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TALLER DE LETRAS N° 50: 207-222, 2012
ISSN 0716-0798
Carlos Monsiváis. Aporías de la Marginalidad1.
Sobre los desplazados por su gusto y los jamás
incluidos
Kemy Oyarzún
Universidad de Chile
Carlos Monsiváis pone en jaque algunas aporías de la posmodernidad actual, al concebir sujetos y actores en procesos complejos de exclusión, marginación, integración y
disidencia. A partir de un análisis semiótico-semántico, este estudio devela el reticulado
de género sexual y género discursivo en su obra. Mostramos que su escritura abre la
noción de marginalidad a la producción de conocimiento y a las identidades situadas en
el contexto de transición a la democracia y globalización neoliberal. A nivel semiótico,
destacamos los usos de tropos y figuras retóricas como el humor ácido, la ironía, la
sátira, la parodia, la parábola y el apotegma.[1] Respecto al cronotopos, mostramos
que su proyecto bucea en lo cotidiano, en el devenir urbano, en el trazo de lo nimio,
lo móvil, lo performativo (Butler, 1997), la contingencia y el caos.
Palabras clave: marginalidad, posmodernidad, performatividad, género.
Carlos Monsiváis wrings some paradoxes of pos/ modernity by designing subjects and
actors in complex processes of exclusion, marginalization, integration and dissent.
From a semiotic analysis this study reveals the particular articulation of gender and
discourse in his work. We show that his writings open the notion of marginality to the
production of knowledge and distinct identities situated in the context of transition to
democracy and neo-liberal globalization. The study underlines the uses of such tropes
and rhetorical figures as acid humor, irony, satire, and parody in relation to urban
cronotopes, performativity and contingence.
Keywords: marginality, performativity, posmodernism, gender.
1
“Aporía: enunciado que expresa o que contiene una inviabilidad de orden racional”.
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Dijo una vez Monsiváis que la modernización avasalla y conduce a los
avasallados a la autodepreciación. Por otra parte, casi majaderamente, se ha
venido insistiendo en las sociedades globalizadas que los conceptos de nación,
identidad, subjetividad y política están en desuso, que se han desvanecido en
los confines de las repúblicas fundacionales del liberalismo latinoamericano.
Un mismo movimiento habría pulverizado la intelectualidad crítica, despolitizando la polis y sus periferias, con sus fragilidades materiales y simbólicas.
Los complejos resortes del saber/poder y sus aporías muestran una
marginalidad reificada. Se habla de “los marginales” desde perspectivas
esencialistas, desconociéndose la más de las veces los escenarios creativos y
conflictivos en los que las subjetividades emergen en relación a los múltiples
dispositivos y estrategias de poder. Así, entre las variadas aporías de ser
moderno, Monsiváis sintetiza esa tensión: “apoyarse en las oportunidades
del nacionalismo para hacer caso omiso de las limitaciones de lo nacional”
(1989: p. 718). Paradoja, ironía y parodia son tropos deseados y necesarios
en su sistema escritural, puesto que hacerse cargo de las múltiples aporías
del saber/poder requiere de un imaginario otro, un imaginario capaz de enunciar la “inviabilidad del orden racional” hegemónico a partir de los múltiples
efectos de claroscuro, reticencias, estrategias de débil y de contracultura
expresados por sus textos.
En este artículo me propongo mostrar que el proyecto escritural de Carlos
Monsiváis pone en jaque algunas aporías de la posmodernidad actual, al
concebir sujetos y actores cruzados por situaciones en procesos dinámicos
de exclusión, marginación, integración y disidencia. La marginalidad no es
una. Tampoco carece de voluntad, intereses o deseos. Contra la violencia
epistemológica, ella habla y se habla. Entendemos aquí como marginación
las múltiples estratagemas de la “violencia simbólica” (Bourdieu)2, fundamentalmente en relación al ejercicio contrahegemónico y contestatario del
poder por parte de aquellas subjetividades y actores “avasallados” por la
modernización neoliberal. El proyecto de Monsiváis, “diverso de sí mismo”3,
dialógico y conversacional, sitúa las inviabilidades de la razón única en ámbitos
y prácticas concretos y cotidianos. Hacerlo le ha significado abrir la noción
de marginalidad al conocimiento y a las identidades situadas, a la pluralidad
y a las diferencias, lo cual a su vez le implica transformar radicalmente los
géneros discursivos y genérico-sexuales, incardinando los heterogéneos registros de las naciones periféricas, los procesos en transición a la democracia
y el cambiante rol de las intelectualidades latinoamericanas en los mapas
conflictivos de la globalización neoliberal.
Ni pretendo ni deseo “ordenar” su escritura. Simplemente, hacer notar
algunas de las matrices semánticas y semióticas del desbordante proyecto
2
Dice Bourdieu al respecto: “La violencia simbólica es esa coerción que se instituye por
mediación de una adhesión que el dominado no puede evitar otorgar al dominante (y, por
lo tanto, a la dominación) cuando sólo dispone para pensarlo y pensarse o, mejor aun, para
pensar su relación con él, de instrumentos de conocimiento que comparte con él y que, al no
ser más que la forma incorporada de la estructura de la relación de dominación, hacen que
ésta se presente como natural”, Meditaciones Pascalianas, Ed. Anagrama, 1999, pp. 224/225.
3 “Diversa de mí misma” dice Sor Juana Inés de la Cruz en su Primero Sueño.
