Benito Cereno - LOM Ediciones

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Lom
palabra de la lengua
yámana que significa
Sol
© LOM ediciones
Primera edición, 2012
isbn: 978-956-00-0358-4
Diseño de interior y portada: Catalina Marchant V.
Ilustraciones interior: Daniel Aguilera, pinturas de autores clásicos.
edición y composición
LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago
teléfono: (56–2) 688 52 73 | fax: (56–2) 696 63 88
[email protected] | www.lom.cl
Tipografía: Karmina 10.5 pts. y Adobe Caslon Pro 26 pts.
impreso en
Impreso en Santiago de Chile
silvia aguilera
florencia velasco
Con la colaboración de:
candelaria cortés-moroy y maría maireles
La quinta pata
Antología Literaria e Informativa para 4o medio
Índice
Presentación | 11
La miel heredada | 13
· Poesía
Efraín Barquero
Balada de mi nombre | 15
· Poesía
Gabriela Mistral
El apellido | 16
· Poesía
Nicolás Guillén
Stefan Zweig, maestro del retrato
biográfico | 20
· Informativo
Carlos González Martínez
María Antonieta | 22
· Biografía
Stefan Zweig
María Antonieta | 26
· Crítica de cine (inf.)
Almudena Muñoz Pérez
Una mujer que emprendió vuelo | 28
· Artículo informativo
Carmen Ortúzar
Yo solo le pregunto al país dónde
podremos encontrar la clara intuición
de las cosas | 30
· Carta (inf.)
Émile Zola
¡Cuán dulce es la libertad! | 34
· Fábula
Gayo Julio Fedro
Libertad | 35
· Poesía
Paul Éluard
El lenguaje crea la comunidad.
Entrevista a Humberto Giannini | 37
· Informativo
Cristián Warnken
Por lo general es así | 40
· Poesía
Vladimir Maiakovsky
Igual me pasa a mí | 41
· Poesía
Vladimir Maiakovsky
Cuando voy al trabajo | 42
· Canción
Víctor Jara
La historia de Tristán e Isolda | 43
· Relato
Joseph Bédier
Tristán e Isolda | 55
· Teatro
Richard Wagner
El acorde de Tristán | 60
· Informativo
Mitos y arquetipos en
Tristán e Isolda | 62
· Ensayo
Linda Lehman
Todas las cartas de amor
son ridículas | 66
· Poesía
Álvaro de Campos
(Fernando Pessoa)
Marchitarse de amor | 67
· Leyenda
Alicia Esteban S. y
Mercedes Aguirre C.
El loco y la Venus | 71
· Crónica (inf.)
Charles Baudelaire
Censura a una Venus prehistórica | 72
· Informativo
Rodrigo Durán
Amor erótico | 74
· Ensayo
Erich Fromm
No toquen a la reina | 77
· Cuento
Giovanni Boccaccio
Toda la vida | 83
· Cuento
Boris Pilniak
El doliente | 92
· Poesía
Óscar Hahn
Canción de la mujer | 93
· Poesía
Bertolt Brecht
Autopsicografía | 94
· Poesía
Fernando Pessoa
El arco de la vida | 95
· Poesía
Friedrich Hölderlin
Wakefield | 96
· Cuento
Nathaniel Hawthorne
Testimonios de las muertes
de Sabina | 104
· Teatro
Juan Radrigán
El cisne | 110
· Relato
Leonardo da Vinci
Vivir la vida | 111
· Sentencia
Séneca
Orígenes de la comedia | 112
· Informativo
Cuatro corazones con freno
y marcha atrás | 113
· Teatro
Enrique Jardiel Poncela
La belleza en sí o el valor
de la vida | 120
· Ensayo
Platón
Se recuerda el tesoro,
pero no al atesorador | 123
· Aforismos
Leonardo da Vinci
El artista: un libre creador | 124
· Informativo
Oscar Wilde
El concepto de fealdad | 126
· Informativo
Marcelo Raffin, Cecilia Caputo,
Adrián Melo y Andrea Beatriz Pac
Lo feo armoniza
la creación entera | 129
· Ensayo
Victor Hugo
El rey de la máscara de oro | 132
· Cuento
Marcel Schwob
Viaje al interior de la máscara | 141
· Artículo
Hugo Montero
"Adentro pasan cosas" | 144
· Entrevista
Hugo Montero
Los dos monjes y
la hermosa muchacha | 146
· Cuento
Anónimo japonés
Benito Cereno | 147
· Reseña literaria
Benito Cereno | 148
· Novela
Herman Melville
Benito Cereno, una historia
intrigante | 152
· Informativo
El misterio de Benito Cereno | 153
· Ensayo
Hernán Soto
Abuso de las palabras | 155
· Artículo (inf.)
Voltaire
Tengo un corazón | 157
· Poesía
Malú Urriola
Malabarismos del idioma | 158
· Informativo
El papel y la tinta | 160
· Relato
Leonardo Da Vinci
Apuntes sobre el arte
de escribir cuentos | 161
· Artículo (inf.)
Juan Bosch
La mujer que escribió
un diccionario | 162
· Relato
Gabriel García Márquez
La mujer de hoy | 165
· Informativo
Luisa Capetillo
Lecturas cerebrales | 167
· Artículo científico (inf.)
Andrea Slachevsky
El laurel | 169
· Poesía
Friedrich Hölderlin
El "Caso Dreyfus" | 170
· Antecedentes históricos (inf.)
El Caso Dreyfus, Zola y el nacimiento
de los Intelectuales | 171
· Artículo informativo
José Carlos Bermejo
J’ accuse...! (Yo acuso) | 173
· Manifiesto (inf.)
Émile Zola
Dreyfus en Kasrílevke | 176
· Cuento
Sholem Aleijem
Los juicios de Sancho Panza | 180
· Cuento
Miguel de Cervantes
Una ejecución en Alaska | 182
· Cuento
Jack London
Salvar vidas | 186
· Artículo de opinión (inf.)
Albert Camus
La pena de muerte | 188
· Artículo de difusión
Amnistía Internacional
La vida de David Gale | 189
· Crítica de cine (inf.)
Mateo Sancho Cardiel
Cambalache | 191
· Canción
Enrique Santos Discépolo
Lo mismo da un burro que
un gran profesor | 193
· Artículo
Palabras con pasado | 195
· Informativo
Los dadores | 196
· Teatro
Alfonso Alcalde
Reírse mejora la salud | 207
· Informativo
Eroski consumer
Mozambique | 209
· Humor gráfico
Hervi
Ópera por tres centavos | 233
· Discurso
Bertolt Brecht
Cazuela a la chilota | 210
· Receta poética (inf.)
Naín Nómez
Menos cóndor y más huemul | 242
· Artículo
Gabriela Mistral
Recetas de la abundancia | 212
· Receta de cocina (inf.)
Esther Sánchez Botero
Caín y Abel | 244
· Cuento
Antiguo Testamento
“Las élites son las primeras
responsables en la reproducción
del racismo” | 213
· Entrevista
Antonieta Muñoz Navarro
Interrogaciones | 245
· Cuento
José Leandro Urbina
El color de la piel | 216
· Novela
Ramón Díaz Eterovic
La esperanza mira al sur | 222
· Artículo
Sonia Cano
Culturas de ancestro | 225
· Ensayo breve (inf.)
Bernardo Subercaseaux
Discurso de aceptación del
Premio Nobel de la Paz | 228
· Discurso
Rigoberta Menchú
Nuestros miedos | 231
· Ensayo breve (inf.)
Norbert Lechner
Ponerse en el lugar del otro…
pero nunca tanto | 246
· Entrevista
Pablo Salvat B.
“La cueca encierra en sí un
sentido identitario” | 248
· Artículo de opinión
Juan Estanislao Pérez
El origen de los dichos | 250
· Informativo
Inocencia y compromiso | 251
· Informativo periodístico
Alfonso Guerra
Carta a Josefina Manresa | 255
· Carta
Miguel Hernández
Nanas de la cebolla | 258
· Poesía
Miguel Hernández
Nacido para el luto | 260
· Artículo periodístico
Antonio Muñoz Molina
El ojo puesto en la esperanza | 266
· Artículo
Virginia Rioseco
La mala reputación | 269
· Canción
Georges Brassens
Galileo, un joven curioso | 270
· Artículo informativo
Los orígenes del telescopio | 272
· Artículo informativo
La vida de Galileo | 274
· Teatro
Bertolt Brecht
Primer trabajo del radiotelescopio
ALMA devela los secretos de un
sistema planetario | 279
· Artículo de difusión científica
Lorena Guzmán
Julio Verne: ¿precursor o
adivino? | 281
· Informativo
Carlos Belane
10 predicciones de Julio Verne que se
hicieron realidad | 284
· Informativo
La ley de los rendimientos
acelerados | 288
· Artículo de difusión científica
Ray Kurzweil
Biografías | 291
Bibliografía | 297
La lectura, una herramienta para la vida
P
ronto a acabar un ciclo importante de la vida, como es el proceso de educación formal, hemos querido ofrecerte esta selección de textos de variada índole como una
posibilidad de seguir abriendo puertas que te permitan conocer y adquirir distintos
puntos de vista respecto de algunos aspectos relevantes del mundo contemporáneo,
y de los que nadie está ajeno en cuanto miembros de esta gran comunidad humana.
La perspectiva al momento de hacer la selección y edición de esta antología fue, en la
mayoría de los casos, detenernos en un tema y abordarlo a través de distintos tipos
de textos: algunos informativos, otros de opinión, otros como recreación literaria. Y
esto porque nos permite profundizar y, de alguna manera, problematizar lo que estamos tratando, y también porque es importante consignar que las relaciones humanas siempre se están jugando en distintos planos. La literatura en este caso pone los
hechos desde la vivencia subjetiva, que es también como experimentamos las cosas
cada uno de nosotros, permitiéndonos transitar por los grises, por los tonos que la
vida tiene.
De esta manera, la propuesta de lectura que aquí te presentamos atraviesa temas
como: quiénes somos y cómo somos; qué es la Belleza, pero además qué es lo “otro”,
lo feo, lo que ocultamos o no queremos ver; de qué manera decimos lo que pensamos,
qué importancia le damos al lenguaje; qué entendemos por discriminación y justicia;
qué es el compromiso con la vida propia y la de los demás; qué esperamos cuando formamos relaciones… Estos y otros asuntos se despliegan a través de crónicas, cuentos,
fragmentos de novelas, obras de teatro, poemas, canciones, artículos y otros textos,
para dar rienda suelta a la imaginación y a las múltiples reflexiones que de la lectura
puedan surgir.
Estamos convencidas de que la lectura, y sobre todo la lectura que te invita a pensar,
es una herramienta primordial para el enriquecimiento personal –intelectual y emocional– que no termina una vez cerrado el ciclo escolar, y es primordial también para
contribuir en la construcción de una comunidad, de una sociedad más amable, justa
y feliz.
Silvia Aguilera y Florencia Velasco
- 11 -
La miel heredada
Efraín Barquero
Mi abuelo era el río que fecundaba esas tierras.
