Situación Eclesial de los Religiosos Hermanos Introducción El hecho de que un grupo de frailes laicos de nuestra Orden –OFMConv.- nos reunamos para reflexionar, pensar y analizar nuestra situación, teniendo en cuenta el pasado, el presente y el futuro de la Orden, ya nos advierte de que hay algo que no anda bien. Hay una situación que no es clara, que es confusa, conflictiva y que se quiere cambiar. Si todo estuviera bien, si todos nos sintiéramos cómodos con la situación actual, no tendría sentido que lleváramos a cabo este encuentro. Pero ¿cuál es nuestra situación en la Orden y en la Iglesia? ¿Qué es lo que está mal? ¿Qué es lo que está bien? ¿Y cuáles son los cambios que se podrían y deberían implementar? Son preguntas simples pero cuyas respuestas exige una ímproba tarea, y estamos apenas en la alborada de esta larga “jornada laborativa”. Tenemos que conocer la historia, con capacidad analítica y crítica, pero también con mirada comprensiva y misericordiosa. Escarbar en nuestra historia para recuperar el sentido de nuestros orígenes, de nuestra identidad, de nuestro carisma. Comprender nuestro presente y afrontar el futuro con alegre esperanza y decidida audacia. Necesitamos saber quiénes somos, dónde estamos parados y hacia dónde queremos dirigirnos. Pertenecemos a la Orden, que a su vez pertenece a la Iglesia y esta doble pertenencia condiciona las respuestas que podamos dar a nuestros planteos. El Magisterio de la Iglesia nos ofrece algunas orientaciones y puntos de referencias; también contamos con elementos de reflexión de otros hermanos religiosos que se han encontrado antes a trabajar sobres estas mismas cuestiones. De todas maneras hay muchos caminos por abrir, muchos senderos nuevos por marcar, hay muchas ilusiones y sueños llamados a ser proyectos, para lo cual se requiere de pensamientos y acciones experimentales. El presente trabajo es una presentación veloz y un poco desordenada de varias de estas cuestiones. Sin pretensiones de auto-justificación, creo que ésta es una clara imagen de nuestra realidad: siempre urgidos, en medio de situaciones complejas y confusas. ‘Maestro, que yo vea’, pidió el ciego de Jericó (Mc, 10,51) y lo pedimos también nosotros hoy. Una de las problemáticas es cómo llamarnos, de mi parte opino que debemos desterrar totalmente el horrible ‘no sacerdote’ o ‘no clérigo’ como así el ‘lego’, apelo en cambio a las expresión ‘fraile laicoo’, que deja la puerta abierta, y en modo positivo, para hablar también del ‘fraile sacerdote’. ¡Comencemos ‘frailes laicos’, porque hasta ahora poco y nada hemos hecho! 2 Referencia Histórica La vida monástica, primeros pasos de la vida religiosa1 La vida monástica que nace y se desarrolla en los primeros siglos del cristianismo, se distingue por un matiz claramente laical. No tenía nada que ver con el estado clerical, se ingresaba a la misma en búsqueda de un progreso espiritual. Los monjes vivían en un clima de oración, de trabajo, buscaban “enterrarse” en la humildad y en el silencio, viviendo fuertemente el sentido de la obediencia y más bien evitaban el sacerdocio ministerial con sus deberes y prerrogativas. En el monasterio se daba preeminencia a la oración comunitaria, a la escucha de la Palabra, al silencio y la meditación. Para la celebración eucarística en cambio, recurrían a los curas del clero para que les celebrara en el monasterio o simplemente concurriendo una vez por semana a la misa celebrada para el pueblo. Sin embargo también existió siempre un particular dinamismo; por el cual algunos monjes solicitaban ser ordenados sacerdotes, permaneciendo al servicio del monasterio, otros abandonaban el monasterio para ser ordenados y prestar servicio como sacerdotes seculares y también sacerdotes que ingresaban a la vida monástica. Este dinamismo fue teniendo una evolución distinta en Oriente y en Occidente. En oriente primó la tendencia laical, mientras que en Occidente hubo una mayor tendencia clerical. Sen Benito no era sacerdote y en su Regla no está contemplado que el Abad sea un sacerdote. Pero en esta misma regla no hay dificultades para que haya sacerdotes en la comunidad monástica, si bien estos quedan siempre bajo al autoridad del abad, que es un laico. El sacerdote concluía las oraciones e impartía la bendición, pero la predicación interna seguía siendo una tarea y atributo del abad –laico-, que la cumple personalmente o por un delegado nombrado por él. A su vez el abad podía solicitar la ordenación de algunos monjes para atender a las necesidades del monasterio y no depender de sacerdotes externos. La clericalización del monaquismo latino A partir de fine del siglo VIII se produce una acelerada clericalización de la vida monástica en Occidente. En el siglo IX ya se constata un notable crecimiento del número de sacerdotes en los monasterios. Si bien esto no implicara que el abad fuera siempre un sacerdote. El abad era elegido teniendo en cuenta los atributos y los méritos personales y no la condición clerical o laical. No hay distinción de trato o derechos entre monjes laicos y monjes sacerdotes. El Oficio divino permanece como el momento central de la comunidad. Algunas razones que explican dicha clericalización son: Motivos culturales: cada monasterio se concibe como una reproducción miniatura de Roma, plena de templos, basílicas y santuarios; así los monasterios se llenan de capillas y altares, cuyos patronos deben ser honrados con celebraciones diarias de la Eucaristía. La insistencia de la celebración cotidiana de la misa: promovida por Gregorio Magno, vista como el gran medio para salvar las almas de los vivos y de los difuntos. La difusión y multiplicación de las misas privadas, a favor de benefactores. La difusión y multiplicación de las misas penitenciales (cuando la penitencia era tarifada y se calculaba en días, meses, años. Estas penitencias podían ser 1 Cf. CONFERENZA ITALIANA SUPERIORI MAGGIORI, AA. VV., Essere Religioso fratello per il terzo millenio, Roma 1998, pp. 37-49. 