El cuerpo herido o la constitución del corpus en análisis de discurso

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La constitución del corpus en análisis de discurso
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Escritos, Revista del Centro de Ciencias del Lenguaje
Número 23, enero-junio de 2001, pp. 17-47.
El cuerpo herido o la constitución
del corpus en análisis de discurso
Teresa Carbó
Las notas anexas intentan desbrozar camino hacia la
conceptualización del corpus como un efecto teórico de
múltiples resonancias, tanto en ciertos principios y prácticas de desempeño metódico sobre el cuerpo mismo del
material, como en lo que concierne a la línea argumental
de pensamiento y acción que las diversas intervenciones disciplinarias se proponen. La mayor parte del texto
se dedica a la revisión (somera) de una lectura de ciertas propuestas sobre estos temas (en teoría literaria y
análisis de discurso). La (apresurada) sección final ofrece algunas pistas sobre el tramado conceptual del corpus: las nociones de forma, disposición, foco, tensión,
movimiento y tiempo, junto con el postulado de un proceso activo de construcción del objeto, sugieren líneas
preliminares de reflexión.
Se trata de un cuerpo... ¿acaso del delito? Probablemente no. Es
más bien el cuerpo del deseo, de un deseo feroz; es el cuerpo del
análisis de discurso: el corpus. Ese cuerpo, que percibo herido en
la frágil especificidad de su materia carnal —el habla—, me evoca
sin quererlo el de san Sebastián, transido por lanzas o flechas
(anafóricas quizás, Bühler 1979: 408) y arrojado por ellas en sentidos
múltiples y divergentes. Merced a una obstinada e implacable pasión
de saber, esas líneas doloridas que se proyectan al infinito, trazan
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Teresa Carbó
también el diseño según el cual, desde la materia corpórea, un algo
más se despliega, hendiendo lo inexplorado en direcciones que la
teoría se empecina en seguir.
¿Qué es lo que de esta manera se persigue? ¿Qué deseo
alimenta esa avidez perseverante? Una utopía, quizás; un espejismo
también. Sin duda, un delirio.
Borges, como de costumbre, ya lo sabía, y había hallado la
referencia bibliográfica precisa. En Viajes de varones prudentes
(Libro 4to., capítulo XLV, Lérida 1658), Suárez Miranda nos habla
“Del rigor en la ciencia” y dice así:
en aquel Imperio el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que
el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa
del Imperio toda una Provincia. Con el Tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisfacieron [con todo respeto, sic] y los Colegios
de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al
Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron
que ese dilatado Mapa era inútil y no sin Impiedad lo entregaron a
las Inclemencias del sol y de los inviernos. En los desiertos del
Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por
Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de
las Disciplinas Geográficas.
La exhaustividad, tema y exigencia en ciertos ciclos de la
discusión metodológica (no sólo del discurso), se encamina al olvido,
impulsada por una vocación de ruina y decadencia tan ineludible
como su anhelo de totalidad.
Más cautivador es tal vez el abismo de la máquina de razonar,
el juego del placer del método (perfecto) al que se entregan Marco
Polo y el Honorable Kan. Sin duda, son varios los paradigmas
metodológicos en el área disciplinaria de los estudios del lenguaje
que se transparentan, sin excesiva malicia, en esa práctica sutil de
la obsesión, tal como la escucha Ítalo Calvino (1991: 81):
De ahora en adelante seré yo quien describa las ciudades, había
dicho el Kan. Tú en tus viajes verificarás si existen.
Pero las ciudades visitadas por Marco Polo eran siempre distintas
de las pensadas por el emperador.
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Y sin embargo, he construido en mi mente un modelo de ciudad, de
la cual se pueden deducir todas las ciudades posibles —dijo
Kublai—. Aquél encierra todo lo que responde a la norma. Como las
ciudades que existen se alejan en diverso grado de la norma, me
basta prever las excepciones a la norma y calcular sus combinaciones más probables.
También yo he pensado en un modelo de ciudad de la cual deduzco
todas las otras —respondió Marco—. Es una ciudad hecha sólo de
excepciones, impedimentos, contradicciones, contrasentidos. Si una
ciudad así es cuanto hay más de improbable, disminuyendo el número de los elementos fuera de la norma, aumentan las posibilidades de
que la ciudad verdaderamente sea. Por lo tanto, basta que yo sustraiga excepciones a mi modelo y, en cualquier orden que proceda,
llegaré a encontrarme delante de una de las ciudades que, si bien a
modo de excepción, existen. Pero no puedo llevar mi operación más
allá de cierto límite; obtendría ciudades demasiado verosímiles para
ser verdaderas.
Es claro que este deslumbrante delirio metodológico testimonia
asuntos y problemas que han sido objeto de continuada y tenaz
reflexión teórica (y política) en el campo disciplinario del análisis
de discurso, sobre todo en sus primeros ciclos. La excepción y la
norma, el modelo y sus variantes, la inferencia y la predicción; lo
plausible o lo verdadero; ejemplos y contraejemplos; la
contradicción, esa materia que quisiéramos dócil y sin embargo se
resiste; el control y el cálculo; sobre todo el control. Henos todos
allí, analistas de discurso o de ciudades: ganados por el ansia
contenida de la paciencia metódica que aguarda y se pregunta
(ciertamente, mordiéndose las uñas) si el complejo dispositivo
largamente diseñado servirá por fin para atrapar, como la red a la
mariposa, ese algo, eso, eso casi indecible casi por definición, que
el método científico construye con delicado afán para luego descubrir
en sincera admiración. Los cartógrafos del imperio, por su parte,
se entregan con humana soberbia al sueño de la omnisciencia: asirlo
todo, registrarlo todo con minucia voraz para que puedan luego
cundir los estragos del tiempo.
Empero, diría yo, los anhelos o delirios que atraviesan el cuerpo
del análisis, el corpus del deseo, no son en sí mismos poco nobles.
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En primer lugar, un anhelo de exacta belleza; obviamente, de
armonía y claridad; luego entonces, también de precisión, finura,
amplitud y detalle. Así, al menos, he vivido yo una reflexión que
fue clásica en los años setenta, sin que haya perdido aún, se diría,
vigencia o interés. En su momento, a fines de los setenta, el tema
era el rigor, el rigor de la ciencia y el de la política. Se trataba (¿y
por qué no?) de que era preciso entender. Deseosos de saber y,
sobre todo, de entender para cambiar el mundo, el asunto de los
criterios teóricos —y políticos— de construcción del corpus fue,
naturalmente, central en una discusión que merece rescatarse del
olvido.
Sin duda, hace treinta años, se anudaba en el tema del rigor
científico de las empresas revolucionarias de índole teórica una
rigidez cercana al terror del error, propia de las ortodoxias militantes.
El derrumbe que siguió es de todos conocido. Sin embargo, que el
mundo sea hoy el guiñapo que es, no nos exime de la obligación de
reflexionar sobre el proceso por medio del cual, luchando contra el
sinsentido y la barbarie, el análisis de discurso (entre otros modestos
frentes del pensar) construye sus datos, y con base en ellos, sus
aseveraciones, sean éstas del alcance que sean.
En efecto, ¿acaso es posible, sin ser el Honorable Kan,
“modelizar” un principio de constitución del corpus como efecto,
como lugar oblicuo y virtual desde donde se observa una infinita
complejidad; incomparable, inconmensurablemente mayor que la
porción metódica que ha sido de lo complejo extraída como parte a
tratar? Un problema esencial aquí es la confianza que se pueda
tener en la capacidad del corpus para exhibir rasgos significativos
con respecto al asunto que se analiza. Rasgos: ¿comportamientos,
regularidades, diferencias, anomalías? En cualquier caso, rasgos
que sean, además, significativamente (¿afines, cercanos, próximos,
ajenos, semejantes, diferentes, homólogos, análogos?) a los de la
totalidad mayor a partir de la cual ese inevitable retazo ha sido
construido de manera más o menos experimental. Otro asunto,
también casi siempre silenciado, es el de la avaricia (que puede
también ser concebida como economía o justeza) o largueza
(amplitud o exhaustividad “imperial”) con la que ese fragmento de
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mundo es recortado. ¿Cuánto se precisa para decir? ¿Cuánto es
suficiente para generalizar? Las fronteras del corpus, tan esenciales
como la existencia de membrana en torno a la célula, trazan
diferentes destinos teóricos, empíricos (y de vida).