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discursivo de Monsiváis porque esa escritura tiene claros parámetros ideológicos y expresivos que me importa destacar. En el plano semántico, creo que
su proyecto deja entrever la importancia de los semantemas, “transición”,
“diferencia” y lo que él denominó la lógica de los “entres”4. A nivel semiótico,
abro el estudio a los usos de una miríada de tropos y figuras retóricas de
su escritura, entre las cuales destaco el humor ácido, la ironía, la sátira, la
parodia, la parábola, el apotegma5. Respecto al cronotopos de su escritura
–particular relación discursiva de tiempo y espacio–, sugiero que el proyecto
bucea en lo cotidiano, en el devenir urbano, en el trazo levemente perceptible
de lo nimio, lo móvil, lo performativo (Butler, 1997). Monsiváis incorpora la
temporalidad, la contingencia y el caos como componentes intrínsecos de
su palabra.
Partamos por su descripción del discurso del Comandante Marcos, a quien
entrevistó en el curso del conflicto de Chiapas. La entrevista deja entrever su
predilección por lo conversacional. La descripción hace guiños de complicidad
con su entrevistado en la medida que expresa algo sobre Marcos, pero al
mismo tiempo entrega señas bastante explícitas sobre la propia escritura
de Monsiváis. El enunciado (Marcos) apunta a la enunciación global de los
escritos del entrevistador (Monsiváis). La descripción opera como un espejo,
como un gesto metaescritural, allí donde los gustos del escritor mexicano
coinciden con características de la textualidad de su entrevistado: “En su
lenguaje, Marcos, tan concentrado en el horizonte trágico, entrevera posdatas, golpes de mordacidad, descalificaciones a pasto, ingenio analítico,
falta de miedo a la cursilería. Está al tanto: en la combinación de ironía y
emotividad se localiza gran parte de su poder de convicción. En su caso el
humor, el desbordamiento metafórico, el amor por las anécdotas de los seres
anónimos, el culto a la inmediatez sentimental, la reivindicación perpetua de
los humildes, el desprecio por los de Arriba” (1999; pp. 46-48).
Sugiero que tomemos esa descripción como una puesta en abismo del
proyecto discursivo del propio Monsiváis. No cabe duda que la combinación
de ironía y emotividad, el ingenio analítico y la “falta de miedo a la cursilería”,
el amor por las anécdotas de los seres anónimos y el culto a la inmediatez,
así como la “reivindicación perpetua de los humildes” y el “desprecio por los
de Arriba” son aspectos que cruzan todos los escritos del propio Monsiváis.
En el espejo del otro (Marcos) está el gesto autorreflexivo de un intelectual
(Monsiváis) que contradice los efectos fetichistas del saber, indispuesto con
las tecnologías del vasallaje. Surge el otro más allá de los montajes del espectáculo, más allá de la figura criminalizada del rostro encapuchado, más
allá de los “linchamientos informativos” (1999: p. 47), pero también más
acá del actor social abstracto de la épica, más acá de la supuesta anomia
4
Semantema: Elemento de la palabra portador de la significación. Otros lingüistas prefieren
el término lexema.
[Lázaro Carreter, F.: Diccionario de términos filológicos, p. 361]. Aquí usamos el concepto
de semantema desde una perspectiva pragmática que acentúa las dimensiones situacionales
y contextuales de la significación. Ver van Dijk, Texto y contexto (Semántica y pragmática
del texto), Madrid, Cátedra, 1989.
5 Apotegma: Dicho breve y sentencioso… que tiene celebridad por haberlo proferido o
escrito algún “hombre ilustre” o en relación a otro concepto (RAE).
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preconizada por algunas tesis sobre los marginales (Wacquant, Loïc 2001).
Contra la tesis de la “anomia”, emergen Marcos o un joven de la periferia,
entre otros. Emergen como discurso, no como “ausencia de discurso” (anomia).
Marcos, inseparable de su lenguaje, muestra aquello que los dispositivos de
la exclusión y la marginación no logran domesticar: su propia habla. ¿No es
la supuesta falta de habla propia uno de los efectos de esa violencia simbólica que Monsiváis denominó “linchamientos informativos”? Dialógica, la
entrevista deja oír las diferencias. Esta es la matriz de fondo del proyecto
Monsiváis. Marcos deviene el autor de un lenguaje eludido por las entrevistas
monológicas, aquéllas en las cuales el entrevistador fagocita la subjetividad
del entrevistado, el cual queda convertido en mero “objeto” de discurso.
Un punto de partida en mi lectura es, pues, el potencial interpretativo del
semantema, “transición”, el cual, a nivel microfísico le permite bucear en los
nimios e imperceptibles movimientos de una cotidianidad siempre expresada por él como procesual. A Monsiváis le ocupa y preocupa el particular
tránsito actual de lo rural a lo urbano en el México tradicional al rur-urbano,
el tránsito entre la nación republicana y la nación globalizada, y, particularmente el complejo y difícil proceso hacia la democratización. Se ocupa
de la modernización como tránsito. En este sentido, sus escritos transitan,
pero no transan. A nivel cultural, ellos transitan en parajes liminares entre
lo culto y lo popular, entre la oralidad y la escritura, entre lo privado y lo
público, entre lo femenino y lo masculino, entre lo macro y lo microfísico,
entre los grandes y nimios relatos6. Y dice con humor ácido: “Hay un punto
de partida: aquí están los hombres, aquí están las mujeres, y ahí, también,
la zona de las distracciones ’aquí entre nos’. Lo básico es no dejarse etiquetar
por los comportamientos y marcar las distancias entre ser distintos y ser
obligadamente distintos (2010: fragmento de “El norte de la República. De
la masculinidad como refrendo social”, p. 58).
En primer lugar, Monsiváis no sólo escribe desde las ciudades, sino que
inscribe el decir urbano, periodístico, documental y barrial, en el escenario
del saber/poder. Esto es algo imposible de obviar. Advierte en las ciudades
latinoamericanas y en el DF en particular, aspectos encomiables y deleznables. Hoy se supone que las ciudades, mayoritarias a través del globo y
desprovistas de las resonancias públicas que las caracterizaban en el liberalismo, coinciden paradójicamente con el desperfilamiento de ciudadanías y
derechos. De igual modo, los múltiples dispositivos del espectáculo vendrían
opacando movimientos y disidencias tras las bambalinas seductoras de una
megacultura mediática capaz de hacer que todas las lenguas se conjuguen
con la complacencia del Nombre del Padre-capital cultural por excelencia.