Lleno de innumerables manos y ojos y oídos.
Y, al mismo tiempo, ciego y taciturno como un árbol.
Era la barba antigua y la voz profunda de la casa.
Era el sembrador y el fruto. La cepa rugosa.
El índice del tiempo y la sangre propicia.
Mi abuelo era el invierno con las manos floridas.
Era el propio río que poblaba las tierras.
Era la propia tierra que moría y renacía.
Mi abuela era la rama curvada por los nacimientos.
Era el rostro de la casa sentado en la cocina.
Era el olor del pan y la manzana guardada.
Era la mano del romero y la voz del conjuro.
Era la pobreza de los largos inviernos
envuelta en azúcar como humilde golosina.
Quince hijos comían de sus manos milagrosas.
Quince hijos dormían con su sueño de águila.
Muchos nietos y biznietos hemos seguido
pasando por sus brazos enjutos.
Pero ella es siempre la mano que mezcla agua y harina.
Es el silencio de la noche lleno de pájaros dormidos.
Es el brasero de la infancia con la tortilla corredora.
- 13 -
Mi padre era el que más se parecía a la tierra.
Debe haber nacido junto con el maíz o el trigo.
Mi padre era moreno, y dormía en su caballo.
Era como el jinete lento de la primavera.
Mis otros tíos todos se parecían a las aves del lugar.
Todos tenían algo de los árboles y las serranías.
Algunos eran poderosos como los caballos percherones.
Otros tenían rostro de piedra o de trigo tostado.
Pero todos recordaban las cosas más cercanas a la tierra.
Era un enjambre turbulento que llenaba la casa.
Era una bandada de queltehues que anunciaba la lluvia.
Eran los zorzales que se robaban las cerezas.
Yo nací cuando eran viejos ya; cuando mi abuelo
tenía el pelo blanco, y la barba lo alejaba como niebla.
Yo nací cuando ardían las fogatas de mayo.
Y lo primero que recuerdo es la voz del río y de la tierra.
- 14 -
Balada de mi nombre
Gabriela Mistral
El nombre mío que he perdido,
¿dónde vive, dónde prospera?
Nombre de infancia, gota de leche,
rama de mirto tan ligera.
De no llevarme iba dichoso
o de llevar mi adolescencia
scen
ncia
y con él ya no camino
no
por campos y por praderas.
r deras.
ra
Llanto mío no conoce
ce
y no la quemó mi salmuera;
lmuera;
cabellos blancos no me ha visto,
ni mi boca con acidia,
a,
y no me habla si me encuen
encuentra.
ntra.
Da
nie
lA
gu
ile
ra
C.
Pero me cuentan que
ue camina
por las quiebras de mi montaña
tarde a la tarde silencioso
ncioso
y sin mi cuerpo y vuelto
elto mi alma.
- 15 -
El apellido
Nicolás Guillén
- Fragmento -
Elegía familiar
I
Desde la escuela
y aún antes… Desde el alba, cuando apenas
era una brizna yo de sueño y llanto,
desde entonces,
me dijeron mi nombre. Un santo y seña
para poder hablar con las estrellas.
Tú te llamas, te llamarás…
Y luego me entregaron
esto que veis escrito en mi tarjeta,
esto que pongo al pie de mis poemas:
las trece letras
que llevo a cuestas por la calle,
que siempre van conmigo a todas partes.
¿Es mi nombre, estáis ciertos?
¿Tenéis todas mis señas?
¿Ya conocéis mi sangre navegable,
mi geografía llena de oscuros montes,
de hondos y amargos valles
que no están en las mapas?
¿Acaso visitasteis mis abismos,
mis galerías subterráneas
- 16 -
con grandes piedras húmedas,
islas sobresaliendo en negras charcas
y donde un puro chorro
siento de antiguas aguas
caer desde mi alto corazón
con fresco y hondo estrépito
en un lugar lleno de ardientes árboles,
monos equilibristas,
loros legisladores y culebras?
¿Toda mi piel (debí decir)
toda mi piel viene de aquella estatua
de mármol español? ¿También mi voz de espanto,
el duro grito de mi garganta? ¿Vienen de allá
todos mis huesos? ¿Mis raíces y las raíces
de mis raíces y además
estas ramas oscuras movidas por los sueños
y estas flores abiertas en mi frente
y esta savia que amarga mi corteza?
¿Estáis seguros?
¿No hay nada más que eso que habéis escrito,
que eso que habéis sellado
con un sello de cólera?
(¡Oh, debí haber preguntado!)
Y bien, ahora os pregunto:
¿no veis estos tambores en mis ojos?
- 17 -
¿No veis estos tambores tensos y golpeados
con dos lágrimas secas?
¿No tengo acaso
un abuelo nocturno
con una gran marca negra
(más negra todavía que la piel)
una gran marca hecha de un latigazo?
¿No tengo pues
un abuelo mandinga, congo, dahomeyano?
¿Cómo se llama? ¡Oh, sí, decídmelo!
¿Andrés? ¿Francisco? ¿Amable?
¿Cómo decís Andrés en congo?
¿Cómo habeis dicho siempre
Francisco en dahomeyano?
En mandinga ¿cómo se dice Amable?
¿O no? ¿Eran, pues otros nombres?
¡El apellido, entonces!
¿Sabéis mi otro apellido, el que me viene
de aquella tierra enorme, el apellido
sangriento y capturado, que pasó sobre el mar
entre cadenas, que pasó entre cadenas sobre el mar?
¡Ah, no podéis recordarlo!
Lo habéis disuelto en tinta inmemorial.
Lo habéis robado a un pobre negro indefenso.
Lo escondisteis, creyendo
que iba a bajar los ojos yo de la vergüenza.
- 18 -
¡Gracias!
¡Os lo agradezco!
¡Gentiles gentes, thank you!
Merci!
Merci bien!
Merci beaucoup!
Pero no… ¿Podéis creerlo? No.
Yo estoy limpio.
Brilla mi voz como un metal recién pulido.
Mirad mi escudo: tiene un baobab,
tiene un rinoceronte y una lanza.
Yo soy también el nieto,
biznieto,
tataranieto de un esclavo.
(Que se avergüence el amo).
¿Seré Yelofe?
¿Nicolás Yelofe, acaso?
¿O Nicolás Bakongo?
¿Tal vez Guillén Banguila?
¿O Kumbá?
¿Quizá Guillén Kumbá?
¿O Kongué?
¿Pudiera ser Guillén Kongué?
¡Oh, quién lo sabe!
¡Qué enigma entre las aguas!
- 19 -
Stefan Zweig, maestro
del retrato biográfico
Carlos González Martínez
Retratos de Stefan Zweig
Conscientes quizás de las limitaciones del propio ser humano a la
hora de narrar vidas ajenas, algunos autores deciden abandonar
la maraña de los hechos para realizar un viaje a la esencia de la
persona. Dejan de lado la multitud de sucesos y circunstancias y
emprenden el camino que lleva directamente al ser del biografiado.
De esta manera, una vez que lo han comprendido, retoman la senda
de los acontecimientos con la seguridad de quien conoce a la perfección el terreno que pisa y los peligros a los que se enfrenta.
Enfrentando el carácter con las
circunstancias
Stefan Zweig es, sin duda, un maestro
dentro de esa técnica. En sus numerosas
biografías se aprecia, por encima de todo,
un intenso trabajo en pro de la comprensión del personaje. Una labor de reflexión
que, a la postre, le permite pintar con
palabras, en finos trazos, lo esencial del
ser humano objeto de estudio.
Sobre esa base, y siempre con un lenguaje sencillo y elegante, procede a enfrentarse a los hechos. Estos se suceden
a gran velocidad, incluso a veces sin
respetar el carácter cuasi-religioso de
la cronología. Sin embargo, el lector no
se encuentra nunca perdido. Gracias al
perfil que traza Stefan Zweig al comienzo de sus obras, conoce, desde el primer
momento, el carácter del potagonista.
-- 20 --
Así, la biografía no resulta más que un
constante enfrentamiento de esa personalidad con los sucesos que le afectan
a lo largo de su vida. En cierto sentido,
podría decirse que la labor del autor se
asemeja a la de ciertos dioses de la Grecia
Antigua: dota al personaje de unos determinados rasgos y lo sitúa en los diversos
escenarios que le proporciona la historia.
Personajes en constante evolución
Con lo dicho hasta ahora podría pensarse que Zweig concibe al ser humano
como una criatura sin libertad, sujeta al
destino que le marcan sus propios vicios
y virtudes; presa, al fin y al cabo, de la
definición que de ella realiza el autor al
comienzo de su estudio. Desde esta perspectiva, sus personajes desempeñarían
un papel predeterminado dentro de un
escenario cambiante. Sin embargo, esa
concepción de la realidad humana está
muy alejada de los planteamientos del
autor austríaco. Stefan Zweig no concibe
a sus protagonistas como seres cerrados
y hieráticos, sino cambiantes. Así como
la realidad que les rodea varía en función
de la época, también la personalidad de
los personajes es objeto de evolución.
En su estudio preliminar de la persona,
trata de descubrir no solo sus rasgos más
característicos, sino las potencialidades
que esconde. De esta manera, a lo largo
de la obra el protagonista se nos presenta como un ser cambiante, pues va
desarrollando uno a uno esos rasgos en
potencia descritos por el autor al inicio
de la obra.
En mi fin está mi comienzo
De entre las obras de Stefan Zweig, encontramos dos pequeñas joyas con una
trama común: María Antonieta y María
Estuardo. El desarrollo de ambos personajes es, a ojos del autor, muy similar.
Desde su comienzo, las dos son elevadas
por la vida a lo más alto. No obstante,
como víctimas de los acontecimientos
y de sus propios errores, son rebajadas
a lo más bajo en los años finales de su
existencia.
Es ahí donde el autor parece disfrutar
realmente de su trabajo, pues precisamente en lo más bajo se produce el
encuentro del personaje con su propia
persona. Únicamente cuando este se ve
necesitado de todo su ingenio, desarrolla
al máximo sus potencialidades.
Sin embargo, en ambos casos la reacción
se produce demasiado tarde, cuando
ya ninguna de ellas puede librarse de
su destino fatal: el patíbulo. Llega el
turno, entonces, de una nueva pirueta:
la búsqueda de la eternidad. Tanto
María Antonieta como María Estuardo
comprenden en los últimos días de su
vida la importancia de su actitud ante lo
que les espera. De sus momentos finales
dependerá que surja un nuevo comienzo
tras su muerte: el de su leyenda.