3 reemplazadas por celebraciones eucarísticas. Por ejemplo: 4 meses de ayuno se podía reemplazar con 10 misas). Y prácticamente no había límites de cantidad de misas que pudiera celebrar un sacerdote, hay documentos que permitían celebrar entre 20 y 30 misas cotidiana por sacerdote. La cercanía de algunos monasterios con basílicas y residencias de obispos. El cambio de idioma: el idioma utilizado para el Oficio divino y la misa siguió siendo siempre el latín; y con el surgimiento de las lenguas neo latinas los religiosos laicos ya no comprendían el latín y comenzaron a sustituir la oración comunitaria con el rezo de padrenuestros. La cuestión se agudiza cuando los monasterios pasan a funcionar como si fuera un feudo: con territorio, poblaciones, parroquias e iglesias. Para los servicios y administraciones de éstas se necesitaban sacerdotes. Aumenta el número de los monjes sacerdotes, disminuye el número de los monjes laicos, y poco a poco va apareciendo la figura de los conversos, que no serán monjes a pleno derecho. Vivirán en casas separadas, comerán aparte, se les prohibirá estudiar, no formaran parte del coro y mucho menos de la gestión y gobierno del monasterio, aportarán al monasterio con su trabajo manual. Las órdenes mendicantes nacen cuando este proceso ya había llegado a su culmine y la centralización de la vida religiosa hacia Roma se acentúa tremendamente, donde se manifiesta una clara división de los cristianos en dos clases: el clero y los laicos y aquellos a la cabeza de estos. Las nuevas fundaciones intentan reproponer el viejo modelo de una vida fraterna sin divisiones, con plena igualdad para todos; lo logran en sus primeros años, pero después caen presas de un esquema social y eclesial, cuya imposición había demandado siglos de historia. Afirmaciones de Juan Pablo II sobre la laicidad de la Vida Religiosa Afirmaba Juan Pablo II: ‘La Vida Religiosa ha nacido con una configuración típicamente laical. Surgió del deseo de algunos fieles cristianos de recoger más abundantemente los frutos de la gracia bautismal y de liberarse –por medio de los consejos evangélicos- de los impedimentos que hubieran podido distraerlos del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino. Algunos clérigos desean después participar de este estilo de vida, que «de modo más fiel imita y continuamente representa en la Iglesia la forma de vida que el Hijo de Dios abrazó» (LG 44), ya sea para atender mejor a la propia santificación, como para ejercer de modo más rico y generoso el apostolado.’2 En una catequesis de 1995 afirmaba el mismo papa: «Si se mira al desarrollo histórico de la Vida Consagrada en al Iglesia, se destaca un hecho significativo: los miembros de las primeras comunidades religiosas eran llamados indistintamente ‘hermanos’ y en su gran mayoría no recibían la ordenación sacerdotal, porque no tenían vocación al ministerio. Un sacerdote podía ingresar a la comunidad, pero sin pretender privilegios fundados en el Orden sagrado. A falta de sacerdotes, algunos de los ‘hermanos’ eran ordenados para el servicio sacramental a la comunidad. Con el transcurrir de los siglos, la proporción de sacerdotes y diáconos, en relación a los hermanos que no se ordenaban, fue aumentando. Paulatinamente se fue produciendo una división entre los miembros clérigos y los ‘hermanos’ laicos. El ideal de una vida religiosa laica revive fuertemente con san Francisco de Asís, que no sentía personalmente la vocación al sacerdocio presbiteral, si bien aceptó después ser ordenado como diácono. Francisco puede ser 2 Ibid, p 100. Esta palabra fueron dirigidas en ocasión del ‘Plenario sobre la identidad y la misión del Religioso laico en los Insitutos clericales y en los Institutos laicales, Roma 24/01/1986. 4 tomado como ejemplo de santidad de una Vida Religiosa ‘laical’ y, con su testimonio, muestra la perfección que este estado de vida puede alcanzar.»3 Los orígenes de la fraternidad franciscana4 La búsqueda e inspiración de Francisco es la vivir una ‘vida evangélica’. Este será su testimonio y lo que atraerá fuertemente a sus primeros hermanos. Querían seguir radicalmente a Jesucristo y desde esa vida de conversión y penitencia servir a la Iglesia, a la sociedad y al mundo. La condición básica para integrarse a la nueva fraternidad era la ‘conversión’, negarse a sí mismo, renunciar a sus bienes y servir a los pobres, en especial a los leprosos. Las fuentes nos testifican la presencia de una gran variedad de hermanos, provenientes de los más variados estratos sociales y eclesiales. También con frecuencia aparecen los términos: ‘clérigos’ y ‘legos’. Estos términos no poseían entonces los mismos significados que se les adjudica actualmente. En la calificación ‘clérigos’ no sólo se encuadraban a los que pertenecían al estado clerical, sino también aquellos que habían frecuentado las escuelas y por ende poseían cierta cultura académica, sabían leer y escribir, eran “letrados”. Se distinguían de estos los hombres simples “idiotas”, es decir “iletrados” (legos). Cuando Francisco habla de ‘clérigos’ y ‘laicos’, no está refiriéndose a ninguna diferencia jurídica o fraterna sino a la simple constatación de un hecho que se daba en la naciente fraternidad. La realidad de la presencia de sacerdotes y laicos no constituye ningún problema para él y no tiene implicancias jurídicas. La fraternitas de los orígenes fue una comunidad de vida con plena igualdad de derechos y obligaciones para todos sus miembros. Una comunidad sin divisiones ni clases, todos hermanos hijos de un mismo Padre. La voluntad de Francisco fue que su familia se llamara ‘Orden de Frailes Menores’. Esto si bien para hablar del grupo de lo hermanos Francisco utiliza siempre la palabra ‘fraternidad’, que aparece unas diez veces en sus escritos y otras once en el resto de las Fuentes franciscanas, siempre con la misma aplicación. Francisco insistirá en que todos los miembros de la fraternidad en la que se encarnaba el proyecto de vida evangélica sean llamada indistintamente ‘frailes menores’. Todos, sin distinción entre nobles, plebeyos, ricos, pobres, clérigos o laicos, quedaban identificados con el título de fraile menor. El fundamento teológico de esta opción es la de constituir una gran familia, todos hijos de un mismo Padre, Dios, y hermanos de Jesús, el hermano mayor. En el sustantivo ‘fraile’ o ‘hermano’ se concentraba el objetivo global de la voluntad fundadora de Francisco y el perfil más claro y convincente de la Orden franciscana. Por ello, después, el sujeto institucional encuentra su mejor principio de individuación en la denominación ‘fraternidad evangélica’, u ‘Orden de frailes –hermanos-’. Como hemos visto, en la sociedad, la Iglesia, y todas las instituciones del tiempo de Francisco las relaciones estaban totalmente verticalizadas y estratificadas; a ese mundo Francisco propone una fraternidad de ‘frailes menores’, constituidos como una familia, por medio de un código de comunión fraterna, enraizada y fundamentada sobre la caridad y la humildad. 