Esos supuestos se instalan masivamente sobre el piso del analfabetismo funcional (70%), de modo que la plusvalía de imaginerías audiovisivas propias
de la era del espectáculo inciden en el eterno e incuestionado retorno de la
docilización, del neocolonizaje y una miríada de disciplinamientos de nuevo
cuño. Todas las culturas letradas se habrían fundido en el libre mercado,
6
El uso de la palabra “nimio” está intencionado aquí para recuperar en pleno su gran ambivalencia. Según el Diccionario de la Real Academia, ese vocablo abarca tanto lo excesivo,
exagerado y minucioso como lo insignificante.
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dando por fin un lugar incuestionado a los “integrados” del consumo: Vargas
Llosa, Isabel Allende, cierto Fuguet o lo que en Chile se conoce irónicamente
como las literaturas de McOndo. El carnaval bajtiniano habría por fin y sin
resistencias sucumbido ante la fuerza libidinal de la farándula televisiva, con
sus pequeños escándalos cotidianos y sus nuevos “teatros operacionales”.
Narco y petroguerras resignificarían, por un lado, las propuestas de liberación
nacional de los sesenta, y, por otro, las arcaicas guerras santas de sistemas
mundos desvanecidos.
En el aforismo, otra de las figuras predilectas del autor, también emerge
un emisor intrigante, provocador, uno de cuyos objetivos es introducir la
duda, resquebrajar lo firme y dar valor inusitado a lo incierto, a lo que se ha
ocultado o eludido. Al hacerlo, da la impresión de formular una gran verdad
para luego cuestionar y poner en tela de juicio esas certezas e ideas preconcebidas. Inquietante, no sorprenderá que otro de sus muy bien logrados
recursos sea la acumulación de preguntas impertinentes: “¿Cómo reaccionar
debidamente ante la pintura clásica o contemporánea? ¿Cómo acercarse
al ballet y la ópera? ¿Cómo integrar, con o sin jerarquizaciones, la música
culta, el rock, el bolero, la música oriental o la africana? ¿Cómo entrar sin
inhibiciones a una librería? ¿Cómo enterarse de qué revistas leer, qué obras
de teatro y películas ver? Si no se va al teatro es porque no se ha ido antes,
y en materia artística la tradición es la apatía como reacción de la ignorancia.
Si no me informo, ¿cómo puedo estar motivado?” (1989 b: p. 92).
Monsiváis corta y selecciona un cuerpo discursivo capaz de reapropiar
ciertos autores de la cultura occidental aun reconociendo que ésta es en
América Latina “el gran fetiche”. Admirador de Truman Capote y Oscar Wilde
describirá ese género discursivo emergente enumerando rasgos que el lector
advierte en toda la obra de Monsiváis: ingenio rápido, sátira al melodrama,
autolaceración jocosa, chisporroteo ’carnavalesco” (1989, 2003: 95). Sus
escritos ostentan los efectos de lo popular urbano, de lo popular masivo.
Asumen esa “contaminación” discursiva, motivada por un deseo de reconocer
la cada vez más urbana y mediática cultura popular.
Se dice de él que fue un avezado paseante del DF, que recorría a pie
enormes distancias. En este sentido, su quehacer se vierte sobre esa ciudad,
espacio de contaminaciones semióticas por excelencia. ¿No es el imaginario urbano un generador de álgidos encontrones entre las viejas castas
terratenientes y los advenedizos periféricos cuya presencia se advierte en
las liras populares y en la literatura de cordel, en el periodismo anarquista,
feminista y obrerista de principios del siglo XX? Pero no es sólo transeúnte
de Ciudad de México; lo que más le atrae es escucharla, incrementar sus
dispositivos para hacer que la escritura se haga audible a la polifonía urbana,
incluidos los medios que la han puesto en el centro de las escenas culturales. Monsiváis reconoce esos retazos culturales urbanos popularizados para
luego desfamiliarizarlos. Y hace esto reincorporándolos a otros espacios y
máquinas, desterritorializándolos. Es escritura que deja al descubierto sus
propios fetiches, que construye nuevos sentidos a partir de negarlos lúdica,
estoica y agudamente. Nadie escapa a los amores ciegos del fetichismo, lo
importante es develarlos lúcidamente parece decir.
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Ni apocalíptico ni integrado: entre la ciudad letrada y
espectáculo de los medios
¿Cómo ingresar a los “apocalípticos” culturales de este mapa? Y aquellos
que tozudamente se dan a la crítica mordaz ¿tienen aún espacio en tales
coordenadas? ¿Qué perfil se dibuja para la intelectualidad de las antiguas
repúblicas en este ocaso del universo letrado? ¿Hay solo lugar para los
“integrados” en esta era del espectáculo? ¿Dónde ubicar el “encono” sin
“moralejas dulcificadoras” que Monsiváis exigía en su Catecismo para indios
remisos (1982)?
