EJEMPLO 1 Domingo XI del Tiempo Ordinario - Mc 4,26-34 ¿Cómo actúa Dios en la historia y en nuestras vidas? Ese Dios invisible que nadie ha visto nunca, como dice San Juan, en el capítulo 1, versículo 18; ese Dios que habita en una luz inaccesible, como afirma la primera carta Timoteo; ese Dios, cuya sabiduría es misteriosa, como afirma Pablo en la primera carta a los Corintios: la sabiduría de Dios no es de este mundo, ni de los dominadores de este mundo, sino que es misteriosa y está escondida. ¿Cómo actúa ese Dios cuya sabiduría es así de misteriosa, ese Dios invisible? ¡Cuántas veces nos enfrentamos a esta cuestión y buscamos entender con gran dificultad y sufrimiento, cómo es que Dios está presente y actúa en nuestras vidas! ¿Cuál es su voluntad? Pablo agrega que esta sabiduría nos ha sido revelada en Cristo y en el Espíritu Santo. Pero sabemos bien que Dios, aún cuando se revela, no deja de ser invisible. Nos ha mandado al Hijo y al Espíritu Santo, pero aún así no podemos verlo. Sigue siendo invisible. Aunque la fe nos enseña a entender cómo Dios actúa en la historia y en nuestras vidas, esto no quita la dificultad para reconocer si estamos verdaderamente en la voluntad de Dios y la estamos poniendo por obra. ¿Cómo podemos saberlo con seguridad? Pero aunque el modo de actuar del Señor en nuestra vida es misterioso, el Evangelio nos da a conocer algunas características de su acción, que nos dan criterios para entender si estamos caminando en conformidad con el modo de actuar de Dios; tal vez no tendremos la absoluta certeza de estar haciendo la voluntad de Dios, pero al menos sabremos reconocer en lo que hacemos, algunas características típicas del modo de actuar de Dios. [Hasta aquí vamos bien, el tema está claro: ¿cómo comprender la acción de Dios que se desarrolla de manera misteriosa y a veces “escondida” a los ojos humanos?] Entre los lugares del Evangelio en los que el Señor nos explica todo esto, están precisamente las parábolas del Reino: una serie de imágenes o pequeñas historias que pretenden explicar qué es el Reino de Dios: cómo Dios reina y cómo interviene de manera decisiva en la historia, en nuestras vidas. Cada vez que escuchamos de boca de Jesús la expresión “Reino de Dios”, debemos traducirlo de esta manera: el modo de actuar de Dios. De esta manera la parábola del Evangelio de hoy se puede traducir así: Dios actúa en la historia y en nuestras vidas de manera análoga a lo que sucede cuando un hombre lanza la semilla en el terreno. [Esta explicación resulta un poco inútil y puede generar un poco de confusión. En realidad, en el contexto es algo que se explica por sí mismo. Se podría dedicar una homilía sólo a explicar la expresión “Reino de Dios”.] [En lo que sigue, de manera un poco sutil, se está haciendo un giro hacia un acento diferente. Al inicio la homilía se centraba en “la acción de Dios”, ahora comienza a centrarse en “la acción del hombre”. Ambas perspectivas son válidas, pero para el caso hubiera sido mejor escoger una y manejar el argumento desde allí. No es que los temas no estén conectados, de hecho Dios actúa también a través de la acción de los hombres, pero en todo caso se debería hacer notar esto último, para no enredar la lógica del discurso]. El hombre que arroja la semilla somos nosotros, pero existen muchas maneras de arrojar esa semilla: cuando hacemos un acto de caridad, estamos dejando una semilla, cuando damos perdón en nombre de Cristo a una persona que nos ha hecho un mal, cuando pronunciamos una palabra de testimonio de nuestra fe a alguien que no cree, estamos sembrando una semilla. Una semilla puede ser una palabra de consuelo a una persona que pasa momentos de prueba; o una semilla puede ser una oración que hacemos por alguna persona o circunstancia. Y podríamos continuar dando ejemplos. Las semillas son todos estos gestos grandes o pequeños, que hacemos por amor del Señor, para obedecer a su Palabra. Casi siempre, luego de haber realizado estos gestos, no vemos un resultado inmediato y tangible. Pareciera que todo queda como antes y nada cambia. Y he aquí que la Palabra nos revela