- 21 -
María Antonieta
Stefan Zweig
- Fragmento -
M
aría Antonieta no era ni la gran
santa del monarquismo, ni la perdida, la grue, de la Revolución, sino un
carácter de tipo medio: una mujer en
realidad vulgar; ni demasiado inteligente
ni demasiado necia; ni fuego ni hielo; sin
especial tendencia hacia el bien y sin la
menor inclinación hacia el mal; el carácter medio de mujer de ayer, de hoy y de
mañana; sin afición hacia lo demoníaco
ni voluntad de heroísmo, y, por tanto, a
primera vista, apenas personaje de tragedia. Pero la Historia, ese gran demiurgo,
en modo alguno necesita un carácter heroico como protagonista para edificar un
drama emocionante. La tensión trágica
no se produce solo por la desmesurada
magnitud de una figura, sino que se da
también, en todo tiempo, por la desarmonía entre una criatura humana y su
destino. Se presenta dramáticamente
cuando un hombre superior, un héroe,
un genio, se encuentra en pugna con el
mundo que lo rodea, el cual se muestra
como demasiado estrecho, demasiado
hostil hacia la innata misión a la cual
aquel viene destinado –así Napoleón,
ahogándose en el diminuto recinto de
Santa Elena, o Beethoven, prisionero de
su sordera–; en términos generales, es el
caso de toda gran figura que no encuentra su medida y su cauce. Pero también
surge lo trágico cuando a una naturaleza
de término medio, o quizá débil, le toca
en suerte un inmenso destino, responsabilidades personales que la aplastan y
trituran, y esta forma de lo trágico hasta
llega quizás a parecerme la más humanamente impresionante, pues el hombre extraordinario busca, sin saberlo, un
destino extraordinario; su naturaleza,
de desmesuradas proporciones, está orgánicamente acomodada para vivir de
un modo heroico, o “en peligro”, según
la frase de Nietzsche; desafía al mundo
con la audacia de las exigencias propias
de su carácter. De modo que, en último
término, el carácter genial no es irresponsable de sus sufrimientos, porque la
misión que le fue adjudicada le hace aspirar místicamente a esta prueba de fuego para que sea extraída de él su fuerza
postrera; lo mismo que la tempestad a la
gaviota, su poderoso destino lo arrastra
cada vez con mayor poderío y más hacia
lo alto. Por el contrario, el carácter medio
-- 22 --
está destinado, por su naturaleza, a una
pacífica forma de vida; no quiere, no necesita ninguna gran impresión; preferiría
vivir tranquilamente y en la oscuridad,
al abrigo de los vientos y con el destino
de mesurada intensidad; por eso se defiende, por eso se espanta, por eso huye
cuando una mano invisible lo lanza hacia
la agitación. No quiere responsabilidades
de Historia Universal; por el contrario, las
teme; no busca el sufrimiento, sino que le
es impuesto; de fuera y no de dentro viene
lo que le obliga a sobrepasar su propia medida. A este dolor del no héroe, del hombre de tipo medio, lo considero, hasta por
faltarle condiciones de visibilidad, como
no menor que el patético sufrimiento del
héroe verdadero y quizás aún más conmovedor que aquél, pues el hombre vulgar tiene que soportarlo por sí solo, y no
tiene, como el artista, la salvación dichosa de convertir sus tormentas en obras de
arte, dándoles forma duradera.
Pero a veces el destino puede trastornar
la existencia de uno de tales hombres
medios y, con su puño dominador, lanzarlo por encima de su propia medianía;
la vida de María Antonieta es quizás el
ejemplo más claro que la Historia nos
ofrece de ello. Durante los primeros treinta años de los treinta y ocho que duró
su vida, esta mujer recorrió su camino
trivial, aunque siempre en una extraordinaria esfera; jamás, ni en lo bueno ni
en lo malo, sobrepasó la común medida;
un alma tibia, un carácter corriente, y, al
principio, históricamente considerada,
solo una figuranta. Sin la irrupción de la
Revolución en su alegre e ingenuo mundo de juegos, esta princesa de la Casa de
Habsburgo, insignificante en sí misma,
habría continuado viviendo tranquilamente como centenares de millones de
mujeres de todos los tiempos; habría bailado, charlado, amado, reído; se habría
adornado; habría hecho visitas y dado
limosnas; habría parido hijos y, por último, se habría tendido dulcemente en un
lecho para morir sin haber vivido realmente según el espíritu del mundo de su
tiempo. Como reina, la habrían sepultado solemnemente, habrían llevado luto
de corte, pero después habría desaparecido por completo de la memoria de la
humanidad, como todas las otras innumerables princesas, las María Adelaidas
y Adelaida Marías y las Ana Catalinas y
Catalina Anas, cuyas lápidas sepulcrales,
con indiferente frialdad, se encuentran
en las no leídas páginas del Ghota. Jamás
hombre viviente habría experimentado
el deseo de inquirir noticias acerca de su
persona, de su extinta alma: nadie habría
sabido quién fue ella realmente y –esto es
lo esencial– jamás, si no hubiese estado
sometida a esta prueba, habría sabido ni
experimentado ella misma, María Antonieta, reina de Francia, cómo era en realidad su persona, pues forma parte de la
suerte de la desgracia del hombre medio
el no sentir en sí mismo ningún impulso de medir sus capacidades; el no sentir
la curiosidad de interrogarse acerca de
su propio ser, antes de que el destino le
plantee la cuestión; sin utilizarlas, deja
que duerman en sí sus capacidades, que
- 23 -
se marchiten sus propias aptitudes y que
se debiliten sus fuerzas, como músculos
nunca ejercitados, antes de que la necesidad los tienda para una real defensa. Un
carácter medio necesita primeramente
ser arrojado fuera de sí mismo, para llegar a ser todo lo que es capaz de ser, acaso
más de lo que sospechaba y sabía antes;
para ello, el destino no tiene otro estímulo sino la desgracia. Y lo mismo que un
artista busca intencionadamente a veces
un asunto de menguada apariencia, en
lugar de uno que atraiga universalmente,
para mejor mostrar su fuerza creadora,
así también el destino busca, de tiempo
en tiempo, un héroe insignificante para
probar que también, con una materia
bronca, es capaz de obtener el efecto más
alto; y de un alma débil y mal dispuesta,
una gran tragedia. Una de tales tragedias,
y de las más hermosas, de este heroísmo
no querido se llama “María Antonieta”.
¡Pues con qué arte, con qué fuerza de invención en los episodios, en qué inmensidad de impresionantes dimensiones
universales introduce aquí la historia,
en su drama, a esta criatura media! ¡Qué
sabiamente contrapuntea los temas accesorios en torno a esta figura principal,
originariamente tan mal dotada! Con
María Antonieta, retrato realizado
por Elizabeth Viggé Lebrum
-- 24 --
diabólica astucia comienza por colmar
de halagos a la mujer. Ya cuando niña le
regala como hogar una corte imperial;
cuando adolescente, una corona; cuando
joven esposa amontona pródigamente
a sus pies todos los dones de la gracia y
la riqueza y le da, además, un aturdido
corazón que no pregunta por el precio y
valor de estos dones. Durante años enteros mima y halaga con todo regalo a
esta irreflexiva criatura, hasta que sus
sentidos se desvanecen en el vértigo y
se hace cada vez más descuidada. Pero
si el destino ha elevado a esta mujer tan
rápida y fácilmente a las mayores cimas
de la dicha, con una crueldad tanto más
refinada la deja caer después lentamente. Con melodramática ordinariez, este
drama coloca frente a frente los términos
más violentamente opuestos; la arroja
desde una residencia imperial de cien
estancias a un miserable calabozo; desde un trono real a un patíbulo; desde una
dorada carroza encristalada a la carreta
del verdugo; desde el lujo a la indigencia;
desde la simpatía universal al odio; desde el triunfo a la calumnia; cada vez más
y más bajo, e inexorablemente hasta las
profundidades postreras. Y esta pobre,
esta vulgar criatura humana, sorprendida
repentinamente en medio de sus hábitos
de molicie; este poco juicioso corazón
no comprende lo que quiere hacer de
él aquel poder extraño; solo percibe un
duro puño que la amasa, una ardiente garra en su carne martirizada; esta criatura
sin presentimientos, indignada y desacostumbrada a toda cuita, se defiende y
no quiere entregarse; gime, se esconde,
trata de huir. Pero con la irreflexibilidad
de un artista que no ceja antes de haber
arrancado violentamente de su materia
el más alto efecto y la última posibilidad,
la sabia mano de la desgracia no deja a
María Antonieta antes de que aquella
alma, blanca y sin brío, haya extraído de
sí dureza y dignidad a fuerza de martillazos; antes de que toda la grandeza que
estaba soterrada en su alma, procedente
de padres y otros ascendientes, no fuera
forzada a hacerse sensible. Con espanto
en medio de sus tormentos, reconoce,
por fin, la transformación operada en
su ser esta castigada mujer que jamás se
había interrogado a sí misma acerca de
su propia alma; precisamente entonces,
cuando termina el poder exterior, comprende que algo nuevo y grande se inicia
dentro de ella, cosa que no hubiera sido
posible sin aquella prueba. “Es en la desgracia donde más se siente lo que uno
es”: estas palabras, medio orgullosas y
medio conmovidas, brotan de repente de
su asombrosa boca; le sobreviene el presentimiento de que, justamente por estos
dolores, su vida, pobre y corriente, sobrevivirá como ejemplo para la posteridad.
Y gracias a esta conciencia de un deber
superior que realiza, su carácter crece
más allá de sí mismo. Poco antes de que
se rompa su forma mortal está acabada
la imperecedera obra de arte; pues en sus
últimas, en sus postreras horas de vida,
alcanzó por fin María Antonieta, criatura
humana media, su magnitud trágica, llegando a ser tan grande como su destino.
- 25 -
Crítica de cine a “María Antonieta”
Almudena Muñoz Pérez
Dirección: Sofia Coppola.
Año: 2006.
Duración: 123 min.
Género: Biopic, drama.
Esta es la historia de una niña que, para
abrir los ojos algún día, tuvo que sumergirse en un bosque repleto de lobos. ¿Por
qué una premisa tan sencilla despierta el
revuelo del público y la crítica? Pues porque tras esa niña se encuentra el nombre
de María Antonieta, un rótulo con su carga histórica, sus responsabilidades, sus
expectativas nacionales y su inevitable
calificación de biopic. Pero que nadie se
lleve a engaño: el tercer largometraje de
Sofia Coppola es el retrato de una reina,
pero al mismo tiempo la imagen de una
edad, una clase humana, un sentimiento
y una época. Y todas esas cosas son las de
entonces, pero también son las nuestras.
El imprescindible libro de Stefan Zweig
sobre la famosa soberana decapitada
anuncia desde su prólogo la mediocridad
de una mujer llamada a un destino muy
superior a sus cualidades. Siendo implacable con sus errores, pero consciente de
que al fin y al cabo era un ser humano, el
escritor perfilaba una figura controvertida por lo mucho que tiene de leyenda
y lo poco que conservamos de oficial.
Coppola adopta la misma actitud desde
los créditos: no solo arranca con música
contemporánea, sino que tiene la osadía
de incluir una escena en la que María Antonieta mira directamente a la cámara. A
partir de aquí se nos relata el paso de una
joven ingenua, inculta, inconstante y
despreocupada de las garras de las fieras
de Versalles: en una concisa presentación, la delfina es desnudada, despojada
no ya de su personalidad, sino de la posibilidad de forjarse libremente, y muestra
su rostro resignado ante la parafernalia
francesa. Todo esto con imágenes; el
guión de Coppola podría ser tachado
por su escasez verbal y su superficialidad.
