Abusos, sí podemos ir más allá del abuso sexual

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Abusos, sí podemos ir más allá del abuso sexual
Algunas reflexiones sobre nuestro trabajo en las esferas de la violencia
familiar y de la rehabilitación de adicciones
Autora: María Cristina Ravazzola
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En la literatura anglosajona sobre el tema abusos, éste se entiende y se asocia inmediatamente al
abuso sexual.
En castellano, la palabra abuso nos despliega un campo mucho más amplio que vale la pena
explorar para que cada experiencia en la que se detecte un abuso pueda complejizar y enriquecer el
conocimiento que podemos aplicar sobre otras experiencias semejantes, teniendo en cuenta que
los abusos atentan contra las convivencias.
La hipótesis que aquí discuto es la de que el abuso implica una dinámica relacional que es
comparable y homologable, ya se trate de abuso de sustancias o de personas, asociándose a
condiciones de relación tales que hacen posible un mal o exagerado uso del poder de influir sobre
otro, o de la confianza que se le otorga a alguien.
Desde hace muchos años he denominado a la violencia en las relaciones como “abuso de
personas”, teniendo en cuenta mi experiencia y comparándola con la idea del abuso de sustancias
que hacen quienes se drogan o alcoholizan, tratando de encontrar patrones relacionales que
ayuden a modificar dichas conductas. ¿Qué es entonces “abusar” cuando nos referimos a la
violencia en las relaciones? Es usar a otro como si no fuera una persona, como si fuera una cosa,
un objeto a nuestro servicio. Maltratarlo sería tratarlo sin consideración ni cuidado, como se maltrata
a un objeto descartable (un insulto habitual durante algunos años, especialmente en palabras de
adolescentes en Argentina, es decirle a alguien “sos un forro”, aludiendo al preservativo que se usa
y se tira).
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Médica, terapeuta familiar, [email protected]
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Homologación de los circuitos de abuso
Las personas somos diferentes, singulares, diversas, aunque podamos hacer algunas
clasificaciones y asociaciones entre parecidos. En escenarios en los que las diversidades son
experimentadas como discriminaciones desde sujetos con acceso a la expresión pública hacia
quienes ellos consideran como inferiores, estos últimos son fácilmente despojados de su carácter
de personas y asimilados a “cosas” que se pueden usar. Son el “otro”, diferente del “Uno” de
Durkheim, y, por lo tanto, son vistos, aun por sí mismos, como menos valiosos. De alguna manera
entonces, son a veces menospreciados quienes no han tenido una educación completa, empleados
de servicios domésticos, ordenanzas, secretarias, cadetes, personas con piel más oscura, mujeres,
ancianos, etc.
Pero estas diferencias jerárquicas pueden instalarse también y perpetrarse abusos a partir de
emociones que impiden a algunas personas el ejercicio de un poder, aunque lo tengan. Es así
como, en las relaciones de pareja y de familia, hay fenómenos abusivos que se instalan desde
quienes son “más queridos” hacia quienes los aman. Un ejemplo de esto son los abusos tiránicos
de los hijos adolescentes hacia sus padres en las convivencias familiares. “Trato a quien me quiere
con cierto desprecio, los maltrato. Sé que igualmente van a estar ahí para mí. Su incondicionalidad
los hace vulnerable a mi poder, del que yo entonces hago uso” parece ser el discurso propio de los
jóvenes que participan de programas de rehabilitación de adicciones a drogas.
Estas reflexiones permiten caracterizar una dinámica común a todos los abusos, que puede
describirse como un patrón repetitivo sostenido por ideas, emociones, acciones y estructuras
compartidas. Siempre se puede complejizar estas dinámicas, sumando ideas como las de la clásica
afirmación de Salvador Minuchin de que para que alguien, en un sistema, se comporte
abusivamente, tiene que haber otro (bien puede ser una cultura o uno de los padres – en el caso de
los hijos) que lo sostenga.
En relación al abuso de sustancias, parece haber “un sujeto” que abusa de la indefensión de “otro”
como un diálogo entre dos partes de sí mismo. El “abusador” se aprovecha de la vulnerabilidad
(falta de confianza en sus potencias, años de abandonarse al impulso, etc.) de la otra parte de sí
mismo, como quien se empuja a un acto suicida.
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Nos encontramos otra vez frente a un perpetrador impulsivo e intolerante que se aprovecha de
otro/otra a quien menosprecia, a veces porque el amor le impide defenderse. La conversación
descripta puede producirse entre personas diferentes, o entre partes de una misma persona.
Estas homologaciones nos han permitido diseñar programas de recuperación de las adicciones en
los que se desarrollan actividades en las que el acento está puesto en examinar y ayudar a los
consultantes a contener actitudes de maltrato. Producimos así escenarios análogos a los que se
producen frente a la tentación de la sustancia adictiva. No es entonces que se abuse sólo de las
sustancias, sino que una parte de uno mismo abusa de otra parte de nosotros mismos que todavía
no puede plantarse y decir no. Un discurso parece ser: “Tengo la posibilidad de hacer contigo lo
que quiera, y nada se interpone entre mi impulso y lo que necesito para mi satisfacción”, mientras
que la otra voz, que se podría interponer u oponer, o no se escucha o de algún modo se asocia
inadvertidamente en los mismos pensamientos de quien abusa. Es por eso que para nosotros es tan
importante revisar y analizar los discursos y las ideas detentadas por todos quienes participan de
circuitos abusivos, incluyendo las ideas de los profesionales involucrados en los tratamientos y las
de los funcionarios que deben hacer aplicar la ley.
Las ideas que encontramos con frecuencia remiten a estereotipos sobre los roles de padre y de
madre en las familias, sobre lo que es ser hombre o ser mujer, sobre lo que es el sexo, el amor, etc.
Cuando las personas involucradas en estos circuitos abusivos comienzan a hacer pequeños
cambios en sus conductas y a dejar aparecer dudas en sus sistemas de creencias, podemos
observar cómo esas conversaciones propias de los abusos van cediendo cada vez más terrenos a
diálogos enriquecidos y enriquecedores donde las diferencias suman y donde los mensajes de
confirmación y de aprecio comienzan a ser los más habituales.
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