EL DINAMISMO DE LA EDUCACIÓN Jacques Maritain 040-02

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040-02
EL DINAMISMO DE LA EDUCACIÓN
Jacques Maritain
La segunda de cuatro conferencias dictadas por Maritain en la
Universidad de Yale, en 1943, publicadas ese mismo año bajo
el título ‘La Educación en la Encrucijada’. Posteriormente, en
1959, fueron incorporadas, junto a otros trabajos sobre el tema
educativo, al libro “Para una Filosofía de la Educación’.
En este capítulo, en que veremos los medios y el dinamismo
de la educación, examinaremos en primer lugar los agentes o
factores que actúan en la educación, es decir, la vitalidad interna
del espíritu del alumno y la actividad del maestro; en segundo
lugar, las disposiciones fundamentales que deben favorecerse en el
alumno, y, finalmente, las normas fundamentales de educación a
las que el maestro debe prestar atención.
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Jacques Maritain
1. LOS FACTORES DINÁMICOS
El espíritu del alumno y el arte del maestro
Desde el momento en que se emprende la tarea de examinar el tema de los
factores dinámicos de la educación, y especialmente para ordenar el debate, es
natural tener en cuenta la concepción platónica: todo aprender está en el que
aprende y no en quien enseña.
El lector del Fedón recuerda que, según Platón, el conocimiento preexiste
desde el origen en las almas humanas, las que, antes de descender al cuerpo, han
contemplado las Ideas Eternas; pero cuando las almas están unidas a un cuerpo no
pueden percibir libremente aquellas verdades cuyo conocimiento poseen. De ahí
que el discípulo no podría deber al maestro la adquisición del conocimiento, pues
éste no tiene influencia causal real, y es, cuando más, puramente agente ocasional.
El maestro no hace sino despertar la atención del alumno ante lo que éste ya
conoce, de manera que aprender no es sino recordar. Hay grandes verdades en
estas concepciones exageradas de Platón. No se puede dejar de admirar la nobleza
y la delicadeza de su manera socrática de enseñar, la que ennoblece también,
con generosidad, a aquel que es enseñado, puesto que lo trata como a un ángel,
adormecido, es verdad, pero ángel a pesar de todo.
Estas concepciones pedagógicas han sido retomadas por muchos educadores
modernos, si bien con perspectivas filosóficas diferentes. En realidad, las cosas no
son como las veía Platón, quien, después de todo, cuando en sus Leyes trató la
educación desde el punto de vista político, insistió con un exceso sorprendente
en el aspecto autoritario de ella. Es cierto que el maestro tiene un conocimiento
que el alumno no posee. Realmente comunica el conocimiento a quien aprende;
cuya alma probablemente no ha contemplado las Ideas Divinas antes de unirse
a su cuerpo; y cuya inteligencia, antes de ser fecundada por la percepción y la
experiencia de los sentidos, no es sino una fábula rasa, como dice Aristóteles.
Pero ¿qué especie de causalidad o acción dinámica ejerce, entonces, el
maestro? Enseñar es un arte; quien enseña es un artista. ¿Es, pues, como un
escultor, una especie de Miguel Ángel que trabaja vigorosamente el mármol o
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impone despóticamente la forma que ha concebido a la pasiva arcilla? Semejante
concepción no era rara en la educación de antaño. Es una concepción brutal
y desastrosa, contraria a la naturaleza de las cosas. Porque, si aquel a quien se
enseña no es un ángel, tampoco es una arcilla inanimada.
Es más bien con el arte médica con el que la educación debiera ser comparada.
la medicina trata con un ser vivo, con un organismo que posee una vitalidad
interna y un principio interno de salud. El médico ejerce una causalidad real al
curar a su enfermo, ciertamente, pero lo hace de un modo muy particular: en
su manera de actuar imita los caminos de la naturaleza y la ayuda aplicando un
régimen y los remedios apropiados. Estos serán usados por la naturaleza misma,
según su propio dinamismo, en la búsqueda del equilibrio biológico. En otros
términos, la medicina es ars cooperativa naturae, un arte ministerial, un arte al
servicio de la naturaleza. Igual cosa sucede con la educación. Esta verdad tiene
implicaciones que llevan muy lejos.
Contrariamente a lo que creía Platón, no existe el conocimiento acabado
en las almas humanas. Pero el principio vital y activo del conocimiento se halla
sí en cada uno de nosotros. El poder interior de visión de la inteligencia, que,
naturalmente y desde el comienzo, percibe en y por la experiencia sensorial
las primeras nociones de las que depende todo conocimiento, es capaz, por lo
mismo, de pasar desde lo que ya conoce a lo que aún no conoce. Tenemos un
ejemplo en Pascal que descubre sin la ayuda de profesor alguno y por su propio
ingenio, las treinta y dos proposiciones del libro primero de Euclides. Este
principio vital interior es lo que el educador debe respetar por sobre todo: su arte
consiste en imitar las vías que la naturaleza intelectual sigue en sus operaciones
propias. Es así como el maestro debe presentar a su alumno ejemplos sacados
de la experiencia, o comprobaciones particulares que éste puede juzgar en
virtud de lo que ya sabe, y a partir de las cuales avanzará para descubrir nuevos
horizontes. El maestro debe, además, fortalecer el espíritu del alumno poniendo
ante su vista las conexiones lógicas existentes entre las ideas; conexiones que el
poder de análisis y de educación del espíritu del alumno quizá no es todavía lo
suficientemente fuerte para establecer por sí mismo.
Esto equivale a decir que la actividad natural del espíritu por parte del
que aprende, y la labor de dirección intelectual por parte del que enseña,
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Jacques Maritain
constituyen los factores dinámicos de la educación. Pero el agente principal, el
factor dinámico primordial o la fuerza propulsora primera en la educación, es
el principio vital interior que hay en quien ha de ser educado; el maestro o el
educador es solamente un factor dinámico segundo – aunque auténticamente
eficaz – y un agente ministerial.
Educación represiva y educación progresiva
Profesores y educadores podemos encontrar a veces un consuelo a nuestros
fracasos, al considerarlos como resultados de fallas del agente principal, el
educando, y no debidos a nuestras propias deficiencias. Semejante excusa
es válida con frecuencia. Sea lo que sea, no obstante, respecto a esta especie
de alivio para los educadores, las muy sencillas observaciones que acabo de
exponer, parafraseando a Tomás de Aquino, son a mi parecer, de la mayor
importancia para la filosofía de la educación. Pienso que iluminan el conflicto
que, a los antiguos métodos de la educación a palos, oponen los actuales
métodos progresivos que insisten en la libertad y la vitalidad interna del niño
y se centran en ellas.
La educación a palos es positivamente una mala educación. Si, llevado
del gusto por la paradoja, tuviera que decir algo en su descargo, únicamente
observaría que si de hecho ha podido producir algunas personalidades
fuertes, ha sido porque es difícil matar el principio interno de espontaneidad
en los seres vivientes. Y, también, porque este principio se desarrolla, en
ocasiones, más poderosamente cuando reacciona o se rebela contra la
violencia, el temor y el castigo, que cuando todo se le hace fácil, dulce,
fluido y psicotécnicamente adecuado.
Hay un hecho bastante curioso: uno puede preguntarse si una educación
que se atiene enteramente a la soberanía del niño y suprime todos los obstáculos,
no desemboca en el resultado de formar estudiantes indiferentes y demasiado
dóciles, demasiado pasivamente permeables a la palabra del maestro. Sea como
sea, la verdad es que la vara y la palmeta son malos instrumentos de educación y
que toda educación que considera al maestro como el agente principal, pervierte
la naturaleza misma de la obra educativa.
