PAU Historia septiembre 2009 Aragón

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Historia de España
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Historia de España
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ARAGÓN
CONVOCATORIA SEPTIEMBRE 2009
SOLUCIÓN DE LA PRUEBA DE ACCESO
AUTORA:
Marta Monje Molina
Opción A
 El texto es un fragmento de la introducción —la paginación está en números romanos— del libro La época del
liberalismo, escrito por el historiador Josep Fontana y
publicado en 2007, que constituye el volumen VI de la
Historia de España, dirigida por el propio Fontana y R.
Villares. Se trata de un libro de Historia y, como tal, es
una fuente historiográfica. En el texto se definen los
conceptos de «liberal» y «liberalismo»: su dimensión
política («…quienes tenían la mente abierta... a las reformas políticas…», «…defensores de un modelo de estado constitucional…»), el contexto en el que surgieron
en España (la lucha contra los absolutistas, larvada
durante la Guerra de la Independencia y abierta a su
conclusión y en las décadas siguientes), su originalidad
(el término no aparece ni en la Enciclopédie francesa ni
en la Encyclopaedia Britannica, ejemplos de la Ilustración
y la crítica al absolutismo en Europa) y su alcance
(«…iba a adquirir una difusión universal…»). Una segunda idea presente en el texto es la dificultad con la que el
programa liberal se implantó en España, debido a la fortaleza de los defensores del absolutismo, capaces de
ofrecer una seria resistencia armada hasta 1876.
El fermento de las ideas liberales en España se desarrolló en los años anteriores a la Guerra de la Independencia (1808-1814), por influjo de la Ilustración y de la Revolución Francesa y en el contexto de la oposición que
suscitaron las políticas de Manuel Godoy. Frente a quienes se oponían al favorito desde posiciones conservadoras —aristócratas, clero, ilustrados marginados por el
rey— se formó un grupo integrado por los enemigos
del absolutismo, partidarios de una ley fundamental
que limitara el poder del rey o, incluso, de la República.
Las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII en Bayona,
forzadas por Napoleón, y la entrega de la corona española al hermano de este, José Bonaparte, provocaron
una crisis política en España. La ausencia del monarca
legítimo originó un vacío de poder que, unido al rechazo a la presencia militar francesa, provocaron una auténtica revolución. Surgieron instituciones nuevas —las
juntas—, que actuaban en nombre del rey ausente, Fernando VII, pero cuya única legitimidad procedía del pueblo español. Estas juntas se constituyeron en una Junta
Suprema Central (septiembre de 1808), que se instaló en
Cádiz ante el avance francés. A pesar de las discrepancias, finalmente se convocaron las Cortes de Cádiz, cuya
primera sesión se celebró en septiembre de 1810. Frente
a los absolutistas (enemigos de las reformas y partidarios del sistema tradicional en el que la soberanía del rey
emanaba de Dios) y los jovellanistas (favorables a un
compromiso entre la nación y el rey a través de unas
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Cortes estamentales), triunfó el grupo de los liberales,
decididos a emprender cambios radicales y a dotar a las
Cortes, como Asamblea Nacional, de toda la soberanía.
Consecuencia de su triunfo fueron las medidas aprobadas, que desmantelaron el Antiguo Régimen (abolición
del régimen señorial, supresión de la Inquisición, eliminación de las aduanas internas y de los gremios), y la
promulgación de la Constitución de 1812, que reflejaba
el programa de los liberales de la época (doceañistas).
Sus principios eran los siguientes: soberanía nacional;
división de poderes entre el rey (poder ejecutivo), unas
Cortes unicamerales (poder legislativo) y los tribunales
(poder judicial); reconocimiento de los derechos individuales (libertad, propiedad, igualdad jurídica, garantías
penales); amplio sufragio general masculino y creación de
una Milicia Nacional, encargada de defender la nación y
la Constitución.
A su regreso en 1814, Fernando VII anuló las reformas
aprobadas en Cádiz, incluida la Constitución de 1812, y
restableció el ideario absolutista (origen divino de la
soberanía del rey) y las instituciones del Antiguo Régimen (consejos, jurisdicción señorial, Inquisición). Los
liberales partieron al exilio —algunos de ellos, como
Blanco White, jugaron un papel importante en el desarrollo del ideario liberal— y recurrieron a la rebelión
militar para recuperar el poder, empeño que fue coronado por el éxito tras el pronunciamiento de Riego (1820),
que obligó a Fernando VII a jurar la Constitución de
1812. Comenzó así el Trienio Liberal (1820-1823), durante el cual los liberales se dividieron en dos facciones:
쐌 Los moderados o doceañistas (Argüelles, Martínez de
la Rosa), que controlaron el Gobierno hasta 1822, creían
suficiente implantar las medidas aprobadas entre
1810 y 1812.
쐌 Los exaltados (Álvarez Mendizábal, Alcalá Galiano),
que se hicieron cargo del Gobierno desde 1822. Eran
los organizadores de la revolución de 1820 y reivindicaban reformas más radicales.
La oposición conservadora se aglutinó en torno al rey.
Un sector del Ejército y de las élites del Antiguo Régimen lo apoyaba y lo consideraban «cautivo» de los liberales. Además, la mayor parte del clero se oponía a las
reformas, y el campesinado tampoco simpatizaba con el
liberalismo, al que consideraba un movimiento ajeno a
sus intereses y que favorecía a los terratenientes. Los
miembros de la oposición conservadora, conocidos
como absolutistas, realistas, apostólicos o, despectivamente, serviles, acuñaron el lema «Dios, patria y rey»
frente a lo que consideraban desorden y laicismo liberal.
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Tras la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis
(1823), se abrió una nueva fase de Gobierno absolutista
(1823-1833), que no supuso un retorno a las posiciones
defendidas por Fernando VII anteriores a 1820, ya que
tuvo lugar una evolución hacia un reformismo moderado.
Los liberales fueron reprimidos con dureza y, al mismo
tiempo, se produjo la aparición del carlismo, movimiento
político compuesto por realistas exaltados que, como
consecuencia del pleito por la sucesión de Fernando VII,
desencadenaron la Primera Guerra Carlista (1833-1840)
a favor del hermano del monarca, Carlos María Isidro.
Los carlistas defendían el tradicionalismo, el Antiguo
Régimen y la monarquía de origen divino, además del
foralismo, frente a la política centralizadora del régimen
liberal, que se instauró durante la minoría de edad de
Isabel II (1833-1843).
 a) La política económica de la dictadura de Primo de
Rivera, cuyo principal artífice fue José Calvo Sotelo,
se benefició del período de crecimiento que caracterizó las primeras décadas del siglo XX en España hasta
la crisis de 1929. La teoría y la práctica del Gobierno
entre 1923 y 1930 fueron propias de un nacionalismo
económico cuyos objetivos eran la protección, el
fomento y la regulación de la producción nacional y
la autosuficiencia económica. Además, se puso el
acento en el incremento de los gastos estatales
para impulsar el desarrollo de determinados sectores (agricultura, obras públicas, telecomunicaciones,
banca) y el crecimiento económico, aunque este
aumento del gasto no se vio compensado por un crecimiento de los ingresos debido a la ausencia de
reformas fiscales.
Los primeros años del nuevo régimen liberal estuvieron
dominados por los liberales moderados, quienes, en
colaboración con los monárquicos reformistas, eran partidarios de combinar los principios sobre los que se
regía el antiguo Estado y los postulados liberales. Frente
a ellos se alzaron los progresistas (ala izquierda de los
liberales), que propugnaban medidas más radicales.
Ellos fueron los impulsores de la Constitución de 1837,
que se inspiraba en la de Cádiz, aunque en algunos
aspectos era más moderada. La división entre moderados y progresistas se convirtió en uno de los rasgos que
definieron la época de Isabel II, y marcó el signo de las
diferentes fases de su reinado —regencia del progresista
Espartero (1840-1843), Década Moderada (1844-1854),
Bienio Progresista (1854-1856), predominio moderado
y de la Unión Liberal (1856-1868)—. Las principales diferencias entre unos y otros fueron las siguientes:
Se trató de mejorar la situación en el medio rural
mediante el establecimiento de instrumentos de crédito oficial a la agricultura, como el Servicio Nacional
de Crédito Agrícola (1925), una institución del Estado
que concedía préstamos a agricultores con pocos
recursos. Además, se impulsó una política hidráulica
que implicaba la construcción de embalses y la
extensión de los regadíos, y se crearon las confederaciones hidrográficas, instituciones dependientes del
Estado que promovían un mejor aprovechamiento
del agua de las distintas cuencas hidrográficas de la
Península.