Pero, contra la primera impresión, es
un guión excelentemente estructurado
y rebosante de matices y significados
para quien pueda encontrarlos debajo
de los lazos y las capas de chocolate. La
directora se encarga así de ofrecernos la
imagen exterior de la reina frente a la que
nosotros mismos construimos, y en lugar
de forzadas y vacías conversaciones, desperdiga frases sueltas y anónimas en los
- 26 -
pasillos y los comedores. Porque Versalles
y sus productos, uno de los cuales fue esta
muchacha austriaca, se forjó a partir de
murmullos, rumores y palabras huecas.
Coppola pretende provocarnos un
empacho visual similar a los atracones
de la propia corte en sus fiestas, para que
sintamos igual que ellos el duro golpe del
pueblo. Las gentes de París no se escuchan hasta un revelador plano en que, a
lo lejos, se ve el palacio real mientras una
voz indignada vocifera proclamas contra
la reina. Los dos extremos del conflicto
se desconocen y se mantienen tan alejados como la realizadora insinúa, y por el
mismo motivo sus rostros resultan difusos en la noche que asaltan Versalles. En
ese hermoso, emotivo y audaz plano en
que la reina se inclina ante las masas no
hay una lectura de sometimiento o apoteosis monárquica. La monarca no tiene
odio, solo miedo ante algo que no le han
enseñado a comprender y que para ella
se manifiesta en un idioma extranjero
–aunque en una escena lea a Rousseau
con toda familiaridad, pero para demostrar la mal interpretación de sus ideas y
la imposibilidad del consenso.
La hija de Francis Ford Coppola no se
está aprovechando en balde de sus orígenes y consecuentes enchufes, y tampoco
ha demostrado una vacía sensibilidad
estética. Con esta cinta se cierra una trilogía de soledad femenina moderna, desde luego con una impronta manierista, a
ratos kitsch, pero sabia e inteligente a la
hora de utilizar los recursos formales con
una finalidad semántica. El envoltorio es
fundamental en su nuevo trabajo, porque es a la vez el contenido. Vacío, dirá la
mayoría. Pero es que eso es lo único que
vivió la reina, visto como un ejemplo del
vacío de nuestro propio consumismo. Y
esa frívola transformación se descifra en
la narrativa del filme: las melodías clásicas de Rameau acompañan la primera
etapa de la pequeña Toinette hasta su
llegada a palacio, cuando explotan los
acordes pop. Sometida a la presión de
dar un heredero al rey, la joven vuelve a
mirarnos antes de tomar su resolución:
ofrecerse en cuerpo y alma a los divertimentos cortesanos –el abanico tras el
que se esconde al principio– para evitar
su hundimiento como persona.
Alguien puede creer que veo fantasmas
en el aire o que la irrebatible belleza de la
película me ha nublado la vista. Yo también lo creería si no oliera la podredumbre que Coppola demuestra sutilmente
en cada imagen y cada comportamiento,
en esos exagerados personajes como
madame Du Barry. Y es que, ya lo dije al
comienzo, este no es un retrato opaco,
sino un espejo donde se refleja la vuelta a
los excesos de clase y la separación social
y comunicativa en que nos encontramos.
Con un marco barroco, sí, pero ficticio
mientras dentro vive lo real, lo que ha
existido siempre y lo que aún existe
ahora, entre tiempos tan aparentemente
dispares: ahí están las zapatillas Converse que Sofia pone en el suelo de un plano
para confirmarlo.
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Margot Duhalde Sotomayor
Una mujer que emprendió vuelo
Carmen Ortúzar
De carácter fuerte y decidido es esta mujer que surcó los cielos de Europa en más
de cien tipos de aviones y tuvo una destacada participación durante la Segunda
Guerra Mundial. Su historia aparece en
los libros especializados del tema a nivel
internacional y está en el Museo de Los
Inválidos, de París.
Descendiente de franceses, Margot
Duhalde nació en Río Bueno (X Región).
Su padre era agricultor y su madre estaba
dedicada a la crianza de sus hijos (eran
12 hermanos). Quizá este habría sido su
destino sin su vocación por volar y su
fuerte impulso independiente.
Los aviones de la Línea Aérea Nacional
que llevaban el correo volaban justo por
encima de sus tierras sureñas. La joven
Duhalde comenzó a obsesionarse “por
aquellas pequeñas sombras que pasaban
sobre mí y que dejaban en mis oídos,
como un eco, el singular ronroneo de sus
pequeños motores”. Un día, un avión cayó
en un potrero cerca de la casa debido a
una emergencia. “Cuando lo toqué, supe
que quería ser aviadora”, contó después.
Al cumplir los 16 años empezó a volar
en el Club Aéreo de Chile. Los pocos
instructores eran de la Fuerza Aérea y
a ella le costó encontrar a alguien que
quisiera enseñarle a una mujer joven y
de origen campesino. Cuando estalló la
Segunda Guerra Mundial ya era piloto
civil. Para ayudar a los aliados en el
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Retrato de Margot Duhalde
conflicto contra los países del Eje, se
presentó como voluntaria, primero en
el consulado francés y después, cuando
Francia estaba derrotada, al llamado que
hizo Charles de Gaulle (en 1940) para
formar parte de su ejército libre.
Zarpó desde el puerto de Valparaíso
junto a otras trece personas. Al llegar a
Londres la detuvieron durante cinco días
mientras investigaban sus antecedentes.
Como los franceses no usaban pilotos
mujeres, se las arregló para formar parte
de la Air Transport Auxiliary (formada
por pilotos voluntarios que combatieron
contra las fuerzas nazis), donde sí las
ocupaban para el transporte de aviones.
Después se presentó a los ingleses, con
quienes logró volar más de cien tipos de
aviones, tanto cazas como bombarderos.
Al finalizar la guerra permaneció en Inglaterra, pero trabajando para la Fuerza
Aérea Francesa en una escuadrilla de
aviones Spitfire. Después la destinaron
a África, en Marruecos. Hizo un curso de
planeadores en Francia y partió en comisión a Sudamérica como oficial francés.
Solo después de este periplo volvió a Chile. Aquí fue la primera mujer comandante de un avión comercial nacional y en la
Fuerza Aérea trabajó como controlador
de tránsito aéreo. Paralelamente, hacía
instrucción de vuelo en los clubes aéreos
nacionales. Cuando jubiló, a los 81 años,
continuaba volando en un Piper Dakota.
En 2001, participó en el homenaje que la
Real Fuerza Aérea Británica les tributó a
todos los miembros aún vivos de la Air
Transport Auxiliary Association. Un año
después, fue homenajeada en Francia
por su trabajo en la Fuerza Aérea Libre
durante la Segunda Guerra Mundial,
asistiendo como invitada de honor a la
inauguración del ala “Charles de Gaulle”
del Museo de Los Inválidos de París, entre
cuyas piezas se incluyeron su biografía,
libros de vuelo, una colección de fotografías y otras muestras de su carrera.
Se había casado tres veces (un hijo, dos
nietos) pero, “por el machismo del chileno” y su actividad, terminó sola.
- 29 -
Mujeres que hacen historia. Colección Nosotros
los chilenos. Nº11. Lom ediciones, 2005.
Yo solo le pregunto al país
dónde podremos encontrar
la clara intuición de las cosas
Émile Zola
¿Adónde van, jóvenes? ¿Adónde van,
estudiantes que corren en grupos por las
calles, manifestándose en nombre de sus
iras y de sus entusiasmos, sintiendo la necesidad irresistible de lanzar públicamente el grito de sus conciencias indignadas?
¿Van a gritar, al pie de la ventana de
algún personaje esquivo e hipócrita, su
fe inquebrantable en el porvenir, en ese
siglo venidero que representan y que ha
de traer la paz al mundo en nombre de la
justicia y del amor?
¿Van a protestar contra algún abuso
del poder? ¿Han ofendido su anhelo
de verdad y equidad, ardiente aún en
sus almas jóvenes, almas que ignoran
los arreglos políticos y las cobardías
cotidianas de la vida?
¡Ah!, cuando yo era joven vi cómo se
estremecía el Barrio Latino con las orgullosas pasiones de la juventud, el amor a
la libertad, el odio a la fuerza brutal que
aplasta cerebros y oprime almas. Lo vi,
bajo el Imperio, entregado de lleno a su
esforzada labor de oposición, a veces incluso injusto, pero siempre por un exceso
de amor a la libre emancipación humana.
¿Van a reparar una injusticia social?
¿Van a poner la protesta de su juventud
vibrante en la balanza desigual donde,
con tanta falsedad, se pesa el sino de los
afortunados y de los desheredados de
este mundo?
¿Van, para defender la tolerancia y la
independencia de la raza humana, a
silbar a algún sectario de la inteligencia,
de estrecha mollera, que ha pretendido
conducir sus mentes liberadas hacia el
antiguo error proclamando la bancarrota de la ciencia?
Silbaba a los autores gratos a las Tullerías; se ensañaba con los profesores
cuyas enseñanzas le parecían sospechosas; se alzaba contra cualquiera que se
declarase a favor de las tinieblas y de la
tiranía. En él ardía el fuego sagrado de
la hermosa locura de los veinte años,
cuando todas las esperanzas son realidades, cuando el mañana aparece como el
triunfo indudable de la Ciudad perfecta.
- 30 -
Pintura de Paul Cézanne
Y si nos remontáramos más atrás en
esta historia de las nobles pasiones
que han alzado a la juventud de las
universidades, veríamos a esta siempre
indignada ante la injusticia, estremecida
y sublevada a favor de los humildes, de
los abandonados, de los perseguidos,
contra los crueles y los poderosos… Se ha
erigido en defensora de cuantos sufrían,
de cuantos agonizaban bajo la brutalidad
de una masa o de un déspota.
Si corría la voz de que el Barrio Latino
estaba en ascuas, no había duda de que
detrás ardía una llama de justicia juvenil,
ajena a precauciones, que acometía con
entusiasmo obras dictadas por el corazón. ¡Y qué espontaneidad entonces, qué
torrente desbordado corría por las calles!
Yo solo le pregunto al país dónde podremos encontrar la clara intuición de las
cosas, la sensación instintiva de lo que es
verdad, de lo que es justo, como no sea en
esas almas nuevas, en esos jóvenes que
nacen a la vida pública y a quienes nada
debería ofuscar su razón recta y buena.
Que los políticos deteriorados por años
de intriga, que los periodistas desequilibrados por todas las componendas de
- 31 -
su oficio puedan aceptar las mentiras
más impúdicas, puedan hacer la vista
gorda ante abrumadoras evidencias, es
explicable, comprensible. ¿Pero la juventud? Muy gangrenada ha de estar para
que su pureza, su candor natural, no se
reconozca a simple vista en medio de los
inaceptables errores y no se enfrente directamente a lo que es evidente, a lo que
está claro, luminoso como la luz del día.