El Dinamismo de la Educación
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El mérito real de las concepciones de la pedagogía moderna, desde
Pestalozzi, Rousseau y Kant, ha sido el redescubrimiento de esta verdad
fundamental: que el agente principal y el factor dinámico primero no es el
arte del maestro, sino el principio interno de actividad, el dinamismo interior
de la naturaleza y del espíritu. A propósito de esto, podríamos mostrar que la
búsqueda de una inspiración y de métodos nuevos (sobre lo que insiste tanto la
educación progresiva y lo que en Europa se llama la “escuela activa”) debería ser
estimada, alentada y ampliada. Ello, a condición de que la educación progresiva
abandone sus prejuicios de un racionalismo anticuado y su filosofía utópica de
la vida. Además, no debe olvidar que también el maestro, aunque solamente
auxiliar y cooperador de la naturaleza, es una causa eficiente y un agente real,
una causa que efectivamente actúa y cuyo dinamismo propio, autoridad moral y
dirección positiva son indispensables. Si se olvida este aspecto complementario,
los más bellos esfuerzos nacidos del culto y de la veneración a la libertad del
niño se esfumarán.
La libertad del niño no es la espontaneidad de la naturaleza animal, la
cual, desde un comienzo, avanza en línea recta por las vías determinadas por el
instinto (al menos así es como concebimos corrientemente el instinto animal,
lo que no se hace sin cierta simplificación, pues el instinto animal conlleva un
primer período de fijación progresiva). La libertad del niño es la espontaneidad
de una naturaleza humana y racional. Y esta espontaneidad, ampliamente
indeterminada, no tiene su principio interior de determinación final sino en la
razón, que aún no está desarrollada en el niño.
Plástica y sugestionable, la libertad del niño es dañada y malgastada
irreflexivamente si no es auxiliada y guiada. Una educación que entregue al
niño la responsabilidad de adquirir informaciones acerca de aquello que él no
sabe que ignora; que se contente con contemplar el desarrollo de los instintos
del niño, y que haga del maestro un asistente dócil y superfluo, es un simple
fracaso de la educación y de la responsabilidad de los adultos respecto a la
juventud. El derecho del niño a ser educado requiere que el educador posea
autoridad moral sobre él; y esta autoridad no es sino el deber del adulto para
con la libertad del niño.
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Jacques Maritain
La verdadera y la falsa liberación de la personalidad
Es posible lograr una visión más profunda de este tema si se recuerda la
distinción entre “personalidad” e “individualidad” indicada en el primer capítulo.
Nos hallamos aquí frente al problema crucial de la educación del hombre,
tomada en el más amplio sentido de la palabra. Recordemos que la distinción
de que se trata es una distinción metafísica, que debe ser cuidadosamente
comprendida, y que concierne a dos aspectos diferentes de un mismo todo,
de ese mismo ser humano que el lenguaje vulgar denomina indiferentemente
individuo o persona.
El mismo hombre en su totalidad es a la vez individuo y persona; es una
“persona” en razón de la subsistencia espiritual de su alma y es un “individuo”
en razón de ese principio de diversificación no específica que es la materia y
que hace a los miembros de una misma especie diferentes unos de otros. Mi
individualidad y mi personalidad, así definidas, son dos aspectos de todo mi ser
sustancial, a los cuales corresponden dos polos de atracción diferentes para mi
desarrollo interior y moral. Puedo desarrollarme en el sentido de la personalidad;
en otras palabras, en el sentido de la soberanía y de la independencia propias
del espíritu por el que subsisto. O puedo desarrollarme en el sentido de la
individualidad, es decir, en el sentido de la entrega a las tendencias que están
presentes en mí en razón de la materia y de la herencia.
Hay educadores que confunden la personalidad con la individualidad
y que toman el simple desarrollo de la individualidad como desarrollo de la
personalidad. En realidad, la personalidad significa interioridad a sí mismo;
este reino de la autonomía interna crece en la medida en que la vida de la razón
y de la libertad domina sobre la del instinto y de los deseos de los sentidos, lo
cual implica sacrificio de sí mismo, y esfuerzo por tender hacia la perfección
personal y hacia el amor. Pero la individualidad, en el sentido estricto aristotélico
en que uso esta palabra, significa el ego material, cuyo desarrollo consiste en
dar libre curso a los impulsos irracionales que en él existen. En tal situación,
a la vez que se constituye en el centro de todo, el ego se dispersa en realidad
entre los mezquinos deseos y las pasiones irresistibles y se somete finalmente al
determinismo de la materia.
El Dinamismo de la Educación
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He insistido en el hecho de que la educación debe centrarse en el desarrollo
y la liberación de la persona individual. Lo que critico es esa forma errónea de
apreciación de la persona individual que, mirando la individualidad en lugar de la
personalidad, reduce la educación y el progreso del hombre a la simple liberación
del ego material. Los educadores que incurren en semejante error, imaginan que
procuran al hombre la libertad de expansión y de autonomía a la que toda persona
aspira, al mismo tiempo que niegan el valor de toda disciplina y de toda ascesis, así
como la necesidad de esforzarse para alcanzar la perfección personal. El resultado
es que, en lugar de perfeccionarse, el hombre se dispersa y se desintegra.
Otros educadores, por el contrario, malentienden la distinción entre
personalidad e individualidad y la convierten en separación. Piensan que
llevamos en nosotros dos seres separados: el del individuo y el de la persona.
Tales partidarios del varillazo, de la represión, declaran: “¡Muera el individuo y
viva la persona!”. Desgraciadamente, si se mata al individuo, se mata también a
la persona. Esta concepción despótica de la educación y del progreso del hombre
no es mejor que la concepción anárquica. El ideal de la concepción despótica es,
en primer lugar, despojarnos del corazón, anestesiándonos si fuera posible, para
enseguida reemplazarlo por cualquier órgano perfecto, estandarizado según las
reglas de lo que cada uno debe ser. Eventualmente, la primera operación puede
resultar; la segunda es más difícil. En lugar de una personalidad humana auténtica,
portadora del sello de la faz misteriosa de su Creador, aparecerá entonces una
máscara, la del hombre convencional o la de la conciencia confeccionada en
serie como una estampilla.
Si es verdad que el principio interior, es decir, la naturaleza -y la gracia
también, pues el hombre no es un ser simplemente natural-, es lo que más
importa en la educación, de ello se deriva que todo arte consiste en instruir,
inspirar, disciplinar e iluminar de manera tal que en la intimidad de las
actividades del hombre el peso de las tendencias egoístas disminuya y, por el
contrario, se acreciente el de las aspiraciones propias de la personalidad y de su
generosidad espiritual.
Debo añadir que la expresión misma de “perfección personal” necesita ser
correctamente entendida. La perfección del hombre consiste en la perfección del
amor; de esta manera, no se trata tanto de la perfección de la persona como de
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la de su amor, en el que el “yo” de alguna manera desaparece. y avanzar en esta
perfección personal no es copiar un ideal. Equivale a dejarse conducir por otro,
hacia donde uno no pensaba ir, y dejar que el Amor divino, que llama a cada uno
por su nombre, le modele y le haga una persona, un original, no una copia.
2. LAS DISPOSICIONES FUNDAMENTALES
QUE SE DEBEN FAVORECER
Hemos insistido en el principio interior, presente en el ser que debe
ser formado como una verdadera persona humana, que se perfecciona a sí
misma por el conocimiento y por el amor, y capaz de darse a sí misma. Hemos
visto, también, que para llegar a la vida de la razón y de la libertad, este
ser necesita una disciplina y una enseñanza positiva, lo que requiere el buen
oficio del maestro. El segundo punto propuesto, que veremos a continuación,
corresponde a las disposiciones básicas de la naturaleza humana en aquel que
recibe la educación.