쐌 Moderados: restricción de la libertad de imprenta,
reducción del número de electores, centralización del
poder, limitación de los procesos de desamortización,
supresión de la Milicia Nacional.
쐌 Progresistas: libertad de imprenta sin censura previa,
ampliación del número de electores (sufragio general
masculino en las elecciones municipales), impulso a
los procesos de desamortización, mantenimiento de
la Milicia Nacional.
El carlismo, por su parte, se mantuvo militarmente activo
a lo largo del siglo XIX, reivindicando el trono para don
Carlos y sus sucesores (los pretendientes) y el mantenimiento de los fueros. Los carlistas provocaron dos conflictos más: la Segunda Guerra Carlista (1846-1849) —cuyo
pretexto inmediato fue el fracaso de la planeada boda
entre Isabel II y el pretendiente carlista, lo que habría
resuelto el pleito dinástico— y la Tercera Guerra Carlista
(1872-1876). Se produjeron otras sublevaciones, como
la que tuvo lugar en Cataluña (1855) o la Ortegada, el
frustrado pronunciamiento del pretendiente Carlos VI
en San Carlos de la Rápita (1860). En el último cuarto del
siglo XIX, el carlismo dejó de ser una amenaza militar,
aunque se mantuvo vigente como fuerza política durante
buena parte de la centuria siguiente.
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El Gobierno también impulsó la construcción de una
red de carreteras (constitución del Circuito de Firmes
Especiales) cuando comenzaba a aumentar el número de automóviles en circulación y el desarrollo de la
red ferroviaria. Esta política incidió favorablemente
en la producción de cemento y acero.
En el campo de la industria y la energía, el Gobierno
favoreció los procesos de concentración de capital,
lo que dio lugar a oligopolios (en el sector de la electricidad, por ejemplo), cárteles y monopolios. En este
último caso, destacan las concesiones por parte del
Estado en régimen de monopolio de la red de teléfonos a la Compañía Telefónica Nacional de España
(CTNE) en 1927, que provocaron el despegue de este
servicio en España, y del sector del petróleo a Campsa (Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, 1927). También se desarrolló la radiodifusión,
que en principio fue un monopolio del Estado: en
1924 se concedieron las primeras licencias de emisoras, que acabaron concentrándose en Unión Radio.
En el sector bancario se produjeron cambios decisivos. El peso del Banco de España disminuyó en
beneficio de la nueva banca privada, que combinaba
el crédito comercial a corto plazo con el industrial a
largo plazo imitando a los bancos alemanes. Por su
parte, se consolidaron las cajas de ahorro, que se asociaron en la Confederación Española de Cajas de
Ahorros (CECA, 1926) y basaron su crecimiento en el
incremento del ahorro familiar.
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Paralelamente, se diseñó una política destinada a
reducir la conflictividad social. Para ello, el ministro
de Trabajo Eduardo Aunós (1925-1930) creó la Organización Corporativa Nacional (1926), un nuevo marco de relaciones laborales constituido por los comités paritarios, órganos arbitrales existentes en las
empresas cuyo fin era resolver conflictos laborales.
Estaban formados por diez vocales: cinco en representación de los obreros y otros cinco en representación de las organizaciones patronales, además de
dos miembros del Ministerio de Trabajo. Para que
este sistema funcionara, el Gobierno logró la colaboración de los socialistas y de los Sindicatos Libres;
estos últimos tenían cierta presencia en Barcelona y
se hallaban próximos a la extrema derecha. Por el
contrario, se ilegalizaron la CNT y el PCE.
b) El Bienio Reformista es la denominación que reciben
los dos primeros años de la historia de la Segunda
República española. El período abarcó desde la proclamación del nuevo régimen, el 14 de abril de 1931,
hasta septiembre de 1933, y se caracterizó por los
ambiciosos proyectos de reforma impulsados desde
el Gobierno. Puede dividirse en dos fases: la primera
de ellas ocupa los ocho primeros meses del régimen
republicano, hasta la aprobación de la nueva Constitución, en diciembre de 1931; la segunda está dominada por la figura de Manuel Azaña, presidente del
Gobierno desde octubre de ese mismo año.
En la primera fase se produjo la formación de un
Gobierno provisional tras el desplome de la monarquía, provocado por los resultados favorables obtenidos en las elecciones municipales del 12 de abril
por la Conjunción Republicano-Socialista en las capitales de provincia y en las grandes ciudades. Dicho
Gobierno estaba compuesto por antiguos monárquicos —entre los que figuraba quien lo presidía, Niceto
Alcalá-Zamora—, republicanos, nacionalistas moderados y socialistas. Su principal tarea fue convocar
elecciones a Cortes constituyentes (junio de 1931). El
2 de mayo el cardenal Segura, primado de España,
publicó una carta pastoral en contra del nuevo régimen. Unos días después estalló un motín popular,
provocado por la inauguración de un círculo monárquico en Madrid, que derivó en la quema de conventos y edificios religiosos en varias ciudades españolas (10-13 de mayo). La derecha hizo responsable al
Gobierno de lo sucedido.
Las elecciones de junio dieron la victoria por una
amplia mayoría a los partidos de la coalición en el
poder (por este orden, socialistas, radicales, radicalsocialistas y Acción Republicana de Azaña). Durante
los debates sobre el texto de la Constitución se produjo una primera crisis de Gobierno, al dimitir AlcaláZamora como consecuencia de la aprobación de los
artículos referentes a la cuestión religiosa (octubre). Le
sustituyó Manuel Azaña, líder de una formación minoritaria pero que gozaba de gran prestigio intelectual
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y estaba teniendo una actuación destacada como
ministro de la Guerra. Aprobada la Constitución, con
la que se configuraba un régimen democrático, parlamentario, laico, descentralizado y en el que se reconocía la función social de la propiedad, fue elegido
presidente de la República Alcalá-Zamora. En ese
momento, se produjo una segunda crisis de Gobierno,
provocada por la salida de los radicales de Lerroux,
quien esperaba atraerse desde la oposición la opinión
pública republicana moderada. Azaña siguió al frente
del ejecutivo y mantuvo la política reformista iniciada
por el Gobierno provisional constituido el 14 de abril
de 1931. Los principales aspectos de dicha política son
los siguientes:
쐌 Reforma agraria, con la que se pretendió realizar
una redistribución de la propiedad de la tierra
para satisfacer la demanda de los jornaleros. La
Ley de Reforma Agraria (aprobada en septiembre
de 1932) tuvo el inconveniente de que se aplicó
en todo el país en lugar de ceñirse a los latifundios
del sur, molestando a muchos pequeños y medianos propietarios.
쐌 Reformas laborales, promovidas por el socialista
Largo Caballero, ministro de Trabajo, que crearon
un nuevo marco de relaciones laborales. Destacan
la Ley de Contratos de Trabajo y la Ley de Jurados
Mixtos, y las de aplicación exclusiva en el campo
(leyes de Términos Municipales, de Laboreo Forzoso
y de Accidentes de Trabajo en el Campo). Además,
se impuso la jornada laboral de ocho horas en la
agricultura.
쐌 Fortalecimiento del Estado civil y laico. A este
campo pertenecen las medidas impulsadas por
Azaña como ministro de la Guerra y las leyes de
Congregaciones Religiosas (1933) y de Divorcio
(1932), así como la secularización de los cementerios. Estas medidas, junto a la expulsión del cardenal Segura y la quema de conventos y edificios
religiosos de mayo de 1931, además de la tajante
separación entre Iglesia y Estado del nuevo régimen, provocaron la oposición del clero (prácticamente en bloque) y del catolicismo militante al
Gobierno de la Segunda República.
쐌 Reforma educativa. El objetivo fue crear un sistema educativo público y laico. Se estableció la coeducación y se prohibió a las asociaciones religiosas que ejercieran la enseñanza. Además, se
mejoró la formación de los docentes y se construyeron nuevas escuelas primarias e institutos. En el
ámbito cultural destacan las Misiones Pedagógicas y otros experimentos de socialización de la
cultura en medios rurales y obreros.
쐌 Autonomías regionales. La acción del Gobierno se
concentró en la aprobación de un Estatuto de
Autonomía para Cataluña, aprobado en septiembre de 1932.