Ciertamente, la centralidad teórica y metodológica del conjunto
de materiales discursivos sobre los que se aplica el análisis no puede
ser sobreestimada. Como sostiene Eliseo Verón en un artículo
notable, el tema del corpus y de los criterios de su construcción
como tal, es crucial, no sólo en semiología (según él designa entonces
lo que hoy llamamos análisis de discurso, en un seminario del año
1967 en el Instituto Torcuato Di Tella en Buenos Aires), sino en el
conjunto de las ciencias sociales.1 Pionero, relativamente solitario
en el planteamiento del tema (en español y en francés), Verón
participa también (¿quién no en ese tiempo?) de las cautelas hoy
desdeñadas como cientificistas, y que entonces se tejían de la
manera más estrecha con la soñada asepsia de la lucha
revolucionaria contra el poder instituido. Dice Verón (1971: 145,
n.9) con categórica sencillez: “Desde el punto de vista del
investigador, las reglas para la selección del corpus (y por
consiguiente, los criterios para su homogeneidad) dependen de
consideraciones sustantivas, y éstas determinarán la significación
de los resultados que se obtengan”. La tensión, en este caso, se
traza entre homogeneidad y diferencia, un dilema siempre ineludible
en el momento de construcción de un corpus que no sea trivial o
predecible pero tampoco caótico; un equilibrio, como todos, difícil
de lograr.
Él, por su parte, añade una serie de alternativas de definición de
homogeneidad, establecidas sobre alguna combinación de los
siguientes criterios: fuente, destinatario, contextos de transmisión,
consumo y respuesta (Ibid., p. 146). Resulta curioso observar que,
1 Por cierto, alimentan ese artículo autores y lecturas que han tardado muchísimos años en llegar al espacio disciplinario de la lingüística y el discurso, si es que
lo han hecho. Notoriamente, Clifford Geertz, Gregory Bateson, Paul Watzlavick,
Carlos Sluzki y otros personajes cercanos al grupo de Palo Alto, en los años más
creativos del equipo.
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preocupado por el asunto de la necesaria homogeneidad de los
materiales, Verón omite destacar una dimensión que él mismo
incluye al presentar cada uno de los criterios y sus combinaciones
posibles: lo comparativo o contrastivo de los materiales componentes
del corpus, dimensión fundamental y constitutiva en el artículo citado,
donde al analizar la construcción ideológica que dos fuentes
periodísticas diferentes hacen de un mismo hecho de violencia
política: el asesinato del dirigente gremial peronista Rosendo García.
Sin embargo, el hecho es que, aun sin tratar argumentalmente el
asunto de lo comparativo con el rango metodológico decisivo que
luego le otorgaría el grupo francés de análisis de discurso, dos
páginas después de la nota citada, Verón (Ibid., p. 148) especifica
lo siguiente: “Los criterios para la selección del corpus han sido
dos: (a) las diferencias (sociológicamente significativas) entre las
fuentes, y (b) la ‘respuesta’ de dichas fuentes a un estímulo común:
un cierto hecho social al que ambas se refieren en los contenidos
de sus mensajes.” Me interesa destacar que es en esta misma
zona textual donde introduce otro tema fundamental: la supuesta
autonomía del análisis estructural y, desde su punto de vista, la
necesaria libertad con la que el analista ha de moverse entre el
“interior” y el “exterior” del corpus (Ibid.).
No que el tema de la selección de los materiales de análisis
careciera de antecedentes notables en el campo de los estudios del
lenguaje. En Bruselas, en 1964, un Coloquio Internacional de
Sociología de la Literatura en el que participaron entre otros Roland
Barthes, Lucien Goldmann, Henri Lefebvre y Robert Escarpit,
destinó al asunto abundante y apasionada discusión (Doucy, et al.,
1969). Imposible reseñar la amplitud y fineza de la discusión allí
(re)producida. Rescato unas pocas citas memorables, en un ánimo
que no es sólo de coleccionista; se trata más bien de un ejercicio
de memoria que puede devolver a nuestras discusiones actuales la
necesaria modestia de una filiación.
Argumentando en favor del método empírico, uno de los
participantes en el coloquio de Bruselas (A. Silbermann) sostiene
lo siguiente (Doucy, et al., 1969: 113): “El pensamiento empírico
no puede permitirse ningún apriorismo; eso anularía el método.
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Usted (a L. Goldmann) sabe muy bien que toda investigación
empírica es la historia de un crimen; nunca se sabe quién es el
criminal antes de haber terminado [...]”. A lo que otro participante
(Yan Kott) se apresura a replicar: “Existe en el positivismo el
principio de que el investigador no sabe nada en un principio. Pero
si pretendemos que no sabe nada, estamos enunciando una
proposición falsa que, además, falsea la investigación. Sabemos
muy bien que los hechos estudiados constituyen una antología de
hechos” (Ibid.). Y remata Lucien Goldmann, a quien el tema, es
claro, le parece de suma importancia: “El recortar el objeto es ya
algo determinante. En realidad no hay hechos; los hechos sólo
existen en el interior de una visión, de un conjunto de conceptos y
valores” (Ibid.). En efecto, su propio texto (un clásico), concluye
subrayando lo siguiente con respecto a “ese momento tan importante
en toda investigación estructuralista, que yo llamaría la parcelación
del objeto”. (Goldmann 1969: 222), y que ahora llamamos la
constitución o construcción del corpus. Decía el maestro en 1964
, consciente de su propia filiación: “Existe, en efecto, una relación
íntima entre la delimitación del objeto que se ha de estudiar y los
resultados a los que posteriormente puede llegar la investigación
más rigurosa y objetiva; Max Weber ha insistido mucho, después
de Marx, en esta relación.” (Ibid.) ¿Cuáles eran (siguen siendo)
los resultados deseables en una investigación que no ha partido de
bases erróneas a ese respecto? Según Goldmann, nada menos que
“introducirse en la realidad y captarla de forma a la vez comprensiva
y explicativa”. (Ibid., subrayados del autor).2
2 Remito a los lectores a otro artículo memorable de Lucien Goldmann del año
1967 (1971 en esta bibliografía) en el que repasa, con gran sencillez, las consecuencias metodológicas de unos cuantos postulados básicos de la “sociología
estructuralista genética”. Notable entre ellos el rechazo al estudio del contenido de
las obras analizadas y la sustitución de ese enfoque por las “estructuras categoriales
significativas, que no son fenómenos individuales sino sociales” (Ibid., p. 14), así
como su discusión con la escuela alemana con respecto a la innecesaria brecha que
ésta establece entre comprensión y explicación (Ibid., p. 20). El texto en su conjunto, con un lenguaje y algunos conceptos marxistas clásicos que hoy resuenan
lejanos, se inscribe, no obstante, en el núcleo de temas teórico-metodológicos
perfectamente actuales.
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Sin embargo, el análisis de discurso, más o menos como hoy lo
concebimos (inclusive en una versión espontánea en el conjunto de
las ciencias sociales) no surge de esta interesante línea de sociología
de la literatura (de los procesos significantes, de hecho),3 sino de
otro grupo de intelectuales franceses, que eran también herederos
de la tradición marxista aunque reclamaban para sí otros padres
fundadores; ciertamente no Lukács ni Goldmann, sino, de manera
prominente, Althusser. En París, a fines de los sesenta, un nombre
y un grupo legendarios abordan el asunto de la significación
socialmente construida, con la convicción política y la ferocidad
teórica que habrían de permitirles, pensaban ellos en el optimismo
de esos años militantes, tomar el lenguaje por asalto, y capturar la
materialidad lingüística y social (ideológica y política) de las luchas
de poder. Se trataba de desnudar —con inapelable método
científico— la complicidad que el discurso construía (y construye)
sin cesar con una sociedad dividida entre clases antagónicas.
