América del Sur, sólo Chile tiene vigentes tratados de libre comercio

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u América Latina
IMPACTO DEL TRATADO DE LIBRE COMERCIO (TLC)
CON ESTADOS UNIDOS EN LA COMUNIDAD
SUDAMERICANA DE NACIONES (CSN)
ARIELA RUIZ CARO
La suspensión de las negociaciones multilaterales que
se realizan en la Organización Mundial del Comercio (OMC) durante la denominada Ronda Doha
–anunciadas por el director general de esa organización, Pascal Lamy, en julio pasado–, está dando lugar
al impulso de negociaciones bilaterales entre países
industrializados y subdesarrollados. Con la idea de
garantizar el acceso de exportaciones no tradicionales a mercados de marcada importancia, los países
menos favorecidos entran en una competencia por
lograr ser los primeros en suscribirlos, dejando de lado,
sin mayores reparos, su pertenencia, cuando es el caso,
a esquemas subregionales de integración.
En
América del Sur, sólo Chile tiene vigentes tratados de libre
comercio (TLC) con Estados Unidos y con la Unión Europea.
Además, dos países andinos, Colombia y Perú (en este último, ya ha sido
ratificado por el Congreso) han acordado uno con Estados Unidos. Su
vigencia –que podría retrasarse por el triunfo del Partido Demócrata en las
elecciones parlamentarias de noviembre– así como también la del que
podrían firmar el Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones
(CAN) con la Unión Europea, puede convertirse en una cuña para la construcción de un espacio de integración sudamericano, la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN), creada en diciembre de 2004.
Los TLC con países industrializados, sin que se hayan cumplido
las metas que plantean los respectivos procesos de integración subregionales podrían dar lugar a que los lineamientos y objetivos de este proumbrales n° 1.
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ceso sean primordialmente funcionales y facilitadores de la libertad de
movimientos de los grandes capitales internacionales.
Esta perspectiva se contrapone con las declaraciones conjuntas que
los presidentes de América del Sur vienen suscribiendo desde 2000. Enellas, se consideraba imprescindible concretar la integración entre la CAN
y el Mercosur para “fortalecer la capacidad negociadora sudamericana
en otros procesos de negociación, particularmente el Alca”, bajo el
supuesto que una América del Sur integrada económicamente reduciría los costos de una liberalización con Estados Unidos y otros bloques
regionales. Asimismo, permitiría una participación activa en los diseños
de las políticas globales que garantizaran contenidos más justos y favorables para la región.
El acceso a los importantes mercados de países industrializados vía
la preservación de rebajas arancelarias (como es el caso de las establecidas por Estados Unidos con los países andinos en el programa establecido por la Ley de Promocion Comercial Andina y Erradicacion de la
Droga (ATPDEA), o las que se intentan lograr con la Unión Europea
o Japón) tenderá a diluirse en el tiempo. Tal como señala la Cepal, la
estrategia de suscribir acuerdos comerciales de carácter bilateral, ante los
escasos avances de la ronda multilateral de comercio en la OMC, “puede
dar frutos a corto plazo, sobre todo para aquellos países que se adelanten al resto en la obtención de preferencias comerciales. Pero estas preferencias desaparecen paulatinamente con el aumento de estos acuerdos (…) En el largo plazo hay dos elementos que permanecen: a) un
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aumento considerable de los costos administrativos del comercio, que
en algunos casos puede ser superior a la reducción de aranceles; y b)
avances sustanciales en la agenda de los países desarrollados (propiedad
intelectual, inversión extranjera, compras gubernamentales y servicios) sin ninguna concesión en temas agrícolas.”1
El gobierno de Estados Unidos, y también la Unión Europea, utilizan los TLC como la vía para instrumentar reglas comerciales y económicas favorables a las corporaciones transnacionales –vinculadas especialmente a las actividades de desarrollo tecnológico y de servicios, así
como de explotación de recursos naturales– que en el ámbito multilateral de la OMC no pueden implementarse por la resistencia de un
número importante de países subdesarrollados. Con ello, debilitan los
procesos de integración formales como los de la CAN o el Mercosur e
intentos de consolidar espacios políticos y económicos en la región,
como la CSN.