3 Ibid. p 108. De la catequesis de Juan Pablo II sobre ‘La Vida Consagrada de los hermanos no sacerdotes’, inmediatamente después del Sínodo sobre la Vida Consagrada, El Vaticano 22/02/1995. 4 Estos bloques referidos a la historia franciscana encuentran su fundamento en: COMISSÃO INTERFRANCISCANA (OFM – OFMConv – OFMCap) «PARA O ESTUDIO DA ORDEM FRANCISCANA COMO “INSTITUTO MISTO”», Identidade da Orden Franciscana no momento de sua fundação, Roma 1999. 5 Aspectos jurídicos de la fraternidad franciscana El ‘Momento’ que dio origen a la fraternidad franciscana como ‘realidad eclesial’ es el encuentro de Francisco con el papa Inocencio III (1209). En dicha ocasión el Pequeñuelo recibió la aprobación verbal para llevar adelante el estilo de vida que venía ya compartiendo con sus hermanos. Ese fue el primer acto eclesial, formal, por el que la fraternidad franciscana fue canónicamente erigida. A partir de entonces la fraternidad franciscana pasó a ser una persona jurídica reconocida institucionalmente en la Iglesia y, a su vez, Francisco recibió el reconocimiento de su autoridad – poder para gobernarla y guiarla. De esta manera la fraternidad franciscana se encontró en la misma situación jurídica de las demás instituciones eclesiásticas de la vida religiosa comunitaria de aquel tiempo. Y la potestad y el derecho con el que contaban los superiores –sacerdotes o no, como Francisco- de de aquellas instituciones, también pasó a ser atribución de los superiores – Ministros- de la fraternidad franciscana. En esto consistió la aprobación de un nuevo proyecto de vida religiosa. Este proyecto comenzó a caminar su historia, y luego fue expresado por una serie de valores, experiencias y normas, en la Regla. Una verdadera ‘Regla de vida’ que no hizo más que codificar la intuición y experiencia vividas hasta allí y encauzarlas dentro de un núcleo programático. Francisco le prometió obediencia al papa y los otros hermanos, respondiendo a una orden del papa, le prometieron obediencia a Francisco. Podemos afirmar que éste fue el momento en que Francisco y los primeros hermanos emitieron su profesión. Quedaron así constituidos los dos ejes de autoridad que sostienen la estructura de la nueva Orden, la obediencia al papa, a la Iglesia, a nivel externo, y la obediencia a un Ministro a nivel interno de la fraternidad. El proyecto de vida iniciado por Francisco no podía ser encuadrado en los modelos de vida eremítica, monástica o canónica del tiempo. El suyo es un proyecto supradiocesano, que ningún obispo hubiera podido aprobar, pues no tenía lugares fijos como referencia: monasterios o casas; esto queda en clara contraposición a los lineamientos de la vida religiosa tradicional. En aquella época no existía la distinción ente Institutos laicos y clericales y muchos menos el concepto de Instituto mixto. Aspecto pastoral de la fraternidad franciscana Francisco tuvo que llevar a cabo un serio discernimiento para después aceptar la dimensión apostólica de su fraternidad evangélica. El papa Inocencio III concedió a Francisco y a su fraternidad el poder trabajar al servicio de la evangelización, particularmente predicando la penitencia y exhortando a la conversión. Este mandato recibido por los frailes fue siempre muy tenido en cuenta, como una de las concesiones pontificias más importantes de aquel encuentro (1209). Dicha concesión fue hecha in solidum, es decir a toda la fraternidad franciscana, no sólo a los frailes sacerdotes, sino que también quedaban incluidos los religiosos hermanos. Francisco insistía mucho además en que ‘todos los frailes predicaran con sus obras’, es decir con el ejemplo y por medio de la credibilidad de la propia vida. Desde la primera hora de la fraternidad comenzó a enviar a los hermanos, clérigos y laicos, a predicar, a misionar, incluso en tierras lejanas, en otros países. Bastaba que contaran con el ‘Espíritu del Señor’ y el don de la palabra. En aquel tiempo existía la llamada ‘bendición abacial’, por la cual el Ordinario del territorio confería a un abad neo electo el poder pastoral que le era necesario para 6 gobernar su monasterio. Los monjes formaban parte de la Iglesia particular –diócesis-, pero su estilo de vida exigía que fueran gobernados por un delegado del obispo, con todos los poderes pertinentes. Análogamente, al caso de los obispos con los abades, el obispo de Roma –el papadelegó en Francisco, y en sus sucesores, la autoridad pastoral sobre todos los frailes, esparcidos en el gran “monasterio del mundo”. Los Ministros Si bien la persona y el servicio del Ministro general fuera el punto neurálgico sobre el que convergía toda la estructura de poder de la fraternidad franciscana –reproduciendo un poco el modelo de los abades- el cargo nunca fue vitalicio. Su servicio duraba mientras ‘fuera idóneo para el servicio’. (Rb 8,4). Cabe destacar que los Capítulos no fueron inicialmente constituidos para renovar el gobierno y los cargos en la Orden, sino para ‘tratar las cosas de Dios’. Y la elección de las personas para determinados cargos no estaba para nada vinculada a la condición eclesial de la misma: ‘uno de los hermanos de esta Orden, mientras sea idóneo para el servicio y para la común utilidad de los otros’ (Cf Rb 8,1). Francisco y sus primeros sucesores fueron religiosos laicos, como así muchos de los primeros Ministros provinciales. Es muy revelador el siguiente texto: ‘Y los ministros mismos, si son presbíteros, impónganles la penitencia con misericordia; pero, si no lo son, hagan que se la impongan otros sacerdotes de la Orden, como les parezca que mejor conviene según Dios’. (Rb 7,2). Este texto es de 1223, aprobado por la institución eclesial, por ende de importante valor jurídico. Revela el pensamiento y la voluntad del fundador respecto a la condición de las personas que debían desempeñar el servicio de Ministro y siervo de los frailes. En ningún nivel el poder del gobierno está vinculado al sacerdocio o al estado clerical. Los hermanos sacerdotes podían administrar los sacramentos tanto dentro como fuera de la fraternidad, pero su condición sacerdotal no implicaba ninguna precedencia ni privilegio para asumir servicios de gobierno de los hermanos. Es clara la conclusión que para Francisco los cargos y oficios en la Orden eran accesibles a todos los hermanos, independientemente de su estado laical o clerical, sino solamente teniendo