Michel Pecheux y el grupo del proyecto de análisis automático
del discurso (Paul Henry, Françoise Gadet, Denise Maldidier y otros
cercanos al AAD; en ciertos tramos también la revista Langages,
el equipo de historiadores de la revolución francesa, notoria entre
ellos Régine Robin), son algunos de estos personajes entrañables.
Y puesto que el núcleo de su empresa era crítico y político (en
sentido también estricto), intentaron la imposible tarea de construir
la teoría y, sobre todo, el método para una lectura enteramente no
subjetiva de los fenómenos discursivos. Era preciso alejarse de la
“homogeneidad cómplice entre la práctica y la teoría del lenguaje”
(Pecheux 1978a: 20) en los estudios de la significación. El asunto
del método y el tema del corpus recibieron privilegiada atención
en el programa de investigación por ellos emprendido. De hecho,
creo que ese asunto permea por entero la principal reflexión de
3 En el caso de lo que se conoció como “sociología de la literatura”, al igual que
con los formalistas rusos, no es verdadero que este pensamiento se haya dedicado
sólo a la literatura y al estudio “sociológico” de sus productos específicos. El
objetivo era mucho más vasto y abstracto, y releídos hoy ciertos postulados, es
claro que ofrecen marcado interés y plausibilidad.
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Pecheux: la teoría del corpus (de una teoría), el afán constante de
un pensamiento en curso hasta el final.4
Imposible glosar aquí una discusión inmensa y por demás
interesante, las épocas de la misma, las autocríticas y reformulaciones
de la producción intelectual de quienes no fueron en sentido estricto
ni un grupo ni una escuela. Varios de los puntos ciegos de la empresa
son harto conocidos: el intento de eliminar la ilusión del sujeto como
fuente y origen de un ejercicio “libre” de la lengua. Vinculado a
ello, la preocupación por el sentido; su poderosa presencia en el
centro de ese pensamiento se manifestaba en su expulsión feroz:
la significación de los hechos de lenguaje, postulada crucial, sólo
podía ser atrapada si era fingida inexistente a lo largo del proceso
de investigación. El análisis debía tratar el lenguaje sin tocarlo con
la mano, sin contaminarse en el camino como lo que éste dijera,
anhelo teórico, metodológico y político jamás satisfecho (Carbó
1996: 35-42 y ss.).
Una síntesis abusivamente mínima diría que optaron por la
desconfianza metódica, por lo que llamaron el rechazo a la “armonía
preestablecida entre el hombre que habla y el gramático” (Pecheux
1978a: 28). Ese era precisamente el momento en el cual el corpus
se constituía (en años lacanianos) como efecto del deseo del
analista. En contra de ello, argumentaron, se trataba de seleccionar
el material de análisis por medio de diversos procedimientos que
sustituirían una decisión directa del analista. Subtienden a estas
zonas de la teoría las nociones de estabilidad en las condiciones de
producción de los discursos y de la necesaria homogeneidad en el
objeto de análisis. Allí también la idea de una invarianza en la sintaxis
4 Veánse algunos de sus últimos textos; por ejemplo: “Sur les contextes
épistémologiques de l’analyse de discours”, publicado póstumamente en MOTS 9
(1984), así como el artículo (en el mismo número) de Bernanrd Conein, Jacques
Guilhamou y Denise Maldidier, interlocutores y colaboradores cercanos de M.
Pecheux, titulado (en clara resonancia con su propio texto) “L’analyse de discours
como contexte épistémologique”. El debate sobre el corpus y el tema del sujeto, en
este caso el sujeto de la investigación, son allí situados como preocupaciones
centrales del proyecto en su conjunto a lo largo del tiempo, y como discusiones
abiertas (aún hoy, añado).
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Teresa Carbó
y el requisito de normalización de los textos y su reducción a listas
de enunciados de forma canónica. De hecho, el origen de las reglas
de constitución del corpus residía precisamente en la noción de
condiciones de producción discursiva estables y homogéneas. En
palabras de ellos, en México en 1982 y ya en un proceso de
autocrítica deslumbrante y feroz, el proceso se sintetizaba así: “El
corpus se construye por medio de un contexto sociohistórico
localizado a partir de investigaciones históricas e implica por lo
general dos textos que se contrastan por el contexto. Los materiales
textuales se obtienen de un conjunto documental, generalmente de
archivo, del cual se aísla un subconjunto que contiene formas
recurrentes. Este primer corpus es regularizado por medio de
procedimientos de reducción, tomados de la lingüística, y el analista
trabaja sobre este corpus regularizado, construyendo el sistema
de relaciones que liga las series regularizadas” (Conein y Pecheux
1982: 6). Desde la relativa impunidad que ofrece el transcurso del
tiempo, parece claro que es en ese conjunto de decisiones de método
donde quedó herida y presa la teoría del corpus y de las formas de
tratamiento legítimo (canónico) del material por parte del analista;
y que allí se jugó inclusive (¿y por qué no?) el interés de la
demostración científica que como grupo se proponían.
A pesar de conocer muy bien la obra de Benveniste y de
Jakobson, Pecheux basó el enfoque metodológico del análisis de
discurso en el trabajo sobre una sola fuente lingüística: el método
formal, asemántico, del distribucionismo, experimentalmente
aplicado a textos, tal como lo hiciera Zellig Harris en un par de
artículos merecidamente famosos que llevan por título el sintagma
que da nombre a la disciplina: discourse analysis). 5 Las razones
son, en su momento, comprensibles. Harris (1952a y b) ofrecía, al
parecer, todo cuanto esta empresa materialista, no subjetiva, de
5 En inglés no existe, en el nivel superficial, la alternativa entre análisis de 0
discurso y análisis del discurso. Yo, sin duda, opto por la forma 0; adversa a las
tipologías y a las gramáticas locales y a todo cuanto implique una presuposición de
unicidad, encuentro nuevamente a Verón esclarecedor: “[...] uno trata con discursos, no con el discurso”. (1995: 20 y ss.).
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análisis científico y crítico, necesitaba en lo concerniente al lenguaje
y sus formas de operar. A saber: nada menos que un método, a
method for the analysis of connected speech (or writing) (1952º
p. 1), basado en procedimientos formales de análisis propios de la
lingüística descriptiva; un enfoque que sería además capaz, decía
Harris, de obtener información nueva (en principio, sólo acerca de
un texto en particular), más allá de la lingüística descriptiva. He
aquí, prácticamente, el procedimiento no subjetivo de lectura que
podía sustentar la ambición científica y polémica del grupo AAD.
Releyendo hoy a Harris es fácil imaginar la excitación que ha de
haberlos poseído cuando trasladaban esa propuesta lingüística a la
naciente teoría del discurso como mecanismo de producción de
sentido. Una promesa de sirena a la vez que una apasionante
propuesta de investigación, de cuyos modestos alcances, al menos
en esa primera etapa experimental, Harris era plenamente
consciente.
Para lograr la apuesta que él mismo se había fijado, Harris
argumentaba de manera pionera en la lingüística que la descripción
debía trasponer los límites de la oración, portando como único saber
exterior al texto el de los límites morfemáticos propios de la lengua
(el inglés en su caso), la frontera entre elementos que se manejarían
como unidades de análisis, o series de unidades (1952a: 1). Allí
inicia un texto memorable, en el cual, el maestro de Chomsky, con
una exquisita finura lingüística en la sequedad de la detallada
descripción y en el juego de alternativas analíticas, despliega ante
nosotros un conjunto particularmente interesante de problemas de
teoría y de método, de descripción y de análisis, que pueden ser
retomados hoy, en su nivel más abstracto, como temas pendientes
en efecto; activos e irresueltos en el núcleo del análisis de discurso,
creo yo.
