Identidad nacional y nacionalismo

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Europa, Siglo XXI: Filosofía y Ciencias Sociales
EU MASTER · UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
IDENTIDAD NACIONAL Y NACIONALISMO.
LA NACIÓN ESPAÑOLA, EL ESTADO AUTONÓMICO Y LA UE
Prof. José Mª Gil-Robles Gil-Delgado
1.- LA NACIÓN
1.1.- Encontrar una definición pacífica y comúnmente aceptada del término
nación es prácticamente imposible, al menos por dos razones:
- primero, porque el término ha tenido históricamente significados distintos; en
el Medioevo y en la Edad Moderna la nación se utilizaba para designar el lugar
de origen, sin connotaciones políticas, pero a partir del siglo XIX el término se
aplica para fundamentar la unificación de comunidades políticas
independientes en un solo Estado (así en Alemania y en Italia) o, también, para
lo contrario (disolución del Imperio Austro-Húngaro en estos independientes);
- por tanto, como segundo factor que dificulta un enfoque científico, la
atribución a un espacio o a una comunidad de la cualidad de “nación” se carga
de connotaciones políticas, se convierte en un instrumento de lucha política,
con la consiguiente pérdida de la objetividad y el distanciamiento necesarios
para una consideración científica.
1.2.- Por eso encontraremos definiciones basadas en elementos históricos,
otras en datos psicofísicos o en la comunidad de lengua, y otras que cimentan
la nación en la voluntad de vivir juntos o el plebiscito de la historia. Es decir,
según la experiencia o la conveniencia del que define.
1.3.- Esa circunstancia no impide que cada uno sepa muy bien en la práctica
cuál es su nación, aunque no sepa definirla. Millones de viajeros rellenan cada
día en los hoteles una casilla que reza “nacionalidad”- es decir, de qué nación
se forma parte- sin que eso les suponga problema alguno.
Quizás cabría deducir de esa observación una definición sencilla, a saber,
“nación en la comunidad política más amplia con la que uno se identifica”. Y
subrayo lo de más amplia porque cabe evidentemente identificarse con varias
comunidades políticas a la vez, por ejemplo, Ibiza, Baleares y España.
1.4.- En términos sociológicos esa definición valdría; en términos políticos o
jurídicos posiblemente no, porque a “nación” se le pretende generalmente dar
una significación exclusiva y excluyente. O sea, nación como madre, no hay
más que una. La única comunidad política libre, independiente y soberana; la
única, en consecuencia, que tendría derecho a constituirse en Estado.
2.- IDENTIDAD NACIONAL Y NACIONALISMO
2.1.- Ese planteamiento exige que exista una identidad nacional que vendría
dada por una o varias de las características antes aludidas (historia, lengua,
rasgos psicofísicos o culturales …) y distinguiría a esa comunidad de las
demás.
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2.2.- Pero exige, además, que esa identidad sea tan fuerte y tan especial, que
justifique dotar a esa comunidad política y sólo a ella de la soberanía e
independencia. Nacionalismo es sostener eso, que sólo hay una verdadera
nación.
En ese sentido, asistimos hoy en día en España al enfrentamiento de los
nacionalismos: el vasco, el catalán, el gallego, etc, pero también el de los que
creen que sólo España es una nación.
2.3.- Mis convicciones y mi experiencia me han llevado al convencimiento de
que el nacionalismo es una falacia, con frecuencia inspirada e inspiradora de
sentimientos de exclusión y de ambiciones de dominación. Y una falacia que
cada vez resulta más incompatible con la realidad. Dedicaré unos momentos a
cada una de esas afirmaciones, visto que para muchos resultarán chocantes y
aun provocadoras.
2.4.- La realidad es que ya no hay soberanía, en el sentido que BODINO dio a
este término: “el poder absoluto y perpetuo de una república” (1) que ha
pervivido en la doctrina política hasta nuestros. Ya MARITAIN tuvo la lucidez de
denunciar que ese poder absoluto ya no respondía a la realidad de los años 40
del pasado siglo (2). Y basta con pasar la mirada alrededor para comprobar el
acierto de su afirmación; ni siquiera los U.S.A. son hoy plenamente soberanos,
en el sentido bodiniano del término.