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El Gobierno Azaña se enfrentó a numerosas dificultades: descontento en el Ejército (golpe militar fallido
de agosto de 1932), presión creciente de la derecha
antiliberal (carlistas, monárquicos alfonsinos y derecha católica) e insurrecciones de los anarquistas de
1932 y enero de 1933. Durante la segunda de estas
insurrecciones se produjeron los incidentes de Casas
Viejas (Cádiz), que provocaron un fuerte desgaste en
el Gobierno y en el propio Azaña. A medida que
transcurría el año 1933, el ejecutivo comenzó a tener
problemas para mantener una mayoría favorable. La
crisis económica provocó un aumento de la conflictividad y la presión de los militantes del PSOE y UGT
sobre los miembros socialistas del Gobierno se hizo
cada vez más intensa. Además, una mayoría de los
parlamentarios republicanos deseaba la salida de
los socialistas del ejecutivo y lograron que el presidente Alcalá-Zamora aprovechara una crisis de
Gobierno para retirar su apoyo a Azaña y encargar a
Lerroux la formación de un gabinete basado en el
apoyo del Partido Radical (septiembre de 1933). Los
radicales ensayaron varias fórmulas de coalición y
finalmente se convocaron elecciones para noviembre de 1933, que dieron la victoria a las candidaturas
de centro y derecha. Se abrió entonces el Bienio
Radical-cedista (1933-1936).
 a) Al-Ándalus es la denominación que recibió el territorio hispano ocupado por los musulmanes desde su
conquista a principios del siglo VIII hasta el siglo XIII.
Desde este último siglo y hasta 1492 solo se mantuvo bajo dominio musulmán el reino nazarí de Granada. Del término al-Ándalus tomó su nombre Andalucía, centro político de la España musulmana. Los
ochocientos años de presencia islámica en la Península dejaron un notable legado en la agricultura, el
urbanismo, el pensamiento, la literatura y el arte.
Evolución política
Tras la derrota de los visigodos en la batalla de Guadalete (711), la conquista musulmana de la Península
fue fácil y breve (711-715). Concluida esta, la historia
política de al-Ándalus atravesó diferentes etapas.
Durante el emirato dependiente (711-756), el poder
político fue asumido por un valí (gobernador), sujeto
a la autoridad del califato de Damasco. La capital se
estableció en Córdoba y se ordenó el territorio en
coras. Tras la caída de la dinastía omeya y el exterminio de sus miembros, un superviviente de la familia,
Abd al-Rahman I, huyó a al-Ándalus y estableció un
emirato independiente (756-929) en Córdoba, que
mantuvo la hegemonía sobre la mayor parte de la
Península. Desde 879, el emirato se vio inmerso en
una crisis, pues estallaron revueltas locales y reivindicaciones de independencia (como la de Umar ibn
Hafsun en Andalucía).
Abd al-Rahman III restauró la unidad del Estado islámico y estableció el califato de Córdoba (929-1031),
consolidando la hegemonía de al-Ándalus sobre la
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Península Ibérica y abriendo una época de esplendor
artístico e intelectual. Durante la minoría de edad del
califa Hisham II (976-1013), el gobierno pasó a manos
del hayib, o valido, Almanzor. Él y sus dos hijos, que le
sucedieron en el poder, son conocidos como los amiríes. Almanzor impuso una dictadura militar y dirigió
expediciones de castigo contra los reinos cristianos
del norte. A su muerte (1002), uno de sus hijos quiso
ser nombrado sucesor de Hisham II. En 1009 estalló
una revolución en Córdoba durante la cual los amiríes fueron asesinados. La crisis concluyó en 1031,
cuando una asamblea de notables decretó el final
del Califato.
Al-Ándalus se disgregó entonces en pequeños reinos independientes llamados taifas (1031-1090). Las
taifas más importantes fueron las de Badajoz, Toledo,
Zaragoza, Valencia, Denia, Murcia y Sevilla. El desarrollo
cultural en estos reinos fue muy elevado, aunque
su debilidad militar y política también fueron considerables, por lo que tuvieron que pagar tributos
(parias) a los reinos cristianos que los amenazaban;
finalmente pidieron ayuda a los almorávides, quienes, en vez de colaborar con ellos, los conquistaron
entre los años 1090 y 1110, abriendo un nuevo
periodo en la historia de al-Ándalus (1090-1145). Los
almorávides, sin embargo, no pudieron contener el
avance cristiano y, tras el desmoronamiento de su
Imperio surgieron las segundas taifas (1145-1156),
que se mantuvieron hasta la conquista de los almohades, procedentes del actual Marruecos. Hacia 1203
los almohades ya habían sometido todas las taifas
andalusíes; sin embargo, fueron derrotados por los
cristianos en la batalla de las Navas de Tolosa (Jaén,
1212). Tras ellos surgieron las terceras taifas (12121236), que fueron conquistadas en el siglo XIII por
Castilla y Aragón.
El único Estado heredero de al-Ándalus que perduró
en la Península fue el reino nazarí de Granada. Fundado entre 1237 y 1238 por Muhammad I, se mantuvo
hasta 1492. Era un reino rico y en él se alcanzaron altas
cotas intelectuales y artísticas, en especial durante
los reinados de Yusuf I (1333-1354) y Muhammad V
(1354-1391). A finales del siglo XV, debilitado por una
crisis dinástica que desembocó en una guerra civil,
fue conquistado por Castilla en la Guerra de Granada
(1482-1492).
Organización económica y social
La economía de al-Ándalus se basaba fundamentalmente en la agricultura; los musulmanes aportaron
importantes novedades para el aprovechamiento
del agua (acequias, norias), que permitieron aumentar las superficies dedicadas a cultivos de regadío y
la productividad. También se introdujeron nuevos
cultivos (arroz, albaricoque, granada, zanahoria, berenjena, azafrán, morera, etc.). Además, fue relevante la
cría del ganado ovino y la minería (hierro, cobre y
mercurio). Las mejoras en agricultura permitieron un
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aumento de la densidad de población y el crecimiento
de las ciudades. En el siglo XII, mientras ninguna ciudad
cristiana peninsular alcanzaba los cinco mil habitantes, Córdoba y Sevilla superaban los cincuenta mil,
y Toledo, Badajoz, Granada, Murcia o Almería rebasaban los quince mil.
En lo que respecta a la sociedad andalusí, existió una
gran diversidad étnica y religiosa. El grupo de los
musulmanes, dominante, estaba integrado por árabes procedentes de Oriente (que constituían la élite
dirigente), bereberes del norte de África y muladíes
(cristianos convertidos al Islam). Los cristianos que
quedaron bajo dominación musulmana recibían el
nombre de mozárabes. El Islam les permitía cierta
autonomía y libertad de culto, aunque debían pagar
impuestos, no podían acceder a los cargos públicos y
tenían prohibido hacer proselitismo. Por su parte, los
judíos se integraron más plenamente que los cristianos en la vida y, sobre todo, en las actividades
comerciales de las ciudades andalusíes. También participaron de forma brillante en la vida cultural, al
contrario que los mozárabes, que terminaron siendo
una minoría marginal y oprimida.
El legado cultural y artístico
La vida cultural y artística en al-Ándalus alcanzó
cotas muy altas. Su ciencia, su literatura y su arte se
inspiraron en modelos árabes de Oriente, y su pensamiento, reflejo de la cultura persa y grecorromana,
alcanzó una gran originalidad. La cultura andalusí
ejerció una fuerte influencia en la Europa cristiana.
En el campo de la literatura destacaron Ibn Hazm e
Ibn Zaydun, y entre los filósofos, Avempace, Averroes
y Maimónides. En cuanto a las manifestaciones artísticas, alcanzaron un extraordinario esplendor las
artes decorativas (artesanía, azulejo, cerámica, orfebrería, marfil) y, especialmente, la arquitectura (la
mezquita de Córdoba y la ciudad palacio de Madinat
al-Zahra, de época Omeya; la Giralda, de época almohade, y el palacio alcazaba de Granada o Alhambra,
de época nazarí).
b) Los mudéjares («islámicos en tierra cristiana») fueron
los musulmanes que permanecieron en la Península
tras la caída del reino de Granada (1492), es decir, los
antiguos habitantes de al-Ándalus. Aunque en un
principio, su vida, posesiones y prácticas religiosas fueron respetadas, como había sucedido con las
minorías musulmanas residentes en los reinos cristianos peninsulares, la tolerancia hacia ellos duró
poco. En primer lugar, se expulsó a aquellos que
habitaban el antiguo reino de Granada, que se habían
sublevado (1499-1502); se les dio a elegir entre el
bautismo o el destierro. En 1502 se amplió la medida
a toda Castilla. La mayoría se convirtió al cristianismo.
En la Corona de Aragón, donde los mudéjares eran
más numerosos (unos cien mil), se adoptó la misma
medida en 1526, aunque, como en Castilla, la mayoría aceptó la fe cristiana.