Es por ello también que resulta difícil sustraerse al atractivo
intelectual que emana de ese texto, 6 de la sencillez y pertinencia
6 Sobre todo el primero, en el que toda la argumentación de la propuesta se
basa en el análisis de un texto publicitario muy breve, preñado de recurrencias
léxicas, que se ha hecho también famoso: “Millions Can’t Be Wrong!” (Harris
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Teresa Carbó
de sus preguntas iniciales y, dentro de su marco, de la poderosa
plausibilidad del planteamiento. Abstrayendo (sólo en cierta medida)
un léxico de otra época y otro paradigma, los dos problemas
centrales que Harris plantea desde el inicio (1952:1), siguen
resultando cruciales: está el asunto de los límites superiores de las
unidades de análisis a las que es aplicable una lingüística descriptiva, 7
y está nada menos que el asunto de la relación entre ‘cultura’
(comillas simples del autor) y lenguaje, o entre comportamiento
lingüístico y no lingüístico.
En cuanto a la aplicación de la propuesta en análisis de discurso,
es interesante destacar que, más preocupado por la plausibilidad
teórica del modelo en su dimensión descriptiva fina que por sus
condiciones empíricas, Harris se desinteresa del asunto de la
selección del material, o de lo que luego habría de convertirse en el
tema del corpus, aunque es perfectamente consciente del volumen
de redundancia (recurrencia léxica) que presenta el texto por él
escogido, y de su brevedad. Se refiere también al asunto de la
aridez de los procedimientos analíticos específicos (painstaking,
los llama) y a la magnitud requerida en el esfuerzo si el método ha
de aplicarse a un gran número de discursos, lo cual sería necesario,
sostiene el mismo Harris, para alcanzar conclusiones pertinentes
(1952a: 27). La automatización, después, proporcionaría los medios
para el manejo de corpora extensos.
Consciente de la posición polémica que argumenta, Harris va
señalando, con particular austeridad y agudeza, diversos temas
metodológicos asociados a sus primeras decisiones axiomáticas:
las necesidades que el análisis presenta de uso de conocimiento
1952a). El segundo, concebido como una experimentación del método (y titulado
“Discourse analysis: A sample text”) sobre un artículo de teoría económica considerablemente más extenso, no arroja resultados muy interesantes, y ello es visible
en el tono cauteloso con el que el autor cierra la exposición (Harris 1952b).
7 Imposible evocar aquí todo el tratamiento del tema de la frase, en Barthes o
en Benveniste, o en el grupo de AAD y tantos otros (cf. Carbó 1996, Cap. 1). Diré
sólo: ¿es o no la frase una suerte de umbral o frontera, la percepción (in/)distinta de
algo (inasible pero) cognoscitivamente reconocible, como la estructura de 0?
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adicional al postulado umbral de ‘no saber’ (más que las fronteras
morfemáticas); la conveniencia de aplicar, en ciertos segmentos
del material textual, la reversión de las transformaciones (notoria,
sin duda, la pasiva), así como la conveniencia de no aplicar
arbitrariamente estos procedimientos auxiliares, sino en función de
la estructura del propio texto (1952a: 4). También los problemas de
la regularización del material, de su segmentación, el valor del orden,
la diferencia entre un sentido estricto y uno lato en la noción de
equivalencia principio que sería crucial en las decisiones
metodológicas del AAD, y tantos otros temas de singular interés.
Muy poco de esta discusión lingüística (en la que ya me he extendido
demasiado pues merece un tratamiento aparte que me tienta desde
hace años) sobrevivió en la propuesta del AAD.
Cautivados sobre todo, es lícito pensar, por la promesa de
asemanticismo e impersonalidad en el procedimiento (que en el
caso de Harris tenía también una orientación polémica, dentro de
otra área disciplinaria, la lingüística descriptiva, y desde otra
perspectiva, el distribucionismo angloamericano), Pecheux y su
grupo permitieron que las determinaciones que provenían de las
formas concretas propuestas por Harris para el tratamiento del
material verbal prevalecieran sobre los criterios de construcción
(delimitación) del corpus y, particularmente, sobre los modos de
sus análisis como objeto teórico y argumental. No fueron quizás
conscientes de cuánto innovaban con la postulación de la
discursividad como un nivel específico de significación, de naturaleza
compleja y sincrética (en el sentido jakobsoniano de convergencia
de diferentes sistemas; 1976: 107), que no se agotaba en lo verbal
aunque de esa manera se materializara (predominantemente,
decimos hoy), con una capacidad semiótica recursiva, y sobre cuya
naturaleza específica y abstracta no era el distribucionismo quien
más tenía para enseñarles, sino la lingüística estructural, clásica y
extensa tal como la formulaban, en su propia casa y lengua,
Benveniste y Jakobson. Es decir: creo que los AAD renunciaron
(¡había demasiadas cosas por hacer!) al esfuerzo de formular sus
propios criterios de pertinencia ante el material, los cuales debieron
ser sustantivos y específicos con respecto al nivel teórico en el que
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ellos mismos se situaban. De esta manera quedó preso en la
presuposición de existencia de zonas semánticamente estables, en
la búsqueda de una pura repetición del sentido bajo la variación de
formas, el corpus del análisis textual de discurso que en 1982, en
México, Pecheux y Conein presentaban como diferente del “análisis
de discurso conversacional”. Son palabras de ellos que anunciaban
“un nuevo proyecto ( AAD80 )” que se desplazaría desde la
desconfiada rigidez en contra de la lectura conceptualizada como
cómplice, hacia formas tenues de “conversación” entre el analista
y su objeto (Conein y Pecheux 1982: 20 y ss.). Para el caso de
Michel Pecheux, la decisión de silencio interrumpió ese trayecto.
Sin embargo, si observamos algunos estudios producidos en
Francia en esos mismos años dentro del marco general del análisis
de discurso, concebido como una empresa analítica y crítica de
orientación teórica, veremos que la discusión conceptual sobre los
criterios del corpus no impidió en la práctica el recurso a soluciones
metodológicas bastante más flexibles de lo que hubiera sido quizás
de esperar. Por ejemplo, en 1971 Denise Maldidier (quien en 1990
elaboró una selección de textos de Michel Pecheux, precedida por
un largo estudio introductorio sumamente agudo y justo, además
de amoroso en un sentido intelectual) publicó en el célebre número
23 de la revista Langages dedicado al discurso político, un magnífico
estudio sobre el discurso oficial francés durante la guerra de Argelia.
Regida por el interés teórico de construir un corpus que incluyera
enunciados comparables, pero que permitiera también seguir el
transcurso del tiempo en el desenvolvimiento del discurso de la
guerra, Maldidier trabaja desde la doble perspectiva de diacronía y
sincronía, manteniendo como invariante la noción de ‘discurso
oficial’. Su corpus se compone de varios subconjuntos
correspondientes a coyunturas históricas bien delimitadas en el
curso de la lucha y asumiendo, para propósitos de análisis, que
cada una de esas sincronías se encuentra representada en una
determinada “fórmula”, empíricamente producida por un vocero
gubernamental. El material proviene de un conjunto de 6 periódicos,
“representativos de grupos sociales de la comunidad francesa”
(1971: 57) y se estructura para cada coyuntura en torno a un
La constitución del corpus en análisis de discurso
31
determinado discurso oficial de alto nivel (de donde el análisis extrae
la respectiva formulación ‘prototípica’), y con respecto al cual los
periódicos realizan labores de comentario, transformación,
paráfrasis, etcétera.
El análisis lingüístico, particularmente fino, se aplica sobre
aquellas proposiciones en las que aparecen los términos definidos
como “pivotes” para el asunto: Argelia, Francia y sus derivaciones.
Frases nominales, ambigüedades, nominalizaciones, transformaciones
sintácticas (negativa, de sujeto, de predicado), exclusiones o
elisiones, formas del discurso citado, modalidades y otros fenómenos
de esta misma naturaleza van mostrando la capacidad transformadora
de la sintaxis y la vacuidad de la distinción entre forma y contenido.