2.5.- Hoy en día el poder está distribuido en varios niveles, como condición
indispensable para que pueda cumplir su finalidad. Cabría sostener, siguiendo
a la doctrina alemana, que la soberanía es, en estas circunstancias históricas,
“la competencia sobre la competencia”, es decir, la facultad de distribuir las
competencias, el contenido concreto del poder, entre los distintos niveles en
que se ejerce. Pero ni siquiera en los estados centralizados esta soberanía es
absoluta e incondicionada.
2.6.- Es más realista reconocer que la soberanía ya está fragmentada, que
cada nivel de poder es soberano en el ámbito de las competencias que tiene
realmente atribuidas. Subrayo lo de “realmente”, porque a menudo vemos que
nominalmente se atribuyen poderes o competencias a un ente más amplio,
pero en realidad se retienen. Sirvan de ejemplo las competencias atribuidas a
la O.N.U. o las que integran la política exterior y de seguridad común (el II pilar)
de la Unión Europea. Los Estados organizan la transferencia de modo que
sigan conservando el último poder (un acreditado método de ineficacia, dicho
sea de paso).
2.7.- El nacionalismo está presidido por sentimientos de dominación. Resulta
obvio que la distribución del poder, su atribución a uno a otro nivel, no es
neutral. Prima a unos u otros intereses, a unas u otras burocracias, y tiende
siempre a buscar la dominación o, al menos, la “preeminencia” del nivel que se
dice “nacional”.
Esa característica no es incompatible con que un gran número de
nacionalismos se hayan presentado históricamente como “liberadores”,
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combatientes contra la dominación que sufrían las comunidades políticas en
que ese nacionalismo surgía. Efectivamente han luchado contra esa
dominación, pero, tan pronto como se han instalado en el poder han implantado
la propia. Recuerden simplemente la historia de la descolonización, por no ir a
ejemplos más cercanos.
2.8.- Obviamente presentar el nacionalismo desde ese punto de vista resulta
intolerable, incluso para los mismos que lo defienden. Es preferible justificarlo
con sentimientos nobles, como el amor a la patria, o apelar a la capacidad que
tienen muchas personas de percibir la pertenencia a un grupo como lo más
importante de todas las cosas de su mundo.
Este grupo puede ser étnico (blanco), nacional (español), lingüístico (francés),
deportivo (del Liverpool), folclórico, o cualquier otro que imaginen Vds.
Ese sentido grupal es normal y sano y conlleva siempre sentimientos de
inclusión (nosotros) y exclusión (los otros). Sólo cuando estos últimos se
hipertrofian atenta el sentido grupal contra la convivencia, y puede incluso
volverse violento o peligroso.
2.9.- Con ello no quiero decir que todo nacionalismo sea excluyente, pero sí
digo que entraña el riesgo de serlo, en tanto no se consiga cambiar el concepto
de identidad nacional monolítico por compatible con otras muchas identidades;
es decir mientras no seamos capaces de comprender que una identidad
nacional puede ser múlti-identitaria. Algo que para MONTESQUIEU no
presentaba problema alguno cuando se permitió decir que “l’Europe est une
grande nation, composée de plusieurs”. Pero que entre nosotros aun es
problemático. Véase, sino, cuantos rechazan la posibilidad misma de una
“nación de naciones”.
3.- LA NACIÓN ESPAÑOLA, EL ESTADO AUTONÓMICO Y LA UNIÓN
EUROPEA.
3.1.- De cuanto llevo dicho queda claro que no considero la nación española
como algo monolítico. Es el fruto de una evolución histórica con etapas
organizativas variadas, que hoy se plasma en una Constitución fruto de un
espíritu de concordia. En esta materia, esa concordia se asentó sobre dos
principios básicos, a saber:
- de un lado, “la indisoluble unidad de la Nación española” (art. 1º)
- de otro, el reconocimiento y garantía del “derecho a la autonomía de las
nacionalidades y regiones que la integran” (artículo 2º).