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Los musulmanes que decidieron bautizarse fueron
llamados moriscos. Pese a su conversión, mantuvieron buena parte de sus costumbres y constituyeron
una minoría diferenciada, que se dedicó fundamentalmente a la agricultura. A lo largo del siglo XVI, fueron objeto de una presión creciente por parte de las
autoridades y de la Inquisición. Esta presión provocó
el estallido de la revuelta de los moriscos de Granada
(Guerra de las Alpujarras, 1568-1570). Tras su derrota,
la mayoría de los moriscos supervivientes (alrededor
de 80 000) fueron deportados y repartidos por Castilla. La desconfianza hacia ellos se mantuvo en los
años siguientes —se les consideraba falsos conversos y difícilmente adaptables a la sociedad cristiana— y, finalmente, el duque de Lerma, valido del rey
Felipe III, decidió la expulsión de toda la población
morisca (1609-1614). La medida afectó profundamente a la economía agraria, sobre todo en Valencia
(los moriscos constituían aquí un tercio de la población) y en Aragón (donde sumaban el 20% de sus
habitantes).
c) El Consejo de la Suprema Inquisición fue constituido
por los Reyes Católicos en los primeros años de su
reinado con el objetivo de que todos sus súbditos
profesaran la misma fe. Isabel y Fernando consideraban una obligación restaurar la unidad religiosa de la
época visigoda y tener por súbditos a buenos y sinceros cristianos. En ese sentido, la existencia de
importantes minorías de judíos y mudéjares constituía un problema. Para solucionarlo crearon una institución que persiguiese a los falsos conversos, es
decir, aquellos que pese a haber abrazado la fe cristiana, persistían en sus antiguos ritos y costumbres
religiosas. La Inquisición constituyó, además, un
importante instrumento político, ya que fue la única
institución que se impuso en todos sus reinos, incluyendo Canarias y, más tarde, las Indias.
En la Corona de Aragón existía un Tribunal de la
Inquisición desde el siglo XIII. Controlado por el papado y los dominicos, su misión original de perseguir
herejes había quedado obsoleta. Isabel y Fernando
decidieron darle un nuevo sentido y crearlo en Castilla,
donde no existía.
Autorizado por el Papa en 1478, el primer Tribunal de
la Inquisición, a cargo de los dominicos, comenzó a
funcionar en Sevilla en 1480. Más tarde, la Inquisición
se implantó en el resto de Castilla y los demás reinos.
En sus primeros años, se empleó con un rigor máximo, especialmente contra los judeoconversos. En los
siglos siguientes, amplió su campo de acción a moriscos, protestantes y a todos aquellos cuyas conductas
se consideraban desviaciones morales (blasfemia,
brujería, homosexualidad…). La Inquisición se mantuvo vigente hasta el siglo XIX. Las Cortes de Cádiz
abolieron la institución, aunque Fernando VII, a su
regreso en 1814, la reinstauró. La Inquisición se abolió definitivamente en 1820, durante el Trienio Liberal.
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d) La promulgación de los Decretos de Nueva Planta fue
consecuencia directa de la victoria del pretendiente
francés, Felipe de Anjou —que accedió al trono español en 1701 con el nombre de Felipe V— sobre Carlos
de Habsburgo en la Guerra de Sucesión española
(1701-1715), que tuvo lugar tras la muerte sin descendencia de Carlos II el Hechizado (1700) y por la cual se
estableció la dinastía de los Borbones en España.
Durante la Guerra de Sucesión, los reinos españoles
orientales se habían alineado con el pretendiente
austriaco, por lo que Felipe V ordenó la supresión de
sus instituciones y privilegios, vigentes desde hacía
siglos y que los monarcas de la dinastía de los Austrias habían respetado. Se aplicaron para ello los
Decretos de Nueva Planta en los reinos de Valencia y
Aragón (1707), Mallorca (1715) y Cataluña (1716).
Estos decretos eliminaban los fueros, las Cortes y sus
diputaciones, incluida la Generalitat, los tradicionales
concejos municipales, el cargo de Justicia Mayor, el
sistema fiscal y monetario propio de cada reino y
el Consejo de Aragón. En su lugar se impusieron, en
líneas generales, las leyes, instituciones y cargos de
Castilla. Los virreyes fueron suprimidos y la lengua
catalana quedó recluida a la esfera privada. Además,
se eliminaron las aduanas y puertos secos que obstaculizaban el comercio interior.
Los Decretos respondían al deseo del nuevo monarca de emprender reformas que condujesen a la uniformidad administrativa de los diferentes territorios
de la monarquía y a una mayor centralización. Sin
embargo, la igualdad entre los reinos no fue total.
Los orientales conservaron buena parte de su derecho civil y costumbres locales, y se renunció a imponerles el sistema fiscal castellano. Por su parte, en el
País Vasco y Navarra se mantuvieron vigentes sus
fueros y aduanas. Navarra, además, conservó sus Cortes y su virrey.
e) Con el nombre de señorío se conoce el sistema de
dominio de la tierra y de los campesinos que la trabajaban, nacido en la Edad Media. La sociedad feudal propia de esta época se basaba en las relaciones
de dependencia entre distintos grupos. La generalización de este tipo de relaciones entre los campesinos y un grupo social privilegiado formado por
señores, tanto laicos (nobles) como eclesiásticos, dio
lugar al nacimiento de los señoríos. Según quién fuese su titular, los señoríos se clasificaban en:
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CONVOCATORIA SEPTIEMBRE 2009
쐌 Señoríos nobiliarios: estaban en manos de la
nobleza. Inicialmente, eran donaciones reales que
tenían un carácter vitalicio y quedaban sin efecto
tras el fallecimiento del titular del señorío. No obstante, a lo largo de la Edad Media se hicieron hereditarios.
쐌 Señoríos eclesiásticos: estaban en manos del clero.
Además de las tierras otorgadas por los reyes, el
clero recibía donaciones de particulares, que
aumentaban el poder económico y territorial de la
diócesis u orden religiosa.
Los señoríos pueden dividirse en otras dos categorías
según las funciones ejercidas por su titular:
쐌 El señorío territorial: los señores administraban
una gran extensión de tierras, que dividían para su
explotación. Una parte del señorío (reserva) era
controlada directamente por el señor y trabajada
por siervos, que, además de cultivar las tierras del
señor, no eran libres de abandonarlas. Otra parte
del señorío se dividía en parcelas o mansos que se
arrendaban a campesinos libres, quienes debían
llevar a cabo algunos trabajos para el señor en la
reserva durante ciertas épocas del año o realizar
reparaciones.
쐌 El señorío jurisdiccional: los señores tenían la
potestad de administrar justicia sobre los campesinos del señorío.
Era frecuente que una misma persona ejerciera el
señorío territorial y el jurisdiccional. Los señoríos se
perpetuaron a través del mayorazgo, figura jurídica
por la que el varón primogénito recibía en herencia
una propiedad, que había permanecido en manos
de la misma familia durante generaciones. Esta propiedad estaba vinculada a su persona: no podía dividirla ni venderla.
En las Cortes de Cádiz (1810-1813) se abolieron los
derechos feudales (1811), es decir, la dependencia
personal que los campesinos tenían respecto de sus
señores y, por tanto, los señoríos jurisdiccionales. Se
mantuvieron, sin embargo, los señoríos territoriales.
Cuando Fernando VII regresó a España en 1814, tras
la conclusión de la Guerra de la Independencia,
reinstauró el absolutismo y la jurisdicción señorial
y sus privilegios. En 1836-1837, ya durante el reinado
de Isabel II, se decretó la supresión de señoríos
y mayorazgos.
Historia de España
8
ARAGÓN
CONVOCATORIA SEPTIEMBRE 2009
Opción B
 El texto es un fragmento de la monografía La República
asediada, obra del historiador británico Paul Preston y
publicada en 1999. Se trata de una fuente historiográfica.
Tomando como referencia los trabajos de investigadores españoles y extranjeros, Preston hace una valoración
global de la Guerra Civil española, caracterizándola con
dos rasgos fundamentales: en sus orígenes fue producto
de una serie de conflictos sociales internos, pero también
tuvo una importante dimensión internacional («…constituyó un episodio más de la gran Guerra Civil europea
que acabó en 1945.»). A continuación, analiza las causas de
la derrota de la República, también bajo esa doble óptica:
asedio externo de las potencias fascistas y pasividad de
las potencias democráticas, a las que acusa de cómplices inconscientes del fascismo, y presión desde dentro
de las fuerzas de extrema izquierda, que obstaculizaron
el esfuerzo militar republicano, al pretender hacer simultáneamente la guerra y la revolución.