Importancia estratégica de los TLC impulsados por Estados Unidos
Los TLC que negocia Estados Unidos en América Latina forman parte
del proceso de creación del ALCA, componente central de la estrategia norteamericana de vinculación con la región. Esta tiene su génesis
en la “Iniciativa de las Américas” promovida por el ex presidente George
Bush, en junio de 1990, pocos meses después del lanzamiento del Plan
Brady y del Consenso de Washington. Dicha Iniciativa tuvo tres pilares centrales: a) creación de una zona hemisférica de libre comercio; b)
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desregulación y garantías para atraer inversiones extranjeras; y c) reducción de la deuda externa contraída con el gobierno norteamericano (si
se adoptaban profundas reformas económicas con el apoyo del Banco
Mundial, el FMI y el BID).
El Alca, que hoy se construye a través de los TLC, fue una respuesta
a la fuerza que habían adquirido los procesos de regionalización que se
venían desarrollando en otras regiones del mundo, particularmente en
Europa. El Alca se constituyó en la primera definición estratégica de
Estados Unidos, desde la Alianza para el Progreso, en lo que hace a su
relación económica con el conjunto de América Latina.
Como es sabido, las negociaciones no prosperaron y no pudo entrar
en vigor en enero de 2005, tal como había sido previsto. Las profundas
e irreconciliables diferencias surgidas en varias áreas, especialmente entre
el Mercosur y Estados Unidos, lo tornaron imposible. De todas ellas,
dos fueron las más conflictivas: agricultura y propiedad intelectual. Son
las mismas que resistieron –pero terminaron aceptando– los países
que han suscrito TLC con Estados Unidos y, también, las que mayores controversias generan en los países que lo negocian actualmente.
Luego del impasse de las negociaciones de la OMC en Cancún, en
2003, y de la suspensión de las negociaciones del ALCA en Puebla, en
2004, Estados Unidos impulsó la suscripción de TLC con varios países
latinoamericanos.
Centroamérica, República Dominicana, Panamá y los países andinos fueron invitados a suscribirlos. Con ello, el gobierno norteamericano puso en práctica una estrategia que hasta entonces había rechazado: reemplazar las negociaciones multilaterales por acuerdos bilaterales o plurilaterales. En efecto, Perú y Colombia habían intentado individualmente negociar estos tratados. Desde el Mercosur lo hicieron también la Argentina y Uruguay. Pero la respuesta del gobierno norteamericano fue siempre la misma: queremos negociaciones multilaterales para
no complicar el trabajo de nuestros negociadores y congresistas.
Si bien muchos gobiernos y empresarios latinoamericanos conceden
una importancia de primer orden a la suscripción de los TLC, éstos son,
en realidad, especialmente prioritarios para el gobierno norteamericano.
En la declaración general del Trade Promotion Authority (TPA)
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de 2002 –el permiso del Congreso norteamericano para que el Ejecutivo lleve a cabo negociaciones comerciales internacionales– se señala
que la expansión del comercio internacional “es de vital importancia
para la seguridad nacional de Estados Unidos y su liderazgo en el mundo”.
En esa misma ley se apunta que “los Acuerdos de Libre Comercio
maximizan las oportunidades para sectores críticos y básicos para la economía de Estados Unidos, como la tecnología de la información, telecomunicaciones y otras tecnologías líderes, industria básica, equipo de
capital, equipo médico, servicios, agricultura, tecnología ambiental y
propiedad intelectual. El comercio creará nuevas oportunidades para
que Estados Unidos preserve su fortaleza sin contrapesos en asuntos económicos, políticos y militares.”
Por otro lado, en el documento Santa Fe IV de fines de 2000, que
orienta la política norteamericana hacia América Latina, se señala que
uno de los elementos geoestratégicos fundamentales para la seguridad
nacional de ese país radica en que los recursos naturales del hemisferio estén disponibles para responder a las prioridades nacionales de
Estados Unidos. En este marco político, el flujo estable y la garantía
de aprovisionamiento de recursos naturales han adquirido una renovada importancia en su seguridad nacional. Por eso, garantizar el libre
flujo del comercio e inversiones en las actividades económicas vinculadas a dichos recursos, las rutas de acceso a los yacimientos de crudo
y minerales, así como el acceso al potencial genético presente en la
enorme biodiversidad existente en el Hemisferio Sur, especialmente
en América Latina, constituyen objetivos centrales en la estrategia
de seguridad nacional de la mayoría de los países industrializados. Los
TLC tienen incidencia sobre la gestión y el desarrollo sostenible de los
recursos naturales.