En principio, Carlos Monsiváis desdice la falsa opción entre la incorporación acrítica a lo massmediático y su también acrítica negación. No hay
aquí defensa de lo letrado en abstracto. Tampoco encontraremos rechazo
tajante de lo mediático, puesto que desarrolló un quehacer fundamentalmente periodístico en Siempre, La Jornada, Letras Libres, Novedades, El Día,
Excélsior, Uno Más Uno, El Universal, Proceso, Eros, Personas, Nexos, Este
País. El binarismo entre integrados o apocalípticos a la cultura mediática es
para él, sin más, una falsa opción7. Así, no se perfila ni como “integrado”
ni como “apocalíptico” en las nuevas economías de lo masivo y lo crítico,
del consumo y los derechos, ya que, en sus palabras, “el dinero…implanta
’territorios libres’, y a buena parte de casas editoriales, relevantes en el
desarrollo de los grupos de intelectuales y escritores de la República, las
absorben los holdings internacionales” (1989 b: 92). El oligopolio del “libre”
mercado es el que nivela las culturas política, mediática y letrada. Por ello,
desencantado pero jamás despolitizado, Monsiváis insiste sin equívocos en
que “la despolitización se funda en la negativa a incluir la cultura entre los
derechos básicos de la población. Se consigna en las leyes y en los discursos, pero de allí no pasa”. Así, sin bibliotecas ni librerías, “con la peor oferta
concebible de cine y video” y sujetos a “dosis brutales de lo ’espectacular
televisivo’…millones de mexicanos unifican la falta de cultura con la ausencia
de derechos cívicos (1989b: 92)”.
El cine, “despolitizado y sexista”, le resulta clave de nuestro “accidentado tránsito a la modernidad”. Monsiváis lo considera históricamente entre
dos registros: el literario y el espectáculo televisivo (2005: 78). Es el cine,
“escuela-en-la-oscuridad”, el que configura nuestras identidades modernas
a partir del fenómeno de la familiarización edípica: “el examen de esta cinematografía nos familiariza –de un modo u otro– con los procedimientos de la
ideología dominante que han moldeado la cultura popular y han ofrecido a la
vez una interpretación del mundo y un catálogo de conductas ‘socialmente
adecuadas’” (2005: 78). Con todo, Monsiváis también nos demuestra que a
pesar de todo, en una etapa esa cultura popular manipulada, supo describir enriquecedoramente la realidad (2010 b: 435-36). Para él, es en y por
el cine que las identidades nacionales se van desprestigiando, puesto que
“mucho más que la ’penetración cultural’ del imperialismo norteamericano
(…) es la implantación triunfal de las nociones del entretenimiento, lo que
7
Ver Umberto Eco, Apocalípticos e Integrados, 1ª edición, Editorial Lumen: 1968. Reedición
1995, Tusquets.
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da la medida del poderío de la americanización, magno proyecto comercial
y, en segundo término, ideológico” (2006 b: 221).
Sus estudios literarios, también conversacionales, se abren a la cotidianidad de los autores, tratados como personajes: Novo, Rosario Castellanos,
Rulfo. Ni autopoiesis, ni gestos autotélicos. Desdeñoso del estructuralismo
literario, rehúsa centrar su mirada en los textos como artefactos reificados,
optando por aprehender el proceso global de su producción, con el que
abarca el escenario literario, a los autores como actores culturales, pero
también la cotidianidad de sus biografías y amoríos, sin temor a caer en
géneros discursivos “menores” como el chisme o la anécdota. Nos muestra
una literatura y una crítica literaria que disminuyen su resonancia frente al
cine y frente al periodismo en sus múltiples formas, quedando emplazadas
por la creciente tecnocracia de las universidades y del “universo letrado”,
una “‘nueva clase’ que ya no es ni le interesa ser letrada; son expertos,
economistas, abogados reducidos estrictamente a su especialidad, administradores de empresas rebosantes de discursos en homenaje a la eficiencia,
la transparencia, la desregulación, con un olvido sistemático de la pobreza
y las represiones” (2007: 17).
Esa modernidad en transición
Creo que el ácido, proteico quehacer de Carlos Monsiváis permite problematizar los conceptos de nación, identidad, subjetividad y política al replantear
la pregunta por la crítica en las sociedades neoliberales de hoy, con particular
atención a la especificidad mexicana y latinoamericana. Se trata –sostiene–
de sociedades en transición a la democracia, tanto si hablamos de México
como de los países del Cono Sur. La conciencia de ese “estar en transición”
irradia semiótica y semánticamente en toda la escritura del autor produciendo
abruptos deslizamientos, modificaciones de código, transformaciones que
dan cuenta de discontinuidades en el plano de la cotidianidad no evidentes
en los grandes relatos hegemónicos.
La aplicación en México del concepto de transición a la democracia se
plantea a raíz del blanqueamiento de los ethos revolucionarios del movimiento
insurgente de principios del siglo XX y, posteriormente, del cardenismo del
34. Sobre la Revolución Mexicana se había preguntado, con la ironía que
le caracteriza, “¿cómo no ser parte de la revolución y cómo no alejarse de
un movimiento tan mal conducido o tan demagógicamente presentado?”
(1989: 728). Es más, él consideraba que la larga transición mexicana a la
democracia se debía a la sostenida dictadura tecnocrática del PRI, Partido
Revolucionario Institucional, período caracterizado por Monsiváis como una
“trayectoria de represiones, saqueos y catástrofes de la más pura incompetencia” (2000 c: 16-25)8.
8
Respecto al Cono Sur, en varias ocasiones Monsiváis también aplica el concepto de transición
a la democracia, pero aquí en relación a las “guerras sucias” de los años 70. Elogia, por
ejemplo, el compromiso democrático de Salvador Allende, quien, en palabras de Monsiváis,
“muere el 11 de septiembre de 1973 defendiendo el Palacio de la Moneda, atacado por las
fuerzas desleales al mando del general Augusto Pinochet, golpista ’obstinado en salvar a
Chile de la lepra marxista’… Allende, socialista convencido, reivindica la noción de heroísmo
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Así, el proyecto de Monsiváis se inscribe sobre todo a partir del movimiento
del 68 junto a figuras como Elena Poniatowska, Carlos Fuentes, Fernando
Benítez, José Luis Cuevas, Sergio Pitol o José Emilio Pacheco. Revaluar la
Revolución Mexicana sin mixtificarla es entonces una de sus mayores prioridades: “A la épica se la tragó la picaresca”, dirá. Insistirá que “el 68 da
lugar a un paisaje de liberaciones artísticas y personales, de radicalización y
desenfado en poesía y narrativa, de rechazo de las adoraciones mezquinas
de la tradición, de visiones utópicas, de revisión critica de la cultura nacional”
(1989: 148-149).
