18-2001 Inconstitucionalidad Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. San Salvador, a las ocho horas del día cinco de septiembre de dos mil uno. Vista y analizada la demanda de inconstitucionalidad presentada por los ciudadanos Carlos César Escoto Flores, Diana Maribel Gómez de Murcia, María del Carmen Alvarado Alvarado y otros, mediante la que solicitan se declare la inconstitucionalidad por su forma y contenido del Decreto Legislativo No. 379, del cinco de abril del corriente año, publicado en el Diario Oficial del dieciséis de mayo de este mismo año, que contiene el Régimen Especial de Carácter Transitorio para la Remoción de Funcionarios y Empleados de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (RECT-PDH), esta Sala estima necesario realizar las siguientes consideraciones: I. En principio, y para efectos de determinar la procedencia de la demanda planteada, es necesario establecer cuáles son los fundamentos de la pretensión de inconstitucionalidad de los actores. A. En primer lugar, es necesario determinar los argumentos de inconstitucionalidad formal alegados por la parte actora. En tal sentido, la petición de la declaratoria de inconstitucionalidad por forma expresada por los demandantes, tiene dos fundamentos esenciales, siendo ellos: (a) que el Decreto Legislativo No. 379 violaría el principio de publicidad que la jurisprudencia constitucional ha derivado de una interpretación integradora de los artículos 125 y 135 de la Constitución de la República, por cuanto, supuestamente no habría existido discusión alguna sobre el fondo de la propuesta de aprobación del Decreto antes mencionado, porque éste fue presentado –a juicio de los demandantes– de manera furtiva, y se habría aprobado con dispensa de trámite, lo que, a su vez, supuestamente imposibilitó la alternativa de la discusión pública, violándose de esa manera el principio subyacente en las normas constitucionales citadas; y (b) que en la aprobación del Decreto Legislativo No. 379 se habría abusado de la dispensa de trámite regulada en el artículo 36 del Reglamento Interior de la Asamblea Legislativa (RIAL), fundamentando su proposición de un parámetro de control perteneciente al mencionado Reglamento en que, por un lado, las potestades que el mismo le establece a la Asamblea Legislativa en lo referido al proceso de formación de leyes, subyacen en la regulación constitucional implícitamente, siendo por ello –a su juicio– "derecho constitucional puro"; y, por otro, en que la no adopción del RIAL como parámetro de control de constitucionalidad implicaría la posibilidad de dejar zonas exentas de control que podrían conducir a la arbitrariedad y, dado que le corresponde a la Sala de lo Constitucional ser garante del Estado Constitucional de Derecho –que a su vez implica la interdicción de la arbitrariedad– debe corresponder a este Tribunal conocer y pronunciarse sobre la legitimidad constitucional de las situaciones ausentes de control jurisdiccional, como ocurriría con la dispensa de trámite. B. La inconstitucionalidad material alegada por la parte actora tiene un cuádruple fundamento, siendo ello así pues, en primer lugar, señalan que el artículo 1 del RECT-PDH viola el principio de legalidad y el principio de irretroactividad de las leyes, consagrados, respectivamente, en los artículos 15 y 21 de la Constitución de la República, así como el 9 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (CADH); en segundo, aseguran los demandantes que el artículo 3 del RECT-PDH resulta violatorio a los artículos 11 de la Constitución y 8 de la CADH; luego, exponen que a su juicio el artículo 5 del RECT-PDH resulta violatorio a los artículos 15 y 172 de la Constitución, así como al 8.2 de la CADH; y, por último, según manifiestan los demandantes, los artículos 1 y 7 inciso último del RECT-PDH transgredería el principio de estabilidad laboral consagrado en el artículo 219 de la Constitución. II. Expuestos los principales argumentos de los demandantes, se advierte que los mismos han propuesto como parámetros de control, para enjuiciar la validez del Decreto impugnado, normativa ajena a la constitucional, pues, por un lado, para someter aquél a control de constitucionalidad formal, señalan como violadas normas pertenecientes al RIAL –cuya justificación ha sido argumentada a su vez por los actores- y por otro, cuando señalan los parámetros de control del contenido de ciertas disposiciones pertenecientes al mismo, establecen, aparte de determinadas normas constitucionales, algunos artículos de la CADH. Ante lo expuesto por los actores, es necesario analizar si existe la posibilidad que esta Sala adopte como parámetro de control de sus decisiones, normativa distinta a la establecida en la Constitución de la República, y si la no adopción de la misma implicaría la posibilidad de dejar zonas ilegítimas exentas de control de constitucionalidad. A. Para efectos de determinar lo antes dicho, este Tribunal considera pertinente realizar algunas reflexiones en torno a los principales caracteres de las normas constitucionales, con el objeto de diferenciarlas del restante cúmulo de fuentes existentes en nuestro ordenamiento jurídico. 