Quisiera seguir pero es imposible; sólo puedo recomendar la lectura
completa del texto, en el cual la autora presenta el análisis de la
cuarta y última sincronía (1962: “la independencia de Argelia”).
En sus conclusiones con respecto a los logros alcanzados a partir
de un rechazo del isomorfismo simple entre lengua y sociedad, el
texto concluye con una formulación premonitoria: ciertas preguntas
del análisis de discurso (notoria entre ellas el carácter “intencional”
o no de la ambigüedad estructural que permite el paso de la fórmula
de una sincronía hacia otra) sólo podrán ser respondidas por el
historiador.
Otros trabajos que merecen consultarse son, por ejemplo, el del
historiador Jacques Guilhaumou sobre la formación y circulación
de una consigna en la revolución francesa durante un ciclo de dos
meses (“Pongamos el terror a la orden del día”); entre otras cosas,
por la flexibilidad metodológica con la que se mueve entre fuentes
manuscritas y fuentes impresas y, en general, entre lo llamado social
y lo igualmente llamado lingüístico, obteniendo de esa manera (y
sin demasiado martirio metodológico) resultados muy interesantes.
No es ése el caso de uno de los pocos trabajos empíricos de
Pecheux (Pecheux y Wesselius 1973) en donde la modestia del
objetivo propuesto (estudiar el contexto de la palabra “lucha” en
los volantes emitidos por tres organizaciones estudiantiles durante
mayo de 1968 a fin de mostrar un aspecto de sus estrategias y
perspectivas políticas) está claramente regido por los postulados
32
Teresa Carbó
distribucionalistas: la hipótesis de que la ocurrencia de esa palabra
habría de poner en juego mecanismos específicos de selección y
combinación, recuperables por medio de conmutaciones en un
contexto asumido invariante. Hasta cierto punto eso también sucede
con el artículo de Gayot (1973) sobre los masones de provincia en
la Francia del siglo XVIII: la presuposición de existencia de un estado
estable y dominante de condiciones de producción para los textos
del corpus no es inocente, estoy convencida, con respecto a las
observaciones finales que formula el actor, relativamente
desconcertadas me atrevería a llamarlas, y en las que vuelve de
nueva cuenta la mirada hacia el carácter propiamente histórico de
la materia del análisis de discurso.
Ése es, precisamente, el enfoque con el cual la historiadora
Regine Robin (1980) comienza un extenso trabajo de análisis del
discurso escolar de los manuales de historia de la Tercera República:
afirmando la imposibilidad de aislar el material discursivo de la
historia de la institución escolar y de las luchas de clase producidas
en torno a ésta, y cuestionando la vocación “inmovilista, clasificatoria,
taxonómica” (p. 256) que percibe en el análisis del discurso político.
De allí (en realidad, de una discusión bastante extensa y muy
sugerente) se sigue su relativo eclecticismo metodológico que se
mueve libremente entre enunciados, mecanismos enunciativos,
estructura del relato, figuras retóricas, campos semánticos y otros
(p. 258 y ss.). Los criterios de constitución del corpus, aunque la
autora no los formula de manera explícita, parecen proponerse asir
la diversidad y la variación por encima de la homogeneidad y la
regularidad, anhelos en principio muy convincentes. Sin embargo,
y a pesar de lo interesante de sus hallazgos, como lectora no logro
establecer el alcance de sus aseveraciones ni la capacidad de las
mismas para caracterizar una cierta formación discursiva, ni
tampoco, como dice M. Monteforte Toledo en el severo comentario
que acompaña al trabajo de Robin (presentado en México), “se
accede a una explicación de la práctica discursiva global” (p. 294).
Henos aquí de nueva cuenta en el tema de la explicación o
comprensión como un efecto de las decisiones tomadas con respecto
La constitución del corpus en análisis de discurso
33
al corpus y a las formas posibles de conversión del material en
datos pertinentes. 8
El asunto concierne no sólo a las modalidades analíticas en
sentido estricto sino asimismo, y quizá en primera instancia, al
afán de demostración que moviliza la recopilación de materiales.
Por ejemplo, en la práctica contemporánea de análisis de discurso,
Teun van Dijk ha emprendido un vasto proyecto de análisis de las
múltiples formas de reproducción del racismo entre las elites
dominantes y en diversas instituciones dotadas de poder y prestigio
en el llamado primer mundo. Para ello, y en contra de las
inevitables acusaciones por parte de las elites estudiadas, en el
sentido de que está haciendo denuncia ideológica y no análisis,
este investigador ha acumulado inmensos volúmenes de material
discursivo empíricamente ocurrido en varios países (Holanda,
Inglaterra, Francia, Alemania, Austria, EEUU y otros), en distintos
géneros o instancias (sobre todo, discurso periodístico y debates
parlamentarios). De allí emanaron sus estudios sobre racismo
(van Dijk 1991, 1993, entre muchos otros), que han sido base,
además, para numerosos trabajos en colaboración con diversos
investigadores e institutos. Es altísimo el valor de ese corpus en
una disposición estratégica en contra del racismo, la exclusión y
el maltrato, actitud académica militante que rehúsa prescindir del
avance científico en el ejercicio de los estudios críticos del poder
de lo significante.
8 El asunto del corpus, de su valor descriptivo, de su relación con el archivo,
la memoria, y el co-texto, las operaciones de cierre y el carácter necesariamente
incompleto de todo estudio de un acontecimiento dado, son algunos de los numerosos y muy interesantes tópicos registrados en las actas de una mesa redonda
sostenida en París en abril de 1983 (Cf. Achard y otros 1983), en la que Denise
Maldidier, Pierre Achard (que en paz descanse también él, a quien debo mi primera
publicación en francés, o ‘lengua distinta al español’ dirían los actuales criterios de
evaluación académica), Jacques Guihaumou, Bernard Conein, Pierre Fiala y muchos otros practicantes de la disciplina rinden un homenaje a Michel Pecheux
mientras elaboran teóricamente los límites percibidos en el tratamiento discursivo
de fenómenos que son a la vez lingüísticos e históricos. No tengo registro de otras
discusiones expertas en las que el tema del corpus del análisis de discurso ocupe
ese lugar central.
34
Teresa Carbó
Sin embargo, quisiera hacer un comentario: la recopilación de
material oral o escrito ‘a secas’ en lo que concierne a sus específicas
condiciones de producción, aun cuando la selección se centre en
ciertos espacios institucionales y esté orientada por criterios
temáticos, es una forma de trabajo sobre las funciones ideológicas
de la producción verbal que, en mi mirada, se aproxima a lo que he
llamado el acervo de un corpus en análisis de discurso (Carbó
1996). El concepto de acervo no es el mismo que el de corpus, en
tanto el análisis propiamente discursivo, según lo concibo, necesita
siempre el volumen más fino y amplio posible de información
histórica sobre las condiciones particulares (no sólo locales) de
producción de los textos. Ello, a fin de alcanzar el perfil peculiar de
los respectivos casos, que es insustituible para aspirar a comprender
las respectivas apuestas y posiciones confrontadas. De hecho, sólo
entiendo como corpus en análisis de discurso una selección de
material que ha estado presidida por una interrogación de tipo
histórico y de carácter específico. Sin embargo, claro está que en
el espacio de los estudios críticos del lenguaje, el poder y la
desigualdad, deseable es multiplicar los frentes en contra de la
reacción conservadora que crece en este mundo, alimentada por
el miedo y la confusión. En ese sentido, el valor testimonial que
corpora como los de van Dijk y de las aseveraciones que es posible
extraer de allí, con un alarmante alcance general para las elites del
llamado primer mundo, resulta insustituible, y el esfuerzo habría de
propagarse.