El estallido de la Guerra Civil fue consecuencia de una
sublevación militar, que se inició el 17 de julio de 1936
en Marruecos, donde se encontraba la guarnición mejor
preparada del Ejército español. Precedió al levantamiento una conspiración que se aceleró tras la victoria del
Frente Popular en las elecciones de 1936. En ella colaboraron elementos civiles (monárquicos alfonsinos, carlistas, fascistas de Falange), además de importantes sectores del Ejército. Al frente de la misma se encontraba el
general Emilio Mola. El general José Sanjurjo era la personalidad designada para presidir un directorio militar,
mientras que el también general Francisco Franco, futuro caudillo de España, no se incorporó a la sublevación
hasta el último momento. Los sublevados previeron un
golpe breve y rotundo, pero la resistencia espontánea
por parte de la población afín a los sindicatos y organizaciones de izquierda, junto a las fuerzas militares aún
leales al Gobierno republicano provocaron el fracaso del
golpe y el inicio de un largo conflicto.
El Gobierno legítimo, compuesto por una coalición de
partidos republicanos a cuyo frente se encontraba Santiago Casares Quiroga, dimitió a las pocas horas de iniciarse la sublevación. Se produjo un intento de constituir
un Gobierno de conciliación con los rebeldes liderado por
Diego Martínez Barrio. Al fracasar esta tentativa, se formó
un gabinete presidido por José Giral (miembro de Izquierda Republicana, formación liderada por Manuel Azaña),
quien cedió a la pretensión de las fuerzas de izquierda
de armar a las milicias obreras. En los meses siguientes,
se puso en marcha una revolución espontánea liderada
por la CNT, la FAI, el POUM y algunos sectores de la UGT,
que fue acompañada por una dura represión contra
todo sospechoso de colaborar con los rebeldes.
Unos días después de la sublevación, los rebeldes controlaban Canarias, Marruecos y la costa andaluza alrededor
del estrecho de Gibraltar, además de núcleos aislados,
como la ciudad de Sevilla. También dominaban una franja
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de territorio que incluía Galicia, Castilla, León, Navarra y
las tres capitales aragonesas, junto con las islas de Palma
de Mallorca e Ibiza. Los sublevados recibieron el apoyo de
buena parte de la derecha conservadora y de la Iglesia.
La zona leal a la República comprendía la cornisa cantábrica y el País Vasco (excepto Álava) y, al sur, Madrid, Cataluña, Valencia, Castilla-La Mancha, Málaga y Murcia. Estas
zonas albergaban las principales ciudades y núcleos
industriales. Asimismo, se mantuvieron fieles al Gobierno
buena parte de las fuerzas de orden público y algunas
unidades del Ejército, así como la mayor parte de la flota
y la aviación.
Durante los meses siguientes, hasta noviembre de 1936,
se desarrolló la llamada «guerra de columnas». Las fuerzas sublevadas, compuestas por tropas del ejército regular, se impusieron fácilmente a las improvisadas formaciones republicanas. Mola se dirigió a Madrid desde
Navarra, pero su avance quedó detenido al norte del Sistema Central. Franco, por su parte, cuyas tropas habían
podido desembarcar en la Península con la ayuda de la
aviación alemana e italiana, se aproximó a Madrid a lo
largo de agosto y septiembre, tomando Badajoz, Talavera y Toledo. En estos dos meses alcanzó una posición de
predominio en la Junta de Defensa Nacional de Burgos,
organismo que agrupaba a los dirigentes de la sublevación y, finalmente, logró el mando militar y político único al ser nombrado Generalísimo y jefe del Gobierno del
Estado español el 1 de octubre de 1936.
Los republicanos intentaron reconducir la revolución
espontánea surgida durante los primeros meses del
conflicto. Para ello se formó un Gobierno de coalición
presidido por el socialista Francisco Largo Caballero (septiembre) que agrupó a republicanos moderados, ERC,
PNV, PSOE, UGT y PCE; a partir de noviembre, también se
integró la CNT-FAI (con Federica Montseny, la primera
mujer ministro de la historia de España). Sus objetivos
fueron la legalización de las incautaciones hechas por
los campesinos, la integración de las milicias en el Ejército
con el fin de reconstruir la operatividad de las fuerzas
armadas y la instauración de tribunales para contener la
represión indiscriminada llevada a cabo por grupos de
incontrolados. En el ámbito diplomático, las potencias
extranjeras acordaron la no injerencia militar y política en
el conflicto y la constitución de un comité de no intervención (septiembre) que velara por el cumplimiento de
los acuerdos. Alemania e Italia ignoraron los dictados
de dicho comité y prestaron una amplia ayuda a los
sublevados que se materializó en cobertura naval y
aérea y el envío de unidades militares (Corpo di Truppe
Volontarie italiano, Legión Condor alemana) y material
bélico. Las potencias democráticas, encabezadas por el
Reino Unido, cuyo Gobierno temía el triunfo de una
revolución social en España, promovieron una política
de apaciguamiento de los estados fascistas y no apoyaron la causa de la República. Solo la Unión Soviética y
Historia de España
9
ARAGÓN
México mostraron su apoyo; la primera envió material
bélico, a cambio de las reservas de oro del Banco de
España, y ordenó a la Internacional Comunista el reclutamiento de las Brigadas Internacionales y la organización de movimientos de solidaridad antifascista en los
países occidentales.
La siguiente fase de la guerra, la batalla de Madrid, se
desarrolló entre noviembre de 1936 y marzo de 1937. El
Gobierno republicano, convencido de que Madrid caería
pronto, se desplazó a Valencia dejando la capital en
manos de una Junta de Defensa. Gracias a la llegada de
los primeros envíos de armamento soviético y de los
contingentes de voluntarios extranjeros (Brigadas Internacionales), se resistió un primer ataque por el oeste.
Franco lanzó entonces varias ofensivas —batallas de la
carretera de La Coruña (hasta enero de 1937), del río
Jarama (febrero de 1937) y de Guadalajara (marzo de
1937)— sin éxito. En el frente político, procedió a la
fusión de carlistas y falangistas con la promulgación del
decreto de unificación en abril de 1937 y la fundación
de un partido único, FET y de las JONS. El poder indiscutible de Franco le permitió constituir sin oposición un
primer Gobierno (febrero de 1938) en el que integró a
militares, falangistas, carlistas y monárquicos alfonsinos.
Por su parte, Largo Caballero, pese al éxito en la defensa
de Madrid, estaba sometido a una presión creciente por
parte de sus compañeros de coalición; la caída de Málaga (febrero de 1937) no hizo sino agudizar esta situación. Esas tensiones estallaron en mayo cuando la Generalitat, UGT y el PSUC, por un lado, y las fuerzas de la CNT
y el POUM, por otro, mantuvieron un enfrentamiento
armado en Barcelona para hacerse con el control de los
servicios públicos de la ciudad. La crisis, que provocó la
salida de los anarquistas del Gobierno, arrastró consigo
a Largo Caballero. El presidente de la República, Manuel
Azaña, designó al socialista Juan Negrín presidente de
un nuevo Gobierno cuyos objetivos fueron recuperar
por completo el control de las instituciones y tomar la
iniciativa militar. Para ello se impulsaron varias ofensivas
—Brunete (Madrid, junio de 1937), Belchite (Zaragoza,
agosto de 1937) y Teruel (invierno de 1937-1938)— que
concluyeron con escasos avances. Con ellas, además, se
intentó retrasar el avance franquista en el norte, sin
resultado, ya que, tras la caída de Bilbao en junio de
1937, los sublevados ocuparon Santander y Asturias
(agosto y octubre de 1937 respectivamente).
En los primeros meses de 1938, Franco lanzó una ofensiva
en el frente de Aragón gracias a la cual las tropas franquistas pudieron alcanzar el Mediterráneo a la altura de
Vinaroz (abril), partiendo en dos el territorio republicano.
La derrota provocó una crisis en el Gobierno. Uno de sus
pilares, el ministro de la Guerra Indalecio Prieto, dimitió
y rompió con Negrín, agudizando la división en el PSOE.
Azaña, por su parte, encabezaba el grupo de quienes
eran partidarios de una conclusión rápida del conflicto.