Si la naturaleza y el espíritu del niño son el agente principal en la educación,
es entonces evidente que las disposiciones fundamentales que se deben favorecer
en él constituyen la base misma de la educación. Aunque estas disposiciones
están arraigadas en la naturaleza, pueden ser falseadas y, por ello, necesitan ser
esmeradamente cultivadas. Sin pretender una enumeración completa, quisiera
señalar como disposiciones fundamentales las cinco siguientes.
Respecto de la verdad y la justicia
En primer lugar está el amor a la verdad, que es la tendencia primordial
de toda naturaleza intelectual. (Sin duda, a los niños les gusta mentir; pero con
frecuencia las mentiras de los niños no lo son en realidad, sino más bien son una
mitología espontánea de la imaginación. Por lo demás, no nos referimos ahora
al amor por decir la verdad, sino al amor por conocerla.) En segundo lugar,
el amor al bien y a la justicia, e incluso el amor a las proezas heroicas, lo que
también es natural a los niños.
El Dinamismo de la Educación
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Respecto a la existencia
La tercera disposición podría llamarse sencillez y apertura respecto a la
existencia. Aunque con frecuencia contrariada o frustrada por el egoísmo,
el orgullo o por experiencias desgraciadas, la sencillez es una disposición
natural, tan profundamente elemental que es difícil caracterizarla en términos
psicológicos. Pues nada hay más elemental y más fundamental que aquello a lo
que se refiere, es decir, la existencia. Podemos describir esta disposición como
la actitud de un ser que existe gustoso, que no tiene vergüenza de existir; que se
mantiene erguido en la existencia, y para quien el hecho de ser y de aceptar las
limitaciones naturales de la existencia son objeto de un asentimiento tan simple
como franco e ingenuo. Las plantas y los animales se comportan de esa manera,
pero sólo en el orden físico. En el hombre, ese comportamiento natural debe
pasar a la esfera de la vida psíquica y adquirir en ella consistencia moral o, más
bien, premoral. En ese sentido podemos interpretar el dicho de Emerson: “Sé
ante todo un buen animal”. [1]
Semejante disposición está aún muy lejos de las virtudes humanas
de la magnanimidad y de la humildad, pero constituye su tierra natural;
y es tan profunda y elementalmente vital que las heridas que suele
experimentar en muchos niños, con frecuencia tempranamente, de parte
de la vida familiar o de la vida social – lo que hoy se denomina un
complejo de inferioridad con sus múltiples “compensaciones” mórbidas
1 Sin embargo, es mostrando los rasgos del instinto radical de generosidad, de inteligencia espontánea y de alegría cordial, propias de la verdadera humanidad, como un niño debe “ser ante todo
un buen animal”. Entonces la sencillez y la apertura de la que hablo son el polo opuesto de esta
conciencia de sí mismo, imprudente e importuna, que no se desprende de la vergüenza y de la angustia sino para sustituirlas por la dureza y la insensibilidad y que no acepta la existencia sino que la
acapara ávida y egoístamente. Semejante conciencia de sí se vuelve fácilmente injusticia al servicio
del instinto de defensa y se forma sus propias verdades “subjetivas”, que convienen al yo mejor que
la verdad real. Cuando llegue la edad de la reflexión, la auténtica simplicidad respecto a la existencia
proporcionará normalmente la base de un despertar intelectual al problema de la existencia; pero la
conciencia de sí, arrogante, cerrará el espíritu a toda ansiedad metafísica y acabará por convertirse en
esa impermeabilidad metálica que caracteriza a tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Si la
segunda disposición se tomara por la primera y la suplantase, el resultado sería tal que hasta encontraríamos encanto en el pobre subnormal, en el neurótico, en el niño víctima de un ego dañado, que
al menos se viese obligado a preguntarse por qué vive, y de ese modo desarrollase en sí, aunque por
una vía anormal, suficiente inquietud espiritual como para preocuparse de los problemas y de las
dificultades de la filosofía y de la religión, del arte o del amor.
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– son particularmente graves y difíciles de curar. El “temor y temblor”
forman parte, sin duda alguna, de las grandes experiencias de la vida
humana, cuando ésta llega a la madurez y entra en las misteriosas avenidas
del espíritu, pero son malos comienzos en la educación. En el alba de
nuestra historia, la desgracia de la humanidad consistió en ser obligada a
comenzar su educación bajo su sombra.
Respecto al trabajo
La cuarta disposición fundamental concierne al sentido del trabajo
bien hecho, ya que después de la actitud respecto a la existencia, nada hay
más fundamental en la vida psíquica del hombre que la actitud ante el
trabajo. No entiendo por esta disposición el celo por el trabajo duro. Sé que
la pereza nos es tan natural como el orgullo. Por otra parte, muy a menudo
la pereza en los niños no es tal, sino sólo una absorción del espíritu en la
tarea del crecimiento vegetativo, o bien, dificultades psicofísicas que debe
vencer. Al hablar del sentido del trabajo me refiero a algo más profundo
y más humano: respeto a la obra que se va a realizar, un sentimiento de
lealtad y responsabilidad frente a ella. Un perezoso, un poeta, puede
dar prueba, cuando se pone a trabajar, del más apasionado apego a las
exigencias internas de su obra. Estoy convencido de que si esta disposición
fundamental -que es la primera inclinación natural a la disciplina de sí
mismo-, si esta probidad ante el trabajo es malbaratada, falla una base
esencial de la moralidad humana.
Respecto a los demás
La quinta disposición fundamental es el sentido de la cooperación, que es
tan natural en nosotros, y también tan contrariado, como la tendencia a la vida
social y política.
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3. LAS NORMAS FUNDAMENTALES DE LA EDUCACIÓN
Primera regla
La tercera sección de este capítulo está dedicada a las normas fundamentales
a las que el maestro, agente ministerial en la obra de la educación, debe prestar
atención. Se da por descontado que la primera regla consiste en alentar y
favorecer las disposiciones fundamentales que permiten al agente principal – al
niño – progresar en la vida del espíritu. Desde este punto de vista es claro que la
tarea del maestro es primordialmente una tarea de liberación. Liberar las buenas
energías es el mejor medio para reprimir las malas, aunque la represión misma
sea necesaria también, pero solamente como medio secundario, relacionada con
aquella parte de la educación humana que pertenece al adiestramiento animal,
tratado en el capítulo precedente. Y aun entonces la represión de las malas
tendencias sólo es útil siempre que esté ligada al trabajo esencial, que consiste
en iluminar y alentar. El estímulo es tan fundamentalmente necesario como
perniciosa es la humillación. Una simple prohibición de lo indebido es menos
eficaz que la luz mediante la cual ilumina el espíritu del niño acerca del bien
que se dañaría con esa mala acción. El verdadero arte consiste en hacer que el
niño se dé cuenta de sus propios recursos y capacidades para alcanzar la belleza
del obrar bien.
Segunda regla
La segunda regla fundamental consiste en centrar la atención en las
profundidades interiores de la personalidad y de su dinamismo espiritual
preconsciente; en otros términos, preocuparse ante todo del interior y de la
interiorización de la influencia educativa.
