Lom palabra de la lengua yámana que significa Sol © LOM ediciones Primera edición, 2012 isbn: 978-956-00-0358-4 Diseño de interior y portada: Catalina Marchant V. Ilustraciones interior: Daniel Aguilera, pinturas de autores clásicos. edición y composición LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago teléfono: (56–2) 688 52 73 | fax: (56–2) 696 63 88 [email protected] | www.lom.cl Tipografía: Karmina 10.5 pts. y Adobe Caslon Pro 26 pts. impreso en Impreso en Santiago de Chile silvia aguilera florencia velasco Con la colaboración de: candelaria cortés-moroy y maría maireles La quinta pata Antología Literaria e Informativa para 4o medio Índice Presentación | 11 La miel heredada | 13 · Poesía Efraín Barquero Balada de mi nombre | 15 · Poesía Gabriela Mistral El apellido | 16 · Poesía Nicolás Guillén Stefan Zweig, maestro del retrato biográfico | 20 · Informativo Carlos González Martínez María Antonieta | 22 · Biografía Stefan Zweig María Antonieta | 26 · Crítica de cine (inf.) Almudena Muñoz Pérez Una mujer que emprendió vuelo | 28 · Artículo informativo Carmen Ortúzar Yo solo le pregunto al país dónde podremos encontrar la clara intuición de las cosas | 30 · Carta (inf.) Émile Zola ¡Cuán dulce es la libertad! | 34 · Fábula Gayo Julio Fedro Libertad | 35 · Poesía Paul Éluard El lenguaje crea la comunidad. Entrevista a Humberto Giannini | 37 · Informativo Cristián Warnken Por lo general es así | 40 · Poesía Vladimir Maiakovsky Igual me pasa a mí | 41 · Poesía Vladimir Maiakovsky Cuando voy al trabajo | 42 · Canción Víctor Jara La historia de Tristán e Isolda | 43 · Relato Joseph Bédier Tristán e Isolda | 55 · Teatro Richard Wagner El acorde de Tristán | 60 · Informativo Mitos y arquetipos en Tristán e Isolda | 62 · Ensayo Linda Lehman Todas las cartas de amor son ridículas | 66 · Poesía Álvaro de Campos (Fernando Pessoa) Marchitarse de amor | 67 · Leyenda Alicia Esteban S. y Mercedes Aguirre C. El loco y la Venus | 71 · Crónica (inf.) Charles Baudelaire Censura a una Venus prehistórica | 72 · Informativo Rodrigo Durán Amor erótico | 74 · Ensayo Erich Fromm No toquen a la reina | 77 · Cuento Giovanni Boccaccio Toda la vida | 83 · Cuento Boris Pilniak El doliente | 92 · Poesía Óscar Hahn Canción de la mujer | 93 · Poesía Bertolt Brecht Autopsicografía | 94 · Poesía Fernando Pessoa El arco de la vida | 95 · Poesía Friedrich Hölderlin Wakefield | 96 · Cuento Nathaniel Hawthorne Testimonios de las muertes de Sabina | 104 · Teatro Juan Radrigán El cisne | 110 · Relato Leonardo da Vinci Vivir la vida | 111 · Sentencia Séneca Orígenes de la comedia | 112 · Informativo Cuatro corazones con freno y marcha atrás | 113 · Teatro Enrique Jardiel Poncela La belleza en sí o el valor de la vida | 120 · Ensayo Platón Se recuerda el tesoro, pero no al atesorador | 123 · Aforismos Leonardo da Vinci El artista: un libre creador | 124 · Informativo Oscar Wilde El concepto de fealdad | 126 · Informativo Marcelo Raffin, Cecilia Caputo, Adrián Melo y Andrea Beatriz Pac Lo feo armoniza la creación entera | 129 · Ensayo Victor Hugo El rey de la máscara de oro | 132 · Cuento Marcel Schwob Viaje al interior de la máscara | 141 · Artículo Hugo Montero "Adentro pasan cosas" | 144 · Entrevista Hugo Montero Los dos monjes y la hermosa muchacha | 146 · Cuento Anónimo japonés Benito Cereno | 147 · Reseña literaria Benito Cereno | 148 · Novela Herman Melville Benito Cereno, una historia intrigante | 152 · Informativo El misterio de Benito Cereno | 153 · Ensayo Hernán Soto Abuso de las palabras | 155 · Artículo (inf.) Voltaire Tengo un corazón | 157 · Poesía Malú Urriola Malabarismos del idioma | 158 · Informativo El papel y la tinta | 160 · Relato Leonardo Da Vinci Apuntes sobre el arte de escribir cuentos | 161 · Artículo (inf.) Juan Bosch La mujer que escribió un diccionario | 162 · Relato Gabriel García Márquez La mujer de hoy | 165 · Informativo Luisa Capetillo Lecturas cerebrales | 167 · Artículo científico (inf.) Andrea Slachevsky El laurel | 169 · Poesía Friedrich Hölderlin El "Caso Dreyfus" | 170 · Antecedentes históricos (inf.) El Caso Dreyfus, Zola y el nacimiento de los Intelectuales | 171 · Artículo informativo José Carlos Bermejo J’ accuse...! (Yo acuso) | 173 · Manifiesto (inf.) Émile Zola Dreyfus en Kasrílevke | 176 · Cuento Sholem Aleijem Los juicios de Sancho Panza | 180 · Cuento Miguel de Cervantes Una ejecución en Alaska | 182 · Cuento Jack London Salvar vidas | 186 · Artículo de opinión (inf.) Albert Camus La pena de muerte | 188 · Artículo de difusión Amnistía Internacional La vida de David Gale | 189 · Crítica de cine (inf.) Mateo Sancho Cardiel Cambalache | 191 · Canción Enrique Santos Discépolo Lo mismo da un burro que un gran profesor | 193 · Artículo Palabras con pasado | 195 · Informativo Los dadores | 196 · Teatro Alfonso Alcalde Reírse mejora la salud | 207 · Informativo Eroski consumer Mozambique | 209 · Humor gráfico Hervi Ópera por tres centavos | 233 · Discurso Bertolt Brecht Cazuela a la chilota | 210 · Receta poética (inf.) Naín Nómez Menos cóndor y más huemul | 242 · Artículo Gabriela Mistral Recetas de la abundancia | 212 · Receta de cocina (inf.) Esther Sánchez Botero Caín y Abel | 244 · Cuento Antiguo Testamento “Las élites son las primeras responsables en la reproducción del racismo” | 213 · Entrevista Antonieta Muñoz Navarro Interrogaciones | 245 · Cuento José Leandro Urbina El color de la piel | 216 · Novela Ramón Díaz Eterovic La esperanza mira al sur | 222 · Artículo Sonia Cano Culturas de ancestro | 225 · Ensayo breve (inf.) Bernardo Subercaseaux Discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz | 228 · Discurso Rigoberta Menchú Nuestros miedos | 231 · Ensayo breve (inf.) Norbert Lechner Ponerse en el lugar del otro… pero nunca tanto | 246 · Entrevista Pablo Salvat B. “La cueca encierra en sí un sentido identitario” | 248 · Artículo de opinión Juan Estanislao Pérez El origen de los dichos | 250 · Informativo Inocencia y compromiso | 251 · Informativo periodístico Alfonso Guerra Carta a Josefina Manresa | 255 · Carta Miguel Hernández Nanas de la cebolla | 258 · Poesía Miguel Hernández Nacido para el luto | 260 · Artículo periodístico Antonio Muñoz Molina El ojo puesto en la esperanza | 266 · Artículo Virginia Rioseco La mala reputación | 269 · Canción Georges Brassens Galileo, un joven curioso | 270 · Artículo informativo Los orígenes del telescopio | 272 · Artículo informativo La vida de Galileo | 274 · Teatro Bertolt Brecht Primer trabajo del radiotelescopio ALMA devela los secretos de un sistema planetario | 279 · Artículo de difusión científica Lorena Guzmán Julio Verne: ¿precursor o adivino? | 281 · Informativo Carlos Belane 10 predicciones de Julio Verne que se hicieron realidad | 284 · Informativo La ley de los rendimientos acelerados | 288 · Artículo de difusión científica Ray Kurzweil Biografías | 291 Bibliografía | 297 La lectura, una herramienta para la vida P ronto a acabar un ciclo importante de la vida, como es el proceso de educación formal, hemos querido ofrecerte esta selección de textos de variada índole como una posibilidad de seguir abriendo puertas que te permitan conocer y adquirir distintos puntos de vista respecto de algunos aspectos relevantes del mundo contemporáneo, y de los que nadie está ajeno en cuanto miembros de esta gran comunidad humana. La perspectiva al momento de hacer la selección y edición de esta antología fue, en la mayoría de los casos, detenernos en un tema y abordarlo a través de distintos tipos de textos: algunos informativos, otros de opinión, otros como recreación literaria. Y esto porque nos permite profundizar y, de alguna manera, problematizar lo que estamos tratando, y también porque es importante consignar que las relaciones humanas siempre se están jugando en distintos planos. La literatura en este caso pone los hechos desde la vivencia subjetiva, que es también como experimentamos las cosas cada uno de nosotros, permitiéndonos transitar por los grises, por los tonos que la vida tiene. De esta manera, la propuesta de lectura que aquí te presentamos atraviesa temas como: quiénes somos y cómo somos; qué es la Belleza, pero además qué es lo “otro”, lo feo, lo que ocultamos o no queremos ver; de qué manera decimos lo que pensamos, qué importancia le damos al lenguaje; qué entendemos por discriminación y justicia; qué es el compromiso con la vida propia y la de los demás; qué esperamos cuando formamos relaciones… Estos y otros asuntos se despliegan a través de crónicas, cuentos, fragmentos de novelas, obras de teatro, poemas, canciones, artículos y otros textos, para dar rienda suelta a la imaginación y a las múltiples reflexiones que de la lectura puedan surgir. Estamos convencidas de que la lectura, y sobre todo la lectura que te invita a pensar, es una herramienta primordial para el enriquecimiento personal –intelectual y emocional– que no termina una vez cerrado el ciclo escolar, y es primordial también para contribuir en la construcción de una comunidad, de una sociedad más amable, justa y feliz. Silvia Aguilera y Florencia Velasco - 11 - La miel heredada Efraín Barquero Mi abuelo era el río que fecundaba esas tierras. Lleno de innumerables manos y ojos y oídos. Y, al mismo tiempo, ciego y taciturno como un árbol. Era la barba antigua y la voz profunda de la casa. Era el sembrador y el fruto. La cepa rugosa. El índice del tiempo y la sangre propicia. Mi abuelo era el invierno con las manos floridas. Era el propio río que poblaba las tierras. Era la propia tierra que moría y renacía. Mi abuela era la rama curvada por los nacimientos. Era el rostro de la casa sentado en la cocina. Era el olor del pan y la manzana guardada. Era la mano del romero y la voz del conjuro. Era la pobreza de los largos inviernos envuelta en azúcar como humilde golosina. Quince hijos comían de sus manos milagrosas. Quince hijos dormían con su sueño de águila. Muchos nietos y biznietos hemos seguido pasando por sus brazos enjutos. Pero ella es siempre la mano que mezcla agua y harina. Es el silencio de la noche lleno de pájaros dormidos. Es el brasero de la infancia con la tortilla corredora. - 13 - Mi padre era el que más se parecía a la tierra. Debe haber nacido junto con el maíz o el trigo. Mi padre era moreno, y dormía en su caballo. Era como el jinete lento de la primavera. Mis otros tíos todos se parecían a las aves del lugar. Todos tenían algo de los árboles y las serranías. Algunos eran poderosos como los caballos percherones. Otros tenían rostro de piedra o de trigo tostado. Pero todos recordaban las cosas más cercanas a la tierra. Era un enjambre turbulento que llenaba la casa. Era una bandada de queltehues que anunciaba la lluvia. Eran los zorzales que se robaban las cerezas. Yo nací cuando eran viejos ya; cuando mi abuelo tenía el pelo blanco, y la barba lo alejaba como niebla. Yo nací cuando ardían las fogatas de mayo. Y lo primero que recuerdo es la voz del río y de la tierra. - 14 - Balada de mi nombre Gabriela Mistral El nombre mío que he perdido, ¿dónde vive, dónde prospera? Nombre de infancia, gota de leche, rama de mirto tan ligera. De no llevarme iba dichoso o de llevar mi adolescencia scen ncia y con él ya no camino no por campos y por praderas. r deras. ra Llanto mío no conoce ce y no la quemó mi salmuera; lmuera; cabellos blancos no me ha visto, ni mi boca con acidia, a, y no me habla si me encuen encuentra. ntra. Da nie lA gu ile ra C. Pero me cuentan que ue camina por las quiebras de mi montaña tarde a la tarde silencioso ncioso y sin mi cuerpo y vuelto elto mi alma. - 15 - El apellido Nicolás Guillén - Fragmento - Elegía familiar I Desde la escuela y aún antes… Desde el alba, cuando apenas era una brizna yo de sueño y llanto, desde entonces, me dijeron mi nombre. Un santo y seña para poder hablar con las estrellas. Tú te llamas, te llamarás… Y luego me entregaron esto que veis escrito en mi tarjeta, esto que pongo al pie de mis poemas: las trece letras que llevo a cuestas por la calle, que siempre van conmigo a todas partes. ¿Es mi nombre, estáis ciertos? ¿Tenéis todas mis señas? ¿Ya conocéis mi sangre navegable, mi geografía llena de oscuros montes, de hondos y amargos valles que no están en las mapas? ¿Acaso visitasteis mis abismos, mis galerías subterráneas - 16 - con grandes piedras húmedas, islas sobresaliendo en negras charcas y donde un puro chorro siento de antiguas aguas caer desde mi alto corazón con fresco y hondo estrépito en un lugar lleno de ardientes árboles, monos equilibristas, loros legisladores y culebras? ¿Toda mi piel (debí decir) toda mi piel viene de aquella estatua de mármol español? ¿También mi voz de espanto, el duro grito de mi garganta? ¿Vienen de allá todos mis huesos? ¿Mis raíces y las raíces de mis raíces y además estas ramas oscuras movidas por los sueños y estas flores abiertas en mi frente y esta savia que amarga mi corteza? ¿Estáis seguros? ¿No hay nada más que eso que habéis escrito, que eso que habéis sellado con un sello de cólera? (¡Oh, debí haber preguntado!) Y bien, ahora os pregunto: ¿no veis estos tambores en mis ojos? - 17 - ¿No veis estos tambores tensos y golpeados con dos lágrimas secas? ¿No tengo acaso un abuelo nocturno con una gran marca negra (más negra todavía que la piel) una gran marca hecha de un latigazo? ¿No tengo pues un abuelo mandinga, congo, dahomeyano? ¿Cómo se llama? ¡Oh, sí, decídmelo! ¿Andrés? ¿Francisco? ¿Amable? ¿Cómo decís Andrés en congo? ¿Cómo habeis dicho siempre Francisco en dahomeyano? En mandinga ¿cómo se dice Amable? ¿O no? ¿Eran, pues otros nombres? ¡El apellido, entonces! ¿Sabéis mi otro apellido, el que me viene de aquella tierra enorme, el apellido sangriento y capturado, que pasó sobre el mar entre cadenas, que pasó entre cadenas sobre el mar? ¡Ah, no podéis recordarlo! Lo habéis disuelto en tinta inmemorial. Lo habéis robado a un pobre negro indefenso. Lo escondisteis, creyendo que iba a bajar los ojos yo de la vergüenza. - 18 - ¡Gracias! ¡Os lo agradezco! ¡Gentiles gentes, thank you! Merci! Merci bien! Merci beaucoup! Pero no… ¿Podéis creerlo? No. Yo estoy limpio. Brilla mi voz como un metal recién pulido. Mirad mi escudo: tiene un baobab, tiene un rinoceronte y una lanza. Yo soy también el nieto, biznieto, tataranieto de un esclavo. (Que se avergüence el amo). ¿Seré Yelofe? ¿Nicolás Yelofe, acaso? ¿O Nicolás Bakongo? ¿Tal vez Guillén Banguila? ¿O Kumbá? ¿Quizá Guillén Kumbá? ¿O Kongué? ¿Pudiera ser Guillén Kongué? ¡Oh, quién lo sabe! ¡Qué enigma entre las aguas! - 19 - Stefan Zweig, maestro del retrato biográfico Carlos González Martínez Retratos de Stefan Zweig Conscientes quizás de las limitaciones del propio ser humano a la hora de narrar vidas ajenas, algunos autores deciden abandonar la maraña de los hechos para realizar un viaje a la esencia de la persona. Dejan de lado la multitud de sucesos y circunstancias y emprenden el camino que lleva directamente al ser del biografiado. De esta manera, una vez que lo han comprendido, retoman la senda de los acontecimientos con la seguridad de quien conoce a la perfección el terreno que pisa y los peligros a los que se enfrenta. Enfrentando el carácter con las circunstancias Stefan Zweig es, sin duda, un maestro dentro de esa técnica. En sus numerosas biografías se aprecia, por encima de todo, un intenso trabajo en pro de la comprensión del personaje. Una labor de reflexión que, a la postre, le permite pintar con palabras, en finos trazos, lo esencial del ser humano objeto de estudio. Sobre esa base, y siempre con un lenguaje sencillo y elegante, procede a enfrentarse a los hechos. Estos se suceden a gran velocidad, incluso a veces sin respetar el carácter cuasi-religioso de la cronología. Sin embargo, el lector no se encuentra nunca perdido. Gracias al perfil que traza Stefan Zweig al comienzo de sus obras, conoce, desde el primer momento, el carácter del potagonista. -- 20 -- Así, la biografía no resulta más que un constante enfrentamiento de esa personalidad con los sucesos que le afectan a lo largo de su vida. En cierto sentido, podría decirse que la labor del autor se asemeja a la de ciertos dioses de la Grecia Antigua: dota al personaje de unos determinados rasgos y lo sitúa en los diversos escenarios que le proporciona la historia. Personajes en constante evolución Con lo dicho hasta ahora podría pensarse que Zweig concibe al ser humano como una criatura sin libertad, sujeta al destino que le marcan sus propios vicios y virtudes; presa, al fin y al cabo, de la definición que de ella realiza el autor al comienzo de su estudio. Desde esta perspectiva, sus personajes desempeñarían un papel predeterminado dentro de un escenario cambiante. Sin embargo, esa concepción de la realidad humana está muy alejada de los planteamientos del autor austríaco. Stefan Zweig no concibe a sus protagonistas como seres cerrados y hieráticos, sino cambiantes. Así como la realidad que les rodea varía en función de la época, también la personalidad de los personajes es objeto de evolución. En su estudio preliminar de la persona, trata de descubrir no solo sus rasgos más característicos, sino las potencialidades que esconde. De esta manera, a lo largo de la obra el protagonista se nos presenta como un ser cambiante, pues va desarrollando uno a uno esos rasgos en potencia descritos por el autor al inicio de la obra. En mi fin está mi comienzo De entre las obras de Stefan Zweig, encontramos dos pequeñas joyas con una trama común: María Antonieta y María Estuardo. El desarrollo de ambos personajes es, a ojos del autor, muy similar. Desde su comienzo, las dos son elevadas por la vida a lo más alto. No obstante, como víctimas de los acontecimientos y de sus propios errores, son rebajadas a lo más bajo en los años finales de su existencia. Es ahí donde el autor parece disfrutar realmente de su trabajo, pues precisamente en lo más bajo se produce el encuentro del personaje con su propia persona. Únicamente cuando este se ve necesitado de todo su ingenio, desarrolla al máximo sus potencialidades. Sin embargo, en ambos casos la reacción se produce demasiado tarde, cuando ya ninguna de ellas puede librarse de su destino fatal: el patíbulo. Llega el turno, entonces, de una nueva pirueta: la búsqueda de la eternidad. Tanto María Antonieta como María Estuardo comprenden en los últimos días de su vida la importancia de su actitud ante lo que les espera. De sus momentos finales dependerá que surja un nuevo comienzo tras su muerte: el de su leyenda. - 21 - María Antonieta Stefan Zweig - Fragmento - M aría Antonieta no era ni la gran santa del monarquismo, ni la perdida, la grue, de la Revolución, sino un carácter de tipo medio: una mujer en realidad vulgar; ni demasiado inteligente ni demasiado necia; ni fuego ni hielo; sin especial tendencia hacia el bien y sin la menor inclinación hacia el mal; el carácter medio de mujer de ayer, de hoy y de mañana; sin afición hacia lo demoníaco ni voluntad de heroísmo, y, por tanto, a primera vista, apenas personaje de tragedia. Pero la Historia, ese gran demiurgo, en modo alguno necesita un carácter heroico como protagonista para edificar un drama emocionante. La tensión trágica no se produce solo por la desmesurada magnitud de una figura, sino que se da también, en todo tiempo, por la desarmonía entre una criatura humana y su destino. Se presenta dramáticamente cuando un hombre superior, un héroe, un genio, se encuentra en pugna con el mundo que lo rodea, el cual se muestra como demasiado estrecho, demasiado hostil hacia la innata misión a la cual aquel viene destinado –así Napoleón, ahogándose en el diminuto recinto de Santa Elena, o Beethoven, prisionero de su sordera–; en términos generales, es el caso de toda gran figura que no encuentra su medida y su cauce. Pero también surge lo trágico cuando a una naturaleza de término medio, o quizá débil, le toca en suerte un inmenso destino, responsabilidades personales que la aplastan y trituran, y esta forma de lo trágico hasta llega quizás a parecerme la más humanamente impresionante, pues el hombre extraordinario busca, sin saberlo, un destino extraordinario; su naturaleza, de desmesuradas proporciones, está orgánicamente acomodada para vivir de un modo heroico, o “en peligro”, según la frase de Nietzsche; desafía al mundo con la audacia de las exigencias propias de su carácter. De modo que, en último término, el carácter genial no es irresponsable de sus sufrimientos, porque la misión que le fue adjudicada le hace aspirar místicamente a esta prueba de fuego para que sea extraída de él su fuerza postrera; lo mismo que la tempestad a la gaviota, su poderoso destino lo arrastra cada vez con mayor poderío y más hacia lo alto. Por el contrario, el carácter medio -- 22 -- está destinado, por su naturaleza, a una pacífica forma de vida; no quiere, no necesita ninguna gran impresión; preferiría vivir tranquilamente y en la oscuridad, al abrigo de los vientos y con el destino de mesurada intensidad; por eso se defiende, por eso se espanta, por eso huye cuando una mano invisible lo lanza hacia la agitación. No quiere responsabilidades de Historia Universal; por el contrario, las teme; no busca el sufrimiento, sino que le es impuesto; de fuera y no de dentro viene lo que le obliga a sobrepasar su propia medida. A este dolor del no héroe, del hombre de tipo medio, lo considero, hasta por faltarle condiciones de visibilidad, como no menor que el patético sufrimiento del héroe verdadero y quizás aún más conmovedor que aquél, pues el hombre vulgar tiene que soportarlo por sí solo, y no tiene, como el artista, la salvación dichosa de convertir sus tormentas en obras de arte, dándoles forma duradera. Pero a veces el destino puede trastornar la existencia de uno de tales hombres medios y, con su puño dominador, lanzarlo por encima de su propia medianía; la vida de María Antonieta es quizás el ejemplo más claro que la Historia nos ofrece de ello. Durante los primeros treinta años de los treinta y ocho que duró su vida, esta mujer recorrió su camino trivial, aunque siempre en una extraordinaria esfera; jamás, ni en lo bueno ni en lo malo, sobrepasó la común medida; un alma tibia, un carácter corriente, y, al principio, históricamente considerada, solo una figuranta. Sin la irrupción de la Revolución en su alegre e ingenuo mundo de juegos, esta princesa de la Casa de Habsburgo, insignificante en sí misma, habría continuado viviendo tranquilamente como centenares de millones de mujeres de todos los tiempos; habría bailado, charlado, amado, reído; se habría adornado; habría hecho visitas y dado limosnas; habría parido hijos y, por último, se habría tendido dulcemente en un lecho para morir sin haber vivido realmente según el espíritu del mundo de su tiempo. Como reina, la habrían sepultado solemnemente, habrían llevado luto de corte, pero después habría desaparecido por completo de la memoria de la humanidad, como todas las otras innumerables princesas, las María Adelaidas y Adelaida Marías y las Ana Catalinas y Catalina Anas, cuyas lápidas sepulcrales, con indiferente frialdad, se encuentran en las no leídas páginas del Ghota. Jamás hombre viviente habría experimentado el deseo de inquirir noticias acerca de su persona, de su extinta alma: nadie habría sabido quién fue ella realmente y –esto es lo esencial– jamás, si no hubiese estado sometida a esta prueba, habría sabido ni experimentado ella misma, María Antonieta, reina de Francia, cómo era en realidad su persona, pues forma parte de la suerte de la desgracia del hombre medio el no sentir en sí mismo ningún impulso de medir sus capacidades; el no sentir la curiosidad de interrogarse acerca de su propio ser, antes de que el destino le plantee la cuestión; sin utilizarlas, deja que duerman en sí sus capacidades, que - 23 - se marchiten sus propias aptitudes y que se debiliten sus fuerzas, como músculos nunca ejercitados, antes de que la necesidad los tienda para una real defensa. Un carácter medio necesita primeramente ser arrojado fuera de sí mismo, para llegar a ser todo lo que es capaz de ser, acaso más de lo que sospechaba y sabía antes; para ello, el destino no tiene otro estímulo sino la desgracia. Y lo mismo que un artista busca intencionadamente a veces un asunto de menguada apariencia, en lugar de uno que atraiga universalmente, para mejor mostrar su fuerza creadora, así también el destino busca, de tiempo en tiempo, un héroe insignificante para probar que también, con una materia bronca, es capaz de obtener el efecto más alto; y de un alma débil y mal dispuesta, una gran tragedia. Una de tales tragedias, y de las más hermosas, de este heroísmo no querido se llama “María Antonieta”. ¡Pues con qué arte, con qué fuerza de invención en los episodios, en qué inmensidad de impresionantes dimensiones universales introduce aquí la historia, en su drama, a esta criatura media! ¡Qué sabiamente contrapuntea los temas accesorios en torno a esta figura principal, originariamente tan mal dotada! Con María Antonieta, retrato realizado por Elizabeth Viggé Lebrum -- 24 -- diabólica astucia comienza por colmar de halagos a la mujer. Ya cuando niña le regala como hogar una corte imperial; cuando adolescente, una corona; cuando joven esposa amontona pródigamente a sus pies todos los dones de la gracia y la riqueza y le da, además, un aturdido corazón que no pregunta por el precio y valor de estos dones. Durante años enteros mima y halaga con todo regalo a esta irreflexiva criatura, hasta que sus sentidos se desvanecen en el vértigo y se hace cada vez más descuidada. Pero si el destino ha elevado a esta mujer tan rápida y fácilmente a las mayores cimas de la dicha, con una crueldad tanto más refinada la deja caer después lentamente. Con melodramática ordinariez, este drama coloca frente a frente los términos más violentamente opuestos; la arroja desde una residencia imperial de cien estancias a un miserable calabozo; desde un trono real a un patíbulo; desde una dorada carroza encristalada a la carreta del verdugo; desde el lujo a la indigencia; desde la simpatía universal al odio; desde el triunfo a la calumnia; cada vez más y más bajo, e inexorablemente hasta las profundidades postreras. Y esta pobre, esta vulgar criatura humana, sorprendida repentinamente en medio de sus hábitos de molicie; este poco juicioso corazón no comprende lo que quiere hacer de él aquel poder extraño; solo percibe un duro puño que la amasa, una ardiente garra en su carne martirizada; esta criatura sin presentimientos, indignada y desacostumbrada a toda cuita, se defiende y no quiere entregarse; gime, se esconde, trata de huir. Pero con la irreflexibilidad de un artista que no ceja antes de haber arrancado violentamente de su materia el más alto efecto y la última posibilidad, la sabia mano de la desgracia no deja a María Antonieta antes de que aquella alma, blanca y sin brío, haya extraído de sí dureza y dignidad a fuerza de martillazos; antes de que toda la grandeza que estaba soterrada en su alma, procedente de padres y otros ascendientes, no fuera forzada a hacerse sensible. Con espanto en medio de sus tormentos, reconoce, por fin, la transformación operada en su ser esta castigada mujer que jamás se había interrogado a sí misma acerca de su propia alma; precisamente entonces, cuando termina el poder exterior, comprende que algo nuevo y grande se inicia dentro de ella, cosa que no hubiera sido posible sin aquella prueba. “Es en la desgracia donde más se siente lo que uno es”: estas palabras, medio orgullosas y medio conmovidas, brotan de repente de su asombrosa boca; le sobreviene el presentimiento de que, justamente por estos dolores, su vida, pobre y corriente, sobrevivirá como ejemplo para la posteridad. Y gracias a esta conciencia de un deber superior que realiza, su carácter crece más allá de sí mismo. Poco antes de que se rompa su forma mortal está acabada la imperecedera obra de arte; pues en sus últimas, en sus postreras horas de vida, alcanzó por fin María Antonieta, criatura humana media, su magnitud trágica, llegando a ser tan grande como su destino. - 25 - Crítica de cine a “María Antonieta” Almudena Muñoz Pérez Dirección: Sofia Coppola. Año: 2006. Duración: 123 min. Género: Biopic, drama. Esta es la historia de una niña que, para abrir los ojos algún día, tuvo que sumergirse en un bosque repleto de lobos. ¿Por qué una premisa tan sencilla despierta el revuelo del público y la crítica? Pues porque tras esa niña se encuentra el nombre de María Antonieta, un rótulo con su carga histórica, sus responsabilidades, sus expectativas nacionales y su inevitable calificación de biopic. Pero que nadie se lleve a engaño: el tercer largometraje de Sofia Coppola es el retrato de una reina, pero al mismo tiempo la imagen de una edad, una clase humana, un sentimiento y una época. Y todas esas cosas son las de entonces, pero también son las nuestras. El imprescindible libro de Stefan Zweig sobre la famosa soberana decapitada anuncia desde su prólogo la mediocridad de una mujer llamada a un destino muy superior a sus cualidades. Siendo implacable con sus errores, pero consciente de que al fin y al cabo era un ser humano, el escritor perfilaba una figura controvertida por lo mucho que tiene de leyenda y lo poco que conservamos de oficial. Coppola adopta la misma actitud desde los créditos: no solo arranca con música contemporánea, sino que tiene la osadía de incluir una escena en la que María Antonieta mira directamente a la cámara. A partir de aquí se nos relata el paso de una joven ingenua, inculta, inconstante y despreocupada de las garras de las fieras de Versalles: en una concisa presentación, la delfina es desnudada, despojada no ya de su personalidad, sino de la posibilidad de forjarse libremente, y muestra su rostro resignado ante la parafernalia francesa. Todo esto con imágenes; el guión de Coppola podría ser tachado por su escasez verbal y su superficialidad. Pero, contra la primera impresión, es un guión excelentemente estructurado y rebosante de matices y significados para quien pueda encontrarlos debajo de los lazos y las capas de chocolate. La directora se encarga así de ofrecernos la imagen exterior de la reina frente a la que nosotros mismos construimos, y en lugar de forzadas y vacías conversaciones, desperdiga frases sueltas y anónimas en los - 26 - pasillos y los comedores. Porque Versalles y sus productos, uno de los cuales fue esta muchacha austriaca, se forjó a partir de murmullos, rumores y palabras huecas. Coppola pretende provocarnos un empacho visual similar a los atracones de la propia corte en sus fiestas, para que sintamos igual que ellos el duro golpe del pueblo. Las gentes de París no se escuchan hasta un revelador plano en que, a lo lejos, se ve el palacio real mientras una voz indignada vocifera proclamas contra la reina. Los dos extremos del conflicto se desconocen y se mantienen tan alejados como la realizadora insinúa, y por el mismo motivo sus rostros resultan difusos en la noche que asaltan Versalles. En ese hermoso, emotivo y audaz plano en que la reina se inclina ante las masas no hay una lectura de sometimiento o apoteosis monárquica. La monarca no tiene odio, solo miedo ante algo que no le han enseñado a comprender y que para ella se manifiesta en un idioma extranjero –aunque en una escena lea a Rousseau con toda familiaridad, pero para demostrar la mal interpretación de sus ideas y la imposibilidad del consenso. La hija de Francis Ford Coppola no se está aprovechando en balde de sus orígenes y consecuentes enchufes, y tampoco ha demostrado una vacía sensibilidad estética. Con esta cinta se cierra una trilogía de soledad femenina moderna, desde luego con una impronta manierista, a ratos kitsch, pero sabia e inteligente a la hora de utilizar los recursos formales con una finalidad semántica. El envoltorio es fundamental en su nuevo trabajo, porque es a la vez el contenido. Vacío, dirá la mayoría. Pero es que eso es lo único que vivió la reina, visto como un ejemplo del vacío de nuestro propio consumismo. Y esa frívola transformación se descifra en la narrativa del filme: las melodías clásicas de Rameau acompañan la primera etapa de la pequeña Toinette hasta su llegada a palacio, cuando explotan los acordes pop. Sometida a la presión de dar un heredero al rey, la joven vuelve a mirarnos antes de tomar su resolución: ofrecerse en cuerpo y alma a los divertimentos cortesanos –el abanico tras el que se esconde al principio– para evitar su hundimiento como persona. Alguien puede creer que veo fantasmas en el aire o que la irrebatible belleza de la película me ha nublado la vista. Yo también lo creería si no oliera la podredumbre que Coppola demuestra sutilmente en cada imagen y cada comportamiento, en esos exagerados personajes como madame Du Barry. Y es que, ya lo dije al comienzo, este no es un retrato opaco, sino un espejo donde se refleja la vuelta a los excesos de clase y la separación social y comunicativa en que nos encontramos. Con un marco barroco, sí, pero ficticio mientras dentro vive lo real, lo que ha existido siempre y lo que aún existe ahora, entre tiempos tan aparentemente dispares: ahí están las zapatillas Converse que Sofia pone en el suelo de un plano para confirmarlo. - 27 - www.labutaca.net Margot Duhalde Sotomayor Una mujer que emprendió vuelo Carmen Ortúzar De carácter fuerte y decidido es esta mujer que surcó los cielos de Europa en más de cien tipos de aviones y tuvo una destacada participación durante la Segunda Guerra Mundial. Su historia aparece en los libros especializados del tema a nivel internacional y está en el Museo de Los Inválidos, de París. Descendiente de franceses, Margot Duhalde nació en Río Bueno (X Región). Su padre era agricultor y su madre estaba dedicada a la crianza de sus hijos (eran 12 hermanos). Quizá este habría sido su destino sin su vocación por volar y su fuerte impulso independiente. Los aviones de la Línea Aérea Nacional que llevaban el correo volaban justo por encima de sus tierras sureñas. La joven Duhalde comenzó a obsesionarse “por aquellas pequeñas sombras que pasaban sobre mí y que dejaban en mis oídos, como un eco, el singular ronroneo de sus pequeños motores”. Un día, un avión cayó en un potrero cerca de la casa debido a una emergencia. “Cuando lo toqué, supe que quería ser aviadora”, contó después. Al cumplir los 16 años empezó a volar en el Club Aéreo de Chile. Los pocos instructores eran de la Fuerza Aérea y a ella le costó encontrar a alguien que quisiera enseñarle a una mujer joven y de origen campesino. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial ya era piloto civil. Para ayudar a los aliados en el -- 28 -- Retrato de Margot Duhalde conflicto contra los países del Eje, se presentó como voluntaria, primero en el consulado francés y después, cuando Francia estaba derrotada, al llamado que hizo Charles de Gaulle (en 1940) para formar parte de su ejército libre. Zarpó desde el puerto de Valparaíso junto a otras trece personas. Al llegar a Londres la detuvieron durante cinco días mientras investigaban sus antecedentes. Como los franceses no usaban pilotos mujeres, se las arregló para formar parte de la Air Transport Auxiliary (formada por pilotos voluntarios que combatieron contra las fuerzas nazis), donde sí las ocupaban para el transporte de aviones. Después se presentó a los ingleses, con quienes logró volar más de cien tipos de aviones, tanto cazas como bombarderos. Al finalizar la guerra permaneció en Inglaterra, pero trabajando para la Fuerza Aérea Francesa en una escuadrilla de aviones Spitfire. Después la destinaron a África, en Marruecos. Hizo un curso de planeadores en Francia y partió en comisión a Sudamérica como oficial francés. Solo después de este periplo volvió a Chile. Aquí fue la primera mujer comandante de un avión comercial nacional y en la Fuerza Aérea trabajó como controlador de tránsito aéreo. Paralelamente, hacía instrucción de vuelo en los clubes aéreos nacionales. Cuando jubiló, a los 81 años, continuaba volando en un Piper Dakota. En 2001, participó en el homenaje que la Real Fuerza Aérea Británica les tributó a todos los miembros aún vivos de la Air Transport Auxiliary Association. Un año después, fue homenajeada en Francia por su trabajo en la Fuerza Aérea Libre durante la Segunda Guerra Mundial, asistiendo como invitada de honor a la inauguración del ala “Charles de Gaulle” del Museo de Los Inválidos de París, entre cuyas piezas se incluyeron su biografía, libros de vuelo, una colección de fotografías y otras muestras de su carrera. Se había casado tres veces (un hijo, dos nietos) pero, “por el machismo del chileno” y su actividad, terminó sola. - 29 - Mujeres que hacen historia. Colección Nosotros los chilenos. Nº11. Lom ediciones, 2005. Yo solo le pregunto al país dónde podremos encontrar la clara intuición de las cosas Émile Zola ¿Adónde van, jóvenes? ¿Adónde van, estudiantes que corren en grupos por las calles, manifestándose en nombre de sus iras y de sus entusiasmos, sintiendo la necesidad irresistible de lanzar públicamente el grito de sus conciencias indignadas? ¿Van a gritar, al pie de la ventana de algún personaje esquivo e hipócrita, su fe inquebrantable en el porvenir, en ese siglo venidero que representan y que ha de traer la paz al mundo en nombre de la justicia y del amor? ¿Van a protestar contra algún abuso del poder? ¿Han ofendido su anhelo de verdad y equidad, ardiente aún en sus almas jóvenes, almas que ignoran los arreglos políticos y las cobardías cotidianas de la vida? ¡Ah!, cuando yo era joven vi cómo se estremecía el Barrio Latino con las orgullosas pasiones de la juventud, el amor a la libertad, el odio a la fuerza brutal que aplasta cerebros y oprime almas. Lo vi, bajo el Imperio, entregado de lleno a su esforzada labor de oposición, a veces incluso injusto, pero siempre por un exceso de amor a la libre emancipación humana. ¿Van a reparar una injusticia social? ¿Van a poner la protesta de su juventud vibrante en la balanza desigual donde, con tanta falsedad, se pesa el sino de los afortunados y de los desheredados de este mundo? ¿Van, para defender la tolerancia y la independencia de la raza humana, a silbar a algún sectario de la inteligencia, de estrecha mollera, que ha pretendido conducir sus mentes liberadas hacia el antiguo error proclamando la bancarrota de la ciencia? Silbaba a los autores gratos a las Tullerías; se ensañaba con los profesores cuyas enseñanzas le parecían sospechosas; se alzaba contra cualquiera que se declarase a favor de las tinieblas y de la tiranía. En él ardía el fuego sagrado de la hermosa locura de los veinte años, cuando todas las esperanzas son realidades, cuando el mañana aparece como el triunfo indudable de la Ciudad perfecta. - 30 - Pintura de Paul Cézanne Y si nos remontáramos más atrás en esta historia de las nobles pasiones que han alzado a la juventud de las universidades, veríamos a esta siempre indignada ante la injusticia, estremecida y sublevada a favor de los humildes, de los abandonados, de los perseguidos, contra los crueles y los poderosos… Se ha erigido en defensora de cuantos sufrían, de cuantos agonizaban bajo la brutalidad de una masa o de un déspota. Si corría la voz de que el Barrio Latino estaba en ascuas, no había duda de que detrás ardía una llama de justicia juvenil, ajena a precauciones, que acometía con entusiasmo obras dictadas por el corazón. ¡Y qué espontaneidad entonces, qué torrente desbordado corría por las calles! Yo solo le pregunto al país dónde podremos encontrar la clara intuición de las cosas, la sensación instintiva de lo que es verdad, de lo que es justo, como no sea en esas almas nuevas, en esos jóvenes que nacen a la vida pública y a quienes nada debería ofuscar su razón recta y buena. Que los políticos deteriorados por años de intriga, que los periodistas desequilibrados por todas las componendas de - 31 - su oficio puedan aceptar las mentiras más impúdicas, puedan hacer la vista gorda ante abrumadoras evidencias, es explicable, comprensible. ¿Pero la juventud? Muy gangrenada ha de estar para que su pureza, su candor natural, no se reconozca a simple vista en medio de los inaceptables errores y no se enfrente directamente a lo que es evidente, a lo que está claro, luminoso como la luz del día. Haber sucumbido al anhelo de verdad es un crimen. Haber exigido justicia es un crimen. Retornó el horrible despotismo; la mordaza más dura acalla otra vez las bocas. Quien aplasta la conciencia pública no es ya la bota de un César, sino toda una Cámara que condena a quienes se enardecen por el deseo de lo justo. ¡Prohibido hablar! Los puños machacan los labios de quienes han de defender la verdad, se amotina a las masas para que reduzcan al silencio a los aislados. Nunca se había organizado una opresión tan monstruosa y dirigida contra la libre discusión. Y reina el más vergonzoso terror: los más valientes se vuelven cobardes, nadie se atreve ya a decir lo que piensa por miedo a que lo denuncien acusándolo de vendido y traidor. Los escasos periódicos que conservan cierta honestidad se humillan ante sus lectores, quienes se han vuelto locos con tantos chismes estúpidos. Ningún pueblo, creo yo, ha pasado por un mo- mento más confuso, más absurdo, más angustioso para su razón y su dignidad. Ya sé que el grupo de jóvenes que se manifiesta no representa a toda la juventud y que un centenar de alborotadores por la calle causan más ruido que diez mil trabajadores que se quedan en su casa. Pero cien alborotadores son ya demasiados, ¡y qué desalentador es el síntoma de que ese movimiento, por reducido que sea, se produzca hoy en el Barrio Latino! ¡Oh, juventud, juventud! Te lo ruego, piensa en la gran labor que te espera. Eres la futura obrera; tú pondrás los cimientos de este siglo cercano que, estamos profundamente convencidos, resolverá los problemas de verdad y de equidad planteados por el siglo que termina. Nosotros los viejos, los mayores, te dejamos el formidable cúmulo de nuestras investigaciones, tal vez muchas contradicciones y oscuridades, pero ciertamente también te dejamos el esfuerzo más apasionado que nunca siglo alguno haya realizado en pos de la luz, los más honestos y los más sólidos documentos, los fundamentos mismos de este vasto edificio de la ciencia que tienes que seguir construyendo en pro de tu honor y tu felicidad. Y solo te pedimos que seas más generosa aún que nosotros, más abierta de espíritu, que nos superes con tu amor a una existencia pacífica, dedicando tu esfuerzo al trabajo, esa fecundidad de los -- 32 -- hombres y de la tierra que por fin sabrá lograr que brote la desbordante cosecha de alegría bajo el resplandeciente sol. Nosotros te cederemos fraternalmente el puesto, satisfechos de desaparecer y descansar de nuestra parte de labor en el sueño gozoso de la muerte, si sabemos que tú continuarás y harás realidad nuestros sueños. ¡Juventud, juventud! Acuérdate de lo que sufrieron tus padres y de las batallas terribles que tuvieron que vencer para conquistar la libertad de que gozas ahora. Si te sientes independiente, si puedes ir y venir a voluntad o decir en la prensa lo que piensas, o tener una opinión y expresarla públicamente, es porque tus padres contribuyeron a ello con su inteligencia y su sangre. No has nacido bajo la tiranía, ignoras lo que es despertarse cada mañana con la bota de un amo sobre el pecho, no has combatido para escapar al sable del dictador, a la ley falaz del mal juez. Agradéceselo a tus padres y no cometas el crimen de aclamar la mentira, de alinearte junto a la fuerza brutal, junto a la intolerancia de los fanáticos y la voracidad de los ambiciosos. La dictadura ha tocado a su fin. de los lazos sociales. Por supuesto, hay que respetarla; sin embargo, existe una noción más elevada de justicia, la que establece como principio que todo juicio de los hombres es falible y la que admite la posible inocencia de un condenado sin por ello insultar a los jueces. ¿Quién se alzará para exigir que se haga justicia sino tú, que no estás mezclada en nuestras luchas de intereses ni de personas, que no te has aventurado ni comprometido en ninguna situación sospechosa, que puedes hablar en voz alta con toda honestidad y buena fe? ¡Juventud, juventud! Sé humana, sé generosa. ¿Quién sino tú intentará la sublime aventura, se lanzará a defender una causa peligrosa e imponente, se enfrentará a un pueblo en nombre de la justicia ideal? ¿No te avergüenza que sean unos viejos, unos mayores, los que se apasionen, los que cumplan tu tarea de generosa locura? –“¿Adónde van, jóvenes; adónde van, estudiantes que corren por la calle manifestándose, enarbolando en medio de nuestras discordias el valor y la esperanza de sus veinte años?”. –“¡Vamos a luchar por la humanidad, la verdad, la justicia!”. ¡Juventud, juventud! Mantente siempre cerca de la justicia. Si la idea de justicia se oscureciere en ti, caerías en todos los peligros. No me refiero a la justicia de nuestros Códigos, que no es sino la garantía - 33 - Carta a los estudiantes, 14 de diciembre de 1897. ¡Cuán dulce es la libertad! Gayo Julio Fedro V oy a hablar brevemente de cuán dulce es la libertad. Un lobo consumido por el hambre se encontró casualmente con un perro bien alimentado; después, tras saludarse entre sí cuando se pararon, dijo el lobo: “Dime, ¿de dónde te viene ese esplendor o con qué alimento has conseguido un cuerpo tan lozano? Yo, que soy mucho más fuerte, me muero de hambre”. El perro le respondió con franqueza: “Tendrás la misma fortuna si puedes prestar a mi amo un servicio semejante”. “¿Cuál?”, dijo el lobo. “Guardar su puerta y proteger su casa de los ladrones durante la noche. Me dan pan sin pedirlo; el amo me da los huesos de su mesa; los criados me arrojan las sobras y algunos el guisado que no les gusta. Así lleno mi vientre sin esfuerzo”. “Pues ya estoy preparado; ahora padezco las nieves y las lluvias en los bosques, arrastrando una vida dura. ¡Cuánto más fácil es para mí vivir bajo techo y saciarme en la ociosidad con un alimento abundante!”. “Entonces, ven conmigo”. Mientras caminan, el lobo observa el cuello del perro, pelado por una cadena. “Amigo, ¿cómo te has hecho eso?” “No es nada”. “De todos modos, dímelo, por favor”. “Como les parezco muy inquieto, me atan durante el día, para que descanse mientras hay luz y vigile cuando llega la noche: al atardecer me desatan y deambulo por donde quiero”. “Veamos: si te apetece marcharte, ¿puedes hacerlo?” “No, desde luego”. “Disfruta lo que alabas, perro; no quiero ser rey si carezco de libertad”. - 34 - Libertad Paul Éluard Sobre mis cuadernos de escolar sobre mi pupitre y los árboles sobre la arena sobre la nieve escribo tu nombre Sobre todos mis retazos de azur sobre el estanque sol mohoso sobre el lago luna viviente escribo tu nombre Sobre todas las páginas leídas sobre todas las páginas en blanco piedra sangre papel o ceniza escribo tu nombre Sobre los campos sobre el horizonte sobre las alas de los pájaros y sobre el molino de las sombras escribo tu nombre Sobre las imágenes doradas sobre las armas de los guerreros sobre la corona de los reyes escribo tu nombre Sobre cada aliento de la aurora sobre la mar sobre los barcos sobre la montaña enloquecida escribo tu nombre Sobre la jungla y el desierto sobre los nidos sobre las retamas sobre el eco de mi infancia escribo tu nombre Sobre la espuma de las nubes sobre los sudores de la tormenta sobre la lluvia espesa insípida escribo tu nombre Sobre la maravilla de las noches sobre el pan blanco de los días sobre las estaciones desposadas escribo tu nombre Sobre las formas centelleantes sobre las campanas de colores sobre la verdad física escribo tu nombre - 35 - Sobre los senderos despiertos sobre las rutas desplegadas sobre las plazas desbordadas escribo tu nombre Sobre el vitral de las sorpresas sobre los labios atentos muy por encima del silencio escribo tu nombre Sobre la lámpara que se enciende sobre la lámpara que se apaga sobre mis casas reunidas escribo tu nombre Sobre mis refugios destruidos sobre mis faros desplomados sobre los muros de mi hastío escribo tu nombre Sobre el fruto cortado en dos del espejo y de mi cuarto sobre mi lecho concha vacía escribo tu nombre Sobre la ausencia sin deseos sobre la soledad desnuda sobre el escalón de la muerte escribo tu nombre Sobre mi perro goloso y tierno sobre sus orejas erguidas sobre su pata desmañada escribo tu nombre Sobre la salud recobrada sobre el peligro que se aleja sobre la esperanza sin recuerdos escribo tu nombre Sobre el trampolín de mi puerta sobre los objetos familiares sobre la onda del fuego bendito escribo tu nombre Y por el poder de una palabra vuelvo a recomenzar mi vida Yo nací para conocerte para nombrarte Libertad “Libertad” es el poema más famoso de la Segunda Guerra Mundial en la resistencia contra el nazismo. - 36 - El lenguaje crea la comunidad Entrevista a Humberto Giannini Cristián Warnken Fotografía de Memoria Chilena -Cristián Warnken: En el libro “La Razón Heroica” (Sócrates y el Oráculo de Delfos) vuelves a Sócrates y en su prólogo dices que te interesa el modo en que el filósofo viene a encontrarse implicado en aquello que explica. Eso me recuerda al poeta chileno Enrique Lihn, cuando habla de la poesía situada, es decir, que en la propia poesía el poeta tiene que hacer explícita la situación desde la que él habla. El filósofo situado y el poeta situado. -Humberto Giannini: Es muy hermoso… mientras tú describías esto, me acordaba de un autor, Jaspers, que puso un ejemplo clásico, el ejemplo de Galileo y Bruno, ambos en relación al tema que irritaba tanto a la Iglesia: la centralidad de la Tierra en relación al Universo, si giraba o no giraba la Tierra alrededor del Sol. Y qué me importa a mí si gira o no alrededor del Sol, uno pudiera decir, pero era un problema muy serio para el egocentrismo humano; el hombre se sentía el Universo. Entonces, irritaba mucho que hubiese salido un señor Copérnico a decir que no, que la Tierra giraba alrededor del Sol. Galileo lo defiende, pero lo defiende hasta por ahí, porque cuando llega la Santa Inquisición a preguntarle si creía en eso, y estaban por mandarlo - 37 - a la cárcel –y lo mandan–, Galileo dice: "Sí, más o menos creo, es cuestión de matemática. Así como pruebo que gira alrededor del Sol, puedo probar que el Sol gira alrededor de la Tierra, me da lo mismo". Pero desde el punto de vista de la naturaleza eso no da lo mismo. Bruno, que era un filósofo comprometido, que pensaba que el Universo era infinito y que cada punto era centro de esta infinitud –era muy hermoso todo eso– dijo: "No puede ser que se niegue lo que dice Copérnico; yo no acepto que la Tierra sea el centro del Universo", y eso lo pagó con su vida. En cambio Galileo se salvó porque qué le importaba a él: "La ciencia no tiene por qué comprometerme", se decía. Y se refería a cierta ciencia, la física, en cuanto se mantiene como ciencia aparte, distinta del ser humano. Mientras se mantiene así, qué nos importa que haya átomos o no haya átomos, porque qué tenemos que ver nosotros con el átomo. Y en cambio, cuando empezamos a hablar de psicología, de sociología, de filosofía, sí que estamos implicados en aquello que explicamos y yo creo que se nota en eso la veracidad de un pensador, hasta dónde está implicado en aquello que explica. Y bueno, el caso de Sócrates es un caso patente de una total implicación de lo que decía, se le iba la vida en aquello que él decía: si lo desmentían los hechos, lo desmentían a él. Desmentirlo a él era como borrarlo; su vida estaba entregada a eso. Entonces, esa es la razón heroica por la cual yo le rindo un homenaje a Sócrates. -CW: Sócrates es un héroe moral y me gustaría preguntarte, ¿por qué traer a Sócrates a través de una pequeña obra de teatro en vez de un ensayo? -HG: Claro, lo que pasa es que en una obra de teatro hay un diálogo, en el sentido de que se da la discusión, y Sócrates es justamente el inventor de este método filosófico. (…) Creo que es más auténtico hablar de Sócrates a través de diálogos que en una exposición, puesto que él fue quien hizo dialogar fuertemente a los atenienses, y eso es bueno. Y el diálogo para Sócrates no fue una simple ocupación a ciertas horas del día: Sócrates salía en la mañana a encontrarle el sentido a la realidad, y el sentido de la realidad no lo encontraba en la naturaleza, sino en su relación con los demás seres humanos. Entonces, en esta relación se estaba jugando la vida y realmente se la jugó. -CW: En el libro te preguntas cómo hacer aparecer a Sócrates en la realidad cotidiana de hoy. Pero no es fácil, son dos contextos culturales distintos. ¿Cuál es la actualidad de Sócrates y qué sentido tiene escribir un libro sobre él hoy día? -HG: (…) Sócrates sigue siendo importantísimo en cuanto a obligar a una reflexión a cada instante sobre las palabras y los conceptos que usamos, sobre este decirnos así que se ha vuelto oralidad a través de la televisión, se ha vuelto imagen, y al volverse imagen se ha vuelto demasiado fugaz, y las palabras tienen un sentido, yo diría, casi sin profundidad. Y yo pienso que cualquier -- 38 -- Pintura de Jacques-Louis David palabra tiene una profundidad tremenda que obliga a respetarla, no creo que haya convencionalidad en el lenguaje. El lenguaje es el respeto a la comunidad. Cuando yo digo vino, es vino, no es agua, y cuando digo pan, es pan, y no galleta. Y esto lo digo así, pan al pan, porque todos han dicho pan, no tiene ninguna otra razón; pero eso no es convencional, viene de una realidad histórica que nos hace ser una comunidad lingüística y nos hace encontrar en las palabras cierto sentido. Sócrates nos obligó a devolvernos al sentido de las palabras y el sentido de las palabras es lo que cree la comunidad, no es que esta comunidad crea lo mismo. De repente entramos en conflicto con las palabras, porque ¿qué significa casamiento? Lo repito mucho porque de esto se habría reído una persona un siglo atrás, "pero si es muy fácil", y abriría el código donde está la definición hermosísima… "es un contrato solemne… un hombre y una mujer… actual e indisolublemente", etc. Un hombre y una mujer, ¿quién lo dijo? Está en tela de juicio eso en muchas partes del mundo. Entonces el matrimonio ya no es una definición unívoca, para bien o para mal; ya no es para siempre, y también es una palabra que es peligrosísima. La humanidad va cambiando los significados, pero este cambio se da en las relaciones humanas, no lo hace la Real Academia de la Lengua Española ni ninguna academia del mundo. El cambio en el lenguaje es algo que ocurre porque hay cambios de actitud, de relaciones, de compromisos, y bueno, eso está en el lenguaje y debemos aprender a respetar ese contenido profundísimo del lenguaje. Somos seres que hablan y el hablar es una responsabilidad muy grande. - 39 - En Pensamiento Propio: La mesa abierta. BHP Billiton, 2007. Por lo general es así Vladimir Maiakovsky Cada nacido viene dotado de amor, pero el trabajo, las ganancias, en fin, todo eso, terminan por secar el suelo amoroso. El corazón lleva puesto el cuerpo, el cuerpo la camisa. Pero no es suficiente. Alguien –¡el muy idiota!– se ponía puños falsos y se regaba las pecheras con almidón. Al envejecer se cambia de opinión. El hombre gira como un molino de acuerdo al método de Müller. La mujer se maquilla. La piel se llena de arrugas. El amor florece, florece y se marchita. Pintura de Kazimir Malévich -- 40 -- Igual me pasa a mí Vladimir Maiakovsky Hasta las flotas vuelven a puerto. Los trenes corren a la estación. Con más razón yo hacia ti –puesto que te amo– me siento atraído y llamado. El hidalgo de Pushkin baja a hurgar y maravillarse en su sótano. Así yo vuelvo a ti, querida. Ese corazón es mío y lo admiro. Regresáis contentos a casa. Os quitáis la suciedad al afeitaros y bañaros. Así yo regreso a ti cuando voy a verte ¿no vuelvo a mi casa? Los terrenales retornan al regazo original. Nosotros retornamos a nuestra meta final. Así yo forzosamente me siento atraído, apenas separados, apenas nos dejamos de ver. Pintura de Kazimir Malévich - 41 - Cuando voy al trabajo Víctor Jara Cuando voy al trabajo pienso en ti, por las calles del barrio pienso en ti. Cuando miro los rostros tras el vidrio empañado, sin saber quiénes son, dónde van… Pienso en ti, mi vida, pienso en ti. En ti, compañera de mis días y del porvenir; de las horas amargas y la dicha de poder vivir, laborando el comienzo de una historia sin saber el fin. Cuando el turno termina y la tarde va estirando su sombra por el tijeral, y al volver de la obra, discutiendo entre amigos, razonando cuestiones de este tiempo y destino… Pienso en ti, mi vida, pienso en ti. En ti, compañera de mis días y del porvenir; de las horas amargas y la dicha de poder vivir; laborando el comienzo de una historia sin saber el fin. Cuando llego a la casa estás ahí y amarramos los sueños… Laborando el comienzo de una historia sin saber el fin. -- 42 -- La historia de Tristán e Isolda Joseph Bédier Tristán e Isolda. Miniatura del siglo XV - Fragmento - Isolda la Rubia, esposa del rey Marés, se escapó con Tristán, sobrino de éste, para vivir el amor que sentían el uno por el otro. El rey los encontró y perdonó a su esposa la infidelidad y a su sobrino la traición. Solo con una condición: Tristán debía abandonar su país. XIII La voz del ruiseñor De regreso a la cabaña de Orri el guardabosque, arrojado el bordón y despojado de la capa de peregrino, Tristán comprendió claramente que había llegado el día de mantener la fe jurada al rey Marés y de alejarse del país de Cornualles. ¿Qué esperaba aún? La reina se había justificado, el rey la amaba y la colmaba de honores. Arturo, si fuera preciso, la tomaría bajo su salvaguardia, y de ahora en adelante ninguna traición podría prevalecer contra ella. ¿Por qué vagar por más tiempo por los alrededores de Tintagel? Arriesgaba vanamente su vida y la del leñador y la tranquilidad de Isolda. Era preciso: tenía que partir; y fue por última vez, bajo su túnica de peregrino, en la Blanca-Landa, que sintió el hermoso cuerpo de Isolda estremecerse entre sus brazos. - 43 - Pintura mural del Castillo Neushwanstein Tres días tardó todavía, no pudiendo desprenderse del país donde vivía la reina. Pero llegado el cuarto día, se despidió del guardabosque que le había albergado y dijo a Gorvalán: –Buen maestro, ha llegado la hora de la gran partida; marcharemos hacia la tierra de Gales. Se pusieron en camino, tristemente, bajo la noche. Pero su camino seguía a lo largo del jardín cercado de estacas donde en otro tiempo Tristán esperaba a su amiga. La noche brillaba, límpida, cuajada de estrellas… En el recodo del camino, no lejos de la empalizada, vio erguirse en la claridad del cielo el tronco robusto del gran pino. –Buen maestro, espera en el bosque cercano; vuelvo enseguida. –¿Adónde vas, loco? ¿Quieres, sin tregua, seguir buscando tu muerte? Pero de un salto ágil, Tristán había ganado la empalizada de estacas. Llegó hasta el gran pino, cerca de la gradería de mármol claro. ¿De qué serviría ahora arrojar a la fuente virutas bien talladas? ¡Isolda no vendría ya! Con pasos ligeros y prudentes, por el sendero que antes siguiera la reina, osó aproximarse al castillo. En su cámara, entre los brazos de Marés durmiente, velaba Isolda. De pronto, por la ventana entreabierta, donde jugueteaban los rayos de la luna, entró la voz de un ruiseñor. -- 44 -- Isolda escuchaba la sonora voz que venía a encantar la noche, y la voz se elevaba, plañidera, tan inefablemente triste, que solo un corazón cruel o asesino hubiera dejado de enternecerse con ella. “¿De dónde viene esta melodía?”, pensó la reina. Y comprendió, súbitamente… “¡Ah! ¡Es Tristán! En la selva del Morois imitaba también a los pájaros cantores para complacerme. Va a partir y me da su último adiós. ¡Cómo se lamenta! Como el ruiseñor cuando se despide, a fines de verano, henchido de tristeza. ¡Amigo, jamás volveré a oír tu voz!”. La melodía vibró más ardiente. “¡Ah! ¿Qué exiges? ¿Que vaya? ¡No! Acuérdate de Ogrín el ermitaño y de los juramentos pronunciados. Cállate, la muerte nos acecha… ¿Pero qué importa la muerte? ¡Tú me llamas, tú me quieres, yo voy!”. Se desprendió de los brazos del rey y se echó un manto forrado de pieles sobre su cuerpo casi desnudo. Debía atravesar la sala contigua donde cada noche diez caballeros velaban, relevándose. Mientras cinco de ellos dormían, los otros cinco, armados, de pie ante las puertas y las ventanas, vigilaban al exterior… Pero, por azar, se hallaban todos dormidos, cinco en sus lechos, cinco sobre las losas. Isolda sorteó sus cuerpos esparcidos y levantó la barra de la puerta; sonó el anillo, pero sin despertar a ninguno de los vigías. Franqueó el umbral y el cantor apagó su voz. Bajo los árboles, sin palabras, él la estrechó contra su pecho. Los brazos se anudaron firmemente en torno a los cuerpos, y hasta el alba y como cosidos con misteriosos torzales, no se desasieron del abrazo. A pesar del rey y de los guerreros, los amantes gozan su dicha y sus amores. Aquella noche enloqueció a los amantes, y los días siguientes, como el rey abandonara Tintagel para tener audiencia en San Lubín, Tristán, de nuevo en casa de Orri, osó cada madrugada, al claro de luna, deslizarse por el jardín hasta las habitaciones de las mujeres. Un siervo lo sorprendió y se fue a encontrar a Andret, Denoalén y Gondoíno: –Señores, la bestia que creen expulsada ha vuelto a la guarida. –¿Quién? –Tristán. –¿Cuándo lo has visto? –Esta madrugada; lo he reconocido perfectamente. Mañana, al alba, podrán verlo venir, la espada al cinto, un arco en una mano, dos flechas en la otra. –¿Por dónde lo veremos? –Por una ventana que he descubierto. Pero si se las enseño, ¿cuánto me darán? - 45 - –Treinta marcos de plata. Serás un rico campesino. –Escuchen –dijo el siervo–. Se puede ver la estancia de la reina por una ventana estrecha que la domina, abierta en lo alto de la muralla. Pero una gran cortina colgada a través del cuarto disimula el agujero. Que mañana uno de ustedes tres penetre lindamente en el jardín, corte una larga rama de espino y la afile por el extremo; que trepe entonces hasta la alta ventana e hinque la rama, como un alfiler, en la tela de la cortina; podrá así apartarla ligeramente; y arda mi cuerpo, señores, si tras la colgadura no ven entonces lo que acabo de decirles. Andret, Gondoíno y Denoalén discutieron cuál de ellos gozaría primero del espectáculo y convinieron al fin que fuera otorgado a Gondoíno. Se separaron. A la mañana siguiente, al alba, volverían a encontrarse. ¡Mañana, al alba, buenos señores, cuídense de Tristán! Al día siguiente, noche cerrada todavía, Tristán, abandonando la cabaña de Orri, trepó hacia el castillo bajo las espesas matas de espinos. Saliendo de la maleza, miró por un claro y vio a Gondoíno que venía de su mansión. Tristán se arrojó de nuevo en los espinos y se agazapó emboscándose en el matorral. –¡Ah! ¡Dios mío! Haz que el que avanza por allá abajo no se dé cuenta de mí antes del instante favorable. Con la espada en la mano lo esperaba, pero, por casualidad, Gondoíno tomó otro camino y se alejó. Tristán salió de la maleza, decepcionado, tendió el arco, apuntó: ¡ay!, el hombre estaba ya fuera de su alcance. En este momento, he aquí a Denoalén, a lo lejos, descendiendo suavemente por el sendero, al trote de un pequeño palafrén negro y seguido por dos grandes lebreles. Tristán lo acechó oculto tras un manzano. Vio que azuzaba a sus perros a levantar un jabalí en un soto. Pero antes de que los lebreles lo hubieran desalojado de su cubil, su dueño habrá recibido tal herida que no habrá médico capaz de curarle. Cuando Denoalén estuvo cerca de él, Tristán arrojó su capa, dio un salto y se irguió ante su enemigo. El traidor quiso huir, pero fue en vano. Apenas tuvo tiempo de gritar: “¡Me has herido!”. Cayó del caballo y Tristán le cortó la cabeza, cortó las trenzas que colgaban alrededor de su rostro y las metió en su jubón; quería enseñarlas a Isolda para alegrar el corazón de su amiga. “¡Ay! –pensaba– ¿qué se ha hecho de Gondoíno? Se ha escapado; ¡lástima que no le haya podido pagar con la misma soldada!”