Como respuesta, Negrín publicó los llamados Trece puntos (mayo de 1938), en los que exponía las bases para un
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CONVOCATORIA SEPTIEMBRE 2009
final negociado del mismo. El presidente del Gobierno,
convencido de la inminencia de una guerra entre la Alemania de Hitler y las potencias democráticas, consideraba vital mantener la resistencia. En persecución de ese
objetivo, impulsó la última gran ofensiva republicana de
la guerra: la batalla del Ebro (julio-noviembre de 1938),
que, sin embargo, supuso el quebrantamiento definitivo
del ejército popular. Los resultados de la Conferencia de
Múnich (septiembre de 1938), en la que franceses y británicos aceptaron la invasión alemana de Checoslovaquia alejando del horizonte inmediato la posibilidad de
que estallara un conflicto bélico a gran escala, supusieron un revés para los puntos de vista de Negrín, pese a
lo cual se mantuvo firme en su política de resistencia.
En los inicios de 1939, Franco emprendió la conquista de
Cataluña. Barcelona cayó en manos franquistas a finales
de febrero. Tras la dimisión de Azaña, Negrín mantuvo su
política de resistencia a ultranza, planteamiento al que
se opusieron importantes políticos y militares republicanos, encabezados por el coronel Casado, el general Miaja,
algunos socialistas como Besteiro y anarquistas, como
Cipriano Mera. Casado y sus partidarios organizaron un
golpe de Estado en marzo de 1939 que provocó una
breve guerra civil en el bando republicano. Tras vencer
todas las resistencias, los casadistas entregaron los
territorios que aún estaban en manos de las fuerzas
republicanas.
La guerra concluyó el 1 de abril de 1939. Unas 300 000
personas murieron en el campo de batalla. A estas cifras
hay que añadir los 200 000 fusilados y asesinados en
ambos bandos. Las pérdidas económicas también fueron enormes (destrucción de ciudades, desarticulación
de la red de transportes, pérdida de 500 toneladas de
oro del Banco de España enviadas a la URSS…). Se produjo un exilio masivo y se abrió una etapa de durísima
represión contra los partidarios de la República. El trauma de la guerra se prolongó durante décadas, provocando en amplios sectores de la sociedad sentimientos
de apatía e indiferencia política.
 a) La Guerra de la Independencia (1808-1814), provocada por la invasión de los ejércitos de Napoleón para
instaurar una monarquía satélite de Francia en España, marcó el inicio de la historia contemporánea en
nuestro país, ya que tuvo como consecuencia el
derrumbe de las estructuras del Antiguo Régimen y
la primera experiencia de gobierno de corte liberal
(Cortes de Cádiz). Fue un conflicto complejo: tuvo los
rasgos de una guerra civil entre los españoles partidarios del rey José I Bonaparte (afrancesados) y quienes se oponían a él por las armas; transcurrió en
medio de una crisis política provocada por el vacío
de poder inicial y por la división posterior de quienes
defendían la legitimidad de la antigua monarquía
absolutista, los ilustrados y los liberales , y formó
parte de un conflicto internacional más amplio,
abierto en 1792 entre Francia y las monarquías legitimistas europeas y que no concluyó hasta 1815.
Historia de España
10
ARAGÓN
Los prolegómenos de la guerra estuvieron dominados por la debilidad española frente a Napoleón,
quien había completado el cerco sobre Manuel
Godoy, valido de los reyes, convirtiéndolo en un
mero peón de su política. En 1807, tras la firma del
tratado de Fontainebleau, el emperador francés utilizó a España como puente para someter a Portugal,
aliado del Reino Unido, e introdujo sus tropas en
lugares estratégicos de la Península. A esta delicada
situación se añadió una grave crisis política interna
que concluyó con la abdicación de Carlos IV en favor
de su hijo Fernando VII (conspiración de Aranjuez,
marzo de 1808). Aprovechando su posición de predominio, Napoleón «medió» en el conflicto y atrajo a
ambos a Bayona (Francia), donde logró que renunciaran a la Corona.
Mientras tanto, en Madrid se registraban constantes
incidentes entre la población y las tropas francesas,
que desde marzo habían ocupado la ciudad y se
habían convertido en el auténtico poder político. Esta
situación desembocó en un motín popular el 2 de
mayo de 1808: a la noticia de la salida de la familia real
siguió el rumor de una posible traición francesa, es
decir, que los soldados de Napoleón no venían a apoyar a Fernando VII sino a deponerlo. En esta sublevación, las clases populares madrileñas combatieron
espontáneamente a los franceses en la Puerta del Sol.
En los enfrentamientos también participaron soldados españoles, como los oficiales de Artillería del cuartel de Monteleón. Las tropas de Napoleón llevaron a
cabo una represión muy dura y fusilaron a un elevado
número de madrileños en las afueras de la ciudad.
El eco de la revuelta y la noticia de las abdicaciones
(5 y 6 de mayo) llegaron a todos los rincones del reino, donde se constituyeron de forma espontánea
numerosas juntas, instituciones formadas por notables locales que decían actuar en nombre del rey
pero cuya única legitimidad procedía del pueblo. La
necesidad de coordinarse obligó a formar juntas
supremas provinciales y, más tarde, una Junta Suprema Central, con sede en Aranjuez (septiembre de
1808), que posteriormente se trasladó a Cádiz ante el
avance francés.
El monarca designado por Napoleón para ocupar el
trono español fue su hermano, José I. El nuevo rey se
rodeó de ilustrados y afrancesados españoles e hizo
aprobar una ley fundamental para el reino, el Estatuto de Bayona (julio de 1808). Durante su reinado,
condicionado por los avatares de la guerra, abolió los
derechos señoriales y la Inquisición, suprimió las
órdenes religiosas masculinas y las órdenes militares
y continuó la desamortización iniciada por Godoy.
Para contrarrestar el Estatuto de Bayona, la Junta
Suprema Central convocó unas Cortes, que abrieron
sus sesiones en Cádiz (1810). Estas Cortes, dominadas por los liberales frente a jovellanistas y absolutistas, promulgaron medidas similares a las impulsadas
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CONVOCATORIA SEPTIEMBRE 2009
por el rey José y aprobaron la Constitución de 1812,
una extensa norma que reflejaba el programa de los
liberales de la época.
Desde la perspectiva militar, la Guerra de la Independencia se caracterizó por la superioridad táctica y
estratégica de los ejércitos de Napoleón, que en los
primeros años del conflicto armado infligieron severas derrotas a los ejércitos españoles en campo
abierto, salvo excepciones como la de Bailén (julio de
1808). Sin embargo, su insuficiencia numérica impidió a las fuerzas francesas llevar a cabo un control
eficaz del territorio conquistado. Tres factores resultaron decisivos en el desarrollo del conflicto. En primer lugar, la presencia de un contingente militar británico, dirigido por el duque de Wellington, que
desde sus bases en Portugal operó en coordinación
con las fuerzas españolas. En segundo lugar, el surgimiento de las guerrillas, formaciones armadas irregulares integradas por soldados huidos del ejército,
bandoleros, aventureros e incluso clérigos, que hostigaron a las tropas francesas y boicotearon sus líneas
de comunicación. Por último, la situación bélica en el
resto del continente, especialmente desde 1812 tras
el inicio de la campaña de Rusia, obligó a Napoleón
a retraer recursos de la Península para enviarlos a
otros lugares. La guerra se desarrolló en tres etapas:
쐌 Mayo-octubre de 1808. En este período el ejército
francés fue incapaz de dominar la Península.
Numerosas ciudades (Zaragoza, Gerona) se rebelaron y fueron sitiadas. Las tropas francesas que invadían Andalucía sufrieron una aplastante derrota en
Bailén ante un improvisado ejército español y las
destacadas en Portugal se rindieron frente a los
británicos. Estas derrotas obligaron a los invasores
a replegarse hacia el País Vasco.
쐌 Octubre de 1808-julio de 1812. Inmediatamente
se produjo la reacción francesa, con Napoleón al
frente, pese a lo cual se mantuvieron importantes
centros de resistencia; los más importantes fueron Lisboa y Cádiz. Durante esta etapa se incrementó la actividad de las guerrillas.
쐌 Julio de 1812-1814. En esta última fase tuvo lugar
una gran ofensiva de los aliados, que culminó con
la expulsión del suelo peninsular de las tropas
francesas, cuyos efectivos se redujeron al ser destinados parte de ellos a la calamitosa ofensiva de
Napoleón sobre Rusia. Decisivas en esta etapa
fueron las victorias en las batallas de Arapiles
(Salamanca, julio de 1812), Vitoria (1813) y San
Marcial (Guipúzcoa, 1813).