Tenemos buenas razones para creer que una de las debilidades
particulares de nuestros métodos pedagógicos procede de las concepciones
racionalistas desarrolladas desde hace dos siglos. Y, también, de la
psicología cartesiana de las ideas claras y distintas, que ha viciado los
métodos progresivos así como la pedagogía tradicional. Esta se ha tornado
más pobre e irreal a medida que se ha asociado a la mentalidad puramente
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empirista que prevalecía en la filosofía moderna. La presión ejercida sobre
la superficie del espíritu por fórmulas de conocimiento prefabricadas,
tal como han sido elaboradas por la vida intelectual socializada de los
adultos, y transformadas en algo más rudimentario y débil para uso de
los niños; y la presión ejercida sobre la superficie de la voluntad, sea por
una disciplina coercitiva, sea mediante estímulos extrínsecos provenientes
del interés personal, del amor propio y de la competencia, han dejado el
mundo interior del alma del niño o bren adormecido o bien extraviado
y rebelde.
Un escritor inglés, Gerald Heard [2], que ha sido, si no me equivoco,
el instructor espiritual de Aldous Huxley, ha expresado la siguiente opinión:
después del período que denomina “eotécnico” de la educación clásica, y del que
llama “paleotécnico” de la educación progresiva contemporánea, debe abrirse
ahora un período “neotécnico”, que ante todo se preocupará del poder y de la
actividad subconscientes del niño. Puede ser que esto sea así y puede también
significar un progreso real. Pero ello sería sólo a condición de que este nuevo
estadio vaya más allá de la filosofía de Gerald Heard, de su menosprecio de la
inteligencia y de su confianza supersticiosa en las técnicas.
Es muy importante señalar que la palabra subconsciente, o inconsciente,
cubre dos campos completamente diferentes, aunque mezclados el uno con el
otro. El primero es el que la escuela freudiana ha explorado con particular celo;
el campo de los instintos, de las imágenes latentes, de los impulsos afectivos y
de las tendencias de la vida sensitiva, que debiera llamarse el inconsciente de
lo irracional del hombre. El otro, descuidado por los freudianos, es el campo
de la vida de los poderes espirituales: la inteligencia y la voluntad tomadas en
sus raíces, el abismo sin fondo de la libertad personal y de la sed del espíritu
que lucha y se esfuerza por conocer y por ver, para entender y expresarse.
Y este campo es lo que llamaría el preconsciente del espíritu en el hombre.
Pues la razón no consiste solamente en sus instrumentos y sus manifestaciones
lógicas y conscientes; y tampoco la voluntad consiste sólo en sus decisiones
deliberadas y conscientes.
2 Gerald Heard, A Quaier Mutation, Pendle Hill Pamphlet, N° 7,1940.
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Por encima del mundo de los conceptos y de los juicios explícitos, de
las palabras, de las resoluciones expresadas y de los movimientos conscientes
de la voluntad, están las fuentes del conocimiento y de la poesía, del amor
y de los deseos verdaderamente humanos ocultos en la oscuridad espiritual
de la vitalidad íntima del alma. Antes de tomar forma y de expresarse en
conceptos y en juicios, el conocimiento intelectual es primeramente un
comienzo de percepción, aún no formulado, que procede del choque de
la actividad iluminadora del intelecto sobre el mundo de las imágenes y
de las emociones, y que no es sino un movimiento humilde y tembloroso,
aunque inestimable, hacia un contenido inteligible que hay que captar.
Señalaremos que, con relación a este dinamismo espiritual preconsciente
o supraconsciente de la personalidad humana, es de capital importancia
para el maestro mantener un contacto personal con el alumno. No se
trata únicamente de poseer una mejor técnica para hacer más atrayente y
estimulante el estudio; se trata, ante todo, de dar a esa misteriosa identidad
del alma del niño, que le resulta desconocida a él mismo y que ninguna
técnica puede penetrar, la seguridad reconfortante de ser, de alguna forma,
reconocida por una mirada atenta, humana y personal, inexpresable en
conceptos y en palabras.
El inconsciente irracional y el preconsciente del espíritu encierran ambos
un profundo dinamismo interno. Estas profundidades del ser humano están,
además, en conexión vital la una con la otra y se entremezclan de muchas
maneras. Sin embargo hay entre ellas una completa diferencia de naturaleza.
Cuando el hombre, en busca de su propio universo interior, toma el mal
camino, entra en el mundo interior del inconsciente irracional, creyendo
penetrar en el mundo interior del espíritu. De esa manera, se encuentra
errante en una falsa especie de interioridad de sí mismo donde el salvajismo
y el automatismo mimetizan la libertad. Tal ha sido la aventura -Io digo de
paso- de algunos pseudo-místicos o iluminados, y, más recientemente, de
los poetas surrealistas, varios de los cuales son verdaderos poetas extraviados
por su sistema. En realidad, nuestras aspiraciones auténticamente humanas
nos llaman a liberar y purificar el preconsciente espiritual del inconsciente
irracional, y a encontrar nuestras fuentes de vida, de libertad y de paz en este
preconsciente purificado del espíritu.
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La liberación del poder intuitivo
Evidentemente, la educación tiene gran tarea con el dinamismo inconsciente
irracional de la psique del niño. Sin embargo, la educación debe ante todo
atenerse al preconsciente del espíritu particularmente en la formación escolar y
universitaria.
Detesto la idea de un amaestramiento del subconsciente o del inconsciente
– del inconsciente de lo irracional – mediante no sé qué yoguismo o técnicas
de sugestión. Si la edad “neotécnica” de la educación debiera proceder de
esta forma y entregar el alma del niño a los experimentos de educadores
transformados en modeladores del subconsciente, nada bueno podría augurarse
para la liberación y para la razón. Pero si consideramos el otro “inconsciente”, el
preconsciente del espíritu, veremos que en nuestros métodos educativos podrían
producirse muchos cambios importantes y saludables. No se trata de técnicas
ni de un adiestramiento del inconsciente. Se trata de liberar las fuentes vitales
preconscientes de la actividad del espíritu.
Recurriendo a un lenguaje bergsoniano, diría que en la educación del
espíritu deberíamos desplazar el punto de aplicación de nuestros esfuerzos y
hacerlo pasar de lo que es presión (presión que de algún modo sigue siendo
necesaria, pero secundariamente) a lo que despierta y libera las aspiraciones de
nuestra naturaleza espiritual. De esta manera la imaginación creadora y la vida
misma de la inteligencia no serían sacrificadas a una memorización sofocante,
ni a reglas convencionales de habilidad en el uso de ideas y palabras, ni al
cultivo honesto y concienzudo, pero mecánico y sin esperanza, de los campos
de estudio super especializado.
Respecto al desarrollo de la inteligencia humana, ni las más valiosas
facilidades materiales, ni el más rico equipamiento en métodos, ni la
información ni la erudición constituyen lo más importante. Lo que de
verdad importa es el desarrollo de los recursos interiores y de la creatividad.
El culto de los medios técnicos considerados como capaces de perfeccionar
el entendimiento y producir la ciencia por su sola virtud, debe ceder el lugar
al respeto por el espíritu y por la naciente inteligencia del hombre. Así la
educación reclama, de parte del maestro, simpatía intelectual e intuición,
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preocupación constante por los problemas y dificultades con los cuales se
enfrenta la juventud sin saber expresarlos; prontitud para aprovechar las
ocasiones de emplear la lógica y el razonamiento que invitan a la acción a la
razón no ejercitada del alumno. No existen trucos pedagógicos ni recetas para
esto; basta la atención personal al desarrollo interior de la naturaleza racional
y, luego, un gran cuidado para confrontar la razón que nace a un sistema de
conocimiento coherente y bien fundado.