. Enjugó su espada, la volvió a su vaina, arrastró sobre el cadáver un tronco de árbol y, abandonando el cuerpo sangrante, se fue, el capuz en la cabeza, hacia su amiga. En el castillo de Tintagel, Gondoíno le había tomado la delantera; encaramado sobre la alta ventana, había hincado su rama de espino en la cortina, y apartando ligeramente dos paños de la tela miraba de soslayo la cámara tapizada. Primeramente no - 46 - vio a nadie más que a Perinís, después a Brangania, llevando aún el peine con que acababa de peinar a la reina de los cabellos de oro. Pero entró Isolda y luego Tristán. Llevaba en una mano su arco de blanca madera y dos flechas; en la otra sostenía dos largas trenzas de hombre. Dejó caer su capa, y su hermoso cuerpo apareció. Isolda la Rubia se inclinó para saludarle, y al incorporarse, levantando la cabeza hacia él, vio, proyectada sobre la tapicería, la sombra de la cabeza de Gondoíno. Tristán le decía: –¿Ves estas hermosas trenzas? Son de Denoalén. Te he vengado de él. Nunca más podrá comprar o vender escudo ni lanza. –Está bien, señor, pero tiende este arco, te lo ruego; quiero ver si es fácil de armar. Tristán lo tendió, extrañado, pero comprendiendo a medias. Isolda cogió una de las flechas, la empulgó, miró si la cuerda estaba bien. Y dijo con voz rápida y baja: –Veo algo que no me gusta. ¡Apunta bien, Tristán! Él levantó la cabeza y vio, en lo alto de la cortina, la sombra de la cabeza de Gondoíno. –¡Que Dios dirija esta flecha! Pintura mural del Castillo Neushwanstein - 47 - Pintura mural del Castillo Neushwanstein Dicho esto, se vuelve hacia el muro y dispara. La larga flecha silba en el aire –ni esmerejón ni golondrina vuelan tan raudos–, revienta el ojo del traidor, atraviesa su cerebro como si fuese una manzana y se detiene, vibrante, contra el cráneo. Sin un grito, Gondoíno se desplomó y cayó sobre una estaca. Entonces Isolda dijo a Tristán: –¡Huye ahora, amigo! Ya ves, los felones conocen tu refugio. Andret sobrevive; lo enseñará al rey. Ya no hay seguridad para ti en la cabaña del leñador. ¡Huye, amigo! El fiel Perinís esconderá este cuerpo en el bosque, de tal suerte que el rey jamás tendrá noticia de él. Pero debes huir de este país, por tu salvación y por la mía. Tristán dijo: –¿Cómo podría vivir? –Sí, amigo Tristán, nuestras vidas están enlazadas y unidas una a la otra. Y yo, ¿cómo podría vivir? Mi cuerpo queda aquí, pero tú poseerás siempre mi corazón. –Isolda mía, yo parto, no sé hacia qué país. Pero si alguna vez vuelves a ver el anillo de jaspe verde, ¿harás lo que por él te mande decir? - 48 - –Sí, ya lo sabes; si vuelvo a ver el anillo de jaspe verde, ni torre, ni fuerte castillo, ni prohibición real, me impedirán hacer la voluntad de mi amigo, sea locura o discreción. –Amiga, que el Dios nacido en Belén te lo tenga en cuenta. –Que Dios te guarde, amigo. Tristán, desterrado y lejos de su amor, obtiene fama y prestigio por sus heroicas proezas. Toma como esposa a Isolda de las Blancas Manos sabiendo que nunca la amará y que su amor por Isolda la Rubia es cada vez más fuerte. Herido de muerte, Tristán desea ver a su amante, solo ella puede curarle. XIX La muerte […] El veneno prosigue su efecto. El enfermo palidece y está tan flaco que se pueden contar todos sus huesos. ¡Siente que la vida le escapa, comprende que va a morir y quiere ver de nuevo a Isolda la Rubia! ¿Pero cómo realizar este propósito? Está tan débil que moriría si intentara cruzar el mar. Y si, con todo, consiguiera llegar hasta Cornualles, no podría escapar de sus enemigos. Se deshace en lamentos, siente el veneno corroer su carne y espera la muerte. Llama a Kaherdín en secreto para contarle su dolor, pues los dos se profesan un leal cariño. No quiere que nadie permanezca en su habitación ni en las salas contiguas. Pero retiene a Kaherdín a su lado. Isolda, su mujer, maravíllase de este raro deseo y, recelosa, quiere oír la conversación. Pega el oído a la pared que toca al lecho de Tristán y escucha, mientras uno de sus fieles vigila para evitar ser sorprendida. Tristán reúne todas sus fuerzas, consigue incorporarse y se apoya contra la pared. Kaherdín se sienta a su lado y los dos lloran tiernamente. Lloran por su hermosa camaradería de armas, tristemente deshecha, por su gran amistad y por sus amores. Y cada uno se lamenta del dolor del otro. –Mi dulce y buen amigo –dice Tristán–: estoy en extraña tierra, sin pariente ni amigo fuera de ti, pues eres el único que me ha ofrecido goce y consuelo. Voy a morir y quisiera ver de nuevo a Isolda la Rubia. Pero, ¿de qué astucia me valdré para darle a conocer mi anhelo? Si consiguiera enviarle un mensajero, estoy seguro de que ella vendría; ¡tan grande es su cariño! Kaherdín, mi buen camarada, por nuestra amistad, por la nobleza de tu aventura; seré tu vasallo y te amaré como nadie en el mundo puede amarte. - 49 - Kaherdín ve el desconsuelo de Tristán, que se lamenta y llora. Siente el corazón derretírsele de ternura y le responde con amor: –No llores más, compañero mío, yo cumpliré tu deseo. Yo arrostraré la muerte por ti y no habrá desgracia ni congoja que me haga desfallecer. Dime qué quieres enviar a la reina y haré mis preparativos a toda prisa. Tristán respondió: –Gracias, amigo mío. Ahí va mi ruego. Toma este anillo: es nuestra contraseña. Hazte introducir por un mercader en la corte de mi amada. Muéstrale blondas y sederías y enséñale disimuladamente este anillo. Ella encontrará un ardid enseguida para hablarte secretamente. Dile entonces que se acuerde de los pasados goces, de las crueles penas, de las amargas tristezas, de las dulces alegrías y de los grandes dolores de nuestro tierno y leal amor. Que se acuerde del brebaje que juntos bebimos en alta mar, donde sorbimos, ¡ay!, nuestra muerte. Que recuerde que juró que ella sería mi única amada y que sepa que he cumplido mi promesa. Tras la pared, Isolda, la de las Blancas Manos, escucha, desfalleciente, estas palabras. –Date prisa, compañero, y regresa cuanto antes. Si tardas mucho, ya no podrás verme. Toma un plazo de cuarenta días y vuelve con Isolda la Rubia. Di a tu hermana que vas en busca de un médico y ocúltale el motivo de la partida. Lleva mi hermosa nave y coge dos velas: una blanca y otra negra. Iza la vela blanca si vienes con Isolda y la negra si regresas sin ella. Nada más, amigo. ¡Ve con Dios y que Él te proteja! Suspira y se lamenta, deshecho en lágrimas; Kaherdín besa a Tristán y se despide llorando. […] Terrible es la ira de una mujer. ¡Dios nos guarde de ella! Cuanto más haya amado, más cruel será su venganza. Prontas son las mujeres en el amor como en el odio, pero su enemistad es más perdurable que su afecto. Saben templar el amor mejor que el odio. Recostada en la pared, Isolda la de las Blancas Manos ha escuchado palabra por palabra. ¡Ha amado tanto a Tristán! Y ahora, al fin, comprende que su esposo pertenece a otra mujer. Guarda en su memoria las cosas oídas y, cuando la ocasión se presente, piensa vengarse del que ama por encima de todo. Sabe disimular a la perfección, y en cuanto se abren las puertas entra de nuevo en el aposento de Tristán y, ahogando su rencor, continúa sirviéndole y mimándole como una dulce enamorada. Le habla quedamente, lo besa en los labios, le pregunta si Kaherdín regresará pronto con el médico que ha de curarle y, entretanto, sigue meditando su venganza. Kaherdín navega sin desmayo hasta Tintagel. Coge preciosas telas de raros colores, una copa de cristal finamente tallado, y con un azor en la mano preséntase al rey - 50 - Marés ofreciéndole estos regalos y suplicándole le sea concedida su paz y salvaguarda para traficar libremente por aquella tierra sin cuidado de chambelán ni de vizconde. El rey se lo otorga en presencia de todos los palaciegos. Y entonces Kaherdin ofrece a la reina un broche labrado en oro fino. –Reina –dice–, es de oro purísimo –y quitándose el anillo de Tristán, colócalo al lado del joyel–. Mira, reina, el oro del broche es precioso, pero el del anillo le gana todavía. Cuando Isolda reconoce el anillo se estremece de pies a cabeza, temiendo lo que va a oír, y anhelante y pálida atrae a Kaherdin a un lugar apartado, bajo una ventana, como para examinar mejor el anillo. Kaherdín le dice simplemente: –Señora, Tristán fue herido con una espada envenenada y está muriéndose. Te manda decir que solo tú puedes darle consuelo. Te recuerda las grandes penas y los grandes dolores que han sufrido juntos. Guarda este anillo. Te lo da. Isolda respondió desfalleciente: –Te seguiré, amigo. Ten la nave dispuesta para la madrugada. A la mañana siguiente la reina dijo que quería cazar con halcón y mandó disponer la jauría y los pájaros. El duque Andret, siempre al acecho, quiso seguirla. Pintura mural del Castillo Neushwanstein - 51 - Al llegar al campo, no lejos del mar, se levantó un faisán. Andret soltó un halcón para cogerlo, pero el tiempo era hermoso y claro y el halcón levantó el vuelo y desapareció. –Mira, caballero Andret –dijo la reina–, el halcón está allá abajo en el puente de una nave forastera. ¿De quién es? –Es la de aquel mercader de Bretaña que te ofreció el broche de oro, señora. Vamos allí a coger nuestro halcón. Kaherdín, que había echado una tabla como puente entre su nave y la orilla, salió al encuentro de la reina. –Dama, dígnate entrar en mi nave y te mostraré mis ricas mercancías. –Con mucho gusto, señor –dijo la reina. Se apea del caballo, cruza el puente de tablas y entra en la nave. Andret quiere seguirla y avanza tras la reina, pero Kaherdín, de pie en la borda, le asesta un golpe con el remo. Andret tropieza y cae al mar. Intenta salir, pero Kaherdín lo golpea de nuevo y lo hunde bajo las aguas, gritando: –¡Muere, traidor! Esto es en pago de todo lo que has hecho sufrir a Tristán y a la reina. Así vengó Dios a los enamorados de los traidores que los habían odiado tanto. Los cuatro han muerto: Guenelón, Gondoíno, Denoalén y Andret. Levada está el ancla, erguido el mástil, izada la vela. El fresco viento de la mañana sopla en los obenques hinchando las telas. Fuera del puerto, hacia la alta mar que aparece a lo lejos rutilante de sol, luminosa y blanca, se lanza la nave. […] Escuchen, señores, una dolorosa aventura que emocionará a todos los que aman. La nave de Isolda va ganando camino y avanza más alegre columbrando a lo lejos la escollera de Penmarch. Pero, de súbito, vientos de tempestad sacuden la vela y hacen voltear la nave como un juguete. Los marineros corren a barlovento y contra su voluntad viran hacia atrás. […] Isolda exclama: –¡Desgraciada de mí! Dios no quiere que viva para ver una vez más, una vez tan solo, a mi Tristán amado, y permite que me ahogue en este mar. Poco me importaría la muerte si pudiera hablarle, pero Dios no lo quiere y esto será mi castigo. Hágase la voluntad del Señor. Acepto la muerte. Pero cuando tengas noticia de ella, morirás tú también, amado mío, porque de tal naturaleza es nuestro amor, que tú no puedes morir sin mí ni yo sin ti. Veo avanzar la muerte y nos lleva a los dos al mismo tiempo. ¡Ay!, amigo, mi deseo era morir en tus brazos y ser enterrada en tu ataúd; pero no puede ser. Voy a morir sola y desapareceré, sin ti, hundida en el mar. Talvez no sepas mi muerte y sigas viviendo, esperándome siempre. Si Dios lo permite, tal vez te cures. Quizá después de mí ames a otra mujer, quizá ames a Isolda la de las Blancas Manos. No sé qué va a ser de ti, amigo mío, mas en cuanto a mí, si te supiera muerto, no - 52 - lograría sobrevivirte mucho tiempo. ¡Que Dios nos conceda, amigo, que yo pueda curarte o que muramos los dos de una misma congoja! Así decía la reina, plañidera, mientras duró la tempestad. Pero al cabo de cinco días amainó el temporal. En lo alto del mástil, Kaherdín izó jubilosamente la vela blanca para que Tristán pudiera verla de lejos. De súbito se hizo la calma. Tornose la mar tan apacible y suave, que el viento cesó de hinchar la vela y en vano intentaban los marineros hacer avanzar la nave. Divisaban la lejana costa, pero el viento había arrastrado la barca, y de tal suerte no podían tomar tierra. A la tercera noche, Isolda soñó que tenía en el regazo la cabeza de un gran jabalí que le manchaba la túnica de sangre y con esto comprendió que nunca más vería a su amigo vivo. […] Entonces Isolda la de las Blancas Manos se venga. Se acerca al lecho de Tristán y le dice: –Amigo, Kaherdín llega. He visto su nave avanzando en el mar. Va tan despacio que apenas se mueve, pero he podido reconocerla. ¡Ojalá nos traiga al que ha de curarte! Tristán se estremece: –¿Estás segura, amiga bella, de que es suya la nave? Dime, pues, cómo es la vela. –La he visto bien; llévanla desplegada e izada en lo alto porque el viento es muy leve. Es completamente negra. Tristán se volvió hacia la pared diciendo: –Ya no puedo retener mi vida por más tiempo. Suspiró tres veces: –¡Isolda, amiga! Y, a la cuarta, expiró. Entonces, lloraron en palacio los caballeros y amigos de Tristán. Lo sacaron del lecho, cubrieron su cuerpo con un fino lienzo y lo tendieron sobre la rica alfombra. Mar adentro, se levantó el viento, hendiendo la vela por su punto medio, y empujó la nave hasta llegar a tierra. Isolda la Rubia desembarcó. Oíanse por las calles plañideras voces y en los monasterios y capillas tañían las campanas con lúgubre son. Preguntó a la gente por qué tocaban a muerto las campanas y por qué iban ellos llorando por las calles. Le dijo un anciano: –Señora, un gran dolor nos acongoja. Tristán, el franco, el valeroso, ha fallecido. Su muerte es la peor desgracia que haya podido caer sobre esta tierra. Isolda le escucha y no puede pronunciar una sola palabra. Sube hacia el palacio. Recorre la calle con la túnica desabrochada. Los bretones quedan maravillados al contemplarla. Jamás han visto una mujer tan bella. - 53 - –¿Quién es? ¿De dónde viene? Cerca de Tristán, Isolda la de las Blancas Manos, enloquecida por el daño causado, lanza sobre el cadáver lastimeros gritos. Entra la otra Isolda y le dice: –Levántese, señora, y deje que me acerque. Tengo más derecho que usted a llorarle, créame: he amado más. Se volvió hacia Oriente y rogó a Dios. Descubrió un poco el cadáver y se echó a su lado, a lo largo del amigo. Le besó los ojos y la cara y le abrazó estrechamente… Cuerpo contra cuerpo, boca contra boca, entregó así su alma. Murió ella junto al amigo y del dolor de su muerte. Cuando el rey Marés supo la muerte de los enamorados, cruzó el mar y encaminose a la Bretaña, donde hizo construir dos féretros; uno de calcedonia para Isolda, otro de pórfido para Tristán. Y llevose en la nave los cadáveres a Tintagel. Cerca de una capilla, a derecha e izquierda del ábside, los enterró cada uno en una tumba. Pero durante la noche, de la tumba de Tristán surgió una verde y frondosa zarza, de vigorosas ramas y fragantes flores, que trepando por encima de la capilla fue a hincarse en la tumba de Isolda. La gente del país cortó la zarza, pero nació, a la mañana siguiente, con mayor empuje y lozanía, hundiéndose de nuevo, verde y florida, en la sepultura de Isolda la Rubia. Por tres veces quisieron arrancarla y fue siempre en vano. Contáronle al rey Marés la maravilla y el rey prohibió que en lo sucesivo fuera tocada la milagrosa planta. Señores: los buenos trovadores de antaño, Béroul y Thomas y monseñor Eilhart y el maestro Go5fried, han contado este romance para todos los que aman y para nadie más. Saludan a los felices y a los venturosos, a los acongojados y a los tristes, a los alegres y a los que mueren de deseo… A todos los enamorados, en una palabra. ¡Ojalá encuentren aquí consuelo contra la inconstancia, contra la injusticia, contra el desdén, contra al sufrimiento, contra todos los males del amor…! - 54 - Tristán e Isolda - Fragmento - Richard Wagner • Marés, rey de Bretaña, desea tomar como esposa a Isolda la Bella, princesa de Irlanda. Encarga a Tristán la encomienda de ir a buscarla. La madre de Isolda prepara un brebaje de amor y lo esconde en una botella de vino, no quiere que su hija sea desgraciada con un amor que no desea. Encarga a Brangania que solo los esposos lo tomen. Pero en el mar, de regreso a las tierras del rey, una equivocación cambia el rumbo de esta historia. - 55 - ACTO I Escena VI TRISTÁN, ISOLDA, BRANGANIA (Aparece Tristán y se detiene respetuosamente en la entrada. Isolda, presa de una violenta agitación, le mira con vista delirante. Prolongado silencio) Tristán Manifiesta, señora, lo que te plazca. Isolda ¿Puedes tú no saber lo que exijo, ya que el temor de cumplirlo te ha tenido apartado de mi vista? Tristán Un temor respetuoso me contuvo. Isolda Poco honor me has hecho: con manifiesto desdén has rehusado obedecer mi mandato. Tristán Únicamente la obediencia me lo impidió. Isolda Poco agradeceré a tu señor si su servicio te ha inducido a faltar a la costumbre contra su propia esposa. Tristán Donde he vivido, enseña la costumbre que el que ha pedido una novia esté separado de ella durante el viaje. Isolda ¿Por qué esa circunspección? Tristán Pregúntalo a la costumbre. Isolda Siendo tú tan comedido, señor Tristán, acuérdate también de otra costumbre: para reconciliarte con el enemigo, debe loarte como amigo. Tristán ¿Con qué enemigo? Isolda Pregúntalo a tu temor. Entre nosotros está pendiente una deuda de sangre. Tristán Ha sido satisfecha. Isolda No entre nosotros. Tristán La faz del pueblo, en campo abierto, se hizo juramento de no vengarse. Isolda No era allí donde oculté a Tantrís; donde Tristán estuvo en mi poder. Allí estaba él altivo, majestuoso y floreciente; yo no juré lo que -- 56 -- él juró: yo había aprendido a callar. En la silenciosa cámara yacía enfermo, ante él estaba yo de pie con la espada, calló mi boca, contuve mi mano, y lo que un día aprobé con mi mano y con mi boca, juré mantenerlo en silencio. Quiero ahora cumplir el juramento. Tristán ¿Qué juraste, señora? Isolda Venganza por Moroldo. Tristán ¿Y esto te acongoja? Isolda ¿Te atreves a burlarte de mí? El noble héroe de Irlanda era mi prometido esposo; había yo bendecido sus armas, para mí fue al combate. Al caer él, cayó mi honor; con pesadumbre del corazón juré que si hombre alguno no exigía reparación del homicidio, yo, muchacha, me atrevería a ello. Con franqueza te diré por qué no te herí cuando débil y abatido estabas en mi poder. Curé la herida para que el vengador pudiera herir, en plena salud, a quien venció a Isolda. Tú mismo puedes decidir de tu suerte: estando todos los hombres en connivencia con él, ¿quién herirá a Tristán? Tristán Si Moroldo fue para ti tan digno, torna otra vez la espada y guíala con seguridad y firmeza, y no la dejes caer. (Le alarga la espada) Isolda ¡Cuán mal respetaría yo a tu señor! ¿Qué diría el rey Marés si yo hiriese de muerte a su mejor servidor, que le ha ganado corona y tierra, el más fiel de todos los hombres? Si yo venciese a quien pidió mi mano, a quien le entrega lealmente la prenda del juramento de no vengarse, ¿te parece que, llevándole tú la novia irlandesa, es tan poco lo que te agradece, que no montaría en cólera? ¡Guarda tu espada! La blandí un día, cuando la venganza se retorcía en mi pecho, cuando tu escrutadora mirada se apoderó de mi imagen para ver si era apta para esposa del señor Marés: la espada la dejo caer. Bebamos ahora la copa de reconciliación. (Hace una seña a Brangania. Esta tiembla de miedo, se bambolea convulsivamente y se agita perpleja. Isolda la excita con un gesto más imperioso. Mientras Brangania va a preparar la bebida, óyese el grito de los marineros de afuera) Marineros ¡Hohé! ¡Hahé! ¡Al mastelero, recoge la vela! ¡Hohé! ¡Hahé! Tristán (Estremecido, vuelve en sí de su sombrío delirio) ¿Dónde estamos? - 57 - Isolda Próximos al término, Tristán. ¿Obtendré reconciliación? ¿Qué tienes que decirme? Tristán La señora del silencio me invita a que calle: comprendo lo que ella calló, callo lo que no comprendes. Isolda Comprendo tu silencio, tú me eludes. ¿Rehúsas reconciliarte? (Nuevos gritos de los marineros. A un ademán de impaciencia de Isolda, Brangania le alarga la copa llena. Isolda va con la copa hacia Tristán, que fija sus ojos en los de ella) Isolda ¿Oyes los gritos? Estamos en el término: dentro de un momento estaremos (en tono irónico) ante el rey Marés. Tú me acompañarás. ¿No te parece grato poder decirle: “¡Mi señor y tío, mírala!, jamás podrás hallar una mujer más plácida. Herí de muerte un día a su novio y le envié su cabeza; me curó con cariño la herida que el arma de aquel me causó; mi vida estuvo en sus manos; la bondadosa joven me la regaló y con ella cedió la vergüenza y la humillación de su patria para ser tu esposa. La gratitud por tan grandes beneficios me la proporcionó una dulce bebida de reconciliación, que me ofreció su clemencia para expiar todas las culpas?”. Gritos de Marineros (Afuera) ¡Icen los cables! ¡Echen el ancla! Tristán (Levantándose con ímpetu) ¡Leven el ancla! ¡Dejen libre el timón a la corriente! ¡Velas y mastiles a los vientos! (Arrebata con ímpetu la copa de manos de Isolda) Conozco bien a la reina de Irlanda y el poder maravilloso de sus artes; el bálsamo que me dio me fue provechoso; tomo ahora la copa para que quede desde hoy para siempre completamente restablecido. Escucha el juramento de reconciliación que hago por gratitud. El honor de Tristán será la mayor fidelidad; el suplicio de Tristán, la más osada audacia. Engaño del corazón; ensueño del presentimiento, único consuelo de eterna tristeza, la mejor bebida del olvido, sin temor te bebo. Isolda ¿Perfidia también aquí mismo? ¡La mitad para mí! (Le arrebata la copa) ¡Traidor, por ti la bebo! (Bebe y arroja la copa lejos de sí. Ambos, temblando de miedo, presa de la más viva emoción interior, pero inmóviles, míranse uno al otro fijamente y la expresión de su rostro pasa en un instante del menosprecio de la muerte al juego del amor. Se les ve temblar; llevan sus manos a su corazón convulsi- 58 - vamente y las estrechan con fuerza; llevan sus manos a sus frentes, sus ojos se buscan de nuevo, después los bajan llenos de turbación y acaban por asirse uno al otro con pasión creciente) Isolda (Con voz trémula) ¡Tristán! Tristán (Con efusión) ¡Isolda! Isolda (Cayendo sobre el héroe) ¡Desleal amigo! Tristán (Abrazándola con furor) ¡Mujer celestial! (Permanecen silenciosamente enlazados. Se oyen a lo lejos trompetas y clarines, y fuera de la tienda, en la cubierta del buque, gritos de hombres) Voces de hombres ¡Salve! ¡Salve! ¡Rey Marés! ¡Rey Marés, salve! Brangania (Que, llena de terror y de turbación estaba apoyada en el borde del buque, al volver el rostro dirige la vista a Tristán y a Isolda, perdidos en un apasionado abrazo; después se precipita, torciendo las manos de desesperación, hacia el proscenio) ¡Desdicha! ¡Desgracia! ¡Sufrimientos eternos inevitables por un breve morir! ¡La obra engañosa de una fidelidad insensata se desvanece ahora con lamentaciones! (Tristán e Isolda se estremecen y, desatinados, se deshacen de su abrazo) Tristán ¿Qué soñaba del honor de Tristán? Isolda ¿Qué soñaba de la afrenta de Isolda? Tristán ¿Tú por mí perdida? Isolda ¿Tú me rechazaste? Tristán ¡Pérfida estratagema de un hechizo mentiroso! Isolda Vana amenaza de una cólera insensata. Tristán ¡Isolda! Isolda ¡Tristán, el hombre más fiel! Tristán ¡Dulcísima joven! (Ambos) ¡Cómo se elevan los corazones! ¡Cómo se estremecen de placer todos los sentidos! Eflorescencia rápida de un amor impaciente, celestial ardor de un amor lánguido. Impetuoso deseo de tumultuosa alegría en el pecho. ¡Isolda! ¡Tristán! ¡Tristán! ¡Isolda! ¡Libre del mundo, yo te poseo! Oh, supremo deseo de amor, yo te siento. - 59 - Retrato de Richard Wagner El acorde de Tristán Richard Wagner hizo suya la idea del pensador alemán Schopenhauer: "El amor es la privación de la voluntad de la vida y la aspiración al no-ser", y la reflejó claramente en Tristán e Isolda como broche final de la poesía amorosa del romanticismo. La obra, en tres actos con libreto del propio compositor, está basada en el drama de Gottfried von Strassburg, a su vez basado en la leyenda celta de Tristán. El motivo de su gestación hay que buscarlo en el idilio que mantuvo el compositor con Mathilde Wesendonck. El maestro trabajó en la obra desde 1856 hasta 1859. Es de destacar el flujo musical continuo desde principio a fin, solo interrumpido por los finales de los -- 60 -- actos. Algunos historiadores musicales fechan el comienzo de la música clásica moderna desde las primeras notas de Tristán, conocidas como acorde de Tristán. El estreno fue en Munich en 1865. Wagner no la llamaba ópera sino Eine Handlung, que se traduce como “drama musical”. Tras el estreno, el actor de Tristán murió repentinamente después de haber cantado el papel solo cuatro veces, lo que dio lugar a la especulación de que el agotamiento que implicó cantar el papel de Tristán lo había matado. El estrés de representar Tristán también reclamó las vidas de los directores Felix Mottl en 1911 y Joseph Keilberth en 1968. Ambos hombres murieron después de derrumbarse mientras dirigían el segundo acto de la ópera. Hacia la obra de arte Wagner fue responsable de innovaciones teatrales tales como la oscuridad del auditorio durante las representaciones y la ubicación de la orquesta en un foso fuera de la vista del público. Además, Wagner hizo una importante contribución a los principios y prácticas de la dirección orquestal. Su ensayo Sobre la dirección (1869) daba cuenta de que la dirección era un medio por el cual una obra musical puede ser reinterpretada, en lugar de ser un simple mecanismo para conseguir la armonía orquestal. El concepto wagneriano del uso de los leitmotiv y la expresión musical integrada, ha sido asimilado por el cine como una de sus características propias. El filósofo y crítico Theodor Adorno destaca que el leitmotiv wagneriano “lleva directamente a la música cinematográfica, donde la única función del leitmotiv es anunciar héroes o situaciones con el fin de permitir al espectador orientarse más fácilmente”. Influencia contemporánea Indiscutible es la influencia de Wagner en la música posterior, sin embargo, en la literatura y la filosofía fue también muy significativa. Friedrich Nietzsche formó parte del círculo íntimo del compositor durante la década de 1870, y su primera obra publicada, El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, proponía la música de Wagner como el renacer dionisíaco de la cultura europea. Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé y Paul Verlaine adoraban a Wagner. Edouard Dujardin fundó una revista dedicada a Wagner, La Revue Wagnérienne. Thomas Mann, Marcel Proust y James Joyce estuvieron fuertemente influidos por él y analizaron a Wagner en sus novelas. - 61 - Equipo editorial Mitos y arquetipos en Tristán e Isolda Linda Lehman Tritán e Isolda. Miniatura del siglo XIII - Fragmento - L a leyenda de Tristán e Isolda es de origen celta. En un primer lugar, la historia fue transmitida oralmente por los trovadores, luego se hallaron manuscritos que datan de los siglos XII y XIII. Ambas tradiciones son el testimonio de la filosofía amorosa de la fin’amour (o amor cortés), practicado en diferentes espacios de la corte y considerada como algo exclusivo de los cortesanos. Según esta teoría, un joven, sin esposa y cuya formación no ha concluido, asedia a una mujer casada, de origen noble, por lo cual es inaccesible, protegida por una sociedad que consideraba el adulterio de la esposa como la peor de las subversiones, amenazado con castigos terribles.1 La leyenda de Tristán e Isolda es una de las más importantes creaciones poéticas y espirituales. No es solo el testimonio de una época ni de un romance del amor cortés, es el testimonio de un amor-pasión más fuerte que las leyes, que la moral y que la vida misma, y sus personajes representan un interrogante en cuanto a su naturaleza mítica y arquetípica. ¿Pero qué son realmente los mitos y los arquetipos? El mito constituye un tipo de discurso fundamentador que se caracteriza por su dimensión sintáctica, semántica y, sobre todo, pragmática. Para que funcione con eficacia requiere de un pacto fiduciario entre narrador y receptor. El pensamiento mítico es un espacio privilegiado de - 62 - reflexión, un depósito de experiencias humanas, de pasiones y conflictos no solo en clave racional, sino, sobre todo, en clave emocional, vivencial.2 Los arquetipos son formas o imágenes que integran el inconsciente colectivo, patrimonio de toda la humanidad, constitutivos del mito y que al mismo tiempo son productos autóctonos e individuales de origen inconsciente. Para Nietzche, en nuestros años atravesamos el pensamiento de toda la humanidad primaria. El sueño nos retrotrae a las etapas primitivas de la cultura humana y nos da un medio para entenderlas mejor. Si bien los arquetipos son “seres eternos del sueño”, no pertenecen exclusivamente al campo onírico, sino también al inconsciente colectivo, y particularmente al de los pueblos, y se encuentran en condiciones más desarrolladas en cuentos populares, mitos y leyendas.3 Así pues, estos dos conceptos profundamente entrelazados, arraigados y perfectamente esquematizados son el eje central de este proyecto que pretende dar respuesta a un interrogante surgido de la lectura de la leyenda: ¿hay mitos y arquetipos en la leyenda de Tristán e Isolda? MITOS El héroe Según la acepción griega, el héroe era un hombre divinizado que llega para restaurar el orden quebrantado por las fuerzas del mal. Su nombre, para algunos escritores antiguos, se relaciona con la diosa Hera, esposa de Zeus, con quien tuvo un hijo; diosa suprema del cielo deseosa de que su hijo tuviera la misma fama que ella en la Tierra, lo bautiza con el nombre de Héroe. En adelante también definiría al que se distingue por sus actividades extraordinarias o su grandeza de ánimo y, en sentido figurativo, es el personaje principal de una obra literaria y de una aventura. Caracterización de los héroes ○ Padres ilustres o adinerados y una profecía que los condena. Del proceso de formación heroica, el único elemento que no se cumple en la educación de Tristán es el reajuste radical de sus relaciones emocionales con las imágenes paternas, ya que este es huérfano, siendo Governal, sustituto del padre, el que lleva a cabo su instrucción como ser justo e impersonal y para quien el ejercicio de sus poderes no habrá de ser interrumpido por motivos inconscientes (o tal vez conscientes y racionalizados) de engrandecimiento del yo, de preferencia personal o de resentimiento. En su iniciación, el héroe se introduce a las técnicas, deberes y prerrogativas de su vocación, es por eso que Tristán es capaz de "…franquear de un salto los más anchos fosos, a manejar la lanza, la espada, el escudo y el arco y lanzar discos de piedra. También se acostumbró a detestar toda felonía, a socorrer a los débiles y a guardar la palabra dada" (Alicia Yllera). - 63 - ○ Las marcas del héroe que lo ayudan a superar los obstáculos sin hacerlos totalmente invulnerables. Pueden ser físicas, como en el caso de Aquiles, o psicológicas: la fértil imaginación de Ulises. Además, cuentan con la ayuda sobrenatural, representada a veces por un poder protector que suele contribuir con amuletos y poderes contra las fuerzas nefastas: Merlín y la espada Excálibur para el rey Arturo, y la propia Isolda para salvar la vida de Tristán. Los elementos mágicos atraviesan todo el relato como la poción fatal que beben y que los convertirá sin retorno en amantes. ○ El llamado a la aventura y el viaje del héroe: el héroe emprende una aventura magnificada en la fórmula ritual de la separación, la iniciación y el retorno. El inicio de dicha travesía es la plataforma mitológica que lo transporta hacia una región de prodigios sobrenaturales y no es solo una hazaña física la que emprende, sino que sufre una transformación psicológica venciendo sus propios monstruos interiores. Todas las pruebas están destinadas a comprobar si tiene el valor, el conocimiento y la capacidad que le permitan servir a los demás. Tristán emprende su iniciación cuando, herido mortalmente por Morhol, pide ser librado a su suerte en una barca sin vela ni remos, acompañado por su arpa. El miedo y la resistencia que todo ser humano natural siente frente a un adentrarse demasiado profundamente en sí mismo son considerados, en el fondo, el miedo frente al viaje al Hades. ○ La recompensa: ninguna. Tristán e Isolda no obtienen recompensa, puesto que después de beber la poción han dejado de ser héroes para convertirse en humanos, porque, en última instancia, lo heroico radica en el sacrificio de sí mismo para entregarse a un fin superior. Es la transformación que sufre la conciencia cuando deja de pensar en sí mismo, transformación que ellos no sufrieron. El mito del amor pasión en su metáfora del filtro (brebaje). La vida del sujeto está condicionada por la presión de dos energías intrapsíquicas representadas por las figuras mitológicas de Eros y Thánatos, más conocidas como pulsión de vida y pulsión de muerte (Cf. Sigmund Freud). Nuestra vida psíquica está organizada alrededor de estos dos principios. La pulsión de vida tiende indefectiblemente a la resolución de la trascendencia del "yo", a la autosuperación, a la descendencia. Su contrapartida es la pulsión de muerte: el deseo de regresar al origen, de pertenecer a la unidad. Existe un fuerte deseo de escapar de lo biológico, de deshacer las construcciones de la conciencia y del ego. Isolda encarna a Eros y a la pulsión de vida con sus deseos constantes de satisfacer su amor, producto del embrujo de - 64 - una poción que simboliza la pasión que siente por Tristán, figura que representa la pulsión de muerte. Tristán simboliza al Thánatos, quien advertido por Brangien de los efectos del filtro luego de beberlo dice: "¡Venga, Muerte!". Isolda, princesa y reina Ni mítica ni arquetípica: paradójicamente aunque Isolda es mostrada como princesa-doncella, que aun cuando dispuesta a encarnar con una belleza singular el mayor de los arquetipos en su género, sucumbe ante las pasiones humanas, y su muerte, como la de Tristán, no tiene atributos heroicos ni recompensa final. UN ARQUETIPO El rey Marcos Es la construcción exacta de un rey arquetípico en cuya figura noble y casi paternalista se fusionan las costumbres morales y sociales de una época. "(…) es gentil y cortés (…) era alto, fornido, fuerte y bien plantado, de mirada fiera y altiva, de porte majestuoso (…) todos lo respetan y lo temen (…) hospitalario y limosnero". Finalmente, el rey viudo acepta la tragedia, la traición y perdona a los amantes haciéndolos enterrar lado a lado, comprendiendo que estos, a pesar de su voluntad, actuaron indómitos bajo los efectos del filtro mágico. CONCLUSIÓN Podría decirse que la historia se divide en dos universos opuestos; el primero narra el viaje de un héroe predestinado a la tragedia, que no duda jamás en ponerse al servicio del honor y la defensa de los débiles, y posteriormente la crónica se vuelve una sucesión de trampas que ha de tenderle al héroe el amor que le profesa a una mujer que le está prohibida. Una princesa y más tarde reina, quien además será la esposa de su tío. Es el amor, la pasión oculta dentro de la metáfora de una poción, el que rompe los esquemas de un relato convencional de heroicos y honorables protagonistas, y la naturaleza mágica de ese filtro los transporta a través de la historia, los vuelve carne y sangre, para reflejar en su amor imperfecto, en sus peores defectos y en sus más admirables virtudes, el alma del lector que por primera vez conoce la leyenda. 1. George Duby, El amor en la Edad Media y otros ensayos. Alianza editorial, 2000. 2. Manuel A. Vázquez Medel, “El mito de Prometeo: fundación y quiebra de lo humano” en Universidad de Sevilla. 3. Carl Gustav Jung, Psicología y alquimia, Barcelona, Plaza & Janes S.A., 1977. - 65 - Todas las cartas de amor son ridículas Álvaro de Campos (Fernando Pessoa) Todas las cartas de amor son ridículas. No serían cartas de amor si no fuesen ridículas. También escribí en mi tiempo cartas de amor, como las demás, ridículas. Las cartas de amor, si hay amor, tienen que ser ridículas. Pero, al fin y al cabo, sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor sí que son ridículas. Quién me diera en el tiempo en que escribía sin darme cuenta cartas de amor ridículas. La verdad es que hoy mis recuerdos de esas cartas de amor sí que son ridículos. (Todas las palabras esdrújulas, como los sentimientos esdrújulos, son naturalmente ridículas). - 66 - Marchitarse de amor Alicia Esteban S. y Mercedes Aguirre C. (Eco y Narciso) E xistieron una vez dos seres que, como las flores en otoño, se marchitaron de amor y soledad. Un amor imposible, no correspondido. Sus historias son, en realidad, divergentes, pero se cruzaron en un punto, fatal para cada uno de ellos. Eco era una ninfa hermosa y dotada de cualidades como solo poseen las criaturas divinas. Pero su don más sobresaliente era la gracia, la amenidad en la conversación. Por eso Zeus la había escogido a ella entre las divinidades para que distrajese a Hera mientras él la traicionaba con otros amores. Hera, efectivamente, se entretenía tanto escuchando a Eco que no advertía lo que pasaba a su alrededor. Pero un día se percató del engaño. Su cólera fue terrible y su castigo, el más despiadado; condenó a Eco a perder su don precioso: la privó de la palabra y únicamente le permitía repetir los últimos sonidos que escuchara. Así Eco, antes tan jovial y llena de donaire, ahora resultaba monótona y todos rehuían su compañía. Se fue quedando sola, sin alegría. Pero aún se resignaba a vivir así, correteando por los montes, jugando a despistar a los pastores y a las fieras, cuyos aullidos reiteraba como burlándose. ○○○○ Pero amaneció un día aciago. La paz de los bosques fue turbada por la presencia humana. De pronto Eco tropezó con un hombre, un muchacho muy joven, Narciso. Precisamente él, por un sino fatídico, era dueño de una belleza a la que nadie lograba resistirse, y de un corazón frío, incapaz de corresponder a los sentimientos que despertaba. Eco, que vivía triste pero tranquila, desde ese momento no iba a conocer tampoco el sosiego. - 67 - Ella nunca había amado aún, ni a mortal ni a inmortal. Así que toda su capacidad de ternura, sus anhelos de compañía, se concentraron en aquel instante y se volcaron en Narciso. ¡Y en qué circunstancias tan amargas descubría el amor! Quiso hablar al hombre, pero no podía por culpa de la maldición que recaía sobre ella. Se tuvo que contentar con mirarlo apasionadamente. Él también estaba asombrado, incluso conmovido, por ese inesperado encuentro con una joven tan hermosa en mitad del bosque. –¿Quién eres, muchacha? ¿Qué haces aquí? –Aquí –tuvo que contestar Eco sin remedio. –Sí, aquí. Pero, ¿quién eres? –¿Quién eres? –Yo me llamo Narciso, ¿y tú? –¿Y tú? Narciso la miró sorprendido. Empezaba a enfurecerse. –Me parece que te burlas de mí. –De mí. Él, encolerizado, se dio media vuelta y echó a andar. Eco estaba angustiada. Narciso se iba, y lleno de desprecio hacia ella. ¿Qué podía hacer? Intentaba pronunciar alguna palabra; mas inútilmente. ¡Sus pensamientos eran tan intensos… pero no conseguía materializarlos en sonidos! Un pájaro junto a ella trinó y automáticamente repitió el final de su canto. ¡Lo único que llegaba a brotar de su garganta! Suplicó a los dioses el perdón. Todo en vano. Hera, la soberana del Olimpo, es demasiado rencorosa y no la escuchaba. Y el joven se iba alejando. No volvería a verle. ¿Cómo permitirlo? Corrió detrás de él hasta alcanzarlo y ponerse delante. Lo tocó en el hombro y le sonrió. Narciso se ablandó y, también risueño, volvió a hablar: –¿Tú otra vez? ¿Vas a dejar ya tus bromas? –Bromas. Nuevamente el hombre ensombreció el gesto. –Oh, no. Sigues igual. –Igual. –Pues vete y déjame en paz continuar mi camino. –Camino. Narciso apresuró el paso, pero la ninfa lo perseguía siempre detrás. Él, exasperado, se detuvo y gritó: –¿Pero qué quieres de mí? - 68 - Narciso de Caravaggio –De mí. –¡Calla! –Calla. Eco no tenía otro medio de comunicarle sus sentimientos. Se abalanzó sobre él y lo besó con toda la pasión que la inundaba. Narciso se dejó besar, y al fin la apartó. –¿Así que eso es lo que quieres? –Quieres. –Estás loca. Hablar, puedes: no eres muda; mas sin ningún sentido. Tienes la cabeza hueca y te dejas llevar por tus instintos, como los animales de esta selva en la que vives. –Vives. –Podría complacerte; eres muy bella, pero tu compañía me resultaría insoportable. Me empalagan tus besos, si detrás de ellos y de esa mirada húmeda no hay sino el vacío. ¡Ea, márchate! De nuevo emprendió su camino, y como ella no cedía y lo intentaba retener, la empujó con violencia y echó a correr hasta desaparecer de su vista para siempre. - 69 - Eco, tendida en tierra, quedó llorando amargamente. Así permaneció, sin parar, días y noches. ¡Si hubiera podido hacerle entender quién era y el porqué de sus necias palabras, sin duda no la hubiese desdeñado! ¡Oh, hasta qué extremo de crueldad había llegado el castigo de Hera! Ya no había esperanza para ella. El refugio de la soledad parecía ahora demasiado espantoso. Y poco a poco la tristeza la fue consumiendo. Su cuerpo divino fue enflaqueciendo y estilizándose hasta desvanecerse en el aire. Tan solo quedó su voz, inextinguible, en las montañas. Y mientras se apagaba la llama de su existencia, el hombre de hielo se atrajo la ira de los dioses. Había ido demasiado lejos en su insolencia. ¡Rechazar él, un simple humano, a una ninfa hecha de sustancia divina! ¡Ensoberbecerse tanto de su belleza como para no hallar criatura alguna digna de su amor! Bien, pues si él solo era merecedor de ser amado, ¿quién otro podría ser el objeto de su pasión? Y un día, al acercarse a beber a un río, sus ojos se posaron en el rostro encantador que tenía ante sí: su misma imagen reflejada en las aguas. Aquel fuego que él ignoraba, aquella mezcla confusa de sensaciones: una dicha celestial y un dolor que le estrujaba el alma... Todo lo experimentó en su interior. Ansias de poseer al amado. ¿Pero cómo asirlo, si era un puro reflejo en el río, que se quebraba al abrazarlo? ¿Si era un dibujo mudo y sin movimientos propios? Igual que Eco se limitaba a repetir sus palabras por toda respuesta, el rostro adorado no hacía sino duplicar sus gestos. Sonreía cuando él sonreía y devolvía lágrimas a lágrimas. Daba besos sin calor. No tenía cuerpo. Sin embargo, no lograba dejar de anhelar a ese pelele sin sustancia ni podía alejarse de allí, porque en cuanto miraba hacia otra parte ya no lo veía. Y si se zambullía en el agua, esperando encontrarlo detrás, se topaba solo con piedras y algas. Así que se quedó como pegado en la orilla. No buscaba qué comer; ni a beber se atrevía, por no romper la querida figura. Y a la par que Eco en las montañas, Narciso se dejó morir a la vera del río. De él solo perdura una flor que lleva su nombre, abonada por los restos de una carne marchita. - 70 - El loco y la Venus Venus de Milo Charles Baudelaire ¡Qué jornada admirable! El vasto parque desfallece bajo el ojo ardiente del sol, como la juventud bajo el dominio del Amor. Ningún ruido expresa el éxtasis universal de las cosas; las aguas mismas están como adormecidas. Muy diferente a las fiestas humanas, hay aquí una orgía silenciosa. Se diría que una luz siempre acrecida hace destellar más y más los objetos; que las flores excitadas arden en deseo de rivalizar con el azul del cielo por la energía de sus colores, y que el calor, haciendo visibles los perfumes, los eleva hacia el astro como vaharadas. Sin embargo, en medio de este júbilo universal, advierto a un ser afligido. A los pies de una colosal Venus, uno de esos locos artificiales, uno de esos bufones voluntarios encargados de hacer reír a los reyes cuando el Remordimiento o el Hastío los atormentan, vestido con un traje chillón y ridículo, tocado de cuernos y cascabeles, acurrucado contra el pedestal, levanta los ojos colmados de lágrimas hacia la Diosa inmortal. Y sus ojos dicen: “Soy el último y el más solitario de los humanos, privado de amor y de amistad, y muy inferior por ello al más imperfecto de los animales. ¡Y, no obstante, yo también estoy hecho para comprender y sentir la Belleza inmortal! ¡Ah, Diosa! ¡Ten piedad de mi tristeza y mi delirio!”. Pero la Venus, implacable, mira a lo lejos quién sabe qué con sus ojos de mármol. - 71 - Censura a una Venus prehistórica Rodrigo Durán La Venus de Willendorf es una escultura en piedra caliza de 11 centímetros, que representa a una mujer desnuda y abundante. En un acto apologético hacia la que considera un "símbolo de la fecundidad", la pintora Elsa Bolívar la retrató tras ser invitada por una Galería de Arte, la que luego censuró su exhibición. En pleno siglo XXI, esta estatuilla de 22 mil años de antigüedad cuestiona los parámetros de tolerancia que trazan las prácticas mercantiles y exige establecer la diferencia entre un acto de difusión artística y una estrategia publicitaria de artículos de consumo, vendidos bajo el prestigioso nombre de "obra de arte". Una palabra pone la cara por otra, lo cual es frecuente y culturalmente legítimo en este país, el de la pacatería. Ecos de una antimodelo La prominencia de sus pechos y el resto de sus órganos sexuales –fruto de su frecuente maternidad o simplemente su obesidad– más el descuido deliberado de sus pies, su cara y su cabeza, en la que solo destaca su cabello rizado, según muchos críticos de arte puede tener un sentido erótico y/o sagrado. Esta Venus representó quizás el ideal de belleza de una tribu o era su diosa de la fecundidad. Que la Venus tal vez se haya paseado por las prehistóricas pasarelas ante los ojos masculinos durante miles de años y su carácter casi divino no sirvieron de argumento cuando fue descalificado el cuadro de Elsa Bolívar.* "Nunca me había pasado; era una invitación, no un concurso. En ninguna parte decía que la obra sería calificada. Si hubiera sido así, no me comprometo". Cumplió con lo que, según ella, era el único requisito impuesto por la Galería, que era adornar un desnudo con alguno de los ejemplares de una joyería patrocinadora de la muestra. - 72 - Entre la joya y el desnudo Venus de Willendorf Ana María Matthei, también pintora, quien amablemente contestó a las preguntas de Rocinante en su refinada Galería ubicada en Vitacura, deja en claro que "el desnudo no era lo más importante", explicando que la joya era el objeto que se debía resaltar. "Para eso queríamos un desnudo sutil, elegante; no grotesco, de una gorda", agregando que "la idea era crear un personaje, no retratar uno ya existente. Si no, yo hubiera pintado la Mona Lisa con una joya". "¿No deberíamos ser los artistas los que pudiéramos dar credencial a los promotores de arte?", interroga finalmente la autora de la versión nacional de una Venus creada por nuestro antepasado lejano, el hombre Cro-Magnon. Esta necesaria discusión exige una rápida respuesta a si realmente hemos superado el sentido ético y estético de la Edad de Piedra como país. * Elsa Bolívar es una destacada artista plástica formada en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, de la cual fue profesora por más de 30 años. Su obra se caracteriza por ser abstracta, en la cual se conjugan cuerpos geométricos dentro un espacio en constante expansión, determinado por sus propios designios. Revista Rocinante Nº 31, 2001. - 73 - Amor erótico Erich Fromm - Fragmento - E l amor fraterno es amor entre hermanos; el amor materno es amor por el desvalido. Diferentes como son entre sí, tienen en común el hecho de que, por su misma naturaleza, no están restringidos a una sola persona. Si amo a mi hermano, amo a todos mis hermanos; si amo a mi hijo, amo a todos mis hijos; no, más aún, amo a todos los niños, a todos los que necesitan mi ayuda. En contraste con ambos tipos de amor está el amor erótico: el anhelo de fusión completa, de unión con una única otra persona. Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal; es también, quizá, la forma de amor más engañosa que existe. En primer lugar, se lo confunde fácilmente con la experiencia explosiva de "enamorarse", el súbito derrumbe de las barreras que existían hasta ese momento entre dos desconocidos. Pero, como señalamos antes, tal experiencia de repentina intimidad es, por su misma naturaleza, de corta duración. Cuando el desconocido se ha convertido en una persona íntimamente conocida, ya no hay más barreras que superar, ningún súbito acercamiento que lograr. Se llega a conocer a la persona "amada" tan bien como a uno mismo. O, quizá, sería mejor decir tan poco. Si la experiencia de la otra persona fuera más profunda, si se pudiera experimentar la infinitud de su personalidad, nunca nos resultaría tan familiar –y el milagro de salvar las barreras podría renovarse a diario–. Pero para la mayoría de la gente, su propia persona, tanto como las otras, resulta rápidamente explorada y agotada. Para ellos, la intimidad se establece principalmente a través del contacto sexual. Puesto que experimentan la separatidad de la otra persona fundamentalmente como separatidad física, la unión física significa superar la separatidad. Existen, además, otros factores que para mucha gente significan una superación de la separatidad. Hablar de la propia vida, de las esperanzas y angustias, mostrar los propios aspectos infantiles, establecer un interés común frente al mundo, se consideran formas de salvar la separatidad. Pintura de Ford Madox Brown - 74 - Aun la exhibición de enojo, odio, de la absoluta falta de inhibición, se consideran pruebas de intimidad, y ello puede explicar la atracción pervertida que sienten los integrantes de muchos matrimonios que solo parecen íntimos cuando están en la cama o cuando dan rienda suelta a su odio y a su rabia recíprocos. Pero la intimidad de este tipo tiende a disminuir cada vez más a medida que transcurre el tiempo. El resultado es que se trata de encontrar amor en la relación con otra persona, con un nuevo desconocido. Este se transforma nuevamente en una persona "íntima"; la experiencia de enamorarse vuelve a ser estimulante e intensa, para tornarse otra vez menos y menos intensa, y concluye en el deseo de una nueva conquista, un nuevo amor –siempre con la ilusión de que el nuevo amor será distinto de los anteriores–. El carácter engañoso del deseo sexual contribuye al mantenimiento de tales ilusiones. El deseo sexual tiende a la fusión –y no es en modo alguno solo un apetito físico el alivio de una tensión penosa–. Pero el deseo sexual puede ser estimulado por la angustia de la soledad, por el deseo de conquistar o de ser conquistado, por la vanidad, por el deseo de herir y aun de destruir, tanto como por el amor. Parecería que cualquier emoción intensa, el amor, entre otras, puede estimular y fundirse con el deseo sexual. Como la mayoría de la gente une el deseo sexual a la idea del amor, con facilidad incurre en el error de creer que se ama cuando se desea físicamente. El amor puede inspirar el deseo de la unión sexual; en tal caso, la relación física hállase libre de avidez, del deseo de conquistar o ser conquistado, pero está fundido con la ternura. Si el deseo de unión física no está estimulado por el amor, si el amor erótico no es a la vez fraterno, jamás conduce a la unión, salvo en un sentido orgiástico y transitorio. La atracción sexual crea, por un momento, la ilusión de la unión, pero sin amor tal "unión" deja a los desconocidos tan separados como antes –a veces los hace avergonzarse el uno del otro, o aun odiarse recíprocamente, porque, cuando la ilusión se desvanece, sienten su separación más agudamente que antes–. La ternura no es en modo alguno, como creía Freud, una sublimación del instinto sexual; es el producto directo del amor fraterno, y existe tanto en las formas físicas del amor como en las no físicas. En el amor erótico hay una exclusividad que falta en el amor fraterno y en el materno. Ese carácter exclusivo requiere un análisis más amplio. La exclusividad del amor erótico suele interpretarse erróneamente como una relación posesiva. Es frecuente encontrar dos personas "enamoradas" la una de la otra que no sienten amor por nadie más. Su amor es, en realidad, un egoísmo à deux: son dos seres que se identifican el uno con el otro y que resuelven el problema de la separatidad convirtiendo al individuo aislado en dos. Tienen la vivencia de superar la separatidad, pero, puesto que están separados del resto de la humanidad, siguen estándolo entre sí y enajenados de sí mismos; su experiencia de unión no es más que ilusión. El amor erótico es exclusivo, pero ama en la otra persona a toda la humanidad, a todo lo que vive. Es exclusivo solo en el sentido de que - 75 - puedo fundirme plena e intensamente con una sola persona. El amor erótico excluye el amor por los demás solo en el sentido de la fusión erótica, de un compromiso total en todos los aspectos de la vida, pero no en el sentido de un amor fraterno profundo. El amor erótico, si es amor, tiene una premisa: amar desde la esencia del ser –y vivenciar a la otra persona en la esencia de su ser–. En esencia, todos los seres humanos son idénticos. Somos todos parte de Uno; somos Uno. Siendo así, no debería importar a quién amamos. El amor debe ser esencialmente un acto de la voluntad, de decisión de dedicar toda nuestra vida a la de la otra persona. Ese es, sin duda, el razonamiento que sustenta la idea de la indisolubilidad del matrimonio, así como las muchas formas de matrimonio tradicional, en las que ninguna de las partes elige a la otra, sino que alguien las elige por ellas, a pesar de lo cual se espera que se amen mutuamente. En la cultura occidental contemporánea, tal idea parece totalmente falsa. Supónese que el amor es el resultado de una reacción espontánea y emocional, de la súbita aparición de un sentimiento irresistible. De acuerdo con ese criterio, solo se consideran las peculiaridades de los dos individuos implicados –y no el hecho de que todos los hombres son parte de Adán y todas las mujeres parte de Eva–. Se pasa así por alto un importante factor del amor erótico: el de la voluntad. Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso –es una decisión, es un juicio, es una promesa–. Si el amor no fuera más que un sentimiento, no existirían bases para la promesa de amarse eternamente. Un sentimiento comienza y puede desaparecer. ¿Cómo puedo yo juzgar que durará eternamente, si mi acto no implica juicio y decisión? Tomando en cuenta esos puntos de vista, cabe llegar a la conclusión de que el amor es exclusivamente un acto de la voluntad y un compromiso, y de que, por lo tanto, en esencia no importa demasiado quiénes son las dos personas. Sea que el matrimonio haya sido decidido por terceros o el resultado de una elección individual, una vez celebrada la boda, el acto de la voluntad debe garantizar la continuación del amor. Tal posición parece no considerar el carácter paradójico de la naturaleza humana y del amor erótico. Todos somos Uno; no obstante, cada uno de nosotros es una entidad única e irrepetible. Idéntica paradoja se repite en nuestras relaciones con los otros. En la medida en que todos somos uno, podemos amar a todos de la misma manera, en el sentido del amor fraternal. Pero en la medida en que todos también somos diferentes, el amor erótico requiere ciertos elementos específicos y altamente individuales que existen entre algunos seres, pero no entre todos. Ambos puntos de vista, entonces –el del amor erótico como una atracción completamente individual, única entre dos personas específicas, y el de que el amor erótico– no es otra cosa que un acto de la voluntad, son verdaderos –o, como sería quizá más exacto, la verdad no es lo uno ni lo otro–. De ahí que la idea de una relación que puede disolverse fácilmente si no resulta exitosa es tan errónea como la idea de que tal relación no debe disolverse bajo ninguna circunstancia. - 76 - No toquen a la reina Giovanni Boccaccio Un palafrenero se acuesta con la mujer del rey Agilulfo, el cual, al darse cuenta, lo descubre y le corta el pelo. Este corta el pelo a su vez a todos sus compañeros y escapa del peligro que lo amenazaba. L a narración de Filostrato había hecho enrojecer tanto como reír a las damas. Una vez terminada, la reina quiso que Pampinea contase su historia. La joven, con una sonrisa, tomó la palabra en los términos que siguen: Hay hombres tan imprudentes, que quieren penetrar en las cosas que no debieran conocer, y que queriendo enmendar las faltas que otros han cometido desconsideradamente, no hacen sino acrecer su vergüenza y su deshonor, por más que crean que los disminuyen. Esta es una verdad que les voy a demostrar al contarles la astucia de un hombre que, pese a ser de condición más baja que Mase5o, no era por eso menos diestro, y que se mostró más listo que un rey que pasaba por serlo mucho. Agilulfo, rey de los lombardos, había establecido su corte en Pavía, como sus antecesores. Se había casado con Tendebuxga, viuda de Antari, que también había sido rey de los lombardos. Era esta una mujer hermosísima, prudente y muy honrada, pero desgraciada en amores. Mientras Agilulfo aseguraba por sus méritos y buena administración la abundancia y la tranquilidad de su reino, un palafrenero de las caballerizas de la reina quedó perdidamente enamorado de ella. Era un hombre de buena presencia, guapo y casi de la misma estatura que el rey. Por lo que hace a su nacimiento, era de baja condición, pero bueno para el empleo que tenía. No le impedía su humilde origen tener buen sentido y reconocer que el amor que sentía estaba fuera de todas las conveniencias. Por eso lo ocultó prudentemente en sí mismo, sin hablar de su pasión a nadie y guardándose sobre todo de hacérsela conocer a la reina. - 77 - - 78 - Miniatura del siglo XII Por más que no tuviera ninguna esperanza de ver correspondido su amor, no cesaba de alabarse por haber colocado tan altos sus pensamientos. Pero, como sucede generalmente, cuanta menos es la esperanza, más violentos se hacen los deseos concebidos, de modo que el desdichado palafrenero, consumido por un amor secreto y sin esperanzas, vio cómo aumentaban los suyos. No pudiendo librarse de su loca pasión, concibió el proyecto de matarse, pero haciéndolo de tal manera que se supiera que lo hacía por amor a su soberana. Antes de llegar a tal extremo, se decidió a probar fortuna empleando todos los medios a su alcance para llegar a satisfacer sus ardientes deseos. No trató de representar con palabras o escritos los sentimientos que aquella mujer le había inspirado, seguro de que cuanto hiciera en tal sentido sería en balde. Buscó otros medios y no halló ninguno mejor que introducirse en la alcoba de la reina en sustitución del rey, quien, según había observado, no se acostaba todas las noches con su esposa. Convencido de que aquello sería lo mejor, se ocultó varias noches en un salón del palacio que separaba las habitaciones del rey de las de la reina, dispuesto a saber con qué ropas y de qué manera iba este al encuentro de su mujer. Una noche, mientras se hallaba observando lo que sucedía, vio salir al rey de su cuarto envuelto en un amplio ropón, llevando una luz en una mano y en la otra una varita, y dirigirse a la alcoba de la reina. Cuando llegó frente a ella escuchó cómo, sin decir palabra, daba uno o dos golpes en la puerta con la varita, después de lo cual esta se abría y él entregaba la luz que llevaba. Observó del mismo modo lo que hacía el rey al salir, enterado de lo cual se dispuso a imitarle. Con tal fin se procuró un ropón parecido al del rey, así como una vela y una varita, y luego de haberse dado un baño para que la reina no sintiera el olor a cuadra y no advirtiera la superchería, se escondió, provisto de todo aquello, en el salón donde hiciera sus observaciones. Cuando supuso que todo el mundo estaba durmiendo en el palacio y vio que había llegado el momento de poner en ejecución el proyecto que debía colmar sus deseos o llevarlo a la muerte que tanto anhelaba, hizo brotar fuego de unas piedras de que iba provisto y encendió la vela. Tapose con el ropón y fue a dar dos golpes con su varita en la puerta del cuarto de la reina. - 79 - Una camarera le abrió en seguida, tomó la luz y se la llevó. Él entró sin decir nada, y quitándose el ropón se metió en la cama donde la reina dormía con profundo sueño. Tomola con pasión entre sus brazos y fingió hallarse algo preocupado, pues sabía que en aquel trance el rey no solía hablar y no soportaba tampoco que se le dijera nada. A favor de aquel silencio satisfizo sus deseos por completo. Luego, temiendo que si permanecía mucho tiempo al lado de la reina el placer se cambiara en hastío, y por más que le costara separarse de ella, se levantó, cogió su manto y su vela, y sin decir nada volviose a su lecho con la mayor rapidez. Apenas se había marchado cuando el rey se levantó y fue a la alcoba de su mujer, que quedó sumamente sorprendida de aquella segunda visita. Metiose el rey en la cama de su mujer, a la que saludó alegremente. La reina, sorprendida de cuanto sucedía, le dijo: –¿Qué te sucede esta noche, sire? Apenas hace un momento que te has marchado de mi lado después de haber gozado más que de ordinario y ya vuelves. Modérate, te lo ruego y pon atención en lo que haces. El rey, al oír aquellas palabras, comprendió que la reina debía haber sido engañada por alguien que se le pareciese y conociese sus costumbres. Pero como ni ella ni nadie se había dado cuenta de nada, creyó, como hombre prudente, que le valdría más ocultar su sorpresa. Un tonto, en su lugar, se hubiera conducido de muy distinto modo y hubiera dicho: "No he sido yo el que ha venido antes. Dime, pues, quién me ha reemplazado cerca de ti. ¿Cómo ha venido? ¿Cómo se ha podido ir?" Con tales palabras no hubiera conseguido sino afligir a su esposa, a la que entraría el deseo de volver a gozar el placer que había experimentado, mientras que procediendo del modo contrario no debía sentir vergüenza ninguna. Por lo cual, ocultando su confusión bajo una apariencia tranquila, dijo con toda calma: –¿Acaso no me crees capaz, señora, después de haberte venido a visitar una vez, de volver de nuevo a tu lado ? –Claro que sí –contestó ella–. Y si te hablé como lo hice fue tan solo en interés de tu salud. - 80 - –Tienes razón –agregó el rey–. Seguiré tu consejo y me marcharé por esta vez sin causarte ninguna molestia. Lleno el pecho de cólera por la ofensa que veía le habían hecho, tomó su manto y salió de la habitación con el propósito de buscar en secreto al culpable. Pensó que el tal debería ser alguien de palacio y que, cualquiera que fuese, no podía haber salido. Tomó entonces una linterna, la encendió y fue a una especie de corredor que había sobre las caballerizas del palacio y donde dormían los criados. Pensando que el que fuera culpable de los hechos que le había relatado la reina debería tener el pulso y los latidos del corazón todavía alterados a consecuencia de las emociones experimentadas, se dirigió a uno de los extremos de aquel corredor y dio comienzo a su inspección apoyando su mano sobre el pecho de cada uno, observando si el corazón estaba tranquilo o agitado. Todos dormían profundamente, excepto nuestro desventurado palafrenero. Por eso, cuando el rey llegó a su lado, comprendió el peligro en que se hallaba. El miedo que tenía vino a unirse a las demás emociones que le habían asaltado al realizar su proyecto, de suerte que estaba seguro de que el rey, al advertir su agitación, lo mataría. No obstante, y pese a su creencia, viendo que el rey no llevaba armas, resolvió esperar hasta el final y ver qué le haría. Fingió, pues, estar durmiendo. El rey, que había visto ya a muchos sin encontrar al que buscaba, llegó por fin a su lado y observó en seguida que su corazón latía fuertemente. "Este es –se dijo–. He aquí al culpable". Mas como no quería que nadie se enterara de lo que pensaba hacer, se contentó con cortar, con unas tijeras que llevaba, un mechón de pelos, que se estilaban largos en aquel tiempo, a fin de poder reconocerlo por aquella señal a la mañana siguiente. Terminada la operación, el rey volvió a sus habitaciones. El palafrenero, al ver aquello, comprendió claramente el propósito del rey. Empleando astucia contra astucia, se levantó, tomó unas tijeras que servían en la cuadra para esquilar a los caballos y fue cortando uno tras otro a sus compañeros un mechón de pelo de encima de la oreja y del mismo modo que el rey había cortado los suyos. Así que terminó semejante labor se acostó sin haber sido visto por nadie. - 81 - El rey, al levantarse por la mañana, ordenó que antes de que se abrieran las puertas del palacio se presentasen ante él todos los criados. Fue obedecido, pero cuál no sería su sorpresa al ver que cuando se descubrieron ante él y pensando reconocer al que había pelado la víspera, notó que todos tenían cortado el pelo de la misma manera. "He aquí un pillo –se dijo– que, pese a su baja condición, no deja de tener talento". Reconociendo que no podría descubrirlo sin armar un escándalo, y queriendo a toda costa no comprometer su honor por satisfacer su venganza, se contentó con decir las siguientes palabras, que solo podía entender el culpable y al que harían comprender que el rey se había dado cuenta de la falta cometida por su sirviente: –Que quien lo hizo no lo vuelva a hacer. ¡Ve con Dios! Otro que no hubiera sido él, hubiera sometido a tormento a sus criados y les hubiera hecho interrogar hasta obtener la confesión del culpable. Con ello no habría conseguido sino hacer público lo que todo hombre debe mantener en secreto, y al satisfacer su venganza no por eso hubiera disminuido su deshonra, sino que la habría aumentado, llegando a manchar la honra de su mujer. Quienes oyeron al rey hablar de aquel modo quedaron un tanto sorprendidos y se consultaron entre sí para averiguar el sentido de aquellas palabras. Nadie fue capaz de hallarlo, excepto aquel a quien iban dirigidas. El aludido tuvo la prudencia de callarse mientras Agilulfo vivió, y no volvió a exponerse a parecidos peligros. - 82 - Toda la vida Boris Pilniak E l precipicio era profundo y salvaje. Sus rocas arcillosas y amarillas, en las que se prendían los pinos de tronco rojizo, descendían en empinados barrancos. En lo profundo corría un arroyito. Sobre el precipicio, a derecha e izquierda, había un viejo pinar, espeso, musgoso y entremezclado con alisos. En lo alto, un cielo grave, gris, bajo. Raramente pasaba por allí el hombre. Los árboles eran arrancados de raíz por las tempestades, el agua y los años, y caían cubriendo la tierra; se pudrían despidiendo el fuerte olor dulzón de la resina. Los cardos, las achicorias, las atanasias, la artemisilla, no perecían con los años y cubrían el suelo a modo de cerdas puntiagudas. En el fondo del abismo había una cueva de osos; en el bosque, los lobos eran innumerables. Sobre la roca escarpada, amarilla, arcillosa, se había abatido un pino, se había dado vuelta y desde hacía muchos años estaba allí suspendido, con las raíces hacia lo alto. Las raíces, que parecían un ciempiés reseco, estaban cubiertas de musgo y retama. Y en estas raíces hicieron su nido dos grandes pájaros grises, un macho y una hembra. Los pájaros eran grandes, pesados, con plumas gris-amarillentas y morenas, espesas. Tenían las alas cortas, anchas y fuertes; las patas, de grandes garras, estaban revestidas de pelos y pelusa negra. Sobre el cuello corto y grueso se apoyaba una cabeza grande y cuadrada, de pico rapaz, curvo y amarillo, y con dos ojos redondos, salvajes, de mirada grave. El nido estaba entre las raíces; bajo él se abría el abismo; por arriba extendíase el cielo y se desplegaban algunas raíces de árboles destrozados. Junto a él yacían cándidos huesos, lavados por las lluvias. El nido estaba construido con piedras y arcilla, y tapizado de plumas. La hembra era más pequeña que el macho. Sus garras parecían más finas y bellas, y había cierta armonía en los pliegues de su cuello. El macho, en cambio, era tosco, - 83 - anguloso; su ala izquierda no se plegaba regularmente, desde el tiempo de su lucha con otros machos por la hembra. La hembra estaba siempre en el nido. El macho se acurrucaba en la extremidad de las raíces, sobre el abismo solitario, y miraba con sus ojos graves muy lejos, hacia abajo y a su alrededor; permanecía con la cabeza recogida entre los hombros y con las alas colgantes, inertes. II Estos dos pájaros se habían encontrado precisamente allí, no lejos del precipicio. Era primavera; en los precipicios se derretía la nieve, que en el bosque y los vallecillos se había hecho gris y frágil; los pinos exhalaban su fuerte olor; en el fondo del precipicio se había despertado el arroyo. Los crepúsculos eran verdosos, prolongados y de una serenidad intensa. Pasaban manadas de lobos; los machos peleaban por las hembras. Se encontraron en un claro del bosque durante los crepúsculos. En esa primavera, el sol, el viento suave, habían puesto en el cuerpo del macho una pesadez nueva. Antes, él volaba o estaba acurrucado, gritaba o callaba y solía volar veloz o lento, porque encontraba en sí mismo y a su alrededor los motivos para hacerlo así. En efecto, volaba para descubrir una liebre, matarla y comerla; cuando el sol enceguecía o el viento era fuerte, buscaba un refugio; cuando veía un lobo en acecho, se alejaba volando apresuradamente. Ahora no era así. No era la sensación del hambre ni el instinto de conservación lo que le determinaba a volar o estarse quieto, a gritar o callar. Algo, fuera de él y de sus sensaciones, lo dominaba. Cuando llegaba el ocaso, él, como en una neblina, sin saber por qué, levantaba el vuelo e iba de grieta en grieta, de pendiente en pendiente, moviendo sin ruido sus grandes alas y clavando intensamente la mirada en las tinieblas verdes. Y cuando, cierta vez, vio en un claro algunos semejantes suyos y una hembra en el medio, sin saber por qué lo hacía, se lanzó en aquella dirección, sintiendo dentro de sí una fuerza infinita y un gran odio hacia los otros machos. Lentamente dio vueltas alrededor de la hembra, sacudiéndose con violencia, las alas extendidas y el cuello alargado; y miró de reojo a los machos. Uno de ellos, el que había triunfado hasta su llegada, decidió oponérsele y por fin lo agredió a picotazos: empeñaron una lucha larga, cruel; se lanzaron el uno sobre el otro, se golpearon con los picos, con el pecho, con las garras, con las alas, chillando sordamente, hiriéndose mutuamente. Su adversario era más débil y abandonó la lucha; él se dirigió de nuevo en dirección a la hembra y dio vueltas a su alrededor renqueando un poco y arrastrando por el suelo el ala izquierda, ensangrentada. Las sombras de los pinos invadieron el claro; el suelo estaba cubierto de pinocha; el cielo nocturno azuleaba. - 84 - La hembra se mostraba indiferente con el vencedor y con los otros machos: caminaba parsimoniosa por el claro, hurgaba el suelo con el pico. Atrapó un ratón y lo comió tranquilamente. Parecía no prestar atención a sus compañeros. Así transcurrió toda la noche. Pero cuando las sombras comenzaron a esfumarse y hacia oriente apareció la línea verde lila de la aurora, ella se acercó a él, al que a todos había vencido, se apoyó en su pecho, tomó delicadamente con el pico el ala dolorida, casi como si la oliera y la quisiera curar, y levantándose poco a poco del suelo, voló en dirección al precipicio. Y él, moviendo con dificultad el ala enferma, pero sin vacilar, lanzando gritos ansiosos, la siguió en su vuelo. Ella se posó precisamente entre las raíces de aquel pino donde luego surgió su nido. El macho se detuvo a su lado. Estaba indeciso y parecía conmovido. La hembra dio algunas vueltas alrededor de él; de nuevo aspiró su olor. Luego, con el pecho contra el suelo, las patas abiertas, la cola levantada y los ojos entrecerrados, pareció ponerse rígida… El macho se arrojó sobre ella aferrándole las plumas con el pico, golpeando la tierra con las alas pesadísimas, y por sus venas corrían espasmos tan deliciosos, una alegría tan fuerte, que ya no vio nada más, no sintió otra cosa que aquel dulce dolor y profirió gritos jadeantes que despertaron el eco sonoro del abismo y conmovieron la serenidad del alba. La hembra era dócil. Por el oriente se extendía el rojo resplandor de la luz que surgía, y las nieves de las quebradas habíanse tornado violáceas. III En invierno los pinos se erguían inmóviles y sus troncos se hacían leonados. La nieve estaba alta, amontonada en grandes montículos que sobresalían sobre el abismo; en el cielo aparecían anchas franjas grises; los días eran cortos entre los dos largos crepúsculos. Por la noche crujían los troncos de los árboles y se rompían las ramas. A veces resplandecía la luna pálida, que parecía hacer más compacto al hielo. Las noches eran un tormento, por el hielo y por la luz fosforescente de la luna. Los pájaros estaban cobijados en su nido, apretados el uno contra el otro, para calentarse, pero, no obstante, el frío se infiltraba bajo sus plumas, lamía sus cuerpos, les helaba las patas, la base del pico y el lomo. Y la luz de la luna errabunda hacía temblar, y recordaba que la tierra es como un ojo de lobo y por eso brilla tan horriblemente. Y los pájaros no dormían. Se revolvían afanosamente en el nido, cambiaban de lugar y sus ojos estaban completamente abiertos, redondos, y también resplandecían con una luz verdosa. - 85 - Ciertamente, si hubieran podido pensar, habrían deseado antes que nada la llegada de la mañana. Cuando aún faltaba una hora para el alba, cuando la luna desaparecía y lentamente se acercaba la aurora, los pájaros comenzaban a tener hambre: en la boca sentían un gusto amargo, desagradable, y de tanto en tanto sus gargantas se contraían penosamente. Y cuando por fin llegaba la mañana gris, el macho se alejaba volando en busca de alguna presa; volaba despacio, con largos y espaciados golpes de las alas y clavando fijamente la mirada en la tierra frente a sí. Con preferencia iba en busca de liebres. A veces no encontraba nada durante mucho tiempo; volaba sobre el abismo; se alejaba mucho del nido, más de una decena de versta; se balanceaba sobre la blanca inmensidad donde durante el verano corría el Kama. Cuando no había liebres, atacaba hasta a los zorros jóvenes y las cornejas, aunque su carne era insípida. Los zorros se defendían larga y obstinadamente, con violentas dentelladas, y había que atacarlos con arte y cautela: era necesario agarrarlos por el lomo, saltar en rápido vuelo hacia arriba, y así el zorro ya no se resistía más. El macho volaba hasta el nido con su presa y allí la devoraba con la hembra. Comían solamente una vez por día, y se hartaban tanto, que sus movimientos se hacían luego pesados y el vientre les colgaba. Tragaban hasta la nieve mojada en sangre. Después la hembra arrojaba los huesos al precipicio. El macho se colocaba en el comienzo de la raíz, se encrespaba y arreglaba para estar más cómodo, y sentía que su sangre corría más cálida después de la comida y que en sus vísceras había un movimiento agradable. La hembra se quedaba en el nido. Antes de la noche, el macho, quién sabe por qué, gritaba: ¡Uhu-uhu!, y su grito ronco parecía pasar en su garganta a través de agua. A veces los lobos lo veían encaramado solitario allá arriba, y alguno, entre los más hambrientos, comenzaba a trepar por la pendiente. La hembra se sacudía y lanzaba gritos de miedo, pero el macho miraba con calma hacia abajo; con sus ojos grandes y cansados seguía los movimientos del lobo, que trepaba despacio, resbalaba y precipitábase impetuosamente hacia abajo deshaciendo montones de nieve, rebotando y gimiendo de dolor. Las sombras crepusculares se arrastraban. IV En marzo, cuando los días se alargaban, el sol comenzaba a calentar, la nieve a perder su candidez y a disolverse, los crepúsculos a durar más, y los lobos salían en manada, la presa era más abundante, porque todos los habitantes del bosque - 86 - - 87 - Claude Monet advertían ya aquella ansia de la primavera precoz, esa ansia que hace languidecer y encanta, y vagaban por los barrancos, por las pendientes y por los bosques, dejando sus escondrijos y echándose a vagar bajo el influjo de la languidez que anuncia la primavera; y entonces era fácil capturarlos. El macho llevaba todas las presas a la hembra, y él mismo comía poco, solamente lo que su compañera le dejaba: casi siempre las tripas, la carne del tórax, la piel y la cabeza, de la que la hembra devoraba los ojos, la parte más sabrosa. Durante el día, el macho se situaba en la base de la raíz. Brillaba el sol. El viento era débil y suave. En el fondo del precipicio corría rumorosamente el arroyo oscuro que, ahora, resaltaba nítido entre las dos orillas blancas de nieve. El macho permanecía con los ojos cerrados, la cabeza hundida en el cuello. En su aspecto había mucha humildad, cierta languidez y una ridícula expresión de pesar que contrastaba con su habitual ferocidad. Al llegar el ocaso se reanimaba. Un ansia apoderábase de él. Se erguía sobre las garras, alargaba el cuello, abría los ojos redondos, extendía las alas y las replegaba, luego retraía la cabeza. Después, cerrando los ojos, gritaba: –¡U-uh-uh-uh! Y este grito angustioso asustaba a los habitantes de los bosques. Y el eco del abismo respondía: –¡U-uh!