El 13 de diciembre de 1813 tuvo lugar la firma del
Tratado de Valençay, por el cual Napoléon reconoció
a Fernando VII como rey de España. En los primeros
días de 1814 los últimos soldados franceses abandonaban España. Las principales consecuencias de la
Guerra de la Independencia fueron:
Historia de España
11
ARAGÓN
쐌 Numerosas pérdidas demográficas. Se calcula que
murieron unos 200 000 franceses y unos 500 000
españoles. A las muertes ocasionadas por los
enfrentamientos armados hay que sumar las producidas por las represalias, la dureza de la vida
diaria durante el conflicto (hambruna en Madrid
en 1812) y las epidemias (tifus, cólera, fiebre amarilla…), cuya difusión se veía facilitada por la
situación de guerra.
쐌 Grandes pérdidas materiales: edificios destruidos,
especialmente, en ciudades sitiadas como Zaragoza y Gerona o bombardeadas, como San Sebastián;
campos arrasados y cosechas perdidas por los episodios bélicos y los saqueos de ambos bandos;
talleres paralizados por la falta de materias primas
y operarios (que luchaban en la contienda)…
쐌 Difusión de nuevas formas de lucha como la guerrilla, que sería empleada en conflictos posteriores, como la Guerra de Secesión Americana y la
Segunda Guerra Mundial.
쐌 Fin del entramado institucional del Antiguo Régimen en España, por obra de las Cortes de Cádiz.
Aunque Fernando VII intentó volver a la situación
anterior a 1812, anulando todas las disposiciones
de las Cortes gaditanas, incluida la Constitución,
el restablecimiento del absolutismo hubo de
enfrentarse a problemas serios y finalmente dejaría de ser el régimen político español al heredar el
trono la hija de Fernando VII, Isabel II.
b) La Primera Guerra Carlista o Guerra de los Siete Años
(1833-1840) estalló a la muerte de Fernando VII y se
desarrolló durante la minoría de edad de la reina Isabel II (1833-1843), hija del monarca y de su cuarta
esposa, María Cristina de Nápoles. El detonante del
conflicto fue la cuestión sucesoria. Al finalizar su reinado, Fernando VII hizo promulgar la Pragmática
Sanción, aprobada por su padre en 1789, que permitía a las mujeres ocupar el trono en España. Hasta
ese momento el heredero había sido el hermano del
rey, Carlos María Isidro. Sus partidarios consideraron
que la decisión era producto de una conspiración
liberal y presionaron sin éxito para que la Pragmática
Sanción fuera abolida. A la muerte del rey, los carlistas intentaron provocar una insurrección general en
el país; al no lograrlo, se inició la guerra civil. Como
cuestión de fondo, el conflicto enfrentó a los partidarios del liberalismo —libertades económicas, políticas y sociales, laicización, uniformidad territorial—,
que apoyaban a la reina y controlaban el Gobierno,
con los carlistas, quienes defendían el tradicionalismo, el Antiguo Régimen y el origen divino de la
monarquía bajo la divisa «Dios, patria y rey».
El bando carlista tuvo importantes apoyos en el
ámbito rural, especialmente en el País Vasco, Navarra
y Cataluña. Su base social estaba compuesta por
campesinos, miembros de la baja nobleza del norte
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de España, sectores conservadores de la Iglesia y
algunos oficiales del Ejército. Por el contrario, la burguesía y los trabajadores urbanos de las grandes ciudades apenas apoyaron al carlismo. Tampoco lo hicieron las altas jerarquías eclesiásticas, la alta nobleza ni
la mayor parte del Ejército.
En el ámbito internacional, Austria, Prusia, Rusia,
Nápoles y los Estados Pontificios apoyaron a Carlos
María Isidro. Francia, Portugal y el Reino Unido firmaron con el régimen isabelino la Cuádruple Alianza
(1834) y se comprometieron a apoyar los regímenes
liberales en España y Portugal. El conflicto se desarrolló
en cuatro etapas:
쐌 Formación del foco de insurrección vasconavarro
(1833-1835). Inicialmente, el ejército isabelino consiguió reprimir los núcleos carlistas, excepto en el
País Vasco y Navarra, donde el coronel carlista
Tomás de Zumalacárregui creó un ejército a partir
de las cuadrillas guerrilleras existentes. Sin embargo, Zumalacárregui no pudo tomar ni Pamplona
ni las capitales vascas y murió durante el asedio a
Bilbao (junio de 1835).
쐌 Fase de las expediciones nacionales (1836-1837).
Los carlistas organizaron expediciones fuera de las
zonas que controlaban (País Vasco-Navarra y el
Maestrazgo, donde se había hecho fuerte el general Cabrera): la Expedición Gómez (1836) y la Expedición Real (1837). En esta etapa fracasó un nuevo
intento de tomar Bilbao, gracias a la victoria en el
puente de Luchana del general isabelino Baldomero Espartero (diciembre de 1836), que se convirtió en un héroe popular.
쐌 Iniciativa isabelina y convenio de Vergara (18371839). Ante la ofensiva del ejército gubernamental, el general Rafael Maroto, jefe de las tropas carlistas, decidió pactar el Convenio de Vergara
(Guipúzcoa, agosto de 1839), sellado simbólicamente mediante un abrazo con su rival, el también general Baldomero Espartero. El acuerdo
puso fin a la guerra en Navarra y el País Vasco.
Implicó la admisión de los militares carlistas en el
ejército isabelino y el respeto a su rango, además
del compromiso de discutir en las Cortes la cuestión foral. Carlos María Isidro, en desacuerdo con el
pacto, se exilió a Francia.
쐌 Fin de la guerra en el Maestrazgo (1839-1840).
Cabrera y sus tropas se negaron a aceptar el Convenio de Vergara y mantuvieron su resistencia
hasta la toma de Morella por Espartero, principal
reducto en el Maestrazgo. En julio de 1840 los últimos combatientes carlistas cruzaron la los Pirineos
con destino a Francia.
 a) La repoblación es el proceso de ocupación y organización administrativa por parte de nuevos pobladores cristianos de las tierras conquistadas al islam en
la Península Ibérica. Entre los siglos VIII y XI tuvo lugar
Historia de España
12
ARAGÓN
la repoblación o colonización del norte de la Meseta
y del interior de Cataluña. Inicialmente, fue de carácter espontáneo; después, estuvo controlada por el
rey, ayudado por los nobles y la Iglesia.
A partir del siglo XI, Castilla-León y Aragón iniciaron
un proceso de expansión territorial que les llevó a
triplicar su extensión. Las tierras situadas al sur eran
muy diferentes a las repobladas con anterioridad,
ya que contaban con numerosa población musulmana
y judía, ciudades importantes y gran riqueza agrícola
en algunas áreas. Como consecuencia, la repoblación
de estas regiones tuvo un carácter menos espontáneo, y en ella intervinieron muy activamente los
monarcas. Los instrumentos empleados para la colonización de estas tierras fueron los siguientes:
쐌 Capitulaciones. Eran acuerdos o pactos locales con
las poblaciones sometidas (musulmanes, judíos,
mozárabes) en los que se respetaban sus leyes,
creencias, costumbres y casi todas sus propiedades; a cambio, se les imponían contribuciones
especiales. Con las capitulaciones también se
fomentaba la salida de los musulmanes o se les
obligaba a vivir en barrios propios (morerías) o a
trabajar como siervos. Este sistema se aplicó en los
valles del Tajo y del Ebro y en Levante.
쐌 Repartimientos. Consistían en la distribución de
lotes de bienes y tierras que hacía el monarca a los
conquistadores. Se aplicaron durante el siglo XIII
en Baleares, el campo levantino, el valle del Guadalquivir y Murcia. En los repartimientos, las condiciones impuestas a los musulmanes fueron muy
duras, lo que provocó numerosas sublevaciones
de mudéjares.
쐌 Privilegios y fueros. Su objetivo era atraer a nuevos colonos. Se otorgaron sobre todo en el área
situada entre el Duero y Sierra Morena. En este
grupo se encontraban las cartas puebla o de
población (establecían las condiciones para el
cultivo de las tierras), los fueros locales (determinaban los derechos de una ciudad) y las cartas de
franquicia (concedían privilegios a los colonos).
b) La encomienda fue una institución castellana de origen medieval que se trasplantó a las Indias para controlar su mayor «riqueza»: los nativos. Inicialmente, la
mano de obra indígena se distribuyó de forma
espontánea (repartimientos). A partir de las Leyes de
Burgos (1512) se estableció el sistema de encomiendas: se asignaba un grupo de indígenas a un encomendero, quien, a cambio de su trabajo y del pago
de tributos, se comprometía a alimentarlos, cristianizarlos y respetarlos. Este sistema, prácticamente feudal, convirtió a los colonos españoles en señores de
los indios. A la encomienda siguió el reclutamiento
forzado de mano de obra, por el que se obligaba a
los indios a trabajar en obras, caminos, edificios y
minas por un tiempo y una cantidad estipulados. En
México se llamo régimen de tandas; en Perú, mita.