Para la década del setenta, tras el movimiento del 68, Monsiváis condensará una de las más importantes oposiciones al régimen priísta desde la
Revista Siempre. Por fin en 1997 será partícipe del movimiento que desplaza
el monopolio del PRI cuando el PRD (Partido Revolucionario Democrático)
accede por las urnas al gobierno del Distrito Federal, triunfo inesperado de
un amplio espectro de izquierda. El PRD había representado la agenda más
cercana a los objetivos macro y micropolíticos de Monsiváis al incorporar
en su plataforma la democracia radical, el matrimonio entre homosexuales,
la despenalización del aborto y debates nacionales en torno a la eutanasia.
Ya se trate de la transición democrática de México o aquélla de los países
del Cono Sur, Monsiváis destaca por sobre todo la impunidad y el desaliento
epocal frente al “accidentado tránsito a la modernización” de nuestras sociedades (1978: 76). En general, nuestras naciones emergen de sus textos
como comunidades imaginarias cruzadas por tránsitos precarios, conflictivos
y heterogéneos, que sacuden las relaciones entre los registros culturales y
el Estado, pero que también desbordan las claves que manejaba el liberalismo frente a límites entre lo privado y lo público, la democracia política y
las democracias sociales, lo secular y las nuevas religiosidades, el cuerpo
y los regímenes de verdad/poder, las identidades nacionales y los nuevos
universales.
Esos grandes y nimios relatos
En el proceso de afirmarse como identidad ácrata, allí donde conjuga
lógicas que van desde “ni esto ni aquello” a “esto y aquello”, Monsiváis va
en busca de un nuevo lenguaje. Se topa en ese intento con un género discursivo emergente, de difícil taxonomía: crónica urbana, documento ficticio,
relato no ficticio, testimonio, oralitura, fábula, aforismo, croni-ensayo, sátira
ético-política. Desmesurado, recoge el desparpajo de Novo (se ha dicho de
él que es un Novo de izquierdas), el folletín del cine mexicano, el humor de
carpa, la prosa de la biblia inglesa, el nuevo periodismo de Truman Capote,
variadas técnicas de reconversión de insultos, la prosa beat de Jack Kerouac,
los comic magazines o el The Spirit de Will Eisner, el comic revolucionario
de los años cuarenta, historietas mexicanas como Chamaco Chico, Paquín,
en el sentido tradicional, de entrega de la vida a la Patria. Su imagen con casco y metralleta
es la representación del hacedor de la proeza clásica: infundirle al sacrificio la dimensión
de la generosidad” (“Allende: Las alamedas del porvenir”, CM, en Aires de familia, 2006,
Editorial Anagrama S.A., España, p. 104).
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Pepín, Los Supersabios o La Familia Burrón. ¿Subgéneros? ¿Géneros menores? Magistral manejo de la ironía y la parodia, del humor negro y la risa
ácida, sus creaciones exigirán de la crítica una revaloración de esos géneros
heterogéneos y también de transición. Escritos como aquéllos incluidos en
el semanario de La Jornada durante años bajo el título de “Por mi madre,
bohemios”, son un buen ejemplo de ello.
Alguien destacó la dificultad de reconstituir su obra, por lo “desordenada”
y dispersa que ésta se halla en múltiples periódicos, revistas, pequeñas notas
y hasta blogs. Sin embargo, más que una obra, aquí me importa resaltar
un complejo proyecto discursivo. Aquí la multiplicidad, el trazo veloz, el
fragmento inacabado recogido en la premura de lo periodístico, el desfiladero de escenas, la condensación de metáforas cotidianas, lo “nimio” y lo
aparentemente “insignificante” configuran el movimiento inconfundible de
un inconsciente político que Monsiváis conjura y a diario desafía.
Destaco entonces tres fenómenos de su escritura que me parecen de
gran relevancia: 1) la riqueza del trazo “de paso”, acorde a los cambios de
cronotopos producidos en el capitalismo tardío, 2) la irrupción de una productividad discursiva insaciable, a modo de deconstruir la noción de marginalidad
despojada, carente, vacía o anómica que predomina en mucha de la literatura psicosocial, y 3) la emergencia de una subjetividad nomádica, de un
actor social y de una “autoría” escritural de nuevo tipo, capaz de resignificar
al intelectual letrado de la República, pero también al intelectual orgánico
de la izquierda de los años sesenta y comienzos de los setenta, a la luz de
emergentes culturas políticas de nuevas ciudadanías y movimientos sociales.
Esa implícita reformulación del intelectual orgánico queda cruzada por
su adhesión crítica al proyecto del PRD (Partido de la Revolución Mexicana)
en cuanto éste tiene de movimiento, de amplia convergencia dotada de una
nueva concepción del poder. Antidogmático por excelencia, a su vez, esa
subversión de lo político lo lleva a resistir la verdad única y uniforme, venga
de donde venga: de afuera (del PRI o del PAN), de adentro (del propio PRD).
Un mismo movimiento iconoclasta lo incita a develar más allá de los efectos
palaciegos de la hegemonía, los tatuajes del poder en lo “nimio” y privado,
en lo íntimo y cotidiano, a nivel simbólico y en los plurales registros semiconscientes del imaginario.
Metacríticamente, lo nimio en el proyecto de Monsiváis desemboca al
menos en dos registros discursivos: lo conversacional (vía chisme, chiste,
entrevista) y la ironía (vía parodia y sátira). Esos dos registros apuntan
a poner en evidencia la tradicional economía que norma la valoración, la
legitimación, la organización de las jerarquías, las relaciones discursivas
hegemónicas del saber/poder y operan en sentido opuesto a las doxas y a
los “discursos verdaderos” (aquellos que emiten juicios y cuestionan todo
menos su propio estatuto). Se trata de registros abiertos a lo polifónico y
dialógico, capaces de relativizar y desfamiliarizar el capital simbólico como
capital monopólico de conocimiento y canonización.