… Los crepúsculos eran verde-azules. El cielo se empedraba de grandes estrellas, casi nuevas. Los pinos despedían olor a resina. Durante la noche, el arroyo callaba por causa del hielo. Aquí y allá gritaban los pájaros en celo. Pero reinaba una calma intensa. Cuando todo se hacía oscuro y la noche se tornaba azul, el macho, furtivamente, como un culpable, con largos y cautelosos pasos de sus patas inexpertas, se dirigía hacia la hembra, en el nido. Lo empujaba una grande, intensísima pasión. Se le acurrucaba al lado, le alisaba las plumas con el pico: había en él siempre una expresión, un poco cómica, de culpabilidad. La hembra se abandonaba confiada a sus caricias, parecía débil y suave; pero tras esta suavidad, tal vez hasta en esta suavidad, se podía ver la fuerza de su dominio sobre el macho. En su lenguaje, el lenguaje del instinto, la hembra decía al macho: –Sí, puedes. Y el macho se arrojaba sobre ella, abandonándose a la pasión. Y ella se le entregaba. - 88 - V Así sucedió durante semana y media. Luego, cuando una noche el macho se le acercó, le dijo: –No, basta. Ella hablaba con su instinto, sintiendo que ya era suficiente, porque otra hora había llegado: la hora de pensar en los polluelos. Y el macho, confuso, sintiéndose culpable de no haber sabido prever la orden de la hembra, la orden del instinto innato en ella, se alejó para esperar el año siguiente. VI Y durante todo el verano, desde la primavera hasta septiembre, el macho y la hembra estuvieron absorbidos por los grandes, hermosos y necesarios cuidados de la procreación. En septiembre nacieron los hijos. La primavera y el verano se desarrollaban como una alfombra multicolor. Ardían con ardiente fuego. Los pinos se adornaban con piñas y despedían su aroma intenso. La artemisilla perfumaba. Florecían y se secaban las achicorias, las campánulas, las atanasias, las violetas; pinchaban los cardos. En mayo, las noches eran azules. En junio, blanco-verdosas. Las puestas de sol y las auroras ardían con rojas llamas de incendio, y por la noche, desde el fondo del precipicio, como blancos jirones de plata, se elevaban las neblinas esfumando las siluetas de los pinos. En el nido hubo al principio cinco huevos grises con pequeñas manchas verdes. Luego aparecieron los pequeños: de grandes cabezas, bocas amarillas y desmesuradamente grandes, cubiertos de pelusilla gris. Piaban tristemente, asomando fuera del nido los largos cuellos, y comían muchísimo. En junio ya sabían volar, pero aun tenían la cabeza grande, piaban y tontamente estiraban las alas inexpertas. La hembra estaba siempre con ellos, solícita, las plumas erizadas, irritable. El macho apenas tenía la sensación de lo que ocurría, pero parecía orgulloso de su obra directa, cumplida con gran alegría. Y toda su vida estaba llena de un instinto que hacía volcar sobre las crías toda su voluntad. Iba en busca de caza, que era necesario fuese mucha, porque los pequeños y la hembra eran voraces. Debía volar muy lejos, alguna vez hasta Kamma, para cazar las gaviotas que revoloteaban siempre cerca de ciertas fieras extraordinariamente grandes, blancas y con muchos ojos, que resbalaban sobre el agua con un ruido extraño y arrojaban el mismo olor de una selva en llamas: eran los barcos. - 89 - Él era quien alimentaba a los pequeños. Desgarraba trozos de carne y se los daba. Y con sus ojos redondos observaba atentamente cómo los pequeños aferraban de un solo bocado aquellos trozos de carne, abriendo los picos y cerrándolos, y cómo tragaban con los ojos muy abiertos, balanceándose por la tensión de los músculos. A veces, uno de los pequeñuelos, por descuido, se caía del nido y rodaba por la pendiente. Entonces el macho con solicitud y preocupación volaba hacia abajo, gritando afanosamente, como si rezongase; tomaba al caído, prudente y temeroso, con las garras, y volvía a llevarlo, aturdido, al nido. Y allí le alisaba las plumas con su gran pico, y daba vueltas a su alrededor, alzando las garras con cautela, sin cesar de gritar afanosamente. Por la noche no dormía. Se colocaba sobre el nacimiento de la raíz, clavando su mirada aguda en las tinieblas nocturnas, protegiendo a sus pequeños y a la madre contra todo peligro. Sobre él brillaban las estrellas. Y alguna vez, sintiendo –así parecía– la plenitud de la vida, su belleza, gritaba amenazador y pavoroso, despertando los ecos. –¡U-uh-uh-uh-uh! –gritaba, asustando a la noche. VII Vivía los inviernos para vivir. Vivía las primaveras y los veranos para generar. No sabía pensar. Procedía así porque así lo disponía una fuerza desconocida, porque así lo ordenaba el instinto que lo dirigía. En el invierno vivía para comer, para no morir. Los inviernos eran fríos y horribles. Pero en la primavera, procreaba. Y entonces corría por sus venas una sangre ardiente; había silencio, resplandecía el sol y brillaban las estrellas, y en él había siempre el deseo de desperezarse, cerrar los ojos, golpear el aire con sus alas y gritar jubilosamente, sin motivo. VIII En otoño, los pequeños los abandonaban. Los viejos se despedían de los jóvenes para siempre y con indiferencia. En otoño caían las lluvias, se amontonaban las neblinas, descendía la bóveda del cielo. Las noches eran tristes, húmedas, frías. Los viejos estaban en el nido, mojados, solos, durmiéndose con fatiga, temblando de frío, revolviéndose penosamente. Y en sus ojos brillaban lucecitas verde-amarillentas. El macho ya no gritaba. - 90 - IX Así sucedió durante trece años de su vida. X Luego, el macho murió. Cuando era joven, en su lucha por su hembra, había sido herido en un ala. Con el correr de los años, cada vez le resultaba más penoso procurarse caza y cada vez debía volar más lejos para conseguirla; durante la noche no podía dormir a causa de un gran y persistente dolor que sentía en toda el ala, lo que era horrible, puesto que, mientras antes no se percataba de esa parte de su cuerpo, ahora esta se había convertido en algo extrañamente importante y atormentador. De noche no dormía y extendía el ala herida casi como si quisiera separarla de sí. Por la mañana, apenas sin poder usarla, volaba en busca de alguna presa. Y la hembra lo abandonó. Al llegar la primavera, en un crepúsculo, se alejó del nido. El macho la buscó durante la noche entera; la encontró al llegar la aurora: estaba con otro macho, joven y fuerte, que a su lado le murmuraba cosas tiernas. Y entonces el viejo comprendió que había terminado todo lo que él esperaba de la vida. Se arrojó contra el joven, pero combatió sin confianza y débilmente. Y el joven lo enfrentó con fuerza y pasión, hiriéndole el cuerpo y gritándole amenazador. La hembra, como muchos años antes, observaba la lucha con indiferencia. El viejo fue vencido. Ensangrentado, herido, con un ojo vaciado, voló hacia su nido, y se dejó caer pesadamente sobre el nacimiento de la raíz. Ahora sentía que había cerrado su cuenta con la vida. Había vivido para comer y para generar. Ahora solo le quedaba morir. De ello tenía una sensación instintiva. Permaneció dos días calmo e inmóvil, sobre el borde del precipicio, con la cabeza hundida entre las alas. Y luego, tranquilo, como sin darse cuenta, murió. Cayó en el abismo y allí quedó con las patas contraídas y vueltas hacia arriba. Esto sucedió de noche. Las estrellas eran nuevas. Gritaban los pájaros en celo; en el bosque, aquí y allá, chillaban las lechuzas. El cadáver del macho yació cinco días en el fondo del barranco. Comenzaba a descomponerse y a despedir un olor acre. Lo encontró un lobo y lo devoró. - 91 - El doliente Óscar Hahn Pasarán estos días como pasan todos los días malos de la vida Amainarán los vientos que te arrasan Se estancará la sangre de tu herida El alma errante volverá a su nido Lo que ayer se perdió será encontrado El sol será sin mancha concebido y saldrá nuevamente en tu costado Y dirás frente al mar: ¿Cómo he podido anegado sin brújula y perdido llegar a puerto con las velas rotas? Y una voz te dirá: ¿Que no lo sabes? El mismo viento que rompió tus naves es el que hace volar a las gaviotas. - 92 - Canción de la mujer Bertolt Brecht 1. De noche junto al río, en el oscuro corazón de los arbustos, a veces vuelvo a ver su rostro, el de la mujer que amé: mi mujer, que murió. 2. Hace ya muchos años, y a ratos ya no sé nada de ella, la que antes lo fue todo; pero todo se marchita. 3. Y ella era en mí como un pequeño enebro en las estepas de Mongolia, cóncavas, con el cielo amarillo pálido y de gran tristeza. 4. Vivíamos en una cabaña negra junto al río. Los mosquitos solían perforar su blanco cuerpo, y yo leía el periódico siete veces o decía: tu pelo tiene un color sucio. O: no tienes corazón. 5. Pero un día, cuando estaba yo lavando mi camisa en la cabaña, ella se acercó a la puerta y me miró y quería salir. 6. Y quien le había pegado hasta cansarse, dijo: ángel mío. 7. Y quien le había dicho te quiero la condujo fuera y riendo miró al aire y alabó el buen tiempo y le dio la mano. 8. Como ya estaban afuera, al aire libre, y la cabaña estaba desierta, cerró la puerta y se sentó tras el periódico. 9. Desde entonces no la he vuelto a ver, y de ella sólo quedó el gritito que dio cuando por la mañana volvió a la puerta que ya estaba cerrada. 10. Ahora la cabaña se ha podrido y mi pecho está relleno de papel de periódico y por las noches tumbado junto al río en el oscuro corazón de los arbustos me acuerdo de ella. 11. El viento lleva olor a hierba en el pelo y el agua grita sin fin pidiendo calma a Dios, y en mi lengua tengo un sabor amargo. - 93 - Autopsicografía Fernando Pessoa El poeta es un fingidor. Finge tan completamente Que hasta finge que es dolor El dolor que de veras siente. Y quienes leen lo que escribe, Sienten, en el dolor leído, No los dos que el poeta vive Sino aquel que no han tenido. Y así va por su camino, Distrayendo a la razón, Ese tren sin real destino Que se llama corazón. Da nie - 94 - lA gui lera C. El arco de la vida Friedrich Hölderlin También tú tuviste grandes sueños, pero el amor nos somete a todos a su ley y ahora las penas nos doblegan. Pero no en vano el arco de la vida retorna a su punto de partida. ¡Poco importa si subimos o bajamos! En la sagrada noche, donde la Naturaleza sueña mudamente en días venideros, y hasta en el más tortuoso de los infiernos, siempre hay una ley justa, una justicia para todo. Lo sé por experiencia. Pues nunca, dioses inmortales, conservadores de la vida, nunca, que yo sepa, me habéis guiado, como lo hacen los maestros mortales, por fáciles senderos. Que el hombre pruebe todo –dicen los Celestiales– y que, nutrido por una rica savia, aprenda a dar gracias por todo, y comprenda que tiene la libertad de buscarse un destino. - 95 - Wakefield Nathaniel Hawthorne R ecuerdo haber leído en alguna revista o periódico viejo la historia, relatada como verdadera, de un hombre –llamémoslo Wakefield– que abandonó a su mujer durante un largo tiempo. El hecho, expuesto así en abstracto, no es muy infrecuente, ni tampoco –sin una adecuada discriminación de las circunstancias– debe ser censurado por díscolo o absurdo. Sea como fuere, este, aunque lejos de ser el más grave, es tal vez el caso más extraño de delincuencia marital de que haya noticia. Y es, además, la más notable extravagancia de las que puedan encontrarse en la lista completa de las rarezas de los hombres. La pareja en cuestión vivía en Londres. El marido, bajo el pretexto de un viaje, dejó su casa, alquiló habitaciones en la calle siguiente y allí, sin que supieran de él la esposa o los amigos y sin que hubiera ni sombra de razón para semejante autodestierro, vivió durante más de veinte años. En el transcurso de este tiempo todos los días contempló la casa y con frecuencia atisbó a la desamparada esposa. Y después de tan largo paréntesis en su felicidad matrimonial, cuando su muerte era dada ya por cierta, su herencia había sido repartida y su nombre borrado de todas las memorias; cuando hacía tantísimo tiempo que su mujer se había resignado a una viudez otoñal, una noche él entró tranquilamente por la puerta, como si hubiera estado afuera solo durante el día, y fue un amante esposo hasta la muerte. Este resumen es todo lo que recuerdo. Pero pienso que el incidente, aunque manifiesta una absoluta originalidad sin precedentes y es probable que jamás se repita, es de esos que despiertan las simpatías del género humano. Cada uno de nosotros sabe que, por su propia cuenta, no cometería semejante locura; y, sin embargo, intuye que cualquier otro podría hacerlo. En mis meditaciones, por lo menos, este caso aparece insistentemente, asombrándome siempre y siempre acompañado por la sensación de que la historia tiene que ser verídica y por una idea general sobre el carácter de su héroe. Cuando quiera que un tema afecta la mente de modo tan forzoso, vale la pena destinar algún tiempo para pensar en él. A este respecto, el lector que así lo quiera puede entregarse a sus propias meditaciones. Mas si prefiere divagar en mi compañía a lo largo de estos veinte años del capricho de Wakefield, le doy la bienvenida, confiando en que habrá un sentido latente y una moraleja, así - 96 - no logremos descubrirlos, trazados pulcramente y condensados en la frase final. El pensamiento posee siempre su eficacia, y todo incidente llamativo, su enseñanza. ¿Qué clase de hombre era Wakefield? Somos libres de formarnos nuestra propia idea y darle su apellido. En ese entonces se encontraba en el meridiano de la vida. Sus sentimientos conyugales, nunca violentos, se habían ido serenando hasta tomar la forma de un cariño tranquilo y consuetudinario. De todos los maridos, es posible que fuera el más constante, pues una especie de pereza mantenía en reposo a su corazón dondequiera que lo hubiera asentado. Era intelectual, pero no en forma activa. Su mente se perdía en largas y ociosas especulaciones que carecían de propósito o del vigor necesario para alcanzarlo. Sus pensamientos rara vez poseían suficientes ímpetus como para plasmarse en palabras. La imaginación, en el sentido correcto del vocablo, no figuraba entre las dotes de Wakefield. Dueño de un corazón frío, pero no depravado o errabundo, y de una mente jamás afectada por la calentura de ideas turbulentas ni aturdida por la originalidad, ¿quién se hubiera imaginado que nuestro amigo habría de ganarse un lugar prominente entre los autores de proezas excéntricas? Si se hubiera preguntado a sus conocidos cuál era el hombre que con seguridad no haría hoy nada digno de recordarse mañana, habrían pensado en Wakefield. Únicamente su esposa del alma podría haber titubeado. Ella, sin haber analizado su carácter, era medio consciente de la existencia de un pasivo egoísmo, anquilosado en su mente inactiva; de una suerte de vanidad, su más incómodo atributo; de cierta tendencia a la astucia, la cual rara vez había producido efectos más positivos que el mantenimiento de secretos triviales que ni valía la pena confesar; y, finalmente, de lo que ella llamaba "algo raro" en el buen hombre. Esta última cualidad es indefinible y puede que no exista. Ahora imaginémonos a Wakefield despidiéndose de su mujer. Cae el crepúsculo en un día de octubre. Componen su equipaje un sobretodo deslustrado, un sombrero cubierto con un hule, botas altas, un paraguas en una mano y un maletín en la otra. Le ha comunicado a la señora de Wakefield que debe partir en el coche nocturno para el campo. De buena gana ella le preguntaría por la duración y objetivo del viaje, por la fecha probable del regreso, pero, dándole gusto a su inofensivo amor por el misterio, se limita a interrogarlo con la mirada. Él le dice que de ningún modo lo espere en el coche de vuelta y que no se alarme si tarda tres o cuatro días, pero que en todo caso cuente con él para la cena el viernes por la noche. El propio Wakefield, tengámoslo presente, no sospecha lo que se viene. Le ofrece ambas manos. Ella tiende las suyas y recibe el beso de partida a la manera rutinaria de un matrimonio de diez años. Y parte el señor Wakefield, en plena edad madura, casi resuelto a confundir a su mujer mediante una semana completa de ausencia. Cierra la puerta. Pero ella advierte que la entreabre de nuevo y percibe la cara del marido sonriendo a través de la abertura - 97 - antes de esfumarse en un instante. De momento no le presta atención a este detalle. Pero tiempo después, cuando lleva más años de viuda que de esposa, aquella sonrisa vuelve una y otra vez, y flota en todos sus recuerdos del semblante de Wakefield. En sus copiosas cavilaciones incorpora la sonrisa original en una multitud de fantasías que la hacen extraña y horrible. Por ejemplo, si se lo imagina en un ataúd, aquel gesto de despedida aparece helado en sus facciones; o si lo sueña en el cielo, su alma bendita ostenta una sonrisa serena y astuta. Empero, gracias a ella, cuando todo el mundo se ha resignado a darlo ya por muerto, ella a veces duda que de veras sea viuda. Pero quien nos incumbe es su marido. Tenemos que correr tras él por las calles, antes de que pierda la individualidad y se confunda en la gran masa de la vida londinense. En vano lo buscaríamos allí. Por tanto, sigámoslo pisando sus talones hasta que, después de dar algunas vueltas y rodeos superfluos, lo tengamos cómodamente instalado al pie de la chimenea en un pequeño alojamiento alquilado de antemano. Nuestro hombre se encuentra en la calle vecina y al final de su viaje. Difícilmente puede agradecerle a la buena suerte el haber llegado allí sin ser visto. Recuerda que en algún momento la muchedumbre lo detuvo precisamente bajo la luz de un farol encendido; que una vez sintió pasos que parecían seguir los suyos, claramente distinguibles entre el multitudinario pisoteo que lo rodeaba; y que luego escuchó una voz que gritaba a lo lejos y le pareció que pronunciaba su nombre. Sin duda alguna una docena de fisgones lo habían estado espiando y habían corrido a contárselo todo a su mujer. ¡Pobre Wakefield! ¡Qué poco sabes de tu propia insignificancia en este mundo inmenso! Ningún ojo mortal fuera del mío te ha seguido las huellas. Acuéstate tranquilo, hombre necio; y en la mañana, si eres sabio, vuelve a tu casa y dile la verdad a la buena señora de Wakefield. No te alejes, ni siquiera por una corta semana, del lugar que ocupas en su casto corazón. Si por un momento te creyera muerto o perdido, o definitivamente separado de ella, para tu desdicha notarías un cambio irreversible en tu fiel esposa. Es peligroso abrir grietas en los afectos humanos. No porque rompan mucho a lo largo y ancho, sino porque se cierran con mucha rapidez. Casi arrepentido de su travesura, o como quiera que se pueda llamar, Wakefield se acuesta temprano. Y, despertando después de un primer sueño, extiende los brazos en el amplio desierto solitario del desacostumbrado lecho. –No –piensa, mientras se arropa en las cobijas–, no dormiré otra noche solo. Por la mañana madruga más que de costumbre y se dispone a considerar lo que en realidad quiere hacer. Su modo de pensar es tan deshilvanado y vagaroso, que ha dado este paso con un propósito en mente, claro está, pero sin ser capaz de definirlo con suficiente nitidez para su propia reflexión. La vaguedad del proyecto y el esfuerzo convulsivo con que se precipita a ejecutarlo son igualmente típicos de una persona débil de carácter. No obstante, Wakefield escudriña sus ideas tan - 98 - Pintura de Artemisia Gentileschi minuciosamente como puede y descubre que está curioso por saber cómo marchan las cosas por su casa: cómo soportará su mujer ejemplar la viudez de una semana y, en resumen, cómo se afectará con su ausencia la reducida esfera de criaturas y de acontecimientos en la que él era objeto central. Una morbosa vanidad, por lo tanto, está muy cerca del fondo del asunto. Pero, ¿cómo realizar sus intenciones? No, desde luego, quedándose encerrado en este confortable alojamiento donde, aunque durmió y despertó en la calle siguiente, está efectivamente tan lejos de casa como si hubiera rodado toda la noche en la diligencia. Sin embargo, si reapareciera echaría a perder todo el proyecto. Con el pobre cerebro embrollado sin remedio por este dilema, al fin se atreve a salir, resuelto en parte a cruzar la bocacalle y echarle una mirada presurosa al domicilio desertado. La costumbre –pues es un hombre de costumbres– lo toma de la mano y lo conduce, sin que él se percate en lo más mínimo, hasta su propia puerta; y allí, en el momento decisivo, el roce de su pie contra el peldaño lo hace volver en sí. ¡Wakefield! ¿Adónde vas? En ese preciso instante su destino viraba en redondo. Sin sospechar siquiera en la fatalidad a la que lo condena el primer paso atrás, parte deprisa, jadeando en una agitación que hasta la fecha nunca había sentido, y apenas si se atreve a mirar atrás - 99 - desde la esquina lejana. ¿Será que nadie lo ha visto? ¿No armarán un alboroto todos los de la casa –la recatada señora de Wakefield, la avispada sirvienta y el sucio pajecito– persiguiendo por las calles de Londres a su fugitivo amo y señor? ¡Escape milagroso! Cobra coraje para detenerse y mirar a la casa, pero lo desconcierta la sensación de un cambio en aquel edificio familiar, igual a las que nos afectan cuando, después de una separación de meses o años, volvemos a ver una colina o un lago o una obra de arte de los cuales éramos viejos amigos. ¡En los casos ordinarios esta impresión indescriptible se debe a la comparación y al contraste entre nuestros recuerdos imperfectos y la realidad! En Wakefield, la magia de una sola noche ha operado una transformación similar, puesto que en este breve lapso ha padecido un gran cambio moral, aunque él no lo sabe. Antes de marcharse del lugar alcanza a entrever la figura lejana de su esposa, que pasa por la ventana dirigiendo la cara hacia el extremo de la calle. El marrullero ingenuo parte despavorido, asustado de que sus ojos lo hayan distinguido entre un millar de átomos mortales como él. Contento se le pone el corazón, aunque el cerebro está algo confuso, cuando se ve junto a las brasas de la chimenea en su nuevo aposento. Eso en cuanto al comienzo de este largo capricho. Después de la concepción inicial y de haberse activado el lerdo carácter de este hombre para ponerlo en práctica, todo el asunto sigue un curso natural. Podemos suponerlo, como resultado de profundas reflexiones, comprando una nueva peluca de pelo rojizo y escogiendo diversas prendas del baúl de un ropavejero judío, de un estilo distinto al de su habitual traje marrón. Ya está hecho: Wakefield es otro hombre. Una vez establecido el nuevo sistema, un movimiento retrógrado hacia el antiguo sería casi tan difícil como el paso que lo colocó en esta situación sin paralelo. Además, ahora lo está volviendo testarudo cierto resentimiento del que adolece a veces su carácter, en este caso motivado por la reacción incorrecta que, a su parecer, se ha producido en el corazón de la señora de Wakefield. No piensa regresar hasta que ella no esté medio muerta de miedo. Bueno, ella ha pasado dos o tres veces ante sus ojos, con un andar cada vez más agobiado, las mejillas más pálidas y más marcada de ansiedad la frente. A la tercera semana de su desaparición, divisa un heraldo del mal que entra en la casa bajo el perfil de un boticario. Al día siguiente la aldaba aparece envuelta en trapos que amortigüen el ruido. Al caer la noche llega el carruaje de un médico y deposita su empelucado y solemne cargamento a la puerta de la casa de Wakefield, de la cual emerge después de una visita de un cuarto de hora, anuncio acaso de un funeral. ¡Mujer querida! ¿Irá a morir? A estas alturas Wakefield se ha excitado hasta provocarse algo así como una efervescencia de los sentimientos, pero se mantiene alejado del lecho de su esposa, justificándose ante su conciencia con el argumento de que no debe ser molestada en semejante coyuntura. Si algo más lo detiene, él no lo sabe. En el transcurso de unas - 100 - cuantas semanas ella se va recuperando. Ha pasado la crisis. Su corazón se siente triste, acaso, pero está tranquilo. Y así el hombre regrese tarde o temprano, ya no arderá por él jamás. Estas ideas fulguran cual relámpagos en las nieblas de la mente de Wakefield y le hacen entrever que una brecha casi infranqueable se abre entre su apartamento de alquiler y su antiguo hogar. –¡Pero si solo está en la calle del lado! –se dice a veces. ¡Insensato! Está en otro mundo. Hasta ahora él ha aplazado el regreso de un día en particular a otro. En adelante, deja abierta la fecha precisa. Mañana no… probablemente la semana que viene… muy pronto. ¡Pobre hombre! Los muertos tienen casi tantas posibilidades de volver a visitar sus moradas terrestres como el autodesterrado Wakefield. ¡Ojalá yo tuviera que escribir un libro en lugar de un artículo de una docena de páginas! Entonces podría ilustrar cómo una influencia que escapa a nuestro control pone su poderosa mano en cada uno de nuestros actos y cómo urde con sus consecuencias un férreo tejido de necesidad. Wakefield está hechizado. Tenemos que dejarlo que ronde por su casa durante unos diez años sin cruzar el umbral ni una vez, y que le sea fiel a su mujer, con todo el afecto de que es capaz su corazón, mientras él poco a poco se va apagando en el de ella. Hace mucho, debemos subrayarlo, que perdió la noción de singularidad de su conducta. Ahora contemplemos una escena. Entre el gentío de una calle de Londres distinguimos a un hombre entrado en años, con pocos rasgos característicos que atraigan la atención de un transeúnte descuidado, pero cuya figura ostenta, para quienes posean la destreza de leerla, la escritura de un destino poco común. Su frente estrecha y abatida está cubierta de profundas arrugas. Sus pequeños ojos apagados a veces vagan con recelo en derredor, pero más a menudo parecen mirar adentro. Agacha la cabeza y se mueve con un indescriptible sesgo en el andar, como si no quisiera mostrarse de frente entero al mundo. Obsérvelo el tiempo suficiente para comprobar lo que hemos descrito y estará de acuerdo con que las circunstancias, que con frecuencia producen hombres notables a partir de la obra ordinaria de la naturaleza, han producido aquí uno de estos. A continuación, dejando que prosiga furtivo por la acera, dirija su mirada en dirección opuesta, por donde una mujer de cierto porte, ya en el declive de la vida, se dirige a la iglesia con un libro de oraciones en la mano. Exhibe el plácido semblante de la viudez establecida. Sus pesares o se han apagado o se han vuelto tan indispensables para su corazón que sería un mal trato cambiarlos por la dicha. Precisamente cuando el hombre enjuto y la mujer robusta van a cruzarse, se presenta un embotellamiento momentáneo que pone a las dos figuras en contacto directo. Sus manos se tocan. El empuje de la muchedumbre presiona el pecho de ella - 101 - contra el hombro del otro. Se encuentran cara a cara. Se miran a los ojos. Tras diez años de separación, es así como Wakefield tropieza con su esposa. Vuelve a fluir el río humano y se los lleva a cada uno por su lado. La grave viuda recupera el paso y sigue hacia la iglesia, pero en el atrio se detiene y lanza una mirada atónita a la calle. Sin embargo, pasa al interior mientras va abriendo el libro de oraciones. ¡Y el hombre, con el rostro tan descompuesto que el Londres atareado y egoísta se detiene a verlo pasar, huye a sus habitaciones, cierra la puerta con cerrojo y se tira en la cama! Los sentimientos que por años estuvieron latentes se desbordan y le confieren un vigor efímero a su mente endeble. La miserable anomalía de su vida se le revela de golpe. Y grita exaltado: –¡Wakefield, Wakefield, estás loco! Quizás lo estaba. De tal modo debía de haberse amoldado a la singularidad de su situación que, examinándolo con referencia a sus semejantes y a las tareas de la vida, no se podría afirmar que estuviera en su sano juicio. Se las había ingeniado (o, más bien, las cosas habían venido a parar en esto) para separarse del mundo, hacerse humo, renunciar a su sitio y privilegios entre los vivos, sin que fuera admitido entre los muertos. La vida de un ermitaño no tiene paralelo con la suya. Seguía inmerso en el tráfago de la ciudad como en los viejos tiempos, pero las multitudes pasaban de largo sin advertirlo. Se encontraba –digámoslo en sentido figurado– a todas horas junto a su mujer y al pie del fuego, y sin embargo nunca podía sentir la tibieza del uno ni el amor de la otra. El insólito destino de Wakefield fue el de conservar la cuota original de afectos humanos y verse todavía involucrado en los intereses de los hombres, mientras que había perdido su respectiva influencia sobre unos y otros. Sería un ejercicio muy curioso determinar los efectos de tales circunstancias sobre su corazón y su intelecto, tanto por separado como al unísono. No obstante, cambiado como estaba, rara vez era consciente de ello y más bien se consideraba el mismo de siempre. En verdad, a veces lo asaltaban vislumbres de la realidad, pero solo por momentos. Y aun así, insistía en decir “pronto regresaré”, sin darse cuenta de que había pasado veinte años diciéndose lo mismo. Imagino también que, mirando hacia el pasado, estos veinte años le parecerían apenas más largos que la semana por la que en un principio había proyectado su ausencia. Wakefield consideraría la aventura como poco más que un interludio en el tema principal de su existencia. Cuando, pasado otro ratito, juzgara que ya era hora de volver a entrar a su salón, su mujer aplaudiría de dicha al ver al veterano señor Wakefield. ¡Qué triste equivocación! Si el tiempo esperara hasta el final de nuestras locuras favoritas, todos seríamos jóvenes hasta el día del juicio. Cierta vez, pasados veinte años desde su desaparición, Wakefield se encuentra dando el paseo habitual hasta la residencia que sigue llamando suya. Es una borrascosa - 102 - noche de otoño. Caen chubascos que golpetean en el pavimento y que escampan antes de que uno tenga tiempo de abrir el paraguas. Deteniéndose cerca de la casa, Wakefield distingue a través de las ventanas de la sala del segundo piso el resplandor rojizo y oscilante y los destellos caprichosos de un confortable fuego. En el techo aparece la sombra grotesca de la buena señora de Wakefield. La gorra, la nariz, la barbilla y la gruesa cintura dibujan una caricatura admirable que, además, baila al ritmo ascendiente y decreciente de las llamas, de un modo casi en exceso alegre para la sombra de una viuda entrada en años. En ese instante cae otro chaparrón que, dirigido por el viento inculto, pega de lleno contra el pecho y la cara de Wakefield. El frío otoñal le cala hasta la médula. ¿Va a quedarse parado en ese sitio, mojado y tiritando, cuando en su propio hogar arde un buen fuego que puede calentarlo, cuando su propia esposa correría a buscarle la chaqueta gris y los calzones que con seguridad conserva con esmero en el armario de la alcoba? ¡No! Wakefield no es tan tonto. Sube los escalones con trabajo. Los veinte años pasados desde que los bajó le han entumecido las piernas, pero él no se da cuenta. ¡Detente, Wakefield! ¿Vas a ir al único hogar que te queda? Pisa tu tumba, entonces. La puerta se abre. Mientras entra, alcanzamos a echarle una mirada de despedida a su semblante y reconocemos la sonrisa de astucia que fuera precursora de la pequeña broma que desde entonces ha estado jugando a costa de su esposa. ¡Cuán despiadadamente se ha burlado de la pobre mujer! En fin, deseémosle a Wakefield buenas noches. El suceso feliz –suponiendo que lo fuera– solo puede haber ocurrido en un momento impremeditado. No seguiremos a nuestro amigo a través del umbral. Nos ha dejado ya bastante sustento para la reflexión, una porción de la cual prestar su sabiduría para una moraleja y tomar la forma de una imagen. En la aparente confusión de nuestro mundo misterioso los individuos se ajustan con tanta perfección a un sistema, y los sistemas unos a otros y a un todo, que con solo dar un paso a un lado cualquier hombre se expone al pavoroso riesgo de perder para siempre su lugar. Como Wakefield, se puede convertir, por así decirlo, en el paria del Universo. - 103 - Testimonios de las muertes de Sabina - Fragmento - Juan Radrigán • Tercer Acto Pieza que sirve de comedor, cocina y dormitorio. Piso de tierra, una cama, una mesa, sillas. En lugar destacado, una cocina a parafina de dos platos; otros muebles y utensilios habituales, todo con bastante uso. La entrada, que no se ve, a la izquierda. Es invierno. Llegan, discutiendo sin enojo, Sabina y Rafael. Es un matrimonio de viejos, fuertes aún, que poseen un puesto de frutas en el que trabajan hace más de treinta años. Llegan sombríos, desmoralizados. Sabina trae una cartera grande y ordinaria en las manos. Se ven un poco mejor vestidos, pero siempre desgalichados. Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina (Dejando la cartera sobre la mesa. Casi a punto de llorar) Yo sabía, yo sabía… (Sentándose sobre la cama) Tan locos, tan toos locos. ¿Y a qué van a venir, viejo? ¿A venir? No, oh; a qué van a venir. Sí, yo le oí al viejo que te gritó que iban a venir. ¿Qué más los quiere hacer? ¡Tienen que ayudarlos, alguien los tiene que ayuar! Grita po, sale a la calle a gritar, a ver quién te va’yuar. ¿Así que si los quieren matar, los matan nomás? ¡No puee ser! Tienen el billete, tienen la juerza y encima dicen que tienen la razón; ¿Qué poímos hacer? ¡Pero somos gente también! ¿Quién te trató como gente? ¿Te hicieron caso en alguna parte? ¡La visitaora! ¿Y si la juéramos a ver? ¿Pa qué? Los va’decir lo mismo: “Yo no me pueo meter en esa cuestión, pa eso tiene quir…” (Rabioso) ¿Qué sé aónde? A lo mejor… Si no te hubierai puesto atrevío… - 104 - Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina ¿Y qué querís? ¿Qué me pusiera a llorar como voh? Ya los tenían en el saco… Puta, y justo ahora que venía la temporá güena… (Terca) Entonce, si no querís que vamos donde la visitaora, mandemo otra carta al diario. ¿Y la que mandamo? Sí, ¿por qué no la pondrían? Es que’s tan enreá esta cuestión, no deben haber entendío. ¿Pero le pusiste bien la dirección? Bah, ¿y que no lo juimos los dos a dejarla? Pero a lo mejor teníamos que entregarla personalmente. Eso hicimos, po. No, no la entregamos na personalmente, ¿no viste que’l gallo que había en ese mesón dijo que se la dejáramos a él? A lo mejor no la entregó. (Rafael derrotado. Sabina empecinada) ¡Tiene que haber algo, no los pueen hacer esto! ¡Es pior que si los mataran! (Viendo que Rafael se apresta a fumar) ¡No fumís más! Chis, güena, oh; ¿así que ahora no voy a poer fumar? ¡Tenís que hacer algo! ¿Qué po, qué? ¡Piensa, voh soy el hombre! Yo te dije que tratáramos de vender la patente. ¿Y en qué íamos a trabajar? Ahora queamos mejor. Y encima le pasaste dos gambas a la Gloria. Una. Dos, yo te’staba sapiando. Por la cresta, ¿y que no es hija tuya también? Parece que le tuvierai bronca; too el tiempo me’stái palabriando. Si vos te ponís a regalar la plata, ¿qué vamo a hacer cuando empecemos a tener hambre? Fíjate en lo que hacís; voh creí que yo soy de qué. ¿Qué’s lo que t’iacen? (Explotando) ¡Yo soy tu mujer pos, mierda; yo soy tu mujer! ¡A mí tenís que cuidarme! ¡Es tu hija! ¡Pero a mí teníai que quererme así, a mí! (Pausa) Si alguna vez me hubierai demostrao too ese cariño y, si me hubierai cuidao como a ella… Entonces - 105 - Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael ahora no me sentiría tan desgraciá… Parece como que se hubiera ío toa la gente y toas las cosas, como que no hubiera nadie más que yo nomás… Mian pasao piores cosas que si hubiera vivío sola, porque he tenío que cargar con los cabros y con voh; he sío un puro animal nomá. La de cuestiones que se mian muerto sentá allá en el puesto… puchas la desgracia pa grande. (Picado) ¿Por qué decís eso? ¿Así que yo no soy na? Pucha que soy linda voh… No viste como que los jueron apretando dia’poco, sin dar nunca la cara. En la comisaría, en la municipaliá, en el jugao; toos decían lo mismo “Es la ley, no poímos hacer na”. Y la ley no está por ninguna parte, no tiene cara, no tiene ojos, no tiene cuerpo. ¡Así no se puee peliar! ¿Cómo crestas te vai a agarrar con alguien que no veí, que no’stá en ninguna parte? ¡Entiéndeme, po!… Y la agarrái conmigo. Soy linda voh. Con voh tengo que agarrarla, ¿a quién más le voy a reclamar? ¿Querís que le pía ayúa al vecino? ¿Eso querís? (Va hacia la muralla y golpea) ¡Pedro, Pedro! La ley y la patente. (Alarmado) ¡No’stís haciendo leseras! Tengo que decirle a él po, como os no tenís la culpa de na. ¡Pero qué culpa tengo yo de que los hayan pasao un parte! Después de un mes vinimos a saber que’ra porque teníamos la patente atrasá. Pero no la teníamos atrasá, porque en la municipaliá no habían salío las nuevas. Entonces los hicieron llevar un papel que dijera esa cuestión; pero pa que los dieran ese papel los hicieron ir a veinte oficinas distintas a conseguir otro papel primero y cuando los vinieron a dar el que los habían pedío ya habían salío las patentes. Entonces tuvimos que empezar a pedir otro que dijera que cuando empezamos hacer los trámites no habían salío toavía. Y en too ese tiempo la multa subía y subía; cómo no mi’ba a poner a echar la bronca: me’staban volviendo loco; por eso dejé la escoba. (Remedándole) “Por eso dejé la escoba”. Toa la vía habís andao haciendo la pura embarrá. ¿Me vai a dar vos pa comer ahora? (Exasperado) ¡Yo te voy a dar po! ¿O creí que te va’venir a dar el Turnio? (Perpleja) ¿Qué dijiste?… ¿Qué dijiste?… (Yendo hacia la cocina) No me hagái hablar, mejor. (Sin amilanarse) Habla nomás, porquería, habla nomás. ¿Qué me tenís que sacar? Na, oh na. (Por la cocina) Voy hacer té. - 106 - Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina ¡Yo no quiero tomar ninguna lesera! (Refunfuñando) Mire de las cosas que se acuerda, han pasao como treinta años… Hay que ser bien (gesto grosero con las manos) pa’ sacar esas cuestiones. Claro, bien así (repite gesto) hay que ser pa’ agarrar sobraos. (Volviéndose para maniobrar en la cocina) Esta cuestión no se me va’olviar nunca… (Restándole importancia) Yo ni te conocía. Me metiste la chiva de que ibai a ir con tu mamá a comprar fruta pa’ las parcelas… (Recapacitando) ¿cómo que no me conocíai? Voh andabai a la siga mía, pero yo no te daba ni bola. ¿Y too lo que conversamos? (Pausa) Te llevaa regalos, te invitaba a pasiar… Los decían: “¿Y cuándo se van a casar?” Y de repente aparece el Turnio por la cuadra, te muestra los dientes y te vai a quear con él… ¡No me jui a quear con él! Te pintaste el hocico y te peinaste di otra manera… El primer día que te habló… (Con ira en aumento) ¡Por la cresta, el primer día! (Golpea en la cocina) ¿Por qué siempre me miraste como el forro? Yo no sé de qué tai hablando. (Violento) ¿Por qué me hiciste eso? Mi’ré acordar… Yo sí que me acuerdo. Jue pal santo del Turnio, el 31 de agosto… Taba lloviendo, llegué too mojao a buscarte… Tabai bonita; nunca te habíai puesto así pa salir conmigo. Pa salir conmigo no guardabai ni los canastos… Lo que no he entendío nunca es cómo pudiste ser tan degenerá pa ir acostarte altiro con un gallo que ni conocíai… ¡En la primera salía!… Y yo tratándote de usté, invitándote a comer, a bailar… A lo mejor el Rafael no es ni mío siquiera… (Espantada) ¿Qué dijiste?… ¿Qué dijiste? (Rencorosamente) ¡Si queríai encatrarte, teníai que haberte encontrao conmigo! (Acercándose a ella) ¡Conmigo! (Martirizada) ¡Esto te va a costar caro, caro! Harto caro que me ha costao cuando me acuerdo que me túe que conformar con sobraos. Y toavía me venís a mirar en menos. Por cafiche te miro en menos. Yo no te’caficheo nunca; ni a voh ni a nadie. Cafiche soy po, desgraciao. ¿No vivís a costillas mías? ¿Por qué no trabajái en otra cosa? - 107 - Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael (Volviéndose a la cocina) ¡Ándate a la cresta! ¡Porque te’charon por ladrón, por eso! No podís trabajar en ninguna parte. (Vehemente) ¡No, no; yo no robé na! Claro que robaste y no te metieron preso de pura lástima. ¡Jue una jugá que mi’hicieron! Una pillá. No, yo ía a… (Implacable) ¿No te dio vergüenza cuando te trajinaron y te hallaron las madejas enrollás en el cuerpo? ¡No tenía na! Jue don Emilio el que me calumnió, porque… Te’ncerraron en la oficina y los llamaron a toos pa’ que te vieran… ¡Yo no había hecho na! Don Emilio… (Con saña) ¿Así que no te acordái cuando te tenían encerrao y llamaban a toos tus compañeron pa’ que te vieran? ¡Déjame hablar! ¡Ladrón! ¡Ladrón y cafiche, eso soy! ¡Yo lo pillé encima del escritorio con la señora de don Alberto, por eso me calumnió! Sí, po, no vis que él te enrolló las madejas en el cuerpo. Soy ladrón y cafiche. (Angustiado) Parece que te alegrarai. No me alegro, es la verdá. (Dolorosamente) ¡Me tenís bronca! ¡Claro que te tengo bronca! ¡Por voh no tengo na; nunca he tenío na por casarme con voh!… Y ahora que me quitaron el puesto, me mataron. (Abatido) ¿Y toos estos años? ¿Too este tiempo quemos vivío? (Pausa) Es mentira; me habríai dicho algo… Pero… ¿antes del parte no estábamos bien? Yo creí. Bien. ¿Qué me habís dao? Nunca he poío tener ni una radio a pila siquiera, ¿dónde ta lo que’emos vivío, lo que me habís dao? (Obtuso) ¿Tai enojá por lo que los pasó con el puesto? ¿Por eso decís esas cuestiones? ¡El puesto no tiene na que ver en esto! Entonces es porque hace tiempo qu’en la noche… ¿Por eso decís que no te quiero? ¿Porque no pasa na? (Turbado) Es que yo… No sé… A lo mejor el vino… Pero voh sabís que antes… Me tenís bronca por too. - 108 - Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina Rafael Sabina ¿De qué tai hablando? De los dos po, de los dos. Hemos tenío hijos… ¿Hijos? (Mirando hacia todos lados) Si tuviéramos hijos los vendrían a ver, los hablarían. No tuvimos suerte pa na… Y ahora no tenimos lugar en ninguna parte… (Furiosamente) ¡Too es por culpa de’se parte desgraciao… Los engolvieron, los masacraron… Que la ley, que la ley. ¿Y qué le hicimos a la ley? ¡Lo único que hemos hecho es tratar de vivir!… Pero toavía no los hemos muerto; toavía tamos vivos. Tamos muertos, los mataron… Cuando la gente se muere ya no le importa na; por eso nos dijimos toas esas cuestiones. No, no tamos muertos. Mañana voy a ir bien temprano y… Van a venir. ¡Yo sé que van a venir ahora! ¿A qué? No sé. ¿Cómo vamo a saber si no tenimos derecho a saber ni por qué los mataron? No, no van a venir. Mañana voy a ir a primera hora y les voy a decir cómo jue la cuestión. Les voy a contar too desde el principio, sin choriarme. (Como repitiendo una lección) Cuando los sacaron el parte, juimos a preguntar por qué era, entonces ellos leyeron el papel y los dij… (Viendo que Sabina no le presta atención) (Vacía) Si no los respetan, si no los escuchan, no poímos vivir… Toa la vía viví engañá; nunca ía a poer tener na que juera mío pa siempre… Cualquier día venían y me lo quitaban too… ¿En qué mundo vivimos? ¿En qué mundo de mierda vivimos?… (Llora) Quedan mudos, estáticos. Se escuchan pasos que se acercan, recios, amenazantes. - 109 - El cisne Leonardo da Vinci E l cisne dobló flexible su cuello sobre el agua y se miró largo tiempo. Entonces comprendió la razón de su cansancio y de aquel frío que atenazaba su cuerpo, haciéndolo temblar como el invierno. Con toda certeza supo que su hora había sonado y que debía prepararse para morir. Sus plumas eran blancas aún, como el día en que naciera. Había recorrido las estaciones y los años sin manchar su hábito inmaculado; ahora podía irse, concluir bellamente su vida. Alzando el hermoso cuello, se dirigió lento y solemne hacia un sauce donde solía reposar los días cálidos. Era ya de anochecida. El crepúsculo teñía de púrpura y violeta el agua del lago. Y en medio del gran silencio que descendía ya sobre el lugar, el cisne comenzó a cantar. Nunca antes había encontrado acentos tan llenos de amor por la naturaleza, por la hermosura del cielo, del agua y de la tierra. Su canto dulcísimo se esparció por el aire, velado apenas de nostalgia, hasta que poco a poco se apagó con la última luz del horizonte. –El cisne –dijeron conmovidos los peces, los pájaros, todos los animales del prado y del bosque–; es el cisne que muere. - 110 - Vivir la vida Séneca N os preocupamos más de vivir mucho que de vivir bien, y eso que cada cual tiene en su mano vivir bien, pero nadie es dueño de vivir mucho. Consumimos la vida buscando los medios para vivir. Observad a los individuos, observad a la especie. Todos tienen la vista puesta en el mañana. ¿Qué hay de malo en ello?, me diréis. Un mal inmenso. Uno no vive, se propone vivir, y vivir se deja para más tarde. - 111 - Orígenes de la comedia Al igual que la tragedia, la comedia procede de los primitivos cultos a Dionisos. "Pero en tanto la tragedia nace de las fases del culto, como el ‘ditirambo’, la comedia deriva de las fases ligeras, como las danzas y cantos llamados fálicos" (A. Petrie). La comedia se originó de aquellos que conducían la procesión fálica. Un grupo de gente que llevaba falos y entonaba cánticos constituía el kómos, vale decir una parranda o partida de regocijo. “Lo sexual desempeñaba en ello un papel esencial, ya que el ritual culminaba con unas bodas simbólicas encaminadas a estimular, mágicamente, la fecundidad de la tierra; y por esta razón en la comedia griega primitiva, lo mismo que en la mayoría de las comedias y novelas modernas, el matrimonio constituye la natural conclusión de la trama" (Will Durant). La comedia desenvolvía su acción con franca crudeza, hasta el punto que los chistes preferidos dos causarían escándalo en más dee algún escenario contemporáneo. neo. "La comedia vino a serr la contrapartida natural al de la más seria de lass artes, y se ejercitaba en n el campo del cinismo y la burla" (C. M. Bowra). Se trataba de unaa composición alegre, en n nto, verso, cuyo argumento, antes que mitológico, como ocurría con la tragedia, se tomaba de los hechos del momento. Los personajes más destacados de Atenas servían como motivo de chistes, burlas y críticas en la escena. "Licencia sin límites se permitía a la comedia… Aristófanes se mofa desenfrenadamente de filósofos como Sócrates, de generales como Lámaco, de políticos como Cleón y de poetas como Eurípides. Sus burlas son atrevidas, groseras y con frecuencia malintencionadas. Su Sócrates es un vil charlatán; su Lámaco, un fanfarrón absurdo; su Cleón, un granuja violento y rencoroso; su Eurípides, un exhibicionista engreído y quisquilloso" (C. M. Bowra). "En la culminación de su grandeza, los atenienses se complacían en que se hicieran burlas a expensas suyas y toleraban, de buen humor, cualquier censura de sus costumbres y política" (A. Petrie). -- 112 -- El coro de la ccomedia –compuesto por 24 miembros– se disfrazab frazaba para representar cua cuanto deseaba el poeta: aves, ranas, po aancianos, mujeres, iinsectos, figuras que ggeneralmente daban eel nombre a la obra. L La comedia propiam mente tal floreció ent entre los años 470 y 250 a. C C.,., aaproximadamente. Revista Saber para todos. Santiago: Quimantú, 1973. Cuatro corazones con freno y marcha atrás - Fragmento - Enrique Jardiel Poncela • Ricardo Cifuentes es un joven de treinta años que vive de la herencia que le dejaron sus padres. Se ha dedicado a divertirse y a quedarse sin un peso. Ahora espera heredar la de su tío y así poder casarse con la señorita Valentina. Solo que tiene que esperar sesenta y cinco años para poder disfrutar de la fortuna. Empieza la acción […] (Entre tanto, Bremón se ha ocupado de cerrar cuidadosamente las puertas del foro y de la derecha) Hortensia ¿Qué hace usted, Ceferino? ¿Son necesarias tantas precauciones? Ricardo Ya lo creo que son necesarias. Bremón Es imprescindible cerrar las puertas y meter unas bolitas de papel en las cerraduras. Hortensia ¿Usted cree? Bremón ¿Que si lo creo? Fíjese… (Abre bruscamente la puerta del foro y caen en escena, formando un montón confuso, Luisa, Adela, Catalina, Juana, María y José, que se hallaban detrás de la puerta escuchando) Todos ¡Aaaaaay!… José ¡Arrea! (Se levantan muy avergonzados, tropezando unos con otros, y se van, cerrando la puerta, por el foro) Bremón Ya lo ha visto usted. Y el asunto es tan importante que una indiscreción podría sernos fatal. Lo que aquí hablemos hoy no debe salir jamás de entre nosotros, porque si lo divulgamos la Humanidad entera se nos echaría encima. Hortensia ¿La Humanidad entera? Ricardo La Humanidad entera y algunos habitantes de Marte. ¡Lo que ha inventado este genio! Hortensia Yo he llegado a suponer si se tratará de la fabricación del oro. - 113 - Ricardo Valentina Hortensia Bremón Las Dos Ricardo Bremón Las Dos Bremón Hortensia Valentina Bremón Ricardo Hortensia Valentina Bremón Ricardo Bremón Ricardo Bremón Ricardo Bremón Valentina Ricardo Bremón ¿Has oído? La fabricación del oro… ¡Ja, ja, ja! (Se ríen como locos) (Aparte, a Hortensia) ¡Ay, me dan miedo! Entereza, hija mía. No lo adivinarán ustedes nunca… Van a saberlo por mí mismo. ¿A ver? ¿A ver? Siéntense, siéntense; no sea que se caigan al suelo al saberlo… Su descubrimiento significa la solución de nuestros problemas. Justamente, y esa solución es el tiempo… ¿El tiempo? El tiempo. ¿Qué hace falta para que Ricardo entre en posesión de los ocho millones de reales de su tío Roberto? ¿Que pasen sesenta años? Pues se dejan pasar los sesenta años. Ricardo cobra, se casan ustedes y tan contentos… ¡Pero, Ceferino!… ¡Pero, Bremón!… ¿Qué tiene que suceder para que la ley lo autorice a usted a casarse? ¿Que pasen treinta años de la desaparición de su marido? Pues dejamos pasar esos treinta y la ley autoriza, y en paz… Eso es…, eso es… ¡Qué hombre más grande!… (Aparte, a Valentina) Hija mía, yo creo que se han vuelto locos… Tengo miedo… Deberíamos llamar a las criadas. Ahora se creerán que estamos locos. Sí. ¡Se lo creen, se lo creen!… ¡ Mírales las caras!… ¡Se lo creen!… ¡Ja, ja!… ¡Qué gracia! Nosotros locos… ¡Ja, ja! ¡Ja, ja!… ¡Qué risa!… Bueno, es natural. Eso mismo decía la gente, al principio, de Franklin y de Copérnico. Y de Stephenson… Y de Newton y de Galileo. Vamos a llamar. (Se va hacia el foro con Hortensia) (Conteniéndola) ¡Chis!… Quieta… No llames. Un segundo, Hortensia… Si un hombre, a fuerza de trabajos, de tentativas y de insomnios hubiera descubierto un procedimiento por el cual - 114 - Las Dos Bremón Hortensia Ricardo Valentina Ricardo Las Dos Hortensia Bremón Ricardo Bremón Hortensia Valentina Bremón Valentina Bremón Valentina las personas que él quisiera no se muriesen jamás y fueran eternamente jóvenes, ¿tendría alguna importancia para estas personas el paso del tiempo? ¿Cómo? Si usted (A Hortensia) supiera que no se iba a morir nunca y que siempre iba a ser joven y apetecible, ¿tendría inconveniente en esperar treinta años a ser libre para casarse? Pero es que eso es una fantasía que… (Dando un puñetazo en la mesa) ¡Eso es una verdad del tamaño de un obelisco! Si él quiere, usted será joven e inmortal y Valentina lo mismo, y yo también, y todos igual. (Aterrada, yendo hacia el foro) ¡Doña Luisaaa!… Ven aquí. No es una locura… ¿Se han olvidado de que Bremón es un sabio? Diez años hace que persigue en su laboratorio la obtención de una sustancia que diese a los humanos la inmortalidad… ¡Y la ha encontrado!… ¡Dios mío! Explique usted, Ceferino. La emoción me ahoga. Hace diez años, como ha dicho Ricardo, que se me ocurrió buscar una sustancia que, al ser ingerida, impidiese la vejez y la muerte. Senté mi trabajo en un razonamiento sencillo. Yo me decía: la causa de la muerte por vejez es el empobrecimiento, el desgaste, la decadencia de los tejidos humanos. Ahora bien: cualquier sal tiene condiciones para conservar la materia muerta. Véase el bacalao, la mojama… Luego todo consistía en encontrar una sal que, convenientemente tratada, conservase los tejidos vivos. Sí, sí… Claro, claro… La sal buscada la encontré en las algas marinas, que son sumamente ricas en materias orgánicas. Hay que ver, en las algas… El preparado no es, por tanto, más que un extracto de "alga frigidaris", transformada y hecha asimilable por procedimientos químicos. Y tomando eso, ¿no se muere uno nunca? - 115 - Hortensia ¿Y se es siempre joven? Bremón Tomándolo, la resistencia de los tejidos es ilimitada. Y el que es joven, se conserva joven, y el que es viejo, rejuvenece. Descubierta la sal en mil ochocientos ochenta y cuatro, tengo ya en casa moscas de trece años de edad, gusanos de seda de dieciocho y conejos de tanta experiencia que cuando ven un cazador se suben a los árboles. Valentina ¡Increíble!… Ricardo ¡Viva Bremón! (Va al cordón de la campanilla y tira) Hortensia El descubrimiento da vértigos. Ricardo Vamos a ser felices… Y por una eternidad… Es la primera vez que un enamorado puede preguntar con razón: "¿Me querrá siempre?" Valentina Y la primera vez que una enamorada puede contestar, segura de cumplirlo: "Siempre". Hortensia Por lo que afecta a nosotros, Ceferino, nos diremos eso muy pronto… Bremón Muy pronto, Hortensia… De aquí a treinta años. Luisa (Apareciendo en el foro, teniendo detrás en actitud expectante a María, Adela, Catalina, Juana y José.) ¿Llaman los señores? Bremón Sí, traiga usted un jarro de agua y unos vasos. Ricardo Y los pasteles y la champaña. Y cierre… Luisa Sí, señor… Sí, señor… (Se va, cerrando la puerta) Ricardo Hay que brindar antes de tomarnos las sales. Bremón Aquí están. (Saca un frasquito del bolsillo) Valentina ¿Ese tan chiquitín es el frasco de las sales? Ricardo ¡Qué frasquito más salado!… Hortensia ¡Que en un lugar tan pequeño quepa una cosa tan grande!… (Suenan unos golpes en el foro) Ricardo Adelante… (En la puerta aparece Emiliano, con la cara más triste que nunca, sin cartera y sin gorra) Bremón Pero, hombre, ¿otra vez aquí? Valentina Viene a que le firmes un certificado. Emiliano No. Ya, no, señorita Valentina. Ricardo ¿Te conoce? - 116 - Emiliano Soy ya como de la casa, don Ricardo… Me he pasado aquí todo el día, preocupado por los asuntos de usted, y, en vista de ello, me han formado expediente para echarme del Cuerpo. Ricardo ¡Caramba!… Pues no sabe cuánto lo siento… Emilia No. Más lo siento yo, que me encuentro a los cuarenta años sin poder dar de comer a mis hijos. Hortensia ¡Desventurado!… Bremón ¿Cuántos hijos tiene usted? Emiliano Ninguno. Por eso digo que me encuentro sin poder dar de comer a mis hijos. Bremón ¡Hombre, eso me ha hecho gracia! Pues no se preocupe: yo le tomo a mi servicio de ordenanza. Por ahora, no tendrá usted nada que hacer. Emiliano Entonces ya verá usted qué bien cumplo… Ricardo Y de momento, dígale al ama de llaves que se apure. Emiliano Sí, señor. (Se va, cerrando la puerta) Valentina ¡Dios mío, no morirse nunca!… Hortensia ¡Y ser siempre jóvenes!… Ricardo Y asistir a los cambios que sufrirá el mundo… Bremón Sí, pero más bajo; que no nos oiga nadie. Si se llegara a divulgar mi secreto, todo el mundo querría tomar las sales, y se nos perseguiría, se nos asediaría; incluso pondrían sitio en esta casa… para ser todos desdichados, pues una Humanidad inmortal acabaría haciendo la Tierra inhabitable. Solo seremos inmortales nosotros cuatro. Emiliano (Abriendo la puerta del foro) Y un seguro servidor. Todos (Volviéndose) ¿Eh?… Bremón ¿Cómo dice, cartero? Emiliano Ex, ex cartero. Digo, patrón, que cuando Emiliano Menéndez se propone enterarse de una cosa, se entera. Y que si no me dan a mí también una racioncita de la sal que me ha descubierto usted, monstruo de la ciencia, pues lo cuento. Todos (Aterrados) ¡Que lo cuenta!… Emiliano Aprendo el francés para contarlo en dos idiomas… Porque ustedes comprenderán que esto de poder tomar una cosa para no morirse nunca no ocurre todos los jueves, y sería yo el cretino mayor del reino si perdiera - 117 - esta ocasión, que es lo que se dice una ganga… Así es que vayan preparando mi sal… ¡Venga sal! Bremón ¿Sal? (Suenan unos golpecitos en la puerta del foro) Emiliano ¡Sal! ¡Sal! ¡Sal!… Digo…, entra… Es doña Luisa. (Entran Luisa y María con la champaña y los pasteles, el agua y los vasos) Ricardo Déjenlo todo aquí… Y márchense inmediatamente sin quedarse a escuchar detrás de la puerta. Luisa Sí, señor. María (Aparte, a Luisa) Nada, que no nos enteramos. Luisa (Aparte, a María) No, hija; no nos enteramos. (Se van por el foro) Emiliano ¡Pobrecillas!… ¡Pensar que las dos acabarán muriéndose!… ¡Qué idiota es la gente!… Conque, ¿me va usted a dar la sal, doctor, o…? (Emiliano cierra la puerta, cerciorándose de que nadie escucha) Bremón Consiento en dársela, a cambio de su silencio. Emiliano Muy bien. Bremón Pero tiene que jurar guardar nuestro secreto… Emiliano ¡Hombre! No le digo que lo guardaré hasta la tumba, porque nosotros no vamos a ver la tumba más que en fotografía; pero seré sordomudo eternamente, señor Bremón. (Entre Ricardo y Bremón han preparado las sales) Ricardo Esto ya está. Podemos brindar cuando quieran. Bremón El brindis corre a su cargo, Hortensia. Hortensia ¿Brindo en verso o en prosa? Emiliano ¿No se puede brindar más que en verso o en prosa? Bremón En verso, en verso, que es lo suyo, Hortensia. Hortensia A ver qué tal me sale. (Levantan sus copas los cinco) Por la burla cruel que a la muerte le hacemos; por la inmortalidad, que ya no tiene duda… Por el vivir eterno y dichoso… ¡Brindemos con "champagne" de la Viuda! Valentina ¡Bravo!… Ricardo Inspiradísimo… Bremón ¡Qué alusión tan delicada a la señora del pobre Cliquot, muerto el mes pasado! (Beben todos) Y ahora, la sal; tomen ustedes. (Les da sendos vasos de agua y echa en cada uno de ellos un poquito de sal) Emiliano Écheme a mí un poco más, doctor, que esto está desabrido. - 118 - Bremón Y ahora con decisión. De un golpe ¡Venga! Hortensia ¡Qué momento!… (Beben, se miran en silencio y reaccionan, dándose las manos mutuamente y abrazándose) Unos a Otros ¡Inmortales!… ¡Inmortales!… ¡Inmortales ! Emiliano (Dando un grito) ¡Ah!… Corujedo… (Se escapa por el foro) Todos ¿Eh? ¿Qué le pasa? Valentina ¿Adónde va? Ricardo Algo gordo se le debe de haber ocurrido. (Por el foro vuelve Emiliano, trayendo casi a pulso a Corujedo) Emiliano Venga acá, que ha llegado su hora… El señor es agente de seguros de vida; un negocio nuevo. Y ahora mismo nos va a asegurar las vidas a los cinco. Pero con unos seguros fuertes, muy fuertes… Corujedo ¿Cien mil reales?… Emiliano Más. Tres billones de reales… ¡Cuatro millones de reales a cada uno!… A beneficio del propio asegurado. Corujedo ¿Por cuántos años? Emiliano A cobrar dentro de setenta y cinco años. Bremón Espléndido. Una idea genial. Eso es, a cobrar dentro de setenta y cinco años. En esas condiciones, las primas de pago serán muy pequeñas, ¿verdad? Corujedo Sí, claro; pequeñísimas… Pero usted, ¿cuántos años tiene? Bremón Cincuenta y cinco. Corujedo Pues le advierto que si no cumple usted los ciento treinta años no puede cobrar los cuatro millones del seguro… Ricardo ¡Toma! ¡Claro! Y esta señora los cobrará a los ciento quince, y esta señorita, a los ciento cinco, y yo, a los ciento diez. Emiliano Y yo, a los ciento diecinueve… Corujedo (Turulato) ¿Y ustedes creen que van a vivir hasta entonces? Todos Seguramente… Pues claro… ¡Ya lo creo que sí! Emiliano ¡Usted sabe la salud que tenemos! Bremón ¡Tenemos una salud estupenda! Corujedo Bueno, son idiotas los cinco… (Se sienta. Todos lo rodean para firmar las pólizas.) ¿Los apellidos de usted, doña Hortensia?… TELÓN - 119 - La belleza en sí o el valor de la vida Platón “Ese es el momento de la vida en que, más que en ningún otro, adquiere valor el vivir del hombre: cuando este contempla la belleza en sí. ¿Crees acaso que es vil la vida de un hombre que ponga su mirada en ese objeto, lo contemple con el órgano que debe y esté en unión con él? ¿Es que no te das cuenta de que es únicamente en ese momento, cuando ve la belleza con el órgano con que esta es visible, cuando le será posible engendrar no apariencias de virtud, ya que no está en contacto con una apariencia, sino virtudes verdaderas, puesto que está en contacto con la verdad; y de que al que ha procreado y alimenta una virtud verdadera le es posible hacerse amigo de los dioses y también inmortal?” El que hasta aquí ha sido educado en las cuestiones amorosas y ha contemplado en este orden y en debida forma las cosas bellas, acercándose ya al grado supremo de iniciación en el amor, adquirirá de repente la visión de algo que por naturaleza es admirablemente bello, aquello precisamente, Sócrates, por cuya causa tuvieron lugar todas las fatigas anteriores, que en primer lugar existe siempre, no nace ni muere, no crece ni decrece; que en segundo lugar no es bello por un lado y feo por el otro; ni tampoco unas veces bello y otras no; ni bello en un respecto y feo en el otro; ni aquí bello y allí feo, de tal modo que sea para unos bello y para otros feo. Tampoco se mostrará a él la belleza, pongo por caso, como un rostro, unas manos, ni ninguna otra cosa de las que participa el cuerpo; ni como un razonamiento, ni como un conocimiento, ni como algo que existe, en otro ser; por ejemplo, en un viviente, en la tierra, en el cielo o en otro cualquiera, sino la propia belleza en sí que siempre es consigo misma específicamente única, en tanto que todas las cosas bellas participan de ella en modo tal, que aunque nazcan y mueran las demás, no aumenta ella en nada, ni disminuye, ni padece nada en absoluto. Así, pues, cuando a partir de las realidades visibles se eleva uno a merced del recto amor de los mancebos y se comienza a contemplar esa belleza de antes, se está, puede decirse, a punto de alcanzar la meta. He aquí, pues, el recto método de abordar las cuestiones eróticas o de ser conducido por otro: empezar por las cosas bellas de este mundo teniendo como fin esa belleza en cuestión y, valiéndose - 120 - de ellas como de escalas, ir ascendiendo constantemente, yendo de un solo cuerpo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos, y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a las bellas ciencias, hasta terminar, partiendo de estas, en esa ciencia de antes, que no es ciencia de otra cosa sino de la belleza absoluta, y llegar a conocer por último lo que es la belleza en sí. Ese es el momento de la vida, ¡oh, querido Sócrates! –dijo la extranjera de Maninea–, en que más que en ningún otro, adquiere valor el vivir del hombre: cuando este contempla la belleza en sí. Si alguna vez la vislumbra, no te parecerá que es comparable ni con el oro, ni con los vestidos, ni con los niños y jóvenes bellos, a cuya vista ahora te turbas y estás dispuesto –y no solo tú, sino también otros muchos–, con tal de ver a los amados y estar constantemente con ellos, si ello fuere posible, sino tan solo a contemplarlos y estar en su compañía. ¿Qué es, pues, lo que creemos que ocurriría –agregó– si le fuera dado a alguno el ver la belleza en sí, en su pureza, limpia, sin mezcla, sin estar contaminada por las carnes humanas, los colores y las demás vanidades mortales y si pudiera contemplar esa belleza divina en sí, que es única específicamente? ¿Crees acaso que es vil la vida de un hombre que ponga su mirada en ese objeto, la contemple con el órgano que debe y esté en unión con él? ¿Es que no te das cuenta de que es únicamente en ese momento cuando ve la belleza con el órgano con que esta es visible, cuando le será posible engendrar, no apariencias de virtud, ya que no está en contacto con una apariencia, sino virtudes verdaderas, puesto que está en contacto con la verdad; y de que al que ha procreado y alimenta una virtud verdadera le es posible hacerse amigo de los dioses y también inmortal, si es que esto le fue posible a algún otro hombre? Comentario del texto de Platón El texto propone la existencia de una Belleza última y completa después de un proceso de interrelación de las partes diferenciadas del mundo, de las particularidades diversas, hasta lo más general y unitivo. El que hace pocas diferencias entre las cosas del mundo pronto percibe la unidad que las anima; así vemos que el proceso hacia la Belleza está ligado a una mayor capacidad de percibir lo interior vivo de las cosas, de llegar a ver el núcleo y no las cortezas. De esta manera el hombre va purificando los sentidos, llegando, al fin, a que estos reflejen, como un espejo claro, la realidad profunda y sustancial de los seres, la Belleza divina escondida en el interior. Cuando esto es posible se puede percibir la verdad y no las apariencias; nuestro conocimiento no proviene de los sentidos externos, sino de los internos. A esto parece referirse Platón cuando afirma que a la Belleza última se la debe contemplar con el órgano con que esta es visible. Sobre este órgano perceptivo interior, de la misma naturaleza que la Belleza única y - 121 - Las tres gracias. De Rafael la Verdad, escribe Karl von Eckhartshausen: “La verdad absoluta no existe para el hombre de los sentidos, solo existe para el hombre interior y espiritual, que posee un sensorium propio; o, para decirlo más claramente, que posee un sentido interior para percibir la verdad absoluta del mundo trascendental; un sentido espiritual que percibe los objetos espirituales tan naturalmente en objetividad, como el sentido exterior percibe los objetos exteriores”. “Este sentido de hombre espiritual, este sensorium de un mundo metafísico, no es aún conocido por aquellos que están fuera y es un misterio del reino de Dios”. “La actual incredulidad para todas las cosas en donde nuestra razón de los sentidos no encuentra objetividad sensible, es la causa que hace ignorar las verdades más importantes para los hombres”. “Pero, ¿cómo podría ser de otro modo? Para ver, hay que tener ojos; para oír, oídos. Todo objeto sensible requiere su sentido. Así, el objeto trascendental requiere también su sensorium, y este mismo sensorium está cerrado para la mayoría de los hombres. De este modo, el hombre de los sentidos juzga del mundo metafísico como el ciego juzga de los colores, y como el sordo juzga del sonido”. La Belleza última, que es propuesta por Platón, es aquella que reúne y atrae hacia ella todos los deseos. Nos sentimos, en este mundo, atraídos por las cosas bellas, son el fin de nuestro deseo; esto no es sino un tímido reflejo de la Belleza divina; todo el amor se dirige hacia ella esperando la íntima unión con ella. Las obras de arte que nacen del amor de un corazón abierto; las obras de arte sagradas y vivas, atraen, como un potente imán, el amor de Dios hacia los hombres; entonces se puede decir que la Belleza es única, pues ha permitido la unión del cielo con la tierra. Pero sin la obra de arte se corre el peligro de que el deseo inflamado se desvanezca por las etéreas regiones del espacio: el amor de los místicos. La única Belleza se da en la Obra de Arte Sagrada, pues ella es como un nudo de amor que permite la unión de lo finito y lo infinito, del Dios creado y el Dios increado, entonces la totalidad del universo existe y se conoce en una sola cosa. Como escribe este autor: “Los que se han acercado ya al grado supremo de iniciación en el amor, adquirirán de repente la visión de algo que, por naturaleza, es admirablemente bello”. - 122 - Se recuerda el tesoro, pero no al atesorador (Aforismos) Leonardo da Vinci La virtud Con poca esperanza pueden los míseros estudiosos aguardar el premio de su virtud. En tal caso me encuentro yo, seguro de incurrir en no pocas enemistades, ya que ninguno creerá lo que yo pueda decir de él. Muy contados son los hombres a quienes desagradan sus propios vicios; antes bien, solo repugna generalmente el vicio a los que por naturaleza son contrarios a él. Muchos odian a sus padres o pierden la amistad de quienes les reprenden, y no quieren saber de ejemplos de virtudes contrarias ni oír ningún humano consejo. Si encuentras a un hombre virtuoso y bueno, no lo apartes de ti; hónralo para que no tenga que huir de ti y refugiarse en desiertos o cavernas u otros lugares solitarios, lejos de tus insidias; míralos como a dioses terrestres, merecedores de estatuas y simulacros. Atesorar lo importante Adquiere en tu juventud con qué compensar el perjuicio de la vejez. Si comprendes que la vejez tiene por sustento la sabiduría, te esforzarás durante tus jóvenes años para que, en los últimos, no carezcas de alimento. El renombre del rico termina con su vida; se recuerda el tesoro, pero no al atesorador. Muy otra es la gloria de la virtud de los mortales que la de sus tesoros. Cuántos emperadores y príncipes han pasado sin dejar recuerdo. Solo se propusieron conquistar Estados y riquezas para que les sobreviviera su memoria. Cuántos, al contrario, vivieron pobres de dinero para poder adquirir virtudes, y su deseo se ha cumplido en cuanto la virtud sobrepasa a la riqueza. ¿No ves tú que el tesoro no honra a su acumulador, después de su vida, como hace la ciencia, que atestigua y proclama a su creador, porque es hija de quien la genera y no hijastra como la riqueza? - 123 - El artista: un libre creador Retrato de O. Wilde Oscar Wilde El artista es el dios de las cosas bellas. Mostrar el arte ocultando al artista: tal es el fin del arte. El crítico es aquel que puede traducir en un nuevo modo o una materia distinta su impresión de las cosas bellas. La más alta como la más baja forma de crítica es siempre una especie de autobiografía. Los que encuentran un sentido feo en cosas bellas son corrompidos sin ser seducidos. Esto es un defecto. Los que encuentran un sentido bello en las cosas bellas son los entendimientos cultos. Para estos todavía hay esperanza. - 124 - Son los escogidos aquellos para quienes las cosas bellas solo significan Belleza. No hay libros morales ni inmorales. Los libros están bien o mal escritos simplemente. La aversión del siglo XIX por el Realismo es la rabia de Calibán al ver su propia cara en un espejo. La aversión del siglo XIX por el Romanticismo es la rabia de Calibán al no ver su propia cara en un espejo. La vida moral del hombre forma parte de los materiales del artista, pero la moral del arte consiste en el uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea demostrar nada. Hasta las verdades pueden ser demostradas. Ningún artista tiene simpatías éticas. Una simpatía ética en un artista es un imperdonable amaneramiento del estilo. Ningún artista es jamás morboso. El artista puede expresarlo todo. Pensamiento y palabra son para el artista instrumentos de un arte. Vicio y virtud son para el artista materiales de un arte. Desde el punto de vista de la forma, el arquetipo de todas las artes es el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el oficio del actor es el arquetipo. Todo arte es a la vez superficie y símbolo. Los que buscan bajo la superficie, lo hacen a su propio riesgo. Los que intentan descifrar el símbolo, lo hacen también a su propio riesgo. Es el espectador, y no la vida, lo que realmente el arte refleja. Diversidad de opinión sobre una obra de arte prueba que la obra es nueva, compleja y vital. Cuando los críticos están en desacuerdo, el artista está de acuerdo consigo mismo. Podemos perdonar a un hombre que haga una cosa útil con tal de que no la admire. La sola excusa de hacer una cosa inútil es admirarla inmensamente. Todo arte es completamente inútil. Prólogo a El Retrato de Dorian Gray. Obras Completas. Madrid: Aguilar, 1951. - 125 - El concepto de fealdad Marcelo Raffin, Cecilia Caputo, Adrián Melo y Andrea Beatriz Pac. Durante la Antigüedad, la Edad Media y el Renacimiento, la belleza constituía un valor absoluto en el arte. La fealdad solo se representaba asociada a la maldad o a la ausencia de dioses o del Dios cristiano. En la literatura medieval, por ejemplo, los héroes valientes y nobles son descritos, y dibujados con rostros muy hermosos y cuerpos bien formados, mientras que los villanos son feos y deformes. También en los cuentos tradicionales –Cenicienta, Piel de Asno o Barba Azul– la belleza se asocia a la bondad y la fealdad es sinónimo de maldad. Lo mismo ocurre en ciertas novelas como La cabaña del tío Tom o en las novelas románticas. Las heroínas de estas últimas –por ejemplo, Graziella, de Lamartine, Marguerite Gautier, de Alejandro Dumas; Amalia, de José Mármol– son todas extraordinariamente bellas y esa belleza es sinónimo de bondad y virtud. Sin embargo, fealdad no es antónimo de estética. También se suelen contemplar las cosas feas o las imágenes de tristeza o dolor con fines estéticos. El escritor español Benito Pérez Galdós (1843-1920) creó el personaje de una mujer muy buena y muy fea llamada Marianela. Ella tiene “un cuerpecillo chico y un corazón muy grande”. La Nela es lazarillo de un hermoso joven ciego llamado Pablo, que está enamorado de ella y la imagina muy linda. Sin embargo, cuando Pablo recupera la vista, se enamora de su bella prima Florencia y Marianela muere de tristeza. Marianela es la primera heroína romántica que no es estéticamente bella. En el siglo XIX, los románticos y posteriormente los "poetas malditos", como Arthur Rimbaud (1854-1891) y Charles Baudelaire (1821-1867), entre otros, reivindicaron la fealdad en el arte para representar la pobreza, la tristeza y la crueldad del mundo. Baudelaire, en sus célebres spleens, que eran crónicas periodísticas donde el poeta describía los cambios edilicios en la ciudad de París y cómo influían sobre la vida de sus habitantes, como malheur du siècle (malestar del siglo). En su spleen número 26, titulado “Los ojos de los pobres”, Baudelaire relata una situación que se vuelve cotidiana en la modernidad: en un café moderno y lujoso, una pareja de enamorados degusta manjares y charla alegremente. De repente, una familia de pobres –un padre con un hijo en brazos y otro de la mano, todos vestidos con harapos– comienzan a mirarlos fascinados tras los cristales. El joven se compadece de los pobres y se siente culpable de disfrutar de los placeres terrenales frente a ellos, que no pueden alcanzarlos; en cambio, su amada le dice: “¡No soporto a la gente con los ojos abiertos como - 126 - Brujas volando en escoba. Grabado de Goya platos! ¿No puedes decirle al encargado del café que los eche de ahí?”