Lo más importante en la vida de la razón es la percepción intelectual
o intuición. Esto es algo que no se aprende y para ello no hay lecciones
ni manuales. Sin embargo, si el maestro mantiene su atención fija ante
todo en el centro interior de vitalidad para el trabajo en las profundidades
preconscientes de la vida de la inteligencia, puede centrar la adquisición
de los conocimientos y una sólida formación del espíritu, en la liberación
del poder intuitivo del niño y del adolescente. ¿De qué manera? Siguiendo,
para ir adelante, las sendas del interés espontáneo y de la curiosidad natural,
fundando el ejercicio de la memoria en la inteligencia y, ante todo, alentando,
escuchando mucho, velando para que la juventud confíe y dé expresión a
esos impulsos espontáneos, poéticos y noéticos, que proceden de su propio
fondo y que le parecen frágiles y extraños porque no están asegurados por
sanción social alguna. De hecho la más pequeña torpeza, el menor rechazo
despreciativo o consejo inoportuno de parte del maestro, pueden matar
irremediablemente aquellos tímidos gérmenes o relegarlos a lo recóndito del
inconsciente.
Quisiera sugerir, además, que si se quiere liberar la intuición intelectual
creativa y perceptiva, es preciso que la vía por la que naturalmente se despierta
-la vía de la percepción de los sentidos, de la experiencia sensible y de la
imaginación- sea respetada e inteligentemente mantenida abierta por parte del
maestro. Y lo que cuenta por sobre todo es que la liberación de que hablamos
depende esencialmente de la libre adhesión del espíritu a la realidad objetiva
que se ha de captar y de ver. ¡Cuidémonos de engañar o de reprimir la sed de ver
que habita en la inteligencia juvenil! La liberación del poder intuitivo se realiza
en el alma por medio del objeto percibido, de la captación inteligible hacia la
cual naturalmente tiende ese poder.
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El germen de la percepción intuitiva surge en el seno de una nube
intelectual preconsciente y nace de la experiencia, de la imaginación y de una
especie de sentimiento espiritual; pero, desde un comienzo, es una tendencia
hacia un objeto que se ha de aprehender. Y en la medida en que esta tendencia
es liberada y en que el intelecto se acostumbra a aprehender, a ver, a expresar
los objetos hacia los cuales tiende, en esa misma medida su poder intuitivo
es liberado y fortalecido. Antes de enseñar a un alumno las reglas del buen
estilo, digámosle que nunca escriba nada que no le parezca verdaderamente
bello, cualquiera pueda ser el resultado. Desde el primer acercamiento a
las matemáticas, a la física o a la filosofía, velemos para que el estudiante
perciba realmente cada etapa de la más sencilla demostración matemática, por
lento que esto sea; para que en el laboratorio comprenda realmente por qué
caminos lógicos emergen de la experiencia los enunciados del físico; que se
comprometa intensamente, con todo el ardor de su espíritu, en los grandes
problemas filosóficos y, después de ello, vea realmente su solución. Al pedirle
que lea un libro, incitémosle a emprender una auténtica aventura espiritual
y a encontrar, para enfrentarse con él, el mundo interior de un hombre, en
lugar de recorrer con prisa una colección de fragmentos de pensamiento y de
opiniones muertas, miradas desde fuera y con una triste indiferencia, según
la terrible costumbre de tantas desgraciadas víctimas de lo que se llama “estar
informado”. Posiblemente, con tales métodos perdería el programa algo de su
extensión, lo que no sería sino mejor. [3]
El espíritu que anima la enseñanza es de importancia decisiva. Si el
maestro mismo se preocupa de discernir y de ver, de tener la visión de lo que
las cosas son, más que de recoger hechos y opiniones, y si pone en acción el
conjunto de sus conocimientos de modo que éstos le muestren la realidad de
las cosas, entonces ayudará a que el poder intuitivo despierte y se fortalezca en
el espíritu del estudiante, sin que éste se dé cuenta, gracias a la intuición misma
que penetra semejante enseñanza.
3
Con tales métodos, en todo caso renunciaríamos a usar en los exámenes ese procedimiento
singular, tan frecuentemente empleado en América, que consiste en pedir al estudiante que haga un
rápido signo para indicar verdadero o falso ante cierto número de frases hechas, astutamente preparadas por el profesor, por medio de un método que parece diseñado ex profeso para matar todo
esfuerzo personal de pensamiento y de expresión.
El Dinamismo de la Educación
17
Tercera regla
La tercera regla fundamental puede expresarse como sigue: la totalidad
de la obra de la educación y de la enseñanza debe tender a uniformar, no a
dispersar; constantemente ha de esforzarse por asegurar y alimentar la unidad
interior del hombre.
Eso significa que desde el principio y, en cuanto sea posible, a lo largo de los
años de la juventud, manos y espíritu deben trabajar conjuntamente. Este punto
ha sido iluminado de manera particularmente viva por la pedagogía moderna
en lo que se refiere a la infancia. Pero también es válido para la adolescencia. La
importancia del trabajo manual, que acompaña a la educación del espíritu en la
escuela secundaria y pre-universitaria [4], es cada vez más reconocida. Ningún
lugar es más cercano al hombre que un taller; y su inteligencia no está sólo en su
cabeza, sino también en sus dedos. El trabajo manual no favorece únicamente
el equilibrio psicológico, sino también el ingenio y la precisión de espíritu y
es, además, la primera base de la actividad artística. Ocasionalmente – y la
situación de buen número de regiones subdesarrolladas y hasta de los países más
evolucionados que atraviesan ciertos períodos de crisis puede exigir este tipo
de trabajo – la juventud podría aportar su concurso a múltiples trabajos – la
cosecha, por ejemplo – requeridos por el interés común. Pero en general y desde
el punto de vista pedagógico, el trabajo artesanal, completado en nuestra era
mecánica, por la destreza para construir y maniobrar máquinas sencillas, debiera
constituir el entrenamiento manual al cual me refiero. Añadiré que hacer hincapié
acerca de la importancia del trabajo manual en la educación, corresponde a una
característica general del mundo de mañana, en el que la dignidad del trabajo
indudablemente será más reconocida y en el que posiblemente se acabará con la
división entre el homo faber y el homo sapiens.
Una segunda consecuencia de la regla que analizamos es que la educación
y la enseñanza deben comenzar por la experiencia, pero con el objeto de
perfeccionarse por la razón. Esto es tan obvio que no tiene necesidad de
aclaración, salvo tal vez para insistir en la segunda parte de este enunciado,
en una época en que la filosofía más sórdidamente empirista aprovecha con
4 Ambos períodos son distintos en los Estados Unidos, donde la high school es seguida de cuatro
años de college.
18
Jacques Maritain
frecuencia la experiencia en su favor, a la vez que desconoce generalmente
las funciones superiores de la razón y las percepciones del pensamiento
abstracto. Ciertamente, la experiencia de los sentidos es la fuente misma
de todo nuestro conocimiento y la educación debe seguir el ritmo de la
naturaleza. Los métodos modernos lo han entendido perfectamente sobre
todo en lo concerniente a la infancia. La gran tarea, sin embargo, consiste en
deducir de la experiencia las conexiones racionales y necesarias, de las cuales
ésta está llena, conexiones que se tornan visibles únicamente mediante la
abstracción y los conceptos universales, a la luz de los primeros principios
intuitivos de la razón. Ciencia y conocimiento surgen, de ese modo, de la
experiencia. Ni los empiristas, que desprecian la razón abstracta, la lógica
y las intuiciones conceptuales de la inteligencia, ni los racionalistas, que
desprecian la experiencia, son espíritus cabales y equilibrados. La educación
debe inspirar, simultáneamente, un deseo ardiente de la experiencia y de
la razón. Debe enseñar a la razón a fundamentarse en los hechos y en la
experiencia, y a la experiencia a realizarse en conocimiento racional, fundado
en principios, buscando las razones de ser, las causas y los fines, y captando
la realidad en términos de por qué y de cómo.