Valentin Voloshinov ya había advertido sobre la importancia gravitante
de las “pequeñas prácticas discursivas” en la producción ideológica de las
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transiciones. Para él resultaba “lógico que la palabra sea el indicador más
sensible de las transformaciones sociales, inclusive de aquellas que apenas
van madurando, que aún no se constituyen plenamente ni encuentran acceso
todavía a los sistemas ideológicos ya formados y consolidados. La palabra
es el medio en que se acumulan lentamente aquellos cambios cuantitativos
que aún no logran pasar a una nueva cualidad ideológica. La palabra es
capaz de registrar todas las fases transitorias imperceptibles y fugaces de
las transformaciones sociales” (Voloshinov: 1992, p. 44).
¿Cuáles son las condiciones de enunciación, producción y circulación de
esos dos registros discursivos de lo nimio en el proyecto de Monsiváis? Cómo
se relacionan con otras prácticas comunicacionales del escenario cultural
mexicano en el que se mueve el proyecto de nuestro autor?
Que nadie lo sepa: El chisme y los desbordes marginales
(QWpUPLQRVJHQHUDOHVHOFKLVPHʥJpQHURGLVFXUVLYRPDUJLQDOHVFDVDPHQWHHVWXGLDGRʥVHUHFXSHUDFRPRSUiFWLFDGHFRPXQLFDFLyQWHQGHQFLRVDFX\D
efectividad tiende a socavar las condensaciones de poder en la mediación de
lo conversacional. Quien haya conocido a Monsiváis sabe cuán locuaz y brillante era su conversación. No obstante, aquí, en el paso de lo oral a lo escrito,
lo que interesa es que la retórica del chisme se convierte en un importante
dispositivo verbal cuya resonancia oral es en todo momento efecto escritural.
Diríamos que aquí la oralidad es efecto dialógico en la escritura. Efecto por
distancia y diferencia, por una distancia irrecuperable: lo dicho, dicho está.
Pero sobre todo, los efectos de oralidad constituyen comunidad imaginaria, una
comunidad reconocible y recuperable, crítica a niveles macro y micropolítico.
Son críticas precisamente frente al hablar y callar, frente a la persistencia de
prácticas privadas que se politizan al reconocerles estatuto público y social.
Monsiváis está muy consciente del impacto de lo conversacional (y del
chisme en particular) en sus escritos. Además de Voloshinov, el chisme ha
sido recuperado por la crítica feminista, la que ve en este género discursivo
un registro referencial referido a aspectos de la vida social no asumidos
por los grandes relatos: vida sexual, intimidad, conflictos en el seno de la
familia, transgresiones eróticas. Hacer público lo privado, sacarlo fuera del
armario, he aquí el chisme. No es en sí por lo general transgresor, pero tiene
la capacidad de acoger en su seno el “lenguajeo” de las relaciones entre lo
privado y lo público de la vida común y corriente de los sujetos, aunque casi
siempre adoptando la perspectiva ético-moral que lo rige. Diríamos que el
chisme constituye un “retorno formal de lo reprimido” y que, en esa medida,
el “costo” de su constatación de lo reprimido radica en tener que otorgar
un gesto de complicidad para con los contratos sociales, con el deber ser
implicado en éstos. Lo personal deviene inadvertidamente político. Por eso,
las cadenas de chismes pueden lograr codificar intercambios simbólicos que,
aunque condenados, se perciben usualmente en la vida cotidiana. En cierta
medida, entonces, el chisme es un residuo de oralidad, un trazo de memoria suelta en cuya matriz la existencia de prácticas marginales residuales o
emergentes son asumidas aun a riesgo de ser rechazadas. En este sentido, el
chisme “pone en forma y pone forma” a la vida cotidiana (Bourdieu: 1993);
otro modo de decir que en él, la ideología encarna, se concreta y adhiere
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a las formas inmanentes de la vida como secreto “entre nos”, sotto voce y
de circulación restringida en grupos reducidos entre los cuales opera como
guiño de complicidad.
Pero, ¿cómo opera el chisme en tanto macroestructura significante en el
proyecto discursivo de Monsiváis? Propongo en esta lectura que el chisme
opera a dos niveles, 1) como enunciado y 2) como enunciación.
Como enunciado, baste una mirada a la siguiente cita en la que Monsiváis
analiza lúcidamente la relación entre género discursivo y género sexual a
partir del chisme: ”En sus varios niveles, al ingenio gay lo complementa
’el arte del chisme’, no meramente el chisme sino su cultivo verbal, caracterizado por tres hechos: a) toda comunidad marginada gira en torno del
rumor pero no toda comunidad hace del chisme un censo de actitudes o de
inclusiones; b) el chisme, sin esas palabras, suele considerarse un subgénero narrativo y teatral: “Déjame que te cuente…”, y c) si el chisme es por
fuerza una experiencia narrativa, la intuición misma se deja ver como un
chisme: “A mí me da la impresión... /¿Y quién te contó la impresión?”. Y lo
típico del chisme de minorías es su precisión de catálogo: “¿No te conté de
Fulano? La esposa ya le pidió el divorcio porque lo agarró metidísimo con su
secretario” (2010 c: 146).
Así, el chisme es rescatado como un lugar fronterizo en el imaginario,
cuyo potencial inventivo y generador de prácticas surge donde lo nuevo es
todavía impugnado pese a ser contenido en el habla, pese a que a través
del chisme lo impugnado logre finalmente ser nombrado.