Impacto del TLC en la integración andina
El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos acordado por dos
países miembros, Perú y Colombia, ha tenido un impacto significativo en el proceso de integración andina. El hecho más destacable ha
sido el retiro de un socio pleno, Venezuela. Asimismo, ha significado,
en la práctica, una pérdida importante de la capacidad de propuesta del
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organismo técnico de la Comunidad Andina de Naciones (CAN). La
Secretaría General de este organismo, por exigencia de Estados Unidos,
no participó de las negociaciones del TLC. Los países miembros aceptaron que, cuando concluyera el Tratado, ésta sería informada, pero
no podría objetarlo.
Las negociaciones para la firma del TLC se iniciaron en mayo de
2004.
A instancias de Estados Unidos, la negociación fue abordada conjuntamente por el bloque subregional andino, y no individualmente como
fue intención de algunos gobiernos. Venezuela no participó de las mismas.
El camino de las negociaciones resultó ser más extenso y complejo
de lo previsto. El proceso desembocó en una competencia por lograr
quién firmaba primero el acuerdo. En esa carrera, la coordinación andina
se rompió, y el Tratado, que pretendía ser multilateral entre los socios
andinos y Estados Unidos, adquirió un carácter básicamente bilateral.
Perú fue el primero en concluir las negociaciones, casi tres meses
antes que lo hiciera Colombia, a fines de febrero de 2006. Estados Unidos decidió suspenderlas con Bolivia y Ecuador, debido a las reformas
que ambos países realizaron en su legislación petrolera.
En el caso de este país se sumó, además, la decisión del gobierno de
ese país de rescindir el contrato con la empresa petrolera norteamericana
OXY, por considerar que ésta había infringido los términos del contrato.
La suspensión de las negociaciones, en el caso de Bolivia, se produjo con
el gobierno anterior, antes de anunciarse la medida de nacionalización
de los hidrocarburos adoptada por el actual presidente, Evo Morales.
En este proceso de divergencias entre los socios andinos, Venezuela
decidió su retiro del organismo de integración andina al denunciar, en
abril de 2006, el Acuerdo de Cartagena, tratado que rige la Comunidad Andina. Actualmente se encuentra en proceso de incorporación
como socio pleno del Mercosur.
Antecedentes de la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN)
La historia más reciente de la CSN data de la primera cumbre presidencial de América del Sur, realizada en Brasilia en julio de 2000. En aquella oportunidad, los presidentes definieron como objetivo prioritario
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hacer de un acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Comunidad Andina “la espina dorsal de América del Sur como espacio
ampliado”. La idea era “fortalecer la capacidad negociadora sudamericana en otros procesos de negociación, particularmente el Alca”, bajo el
supuesto de que una América del Sur integrada económicamente reduciría los costos de una liberalización con Estados Unidos, Europa y Asia.
Estas ideas fueron pronto empañadas por la política “práctica” de los
gobiernos. Poco tiempo después de la Cumbre de Brasilia, Chile reinició negociaciones para un TLC con Estados Unidos. Al cabo de un año,
en junio de 2001, se planteó en el Mercosur iniciar negociaciones con
Estados Unidos, fuera del Alca. Este se realizo en el marco del denominado acuerdo Rose Garden suscrito por Estados Unidos y los cuatro
socios del Mercosur, en 1991. La Argentina y Uruguay presionaron a
sus socios para activar dicho acuerdo -que un incómodo Brasil aceptópara adelantar dichas negociaciones.
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La propuesta del Mercosur no prosperó por las complejas circunstancias políticas y económicas en el Cono Sur, acentuadas por la explosión de la crisis argentina en diciembre de ese año. En aquel escenario,
la segunda cumbre de presidentes sudamericanos, realizada en Guayaquil en julio de 2002, fue menos ambiciosa que la primera, y ya no se
hablaba de avanzar hacia unos “Estados Unidos Sudamericanos”.