1. En primer lugar, es necesario referirse a la supremacía, como característica particular de las normas constitucionales, diciendo que ella tiene fundamento en el concepto mismo de Constitución, entendida ésta como la expresión jurídica del consenso de valores que interesan a una comunidad estatal para lograr una convivencia justa, segura y democrática, que encuentra arraigo, precisamente, en el mínimo de los aspectos fundamentales que aquélla –la comunidad- ha encontrado acuerdo social. Ahora bien, la supremacía de las normas constitucionales puede abordarse desde una doble perspectiva: (a) la formal, afincada en el entendimiento que el ordenamiento jurídico es un sistema, cuyas disposiciones se encuentran estructuradas sobre la base de relaciones de jerarquía y fuerza jurídica; y (b) la material, que encuentra asidero en que, por ser la Constitución expresión del consenso de valores de la comunidad estatal, las restantes normas del ordenamiento jurídico deben ajustarse a los patrones establecidos por el constituyente en el cuerpo normativo fundamental y fundamentador. (a) Desde las perspectivas dichas, y profundizando respecto de la primera de ellas, puede advertirse la supremacía formal de la Constitución, desde el punto de vista jerárquico, en el hecho que es ella la que atribuye a determinados sujetos la competencia de producción normativa, establece los procedimientos básicos para el ejercicio de tales competencias y determina las principales materias en que pueden ejercerse. Además, es necesario señalar al respecto, que son las normas constitucionales las dotadas de mayor fuerza jurídica, tanto activa como pasiva, debiendo entenderse la primera como la capacidad de intervenir en el ordenamiento jurídico creando Derecho o modificando el existente, y la segunda, como la resistencia frente a las modificaciones originadas en disposiciones de inferior rango; es decir, son las normas contenidas en la Constitución las que inciden en mayor medida sobre el ordenamiento jurídico, dando lugar a derogaciones tácitas o expresas, a la posibilidad de inaplicación de aquellas inferiores que las contraríen y a la expulsión de las que, previamente sometidas a control concentrado de constitucionalidad, hayan resultado disconformes –fuerza activa-; y además, son esas mismas normas contenidas en la Constitución las que no pueden verse modificadas o derogadas en manera alguna por la creación o variación del resto del ordenamiento jurídico –fuerza pasiva-, que por lo mismo resulta inferior a ella. (b) La supremacía material de la Constitución tiene asidero en el hecho que la misma es la expresión de los cánones ético-jurídicos sobre los cuales la comunidad ha logrado encontrar un cierto grado de consenso tal, que los ha plasmado en el cuerpo normativo rector de la organización y funcionamiento del Estado, de tal manera que, conlleva la mayor legitimidad, entendida ésta como la mayor o menor escala de aceptación que una norma pude tener entre los sujetos a quienes está destinada, dentro del ordenamiento jurídico, y, por ende, la mayor carga de penetración en el aspecto psicológico de aquellos a quienes les corresponde cumplirla, por un lado, y hacerla cumplir, por otro, lo que obviamente incide en el grado de eficacia que tiene en la realidad normada. Por lo antes dicho, y dado que precisamente la Constitución representa el momento originario del Estado, valga decir, el punto a partir del cual se establece la orientación que han de seguir los sujetos encargados de ejercer el poder por ella conferido, cualquier expresión de los poderes constituidos que contraríe el contenido que mediante la misma se ha establecido, es susceptible de invalidación, independientemente de su naturaleza concreta o abstracta, pues se estaría dictando en contra de los parámetros básicos establecidos por la comunidad para alcanzar el ideal de convivencia trazado en la norma fundamental. 2. Otra de las características de las disposiciones constitucionales se ha denominado por un amplio sector de la doctrina bajo el epítome de rigidez acentuada, y consiste básicamente en que tales normas gozan de procedimientos especiales para su modificación, normalmente dirigidos a proteger la regulación establecida en la misma, dificultando la posibilidad de ser reformadas, según lo prescrito en el artículo 248 de la Constitución. Ello obedece a la pretensión de permanencia indefinida en el tiempo y a la máxima importancia para la vida de la comunidad del contenido que ella regula, ya que tal característica de las normas constitucionales pretende impedir que la coyuntural superioridad de una determinada tendencia ideológica en la Asamblea Legislativa, las dote de manifestaciones que no engloben las expresiones de valores hechas propias por otras corrientes del pensamiento distintas, pero temporal y espacialmente concurrentes. 