Los efectos del chisme en la enunciación global del proyecto de Monsiváis
se aprecian al menos en las siguientes dimensiones:
1)
Incorporación de lo anecdótico y biográfico a un nuevo tipo de historiografía literaria vinculada a metodologías cualitativas, historia
oral, memorias sueltas y géneros referenciales. Me refiero a estudios
como aquéllos sobre Salvador Novo y López Velarde, Agustín Yáñez y
Revueltas, Juan Rulfo o Rosario Castellanos (2008).
2)
Utilización de una gramática discursiva que logra producir bisagras
entre lo simbólico y el orden imaginario, una relación común tanto a
proyectos periodísticos como a proyectos literarios como es el caso
de los “géneros picarescos”. Aun cuando no se trate explícitamente de
chismes, sus escritos dan cuenta de lo anecdótico en el “tránsito a la
masificación” (“No te muevas paisaje”, p. 29), reorientan la mirada,
las costumbres y el habla de los estudios culturales para esos tránsitos. Me refiero a buena parte de su crítica sobre el cine mexicano. En
estos casos el chisme y lo anecdótico no solo entregan aspectos no
comúnmente explorados de las producciones cinemáticas mexicanas,
sino que permiten “leer” la cultura desde otros lugares.
3)
Un trato con la historia cultural a partir de figuras excluidas de la
historiografía oficialista de México. Así como el chisme protagoniza
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nuevos o ausentes actores (“la adúltera” o “el pendenciero” desplazan
a los héroes patrios), la crítica de Monsiváis otorga un lugar preponderante a sujetos e identidades emergentes: los gays, las juchitanas,
las feministas, los jóvenes punk, los guerrilleros de Chiapas.
Esas formas rescatadas de la cotidianidad se convierten por lo general en
discursos con valor de “uso”. En este sentido, la gran mayoría de sus escritos
tienen una textura más artesanal que estética. Esto es, si entendemos por
estéticas, prácticas “auráticas”, más allá de su utilidad, recursos “ociosos”
e “inútiles”9.
Los atraparon con las manos en el tacón:
la ironía como enunciación
La ironía es el juego de una interlocución tendenciosa (1986: 106) que
afirma lo contrario de lo que se quiere hacer entender. Irrita sobre todo
porque la ambigüedad en la que se funda hace proliferar incertidumbres. Se
vincula en este sentido a la mentira, como efecto de insinceridad, un efecto
que Monsiváis ha explicitado como deseable: “No a decir la verdad, porque
ese es un terreno al que pocos tienen acceso. No, mentir, es a lo más que
uno aspira. Si me pronuncio ante un tema, no creo estar diciendo la verdad,
sino no estar mintiendo, de acuerdo con lo que yo conozco (“El matrimonio”
94)”. Aquí el signo de ambigüedad y modernidad crítica, dice “no” al discurso
verdadero y opta por “no mentir, mintiendo” –aquel antiguo truco del arte
verbal. En este sentido, creo que Monsiváis no sólo usa la ironía como tropo
o figura discursiva, sino como un modo de enunciación caracterizado por una
particular relación entre lo dicho y lo callado, una suerte de tercer significado.
Cuando el autor dice que “los gays no son humanos ni menos compatriotas”,
enuncia algo (los gays no son humanos) para hacer entender lo contrarío
(los gays son más humanos que sus compatriotas o los compatriotas no son
humanos). Como enunciación, marco o modo, la ironía encierra una percepción simultánea y oscilante de significados plurales y distintos caracterizados
semánticamente por aspectos nada ajenos al proyecto escritural de Carlos
Monsiváis. Su lectura requiere de lo “relacional”, lo “inclusivo”, de la capacidad
de “diferenciar” éticamente sus juegos y trucos estéticos.
En este sentido, más que centrarme en el rol del emisor como particularmente irónico (y ya hemos dicho que Monsiváis lo era), entendemos que es
la enunciación la privilegiada para poner de relieve la producción de la ironía
discursiva en su proyecto discursivo. Por eso, no me interesa sobredimensionar el valor de lo no dicho (habría que replantear el concepto de humano o
habría que replantear qué es ser compatriota), concebido como la antífrasis
de sustitución del significado explícito. En Monsiváis, la ironía requiere de
una “comunidad discursiva”, aquí donde un sujeto colectivo precede y gatilla
el proceso irónico al relevar preeminentemente las complicidades entre el
9
Exceptúo de su proyecto el texto Catecismo para indios remisos por su explícita cualidad
de fábula en la cual el habla es fundamentalmente figurativa, supuestamente “moralista”,
pero de una eticidad profundamente antinormativa y ambigua.
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emisor irónico (su intencionalidad) y el intérprete (la decodificación de esa
tendenciosidad). El horizonte epistémico y axiológico que permite comprender
la especificidad de sus usos de la ironía se enmarca en una interacción al
interior de esa comunidad simbólica (feministas, gays, intelectuales ácratas,
demócratas radicales), una comunidad capaz de entablar guiños de identificación, conocimientos compartidos, valoraciones y estrategias de legitimación
recíprocas (Hutcheon, 1994: 91). Sin más, la ironía es en el proyecto crítico
de Monsiváis una práctica social que pone en primer plano las coacciones
de nación, clase, género, raza y opción sexual, pero los significados de esas
coacciones son producidos tanto por la intencionalidad de Monsiváis como
por las lecturas descodificadas de su ironía (Hutcheon, 1994: 123). Si el
modo tendencioso que sustenta la ironía tiene forzosamente una víctima
de la cual se burla o a la cual se critica, desvaloriza o ridiculiza (Kerbrat,
1980: 108-127), la enunciación global del proyecto de Monsiváis apunta
precisamente a lo contrario: desvictimizar a los sujetos denigrados por el
sistema sexo-género hegemónico a partir de una “técnica de reconversión
del insulto” para “aislar la contundencia de la homofobia”. Por ello insiste:
“Como en el caso de toda minoría, al ambiente lo distinguen las técnicas de
reconversión del insulto. Los gays adoptan los insultos y al ’deconstruirlos’
los vuelven referencias indispensables, adoptan las expresiones hirientes y
al hacerlo aíslan la contundencia de la homofobia. Y el perreo (bitchiness),
con su vértigo autodifamatorio, es la técnica de ajuste donde al insulto lo
modifica la creación verbal: Óyeme, loca, ¿por qué no me acompañaste?