qué es lo que sucede en el secreto y en la trama invisible de la historia, aquella que sólo Dios teje en la vida de las personas, en las que estas “semillas de gracia” son sembradas. Es innegable que en la vida cristiana hay una cierta “impotencia” misteriosa. Estamos llamados a dar, a perdonar, a amar, pero el resultado de estos gestos no nos pertenece; somos como los anillos de una cadena que comenzó antes que nosotros y continúa después de nosotros, y se nos pide dar una contribución en un momento específico, de manera que, como uno de esos eslabones, nuestro actuar une lo que hubo antes con lo que viene después; sin embargo no es sólo nuestra acción humana, pues detrás de ella está principalmente la acción de Dios, a quien nosotros debemos dejar actuar. [El argumento que sigue se aplicaría mayormente a personas de la jerarquía eclesiástica o que tienen una participación más directa en la pastoral o la catequesis, pero no al común de personas de una parroquia. Habría que ver siempre qué público tenemos delante.] Cuantas veces en nuestra vida cristiana nos apropiamos de las instituciones a las que deberíamos servir, o queremos controlar las vidas de aquellos a quienes debemos dar un testimonio en un momento preciso y a quienes debemos, antes que nada “respetar”. ¡Cuántas veces, por exceso de celo, en lugar de ayudar, sofocamos a los demás! A nosotros nos corresponde dejar la semilla en el momento adecuado, en la ocasión adecuada. Pero ya durmamos, ya estemos despiertos, la semilla, que parece abandonada a su propia suerte, en realidad Dios la toma a su cuidado, y es bajo su cuidado que esta semilla germina, crece, y nosotros no sabemos cómo. Esta es una buena noticia. Estamos llamados a anunciar esta Buena Noticia en nombre de Cristo. Jesús une dos afirmaciones capitales: nos dice “id y anunciad el Evangelio”, pero no nos deja solos, nos dice también “yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo”. Les mandaré el Espíritu, el consolador que les ayudará, les dará fuerzas: es el Espíritu de verdad que anima nuestra acción y la acción de la Iglesia. Es una Buena noticia que nos libra de toda ansiedad en relación con la invisibilidad de los frutos y la impotencia aparente de nuestra acción. [Aquí se vuelve nuevamente al tema anterior, referido a la acción de Dios.] Un sacerdote, amigo mío, me contó hace algunos años que la primera vez que organizó un retiro sobre la oración habían participado solamente dos personas. Él había trabajado duramente en la preparación pero sólo dos personas se inscribieron, y tuvo la tentación de cancelarlo, pero luego, sobre la base del mismo tema que había preparado para el retiro, que era precisamente este Evangelio, decidió seguir adelante y realizarlo exactamente con la misma fuerza y el mismo entusiasmo, como si fueran mil personas. Pero resultó que una de las personas que habían participado, una joven, gracias a ese retiro y a lo que aprendió, decidió dedicar parte de su tiempo a la catequesis, y después de unos meses, ya había logrado reunir en su parroquia a un grupo de más de 150 jóvenes, que rezaban y estaban comprometidos en difundir la práctica de la oración. Pero si este sacerdote hubiera confiado solamente en las fuerzas humanas y se hubiera desanimado al ver que la participación era tan minúscula, el milagro nunca se hubiera realizado. Este es un buen ejemplo de una pequeña semilla que crece misteriosamente y se convierte en uno de los árboles más grandes del jardín; esa semilla que, una vez plantada en la tierra, se convierte en una obra de Dios a través de la cual él actúa. La modestia y la pequeñez, la aparente insignificancia de nuestro ministerio o de nuestro testimonio, no deben nunca quitarnos el ánimo. Cada cosa pequeña que hacemos en nombre de Dios es al mismo tiempo una promesa de gracia infinita: incluso muchas cosas que hemos hecho y luego hemos olvidado. Es parecido a aquello que dice el Evangelio: tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda: ¡pero el Señor no se olvida! Cada una de estas semillas germinará, crecerá y las aves del Cielo harán el nido a su sombra.