tan difícil razonar con las masas, sólo es posible hacerles sentir las cosas. (…) Quiero que se me comprenda bien. Estoy muy lejos de todo “aristocratismo”, de todo lo que implique menosprecio a las masas. Soy un convencido, por el contrario, que del propio seno de las masas es de donde surgen las élites. Lo que nos obliga a criticar y condenar tal orden sociológico o tal sistema económico, es precisamente el hecho de que impidan que de las masas surjan élites y de que, en cambio, otorguen fuerza y poderío a seudoélites…” (2) En conclusión, la impiedad de nuestros días no pasa por lo exclusivamente religioso. Se ha extendido a otras esferas y le perdió el respeto y la veneración a normas y leyes de todo tipo, a muchos símbolos e imágenes, a personas e instituciones, a tradiciones, valores y costumbres. Pero a su vez ha instalado o pretende instaurar nuevos cultos y nuevas formas de adhesión. Hoy las pautas y las normas las dictan los opinólogos y todólogos que de todo saben y de todo opinan, cual nuevos sacerdotes y referentes, con nuevos ritos y renovadas liturgias, seguidos incondicionalmente por miles de personas que se han aburrido de pensar, dejándose manipular emocional y afectivamente. Son personas que siguen teniendo la necesidad de creer en algo y que descreídos de lo anterior, llámese política, ideología, religión o valores tradicionales, los han reemplazado por nuevas creencias en renovados líderes de turno, que ofrecen mágicas y rápidas soluciones, generalmente placenteras, divertidas e indoloras. Nada nuevo bajo el sol. Los espejitos de color se siguen ofreciendo igual que hace siglos. Sólo han cambiado de formato y sus formas de distribución. Este es un diagnóstico que - como todo diagnóstico - en primer lugar puede no ser compartido y en segundo lugar, no pretende quedarse en diagnóstico, sino presentar alternativas de solución. Por ello, entiendo que las mismas deben pasar por las siguientes etapas: • Defender a la familia como la principal e irremplazable institución educadora de valores, virtudes y actitudes que apuntalan y defienden la dignidad de la persona humana. Todas las demás entidades sociales en general y salvo contadas excepciones, sólo pueden complementar y colaborar en la tarea educativa de los menores y adolescentes, no sustituirla. La defensa real de la familia debe comenzar por políticas y sistemas legislativos que la apuntalen y no que la socaven sistemáticamente. En tal sentido, todo lo que pueda hacerse en materia tributaria para promover el sustento y la unidad de los integrantes de una familia sería una muestra de ir en el sentido correcto. Hay que buscar maneras para que los padres puedan recibir estímulos a la hora de querer educar de la mejor forma posible a sus hijos. Y no castigarlos por tener familias numerosas, cuando el país envejece año tras año. Sobran estadísticas que muestran además el encarecimiento económico y real que supone para las relaciones sociales y para el bien común tener familias rotas y disgregadas. • En dicho proceso educativo apuntar a una formación integral que abarque todas las dimensiones de la persona, incluyendo su conciencia moral y cívica. Pues educar es mucho más que transmitir conocimientos, transferir técnicas, enseñar habilidades, idiomas o aprender a resolver problemas. Supone, entre otros aspectos, inculcar en los educandos una clara y definida noción y conciencia del bien común, entendido como el conjunto de condiciones materiales e inmateriales que pueden permitirle a un grupo social dado, un mayor grado de bienestar y de felicidad. La iluminación de calles y rutas, la higiene pública y la vivienda digna son ejemplos de condiciones materiales; pero también importan las inmateriales tales como la solidaridad, la confianza, la transparencia, la honestidad y credibilidad entre los que conforman ese grupo social. Adviértase que bienestar y felicidad no son sinónimos. El primero se vincula más y mejor con esas condiciones materiales a las que hacíamos referencia; pero la felicidad pasa por aspectos inmateriales, que colman más el espíritu y le dan un mayor sentido a la existencia de los seres humanos: la comprensión, la tolerancia, el sentido del perdón, la honradez o la paz interior y externa de las personas que conviven. • Evitar los eufemismos y juegos de lenguaje que pretenden mostrar los errores, faltas y delitos como si fueran más livianos e insignificantes, para volver a llamar a las cosas por su nombre: una coima es una coima y no una simplificación de los trámites; una estafa no es una simple irregularidad o desprolijidad; un robo no es una adquisición por mera necesidad. • Ser exigentes y coherentes a la hora de promover credibilidad y confianza: Con pocas normas - sean del ámbito que sean - pero claras, severas y aplicables sin excepciones. Sin existencia de privilegios a la hora de su aplicación; con sanciones y también con estímulos que sean ejemplarizantes tanto para castigar las deshonestidades como para premiar las buenas conductas. • Mostrar sensatez y sentido común a la hora de estimular las futuras profesiones y trabajos de los uruguayos. Si consciente o inconscientemente vamos a aplaudir y remunerar más y mejor las actividades deportivas, los trabajos vinculados al entretenimiento y diversión, la farándula y el frívolo espectáculo, mientras ignoramos y desestimulamos en los hechos a quienes todavía tienen la vocación de servir al prójimo en la educación, la salud y la seguridad, entonces de poco y nada nos podremos quejar en el futuro mediato. No alcanza con reconocer nuestros errores, pero es un muy buen primer paso para comenzar a corregirlos. • Promover la integridad de la persona humana para que en su desempeño cotidiano, la ética privada y la pública no conforme dos compartimentos separados e incomunicados. Estimular la unidad de vida de toda persona para que su obrar o conducta sea coherente y honrada tanto en su vida pública como privada, sin importar su condición de funcionario al servicio del Estado o trabajador particular. • Replantear el verdadero significado del respeto a la naturaleza. Entendida ésta en su doble acepción: i) como naturaleza externa al sujeto humano que debe respetarse si es que el cuidado por la ecología y el ambiente significa algo realmente serio y profundo para nosotros o no pasa de ser un mero slogan que se repite porque está de moda y resulta políticamente correcto. ii) como naturaleza humana que tiene ciertas características entre las cuales su esencia corporal y espiritual, su dinámica o cambio y su telos o finalidad conforman una unidad que no es meramente accidental y que por ello también debe atenderse y respetarse Pues en definitiva, no respetar estas dos naturalezas, la ambiental y la antropológica, es no atender a los llamados de la realidad que día tras día nos golpea la puerta. Podemos desentendernos y desoír estos mensajes o advertencias de la realidad por un tiempo; pero a la corta o a la larga, esta realidad que se plasma en estas dos naturalezas nos derribará nuestras puertas y muros y se instalará aunque no nos guste. Montevideo, noviembre de 2011. • Diccionario Ilustrado Rialp. Pag. 3304 Año 1987. • Ignace Lepp. Escándalo y consuelo, pags 10 y ss. Ediciones Carlos Lohlé, 1963.