Todos los que fueron a la reunión eran unos ignorantes. Te habrías sentido
en tu elemento …ser de ambiente es optar por los buenos oficios del melodrama, y de allí la especie de los Drama Queens” (2010: 146).
Monsiváis vitupera en el Nombre del Padre a aquéllos que se propone
alabar y al hacerlo devuelve la desvalorización al patriarcado, a la simbólica
de la nación, al género, a la heteronormatividad. El proceso involucra no
sólo un simulacro, sino introducir el elemento de lo cómico, la representación
indirecta a través de su opuesto. El valor de su ironía es ilocutivo y contradictorio, de modo que entendemos que ese contraste es una estrategia de
disimulo, un desajuste con el sistema jerárquico comprendido por el sistema
sexo genérico. Por sobre todo, simulacro, ambigüedad y burla son elementos
centrales de sus operaciones irónicas. Finalmente, entendemos que al ironizar,
Monsiváis “argumenta” en dos registros, enunciado y enunciación de modo
que uno y otro se implican y desmienten recíprocamente.
Conclusiones
La figura de un texto sitiado viene a la mente al releer la obra de
Monsiváis, porque sus escritos incorporan esos procedimientos desdeñados
por el esnobismo letrado para luego acoplarlos con suspicacia y en ese proceso completar una nueva, irreverente cadena de significación. Son textos
situados en máquinas urbanas: boleros y chismes televisivos, entrevistas
imaginadas y documentadas por un periodismo crítico, casi olvidado por las
letras académicas del neoliberalismo. Periodismo agudo, rompe la cadena
disciplinada de las “rutinas” periodísticas. Ubicado en un cruce entre las
rutinas y hábitos del periodismo asalariado (todo hábito hace al monje,
cómo olvidarlo) y habiendo logrado escapar a los hábitos impuestos por el
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academicismo universitario, Monsiváis logra acumular una plusvalía de autonomía que no es ya común en el intelectual posmoderno. Mordaz desde
las voces desdeñadas, posibilita una “invasión indeseada” de lo “bajo” en
las letras académicas. Doble movimiento de suspicacia. Doble desencanto
con esos dos oficios generadores de culturas de la interpretación: academia
y periodismo. Instala, así, sistemas interpretativos en el centro y en los
bordes de los debates nacionales, sobre el contenido y las formas de la democracia, sobre lo privado y lo público, todo a partir de lo popular urbano.
Entonces, es el propio sistema expresivo el que literalmente desafía lo que
ha devenido normativo en el discurso. Porque aquí lo normativo es recogido
como rastro inútil de los propios procesos de construcción semántica. Por eso
digo que la escritura de Monsiváis es del registro del significante, porque se
gesta a partir de las expresiones populares, urbanas, porque urde sentido
a partir precisamente de las voces desprestigiadas, ilícitas, desechadas por
la violencia simbólica. Hacerlo implica poner en abismo los procesos ocultos
y fetichistas de la legitimidad. Por eso insistiremos: es escritura sitiada,
pero también profusamente situada. Se sitúa, se compromete, se juega, se
arriesga, deja entrever desde dónde habla y desde dónde valora. Se trata
de una combinatoria significante sin la cual no habría singularidad, al menos
no esa singularidad que hoy reconocemos como “Monsiváis”.
Lo deslegitimado se devuelve como una bofetada expresiva sobre la superficie lisa de la semántica, lugar privilegiado de la fabricación de valores.
Al hacerlo, le quita el piso al prejuicio valórico dejando entrever lo que éste
no quiere o no puede mostrar: las coordenadas de su propio proceso de valoración. Por eso, veo aquí una estrategia discursiva que viene a sacudir el
fetiche, precisamente al usurparle el rol de modelo, subvirtiendo sus dotes
canónicas, su propia legitimidad no cuestionada. Legitimidad no cuestionada,
¿no radica allí la más ferviente y eficaz operación del fetiche axiológico, clave
del esnobismo académico? ¿Y no es el fetiche una operación canónica autoconvertida en “discurso verdadero”, principal y tozuda negación de la crítica
por cuanto valora sin enunciar desde qué coordenadas? Diremos entonces
de Monsiváis que es moderno en su criticidad y desencantado en su posmodernidad: “Si me pronuncio ante un tema, no creo estar diciendo la verdad,
sino no estar mintiendo, de acuerdo con lo que yo conozco”. Sabe que el
vaso está vacío pero sigue actuando como si estuviera lleno. Otro modo de
sostener que salta de la rayuela preenvasada entre las casillas “modernidad”
y “posmodernidad” y nos dice que la modernidad crítica no nace, se hace
al andar. Para luego agregar que la posmodernidad crítica es aquella que se
hace cargo de los malestares neoliberales y rechaza la despolitización y el
desencanto absoluto con la res pública, característico de ciertos gestos posmodernos. Dice inequívocamente: “Se acepta que el intelectual posmoderno
es quien canjea la política académica por la academia política, y los jóvenes
sabios del PRI (asesores, directores de consejo, hacedores de discursos,
ponenciadores, expertos) lo precisan lúcidamente: el problema verdadero
de México no es renegociar triunfalmente la deuda externa hasta el fin de
los tiempos, ni la inútil existencia de la oposición, ni la sobreabundancia de
nacos, sino algo realmente mágico: cada seis años sólo hay un Presidente”
(“Cuadro de costumbres”, p. 95).
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