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CONVOCATORIA SEPTIEMBRE 2009
El régimen de encomiendas provocó tales abusos
que desde ciertos sectores de la Iglesia se alzaron
voces de protesta. Entre las denuncias destacaron las
del dominico andaluz y antiguo encomendero Bartolomé de las Casas. Como consecuencia de las quejas contra la explotación de los indios, la Corona
aprobó las Leyes Nuevas (1542), por la que se suprimía la encomienda y se introducían reformas para
evitar abusos. Estas normas fueron recibidas con
hostilidad por los encomenderos; en Perú incluso
estalló una revuelta armada. La Corona se vio obligada a ceder y se llegó a una solución de compromiso
reduciendo la encomienda a un tributo. Finalmente,
la encomienda se abolió, en casi toda la América
española, en el siglo XVIII.
c) La Paz de Westfalia, firmada en 1648, marcó el final
de la hegemonía española en Europa. Hasta ese
momento los objetivos de los Austrias menores en el
continente europeo habían sido similares a los de
sus predecesores en el siglo anterior: defensa a
ultranza de su patrimonio y protección de la fe católica frente a luteranos y calvinistas. Con Felipe III
(1598-1621) se firmaron la paz con Inglaterra (1604)
y la Tregua de los Doce Años (1609) con las Provincias Unidas. Felipe IV (1621-1665) y su valido, el conde duque de Olivares, sin embargo, reanudaron las
hostilidades con las Provincias Unidas (1621) e involucraron a España en la Guerra de los Treinta Años
(1618-1648), que enfrentó a los católicos Habsburgo
con los príncipes alemanes y sus aliados (primero
Dinamarca, después Suecia).
Pese a los deseos de Olivares de restaurar el prestigio de España como gran potencia, su acción se vio
lastrada por la escasez de recursos financieros, debido a la disminución de las remesas de oro y plata
procedentes de América, y por la crisis demográfica,
que se hizo notar en la pérdida de efectivos militares.
La entrada de Francia en la guerra de los Treinta Años
(1635) fue el detonante de una grave crisis interna
en los dominios de la monarquía hispánica, provocada
por la presión que ejercía la constante demanda de
armas y dinero para afrontar el largo conflicto armado. Primero estalló la rebelión de Cataluña (1640), a
la que siguieron las de Portugal (1640) y la del duque
de Medina Sidonia en Andalucía (1641). Además,
holandeses e ingleses se mantenían al acecho sobre
las Indias y las posesiones lusas en África, Asia y Brasil. España no fue capaz de atender a tantos frentes
al mismo tiempo y en 1643 los tercios españoles
sufrieron una derrota decisiva en Rocroi (Francia).
En 1648 se firmó la Paz de Westfalia, por la que los
Habsburgo reconocían su derrota. España, además,
aceptaba la independencia de las Provincias Unidas
por el Tratado de Münster. Los poderes del emperador de Alemania quedaron limitados y Francia se
consolidó como potencia hegemónica en Europa. No
obstante, España prosiguió la guerra con Francia y
Historia de España
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ARAGÓN
las rebeldes Cataluña y Portugal. Pudo sofocar la
rebelión catalana (1652) pero la entrada en la guerra,
primero de Inglaterra (1655) en apoyo de Portugal, y
después de Francia, fue decisiva. Felipe IV se vio obligado a firmar con Francia la Paz de los Pirineos
(1659), que establecía, entre otros acuerdos, que
España cedía al reino francés varias plazas de Flandes, el Rosellón y la Cerdaña. La guerra con Portugal
concluyó con el Tratado de Lisboa (1668), por el que
España reconoció la independencia del país vecino y
recibió a cambio Ceuta.
d) La Ilustración es una corriente de pensamiento que
se difundió por Europa en el siglo XVIII. En el caso de
España fue la base de las reformas llevadas a cabo
por los primeros Borbones, especialmente Carlos III.
Los rasgos más importantes del pensamiento ilustrado fueron el empleo de la razón para el análisis y
la mejora de la sociedad española, el fomento de la
economía nacional (agricultura, industria y comercio), el impulso del conocimiento científico y la educación y la creencia en el progreso y la posibilidad de
lograr la felicidad individual.
Los canales de difusión de las ideas ilustradas fueron
las academias —Real Academia Española, 1713-1714;
de la Historia, 1735-1738, y de Bellas Artes de San Fernando, 1744—; las nuevas instituciones de enseñanza superior —Real Seminario de Nobles de Madrid,
1725; Seminario Patriótico de Vergara, 1767—; los
consulados y las sociedades económicas de amigos
del país —cuyos objetivos eran la difusión de la ciencia, en especial las consideradas útiles, y el fomento
de la economía, y estaban integradas por nobles
terratenientes, clérigos reformistas y funcionarios
locales—, y las instituciones culturales y científicas
—Librería Real, 1714-1716; Jardín Botánico de
Madrid, 1755; Observatorio Astronómico de la Marina en San Fernando, 1753—.
Al ámbito de la Ilustración perteneció también un
importante grupo de intelectuales —Gregorio Mayáns y Siscar, Benito Jerónimo Feijoo, Gaspar Melchor
de Jovellanos—, científicos — José Celestino Mutis—,
y literatos —José Cadalso, Juan Meléndez Valdés,
Leandro Fernández Moratín—.
La función social del arte era, según los preceptos la
Ilustración, educar la moral pública y el buen gusto.
Las manifestaciones artísticas debían atenerse a
unas rígidas normas que dieran medida y orden a los
excesos formales del Barroco. Consecuente con estas
ideas fue el neoclasicismo, estilo artístico que predominó en las reformas urbanísticas llevadas a cabo en
Madrid durante la segunda mitad del siglo XVIII por el
rey Carlos III (fuentes de Neptuno, Apolo y Cibeles,
el Museo del Prado, la Puerta de Alcalá). Mención
© Oxford University Press España, S. A.
CONVOCATORIA SEPTIEMBRE 2009
aparte merece el pintor Francisco de Goya, que de
retratista ilustrado de aristócratas, intelectuales y
miembros de la familia real pasó a ser un pintor
genial y difícil de clasificar.
e) Con este nombre se designa el sistema político, económico y social existente en Europa y, por tanto, en
España, entre los siglos XV y XVIII. Si desde el punto de
vista político se caracterizaba por el poder absoluto
del rey, su sociedad estaba determinada por un tipo de
organización jerárquica, rígida y estática, llamada
sociedad estamental. Esta estaba compuesta por tres
grupos sociales (también llamados brazos o estados)
diferenciados jurídicamente: clero, nobleza o aristocracia y tercer estado o plebe. Su situación jurídica
y función social eran distintas, pues cada uno tenía
una serie de privilegios, es decir, de leyes privadas y
atribuciones particulares, que solo a ellos afectaba,
generalmente de acuerdo con su función. El clero
y la aristocracia no pagaban tributos, sino que los
cobraban, y estaban exentos de producir alimentos
debido a su función bélica y religiosa. El tercer estado
(productores o pecheros) producía alimentos y pagaba impuestos.
La base económica del Antiguo Régimen era el trabajo de la tierra. Se practicaba una agricultura de
autoconsumo, en la que se empleaban herramientas
y técnicas rudimentarias y se obtenían escasos rendimientos. Esto provocaba continuas crisis de subsistencia, cuando las cosechas eran escasas, que desembocaban con frecuencia en hambrunas y motines
populares.
La artesanía estaba en manos de los gremios, asociaciones de artesanos de un mismo oficio. El trabajo,
manual y con herramientas muy sencillas, se realizaba en pequeños talleres, al frente de los cuales había
un maestro, que contaba con uno o varios oficiales y
aprendices. Los gremios regulaban todos los aspectos de la producción. No obstante, en el siglo XVII, en
Europa occidental empezó a extenderse en algunos
lugares el trabajo a domicilio (domestic system): un
empresario, generalmente un comerciante, proporcionaba a los trabajadores las materias primas y las
herramientas para elaborar el producto y una vez
realizado se encargaba de su comercialización. Los
trabajadores solían ser campesinos que elaboraban
el producto en su casa y, de este modo, completaban
sus ingresos. Este tipo de producción se desarrolló
especialmente en el sector textil. El comercio interior
estaba limitado a mercados locales y ferias anuales,
debido a la escasa capacidad de compra de la mayoría
de la población. No obstante, se desarrolló el comercio
internacional, preferentemente por vía marítima, especialmente con los territorios americanos y asiáticos.
Historia de España
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