3. Una característica también presente en las normas constitucionales es la de la protección reforzada, que se circunscribe a la existencia de una estructura institucional encargada de darle pleno cumplimiento a la Constitución. En tal sentido, ella misma establece que su observancia es vinculante tanto para los funcionarios judiciales como administrativos y legislativos, estableciendo la posibilidad que sean ellos quienes controlen la aplicación de la Constitución en sus respectivas actuaciones, a través de las normas establecidas en sus artículos 185 y 235; y a la vez, crea una instancia superior para el control institucionalizado de su aplicación, es decir, la Sala de lo Constitucional, a quien corresponde el control especializado de los actos provenientes de los órganos encargados de su aplicación. Con base en lo antes expuesto, puede decirse válidamente que la Constitución se encuentra omnipresente en todos los campos de aplicación del Derecho, pues, con independencia de que el ámbito concreto de conocimiento del juez o funcionario sea el penal o el administrativo –por ejemplos- la autoridad debe constatar que su actuación se apega a los parámetros que el máximo cuerpo normativo establece, a efectos de darle vivencia a los mismos y evitar una potencial invalidación de lo actuado. Precisamente, y además, la existencia de una institución dedicada exclusivamente a la tutela del contenido establecido por la Constitución, con potestades para invalidar todo aquello que abstracta o concretamente la contraríen, es la otra manifestación de la estructura institucional que refuerza la protección de la misma, y que la distingue del resto de normas del ordenamiento jurídico, que complementa la salvaguarda encomendada a los funcionarios administrativos y tribunales ordinarios. Dentro de esa protección institucional especializada y concentrada, se encuentra el proceso de inconstitucionalidad como elemento de control abstracto, el cual, según la Sentencia de 26-IX-2000, Inconstitucionalidad 24-97/21-98, "persigue la invalidación de disposiciones generales o de actos concretos realizados en aplicación directa e inmediata de la normativa constitucional, cuando el examen de compatibilidad concluye en su disconformidad con la Ley Suprema". Ahora bien, en la Sentencia anteriormente citada se relacionó que el proceso de inconstitucionalidad "es, fundamentalmente, un proceso de contraste de normas" cuyo objeto "radica en la confrontación internormativa que el peticionario plantea en su demanda y justifica con sus argumentos, siendo los dos extremos de tal cotejo o confrontación: (a) la normativa constitucional, que se propone como canon o parámetro; y (b) la disposición, cuerpo normativo o acto concreto realizado en aplicación directa e inmediata de la normativa constitucional, que el peticionario pide invalidar". B. Ahora bien, resulta necesario, para efectos de dilucidar conforme a derecho la propuesta incardinada en la demanda de los peticionarios, realizar unas breves consideraciones en torno a la separación de poderes u órganos como garantía de la existencia del Estado Constitucional de Derecho. En relación con este principio, ya en la Sentencia del 17-XII-92, Inconstitucionalidad 3-92/6-92, esta Sala señaló que "la doctrina constitucional -con diversidad en los detalles, pero unidad en el quid novi- ha indicado como postulados o rasgos esenciales del Estado Constitucional de Derecho: (a) la supremacía constitucional; (b) la sujeción de los poderes públicos a la ley; (c) la división de poderes; y (ch) el reconocimiento de los derechos fundamentales y la articulación de cauces idóneos para garantizar la vigencia efectiva de éstos". La separación e independencia de órganos, consagrado en el artículo 86 de la Constitución, como aquel principio según el cual las diferentes funciones estatales deben estar ejercidas por órganos distintos, pretende, en su esencia, crear un sistema de ejercicio moderado y controlado del poder, mediante la distribución y coordinación de las competencias entre los diferentes órganos estatales, todo ello como garantía genérica de la libertad; y es que, como señala el Dr. Álvaro Magaña en su trabajo La división de poderes, en todas las Leyes Primarias de la historia del constitucionalismo salvadoreño, se ha pretendido esencialmente "que los que ejercen el poder fueran independientes en el desempeño de las funciones que se les han asignado, es decir, en el ejercicio del poder atribuido a ellos". De esta manera pues, aparte de la independencia interorgánica que importa, el principio de separación de poderes conlleva la ineludible finalidad de limitar, por la vía de la división, el poder del Estado, a efectos de preservar la incidencia negativa que históricamente ha tenido la concentración del