. El autor hace hincapié en la descripción de las luces del bar y en las de los escombros desde donde surgen los pobres. Los pobres no pueden disfrutar de las luces y la belleza de la ciudad. La belleza parece hecha para los burgueses, pero ha sido construida merced al trabajo y la explotación de los pobres. De esta manera, el poeta, como muchos otros artistas, reniega de los valores de belleza anteriormente establecidos y utiliza la fealdad para retratar al mundo y criticar a la sociedad de su época. En 1927, el cineasta alemán Fritz Lang muestra en su película Metrópolis una sociedad futurista en la que los trabajadores realizan su labor bajo tierra mientras sus jefes viven en bellos y lujosos rascacielos. En sus pinturas, Francisco Goya (1746-1828) muestra espantosas imágenes de guerra y horror, modernas y antiguas, para denunciar la atrocidad de cualquier contienda bélica y la violencia de las sociedades modernas. Después de la matanza de millones de seres humanos y de la destrucción de muchas ciudades durante los cuatro años de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), surgieron, liderados por un grupo de intelectuales europeos, dos movimientos: el dadaísmo primero y el surrealismo después. Ambos renegaron del arte y de la estética tradicionales. Para estos artistas, después de la atroz experiencia de la guerra, ya no se podía seguir hablando de la belleza de las rosas. En el siglo XX, la llamada Escuela de Frankfurt, y particularmente el filósofo alemán Theodor Adorno, se interesó por lo feo en el arte. Sus miembros consideraron que solo mostrando lo proscrito, la miseria, los sufrimientos y los horrores del mundo, el arte puede denunciar y solo así vale la pena seguir escribiendo poemas después de Auschwitz. Según Adorno, cuanto más represivos eran los nazismos, los fascismos y las dictaduras, “cuantas más torturas se administraban en los sótanos, más cuidado se tenía de que el tejado estuviera apoyado en columnas clásicas”. Para Adorno, el arte, al ser denuncia, puede ser también promesa de felicidad, instancia de liberación de los seres humanos. El pintor irlandés Francis Bacon (19091992) solía deformar los rostros de personas famosas o de sus amigos para mostrar cómo la violencia del siglo XX, particularmente las dos guerras mundiales y el suceso histórico de la bomba atómica de Hiroshima, afectaba a las personas. Antonio Berni (1905-1981) denuncia con su estética de lo feo las injusticias de la sociedad. Retrata en sus collages figuras angustiadas y pesadillescas, monstruos que están en las antípodas del considerado “buen gusto”, compuestos con materiales de desecho y chatarra metálica. A principios de los años 60, Berni crea dos personajes: Juanito Laguna y Ramona Montiel, que son el símbolo de la niñez explotada, particularmente en las grandes ciudades de América Latina. - 128 - Publicación de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. Lo feo armoniza la creación entera Victor Hugo El cristianismo dirigió la poesía hacia la verdad. Como él, la musa moderna lo verá todo desde un punto de vista más elevado y más vasto; comprenderá que todo en la creación no es humanamente bello, que lo feo existe a su lado, que lo deforme está cerca de lo gracioso, que lo grotesco es el reverso de lo sublime, que el mal se confunde con el bien y la sombra con la luz. La musa moderna preguntará si la razón limitada y relativa del artista debe sobreponerse a la razón infinita y absoluta del creador; si el hombre debe rectificar a Dios; si la naturaleza mutilada será por eso más bella; si el arte tiene el derecho de quitar el forro, si esta expresión se nos permite, al hombre, a la vida y a la creación; si el ser andará mejor quitándole algún músculo o el resorte; en una palabra, si ser incompletos es la manera de ser armoniosos. Entonces fue cuando, fijándose en los acontecimientos, a la vez risibles y formidables, y por la influencia del espíritu de melancolía cristiana y de crítica filosófica que acabamos de notar, la poesía dio un gran paso, un paso decisivo, un paso que, semejante a la sacudida que produce un terremoto, cambiará la faz del mundo intelectual. Obrará como la naturaleza, mezclará en sus creaciones, pero sin confundirlas, la sombra y la luz, lo grotesco y lo sublime, el cuerpo y el alma, la bestia y el espíritu; porque el punto de partida de la religión debe ser el punto de partida de la poesía. He aquí, pues, un principio extraño a la antigüedad, un tipo nuevo introducido en la poesía, y con la condición de estar en el ser modificado, el ser todo entero; he aquí una forma nueva desarrollada en el arte. Este tipo es lo grotesco; esta forma es la comedia […] Nuestros contrarios, al oír esto, contestan que hace ya tiempo que nos veían venir y que van a anonadarnos con nuestros propios argumentos, diciéndonos lo siguiente: –¿Queréis que lo feo sea un tipo digno de imitarse y lo grotesco un elemento de arte? Tenéis mal gusto literario. El arte debe rectificar a la naturaleza, debe ennoblecerla, debe saber elegir. Los antiguos no se han ocupado jamás de lo feo ni de lo grotesco, no han - 129 - confundido jamás la comedia con la tragedia. Estudiad a Aristóteles, a Boileau y a La Harpe. –¡Eso es verdad! […] [T]ratemos de probar que de la fecunda unión del tipo grotesco con el sublime nace el genio moderno, tan complejo, tan variado en sus formas, tan inagotable en sus creaciones, enteramente opuesto en esto a la uniforme sencillez del genio antiguo […] En el pensamiento de los modernos […] lo grotesco desempeña un papel importantísimo. Se mezcla en todo; por una parte crea lo deforme y lo horrible, y por otra lo cómico y lo jocoso. Atrae alrededor de la religión mil supersticiones originales y alrededor de la poesía mil imaginaciones pintorescas. Siembra a manos llenas en el aire, en el agua, en la tierra y en el fuego esas miríadas de seres intermediarios que encontramos vivos en las tradiciones Cabeza de vieja. De Pedro Brueghel el viejo - 130 - populares de la Edad Media; hace girar en la oscuridad el círculo espantoso del Sábado; pone cuernos a Satanás, pies de macho cabrío y alas de murciélago; es él el que ya arroja en el infierno cristiano las espantosas figuras que evocarán más tarde el genio áspero de Dante y de Milton, o ya le puebla de formas ridículas, en medio de las que servirá de diversión Callot, el Miguel Ángel burlesco. Lo grotesco, si del mundo ideal se pasa al real, desarrolla en él inagotables parodias de la humanidad […] Diremos ahora solamente que, como objetivo cerca de lo sublime, como medio de contraste, lo grotesco es el más rico manantial que la naturaleza ha abierto al arte […] La belleza universal, que la antigüedad difundía por todas partes solemnemente, era algo monótona; cuando una misma impresión se repite sin cesar, a la larga fatiga. Lo sublime sobre lo sublime con dificultad produce un contraste, y necesitamos descansar hasta de lo bello. Parece, por el contrario, que lo grotesco sea un momento de pausa, un término de comparación, un punto de partida desde el que nos elevamos hacia lo bello con percepción más fresca y más deseada. La salamandra hace resaltar la ondina, y el gnomo embellece al silfo. Podemos decir con exactitud que el contacto de lo deforme ha dotado a lo sublime moderno de algo más puro, de algo más grande que lo bello antiguo, y debe ser así. […] [E]n la poesía nueva, mientras que lo sublime representa el alma tal como ella es, purificada por la moral cristiana, lo grotesco representa el papel de la humana estupidez. El primer tipo, desprendido de toda liga impura, estará dotado de todos los encantos, de todas las gracias y de todas las bellezas, y llegará un día en que cree a Julieta, a Desdémona y a Ofelia. El segundo tipo representará todo lo ridículo, todo lo defectuoso y todo lo feo. En esta división de la humanidad y de la creación, a él le corresponderán las pasiones, los vicios y los crímenes; será injurioso, rastrero, glotón, avaro, pérfido, chismoso e hipócrita; será más tarde Yago, Tartufo, Basilio, Polonio, Harpagón, Bartolo, Falstaff, Scarpin y Fígaro. Lo bello no tiene más que un tipo, lo feo tiene mil. Es porque lo bello, humanamente hablando, solo es la forma considerada en su expresión más simple, en su simetría más absoluta, en su armonía más íntima con nuestra organización; por eso nos ofrece siempre un conjunto completo, pero restringido. Lo que llamamos lo feo, por el contrario, es un detalle de un gran conjunto que no podemos abarcar y que se armoniza, no con el hombre, sino con la creación entera […] - 131 - El rey de la máscara de oro Marcel Schwob A Anatole France E l rey enmascarado de oro se alzó del negro trono en el que estaba sentado desde hacía horas y preguntó la causa del tumulto. Los guardias de las puertas habían cruzado las picas y se oía entrechocar el hierro. Alrededor del brasero de bronce también se alzaron los cincuenta sacerdotes situados a la derecha y los cincuenta bufones situados a la izquierda, y las mujeres agitaban las manos en semicírculo ante el rey. La llama rosa y púrpura que relumbraba en la alambrera de bronce del brasero hacía brillar las máscaras de los rostros. Imitando al descarnado rey, mujeres, bufones y sacerdotes llevaban inmutables caras de plata, cobre, madera y tela. Las máscaras de los bufones se abrían de risa, mientras que las máscaras de los sacerdotes se oscurecían de preocupación. Cincuenta rostros sonrientes florecían a la izquierda y cincuenta rostros tristes fruncían el ceño a la derecha. No obstante, los claros tejidos que cubrían la cara de las mujeres imitaban rostros eternamente graciosos y animados por una sonrisa artificial. Pero la máscara de oro del rey era majestuosa, noble y verdaderamente real. Ahora bien, el rey se mantenía silencioso y a causa de ese silencio se parecía a la raza de reyes de la cual era el último. En otro tiempo la ciudad estuvo gobernada por príncipes que llevaban la faz descubierta, pero largo tiempo atrás había surgido una amplia horda de reyes enmascarados. Ningún hombre había visto la cara de los reyes e incluso los sacerdotes ignoraban la razón. Pero en tiempos remotos se dio la orden de cubrir los rostros de todos los que acudían a la residencia real y aquella familia de reyes solo conocía las máscaras de los hombres. Mientras se estremecían los hierros de los guardias de la puerta y retumbaban sus sonoras armas, el rey preguntó con voz grave: –¿Quién osa turbarme a la hora en la que me siento entre mis sacerdotes, mis bufones y mis mujeres? Los guardias respondieron temblorosos: –Muy absoluto rey, máscara de oro, es un hombre miserable vestido de larga túnica; parece uno de esos piadosos mendigos que vagan por la comarca y lleva la cara descubierta. –Dejen entrar a ese mendigo –dijo el rey. - 132 - Entonces el sacerdote que llevaba la máscara más grave se volvió hacia el trono y se inclinó: –¡Oh, rey! –dijo–. Los oráculos han predicho que no es bueno para tu raza ver los rostros de los hombres. El bufón cuya máscara estaba hendida por la risa más amplia volvió la espalda al trono y se inclinó: –¡Oh, mendigo –dijo–, a quien no he visto aún! No hay duda de que eres más rey que el rey de la máscara de oro, puesto que a él le está prohibido mirarte. La mujer cuya falsa cara tenía el vello más sedoso unió sus manos, las separó y las curvó como para asir los vasos de los sacrificios. El rey, dirigiendo los ojos a ella, temió la revelación de una faz desconocida. Después, un mal deseo subió hasta su corazón. –Dejen entrar a ese mendigo –dijo el rey de la máscara de oro. A través del agitado bosque de picas entre las que brotaban espadas como hojas de resplandeciente acero salpicadas de oro verde y de oro rojo, un anciano de blanca barba erizada avanzó hasta el pie del trono y alzó hacia el rey una cara desnuda en la que vacilaban unos ojos inciertos. –Habla –dijo el rey. El mendigo replicó con voz fuerte: –Si el que me dirige la palabra es el hombre enmascarado de oro, desde luego responderé; y creo que es él. ¿Quién se atrevería a levantar la voz en su presencia? Pero no puedo asegurarme por medio de la vista porque soy ciego. No obstante sé que en esta sala hay mujeres, por el suave roce de sus manos en los hombros; hay bufones, porque oigo risas, y hay sacerdotes, porque cuchichean gravemente. Ahora bien, los hombres de este país me han dicho que están enmascarados; y tú, rey de la máscara de oro, último de tu estirpe, no has contemplado nunca rostros de carne. Escucha: eres rey y no conoces al pueblo. Los de mi izquierda son los bufones, pues los oigo reír; los de mi derecha son los sacerdotes, pues los oigo llorar; y noto que los músculos de las caras de estas mujeres hacen muecas. El rey se volvió hacia aquellos que el mendigo llamaba bufones y su mirada encontró las máscaras sombrías de preocupación de los sacerdotes; se volvió hacia los que el mendigo llamaba sacerdotes y su mirada encontró las máscaras florecidas de risa de los bufones; bajó los ojos hacia la media luna de sus mujeres sentadas y sus rostros le parecieron bellos. –Mientes, extranjero –dijo el rey–. Tú eres el sonriente, el lloroso y el gesticulador, pues tu horrible cara, incapaz de fijeza, se ha hecho móvil para disimular. Los que has señalado como bufones son mis sacerdotes y los que has señalado como sacerdotes son mis - 133 - bufones. ¿Cómo podrías juzgar la belleza inmutable de mis mujeres si tu rostro se pliega con cada palabra? –Ni la de ellas ni la tuya –dijo el mendigo en voz baja– porque no puedo saber nada, ya que soy ciego, pero tú mismo no sabes nada de los demás ni de tu propia persona. Yo soy superior a ti en esto: sé que no sé nada. Y puedo hacer conjeturas. Quizá los que te parecen bufones lloran bajo la máscara y es posible que los que te parecen sacerdotes tengan su verdadera cara retorcida por la alegría de poderte engañar; ignoras si las mejillas de tus mujeres son de color ceniza bajo la seda. Tú mismo, rey enmascarado de oro, ¿quién sabe si no eres horrible a pesar de tus adornos? Entonces el bufón que tenía la boca más profundamente hendida de alegría lanzó una risotada que parecía un sollozo, el sacerdote que tenía la frente más sombría dijo una súplica parecida a una risa nerviosa y todas las máscaras de las mujeres se estremecieron. El rey con cara de oro hizo un gesto. Los guardias agarraron por los brazos al viejo de cara desnuda y lo arrojaron por la gran puerta de la sala. Pasó la noche y el rey tuvo el sueño inquieto. Durante la mañana vagó por su palacio porque un nuevo deseo había subido hasta su corazón. Pero ni en los dormitorios ni en la alta sala embaldosada de los festines ni en los salones pintados y dorados para las fiestas encontró lo que buscaba. En toda la vasta residencia real no había ni un solo espejo. Así lo había establecido la orden de los oráculos y la ordenanza de los sacerdotes desde hacía largos años. El rey, en su trono negro, no se divirtió con los bufones, no escuchó a los sacerdotes y no miró a sus mujeres: pensaba en su cara. Cuando el sol poniente arrojó la luz de sus sangrantes matices hacia las ventanas del palacio, el rey abandonó la sala del brasero, apartó a los guardias, atravesó rápidamente los siete patios concéntricos cerrados por siete murallas resplandecientes y salió secretamente al campo por una poterna baja. Iba temblando y con curiosidad. Sabía que encontraría otros rostros y, tal vez, el suyo. En el fondo de su alma quería estar seguro de su propia belleza. ¿Por qué el miserable mendigo había sembrado la duda en su pecho? El rey de la máscara de oro llegó a los bosques que guardaban la orilla de un río. Los árboles vestían cortezas pulidas y rutilantes. Había ramas radiantes de blancura. El rey cortó algunos brotes. Unos sangraron por la cortadura un poco de savia espumosa, mientras su interior quedaba salpicado de manchas oscuras. Otros revelaron podredumbres secretas y fisuras negras. La tierra era sombría y húmeda bajo el tapiz policromo de hierbas y florcitas. El rey dio la vuelta con el pie a un grueso bloque veteado de azul cuyas lentejuelas reflejaron los últimos rayos de luz; un sapo desinflado se escapó del escondrijo con un sobresalto de espanto. - 134 - En el lindero del bosque, coronado el ribazo, el rey se paró encantado saliendo de entre los árboles. Había una muchacha sentada en la hierba; el rey veía sus cabellos trenzados hacia arriba, su nuca graciosamente curvada, su cintura flexible que hacía ondular su cuerpo hasta los hombros; pues entre dos dedos de la mano izquierda daba vueltas a un huso repleto y el extremo de un grueso copo se deshilachaba junto a su mejilla. Se levantó cohibida, mostró la cara, y en medio de su confusión cogió entre los labios las briznas del hilo que torcía. De esa manera sus mejillas parecían atravesadas por una cortadura de matiz más pálido. Cuando el rey vio los negros ojos agitados, las palpitantes ventanillas de la nariz, el temblor de los labios y la suavidad de la barbilla, que descendía hacia la garganta acariciada por la luz rosa, se abalanzó entusiasmado hacia la muchacha y le cogió las manos. –Por primera vez –dijo– quisiera adorar una cara desnuda, quisiera quitarme esta máscara de oro porque me separa del aire que besa tu piel y los dos iríamos maravillados a mirarnos en el río. La muchacha, sorprendida, tocó con la punta de los dedos las láminas metálicas de la máscara real. Pero el rey soltó con impaciencia los cierres de oro; la máscara cayó en la hierba y la muchacha lanzó un grito de horror, tapándose los ojos con las manos. Al instante huyó por entre las sombras del bosque apretando contra el pecho el huso recubierto de cáñamo. El grito de la muchacha resonó dolorosamente en el corazón del rey. Corrió por la orilla, se inclinó hacia el agua del río y un ronco gemido brotó de sus propios labios. En el mismo momento en el que el sol desaparecía al otro lado de las sombrías colinas azules del horizonte, percibió una faz blancuzca, tumefacta, cubierta de escamas, con la piel levantada por espantosas hinchazones y, recordando los libros, se dio cuenta inmediatamente de que era un leproso. La luna subía por encima de los árboles como una aérea máscara amarilla. A veces se oía un batir de alas mojadas en medio de los arbustos. A lo largo del río flotaba un rastro de bruma. La reverberación del agua se prolongaba a gran distancia y se perdía en la profundidad azulada. Pájaros de cabeza escarlata rozaban la corriente en círculos que se disipaban poco a poco. El rey, de pie, tenía los brazos separados del cuerpo como si le diera asco tocarse. Recogió la máscara y se la colocó en la cara. Se dirigió al palacio como si caminara en sueños. En la puerta de la primera muralla golpeó el gong y los guardias salieron agolpados con sus antorchas. Iluminaron su rostro de oro; el rey tenía el corazón sobrecogido de angustia creyendo que los guardias veían escamas blancas sobre el metal. Atravesó el patio bañado por la luna. Siete veces se le encogió el corazón con la misma angustia en las siete puertas cuando los guardias dirigieron las rojas antorchas hacia su máscara de oro. - 135 - Mas la pena crecía en él al mismo tiempo que la rabia, como una planta negra rodeada por una planta leonada. Los sombríos y turbios frutos de la pena y la rabia llegaron a sus labios y él probó el amargo zumo. Entró en el palacio y el guardia de su izquierda giró sobre la punta de un pie y con la otra pierna extendida hizo un luminoso molinete con el sable; el guardia de su derecha giró sobre la punta del pie contrario extendiendo la pierna opuesta y dibujó sobre sí una resplandeciente pirámide con rápidos revoleos de su maza llena de diamantes. El rey ni siquiera se acordó de que estas eran las ceremonias nocturnas; pasó, estremecido, imaginándose que los hombres de armas querían derribar o partir su repugnante cara inflamada. Las salas del palacio estaban desiertas. Algunas antorchas solitarias a medio consumir ardían en sus hacheros. Otras se habían apagado y lloraban con frías lágrimas de resina. El rey atravesó las salas de festejos donde aún estaban esparcidos los cojines bordados con rojos tulipanes y amarillos crisantemos junto a mecedoras de marfil y sombríos asientos de ébano adornados con estrellas de oro. Celajes encolados y pintados con pájaros de patas esmaltadas y pico de plata colgaban del techo, en el que se incrustaban cabezas de animales en madera coloreada. Había lámparas de verdoso bronce hechas de una sola pieza y con prodigiosos agujeros abiertos y lacados de rojo por los que pasaba una mecha de seda retorcida hasta el centro de las arandelas empapadas de un negro aceitoso. Había sillones largos, bajos y combados, en los que al sentarse la cintura quedaba sujeta como por unas manos. Había jarrones fundidos en metales casi transparentes que sonaban agudamente bajo los dedos como si los hubieran herido. En un extremo de la sala el rey cogió un hachero de bronce que clavaba sus lenguas rosadas en las tinieblas. Gotitas de llameante resina cayeron crepitando en sus mangas de seda, pero el rey no se dio cuenta. Se dirigió a una alta galería oscura en la que dejó un rastro perfumado de resina. Allí, en las paredes cortadas por diagonales cruzadas, se veían retratos brillantes y misteriosos, pues las pinturas estaban enmascaradas y coronadas con tiaras. Solo el retrato más antiguo, separado de los otros, representaba a un muchacho pálido, con ojos dilatados de espanto y la parte baja de la cara escondida entre adornos reales. El rey se detuvo ante el retrato y lo alumbró elevando el hachero. Después gimió y dijo: “¡Oh, primero de mi estirpe, hermano mío, cuán dignos de lástima somos!”, y besó los ojos del retrato. El rey se detuvo ante la segunda cara pintada, que estaba enmascarada, y desgarró la tela de la máscara diciendo: “Esto es lo que había que hacer, padre mío, segundo de mi estirpe”. De la misma forma desgarró las máscaras de todos los de su estirpe hasta llegar a su propio retrato. Bajo las caretas arrancadas se vio la sombría desnudez de la muralla. Después fue a la sala de los festines donde aún estaban puestas las brillantes mesas. Elevó el hachero por encima de su cabeza y líneas purpúreas se precipitaron hacia los - 136 - rincones. En medio de las mesas había un trono con patas de león sobre las que caía una piel moteada; las cristalerías aparecían amontonadas en las esquinas junto a piezas de plata pulida y tapaderas perforadas de oro ahumado. Algunos frascos reflejaban luces violetas; otros estaban chapados por dentro con delgadas láminas traslúcidas de metal precioso. Un destello del hachero hizo relumbrar, como una terrible indicación sangrienta, una copa oblonga tallada en un granate, en la que los coperos tenían la costumbre de escanciar el vino de los reyes. El oro de la luz acarició también una cesta de plata trenzada en la que había panes redondos de sana corteza. El rey atravesó las salas de los festines volviendo la cabeza a otro lado. “No les ha dado vergüenza –dijo– morder el vigoroso pan debajo de la máscara y tocar el rojo vino con sus labios blancos. ¿Quién fue aquel que conociendo su enfermedad prohibió los espejos en su casa? Es uno de aquellos a los que he arrancado la falsa cara: y he comido el pan de su cesta y he bebido el vino de su copa…”. Por una estrecha galería pavimentada de mosaicos se llegaba a los dormitorios, y el rey se deslizó por ella llevando ante sí su antorcha sangrienta. Un guardia avanzó lleno de inquietud y su cinturón de gruesos aros llameó sobre la blanca túnica; después reconoció el rostro de oro del rey y se prosternó ante él. La pálida luz de una lámpara de bronce suspendida en el centro alumbraba una doble fila de lechos mortuorios; las mantas de seda estaban tejidas con hilos de viejos colores. Un caño de ónice dejaba caer monótonas gotas en un sillón de piedra pulida. El rey revisó en primer lugar el departamento de los sacerdotes; las máscaras graves de los hombres acostados se parecían durante el sueño y la inmovilidad. En el departamento de los bufones la risa de sus bocas dormidas tenía exactamente la misma amplitud. La inmutable belleza del rostro de las mujeres no se había alterado durante el reposo; tenían los brazos cruzados bajo la garganta o una mano en la cabeza, y no parecían darse cuenta de que su sonrisa era graciosa, aunque ellas la ignoraran. Al fondo de la última sala se extendía un lecho de bronce con altorrelieves de mujeres inclinadas y flores gigantes. Los cojines amarillos conservaban la huella de un cuerpo agitado. Allí hubiera debido reposar el rey de la máscara de oro a estas horas de la noche y allí habían dormido sus antepasados a lo largo de los años. El rey apartó la vista de su lecho: “Han podido dormir –dijo– con su secreto sobre la cara y el sueño ha venido a besarles la frente, como a mí. Y no han arrojado su máscara a la negra faz del sueño para espantarlo a perpetuidad. Y yo he rozado este bronce y he tocado estos cojines en los que yacieron en otro tiempo los miembros de aquellos sinvergüenzas…”. El rey entró en la habitación del brasero, donde aún danzaban las llamas rosa y púrpura tendiendo sus rápidos brazos hacia los muros. Dio un golpe tan sonoro en el gran gong de cobre que a su alrededor vibraron todos los objetos metálicos. Los guardias, - 137 - espantados, se precipitaron medio desnudos llevando sus hachas y sus mazas de acero erizadas de púas; los sacerdotes aparecieron dormidos y arrastrando sus túnicas; los bufones olvidaron los saltos sacramentales de entrada y las mujeres asomaron por las jambas de las puertas sus rostros sonrientes. El rey subió al negro trono y ordenó: –He tocado el gong con el fin de reunirlos para una cosa importante. El mendigo ha dicho la verdad. Todos me engañan aquí. Quítense las máscaras. Se oyó un estremecimiento de los miembros, los vestidos y las armas. Después, lentamente, todos los que estaban allí se decidieron y descubrieron sus caras. Entonces el rey de la máscara de oro se volvió a los sacerdotes y examinó cincuenta gruesas faces sonrientes con los ojillos cerrados por el sueño; volviéndose a los bufones examinó cincuenta faces macilentas minadas por la tristeza y con ojos sanguinolentos de insomnio; e inclinándose hacia la media luna de sus mujeres sentadas rió, pues sus rostros estaban llenos de aburrimiento y fealdad y cubiertos de estupidez. –Así –dijo el rey– me han engañado durante tantos años acerca de ustedes mismos y de todo el mundo. Los que yo creía serios y me daban consejos sobre las cosas divinas y humanas parecen odres inflados de viento o de vino; los que me divertían con su constante alegría estaban tristes hasta el fondo del corazón; y su sonrisa de esfinge, ¡oh mujeres!, no significaba absolutamente nada. Son unos miserables, pero yo soy aún más miserable que todos ustedes. Soy rey y mi rostro parece real. Pero vean la realidad: el más infeliz de mi reino no tiene nada que envidiarme. El rey se quitó la máscara de oro. Un grito se alzó de las gargantas de quienes lo veían, pues la llama rosa del brasero iluminaba sus blancas escamas de leproso. –Son ellos los que me han engañado –gritó el rey–, quiero decir mis padres, que eran leprosos como yo y me han legado su enfermedad con la herencia real. Me han engañado y les han obligado a mentir. La luna muriente asomó su máscara amarilla por el gran ventanal de la sala abierto hacia el cielo. –Quizá –dijo el rey– esa luna que siempre vuelve hacia nosotros la misma cara de oro, tenga también otro rostro oscuro y cruel, de la misma manera que mi realeza se extiende sobre mi lepra. Pero ya no veré más el aspecto de este mundo y volveré mi vista a las cosas oscuras. Aquí, ante ustedes, me castigo por mi lepra y por mi mentira, y a mi raza conmigo. El rey recogió la máscara de oro y de pie en el trono negro, entre agitación y súplicas, se clavó en los ojos los cierres laterales de la máscara con un grito de angustia; una luz roja brotó ante él por última vez y un raudal de sangre corrió por su rostro, por sus manos y por las sombrías gradas del trono. Se desgarró los vestidos, bajó los escalones vacilante, y, separando a tientas a los guardias mudos de horror, partió solo en medio de la noche. - 138 - El rey leproso y ciego caminaba en la noche. Tropezó contra las siete murallas concéntricas de sus siete patios y contra los viejos árboles de la residencia real y se hirió las manos al tocar las espinas de los setos. Cuando pudo oír el sonido de sus pasos supo que estaba en el gran camino. Caminó durante horas y horas sin sentir siquiera la necesidad de tomar alimento. Sabía que le iluminaba el sol porque el calor le bañaba la cara, y reconocía la noche por el frío de la oscuridad. La sangre que había brotado de sus ojos arrancados le cubría la piel con una costra negruzca y seca. Cuando hubo andado mucho tiempo, el rey ciego se sintió cansado y se sentó al borde del camino. Ahora vivía en un mundo oscuro y sus miradas se habían vuelto hacia sí mismo. Cuando vagaba por la sombría planicie de sus pensamientos oyó ruido de campanillas. Inmediatamente se imaginó el paso de un rebaño de ovejas conducidas por carneros cuya gruesa cola apuntaba hacia el suelo. Tendió las manos para tocar la lana blanca porque no se avergonzaba ante los animales. Pero sus manos encontraron otras manos y una dulce voz le dijo: –¿Qué quieres, pobre hombre ciego? –el rey reconoció la voz encantadora de una mujer. –No debes tocarme –gritó el rey–. ¿Pero dónde están tus ovejas? La muchacha que estaba ante él era leprosa y por eso llevaba campanillas colgadas de los vestidos. Pero no se atrevió a confesarlo y respondió con una mentira: –Están detrás de mí. –¿Dónde vas? –dijo el rey ciego. –Vuelvo –respondió ella– a la Ciudad de los Miserables. Entonces el rey recordó que, en un lugar apartado de su reino, existía un asilo en el que se refugiaban los que habían sido expulsados de la vida a causa de sus enfermedades o de sus crímenes. Vegetaban en chozas construidas por ellos mismos o encerrados en cuevas excavadas en el suelo. Su soledad era extrema. El rey decidió ir a la ciudad. –Llévame allí –dijo. La muchacha asió la tela de su manga. –Déjame lavarte la cara –dijo–, pues la sangre ha corrido por tus mejillas hace por lo menos una semana. El rey tembló pensando que ella se iba a horrorizar por su lepra y abandonarlo. Pero la muchacha sacó agua de su cantimplora y lavó la cara del rey. Después dijo: –¡Pobre! ¡Cuánto has debido sufrir al arrancarte los ojos! –¡Cuánto he sufrido antes sin saberlo! –dijo el rey–. Pero vámonos. ¿Llegaremos esta misma noche a la Ciudad de los Miserables? –Eso espero –dijo la muchacha. - 139 - Le guió hablándole tiernamente. No obstante, el rey ciego oía las campanillas y, volviéndose, quería acariciar a las ovejas. La muchacha tenía miedo de que adivinara su enfermedad. El rey estaba extenuado de hambre y de fatiga. Ella sacó un trozo de pan del zurrón y le ofreció la cantimplora. Pero él tuvo miedo de manchar el pan y el agua, y rehusó. Después preguntó: –¿Ves ya la Ciudad de los Miserables? –Todavía no –dijo la muchacha. Anduvieron más lejos. Ella cogió lotos azules para él y él los masticó para refrescarse la boca. El sol bajaba hacia los grandes arrozales que se rizaban en el horizonte. –Siento llegar hasta mí el olor de la comida –dijo el rey–. ¿No nos acercamos a la ciudad de los Miserables? –Todavía no –dijo la muchacha. Cuando el sangriento disco del sol aún cortaba el cielo violeta, el rey se desmayó de cansancio e inanición. Al final del camino, una delgada columna de humo temblaba entre techumbres de pasto. La bruma de los pantanos flotaba alrededor. –Ahí está la ciudad –dijo la muchacha–, la veo. –Solo entraré en otra –dijo el rey ciego–. Yo no tenía más que un deseo; hubiera querido hacer descansar mis labios en los tuyos, para apagar mi sed en tu rostro, que debe ser muy bello. Pero te hubiera manchado porque soy un leproso. Y el rey se desmayó en la muerte. La muchacha estalló en sollozos viendo que la faz del rey era pura y limpia, y sabiendo que ella misma había temido mancharle. Un viejo mendigo de barba erizada, cuyos inciertos ojos temblaban, llegó desde la Ciudad de los Miserables. –¿Por qué lloras? –dijo. La muchacha le dijo que el rey ciego había muerto con los ojos arrancados y creyendo estar leproso. –No ha querido darme el beso de la paz –dijo ella– para no mancharme; yo soy la verdadera leprosa a los ojos del cielo. El viejo mendigo le respondió: –Sin duda la sangre de su corazón, al brotar de sus ojos, le curó la enfermedad. Ha muerto creyendo tener una máscara miserable. Pero a estas horas ya ha dejado caer todas las máscaras de oro, de lepra y de carne. - 140 - Viaje al interior de la máscara Hugo Montero Presencia repetida en mitos y leyendas de todas las culturas, la máscara permite sintetizar conductas y exponer deseos y frustraciones. De Quetzalcóatl al Subcomandante Marcos, del Hombre Araña a Dylan Thomas, la máscara propone el desafío de transformarse mediante una intervención artificial y mágica. Por los pasillos de la máscara deambulan contrastes y se entrecruzan paradojas. Identidad y negación, revelación y ocultamiento, tributo y parodia. Un extraño juego de símbolos se oculta detrás de un objeto que atraviesa las culturas desde tiempos remotos, que aparece en ritos funerarios y festejos de carnaval, que revive deidades y demonios, que representa drama y comedia en el teatro. Una mágica sustancia salpica los bordes de esa máscara, que puede ser cosmética y bélica, sintetizar la historia de un pueblo y además comercializarse como fetiche turístico. No solo el rostro se oculta detrás: la máscara también disfraza un secreto que cautiva a los hombres. La aventura de ser otro, el desafío de desdoblarse para ocultar la apariencia y explorar los deseos. En la historieta, donde héroes y villanos la comparten, o en la vida real, con rebeldes justicieros y delincuentes anónimos conviviendo en las noticias. - 141 - Sin embargo, la máscara más compleja es la cotidiana, la que no se ve, el otro que somos (o que queremos ser) cuando nos cansamos de nosotros mismos. Dioses y demonios La leyenda azteca señala la severidad del castigo para el derrotado Quetzalcóatl. "Hagámosle saber qué apariencia tiene su cuerpo", bramó el triunfante Tezcatlipoca, y ordenó llevar al derrotado ante un espejo. El jefe se imaginaba joven y vital, pero el reflejo le devolvió un rostro castigado por los años, la imagen del ocaso de un hombre. Tuvo miedo de mostrarse ante su pueblo, de no sobrevivir a la revelación de ese rostro derrotado, y eligió ocultarse para siempre, esta vez detrás de una máscara. En todo el mundo los mitos reservan un lugar privilegiado para la máscara. No hay leyenda sin caretas, ni dioses sin rostros dobles, ni demonios que no tomen posesión de cuerpos ajenos para disfrazar sus rasgos. Chinos, germanos, celtas y japoneses: todos guardan una máscara en su pasado. En Egipto la utilizaban para perpetuar el rostro de los muertos, y en Roma se adoptó como ornamento para celebraciones paganas y religiosas. En las cavernas prehistóricas de Europa sobresalían ya los dibujos de enmascarados, antes de que el carnaval llegara de Venecia para apropiársela como elemento desinhibidor. En África, entre ceremonias de iniciación, sociedades secretas y el culto a los antepasados, las máscaras de animales se usaban también para el combate, con la creencia de que adquirían, con ellas, sus virtudes salvajes. En América, los indígenas aymarás y quechuas mantienen a lo largo de los tiempos su culto sagrado a la máscara como elemento que permite asumir el cambio de personalidad. Pero hay algo que a todos los iguala: la máscara violenta las conductas. Nada es lo mismo tras la aparición de una máscara en el escenario. En la modernidad, la máscara apunta y dispara sobre la memoria: es uniforme siniestro, brazo anónimo para cometer atrocidades: por ejemplo, el Ku Klux Klan. También máscara-artificio, la de bandas de rock que consolidan una imagen que a veces se contrapone con la máscara: Kiss, en los 80, con sus maquillajes diabólicos, se asemejaba más a un grupo infernal que a la banda pop que realmente era. Y la máscara-secreto de Rex, el hermano perdido de Meteoro, que jamás muestra su rostro ni devela su relación con el protagonista (…) Justicia a la mexicana No hay ejemplo mejor de cultura invadida por la máscara. En México el mito se hace carne y los enmascarados se integran a la vida social menos como héroes que como ciudadanos carismáticos. Pueden asistir enmascarados a una cena formal con el Presidente de la República, o erigirse en defensores de vecinos con reclamos sociales, como El Superbarrio. El imaginario popular sitúa el nacimiento del personaje entre las viviendas derrumbadas por el terremoto de 1985. Desde entonces, Superbarrio encabezó manifestaciones y -- 142 -- representó los intereses de la población antes de declinar su candidatura a la presidencia en 1988. Hoy Superbarrio vuelve cada tanto en reclamos populares, pero ya nadie sabe si detrás de la máscara se oculta el original; han brotado nuevos héroes que reclaman el beneficio de la duda. De todos modos, es el ring el escenario clásico para un combate máscara versus máscara. Una de ellas podría ser la del Enmascarado de Plata, El Santo. El perdedor debe entregar su máscara y padecer la mayor de las vergüenzas: revelar su rostro anónimo, abandonar su pedestal mítico para rebajarse a la humillación de ser uno más, sin máscara, sin magia. El desenmascarado padece una muerte breve: deja de ser el otro, el mágico, para ser él mismo, el terrenal. El vencedor mantiene su prestigio y engorda el mito. "…Y miren lo que son las cosas: para que nos vean, nos tapamos el rostro", escribió el Subcomandante Marcos. Y su máscara se hizo piedra en el zapato para políticos y militares: la tarea fue desde entonces "desenmascarar" al líder zapatista. Quitarle la sombra y barrer con el fantasma justiciero que brota de la nada y pretende (y logra) ocupar el centro del escenario político. Por eso Marcos es todo máscara, y lo sabe: detrás de la máscara no hay líder ni dirigente. Detrás no hay magia ni misterio, hay simplemente otra máscara menos atractiva y más parecida al rostro de aquellos que suelen ponerse caretas para la comedia diaria. "Ponerse la máscara es un acto existencial, la decisión de vivir de otra forma. Por lo tanto, resistir todo intento de ser desenmascarado, desnudado de antifaz, es cuestión de honor", explica el periodista Pete Hamill. (…) El escritor Juan Villoro reconoce directamente la función de la literatura como máscara para exhibirse ante los demás: "En buena medida la literatura es un arte del disfraz, del engaño y la suplantación. Si pudiera decir todo lo que se me ocurre sin ofender a nadie y sin caer en un enorme ridículo, probablemente no tendría que escribir libros". Alegre mascarita Intentar ser uno mismo ya es un desafío que puede llevarnos la vida. Pero transformarse en otro, dios o demonio, requiere una intermediación mágica y milenaria. Y la duda fluye a través de la careta: ¿cuándo se es uno mismo?: ¿cuando la máscara se cae o cuando se integra y se nos vuelve cotidiana? ¿Cuándo se es otro?: ¿cuando soñamos con el doble o cuando dejamos de ser nosotros mismos? Para superar la confusión, Oscar Wilde ensayó una definición que es ironía y síntesis: "El hombre es menos él mismo cuando habla por cuenta propia. Déle usted una máscara y dirá la verdad". Pero más contundente fue el Pingüino en Batman regresa: "Me encanta la franqueza de un hombre enmascarado". - 143 - Revista Nómade. Año 1. Nº 5 Univ. Nacional de San Martín, Buenos Aires, junio de 2007. “Adentro pasan cosas” (entrevista a Pablo Runa) Hugo Montero - Fragmento - De profesión mascarero, Pablo Runa también reparte su tiempo entre el diseño gráfico, la escenografía y el estudio de runas. Cuando las máscaras lo atraparon dedicó su esfuerzo a transitar sus secretos como hacedor y tallerista. –Hugo Montero: ¿Por qué esta fascinación por el interior de la máscara? –Pablo Runa: Me interesó esto de cambiar el rostro, el trabajo del actor al meterse en otro rol pero desde la cara, no con un simple vestuario. Es la máscara la que lo convierte en otro a la vista del público. Después la pregunta es ver qué pasa del lado de adentro. Ese momento es el de vestirse con la máscara. Hay elementos que te invitan a otro viaje; más allá del personaje exterior. Adentro están pasando cosas. Eugenio Barba decía que cuando estás trabajando, la máscara te posee. La máscara te transforma, te cambia, porque uno es consciente de que está oculto, y hace cosas que no intentaría en otro momento. Además, porque cuando uno se ve con la máscara puesta, el cuerpo cambia, es otro, y más: está congelado en esa otra cosa. Uno empieza a expresarse con zonas del cuerpo que habitualmente no utiliza: las manos, los hombros. Cuando un actor tiene una máscara, el foco se distribuye a todo el cuerpo. Te hace ver otras realidades que viven dentro. Exige otro lenguaje, pero no lo impone; uno mismo tiene que descubrir qué es eso de tener la cara tapada. –HM: ¿Funciona como elemento desinhibidor? –PR: Sí, por caso las máscaras cotidianas: la del “choro” con la media en la cabeza o la del bandolero con el pañuelo. O los piqueteros que van al frente con el pasamontañas, el pañuelo y la barra. Y también los policías tienen máscaras, para hacer cosas que no harían si no tuvieran el rostro tapado. Muchas veces la máscara tiene un aspecto de protección. La máscara del samurái para la guerra protege y asusta al otro. Tiene un doble sentido: para no recibir un flechazo en la cara y hacerse ver como un demonio. Al revés, los guerreros nórdicos peleaban desnudos y ésa era su máscara. Su máscara era no tenerla, lo que aterraba al enemigo. También era un estado de posesión, no eran ellos cuando peleaban. -- 144 -- Pintura de James Ensor –HM: ¿Decepciona la figura del "desenmascarado"? –PR: La máscara que se cae termina de completar el mito. Cuando te sacas la máscara, la decepción del otro (que en parte también es maravilla) clausura el mito que se generó al ver al enmascarado. Es romper el pacto y formar otro nuevo. Hay decepción porque la lógica asalta y se derrumba el pensamiento mágico. Es lindo meterse en la máscara, ver la parcialidad a través de esos dos agujeritos. Uno ve un recorte del mundo que enfoca cosas que desde afuera, como espectador, no ves. –HM: ¿La máscara representa el deseo de ser otro? –PR: Es un cambio de identidad y sirve para ser otro, el que no se es habitualmente. En los adolescentes el uso de máscaras es constante, aunque no se pongan caretas, porque están buscando. Uno entra a la pieza de un adolescente y los pósters colgados son diferentes máscaras que se van probando. De hecho, la máscara sirve para este proceso de identificación. Con adolescentes es maravilloso trabajar, porque lo que rechazan es el estereotipo del careta. La droga y al alcohol son máscaras también. Son estados de posesión: la máscara provoca algunos efectos narcóticos en ciertos casos. De hecho, la máscara chamánica se usa y mucho, sin necesidad de apelar a químicos o narcotizantes. Revista Nómade. Año 1, Nº 5, Univ. Nacional de San Martín, Buenos Aires, junio de 2007. - 145 - Los dos monjes y la hermosa muchacha Anónimo japonés D os monjes, Tanzán y Ekido, viajaban juntos por un camino embarrado. Llovía a cántaros y sin parar. Al llegar a un cruce se encontraron con una preciosa muchacha vestida con un kimono y un ceñidor de seda, incapaz de vadear el camino. –Vamos, muchacha –dijo Tanzán sin más. Y levantándola en sus brazos sobre el barro, la pasó al otro lado. Ekido no dijo ni una sola palabra, hasta que, ya de noche, llegaron al monasterio. Entonces no pudo resistir más. –Los monjes como nosotros –le dijo a Tanzán– no deben acercarse a las mujeres, sobre todo si son bellas jovencitas. Es peligroso. ¿Por qué lo hiciste? –Yo la dejé allí –contestó Tanzán–. ¿Es que tú todavía la llevas? - 146 - Benito Cereno Reseña literaria Título del libro: Benito Cereno Autor: Herman Melville Nacionalidad: Estadounidense En 1799, el capitán norteamericano Amasa Delano ancló en la bahía de una isla desierta del litoral chileno. A la mañana siguiente apareció en el lugar un misterioso navío, el “Santo Domingo”. Las maniobras de este hicieron sopechar al norteamericano que se trataba de un barco en apuros, por lo que ordenó que se preparara un bote y acudió a la misteriosa nave para prestar su ayuda. El espectáculo que encontró fue sorprendente. El “Santo Domingo” se encontraba en una situación de dejadez y desgobierno alarmantes. Allí conoció al débil y enfermizo capitán Don Benito, quien le explicó los horrores de su travesía entre desfallecimientos y manteniéndose en pie gracias a la ayuda del solícito Babo. Aquel era un barco de esclavos al que la tempestad y una epidemia habían diezmado. Ahora los marineros blancos convivían entre los negros en una situación adversa por la falta de provisiones y de oficiales. El capitán Delano ofreció toda su ayuda y permaneció en el “Santo Domingo” durante todo el día mientras su bote iba por agua y alimentos. Aquellas horas estuvieron llenas de sobresaltos, equívocos y recelos, especialmente por el extraño comportamiento de Don Benito. Acerca de Benito Cereno Benito Cereno tiene su base de inspiración en un suceso real, un juicio celebrado en Lima ante los tribunales del virrey del Perú. El escritor pasa del estilo directo y sobrio a un ritmo lento, recargando la presencia del misterio latente en la visita del capitán Delano al buque “Santo Domingo”. La extraña conducta de la tripulación motiva la inquietud del capitán. Benito Cereno (1856) narra de forma oscura y con una alta carga de misterio y suspenso unos acontecimientos reales sucedidos al capitán de navío americano Amasa Delano, en pleno declive de la esclavitud, a finales del siglo XVIII. www.lecturalia.com - 147 - Benito Cereno Herman Melville - Fragmento - E n el año 1799, el capitán Amasa Delano, de Duxburg, en Massachuse5s, que comandaba un gran barco destinado a la caza de focas y al comercio, ancló con una valiosa carga en la rada de la isla Santa María, una pequeña, deshabitada y yerma porción de tierra situada en el extremo sur de la larga costa de Chile. Fondeó allí para aprovisionarse de agua. Al día siguiente, poco después del alba, mientras descansaba en su litera, el piloto bajó para informarle que un extraño velero estaba entrando en la bahía. Entonces, como ahora, no eran abundantes los barcos en esas aguas. El capitán se levantó, se vistió y subió al puente. La mañana era de las acostumbradas en esa costa. Todo silencio y calma; todo era gris. El mar, aunque ondulado en grandes espacios, se veía fijo con la superficie lisa como plomo enfriado en el molde del fundidor. El cielo era semejante a un manto gris. Las bandadas de inquietas aves grises se parecían a los vapores con que se mezclaban y pasaban caprichosas rozando sobre las aguas, como las golondrinas sobre los prados antes de las tormentas. Las sombras presentes anticipaban sombras más profundas. Para sorpresa del capitán Delano, el barco desconocido, visto a través del catalejo, no portaba bandera, aunque esa era la costumbre entre los pacíficos marinos de todas las naciones al entrar a una bahía; aunque tuviera sus costas deshabitadas y allí estuviera solamente otro barco. Considerando el desorden existente, la soledad del paraje y el tipo de historias que por esos días se asociaban a esos mares, la sorpresa del capitán Delano pudiera haberse convertido en inquietud si no hubiera sido una persona de una insólita buena disposición y confianza en los demás; excepto frente a extraordinarios y repetidos estímulos, e incluso entonces, difícilmente cedía ante un sentimiento de alarma que lo llevara a atribuir malignidad al prójimo. En vista de - 148 - lo que es capaz la humanidad, corresponde a los sabios determinar si esa condición implica o no sagacidad y agudeza de la percepción intelectual, más allá de un corazón benévolo. […] Presumiendo, por último, que el barco pudiera estar en problemas, el capitán Delano ordenó que se preparara la lancha ballenera y, a pesar de la preocupada oposición de su piloto, se aprestó a abordarla y a timonearla a lo menos en la bahía. En la noche anterior, un grupo de marineros había ido a pescar a gran distancia del buque en unos roqueríos y regresó una hora antes del amanecer con una buena cantidad de pescado. Imaginando que el velero pudiera haber estado largo tiempo sin abastecerse, el bondadoso capitán dispuso que se llevaran a la lancha varios canastos con pescado como regalo, y luego dio la orden de partida. […] No era fácil saber si el barco tenía mascarón de proa o un simple espolón, debido a las telas que cubrían esa parte, ya fuera para proteger trabajos de reparación o por decoro para ocultar la decadencia. A lo largo de la proa, en una saliente debajo de las telas, estaba pintada toscamente o escrita con tiza, como una broma marinera, la frase “Seguid a vuestro jefe”, mientras sobre los deslustrados tablones de proa, aparecía con grandes mayúsculas, que alguna vez fueron doradas, el nombre del barco “Santo Domingo”, con las letras corroídas por goterones de orín provenientes de la oxidación de los clavos de cobre y, arriba de ellas, hierbas funerarias, festones oscuros de viscosas algas se balanceaban de un lado a otro como en un coche fúnebre con cada movimiento del casco del navío. […] Al trepar al navío, el visitante se vio rodeado por una clamorosa multitud de blancos y negros, siendo estos mucho más numerosos que los primeros, algo que no hubiera esperado en un barco que transportaba negros esclavos. Pero con las mismas palabras y casi al unísono, todos relataban la misma historia de sufrimiento; que las mujeres negras, que no eran pocas, contaban con dolorosa vehemencia. El escorbuto y una fiebre habían dado cuenta de la mayor parte de los navegantes, especialmente de los españoles. En el Cabo de Hornos escaparon difícilmente del naufragio; después, durante días y días, el barco había estado inmóvil, sin viento; sus provisiones se agotaron, el agua se acababa, sus labios estaban resecos. Mientras el capitán Delano se convertía en objetivo para esas lenguas impacientes, su inquieta mirada recorría todas las caras y los objetos que lo rodeaban. - 149 - […] Sin embargo, la primera mirada que fijó en esas diez figuras y también en otras menos notables, se mantuvo sobre ellas poco tiempo; molesto por el bullicio de las voces, el visitante se dio vuelta para averiguar a cargo de quién estaba el barco. Pero como si quisiera dejar que la naturaleza se expresara a través de su sufriente tripulación o bien porque temiera reprimirla en ese instante, el capitán español, de aspecto distinguido y reservado y vestido con singular riqueza, bastante joven para los ojos de un extranjero, mostraba claros trazos de recientes insomnios e inquietudes soportados pasivamente. Estaba apoyado en el palo mayor, mientras miraba con melancolía y abatimiento a su excitada gente, sin dejar de observar con desánimo a su visitante. Junto a él estaba parado un negro de pequeña estatura, en cuyo rostro rudo, como el de un perro pastor, aparecía un sentimiento por igual de afecto y pena cuando miraba al español. Abriéndose paso entre la gente, el norteamericano avanzó hacia el español, mientras lo saludaba y le ofrecía toda la ayuda que pudiera prestarle. El español le agradeció grave y ceremoniosamente, aunque la formalidad propia de su nacionalidad parecía afectada por la tristeza derivada de su mal estado de salud. […] Al quedarse solo, advirtió algunas cosas que reforzaron sus primeras impresiones, pero esa sorpresa fue sustituida por un sentimiento de piedad hacia los españoles y los negros, debilitados parejamente por la escasez de agua y provisiones. Los prolongados sufrimientos parecían haber hecho aflorar las peores características de los negros, aflojando, al mismo tiempo, la autoridad de los españoles sobre ellos. Pero en esas circunstancias, era algo previsible. En los ejércitos, en las armadas y en las ciudades, en las familias y en la propia naturaleza, no hay nada que relaje tanto su buen funcionamiento como la miseria. Sin embargo, el capitán Delano seguía pensando que si Benito Cereno hubiera sido un hombre de mayor energía, difícilmente el desorden hubiera alcanzado el nivel que tenía. Pero la debilidad, congénita o inducida por las penurias de origen físico o mental, era demasiado obvia para pasar inadvertida. Víctima de un constante abatimiento, parecía que había sido tantas veces burlado por la esperanza que ahora ya no la quería aceptar, en el instante mismo en que había dejado de ser una burla, cuando la perspectiva era que ese día o a más tardar al anochecer el barco - 150 - estuviera anclado y su gente disfrutara de agua en abundancia y contara con la ayuda de un capitán fraterno como consejero y amigo, no parecía suficiente para reanimarlo. Su mente parecía desquiciada, o acaso más seriamente afectada. Encerrado en esas murallas de roble, encadenado a la triste rutina del mando, cuyo carácter absoluto lo fastidiaba, se paseaba lentamente como un abad hipocondríaco, deteniéndose a veces para, de repente, partir de nuevo, mirando fijamente, mordiéndose las uñas o los labios, enrojeciendo, palideciendo, retorciéndose la barba, y evidenciando otros signos de una mente ausente o lunática. Este espíritu desequilibrado estaba, como se ha dicho, alojado en un cuerpo también desequilibrado. Era bastante alto, pero no parecía haber sido robusto y, ahora, con el sufrimiento nervioso, estaba casi como esqueleto. Una propensión a alguna dolencia pulmonar parecía haberse desarrollado recientemente. Su voz era la de alguien sin pulmones, ahogado por la ronquera, un murmullo resollante. No era raro, entonces, que en esa condición, cuando caminaba vacilante, lo siguiera aprensivamente su criado. […] Muy pronto el capitán Delano se dio cuenta de que, por indulgente que hubiera sido al principio para juzgar a su colega español, tal vez no había tenido, después de todo, suficiente comprensión. En el fondo, lo que le molestaba era la reserva de don Benito, pero este mostraba la misma reserva con todos, excepto con su sirviente particular. Hasta los informes regulares que de acuerdo a las prácticas marineras debía hacerle a horas establecidas algún joven subalterno (blanco, mulato o negro) le producían molestia: apenas tenía tiempo para escucharlos sin mostrar desdeñosa aversión. Su actitud en tales ocasiones se debe haber parecido, dentro de sus proporciones, a la que se supone tenía su imperial compatriota Carlos V justo antes de abdicar al trono para vivir como anacoreta. […] Por lo mismo, considerado en su propia reserva, el español parecía una víctima involuntaria de un desorden mental. No obstante, esa reserva podía ser, en cierto modo, algo deliberado. Si era así, don Benito mostraba hasta lo enfermizo los rasgos de esa política glacial que, a propósito, siguen todos los capitanes de grandes barcos, que excepto en situaciones de real emergencia, suprime igualmente la manifestación del poder así como toda traza de sociabilidad, transformando al hombre en un estorbo o más bien en un cañón cargado que no dice nada hasta que dispara. - 151 - Benito Cereno, una historia intrigante Comentario a la novela “Benito Cereno sigue suscitando polémicas. Hay quien lo juzga la obra maestra de Melville y una de las obras maestras de la literatura. Hay quien lo considera un error o una serie de errores. Hay quien ha sugerido que Herman Melville se propuso la escritura de un texto deliberadamente inexplicable que fuera un símbolo cabal de este mundo también inexplicable”. Jorge Luis Borges A la hora de opinar acerca de esta obra, a todas luces rara dentro de la bibliografía de Melville, creo que es imprescindible hacer un pequeño parón en la oscuridad que inspira. En efecto, cuando se abre el libro y se comienzan a leer las primeras páginas, parece que la noche que viste de negro el paisaje que nos acecha desde la ventana es un artificio, y que la verdadera oscuridad nocturna se aloja toda dentro de las hojas en que nos adentramos. Melville recrea una historia aparentemente inverosímil, llena de dudas y de lagunas en la lógica de cualquier lector, pero desde la oscuridad de un barco, varado sobre las olas del mar, o bajo la noche desde sus camarotes misteriosos. No en vano Borges me la recomendó a través de su libro, del que saco la cita que antecede a este texto. Una ficción de aparente inverosimilitud, fantasmagórica sin la menor mención a lo sobrenatural, y, al mismo tiempo, intrigante pero de dudosa sospecha. A lo largo de su lectura, es posible llegar a desconfiar de la humanidad, de uno mismo o incluso del propio libro que tiene entre las manos. Por momentos un atisbo de lucidez parece querer alojarse en el entendimiento; sin embargo, en el instante siguiente uno puede llegar a sentirse vulnerable e indefenso por haber bajado la guardia tan solo unos segundos. Realmente la historia que se cuenta no tiene mayor trascendencia. Como es de esperar en Herman Melville, el mar tiene gran parte de protagonismo. Pero en este caso la gran ballena blanca se viste de otra guisa, para que intentemos descubrir cuánto en ella es traje de carnavales y cuánto es verdadera carne. Evidentemente no hay ballenas en Benito Cereno, pero desde el comienzo de este apunte decidí no hacer excesiva referencia a la trama, para no aguarle la fiesta a quien se asome a los bordes de este barco. Por eso, vengo obligado a usar metáforas y perífrasis, quizá con el ilusorio intento de recrear en parte el magnífico ambiente que crea el autor, aunque sea imposible hacerlo aquí. Sea como fuere, estoy satisfecho de haberla leído. Podría asegurar, y aprovecho estas líneas para hacerlo, que es de aquellas novelas que leemos una vez en la vida, pero que luego seguimos respirando su aliento ya para siempre. Si algo puedo hacer después de volver a tierra, es recomendarla. -- 152 -- http://narwhaltabarca.com El misterio de Benito Cereno Hernán Soto U n “terrible episodio de nuestros anales marítimos”, lo llamó Benjamín Vicuña Mackenna. Ocurrió en diciembre de 1804 en el mar de la isla Santa María, frente a Lebu, y fue la base del argumento de Benito Cereno, una de las novelas más conocidas de Herman Melville (1819-1891). El autor de Moby Dick supo del relato del amotinamiento de esclavos negros que transportaba el barco español “Prueba”, comandado por Benito Cerreño, por el libro del capitán Amasa Delano: Relatos de travesías y viajes por los hemisferios norte y sur, publicado en 1817. Se cree que Melville volvió sobre esa historia en 1839, cuando se produjo un episodio parecido en aguas cubanas. El barco negrero español “Amistad” fue capturado por los esclavos, que se dirigieron a Estados Unidos en busca de libertad, que finalmente obtuvieron. El caso fue muy difundido en la época y habría reactivado la memoria de Melville cuando comenzó a preparar la novela. Cambió el tiempo del episodio, inventó personajes, modificó el rol de otros, reemplazó ciudades y, sobre todo, le dio una vuelta de tuerca, agregándole misterio psicológico y espesor. Impuso una ambigüedad que, por momentos, se hace metafísica. Conservó el nombre del capitán, aunque debió suprimirle la “doble r” y la “ñ”, que no existen en inglés. Melville publicó Benito Cereno, primero en capítulos en una revista literaria, a partir de 1853. En 1856 la novela breve apareció junto a otras –entre ellas Bartleby y Las Encantadas– en The Piazza Tales. En 1851, Melville había publicado su obra magna, Moby Dick, a la cual habían precedido cinco novelas cortas. Ninguna le dio el reconocimiento y el dinero que ansiaba. Se fue desencantando y se puso huraño y triste. Publicó otro par de libros, hasta que en 1863 se empleó en la Aduana de Nueva York, en la que trabajó casi hasta su muerte. Muchos años después, entre sus papeles se encontró Billy Budd. Herman Melville murió “olvidado sin haber sido nunca ilustre”, hasta que fue redescubierto a comienzos del siglo XX. En Benito Cereno los hechos que sostienen la trama son básicamente los mismos que describe Amasa Delano y que fueron recogidos por la historia. Un grupo de negros esclavos destinados a ser vendidos en Lima se rebeló a bordo del buque que zarpó de Valparaíso, mató a una parte de la tripulación y se apoderó del navío. Bajo amenaza de muerte obligó a los sobrevivientes y al capitán a dirigir el barco hacia un lugar en - 153 - que pudieran ser libres. Viajaron al norte, hasta que, agotados, faltos de provisiones y con el navío dañado por las tormentas, decidieron dirigirse al sur y recalar en una isla, en busca de agua y alimentos, para navegar después rumbo al África. El barco negrero se encontró por casualidad en la isla Santa María con un buque norteamericano, alistado para la caza de focas y el comercio, que comandaba el capitán Delano. Este advirtió las condiciones deplorables del navío y su tripulación y quiso auxiliarlo. Los negros, bajo la dirección de líderes sagaces, decidieron fingir normalidad para recibir ayuda. El capitán Benito Cereno, obligado y lleno de pavor, participó en la simulación. Delano abordó el barco y poco a poco percibió misterios que no pudo dilucidar, expresados en el comportamiento errático, enfermizo y extraño del capitán español ayudado afectuosamente por Babo, su criado negro. Finalmente se descubre el motín y los marinos norteamericanos atacan el buque rebelde. En la cruenta batalla mueren decenas de negros que luchan con valentía. A los que sobreviven, incluyendo mujeres y niños, se los lleva a Concepción, para ser juzgados. Ocho jefes son condenados a muerte. El resto es reembarcado a Lima. Vicuña Mackenna cuenta que durante muchos años se mantuvo en la tradición oral memoria de lo ocurrido, incluyendo las últimas palabras del líder principal. Antes de ser ejecutado reconoció que la sentencia era justa, pero dijo que los hechos sangrientos habían sido resultado inevitable de la rebelión ante la crueldad y la inhumanidad de los blancos, que robaban hombres libres de sus hogares para hacerlos esclavos. Melville elude en la novela la injusticia y el horror de la esclavitud y el derecho de los negros a rebelarse contra sus verdugos. No es esa su preocupación. Asume el lugar del capitán Delano, con su “civilizado” racismo, y arma un relato en que tres personajes copan la escena: Delano, el capitán Cereno y Babo, el sirviente. En un solo espacio –el barco– se acumulan lentamente tensiones, incrementadas por el aporte de detalles en apariencia nimios, que se engarzan y producen quiebres. La narración es morosa y detallada, con largas frases e imágenes, forzadas a veces, que crean una atmósfera enigmática en la que flota un peligro difuso y donde se mueven los personajes cuyos caracteres son analizados con minuciosidad obsesiva. Hasta que todo se descubre. Para el lector que no conoce el argumento, Benito Cereno parece por momentos un libro de misterio. Cuando lo termina puede pensar que ha leído una alegoría sobre la lucha entre la luz y las tinieblas, pero, ¿dónde está el bien y dónde el mal: en los amos, en los esclavos? ¿O se trata de una parábola sobre esclavos que se convierten en amos y de estos que pasan a ser humillados? Talvez la fuerza de esta novela deriva de las preguntas que plantea, complicadas y oscuras, que se articulan lentamente como buscando no tener respuesta. - 154 - Abuso de las palabras Voltaire Las conversaciones y los libros raras veces nos dan ideas precisas. Es muy común leer mucho de sobra y conversar inútilmente. Es oportuno repetir en esto lo que Locke recomienda: Definid los términos. Una dama que come demasiado y no hace ejercicio cae enferma. El médico le dice que domina en ella un humor pecante, impurezas, obstrucciones, vapores, y le prescribe un medicamento que le purificará la sangre. ¿Qué idea exacta puede tenerse de todas esas palabras? La enferma y la familia que las oyen no las comprenden, ni el médico tampoco. Antiguamente, el facultativo ordenaba buenamente un cocimiento de hierbas calientes o frías. Un jurisconsulto, en el ejercicio de su profesión, anuncia que no observar las fiestas y los domingos es cometer el crimen de lesa majestad divina en la persona del segundo jefe. Desde luego, la frase majestad divina nos da la idea del más enorme de los crímenes y del más espantoso de los castigos. ¿Pero a propósito de qué la pronunció el jurisconsulto? Por no haber asistido a las vísperas, lo que puede sucederle al hombre más honrado del mundo. En todas las controversias que se entablan sobre la libertad, uno de los argumentadores entiende casi siempre una cosa y su adversario otra. Luego se presenta un tercero en discordia, que no entiende al primero ni al segundo, pero tampoco lo entienden a él. En las disputas sobre la libertad, uno tiene el pensamiento de la potencia de imaginar, otro el de la potencia de querer y el tercero el deseo de ejecutar; corren los tres, cada uno dentro de su círculo, y no se encuentran nunca. Lo mismo sucede en las quejas sobre la gracia. ¿Quién puede comprender su naturaleza, sus operaciones, y la suficiente que no basta y la eficaz a la que nos resistimos? Hace dos mil años que se pronuncia la frase forma substancial, sin tener la menor noción de ella; esta frase se ha sustituido por la de naturaleza plástica, sin ganar nada en el cambio. Se detiene un viajero ante un torrente y pregunta a un labriego que ve de lejos, frente a él, por dónde está el vado: “Vaya hacia la derecha”, contesta el campesino. El viajero toma la derecha y se ahoga. El campesino va corriendo hacia él y le grita: “No le dije que avanzara hacia su mano derecha, sino hacia la mía”. El mundo está lleno de estas equivocaciones. - 155 - Al leer un noruego esta fórmula que usa el Papa: servidor de los servidores de Dios, ¿cómo ha de discurrir que el que la dice es el obispo de los obispos y el rey de los reyes? En la época en que los fragmentos de Petronio tenían gran fama en la literatura, Meibomins, sabio de Lubeck, leyó en una carta que imprimió otro sabio de Bolonia lo siguiente: “Aquí tenemos un Petronio completo, yo lo he visto y lo he admirado”. En seguida Meibomins parte para Italia, se dirige a Bolonia, busca al bibliotecario Capponi y le pregunta si es verdad que tiene allí a Petronio completo. Capponi le responde que es público y notorio. Capponi le conduce a la iglesia donde descansa el cuerpo de San Petronio. Meibomins toma el correo y huye. Si el jesuita Daniel tomó a un abad guerrero, martialem abbatem, por el abab Marcial, cien historiadores han incurrido en mayores errores. El jesuita Dorleans, en su obra Revoluciones de Inglaterra, habla indiferentemente de Northampton y de Southampton, no equivocándose más que de Norte a Sur. Frases metafóricas tomadas en un sentido propio han decidido muchas veces la opinión de muchas naciones. Conocida es la metáfora de Isaías: “¿Cómo caíste del cielo, estrella brillante que apareces al rayar la mañana?”