Haber sucumbido al anhelo de verdad es
un crimen. Haber exigido justicia es un
crimen. Retornó el horrible despotismo;
la mordaza más dura acalla otra vez las
bocas. Quien aplasta la conciencia pública no es ya la bota de un César, sino
toda una Cámara que condena a quienes
se enardecen por el deseo de lo justo.
¡Prohibido hablar!
Los puños machacan los labios de
quienes han de defender la verdad, se
amotina a las masas para que reduzcan
al silencio a los aislados. Nunca se había
organizado una opresión tan monstruosa y dirigida contra la libre discusión. Y
reina el más vergonzoso terror: los más
valientes se vuelven cobardes, nadie se
atreve ya a decir lo que piensa por miedo
a que lo denuncien acusándolo de vendido y traidor.
Los escasos periódicos que conservan
cierta honestidad se humillan ante sus
lectores, quienes se han vuelto locos
con tantos chismes estúpidos. Ningún
pueblo, creo yo, ha pasado por un mo-
mento más confuso, más absurdo, más
angustioso para su razón y su dignidad.
Ya sé que el grupo de jóvenes que se manifiesta no representa a toda la juventud
y que un centenar de alborotadores por
la calle causan más ruido que diez mil
trabajadores que se quedan en su casa.
Pero cien alborotadores son ya demasiados, ¡y qué desalentador es el síntoma de
que ese movimiento, por reducido que
sea, se produzca hoy en el Barrio Latino!
¡Oh, juventud, juventud! Te lo ruego,
piensa en la gran labor que te espera. Eres
la futura obrera; tú pondrás los cimientos de este siglo cercano que, estamos
profundamente convencidos, resolverá
los problemas de verdad y de equidad
planteados por el siglo que termina.
Nosotros los viejos, los mayores, te dejamos el formidable cúmulo de nuestras
investigaciones, tal vez muchas contradicciones y oscuridades, pero ciertamente también te dejamos el esfuerzo
más apasionado que nunca siglo alguno
haya realizado en pos de la luz, los más
honestos y los más sólidos documentos,
los fundamentos mismos de este vasto
edificio de la ciencia que tienes que seguir construyendo en pro de tu honor y
tu felicidad.
Y solo te pedimos que seas más generosa aún que nosotros, más abierta de
espíritu, que nos superes con tu amor
a una existencia pacífica, dedicando tu
esfuerzo al trabajo, esa fecundidad de los
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hombres y de la tierra que por fin sabrá
lograr que brote la desbordante cosecha
de alegría bajo el resplandeciente sol.
Nosotros te cederemos fraternalmente
el puesto, satisfechos de desaparecer y
descansar de nuestra parte de labor en
el sueño gozoso de la muerte, si sabemos
que tú continuarás y harás realidad nuestros sueños.
¡Juventud, juventud! Acuérdate de lo
que sufrieron tus padres y de las batallas
terribles que tuvieron que vencer para
conquistar la libertad de que gozas ahora. Si te sientes independiente, si puedes
ir y venir a voluntad o decir en la prensa
lo que piensas, o tener una opinión y
expresarla públicamente, es porque tus
padres contribuyeron a ello con su inteligencia y su sangre.
No has nacido bajo la tiranía, ignoras lo
que es despertarse cada mañana con la
bota de un amo sobre el pecho, no has
combatido para escapar al sable del dictador, a la ley falaz del mal juez.
Agradéceselo a tus padres y no cometas
el crimen de aclamar la mentira, de
alinearte junto a la fuerza brutal, junto a
la intolerancia de los fanáticos y la voracidad de los ambiciosos. La dictadura ha
tocado a su fin.
de los lazos sociales. Por supuesto, hay
que respetarla; sin embargo, existe una
noción más elevada de justicia, la que
establece como principio que todo juicio
de los hombres es falible y la que admite
la posible inocencia de un condenado sin
por ello insultar a los jueces.
¿Quién se alzará para exigir que se haga
justicia sino tú, que no estás mezclada
en nuestras luchas de intereses ni de
personas, que no te has aventurado ni
comprometido en ninguna situación
sospechosa, que puedes hablar en voz
alta con toda honestidad y buena fe?
¡Juventud, juventud! Sé humana, sé
generosa. ¿Quién sino tú intentará la
sublime aventura, se lanzará a defender
una causa peligrosa e imponente, se
enfrentará a un pueblo en nombre de
la justicia ideal? ¿No te avergüenza que
sean unos viejos, unos mayores, los que
se apasionen, los que cumplan tu tarea
de generosa locura?
–“¿Adónde van, jóvenes; adónde van,
estudiantes que corren por la calle manifestándose, enarbolando en medio de
nuestras discordias el valor y la esperanza de sus veinte años?”.
–“¡Vamos a luchar por la humanidad, la
verdad, la justicia!”.
¡Juventud, juventud! Mantente siempre
cerca de la justicia. Si la idea de justicia se
oscureciere en ti, caerías en todos los peligros. No me refiero a la justicia de nuestros Códigos, que no es sino la garantía
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Carta a los estudiantes, 14 de diciembre de 1897.
¡Cuán dulce es la libertad!
Gayo Julio Fedro
V
oy a hablar brevemente de cuán dulce es la libertad.
Un lobo consumido por el hambre se encontró casualmente con un perro bien
alimentado; después, tras saludarse entre sí cuando se pararon, dijo el lobo: “Dime,
¿de dónde te viene ese esplendor o con qué alimento has conseguido un cuerpo tan
lozano? Yo, que soy mucho más fuerte, me muero de hambre”.
El perro le respondió con franqueza: “Tendrás la misma fortuna si puedes prestar a mi
amo un servicio semejante”. “¿Cuál?”, dijo el lobo. “Guardar su puerta y proteger su
casa de los ladrones durante la noche. Me dan pan sin pedirlo; el amo me da los huesos de su mesa; los criados me arrojan las sobras y algunos el guisado que no les gusta.
Así lleno mi vientre sin esfuerzo”. “Pues ya estoy preparado; ahora padezco las nieves
y las lluvias en los bosques, arrastrando una vida dura. ¡Cuánto más fácil es para mí
vivir bajo techo y saciarme en la ociosidad con un alimento abundante!”. “Entonces,
ven conmigo”.
Mientras caminan, el lobo observa el cuello del perro, pelado por una cadena. “Amigo,
¿cómo te has hecho eso?” “No es nada”. “De todos modos, dímelo, por favor”. “Como
les parezco muy inquieto, me atan durante el día, para que descanse mientras hay luz
y vigile cuando llega la noche: al atardecer me desatan y deambulo por donde quiero”.
“Veamos: si te apetece marcharte, ¿puedes hacerlo?” “No, desde luego”.
“Disfruta lo que alabas, perro; no quiero ser rey si carezco de libertad”.
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Libertad
Paul Éluard
Sobre mis cuadernos de escolar
sobre mi pupitre y los árboles
sobre la arena sobre la nieve
escribo tu nombre
Sobre todos mis retazos de azur
sobre el estanque sol mohoso
sobre el lago luna viviente
escribo tu nombre
Sobre todas las páginas leídas
sobre todas las páginas en blanco
piedra sangre papel o ceniza
escribo tu nombre
Sobre los campos sobre el horizonte
sobre las alas de los pájaros
y sobre el molino de las sombras
escribo tu nombre
Sobre las imágenes doradas
sobre las armas de los guerreros
sobre la corona de los reyes
escribo tu nombre
Sobre cada aliento de la aurora
sobre la mar sobre los barcos
sobre la montaña enloquecida
escribo tu nombre
Sobre la jungla y el desierto
sobre los nidos sobre las retamas
sobre el eco de mi infancia
escribo tu nombre
Sobre la espuma de las nubes
sobre los sudores de la tormenta
sobre la lluvia espesa insípida
escribo tu nombre
Sobre la maravilla de las noches
sobre el pan blanco de los días
sobre las estaciones desposadas
escribo tu nombre
Sobre las formas centelleantes
sobre las campanas de colores
sobre la verdad física
escribo tu nombre
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Sobre los senderos despiertos
sobre las rutas desplegadas
sobre las plazas desbordadas
escribo tu nombre
Sobre el vitral de las sorpresas
sobre los labios atentos
muy por encima del silencio
escribo tu nombre
Sobre la lámpara que se enciende
sobre la lámpara que se apaga
sobre mis casas reunidas
escribo tu nombre
Sobre mis refugios destruidos
sobre mis faros desplomados
sobre los muros de mi hastío
escribo tu nombre
Sobre el fruto cortado en dos
del espejo y de mi cuarto
sobre mi lecho concha vacía
escribo tu nombre
Sobre la ausencia sin deseos
sobre la soledad desnuda
sobre el escalón de la muerte
escribo tu nombre
Sobre mi perro goloso y tierno
sobre sus orejas erguidas
sobre su pata desmañada
escribo tu nombre
Sobre la salud recobrada
sobre el peligro que se aleja
sobre la esperanza sin recuerdos
escribo tu nombre
Sobre el trampolín de mi puerta
sobre los objetos familiares
sobre la onda del fuego bendito
escribo tu nombre
Y por el poder de una palabra
vuelvo a recomenzar mi vida
Yo nací para conocerte
para nombrarte
Libertad
“Libertad” es el poema más famoso de la Segunda
Guerra Mundial en la resistencia contra el nazismo.
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El lenguaje crea la comunidad
Entrevista a Humberto Giannini
Cristián Warnken
Fotografía de Memoria Chilena
-Cristián Warnken: En el libro “La Razón
Heroica” (Sócrates y el Oráculo de Delfos)
vuelves a Sócrates y en su prólogo dices que
te interesa el modo en que el filósofo viene a encontrarse implicado en aquello que
explica. Eso me recuerda al poeta chileno
Enrique Lihn, cuando habla de la poesía situada, es decir, que en la propia poesía el
poeta tiene que hacer explícita la situación
desde la que él habla. El filósofo situado y el
poeta situado.
-Humberto Giannini: Es muy hermoso… mientras tú describías esto, me
acordaba de un autor, Jaspers, que puso
un ejemplo clásico, el ejemplo de Galileo
y Bruno, ambos en relación al tema que
irritaba tanto a la Iglesia: la centralidad
de la Tierra en relación al Universo, si
giraba o no giraba la Tierra alrededor del
Sol. Y qué me importa a mí si gira o no alrededor del Sol, uno pudiera decir, pero
era un problema muy serio para el egocentrismo humano; el hombre se sentía
el Universo. Entonces, irritaba mucho
que hubiese salido un señor Copérnico a
decir que no, que la Tierra giraba alrededor del Sol. Galileo lo defiende, pero lo
defiende hasta por ahí, porque cuando
llega la Santa Inquisición a preguntarle
si creía en eso, y estaban por mandarlo
- 37 -
a la cárcel –y lo mandan–, Galileo dice:
"Sí, más o menos creo, es cuestión de
matemática. Así como pruebo que gira
alrededor del Sol, puedo probar que el
Sol gira alrededor de la Tierra, me da lo
mismo". Pero desde el punto de vista de
la naturaleza eso no da lo mismo.