Parecida ferocidad de propósito: demoler las fronteras opacas
del decir (mal/intencionado, animó a fines de los años setenta al
grupo conocido como la lingüística crítica: Hodge y Kress 1993,
2da. edición [1979]; Fowler y otros, 1979 también [1983 en
español]). Emplearon en el esfuerzo una muy inteligente selección
de las herramientas lingüísticas de avanzada en su tiempo, al igual
que la astucia, tenacidad y fineza de escucha que se atribuirían
(dramatizando, como con san Sebastián) a la figura de un lingüista
arrojado en una población caníbal cuya lengua desconoce. En el
libro fundacional del grupo, por cierto, Hodge y Kress retomaron el
concepto de transformación del primer Chomsky, proponiendo la
La constitución del corpus en análisis de discurso
35
reversión de las transformaciones a partir de la superficie textual
del material analizado. Sin embargo, en el caso de la lingüística
crítica, esas operaciones eran ya parte del análisis en sentido propio
y, en ese carácter, una fuente de información específica; no una
labor de regularización del material previa al análisis, cual había
sido el caso en Harris y en el modelo AAD. 9
Como intervención estratégica (de propósito político-científico),
la lingüística crítica fue muy fructífera: al postular la existencia
(necesaria, desde luego) de otros aspectos y rasgos de “uso
ideológico” del lenguaje no trabajados por ellos, pero que podían
asimismo ser detectados con instrumental lingüístico, ofrecían a
pares y prójimos un inmenso territorio de experimentación y lucha.
El valor prominente que la empresa otorgaba a su orientación
crítica (del poder, la desigualdad y la “manipulación”) se retoma
ahora en el análisis crítico del discurso (Cf. Discourse & Society
5(4) 1994; Carbó 1996: 43). El asunto del corpus, sin embargo, no
les interesó de manera particular. En 1979 y desde el mundo de
habla inglesa, ellos hacían una convocatoria teórica y política a la
comunidad de pares especializados, y en ese ánimo, lo que he
llamado una prevalencia (paradójica) de la teoría sobre la práctica
(Carbó 1996: 47), resulta comprensible. Empleando de manera
reveladora (casi propiamente en sentido químico, fotográfico) el
análisis lingüístico crítico sobre una serie de textos diversos (o
“exposición sistemática de formas lingüísticas”; Hodge y Kress
1993: xii), esa intervención pionera se proponía lograr una
demostración experimental en el territorio compartido de la ética
de la indagación científica. Es perceptible además que la obra en
su conjunto está escrita con una suerte de prisa, que trasunta la
excitación de los autores por los logros obtenidos, una vez lanzada
9 Mi propia experiencia analítica en asuntos de discursos confirma ciertamente el interés de revertir las transformaciones a fin de apreciar el volumen de trabajo
discursivo que porta una formulación dada, sin que ello implique en ningún modo
la creencia en una supuesta forma neutra de expresión, con respecto a la cual las
diversas realizaciones empíricamente documentadas guardarían mayor o menor
distancia.
36
Teresa Carbó
la desconfianza metódica y la lectura iconoclasta y utilitaria de la
disciplina lingüística, como ‘bala suelta’ (¿a loose cannon?) contra
los muros de lo institucional. Desde esa perspectiva, la línea
francesa no está lejos.
Ello también es comprensible puesto que, obviamente, todo
depende de lo que uno se proponga; de lo que uno se proponga
entender (describir, observar, cambiar); de lo que uno se proponga
escribir, y de lo que luego pueda uno en efecto escribir, cuando el
tiempo y los deadlines apremian. Porque, dice un lingüista (Becker
1985: 32), “como académicos (scholars), lo que hacemos depende
grandemente de la clase de producto final que anticipamos, del tipo
de aseveraciones que vamos a hacer, y de los criterios con los
cuales resultará apropiado evaluarlas”. En lo que a este texto se
refiere, el interés es mirar las maneras en que algunos sujetos de
investigación, quizá no sólo en análisis de discurso, miran
(construyen) su objeto de trabajo (o corpus).
Para ese propósito, otra fuente valiosa reside en las actas de un
Simposio Nobel de 1991 sobre la lingüística del corpus, a cargo de
grandes expertos (‘duros’ varios de ellos y no tanto: Chafe, Fillmore,
Halliday, Hasan, Leech, Quirk among them). Claramente, no son
analistas de discurso. Sin embargo, el análisis de discurso que más
me interesa (sería muy poco delicado llamarle el análisis de discurso
‘en sentido propio’; propio para mí o según yo, en cualquier caso),
es aquel que se concibe como legítimo integrante de la honorable
empresa de la lingüística descriptiva de las lenguas de este mundo,
en sus condiciones empíricas de uso y para una sincronía dada.
Por eso, hallo muy interesante escuchar cómo estos lingüistas
responden a una convocatoria para pensar el asunto del corpus
desde sus respectivas curiosidades, intereses y formas de estudio
del lenguaje humano. De hecho, me resultó una lección magnífica
la lectura de algunos de esos textos de reflexión teórica y
metodológica sobre las virtudes o razones del trabajo con corpora
(de desempeños lingüísticos empíricamente ocurridos). Los
maestros sí saben su oficio; vaya que sí saben muy bien en cada
caso tras de qué van, y cómo aguzan el ingenio descriptivo y la
argumentación conceptual para extraer el máximo beneficio posible,
La constitución del corpus en análisis de discurso
37
en pos de sus propias motivaciones, del corpus como construcción
epistemológica: una modalidad, entre otras, en el repertorio de
posibilidades observacionales (Chafe 1992: 82).
Los autores relacionan, sin duda, el rendimiento posible del
corpus con la descripción y comprensión del lenguaje humano como
metas básicas, pero para ello despliegan una variedad de asuntos
complejos de comparación, experimentación, conteo, inferencia
(probabilística y otras). El lenguaje humano les interesa como
sistema y como instancia, en su relación con los problemas cognitivos
y en el funcionamiento simultáneo de los subsistemas que lo
integran. El panorama de preguntas y temas es de una singular
riqueza. Asimismo es notorio el clima de optimismo. Dice Chafe
(1992: 96): “Quisiera ver llegado el día en que seamos más versátiles
en nuestras metodologías, y más hábiles en integrar cuantas técnicas
logremos descubrir para comprender el lenguaje, esa manifestación
tan básica y fascinante, aunque también tan elusiva, de la mente
humana”.
Por mi parte, y sin querer abanderar el pesimismo, diré que me
produce una suerte de estremecimiento el tipo de anhelo que se
expresa en la cita anterior, sobre todo su confianza en un inagotable
desarrollo técnico. Creo que esto se suma al efecto de ciertas partes
de la conferencia de apertura del simposio, a cargo de Jan Svartvik,
en las cuales, según él, el futuro promisorio del corpus permitirá,
entre otras cosas, formular aseveraciones más objetivas que las
que provienen de la introspección (coincido plenamente), así como
una verificabilidad científica estándar de la cual no ha de eximirse
a la lingüística (suscribo con énfasis esto también), además de algo
ya bastante más estremecedor que la conocida y, con todo,
honorable ilusión cientificista; a saber: la posibilidad de una, cito en
inglés, total accountability of linguistic features (Svartvik 1992:
9). Este sorprendente pronóstico se añade a los comentarios sobre
las perspectivas de investigación que ofrecen los actuales medios
múltiples de registro electrónico (y que, según entiendo, podrían
estar avanzadas), como por ejemplo, un macrocorpus, o “corpus
monitor”, que se prevé de tamaño no finito sino como un flujo
constante de lenguaje en movimiento, analizado a través de filtros
38
Teresa Carbó
en tiempo real (p. 11), con lo que el estremecimiento se confirma:
Big Brother nos aguarda a la vuelta de la esquina. Sin embargo, es
este mismo autor quien advierte con singular lucidez en contra de
la ilusión de que big is beautiful, y quien destaca el riesgo de
tratar el material del corpus como una suerte de canon carente de
contexto (p. 10).