. Supusieron que en esa imagen aludía al diablo, y como la palabra hebrea que corresponde a la estrella de Venus se tradujo en latín por la palabra Lucifer, desde entonces se ha llamado siempre Lucifer al diablo. El ejemplo más singular del abuso de las palabras, de los equívocos voluntarios y de los errores que han producido más trastornos, nos lo ofrece el Kin-Tien de la China. Varios misioneros de Europa disputaron acaloradamente sobre la significación de esa palabra. La corte de Roma envió a un francés llamado Maigrot, nombrándole obispo imaginario de una provincia de la China, para que decidiera el sentido de la indicada palabra. Maigrot no sabía una palabra del idioma chino. El emperador se dignó explicarle lo que en su lengua significaba Kin-Tien. Maigrot no lo quiso creer, y consiguió que Roma excomulgase al emperador de la China. No acabaríamos nunca si hubiéramos de referir todos los abusos de palabras que nos acuden a la imaginación. -- 156 -- Tengo un corazón Malú Urriola Tengo un corazón. Una vez por lo menos lo tuve. Mi corazón tiembla por cualquier cosa. Cualquier cosa lo hace temblar, una gota de lluvia basta, una débil brisa. Este corazón es como una explanada, como el desierto curtido por el sol. Ah, hasta dónde las palabras habrán de llevarme. Mis pensamientos han estado totalmente equivocados. Este corazón iba a un lugar, yo a otro. l nie Da . aC iler u Ag - 157 - Malabarismos del idioma LAS HERMANAS Soledad, Julia e Irene recibían las atenciones de un mismo galán, que parecía no decidirse por ninguna de ellas. Cuando le pidieron una definición, el galán entregó una estrofa, sin ninguna puntuación, que decía: Tres bellas que bellas son Me han exigido las tres Que diga cuál de ellas es la que ama mi corazón Si obedecer es razón Digo que amo a Soledad No a Julia cuya bondad Persona humana no tiene No aspira mi amor a Irene que no es poca su beldad. Soledad quedó feliz y leyó a sus hermanas la estrofa con la siguiente puntuación: Tres bellas, que bellas son, Me han exigido las tres Que diga cuál de ellas es La que ama mi corazón Si obedecer es razón. Digo que amo a Soledad; No a Julia, cuya bondad Persona humana no tiene; No aspira mi amor a Irene. Que no es poca su beldad. Julia, por su parte, interpretó la estrofa como favorable a ella y la leyó puntuada de esta manera: Tres bellas que bellas son, Me han exigido las tres Que diga cuál de ellas es La que ama mi corazón. -- 158 -- Si obedecer es razón, Digo que, ¿amo a Soledad? No, a Julia, cuya bondad Persona humana no tiene. No aspira mi amor a Irene. Que no es poca su beldad. A su vez Irene hizo lo propio y leyó la estrofa puntuada de esta manera: Tres bellas, que bellas son, Me han exigido la tres Que diga cuál de ellas es La que ama mi corazón. Si obedecer es razón. Digo que, ¿amo a Soledad? No. ¿A Julia, cuya bondad Persona humana no tiene? No, aspira mi amor a Irene. Que no es poca su beldad. Producida esta situación en que cada una interpretaba la estrofa como favorable para sí, las hermanas pidieron aclaración al escurridizo galán, quien se avino a poner los signos de puntuación como enseguida se indica: Tres bellas, que bellas son, Me han exigido las tres Que diga cuál de ellas es La que ama mi corazón. Si obedecer es razón. Digo que, ¿amo a Soledad? No. ¿A Julia cuya bondad Persona humana no tiene? No. ¿Aspira mi amor a Irene? ¡Qué!… ¡No!… Es poca su beldad. Revista Saber para todos. Santiago: Editorial Quimantú 1973. - 159 - El papel y la tinta Leonardo Da Vinci Una hoja de papel, que estaba sobre una escribanía junto a otras hojas iguales a ella, se encontró, un buen día, completamente manchada por unos signos. Una pluma, bañada en una negrísima tinta, había escrito en ella multitud de palabras. –¿No podías ahorrarme esta humillación? –dijo enojada la hoja de papel a la tinta. –Yo no te he ensuciado, te he revestido de palabras. Desde ahora ya no eres una hoja de papel, sino un mensaje. Custodias el pensamiento del hombre. Te has vuelto un instrumento precioso. En efecto, poco después, ordenando la escribanía, alguien vio aquellas hojas esparcidas y las juntó para arrojarlas al fuego. Pero de pronto advirtió la hoja "sucia" de tinta: y entonces tiró las demás y devolvió a su lugar la que llevaba, bien visible, el mensaje de la palabra. - 160 - Apuntes sobre el arte de escribir cuentos Juan Bosch - Fragmento - El cuento es un género antiquísimo que a través de los siglos ha tenido y mantenido el favor público. Su influencia en el desarrollo de la sensibilidad general puede ser muy grande, y por tal razón el cuentista debe sentirse responsable de lo que escribe, como si fuera un maestro de emociones o de ideas. […] En sus primeros tiempos el cuentista crea un estado de semiinconsciencia. La acción se le impone; los personajes y sus circunstancias le arrastran; un torrente de palabras luminosas se lanza sobre él. Mientras ese estado de ánimo dura, el cuentista tiene que ir aprendiendo la técnica a fin de imponerse a ese mundo hermoso y desordenado que abruma su mundo interior. El conocimiento de la técnica le permitirá señorear sobre la embriagante pasión como Yavé sobre el caos. Se halla en el momento apropiado para estudiar los principios en que descansa la profesión del género; no importa lo que crean algunos cuentistas noveles, son inalterables; por lo menos, en la medida en que la obra humana lo es. […] El cuento es un género literario escueto, al extremo de que un cuento no debe construirse sobre más de un hecho. El cuentista, como el aviador, no levanta vuelo para ir a todas partes y ni siquiera a dos puntos a la vez; e igual que el aviador, se halla forzado a saber con seguridad a dónde se dirige antes de poner la mano en las palancas que mueven su máquina. […] La primera tarea que el cuentista debe imponerse es la de aprender a distinguir con precisión cuál hecho puede ser tema de cuento. Debe tener alma de tigre para lanzarse contra el lector, o instinto de tigre para seleccionar el tema y calcular con exactitud a qué distancia está su víctima y con qué fuerza debe precipitarse sobre ella. Pues sucede que en la oculta trama de ese arte difícil que es escribir cuentos, el lector y el tema tienen un mismo corazón. Se dispara a uno para herir al otro. Al dar su salto asesino hacia el tema, el tigre de la fauna literaria está saltando también sobre el lector. […] Es en la naturaleza activa del cuento donde reside su poder de atracción que alcanza a todos los hombres de todas las razas en todos los tiempos. - 161 - La mujer que escribió un diccionario Gabriel García Márquez H ace tres semanas, de paso por Madrid, quise visitar a María Moliner. Encontrarla no fue tan fácil como yo suponía: algunas personas que debían saberlo ignoraban quién era, y no faltó quien la confundiera con una célebre estrella de cine. Por fin logré un contacto con su hijo menor, que es ingeniero industrial en Barcelona, y él me hizo saber que no era posible visitar a su madre por sus quebrantos de salud. Pensé que era una crisis momentánea y que talvez pudiera verla en un viaje futuro a Madrid. Pero la semana pasada, cuando ya me encontraba en Bogotá, me llamaron por teléfono para darme la mala noticia de que María Moliner había muerto. Yo me sentí como si hubiera perdido a alguien que sin saberlo había trabajado para mí durante muchos años. María Moliner –para decirlo del modo más corto– hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Se llama Diccionario de uso del español, tiene dos tomos de casi 3.000 páginas en total, que pesan tres kilos, y viene a ser, en consecuencia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y –a mi juicio– más de dos veces mejor. María Moliner lo escribió en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria y el que ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines. Uno de sus hijos, a quien le preguntaron hace poco cuántos hermanos tenía, contestó: “Dos varones, una hembra y el diccionario”. Hay que saber cómo fue escrita la obra para entender cuánta verdad implica esa respuesta. María Moliner nació en Paniza, un pueblo de Aragón, en 1900. O, como ella decía con mucha propiedad: “En el año cero”. De modo que al morir había cumplido los ochenta años. Estudió Filosofía y Letras en Zaragoza y obtuvo, mediante concurso, su ingreso al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios de España. Se casó con don Fernando Ramón y Ferrando, un prestigioso profesor universitario que enseñaba en Salamanca una ciencia rara: base física de la mente humana. María Moliner crió a sus hijos como toda una madre española, con mano firme y dándoles de comer demasiado, aun en los duros años de la guerra civil, en que no había mucho que comer. El mayor se hizo médico investigador, el segundo se hizo arquitecto y la hija se hizo maestra. Solo cuando el menor empezó la carrera de ingeniero industrial, María Moliner sintió que - 162 - le sobraba demasiado tiempo después de sus cinco horas de bibliotecaria y decidió ocuparlo escribiendo un diccionario. La idea le vino del Learner's Dictionary, con el cual aprendió el inglés. Es un diccionario de uso; es decir, que no solo dice lo que significan las palabras, sino que indica también cómo se usan, y se incluyen otras con las que pueden reemplazarse. “Es un diccionario para escritores”, dijo María Moliner una vez, hablando del suyo, y lo dijo con mucha razón. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua, en cambio, las palabras son admitidas cuando ya están a punto de morir, gastadas por el uso y sus definiciones rígidas parecen colgadas de un clavo. Fue contra ese criterio de embalsamadores que María Moliner se sentó a escribir su diccionario en 1951. Calculó que lo terminaría en dos años, y cuando llevaba diez, todavía andaba por la mitad. “Siempre le faltaban dos años para terminar”, me dijo su hijo menor. Al principio le dedicaba dos o tres horas diarias, pero a medida que los hijos se casaban y se iban de la casa, le quedaba más tiempo disponible, hasta que llegó a trabajar diez horas al día, además de las cinco de la biblioteca. En 1967 –presionada sobre todo por la Editorial Gredos, que la esperaba desde hacía cinco años– dio el diccionario por terminado. Pero siguió haciendo fichas, y en el momento de morir tenía varios metros de palabras nuevas que esperaba ver incluidas en las futuras ediciones. En realidad, lo que esa mujer de fábula había emprendido era una carrera de velocidad y resistencia contra la vida. Su hijo Pedro me ha contado cómo trabajaba. Dice que un día se levantó a las cinco de la mañana, dividió una cuartilla en cuatro partes iguales y se puso a escribir fichas de palabras sin más preparativos. Sus únicas herramientas de trabajo eran dos atriles y una máquina de escribir portátil, que sobrevivió a la escritura del diccionario. Primero trabajó en la mesita de centro de la sala. Después, cuando se sintió naufragar entre libros y notas, se sirvió de un tablero apoyado sobre el respaldar de dos sillas. Su marido fingía una impavidez de sabio, pero a veces medía a escondidas las gavillas de fichas con una cinta métrica, y les mandaba noticias a sus hijos. En una ocasión les contó que el diccionario iba ya por la última letra, pero tres meses después les contó, con las ilusiones perdidas, que había vuelto a la primera. Era natural, porque María Moliner tenía un método infinito: pretendía agarrar al vuelo todas las palabras de la vida. “Sobre todo las que encuentro en los periódicos”, dijo en una entrevista. “Porque allí viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que inventarse al momento por necesidad”. Solo hizo una excepción: las mal llamadas malas palabras, que son muchas y tal vez las más usadas en la España de todos los tiempos. Es el defecto mayor de su diccionario, y María Moliner vivió bastante para comprenderlo, pero no lo suficiente para corregirlo. Pasó sus últimos años en un apartamento del norte de Madrid, con una terraza grande donde tenía muchos tiestos de flores, que regaba con tanto amor como si fueran - 163 - palabras cautivas. Le complacían las noticias de que su diccionario había vendido más de 10.000 copias en dos ediciones, que cumplía el propósito que ella se había impuesto y que algunos académicos de la lengua lo consultaban en público sin ruborizarse. A veces le llegaba un periodista desperdigado. A uno que le preguntó por qué no contestaba las numerosas cartas que recibía, le contestó con más frescura que la de sus flores: “Porque soy muy perezosa”. En 1972 fue la primera mujer cuya candidatura se presentó en la Academia de la Lengua, pero los muy señores académicos no se atrevieron a romper su venerable tradición machista. Solo se atrevieron hace dos años, y aceptaron entonces a la primera mujer, pero no fue María Moliner. Ella se alegró cuando lo supo, porque le aterrorizaba la idea de pronunciar el discurso de admisión. “¿Qué podía decir yo ”, dijo entonces, “si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines?” http://sololiteratura.com/ggm/marquezlamujer.htm - 164 - La mujer de hoy Luisa Capetillo La mujer que tiene y retiene al hombre en sus brazos desde la cuna al sepulcro; la mujer que es la que da su belleza, su juventud, su salud, su alegría, su vida entera por las generaciones; la mujer que es guía, madre: como compañera, como hermana, como amiga, máquina de hacer hijos o esclava doméstica, a quien se relega para los más ordinarios oficios, se la retiene en la más cruel esclavitud o se la pervierte en prácticas obscenas como una cosa, como un juguete sin derecho a manifestar sus gustos ni sus opiniones, y a quien se permite vivir para utilizarla. Tal es la mujer latina en todos los países del habla castellana especialmente. La mujer, compañera del hombre, a la que la Naturaleza ha dado el derecho de crear y educar las generaciones, la que forma el corazón y el cerebro de los futuros libertadores del mundo, es una esclava. Esclava maniatada al capricho de su dueño, sin voluntad, sin conocimiento de las más elementales nociones de fisiología y de ciencia social. El hombre no quiere que se instruya, pero la deja ir al confesionario a hundir su conciencia en las negruras del fanatismo. Allí podrá perder su cuerpo y su alma, pero no su esclavitud; de allí no saldrá con deseos de libertarse. Eso es lo único que importa al hombre para hacer de la mujer el instrumento de sus caprichos. Además, la mujer, por ignorancia respecto a la influencia natural y sugestiva que ella ejerce sobre el hombre, creyéndola inferior y débil, utiliza otras costumbres que la hacen más esclava aún. Ella se pinta, se adorna con joyas, deforma su cuerpo con el uso excesivo del corsé, hace mil monerías, se convierte en maniquí de la moda, y todo porque cree atraer al hombre con esos juegos de disfraz. Y he aquí la cuna del género humano convertida en un bazar, exhibiendo miles de baratijas por las calles, en una muñeca, en un juguete de pasatiempo de los ignorantes, que solamente la toman como un instrumento de placer que se tira luego por inservible. Y en estas condiciones, y en esta situación, la mujer, que tiene la alta misión de hacer hombres libres y de gran iniciativa y gran impulso intelectual, hace más a menudo muñecos que bailan en las cuerdas políticas, hipócritas que llenan los conventos e iglesias, carne de cañón en las batallas, o verdugos y explotadores que usurpan el sudor de sus hermanos. Eso es lo que pueden dar las mujeres esclavizadas por su ignorancia, fanatizadas por el dogma, y los hombres que utilizan la ignorancia femenina para satisfacer su afán de dominio, sus vicios, su holgazanería, como hijos al fin de mujeres esclavas e ineptas para desechar su esclavitud. -- 165 -- Porque debe saberse que hay una inmensa mayoría de hombres que son tigres en pequeño en el interior de sus hogares; al asomarse por la esquina los hijos tiemblan y al llegar a ellos, se esconden, mientras la madre se asusta. Y cuando esta mujer cumple, otorgando o consintiendo al marido el delito conyugal, realiza un sacrificio en el que pliega su alma y estruja su corazón, quedando en un estado de atrofia atroz, y cuando en este estado realiza la fecundación, díganme ¿qué hijos saldrán de tal ayuntamiento, que es la antítesis del amor?… La atada y sugestionada por las religiones no puede educar a los hombres y las mujeres futuras. Y como esclava solo puede contribuir a la perpetuidad de la esclavitud. Mas el día que la mujer se emancipe de la tutela clerical, ya no podrá soportar otro tutelaje que el de su razón y su conciencia. Ese día hasta la Naturaleza se estremecerá de alegría al sentir en su seno a su hija predilecta libre; el sol alumbrará más esplendente; las flores esparcirán con efusión sus perfumes; será un nuevo resurgimiento a la vida hermosa de la libertad. Entonces no habrá más deformaciones cerebrales ni físicas. Cada hogar será una escuela, una cátedra y la fraternidad será la ley única que avasallará los corazones. ¡Oh, mujeres, en sus manos está la felicidad de la humana especie: tomen el libro y sean amigas, madres y maestras de sus hijos! ¡Qué hermosa realidad! Verba Roja Nº 9, Valparaíso, mayo de 1919. -- 166 -- Lecturas cerebrales Andrea Slachevsky ¿Libro o película? Para las neurociencias no hay duda alguna: la lectura es una fuente de asombro beneficiosa para nuestro cerebro, mientras que la televisión afecta el desarrollo intelectual y aumenta el riesgo de Alzheimer. Charles Burton Pintura de Charles Burton En la permanente invitación a descansar viendo televisión hay un gran problema. En los niños, las horas pasadas frente a ella alteran su imaginación y desarrollo intelectual. En los adultos, aumenta el riesgo de desarrollar la enfermedad de Alzheimer. La lectura probablemente es la cara opuesta: facilita el desarrollo intelectual de los niños y previene el Alzheimer en los adultos. -- 167 -- ¿Qué hace a la televisión diferente de la lectura? Una de las primeras respuestas la aportó Friedrich Hayek, Premio Nobel de Economía y fanático de las neurociencias, en The Sensory Order An Inquiry into the Foundations of Theoretical Psychology, al proponer que en el cerebro existe una fragmentación de las áreas que procesan las diferentes características de un objeto. Ciertas áreas cerebrales codifican su forma, otras su color, otras su nombre, etcétera. Al evocar al objeto, estas diferentes áreas se activan sincrónicamente. Una rara enfermedad, la demencia semántica, ha aportado evidencia empírica a favor de la hipótesis de Hayek. En esta patología neurodegenerativa existe una pérdida progresiva de la capacidad de reconocer objetos, asociada a una atrofia del polo temporal, región cerebral que coordina la activación de estas áreas. Al contrario, pacientes con lesiones aisladas de ciertas áreas cerebrales pierden solo una parcela del conocimiento de los objetos, por ejemplo los colores, sin alterar los otros componentes. La magia de la lectura probablemente reside en que una palabra activa múltiples regiones cerebrales, convirtiéndose en una vivencia de diversas modalidades sensoriales. A diferencia de la lectura, la televisión nos entrega una experiencia ya construida que se plasma en nuestro espacio neuronal. Otra posibilidad es que la televisión da cabida insuficiente a la mirada alternativa. Jean-Paul Sartre escribía en ¿Qué es la Literatura? que "es el esfuerzo conjunto del autor y del lector lo que hace surgir este objeto concreto e imaginario que es la obra del espíritu". Para él, la actividad del lector es creadora, y para crear se requiere mirar de otra manera, dejar espacio al asombro. Si bien es poco lo que se sabe sobre los mecanismos neuronales de la creación, el neurobiólogo Jean-Pierre Changeux propone que los procesos creativos se explicarían por mecanismos de tipo darwiniano de ensayo y error en el dominio neurobiológico, seleccionándose o eliminándose conexiones entre neuronas. No existiría creación sin plasticidad neuronal. Quizás la diferencia entre lectura y televisión reside en que la televisión nos entrega un producto terminado sin espacio para la creación. Todo lo anterior son solo hipótesis. En el futuro la neuroestética, la neurociencia de la actividad artística, validará estas hipótesis o las descartará en favor de otras aún impensadas, pero la lectura seguirá siendo una fuente de asombro al transformar lo escrito en una vivencia. Revista Qué Pasa, noviembre de 2011. - 168 - El laurel Johann Friedrich Hölderlin ¡No, no me resignaré! Avanzar siempre como un niño, como un prisionero, a pequeños pasos medidos por anticipado, día tras día. ¡No, nunca me resignaré! ¿Tal es el destino del hombre? ¿Mi destino? ¡No! Al laurel aspiro. No me tienta el reposo, más el peligro suscita las fuerzas del hombre y el dolor hincha el pecho de los jóvenes. ¿Qué soy para ti, qué soy yo, patria mía? Un débil, un enfermo a quien su madre con una tonada triste, desesperada, acuna entre sus pacientes brazos. Nunca busqué consuelo en el fondo de brillantes copas ni en la mirada de una sonriente coqueta. ¿Debe abatirme para siempre una pena o matarme un furioso deseo? ¿De qué sirve el cordial apretón de manos y la dulce acogida del alma en primavera? ¿Para qué la sombra de los robles, la viña en flor, el aroma del tilo? Juro, por la antigua Mana, no beber jamás del cáliz del gozo, no obstante su seductor destello, hasta el día en que haga una obra de hombre y conquiste entonces mi primer laurel. ¡Grave promesa! que a mis ojos llena de lágrimas. ¡Feliz seré de mantenerla! Pues así, criaturas de alborozo, también a mí me oiréis gritar de gozo. Y entonces, oh Naturaleza, de tu sonrisa haré mi júbilo. - 169 - El "Caso Dreyfus" Antecedentes históricos En 1894 los servicios de contraespionaje del Ministerio de la Guerra francés interceptaron un documento dirigido al agregado militar alemán en París. El documento anunciaba el envío de información concreta sobre el nuevo material de artillería francés. El riesgo de un escándalo resultaba más preocupante que la propia filtración; había, pues, que encontrar a un culpable. Se acusa, entonces, al capitán del ejército francés Alfred Dreyfus, de treinta y cinco años, judío y alsaciano, de ser el autor de dicho documento. Dreyfus es arrestado, juzgado por un consejo de guerra y declarado culpable de alta traición. Lo condenan a prisión perpetua y es enviado a la Isla del Diablo en la Guayana Francesa. La única evidencia en su contra es un trozo de papel manuscrito dirigido al mayor Max von Schwartzkoppen –el agregado alemán– encontrado en un tacho de basura y cuya caligrafía apenas se asemeja a la de Dreyfus. Durante el juicio público, la muchedumbre, incitada por la prensa antisemita, hostiga a Dreyfus con gritos e insultos. El Caso Dreyfus dividió a la sociedad francesa. Por un lado, el gobierno derechista, el ejército nacionalista, la Iglesia Católica y los partidos conservadores, que unieron fuerzas en el bando anti-Dreyfus (con grandes características antisemitas); por el otro, las fuerzas progresistas –republicanos, socialistas y anticlericales–, liderados por Émile Zola y Jean Jaurès, entre otros, que hicieron suya la lucha por los derechos humanos en la República. En 1896 se descubre evidencia que apunta a Ferdinand Walsin Esterhazy como el autor del espionaje. A pesar de un intento militar por suprimir la evidencia, Esterhazy es juzgado en 1898, pero el tribunal militar lo absuelve en un juicio que dura apenas unos minutos. Émile Zola escribe entonces una carta abierta, J'accuse (Yo acuso), acusando a los jueces de complicidad. Zola es sentenciado a la cárcel por injurias, pero logra escapar a Inglaterra. Ese mismo año se hace público que gran parte de la evidencia en contra de Dreyfus había sido falsificada por el coronel Henri. Luego del suicidio de este último y de la fuga de Esterhazy a Inglaterra, la condena a Dreyfus se hace insostenible. El caso se reabre en 1899, pero la soberbia de la corte militar le impide aceptar la realidad y vuelve a encontrar a Dreyfus culpable, sentenciándolo esta vez a diez años de prisión. Sin embargo, la situación política francesa había cambiado y el Presidente Émile Loubet se vio obligado a otorgarle el perdón. En 1906 la Corte de Apelaciones exoneró a Dreyfus y en 1930 su inocencia quedó definitivamente confirmada con la publicación de los documentos de Schwartzkoppen. Equipo editorial -- 170 -- El Caso Dreyfus, Zola y el nacimiento de los Intelectuales Por José Carlos Bermejo El Caso Dreyfus fue el escándalo más famoso de la Historia francesa. Es, quizá también, el primer ejemplo personificado en la figura de un personaje público, un militar, del claro antisemitismo que se encarnaría con total virulencia en el siglo XX y que alcanzaría su máxima expresión en el Holocausto nazi. En los últimos meses de 1894, el capitán judío Alfred Dreyfus fue falsamente acusado de espionaje, de haber filtrado informaciones militares secretas al agregado militar alemán en París. Pintura de Henri Meyer La acusación no parecía tener demasiada lógica: Dreyfus tenía mucho dinero y las pruebas eran endebles. Tiempo después se supo que realmente aquello había sido una conspiración contra el "judío advenedizo". El Estado Mayor no quería entre sus hombres a un judío. Además, el juicio fue a todas luces injusto. Con todo, fue condenado en Consejo de Guerra a la degradación y a la deportación durante 5 años a la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa, en febrero de 1895. El escándalo vino después, cuando la presión, proveniente de varios frentes como ahora veremos, dio una vuelta de tuerca a todo el asunto. De un lado, en 1898 se descubrió que hubo un falsificador de las pruebas, el coronel Henri, que ese mismo año se suicidó; de otro, el "Manifiesto de los Intelectuales", bajo el lema "Yo - 171 - acuso", publicado el 14 de enero de 1898 en el periódico L’Aurore, por un grupo de escritores, entre los que destacaban Anatole France y Émile Zola, quien firmara e iniciara el Manifiesto; políticos como Leon Blum o científicos como Seignobos, elevaban una defensa y la revisión del caso sobre la condena de Dreyfus y contra el gobierno de Méline, que había consentido el oprobio contra el capitán judío, por el hecho de profesar tal religión. Aquí vale hacer una acotación para reparar en el término "intelectual", que fue el que se dio al Manifiesto, para referir que fue el momento histórico en el que surge, y con el que designa a aquellas personas que ofrecen su opinión, supuestamente de forma libre, para conformar una parte sustancial de lo que se viene conociendo como "opinión pública". El término se fue adaptando a las distintas lenguas europeas, y lo hizo, sin duda, de forma peyorativa, dado que en el Caso Dreyfus se concitaban opiniones contrapuestas y divergencias desde el plano político, caracterizadas por las diferencias ideológicas entre la derecha y la izquierda; dicha diferencia quedó demostrada en el Parlamento francés, reflejada en la prensa periódica y, por ende, en el debate social, en la sociedad civil. Desde luego, el debate quedó abierto. Zola, defensor a ultranza de Dreyfus, fue condenado a un año de cárcel y al pago de 7.000 francos. Se exilió a Londres, aunque regresó a París. Un 29 de septiembre de 1902 murió asfixiado por el humo de una estufa, aunque nunca se descartó que aquello no fuera un accidente, sino que hubiera sido asesinado. La historia de Dreyfus concluye cuando, años después de su condena, por fin se revisa el caso para ser absuelto en 1899. La absolución vendría, paradójicamente, con "circunstancias atenuantes". La rehabilitación "total" llegaría siete años más tarde. El Tribunal de Casación lo declaró inocente y se le concedió la Legión de Honor. Sin embargo, la historia no termina aquí, pues tras la muerte de Zola, se abrió un agrio debate político sobre si sus restos debían reposar en el Panteón de Hombres Ilustres parisino. Izquierda y derecha debatían sobre este extremo, toda vez que Zola había fallecido dos años antes y, sus restos ya descansaban en el cementerio de Montmartre. El espíritu de Zola y su encendido apoyo a Dreyfus volvían a la escena pública. Finalmente, un 4 de junio de 1908, los restos mortales del escritor eran trasladados al Panteón. Se organizó una comitiva que ofrecería su homenaje a Zola, comitiva entre la que se encontraba Alfred Dreyfus, queriendo demostrar su apoyo a quien tanto lo ayudó en los peores momentos. Y fue allí donde un nacionalista llamado Louis Grégori alzó su pistola contra Dreyfus y disparó. Por suerte para aquel, la bala se alojó en su brazo y solo quedó herido. En el juicio por el intento de asesinato, Grégori esgrimió una curiosa defensa: "Yo no disparé contra Dreyfus, lo hice contra el Dreyfusismo". Fue absuelto. No cabe duda de que el Caso Dreyfus seguía abierto. - 172 - www.actuallynotes.com * Señor: Permítame que, agradecido por la bondadosa acogida que me dispensa, me preocupe de su gloria y le diga que su estrella, tan feliz hasta hoy, está amenazada por la más vergonzosa e imborrable mancha. Ha salido sano y salvo de bajas calumnias, ha conquistado los corazones. Apareció radiante en la apoteosis de la fiesta patriótica que, para celebrar la alianza rusa, hizo Francia, y se prepara a presidir el solemne triunfo de nuestra Exposición Universal, que coronará este gran siglo de trabajo, de verdad y de libertad. ¡Pero qué mancha de cieno sobre su nombre –iba a decir sobre su reino– puede imprimir este abominable proceso Dreyfus! Por lo pronto, un consejo de guerra se atreve a absolver a Esterhazy, bofetada suprema a toda verdad, a toda justicia. Y no hay remedio; Francia conserva esa mancha y la historia consignará que semejante crimen social se cometió al amparo de su presidencia. Puesto que se ha obrado tan sin razón, hablaré. Prometo decir toda la verdad y la diré si antes no lo hace el tribunal con toda claridad. Es mi deber: no quiero ser cómplice. Todas las noches me desvelaría el espectro del inocente que expía a lo lejos, cruelmente torturado, un crimen que no ha cometido. Por eso me dirijo a usted gritando la verdad con toda la fuerza de mi rebelión de hombre honrado. Estoy convencido de que ignora lo que ocurre. ¿Y a quién denunciar las infamias de esa turba malhechora de verdaderos culpables sino al primer magistrado del país? Ante todo, la verdad acerca del proceso y de la condenación de Dreyfus. * Yo acuso. Carta al Presidente de la República. Por Émile Zola. - 173 - Retrato de Alfred Dreyfus […] Es un crimen haber acusado como perturbadores de Francia a cuantos quieren verla generosa y noble a la cabeza de las naciones libres y justas, mientras los canallas urden impunemente el error que tratan de imponer al mundo entero. Es un crimen extraviar la opinión con tareas mortíferas que la pervierten y la conducen al delirio. Es un crimen envenenar a los pequeños y a los humildes, exasperando las pasiones de reacción y de intolerancia, y cubriéndose con el antisemitismo, de cuyo mal morirá sin duda la Francia libre si no sabe curarse a tiempo. Es un crimen explotar el patriotismo para trabajos de odio; y es un crimen, en fin, hacer del sable un dios moderno, mientras toda la ciencia humana emplea sus trabajos en una obra de verdad y de justicia. […] Tal es la verdad, señor Presidente, verdad tan espantosa que no dudo quede como una mancha en su gobierno. Supongo que no tiene ningún poder en este asunto, que es un prisionero de la Constitución y de la gente que lo rodea; pero tiene un deber de hombre en el cual meditará cumpliéndolo, sin duda honradamente. No crea que desespero del triunfo; lo repito con una certeza que no permite la menor vacilación; la verdad avanza y nadie podrá contenerla. - 174 - […] Cuanto más duramente se oprime la verdad, más fuerza toma, y la explosión será terrible. Veremos cómo se prepara el más ruidoso de los desastres. Señor Presidente, concluyamos, que ya es tiempo. […] Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido. Acuso al general Boisdeffre y al general Gonzi por haberse hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por espíritu de cuerpo, que hace de las oficinas de Guerra un arca santa, inatacable. […] Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme, Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los declare víctimas de ceguera de los ojos y del juicio. Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa, particularmente en L'Éclair y en L'Echo de Paris, una campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública. Y por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber condenado a un acusado fundándose en un documento secreto, y al segundo Consejo de Guerra, por haber cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen jurídico de absolver conscientemente a un culpable. No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que se refieren a los delitos de difamación. Y voluntariamente me pongo a disposición de los Tribunales. En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia. Solo un sentimiento me mueve, solo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente. Así lo espero. Carta a M. Félix Faure, Presidente de la República Francesa. París, 13 de enero de 1898. - 175 - Dreyfus en Kasrílevke Sholem Aleijem N o sé si la historia de Dreyfus provocó en alguna parte tanto ruido como en Kasrílevke. París, dicen, también hervía como en una olla. Los diarios escribían, los generales se pegaban un tiro, y muchachotes corrían por las calles como locos, tiraban sus gorras al aire y hacían de las suyas. Uno gritaba "¡Viva Dreyfus!", y el otro gritaba "¡Viva Esterhazy!", y a los judíos, entretanto, se los humillaba y emporcaba como de costumbre… Pero tanto dolor, tanta penuria y abatimiento como sufrió por eso Kasrílevke, no lo va a sufrir París hasta que llegue el Mesías. No pregunten cómo se enteraron en Kasrílevke del tema Dreyfus, porque, ¿cómo se sabe allí de la guerra que desataron los ingleses contra los boers. ¿Y cómo saben lo que sucede en China? ¿Qué relación tiene Kasrílevke con China? ¡Por los grandes negocios que hacen con el mundo! El té lo compran de Visotsky, de Moscú, y la tela amarilla china para el verano que llaman "Che-Shun Cha" no se usa en Kasrílevke. Esa tela no es para sus bolsillos. Gracias a Dios que pueden usar en verano un saco, aunque sea de lustrina; si no, pueden usar –con perdón– solo pantalones, y arriba nada más que el pequeño manto de oraciones de seda. A pesar de eso, cuando el verano es caluroso sudan con todo placer. Sigue entonces en pie aquella pregunta: ¿cómo se enteró Kasrílevke del tema Dreyfus? Por Zeidl. Zeidl, el hijo de Reb. Shaie es el único de la ciudad suscrito al diario hebreo Tsefira, y todas las novedades que tienen lugar en el mundo son conocidas por él, mejor dicho, no por él, sino a través de él. Él las lee y ellos las interpretan; él cuenta y ellos deducen el significado de lo que escuchan; él dice lo que está escrito y ellos entienden a menudo lo contrario, porque ellos entienden mejor. Cierto día, llegó Zeidl a la sinagoga y contó una historia: que en París juzgaron a un capitán judío, un tal Dreyfus, por entregar al enemigo importantes documentos del Estado. Y a ellos esta noticia les entró por un oído y les salió por el otro. Uno comentó de paso: –¿Qué no hace un judío para ganarse el sustento? - 176 - Y otro agregó con tono vengativo: –¡Bien merecido! ¡Que un judihuelo no trepe a las alturas y se mezcle con monarcas! Después, Zeidl contó una nueva versión de esa historia, de que todo había sido una calumnia; que ese capitán judío, ese Dreyfus al que desterraron, era totalmente inocente, que se trataba de una intriga de varios generales enfrentados entre sí, entonces ahí ya comenzaron a interesarse un poco, y Dreyfus se convirtió en ciudadano de Kasrílevke: donde había dos, él era el tercero. –¿Escuchó? –Escuché. –Desterrado para siempre. ¡Sin ninguna razón! ¡Por una calumnia! Más tarde, cuando Zeidl vino y contó que era casi seguro que el juicio se reviese, que aparecieron personas decentes que se proponían demostrar al mundo que todo el asunto había sido finalmente un error, comenzó Kasrílevke a agitarse de una forma totalmente diferente. En primer lugar, está claro que Dreyfus es "nuestro", y en segundo lugar, ¿cómo se explica que en París tenga lugar una historia tan repugnante? ¡Puaj, algo realmente muy feo por parte de los "franchutes"…! Y comenzó una serie de polémicas y de apuestas: uno decía que el juicio iba a reverse, y aquel otro entendía que no, que una vez terminado un juicio y dictada una sentencia ya no había vuelta atrás… Con el paso del tiempo la gente dejó de esperar que Zeidl se molestase en ir a la sinagoga a contar las novedades sobre el capitán Dreyfus y comenzaron a ir hasta su casa. Después la impaciencia de la gente creció y en lugar de ir a su casa iban directamente al correo con él para retirar el diario, y él se los leía allí mismo, y allí mismo masticaban lo que habían escuchado; lo volvían a masticar, luego gritaban, alborotaban, discutían y hablaban todos juntos, como de costumbre. Más de una vez, el encargado de la oficina de correo les daba a entender, de una manera delicada incluso, que el correo no era, valga la diferencia, una sinagoga, diciéndoles por ejemplo: –¡Judíos piojosos, esto no es una sinagoga, aquí no es un lugar para arreglar negocios turbios…! Pero ellos le prestaban tanta atención como quien oye llover; él los insultaba, y ellos seguían leyendo el diario hebreo y hablando acerca de Dreyfus. Y no solo de Dreyfus se hablaba en Kasrílevke; cada vez se les agregaba un nuevo personaje: primero fue Esterhazy, después Picquart y más tarde los generales Merci, Peli y Gonzi, con lo que a alguno se le ocurrió que entre los "franchutes" el nombre de un general tiene que terminar con una "i". Entonces otro le replicó: –¿Con Budefer qué vas a hacer? - 177 - –¿Te das cuenta? Justamente así terminó. –¡Ojalá terminen así todos nuestros enemigos! Había dos personajes a quienes todo Kasrílevke les tomó cariño y seguía sus pasos apasionadamente. Esos personajes eran Émile Zola y Lambori. Por Émile Zola cualquiera de ellos hubiese dado la vida. "¡Casi nada, Émile Zola!". Si Émile Zola fuera, por ejemplo, a Kasrílevke, la ciudad entera saldría a darle la bienvenida; lo llevarían en andas. –¿Qué opinan de sus cartitas? –¡Perlas! ¡Diamantes! ¡Brillantes! También de Lambori hablaban maravillas. La gente disfrutaba, se emocionaba y se chupaba los dedos con sus discursos, pese a que nadie en Kasrílevke lo había escuchado nunca, pero caía por su propio peso que debía de ser un orador de primera. No sé si la familia de Dreyfus, en París, ansiaba tanto que volviese de esa hermosa isla como lo ansiaban los judíos de Kasrílevke. Se podría decir que ellos viajaban junto a él desde allí a través del mar, sentían literalmente que navegaban con él: sentían que de pronto se levantaba una tormenta y azotaba el mar en todas las direcciones; las olas golpeaban y sacudían el barco como si fuese una astilla, arriba y abajo, arriba y abajo. –¡Señor del universo! –rezaban en sus corazones–. ¡Haz que por lo menos llegue bien al lugar en el que tiene que realizarse el juicio! ¡Por lo menos abre los ojos de los jueces y aclara sus mentes para que encuentren al culpable, y que todo el mundo tome conciencia de nuestra justicia, Amén…! El día en que llegó la buena nueva de que Dreyfus ya había llegado a París, en Kasrílevke fue un día de fiesta. Si no les hubiese dado vergüenza habrían cerrado las tiendas. –¿Escuchó? –¡Gracias a Dios! –Me gustaría haber visto cómo fue el primer encuentro con su esposa. –Y a mí me hubiera encantado observar a sus hijitos cuando les dijeron que llegó su padre. Las mujeres que estaban allí escondían los rostros en sus delantales, haciendo como que se sonaban las narices, para que no se viera que estaban llorando. Por más que Kasrílevke fuera una ciudad pobre, cada uno se hubiese desprendido de lo último que tenía con tal de estar allí y echar una mirada, aunque fuese desde lejos. Cuando comenzó el juicio, Kasrílevke se transformó en un hervidero. No solo al diario, a Zeidl lo hacían pedazos. Se atragantaban con la comida, no dormían de noche, estaban desesperados porque ya fuese mañana, pasado mañana, y así todos los días. - 178 - De pronto se armó una batahola en la ciudad, un alboroto, un escándalo, un griterío, todo se volvió oscuridad. Fue cuando dispararon sobre el abogado Lambori. Los judíos de Kasrílevke sintieron que se les derrumbaba el mundo. –¿Por qué? ¿Para qué? ¡Qué malvados! ¡Sin motivo alguno! ¡Peor que en Sodoma! Ese disparo les quitó la cabeza. Esa bala les dio directamente en el corazón. Era como si hubiesen disparado sobre Kasrílevke. –¡Señor del universo! –rezaban en sus corazones–. Haz un milagro, sabemos que cuando quieres puedes hacerlo; haz un milagro, que Lambori por lo menos siga vivo. Y Dios, bendito sea, hizo el milagro; Lambori quedó vivo. Cuando llegó el último día del juicio, los de Kasrílevke estaban como sumidos en un estado febril. Hubiesen querido quedarse dormidos durante un día entero y despertar cuando, con la ayuda de Dios, Dreyfus estuviera libre. Pero, como si fuese a propósito, ninguno pudo pegar un ojo. Daban vueltas en la cama a un lado y al otro, guerreaban con las chinches y esperaban ansiosos la llegada del día. En cuanto se hizo de día fueron al correo. El correo estaba cerrado y el portón también. Poco a poco comenzaron a juntarse los de Kasrílevke alrededor del correo hasta inundar la calle. Los judíos daban vueltas, bostezaban, se estiraban, jugaban con sus aladares y entonaban en voz baja la melodía de una plegaria. Cuando Iareme, el portero, abrió el portón, todos los judíos juntos se abalanzaron adentro. Entonces Iareme se enfureció, y queriendo mostrar quién era allí el dueño, se lanzó sobre ellos y los echó, con maldiciones, de la oficina de correo. Entonces esperaron allí afuera hasta que finalmente llegó Zeidl. Y cuando Zeidl tomó el diario y les leyó el maravilloso veredicto dictado contra Dreyfus, se levantó un griterío, una batahola como para que se partiesen los cielos. El griterío no era contra los jueces que habían juzgado mal ni contra los generales que habían dado falso testimonio, ni contra los "franchutes" que se habían comportado de manera tan horrible. ¡No! El griterío era contra Zeidl. –¡No puede ser! –gritaba Kasrílevke con una sola voz–. ¡No puede haber en el mundo un juicio así! ¡Los cielos y la tierra juraron que la verdad tiene que aflorar como el aceite en el agua! ¿Qué vienes a contarnos historias? –¡Bestias! –se desgañitaba Zeidl, gritando, pobre, con todas sus fuerzas y poniéndoles el diario bajo las narices–. ¡Tomen, vean lo que dice el diario! –¡Qué importa el diario! –gritaba Kasrílevke–. ¿Acaso si te vas a parar con un pie en el cielo y el otro sobre la tierra, te vamos a creer? ¡Es algo que no puede ser! ¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No puede ser! Y ciertamente, al final, ¿quién tuvo razón…? - 179 - Los juicios de Sancho Panza Miguel de Cervantes S e presentaron dos hombres ancianos; el uno traía una cañaheja por báculo, y el sin báculo dijo: –Señor, a este buen hombre le presté días ha diez escudos de oro en oro, por hacerle placer y buena obra, con condición que me los volviese cuando se los pidiese. Pasáronse muchos días sin pedírselos, por no ponerle en mayor necesidad, de volvérmelos, que la que él tenía cuando yo se los presté; pero por parecerme que se descuidaba en la paga, se los he pedido una y muchas veces, y no solamente no me los vuelve, sino me los niega y dice que nunca tales diez escudos le presté, y que si se los presté, que ya me los ha vuelto. Yo no tengo testigos ni del prestado ni de la vuelta, porque no me los ha vuelto; querría que vuestra merced le tomase juramento, y si jurare que me los ha vuelto, yo se los perdono para aquí y para delante de Dios. –¿Qué dices tú a esto, buen viejo del báculo? –dijo Sancho. A lo que dijo el viejo: –Yo, señor, confieso que me los prestó, y baje vuestra merced esa vara; y pues él lo deja en mi juramento, yo juraré cómo se los he vuelto y pagado real y verdaderamente. nónimo Grabado A Bajó el gobernador la vara, y en tanto, el viejo del báculo dio el báculo al otro viejo, que se le tuviese en tanto que juraba, como si le embarazara mucho, y luego puso la mano en la cruz de la vara, diciendo que era verdad que se le habían prestado aquellos diez escudos que se le pedían; pero que él se los había vuelto de su mano a la suya, y que por no caer en ello se los volvía a pedir por momentos. Viendo lo cual el gran gobernador preguntó al acreedor qué respondía a lo que decía su contrario; y dijo que sin duda alguna su deudor debía de decir verdad, porque le tenía por hombre de bien y buen cristiano, y que a él se le debía de haber olvidado el cómo y cuándo se los había vuelto, y que desde allí en adelante jamás le pediría nada. Tornó a tomar su báculo el deudor y, bajando la cabeza, se salió del juzgado. Visto lo cual por Sancho, y que sin más ni más se iba, y viendo también la paciencia del demandante, inclinó la cabeza sobre el pecho, y poniéndose el índice de la mano derecha sobre las cejas y las narices, estuvo como pensativo un pequeño espacio, y luego alzó la cabeza y mandó que le llamasen al viejo del báculo, que ya se había ido. Trujéronsele, y en viéndole Sancho, le dijo: –Dame, buen hombre, ese báculo; que le he menester. –De muy buena gana –respondió el viejo–: hele aquí, señor. Y púsosele en la mano. Tomóle Sancho, y dándosele al otro viejo, le dijo: –Ve con Dios, que ya estás pagado. –¿Yo, señor? –respondió el viejo–. Pues ¿vale esta cañaheja diez escudos de oro? –Sí –dijo el gobernador–; o si no, yo soy el mayor porro del mundo. Y ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino. Y mandó que allí, delante de todos, se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el corazón della hallaron diez escudos en oro; quedaron todos admirados, y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón. Preguntáronle de dónde había colegido que en aquella cañaheja estaban aquellos diez escudos, y respondió que de haberle visto dar el viejo que juraba, a su contrario, aquel báculo, en tanto que hacía el juramento, y jurar que se los había dado real y verdaderamente, y que en acabando de jurar le tornó a pedir el báculo, le vino a la imaginación que dentro del estaba la paga de lo que pedían. De donde se podía colegir que los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus juicios; y más que él había oído contar otro caso como aquel al cura de su lugar, y que él tenía tan gran memoria, que a no olvidársele todo aquello de que quería acordarse, no hubiera tal memoria en toda la ínsula. Finalmente, el un viejo corrido y el otro pagado, se fueron, y los presentes quedaron admirados, y el que escribía las palabras, hechos y movimientos de Sancho no acababa de determinarse si le tendría y pondría por tonto o por discreto. - 181 - Una ejecución en Alaska Jack London L a situación era intolerable. Edith se hallaba cada vez más nerviosa y sentía llegar la crisis. Ya ni siquiera descansaba, pues el temor de que Hans sucumbiese a su manía y matase a Dennin la tenía intranquila. Aunque enero hubiese llegado ya, pasarían meses hasta que un schooner se arriesgase a la bahía. Los víveres disminuían y Hans no podía reponerlos cazando. Estaban allí condenados a la cabaña. Era necesario hacer algo, lo sentía. Y se esforzaba en considerar el nuevo problema. Pero le era imposible olvidar los principios de su raza. Sabía que solo la ley tiene derecho a juzgar. Pero un día pensó que la ley no era sino el juicio y la voluntad de un grupo de hombres. El número de ese grupo importaba poco. Había pequeños como Suiza y grandes como Gran Bretaña. Además, el grupo podía ser tan pequeño como quisiese. Si en un país no hubiese más que diez mil personas, su juicio sería igualmente bueno, ¿y por qué ese grupo no podía reducirse a cincuenta, a diez, a cinco… a dos? Su propia discusión la asustó y la discutió con Hans. De pronto, él no comprendió; después, cuando se dio cuenta, añadió un argumento convincente. Habló de las reuniones de los mineros, que son los que ejecutan la ley. “Y a lo mejor no hay más que diez o quince reunidos, pero la voluntad de la mayoría es la ley”. Por fin Edith vio trazado el camino; Hans era de su opinión. Los dos formaban la mayoría de ese grupo especial. Hans y ella fueron los testigos, los jurados, los jueces… y los ejecutores. En debida forma ella acusó a Michael Dennin de la muerte de Dutchy y de Harkey, y el prisionero, acostado en su catre, escuchó el testimonio de Hans y el de ella. Calló cuando ella le preguntó si tenía que decir algo en su defensa. Ambos pronunciaron el veredicto de culpabilidad. Y como juez, ella impuso la sentencia: “Michael Dennin, dentro de tres días serás ahorcado”. Fue la sentencia. El hombre lanzó involuntariamente un suspiro de alivio; después rió, desafiándoles y dijo: “Puede que entonces el maldito catre no me lastime más, eso me consuela”. - 182 - Con la sentencia pronunciada, se sintieron más cómodos. Dennin, sobre todo, dejó toda maldad y desconfianza y se volvió más sociable, y habló con sus carceleros, mostrándoles algo de su antigua gracia. Mostró un agrado cada vez mayor en la lectura de la “Biblia”. Ella le leyó “El nuevo testamento” y él se interesó por “El hijo pródigo” y “El ladrón sobre la cruz”. La víspera del día fijado para la ejecución, cuando Edith le hizo la consabida pregunta: “¿Por qué has hecho eso?”, Dennin respondió: “Es bien simple, yo pensé”… Pero ella le hizo callar y fue en busca de Hans. Le despertó: “Anda –le dijo–. Vé a buscar a Negood y a otro indio. Michael va a confesar… Tráelos, aunque sea amenazándoles con el cañón de la escopeta”. Media hora más tarde Negood y su tío Hadikwan fueron introducidos en la habitación. –Negood –dijo ella–, esto no te traerá disgusto. Lo que te pido es que escuches y trates de entender. Fue así como Michael Dennin, condenado a muerte, confesó su crimen públicamente. Mientras hablaba, ella escribía, los indios escuchaban y Hans cuidaba la puerta para que no escapasen. Él no había vuelto a su patria hacía quince años, explicó Dennin, y su intención había sido volver con mucho dinero, y ayudar a su madre y tenerla bien el resto de la vida. –¿Y cómo iba a hacer eso con mil seiscientos dólares? Lo que yo quería eran los ocho mil. Así sí que hubiera podido volver como un conquistador. Me pareció fácil mataros a todos y decir que los indios habían cometido una matanza; después me marchaba a Irlanda definitivamente… y listo. –Negood y Hadikwan, ya han oído las palabras del hombre blanco –dijo Edith a los indios–; estas palabras están aquí sobre el papel y tienen que hacer una cruz abajo. Los dos indios pusieron una cruz como firma y recibieron una citación de comparecer a la mañana siguiente con toda la tribu, a fin de ser testigos de lo que pasase. Las manos de Dennin fueron desatadas para que firmase el documento. Entonces hubo un silencio; Hans estaba nervioso y Edith molesta. Dennin miraba fijamente el techo, entre cuyas junturas crecía el musgo. –Ahora cumpliré con Dios –dijo–. Léame el libro. Después, con un matiz de burla: –Puede que eso me haga olvidar el catre. El día de la ejecución amaneció claro y frío. El termómetro estaba a 25 Fahrenheit bajo cero, y un viento helado soplaba la nieve, penetrando en los huesos. Por primera - 183 - vez en varias semanas Dennin se puso de pie. Sus músculos se negaban a sostenerle, debilitados por la inacción. Titubeó y se asió a Edith con sus manos atadas. –Parece que tengo vértigos –dijo riendo. Y un momento después: “Estoy contento de que esto acabe; el maldito catre hubiera acabado por matarme”. Cuando Edith le puso la gorra de piel y bajó las orejeras, él preguntó: –¿Para qué? –Hace mucho frío –respondió ella. –Y dentro de diez minutos, ¿qué le hará al joven Dennin tener una oreja más o menos helada? –dijo él. Ella se mantenía rígida para la prueba suprema, y aquella observación fue como un golpe dado sobre su sangre fría. Hasta entonces todo le había parecido un sueño, pero la verdad se le aparecía ahora con toda brutalidad. –Siento que se fastidie con mis tonterías; bromeaba –añadió él–: hoy es un gran día para Dennin, y está contento como un zorzal. Y comenzó a silbar alegremente; después el silbido se volvió lúgubre y paró. –Quisiera que hubiese un cura –dijo, pensativo; y luego añadió: –Pero Michael Dennin es demasiado viejo baquiano para sentir que no haya lujo cuando se va al campo. Estaba tan débil y tan deshabituado a andar que cuando se abrió la puerta el viento estuvo a punto de voltearlo. Edith y Hans marchaban a su lado, sosteniéndolo, mientras él hacía bromas y trataba de mantener la alegría. Un momento habló seriamente, mientras decía cómo debía enviarse su parte del oro a la madre allá en Irlanda. Treparon un montículo y llegaron a un claro entre los árboles. Allí, solemnes y en círculo alrededor del tonel colocado en medio, estaban Negood y Hadikwan y todos los shwajylis, hasta los chicos y los perros. No lejos se veía la fosa que Hans acababa de cavar en la nieve. Dennin echó una mirada de conocedor a los preparativos, se fijó en la fosa, en el tonel, en el espesor de la cuerda, en el diámetro de la rama a la cual estaba sujeta. –Verdaderamente, Hans, ni yo mismo lo hubiera hecho mejor si hubiese sido para ti. Rió a carcajadas de su propia ocurrencia; pero el rostro de Hans expresaba tal terror, que a cada uno lo hubiera hecho mover como la trompeta del juicio final. Además, se sentía enfermo. Hasta entonces jamás había realizado la enorme tarea de poner a una criatura humana fuera de la vida; era Edith la que lo había dispuesto, pero la cosa no resultaba más fácil por eso. Y ella sentía deseos de gritar, de llamar, de caer en la nieve, de taparse los ojos, de huir a la ventura; no importaba a dónde, al bosque, lejos, - 184 - lejos de allí. Solo por un esfuerzo supremo de su alma pudo mantenerse derecha, andar y hacer lo que era preciso. Y en medio de todo, le agradecía a Dennin su ayuda. –Dame la mano –dijo a Hans, que le ayudaba a subir al tonel. Se agachó para que ella pudiera ajustarle la cuerda al pescuezo. Después se quedó de pie mientras Hans echaba la soga por sobre la rama. –Michael Dennin: ¿tienes algo que decir? –preguntó Edith con voz clara que tembló a pesar suyo. Dennin movió los pies, bajó modestamente los ojos como un hombre que pronuncia su primer discurso, y carraspeó: –Soy feliz –dijo– y estoy agradecido por haberme tratado como a un cristiano. –Que Dios te perdone, pecador arrepentido –dijo ella. –Sí, que Dios me perdone –repitió él. –Adiós, Michael –gritó Edith con voz desesperada, y trató de volcar el tonel, pero inútilmente. –Hans, pronto, pronto, ¡ayúdame! Sentía que la última parcela de su valor huía y jamás volvería a recomenzar. Pero Hans llegó a tiempo de volcar el tonel bajo los mismos pies de Michael Dennin. Edith se volvió, tapándose las orejas. Después comenzó a reír duramente, con una risa metálica y agria. Y Hans se espantó más que en todo el curso de aquella tragedia. Edith Nelson había sucumbido. Pero aun, en medio de la crisis, permanecía consciente y se alegraba de haber llevado todo hasta el fin. Inclinándose hacia Hans, dijo: –Llévame a la cabaña y déjame descansar –continuó simplemente–, descansar, descansar, descansar. Y se fue por la nieve, rodeada por el brazo de Hans, que sostenía y guiaba sus pasos. Pero los indios permanecieron allí, solemnes, contemplando los efectos de la ley del hombre blanco, que fuerza a otro a danzar en el aire. - 185 - Salvar vidas Albert Camus En una oportunidad dije que yo no podría ya admitir, después de la experiencia de estos dos últimos años, ninguna verdad que pudiera ponerme en la obligación, directa o indirecta, de condenar a muerte a un hombre. Algunas personas que aprecio me han hecho, a veces, la observación de que mis palabras eran utópicas, que no existe ninguna verdad política que no nos conduzca un día a esos extremos, y que, en consecuencia, había que correr ese riesgo o aceptar el mundo tal cual es. Este argumento se exponía con energía. Pero, en primer lugar, pienso que esta energía denotaba que quienes lo exponían eran incapaces de imaginar la muerte ajena. Es un defecto de nuestra época. Del mismo modo que se ama por teléfono y que se trabaja no ya sobre la materia sino sobre la máquina, en la actualidad se mata y se muere por procuración. Así, la pulcritud gana, pero el conocimiento pierde. Sin embargo, aunque indirectamente, ese argumento tiene una virtud: plantea el problema de la utopía. En suma, las personas como yo queremos un mundo en donde ya no se asesine (¡no estamos tan locos!), sino donde el crimen ya no sea legitimado. Y aquí estamos, entre la utopía y la contradicción. Pues precisamente vivimos en un mundo donde el asesinato es legal y debemos cambiarlo si no lo queremos así. Pero parece que no se le puede cambiar sin correr el riesgo de matar. El crimen, pues, nos reenvía al crimen y continuaremos viviendo en el terror, ya sea que le aceptemos con resignación o que queramos suprimirlo utilizando medios que sustituyan ese terror por otro. En mi opinión, todos deberíamos reflexionar sobre esto. Porque lo que más me llama la atención en medio de las polémicas, de las amenazas y de los estallidos de violencia es la buena voluntad de todos. Todos, de la derecha a la izquierda –con excepción de algunos tramposos–, consideran que su verdad es la adecuada para conseguir la felicidad de los hombres. Y, sin embargo, la conjunción de esas buenas voluntades conduce a este mundo infernal, en el que los hombres continúan siendo asesinados, amenazados y deportados; donde se prepara la guerra y donde es imposible decir una palabra sin ser de inmediato insultado o traicionado. Por lo tanto, hay que llegar a la conclusión de que si las personas como nosotros vivimos en la contradicción, no somos las únicas, y quienes nos acusen de soñadores utópicos viven, tal vez, en una utopía diferente, sin duda, pero en definitiva, más costosa. -- 186 -- Es necesario que se admita, pues, que el rechazo a legitimar el crimen nos obliga a reconsiderar nuestra idea de utopía. Con relación a esto, nos parece que se puede decir lo siguiente: la utopía es lo que está en contradicción con la realidad. Desde este punto de vista, sería totalmente utópico querer que nadie mate a nadie. Es la utopía absoluta. Mas pedir que no se legitime el crimen es mucho menos utópico. Por otra parte, las ideologías marxista y capitalista, basadas las dos en la idea de progreso, convencidas ambas de que la aplicación de sus principios debe conducir inevitablemente al equilibrio de la sociedad, son utopías de un grado mucho más alto. Además, están costándonos muy caro. De todo esto se puede deducir que en los años venideros la lucha se entablará no entre las fuerzas de la utopía y las de la realidad, sino entre diferentes utopías que tratan de insertarse en la realidad y entre las cuales solo se trata de elegir las menos costosas. Estoy convencido de que no podemos ya tener la esperanza razonable de salvarlo todo, pero, al menos, podemos proponernos salvar vidas para que el futuro siga siendo posible. Se advierte, por consiguiente, que el hecho de rechazar la legitimación del crimen no es más utópico que las actitudes realistas de hoy. La cuestión consiste en saber si estas últimas son más costosas. Es un problema que también debemos resolver, y entonces se me excusará el pensar que se puede ser útil al definir, en relación con la utopía, las condiciones que son necesarias para pacificar a los individuos y a las naciones. Esta reflexión, si se hace sin temor y sin pretensiones, puede contribuir a crear las condiciones de un pensamiento justo y de un acuerdo provisional entre los que no quieren ser víctimas ni verdugos. Por supuesto que no se trata de definir en los siguientes artículos una posición absoluta, sino solamente de corregir algunas ideas hoy tergiversadas y tratar de plantear el problema de la utopía tan correctamente como sea posible. Se trata, en suma, de definir las condiciones de un pensamiento político modesto, es decir, liberado de todo mesianismo y emancipado de la nostalgia del paraíso terrenal. Ni víctimas ni verdugos. Santiago: Editorial Espíritu Libertario, 2003. -- 187 -- La pena de muerte En Estados Unidos fueron ejecutados durante el año 43 presos, todos por inyección letal. Eso elevaba a 1.277 el número de personas ejecutadas desde que la Corte Suprema de Estados Unidos levantó la suspensión de la pena de muerte en 1976. Como dato más positivo, en marzo Illinois se convirtió en el decimosexto estado abolicionista de Estados Unidos, y en noviembre el gobernador de Oregón dictó una suspensión de las ejecuciones en el estado y pidió que se reevaluase la pena capital. Entre los ejecutados en 2011 se encontraba Troy Davis, ejecutado en Georgia en septiembre pese a que existían serias dudas sobre la fiabilidad de su declaración de culpabilidad. Martina Correia, su hermana y una resuelta e intrépida activista contra la pena de muerte hasta su propia muerte, en diciembre de 2011, sigue inspirando a las numerosas personas que defienden la dignidad humana y la justicia en toda la región y más allá: "La pena de muerte es una abominación. Una negación de la dignidad humana. Su aplicación no solo está determinada por el color y la raza, sino también por la capacidad para luchar contra el sistema. Intento ser una voz para quienes no la tienen. No me considero especial, creo simplemente que mi comunidad no es solo la gente que vive en mi calle: es mi comunidad global. Y cuando matan a alguien en China o Uganda o Nigeria o Georgia o Texas, matan un poco de nosotros". Informe 2012 Amnistía Internacional. El estado de los Derechos Humanos en el mundo. -- 188 -- La vida de David Gale (The life of David Gale) Mateo Sancho Cardiel Festival de Berlín, Alemania Dirección: Alan Parker Año: 2003 Duración: 130 min. País: Estados Unidos Aunque su calidad ha sido firmemente puesta en duda, no hay discusión en reconocer que la película que más controversia en su contenido y en su interpretación ha levantado durante la Berlinale ha sido la nueva aportación de Alan Parker a una carrera llena de altibajos en la que se dan cita dramas que crearon escuela, como El expreso de medianoche o Arde Mississippi, musicales de todo tipo, como The commitments, Fama, The wall o Evita, e impersonales adaptaciones como Las cenizas de Ángela. En esta ocasión, el irregular director plasma su volubilidad creativa en todo su esplendor en La vida de David Gale, una interesantísima pero muy dispersa aproximación al manido tema de la pena de muerte. El intrincado juego de apariencias que el guión propone para llevarnos hasta su excelente desenlace, hace tantas sinuosidades que pierde la orientación por momentos y se acaba alimentado de tópicos con equivocado tratamiento, pero en su concepción global teje una trama tan inteligente, tan compleja y tan desgarradoramente humana que consigue transformar en deslumbrante lo que apenas veinte minutos antes había sido mediocre y hasta desdeñable. Valiéndose de una súbita articulación de todas las desperdigadas piezas lanzadas con desdén en los minutos anteriores, el guión de Charles Randolph consigue milagrosamente la transformación de un filme fallido en un mecanismo de engranaje preciso que deja boquiabierto al espectador y consigue su sorpresa cuando ya había tirado la toalla. Tratando de develar lo menos posible este complejo juego de espejos y realidades, hay que otorgar el gran mérito a La vida de David Gale de ser la más original visión de la aplicación de la pena capital, la más rotunda y, sin complejos ni voluntades generalizadoras, la más radical. A través de las investigaciones que una altiva periodista realiza del caso del acusado de violación y asesinato David Gale, -- 189 -- Parker enhebra con pulso desigual el hilo de una historia dura y muy dada a los tremendismos, poniendo sobre la mesa cartas de potentísimas reflexiones filosóficas acerca del sacrificio, el deseo, el amor y, por supuesto, la propia vida. Así, aunque no alcance todos sus objetivos, esta película rubrica lo suficiente para poder pasar por alto todos sus errores y ser materia de estudio y reflexión de profundo calado en sus fantásticos aciertos. A pesar de la dirección demasiado barroca de Parker, llena de movimientos innecesarios y de recursos excesivos, el film cobra relieve con interpretaciones ajustadas de tres grandes actores que se han curtido mucho más en el prestigio que en el estrellato: la garantía de Kevin Spacey, que abarca todos los registros sin demasiados aspavientos, sino con la baza de una credibilidad necesaria para el acaecimiento algo forzado de los hechos; la energía de Laura Linney como la defensora a ultranza del derecho a la vida, y la espléndida ductilidad de Kate Winslet para acercarnos su trabajo hacia la realidad más tangible. Los tres mantienen la fuerza en sus personajes a pesar de que no descubriremos sus verdaderas motivaciones hasta el final, y junto al guión y a la densidad temática, convierten La vida de David Gale en una cinta sugestiva e incluso fascinante. - 190 - Cambalache Enrique Santos Discépolo - 1934 Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé… (¡En el quinientos seis y en el dos mil también!). Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dublé… Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos… ¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor!… ¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador! ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, ¡da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón!… - 191 - ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! ¡Cualquiera es un señor! ¡Cualquiera es un ladrón! Mezclao con Stavisky va Don Bosco y "La Mignón", Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín… Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin remaches ves llorar la Biblia contra un calefón… ¡Siglo veinte, cambalache problemático y febril!