Bruno, que era un filósofo comprometido, que pensaba que el Universo era
infinito y que cada punto era centro de
esta infinitud –era muy hermoso todo
eso– dijo: "No puede ser que se niegue lo
que dice Copérnico; yo no acepto que la
Tierra sea el centro del Universo", y eso
lo pagó con su vida. En cambio Galileo
se salvó porque qué le importaba a él:
"La ciencia no tiene por qué comprometerme", se decía. Y se refería a cierta
ciencia, la física, en cuanto se mantiene
como ciencia aparte, distinta del ser
humano. Mientras se mantiene así, qué
nos importa que haya átomos o no haya
átomos, porque qué tenemos que ver nosotros con el átomo. Y en cambio, cuando empezamos a hablar de psicología, de
sociología, de filosofía, sí que estamos
implicados en aquello que explicamos y
yo creo que se nota en eso la veracidad de
un pensador, hasta dónde está implicado
en aquello que explica.
Y bueno, el caso de Sócrates es un caso
patente de una total implicación de lo que
decía, se le iba la vida en aquello que él
decía: si lo desmentían los hechos, lo desmentían a él. Desmentirlo a él era como
borrarlo; su vida estaba entregada a eso.
Entonces, esa es la razón heroica por la
cual yo le rindo un homenaje a Sócrates.
-CW: Sócrates es un héroe moral y me
gustaría preguntarte, ¿por qué traer a
Sócrates a través de una pequeña obra de
teatro en vez de un ensayo?
-HG: Claro, lo que pasa es que en una
obra de teatro hay un diálogo, en el sentido de que se da la discusión, y Sócrates
es justamente el inventor de este método
filosófico. (…) Creo que es más auténtico
hablar de Sócrates a través de diálogos
que en una exposición, puesto que él fue
quien hizo dialogar fuertemente a los
atenienses, y eso es bueno. Y el diálogo
para Sócrates no fue una simple ocupación a ciertas horas del día: Sócrates
salía en la mañana a encontrarle el sentido a la realidad, y el sentido de la realidad
no lo encontraba en la naturaleza, sino
en su relación con los demás seres humanos. Entonces, en esta relación se estaba
jugando la vida y realmente se la jugó.
-CW: En el libro te preguntas cómo hacer
aparecer a Sócrates en la realidad cotidiana
de hoy. Pero no es fácil, son dos contextos
culturales distintos. ¿Cuál es la actualidad
de Sócrates y qué sentido tiene escribir un
libro sobre él hoy día?
-HG: (…) Sócrates sigue siendo importantísimo en cuanto a obligar a una
reflexión a cada instante sobre las
palabras y los conceptos que usamos,
sobre este decirnos así que se ha vuelto
oralidad a través de la televisión, se ha
vuelto imagen, y al volverse imagen se
ha vuelto demasiado fugaz, y las palabras tienen un sentido, yo diría, casi sin
profundidad. Y yo pienso que cualquier
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Pintura de Jacques-Louis David
palabra tiene una profundidad tremenda
que obliga a respetarla, no creo que haya
convencionalidad en el lenguaje.
El lenguaje es el respeto a la comunidad.
Cuando yo digo vino, es vino, no es agua,
y cuando digo pan, es pan, y no galleta. Y
esto lo digo así, pan al pan, porque todos
han dicho pan, no tiene ninguna otra razón; pero eso no es convencional, viene
de una realidad histórica que nos hace
ser una comunidad lingüística y nos hace
encontrar en las palabras cierto sentido.
Sócrates nos obligó a devolvernos al
sentido de las palabras y el sentido de
las palabras es lo que cree la comunidad,
no es que esta comunidad crea lo mismo. De repente entramos en conflicto
con las palabras, porque ¿qué significa
casamiento? Lo repito mucho porque de
esto se habría reído una persona un siglo
atrás, "pero si es muy fácil", y abriría el
código donde está la definición hermosísima… "es un contrato solemne… un
hombre y una mujer… actual e indisolublemente", etc. Un hombre y una mujer,
¿quién lo dijo? Está en tela de juicio eso
en muchas partes del mundo. Entonces
el matrimonio ya no es una definición
unívoca, para bien o para mal; ya no es
para siempre, y también es una palabra
que es peligrosísima.
La humanidad va cambiando los significados, pero este cambio se da en las
relaciones humanas, no lo hace la Real
Academia de la Lengua Española ni
ninguna academia del mundo. El cambio
en el lenguaje es algo que ocurre porque
hay cambios de actitud, de relaciones,
de compromisos, y bueno, eso está en el
lenguaje y debemos aprender a respetar
ese contenido profundísimo del lenguaje. Somos seres que hablan y el hablar
es una responsabilidad muy grande.
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En Pensamiento Propio: La mesa abierta.
BHP Billiton, 2007.
Por lo general es así
Vladimir Maiakovsky
Cada nacido viene dotado de amor,
pero el trabajo,
las ganancias,
en fin, todo eso,
terminan por secar el suelo amoroso.
El corazón lleva puesto el cuerpo,
el cuerpo la camisa.
Pero no es suficiente.
Alguien
–¡el muy idiota!–
se ponía puños falsos
y se regaba las pecheras con almidón.
Al envejecer se cambia de opinión.
El hombre gira como un molino
de acuerdo al método de Müller.
La mujer se maquilla.
La piel se llena de arrugas.
El amor florece,
florece
y se marchita.
Pintura de Kazimir Malévich
-- 40 --
Igual me pasa a mí
Vladimir Maiakovsky
Hasta las flotas vuelven a puerto.
Los trenes corren a la estación.
Con más razón yo hacia ti
–puesto que te amo–
me siento atraído y llamado.
El hidalgo de Pushkin baja
a hurgar y maravillarse en su sótano.
Así yo
vuelvo a ti, querida.
Ese corazón es mío
y lo admiro.
Regresáis contentos a casa.
Os quitáis la suciedad
al afeitaros y bañaros.
Así yo
regreso a ti
cuando voy a verte
¿no vuelvo a mi casa?
Los terrenales retornan al regazo original.
Nosotros retornamos a nuestra meta final.
Así yo
forzosamente me siento atraído,
apenas separados,
apenas nos dejamos de ver.
Pintura de Kazimir Malévich
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Cuando voy al trabajo
Víctor Jara
Cuando voy al trabajo
pienso en ti,
por las calles del barrio
pienso en ti.
Cuando miro los rostros
tras el vidrio empañado,
sin saber quiénes son,
dónde van…
Pienso en ti,
mi vida, pienso en ti.
En ti, compañera de mis días
y del porvenir;
de las horas amargas y la dicha
de poder vivir,
laborando el comienzo de una historia
sin saber el fin.
Cuando el turno termina
y la tarde va
estirando su sombra
por el tijeral,
y al volver de la obra,
discutiendo entre amigos,
razonando cuestiones
de este tiempo y destino…
Pienso en ti,
mi vida, pienso en ti.
En ti, compañera de mis días
y del porvenir;
de las horas amargas y la dicha
de poder vivir;
laborando el comienzo de una historia
sin saber el fin.
Cuando llego a la casa
estás ahí
y amarramos los sueños…
Laborando el comienzo de una historia
sin saber el fin.
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La historia de Tristán e Isolda
Joseph Bédier
Tristán e Isolda. Miniatura del siglo XV
- Fragmento -
Isolda la Rubia, esposa del rey Marés, se escapó con Tristán, sobrino
de éste, para vivir el amor que sentían el uno por el otro. El rey
los encontró y perdonó a su esposa la infidelidad y a su sobrino la
traición. Solo con una condición: Tristán debía abandonar su país.
XIII
La voz del ruiseñor
De regreso a la cabaña de Orri el guardabosque, arrojado el bordón y despojado de la
capa de peregrino, Tristán comprendió claramente que había llegado el día de mantener la fe jurada al rey Marés y de alejarse del país de Cornualles.
¿Qué esperaba aún? La reina se había justificado, el rey la amaba y la colmaba de honores. Arturo, si fuera preciso, la tomaría bajo su salvaguardia, y de ahora en adelante
ninguna traición podría prevalecer contra ella. ¿Por qué vagar por más tiempo por los
alrededores de Tintagel? Arriesgaba vanamente su vida y la del leñador y la tranquilidad de Isolda. Era preciso: tenía que partir; y fue por última vez, bajo su túnica de
peregrino, en la Blanca-Landa, que sintió el hermoso cuerpo de Isolda estremecerse
entre sus brazos.
- 43 -
Pintura mural del Castillo Neushwanstein
Tres días tardó todavía, no pudiendo desprenderse del país donde vivía la reina. Pero
llegado el cuarto día, se despidió del guardabosque que le había albergado y dijo a
Gorvalán:
–Buen maestro, ha llegado la hora de la gran partida; marcharemos hacia la tierra de
Gales.
Se pusieron en camino, tristemente, bajo la noche. Pero su camino seguía a lo largo
del jardín cercado de estacas donde en otro tiempo Tristán esperaba a su amiga. La
noche brillaba, límpida, cuajada de estrellas… En el recodo del camino, no lejos de la
empalizada, vio erguirse en la claridad del cielo el tronco robusto del gran pino.
–Buen maestro, espera en el bosque cercano; vuelvo enseguida.
–¿Adónde vas, loco? ¿Quieres, sin tregua, seguir buscando tu muerte?
Pero de un salto ágil, Tristán había ganado la empalizada de estacas. Llegó hasta el
gran pino, cerca de la gradería de mármol claro. ¿De qué serviría ahora arrojar a la
fuente virutas bien talladas? ¡Isolda no vendría ya! Con pasos ligeros y prudentes, por
el sendero que antes siguiera la reina, osó aproximarse al castillo. En su cámara, entre
los brazos de Marés durmiente, velaba Isolda. De pronto, por la ventana entreabierta,
donde jugueteaban los rayos de la luna, entró la voz de un ruiseñor.
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Isolda escuchaba la sonora voz que venía a encantar la noche, y la voz se elevaba, plañidera, tan inefablemente triste, que solo un corazón cruel o asesino hubiera dejado
de enternecerse con ella.
“¿De dónde viene esta melodía?”, pensó la reina.
Y comprendió, súbitamente…
“¡Ah! ¡Es Tristán! En la selva del Morois imitaba también a los pájaros cantores para
complacerme. Va a partir y me da su último adiós. ¡Cómo se lamenta! Como el ruiseñor cuando se despide, a fines de verano, henchido de tristeza. ¡Amigo, jamás volveré
a oír tu voz!”.
La melodía vibró más ardiente.
“¡Ah! ¿Qué exiges? ¿Que vaya? ¡No! Acuérdate de Ogrín el ermitaño y de los juramentos pronunciados. Cállate, la muerte nos acecha… ¿Pero qué importa la muerte? ¡Tú
me llamas, tú me quieres, yo voy!”.