poder sobre los derechos de los gobernados. Bajo esa perspectiva, es la Constitución el cuerpo normativo que establece las atribuciones y competencias que corresponden a cada Órgano del Estado, y subyace en ella la intención del constituyente de impedir la concentración de poder para evitar, precisamente, el menoscabo o la anulación de los derechos y garantías que ella misma establece a favor de los ciudadanos. En tal sentido, existen específicos ámbitos de actuación de cada uno de los Órganos del Estado dentro de los cuales los demás no tienen la posibilidad válida de incidir, precisamente para efectos de fomentar la independencia de cada uno de ellos, y de impedir que el poder del Estado se concentre mayormente en uno u otro de los mismos. III. Teniendo en cuenta las consideraciones antes expuestas, es indispensable valorar los argumentos que los demandantes han esgrimido para proponer como parámetros de control tanto normas pertenecientes al RIAL como otras que se encuentran establecidas en la CADH, a fin de determinar si es posible utilizarlas para realizar el examen de constitucionalidad requerido. A. Es pertinente determinar en primer lugar si las normas infraconstitucionales propuestas como parámetros de control poseen entre sus características aquella que se ha denominado supremacía, tanto en su ámbito formal como material. Para tales efectos resulta necesario recurrir, en primer lugar, a los criterios de jerarquía y fuerza normativa apuntados anteriormente, advirtiéndose que, en lo que respecta al RIAL, las normas que éste establece –y especialmente las referidas a la dispensa de trámite, esgrimidas por los demandantes como eventuales parámetros de control-, si bien complementan algunos aspectos procedimentales del proceso de formación de ley prescrito por la Constitución, carecen –tanto como la CADH- de la suficiente fuerza normativa para catalogarse como equivalentes a las normas establecidas en ella, pues la modificación de las mismas no incide sobre el contenido de las restantes disposiciones del ordenamiento jurídico, por lo que carecen de la fuerza activa inherente a las normas constitucionales; y, por otro lado, sus reglas no resistirían la modificación proveniente de normas constitucionales que tengan incidencia sobre su contenido, viéndose reformadas tácita o expresamente, pudiendo inclusive verse sometidas a control de constitucionalidad y eventualmente expulsadas del ordenamiento jurídico si son disconformes con el contenido de la norma normarum. Además, jerárquicamente hablando y como un plus a lo ya expuesto, es necesario apuntar que se evidencia la supremacía de la Constitución sobre las normas del RIAL y de la CADH en el hecho que aquella establece las normas relativas a su producción, determinando tanto el Órgano que tiene competencia para validarlas –aprobándolas o ratificándolas, en su caso- como las condiciones bajo las cuales pueden tenerse como válidas –el número de votos necesarios para su aprobación o ratificación-. En segundo término, y desde el punto de vista de la supremacía material, resulta necesario apuntar que ni las normas contenidas en el RIAL, ni aquellas pertenecientes a la CADH son semejantes al reflejo del consenso de valores de la comunidad estatal salvadoreña que incorpora la Constitución, pues, aunque han sido aprobadas –en el caso del RIAL- o ratificadas –como ocurre con la CADH- por la Asamblea Legislativa, el carácter de poder constituido de esta última relativiza la carga de legitimidad que ellas guardan en relación a lo establecido en la norma fundamental, puesto que su validez material estaría condicionada a la circunstancia de ser coherentes con los aspectos ético-jurídicos plasmados en la Constitución, de manera que depende del contenido de ésta la validez de aquellas, pudiendo incluso –como ya se dijo- ser declaradas inconstitucionales. Ante lo expuesto, resulta adecuado clarificar que, y específicamente en referencia a la CADH, las normas que pertenecen a los instrumentos internacionales sobre derechos humanos pueden ser utilizadas por el intérprete como herramientas que coadyuven a complementar el contenido de algunos de los derechos establecidos por la Constitución de la República, puesto que es dable la posibilidad que los mismos encuentren un desarrollo más definido en tales instrumentos, por su propia especialidad material; sin embargo, por carecer de la supremacía característica de la Constitución, en el sentido apuntado en los párrafos precedentes, no pueden ser adoptados como parámetros de control de constitucionalidad por parte de este Tribunal. B. Ahora bien, desde la perspectiva de la rigidez acentuada, apreciable en el artículo 248 de la Constitución de la República, es preciso señalar que las normas propuestas por los demandantes como párametros de control de constitucionalidad, carecen de la cualidad antes señalada, ya que pueden ser reformadas más sencillamente y no tienen aspectos