… ¡El que no llora no mama y el que no afana es un gil! ¡Dale nomás! ¡Dale que va! ¡Que allá en el horno nos vamo a encontrar! ¡No pienses más, sentate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao! Es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley… -- 192 -- Lo mismo da un burro que un gran profesor Poco podría imaginar el bueno de Santos Discépolo que su tango “Cambalache” iba a convertirse en un funesto retrato, no ya del siglo XX, en el que fue compuesto, sino de toda nuestra sociedad, 80 años después. Compuesto en 1934 para denunciar los excesos y abusos de la “década infame” argentina, en un contexto mundial de Gran Depresión, Guerra Civil Española y posterior Guerra Mundial, fue censurado sistemáticamente por todas las dictaduras militares argentinas desde su creación. Al día de hoy ya es un clásico, no solo del tango, sino de la descripción de una sociedad en crisis, a todos los niveles: económica, cultural, intelectual, política, ciudadana… Su letra es, lamentablemente, el perfecto espejo en el cual mirar e interpretar los tiempos que vivimos. Y estos días lo estamos comprobando en carnes propias: lo mismo me dan las revueltas en Inglaterra, la represión en Siria, las intolerancias indignadas o las filias papistas; la prepotencia política, la sordera artística, el desierto de la cultura y la educación o la vulgarización de la divulgación; la futbolización de la sociedad, la mediocridad poderosa, la incontinencia verbal o las soflamas reclamando derechos que no respetan; la arrogancia de los gurúes, los monólogos sin intención de diálogo, el desprecio por el discrepante, la petulancia y estupidez de la blogosfera; el oportunismo mediático, el sensacionalismo como referente informativo, la búsqueda de público cautivo irreflexivo o el empeño de elevar a los más tontos como modelo a seguir o como referente de lo que sucede… No fue Discépolo un santo. Murió en 1951 repudiado por la intelectualidad de su época por su apoyo incondicional a Perón. En todo caso, su retrato es fiel y refleja lo que somos, en lo que nos hemos convertido y, por desgracia, a donde nos dirigimos. "Cambalache" tuvo el singular privilegio de ser prohibido por todas las dictaduras militares desde la de 1943 en adelante. Su letra, mordaz acusación a la corrupción e impunidad de la "década infame", es tan actual hoy como en 1935. Fue escrito en 1934 para la película "El alma del bandoneón", que se estrenó en febrero de 1935 y cuya protagonista principal era Libertad Lamarque. El tango lo canta Ernesto Famá con el acompañamiento de la orquesta de Francisco Lomuto. Este film es el primero de un ciclo en que la actriz y cantante interpreta una serie de personajes castigados por -- 193 -- el sistema, películas que intentaban una problemática social. La neutralidad favorable a los países del Eje mantenida por el presidente Ramón Castillo prohibió en 1943 la exhibición de la película El fin de la noche, protagonizada también por Libertad Lamarque y el galán Juan José Míguez, con dirección de Alberto de Zavalía, ambientada en un país que padecía la invasión nazi y en la que Libertad interpretaba el tango “Uno”. Los tangos de Discépolo sufrieron los efectos de la moralina impuesta por esa sedición. El ministro de Educación creó una comisión encargada de salvaguardar la pureza del idioma, que arremetió contra los tangos prohibiendo el voceo y el uso de términos lunfardos. Los autores de los tangos prohibidos debieron cambiar de urgencia los términos "ofensivos" para adaptarlos a la mojigatería de esos puristas, lo que dio lugar a títulos y palabras que, por ridículos, alteraban el sentido de las letras que terminaban siendo una parodia del tango. dramaturgo del grotesco rioplatense que le transmitió su pasión por el teatro. Debutó como actor en 1917 y como dramaturgo en 1918 con Los Duendes. Pese a la oposición de su hermano, en 1925 comienza a componer los tangos, cuyas letras angustiadas e irónicas lo convertirían en uno de los grandes renovadores del género. Entre sus mayores éxitos figuran "Cambalache" (1935), "Uno" (1943) y "Cafetín de Buenos Aires" (1948). Discépolo básico www.rincondelbibliotecario.blogspot.com - 194 - Caprichos. Goya. Nació en Buenos Aires el 27 de marzo de 1901 y murió en la misma ciudad el 23 de diciembre de 1951. Fue actor, dramaturgo y cineasta, aunque se destacó como compositor y letrista de tangos. Huérfano desde los nueve años, lo crió su hermano Armando, un Palabras con pasado Cadáver La palabra, que indica un cuerpo sin vida, proviene del verbo latino cadere, caer. Sin embargo, con más ingenio que exactitud, algunos filólogos explicaron la formación de esta palabra como procedente de la frase caro data vermibus, carne entregada a los gusanos. La frase se habría encontrado en una lápida sepulcral a la que el tiempo había desgastado no dejando sino las sílabas iniciales: ca da ver. Pechoño Muchos piensan que este término utilizado para señalar al hombre excesiva o aun falsamente piadoso, deriva de "pecho", de mucho "golpearse el pecho". Don Miguel A. Román, en su Diccionario de Chilenismos, da sin embargo una versión por completo diferente. Afirma: "Pechoño, pechoña: Diminutivo de Petronio y de Petrona y Petronila. Forma hipocorística antigua en Chile. De ella se derivó el apodo de "pechoños”, que se dio en Santiago a los miembros del Corazón de Jesús, sociedad de laicos fundada por Fray Francisco Pacheco, de la Recoleta Franciscana… Al principio y antes de tener capillas propias, como las tuvieron después, todos estos hermanos se reunían para sus ejercicios piadosos en la casa y oratorio de una señora llamada Petrona, que era muy conocida con el nombre familiar de Pechoña, que luego se extendió a todos ellos. Poco más tarde, siguiendo el desenvolvimiento natural, se generalizaron la idea y el nombre, llamándose pechoño al beato, al devoto o al santurrón". (Dicho sea de paso, ya que don Miguel A. Román no estimó necesario explicarlo, por "forma hipocorística" se entiende la forma cariñosa en que hablan los grandes para imitar a los niños.) Revista Saber para todos. Nº 1. Santiago: Quimantú, 1973. -- 195 -- Los dadores Alfonso Alcalde Personajes: • Salustio Trúbico Enfermera Vendedor Multitud de Mujeres con Pancartas La primera sirena de la fábrica textil alerta a los que son llamados de los pitos. Es la señal para la entrada del primer turno. El Salustio y El Trúbico aparecen en la puerta con el cuello levantado de sus chaquetas "a la huila", dando diente con diente, hambre con hambre. En el interior de la mediagua, Estubigia duerme como siempre, desde hace tantos años. A veces despierta. Auscultan la neblina de la hora, más gris que negra, y la luz incierta de la madrugada. Abajo a su alrededor queda el abismo, la nada, la exigencia de salir a ganarse el pan porque son marginales sin trabajo fijo. ¿Para qué? Llevan el soplete y el cautín, sus únicas herramientas. La casa callampa está ubicada en el espacio más claro que abre la mañana. Los cartones y latas han sido colocados con algo de maestría arquitectónica tan simple como profunda es la miseria que alberga. Parecieran mirar un mapa imaginario esperando la pregunta de todos los días a la misma hora: qué rumbo tomar. Se escuchan algunos gallos y el traqueteo de las carretas llevando verduras y frutas a la feria. No se percibe ningún otro sonido, como si estuvieran colgando en el vacío. Cae un día más sobre sus vidas sin destino. El Salustio y El Trúbico titubean como si cada día se les hiciera más difícil salir a ganarse la vida sin rumbo fijo, como si siempre giraran en torno de algo que va perdiendo sentido. Es como la repetición del fracaso. Pero todavía les queda una remota defensa (tal vez la última), alimentándose con una esperanza quimérica. Pero no basta.Ahí en la puerta de su mejora, calados por el frío, podrían estar al borde del abismo, pero darán nuevamente el primer paso y así será hasta que mueran. Salustio Trúbico (Se moja el dedo levantándolo para confirmar de qué lado viene soplando el viento. Mueve la cabeza como dudando de los resultados) (Curioso) ¿Y? - 196 - Salustio Trúbico Salustio Trúbico Salustio Trúbico Salustio Trúbico Salustio Trúbico Salustio Trúbico Salustio Trúbico Salustio Trúbico Está más o menos la cosa. Parece que vamos a tener agua. ¿Y por si acaso no se vislumbra un temporal de vino tinto? (Metafísico) ¿Por qué la naturaleza es tan cruel con nosotros, los sedientos? Es que don Jecho tiene sujetos los tímpanos por ese lado… Aunque cuando vivió aquí en la tierra le daba como caja al guargüero. Si era muy arrebatado del chuico… Sí, pero ya después se pasó al enemigo y ahora toma pura agua mineral con hoyitos. Estaría siendo un poco amarillo por ese lado. (Pesimista, pero con un atisbo de fe) Andamos con las puras migas en los bolsillos y encima hace varios días que la rosa de los vientos nos está haciendo la desconocida y vamos de derrota en derrota. Pero no vamos a entregar las herramientas. (Buscando una solución desesperada) Fíjese, compadre, que se me estaba ocurriendo una solución medio suicida. ¡Lo único que faltaba! Entonces (gesto adecuado), ¿nos estaríamos haciendo el harakiri? ¡Si no es para tanto! Yo creo que tendríamos que salir a vender algo. Y parece que le tengo la solución. (Práctico y realista) ¿Y qué es lo que vamos a vender si apenas nos van quedando las puras patas y el buche? (Tratando de tentar a su compadre, aunque sabiendo de antemano que su oferta será rechazada) Escuché que la radio estaba haciendo sonar la noticia de que necesitaban "dadores" voluntarios. (Sin entender) ¿Dadores? ¿Dadores de qué cosa? Esta es la nuestra compadre: ¡dadores de sangre! ¿Cómo sabe si resultamos del grupo RH y nos hacemos ricos de un viaje? (Escéptico) Mejor es que se pongan a buscar sangre por el lado del matadero. Pero conmigo no. (Convincente) Es que usted no le busca el lado positivo a la cuestión. Nosotros damos la sangre y nos pagan la tucada correspondiente (gesto de guardarse el dinero en uno de los bolsillos del pantalón). ¿Y qué hacemos con la plata? La gastamos reforzando la vitamina. Después seguimos vendiendo la sangre y comiendo a la carta. ¿Se ubica? Mucho con la plusvalía de la sangre… Pero póngase en el caso del occiso que recibiera la sangre de nuestras personas y resultara un renegado, un abstemio. ¡Le vendría la rosita de un viaje! - 197 - Salustio Trúbico Salustio Trúbico Salustio Trúbico Salustio Salustio Trúbico Enfermera Salustio Enfermera Salustio Enfermera Salustio (Sorprendido) ¿La rosita? Claro. La cirrosis. Si a nosotros nos corre puro tintín por las venas… (Insistente) Quiubo, ¿vamos o no vamos? (Convenciéndose de a poco) En todo caso sería más conveniente echarse unas piedras al bolsillo… Yo tengo el recelo… ¿Y para qué necesita las piedras? Para no elevarnos a las alturas después que los vampiros nos saquen hasta la última gota de sangre. También es cierto. “Ele jota”, entonces. Ánimo, compadre. Llegan a la clínica y son recibidos por una enfermera. Al centro de la sala, una mesa con flores que Salustio olfatea apenas llega. Se ven varios compartimientos cortos, como W.C. públicos, destacándose los zapatos de los usuarios. Cada compartimiento tiene un letrero en la puerta CRESPOS OJITOS AZULES MELLIZOS NEGRITOS PERO SIMPÁTICOS ZURDOS En una de las paredes cuelga la imagen de la Virgen María con un rostro que simboliza la inocencia más completa. La enfermera que los atiende es una mujer de 24 años, regular estatura, busto prominente. La reacción de ambas partes resulta un tanto ridícula. El Salustio y El Trúbico no pueden controlar un exagerado Ohhhhhh! de admiración por la belleza de la mujer vestida de blanco y –como es lógico– El Salustio clava sus ojos en su escote. (Cohibido, ingenuo) ¿Aquí es el hotel donde…? (Pegándole un codazo) Si no es hotel. Es hospital… (Mundana) Pasen, pasen, caballeros. (En el colmo de la honradez) Nosotros no somos caballeros, pero igual vamos a pasar… (Tono profesional) ¿Ustedes son dadores? Ni que fuera adivina. ¿Se nos nota? A sus órdenes para hacerle el favor, señorita… (Coqueta) ¡Uy, pero aquí con tanta luz y sin anestesia! ¡Fíjese que no me atrevo!… (Lanzado) Cuando usted diga estaríamos en condiciones de volarle la cofia. - 198 - Enfermera Salustio Trúbico Salustio Enfermera Trúbico Enfermera Salustio Trúbico Enfermera Trúbico Enfermera Salustio Trúbico Salustio (Tratando de desviar la conversación) Estoy segura de que el mundo marcharía de otra forma si hubiera más dadores tan "dijes" como ustedes… (Tocado a fondo en su amor propio) No le vamos a negar lo contrario. Estamos escaseando. (Describe semicírculos con el pie, tratando de mostrar una falsa modestia, mientras se toca los músculos del brazo derecho). (Lanzándose a los brazos de la enfermera y con tono de proclama) Es que si fuera por nosotros, nos daríamos enteros. (Reafirmando) Eso mismo. Escuchamos el llamado y aquí estamos como una tabla. A nosotros no nos asustan los vampiros. (Doble sentido) Ni las vampiras tampoco… (Con indisimulada curiosidad) ¿Y cuánto están dispuestos a dar? (Preocupado, titubeante) Nosotros, para entrar en confianza con la ciencia médica, estaríamos dispuestos a ponernos con un litro. ¿Lo estima prudente? (Anotando) ¿Un litro cada uno? (Seguro de sí mismo) Un litro él y un litro yo. O sea dos litros para ser más precisos. Nosotros somos socios en todo, pero en este caso él da su sangre y yo doy la mía… (Con viva curiosidad) Señorita, ¿a cómo está corriendo el litro? Estamos pagando $ 100. Ni más ni menos. (Haciéndose de rogar) ¿100 pesos? ¿Pocazo, no? ¿Y por el medio pato, cuánto chipean? (Tratando de entender lo que significa "medio pato") ¿Medio pato? Aquí solo compramos de un litro para arriba. (Dejándose llevar por el entusiasmo) ¿Y por un fudre de 500 litros, con cuánto estarían dispuestos a manifestarse? (Al Trúbico, en actitud cómplice) En ese caso nos estaríamos llenando de oro, compadre. Quiubo, ¿se anima? (Como siempre más cauto y con los pies en la tierra) Sería cuestión de hacerle el empeño… (Suspicaz, con su vieja malicia) Señorita. A lo mejor ustedes también bautizan el producto para sacarle más provecho, igual que en la borrachería del Custodio. Ahora en vez de llamarlo Custodio le dicen el "Jean Custeau" por el afán que tiene de echarle tanta agua al vino…, y los borrachos andan en bote por el negocio. - 199 - Enfermera Trúbico Enfermera Trúbico Salustio Enfermera Salustio Enfermera Salustio Enfermera Trúbico Enfermera Trúbico (Última advertencia) Esto es muy serio. Les advierto que la donación que harán ustedes debe quedar en el más absoluto secreto. (Pillándola al vuelo) No se preocupe, señorita. Nosotros somos tumba en ese sentido. Calleuque el loro. (Haciendo un fingido gesto de sorpresa) Uy, que distraída soy. Se me olvidaba un detalle. Antes de empezar el manipuleo, tienen que bajarse los pantalones… El Salustio y El Trúbico retroceden y levantan el brazo izquierdo cubriéndose el rostro, como en la parte culminante de un drama griego. Luego se acercan a la enfermera exigiendo una explicación. Están confundidos, complicados. (Sin entender nada de nada) ¿Manipuleo? ¿Bajarse los pantalones? (Resistiéndose) Nosotros no venimos a hacerle el streptresiiii. (Tajante) Así lo exige la ciencia médica. (Fatalista) Si nos pone frente a ese dilema, obligados a aceptar. ¿Y por qué no se baja usted también los rompepasiones? Así estaríamos más en confianza todos a poto pelado. (Coqueta) ¡No me tienten, no me tienten! (Se arregla la cofia tratando de recuperarse. Cambia bruscamente de actitud). Les advierto que no estoy dispuesta a seguir perdiendo el tiempo con su chacota… (Ingenuo) ¿Verdad, señorita, que ante la ciencia médica no hay que sentir vergüenza, aunque uno parezca que anda con calcetines y no anda nada con calcetines por culpa de la mugre u sea del piñén, ji…? (Con sentido práctico) Por supuesto que no. ¿Entonces es cierto que usted no le va a contar a nadie el verdadero color de los calzoncillos nuestros que usamos tipo cebra? (Categórica, para devolverle a los dadores la confianza en la ciencia médica) ¡No faltaba más! El Salustio y El Trúbico desenredan con falso pudor la cuerda que les sujeta los pantalones. Quedan en calzoncillos. La enfermera saca de uno de sus bolsillos un cuaderno y empieza a anotar en forma un tanto exagerada el resultado del examen visual, como imaginando lo que se insinúa bajo los calzoncillos, sin evitar los Ohhhhh! de sorpresa… (Disculpándose y señalando el abdomen) Usted me va a perdonar señorita, pero esta cicatriz se la debo a la Estubigia. Se fue de tarascón conmigo cuando le vino el ataque de celos. ¡Veintidós puntos! (Los muestra contando los primeros). Resultó hasta capicúa. El ciruja gastó - 200 - Enfermera Salustio Enfermera Salustio Enfermera Trúbico Salustio Trúbico Enfermera Salustio Trúbico como un carrete de hilo para operarme la guata. Ni que hubiera sido sastre. Yo creí que se iba a poner a jugar al volantín conmigo cuando le vi ni que medio carrete. (Indiferente, aunque algo cómplice) Veintidós puntos. ¡Quizás en qué diablura lo anduvieron pillando! Tenga la seguridad que aquí nadie lo va a morder. Al contrario… (Demagogo) Señorita, nosotros ya no pertenecemos a esta vida. (Místico) ¿No ve que estamos entregados a la ciencia médica, siempre que nos chipeen sus buenas lucas? (Se levanta y ordena) Síganme entonces. (Lleva de la mano al Salustio hasta el compartimiento que dice "Mellizos") (Deletreando con dificultad) “Me-lli-zos”… ¿Qué significa este letrero? (Tratando de tranquilizarlo) No se preocupe. Después le explico. (Al Trúbico) Usted tiene que pasar a este otro compartimiento. (El letrero en la puerta dice "Ojitos azules"). La enfermera entrega a El Salustio y El Trúbico un impresionante recipiente de color verde y otro blanco y se retira. Los dadores no se pueden explicar lo que está ocurriendo y se miran desconcertados… (Sale precipitadamente recipiente en mano de su compartimiento y llama a la puerta de El Salustio) Otra vez nos metimos en un forro, compadre. ¿Para qué diablos nos dejó este recipiente tan grande? ¿Y qué será esa funcia del manipuleo? (Buscando una explicación) Según me habían dicho la sangre la sacaban con jeringa… Llamemos a la enfermera para aclarar este enredo. Tengo toda la tincada que de este tete vamos a salir muy mal parados… Están en el centro del escenario. El Salustio busca un timbre. Al encontrarlo, lo aprieta en forma insistente y con rabia. Entra la enfermera con apariencia coqueta, ufana, sin ocultar la excitación que le provoca vivir entre dadores… ¿Llamaron? (Franco, directo) Fíjese, señorita, que estamos con el dilema. No sabemos qué hacer con este tacho. (Lo muestra) ¿O es que acaso tenemos que sacarnos la sangre a cuchillazo limpio? En todo caso se le olvidó pasarnos el cuchillo para que nos hiciéramos el harakiri… (Advertencia) Por si acaso nosotros hemos venido a dar sangre. Y usted nos ordena el ma-ni-pu-leo, ¿adónde nos lleva su filosofía? - 201 - Enfermera Salustio Enfermera Trúbico Salustio Enfermera Salustio Enfermera Trúbico Salustio Trúbico Salustio Trúbico Enfermera (Preparando el terreno) ¡Chiquillos!, esta es la sala de los dadores. Pero no de los dadores de sangre, sino de los dadores de semen. (Ríe tapándose la boca) ¡Qué divertido! (Sin entender, retrocediendo, como buscando una puerta de escape) ¿Dadores de semen, dijo? (Frotándose las manos) Se-men, tal cual. Guagüitas… (Maternal) Arrorró mi niño, duérmase por Dios o vendrá la vaca a comer potito… (Como negándose a aceptar la realidad) ¿Semen? ¡Cementerio tendrá que ser! (Fatalista) U sea que estaríamos trabajando para el lado de las cruces. ¡La peguita que nos fuimos a buscar, compadre! (Didáctica) Lo que pasa es que hay muchas señoras que no pueden tener familia. Entonces recurren a la ciencia médica para que nosotros les juntemos los bichitos… (Rascándose el cuerpo) Los bichitos, las pulguitas… (Acentuando su tono científico) Ocurre que después de cada manipuleo aparecen vivitos y coleando unos siete millones de bichitos, de guagüitas. Salen sopladas, eso sí. (Hace el gesto adecuado, ante la sorpresa de El Salustio y El Trúbico). (Busca sin resultado a las supuestas guagüitas que debido a la velocidad que pasaron desaparecieron en el horizonte) (Rascándose la cabeza) ¡Siete millones de guagüitas! Lo que son las cosas, compadre. ¡Fíjese por el lado que vinimos a resultar millonarios! (Tratando de que no lo oiga la enfermera) ¿Qué le parece si en vez de venirnos a "manipularnos" acá, mejor nos instalamos por nuestra propia cuenta? (Pillando la idea al vuelo) Con una fábrica propia de "guagüitas". Tendría que ser a escondidas, para que no me pille la Estubigia, que siempre anda al cateo de la laucha cuidando las municiones de la cantimplora mía… (Soñando) Tendríamos que comprar unos siete millones de botellitas vacías y después con un poco de paciencia ir echando adentro, uno por uno, los bichitos ¡Tan lobos no han de ser! (Sacando la cuenta con los dedos) Vendiendo a peso cada bichito, son siete millones de pesos… (Tratando de darle un corte a la situación) Terminemos la chacota, ¿se van a manipulear o no? - 202 - Trúbico Salustio Enfermera Salustio Trúbico Enfermera Salustio Enfermera Salustio Enfermera Salustio Enfermera Trúbico Enfermera (Con legítima duda) Señorita, ¿no considera como mucho un litro de bichitos para el uso particular de una sola persona? (Reforzando) En caso de usar todo el pegamento del tacho sería lo mismo que irse de luna de miel con la hinchada del Colo Colo. Son ustedes los que tienen que decidir. (Amenazante) Sin manipuleo no hay plata… (Mira a El Trúbico como pidiéndole disculpas) ¿Aceptamos o no? (Entregando la oreja) ¡Qué le vamos a hacer! Ya estamos en esto… ¡Pero un litro! ¡Ni que fuéramos vacas lecheras…! (Sin ocultar su alegría al comprobar que ha convencido a los dadores) ¡Los felicito! Pueden empezar cuando quieran. (Con humildad) Señorita, ¿le podemos pedir un favor antes de empezar el manipuleo? (Triunfadora) ¡Por supuesto! ¿Por qué no nos da vuelta el retrato de la santita? ¿No ve que con esa mirada de la Virgen más es la vergüenza que le entra a uno? La podrían cambiar por una foto de la Brigitsss Bardotsss corta de ropa. Es para aumentar el rendimiento, para sacar más rápido la tarea… (Se sube a la silla y da vuelta la imagen religiosa. El Salustio y El Trúbico no pierden la oportunidad de mirarle los calzones, poniéndose en cuclillas con todo desenfado. Se codean cómplices) Chiquillos, los dejo. Quedan como en su casa. ¡Feliz manipuleo! ¡Quién como ustedes! (Sale sin ocultar su risa contagiosa) (Tratando de detenerla. Última queja) ¿Un litro de guagüitas no será mucho, señorita? A lo mejor van a usar el producto nuestro para afirmar los afiches de alguna campaña contra los accidentes del tránsito. (Dándoles ánimo) Se nota que ustedes van a sacar la tarea en un santiamén. No se van a dar cuenta cuando ya habrán rebasado el recipiente. Ojalá que las guagüitas salgan parecidas a ustedes… (Tratando de justificarse) Señorita, en mi caso quiero contarle la firme. Como usted me ve, yo soy turnio de ambos ojos. Un compadre me puso de sobrenombre "Trúbico" u sea turnio pero dicho con más "cachés", que soy bizco. A lo mejor la sangre mía también lleva ese sello trúbico y las criaturitas salen igual que yo con los ojitos mirando para donde no se usa. (Apoyándolo) Mejor todavía, porque no tenemos bichitos trúbicos en nuestra colección. (Apurando a los dadores). Bueno, llegó el momento - 203 - de manipulearse… ¡Manos a la obra, chiquillos! (Cierra la puerta de los respectivos compartimientos y se aleja tarareando) PAUSA. TIEMPO CANCIÓN DE CUNA. Enfermera Trúbico Salustio Enfermera Salustio Trúbico Salustio Enfermera Gritos Vendedor (Se anuncia. Entra motivada por una viva curiosidad que no puede ocultar. Golpea los compartimientos donde se están manipulando El Salustio y El Trúbico) ¿Se puede? ¿Cómo están, chiquillos? Espero que lo hayan pasado regio. ¿Me llenaron los recipientes con lechecita?… El Salustio y El Trúbico salen de sus respectivos compartimientos llevando cada uno un balde en la mano. (Sin ocultar su agotamiento) Lo que pasa, señorita, es que usted nos exige mucho. (Bromista) Oiga está el puro pío entre las guagüitas. ¿Las escucha? Parece que están llamando a la mamita… Nada. (Después de mirar minuciosamente los dos recipientes) Los felicito. Con tantos bichitos van a dejar embarazadas a todas las señoras de Chile. Se notaba a la legua que ustedes son muy abundantes… (Tirándose al dulce) Señorita, fíjese que yo estaría dispuesto a hacerle una trampa a la ciencia médica. Me gustaría cambiar el recipiente por la tutuma de su propia persona. (Tono altamente científico) Sería como hacer las guagüitas en vivo y en directo sin necesidad de manipuleo. ¿Qué le parece la oferta? ¿Se ubica en el himeneo? (Coqueta) Usted que es lanzado, oiga. Se aprovecha porque una anda saltona entre tantos dadores. Se escuchan a lo lejos y en aumento los gritos de una multitud. La enfermera corre la ventana. El Salustio y El Trúbico se miran desconcertados. ¡Guaguas sí, dadores no! ¡Guaguas sí, dadores no! Aparece el "Vendedor de guaguas" con algunas mujeres que llevan pancartas con inscripciones "Abajo los dadores!" "Guaguas sí, dadores no". (Explicando su cometido) Nosotros estamos dando una batalla contra estos dadores que son más falsificados que empanadas de aserrín. - 204 - Salustio Vendedor Trúbico Enfermera Vendedor Trúbico Vendedor (Con ira) ¿De dónde salió este bolas de hule? (Terminando de explicar su cometido) Ustedes no me corren porque con toda seguridad deben echar mucho fuera del tarro. Allá abajo tengo una carretilla con 100 guagüitas. ¡Recién sacadas de la mata! ¿Acaso también las vendís caladas? (Sin poder creerlo) ¡Cien guagüitas! ¡Qué maravilla! (Maternal). GuGu. Te-Ne-Te-Ne-Tu. (Con efectivo sentido práctico) Por cada diez guagüitas damos una de regalo y otra de repuesto, por si hubiera alguna dificultad… Oye, guargüero de tiuque. ¿Se puede saber cuánto le pagái a las comadres para que se pongan en posición cúbito dorsal en tu fábrica de guaguas? (Ufano) Las comadres trabajan por el puro amor al arte. Viven en posición de combate día y noche. Por eso les cunde la tarea a las gordiflonas. Son muy rendidoras para el multiplico. Las mujeres aprueban el argumento del Vendedor de Guaguas con gestos adecuados. Salustio Vendedor Trúbico Vendedor Enfermera Trúbico Salustio (Tocado en su amor propio) Oye, lengua de púa. ¿Por qué no nos dai las direcciones de las donantes para aumentar el rendimiento de tu fábrica? (Tratando de dar el golpe de gracia) (A la enfermera) Lo que usted tiene que hacer, señorita, es eliminar a los intermediarios. ¿Para qué esperar los nueve meses? Con estos "dadores" que contrató con toda seguridad que las guagüitas le van a salir con nariz colorada como ampolleta. Escoba, ñapi de coliflor… (Tratando de vender su pomada) En cambio con las guagüitas nuestras las señoras salen del capricho de un viaje… Se acorta el camino. Van garantizadas. Fíjese que la idea no es mala. Bastaría poner en fila las cien criaturas para que las señoras vayan eligiendo a su regalado gusto. Se corre menos riesgo también. (Al Salustio) ¿No te decía yo? Con lo quemados que somos, ahora nos vamos a quedar achacados con el producto del manipuleo. (En un gesto de desesperación) ¡Eso nunca! ¡Sería un holocausto!… - 205 - Enfermera Trúbico Trúbico Salustio Trúbico Salustio Trúbico Salustio Trúbico Salustio Trúbico Salustio El Salustio y El Trúbico se suben los pantalones, frustrados, desengañados. Miran largamente el recipiente que cada uno tiene a sus pies. De pronto, como obedeciendo a una misma señal, patean sus respectivos tachos. El líquido comienza a derramarse lentamente. (Llevándose las manos a la cabeza) ¡Qué es lo que han hecho! Esto es un atentado contra la ciencia médica. (Furioso) Ya que usted se interesa tanto por la oferta de este guaripola de sebo, le dejamos las guagüitas de regalo… Los dadores se retiran cohibidos, frustrados. Lejos se escucha el coro de las guaguas, llorando. La enfermera los sigue con la mirada sin ocultar su asombro… (Al Salustio) ¿A usted también le tiemblan las piernas? Miren que no me van a temblar. Si parece que vengo saliendo ni de que medio partuceo, pero sin ningún poto. Se ensañó con nuestros ñafles la vampira vestida de blanco. A lo mejor creía que teníamos que donar petróleo en vez de las guagüitas… Lo que es a mí, se me secó el pozo… Escobamente. Le vamos a pedir a la Estubigia que le agregue un trocito de longaniza a los porotos. Cuando tengamos porotos. A lo mejor resultaría más "rentable" ofrecer nuestros servicios puerta por puerta… En ese caso tendríamos una categoría más profesional. Pasaríamos a ser "pichulólogos" de un viaje… Y no tendríamos necesidad de andar llenando el balde… (Una vez más deciden pactar un nuevo compromiso) Desde ahora en adelante seremos Salustio y Trúbico S.A. Y para más recacha, pichulólogos… Las viejucas necesitadas van a tener que anotarse con varios días de anticipación para que nosotros le demos curso a sus demandas serxuales… (Se abrazan) (Imitando a la enfermera) Y le vamos a poner una sucursal a la chuchijunta de la enfermera con cofia con "los bichitos", las guagüitas, ñe, ñe, ñe… Se alejan triunfadores, aunque caminan con alguna dificultad apoyándose el uno en el otro. - 206 - La ciencia lo avala Reírse mejora la salud Las carcajadas provocan efectos positivos, tanto físicos como psicológicos, y son un hábito saludable que conviene poner en práctica cada día. Umberto Eco urdió toda una trama policíaca entre los muros de una abadía en la Alta Edad Media para exponer el poder de la risa. En El nombre de la rosa se suceden incluso crímenes para ocultar al pueblo la defensa que supuestamente hiciera Aristóteles sobre la bondad de las carcajadas. Esto es, por supuesto, ficción, pero no está exenta de realidad, ya que hubo tiempos y lugares –aún los hay– en los que lo sensato y maduro era permanecer serio, taciturno, incluso hosco. La risa y un buen humor frecuente se asociaban a la frivolidad y la inmadurez. Afortunadamente, las investigaciones, como aquella que imaginara el escritor y semiólogo italiano, han avalado algo que la sabiduría popular intuía y hoy la ciencia demuestra: reír es saludable. La risa está localizada en la zona prefrontal de la corteza cerebral, la parte más evolucionada del cerebro. En esta zona, según los expertos, reside la creatividad, la capacidad para pensar en el futuro y la moral. Sin embargo, conforme cumplimos años y se nos supone más sabios, perdemos la espontaneidad de dejarnos llevar por la risa, de buscar la carcajada o de encontrar la parte cómica a las situaciones. Por eso, hay veces que conviene aprender a reír, o a recordar cómo se reía. La risa como terapia Sigmund Freud atribuyó a las carcajadas el poder de liberar al organismo de energía negativa. Esta capacidad fue científicamente demostrada cuando se descubrió que el córtex cerebral libera impulsos eléctricos negativos un segundo después de comenzar a reír. En lógica relación con esta evidencia, en los últimos lustros se ha afianzado la risa como terapia. Cuando reímos, el cerebro emite una información necesaria para activar la segregación de endorfinas, específicamente las encefalinas. Estas sustancias, que poseen unas propiedades similares a las de la morfina, tienen la capacidad de aliviar el dolor, e incluso de enviar mensajes desde el cerebro hasta los linfocitos y otras células para combatir los virus y las bacterias. Las endorfinas desempeñan también otras funciones, entre las que destaca su papel esencial en el equilibrio entre el tono vital y la depresión. De ellas depende algo tan sencillo como estar bien o estar mal. Como se puede comprobar, aprender a reír es algo más importante de lo que parece a simple vista. Una de las líneas de trabajo en algunos centros de psicoterapia es la risoterapia, que consiste en estimular la producción de distintas hormonas que genera el - 207 - propio organismo con ejercicios y juegos grupales. Su cometido es el de potenciar el sistema inmunitario en general y facilitar la superación de diferentes bloqueos. Se utilizan técnicas que ayudan a liberar las tensiones del cuerpo y así poder llegar a la carcajada, como la expresión corporal, el juego, la danza y ejercicios de respiración o masajes. Se trata de lograr reír de una manera natural y sana, de que las carcajadas salgan de lo visceral e irracional, como en los niños. En el fondo, a lo que se aprende es a orientar la percepción de las situaciones para que al verse en ella nos riamos, con nosotros mismos y con los demás. Efectos físicos de la risa Ejercicio: con cada carcajada se ponen en marcha cerca de 400 músculos, incluidos algunos del estómago que solo se pueden ejercitar con la risa. Limpieza: se lubrican y limpian los ojos con lágrimas. La carcajada hace vibrar la cabeza y se despejan la nariz y el oído. Además, elimina las toxinas, porque con el movimiento el diafragma produce un masaje interno que facilita la digestión y ayuda a reducir los ácidos grasos y las sustancias tóxicas. Oxigenación: entra el doble de aire en los pulmones, dejando que la piel se oxigene más. Analgésico: durante el acto de reír se liberan endorfinas, los sedantes naturales del cerebro, similares a la morfina. Por eso, cinco o seis minutos de risa continua actúan como un analgésico. De ahí que se utilice para terapias de convalecencia que requieren una movilización rápida del sistema inmunológico. Rejuvenecedora: rejuvenece al estirar y estimular los músculos de la cara. Tiene, además, un efecto tonificante y antiarrugas. Previene el infarto: el masaje interno que producen los espasmos del diafragma alcanza también a los pulmones y al corazón, fortaleciéndolos. Facilita el sueño: las carcajadas generan una sana fatiga que elimina el insomnio. Efectos psicológicos de la risa Elimina el estrés: se producen ciertas hormonas (endorfinas y adrenalina) que elevan el tono vital y nos hacen sentir más despiertos. Alivia la depresión: nos hace ser más receptivos y ver el lado positivo de las cosas. Proceso de regresión: puede generar un retroceso a un nivel anterior de funcionamiento mental o emocional, generalmente como un mecanismo para aliviar una realidad que se percibe como dolorosa o negativa. Exteriorización: a través de la risa las personas exteriorizan emociones y sentimientos. A veces es percibida como una energía que urge por ser liberada, sobre todo cuando necesitamos reír y la situación social no lo permite. También debemos hacer hincapié en los factores sociales de la risa, como su carácter contagioso, la salvación de situaciones socialmente incómodas y el poder comunicativo del humor. Estos revisten una importancia terapéutica especial ante disfunciones de tipo social. - 208 - http://revista.consumer.es/web/ es/20051101/interiormente/ - 209 - Cazuela a la chilota Naín Nómez Esta cazuela es de gallina-gallina y los chilotes dicen que lo primero es asentar la olla: molamos unos dientes de ajo en un mortero rudo y veteado de cuchillos, agreguemos cebollas, chalotas (o cebollines) finamente picados y mejor si refritos en manteca con ají de color. Después desprese el ave con cariño, como quien va sacando el aire del sueño y póngala en el atrio con pimienta y comino, dorándola melancólicamente bajo diferentes grados de longitud casi de a poco, y luego el agua hirviendo, hasta que todo navegue en la sordina de las emanaciones ciegas, de las efemérides galopantes, de los perfumes nómades que se parecen a ti. Tomemos luego una sartén bruñida, gigantesca, de estirpe rancia, de esas que abrían el desayuno - 210 - entre las sábanas y pongamos en ella una o dos cucharadas de harina, mantequilla espumeando entre los oros y hasta un poco de 'enjundia' entrañable en su esencia plumífera, revolviendo y barriendo la mixtura antes de que las llamas del esplendor dorado la sequen en su llanto, deshaciéndola en la transparencia del caldo para volver a la constelación de la olla y culminar en la gran sinfonía terrenal de burbujas sin fondo que alguna vez encendió la locura de tus ojos errantes. Nos queda sólo freír las papas cortaditas como tejos de rayuela, agregar el perejil finamente picado y esperar que valga la pena esta batalla acicateada con un picante putamadre o cacho de cabra y un vino navegado para que el barco de los sabores nos devuelva al puerto y recobremos con asombro la nostalgia de los orígenes. - 211 - Recetas de la abundancia Esther Sánchez Botero PICARONES Ingredientes: - dos tazas de zapallo - una cucharada de sal - ¼ de cucharada de bicarbonato - 2 tazas de harina de trigo - aceite Preparación: Cocine el zapallo en trozos pequeños con la sal, y mientras hierve, vaya deshaciéndolos por completo con el tenedor. Añada el bicarbonato y la harina y bata rápidamente hasta que se despegue del tiesto y se forme una bola. Con las manos ligeramente húmedas haga unas bolitas con un hoyo en el centro y después fríalas en aceite caliente. Sírvalas con el siguiente almíbar. Almíbar para picarones Ingredientes: - una taza de chancaca. - ½ taza de azúcar granulada - 2 cucharaditas de maicena - 2 tazas de agua - 1 astilla de canela - 5 clavos de olor - 1 cáscara de limón. Preparación: Coloque el agua en una cacerola con el azúcar, la canela, los clavos de olor y la cáscara de limón. Cuando hierva, añada la chancaca y deje hervir durante 15 minutos. Añada la maicena diluida en un poco de agua y déle otro hervor durante 10 minutos. Cuele y agregue los picarones sin dejarlos remojar. - 212 - Teun van Dijk: “Las élites son las primeras responsables en la reproducción del racismo” Antonieta Muñoz Navarro Un nuevo estudio sobre la relación entre la prensa y las minorías étnicas será uno de los motivos por los que el lingüista holandés Teun van Dijk viaje nuevamente a Chile. Ese tema lo ha apasionado durante gran parte de su vasta trayectoria académica y lo ha transformado en un verdadero referente en el análisis del discurso y el racismo. Teun van Dijk no asume solo un rol de observador frente al problema que está abordando. Según su postulado, quien investiga el racismo adquiere un compromiso ético-social con quienes son víctimas de este: pueblos indígenas, inmigrantes, minorías sexuales, población negra y mujeres discriminadas. Definitivamente, Van Dijk es un académico con muchos años de experiencia que a través de su propia teoría nos observa y reflexiona sobre nuestra realidad. Antonieta Muñoz: Una mayoría cree que solo son racistas quienes participan de genocidios como los ocurridos en las guerras. Pero usted hace mucho tiempo estudia "el nuevo racismo", practicado en la vida cotidiana contra pueblos y minorías. Teun van Dijk: Podría resumir mis 25 años de trabajo en tres grandes tesis. La primera es que el racismo es un sistema social de dominación étnica y/o racial. Comprende un subsistema social –discriminación– y otro mental o cognitivo –prejuicio o ideología racista–. Una segunda idea es que el discurso tiene un papel muy importante: podemos discri- minar con él de la misma manera que con actos como la prohibición de acceso a un país, a un barrio, a una vivienda o a un trabajo. Además, los prejuicios e ideologías se aprenden por el discurso, que finalmente es la interfaz entre los subsistemas social y cognitivo del racismo. Mi tercera tesis es que las élites simbólicas tienen un rol muy especial. Ellas lideran la política, los medios de comunicación, la educación o la ciencia y tienen acceso preferencial a los discursos dominantes. Si el racismo se aprende por el discurso público y este es controlado por las élites, ellas son las primeras responsables de la reproducción de esa conducta. - 213 - AM: ¿Es posible afirmar que en el pueblo chileno efectivamente predominan actitudes racistas?¿O usted evalúa que estas no son ni mayores ni menores que las que se observan en otras sociedades latinoamericanas? TD: Las formas de discriminación no son iguales en toda América Latina. Por ejemplo, de los datos que he visto para nuestro libro Racismo y Discurso en América Latina, yo diría que hay racismos más explícitos en Guatemala que en varios otros países. En Chile y en Argentina un prejuicio racial más nuevo es el que hay en contra de inmigrantes pobres del Perú o de Bolivia. AM: ¿Cómo caracterizaría usted el que se da con los mapuches? TD: Es comparable con el racismo contra gente indígena observado en toda América Latina; es muy viejo, con raíces profundas en la colonización y la conquista de la Araucanía, y se mezcla con el clasismo contra la gente pobre. Por ejemplo, eso es manifiesto en las referencias a la lucha contra lo que llaman "el terrorismo", cuando los mapuches ocupan sus propias tierras o participan en acciones contra empresas que ganan dinero con los productos –como la madera– de esos territorios. Obviamente ese rechazo es más fuerte en la derecha porque se vincula a un valor como el de la propiedad privada, que se enfrenta al de la propiedad colectiva de la tierra mapuche. AM: ¿Hay verdadera conciencia en Chile acerca de ese problema? TD: La hay por lo menos entre una minoría de gente comprometida y eso es el principio del antirracismo necesario. No veo a los chilenos ni más ni menos racistas que a los habitantes de los demás países de América Latina. Obviamente se necesitan años de análisis y acciones para que ellos asuman verdaderamente que son poseedores de racismo, como en Argentina, España u Holanda. AM: ¿Qué función cumplen los medios de comunicación en la reproducción y motivación del racismo? TD: Cumplen un rol central, pues lo que la mayoría de la gente sabe y opina sobre inmigrantes y minorías lo obtiene de ellos. Las élites simbólicas –políticos, científicos o escritores– tienen influencia sobre esos medios, factor que se traduce en un sesgo serio de cobertura. Sobre los más humildes se escribe en general negativamente: ellos son más bien un problema, una desviación de nuestra cultura o una amenaza; la inmigración representa, desde ese punto de vista, una invasión, pues ellos no quieren integrarse a nuestra cultura y pueden ser terroristas o delincuentes. Mucha gente no tiene información alternativa para contradecir esos estereotipos. Además, casi no hay periódicos explícitamente antirracistas, ni en Holanda ni en España (tal vez con la excepción del nuevo excelente periódico El Público). Ni hablar de Chile, probablemente con la peor prensa de las Américas, debido a la - 214 - posición reaccionaria de sus grandes empresarios, como la que suele observarse en El Mercurio. AM: Chile es una nación originariamente mestiza, pero los chilenos, en nuestras declaraciones de identidad, negamos el origen indio. Por otra parte, en países europeos la discriminación más denunciada es la que viven los inmigrantes. ¿Hay diferencias entre el racismo hacia los pueblos indígenas y la población inmigrante? TD: Tanto en Chile como en otros países de América Latina –sobre todo en México y obviamente en países con mayoría indígena, como Bolivia– la ideología oficial es que somos todos mestizos y por lo tanto se debe celebrar la historia indígena. Pero muy pocas élites reconocen la influencia indígena en su familia y sienten poco orgullo de su historia "india". Esos prejuicios datan de cuando se trataba a los indígenas como gente de raza inferior. Hoy hemos aprendido algo de las luchas de mujeres y de indígenas, y en consecuencia los discursos son menos abiertamente chauvinistas, aunque se mantienen muchos aspectos racistas. AM: ¿Qué factores históricos o sociales han contribuido en Chile a generar racismo? TD: El racismo en toda América Latina es fundamentalmente europeo. Acompañó y legitimó la conquista, el robo de las tierras, la explotación de la gente indígena (y de los esclavos africanos en otros paí- ses) y una ideología de superioridad de la gente blanca europea. Con los años, en Chile esas ideas se combinaron con ideologías de clase y nacionalistas que niegan a los mapuches el derecho a sus tierras, abogando por una nación homogénea y chilena; obviamente, no mestiza. Pero hoy en día esas viejas visiones se mezclan con otras, como las antiterroristas o antiindigenistas. AM: ¿Es posible reeducar a personas que han sido formadas en el prejuicio? TD: Todo lo que se puede aprender, se puede desaprender. Si eso no fuera posible, el racismo y el sexismo serían algo esencial, natural en la gente. Pero no lo son. Para lograr una reeducación pueden ser necesarios medios de comunicación, programas de televisión y discursos políticos adecuados, o libros de texto para los niños. El problema es que las ideologías se desaprenden muy lentamente y se carece de élites dispuestas a promover una transformación en ese sentido. Por lo tanto, hay una tarea pendiente en impulsar desde abajo los cambios de las élites y las acciones, como ocurre con el movimiento feminista o el de derechos civiles en Estados Unidos. - 215 - Revista Mensaje, año 2008. El color de la piel Ramón Díaz Eterovic - Fragmento - 1 E n el comienzo de una tranquila noche de verano, el barrio vivía sin sobresaltos su rutina de construcciones viejas y calles en penumbras. Una franja azul se reflejaba sobre las lejanas cumbres de la Cordillera de los Andes, negándose a seguir al sol en su muerte cotidiana. Desde la oficina, y con algo de imaginación, podía escuchar el murmullo del río Mapocho avanzando sobre piedras y matorrales, sin entusiasmo, convertido en un hilillo barroso, anémico. Mi reloj indicaba las ocho de la noche y pese a que el anochecer convertía el paisaje en una mancha rosada, el aire cálido, ardiente a ratos, que deambulaba desde la mañana por los rincones del barrio, seguía entrando por la ventana entreabierta. Los bares y restaurantes del barrio comenzaban a llenarse de clientes. Desde sus interiores brotaba el eco bullicioso de las conversaciones animadas por la cerveza. Preparé una taza de café, encendí un cigarrillo y luego de recuperar mi lugar junto a la ventana, pensé que había tenido un día bueno, de esos en los cuales todos los dardos parecen dar en el blanco. Por la mañana había cobrado unos honorarios con los que saldé mis deudas con la dueña del departamento y abastecí de gasolina el estanque de mi auto. El precio del combustible subía todas las semanas, pero eso no preocupaba a mi viejo Chevy, que llevaba tres días inactivo, sediento, abandonado a su suerte de chatarra de otra época, anterior a la existencia de los cambios automáticos y a la invasión de los autos coreanos y japoneses que colapsaban las calles. Sobre el escritorio estaba el diario que compraba cada mañana, y encima de éste, despatarrado, tapando los titulares que anunciaban alguna nueva catástrofe en el mundo, mi gato Simenon se aseaba minuciosamente, con la paciencia de un felino que no sabe de horarios ni deberes. Si existía la posibilidad de vivir otra vida, yo deseaba regresar a la tierra convertido en un gato de ojos oscuros, sin más preocupación que tenderme sobre una alfombra, al amparo de los rayos del sol, indiferente a todo, incluida la silueta de una sabrosa laucha. –¿Te acicalas para salir a recorrer los tejados? –le pregunté, acercándome a su lado con la precaución de no interrumpir su aseo. - 216 - Su limpieza era el rito al que Simenon dedicaba buena parte del día, utilizando la parte áspera de su lengua para despojarse del polvo, los pelos muertos o los residuos de su alimentación. –¿Tienes cita con alguna gatita ingenua? –insistí, al tiempo que lo observaba relamer sus largos bigotes. –Las gatitas ingenuas no existen, Heredia. A tu edad ya deberías saber que a la menor provocación hasta la gata más recatada muestra sus garras. –Cualquiera diría que has padecido muchas decepciones. –No tantas como tú, Heredia. Solo las suficientes como para desconfiar de un lindo par de ojos. –¿Qué sabes de mi vida, gato metiche? –Todo. –Entonces debes saber que deseo una cerveza helada. –¿Qué te retiene? La flojera de abrir y cerrar la puerta. Tomé la chaqueta que colgaba en el respaldo de mi sillón y salí del departamento sin prestar atención a la última impertinencia de Simenon. Una vez en la calle, respiré profundo y dejé que mis pasos me guiaran lentamente hasta el boliche ubicado frente a la entrada del edificio donde vivo, en la esquina de las calles Bandera y Aillavilú, el corazón de un barrio de restaurantes populares, tiendas de ropa usada, cabarés, relojerías y pequeños quioscos donde venden un sinfín de cachureos y baratijas de plástico. Entré al bar “Touring” y me acodé sobre su barra. Sus paredes seguían revestidas de azulejos y alrededor de sus maltrechas mesas de madera se congregaba una amplia colección de hombres y mujeres que parecían alegres y despreocupados. Pedí una copa de vino y me ubiqué junto a un hombre bajo, de cabellos negros y ojos saltones. Su piel era morena y brillante. Lucía un bigote ralo, negruzco, que contrastaba con el blanco intenso de sus dientes. El hombre sonrió levemente y enseguida se llevó a los labios el copón de cerveza que tenía a su alcance. Luego, cuando lo dejó sobre el mesón, observó a su alrededor con una expresión de alivio en el rostro. –Bonita noche –dijo, amistoso. Su voz tenía un timbre claro, que me sonó extraño en medio de las voces altisonantes que brotaban desde las distintas mesas del bar. –Bonita –retruqué, sin muchas ganas de entablar conversación. El hombre iba a decir algo más, pero en ese mismo instante sintió el choque violento de un hombrón que se abría paso hacia la barra a punta de empujones. –¿Desde cuándo sirven trago a los peruanos hediondos? –preguntó el extraño, dirigiéndose al mozo que atendía la barra. El moreno no dijo nada. Contuvo su rabia, bebió un nuevo sorbo de cerveza y miró hacia la puerta del bar, como esperando la llegada de un ángel redentor. Pero no tuvo suerte y tuvo que conformarse con observar la entrada de tres muchachos vestidos de negro que lucían vistosos tatuajes de serpientes y dragones en sus brazos. - 217 - El hombrón tomó la cerveza que le acababa de servir el mozo, y al ver el copón del peruano lo empujó con una de sus manos y quedó mirando cómo la cerveza escurría sobre la barra y descendía hacia el suelo. –Los cholos ni siquiera tienen buenos modales –dijo. El peruano se dispuso a encararlo. Deduje que no tenía ningún chance de ganar. Su cabeza apenas llegaba a la altura del mentón del agresor y a simple vista se notaba que carecía de experiencia en peleas con matones. –Si no le agrada el bar, puede ir a otra parte –dije al hombrón. –¿Quién te dio vela en el entierro? –preguntó. –Iba pasando y me llamó la atención las lindas caras de algunos clientes. El hombrón esbozó una sonrisa maliciosa y su rostro adquirió un tono púrpura. –¿Quieres pelear, metiche? –Quiero beber en paz y que reemplace la cerveza que le botó a mi amigo. Miré al pendenciero e intuí que intentaría golpearme. –A ti y a tu amigo peruano los puedo meter en una misma bolsa. –Es probable, pero en tu lugar, lo pensaría dos veces antes de intentarlo. –No necesito pensar en nada. Sé cómo tratar a los metiches. –Haz un esfuerzo, cabrón. Tal vez yo no ande solo. –No veo a nadie cerca. –Tengo una buena amiga que siempre me acompaña –dije, indicando el bulto que se formaba bajo el bolsillo izquierdo de mi chaqueta–. ¿Quieres que te la presente? El hombrón retrocedió un paso y pareció reconsiderar la situación. Dos hombres que estaban a su lado comenzaron a distanciarse y en las mesas más próximas se hizo un silencio expectante. –Las peleas entre hombres son a mano limpia. –Si es así, podremos pelear cuando evoluciones y pierdas tu expresión de chimpancé. El matón apretó sus puños y por un segundo miró a su alrededor. –Además, cuando trabajo suelo cuidar mis modales –agregué. –¡Trabajo! ¿De qué trabajo hablas, metiche? –El cuartel central de la policía está cerca. ¿Quieres conocerlo? Puedo acompañarte a dar un paseo por algunas mazmorras apestosas. Tengo llave para entrar cuando quiero. Observé la reacción del hombrón y deduje que había conseguido introducir una duda razonable en su cabeza. –Una semana en el chucho permite pensar en muchas cosas. ¿Qué dices? ¿Aún quieres pelear? El grandulón observó a los clientes que estaban junto a la barra y movió sus hombros con desgano. –Era una broma, amigo –murmuró–. No quiero líos con un tira. - 218 - –Nos debes una cerveza, cabrón. Sonrió de mala gana. Enseguida sacó un billete de sus pantalones y lo dejó sobre el mesón. –Por esta noche ya has bebido demasiado –dije mientras observaba la salida del bar. El matón caminó hacia la puerta, cabizbajo, masticando su rabia. Volví a mi lugar junto al mesón. En el rostro del peruano había una sonrisa que parecía agrandar sus dientes y su bigote. –Espero que se haya calmado por un buen rato –comenté. –Ese verraco no parecía estar en sus cabales. Gracias por la ayuda. –Por nada. Me gusta tener espacio en la barra cuando bebo. –Aparicio Méndez –agregó. –Heredia –respondí estrechando su mano. –Por favor, déjeme invitarle una chelita, señor. –No es necesario –respondí y luego, al notar la desilusión del peruano, pregunté–: ¿De qué parte del Perú es usted, amigo? –Nací y me crié en Lima. Vine a Santiago por una chamba y mal no me ha ido, señor. Mi sueldo no es gran cosa, pero gasto poco y así consigo enviar algún dinero a mis parientes. –Tiene suerte, a la mayoría de sus paisanos no les va tan bien. –Lo sé. Todas las tardes doy una vueltecita por los alrededores de la Iglesia Catedral, y cada vez encuentro a más hermanos que buscan trabajo. No está buena la cosa para nosotros. –Tampoco para los chilenos. –Aun así, para algunos de nosotros es el paraíso –dijo Méndez y comenzó una larga relación de pesares y desgracias que me hizo recordar el inicio de una novela de Vargas Llosa que había leído en mi época de estudiante universitario: “¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?”. –Y usted, señor, ¿es policía como le dijo al matón? –preguntó Méndez al darse cuenta que no prestaba mucha atención a sus lamentaciones. –Nunca dije que fuera policía. –¿No? –preguntó, desconfiado. –Detective privado. Tengo una oficina en el edificio que está frente al bar. Si alguna vez tiene problemas o solo quiere conversar, suba al ascensor y marque el piso siete. En la puerta de mi oficina hay una placa de acrílico que dice: Investigaciones Legales. –¡Qué suerte la mía! Recibir la ayuda de un detective. –Pude manejar la situación, pero no estoy seguro que ocurra lo mismo en otra oportunidad. El matón puede volver y dudo que logre engañarlo de nuevo con el truco de la pistola. –¿Truco? No me diga que anda sin pistola. - 219 - –Solo porto la petaca que me regaló un amigo poeta –respondí, palpando el bulto bajo mi chaqueta–. Le recomiendo irse a su casa o cambiar de bar. –Seguro, seguro que sí –dijo Méndez–. Me voy enseguida. Pese a la prisa del peruano bebimos nuestras copas antes de separarnos. La nostalgia brotaba por sus poros y junto con hablar de las bellezas limeñas, dio una larga disertación acerca de las ventajas del pisco peruano sobre el chileno. Después, cuando quiso hablar de fútbol y de las últimas confrontaciones entre las selecciones de Chile y Perú, hice una seña para indicarle la calle. Méndez entendió que era el minuto de marchar hacia su casa. El bar tenía dos puertas. Una daba a la calle Aillavilú y la otra hacia la Estación Mapocho. Méndez escogió la segunda y lo vi alejarse con paso ligero. Pensé que mi paseo había sido breve y me dispuse a seguir la caminata. Encendí un cigarrillo. Seguía siendo una noche calurosa. 2 Hay barrios en Santiago, y el mío es uno de ellos, cuyas casas parecen abrirse en verano, permitiendo ver a través de sus ventanas a las familias que cenan o beben una triste merienda de té y pan con margarina. A veces se ven parejas de ancianos que se miran con callado hastío, mujeres que tejen, hombres de torsos desnudos que juegan al solitario. Es como mirar las entrañas de la ciudad, sin afeites ni falsos ropajes; su vida rutinaria, protagonizada por seres anónimos que día a día se levantan de madrugada para ir a trabajar y que por las noches ni siquiera tienen el ánimo de interrogarse a sí mismos para saber si son felices o tan solo un trozo de carne que resiste con la resignación de un caballo de tiro. La Plaza de Armas ofrecía su habitual espectáculo de actores callejeros, pintores, hombres estatuas, predicadores y comerciantes de afiches y libros. A su alrededor se congregaba un sinfín de rostros sudorosos, atentos al voceo de las ofertas o a las actuaciones de los artistas. Durante un rato deambulé entre la gente y después, cansado, busqué refugio en un escaño. Mi cansancio no era producto de la caminata, sino que de algo más profundo, relacionado con el reciente enfrentamiento en el bar y la constatación de que a pesar de mis sentimientos, la vida imponía el uso de códigos violentos para sobrevivir. Debía hacer el trabajo sucio, sudar la gota gorda o atisbar en la oscuridad. Y no me quejaba, porque era el oficio que me permitía pagar mis vicios y mi pan. Cerré los ojos esperando que el murmullo de la plaza me arrullara como una canción de cuna. La magia no se produjo, y al reabrir los ojos, una vez más contemplé el espectáculo de la gente, sus gritos y risas que no se extinguirían hasta la madrugada. Estaba en eso cuando lo vi sentado en el suelo, cerca del lugar donde dos actores callejeros representaban una situación jocosa, seguida por las risotadas de una veintena de espectadores. - 220 - Parecía observar a los actores, pero al acercarme, descubrí que su mirada estaba fija en un vacío de sombras y estrellas. –Lo hacía en su cama, durmiendo –dije a modo de saludo y sentándome a su lado. –¿Me está siguiendo? –preguntó Méndez, sorprendido. –Parece que estamos predestinados a encontrarnos. ¿Qué pasó? ¿No tenía ganas de retornar a su casa? El peruano me miró de reojo y luego simuló interesarse en el trabajo de los artistas callejeros. –Me gusta venir a la plaza y observar los espectáculos. –Intuyo que esa no es toda la verdad. –Usted parece ver bajo el agua, Heredia. Tenía un plancito con una mujer, pero ya tengo claro que no vendrá. Un cholo pobre no es buen partido para nadie. –¿Esperaba a una compatriota? –A una chilena. La conocí en esta misma plaza, hace dos meses. Un par de veces la fui a buscar a su chamba, en una fábrica de tejidos ubicada en la calle Patronato. Después no lo hice más. Se avergonzaba de que la vieran conmigo. –Si es así, no vale la pena preocuparse por ella. Méndez miró a su alrededor, aún con la esperanza de ver aparecer a su amada. –¿Tiene un pitillo? –preguntó. Le pasé mi cajetilla de cigarrillos, escogió uno y lo encendió con el fuego del encendedor que acerqué a su rostro. En sus ojos noté una tristeza profunda, anterior al desengaño amoroso. –Cuando se está fuera del terruño la tristeza es doble –dijo, y luego dio una larga calada al cigarrillo–. Uno está en corral ajeno y no pasa un día sin que haya algo o alguien que lo recuerde: malas palabras en el bus, desprecios en la tienda donde compras, más retos de los que mereces en el trabajo, las miradas de la gente. –Siempre cabe esperar tiempos mejores. –Eso dicen. La esperanza es el pan de los pobres. –Lo convido a tomar una cerveza. –Prefiero volver a mi casa. Usted ya hizo bastante por mí. Primero me defendió y luego escuchó mis penas. No quiero abusar de su buena voluntad. –Tengo ganas de conversar. ¿Qué me dice? Méndez se puso de pie y sonrió mostrando sus grandes dientes blancos. –Mis patas del Perú no me van a creer que me hice amigo de un detective privado chileno. –En la vida hay cosas peores que eso. Caminemos hasta encontrar una fuente donde refrescar las penas. - 221 - Trabajadores peruanos en Chile La esperanza mira al sur Sonia Cano Cada domingo, alrededor del mediodía, se reúnen en calle Catedral entre Bandera y Puente. Son los inmigrantes peruanos que desde hace unos años miran hacia el sur buscando mejores horizontes de vida. Un futuro más vivible desde el punto de vista económico, porque la vida es dura al otro lado de la línea de la Concordia. En el corazón de Santiago, mujeres y hombres, niños, jóvenes y adultos se encuentran, conversan, ríen, intercambian datos. Hablan de su terruño, de sus hijos que los esperan en Perú, de amigos, novias, padres. De todo lo que pueden hablar los que nacieron en una misma tierra y están lejos de ella. La multitud cubre ambas veredas de Catedral y se desparrama un poco por Puente hacia el poniente, mientras sus risas, sus llamadas, sus voces, pronunciando correctamente el castellano, se extienden hacia la Plaza de Armas. Cerca de las 14 horas, a la orilla de la vereda, algunos se transforman en comerciantes y empiezan a abrir bolsos de donde salen potes con cebiche y otros alimentos típicos, que venden sin mucho regateo. "Esta parte que se han tomado es un punto de encuentro, un lugar de referencia donde llegan personas de diferentes países. Si miras bien, no solo hay peruanos, también hay ecuatorianos y bolivianos", señala Carmen, esposa de Raúl Paiba, presidente del Comité de Refugiados Peruanos en Chile. Cuesta entablar un diálogo, pese al aval del presidente del Comité. Desconfiados, temerosos, autocensurados, muchos peruanos se niegan a aceptar la entrevista. Al final, solo queda improvisar, junto a la muralla del Correo Central, una conversación apresurada, porque ella tiene otros compromisos. Rosa Delgado es viuda: "Tengo que trabajar como padre y madre de los hijos, mantenerlos. Están allá. Cada mes les mando algo de dinero". Dice que vino de Trujillo porque la situación era "muy mala". Llegó hace cuatro años y afirma que en Chile no le falta trabajo como "nana". Hace de todo: cocina, lava, plancha, deja todo limpiecito y a sus patrones les gustan los guisos que se esmera en preparar. "La ciudad igual me gusta, es bonita; me gusta todo en Chile. Estoy feliz y contenta, me acostumbro; no me ha costado nada, ni la comida". Su vida transcurre rutinaria en este país, en una casa ajena de Vitacura, donde trabaja "puertas adentro" de lunes a sábado. "El domingo no más salgo, vengo acá, voy a la iglesia, me doy - 222 - una vuelta y en la tarde vuelvo a la casa". Como recapacitando, inicia una suerte de monólogo, "igual echo de menos los hijos, la familia, la comida, todo, pero ya una se hace al ambiente. Tengo amigas, bastantes; me reúno con ellas, conversamos, pasamos el día, se hace corto…". Comenta que tiene sus papeles al día, también previsión y carné de Fonasa. Más del 80% de las mujeres peruanas que han llegado al país apenas han conseguido trabajo de tipo doméstico, que no siempre va acompañado de beneficios sociales y previsionales. Muchas están sobrecalificadas para ese tipo de actividad, lo cual les genera desaliento en las expectativas laborales, de desarrollo personal y remunerativas. Hay profesionales, enfermeras, profesoras, secretarias trabajando como asesoras del hogar con contratos precarios y bajas remuneraciones. Perciben la discriminación social, laboral y racial, disimulada y otras veces ostensible. También un gran porcentaje de hombres peruanos se enfrentan, como único destino, al trabajo como obreros de la construcción, en condiciones laborales y económicas similares a las de las mujeres. "Allá en Perú si uno llega a encontrar trabajo, alcanza solo para comer. Pero para pagar ropa y estudios no alcanza. Quiero trabajar para que mis hijos estudien, eso más que nada. Tienen 18 y 20 años. Mi niña está estudiando computación y el niño está como para mecánico, alguna carrera corta". Rosa Delgado proyecta permanecer no más de dos años en Santiago y luego regresar a Trujillo, junto a su familia "y poner un negocio, aunque sea en el mercado". A juicio de la asistente social Lilia Núñez, para el migrante hay una inserción laboral pero nada más. Las condiciones sociales, laborales y económicas son limitadas. Lo mismo ocurre con las expectativas de desarrollo personal, de crecimiento, porque el Estado no tiene una política de promoción estructurada. "Tiene un discurso o una permisividad, pero esa permisividad básicamente la entiendo porque estamos en un mercado abierto. La lógica de dejar entrar inmigrantes no necesariamente obedece a una voluntad política o solidaria. En Chile entra el capital extranjero, entran las mercancías, y los trabajadores migrantes entran por la misma lógica", explica. Observa, además, que la migración laboral ha sido muy conveniente para las empresas en cuanto a reducir el precio de la mano de obra. El sector privado ha sido beneficiado con el movimiento de trabajadores, esto se ve a nivel internacional, no solo en Chile. Lilia Núñez, que llegó a principios de los 90, recuerda los difíciles comienzos de los primeros migrantes en aquel período en que el tema era tabú. Señala que hasta la iglesia católica, que actuaba como agencia de Acnur (Oficina de las Naciones Unidas para los Refugiados) a través de la Pastoral migratoria, era bastante reservada: "Nosotros no podíamos decir somos refugiados, queremos hablar, queremos debatir públicamente. Ellos poco menos que se apropiaron del tema, lo redujeron - 223 - a lo paliativo asistencial, a la ayuda puntual. Teníamos hasta un nivel de control y censura de lo que podíamos decir, opinar y de hecho nos recordaban que el refugiado peruano en Chile debía omitir sus opiniones y no ventilar sus problemas". Hacia 1996 el carácter del migrante comenzó a variar: ya no era el refugiado político, sino un migrante forzado por la situación laboral, la falta de oportunidades, la miseria en Perú. "Entonces cambia un poco el panorama y empezamos a visualizar que si no lográbamos una interlocución desde la condición de refugiados, sí la íbamos a tener como migrantes económicos y sociales". La Apila, Asociación Peruana por la Integración Latinoamericana, se formó en 1998 y tuvo resonancia. "Fue bautizada así porque sentíamos que éramos parte de todo un fenómeno de migración que va más allá de la frontera Perú-Chile, más internacional, con una connotación de movimiento de trabajadores por un mercado desregulado", señala la asistente social. "Entonces sentimos que también era necesario abrir los márgenes de entendimiento del tema y comenzamos a hablar de la gente que venía de Bolivia, Ecuador, Cuba, etc." Para Apila era el momento de abordar no el tema peruano únicamente, sino ver qué pasaba en general con los trabajadores migratorios. En esa etapa supieron que existía la Convención Internacional de los trabajadores migratorios y sus familias, "y nos enteramos también, a ocho años del hecho, de que Chile había sido el primer país que suscribió la Convención, durante el gobierno de Aylwin en 1991", comenta la profesional. A raíz de este descubrimiento tardío, comenzaron a averiguar por qué no se estaba aplicando esa Convención y se enteraron de que Chile no la ha ratificado y tampoco hay mucho interés en hacerlo. En ese instante iniciaron una campaña para que la Convención se difundiera. También hicieron lobby para que diversas instituciones trabajaran el tema del migrante. Han aprovechado todas las tribunas posibles para plantear su situación. Tomar la iniciativa en distintos planos es una tarea que se proponen los peruanos migrantes. Proyectan también perspectivas a nivel de desarrollo de sus expresiones culturales, de fraternidad, considerando situaciones como la capacitación en donde se discrimina, etc. Lilia Núñez mira el futuro con leve optimismo, no exento de crítica: "Respecto de la situación general, creo que ha habido algunos cambios positivos. Aprecio que el recelo inicial, esa desconfianza con la que fuimos recibidos haya cambiado. En el transcurso del tiempo se aprecia que por lo menos los peruanos hemos ido ganando espacios, logrando una relación cara a cara con el chileno en general, con nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo, con la gente en la calle. Empezó un nivel de receptividad". - 224 - Revista Punto Final Nº 514. Culturas de ancestro Bernardo Subercaseaux La relevancia de las tradiciones culturales, de cualquier índole que ellas sean, constituye una idea-fuerza que hoy por hoy se hace presente en distintos sectores y sociedades. Con frecuencia ello se concibe como una estrategia de resguardo frente a las dinámicas homogeneizadoras que acarrea la globalización. Desde esta perspectiva, la presencia en América Latina de tradiciones culturales vinculadas a núcleos de población que han emigrado de otros continentes (o de otros países) representa un rico y variado patrimonio. Se trata también de un sector que permite poner en práctica, dentro de cada nación, la tolerancia y el respeto por otras tradiciones culturales y religiosas. En un tiempo globalizado, el ecumenismo es, sin duda, una forma de humanismo. Como se sabe, las migraciones masivas a América Latina comenzaron en el siglo XIX. Entre 1846 y 1930 dejaron Europa 52 millones de personas: el 72% viajó a Estados Unidos, el 21% a América Latina y el 1% a Australia1. De los europeos que llegaron a América Latina, un 38% eran italianos, 28% españoles y 11% portugueses. La mayoría de migrantes eligió Argentina, luego Brasil, Uruguay y México. La llegada de los inmigrantes durante el período 1840-1940 incrementó en un 40% la población argentina y en un 15% la de Brasil2. No solo ha habido migración europea, sino también una importante migración árabe, que llegó a todo el continente desde Centroamérica hasta Chile. Se trata fundamentalmente de sirios, libaneses, jordanos y palestinos3. Desde 1860 a 1900 llegaron inmigrantes pioneros procedentes del Imperio Turco Otomano; luego se produjeron migraciones árabes masivas entre 1900 y 1914. En Argentina el censo de 1914 indica la presencia de 741.154 españoles, 669.193 italianos y 52.562 árabes. Entre 1914 y 1946 llegaron a América Latina familiares y parientes de la migración árabe anterior, y por último, sobre todo entre 1948 y 1973, vinieron como producto de sucesivos conflictos en el Cercano Oriente. Se podrían agregar a estos datos otros sobre la presencia en el continente de una migración croata, japonesa, judía, china, coreana y alemana. Cabe señalar que hasta hoy se da también un fluido movimiento migratorio al interior de la propia América Latina: cientos de miles de chilenos procedentes en su mayoría de Chiloé se han establecido en la Patagonia argentina, y en los últimos cinco años se ha producido, por razones económicas, una migración de cerca de - 225 - 65 mil peruanos a Chile. Todas estas migraciones están plagadas de algún grado de intolerancia, de discriminación, ya sea positiva o negativa, e incluso –como lo que se ha puesto en evidencia en Chile respecto a los peruanos– de un racismo que linda en la xenofobia (no proveniente del gobierno, sino de sectores de la sociedad). Ahora bien, todas estas migraciones han aportado a la sociedad de acogida desde costumbres, fiestas, vertientes estéticas, credos religiosos y modos lingüísticos hasta tradiciones gastronómicas. Hoy en día, a raíz del escenario de la globalización, se ha producido una suerte de revival de estas culturas del origen. También gracias a Internet y a las nuevas tecnologías resulta posible comunicarse y mantenerse en contacto permanente con los lugares de donde se proviene. De hecho el mundo se ha achicado geográficamente, de tal modo que cabe en un chip. Dos son los ámbitos de políticas con respecto a las culturas de inmigrantes: el primero dice relación con apoyar desde el Estado, autoridades locales y sociedad civil –en colaboración con los grupos de origen foráneo y sus descendientes– la reafirmación, preservación y rescate de sus culturas de ancestro. Es probable que ante propuestas de esta índole emerja una preocupación de corte nacionalista por las identidades nacionales. En efecto, si se procediera a colorear un mapa de los países de América Latina dándole un color distinto a cada cultura indígena y a cada uno de los núcleos de cultura migrante, el resultado sería una multiplicidad heterogénea de colores en que lo nacional probablemente se desdibujaría. La historia muestra, sin embargo, que tal peligro no existe. Estados Unidos y Canadá son países conformados por inmigrantes, naciones que junto con el modelo del melting pot han adoptado el modelo del mosaico, lo que no impide los sentimientos nacionales, sino que más bien los fortifica. Los inmigrantes y sus descendientes por lo general tienen una extraordinaria lealtad con el país y la cultura que los acoge. Al dignificar las distintas culturas u orígenes culturales tampoco se trata de fomentar un relativismo aséptico (una suerte de suspensión del juicio), por ejemplo si un niño o un adulto son sucios por razones de herencia cultural, habrá que enseñarles el valor de la limpieza. El reconocimiento de las diferencias culturales no implica exacerbar esas diferencias o glorificarlas. Cabe señalar, además, que las identidades no son excluyentes, sino múltiples: así como se puede ser al mismo tiempo catalán, español y europeo, también se puede ser simultáneamente brasileño, de origen árabe y latinoamericano, sin menoscabo de ninguna identidad. Por último, siempre la heterogeneidad cultural tendrá el contrapeso de las fiestas nacionales, de la historia compartida, del índice de la bolsa y de lo que es tanto o más importante en estos días en que los rituales de la nación se focalizan en el deporte: del tenista, el - 226 - boxeador o el equipo de fútbol de turno. La historia nos muestra, además, que los nacionalismos extremos no son sanos para la sociedad y que la diversidad cultural puede constituir un buen antídoto para ellos. El segundo ámbito de acción en relación a las culturas de ancestro tiene que ver con la necesidad de educar en el respeto al otro, de combatir como sociedad los prejuicios raciales o culturales y de trabajar desde la escuela y la más tierna infancia en el fomento del diálogo y el respeto intercultural. Emigrantes españoles 1 Néstor García Canclini, La globalización imaginada, Buenos Aires, Argentina, 1999. 2 Elda González Martínez, “Españoles en América e iberoamericanos en España. Cara y cruz de un fenómeno”, Arbor, Nº 607, Madrid, España, 1996. 