Unidad espiritual y sabiduría
De lo tratado resulta que esta regla significa que la educación y la enseñanza
nunca deben perder de vista ni la unidad orgánica de su tarea ni la necesidad
radical del espíritu de liberarse en la unidad. Si un hombre no se sobrepone a la
multiplicidad interna de las fuerzas que lo arrastran, y en particular de las diferentes
corrientes de conocimiento, de creencias y de las diversas energías vitales que
animan su espíritu, será más un esclavo que un hombre libre. Lágrimas, sudor
y sangre se necesitan en esta tarea supremamente difícil que es la unificación de
nuestro mundo interior. La escuela debiera ayudarnos en este esfuerzo en lugar
de contrariarlo y de tornarlo imposible. La dispersión y la atomización de la vida
humana son, en nuestros días, la gran angustia del mundo de los adultos. En
lugar de abrirse cada vez más a esta devastadora dispersión, la escuela debiera,
al menos, prepararnos para superarla y convertir en privilegio suyo el ofrecer a
nuestra juventud un mundo más afortunado, un mundo adaptado a nuestras
exigencias espirituales y centrado en la unidad.
El Dinamismo de la Educación
19
La extraordinaria multiplicidad de los campos del conocimiento, debida a
los progresos mismos de la ciencia moderna, hace indudablemente más difícil
que nunca este trabajo de unificación. Pero una gran sinfonía puede y debe
tener su unidad interna, tanto como una pieza de música de cámara. Lo que se
pide no es nada menos que inspiración y visión.
Para establecer un orden orgánico y arquitectónico de la enseñanza, se
requiere como condición básica una sana filosofía del conocimiento y de los
grados del saber; pero la fuerza que inspira y mueve es la mirada que abarca
todo el dinamismo práctico de la enseñanza. Y, ¿hacia dónde puede ser dirigida
esta mirada, sino hacia el objetivo mismo de ese dinamismo? ¿Y cuál es ese
objetivo sino la sabiduría?
Llamamos sabiduría a ese conocimiento que penetra y abraza las cosas
mediante las miradas inteligibles más profundas, universales y unificadas.
Semejante conocimiento no se nutre solamente de saber superior, sino también
de experiencia humana y espiritual. Está por encima de cualquier campo de
especialización, pues tiene que ver con realidades que penetran todo lo que
es, con aspiraciones que nacen de la naturaleza, misma y con la libertad del
hombre. Es, por su naturaleza, el más alto valor para el espíritu humano.
La educación y la enseñanza no pueden hacer efectiva su unidad interna a
no ser que su obra entera, con toda su multiplicidad de partes, sea organizada
y vivificada por una visión de la sabiduría como fin supremo; tampoco si no se
proponen hacer al niño progresivamente capaz de participar, en algún grado, de
los frutos intelectuales y morales de la sabiduría.
No pretendo que la educación, elemental y superior, deba proponerse como
meta hacer del niño y del joven un sabio; a lo que sí debe aspirar es a equipar su espíritu
con un conocimiento vivo y ordenado que le permita encaminarse hacia la sabiduría
cuando alcance la edad adulta. Su objetivo específico consiste en proporcionarles
los fundamentos de una real sabiduría y una comprensión universal y articulada de
las realizaciones humanas en la ciencia y en la cultura, y estos fundamentos deben
dárseles antes de que ingresen a las tareas particulares y limitadas que corresponden
a la vida adulta en la sociedad civil, e incluso mientras se preparan para esas tareas
por medio de una formación especializada, científica, técnica o profesional.
20
Jacques Maritain
Tal comprensión universal y articulada de las realizaciones humanas
en la ciencia y en la cultura, semejante “música” del espíritu, como
decía Platón, se presenta en los diversos niveles de la educación bajo
modalidades profundamente diferentes. En cada una de las grandes
divisiones educacionales -que corresponden a los principales períodos
de la vida del alumno, desde los años de la infancia hasta el tiempo de
la universidad y los estudios superiores-, nos encontramos frente a un
mundo mental de universalidad comprehensiva que tiene una similitud
sólo proporcional o analógica con los mundos mentales de los demás
niveles. La universalidad adaptada a los jóvenes lectores de los cuentos de
hadas y de Alicia en el país de las maravillas, es de naturaleza totalmente
diferente a la que conviene al estudiante que lee a Kant o a Spinoza.
Sin embargo, aunque cada fase educacional tiene una universalidad
comprehensiva que le es propia y que se aproxima paulatinamente a la de
la madurez, en cada una de sus fases debiera la educación ser guiada por
la visión del mundo mental apropiado de universalidad o “sinfónica”. y
esta visión debiera ser comunicada de alguna manera a quienes reciben
la enseñanza, de modo que les haga comprender el interés vital de su
esfuerzo y les comunique inspiración y energía. Esto, que en Estados
Unidos se llama “cursos de orientación”, representa una interesante
iniciativa en este sentido aunque hasta ahora esos cursos me parecen más
bien un paliativo o ensayos de compensación, y no la garantía de una
reforma general del sistema pedagógico.
Cuarta regla
Hay, finalmente, una cuarta regla fundamental, que exige que la enseñanza
libere la inteligencia en lugar de sobrecargarla; en otros términos, que la
enseñanza desemboque en -la liberación del espíritu por el señorío de la razón
sobre las cosas aprendidas.
El padre de Pascal, quien fue el instructor de su hijo, gustaba invocar
una máxima que me parece muy significativa a este propósito. Gilberte Pascal,
hermana de BIas, escribe: “Su principal máxima en esta educación era que
había que mantener siempre a este niño por encima de su obra”, es decir,
amo de su obra. “Y esa fue la razón – prosigue ella – por la cual no quiso
El Dinamismo de la Educación
21
enseñarle el latín hasta que no tuviera doce años, a fin de que lo aprendiese
con mayor facilidad”. Esa era una gran innovación de la pedagogía francesa
de aquel tiempo. Igualmente impidió a su hijo, durante el tiempo que le fue
posible, aprender las matemáticas. Le escondía los libros sobre la materia y
evitaba discutir cuestiones relacionadas con ella en presencia del niño, porque
“sabía que la matemática es algo que llena y satisface mucho al espíritu” y
que adquiere fácilmente un dominio demasiado fuerte sobre él. Desconfiaba
del platonismo. Las matemáticas se tornarían un gracioso desquite con este
prudente educador.
Podrían recordarse otras grandes máximas sobre este mismo terna. Para
sus estudios personales, Santo Tomás se atenía a la regla “de no dejar tras sí una
dificultad no resuelta”. “Aseguraos siempre – decía a los estudiantes – de que
comprendéis realmente lo que leéis o lo que oís y evitad el discurrir sobre cualquier
asunto”. Asimismo advertía a los maestros – este consejo ya era necesario para
los educadores de su tiempo –: “no cavar (delante de los estudiantes) un foso
que luego dejaréis de colmar”. Sabía que suscitar dudas ingeniosas, preferir
buscar a encontrar y plantear problemas sin nunca resolverlos, son los grandes
enemigos de la educación.
En síntesis, lo que se enseña nunca debería ser recibido pasiva o
mecánicamente, corno información muerta que entorpece y embota el espíritu.
Por el contrario, debe transformarse, por una comprensión activa, en vida y
fortaleza del espíritu. Al igual que la madera, que arrojada al fuego y transformada
en llama, lo hace más fuerte. Pero una gran cantidad de leña que se moja y se
arroja al fuego no sirve sino para extinguirlo.