irreformables. En efecto, por una parte, según la regla general establecida en el inciso segundo del artículo 123 de la Constitución de la República, y en virtud que no existe una previsión específica que exija mayoría calificada, el RIAL puede ser reformado con la sola concurrencia de la mitad más uno de los votos de los diputados electos; y, por otra, en su contenido no existen aspectos de carácter irreformable semejantes a las llamadas cláusulas pétreas contenidas en el artículo 248 de la Constitución. En el mismo sentido, la CADH es un cuerpo normativo que puede verse modificado con la concurrencia de la voluntad del Estado, de forma que, para que su reforma sea válida en El Salvador, debe, por un lado, ser suscrita por la entidad correspondiente del Órgano Ejecutivo, y por otro, ratificada por mayoría simple por la Asamblea Legislativa, de manera que no llega a tener la complejidad –por la forma que adopta y los requisitos que se prescriben para su validez- que conlleva el procedimiento de reforma constitucional. C. Ahora bien, desde el punto de vista de la protección reforzada, como característica particular de las normas constitucionales, es necesario comparar las que han sido propuestas como parámetro de control con estas últimas, para el sólo efecto de dilucidar si, las normas del RIAL y de la CADH, gozan de tal carácter. La omnipresencia de la Constitución en los diferentes campos de aplicación del derecho, garantizada a través de los diferentes tipos de control constitucional, es el carácter esencial que ha servido para delimitar la cualidad indicada. En tal sentido, se ha mencionado que la protección reforzada de la Constitución se evidencia, por una parte, en que todo funcionario –sea este judicial o no- debe sujetarse a las disposiciones prescritas en ella, verificando que en la realización de sus actuaciones se dé fiel cumplimiento a las disposiciones que establece –control difuso-; y, por otra, en el hecho que existe un ente encargado de controlar especialmente el cumplimiento de la misma, con suficiente autoridad para invalidar todo aquello que, una vez examinado, se determine como contrario a ella. Con base en lo expuesto, cabe señalar que las normas del RIAL son de especial aplicación en el campo de actuación de la Asamblea Legislativa, sin embargo, no es un cuerpo normativo cuya observancia deba ser preservada por todas las autoridades, sean estas judiciales o administrativas, en la realización de todas las actuaciones para las que tienen competencia, sino que más bien está dirigido a que sea la misma entidad a la que sirve de estatuto la que vele por su efectivo cumplimiento, lo que se ve reforzado por el mismo hecho que es ella la que lo dicta, de manera que resulta de interés particular para sí el que se cumpla con lo que en tal cuerpo normativo ha dispuesto. Y es que, como puede apreciarse, la materia específica sobre la que versa el RIAL guarda una conexión directa con la organización y funcionamiento de la Asamblea Legislativa, de manera que el interés de su aplicación se circunscribe a aquellos actos que tienen que ver con tales aspectos, resultando, por ende, inverosímil la posibilidad que la aplicación del mismo tenga incidencia en la decisión que eventualmente pueda emitir un funcionario, distinto a los de la Asamblea Legislativa, en su propio ámbito de conocimiento. Con relación a la CADH, debe señalarse que la situación es diferente pues, por un lado, la materia específica que rige, y, por otro, la coincidencia y desarrollo de ciertos derechos que establece con aquellos contenidos en la Constitución, vuelven más cercana la amplitud de su protección a la prescrita para ésta última. Efectivamente, por el hecho que la CADH es ley de la República, y porque precisamente algunos de los derechos fundamentales que establece pueden verse afectados por una determinada decisión de un funcionario, es dable que ella tenga una mayor presencia en la actividad concreta de las entidades estatales o particulares, ya que su inobservancia puede derivar en la posibilidad que las actuaciones realizadas en contravención a la misma sean sometidas a un control especializado de carácter internacional que eventualmente puede devenir en su invalidación. Sin embargo, ya se ha expresado en la jurisprudencia de este Tribunal, específicamente en la Sentencia de 26-IX-2000, Inconstitucionalidad 24-97/21-98, que "no obstante, si bien es innegable que los instrumentos internacionales que consagran los derechos humanos –igual que otras disposiciones jurídicas que tienen una estrecha vinculación material con el contenido de la Constitución– pueden estimarse como un desarrollo o complementación de los alcances de los preceptos constitucionales, ello no les convierte en parte integrante de la Ley Suprema; lo cual se concluye con base en las siguientes razones: (i) La Constitución se ha atribuido a sí misma solamente, en el art. 246 inc. 2°, el rango de supremacía sobre el resto del ordenamiento jurídico, subordinando así, bajo su fuerza normativa, a tratados –arts. 145 y 149 Cn.