3 Juan Sakalka Elías, Árabes en América Latina, Valparaíso, Chile, 1997. - 227 - Discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú - Fragmento - Me llena de emoción y orgullo la distinción que se me hace al otorgarme el Premio Nobel de la Paz 1992. Emoción personal y orgullo por mi Patria de cultura milenaria, por los valores de la comunidad del pueblo al que pertenezco, por el amor a mi tierra, a la madre naturaleza. Quien entiende esta relación, respeta la vida y exalta la lucha que se hace por esos objetivos. Considero este Premio no como un galardón hacia mí en lo personal, sino como una de las conquistas más grandes de la lucha por la paz, por los derechos humanos y por los derechos de los pueblos indígenas, que a lo largo de estos 500 años han sido divididos y fragmentados y han sufrido el genocidio, la represión y la discriminación. Permítanme expresarles todo lo que para mí significa este Premio. En mi opinión, el Premio Nobel nos convoca a actuar en función de lo que representa y en función de su gran trascendencia mundial. Es, además, un instrumento de lucha por la paz, por la justicia, por los derechos de los que sufren las abismales desigualdades económicas, sociales, culturales y políticas, propias del orden mundial en que vivimos, y cuya transformación en un nuevo mundo basado en los valores de la persona humana es la expectativa de la gran mayoría de seres que habitamos este planeta. Este Premio Nobel lo interpreto primero como un homenaje a los pueblos indígenas sacrificados y desaparecidos por la aspiración de una vida más digna, justa, libre, de fraternidad y comprensión entre los humanos, los que ya no están vivos para albergar la esperanza de un cambio de la situación de pobreza y marginación de los indígenas, relegados y desamparados en Guatemala y en todo el continente americano. […] La particularidad de la visión de los pueblos indígenas se manifiesta en las formas de relacionarse. Primero, entre los seres humanos, de manera comunitaria. Segundo, con la tierra, como nuestra madre, porque nos da la vida y no es solo una mercancía. Tercero, con la naturaleza, pues somos partes integrales de ella y no sus dueños. La madre tierra es, para nosotros, no solamente fuente de riqueza económica que nos da el maíz, que es nuestra vida, sino proporciona tantas cosas que ambicionan los privilegiados de hoy. La tierra es raíz y fuente de nuestra cultura. Ella contiene - 228 - Rigoberta Menchú nuestra memoria, ella acoge a nuestros antepasados y requiere por lo tanto también que nosotros la honremos y le devolvamos con ternura y respeto los bienes que nos brinda. Hay que cuidar y guardar la madre tierra para que nuestros hijos y nuestros nietos sigan percibiendo sus beneficios. Si el mundo no aprende ahora a respetar la naturaleza, ¿qué futuro tendrán las nuevas generaciones? De estos rasgos fundamentales se derivan comportamientos, derechos y obligaciones en el continente americano, tanto para los indígenas como para los no indígenas, sean estos mestizos, negros, blancos o asiáticos. Toda la sociedad tiene la obligación de respetarse mutuamente, de aprender los unos de los otros y de compartir las conquistas materiales y científicas, según su propia conveniencia. Los indígenas jamás han tenido, ni tienen, el lugar que les corresponde en los avances y los beneficios de la ciencia y la tecnología, no obstante que han sido base importante de ellos. Las civilizaciones indígenas y las civilizaciones europeas, de haber tenido intercambios de manera pacífica y armoniosa, sin que mediara la destrucción, explotación, discriminación y miseria, seguramente habrían logrado una conjunción con mayores y más valiosas conquistas para la Humanidad. […] Los indígenas estamos dispuestos a combinar tradición con modernidad, pero no a cualquier precio. No consentiremos que en el futuro se nos plantee como posibles guardias de proyectos etnoturísticos a escala continental. En un momento de resonancia mundial en torno a la conmemoración del V Centenario de la llegada de Cristóbal Colón a tierras americanas, el despertar de los pueblos indígenas oprimidos nos exige reafirmar ante el mundo nuestra existencia y la validez de nuestra identidad cultural. Nos exige que luchemos para participar activamente en la decisión de nuestro destino, en la construcción de nuestros Estados-naciones. Si con ello no somos tomados en cuenta, hay factores que garantizan nuestro futuro: la lucha y la resistencia; las reservas de ánimo; la decisión de mantener nuestras tradiciones puestas a prueba por tantas dificultades, obstáculos y sufrimientos; la solidaridad para con nuestras luchas por parte de muchos países, gobiernos, organizaciones y ciudadanos del orbe. - 229 - Por eso sueño con el día en que la interrelación respetuosa y justa entre los pueblos indígenas y otros pueblos se fortalezca, sumando potencialidades y capacidades que contribuyan a hacer la vida en este planeta menos desigual, más distributiva de los tesoros científicos y culturales acumulados por la Humanidad, floreciente de paz y justicia. Creo que esto es posible en la práctica y no solamente en la teoría. Pienso que esto es posible en Guatemala y en muchos otros países que se encuentran sumidos en el atraso, el racismo, la discriminación y el subdesarrollo. […] Hoy tenemos que luchar por un mundo mejor, sin miseria, sin racismo […] Un mundo en paz que les dé coherencia, interrelación y concordancia a las estructuras económicas, sociales y culturales de las sociedades. Que tengan raíces profundas y una proyección robusta. Tenemos en nuestra mente las demandas más sentidas de la Humanidad entera, cuando propugnamos por la convivencia pacífica y la preservación del medio ambiente. La lucha que libramos acrisola y modela el porvenir. Nuestra historia es una historia viva, que ha palpitado, resistido y sobrevivido siglos de sacrificios. Ahora resurge con vigor. Las semillas, durante tanto tiempo adormecidas, brotan hoy con certidumbre, no obstante germinan en un mundo que se caracteriza actualmente por el desconcierto y la imprecisión. Sin duda que será un proceso complejo y prolongado, pero no es una utopía y nosotros los indígenas tenemos ahora confianza en su realización. Sobre todo, si quienes añoramos la paz y nos esforzamos porque se respeten los derechos humanos en todas partes del mundo donde se violan, y nos oponemos al racismo, encaminamos nuestro empeño en la práctica con entrega y vehemencia. El pueblo de Guatemala se moviliza y está consciente de sus fuerzas para construir un futuro digno. Se prepara para sembrar el futuro, para liberarse de sus atavismos, para redescubrirse a sí mismo, para construir un país con una auténtica identidad nacional, para comenzar a vivir. Combinando todos los matices ladinos, garítunas e indígenas del mosaico étnico de Guatemala debemos entrelazar cantidad de colores, sin entrar en contradicción, sin que sean grotescos y antagónicos, dándoles brillo y una calidad superior, como saben tejer nuestros artesanos. Un güipil genialmente integrado, una ofrenda a la Humanidad. Muchas gracias. www.nobelprize.org. © Fundation Nobel 2010. - 230 - Nuestros miedos Norbert Lechner E n 1998 el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presentó un estudio sobre Chile que causó un notable impacto en el debate público. La reacción provenía de una mirada diferente al proceso chileno. Adquiría visibilidad una dimensión habitualmente no considerada: la subjetividad de las personas. La subjetividad importa. No sabemos cuánto ni cómo, pero la vida nos enseña que ella es tan real y relevante como las exigencias de la modernización socioeconómica. Solo si nos hacemos cargo de la tensión existente entre la racionalidad propia de la modernización y la subjetividad de las personas, podemos hacer de los cambios en marcha un desarrollo humano. La subjetividad es un fenómeno complejo que abarca valores y creencias, disposiciones mentales y conocimientos prácticos, normas y pasiones, experiencias y expectativas […] Los miedos son una motivación poderosa de la actividad humana y, en particular, de la acción política. De manera aguda o subcutánea, ellos condicionan nuestras preferencias y conductas tanto o más que nuestros anhelos. Por medio de ellos aprendemos, con mayor o menor inteligencia, la cara oculta de la vida. Sobre la base de los resultados empíricos allí expuestos (PNUD 1998), distingo tres fenómenos: El miedo al Otro, que suele ser visto como un potencial agresor; El miedo a la exclusión económica y social; El miedo al sinsentido a raíz de un proceso social que parece estar fuera de control. 1. El miedo al Otro Los miedos de la gente tienen una expresión sobresaliente: el miedo al delincuente. La delincuencia es percibida como la principal amenaza que gatilla el sentimiento de inseguridad. Sin ignorar las altas tasas de delitos en todas las urbes latinoamericanas, llama la atención que la percepción de violencia urbana es muy superior a la criminalidad existente. Por ende, no parece correcto reducir la seguridad pública a un “problema policial”. Probablemente la imagen del delincuente omnipresente y omnipotente sea una metáfora de otras agresiones difíciles de asir. El miedo al delincuente parece cristalizar un miedo generalizado al otro. Varias razones alimentan esa desconfianza frente al extraño […] 2. El miedo a la exclusión Nuestros miedos se expresan fundamentalmente en las relaciones sociales. Pero están igualmente presentes en la relación de las personas con los sistemas funcionales. Los chilenos reconocen que su situación general, su situación educacional, laboral, previsional, etcétera, es mejor que la de sus padres. En efecto, la modernización del país amplió - 231 - el acceso a empleos y educación, mejoró los indicadores de salud, estableció la contratación individual de la previsión; en suma, agilizó el funcionamiento de los diversos sistemas. Sin embargo, la gente desconfía. No confía en lograr una educación y capacitación adecuada. Incluso quienes tienen empleo temen quedar excluidos de un mercado laboral muy dinámico y competitivo. Quedar excluidos, por ende, de los sistemas de salud y previsión. Excluidos del consumo de bienes y servicios en una sociedad donde prestigio social y autoestima se encuentran muy vinculados al estilo de vida. En suma, las personas temen quedar excluidas del futuro. […] 3. El miedo al sinsentido El más difuso de los temores es el miedo al sinsentido. Nace de un conjunto de experiencias nuevas: el estrés, el auge de las drogas, la persistencia de la contaminación, el trato agresivo y los atascamientos del tráfico. Un conjunto de irritaciones desemboca en la sensación de una situación caótica. La impresión se ve acentuada por una globalización vivida como una invasión extraterrestre. La vida cotidiana, acelerada a un ritmo vertiginoso por miles de afanes, una sucesión interminable de sobresaltos y una transformación permanente del entorno laboral y del paisaje urbano, deja a la gente sin aliento para procesar los cambios. La realidad deja de ser inteligible y aparece fuera de control. ¿Cuál es, en medio del torbellino, el sentido de la vida? No es nuevo tal desvanecimiento de todo lo establecido. Nuestra sociedad ha conocido grandes migraciones junto con la subversión del mundo rural y no menos radicales reagrupaciones en torno a minas, industrias y las grandes urbes. La modernidad es una historia de descomposiciones y recomposiciones de hábitos y tradiciones, de identidades sociales y representaciones colectivas. Sucesivas olas modernizadoras permitieron al individuo liberarse de trabas y restricciones, pero también significaron desarraigo y atomización. ¿Es diferente el proceso actual? Los cambios crean nuevas oportunidades: se abre una perspectiva global de la realidad, diferencias legítimas logran expresarse, el pensamiento escapa a la ortodoxia y surgen nuevas redes de interacción social. Todo ello es cierto, pero no seamos ciegos. Se abren caminos nuevos, pero también abismos ignotos. Y no podemos festejar a unos sin considerar los otros. […] El cambio de milenio se ve acompañado de una transformación de nuestros mapas mentales. En paralelo, se debilitan las reservas de afecto y sentido que la sociedad había depositado en sus instituciones, entonces la realidad desborda el ordenamiento instituido. Estamos en un mundo de referentes móviles y provisorios, caracterizado por la contingencia. Aparentemente todo vale, todo es posible. Es en este contexto que el miedo al otro y el miedo a la exclusión adquieren verosimilitud. - 232 - Ópera por tres centavos - Fragmento - Bertolt Brecht • Prólogo ANUNCIADOR: Señoras y caballeros, ahora podrán ver y oír una ópera para mendigos… Tan magnífica, como solo puede soñarla un mendigo… y muy barata, para que el mendigo que la soñó la pague, si acaso puede permitírselo… Por eso, ahora les ofrecemos: Una Ópera por tres centavos… Obertura "LA LEYENDA DE MACKIE, EL CUCHILLERO" (Los mendigos piden limosna, los ladrones roban, las prostitutas buscan clientes. El anunciador, transformado en cantante callejero, canta) El cantante callejero Los caimanes tienen dientes que no tratan de esconder y Macheath tiene un cuchillo pero eso no se ve. Una tarde de verano un cadáver toma el sol y a Macheath y a su cuchillo se le ha visto por ahí… Los caimanes cuando matan rojos quedan por demás Pero Mackie lleva guantes ¿quién su crimen notará? El judío de la esquina en su tienda falleció Y Macheath - 233 - el cuchillero elegante, se alejó… (El señor Peachum y su señora y su hija cruzan el escenario) Y el incendio que hubo en Soho treinta niños abrasó y Macheath con su cuchillo tras las llamas se escondió… Jenny Towler fue encontrada con un tajo en la nariz los cuchillos musitaron ese tajo es de Macheath… Y la viuda de quince años una noche despertó mientras Mackie la violaba el cuchillo no lo usó. (Las prostitutas se ríen y del centro de su grupo se separa un hombre que cruza rápidamente el escenario) Jenny Ese era Mackie el Cuchillero… Primer Acto Escena Primera “A fin de contrarrestar la frialdad siempre creciente del hombre, el señor J. Peachum instaló un establecimiento comercial para proporcionar a los miserables más misérrimos aquella apariencia capaz de conmover los corazones cada vez más endurecidos” Peachum (Cantando) Despierta, cristiano infeliz, reanuda, pecando, tu vida - 234 - pecando, podrás ser feliz y nuestro Señor no lo olvida que a tu hermano pensaste matar que a tu hija quisiste vender el Señor en el Juicio Final podrá condenarte, animal. (Hablándole Al Público) Hay que inventar algo nuevo. Mi negocio resulta demasiado difícil, ya que consiste en provocar la compasión humana. Si bien existen ciertas cosas –algunas, no muchas– que conmueven al hombre, pierden su efecto al ser empleadas con frecuencia. Porque el hombre tiene la espantosa facultad de poder insensibilizarse a voluntad. Así tenemos, por ejemplo, que un hombre que ve a otro en la esquina con un muñón en vez de brazo, la primera vez, de horror, está dispuesto a darle diez pesos; la segunda vez, en cambio, su compasión solo alcanzará para cinco; y si lo llega a encontrar una tercera vez en su camino, no tendrá el menor remordimiento en entregarlo a la policía. Lo mismo sucede con los meditamentos espirituales. (Del cielo baja un cartel con la inscripción “Dar es mejor que recibir”) ¿De qué sirven los más hermosos, los más apremiantes proverbios, pintados primorosamente sobre tentadores carteles, si pierden eficacia con tanta rapidez? Hay que ofrecer siempre alguna novedad. Tendré que volver a consultar la Biblia. ¿Cuántas veces la podré utilizar aún, antes de agotar sus posibilidades? (Se oye golpear a la puerta. Peachum cruza a abrir y hace entrar a un hombre joven llamado Filch) Filch Peachum Filch ¿Peachum y Compañía? Peachum. ¿Es usted el propietario del establecimiento "El Amigo del Pordiosero"? Me dijeron que viniera a verlo. (Contempla con admiración los carteles) ¡Estas sí que son frases! ¡Qué capital encierran! Usted posee seguramente toda una biblioteca de estas cosas. Y todo tan novedoso. Claro, a uno no se le ocurren ideas así… y, sin educación, ¿cómo hacer prosperar el negocio? - 235 - Peachum Filch Peachum Filch Peachum Filch Peachum Filch Peachum Filch Peachum ¿Su nombre? Mire, señor Peachum, la desgracia me persigue desde que nací. Mi madre murió borracha; a mi padre lo perdió el juego. Desde mi más tierna infancia tuve que cuidarme solo y, privado de la mano amante de una madre, fui hundiéndome más y más en el ciénago de la gran ciudad. Nunca supe lo que era el cariño paternal o el calor de un hogar… Y así como ve… (Inflexible) Y así como veo… (Turbado) …desprovisto de toda clase de medios de subsistencia, víctima de mis instintos… …como un barco a la deriva, en medio de un mar tempestuoso, etc., etc. Dígame de una vez, estimada víctima naufragada, ¿en qué distrito de la ciudad declama esa poesía infantil? No le entiendo, señor Peachum… Porque eso lo interpreta en público… ¿O no? Mire, quiero explicarle, señor Peachum, usted verá… Ayer se produjo un pequeño incidente, más o menos desagradable, en Highland Street. Yo estaba, sereno en mi desgracia, parado en la esquina, con el sombrero en la mano, sin querer hacerle mal a nadie, cuando… (Consultando una libreta) ¿Highland Street? Sí, coincide… ¿Conque tú eres el infeliz que fue atrapado ayer por Sam y Honey? ¿El desgraciado que tuvo la impertinencia de pedirles limosna a los peatones del décimo distrito?… Ayer nos conformamos con darte una buena paliza, imaginando que aún no conoces los usos y costumbres… Pero si te llegamos a pillar otra vez… se te aplicará la máquina… ¿Has comprendido? Piedad, por favor, señor Peachum, ¡piedad! ¿Qué quiere que haga? Los señores que me apalearon, dejándome totalmente cubierto de moretones, me entregaron su tarjeta de visita. Si me saco la camisa, verá que no miento y que más parezco cebra que ser humano… Mi estimado amigo, mientras no parezcas papilla no estaré satisfecho del trabajo de mi gente… Así se presenta este principiante y cree que basta estirar la mano para tener el - 236 - Filch Peachum Filch Peachum Filch Peachum Filch Peachum Filch Peachum Filch Peachum Filch Peachum Filch puchero asegurado. ¿Qué dirías tú si nosotros fuéramos a pescar las mejores truchas a tu laguna? ¿Cómo explicarle, señor Peachum…? Es que yo no tengo laguna… Bueno, es que solo los profesionales tienen derecho a licencia. (Muestra un gran mapa de Londres) Mira: hemos dividido Londres en catorce distritos y cada persona que tenga la pretensión de dedicarse a la profesión de mendigo en alguno de ellos necesita una licencia de Jeremiah Jonathan Peachum y Compañía. Si así no fuera, cualquier víctima de sus instintos podría venir a establecerse aquí… Señor Peachum, solo un par de monedas me separan de la ruina más absoluta. Si pudiera conseguir algo por dos chelines… Veinte chelines. (Implorante) ¡Señor Peachum! (Muestra un cartel con la inscripción “No cerréis vuestros oídos a la voz de la miseria”. En respuesta, Peachum le muestra otro proverbio “Dad y recibiréis”) ¡Diez chelines! Más el cincuenta por ciento de los ingresos semanales. El setenta por ciento y nosotros corremos con el equipo. Disculpe… ¿pero en qué consiste el equipo? Eso lo decide el establecimiento. ¿Y en qué distrito podría instalarme? Baker Street, del 2 al 104. Y ahí incluso es más barato. Con equipo solo el cincuenta por ciento. Así sea. (Pagando) ¿Su nombre? Charles Filch. Correcto. (Grita) ¡Señora Peachum! (Esta aparece) Este es Filch. Número de orden 314. Distrito Baker Street. Yo mismo lo inscribiré. Por supuesto, ahora que tenemos las fiestas de la Coronación por delante quiere establecerse. Ocasiones como estas no se presentan todos los días. Equipo C. (Abre una cortina detrás de la cual se ven cinco maniquíes) ¿Qué es eso? - 237 - Peachum Estos son los cinco tipos básicos de miseria que mejor se prestan para conmover el corazón humano. Su vista provoca en el hombre ese estado de ánimo antinatural en que se muestra dispuesto a soltar su dinero. Equipo A La víctima de los progresos de la movilización. El cojo contento, siempre alegre (Lo mima), eternamente despreocupado, con un leve acento dramático: un muñón en vez de brazo derecho. Equipo B La víctima del arte de la guerra. El inválido que tirita sin cesar y molesta a los transeúntes. Trabaja en base a sensaciones de horror y de asco (Lo mima)… algo atenuado por una condecoración al mérito militar. Equipo C La víctima del desarrollo industrial. El ciego digno de toda nuestra compasión o la alta escuela del arte de la mendicidad. (Lo mima, tambaleándose en dirección a Filch; en el momento que llega junto a este, Filch da un grito de horror; Peachum abre los ojos asombrado, lo contempla con estupor y exclama) ¡Compasión! ¡Tiene compasión! ¡Jamás llegarás a ser mendigo! ¡Un hombre como tú como mucho sirve para transeúnte! (A Filch) Sácate tus cosas y ponte este traje. Pero no me lo vayas a echar a perder. Filch Y… ¿qué van a hacer con mi ropa? Peachum Pasa a propiedad de la firma. Me servirá para un equipo E: hombre joven que conoció días mejores, uno de esos que nunca creyeron que terminarían así… Filch Ah… ¿usted la vuelve a aprovechar? ¿Por qué no puedo hacer yo ese papel? Peachum Por una razón muy sencilla, hijo mío. Nadie creerá tu verdadera tragedia. Por lo demás, menos preguntas y vestirse rápido. Filch Es que está… sucio. (Ante una mirada aniquiladora de Peachum) Discúlpeme, por favor, no lo decía en serio… Señora Peachum Apurémonos un poco, jovencito, no voy a quedarme eternamente con los pantalones en la mano. Filch (Súbitamente) Pero las botas sí que no me las saco. De ninguna manera. En ese caso prefiero no seguir adelante. Estas botas son el único regalo que recibí de mi pobre madre y nunca, jamás, por muy bajo que haya caído… - 238 - Señora Peachum No digas estupideces. Como si yo no supiera que tienes los pies inmundos. Filch (Indignado) ¿Y pretende que me los lave? ¿En pleno invierno? (La señora Peachum conduce a Filch detrás de un biombo para que pueda terminar de vestirse. Después se pone a manchar un traje por medio de una plancha y una vela de cera) Peachum ¿Dónde está tu hija? Señora Peachum ¿Polly? Arriba. Peachum Dime, ¿volvió ayer ese tipo? ¿Ese que siempre viene cuando yo no estoy? Señora Peachum No seas tan desconfiado, Jonathan. No hay caballero más fino que el Capitán… Y parece que se interesa seriamente por Polly. Peachum ¿Ah sí? Señora Peachum Y no creo equivocarme si te digo que a Polly también le gusta. Peachum Celia, estás despilfarrando a nuestra hija como si yo fuera millonario. Y seguramente también pretenderás que se case. ¡Matrimonio! ¿Crees tú que esta tienda nos duraría una semana más si ella se casara? ¿Qué crees que vienen a ver los clientes? ¿Nuestra linda cara o las piernas de Polly? ¡Un pretendiente! ¡Un novio! Inmediatamente nos tendría en su poder. Hija tuya, al fin y al cabo, no creo que se quede callada en la cama. Señora Peachum ¡Linda opinión tienes de tu hija! Peachum ¡La peor de todas! Polly no es más que un pozo de sensualidad. Señora Peachum De ti no la hereda. Te lo aseguro. Peachum ¡Casarse! Mi hija debe ser para mí lo que el pan para el hambriento. (Hojeando la Biblia) Algo por el estilo sale en la Biblia. Por lo demás, el matrimonio es una inmundicia. ¡Matrimonio! Yo le sacaré esas ideas de la cabeza. Señora Peachum Lo que pasa contigo, Jonathan, es que no tienes cultura. Peachum ¡Cultura! ¿Y cómo se llama el caballero ese? Señora Peachum Le dicen "el Capitán". Peachum ¡Ah! ¿Y ustedes ni siquiera averiguaron su nombre? ¡Interesante! Señora Peachum No íbamos a ser tan groseras como para pedirle el carnet de identidad, ¿no? A un caballero tan distinguido que nos llevó a bailar al Pulpo… - 239 - Peachum ¿Adónde? Señora Peachum Al Hotel del Pulpo… Peachum ¿Capitán?… ¿Hotel del Pulpo?… A ver, a ver, a ver… Señora Peachum Siempre nos trató como con guantes. Peachum ¿Con guantes? Señora Peachum Y ahora que lo pienso, en realidad siempre usa guantes. Guantes color pato… Peachum Ya veo… guantes pato, un bastón con cacha de marfil, polainas, zapatos de charol… un tipo muy simpático que tiene una cicatriz en… Señora Peachum En el cuello. ¿Como lo sabes? ¿Lo conoces? (Filch sale de detrás de la cortina, con su nuevo traje de mendigo) Filch ¿Señor Peachum, no me podría dar otros consejos? Siempre me ha gustado seguir un sistema, soy sistemático, y no quiero dejar las cosas al azar… Señora Peachum ¡Un sistema quiere el sistemático! Peachum (A su mujer) Ni de idiota sirve. (A Filch) Vuelve esta tarde y se te enseñará lo necesario. Y ahora… ¡desaparece! Filch ¡Gracias, señor Peachum, muchas gracias! (Mutis) Peachum (Siguiendo a Filch con la mirada) ¡Cincuenta por ciento! (A su mujer) Bueno… te voy a decir quién es el caballero de los guantes pato. ¡Macheath! ¡Mackie, el Cuchillero! (Mutis) Señora Peachum ¡Dios del cielo! ¡Mackie Macheath! ¡Jesús, María y José! ¡Polly! ¿Dónde está Polly? Peachum (Volviendo de los dormitorios) ¿Polly? Polly no ha vuelto. Su cama está intacta… Señora Peachum Creo que salió a comer con el vendedor viajero de Birmingham… Sí, Jonathan, estoy segura… Peachum ¡Quiera Dios que haya sido el vendedor viajero de Birmingham! (Peachum y su mujer se colocan delante de la cortina, esta cierra y cantan. Iluminación especial. Aparece el letrero con la siguiente inscripción: “La canción del En vez de”) Peachum (Cantando) En vez de… - 240 - En vez de… El reposo de sus camas preferir Quieren gozar Quieren gozar Como si el Señor maná y tesoros fuera a repartir. Señora Peachum (Cantando) Dicen: ¡qué luna tan linda! Repiten el refrán: "Sientes latir mi corazón" y la vieja canción: "Donde tú vayas, yo iré, mi bien", si la luna creció y el amor nació. Peachum (Cantando) En vez de… En vez de… Trabajar en cosas serias nada más Quieren gozar Quieren gozar Y se olvidan que la muerte es más tenaz. (Mientras la Señora Peachum repite el estribillo de la primera estrofa, Peachum la acompaña con ligeras variantes en el texto) Qué más da "la luna tan linda" De qué sirve el refrán: "Sientes latir mi corazón" Para qué la canción: "Donde tú vayas, yo iré, mi bien" si la luna menguó y el amor murió. - 241 - Menos cóndor y más huemul Gabriela Mistral Claudio Gay Los chilenos tenemos en el cóndor y el huemul de nuestro escudo un símbolo expresivo como pocos y que consulta dos aspectos del espíritu: la fuerza y la gracia. Por la misma duplicidad, la norma que nace de él es difícil. Equivale a lo que han sido el sol y la luna en algunas teogonías, o la tierra y el mar, a elementos opuestos, ambos dotados de excelencia y que forman una proposición difícil para el espíritu. Mucho se ha insistido, lo mismo en las escuelas que en los discursos gritones, en el sentido del cóndor, y se ha dicho poco de su compañero heráldico, el pobre huemul, apenas ubicado geográficamente. Yo confieso mi escaso amor del cóndor, que, al fin, es solamente un hermoso buitre. Sin embargo, yo le he visto el más limpio vuelo sobre la Cordillera. Me rompe la emoción el acordarme de que su gran parábola no tiene más causa que la carroña tendida en una quebrada. Las mujeres somos así, más realistas de lo que nos imaginan… El maestro de escuela explica a sus niños: "El cóndor significa el dominio de una raza fuerte; enseña el orgullo justo del fuerte. Su vuelo es una de las cosas más felices de la tierra". Tanto ha abusado la heráldica de las aves rapaces, hay tanta águila, tanto milano en divisas de guerra, que ya dice poco, a fuerza de repetición, el pico ganchudo y la garra metálica. Me quedo con ese ciervo, que, para ser más original, ni siquiera tiene la arboladura córnea; con el huemul no explicado por los pedagogos, y del que yo diría a los niños, más o menos: "El huemul es una bestezuela sensible y menuda; tiene parentesco con la gacela, lo cual es estar emparentado con lo perfecto. Su fuerza está en su agilidad. Lo defiende la finura de sus sentidos: el oído delicado, el ojo de agua atenta, el olfato agudo. Él, como los ciervos, se salva a menudo sin combate, - 242 - con la inteligencia, que se le vuelve un poder inefable. Delgado y palpitante su hocico, la mirada verdosa de recoger el bosque circundante; el cuello del dibujo más puro, los costados movidos de aliento, la pezuña dura, como de plata. En él se olvida la bestia, porque llega a parecer un motivo floral. Vive en la luz verde de los matorrales y tiene algo de la luz en su rapidez de flecha". El huemul quiere decir la sensibilidad de una raza: sentidos finos, inteligencia vigilante, gracia. Y todo eso es defensa, espolones invisibles, pero eficaces, del Espíritu. El cóndor, para ser hermoso, tiene que planear en la altura, liberándose enteramente del valle; el huemul es perfecto con solo el cuello inclinado sobre el agua o con el cuello en alto, espiando un ruido. Entre la defensa directa del cóndor, el picotazo sobre el lomo del caballo, y la defensa indirecta del que se libra del enemigo porque lo ha olfateado a cien pasos, yo prefiero ésta. Mejor es el ojo emocionado que observa detrás de unas cañas, que el ojo sanguinoso que domina solo desde arriba. Tal vez el símbolo fuera demasiado femenino si quedara reducido al huemul, y no sirviera, por unilateral, para expresión de un pueblo. Pero, en este caso, que el huemul sea como el primer plano de nuestro espíritu, como nuestro pulso natural, y que el otro sea el latido de la urgencia. Pacíficos de toda paz en los buenos días, suaves de semblante, de palabra y de pensamiento, y cóndores solamente para volar sobre el despeñadero del gran peligro. Por otra parte, es mejor que el símbolo de la fuerza no contenga exageración. Yo me acuerdo, haciendo esta alabanza del ciervo en la heráldica, del laurel griego, de hoja a la vez suave y firme. Así es la hoja que fue elegida como símbolo por aquellos que eran maestros en simbología. Mucho hemos lucido el cóndor en nuestros hechos, y yo estoy porque ahora luzcamos otras cosas que también tenemos, pero en las cuales no hemos hecho hincapié. Bueno es espigar en la historia de Chile los actos de hospitalidad, que son muchos; las acciones fraternas, que llenan páginas olvidadas. La predilección del cóndor sobre el huemul acaso nos haya hecho mucho daño. Costará sobreponer una cosa a la otra, pero eso se irá logrando poco a poco. Algunos héroes nacionales pertenecen a lo que llamaríamos el orden del cóndor; el huemul tiene, paralelamente, los suyos, y el momento es bueno para destacar éstos. Los profesores de zoología dicen siempre, al final de su clase, sobre el huemul: una especie desaparecida del ciervo. No importa la extinción de la fina bestia en tal zona geográfica; lo que importa es que el orden de la gacela haya existido y siga existiendo en la gente chilena. - 243 - Caín y Abel Antiguo Testamento Grabado de Durero E l hombre conoció a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín. Entonces ella dijo: “¡He tenido un varón de parte de Jehovah!”. Después dio a luz a su hermano Abel. Abel fue pastor de ovejas y Caín labrador de la tierra. Aconteció después de un tiempo que Caín presentó a Jehovah una ofrenda de los frutos de la tierra. Abel también trajo una ofrenda sacrificando las nuevas ovejas de su rebaño. Y Jehovah miró con agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró con agrado a Caín ni su ofrenda. Por esto Caín se enojó mucho y decayó su semblante. Entonces Jehovah dijo a Caín: –¿Por qué te has enojado? ¿Por qué ha decaído tu semblante? Si haces lo bueno, podrás levantar tu vista y andar enaltecido. Pero si no haces lo bueno, el pecado está a la puerta y te seducirá; pero tú debes dominarlo. Caín habló con su hermano Abel. Y sucedió que, estando juntos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Entonces Jehovah preguntó a Caín: –¿Dónde está tu hermano Abel? Y Caín respondió: –No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano? Le preguntó: –¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora pues, maldito seas tú lejos de la tierra que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando cultives la tierra, no te dará frutos; andarás errante y fugitivo sobre la tierra. - 244 - Interrogaciones José Leandro Urbina E n noviembre, después de más de dos meses de ausencia, he decidido arriesgarme a visitar mi casa. Es el comienzo de una tarde soleada y no hay casi nadie en la calle. Me abre la puerta mi madre y yo entro rápidamente. La casona está vacía, mi padre y mis hermanos siguen presos. Mi madre ha estado sola todo este tiempo y tres días por semana va al estadio a tratar de tener noticias de los nuestros. Mientras cruzamos el patio hacia la cocina, me dice que tiene la esperanza de que los dejen libres para las navidades. Antes de cruzar el umbral se detiene y tomándome la mano me pregunta: –¿Usted cree que existirá Dios, mijito? Yo la miro, más pequeña, más envejecida, y pienso que esa mujer que me mira con sus ojos ansiosos, como si mi respuesta fuera un veredicto, ella, mi madre, ha ido a la iglesia cada domingo y fiesta de guardar por más de cuarenta y cinco años. Entonces, viéndola así, yo que hace mucho tiempo que no lloraba, sin responderle me abrazo a ella y lloro. - 245 - Ponerse en el lugar del otro… pero nunca tanto Pablo Salvat B. Teniendo a la vista probablemente los sucesos revolucionarios de comienzos del siglo veinte y las guerras mundiales, un destacado intelectual húngaro señalaba que "la sabiduría de lo trágico es la sabiduría de los límites". Viniendo a nuestro presente queremos, desde ese señalamiento, realizar y compartir con los lectores algunos comentarios respecto a algunos significados de la entrega del Informe de prisión política y tortura. La moral y la ética, creaciones humanas por excelencia, han tenido que ver en la historia justamente con la necesidad de poner límites al real o eventual daño mutuo que podemos infligirnos. Con ello decimos que los humanos hemos intentado convivir bajo otra ley que la que determina el más fuerte, influyente, poderoso o astuto. Entre otras cosas, para permitir que esa convivencia de distintos sea posible. La historia nos muestra que no se logra siempre, claro está, pero que no podemos renunciar a ello. A su vez, como las reglas morales y éticas creadas tienen sus propias limitantes −no tienen fuerza obligatoria externa a los propios sujetos−, entonces el ser humano ha inventado el derecho. Por eso, lector, derecho y moral se necesitan mutuamente; ni el derecho ni la moral andan muy bien cuando cada uno cree poder prescindir completamente del otro. Hay que decir al mismo tiempo que desde el día mismo del golpe de Estado se expresaron, desde grupos minoritarios pero importantes, distintas formas de una suerte de resistencia ética a los nuevos hechos (algunos abogados, profesionales, las iglesias, actos valientes de ciudadanos anónimos), una resistencia que lentamente fue encontrando los canales para hacer de fermento de una conciencia crítica del estado de cosas que se daban en el país. Hemos tenido que esperar años para que aquellos −personas e instituciones− que pasaron por ciegos, sordos y mudos ante tanta humillación e ignominia infligida gratuita y brutalmente, puedan ahora por fin ver, oír y hablar. - 246 - Una buena parte del país y de la prensa sabía de algún modo lo que hoy cuenta el Informe. Pero claro, faltaba que se sumara a este nuevo crédito histórico de lo sucedido el selecto club de los poderes fácticos; y como ellos tienen aún suficientes cuotas de poder para dictaminar lo que ocurrió o no en nuestra historia, entonces se hacía necesario ayudarles a abrir sus ojos, limpiar sus oídos y recuperar el habla. No puede negarse que es algo positivo, un paso importante pensando en el futuro. Con todo, permítanme, no dejo de tener dudas en estos actos de contrición; no se puede tener una actitud satisfecha. Hay que mantener un sano escepticismo al respecto. No, pues. No pueden ahora reconocer que en verdad aquella tragedia sucedida tuvo que ver con la defensa de intereses de clase, de poder, primero que nada económicos, pero también políticos e ideológicos, o de sectores cooptados por la retórica anticomunista. Nada sucedió al azar. Ese dolor y sufrimiento infligido no fue casual ni tampoco hechos aislados que obedecían a la conducta desbocada de algunos adherentes acalorados al régimen militar. La parálisis ética en sus relaciones con la política y el poder estaba ya instalada en la idea misma de lo que se quería lograr con el golpe y sus secuelas; estaba en lo que pudiera llamarse su proyecto o modelo. Una parálisis asumida oblicuamente, cínicamente, como quizá no podía ser menos. Claro, alguien tenía que pagar el inevitable costo social para que el saber, poder y tener permaneciera en las mismas manos de siempre. Con el IPPT podemos ver quiénes eran algunos de aquellos "escogidos" y cómo les fue. Este Informe, de seguro, puede tener sus limitaciones, pero al menos nos asoma como país a lo que sucede cuando bajo justificaciones espurias −pero que funcionan−, los intereses de poder sobrepasan −en su defensa− todos los límites de la decencia. Sí, la sabiduría de lo trágico se aprende en la sabiduría de los límites. ¿Podremos aprenderlo nosotros y transmitirlo a nuestros hijos también? - 247 - El Mostrador, 11 de enero de 2005. “La cueca encierra en sí un sentido identitario” Juan Estanislao Pérez Hay una cuestión que es clara en esto, absolutamente, y es porque la cueca resulta ser una unidad. No comparto eso de “las cuecas”, no, hay una cueca: la cueca, y las cuecas. Porque al hablar de la cueca, hablamos del sentido de la unidad que ella convoca, que nos convoca; y las cuecas, sus manifestaciones, que las encontramos a través de todo Chile, con menor proporción hoy día, con menos asiduidad, efectivamente. Pero ella no está ausente: la cueca surge, aparece. Se mete por entre las esquinas del viento y surge y se rebela como esta expresión, yo diría, la más alta expresión de la cultura tradicional de nuestro país. Una manifestación convocante, una manifestación que nos impulsa, que nos lleva a revelarnos verdaderamente en lo que somos, como este pueblo que somos, tan diverso. La cueca es hablar ciertamente de los distintos Chiles que habita; la cueca en un sector encuentra diferentes tipos de expresiones, de manifestaciones, en una misma zona, en un mismo lugar, como ocurre con todo, con nosotros los chilenos y las chilenas, que somos diversos, múltiples. Pero con un sentido de lo unitario, con aquello que permanece oculto y que hay que revelar… Evidentemente la cueca encierra en sí un sentido identitario. Lo identitario es lo que se juega en esta expresión de la cueca. No hay ninguna duda en pensar, desde un punto de vista socio-antropológico que, cuando uno observa el resurgimiento de esta manifestación de la cueca de puerto… ¿Cómo surge esta presencia, cómo se vuelca?: es simplemente que nosotros, los seres humanos, pasamos en este momento y desde hace tiempo –y seguramente va a ser durante mucho tiempo más– un periodo de crisis, que no es un acabo de mundo, sino un nuevo cambio de modelo, de paradigma, una nueva manera de ver el mundo, una nueva manera de asumirlo, de vivenciarlo, de estar en el mundo; esta búsqueda incesante de los seres humanos de encontrarle sentido, significado a la vida, por querer entrar en esta ‘otredad’, que pareciera ser la que mayormente nos rebela, nos releva, nos pone en un plano de relieve que nos permite asumirnos. Es probable que la cueca cumpla efectivamente este rol, este papel… Hoy día cuando hablamos de globalización, cuando hablamos del mercado, de mundialización por las transformaciones socioculturales, claro, simplemente sentimos que no hay fronteras, que nos hacen sentir que no hay fronteras porque este es un mercado abierto al planeta entero. Y a los seres humanos, cuando nos quitan las fronteras, nos quitan el piso… fronteras que tienen que ver con un sentido existencial - 248 - Pintura de Manuel Antonio Caro nuestro, un modo de percibir la realidad. Y como no hay fronteras, ¿dónde nos volcamos?… Entonces, nosotros también, como una manera de centrarnos, una manera de reencontrarnos, una manera de volcarnos a nosotros que somos, nos vamos a la búsqueda de las manifestaciones, de las expresiones, y la cueca precisamente se encuentra allí. Hoy día ¿qué es lo que observo yo de la cueca?… De esta cueca que hoy observamos, cantada por gente joven, hay gente que está en contra… pero yo no comparto esa crítica; a mí me encanta escuchar a la gente joven cantando y bailando, pero sí hay que reconocer que la cueca citadina ha sido recuperada más bien desde el escenario; el escenario ha cumplido una función tremendamente importante. Supongo que en el pasado hubo también manifestaciones importantes de esa naturaleza, desde el escenario, como el caso de la Jota Cruz, por ejemplo. Pero en el caso de la cueca uno observa que hay un mayor énfasis en lo escénico, en lo artístico propiamente tal, sin dejar de reconocer que en la cotidianidad, cuando se baila la cueca, también hay un contenido artístico, nadie puede ignorar esto; solo digo que aquí hay un mayor énfasis en lo artístico que en algunos casos resulta verdaderamente hermoso. Hay cambios, hay transformaciones que tienen que ver, básicamente, con la melodía. Hay cambios sustantivos que son recurrentes… Hay un universo sonoro distinto que la gente joven coge, lo toma; es un tema que no podemos negar, y así han resultado hoy día algunas cuecas bellísimas cantadas por los distintos grupos en todo el país. Y eso hay que aplaudirlo, porque a nosotros, efectivamente, nos sirve bastante. ¿Qué más ha cambiado? Ha cambiado el tema del tiempo; ahora es vertiginoso, hay un tiempo distinto, hay una sensación de tiempo distinto… es más rápido porque la vida funciona más rápido… Hay algunos a los que no les gusta esto, simplemente porque dicen que no se respeta mucho lo tradicional. Pero olvidan que tanto el sentido de lo identitario como el concepto de lo tradicional va variando con el tiempo, porque son procesos en tránsito. No hay una identidad definida absolutamente. La identidad desde el punto de vista de la antropología, muy moderna o postmoderna, como quieran llamarla, efectivamente señala que el sentido de lo identitario siempre está en tránsito, en permanente estado de cambio, aun conservándose aquellas situaciones, aspectos o el espíritu de alguna comunidad. Va a variar, va transformándose… - 249 - El origen de los dichos La manzana de la discordia Relata la mitología griega que existía en el Olimpo una constante disputa para decidir cuál de las diosas era la más bella. En cierta ocasión en que se encontraban reunidas Venus, Juno y Minerva, la Discordia arrojó entre ellas una manzana diciéndoles que era para "la más hermosa". Las diosas nombraron árbitro al joven Paris, hijo del rey de Troya. Paris entregó el fruto a Venus, la Diosa del Amor. Esta, agradecida y a manera de recompensa, hizo que de él se enamorara Helena, reputada como la más hermosa de las mortales. Pero como Helena se encontraba casada con Menelao, rey de Esparta, el romance desembocó en la larga "guerra de Troya". De manera tal que "la manzana de la discordia" encendió sucesivamente dos conflictos: primero entre las diosas y luego entre los hombres. París bien vale una misa Enrique IV gobernó desde 1526 hasta 1589, exclusivamente sobre Navarra, ya que el resto de los franceses se negaba a aceptarlo como soberano debido a su religión protestante. Finalmente, el año 1593, decidió abjurar y convertirse al catolicismo. La tradición le atribuye la frase "París bien vale una misa", vale decir, se pueden hacer sacrificios menores con la finalidad de obtener las cosas de mayor importancia que se desean. Canto del cisne El cisne solo emite unos graznidos roncos. Sin embargo desde la Antigüedad griega viene la leyenda de que estas aves entonan antes de morir un canto armonioso y melancólico. Hacia el Renacimiento persistía la leyenda, hasta el punto de que entre las anotaciones que dejó Leonardo de Vinci, se lee: "El cisne es blanco, sin ninguna mancha, y canta dulcemente antes de morir; este canto pone fin a su vida". Con esta base se acuñó la expresión "canto del cisne", para caracterizar la obra inesperada o súbita de una persona que no vuelve a descollar. Revista Saber para todos. Santiago: Quimantú, 1973. - 250 - Inocencia y compromiso Alfonso Guerra - Fragmento - La celebración del centenario del nacimiento de Miguel Hernández es ocasión propicia para animar a los jóvenes a leer a uno de los más grandes poetas en lengua castellana y para hacer una relectura fiel a los valores literarios del poeta. El objetivo de lograr que Hernández se conozca se explica por la inmensa calidad y calidez de su obra y por un acto de justicia histórica, para no añadir una herida más, la del olvido, al hombre y al poeta que declamó: Con tres heridas yo/ la de la vida/ la de la muerte/ la del amor. La lectura fiel, adecuada, de su obra es para desterrar el tópico de un Miguel Hernández cuya actuación política desmereció su calidad artística. A lo largo de su vida, Miguel Hernández dio siempre pruebas de su inocencia y a la vez de su vocación comprometida. Sus inicios como poeta −escribe sus primeros versos a la edad de 15 años mientras pastorea las cabras de la familia− muestran su contemplación admirada del mundo que le rodea: riscos, arroyos y pájaros cantores. […] Será el estallido de la guerra la circunstancia que señalará el compromiso de Miguel. Se alistará con pronta voluntad en el Quinto Regimiento. Sin uso de las especiales condiciones que asistían a los intelectuales que apoyaron la República, marchará al frente como zapador sin tomar en consideración la oportunidad de la que otros disfrutaban de permanecer en la retaguardia, en el Palacio HerediaSpínola, sede de la Alianza de los Intelectuales Antifascistas, donde estaban sus amigos poetas. Mas lo que importa es cuál fue la evolución de su espíritu poético, qué cambios producen en la obra del poeta las circunstancias de la guerra. Miguel creará una nueva poética, dedicará sus versos a los soldados que defienden los valores republicanos. Escribirá poesía bélica, comprometida, con el objetivo de flagrar la lucha por la civilización de los soldados, para hacer resplandecer como fuego o llama la causa de la justicia. Publicará Viento del pueblo con un subtítulo que nos confirma cuál es la motivación de la obra: Poesía en guerra. Durante años el poemario bélico de Miguel no fue aceptado por los especialistas y escritores. El prejuicio de considerar al rapsoda de guerra como el intelectual que acata las consignas políticas y las pone en verso les cegó, no supieron acceder a la - 251 - Archivo M. Hernández, tomada en su pueblo natal Orihuelas profunda emoción que anidaba en la conciencia del poeta lo injusto de la guerra. Hernández ejercita su compromiso político esgrimiendo la palabra pura, inocente, como un arma más; nos narra lo que ve y, sobre todo, lo que siente, en una práctica poética en primera persona que construye un espacio de quejas y bravuras, animando a los soldados fruto de vientres pobres a desquijarar leones para liberar a España de la invasión fascista. La justicia de la historia ha ido transmutando las opiniones críticas acerca de tan serio y humano poemario. Así, en la década de los sesenta, José Manuel Caballero Bonald, sin temor ni prejuicio, afirmará: "Se trata de uno de los libros más emocionantes, limpios y fervorosos que ha producido la poesía española en la primera mitad del siglo XX”. Y es que Miguel Hernández, cuando muestra su compromiso con la causa republicana en sus poemas no lo hace abdicando de su condición de poeta, de su oficio; concreta su compromiso con la palabra, con su bien decir, con su bien - 252 - nombrar las cosas. ¿No es esta la función de la poesía? Para su canto épico Miguel no encontrará más verso que el romance, como idóneo canto narrativo, pero hará un romance subjetivo, en primera persona, en clave de biografía propia, con el que nos revela su función: Si yo salí de la tierra,/ si yo he nacido de un vientre/ desdichado y con pobreza,/ no fue sino para hacerme/ ruiseñor de las desdichas,/ eco de la mala suerte,/ y cantar y repetir/ a quien escucharme debe/ cuanto a penas, cuanto a pobres,/ cuanto a tierra se refiere. El ruiseñor de las desdichas está aún más claramente aplicado a la contienda político-militar, en una prueba más de que su compromiso político no le separa de su inocencia poética, en el poema "Vientos del pueblo me llevan": Cantando espero a la muerte,/ que hay ruiseñores que cantan/ encima de los fusiles/ y en medio de las batallas. Miguel es un ruiseñor que canta en medio de las batallas, un poeta que crea con la pureza del alma mientras suenan los obuses y se rompen las entrañas. Pues Miguel se sentía poeta, como confiesa en la dedicatoria del libro a Vicente Aleixandre: "A nosotros, que hemos nacido poetas entre todos los hombres, nos ha hecho poetas la vida junto a todos los hombres […] Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidos al pie de cada siglo”. […] Si desde el comienzo de la guerra en Miguel se produjo una lucha interior entre el deseo de libertad para su pueblo y su odio a la violencia y la muerte, será con la aproximación del final de la contienda, con la acumulación de la visión de tanta sangre y muerte y con la aparición de la conciencia de la derrota cuando afloren los más tiernos sentimientos de tristeza. En contraste, la noticia de la llegada de su hijo explosionará su vitalidad y deseos de futuro, cortados en la raíz con dos hechos cercanos en el tiempo que produjeron el deterioro del poeta: la derrota de los republicanos y la muerte de su hijo. El poeta ético, moral, había entregado su fe y sometido a riesgo su vida por una causa noble en la que perdería todo lo que le hacía vibrar. Juan Ramón Jiménez, con su acritud habitual, salva a Miguel de sus críticas: "Los poetas no tenían convencimiento de lo que decían. Eran señoritos, imitadores de guerrilleros, y paseaban sus rifles y sus pistolas de juguete por Madrid, vestidos con monos azules muy planchados. El único poeta, joven entonces, que peleó y escribió en el campo y en la cárcel fue Miguel Hernández”. - 253 - Así fue considerado como el poeta del pueblo por los combatientes, argumento utilizado en su procesamiento cuando fue detenido, a pesar de que todos le aconsejaban que se marchase fuera del país y que optara por buscar a su mujer y a su hijo en Cox, como "el más inocente y confiado de los muchachos”(Carmen Conde). En la cárcel, gravemente enfermo, sin atención médica, se le dejará morir. Aún se intenta la renuncia de sus ideas a cambio de la libertad y la cura. Se le pide que manifieste haber sido engañado por los "enemigos de España”. ¿Fue tal vez un intento de compensar el gran impacto negativo para los vencedores del asesinato de Federico? Miguel se niega, en un acto de conjunción sublime de su inocencia y su compromiso, a pensar que habrían de ser tan perversos como para dejarlo morir en una celda inmunda por negarse a abjurar de sus ideas, y si así fuera, cómo podría él romper su compromiso con lo que cree, con lo que alimenta su fe de ser humano que busca la verdad y la justicia. Inocencia y compromiso desde la inicial manifestación de su vocación poética hasta el borde del abismo de una muerte digna para el poeta e ignominiosa para sus no tan indirectos asesinos. En el procedimiento sumarísimo de urgencia, incoado por la Auditoría de Guerra de Madrid, ninguna acusación de delito alguno se le hace a Miguel, salvo ser autor de algunos poemas que se citan, como la "Canción del esposo soldado". En su declaración el poeta confiesa que su obra recoge la labor que como escritor antifascista y al servicio de la causa del pueblo ha desarrollado durante la guerra […] La sentencia considera probado que Miguel Hernández ha publicado numerosas poesías, crónicas y folletos y que ello constituye un delito de adhesión a la rebelión, por lo que se le condena a la pena de muerte. Su actividad poética culmina en una actitud humana que confirma la inocencia y el compromiso de Miguel Hernández, uno de los más grandes poetas de la literatura española. Diario El País, 7 de marzo de 2010. - 254 - Carta a Josefina Manresa Miguel Hernández En abril de 1939, tras la caída de Madrid y de la II República española, Miguel Hernández intentó huir a través de la frontera con Portugal. Detenido en Rosal de la Frontera, permaneció en prisión hasta el 17 de septiembre, cinco días después de escribir a su esposa, Josefina Manresa, la carta que hoy reproducimos. La suerte de Miguel Hernández no duró mucho. Acababa de regresar a Orihuela para reunirse con su familia cuando la policía franquista lo detuvo por segunda vez. En enero de 1940, fue condenado a muerte; en junio, la sentencia fue conmutada por una pena de treinta años. Dos años más tarde, y tras pasar por cárceles de Madrid, Palencia, Ocaña y finalmente Alicante, falleció de tuberculosis: era un 28 de marzo. Mi querida Josefina: Esta semana, como las anteriores, llega martes y no ha llegado tu carta. También empiezo a escribir esta para que me dé tiempo a echarla después, cuando el correo me traiga la tuya, que no creo que falte hoy. Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme. Prefiero lo primero y así no hago más que eso, además de lavar y coser con muchísima seriedad y soltura, como si en toda mi vida no hubiera hecho otra cosa. También paso mis buenos ratos espulgándome, que familia menuda no me falta nunca, y a veces la crío robusta y grande como el garbanzo. Todo se acabará a fuerza de uña y paciencia, o ellos, los piojos, acabarán conmigo. Pero son demasiada poca cosa para mí, tan valiente como siempre, y aunque fueran como elefantes esos bichos que quieren llevarse mi sangre, los haría desaparecer del mapa de mi cuerpo. ¡Pobre cuerpo! Entre sarna, piojos, chinches y toda clase de animales, sin libertad, sin ti, Josefina, y sin ti, Manolillo de mi alma, no sabe a ratos qué postura tomar, y al fin toma la de la esperanza que no se pierde nunca. Así veo - 255 - pasar un día y otro día, esperanzado y deseoso de correr a vuestro lado y meterme en nuestra casa y no saber en mucho tiempo nada del mundo, porque el mundo mejor está entre tus brazos y los de nuestro hijo. Aún es posible que vaya para el día de mi santo, guapa y paciente Josefina. Aunque yo, la verdad, creo que estos amigos míos llevan las cosas muy despacio. Han estado de vacaciones fuera de Madrid y han regresado esta semana pasada. No han podido venir a verme porque ahora es imposible para todo el mundo. Es casi seguro que los veré la semana que viene. Me decías en tu anterior que guardara la ropa cuanto pudiera. No te preocupes, que si no tengo ropa cuando salga, con ponerme una mano en el occipucio y otra en el precipicio, arreglado. Así y todo procuro conservarla y uso la más vieja y todo son cosidos y descosidos y ventanas por todas partes. El pijama se me ha roto y le he puesto un remiendo que es media camisa, porque se me veía toda la parte de atrás y era una verdadera vergüenza. Por lo que a mí me pasa, me figuro lo que os pasará a vosotros y como esto siga así, me veo contigo como Adán y Eva en el Paraíso. ¡Ay, Josefina mía! No nos queda otro remedio que aguantar todo lo malo que nos viene y nos puede venir, para el día que nos toque aguantar lo bueno. ¿Verdad que llegará ese día? Yo nunca he dudado de que llegará y de que seremos más felices que hasta aquí hemos sido. Esta separación nos obliga a respetar a nuestro Manolillo más que respetamos al otro. Manolillo del que no dejo de acordarme nunca. Dentro de un mes hará un año que se nos murió. Eso de que el tiempo pasa de prisa, para nadie es más verdad hoy como para nosotros y a mí me cuesta trabajo creer que ha pasado un año desde que cerró nuestro primer hijo los ojos más hermosos de la tierra. Dios, a quien tú tanto rezas, hará que el día diecinueve de octubre lo pasemos juntos, si no hace que lo pasemos el día ventinueve de este mes. No quisiera pasar ese día lejos de ti. Iremos a dar una vuelta al campo y si tú eres decidida, visitaremos la tierra donde nos espera. Tengo ganas de hablar contigo. La otra noche soñé a Manolillo ya con cinco o seis años de edad. Cuídalo mucho, Josefina, que crezca fuerte y defendido contra toda enfermedad. Cuando te sea posible come mucha fruta y mucho vegetal, principalmente patatas. Es lo que más conviene a tu salud y a la de nuestro sinvergüencilla. No me dices muchas cosas suyas. Supongo que ya hablará más que un loro. Si supieras qué ganas tengo de oír su voz: se me ríen los huesos solo de imaginarla, con que mira lo que me voy a reír el día que la oiga de verdad. Dime el peso que tiene, que no lo has pesado hace mucho tiempo. Estoy enfadado con Manolo y con las Marianas, a ninguno de los cuatro se les ocurre escribirme unas letras. No se acuerdan de mí, que - 256 - no los olvido. Dime también algo de la abuela y la tía, que tampoco me han mandado una sola letra […] Bueno. Voy a dejar el lápiz y a esperar tu carta, a ver qué me trae de bueno. Nada. Hoy no recibo carta tuya. No me gusta que te retrases en escribirme. Vaya plantón que me he llevado al pie del que vocea el correo. No hay derecho. Espero que me digas algo de nuestra familia de Orihuela, de mi madre especialmente y de la de Pepito. Anteayer he recibido una carta de un amigo de la huerta, Trinitario Ferrer, muy amigo de mi hermano y me dice que se ve con él todos los días. Di a Vicente que le diga que por ahora no puedo contestarle, pero que me alegra mucho saber de él. Voy a terminar mi carta diciéndote que seas menos perezosa conmigo o de lo contrario no te voy a escribir en un mes. Y nada más porque no parezca larga esta a la censura y porque hagan todo lo posible para que llegue a tus manos. Manolillo: adiós, un beso ¡pum! Otro beso ¡pum! Otro, otro, otro, ¡pum, pum, pum! Manolo: escribe, dejando a un lado por un rato las barbas y las perezas. Marianas: a ser buenas y a pelearos una vez a la semana solamente. Josefina: recibe para ti y para nuestro hijo y para nuestros hijos mayores el cariño encerrado y empiojado y … perdido de tu preso Miguel ¡Adiós! Madrid, 12 de septiembre de 1939. Retrato de Josefina Manresa - 257 - Nanas de la cebolla Miguel Hernández La cebolla es escarcha cerrada y pobre: escarcha de tus días y de mis noches. Hambre y cebolla: hielo negro y escarcha grande y redonda. Alondra de mi casa, ríete mucho. Es tu risa en los ojos la luz del mundo. Ríete tanto que en el alma al oírte, bata el espacio. En la cuna del hambre mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba. Pero tu sangre, escarchada de azúcar, cebolla y hambre. Tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca. Boca que vuela, corazón que en tus labios relampaguea. Una mujer morena, resuelta en luna, se derrama hilo a hilo sobre la cuna. Ríete, niño, que te tragas la luna cuando es preciso. Es tu risa la espada más victoriosa. Vencedor de las flores y las alondras. Rival del sol. Porvenir de mis huesos y de mi amor. - 258 - La carne aleteante, súbito el párpado, el vivir como nunca coloreado. ¡Cuánto jilguero se remonta, aletea, desde tu cuerpo! Al octavo mes ríes con cinco azahares. Con cinco diminutas ferocidades. Con cinco dientes como cinco jazmines adolescentes. Desperté de ser niño. Nunca despiertes. Triste llevo la boca. Ríete siempre. Siempre en la cuna, defendiendo la risa pluma por pluma. Frontera de los besos serán mañana, cuando en la dentadura sientas un arma. Sientas un fuego correr dientes abajo buscando el centro. Ser de vuelo tan alto, tan extendido, que tu carne parece cielo cernido. ¡Si yo pudiera remontarme al origen de tu carrera! Vuela niño en la doble luna del pecho. Él, triste de cebolla. Tú, satisfecho. No te derrumbes. No sepas lo que pasa ni lo que ocurre. - 259 - El hombre | Miguel Hernández Nacido para el luto Retrato de Miguel Hernández Antonio Muñoz Molina A Miguel Hernández todo le pasó en un tiempo muy breve, pero su vida es una larga cadena de esperas. Habría que sustraer, de los pocos años que vivió, todas las horas, los días, los meses que se pasó esperando algo, desesperando de que no llegara, enviando peticiones de ayuda a personas siempre mejor situadas que él que no tenían el tiempo o las ganas de contestar a sus demandas. Otros disfrutaban el resguardo de una posición social o de un privilegio literario o político: Miguel Hernández se supo siempre a la intemperie, en la paz y en la guerra, en la literatura y en la vida, en la cárcel y en la cercanía de la muerte. Esperó tanto, hasta el final, que los últimos días de su vida los pasó esperando a que lo trasladaran a un sanatorio antituberculoso, que le trajeran a su hijo para poder verlo por última vez. - 260 - Escribía cartas y aguardaba respuestas con expectación angustiada: cartas a su novia, Josefina Manresa; cartas a los amigos, a los que pedía favores apremiantes, dinero prestado, influencias; cartas a los poetas célebres, a los que asediaba con una mezcla de orgullo insensato y tosco servilismo; cartas desde la cárcel, en los últimos años de su vida, solicitando avales políticos, gestos de clemencia, noticias sobre el hijo demasiado pequeño y demasiado frágil que tal vez acabaría teniendo el mismo destino del hijo anterior, muerto a los 10 meses, amortajado con los ojos abiertos, con el mismo gesto atónito que se le quedó a él mismo cuando velaban su cadáver: unos ojos muy grandes, desorbitados por la enfermedad de la tiroides, sobre cuyo color exacto no hay acuerdo entre los testimonios de quienes lo conocieron. Qué podemos saber de verdad sobre la vida de alguien que murió no hace tanto, en 1942, si los testigos ni siquiera concuerdan en el color de sus ojos: Miguel Hernández los tenía verdes y muy claros, o muy azules, resaltando más en su cara morena; o los tenía pardos, según dice uno de sus biógrafos, Eutimio Martín, aportando la prueba de su ficha militar y la de su filiación de prisionero. Lo que atestiguan sin duda las fotografías es el tamaño y la expresión de los ojos, la atención fija en todo, la mirada de una desarmada franqueza que es todavía más visible en el dibujo que le hizo Antonio Buero Vallejo en la cárcel. Fue ese dibujo el que convirtió a Miguel Hernández no en un hombre real, sino en un ícono reverenciado de algo, de muchas cosas, demasiadas, cuando lo veíamos reproducido en los pósters del antifranquismo, en nuestras galerías de retratos de la resistencia, junto a Lorca, junto a Antonio Machado, tal vez también junto a Salvador Allende, Che Guevara, Dolores Ibárruri. En ciertos bares, en ciertos pisos de estudiantes, la cara y la mirada de Miguel Hernández formaban parte de un paisaje visual que también incluía las reproducciones del Guernica. Era difícil pensar entonces que aquel retrato hubiera sido el de un hombre real, no un santo laico ni un mártir ni un símbolo; un hombre, además, que si hubiera vivido no sería entonces muy viejo, porque había nacido ya bien entrado el siglo, en 1910. Estremece siempre hacer las cuentas de su edad: con 22 años hizo su primer viaje a Madrid y publicó su primer libro de poemas; no había cumplido 26 cuando logró por primera vez la maestría indudable de El rayo que no cesa; tres años después, la guerra ya perdida, entró por segunda vez en la cárcel y no volvió a salir de ella. Pero la rapidez de todo se vuelve más asombrosa cuando contrastamos la altura de sus logros mejores con su punto de partida. Hacia 1937, Miguel Hernández empezó a escribir poemas con una voz y un despojo que no se parecen a nada en la literatura española, y muy poco antes había alcanzado ya un dominio de lenguaje y de las formas poéticas en el que estaba comprimida por igual la disciplina de la tradición clásica y la libertad del - 261 - surrealismo: pero solo unos años atrás, a finales de los veinte, su horizonte poético era todavía el de la retórica averiada de los juegos florales, cuando no el todavía más horrendo de la poesía entre sentimental y rústica en dialecto comarcal, muy imitada, de Gabriel y Galán. El mismo hombre que publica en 1937 la Canción del esposo soldado había presentado en 1931 un Canto a Valencia a un concurso oficial en dicha provincia, en el que, bajo el lema "Luz Pájaros Sol", se sucede una catarata de versos que incluye el siguiente pareado: Con emoción agarro?