en cuenta la idoneidad personal. Situación Actual Perspectiva de los Documentos eclesiales Rescataremos y reflexionaremos a continuación sobre algunos textos pertenecientes a diversos Documentos de la Iglesia, los cuales orientan y rigen actualmente nuestra Vida Religiosa y hacen particular referencia a la situación de los hermanos religiosos. PERFECTAE CARITATIS 10 ‘La vida religiosa laical, tanto de hombres como de mujeres, constituye un estado completo en sí de la práctica de los consejos evangélicos. Por ello, el Sagrado Concilio, teniéndola en mucho aprecio a causa de la utilidad que reporta a la misión pastoral de la Iglesia, en la educación de la juventud, en el cuidado de los enfermos y en el ejercicio de otros ministerios, alienta a sus miembros en su vocación y les exhorta a que acomoden su vida a las exigencias actuales. El Sagrado Concilio declara que nada 7 obsta a que en los Institutos de hermanos, permaneciendo invariada su naturaleza laical, algunos de sus miembros, en virtud de una disposición del Capítulo general, y para atender a las necesidades del ministerio sacerdotal, en sus propias casas reciban las sagradas órdenes.’ El Concilio nos ofrece aquí por un lado algunos puntos de referencia fijos y por otro lado otros puntos que abren perspectivas a posibles novedades. Una afirmación clara y rotunda es que ‘la vida religiosa laical, tanto de hombres como de mujeres, constituye un estado completo en sí de la práctica de los consejos evangélicos’. Podemos especular que si el Concilio tuvo que afirmar esto es porque existían algunas dudas o cuestionamientos al respecto. Pero ciertamente, esta afirmación nos da pie para decir que la vida religiosa de un fraile hermano es plena en sí misma, no requiere de nada más para vivir completa y totalmente la práctica de los consejos evangélicos. Entonces al fraile que permanece como laico no le falta nada para alcanzar la plenitud evangélica en el seguimiento de Jesucristo. El Concilio también afirma que la vida religiosa laica es ‘útil a la función pastoral de la Iglesia’. Destaca la educación a la juventud y la asistencia a los hermanos y abre una puerta cuando menciona los ‘otros ministerios’; esta expresión plural y genérica deja lugar a la novedad de lo que pueda surgir. Otra puerta que abre el Concilio es la exhortación a los hermanos religiosos de acomodar sus vidas a las exigencias actuales. ¿Qué significa esto? Los ámbitos en los que se puede ‘acomodar la vida a las exigencias actuales’ son muchos: trabajo, servicios, formación, relaciones, presencia en la sociedad, vestimenta, etc.; pero también podríamos verlo como un desafío a adaptar la situación de los hermanos religiosos, a nivel institucional y eclesial, de un modo más acorde a la idiosincrasia actual de dignidad, igualdad y participación. Por último el Concilio permite a los Institutos de hermanos a que algunos de sus miembros puedan recibir la ordenación sacerdotal para el servicio interno, pero los exhorta a mantener íntegramente su carácter laical. LUMEN GENTIUM 44 ‘Un estado cuya esencia está en la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenezca a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de una manera indiscutible a su vida y a su santidad.’ Pues bien, de acuerdo a este texto de la LG, la profesión de los consejos evangélicos no sólo permite vivir plenamente la vida evangélica a quien los emite –amén de no pertenecer a la estructura jerárquica de la Iglesia-, sino que además es parte constitutiva de la vida y la santidad de la misma Iglesia. EL CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO 588 § 1. El estado de vida consagrada, por su naturaleza, no es ni clerical ni laical. § 2. Se llama instituto clerical aquel que, atendiendo al fin o propósito querido por su fundador o por tradición legítima, se halla bajo la dirección de clérigos, asume el ejercicio del orden sagrado y está reconocido como tal por la autoridad de la Iglesia. 8 § 3. Se denomina instituto laical aquel que, reconocido como tal por la autoridad de la Iglesia, en virtud de su naturaleza, índole y fin, tiene una función propia determinada por el fundador o por tradición legítima que no incluye el ejercicio del orden sagrado. Bien, según el Código, ‘el estado de vida consagrada, por su naturaleza, no es ni clerical ni laical’. Y entonces ¿qué es? Parece que siempre es más fácil definir lo que no se es que lo que se es. Mirándolo en clave negativa podríamos ver en esta afirmación una manifestación de cierta indefinición y confusión que existe en la Iglesia respecto a la vida consagrada. No existe una definición clara y precisa que diga qué es la vida consagrada y quienes son las personas consagradas. Se puede decir quienes son los laicos y quienes son los clérigos, pero se intenta decir quienes son los religiosos en base a una doble negación de aquellos. Vista en clave positiva, esta “indefinición” deja la puerta abierta a nuevas reflexiones y posibles definiciones. Es decir que hay un campo abierto para seguir buscando, para experimentar, para acuñar nuevas ideas y nombres. Ciertamente la identidad de los religiosos se hace más comprensible desde el punto de vista carismático. Desde el Espíritu Santo que suscita innumerables carismas para el bien del pueblo de Dios y de la Iglesia. Nuestra Orden es clerical, claramente no porque se haya fundado con dicho fin o así lo hubiera deseado el fundador, todo lo contrario. Se puede reconocer sí, una legítima tradición, que comenzó y se consolidó muy pocos años después de la muerte de san Francisco. De todas maneras, algunas tradiciones comienzan, pueden terminar o pueden ser recreadas y/o enriquecidas. La Lumen Gentium, por otro lado, aclara que la vida consagrada no es una vía intermedia entre la condición del clero y la condición seglar: ‘Un estado, así, en la divina y jerárquica constitución de la Iglesia, no es un estado intermedio entre la condición del clero y la condición seglar, sino que de ésta y de aquélla se sienten llamados por Dios algunos fieles al goce de un don particular en la vida de la Iglesia para contribuir, cada uno a su modo, en la misión salvífica de ésta.’ (LG 43). JUAN PABLO II El papa Juan Pablo II decía en un discurso dirigido a los religiosos de los Institutos Clericales y Laicales de Roma, en 1980: ‘Vuestra profesión religiosa se coloca, antes que nada, en la línea de la consagración bautismal, y expresa la doble dirección del sacerdocio universal, que se fundamenta en tal consagración. En la vida religiosa laical se ejerce el ofrecimiento del sacrificio espiritual, el ejercicio del culto en espíritu y verdad, al cual todo cristiano está llamado; al mismo tiempo, en ella resuena de frente al mundo la proclamación clarísima de las maravillas de la salvación. Una doble dirección, hacia Dios y hacia los hombres, distingue vuestra vida; y a la base de una y de la otra se encuentra el mismo y único sacerdocio bautismal…’ Afirma más adelante: ‘Me parece importante subrayar la ‘complementariedad’ que existe entre el testimonio de ustedes y el del laicado ‘secular’. En efecto, el testimonio de los laicos, los cuales viven en el mundo, puede serles útil a ustedes para recordarles que la consagración no los debe volver indiferentes a la salvación de los hombres ni al progreso terreno que también es querido por Dios. Por otra parte, recíprocamente, el testimonio de ustedes puede ayudar al laico, comprometido en el mundo, a recordarle que el progreso terrenal no es un fin en sí mismo. Esto los coloca, si se me permite usar la expresión, como en un punto de “soldadura” entre las realidades humanas y eclesiales, entre el reino del hombre y el Reino de Dios. Es claro que una posición tan 9 delicada comporta también sus riesgos: subsiste, efectivamente, siempre la tentación de perder de vista las ‘cosas eternas’ y de ‘laicizarse’, dejando enfriar las relaciones vitales con Dios y perdiendo así el contacto con la fuente, de la cual deriva el alimento y el sostén de toda actividad.’5 Por un lado, Juan Pablo II ubica la consagración religiosa en ‘la línea de la consagración bautismal’, instituido por el mismo Jesucristo. Por ende las raíces de la consagración religiosas son bien profundas y claramente teológicas. Por otro lado destaca la doble dirección a las que se orienta el sacerdocio universal que se fundamenta en el bautismo: el culto espiritual y el testimonio histórico. Dos frentes entonces, en los cuales el religioso está comprometido a vivir y responder. Juan Pablo II también habla de ‘complementariedad’ entre el testimonio de los religiosos hermanos y el de los laicos. Pero además, el papa ubicaba a los religiosos como un punto de nexo –soldadura- ‘entre la realidades humanas y las eclesiales’. Respecto a esto también llama la atención sobre el riesgo de ‘laicización’ en la que pueden caer los religiosos, si pierden de vista la dimensión trascendente de la vida y no mantienen vivos los contactos vitales con Dios. Esto puede ocurrir si las búsquedas llevada a cabo y los compromisos asumidos –laborales y/o pastorales-, no son desde una identidad religiosa clara y una pertenencia bien definida a la propia familia, sino que son consecuencia de una disconformidad, de un no estar bien “en casa”, de un buscar compensaciones, de un buscar ámbitos “más justos” y “gratificantes” que los del propio Instituto y la Iglesia. Pero los hermanos, adecuadamente preparados en diversas ciencias y para diversas actividades, como así serenamente identificados y clarificados en su pertenencia carismática e institucional, pueden ser eficaces instrumentos para el diálogo entre la fe y la cultura, entre la Iglesia y el mundo. De todas maneras, reconocer todas las potencialidades de la vida consagrada de los hermanos es una cosa. Otra cosa es viabilizar dichas potencialidades por medio de decisiones concretas en cuanto a la capacitación y en cuanto a la participación, para lo cual se requiere rever y modificar muchas cosas a nivel de pensamiento de las instituciones –sustratos culturales, tradiciones, etc.-, a nivel de praxis, y, por supuesto, también a nivel jurídico. La laicización es un riesgo, sin dudas, pero ciertamente la mayor pérdida de la identidad religiosa no se ha producido por la laicización sino por la clericalización. De hecho los religiosos “nos parecemos más a los curas” que a los laicos. Es más fácil que se nos mire como a curas “de segunda categoría” que a “laicos de primera”. Pero la cosa más seria no es el simple parecerse, sino realmente el pensar, sentir y actuar con mentalidad clerical. Debemos siempre mantener viva y renovada nuestra identidad religiosa, pero una identidad religiosa laical. Según Lino Da Campo, tenemos el verdadero desafío de “convertirnos a nuestra laicidad”, que no es una laicidad secular, pero es siempre laicidad.6 5 CONFERENZA ITALIANA…, pp. 93-94. Del discurso de Juan Pablo II a los hermanos religiosos de los Institutos clericales y laicales de Roma, recibidos en audiencia el día 12 de enero de 1980. 6 DA CAMPO L., Il Religioso: Identitá Della Vita Consacrata e ricchezza nelle varietá dei carismi, en CONFERENZA ITALIANA…., p. 84-85. 10 EL DOCUMENTO SOBRE LA VIDA CONSAGRADA (JUAN PABLO II) Los religiosos hermanos 60. Según la doctrina tradicional de la Iglesia, la vida consagrada, por su naturaleza, no es ni laical ni clerical, (141) y por consiguiente la «consagración laical», tanto de varones como de mujeres, es un estado de profesión de los consejos evangélicos completo en sí mismo. (142) Dicha consagración laical, por lo tanto, tiene un valor propio, independientemente del ministerio sagrado, tanto para la persona misma como para la Iglesia. Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, (143) el Sínodo ha manifestado un gran aprecio por este tipo de vida consagrada, en la que los religiosos hermanos desempeñan múltiples y valiosos servicios dentro y fuera de la comunidad, participando así en la misión de proclamar el Evangelio y de dar testimonio de él con la caridad en la vida de cada día. Efectivamente, algunos de estos servicios se pueden considerar ministerios eclesiales confiados por la legítima autoridad. Ello exige una formación apropiada e integral: humana, espiritual, teológica, pastoral y profesional. Según la terminología vigente, los Institutos que, por determinación del fundador o por legítima tradición tienen características y finalidades que no comportan el ejercicio del Orden sagrado, son llamados «Institutos laicales». (144) En el Sínodo se ha hecho notar, no obstante, que esta terminología no expresa adecuadamente la índole peculiar de la vocación de los miembros de tales Institutos religiosos. En efecto, aunque desempeñan muchos servicios que son comunes también a los fieles laicos, ellos los realizan con su identidad de consagrados, manifestando de este modo el espíritu de entrega total a Cristo y a la Iglesia según su carisma específico. Por