–, leyes, reglamentos y demás disposiciones jurídicas; (ii) según el Considerando I de la Ley de Procedimientos Constitucionales, los tres procesos regulados en ella tienen como finalidad común garantizar "la pureza de la constitucionalidad" –vale decir, la adecuación o conformidad a la Constitución–, de las disposiciones y actos concretos que se controlan por la jurisdicción constitucional". En tal sentido, pues, la diferencia expresada por este Tribunal, implica que si bien la protección de los instrumentos internacionales sobre derechos humanos debe tener una mayor prescencia en la actividad de los organismos del Estado, ello no es suficiente para alcanzar a convertirse en parámetro de control de constitucionalidad –y así gozar de la protección reforzada inherente a la Constitución–, puesto que carecen de la supremacía propia de las normas constitucionales y su salvaguarda es ajena a la finalidad reservada para los procesos cuyo conocimiento corresponde a este Tribunal. D. En vista de todo lo expuesto en los literales anteriores, puede afirmarse que las normas propuestas como parámetro de control de constitucionalidad por parte de los peticionarios, no guardan una plena equivalencia con las normas establecidas en la Constitución de la República, de manera que resulta imposible para este Tribunal adoptarlas para realizar el examen de constitucionalidad del Decreto Legislativo cuya validez impugnan. Lo anterior se dice porque, como se ha señalado, ni las normas del RIAL ni las de la CADH tienen la supremacía que evidencian los cánones constitucionales, pudiendo inclusive ser invalidadas por este Tribunal por la vía de un proceso como el presente, o derogadas total o parcialmente por la variación del contenido de la Constitución de la República que resulte contrario a lo que ellas establecen. Además, y desde el punto de vista de la rigidez acentuada, se ha evidenciado claramente que los procedimientos para reformar tanto el RIAL como la CADH distan de implicar una complejidad tal que dificulte remarcadamente su variación, lo que, como ya se ha expuesto, sí ocurre con la Constitución de la República a través de lo dispuesto en su artículo 248. Forma también parte del fundamento de la afirmación expuesta en el primer párrafo de este literal, que aquellas normas que han sido propuestas como parámetros de control de constitucionalidad –tanto el RIAL como la CADH– carecen del ámbito de protección reforzada que se establece para las normas constitucionales, siendo, por ende, de distinto valor frente a estas últimas. Cabe mencionar que, aunque se ha evidenciado las diferencias existentes entre las normas propuestas como pámetros de control y las constitucionales, los aspectos de la pretensión de inconstitucionalidad de los actores en que han invocado normas de la CADH han sido fundamentados también en violaciones a normas de carácter constitucional, por lo que el control normativo propuesto deberá admitirse, pero circunscribiéndolo a adoptar como parámetros de control las normas constitucionales invocadas. IV. Ahora bien, ha sido manifestado por los actores que si la Sala de lo Constitucional no adopta como parámetro de control las normas del RIAL invocadas como vulneradas, este Tribunal estaría dejando una zona exenta de control que podría dar lugar a la arbitrariedad, lo que resultaría contrario al Estado Constitucional de Derecho, pues la interdicción de los abusos que ella implica es uno de los componentes esenciales de dicha modalidad de configuración del Estado. Al respecto, resulta necesario destacar que, como se ha mencionado anteriormente, la separación de poderes implica básicamente dos aspectos, siendo ellos, la independencia de Órganos y la proscripción de la concentración del poder. En tal sentido, el control que uno de los Órganos del Estado ejerce sobre cualquiera de los otros tiene como principal finalidad impedir que los mismos excedan de la cuota de poder que el constituyente les ha reservado, con la teleología de proteger la institucionalidad del Estado, entendida ésta como la esfera jurídica reconocida a la persona humana y las normas relativas a la organización y funcionamiento de las principales entidades del gobierno, ambos aspectos que se encuentran residenciados en la Constitución de la República y que, por ende, son el reflejo del consenso al que ha alcanzado a llegar la comunidad estatal. Precisamente por ello, con sobre la base de la finalidad antes expresada, el mismo constituyente estableció el ejercicio independiente de las atribuciones y competencias correspondientes a cada Órgano y que se derivan del poder del Estado, pues, la injerencia de uno de ellos sobre las actividades que jurídicamente le corresponden a otro, podría degenerar en una violación a tal categoría jurídica, puesto que ello implicaría la