La razón que recibe el conocimiento de manera servil no conoce
realmente. Al contrario, resulta aplastada por ese conocimiento que no le
pertenece, sino que es de otros. En cambio, la razón que recibe el conocimiento
asimilándolo vitalmente, es decir, de una manera libre y liberadora, conoce
realmente y es realzada en su propia actividad por este conocimiento que, en
adelante, es suyo propio. Entonces es cuando la razón se enseñorea en verdad
de lo aprendido.
22
Jacques Maritain
Conocimiento y ejercicio
Analizaremos la noción de ejercicio o entrenamiento mental (mental
training), sobre la que los adversarios de las artes liberales insistían ya en tiempos
de John Locke. [5] Desde entonces la oposición entre “valor de conocimiento” y
“valor de ejercicio” (training value) frecuentemente ha estado en el panel: ¿Qué
significa la liberación del espíritu? ¿Significa que lo esencialmente importante
no es la posesión del conocimiento sino únicamente el desarrollo de la energía,
de la habilidad y de la exactitud de las facultades mentales del hombre, sea
cual sea la materia que aprenda? Esta pregunta tiene un alcance que nunca se
valorará lo suficiente, y la respuesta equivocada probablemente ha jugado un
papel considerable en el debilitamiento de la educación contemporánea.
Corno se ha observado, y de acuerdo con los datos de la psicología moderna,
es muy discutible que el hecho de ejercitar una facultad en un campo particular
de acción, mejore esta facultad respecto a cualquier otro campo al que pueda ser
aplicada. Herbert Spencer observaba, hace mucho tiempo, que si procurarnos a
nuestros alumnos el conocimiento de “la más digna especie” – como él decía –,
no es creíble que la búsqueda de esta mejor especie de conocimiento no logre a la
vez la mejor disciplina mental. Desde otro punto de vista, diferente al de Spencer,
considero que su observación es una observación de oro. El conocimiento “de la
más digna especie” – no quiero decir el que tiene mayor valor práctico, sino el
que hace que el espíritu penetre en las cosas más ricas en verdad e inteligibilidad –
es de tal naturaleza que procura por sí mismo el mejor ejercicio o entrenamiento
mental. En efecto, es captando el objeto y haciéndose captar y vivificar a sí
mismo por la verdad como el espíritu gana a la vez su fuerza y su libertad. Es
por la verdad y no por la gimnasia de sus facultades que el espíritu es liberado;
esto, cuando la verdad es realmente conocida, es decir, vitalmente asimilada por
la actividad insaciable enraizada en las profundidades del yo.
La oposición entre valor de conocimiento y valor de ejercicio, proviene
de una ignorancia de lo que es el conocimiento, y del supuesto de que éste es la
acumulación de materiales en un saco y no la acción más vital por medio de la
cual las cosas son espiritualizadas y llegan a formar un todo con el espíritu.
5 Cardenal John Henry Newman, On the Scope and Nature of University Education, Discours
VI, pp. 151-153 (Everyman’s Library).
El Dinamismo de la Educación
23
Si en el conocimiento que es “de la más digna especie” se prefiriese el
ejercicio, la flexibilidad mental o el puro examen dialéctico de cómo han sido
hechas las grandes obras o cómo proceden los grandes pensamientos; si se
prefiriese tal entrenamiento a la belleza en que deleitarse [6] o a la verdad por
aprehender y a la cual adherir, se iría a contrapelo de la tendencia natural y vital
del espíritu y se caería en el diletantismo – y un diletante es ciertamente un
espíritu débil más que un espíritu bien ejercitado.
Hay personas que piensan que poseer un espíritu rápido, hábil, dispuesto
a ver de inmediato el pro o el contra, ávido por discutir, y discutir acerca de
cualquier asunto, es una cosa admirable; creen que la educación universitaria
debe proponerse que semejante espíritu haga carrera, sin parar mientes en
aquello de lo cual el pensamiento se ocupa, ni en aquello de lo que se discute,
ni en la importancia o futilidad de la materia en cuestión. Tales personas
no se percatan de que si tuvieran éxito en hacer que prevalezca semejante
concepción, lo mejor que obtendrían sería transformar las universidades en
escuela de sofística. De hecho, ni siquiera producirían sofistas, los cuales
tienen cierta fuerza, sino más bien espíritus charlatanes e inermes, que creen
6
Deliberadamente subrayo este elemento de delectación en la captación de la belleza, pues
se refiere a la esencia misma de la belleza. A menos que encontremos delectación en una obra de arte
o nos emocione, en vano la discutiremos o analizaremos en profundidad; nunca la comprenderemos. ¿Estoy, tal vez, predicando aquí aquella “comunicación del éxtasis” de la que Robert Hutchine
se mofa y que describe como el “escalofrío” que una obra de arte “hace descender a nuestra médula
espinal”? Education for Freedom, p. 55. Quiera Dios que quien enseñe las bellas artes pueda “comunicar el éxtasis” a sus alumnos. En realidad, sin embargo, no sólo son los sentidos, sino también, y
ante todo, la intuición de la inteligencia y del espíritu lo que la delectación transmitida por la belleza
pone en conmoción. Ni el sistema “histórico”, que no conoce sino aproximaciones y nos libra de
la consideración de las obras mismas, ni ninguna “comunicación de éxtasis” irracional y puramente
sensual, son métodos apropiados. El buen método requiere primeramente la delectación intuitiva, a
la vez emotiva e intelectual, en la belleza de la obra; en segundo lugar, la búsqueda racional de las causas de esta delectación y de las regulaciones inteligibles que interior y vitalmente han dado a la obra
su ley y su estructura. Es necesario hacer ver con claridad al alumno la lógica interna de una sonata
de Mozart, leída y discutida según la partitura. Pero primero es necesario que el alumno haya oído la
sonata, haya gozado de ella, y la haya amado con sus oídos y su corazón. Los sentidos del hombre no
son ese elemento impuro que aborrecía el puritanismo de Kant. No son indignos de la razón; sirven
naturalmente a la razón y le proporcionan su alimento “El sentido, dice Santo Tomás, encuentra su
deleite en las cosas justamente proporcionadas, como en las cosas que se le pilrecen, pues el sentido
mismo es una especie de razón (o de proporción vital) como toda potencia cognoscitiva”. Suma
Theol., I, 5, 4, ad. 1.
24
Jacques Maritain
estar bien informados, pero viven de palabras y de opiniones. Tales hombres
tienen miedo de enfrentarse a la realidad, sobre todo cuando la realidad es
intelectualmente difícil y rigurosa, profunda o dura, y sustituyen el esfuerzo
personal para captar las cosas tal como son, por una incesante comparación
de opiniones.
Los jóvenes, cuya educación general está concebida según este tipo, pueden
proporcionar excelentes especialistas en el campo de la técnica o de las ciencias
de la materia, precisamente porque en este campo semejante tipo de educación
no puede ser aplicada. Por lo demás, en todo lo referente a la inteligencia del
ser, del hombre y de la cultura, y a los problemas humanos más elevados y
urgentes, no sólo manifiestan una impotente timidez nominalista, sino que se
hallan del todo perdidos en medio de los objetos de conocimiento y de discusión
cuyo valor interno e importancia respectiva no pueden ni desean discernir ni
reconocer. Pues si comenzamos por negar que un sujeto cualquiera sea en sí
mismo, y según la verdad de las cosas, más importante que otro, entonces
realmente negamos que cualquier sujeto tenga en sí mismo una importancia
cualquiera y todo se esfuma en la futilidad.