este motivo los Padres sinodales, con el fin de evitar cualquier ambigüedad y confusión con la índole secular de los fieles laicos, (145) han querido proponer el término de Institutos religiosos de Hermanos. (146) La propuesta es significativa, sobre todo si se tiene en cuenta que el término hermano encierra una rica espiritualidad. «Estos religiosos están llamados a ser hermanos de Cristo, profundamente unidos a El, primogénito entre muchos hermanos (Rm 8, 29); hermanos entre sí por el amor mutuo y la cooperación al servicio del bien de la Iglesia; hermanos de todo hombre por el testimonio de la caridad de Cristo hacia todos, especialmente hacia los más pequeños, los más necesitados; hermanos para hacer que reine mayor fraternidad en la Iglesia». (147) Viviendo de una manera especial este aspecto de la vida a la vez cristiana y consagrada, los «religiosos hermanos» recuerdan de modo fehaciente a los mismos religiosos sacerdotes la dimensión fundamental de la fraternidad en Cristo, que han de vivir entre ellos y con cada hombre y mujer, proclamando a todos la palabra del Señor: «Y vosotros sois todos hermanos» (Mt 23, 8). No existen impedimentos para que en estos Institutos religiosos de Hermanos, cuando el Capítulo general así lo disponga, algunos miembros reciban las Ordenes sagradas para el servicio sacerdotal de la comunidad religiosa. (148) No obstante, el Concilio Vaticano II no incita explícitamente a seguir esta praxis, precisamente porque desea que los Institutos de Hermanos permanezcan fieles a su vocación y misión. Esto vale también por lo que se refiere a la condición de quien accede al cargo de Superior, considerando que éste refleja de manera especial la naturaleza del Instituto mismo. 11 Diversa es la vocación de los hermanos en aquellos Institutos que son llamados «clericales» porque, según el proyecto del fundador o por tradición legítima, prevén el ejercicio del Orden sagrado, son regidos por clérigos y, como tales, son reconocidos por la autoridad de la Iglesia. (149) En estos Institutos el ministerio sagrado es parte integrante del carisma y determina su índole específica, el fin y el espíritu. La presencia de hermanos representa una participación diferenciada en la misión del Instituto, con servicios que se prestan en colaboración con aquellos que ejercen el ministerio sagrado, sea dentro de la comunidad o en las obras apostólicas. Institutos mixtos 61. Algunos Institutos religiosos, que en el proyecto original del fundador se presentaban como fraternidades, en las que todos los miembros -sacerdotes y no sacerdotes- eran considerados iguales entre sí, con el pasar del tiempo han adquirido una fisonomía diversa. Es menester que estos Institutos llamados «mixtos», evalúen, mediante una profundización del propio carisma fundacional, si resulta oportuno y posible volver hoy a la inspiración de origen. Los Padres sinodales han manifestado el deseo de que en tales Institutos se reconozca a todos los religiosos igualdad de derechos y de obligaciones, exceptuados los que derivan del Orden sagrado. (150) Para examinar y resolver los problemas conexos con esta materia se ha instituido una comisión especial, y conviene esperar sus conclusiones para después tomar las oportunas decisiones, según lo que se disponga de manera autorizada. La Exhortación Apostólica post-sinodal de Juan Pablo II (1996) reafirma algunos puntos ya dados en el Concilio, en el Código de Derecho canónico y, a su vez, nos ofrece elementos nuevos para reflexionar. El n. 60 plantea, en primer lugar, en continuidad con lo de ‘adaptarse a las exigencias actuales’ de PC 10, la necesidad de ‘una formación apropiada e integral: humana, espiritual, teológica, pastoral y profesional’. La necesidad de esta formación es en pro de una participación activa en ‘la misión de proclamar el Evangelio’, desempeñando diversos servicios -¡ministerios eclesiales!-. Otra cuestión es el reconocimiento de que la adjetivación ‘laicales’, aplicado a Institutos cuyas características y finalidades no comportan el Orden sagrado, no identifica plenamente a los miembros de dichos Institutos. Se propone entonces el término ‘Institutos religiosos de Hermanos’. Sigue luego una reflexión sobre el sentido y la riqueza del término ‘hermano’: ser hermano de Cristo; hermanos entre sí; hermanos de todos los hombres, en especial de los más pequeños y necesitados; siendo de ayuda para recordar también a los sacerdotes la dimensión de la fundamental fraternidad en Cristo. Refiriéndose a los Institutos calificados como ‘clericales’, el Documento afirma que en los mismos ‘el ministerio sagrado es parte integrante del carisma y determina su índole específica, el fin y el espíritu.’ Esto puede ser cierto para otros Institutos, pero no para el nuestro –OFM Conv.-. Nuestra Orden se cuenta ciertamente entre los Institutos clericales (Cf Cont. 1 § 2), como resultado de una ‘legítima tradición’, como hemos dicho antes, y de un encuadre determinado por la legislación eclesial, pero no se puede afirmar absolutamente que el ‘ministerio sagrado’ sea parte integrante del carisma franciscano de minoridad y por ende determine la ‘índole específica, fin y espíritu’ de nuestra Orden. 12 Por último, celebramos con serena esperanza el contenido expresado en el n. 61, pues la idea de ‘Instituto Mixto’ contempla mejor nuestro origen e identidad. No hay dudas que en el proyecto original de nuestro fundador la idea era la de una fraternidad en la cual todos los miembros –sacerdotes y hermanos laicos- eran considerados iguales entre sí. El Documento nos lanza el desafío de ‘profundizar nuestro carisma fundacional y, en lo posible, volver hoy a la inspiración de origen’. ¡Hermoso desafío! Para afrontar con fe y esperanza, pero también con aguerrida decisión y coraje, pues hay muchos caminos que desandar, muchos nudos que desatar, para recuperar un sentido más genuino de nuestra vocación y reorientar nuestra misión en la historia. La situación de los religiosos hermanos INSTITUTOS Y TIPOLOGÍAS DE RELIGIOSOS HERMANOS Los tipos de Institutos de Vida Consagrada que existen actualmente y que cuentan como miembros a religiosos hermanos son los siguientes: - los Institutos de vida contemplativa (monjes); - los Institutos religiosos de Hermanos; - las Sociedades de vida Apostólica; - los Institutos clericales; - los Institutos mixtos. Dentro de este marco institucional, los tipos de Religiosos Hermanos que existen son los siguientes: el monje-laico, muy distinto del converso, pero que no goza más de los antiguos derechos monacales porque el derecho común de la Iglesia se los ha sacado; el converso de los monasterios, que no es monje; el religioso hermano, de las Ordenes mendicantes, que emite votos solemnes y es fraile a todos los efectos; el hermano laico (coadjutor temporal) de la Compañía de Jesús, comprometido perpetuamente de parte suya, pero temporalmente de parte de la Compañía; los hermanos laicos de los Institutos clericales, en situación de subordinación, pero plenamente religioso; el hermano laico de los Institutos laicales, beneficiario de una excelente formación. El carisma, la historia, la tradición y la situación presente de cada Instituto son muy variados, por eso tampoco es posible hablar y plantear la situación de los Religiosos hermanos como si fuera una cuestión única. Es necesario ver caso por caso, situación por situación para no caer en generalizaciones o uniformizaciones que sólo crearían más confusión. ESTADÍSTICAS Algunos datos estadísticos sobre la VR, de fines de 2006, nos muestran lo siguiente: - total de religiosos en el mundo: 945.210; - religiosas: 753.400 (79,7 %); - religiosos sacerdotes: 136.171 (14,4 %); - religiosos hermanos: 55.107 (5,8 %); 13 - religiosos diáconos permanentes: 532 (0,05 %) Según estos datos más del 85 % de la vida consagrada es laical. Pero también nos hace ver que en la vida religiosa masculina el 70,9 % son sacerdotes y sólo el 28,7 % son religioso hermanos. Estos últimos porcentajes dan la razón a John Joseph Dolan, el cual afirma que en realidad en la Iglesia y en la vida religiosa no faltan vocaciones sacerdotales, sino, más bien, vocaciones de religiosos hermanos.7 LA CUESTIÓN DE LA IDENTIDAD ¿Quién es el religioso hermano? Esta pregunta no se puede responder aisladamente, porque la identidad del religioso hermano está vinculada y condicionada por el carisma fundacional del fundador, por la identidad del Instituto al que pertenece, que a su vez pertenece a la Iglesia, la cual vive en tiempos, culturas y contextos particulares. Si queremos aproximarnos a definir quién es el fraile laico, debemos, por fuerza, plantearnos también quién y qué es nuestra Orden, y quiénes son sus miembros. Pero la identidad de nuestra Orden también ha sido –y es- fuertemente condicionada –por no decir determinada- por las visiones, necesidades y posibilidades jurídicas, pastorales y espirituales de la Iglesia, la cual avaló la existencia jurídica de la familia franciscana y por otro lado conserva el derecho de tutela sobre ella. Si nuestra Orden se concibe –interna y externamente- sobre todo como ‘fuerza pastoral’ y es encuadrada dentro de los Institutos Clericales, ciertamente la respuesta a la cuestión de la identidad de los hermanos y también de los sacerdotes será de un tipo. Si en cambio es concebida como una gran ‘fraternidad’, que puede ser calificada jurídicamente como ‘Instituto mixto’, las posibilidades de respuestas serán otras. Si el criterio para definir una presencia u opciones pastorales es del tipo: ‘Yyy…los obispos necesitan párrocos’; esto determinará los tipos de frailes que se deben enviar y el perfil de fraternidad que se constituirá; será razón para que a las misiones no se “puedan” enviar frailes hermanos, y ya el tipo de presencia que se asuma, las tareas llevadas a cabo y los hermanos que sean enviados, constituyen una propuesta vocacional, que será más o menos fiel a nuestra genuina identidad, que la presentará ampliamente o de modo más reductivo. Los frailes hermanos estamos ante el desafío de comprender, nosotros en primer lugar, nuestra vocación e identidad en la Orden, en la Iglesia y en el mundo. Esto ayudará a la Orden a comprenderse a sí misma y a la Iglesia a que comprenda y valore nuestro carisma e identidad. UNA SITUACIÓN DE DEBILIDAD La vocación de ‘hermano’ se encuentra en una situación social y eclesial de debilidad. Hay preguntas recurrentes que avisan de esta situación: ¿Cuánto te falta para recibirte? ¿Vas a ser hermano nomás? ¿Y por qué no te ordenas? La imagen de ‘soldadura’, propuesta por Juan Pablo II, para hablar de nuestro ser nexo entre la Iglesia y el mundo, también nos avisa de esta debilidad. Dos piezas soldadas siempre corren mayor riesgo de fracturarse en el punto de soldadura. La opción por la vida religiosa laical no es percibida como una opción plena, completa, sino que le falta algo. Y esto es percibido así no sólo a nivel social, también, y tal vez más aún, a nivel eclesial y al interno de nuestra Orden. 7 DOLAN J., La Identidad del Hermano Religioso Franciscano, en el Congreso Misionero Internacional OFM Conv. Cochin, Kerala, India, 12-22 enero 2006, p. 8. 14 Cuento una anécdota que ejemplifica esta última afirmación: entre los ex Ministros generales de nuestra Orden, siento un aprecio especial por aquel que guiara nuestra familia durante el tiempo de mi formación inicial, durante cuya gestión realicé el noviciado y emití mis votos temporales y solemnes, pues era para mí una gran figura paterna. Algunos años después de mi profesión solemne tuve el agrado de conocerlo y nos encontramos en otras tantas ocasiones; en más de una de esas ocasiones me decía: «Apunta más arriba –señalando con el dedo hacia el cielo-, te tienes que ordenar sacerdote. Apunta más arriba…». Era evidente que para él, ser fraile hermano constituía una situación de inferioridad a la de ser fraile sacerdote. Huelga decir que toda su propuesta y gestión institucional, vocacional y formativa sería en línea con este pensamiento. La opción de ser fraile laicoo no es suficientemente valorada ni por los laicos, ni por el clero, ni por los obispos y, a veces, ni siquiera por nuestros Ministros. Por lo tanto es una opción que requiere de una gran convicción interior, sustentada en un discernimiento vocacional profundo y sereno, inspirada e iluminada por la Palabra, contenida en la fraternidad y en la Iglesia, constantemente alimentada en la oración. El pensamiento social impone la idea del “ser alguien”, entendido esto como la obtención de títulos, cargos y prestigio, por eso no se comprende que uno opte por ser fraile laico, pudiendo ser sacerdote. También estamos muy acostumbrados a identificar ‘importancia’ con ‘utilidad’. Entonces medimos la importancia de alguien de acuerdo a cuánto produce. Aun así sería interesante analizar cuál es nuestra idea de utilidad. ¿Acaso no es “útil” rezar? ¿Acaso no es “útil” escuchar a alguien? ¿Acaso no es “útil” acompañar a un anciano en su soledad? ESPIRITUALIDAD DE HERMANO MENOR Para ser fraile laico, con plena conciencia y libertad, es decisivo y fundamental vivir una espiritualidad de minoridad. Vivir una espiritualidad de seguimiento de Jesús, Hijo de Dios, que se encarnó en un pequeño pueblo, en una familia humilde y vivió silenciosamente “sepultado” en la cotidianeidad, en Nazareth, por treinta años. ‘Aprendan de mí que soy manso y de corazón humilde’ (Mt 11,29), dice el Señor; estas palabras de Jesús suenan como una invitación especial para nosotros. Debemos avivar en nuestro corazón la experiencia de la gratuidad del amor de Dios, que nos amó primero y que nos capacita a amar gratuitamente, a servir gratuitamente, prescindiendo de reconocimientos y gratificaciones. Los frailes hermanos debemos caminar manteniendo el equilibrio entre los tironeos, empujes y tentaciones del clericalismo, del laicismo, del espiritualismo, del profesionalismo y del activismo. El fraile hermano vive en una situación de periferia y de frontera. De periferia y frontera entre la vida eclesial y el mundo, como nos lo decía Juan Pablo II; de periferia y frontera entre la vida clerical y laical; de periferia y frontera laboral y pastoral; de periferia y frontera entre el reconocimiento y la falta de gratitud. Vive en el lugar de la impotencia, donde el único poder es el de la fuerza de la vocación y del testimonio, donde hace falta mucha imaginación y creatividad para darlo todo, crecer y ser feliz. Vivir en esta situación periférica y fronteriza enseña a entender y hablar más de un “idioma” de la realidad; enseña que más allá del “propio mundo” hay otros que desconocemos, pero que también son partes de la realidad, de la historia y de la verdad; concede la posibilidad de ser testigo y a la vez apóstol en medio de situaciones periféricas y fronterizas; exige una espiritualidad profunda y consistente, para afrontar los riesgos de desestabilizaciones emotivas, afectivas, ideológica y espirituales. 15 Lino Da Campo afirma que el religioso es un evangelizador en el “desierto”. Es decir dónde afectivamente no hay nadie o hay muy pocos. Con poca posibilidad de ser escuchado, con poca compañía para dialogar, compartir y confrontar.8 PARTICIPACIÓN DE LOS HERMANOS EN LOS MINISTERIOS ECLESIALES La Iglesia, más que nada urgida por la escasez de vocaciones sacerdotales, viene impulsando, con más fuerza que en otros tiempos, la reflexión y concreción de ‘ministerios laicales’ al servicio de la evangelización. Diversos Documentos eclesiales insisten en la importancia y urgencia de que los laicos se formen y asuman activo protagonismo en la misión de la Iglesia. Esto es tan cierto como que después se fatiga en crear los canales de formación y estructura de participación necesarios para que dicho protagonismo se haga realidad. Entre los ministerios laicales más comunes figuran los: lectores, acólitos, ministros de la Eucaristía, catequistas, animadores litúrgicos, cantores, animadores de Cáritas, integrantes de los Concejos parroquiales, profesores de religión, animadores de encuentros bíblicos, etc. Un/a religiosa/o puede desempeñar, y de hecho muchos lo hacen, cualificadamente cualquiera de estos ministerios, que se complementan y se necesitan recíprocamente con el servicio ministerial de los presbíteros. Pero en realidad deberíamos apuntar a que las/os religiosas/os sean ministros formadores de ministerios, agentes multiplicadores. La formación y toda la vida religiosa ofrecen muchos elementos de espiritualidad, pastorales, de dinámicas comunitarias, etc., que a los laicos les cuesta adquirir debido al tiempo dedicado a los compromisos estudiantiles, laborales, familiares, etc. Para esto requerirá, como ya lo auguraba Juan Pablo II, ‘una adecuada formación teológica que vaya a la par de los conocimientos profesionales y técnicos de los cuales los Hermanos tienen hoy necesidad para cumplir adecuadamente su tarea apostólica’.9 Personalmente opino que los frailes franciscanos hermanos debiéramos especialistas, en un sentido espiritual del término, en escuchar la palabra de Dios, visto que ‘nuestra vida y regla es vivir el santo Evangelio’. La palabra de Dios debiera ocupar el corazón de nuestra espiritualidad, de nuestra formación y de nuestra misión apostólica. Por otro lado hay muchos servicios, roles, cargos que los religiosos hermanos pueden desempeñar, teniendo en cuenta la propia idoneidad, superando el esquema –casi mitológico- de identificar dichas funciones con el estado presbiteral. Conclusión Nuestra Orden, en su sentido y carisma primigenios, es una gran fraternidad. Con variedad de hermanos, pero todos con iguales derechos, obligaciones y posibilidades, a prescindir de la condición laical o clerical. Este espíritu, en los términos jurídicos actuales, se traduciría mejor en la realidad de un ‘Instituto mixto’, más que en la de un ‘Instituto clerical’, tal cual es nuestra situación presente. La Iglesia y la Vida Religiosa han llevado a cabo reflexiones sobre la situación de los religiosos hermanos y se alcanzaron algunas conclusiones importantes. Sin embargo es grande la variedad de Institutos y de tipología de hermanos y hay que ir resolviendo caso por caso. Nosotros –OFMConv.-, estando atentos al contexto eclesial y religioso, 8 9 DA CAMPO L., Il Religioso: Identitá Della Vita Consacrata… Ibid., p. 72 Plenario 1986. 16 debemos llevar a cabo nuestras propias búsquedas, extraer nuestras conclusiones y tomar nuestras propias decisiones. Los frailes laicos tenemos mucho por dar a nuestra Orden, a la Iglesia y a la sociedad. Nos encontramos en un punto de enlace de varias realidades: mundo-Iglesia, clerolaicado, trabajo-pastoral, etc. Para dar lo mejor de nosotros, mantener el equilibrio y realizar nuestra vocación, es necesaria una buena formación, una espiritualidad sólida – con un lugar central de la palabra de Dios-, un gran sentido fraterno y una continua vivencia de la generosa gratuidad de Dios. La nuestra es una “situación de debilidad”, de periferia y frontera, y entonces también es, gracias a Dios, una excelente oportunidad de minoridad. San Pablo dice: ‘Me alegro cuando me tocan enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias: ¡todo por Cristo! Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte’. (2 Cor 12,10). Nuestra fortaleza radica en la minoridad, en el Evangelio, en Jesucristo. Fray Jorge R. Fernández