3.2.- “Obsérvese – escribía hace ya veintiún años – que ambos principios se
enuncian con el mismo rango constitucional e íntimamente unidos. Se proclama
la unidad de la Nación española simultáneamente con el reconocimiento de
que está integrada por nacionalidades y regiones. Y se consagra la unicidad
del Estado al mismo tiempo que se garantiza el derecho a la autonomía de
esas nacionalidades y regiones. España se constituye en un Estado, pero
reconociendo el derecho de las Comunidades que lo integran a su autonomía;
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derecho que el pueblo soberano (art. 1,2) no otorga, sino que reconoce y
garantiza por vía de la Constitución. Lo que las Cortes Constituyentes han
consagrado como más acorde con la realidad histórica de España es un
modelo de unidad basada en la diversidad y en el autogobierno (art. 143,1), a
diferencia del sistema anterior fundamentado en la uniformidad y el
centralismo.”
3.3.- “Siendo de notar que, en sentencia de 28 de julio de 1981, ya había
afirmado que el principio de autonomía “es uno de los principios estructurales
básicos de nuestra Constitución y que la de 14 de junio de 1982 enuncia la
tesis del doble fundamento, expuesta al inicio de este apartado, con toda
rotundidad:
“Un problema tan necesitado de soluciones claras y firmes como es el de la
determinación del ámbito de competencia de una Comunidad Autónoma no
puede plantearse a partir de datos extrínsecos, sino, en cuanto sea posible, a
partir sólo de nociones intrínsecas a la propia Constitución.
Al consagrar ésta como fundamentos, de una parte el principio de unidad
indisoluble de la Nación española y, de la otra, el derecho a la autonomía de
las nacionalidades y regiones que la integran, determina implícitamente la
forma compuesta del Estado en congruencia con la cual han de interpretarse
todos los preceptos constitucionales”.
O sea, la competencia de la competencia la mantiene el Estado, pero tiene que
negociar cualquier modificación con la comunidad autónoma correspondiente.
Quienes pretenden invocar sólo uno de aquéllos dos principios y saltarse la vía
del pacto están propugnando la alternación del equilibrio constitucional, y
quienes pretenden que su comunidad autónoma ha de ser la única dueña de
sus competencias, que han de decidirse en su propio ámbito, vulneran
igualmente ese espíritu de consenso, amen de pretender un imposible.
3.4.- En cuanto a la Unión Europea es una Unión de Estados y ciudadanos. El
art. del proyecto de Constitución que así lo reconoce, traduce el resultado de
una evolución que va de la sola unión de estados a una comunidad política que
no sólo se apoya en estos, sino también en los ciudadanos, vinculando a unos
y a otros en el ámbito de competencias que tiene atribuidos.
3.5.- No es, por tanto, la “Europa de las regiones” que algunos soñaron, ni lleva
camino del hacer desaparecer los estados que la integran, que son uno de sus
dos pilares.
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NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA
(1) Para estudiar la concepción clásica de soberanía. BODINO y sus
ANTECESORES, especialmente ALTHUSIUS ver. “Traité de Science Politique”
Tomo II GEORGES BURDEAU. Edt. Libraire Générale de Droit et de
Jurisprudence, 1957, págs. 177 y sgs.
(2) Sobre el tema de la superación de la soberanía, trata principal MARITAIN
MAN AND THE STATE, Chicago University Pres, Chicago 1951. Traducción
francesa L’Homme et L’Etat, PUF Paris 1953.
(3) Jose María Gil-Robles. Control y Autonomías Cita 40 y 41. Editorial Cívitas,
S.A. 1986.
(4) Manuel GARCIA-PELAYO “Derecho Constitucional comparado” Edit.
Alianza Universidad Textos, 1991.
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