Si el análisis de discurso, por su parte y según yo lo entiendo, se
interroga sobre el lenguaje como manifestación de la historia
humana; 10 si lo que se propone es, al igual que los colegas lingüistas,
describir y comprender fenómenos de orden semiótico, en este
caso, los procesos de construcción significante (regularmente
renovada y resistida) de asimetrías de poder, de conflicto en suma,
tal como se materializan discursivamente en el tejido de lo social,
en un tiempo y un lugar determinados, así como los recorridos
históricos de sus (re)configuraciones polémicas en el espacio de
las luchas de sentido/s, entonces, ¿qué es lo que nosotros, analistas
de discurso, habremos de hacer? ¿Qué clase de cuerpo reclamamos
como propio?
Es claro ya (aunque nada específico, me temo) que la
configuración del corpus responde a la forma probable que se
espera habrán de tener las respuestas a las preguntas cuyas
condiciones de formulación (la construcción de éstas) equivale en
lo básico (o, para entonces, habrá equivalido) al proceso de
investigación. Bien. En efecto, como dice Chafe (1992: 82), el gran
don que tenemos los humanos como ‘comprendedores’
(understanders) en que podemos imaginar activa y creativamente
modelos mucho más extensos que el mundo inmediato; modelos,
mundos, añado yo, o contextos de sentido en los que inclusive el
extraño artefacto de un corpus pueda alcanzar un lugar (no
artificioso ni trivial). Muy bien. ¿Luego?
10 Incluyo en el ámbito de la historia también lo que concierne al estudio y
desciframiento de la mente humana, de los procesos de conciencia y del diseño
heurístico del funcionamiento cerebral (lo que hoy se practica, en direcciones muy
interesantes, como ciencias de la cognición), en una concepción de lo mental que se
inspira en Bateson (1972).
La constitución del corpus en análisis de discurso
39
Creo que el asunto del corpus en análisis de discurso reside
ante todo en una cuestión de forma, forma histórica y forma
significante. La forma del corpus, entonces, me parece esencial, y
cuando digo forma no pienso por fuerza, ni quizás para nada, en un
modelo a escala reducida, pretendidamente isomórfico con lo que
se estudia, que hablaría de aquello mayor de donde proviene con
base en un principio de semejanza o representatividad. Pienso en
realidad en la forma como trazo, dibujo o diseño, en un sentido
inclusive primariamente visual, sólo que en este caso se trata de la
forma construida de un conjunto significante de naturaleza discursiva
y propósito experimental.
Ese conjunto, obviamente, no es espontáneo ni natural aunque
tampoco forzado, contrahecho, deforme o mutilado en la
especificidad material de su capacidad semiótica. Ello es
comprensible: las flechas que atraviesan el cuerpo de san Sebastián
no lo hacen al azar: hieren (escogen, señalan) puntos estratégicos
de articulación y movimiento (vital en su caso). En el corpus, las
líneas que emanan de ciertos lugares son (dis/)continuas y no;
además de no necesariamente convergentes, aunque por supuesto
tampoco azarosas. Esos recorridos (¿virtuales?, ¿carnales?) de la
teoría pueden igualmente interpretarse como el seguimiento, cual
en la minería de antaño, de una veta, que es al mismo tiempo un
indicio (indica la localización del filón que integra en tanto exhibe
su misma materialidad) y también, o quizás ante todo, una ‘falla’:
una ineludible (y reveladora) imperfección.
Por lo tanto, el corpus suele (¿debe?) provenir de una labor de
recorte o selección. La selección, sin duda intencionada (y por eso:
“constitución del corpus”, que no “recopilación”), es a su vez efecto
del ejercicio de una atención y percepción diferenciadas, en asuntos
y en densidades de los mismos. El dibujo del corpus como recurso
observacional puede incluso provenir de una búsqueda deliberada
de contigüidades novedosas en la disposición de sus partes y
elementos. Acudiendo a una analogía fotográfica, la construcción
del corpus se diría el producto de una mirada capaz de simultáneas
(y también sucesivas) diferencias en la profundidad de campo y en
las áreas de foco. Es claro entonces que ese objeto de investigación,
40
Teresa Carbó
conceptual y empírico, inexorablemente se perfila como tal, se
delimita y observa, desde un cierto punto de vista, una perspectiva
y una colocación, allí incluidos los efectos de luz (curiosidad,
enigma) que producen mayor prominencia (visibilidad o definición
de trazo) en ciertos costados (aspectos) del fenómeno.
Desde ese lugar, que es el lugar virtual de la investigación,
permeado él mismo de historia y también biografía, se delinean y
trazan las varias dimensiones de esa especie de “toma” (Becker
1988: 24) (visual además de sonora, es preciso insistir contra un
apego excesivo a lo más estrictamente verbal); toma en el sentido
cinematográfico, añado, que implica asimismo una movilidad en el
ver: los procesos de análisis que van educando al analista desplazan
y transforman ese lugar de observación que deviene una serie de
puntos de mira. 11
Se tejen aquí problemas muy interesantes que quisiera apenas
mencionar como una suerte de agenda para un tratamiento futuro
del corpus en análisis de discurso. Entre ellos, no sólo el de la
forma que pudiéramos llamar perimetral del corpus (o sus fronteras
‘externas’, lo cual es otra manera de plantear el tema de los criterios
de pertinencia para la delimitación del objeto de estudio), con todas
las dificultades que conlleva el trazo de este (¿simple?) lindero,
sino también el problema de su específica forma ‘topográfica’, con
accidentes y diferencias peculiares: la forma del corpus concebida
como el conjunto de sistemas de relaciones que lo integran en el
tipo de unidad compleja de estabilidad y delimitación relativa que
es. 12 Allí se juega sin duda la escala (extensión posible) de las
unidades (subsistemas) que integran un corpus y que de ningún
modo precisan ser sólo unidades mínimas, sino más bien
11 He trabajado algo la noción de punto de vista en otro texto (Carbó en
prensa), junto con la idea del trazo de vida que articula esa colocación.
12 En otro lugar me he referido (con terrible pedantería, dice mi amiga Paloma
Villegas) a los procesos discursivos “(que no textos) como series de configuraciones estructuradas transitorias (en temporalidades no uniformes) de complejos
históricos de sentidos (polémicos) en lucha en circunstancias determinadas”. (Carbó
1999: 16).
La constitución del corpus en análisis de discurso
41
constelaciones de fenómenos que son a su vez complejos. Está
también la posible (¿necesaria?, ¿ávida?) ampliación progresiva
de las unidades de observación (figuras, en la relación figura/fondo),
hacia territorios que habían sido antes concebidos como respectivos
fondos (o contextos).
Es claro que esto a su vez relaciona con el asunto de los
diferentes principios de frontera que delimitan esas unidades, que
no precisan ser homogéneas de un nivel a otro. Una interrupción
(o traslape intencional) en una situación dialógica no es, desde luego,
la misma suerte de hecho que la omisión de un sujeto gramatical en
un texto epistolar, aunque ambos tipos de unidades pueden integrar
niveles (subsistemas) de un mismo universo o proceso discursivo,
en determinadas escalas o desde ciertas perspectivas; y pueden
también inscribirse en una misma (o contrapuesta o diferente) lógica
significante amplia (lo que sería un movimiento semiótico más
extenso).
Los diferentes niveles de ocurrencia de las unidades se imbrican
con el asunto de las formas distintas de su respectiva materialización
significante (¿la forma de la expresión?), y la contribución de esas
materialidades y procesos a un sistema complejo mayor; se trata
del alcance posible de la especificidad de sus efectos como parte
de éste. Y está pendiente sin duda el asunto (¡vaya!) del papel que
ciertos procesos cognitivos básicos desempeñan en los
desplazamientos de la mirada analítica, que no sólo se mueve hacia
adelante (entre unidades, niveles y contextos) en una especie de
fuga o regresión, sino también lateral y oblicuamente entre
fenómenos que son discontinuos sólo desde cierta percepción. 13
Ése es también un asunto esencial en la futura inmensa agenda
aquí esbozada. Las operaciones ‘de intelección’ que el corpus
soporta constituyen, de hecho, la materia misma del movimiento
13 En mi propio trabajo de investigación empírica he logrado seguir (con
singular felicidad, confieso) el anfractuoso camino que puede trazarse entre una
simple flexión verbal de pasado ocurrida en una intervención oral polémica y el
peso de poderosas fuerzas políticas en la escena nacional que dictaban (dictaron)
la conveniencia de un pacto ante y extraparlamentario (Carbó 1996: 453-7).