Se desprendió de los brazos del rey y se echó un manto forrado de pieles sobre su
cuerpo casi desnudo. Debía atravesar la sala contigua donde cada noche diez caballeros velaban, relevándose. Mientras cinco de ellos dormían, los otros cinco, armados,
de pie ante las puertas y las ventanas, vigilaban al exterior… Pero, por azar, se hallaban todos dormidos, cinco en sus lechos, cinco sobre las losas.
Isolda sorteó sus cuerpos esparcidos y levantó la barra de la puerta; sonó el anillo,
pero sin despertar a ninguno de los vigías. Franqueó el umbral y el cantor apagó su
voz.
Bajo los árboles, sin palabras, él la estrechó contra su pecho. Los brazos se anudaron
firmemente en torno a los cuerpos, y hasta el alba y como cosidos con misteriosos
torzales, no se desasieron del abrazo. A pesar del rey y de los guerreros, los amantes
gozan su dicha y sus amores.
Aquella noche enloqueció a los amantes, y los días siguientes, como el rey abandonara Tintagel para tener audiencia en San Lubín, Tristán, de nuevo en casa de Orri,
osó cada madrugada, al claro de luna, deslizarse por el jardín hasta las habitaciones
de las mujeres.
Un siervo lo sorprendió y se fue a encontrar a Andret, Denoalén y Gondoíno:
–Señores, la bestia que creen expulsada ha vuelto a la guarida.
–¿Quién?
–Tristán.
–¿Cuándo lo has visto?
–Esta madrugada; lo he reconocido perfectamente. Mañana, al alba, podrán verlo venir, la espada al cinto, un arco en una mano, dos flechas en la otra.
–¿Por dónde lo veremos?
–Por una ventana que he descubierto. Pero si se las enseño, ¿cuánto me darán?
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–Treinta marcos de plata. Serás un rico campesino.
–Escuchen –dijo el siervo–. Se puede ver la estancia de la reina por una ventana estrecha que la domina, abierta en lo alto de la muralla. Pero una gran cortina colgada a
través del cuarto disimula el agujero. Que mañana uno de ustedes tres penetre lindamente en el jardín, corte una larga rama de espino y la afile por el extremo; que trepe
entonces hasta la alta ventana e hinque la rama, como un alfiler, en la tela de la cortina; podrá así apartarla ligeramente; y arda mi cuerpo, señores, si tras la colgadura no
ven entonces lo que acabo de decirles.
Andret, Gondoíno y Denoalén discutieron cuál de ellos gozaría primero del espectáculo y convinieron al fin que fuera otorgado a Gondoíno. Se separaron. A la mañana
siguiente, al alba, volverían a encontrarse. ¡Mañana, al alba, buenos señores, cuídense de Tristán!
Al día siguiente, noche cerrada todavía, Tristán, abandonando la cabaña de Orri, trepó hacia el castillo bajo las espesas matas de espinos. Saliendo de la maleza, miró por
un claro y vio a Gondoíno que venía de su mansión. Tristán se arrojó de nuevo en los
espinos y se agazapó emboscándose en el matorral.
–¡Ah! ¡Dios mío! Haz que el que avanza por allá abajo no se dé cuenta de mí antes del
instante favorable.
Con la espada en la mano lo esperaba, pero, por casualidad, Gondoíno tomó otro camino y se alejó. Tristán salió de la maleza, decepcionado, tendió el arco, apuntó: ¡ay!,
el hombre estaba ya fuera de su alcance.
En este momento, he aquí a Denoalén, a lo lejos, descendiendo suavemente por el
sendero, al trote de un pequeño palafrén negro y seguido por dos grandes lebreles.
Tristán lo acechó oculto tras un manzano. Vio que azuzaba a sus perros a levantar
un jabalí en un soto. Pero antes de que los lebreles lo hubieran desalojado de su cubil,
su dueño habrá recibido tal herida que no habrá médico capaz de curarle. Cuando
Denoalén estuvo cerca de él, Tristán arrojó su capa, dio un salto y se irguió ante su
enemigo. El traidor quiso huir, pero fue en vano. Apenas tuvo tiempo de gritar: “¡Me
has herido!”. Cayó del caballo y Tristán le cortó la cabeza, cortó las trenzas que colgaban alrededor de su rostro y las metió en su jubón; quería enseñarlas a Isolda para
alegrar el corazón de su amiga.
“¡Ay! –pensaba– ¿qué se ha hecho de Gondoíno? Se ha escapado; ¡lástima que no le
haya podido pagar con la misma soldada!”.
Enjugó su espada, la volvió a su vaina, arrastró sobre el cadáver un tronco de árbol y,
abandonando el cuerpo sangrante, se fue, el capuz en la cabeza, hacia su amiga.
En el castillo de Tintagel, Gondoíno le había tomado la delantera; encaramado sobre
la alta ventana, había hincado su rama de espino en la cortina, y apartando ligeramente dos paños de la tela miraba de soslayo la cámara tapizada. Primeramente no
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vio a nadie más que a Perinís, después a Brangania, llevando aún el peine con que
acababa de peinar a la reina de los cabellos de oro.
Pero entró Isolda y luego Tristán. Llevaba en una mano su arco de blanca madera y
dos flechas; en la otra sostenía dos largas trenzas de hombre.
Dejó caer su capa, y su hermoso cuerpo apareció. Isolda la Rubia se inclinó para saludarle, y al incorporarse, levantando la cabeza hacia él, vio, proyectada sobre la tapicería, la sombra de la cabeza de Gondoíno.
Tristán le decía:
–¿Ves estas hermosas trenzas? Son de Denoalén. Te he vengado de él. Nunca más
podrá comprar o vender escudo ni lanza.
–Está bien, señor, pero tiende este arco, te lo ruego; quiero ver si es fácil de armar.
Tristán lo tendió, extrañado, pero comprendiendo a medias. Isolda cogió una de las
flechas, la empulgó, miró si la cuerda estaba bien. Y dijo con voz rápida y baja:
–Veo algo que no me gusta. ¡Apunta bien, Tristán!
Él levantó la cabeza y vio, en lo alto de la cortina, la sombra de la cabeza de Gondoíno.
–¡Que Dios dirija esta flecha!
Pintura mural del Castillo Neushwanstein
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Pintura mural del Castillo Neushwanstein
Dicho esto, se vuelve hacia el muro y dispara. La larga flecha silba en el aire –ni esmerejón ni golondrina vuelan tan raudos–, revienta el ojo del traidor, atraviesa su
cerebro como si fuese una manzana y se detiene, vibrante, contra el cráneo. Sin un
grito, Gondoíno se desplomó y cayó sobre una estaca.
Entonces Isolda dijo a Tristán:
–¡Huye ahora, amigo! Ya ves, los felones conocen tu refugio. Andret sobrevive; lo enseñará al rey. Ya no hay seguridad para ti en la cabaña del leñador. ¡Huye, amigo! El
fiel Perinís esconderá este cuerpo en el bosque, de tal suerte que el rey jamás tendrá
noticia de él. Pero debes huir de este país, por tu salvación y por la mía.
Tristán dijo:
–¿Cómo podría vivir?
–Sí, amigo Tristán, nuestras vidas están enlazadas y unidas una a la otra. Y yo, ¿cómo
podría vivir? Mi cuerpo queda aquí, pero tú poseerás siempre mi corazón.
–Isolda mía, yo parto, no sé hacia qué país. Pero si alguna vez vuelves a ver el anillo de
jaspe verde, ¿harás lo que por él te mande decir?
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–Sí, ya lo sabes; si vuelvo a ver el anillo de jaspe verde, ni torre, ni fuerte castillo, ni
prohibición real, me impedirán hacer la voluntad de mi amigo, sea locura o discreción.
–Amiga, que el Dios nacido en Belén te lo tenga en cuenta.
–Que Dios te guarde, amigo.
Tristán, desterrado y lejos de su amor, obtiene fama y prestigio por sus heroicas proezas. Toma como esposa a Isolda de las Blancas Manos sabiendo que nunca la amará
y que su amor por Isolda la Rubia es cada vez más fuerte. Herido de muerte, Tristán
desea ver a su amante, solo ella puede curarle.
XIX
La muerte
[…] El veneno prosigue su efecto. El enfermo palidece y está tan flaco que se pueden
contar todos sus huesos.
¡Siente que la vida le escapa, comprende que va a morir y quiere ver de nuevo a Isolda
la Rubia! ¿Pero cómo realizar este propósito? Está tan débil que moriría si intentara
cruzar el mar. Y si, con todo, consiguiera llegar hasta Cornualles, no podría escapar
de sus enemigos. Se deshace en lamentos, siente el veneno corroer su carne y espera
la muerte.
Llama a Kaherdín en secreto para contarle su dolor, pues los dos se profesan un leal
cariño. No quiere que nadie permanezca en su habitación ni en las salas contiguas.
Pero retiene a Kaherdín a su lado. Isolda, su mujer, maravíllase de este raro deseo y,
recelosa, quiere oír la conversación.
Pega el oído a la pared que toca al lecho de Tristán y escucha, mientras uno de sus
fieles vigila para evitar ser sorprendida.
Tristán reúne todas sus fuerzas, consigue incorporarse y se apoya contra la pared.
Kaherdín se sienta a su lado y los dos lloran tiernamente.
Lloran por su hermosa camaradería de armas, tristemente deshecha, por su gran
amistad y por sus amores. Y cada uno se lamenta del dolor del otro.
–Mi dulce y buen amigo –dice Tristán–: estoy en extraña tierra, sin pariente ni amigo fuera de ti, pues eres el único que me ha ofrecido goce y consuelo. Voy a morir y
quisiera ver de nuevo a Isolda la Rubia. Pero, ¿de qué astucia me valdré para darle a
conocer mi anhelo? Si consiguiera enviarle un mensajero, estoy seguro de que ella
vendría; ¡tan grande es su cariño! Kaherdín, mi buen camarada, por nuestra amistad,
por la nobleza de tu aventura; seré tu vasallo y te amaré como nadie en el mundo
puede amarte.
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Kaherdín ve el desconsuelo de Tristán, que se lamenta y llora. Siente el corazón derretírsele de ternura y le responde con amor:
–No llores más, compañero mío, yo cumpliré tu deseo. Yo arrostraré la muerte por ti
y no habrá desgracia ni congoja que me haga desfallecer. Dime qué quieres enviar a la
reina y haré mis preparativos a toda prisa.
Tristán respondió:
–Gracias, amigo mío. Ahí va mi ruego. Toma este anillo: es nuestra contraseña. Hazte
introducir por un mercader en la corte de mi amada. Muéstrale blondas y sederías y
enséñale disimuladamente este anillo. Ella encontrará un ardid enseguida para hablarte secretamente. Dile entonces que se acuerde de los pasados goces, de las crueles penas, de las amargas tristezas, de las dulces alegrías y de los grandes dolores de
nuestro tierno y leal amor. Que se acuerde del brebaje que juntos bebimos en alta
mar, donde sorbimos, ¡ay!, nuestra muerte. Que recuerde que juró que ella sería mi
única amada y que sepa que he cumplido mi promesa.
Tras la pared, Isolda, la de las Blancas Manos, escucha, desfalleciente, estas palabras.