Los cambios de gobierno en la Argentina, después de la caída del
Presidente Fernando de la Rúa, determinaron un giro en la geopolítica de la región. El país se plegó a la tradicional posición brasileña y
encontró coincidencias con el gobierno venezolano. Distanciado de sus
socios andinos en su estrategia de inserción internacional, particularmente con respecto a la negociación que iniciaron cuatro países de la
Comunidad Andina para lograr un TLC con Estados Unidos, Venezuela se encontró más vinculada al Mercosur. En estas circunstancias, y
luego de concretarse el protocolo por el acuerdo de libre comercio entre
la Comunidad Andina y el Mercosur, el 18 de octubre de 2004, se
realizó la tercera cumbre presidencial de América del Sur, que tuvo lugar
en Cusco, en diciembre de 2004. En ella se anunció la creación de la
Comunidad Sudamericana de Naciones, hecho que fue simbólicamente
importante. Sin embargo, no fue un paso “a la integración plena de Sudamérica”, ni mucho menos “el sueño de la unión hecho realidad”, como
sostuvieron, en su momento, algunos mandatarios. La CSN se creó
cuando acababa de entrar en vigencia el TLC de Chile con Estados Unidos y cuatro de los cinco países andinos habían iniciado en mayo de ese
año sus propias negociaciones.
La fragilidad política de la CSN
La primera Cumbre presidencial de la CSN, en Brasilia, tuvo lugar en
septiembre de 2005, diez meses después del anunció de su creación. De
los 12 países miembros, sólo participaron siete presidentes (Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador Paraguay, Perú y Venezuela) y parcialment Argentina, mientras que los presidentes de Colombia, Uruguay, Surinam y
Guyana no asistieron. El evento no suscitó las expectativas que sí
había generado el anuncio de su creación. Esta vez, las repercusiones
fueron significativamente más reducidas. A pesar de la firma de una
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Declaración conjunta, ésta estuvo a punto de no producirse debido a
las críticas del presidente de Venezuela a las bases establecidas en la Declaración con respecto a su institucionalidad y al hecho que no se
hubiera debatido sobre el rumbo que la CSN debía tomar. Venezuela
consideró que la Comunidad Sudamericana no debía surgir sobre la
base del Mercosur y la Comunidad Andina, los principales bloques regionales de América del Sur, pues considera que ambos se enmarcan en
esquemas neoliberales. Independientemente de los juicios de valor sobre
las características de ambos esquemas, la crisis institucional y política
que atraviesa actualmente la CAN, parecería inviable la propuesta de
conformar la CSN sobre la base de la confluencia de ambos esquemas
de integración.
El principal objetivo de afirmar a la región sudamericana como un
factor diferenciado y dinámico en sus relaciones externas a través de la
coordinación y concertación política tampoco parece viable. Los países
tienen estrategias distintas, muchas veces contrapuestas, en sus formas
de integrarse a la economía internacional.
Sin embargo, coinciden en su diagnóstico. Consideran que los niveles de pobreza y el incremento en la desigualdad de la distribución del
ingreso –con sus consecuencias negativas en el empleo, la seguridad y
la precarización de los salarios– constituyen los principales problemas
que enfrenta la región. También concuerdan en que los problemas sociales deben solucionarse con políticas y proyectos sustentables e incluyentes que generen empleo, mejoren el acceso a la educación, la salud y la
calidad de la alimentación, y que los beneficios sociales de la integración deben darse en un marco de desarrollo sostenible y justicia social.
Es aquí donde aparecen las divergencias, cuando no los silencios. ¿Cómo
deben ser estas políticas?
La mayoría de los gobiernos de la región coincide con la visión de
Enrique Iglesias, ex presidente del BID, para quien “sería un error de
América Latina abandonar la idea de la multipolaridad de los años 90”,
es decir, el impulso a los acuerdos comerciales. Para Iglesias, los TLC
suscritos por países latinoamericanos con países ricos tienen aspectos
positivos porque permiten el acceso a grandes mercados, mejoran la eficiencia y se afianza el respeto por las reglas de juego.
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Reconoce, sin embargo, que implican riesgos, pues “no son una panacea sino un instrumento que sirve mientras internamente se hagan las
cosas bien…La integración de los 90, signada por la liberalización
económica y la apertura comercial, dejó muchas cosas importantes,
como la inversión extranjera en la región y la expansión de las exportaciones.”2
No todos los gobiernos comparten esa visión de la misma manera.