autoadhesión de potestades ajenas al ámbito de competencias que la Constitución le reserva al intruso. En tal sentido, es la misma Constitución la que establece los canales de control que válidamente puede ejercer un Órgano sobre otro, debiendo evitarse la intervención injustificada de uno de los mismos en actuaciones concretas cuya realización corresponde a otro de ellos, a efectos de prevenir el riesgo de concentración de poder que ha sido señalado anteriormente, y, por ende, con la finalidad de preservar el equilibrio de poder necesario para progresar en la consecución del Estado Constitucional de Derecho. Es claro que, el constituyente ha establecido las principales normas que deben seguirse en el proceso de formación de ley, el cual, como se ha señalado por este Tribunal en anteriores resoluciones, importan el respeto a determinados principios que se encuentran subyacentes en el entramado constitucional correspondiente, y que, sin lugar a dudas, son parámetros válidos para examinar la constitucionalidad del proceso de formación de una norma; sin embargo, en virtud que como ya se ha demostrado, las normas contenidas en el RIAL no tienen las características inherentes a las constitucionales, resultaría injustificado que este Tribunal las adoptara como parámetros de control para enjuiciar la validez formal del Decreto Legislativo No. 379, e inclusive, por la invasión en las potestades decisorias inherentes a la Asamblea Legislativa que ello implicaría, podría devenir en una transgresión al principio de separación de poderes ya señalado. En efecto, es atribución de la Asamblea Legislativa la aplicación de las normas que ella ha dictado a través del RIAL, y es responsabilidad institucional de ella misma la conformidad entre las actuaciones que realiza y las previsiones que en tal cuerpo normativo ha establecido. Así pues, valorar la urgencia o la trascendencia nacional de una propuesta de ley que pretenden someter a dispensa de trámite, es un asunto que está reservado a ella decidir, y, salvo en la medida que la decisión adoptada implique vulneración de los principios constitucionales que deben informar el proceso de formación de ley –cuyo asidero se encuentra directamente en la Constitución–, este Tribunal se encuentra inhibido para examinar si la actuación impugnada se adecúa o no a los supuestos que establece el RIAL. En tal sentido, de acceder a lo solicitado por los peticionarios, fundamentándose en que el rechazo del RIAL como parámetro de control de constitucionalidad implicaría dejar una zona exenta de control que podría dar lugar a la arbitrariedad, este Tribunal estaría interviniendo injustificada e inconstitucionalmente en la esfera de actuaciones correspondientes a otro Órgano fundamental del Estado, como es la Asamblea Legislativa, pues: (a) las normas que el cuerpo normativo que plantean como parámetro contiene no guardan identidad jurídica con las constitucionales; (b) el principio de separación de poderes importa la necesidad de preservar los ámbitos de decisión que corresponden a cada Órgano el Estado; y (c) este Tribunal tiene una competencia específicamente determinada por la Constitución que estaría siendo excedida, de manera que deberá rechazarse la pretensión de los actores en lo que respecta a tal aspecto. Y es que como reiterada jurisprudencia de este Tribunal lo ha venido interpretando, la pretensión de inconstitucionalidad implica un juicio de contraste entre normas jurídicas, debiendo, por un lado, tener un parámetro de control de naturaleza constitucional como uno de sus extremos, y, por otro, la norma objeto de control cuyo examen se solicita; siendo necesario además, para la adecuada configuración de la misma, que la Sala de lo Constitucional tenga la plena competencia que le establece el artículo 183 para entrar a conocer del asunto planteado, aspectos que, como ha sido evidenciado, no concurren en el presente caso, específicamente en lo referido a la adopción de normas contenidas en el RIAL para ejercer la función jurisdiccional encomendada a este Tribunal, de manera que devienen en defectos objetivos de la pretensión planteada, por lo que ésta deberá declararse improcedente, en virtud de la etapa liminar en que ha sido advertido el vicio presente en la misma. V. Indispensable resulta referirse a la posibilidad de recibir los medios de prueba presentados por los peticionarios, mediante los cuales pretenden comprobar la violación al principio de publicidad reconocido por la Constitución y que alegan en su demanda. Para adoptar una decisión en el proceso de inconstitucionalidad, por el carácter de control abstracto que le es inherente, normalmente no es necesaria la aportación de prueba, sino más bien, recae el peso del sentido del pronunciamiento a dictarse sobre los argumentos que hayan sido expuestos por los demandantes. Sin embargo, como ocurre en el presente caso, cuando el control que se solicita implica la verificación de