42
Teresa Carbó
analítico a cuyos movimientos he dedicado en este texto preferente
atención. Sobre esos procesos, ahora quisiera sólo sugerir que su
carácter específico me parece residir en un territorio, cuyo nombre
desconozco, pero que se sitúa en la intersección de lo que algunos
autores han indicado para el estudio del lenguaje, del discurso y
más allá. Pienso en Jakobson y su noción de awareness. En sus
palabras (1981: 753): “un punto de vista que combina la conciencia
de las múltiples funciones de una obra poética con la comprehensión
de su integridad”. Pienso también en el texto, ya citado, de A.E.
Becker (1988) según el cual el estudio del lenguaje habrá de
disciplinarse (sí) por medio del recurso a la particularidad, a fin de
comprender las diferencias que emanan de una descripción lo más
cuidadosa y autoconsciente que sea posible. Y esto es, me parece,
lo que Bateson (1972: 453) señala como el asunto propio del mapa
(que no del territorio): el registro de que existen diferencias que
hacen diferencia.
El tema en el que nos encontramos involucra asimismo la
dimensión temporal, no sólo en la observación del fenómeno sino
en la propia configuración de éste. En un corpus de análisis de
discurso, la noción de tiempo que delimita las fronteras entre
unidades puede extenderse desde un ciclo histórico más o menos
amplio, o un cierto momento (o coyuntura), escena o episodio
particular, hasta la fugacidad (¿sólo local?) de las apuestas
pragmáticas de conflicto o cooperación que se juegan en el
intercambio de un simple par adyacente (saludo/despedida,
provocación/réplica). Con toda probabilidad, por cierto, el corpus
incluirá más de una de cualesquiera de esas unidades, con las
inagotables ramificaciones que ello proyecta hacia mucho más allá
de la frontera en principio propuesta para el objeto de investigación.
Los resultados de visibilidad que arrojan los cortes temporales
en el objeto de análisis me parecen asemejarse al efecto de una
sección transversal en una planta, o al de una instantánea fotográfica
en un evento familiar. El congelamiento o fijación, la cesura o
momentánea interrupción allí introducida (¿el acceso a la sincronía?)
no cancela la vigencia del sistema ni su tensión temporal. De hecho,
el sistema mayor, el movimiento implícito de todo ello, estar allí, en
La constitución del corpus en análisis de discurso
43
el ojo vacuo del conducto cercenado de su fluir; asimismo, en el
distraído gesto indiferente (u hostil) que delata entre los cuerpos el
dolor activo de la historia familiar, y que la cámara detiene en una
permanencia que es también engañosa.
Continuando con la analogía fotográfica (entre las innumerables
a las que he acudido ya), creo que el trabajo sobre el corpus
requiere un movimiento de ajuste de foco en la aprehensión del
fenómeno. Además de los grandes planos, ocurre también el close
up: deliberados acercamientos a la textura irregular que (des/)compone
la imagen ampliada (o el grano de la voz), prácticas de observación
que aspiran a una mayor fineza en el análisis, y emanan de la
complejidad constitutiva que se percibe y busca en el asunto. El
microscopio no está lejos de este escrutinio (maniaco) que se
detiene sobre una cierta zona textual hasta lograr situar un vasto
movimiento de efectos discursivos en la presencia o ausencia de
un mínimo morfema de plural o de género, o en la poderosa
densidad pragmática del más delicado hálito de espiración
modulada dentro de un intercambio de habla. En todos los casos,
esos (micro)procesos se producen en sintonía con la serie coocurrente de otros códigos significantes activos en el evento,
alcanzando el conjunto grados prácticamente inasibles de
simultánea (armoniosa o conflictiva) complejidad, casi como el
fluir mismo de la vida que pulsa.
¿Heme aquí quizás en la alucinante perspectiva de un corpus
on line, analizado en el tiempo real de su ocurrencia? Creo que
no; creo que la insistencia con la que el tema del tiempo se me
aparece en relación con el asunto (más o menos teórico) del corpus
emana de una concepción del lenguaje como algo no estático ni
dado de antemano, sino como algo que, inserto en la historia y en el
tiempo, está sujeto a constante reconfiguración (Becker 1988: 25).
El análisis de discurso participa plenamente de esa idea del lenguaje
como algo siempre en proceso de (conflictiva) re-negociación.
Hablar es prácticamente coextensivo con luchar; luchar en torno a
los sentidos del decir en el seno de una situación, una coyuntura o
una ‘toma’ histórica dada, y allí (en esas condiciones particulares
actúan un efecto no reversible: la escena va transformándose a
44
Teresa Carbó
medida que las palabras ocurren, y lo antes dicho no queda nunca,
en cierto modo, dicho tal como fuera en su momento proferido. 14
En ese sentido, se diría, el análisis de discurso llega siempre
tarde: aquello que observa está tan preñado de tanto que ocurrió
tanto antes y también tan lejos, que su comprensión de los fenómenos
que con afán reconstruye es desde luego parcial, tentativa y fugaz
(además de necesariamente anclada en una posición o punto de
vista). Sólo un esfuerzo perseverante de autoescrutinio, sobre la
propia mirada y sus deslizamientos, y sobre las operaciones analíticas
que esa mirada realiza, aun sin saberlo, podrá quizá detener el
deslizamiento incesante tras un espejismo, el punto de fuga del
delirio del mapa total.15
14 Halliday (1992: 69), también en el libro del Simposio Nobel, habla de
hermosísima manera acerca del transcurso del tiempo en la conformación del texto.
Se trata de una dinámica acumulativa que proviene, entre otros factores, de las
decisiones antes tomadas dentro del mismo sistema, de modo que la tendencia a la
complejidad se acentúa a medida que el texto avanza.
15 Este trabajo tiene una larga historia manuscrita. El núcleo de sus intereses
fue discutido en el Área VI “Lenguaje y Sociedad” de CIESAS, entre septiembre de
1990 y septiembre de 1991, en un interesante y caótico seminario que allí tuvimos,
con el pomposo nombre de La construcción del dato en lingüística y sociolingüística
(Reflexiones sobre teoría y análisis). En algún tramo de ese año, Robert Hodge
participó en él y sugirió varias lecturas interesantes. Me temo que fue más o menos
en ese tiempo cuando nos desalojaron de Casa Chata y el seminario nunca se
repuso del trauma de abandonar tan hermoso lugar (nosotros en lo personal tampoco). Por mi parte, discutí el tema con cierta extensión con el grupo (muy estimulante y crítico) de octavo semestre de la Licenciatura en Lingüística de la ENAH,
durante el curso que allí impartí entre junio y octubre de 1992. Presenté luego una
versión preliminar inconclusa de este texto (de hecho, casi sólo el fragmento de
apertura) en el Primer Coloquio de Lingüística de esa misma institución, en abril de
1996, sobre La construcción del dato en las ciencias del lenguaje. Una versión
completa fue discutida con mucho provecho en el Seminario de la Red México de
Analistas de Discurso, con sede en CIESAS, en mayo de 1998. Después, el manuscrito pasó numerosos meses en prensa en un libro universitario en coedición interinstitucional que no acaba de publicarse, proyecto amistoso con quien las cuentas
del SNI me empujan a ser desleal. Los colegas de Escritos le/me han ofrecido un
lugar en donde alcanzar finalmente una versión pública completa. Añadiré que
aunque esto resulte, después de tanta historia, un “parto de los montes”, agradezco cuanto me beneficié de esas sucesivas discusiones. Últimamente, destaco las
sugerencias de Rodrigo de la Torre sobre el concepto de forma, y las observaciones
burlonas de Irene Fonte sobre rasgos excesivamente idiosincráticos en mi estilo de
expresión.
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