La Cancillería argentina, por ejemplo, afirma estar convencida por su
“propia y dura experiencia, de que el camino de la mera competencia
entre países por atraer la inversión extranjera sobre la base de renunciar a regulaciones y precarizar el trabajo nos conduce a una nivelación
hacia abajo. El supuesto atajo del aislamiento nacional o la búsqueda de
convertirnos en socios privilegiados de los países más poderosos no es
el camino para convertirnos en países modernos: más bien perpetúa
nuestro atraso económico y social”3.
Algunas muestras concretas de esta visión de la integración y de la
inserción en la economía internacional se observan en el Mercosur al
haber rechazado, en varias oportunidades, los términos del TLC que
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debía firmar con la Unión Europea, por considerar que las propuestas
eran desequilibradas. Se exigía importantes concesiones del Mercosur en
áreas como servicios, inversiones y compras gubernamentales a cambio
de un acceso limitado de los productos agrícolas al mercado europeo.
Es importante destacar que uno de los factores que determina que
la Unión Europea mantenga una posición dura con respecto a los reclamos del Mercosur fue, sin duda, la suspensión del Alca y el hecho de no
estar considerando la negociación de un TLC con Estados Unidos. La
experiencia demuestra que la Unión Europea se acerca a la región cuando
ve amenazado su mercado. Es así que México y Chile lograron acuerdos con el bloque europeo poco antes o después de firmar un TLC con
Estados Unidos.
Las diferentes visiones políticas en Sudamérica se expresan también
en el hecho de que mientras el Mercosur podría interesarse en reactivar
el Alca en los términos acordados en noviembre de 2003, los países andinos no lo consideran prioritario, pues el TLC con Estados Unidos ocupa
ese lugar. Las autoridades de los países andinos que negociaron el
TLC con Estados Unidos consideran que la prioridad que éste ocupa
se debe, sobre todo, al reducido mercado interno de sus países. Esta
visión se contrapone con el pensamiento de un número creciente de
economistas que sostiene, conforme lo demuestra la experiencia histórica, que para salir del subdesarrollo primero hay que desarrollar el mercado interno para luego exportar. Como la instrumentación de los TLC
en la región constituye un proyecto estratégico para Estados Unidos, los
conflictos entre los países pertenecientes a organismos subregionales de
integración suelen ser utilizados para ofrecer el libre acceso a su gran
mercado a cambio de suscribir estos tratados. Son los casos de Uruguay
y Paraguay dentro del Mercosur. El otorgamiento de inmunidad a los
soldados norteamericanos ante la Corte Penal Internacional por el Congreso de Paraguay en 2005, por un plazo determinado, a cambio, según
algunas versiones, del ofrecimiento de iniciar negociaciones del TLC,
generó tensiones en el bloque.
En Uruguay, luego de que el Congreso ratificó el Tratado de Promoción y Protección de Inversiones Recíprocas (TPPI) con Estados Unidos, cuya negociación inició el anterior presidente Batlle, se intentó
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negociar un acuerdo comercial con ese país. Sin embargo, el gobierno
del Frente Amplio abandonó las negociaciones en octubre de este año
cuando Estados Unidos le planteó que se trataba de un “TLC clásico”,
al estilo del acordado entre Estados Unidos y Perú.
En el ámbito de las negociaciones multilaterales de la OMC, tampoco hay una posición coordinada. Con el fin de lograr que los países
desarrollados eliminen los subsidios agrícolas, el Mercosur ha intentado
fortalecer el “Grupo de los 20”, creado en los días previos a la realización de la Conferencia Ministerial en Cancún, en 2003, en el marco de
la OMC. Tres países andinos (Perú, Colombia y Ecuador) que entonces negociaban un TLC con Estados Unidos no participan de este grupo
porque fueron forzados a abandonarlo. Los gobiernos del Mercosur consideran que las negociaciones en el ámbito de la OMC tienen prioridad
porque éstas buscan la eliminación de subsidios y de las grandes distorsiones en el comercio internacional.