Supongo que la influencia general de la filosofía instrumentalista
contemporánea tiene su parte de responsabilidad en la concepción pedagógica
que critico, aun cuando se deba buscar su causa principal más bien en el
pretendido realismo del hombre “práctico” que desprecia las ideas y pregunta
lo que es la verdad con una indiferencia protectora, ignorando que desprecia la
fuente misma de la acción, de la eficiencia y de la experiencia humanas.
En un discurso pronunciado en 1940 en la Universidad de Yale, el
Presidente de la Universidad de Chicago, M. Robert Hutchins, quien
intencionadamente daba a su voz un tono exento de benevolencia [7] para
mejor convencer a sus amigos, afirmaba que” el joven americano de hoy no
comprende más que accidentalmente la tradición intelectual a la que pertenece
y en la cual debe vivir, pues los fragmentos sueltos y dispersos de esta tradición
se hallan esparcidos por las cuatro esquinas del campus de su colegio. Nuestros
graduados universitarios tienen mucha mayor información y mucha menor
7
Unfriendly. Alusión a la obra de M. Robert Hutchins, No Friendly Voíce (1936).
El Dinamismo de la Educación
25
comprensión que en la época colonial”. [8]
No me reconozco título alguno para expresar una opinión acerca de la
exactitud del juicio de M. Hutchins. Pero estoy seguro de que tiene razón cuando
añade: “El error crucial consiste en sostener que ninguna cosa es más importante
que otra y que en el campo de la inteligencia no puede haber ni orden ni orden
de bienes, que en ese campo nada es central ni periférico, nada primordial
ni secundario, nada fundamental ni superficial”. Nos hallamos aquí ante una
consecuencia del hecho de que a menudo la educación contemporánea ha
estimado conveniente sustituir el valor de ejercicio por el valor de conocimiento.
En otros términos, que la gimnasia mental sustituye a la verdad y la ambición
de estar en buena forma, a la sabiduría.
La estructura interna del programa de estudios
La oposición entre valor de conocimiento y valor de ejercicio puede ser
entendida de otra manera y ayudarnos a establecer útiles distinciones en el
campo de la enseñanza y de los ejercicios escolares. Hay materias escolares –
aquellas cuyo conocimiento es “de la más digna especie” – en las que el valor
principal es el del conocimiento. Y hay materias – aquellas cuyo conocimiento
es “de la especie menos digna” – en las que el valor principal (no digo el único)
es el del ejercicio. Pondré estas segundas materias en la categoría del juego –
ampliando, naturalmente, el sentido de esta palabra – y las primeras, en la
categoría del estudio. El juego tiene un papel esencial, si bien secundario, en
la vida de la escuela; posee un valor y una dignidad propios; es una actividad
de libre expansión y un reflejo de poesía en el campo de las energías que
por naturaleza tienden a la utilidad. En la categoría del juego, ampliamente
entendido, me gustaría ver mucho de lo que se enseña en las escuelas primarias y
secundarias. Es decir, no sólo los juegos mismos, los deportes y la cultura física,
sino ante todo el trabajo manual y artesanal, la destreza en las cosas mecánicas,
y, además, todo lo que la escuela y la pedagogía moderna pueden imaginar
para ejercitar a la juventud: jardinería, apicultura, métodos para coleccionar
plantas y mariposas, cocina, fabricación de conservas, economía doméstica,
8 “The Higher Leaming in America: 1940”. Discurso a Phi Beta Kappa, pronunciado en la Universidad de Yale. Una parte de ese discurso forma el segundo capítulo de Education for Freedom.
Mis citas se refieren a las páginas 25 y 26 del volumen.
26
Jacques Maritain
etc.; y también podría agregarse aquello que se conoce como cultura artística en
cuanto las “artes” en cuestión son lo que en francés se denomina arts d’agrément
y en inglés accomplishments. Todas estas cosas reciben cierta dignidad si se las
trata como una actividad de juego, sin demasiada formalidad, sino más bien
con una especie de buen humor, sano y poético.
Si se las trata, por el contrario, como una actividad de estudio y se las sitúa
en el mismo nivel que la enseñanza propiamente dicha, pierden su significado
educativo y transforman la escuela en algo absurdo.
Sobre la categoría del juego está la del estudio, reservada a las materias cuyo
valor principal es el del conocimiento. A este respecto, estimo ventajoso trazar
una línea de demarcación. En una primera división estarían las materias cuyo
conocimiento se relaciona con los instrumentos intelectuales y con la disciplina
lógica que se requieren como medios para las obras de la razón; pondríamos,
asimismo, el tesoro de información experimental reunido en la memoria. En
una segunda división colocaríamos las materias cuyo conocimiento se refiere
directamente a la intuición perceptiva o creativa del intelecto y a esa sed de ver
de la que ya hemos hablado.
Así, en la primera división situaría la gramática --con miras a la gramática
comparada y la filología-, la lógica y las lenguas; por otro lado, la historia,
tanto la nacional como la del hombre y de la civilización -especialmente la de
las ciencias-, y las materias conexas a la historia, como la geografía. Todo esto
podría llamarse el campo de las artes pre-liberales.
En la segunda división encontraríamos el campo de las artes liberales, en el
que refundiríamos la antigua lista septenaria de la Edad Media, de acuerdo con
una perspectiva estrictamente educativa y conforme a los progresos modernos
del conocimiento. Nuestro trivium correspondería a la actividad creadora del
espíritu y al desarrollo del gusto por la belleza. Para comenzar, comprendería
esa Elocuencia representada por Calíope, la primera musa y la madre de Orfeo;
es decir, el arte de la expresión del pensamiento o de la expresión creadora,
que da al espíritu el poder de liberar y manifestar su propia visión y le hace
realmente amo y señor de sus medios de expresión. La expresión es un arte
cuyo descuido resulta extraordinariamente perjudicial para los jóvenes de hoy,
El Dinamismo de la Educación
27
quienes a menudo han perdido el sentido del valor y exactitud de las palabras, y
son incapaces de preparar, cuando ingresan a la vida práctica, un informe claro
y articulado en materia comercial o industrial. Después de eso, tendríamos en
nuestro Trivium, como segunda, las artes liberales la Literatura y la Poesía y,
como tercera, la Música y las Bellas Artes.
Nuestro quadrivium concerniría a la actividad cognoscente y racional, la
actividad de intuición y de juicio. Dicho de otro modo, a la verdad que está por
percibirse ya la que se asentirá “por la fe de la evidencia”. Comprendería primero
las Matemáticas; en segundo lugar, las Ciencias físicas y naturales; en tercer lugar,
la Filosofía – por la que entiendo no solamente la psicología, sino también la
filosofía de la naturaleza, la metafísica y la teoría del conocimiento – y, en cuarto
lugar, la Moral y la Filosofía social y política con las materias conexas.
Hemos dado una mirada general a la estructura interna y a la organización
del programa de estudios. La intención era hacer más sensibles los principios
enunciados en este capítulo. En él hemos distinguido dos factores dinámicos de
la educación: la actividad natural del espíritu del alumno y el arte ministerial
del profesor; cinco disposiciones fundamentales en el alumno y cuatro reglas
fundamentales para el profesor.
Estas reglas se relacionan: la primera, con las disposiciones naturales que
hay que fomentar; la segunda, con el preconsciente del espíritu que hay que
tener en vista y con el poder de intuición que hay que liberar; la tercera, con
la unidad vital que se debe mantener y con la visión de la sabiduría por la cual
guiarse a lo largo del proceso de enseñanza; y la cuarta, con la liberación del
espíritu mediante el señorío de la razón sobre las cosas aprendidas y con la
primacía del conocimiento real sobre el puro ejercicio de las facultades.
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