la realización o no de actuaciones concretas por parte del Órgano emisor de las disposiciones impugnadas, resulta evidentemente útil para el Tribunal, a efectos de un mayor ajuste a las previsiones constitucionales, la aportación de prueba que sea pertinente y conducente para demostrar la inconstitucionalidad de la norma por la no realización de las actuaciones que la Constitución exige. Por lo antes dicho, y en virtud que los peticionarios alegan supuestas violaciones al principio de publicidad en el proceso de formación del Decreto Legislativo No. 379, resulta admisible la aportación de prueba en el presente proceso, a efectos de dilucidar si la Asamblea Legislativa le ha dado cumplimiento al contenido que implica el citado principio. Por las razones expuestas en los considerandos precedentes, y la normativa constitucional citada, esta Sala RESUELVE: 1. Declárase improcedente la demanda de inconstitucionalidad presentada por los ciudadanos Carlos César Escoto Flores, Diana Maribel Gómez de Murcia, María del Carmen Alvarado Alvarado y otros, en lo relativo a las pretensiones en las que han sido esgrimidas normas del Reglamento Interior de la Asamblea Legislativa y de la Convención Americana sobre Derechos Humanos como parámetros de control de constitucionalidad. 2. Admítase la demanda de inconstitucionalidad presentada por los ciudadanos Carlos César Escoto Flores, Diana Maribel Gómez de Murcia, María del Carmen Alvarado Alvarado y otros, mediante la cual solicitan que se declare la inconstitucionalidad por su forma y contenido del Decreto Legislativo No. 379, del cinco de abril del corriente año, publicado en el Diario Oficial del dieciséis de mayo de este mismo año, que contiene el Régimen Especial de Carácter Transitorio para la Remoción de Funcionarios y Empleados de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos. La anterior admisión deberá circunscribirse: (a) al control de constitucionalidad formal de la totalidad del Decreto Legislativo antes relacionado por la supuesta violación al principio de publicidad del proceso de formación de ley, derivado de los artículos 125 y 135 de la Constitución de la República, (b) al control de constitucionalidad del contenido del artículo 1 del Decreto Legislativo mencionado, por la supuesta violación a los principios de legalidad e irretroactividad establecidos por los artículos 15 y 21 de la Constitución de la República; (c) al control de constitucionalidad del artículo 3 del mismo Decreto, por la supuesta transgresión al debido proceso consagrado en el artículo 11 de la Constitución de la República, (d) al control de constitucionalidad del artículo 5 del reiterado Decreto, por la supuesta vulneración de los principios de legalidad e imparcialidad judicial, establecidos por los artículos 15 y 172 de la Constitución de la República; y (e) al control de constitucionalidad de los artículos 1 y 7 del Decreto citado, por la supuesta violación al principio de estabilidad laboral que prescribe el artículo 219 de la Constitución. 3. Admítanse los elementos probatorios aportados por los demandantes para efectos de comprobación de la supuesta violación al principio de publicidad en el proceso de formación del Decreto Legislativo No. 379 cuya constitucionalidad impugnan, consistentes en fotocopia simple del acta de la sesión plenaria de la Asamblea Legislativa del cinco de abril del corriente año, y en dos cintas magnetofónicas de la discusión de la aprobación del mismo Decreto, realizada en la misma fecha. 4. Líbrese oficio a la Asamblea Legislativa, en su calidad de autoridad emisora del Decreto y de las disposiciones impugnadas, y al Presidente de la República, como encargado de su sanción, para que, de conformidad al artículo 7 de la Ley de Procedimientos Constitucionales, rindan sus respectivos informes en el plazo de diez días hábiles, contados a partir de la notificación de la presente resolución, mediante los cuales justifiquen la constitucionalidad del Decreto Legislativo No. 379, del cinco de abril del corriente año, publicado en el Diario Oficial del dieciséis de mayo de este mismo año, que contiene el Régimen Especial de Carácter Transitorio para la Remoción de Funcionarios y Empleados de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, en relación a los motivos de inconstitucionalidad esgrimidos por las demandantes, debiendo acompañar, en el caso de la Asamblea Legislativa, certificación de la versión taquigráfica de la sesión plenaria del día cinco de abril del corriente año, a efectos de dilucidar la existencia o no del vicio de constitucionalidad formal alegado por los demandantes. 5. Tome nota la Secretaría de este Tribunal del medio técnico señalados por los demandantes para recibir los actos procesales de comunicación. 6. Notifíquese.- ---J. E. TENORIO---MARIO SOLANO---J. ENRIQUE ACOSTA--GOMEZ V.---PRONUNCIADO POR LOS SEÑORES MAGISTRADOS QUE LO SUSCRIBEN---S. RIVAS AVENDAÑO---RUBRICADAS.