La base económica de la CSN
La base económica sobre la cual se erigirá la Comunidad Sudamericana es
la constitución paulatina de una zona de libre comercio, como resultado
de la consolidación y protocolización del Tratado de Complementación
Económica entre la Comunidad Andina y el Mercosur, el 18 de octubre
de 2004. En la actualidad, el comercio entre los dos bloques es reducido
y la composición de los productos que muestran las ventas entre ambos,
especialmente en las exportaciones de los países andinos, son poco diversificados. Las exportaciones de la CAN al Mercosur dependen altamente
de los combustibles minerales, que concentran más del 60 por ciento de
las ventas. Por el lado de las ventas del Mercosur a la CAN, diez capítulos
del sistema armonizado concentran más del 60 por ciento de las ventas.
A diferencia de los TLC con Estados Unidos o la Unión Europea,
este Tratado entre ambos bloques se limita al ámbito comercial y no contempla negociaciones en servicios, compras gubernamentales, propiedad intelectual, normas laborales o ambientales, entre otros. No obstante, el acuerdo comercial ha generado algunos rechazos como el de
los agricultores en el Perú.
El TLC que Estados Unidos ha negociado o está negociando con
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países sudamericanos produce desvío de comercio para algunos productos a favor de Estados Unidos. Es el caso de las exportaciones de soja de
Bolivia a Colombia y el de maíz de Argentina a Perú, que serán reemplazados por el ingreso libre de aranceles de productos subsidiados provenientes del país del norte. Lamentablemente, la zona de libre
comercio ha llevado más de ocho años de negociaciones.
Además de la configuración de una zona de libre comercio, la cooperación financiera, la integración y cooperación energética, la facilitación del comercio y la articulación de la infraestructura regional
sudamericana (IIRSA) que permitirán la interconexión bioceánica, conforman también la base económica de esta nueva entidad.
Este proyecto no es menor. No cabe duda de la importancia que
tiene el hecho de que Sudamérica disponga de una buena infraestructura e interconexión física. Sin embargo, hace falta profundizar el análisis de cuáles son los ejes de desarrollo y cuáles los criterios con los cuáles se ha diseñado.
Herbas Camacho y Molina sostienen, en un trabajo reciente, que la
mayor movilidad de los recursos naturales hacia los centros de producción corresponden a la nueva dinámica generada por la globalización, la misma que se manifiesta en corredores industriales y de materias primas, interoceánicos y comerciales. Estos se expresan físicamente
en la construcción de nuevas carreteras, aeropuertos y ferrocarriles, entre
otros. En los países del Sur, “la especialización de estos corredores está
dirigida principalmente a facilitar la extracción de recursos naturales o
a mejorar el tránsito de mercancías entre los centros industriales. Estas
necesidades surgidas del proceso de globalización generalmente se enmascaran bajo los llamados procesos de integración que, de acuerdo a la
región y al grado de desarrollo del capital, culminan en una articulación
de diferentes países y territorios que antes que responder a las necesidades internas o regionales, lo hacen al mercado global y a los intereses de
los centros de poder”.
Temas posibles de consenso en la CSN
Hay un conjunto de temas que pueden ser consensuados sin mayores
problemas en el interior de la CSN. Éstos se refieren al Estado de
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derecho y a la gobernabilidad democrática (convergencia de cláusulas
democráticas y fortalecimiento de los derechos humanos), así como a
algunos lineamientos para la construcción de un nuevo Estado
Democrático (combate a la corrupción, fortalecimiento de la concertación democrática, construcción de una democracia ciudadana basada
en la participación y la justicia social, entre otros).
Tampoco existen conflictos en torno a temas una mayor integración
comercial, infraestructura y desarrollo, cooperación financiera,
una mayor interconexión e integración energética, así como la coordinación de una agenda social.
Otro aspecto que merece particular importancia es la implementación de los ejes de desarrollo sudamericanos para la creación de economías descentralizadas, generadoras de empleo con base en pequeñas y
medianas empresas, así como el desarrollo territorial a partir de ciudades-región y políticas secto-regionales. Este es un proyecto fundamental que merece, sin embargo, mayores estudios respecto de la naturaleza
y el tipo de desarrollo que se pueden generar en torno a los ejes propuestos en IIRSA.