/ el musical guitarro. Tenía desde que encontró su vocación, en la primera adolescencia, la desvergonzada capacidad de mimetismo de los grandes autodidactas, el amor agraviado por el saber de quien fue apartado demasiado pronto de la escuela. Una leyenda que él mismo se ocupó de alimentar ha exagerado la pobreza de sus orígenes y contribuido fatalmente al malentendido paternalista y populista que hace de él un talento rústico, una especie de diamante en bruto. Es verdad que Miguel Hernández dejó la escuela a los 14 años y se puso a cuidar cabras, pero las cabras pertenecían a los rebaños de su padre, que era un hombre de cierta posición. Más que la pobreza, lo que debió de herirlo cuando tuvo que abandonar la escuela fue la vejación de verse a sí mismo pastoreando cabras mientras otros con menos inteligencia natural que él continuaban en las aulas; también la sinrazón de una brutal autoridad paterna que no por ser propia de la época era menos hiriente para su espíritu innato de rebeldía y de justicia. El padre despótico veía la luz encendida a altas horas de la noche en el cuarto del niño lector y lo castigaba a correazos y a patadas (20 años después su hijo estaba muriéndose de neumonía y tuberculosis en la prisión de Alicante y no se molestó en visitarlo). Pero se marchaba el padre y Miguel Hernández volvía a encender la luz y recobraba el libro escondido, muy usado, alguno de los que encontraba en la biblioteca pública o en la de un sacerdote de Orihuela, el padre Almarcha, que empezó siendo su protector y fue luego uno de sus muchos verdugos. Leía de noche a la poca luz de una bombilla o de un candil, y cuando salía con las cabras llevaba el libro escondido en el zurrón y seguía leyendo, devorando toda la poesía española que encontraba, la buena y la mala, lector omnívoro a la manera de los autodidactas que no tienen más guía que su propio entusiasmo, originado quién sabe dónde. Nada de lo que a otros les estuvo siempre asegurado fue fácil para él: nada de lo más elemental, el papel, la pluma, la tinta, la mesa. Escribía versos en papel de estraza con un cabo de lápiz. Quería escribir y no tenía dónde apoyarse. Una piedra, el lomo de una cabra. Hay que leer sus poemas juveniles para darse cuenta de la penuria estética de la que partió, de la clase de talento y de furiosa voluntad que le fueron necesarios para sobreponerse a limitaciones invencibles. Entre la retórica mal digerida de la poesía barroca y de los atroces versificadores tardorrománticos y tardomodernistas, en esos poemas aparece - 262 - un fogonazo de realidad observada de cerca, de naturaleza y vida animal y exasperación humana de soledad y deseo: Miguel Hernández, pastoreando cabras, copia laboriosamente los lugares comunes más decrépitos de la poesía pastoril, pero le sale de pronto una desvergüenza sexual campesina, una claridad expresiva que con el paso del tiempo será uno de los rasgos más originales de su voz poética, el arte supremo de hacer literatura llamando a las cosas por su nombre. Tampoco tuvo vergüenza para medrar cuando le fue necesario: para cultivar un personaje que al despertar simpatías le beneficiaba en sus propósitos, pero también lo hacía vulnerable a la condescendencia, bienintencionada o malévola. Empezó jugando a ser el "pastor poeta" del primitivismo pintoresco, y en la sociedad literaria de Madrid en vísperas de la guerra siguió siendo, entre hijos de buena familia con inclinaciones izquierdistas, damas de sociedad y diplomáticos, el campesino moreno y exótico, el inocente y bondadoso que llevaba alpargatas y pantalón de pana que podía ser entrañable, pero no siempre era invitado a las reuniones de buen tono. Miguel Hernández, que persiguió con calculada adulación y sincero fervor a tantos de sus contemporáneos −la adulación y el fervor, en su caso, eran compatibles− quizá no tuvo entre los literatos de Madrid ningún amigo de verdad salvo Vicente Aleixandre. En la intemperie de su vida había una soledad que no aliviaba nadie: Ya vosotros sabéis / lo solo que yo voy, por qué voy yo tan solo. / Andando voy, tan solos yo y mi sombra. Provocaba incomodidad, cuando no abierto rechazo. Rafael Alberti en verso y María Teresa León en prosa le atribuyen sin demasiados eufemismos un olor poco adecuado para las cercanías sociales. García Lorca no se presentaba en una casa si sabía que Miguel Hernández estaba en ella. Llamó por teléfono a Aleixandre con la intención de ir a visitarlo, y al enterarse de la presencia de Hernández no se contuvo: "Échalo". De todo aquel grupo, solo él conoció de primera mano el trabajo manual, solo él pasó hambre al llegar a un Madrid en el que se le cerraban todas las puertas y en el que daba vueltas por las calles con el estómago vacío y con una carpeta de versos mecanografiados bajo el brazo, esperando a ser recibido por alguien importante, esperando a que apareciera en un periódico una entrevista prometida, a que le llegara un giro con algo de dinero que le permitiese prolongar un poco más la espera. Llegó la guerra y también fue él quien la conoció de cerca y de verdad, por decisión propia. Para entonces había empezado a disfrutar algo de lo tanto tiempo esperado, la visibilidad que le trajo la publicación de El rayo que no cesa, celebrado públicamente nada menos que por Juan Ramón Jiménez en el diario El Sol, lo cual equivalía a una consagración. En la guerra, Miguel Hernández entra en posesión de todas sus mejores facultades como poeta y como militante político, pero también en eso lo acompañan el malentendido y la leyenda, la dificultad de encajar en los estereotipos de nadie. Su evolución política no - 263 - es menos chocante que la rapidez de su maduración literaria: en 1935 aún escribía poemas y conatos de autos sacramentales influidos por el catolicismo entre místico y fascista de su amigo Ramón Sijé; en septiembre de 1936 es miembro del Partido Comunista y cava trincheras recién alistado en el Quinto Regimiento. Pero tampoco cuadra, ni física ni metafóricamente, en la fotografía canónica de los poetas comprometidos con la causa republicana: vive con los soldados en los frentes, no en los despachos de la Alianza de Intelectuales. Y cuando en 1939 todo se derrumba, él se queda vagando en la intemperie de Madrid mientras casi todos los demás encuentran el camino del exilio. No hubo plaza en ningún avión ni pasaporte de última hora para quien había puesto su vida entera, su nombre y su literatura al servicio de la República; para quien no podría esperar clemencia de los vencedores ni tampoco esconderse en el anonimato. Demasiado inocente o demasiado aturdido por la derrota, elige la peor huida posible y va a meterse él solo en la boca del lobo. Como Lorca buscando refugio en Granada, Miguel Hernández regresa con cabezonería suicida a su pueblo y a la cercanía de su mujer y su hijo, y en septiembre de 1939, ni siquiera con 29 años cumplidos, cae en la red de las cárceles y los procesos sumarísimos para no salir ya nunca. Nadie mejor que los paisanos y los convecinos de uno para abatirlo a traición con la quijada de Caín. El trato que recibe de los vencedores −civiles, militares, eclesiásticos− revela la catadura de un régimen construido expresamente sobre la venganza de clase. Miguel Hernández es el retrato robot del vencido, el enemigo perfecto. Pero su martirio real no nos exime de la necesidad de mirar su figura completa como escritor y como hombre, que es mucho más rica que todos los estereotipos levantados sobre ella. Vivió en su tiempo, no en el nuestro. Hizo poemas a la Virgen María y también los hizo a Stalin. Cuando la cultura predominante en España era la antifranquista, Miguel Hernández fue elevado a un altar en el que convenía que destacara la parte más combativa de su obra, el estatuto de poeta voluntariamente popular que él asumió con todas las de la ley en los años de la guerra y que culmina en Viento del pueblo; también, aunque en menor medida, en El hombre acecha, donde tan visible como la militancia política es el desaliento por la carnicería y la destrucción que ya duran demasiado, el puro espanto ante lo peor de la condición humana: Se ha retirado el campo / al ver abalanzarse / crispadamente al hombre. Pero en la ansiosa modernidad de los años ochenta, de pronto, ya no había sitio para Miguel Hernández: los mismos rasgos que habían contribuido a su consagración ahora lo volvían anacrónico. En un país donde no hay actitud intelectual más celebrada que el desdén, nada era más fácil de repente que desdeñar a Miguel Hernández: había - 264 - que ser cosmopolitas, y él resultaba demasiado autóctono; neuróticamente urbanos, y Hernández parecía demasiado rural; adictos a las modas capilares e indumentarias, y él permanecía congelado en su cabeza rapada y sus ropas de pana. En una época, los años ochenta, en la que estaba de moda despreciar con un mohín a Antonio Machado, Miguel Hernández tenía algo de antigualla embarazosa. No era un poeta: era una letra de canción anticuada. Quizá ahora estamos en condiciones de mirarlo como fue y de leer de verdad su poesía, más allá de los pocos poemas que algunos recordamos todavía, los que se hicieron célebres en la resistencia y en la primera transición. El trabajo acumulado de los biógrafos −Agustín Sánchez Vidal, José Luis Ferris, Eutimio Martín− nos permite un conocimiento sólido de una vida demasiado breve y mucho más rica en pormenores y resonancias que cualquier estereotipo: la vida no de un inocente, ni de un buen salvaje exótico, ni la de un santo, sino la de un hombre que, sobreponiéndose a circunstancias terribles, logró hacer de sí mismo aquello que soñó desde que era un chaval pastoreando cabras: un poeta y un hombre en la plenitud de su albedrío. En una literatura tan pudibunda y tan temerosa de lo sentimental como la española, él escribió sin reparo sobre el deseo sexual, sobre su ternura masculina de esposo y de padre. Su mejor poesía política conserva una fuerza de belleza y rebeldía que la hace muy superior a la de Neruda. Neruda no habría escrito jamás, por ejemplo, El tren de los heridos. Le faltaba empatía verdadera hacia los seres humanos, y no había compartido sus padecimientos. Neruda se declaró siempre maestro de Hernández, y sin duda lo fue en algún momento, pero yo tengo la sospecha de que el Canto General le debe a Vientos del pueblo mucho más de lo que el propio Neruda habría estado dispuesto a reconocer. En Miguel Hernández lo más íntimo y lo más político, la emoción privada y la arenga pública, se conjugan más estrechamente que en ningún otro poeta. Y en el Cancionero y romancero de ausencias, la hondura y el despojo provocan un estremecimiento que es el de las cimas más solitarias de la literatura, el del Libro de Job y las Coplas de Jorge Manrique y François Villon y Fray Luis de León y la Balada de la cárcel de Reading y Antonio Machado. Toda retórica ha sido abolida, todo rastro de amaneramiento. Los versos tienen a veces una impersonalidad desnuda de poesía popular, de letra flamenca o de romance antiguo; en ellos se nota la doble sombra triste de Machado y de Lorca, los otros dos poetas aniquilados por la guerra: Písame,/ que ya no me quejo./ Ódiame,/ que ya no lo siento./ No me olvides/ que aún te recuerdo/ debajo del plomo/ que embarga mis huesos. Demasiado viene durando ya la espera. Ahora que va a hacer un siglo que nació ha llegado el tiempo de leer a Miguel Hernández. Diario El País, 7 de marzo de 2010. - 265 - El ojo puesto en la esperanza Virginia Rioseco Revista Mensaje entrevistó a David Benavente, sociólogo y dramaturgo, creador de las emblemáticas obras teatrales Tres Marías y una Rosa; Pedro, Juan y Diego y de películas documentales en las que se cuentan: El Willy y la Miriam, Blanca Azucena, Juegos artificiales, Salir adelante y la película Transterrados españoles. Y después de tantos ires y venires, David Benavente reflexiona: "No me había dado cuenta, pero al parecer la idea de 'salir adelante' ha sido el tema –mi tema– durante toda la vida". Es decir, cómo personas que de la nada sacan fuerzas para seguir, para luchar y dejar de ser víctimas, hasta convertirse en actores de sus propias vidas. […] Los espectadores podemos advertir que en todas sus creaciones está la solidaridad, la creación de redes para la subsistencia, el invento en el límite de las posibilidades para quebrarle la mano a la desgracia; en fin, el humor, que quien lo tiene guarda en sí una gran sabiduría. […] Y en ese indagar desde la experiencia audiovisual, Benavente ha creado y desarrollado, inventado, proyectos con la misma resiliencia que tienen sus personajes reales o ficticios. Viaje de la patria a la patria Transterrados españoles (salir adelante en Chile) es una realización que muestra con sencillez, no carente de épica, la llegada a Chile de cuatro españoles; tres de ellos dejaron Europa a bordo del "Winnipeg" en 1939. Traídos en este barco bajo la organización de Pablo Neruda, arribó a Valparaíso un puñado de hombres, mujeres, niños y niñas que literalmente fueron expulsados de su tierra. El destierro, el exilio, fue vivido por ellos, sin embargo, con otro tono: desde la idea de transterrado, palabra acuñada por el mexicano José Gaos y luego utilizada por Leopoldo Castedo en sus memorias. La diferencia no es poca, ya que desterrado es quien pierde su patria, su tierra; y transterrado es quien –sin dejar de perder su lugar de origen– gana otro sitio en el mundo, en el cual echa raíces sin olvidar lo suyo. Este es el relato de cuatro personajes que narran su historia, que a la vez es la historia del Chile del siglo XX, ese Chile republicano que tuvo la capacidad y voluntad de acogerlos. Ellos son: el historiador Leopoldo Castedo, la pintora Roser Bru, el educador Enrique Cueto y una - 266 - mujer maravillosa, Piedad Bollado, que tuvo a su hija a bordo del "Winnipeg" y que debido a su porfía pudo embarcarse, ya que Neruda, al verla en tan avanzado estado de embarazo, no quería dejarla subir, a lo que ella cortante le anunció: "Mire, si usted no me embarca me lanzo al agua". Y claro que lo habría hecho. Esta película documental de 61 minutos relata con entrevistas y abundante material documental la vida de estos personajes paradigmáticos. Dice el realizador a propósito de la cinta: "Salir con lo puesto, perseguidos, estigmatizados, de una sanguinaria guerra es algo que obviamente marca la vida". Atravesaron el Atlántico para vislumbrar las luces de Valparaíso, imagen que a los cuatro dejó asombrados y algo perplejos. Era como haber llegado al cielo, al paraíso. No entendían mucho al principio, pero echaron pie a tierra y avanzaron hacia la construcción de una vida que trascendió la propia para aportar desde sus diferencias a la cultura chilena, a toda la sociedad. "Estos personajes son personalidades con un gran sentido de la esperanza, ágiles memoristas y lúcidos adultos mayores que en la cinta recuerdan, tienen memoria de lo ocurrido y ¡qué importante es su memoria en un siglo que se inicia olvidadizo y ansioso por borrar, de una plumada, todo vestigio del pasado!", nos dice Benavente. Ellos saben descifrar, sin amarguras ni resentimientos, lo vivido y lo sufrido, pero sobre todo, supieron salir adelante, con esfuerzo y humor, en esta tierra ajena, pero que hicieron propia aportando a su desarrollo cultural y humano. Los protagonistas de Transterrados españoles son, al decir de Bertolt Brecht, verdaderos personajes ejemplares para jóvenes y adultos. Personajes que emocionan no solo por sus vidas, sino por su creación, su activo aporte en diferentes áreas de la cultura. Sin duda ellos han influido en otros, han formado generaciones. Ahí está parte de su legado. Cuatro viajes en la fuerza la alegría Roser Bru cuenta: "Cuando llegué a Chile yo era una mirada desde afuera y por eso me fijé en esas mujeres de Melipilla que tenían unos vestidos blancos, unos trapos blancos, unos huevos duros blancos, entonces hice grabados con ese tema que nadie había hecho antes. ¿Por qué iban a hacerlos si los tenían aquí desde siempre? Entonces, siento que yo he aprendido de ustedes (los chilenos) y también he aportado una especie de cultura, una manera de hacer. Aporto algo y existo aquí, ¿no?" Por su parte, en la cinta, Leopoldo Castedo, poco antes de morir, recuerda: "Al desembarcar en Valparaíso tuve clara conciencia de que llegaba a mi nueva tierra. Para mí, Chile nunca fue una tierra prestada. Fue una tierra adquirida. Por eso a mis memorias yo les he puesto como título Memorias de un transterrado, porque nunca me consideré un desterrado. Desterrado - 267 - es el que pierde su tierra. El transterrado es el que la cambia por otra, además del mismo idioma y de la misma cultura, como me sucedió a mí y a muchos otros". Enrique Cueto, por su parte, habla de la noticia de la muerte de su padre, fusilado en España, y el significado que tuvo para él recibir sus cartas: "…Me llegaron desde España las cartas de mi padre fusilado ya finalizada la guerra civil. Sus cartas me hicieron sentir que él no había muerto en vano. Que yo tenía una herencia de compromiso liberador y educador aquí en Chile y que eso suponía un acto de fe en el ser humano, a pesar de todos los dolores". Por último, Piedad Bollado, mujer emprendedora y fuerte, se siente orgullosa de la familia que formó junto a su marido en Valparaíso. Modista que dio qué hablar en el Puerto y que, puntada tras puntada, tejió una familia maravillosa. A juzgar por los dichos y expresiones de su prole en la película, consideran a la madre y a la abuela como una heroína, pero por sobre todo como una mujer maravillosa. "Ahora me tienen como una reina", dice Piedad. "Y pensar que antes de venirnos de España con suerte conseguíamos, acaso lo conseguíamos, un paquete de maní para comer todo un día". Cuatro vidas en un documental, vidas que se entretejieron en nuestra historia nacional. Cuatro vidas que son retratadas con belleza y maestría por David Benavente, hombre que igual que sus personajes, sacados de la realidad, "de la vida misma", se considera una persona que a fuerza y empuje también ha podido salir adelante. Pintura de Roser Bru Revista Mensaje Nº 502. - 268 - La mala reputación Georges Brassens En mi pueblo sin pretensión Tengo mala reputación, Haga lo que haga es igual Todo lo consideran mal, Yo no pienso pues hacer ningún daño Queriendo vivir fuera del rebaño; No, a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe No, a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe Todos todos me miran mal Salvo los ciegos es natural. Si en la calle corre un ladrón Y a la zaga va un ricachón Zancadilla doy al señor Y he aplastado el perseguidor Eso sí que sí que será una lata Siempre tengo yo que meter la pata Y a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe Y a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe Tras de mí todos a correr Salvo los cojos, es de creer. Cuando la fiesta nacional Yo me quedo en la cama igual, Que la música militar Nunca me pudo levantar. En el mundo pues no hay mayor pecado Que el de no seguir al abanderado Y a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe Y a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe Todos me muestran con el dedo Salvo los mancos, quiero y no puedo. Ya sé con mucha precisión Cómo acabará la función No les falta más que el garrote Pa' matarme como un coyote A pesar de que no arme ningún lío Con que no va a Roma el camino mío Que a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe Que a le gente no gusta que Uno tenga su propia fe Tras de mí todos a ladrar Salvo los mudos es de pensar. - 269 - Galileo, un joven curioso Galileo nació el 15 de febrero de 1564, el primero de siete hermanos. Creció en una casa llena de música y, lo más importante, llena de preguntas. Tenía una falta de respeto hacia la autoridad heredada de su padre, quien estaba convencido de que el rumbo medieval de la música estaba equivocado, en cuanto favorecía las matemáticas y la filosofía de la música por encima de las armonías que percibe el oído. Vincenzo, su padre, cuestionaba la opinión de Pitágoras, generalmente aceptada, y sus ideas de proposiciones, octavas y proporciones en la teoría de la música. Él creía que la música tenía que proceder de la experimentación, la percepción y la observación. Quería quitar los números mágicos pitagóricos de la música y volver al revés el orden establecido. En 1572, cuando Galileo tenía ocho años, Vincenzo dejó atrás a su familia y regresó a su Florencia natal a trabajar para un conde florentino. La familia se reunió con él dos años después y el joven Galileo inició su aprendizaje del laúd mientras veía a su padre experimentar con nuevos modos de tocar música. El potencial de su hijo era evidente para Vincenzo: Galileo había dominado su primer instrumento e igualado en muchos sentidos la interpretación de su padre. Decidió que era hora de que su hijo partiera a estudiar fuera. Vincenzo eligió el monasterio de Vallombrosa, famoso por su disciplina y estudio académico. Allí Galileo aprendió latín, griego, matemáticas y algo de ciencia. Cuando mostró signos de querer ordenarse sacerdote, Vincenzo quedó horrorizado. No se imaginaba a su hijo de sacerdote. Un día, sin previo aviso, llegó al monasterio y, so pretexto de vigilar la salud de su hijo, se llevó a Galileo. Su madre acababa de dar a luz a su sexto hijo, y con tan poco espacio en la pequeña casa, se decidió que Galileo regresara a Pisa para vivir con un primo y aprender el comercio de la lana. Durante varios años, el joven Galileo desempeñó este oficio con poco entusiasmo, pero ambicionaba ingresar en la Universidad de Pisa. En el verano de 1581 se matriculó en la universidad para estudiar medicina, un camino, una vez más, elegido por su padre. Galileo era errático en sus estudios, y las rígidas reglas de la medicina medieval y sus supersticiones le desencantaron rápidamente. Se ganó la reputación de contradecir a sus profesores. Muchos años después, recordaba estos días iniciales de estudiante como el principio de sus dudas sobre las doctrinas propuestas - 270 - por el influyente filósofo griego Aristóteles, que indicaban que las cosas pesadas caen más deprisa que las ligeras. Durante una clase, le preguntó a uno de sus profesores por qué las piedras de granizo de diferentes tamaños llegan a la Tierra al mismo tiempo, cuando todas iniciaron su caída juntas. Según Aristóteles, las más grandes debían haber llegado primero y las más pequeñas, las últimas. Sin embargo, esto no era lo que se observaba. El joven estudiante hacía preguntas difíciles y al profesor no le complacía esa impertinencia. Le dijo a Galileo que las piedras de granizo de distintos tamaños se formaban a alturas diferentes, lo cual condujo al desconcertado joven a maravillarse con el hecho de que, habiéndose formado en lugares diferentes, ¡todas llegaran el suelo juntas! Galileo no creía esta teoría; había comenzado a mirar más allá de Aristóteles. Se sintió cada vez más atraído por las matemáticas y se coló en las clases que dictaba Ostilio Ricci (1540-1603), el matemático de la corte de los Medici. Para Ricci, las matemáticas no eran abstractas, sino un modo práctico de describir el universo y Galileo creía que las matemáticas sustituirían a las reglas aristotélicas. Su ausencia de sus propias clases de medicina fue advertida por sus tutores, así como también su actitud insolente. En el verano de 1583, Galileo rogó a Ricci que hablara con su padre y le convenciera de que le dejara abandonar la medicina y estudiar matemáticas. Vincenzo, sin embargo, era escéptico e hizo esperar un año a su hijo antes de tomar una decisión. Entre tanto, Galileo asistía a clase de medicina durante el día y, en su tiempo libre, estudiaba con Ricci. Existe una historia acerca de Galileo cuando tenía diecinueve años y que explica que estaba empezando a descubrir el orden oculto de la naturaleza y el poder de las matemáticas para describir el mundo físico. Se cuenta que un domingo se encontraba en la catedral de Pisa asistiendo a los oficios. Entre el rumor de las vísperas y el aroma del incienso, advirtió que una lámpara de aceite parpadeaba con la brisa del exterior. Vio que oscilaba de aquí para allá de manera regular y midió el tiempo de oscilación empleando su propio pulso. Corrió de regreso a casa de su primo, cortó diferentes longitudes de cordel y preparó diferentes pesas para investigar las propiedades de los péndulos. ¿Importaba la longitud del cordel? ¿Afectaba la cantidad de peso al tiempo de oscilación? Posteriormente, Galileo afirmó, casualmente de forma incorrecta, que las oscilaciones de un péndulo duran siempre el mismo tiempo, independientemente de la amplitud. Esto, no obstante, solo era cierto para oscilaciones de pequeña amplitud. - 271 - Equipo editorial Los orígenes del telescopio El catalejo es el resultado de combinar dos lentes, una plano-cóncava y otra plano-convexa, en un tubo. Una de las lentes se sitúa cerca del ojo (el ocular) y la otra, en el extremo del tubo que apunta hacia el objeto (el objetivo). A finales de 1608 el holandés Hans Lipperhey había diseñado un “artificio por medio del cual todas las cosas que están a gran distancia pueden verse como si estuvieran cerca”. Galileo tuvo noticia de la existencia de aquellos instrumentos diez meses después, en julio de 1609, y se puso a construir uno con un tubo de plomo, ensayando distintas lentes. Modificando los cortes de éstas, y puliéndolas él mismo, consiguió un aparato que acercaba mucho más los objetos. El 4 de agosto ya tenía un buen catalejo, pero siguió trabajando en él hasta el día 20, en que partió con su telescopio de ocho aumentos a presentarlo al Dux y regalárselo a la República de Venecia. Tal demostración significó para Galileo que Cosme II de Medici, Gran Duque de Toscana, le ofreciese un puesto de matemático y filósofo en Florencia, puesto que mantuvo desde 1610 hasta su muerte en 1642. Con el tiempo incrementó de manera muy notable la potencia de las lentes –según su propio testimonio hasta 60 aumentos– e hizo de aquel juguete un poderoso instrumento de investigación astronómica. Los descubrimientos realizados con sus telescopios hicieron de Galileo un copernicano convencido. Sus mayores argumentos a favor del sistema heliocéntrico provenían de la observación de que las lunas de Júpiter constituían un sistema parecido a lo que debía ser el sistema solar, y de la constatación de que Venus pasaba por fases similares a las de nuestra Luna. Y fue su militancia por el sistema copernicano lo que propició que sus enemigos le atacasen, fomentando un escándalo religioso ya en 1616, cuando el Santo Oficio condenó la teoría copernicana. En 1632 Galileo publicó el Diálogo sobre los dos grandes sistemas del mundo, que contenía una discusión sobre los méritos relativos de los sistemas ptolomeico y copernicano. El libro ofrecía todas las - 272 - Galileo presenta su primer telescopio al Consejo de la ciudad, en Venecia. Fresco de Giuseppe Bertini 1858 pruebas que las observaciones con telescopio habían proporcionado a favor del sistema copernicano y concluía abiertamente con las grandes ventajas ofrecidas por este último. A pesar de haber obtenido dos licencias oficiales, Galileo fue llamado a Roma por la Inquisición a fin de procesarle bajo la acusación de "sospecha grave de herejía". Galileo fue obligado a abjurar en 1633 y se le condenó a prisión perpetua (condena que le fue conmutada por arresto domiciliario). Los ejemplares del Diálogo fueron quemados y la sentencia fue leída públicamente en todas las universidades. El príncipe Federico Cesi, uno de los cuatro fundadores de la Academia de los Linces, fue quien en 1611 utilizó por primera vez la palabra telescopio para designarlo. Aunque no lo hubiera inventado, con los descubrimientos realizados tras el otoño de 1609, Galileo lo había convertido en instrumento de revolución científica. -- 273 -- www.elmundo.es La vida de Galileo - Fragmento - Bertolt Brecht • Acto 8. Un Diálogo (En el palacio de la Legación florentina, en Roma, escucha Galilei al Pequeño monje, que, luego de la sesión del Colegio Romano, le había comunicado furtivamente el veredicto del Astrónomo Pontificio) Galilei ¡Hable, continúe! La vestimenta que usted lleva le da siempre derecho a decir lo que se le ocurra. El Pequeño Monje Yo he estudiado matemáticas, señor Galilei. Galilei Eso serviría de algo si lo indujera a admitir de cuando en cuando que dos por dos son cuatro. El Pequeño Monje Señor Galilei, desde hace tres noches no puedo conciliar el sueño. No sabía cómo hacer compatible el decreto que he leído con los satélites de Júpiter que he visto. Por eso me decidí a decir misa bien temprano para venir a verlo. Galilei ¿Para venir a decirme que Júpiter no tiene satélites? - 274 - El Pequeño Monje No. Me ha sido posible penetrar en la sabiduría del decreto. Se me han revelado los peligros que traería para la Humanidad un afán desenfrenado de investigar, y por eso he decidido renunciar a la astronomía. Pero quisiera hacer conocer a usted los motivos que pueden llevar a un astrónomo a abstenerse de continuar trabajando en la elaboración de cierta teoría. Galilei Me permito decirle que esos motivos son ya de mi conocimiento. El Pequeño Monje Comprendo su amargura. Usted piensa en ciertos y extraordinarios poderes de la Iglesia. Pero yo quisiera nombrarle otros. Permítame que le hable de mí. Yo he crecido en la Campagna, soy hijo de campesinos, de gente sencilla. Ellos saben todo lo que se puede saber sobre el olivo, pero de otra cosa muy poco saben. Mientras observo las fases de Venus veo delante de mí a mis padres, sentados con mi hermana cerca del hogar, comiendo sus sopas de queso. Veo sobre ellos las vigas del techo que el humo de siglos han ennegrecido, y veo claramente sus viejas y rudas manos y la cucharilla que ellas sostienen. A ellos no les va bien, pero aun en su desdicha se oculta un cierto orden. Ahí están esos ciclos que se repiten eternamente, desde la limpieza del suelo a través de las estaciones que indican los olivares hasta el pago de los impuestos. Las desgracias se van precipitando con regularidad sobre ellos. Las espaldas de mi padre no son aplastadas de una sola vez sino un poco todas las primaveras en los olivares, lo mismo que los nacimientos que se producen regularmente y van dejando a mi madre cada vez más como un ser sin sexo. De la intuición de la continuidad y necesidad sacan ellos sus fuerzas para transportar, bañados en sudor, sus cestos por las sendas de piedra, para dar a luz a sus hijos, sí, hasta para comer. Intuición que recogen al mirar el suelo, al ver reverdecer los árboles todos los años, al contemplar la capilla y al escuchar todos los domingos el Sagrado Texto. Se les ha asegurado que el ojo de la divinidad está posado en ellos, escrutador y hasta angustiado, que todo el teatro humano está construido en torno a ellos, para que ellos, los actores, puedan probar su eficacia en los pequeños y grandes papeles de la vida. ¿Qué dirían si supieran por mí que están viviendo en una pequeña masa de piedra que gira sin cesar en un espacio vacío alrededor de otro astro? Una entre muchas, casi insignificante. ¿Para qué entonces sería ya necesaria - 275 - Galilei y buena esa paciencia, esa conformidad con su miseria? ¿Para qué servirían ya las Sagradas Escrituras, que todo lo explican y todo lo declaran como necesario: el sudor, la paciencia, el hambre, la resignación, si ahora se encontraran llenas de errores? No, veo sus miradas llenarse de espanto, veo cómo dejan caer sus cucharas en la losa del hogar, y veo cómo se sienten traicionados y defraudados. ¿Entonces no nos mira nadie?, se preguntan. ¿Debemos ahora velar por nosotros mismos, ignorantes, viejos y gastados como somos? ¡Nadie ha pensado otro papel para nosotros fuera de esta terrena y lastimosa vida! Papel que representamos en un minúsculo astro, que depende totalmente de otros y alrededor del cual nada gira. En nuestra miseria no hay, pues, ningún sentido. Hambre significa solo no haber comido y no es una prueba a que nos somete el Señor; la fatiga significa solo agacharse y llevar cargas, pero con ella no se ganan méritos. ¿Comprende usted que yo vea en el decreto de la Sagrada Congregación una piedad maternal y noble, una profunda bondad espiritual? ¡Bondad espiritual! Tal vez usted quiera decir que ahí no queda nada, que el vino se lo han vendido todo, que sus labios están resecos, ¡que se pongan entonces a besar sotanas! ¿Y por qué no hay nada? ¿Porque el orden en este país es solo el orden de un arca vacía? ¿Porque la llamada necesidad significa trabajar hasta reventar? ¡Y todo esto entre viñedos rebosantes, al borde de los trigales! Sus campesinos de la Campagna son los que pagan las guerras que libra en España y Alemania el representante del dulce Jesús. ¿Por qué sitúa él la Tierra en el centro del Universo? Para que la silla de Pedro pueda ser el centro de la Humanidad. Eso es todo. ¡Usted tiene razón cuando me dice que no se trata de planetas sino de los campesinos de la Campagna! Y no me venga con la belleza de fenómenos que el tiempo ha adornado. ¿Sabe usted cómo produce sus perlas la ostra margaritífera? Encerrando con peligro de muerte un insoportable cuerpo extraño, un grano de arena, por ejemplo, rodeándolo con su mucosa. La ostra da casi su vida en el proceso. ¡Al diablo con la perla! Yo prefiero las ostras sanas. Las virtudes no tienen por qué estar unidas a la miseria, mi amigo. Si su gente viviera feliz y cómoda podrían desarrollar las virtudes de la felicidad y del bienestar. Ahora, en cambio, las - 276 - virtudes de esos exhaustos provienen de exhaustas campiñas y yo no las acepto. Señor, mis nuevas bombas de agua pueden hacer más maravillas que todo ese ridículo trabajo sobrehumano. "Sed fecundos y multiplicaos", porque los campos son infecundos y las guerras os diezman. ¿Debo, acaso, mentir a esa, su gente? El Pequeño Monje (Con gran emoción) ¡Los más sagrados motivos son los que nos obligan a callarnos! ¡Es la tranquilidad espiritual de los desdichados! Galilei ¿Quiere usted ver un reloj labrado por Cellini que esta mañana entregó aquí el cochero del cardenal Belarmino? Amigo mío, en recompensa de que yo, por ejemplo, deje a sus padres la tranquilidad espiritual, las autoridades me ofrecen el vino de las uvas que sus padres pisan en los lagares, con sudorosos rostros, creados a imagen y semejanza de Dios. Si yo aceptara callarme sería, sin duda alguna, por motivos bien bajos: vida holgada, sin persecuciones, etcétera. El Pequeño Monje Señor Galilei, yo soy sacerdote. Galilei Pero también es físico. Y, por consiguiente, ve que Venus tiene fases. Vea, mire allá. (Señala algo a través de la ventana) ¿Ve allí en la fuente esa, cerca del laurel, al pequeño Príapo? ¡El dios de los jardines, de los pájaros y de los ladrones, el obsceno y grosero con dos mil años encima! Él mintió menos, pero no hablemos de eso. Bien, yo también soy un hijo de la Iglesia. ¿Conoce usted la octava sátira de Horacio? Las estoy leyendo de nuevo en estos días. Horacio equilibra un poco. (Toma un pequeño libro) Aquí hace hablar a ese Príapo, una pequeña estatua que se encontraba en los jardines esquilinos. Así comienza: "Fui un día inútil tronco de higuera, un carpintero qué hacer de mí dudó, si un banco o un Príapo de madera cuando al fin por el Dios se decidió". ¿Cree usted que Horacio hubiera renunciado a poner un banco en la poesía reemplazándolo por una mesa? Señor, mi sentido de la belleza sufriría si en mi imagen del mundo hubiera una Venus sin fases. Nosotros no podemos inventar maquinarias para elevar el - 277 - agua de los ríos si no nos dejan estudiar la maquinaria más grande de todas, la que está frente a nuestros ojos, ¡la maquinaria de los cuerpos celestes! La suma de los ángulos del triángulo no puede ser cambiada según las necesidades de la curia. No puedo calcular la trayectoria de los cuerpos estelares y al mismo tiempo justificar las cabalgatas de las brujas sobre sus escobas. El Pequeño Monje ¿Y usted no cree que la verdad, si es tal, se impone también sin nosotros? Galilei No, no y no. Se impone tanta verdad en la medida en que nosotros la impongamos. La victoria de la razón solo puede ser la victoria de los que razonan. Vosotros pintáis a vuestros campesinos como el musgo que crece sobre sus chozas. ¡Quién puede suponer que la suma de los ángulos del triángulo puede contradecir las necesidades de esos desgraciados! Eso sí que si de una vez por todas no despiertan y aprenden a pensar, ni las mejores obras de regadío les van a servir de algo. ¡Qué diablos!, yo veo su divina paciencia, pero ¿qué se ha hecho de su divino furor? El Pequeño Monje ¡Están cansados! Galilei (Le arroja un paquete con manuscritos) ¿Eres, acaso, un físico, hijo mío? Aquí están las razones de por qué los mares se mueven en flujo y reflujo. ¡Pero tú no debes leerlo, entiendes! ¿Ah, no? ¿Lo lees ya? ¿Eres, acaso, un físico? (El pequeño monje se ha enfrascado en los papeles) Una manzana del árbol de la ciencia del bien y del mal: este ya se la está engullendo. ¡Está ya maldito eternamente, pero igual se la engulle, desgraciado, glotón! A veces pienso: me hago encerrar en una mazmorra a diez brazas bajo tierra a la que no llegue más la luz, si en pago averiguo lo que es la luz. Y lo peor: lo que sé tengo que divulgarlo. Como un amante, como un borracho, como un traidor. Es realmente un vicio que nos guía a la desgracia. ¿Cuánto tiempo podré seguir gritando a las paredes? Esa es la pregunta. El Pequeño Monje (Muestra un párrafo en los papeles) Esta parte no la entiendo. Galilei Te la explico, te la explico. - 278 - Desde el llano de Chajnantor en Chile: Primer trabajo del radiotelescopio ALMA devela los secretos de un sistema planetario. Lorena Guzmán El anillo que enmarca a la estrella Fomalhaut –parecido al ojo de Sauron, personaje de El Señor de los Anillos– se debería a la fuerza gravitatoria de dos planetas. Poder de observación El radiotelescopio ALMA se está construyendo en el llano de Chajnantor, en el norte de Chile. Cuando esté completo serán 66 antenas las que auscultarán el cielo. Actualmente hay 30 de ellas ya instaladas. Hace algunos años el Telescopio Espacial Hubble tomó una imagen de la estrella Fomalhaut, develando un anillo de materiales que eran la copia exacta del ojo de Sauron, uno de los personajes de la saga El Señor de los Anillos. La extraña formación, se creía, además tenía un par de planetas del tamaño de Júpiter, cosa que ahora parece ser un error. Un grupo de científicos descubrió que dichos planetas son solo un poco más grandes que la Tierra y son los responsables del anillo. El hallazgo lo hicieron utilizando datos de ALMA –el megarradiotelescopio que se está construyendo en el llano de Chajnantor en el norte del país–, cosa que además los convirtió en los primeros en publicar con datos tomados en la primera etapa de observación científica del instrumento. "Es muy emocionante publicar este trabajo", cuenta a El Mercurio Bill Dent, astrónomo que forma parte del equipo. "No solo se trata de una foto bonita, sino también de resultados importantes", agrega. Secretos del anillo Las poderosas antenas de ALMA (un cuarto del total que tendrá el complejo) les mostraron a los astrónomos el anillo de polvo que enmarca a la estrella Fomalhaut, a unos 25 años luz de la Tierra. Como las imágenes son de una precisión nunca antes lograda, los investigadores pudieron ver que los bordes del disco de polvo están muy definidos. - 279 - "Las partículas de la estructura se mantendrían por el efecto de dos planetas, uno en cada lado", explica Dent. Es similar a lo que pasa con los anillos de Saturno, donde las fuerzas gravitatorias de pequeñas lunas los mantienen fijos alrededor del planeta. Las imágenes también develaron que los anillos son mucho más finos que los que el Hubble había mostrado. Pero por sobre todo redefinieron el tamaño de los planetas. Con los primeros datos los astrónomos pensaron que por lo menos uno de los planetas debía ser del tamaño de Júpiter. "Son más pequeños", dice Dent, "pero no tanto como Marte, porque si no, no tendrían efecto sobre el anillo, y solo un poco más grandes que la Tierra". "Combinando las observaciones de ALMA de la forma del anillo con los modelos computacionales, podemos poner límites muy precisos a las masas y las órbitas de cualquier planeta que esté cerca al anillo", afirma Aaron Boley, astrónomo de la Universidad de Florida (EE.UU.) y líder del estudio. "Las masas de estos planetas deben ser pequeñas; de otro modo los planetas habrían destruido el anillo". La imagen del Hubble de 2008, que fue tomada en luz visible, detectó rastros de polvo muy pequeños expulsados hacia afuera, los que se veían borrosos. Pero las observaciones de ALMA, tomadas en longitudes de onda más largas que las de la luz visible, detectaron claramente granos de polvo mayores –de cerca de 1 milímetro de diámetro–. Esto permite ver completamente definidos los bordes del disco. Bill Dent cuenta que cerca del 10% de las estrellas del universo conocido están enmarcadas en discos de polvo, por lo que se han estudiado antes, pero nunca con tanto detalle. "Es impresionante la precisión que se logra con ALMA. Ahora esperamos que cambie el arreglo (forma en que están dispuestas las antenas y que permiten mirar con mayor o menor detalle) para seguir observando el disco. En el futuro podríamos lograr una imagen incluso con tres veces más resolución que la de ahora", cuenta el astrónomo. "Con la imagen del Hubble podíamos ver las partículas, pero con ALMA podemos estudiar el origen del polvo; qué objetos colisionaron", concluye Dent. El Mercurio, junio de 2012. - 280 - Julio Verne: ¿precursor o adivino? Carlos Belane Escritor de masas Julio Verne tuvo muchos lectores en el momento en que publicó su obra, lo que se tradujo también en que fuera la encarnación de lo que hoy consideraríamos best seller. De La Vuelta al Mundo en 80 Días se vendieron más de cien mil ejemplares mientras el autor vivía; de 5 Semanas en Globo, unos 75.000 ejemplares, y entre cuarenta y cincuenta mil de Viaje al centro de la Tierra y La Isla Misteriosa. Su éxito y máximo auge se prolongó desde 1863 hasta alcanzar 1904. Y desde entonces se mantiene constante como referencia de la ciencia ficción que con el tiempo se convierte en realidad. Estudio matemático Verne fue un estudioso del mundo que le rodeaba cuando no existían submarinos o el viaje del hombre a la luna se reservaba más para la poesía que para la realidad: era inimaginable en su época que el hombre reuniera la tecnología necesaria como para llegar al satélite de la Tierra. El trabajo de Verne se compuso del estudio y la investigación, añadiéndole una parte de sentido común o raciocinio lógico para avanzar sobre lo que el futuro depararía al hombre. A través de los recortes de las revistas científicas y las noticias del periódico, que ensamblaba y relacionaba, planteaba hipótesis de trabajo. “Lo que cualquier hombre es capaz de imaginar, otro lo podrá hacer”, dijo en cierta ocasión. Lo que significa que él imaginaba cómo podía ser el futuro y lo novelaba. Escribía una ficción y le añadía datos científicos de los que estaba realmente orgulloso, ya que estaban perfectamente contrastados, así como los datos geográficos que aportaba en sus relatos. Era un maniático de la corrección y la revisión de todas esas referencias, quizás porque no quería que ningún dato tuviera enmienda. Sus conclusiones eran innegables y el acierto constante de lo que muchos pensaban eran profecías, ha llevado a tener en alta consideración todas sus novelas. A comienzos del siglo XIX era corriente que las novelas se publicaran en los periódicos. Era habitual que en base a entregas por fascículos, los lectores pudieran seguir el desarrollo de una larga historia. Así se comenzó a publicar un 1 de enero de 1874 en el Magazín, La Isla Misteriosa y, mucho antes, en 1865, en el diario Journal des Débats, De la Tierra a la Luna. Incluso, sobre esta obra se cuenta que en el diario se recibieron cientos de cartas de los lectores solicitando instrucciones para conseguir una plaza en el obús que debería subir hasta alcanzar la luna, según la ficción de Verne. - 281 - Ilustración de “El castillo de Los Carpatos”. De Leon Benett - 282 - En sus comienzos, escribió varias tragedias para el teatro y, posteriormente, un libreto para un músico vecino suyo. Se graduó en Derecho y Leyes por imperativo paterno, algo que fue contra su voluntad, y carrera que jamás ejerció. Había elegido el camino de la literatura, algo poco comprensible para la mentalidad del padre, que pretendía tuviera una profesión segura que le proporcionara ingresos estables. Su actividad narrativa fue frenética, llegó a publicar sesenta y cuatro grandes novelas empujado por su editor y por lo que la época demandaba: escritos ideados para los más jóvenes. Cada año sorprendía con más de una obra nueva que asombraba tanto como las anteriores: dar la vuelta al mundo en ochenta días, leer las tribulaciones de un chino en China, recorrer 20.000 leguas de viaje submarino, acompañar las aventuras de tres rusos y de tres ingleses o acompañar al correo del Zar y, así, un largo etcétera. Además de correr aventuras imposibles de olvidar con Miguel Strogoff o con los hijos del Capitán Grant. En su vida privada, sufrió el atentado de uno de sus sobrinos, al parecer desequilibrado, que disparó contra Verne y lo que, si bien no acabó con su vida, le ocasionó una salud minada y quebradiza. Uno de los disparos le alcanzó la pierna y los daños fueron considerables, hasta arrastrar el dolor para siempre. Fue acusado de plagio por Viaje al Centro de la Tierra, pero pudo demostrar que la escritura de la obra era anterior a la obra La Cabeza de Minerva de Delmas, un autor cuya novela no ha trascendido en el tiempo. Curiosidades sobre la figura de Julio Verne El astronauta espacial Frank Borman, que viajó en el Apolo 8 en 1968 dando diez vueltas a la luna, afirmó que no podía tratarse de simples coincidencias al referirse a la exactitud con que Verne diseñó su novela De la Tierra a la Luna. Coinciden tanto el lugar del despegue elegido por Verne para ese viaje espacial, como el de aterrizaje del primer viaje tripulado a la luna. El aterrizaje ideado por Verne solo varió en 4 kilómetros de distancia respecto del lugar donde cayó la cápsula espacial: en el océano Pacífico. La única diferencia notable se debe a que Verne lanzaba a los astronautas en su nave desde un cañón. Verne se anticipó a la Teoría de Einstein al decir, referida a la “materia”, “que por mucho que se descomponga en moléculas, átomos y partículas, siempre quedará una última fracción por la que se replanteará el problema. Hasta que se admita un primer principio que no será la materia, sino la energía”. Julio Verne también dibujó escenarios que con el tiempo se han convertido en reales, como una forma de gobierno totalitaria como el nazismo, el auge como potencia de Estados Unidos y la existencia de computadoras y artilugios muy similares a la televisión. www.actuallynotes.com - 283 - 10 predicciones de Julio Verne que se hicieron realidad Retrato de Julio Verne Hace 185 años nació Julio Verne, escritor francés pionero en el género de la ciencia ficción, que en sus novelas realizó varias predicciones que se volverían realidad muchos años después de que las escribiera. Verne escribió sobre el espacio, viajes aéreos y submarinos eléctricos antes de que se inventaran y antes de que se desarrollaran formas de llegar más allá de la Tierra. En este artículo intentaremos repasar algunas de estas predicciones del siglo XIX y cómo se volvieron realidad en los años siguientes. 1. El submarino eléctrico Una de las novelas más famosas de Julio Verne es Veinte mil Leguas de Viaje Submarino, donde el Capitán Nemo viaja por los océanos del mundo en un enorme submarino eléctrico llamado “Nautilus”. Esta nave de ficción no es tan diferente a los submarinos actuales –excepto por las habitaciones de lujo que contenía adentro−. Aunque la novela fue publicada en 1870, el primer submarino completamente eléctrico apareció en 1884, el "Peral", de la Armada Española. - 284 - Ilustración de “Robur El Conquistador”. De Leon Benett - 285 - Actualmente los submarinos eléctricos funcionan en base a baterías, que no son tan misteriosas como lo eran en la época de Verne. Según el Capitán Nemo, la electricidad es “un agente poderoso, obediente, rápido, fácil, que se conforma con todo uso y reina a bordo de mi nave”. 2.- Armas eléctricas Tanto reinaba la electricidad en la nave del Capitán Nemo, que hasta las armas usaban electroshock. Los primeros dispositivos de este tipo comenzaron a ser desarrollados recién en 1969. En Veinte mil Leguas de Viaje Submarino se describe a las balas de esta arma como “contenedores eléctricos” o como les llamó, “botellas de Leyden”, en las que “la electricidad es forzada a una muy alta tensión. Con el más pequeño toque se descargan, y el animal, sin importar lo fuerte que sea, cae muerto”. 3.- Los noticiarios En un artículo de periódico publicado en 1889 por Julio Verne, el escritor describió el futuro de los diarios “en el año 2889". Según Verne, “en lugar de estar impreso, el Earth Chronicle es hablado cada mañana a los suscriptores, que conocen las noticias del día a través de conversaciones con reporteros, estadistas y científicos”. La primera transmisión de noticias por radio no ocurrió hasta 1920, y la primera en televisión en 1948. 4.- Videoconferencias Leigh Hunt En la misma columna, Verne también describe el “fonotelefoto”, algo que hoy en día sería la tecnología de videoconferencias. El sistema descrito por el escritor permite “la transmisión de imágenes por espejos sensibles conectados con cables”. El fonotelefoto es una de las primeras referencias a las videollamadas en la ficción. 5.- Las velas solares En 1865, Julio Verne publica De la Tierra a la Luna, donde el autor habla de viajes espaciales y naves impulsadas por la luz. Hoy la tecnología ya permite naves impulsadas por la luz a través de las velas solares, que usan la energía del sol para desplazarse. 6.- El módulo lunar En el mismo libro, Verne describe la cápsula que va sobre los cohetes espaciales, y que permite a los astronautas viajar al espacio. Verne describió, además, los “proyectiles” que se podrían usar para llevar a los pasajeros a la Luna, como si fuera una gran arma - 286 - que disparaba a los viajeros al espacio, rompiendo con la gravedad de la Tierra –no demasiado alejado de lo que hace un cohete. 7.- Amarizaje desde el espacio En De la Tierra a la Luna, Verne imagina que en el retorno, la nave espacial caería en el océano y saldría flotando, tal como lo hicieron muchas de las primeras misiones espaciales. 8.- Publicidad en el aire En la columna de periódico “En el año 2889", Verne describe “publicidad atmosférica”, lo que se podría entender hoy como los mensajes que se escriben en el cielo usando aviones. “Todo el mundo ha notado esos enormes avisos reflejados en las nubes, tan grandes que se podrían ver desde la población de ciudades completas o incluso países”, decía Verne. 9.- El helicóptero En la novela Robur el Conquistador (1886), Julio Verne describe una embarcación llamada "Albatros", con muchos mástiles, sobre los cuales hay hélices, que giran gracias a una maquinaria interna. Muchos han visto en esta descripción al helicóptero moderno, sin embargo, cabe señalar en este caso que antes de Verne escribiera la novela ya había otros que habían teorizado sobre la posibildad de crear vehículos con hélices. 10.- Internet Parece increíble, pero es cierto. En 1863, Julio Verne escribió la novela París en el siglo XX, acerca de un joven que vive en un mundo donde hay rascacielos de vidrio, trenes de alta velocidad, autos a gas, calculadoras y una red mundial de comunicaciones. Verne habla de algo parecido a un telégrafo mundial, que si lo extrapolamos a la actualidad podría parecerse a Internet. La novela tenía un tono pesimista, de modo que Pierre Jules-Hetzel, el editor de sus escritos, rechazó publicarlo. El manuscrito quedó guardado hasta que fue encontrado por su bisnieto en 1989, y publicado finalmente en 1994. www.fayerwayer.com - 287 - La ley de los rendimientos acelerados Ray Kurzweil* Aunque nuestra intuición del futuro es lineal, los avances tecnológicos y médicos crecen de forma exponencial y nos permiten predecir el mundo de los próximos años –asegura el autor, un gurú de prestigio internacional. Hace treinta años me di cuenta de que el momento oportuno era la clave para el éxito de un inventor. La mayor parte de los inventos fracasa porque no es el momento adecuado: la innovación debe tener sentido para el mundo tal como será cuando el proyecto se complete. Hay que tener en cuenta la rapidez con que cambia el mundo. Hace apenas unos años, la mayoría de la gente no usaba redes sociales, wikis ni blogs. Como ingeniero, reuní mucha información en un intento de comprender las tendencias tecnológicas, y descubrí una importante excepción a la idea de que "no se puede predecir el futuro". La "ley de rendimientos acelerados" nos permite pronosticar ciertos aspectos del futuro. Si se grafica las mediciones básicas del precio en relación con el desempeño y la capacidad de las tecnologías de la información (por ejemplo, instrucciones de computación por segundo por dólar constante, bits de memoria por dólar o la cantidad total de bits que se desplaza por Internet), se observa que siguen una trayectoria en extremo suave, además de predecible. Esa observación va mucho más allá de la Ley de Moore (que dice que cada dos años se puede colocar el doble de transistores en un circuito integrado). En el caso de la computación, se remonta al censo estadounidense de 1890, mucho antes del nacimiento de Gordon Moore. Lo que es predecible es que esas mediciones crecen de forma exponencial, no lineal, por más que nuestra intuición del futuro sea lineal, algo que llevamos grabado en el cerebro. Eso supone una notable diferencia. Treinta pasos nos llevan de forma lineal a 30, mientras que, de manera exponencial (2, 4, 8, 16…), treinta pasos nos llevan a mil millones. Esa "ley de rendimientos acelerados", como la llamo, nos dice que todo campo de la tecnología de la información experimentará un enorme incremento de potencia al tiempo que sus dimensiones se reducirán cada vez más. Esa ley se ha mantenido treinta años desde que lo advertí por primera vez, y data de varias décadas antes. - 288 - Por otra parte, no son solo la electrónica y las comunicaciones las que siguen ese camino exponencial. Lo mismo vale para la salud, la medicina y el campo de la biología. El Proyecto del Genoma Humano, por ejemplo, experimenta todos los años una duplicación de la cantidad de secuenciamiento genético y la reducción a la mitad del costo del secuenciamiento por pareja de base. A principios de la década de 1980 las dimensiones de Arpanet (conocida ahora como la predecesora de Internet) se duplicaban todos los años. En La era de las máquinas inteligentes, que escribí a mediados de los años 80, describí una vasta red mundial de comunicaciones que surgiría entre mediados y fines de los años 90 como resultado de esa capacidad de crecimiento exponencial. En aquel momento, muchos observadores consideraron que era absurdo, dado que todo el Departamento de Defensa solo podía proporcionar comunicación digital a unos pocos miles de científicos por año. La Web, sin embargo, explotó para fines de los años 90 como consecuencia de la capacidad de crecimiento exponencial. En los últimos veinte años hice centenares de predicciones basadas en la ley de los rendimientos acelerados. De las 147 predicciones para 2009 que hice en La era de las máquinas espirituales, que escribí en la década de 1990, el 78 por ciento era acertado a fines de 2009 y otro 8 por ciento lo fue uno o dos años después. Cuanto más me limité a pronosticar el precio/desempeño y la capacidad de las tecnologías de la información, más exactas fueron las predicciones. La ley de los rendimientos acelerados es el único método confiable que conozco que nos permite pronosticar por lo menos determinados aspectos del futuro. Una computadora que ocupaba un edificio en mis tiempos de estudiante ahora entra en mi bolsillo y tiene una potencia miles de veces superior, además de ser un millón de veces menos cara. Dentro de otro cuarto de siglo, esa capacidad cabrá en un glóbulo rojo y tendrá una potencia mil millones de veces superior por dólar. * Kurzweil es el inventor del escáner ccd plano, el reconocimiento de caracteres ópticos en todas las fuentes, la primera máquina de lectura en voz alta para ciegos y el primer reconocimiento de voz de amplio vocabulario que se comercializó. Medalla Nacional de Tecnología de los EE.UU. Fuente: Revista Ñ. -- 289 -- Biografías Alcalde, Alfonso (1921-1992). Periodista, escritor y poeta chileno. Su obra es extensa e incluye cuentos (El auriga Tristán Cardenilla), obras de teatro, novelas, poesía (Balada para una ciudad muerta) y literatura infantil, además de reportajes periodísticos. Aleijem, Sholem (1859-1916). Fue un popular humorista y escritor judío ruso de literatura en yidis, incluyendo novelas, cuentos y obras de teatro tales como El Divorcio, Las hijas judías o La gran lotería. Amnistía Internacional. Es un movimiento mundial, fundado en 1961, presente en más de 150 países, que trabaja para que los derechos humanos, reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sean respetados en todo el mundo. Barquero, Efraín (1931). Poeta chileno de la llamada generación literaria de 1950, Premio Nacional de Literatura 2008. La piedra del pueblo, Mujeres de oscuro y El viejo y el niño forman parte de su producción. Baudelaire, Charles (1821-1867). Fue uno de los “poetas malditos” franceses debido a la visión del mal que impregna su creación. Es considerado el poeta de mayor impacto en el simbolismo francés con Las flores del mal, una de sus obras más reconocidas. Bédier, Joseph (1864-1938). Fue un escritor y filólogo francés, considerado uno de los romanistas más influyentes de principios del siglo XX. Es autor de una nueva Historia ilustrada de la literatura francesa. Boccaccio, Giovanni (1313-1375). Escritor y humanista italiano, es uno de los padres, junto con Dante y Petrarca, de la literatura en italiano. Compuso también varias obras en latín. Es recordado sobre todo como autor del Decamerón. Bosch, Juan (1909-2001). Cuentista, ensayista, novelista, narrador, historiador, educador y político dominicano, que llegó a la Presidencia de su país por un breve período en 1963. Algunas de sus obras literarias son Dos pesos de agua, En un bohío, El difunto estaba vivo. Brassens, Georges (1921-1981). Cantautor francés, exponente de la chanson francesa y de la trova anarquista del siglo XX. Sus canciones Marinette o Les copains d’abord han sido traducidas e interpretadas por Paco Ibáñez y Eduardo Peralta. - 291 - Brecht, Bertolt (1898-1956). Dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, creador del llamado teatro épico. Entre sus obras destacan Baal, Madre Coraje y sus hijos y Turandot o el congreso de los blanqueadores. Camus, Albert (1913-1960). Novelista, ensayista y dramaturgo francés. Premio Nobel de Literatura. Entre sus principales obras están El extranjero, La peste y La caída. Capetillo, Luisa (1879-1922). Fue una anarquista puertorriqueña, pionera en su país del feminismo y el sindicalismo. Se distinguió como intelectual, escritora, periodista y líder obrera. Escribió cuatro libros, entre ellos: Influencias de las ideas modernas. Cervantes, Miguel de (1547-1616). Soldado, novelista y dramaturgo español. Universalmente conocido por su obra cumbre, Don Quijote de la Mancha, considerada por muchos estudiosos la primera novela moderna y una de las obras maestras de la literatura universal. Díaz Eterovic, Ramón (1956). Escritor chileno ampliamente conocido por la saga de novelas policiales sobre el detective Heredia. Ha publicado, además, poesía (El poeta derribado) y narrativa infantil (R y M investigadores y El secuestro de Benito). Ha obtenido, entre otros, el Premio del Consejo Nacional del Libro, el Altazor y el Premio Municipal de Santiago. Dijk, Teun A. van (1943). Lingüista de origen holandés y uno de los fundadores del Análisis Crítico del Discurso. Ha sido editor-fundador de las revistas Poetics, TEXT, Discourse & Society y Discourse Studies. Éluard, Paul (1895-1952). Poeta francés que cultivó de manera significativa el dadaísmo y el surrealismo. Publicó El deber y la inquietud, Las desdichas de los inmortales y Morir de no morir. Julio Fedro, Gayo (15 a.C.-55 d.C.). Fue un escritor de fábulas romanas. En ellas se aprecia la intención didáctica y moralizante y el desarrollo del concepto de protesta social, adaptado al contenido y costumbres de su época. Fromm, Erich (1900-1980). Destacado psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista. Escribió sobre diversos temas en sus obras El arte de amar, El miedo a la libertad, Psicoanálisis y religión. Galilei, Galileo (1564-1642). Astrónomo, filósofo, matemático y físico italiano. Este eminente hombre del Renacimiento ha sido considerado como el padre de la astronomía y la física modernas y el padre de la ciencia. - 292 - García Márquez, Gabriel (1927). Es un escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura. Su obra más universal, Cien años de soledad, es considerada como un referente del realismo mágico. Gianinni, Humberto (1927). Filósofo chileno, miembro de la Academia Chilena de la Lengua, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 1999. Entre sus libros están El mito de la autenticidad, Desde las palabras y La metafísica eres tú. Guerra González, Alfonso (1940). Es un político español. Ha escrito libros de memoria y de teoría política: La democracia herida y Diccionario de la Izquierda. Guillén, Nicolás (1902-1989). Fue un poeta, periodista y activista político cubano. Negro Bembón, El diario que a diario, Songoro Cosongo y Hay Que Tener Voluntad forman parte de su obra poética. Hahn, Óscar (1938). Es un poeta, ensayista y crítico chileno. Recibió el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2011 y el Premio Altazor de Poesía 2012 por La primera oscuridad. Esta rosa negra, Versos robados y Apariciones profanas forman parte de su producción poética. Hawthorne, Nathaniel (1804-1864). Novelista y cuentista estadounidense. Es conocido por sus relatos breves y por novelas largas como La letra escarlata y La casa de los siete tejados. Hernández, Miguel (1910-1942). Fue un poeta y dramaturgo español muerto en la cárcel luego de la Guerra Civil. Entre su producción poética destacan: Perito en Lunas, Nanas de cebollas, Elegía a Ramón Sijé, El hombre acecha, Vientos del pueblo, entre otros poemas. Hervi (1943). Nombre artístico de Hernán Vidal, dibujante de historietas chileno. Su estilo es principalmente el del humor político que desarrolló en las páginas de la Revista Hoy. Hölderlin, Friedrich (1770-1843). Fue un poeta lírico alemán. Su poesía acoge la tradición clásica y la funde con el nuevo romanticismo. El único y Patmos son dos de sus obras esenciales. Hugo, Victor (1802-1885). Fue un poeta, dramaturgo y escritor romántico francés, también político e intelectual. Sus obras Nuestra Señora de París y Los miserables forman parte de su extensa creación narrativa. Jara, Víctor (1932-1973). Fue un destacado músico, cantautor y director de teatro chileno. Murió asesinado por las fuerzas represivas de la dictadura militar. - 293 - Jardiel Poncela, Enrique (1901-1952). Fue un escritor y dramaturgo español. Entre sus obras: Amor se escribe sin hache (novela), Dos farsas y una opereta (ensayo) y Cuatro corazones con freno y marcha atrás (teatro). Lechner, Norbert (1939-2004). Fue un destacado investigador, politólogo y abogado alemán nacionalizado chileno, galardonado con el Premio Municipal de Santiago 2003 en la categoría ensayo por su obra Las sombras del mañana. London, Jack (1876-1916). Fue un escritor estadounidense, maestro del cuento. Autor de Colmillo Blanco y El llamado de la selva. Realizó diversos oficios, incluso fue marino y corresponsal de guerra. Maiakovsky, Vladimir (1893-1930). Poeta y dramaturgo revolucionario ruso. Fue iniciador del futurismo. En 1912 publicó, junto con David Burliuk y Velimir Jlébnikov, su manifiesto La bofetada al gusto del público. Melville, Herman (1819-1891). Fue un escritor estadounidense que además de novelas y cuentos escribió ensayo y poesía. Se le conoce por ser el autor de Moby Dick y Bartleby el escribiente. Menchú, Rigoberta (1959). Es una líder indígena guatemalteca, defensora de los derechos humanos, ganadora del Premio Nobel de la Paz 1993 y el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional el año 1998. Mistral, Gabriela (Lucila Godoy Alcayaga, 1889-1957). Destacada poeta chilena. La primera persona de América Latina en ganar el Premio Nobel de Literatura (1945). Algunas de sus obras son Sonetos de la Muerte, Desolación, Tala y Lagar. Muñoz Molina, Antonio (1956). Escritor español y académico de la Real Academia Española de la Lengua. Entre su producción encontramos novelas (Beltenebros, Plenilunio, La noche de los tiempos) y ensayos (Córdoba de los Omeyas). Nómez, Naín. Profesor de Filosofía, crítico literario y poeta chileno. Es autor de Países como puentes levadizos, El fuego va borrando, Antología crítica de la poesía chilena, entre otras obras. Pérez, Juan Estanislao. Es un antropólogo cultural y recopilador de música folklórica de Chile. Ha realizado numerosos trabajos: Música folklórica infantil chilena, Lectura Antropológica y Ético-Estética de las Fiestas, entre otros. - 294 - Pessoa, Fernando (1888-1935). Es uno de los mayores poetas y escritores de la lengua portuguesa y de la literatura europea. Su primera obra, el poema patriótico Mensagem (Mensaje), única que publicó en vida, no apareció hasta 1933. Pilniak, Boris (1894-1938). Este escritor ruso fue uno de los mayores partidarios del antiurbanismo, además de crítico de la sociedad mecanizada. Sus principales obras son El año desnudo, Mahogania, Las cataratas del Volga en el Mar Caspio, y OK. Platón (427 a.C.-347 a.C.). Fue un filósofo griego, alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles. Entre sus obras más importantes está La República, en la cual elabora la filosofía política de un Estado ideal. Radrigán, Juan (1937). Dramaturgo chileno. Ha recibido el Premio del Círculo de Críticos de Arte de Chile en 1982, el Premio Altazor en 2005 y el Premio Nacional de las Artes de la Representación el año 2011. Sus obras más conocidas son El loco y la triste, Hechos consumados, Las brutas. Schwob, Marcel (1867-1905). Fue un escritor próximo al simbolismo, crítico literario y traductor francés, autor de relatos y de ensayos como La puerta de los sueños o La lámpara de Psique. Séneca, Lucio A. (4 a.C.-65 d.C.). Fue un filósofo, político, orador, tutor y consejero del emperador Nerón y escritor romano conocido por sus obras de carácter moralista. Entre ellas, la más conocida es Diálogos. Slachevsky, Andrea (1965). Neuróloga chilena especialista en el cerebro, conducta y comportamiento. Autora del libro Enfermedad del Alzheimer y otras demencias. Soto, Hernán. Periodista chileno. Es autor de España: 1936, Voces de muerte, Tomás Lago. Ojos y oído y coautor con Miguel Lawner de Orlando Letelier: el que lo advirtió. Subercaseaux, Bernardo. Académico, es también autor de libros sobre cultura chilena e hispanoamericana, entre los que destacan: Chile, ¿un país moderno?, Historia de las ideas y la cultura en Chile, Historia del libro en Chile. Urbina, José Leandro (1948). Escritor y académico chileno. Ha publicado el libro de cuentos Las malas juntas y las novelas Cobro revertido, Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, y Las memorias del Baruni. - 295 - Urriola, Malú (1967). Es una guionista y poeta chilena perteneciente a la Generación del 87. Está adscrita a un feminismo activo que hace patente en su literatura. Entre su producción encontramos Dame tu sucio amor, Bracea e Hija de perra. Voltaire (François Marie Arouet, 1694-1778). Escritor, filósofo y abogado francés y uno de los principales representantes de la Ilustración. En 1746 fue elegido miembro de la Academia Francesa. Cándido o el optimismo es una de sus obras más conocidas. Vinci, Leonardo da (1452-1519). Notable polímata del Renacimiento italiano (a la vez anatomista, arquitecto, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista). Su obra La Mona Lisa es una de las pinturas más célebres de la historia. Wagner, Richard (1813-1883). Fue un compositor, director de orquesta, ensayista, dramaturgo y teórico musical alemán del Romanticismo. De sus creaciones destacan El holandés errante, Tannhäuser, Parsifal, Tristán e Isolda y El anillo del nibelungo. Wilde, Oscar (1854-1900). Fue un escritor, poeta y dramaturgo irlandés. Entre sus obras se cuentan El retrato de Dorian Gray, De profundis y las obras de teatro Un marido ideal y La importancia de llamarse Ernesto. Zola, Émile (1840-1902). Escritor francés, considerado como el creador del Naturalismo presente en la serie Les Rougon-Macquart, compuesta por veinte novelas: Nana, Germinal o el Vientre de París, entre otras. Zweig, Stefan (1881-1942). Escritor austriaco, célebre por sus relatos como Carta de una desconocida y sus biografías. Entre estas, las más conocidas son María Estuardo, reina de Escocia, María Antonieta y Fouché. - 296 - Bibliografía Alcalde, Alfonso. “Los dadores”, en La consagración de la pobreza. Viña del Mar: Ediciones Altazor, 2007. Aleijem, Sholem. Dreyfus en Kasrílevke. Buenos Aires: Ediciones del Zorzal. Anónimo. “Los dos monjes y la muchacha”. <www.ciudadseva.com>. . “Marchitarse de amor. Eco y Narciso”, en Cuentos de la mitología griega. Madrid: Ediciones de la Torre, 1994. Barquero, Efraín. La miel heredada. Antología. Santiago: Lom ediciones, 2000. Baudelaire, Charles. “El loco y la Venus”, en El spleen de París. Santiago: Lom Ediciones, 2008. Bédier, Joseph. Tristán e Isolda, versión castellana de Dolores Barres. Barcelona: Ediciones G.P., 1961. Boccaccio. “No toquéis a la reina”, en El Decamerón. México: Cía. General de ediciones, 1955. Brecht, Bertolt. “Un diálogo”, en La vida de Galileo Galilei, traducción de Oswald Bayer. Buenos Aires: Ediciones Losange, 1956. . La ópera de tres centavos. Adaptación y traducción de Tobías Barros Alfonso. Santiago, 1959. . “Canción de la mujer”. <http://amediavoz.com/brecht.htm>. Cervantes, Miguel de. “Los juicios de don Sancho”, en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Sao Paulo: Real Academia Española-Asociación de Academias de la lengua española, 2004. Da Vinci, Leonardo. Se recuerda el tesoro, pero no al atesorador. Aforismos. Madrid: Espasa Calpe, 1943. . “El cisne”, en Fábulas y leyendas. Círculo de lectores. Nauta, 1973. . El papel y la tinta. <http://lalupa3.webcindario.com>. Díaz Eterovic, Ramón. El color de la piel. Santiago: Lom ediciones, 2003. Discépolo, Santos. Cambalache. <rincondelbibliotecario.blogspot.com>. Éluard, Paul. “Libertad”, en Poesía combatiente. Santiago: Editorial Quimantú, 1973. Esteban S., Alicia y Mercedes Aguirre C. “Eco y Narciso”, en Cuentos de la mitología griega. Madrid: Ediciones de la Torre, 1994. Fromm, Erich. “Amor erótico”, en El arte de amar. Buenos Aires: Paidós, 1959. Gayo Julio Fedro. Cuán dulce es la libertad. “Un lobo a un perro”, Fábulas, libro III. Madrid: Editorial Gredos, 2005. Guillén, Nicolás. “El apellido”, en Nicolás Guillén. Obra poética. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1985. - 297 - Hahn, Óscar. “El doliente”, en Sin cuenta. Santiago: Lom ediciones, 2005. Hawthorne, Nathaniel. “Wakefield”, en Wakefield y otros cuentos. Barcelona: Montesinos editor, 2004. Hernández, Miguel. “Carta a Josefina Manresa” y “Nanas a la cebolla”, en Obras Completas. Buenos Aires: Losada, 1960. Hervi. Mozambique. La chiva ¡y que jué! Santiago: Feroces editores, 2011. Hölderlin, Friedrich. “El arco de la vida”, en Poemas de juventud-Diotima-la madurez. España: Ediciones 29, 2000. . El laurel. <http://exromalux.blogspot.com/2008/08/holderlin.html>. Hugo, Víctor. Prólogo a Cromwell. Manifiesto romántico. Barcelona: Ediciones Península, 1971. Jara, Víctor. “Cuando voy al trabajo”, en Víctor Jara. Obra musical completa. Santiago: Fundación Víctor Jara, 2da edición, 1999. Jardiel Poncela, Enrique. Cuatro corazones con freno y marcha atrás. Madrid: Espasa Calpe-colección Austral, 2000. Lechner, Norbert. “Nuestros miedos”, en Las sombras del mañana. Santiago: Lom ediciones, 2002. Lehman, Linda. Mitos y arquetipos en Tristán e Isolda. <www.monografias.com>. London, Jack. Una ejecución en Alaska. Lecturas Americanas. Antología de poetas y prosistas de América. Tipografía Atlántida, 1940. Maiakovski, Vladimir. Igual me pasa a mí. <http://cl.fotolog.com/ malasmemorias>. . Por lo general es así. <http://diaadiagotaagota.blogspot. com/2008_03_01_archive.html>. Mistral, Gabriela. “Balada de mi nombre”, en Antología poética (edición de Rosalía Aller). Madrid: Biblioteca Edaf, 1999. . “Menos cóndor, más huemul”, en Recados Contando a Chile. Santiago: Editorial del Pacífico, 1957. Melville, Herman. Benito Cereno. Traducción de Gloria Casanueva y Hernán Soto. Santiago: Ediciones Era/Lom ediciones, 2006. Nómez, Naín. “Cazuela chilota”, en Ejercicios poéticos. Santiago: Lom ediciones, 1999. Pessoa, Fernando. “Autopsicografía” y “Todas las cartas de amor son ridículas”, en Antología Poética. El poeta es un fingidor. Madrid: Colección Austral, 1997. Pilniak, Boris. “Toda la vida”, en Su majestad. Buenos Aires: Ediciones Corintio, 1946. Platón. “La belleza en sí o el valor de la vida”, en El banquetero del amor. Obras completas. Madrid: Aguilar, 1990. - 298 - Radrigán, Juan. “Testimonios de las muertes de Sabina”, en Hechos consumados. Teatro 11 obras. Santiago: Lom ediciones, 1998. Schwob, Marcel. El rey de la máscara de oro. Madrid: Ediciones Alfaguara. Colección Nostromo, 1977. Séneca. “Vivir la vida”, en Benoît Desombres, Palabras de la Antigua Roma. Barcelona: Ediciones B, 1994. Soto, Hernán. “El misterio de Benito Cereno”, en Herman Melville, Benito Cereno (prólogo). Traducción de Gloria Casanueva y Hernán Soto. Santiago: Ediciones Era/Lom ediciones, 2006. Subercaseaux, Bernardo. “Cultura de ancestro”, en Nación y cultura en América Latina. Santiago: Lom ediciones, 2002. Urbina, José Leandro. “Interrogaciones”, en Las malas juntas. Santiago: Lom ediciones, 2011. Urriola, Malú. “Tengo un corazón”, en Nada. Santiago: Lom ediciones, 2003. Wagner, Richard. Tristán e Isolda. Madrid: Visión Libros, 2009. - 299 - este libro ha sido posible por el trabajo de comité editorial Silvia Aguilera, Mario Garcés, Luis Alberto Mansilla, Tomás Moulian, Naín Nómez, Jorge Guzmán, Julio Pinto, Paulo Slachevsky, Hernán Soto, José Leandro Urbina, Verónica Zondek, Ximena Valdés, Santiago Santa Cruz en la edición Florencia Velasco, Candelaria Cortés-Monroy prensa Irma Palominos producción editorial Guillermo Bustamante proyectos Ignacio Aguilera diseño y diagramación editorial Alejandro Millapan, Leonardo Flores corrección de pruebas Raúl Cáceres distribución Nikos Matsiordas comunidad de lectores Francisco Miranda, Marcelo Reyes ventas Elba Blamey, Luis Fre, Marcelo Melo, Olga Herrera bodega Francisco Cerda, Pedro Morales, María Loreto Baquedano, Carlos Villarroel librerías Nora Carreño, Ernesto Córdova comercial gráfica lom Juan Aguilera, Danilo Ramírez, Inés Altamirano, Eduardo Yáñez servicio al cliente Elizardo Aguilera, José Lizana, Ingrid Rivas diseño y diagramación computacional Claudio Mateos, Nacor Quiñones, Luis Ugalde, Jessica Ibaceta secretaria comercial Elioska Molina producción imprenta Carlos Aguilera, Gabriel Muñoz secretaria imprenta Jasmín Alfaro impresión digital Efraín Maturana, William Tobar, Estefany Bustamante, Carolay Saldías preprensa digital Daniel Véjar, Felipe González impresión offset Eduardo Cartagena, Freddy Pérez, Rodrigo Véliz, Francisco Villaseca, Raúl Martínez corte Eugenio Espíndola, Juan Leyton, Sandro Robles, Alejandro Silva encuadernación Ana Escudero, Andrés Rivera, Rodrigo Carrasco, Sergio Fuentes, Pedro González, Carlos Muñoz, Edith Zapata, Juan Ovalle, Pedro Villagra, Eduardo Tobar despacho Sonia Ripe5i, José Chiuca, Nora Grau, Cristóbal Ferrada, Matías Sepúlveda mantención Jaime Arel, Elizabeth Rojas administración Mirtha Ávila, Alejandra Bustos, Andrea Veas, César Delgado. l o m e d i c i o n e s