Homilía 17 mayo 2015 Ascensión del Señor

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Homilía 17 de mayo de 2015 Ascensión del Señor
Los Hechos de los Apóstoles nos ha presentado a la Iglesia naciente en
el momento en el cual, Dios llama a quien debe tomar el lugar de Judas
en el colegio de los Apóstoles. No se trata de asumir un encargo, sino
un servicio. De hecho es Matías, sobre quien recae la elección, recibe
una misión que Pedro define así: «Es necesario que uno, junto a nosotros
sea testigo de su resurrección» – de la resurrección de Cristo (Hech
1,21-22). Con estas palabras él resume que significa formar parte de
los Doce: significa ser testimonio de la resurrección de Jesús. El hecho
que diga “junto a nosotros” nos hace entender que la misión de anunciar
a Cristo resucitado nos es una tarea individual: si no es para vivirlo de
modo comunitario, con el colegio apostólico y con la comunidad. Los
Apóstoles han tenido la experiencia directa y maravillosa de la
resurrección; son testigos visibles de este evento. Gracias a la
credibilidad de su testimonio, muchos han creído; y de la fe en Cristo
resucitado han nacido y nacen continuamente las comunidades
cristianas. También hoy, nosotros, fundamos nuestra fe en el Señor
resucitado bajo el testimonio de los Apóstoles llegado hasta nosotros
a través de la misión de la Iglesia. Nuestra fe está ligada fuertemente
a su testimonio como a una cadena ininterrumpida y prolongada en el
curso de los siglos no sólo por los sucesores de los Apóstoles, sino por
generaciones y generaciones de cristianos. A imitación de los Apóstoles,
de hecho, todo discípulo de Cristo está llamado a convertirse en testigo
de su resurrección, sobre todo en los ambientes humanos donde es más
fuerte el olvido de Dios y la perdición del hombre.
Para que esto se realice, es necesario permanecer en Cristo resucitado
y en su amor, como nos recuerda la Primera Carta de Juan: «Quien
permanece en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él» (1
Jn 4,16). Jesús lo había repetido con insistencia a sus discípulos:
«Permanezcan en mí… Permanezcan en mi amor» había dicho (Jn 15,4.9).
Este es el secreto de los santos: permanecer en Cristo, unidos a Él como
los racimos a la vid, para dar muchos frutos (Cfr. Jn 15,1-8). Y este
fruto nos otra cosa que el amor. Este amor resplandece en el testimonio
de Sor Juana Emilia De Villeneuve, que consagró su vida a Dios y a los
pobres, a los enfermos, a los encarcelados, a los explotados, haciéndose
para ellos y para todos un signo concreto del amor misericordioso del
Señor.
La relación con Jesús resucitado es – por así decir – la “atmósfera” en
la cual vive el cristiano y en la cual encuentra la fuerza para permanecer
fiel al Evangelio, también en medio de los obstáculos y las
incomprensiones. “Permanecer en el amor”: esto también ha hecho Sor
María Cristina Brando. Ella fue conquistada completamente por el
ardiente amor por el Señor; y por la oración, del encuentro corazón a
corazón con Jesús resucitado, presente en la Eucaristía, y de ahí
recibía la fuerza para soportar los sufrimientos y donarse como pan
compartido a tantas personas alejadas de Dios y hambrientas de un
amor auténtico.
Un aspecto esencial del testimonio que tenemos que dar del Señor
resucitado es la unidad entre nosotros, sus discípulos, y a imagen de
aquella que subsiste entre Él y el Padre. Y resuena también hoy en el
Evangelio la oración de Jesús en la vigilia de la pasión: «Sean una sola
cosa, como nosotros» (Jn 17,11). De este amor eterno entre el Padre y
el Hijo, que se infunde en nosotros por medio del Espíritu Santo (Cfr.
Rom 5,5), toma fuerza nuestra misión y nuestra comunión fraterna; de
ella emerge siempre nuevamente la alegría para seguir al Señor en el
camino de la pobreza, de la virginidad y de la obediencia; y este mismo
amor nos invita a cultivar la oración contemplativa. Lo ha experimentado
en modo eminente Sor María Baouardy, humilde e iletrada, supo dar
consejos y explicaciones teológicas con extrema claridad, fruto del
diálogo continuo con el Espíritu Santo. La docilidad al Espíritu Santo
también la ha hecho un instrumento para el encuentro y la comunión con
el mundo musulmán. Así como también Sor María Alfonsina Danil ha
entendido que cosa significa irradiar el amor de Dios en el apostolado,
convirtiéndose en testimonio de mansedumbre y unidad. Ella nos ofrece
un claro ejemplo de cuanto sea importante hacernos responsables los
unos de los otros, de vivir uno al servicio del otro.
Permanecer en Dios y en su amor, para anunciar con la palabra y con la
vida la resurrección de Jesús, testimoniando la unidad entre nosotros
y la caridad hacia los demás. Esto es lo que han hecho las cuatro Santas
proclamadas hoy. Su ejemplo luminoso también interpela nuestra vida
cristiana: ¿Como soy testimonio de Cristo resucitado? Es una pregunta
que debemos hacernos ¿Cómo permanezco en el Él, cómo vivo en su
amor? ¿Soy capaz de sembrar en familia, en el trabajo, en mi
comunidad, la semilla de aquella unidad que Él nos ha donado
haciéndonosla participe de la vida trinitaria?
Regresando hoy a casa, llevemos con nosotros la alegría de este
encuentro con el Señor resucitado, cultivemos en el corazón el
compromiso de vivir en el amor de Dios, permaneciendo unidos a Él y
entre nosotros, y siguiendo las huellas de estas cuatro mujeres,
modelos de santidad, que la Iglesia nos invita imitar.
(Traducción del italiano, Renato Martínez – Radio Vaticano)
Sor María Alfonsina Danil
Sor María Baouardy
Sor María Cristina Brando
Sor Juana Emilia De Villeneuve
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