Conclusiones
El interés mostrado por algunos gobiernos y sectores empresariales de
los países sudamericanos, así como la ausencia de una estrategia de negociación con pisos mínimos para suscribir acuerdos comerciales bilaterales (TLC), dan lugar a que las potencias industrializadas puedan prescindir del espacio multilateral de la OMC e ir conformando un sistema
de comercio a partir de la suma de acuerdos bilaterales que se pactan,
con características similares, en todo el mundo. Por ello, Estados Unidos y la Unión Europea no parecen tener interés real en preservar el espacio multilateral de las negociaciones comerciales.
Para que la CSN pueda cumplir con su objetivo primordial consistente en afirmar a la región como un factor diferenciado y dinámico a través de la coordinación y concertación política es imprescindible fijar
una posición externa común con algunos criterios mínimos para negociar TLC con países industrializados. Esta podría incluir una plataforma
para el tratamiento a los capitales financieros; algún nivel de coordinación
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en la legislación sobre inversiones extranjeras; el diseño de un marco jurídico común para el acceso a recursos genéticos y conocimientos tradicionales; preservar los temas culturales en las negociaciones comerciales, para
lo cual sería importante suscribir la Convención sobre Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales de las Naciones
aprobada en la Unesco en octubre de 2005; rechazar propuestas que vayan
más allá de lo establecido en el Acuerdo de la OMC sobre los aspectos de
los derechos de propiedad intelectual (Adpic) como estrategia de negociación en las negociaciones con terceros; fijar un límite a la liberalización
de los servicios educativos tanto en el ámbito multilateral de la OMC,
como en los TLC; mantener el principio de negociación mediante la liberalización de listas positivas en las áreas que conforman el sector servicios,
en la suscripción de acuerdos comerciales, entre otros.
Estos aspectos son fundamentales puesto que los Tratados no son sólo,
y ni siquiera principalmente, acuerdos de liberalización comercial. Incluyen
un nuevo papel del Estado en la economía; nuevos marcos legales y derechos de los inversionistas extranjeros, nuevas protecciones a la propiedad
intelectual, y desprotecciones a la agricultura tradicional. Por ello, su evaluación no puede reducirse al análisis de los efectos en la balanza comercial.
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Incluso, el ámbito comercial, que antes sólo incluía el comercio de
bienes, incluye nuevos ámbitos como los servicios y el sector agrícola.
El anuncio de la creación de la Comunidad Sudamericana de Naciones exige una perspectiva que trascienda la estrecha visión de balance de
pérdidas y ganancias por accesos al mercado, único móvil perseguido
por muchos gobiernos sudamericanos. Los acuerdos de integración
deben obedecer a una determinación esencialmente política que mire
el largo plazo y responda no sólo a consideraciones mercantiles, sino al
desarrollo y fortalecimiento de las economías y las sociedades que intervienen en ese proceso. En efecto, muchos gobiernos latinoamericanos
no tienen una concepción de proyecto de desarrollo común -y menos
del papel que aspiran a desempeñar en el juego político y económico
internacional-.
Su creación es un gesto político importante que solo tiene posibilidades de consolidarse si la población y los dirigentes políticos asumen
una identidad sudamericana y actúan en consecuencia. Ejercer la ciudadanía como sudamericanos podría ser un medio de prevenir e
impedir que los gobiernos socios firmen tratados internacionales con
países industrializadas en los que se ponga en riesgo el patrimonio regional o la soberanía, como aquellos vinculados a la biodiversidad, cultura
o educación. Por eso, la construcción y fortalecimiento de esta identidad en el imaginario colectivo es, quizás, el mayor desafío.
1. Machinea, José Luis y Vera, Cecilia, (2006), “Comercio, inversión directa y políticas productivas” Serie Informes y Estudios Especiales Nº 16, Comisión Económica para América Latina y el
Caribe (CEPAL), Naciones Unidas, Santiago de Chile, enero
2. Iglesias, Enrique, (2005), “Cuatro Décadas de Integración Regional en América Latina y el
Caribe”, Conferencia durante el Seminario Perspectivas de la Integración en América Latina y el
Caribe a Comienzos del Siglo. Buenos Aires, Argentina - 24 de Agosto.
3. Sigal, Eduardo, subsecretario de Integración Económica de la Cancillería Argentina (2005)
durante el Seminario Perspectivas de la Integración en América Latina y el Caribe a Comienzos
del Siglo XXI, Buenos Aires, Argentina, 24 de Agosto.
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