–Date prisa, compañero, y regresa cuanto antes. Si tardas mucho, ya no podrás verme.
Toma un plazo de cuarenta días y vuelve con Isolda la Rubia. Di a tu hermana que
vas en busca de un médico y ocúltale el motivo de la partida. Lleva mi hermosa nave
y coge dos velas: una blanca y otra negra. Iza la vela blanca si vienes con Isolda y la
negra si regresas sin ella. Nada más, amigo. ¡Ve con Dios y que Él te proteja!
Suspira y se lamenta, deshecho en lágrimas; Kaherdín besa a Tristán y se despide
llorando. […]
Terrible es la ira de una mujer. ¡Dios nos guarde de ella! Cuanto más haya amado, más
cruel será su venganza.
Prontas son las mujeres en el amor como en el odio, pero su enemistad es más perdurable que su afecto. Saben templar el amor mejor que el odio.
Recostada en la pared, Isolda la de las Blancas Manos ha escuchado palabra por palabra. ¡Ha amado tanto a Tristán! Y ahora, al fin, comprende que su esposo pertenece
a otra mujer.
Guarda en su memoria las cosas oídas y, cuando la ocasión se presente, piensa vengarse del que ama por encima de todo. Sabe disimular a la perfección, y en cuanto se
abren las puertas entra de nuevo en el aposento de Tristán y, ahogando su rencor,
continúa sirviéndole y mimándole como una dulce enamorada. Le habla quedamente, lo besa en los labios, le pregunta si Kaherdín regresará pronto con el médico que
ha de curarle y, entretanto, sigue meditando su venganza.
Kaherdín navega sin desmayo hasta Tintagel. Coge preciosas telas de raros colores,
una copa de cristal finamente tallado, y con un azor en la mano preséntase al rey
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Marés ofreciéndole estos regalos y suplicándole le sea concedida su paz y salvaguarda
para traficar libremente por aquella tierra sin cuidado de chambelán ni de vizconde.
El rey se lo otorga en presencia de todos los palaciegos.
Y entonces Kaherdin ofrece a la reina un broche labrado en oro fino.
–Reina –dice–, es de oro purísimo –y quitándose el anillo de Tristán, colócalo al lado
del joyel–. Mira, reina, el oro del broche es precioso, pero el del anillo le gana todavía.
Cuando Isolda reconoce el anillo se estremece de pies a cabeza, temiendo lo que va a
oír, y anhelante y pálida atrae a Kaherdin a un lugar apartado, bajo una ventana, como
para examinar mejor el anillo. Kaherdín le dice simplemente:
–Señora, Tristán fue herido con una espada envenenada y está muriéndose. Te manda decir que solo tú puedes darle consuelo. Te recuerda las grandes penas y los grandes dolores que han sufrido juntos. Guarda este anillo. Te lo da.
Isolda respondió desfalleciente:
–Te seguiré, amigo. Ten la nave dispuesta para la madrugada.
A la mañana siguiente la reina dijo que quería cazar con halcón y mandó disponer la
jauría y los pájaros. El duque Andret, siempre al acecho, quiso seguirla.
Pintura mural del Castillo Neushwanstein
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Al llegar al campo, no lejos del mar, se levantó un faisán. Andret soltó un halcón para
cogerlo, pero el tiempo era hermoso y claro y el halcón levantó el vuelo y desapareció.
–Mira, caballero Andret –dijo la reina–, el halcón está allá abajo en el puente de una
nave forastera. ¿De quién es?
–Es la de aquel mercader de Bretaña que te ofreció el broche de oro, señora. Vamos
allí a coger nuestro halcón.
Kaherdín, que había echado una tabla como puente entre su nave y la orilla, salió al
encuentro de la reina.
–Dama, dígnate entrar en mi nave y te mostraré mis ricas mercancías.
–Con mucho gusto, señor –dijo la reina.
Se apea del caballo, cruza el puente de tablas y entra en la nave. Andret quiere seguirla y avanza tras la reina, pero Kaherdín, de pie en la borda, le asesta un golpe con el
remo. Andret tropieza y cae al mar. Intenta salir, pero Kaherdín lo golpea de nuevo y
lo hunde bajo las aguas, gritando:
–¡Muere, traidor! Esto es en pago de todo lo que has hecho sufrir a Tristán y a la reina.
Así vengó Dios a los enamorados de los traidores que los habían odiado tanto.
Los cuatro han muerto: Guenelón, Gondoíno, Denoalén y Andret.
Levada está el ancla, erguido el mástil, izada la vela. El fresco viento de la mañana
sopla en los obenques hinchando las telas.
Fuera del puerto, hacia la alta mar que aparece a lo lejos rutilante de sol, luminosa y
blanca, se lanza la nave.
[…] Escuchen, señores, una dolorosa aventura que emocionará a todos los que aman.
La nave de Isolda va ganando camino y avanza más alegre columbrando a lo lejos la
escollera de Penmarch. Pero, de súbito, vientos de tempestad sacuden la vela y hacen
voltear la nave como un juguete. Los marineros corren a barlovento y contra su voluntad viran hacia atrás.
[…] Isolda exclama:
–¡Desgraciada de mí! Dios no quiere que viva para ver una vez más, una vez tan solo,
a mi Tristán amado, y permite que me ahogue en este mar. Poco me importaría la
muerte si pudiera hablarle, pero Dios no lo quiere y esto será mi castigo. Hágase la
voluntad del Señor. Acepto la muerte. Pero cuando tengas noticia de ella, morirás
tú también, amado mío, porque de tal naturaleza es nuestro amor, que tú no puedes
morir sin mí ni yo sin ti. Veo avanzar la muerte y nos lleva a los dos al mismo tiempo.
¡Ay!, amigo, mi deseo era morir en tus brazos y ser enterrada en tu ataúd; pero no
puede ser. Voy a morir sola y desapareceré, sin ti, hundida en el mar. Talvez no sepas
mi muerte y sigas viviendo, esperándome siempre. Si Dios lo permite, tal vez te cures.
Quizá después de mí ames a otra mujer, quizá ames a Isolda la de las Blancas Manos.
No sé qué va a ser de ti, amigo mío, mas en cuanto a mí, si te supiera muerto, no
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lograría sobrevivirte mucho tiempo. ¡Que Dios nos conceda, amigo, que yo pueda curarte o que muramos los dos de una misma congoja!
Así decía la reina, plañidera, mientras duró la tempestad. Pero al cabo de cinco días
amainó el temporal. En lo alto del mástil, Kaherdín izó jubilosamente la vela blanca
para que Tristán pudiera verla de lejos. De súbito se hizo la calma. Tornose la mar
tan apacible y suave, que el viento cesó de hinchar la vela y en vano intentaban los
marineros hacer avanzar la nave.
Divisaban la lejana costa, pero el viento había arrastrado la barca, y de tal suerte no
podían tomar tierra. A la tercera noche, Isolda soñó que tenía en el regazo la cabeza
de un gran jabalí que le manchaba la túnica de sangre y con esto comprendió que
nunca más vería a su amigo vivo.
[…] Entonces Isolda la de las Blancas Manos se venga.
Se acerca al lecho de Tristán y le dice:
–Amigo, Kaherdín llega. He visto su nave avanzando en el mar. Va tan despacio que
apenas se mueve, pero he podido reconocerla. ¡Ojalá nos traiga al que ha de curarte!
Tristán se estremece:
–¿Estás segura, amiga bella, de que es suya la nave? Dime, pues, cómo es la vela.
–La he visto bien; llévanla desplegada e izada en lo alto porque el viento es muy leve.
Es completamente negra.
Tristán se volvió hacia la pared diciendo:
–Ya no puedo retener mi vida por más tiempo.
Suspiró tres veces:
–¡Isolda, amiga!
Y, a la cuarta, expiró.
Entonces, lloraron en palacio los caballeros y amigos de Tristán. Lo sacaron del lecho,
cubrieron su cuerpo con un fino lienzo y lo tendieron sobre la rica alfombra.
Mar adentro, se levantó el viento, hendiendo la vela por su punto medio, y empujó la
nave hasta llegar a tierra. Isolda la Rubia desembarcó. Oíanse por las calles plañideras
voces y en los monasterios y capillas tañían las campanas con lúgubre son.
Preguntó a la gente por qué tocaban a muerto las campanas y por qué iban ellos llorando por las calles.
Le dijo un anciano:
–Señora, un gran dolor nos acongoja. Tristán, el franco, el valeroso, ha fallecido. Su
muerte es la peor desgracia que haya podido caer sobre esta tierra.
Isolda le escucha y no puede pronunciar una sola palabra. Sube hacia el palacio. Recorre la calle con la túnica desabrochada.
Los bretones quedan maravillados al contemplarla. Jamás han visto una mujer tan
bella.
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–¿Quién es? ¿De dónde viene?
Cerca de Tristán, Isolda la de las Blancas Manos, enloquecida por el daño causado,
lanza sobre el cadáver lastimeros gritos. Entra la otra Isolda y le dice:
–Levántese, señora, y deje que me acerque. Tengo más derecho que usted a llorarle,
créame: he amado más.
Se volvió hacia Oriente y rogó a Dios.
Descubrió un poco el cadáver y se echó a su lado, a lo largo del amigo. Le besó los ojos
y la cara y le abrazó estrechamente…
Cuerpo contra cuerpo, boca contra boca, entregó así su alma. Murió ella junto al amigo y del dolor de su muerte.
Cuando el rey Marés supo la muerte de los enamorados, cruzó el mar y encaminose a
la Bretaña, donde hizo construir dos féretros; uno de calcedonia para Isolda, otro de
pórfido para Tristán. Y llevose en la nave los cadáveres a Tintagel.
Cerca de una capilla, a derecha e izquierda del ábside, los enterró cada uno en una
tumba. Pero durante la noche, de la tumba de Tristán surgió una verde y frondosa
zarza, de vigorosas ramas y fragantes flores, que trepando por encima de la capilla
fue a hincarse en la tumba de Isolda. La gente del país cortó la zarza, pero nació, a
la mañana siguiente, con mayor empuje y lozanía, hundiéndose de nuevo, verde y
florida, en la sepultura de Isolda la Rubia. Por tres veces quisieron arrancarla y fue
siempre en vano.
Contáronle al rey Marés la maravilla y el rey prohibió que en lo sucesivo fuera tocada
la milagrosa planta.
Señores: los buenos trovadores de antaño, Béroul y Thomas y monseñor Eilhart y el
maestro Go5fried, han contado este romance para todos los que aman y para nadie
más. Saludan a los felices y a los venturosos, a los acongojados y a los tristes, a los
alegres y a los que mueren de deseo… A todos los enamorados, en una palabra. ¡Ojalá
encuentren aquí consuelo contra la inconstancia, contra la injusticia, contra el desdén, contra al sufrimiento, contra todos los males del amor…!
- 54 -
Tristán e Isolda
- Fragmento -
Richard Wagner
•
Marés, rey de Bretaña, desea tomar como esposa a Isolda la Bella,
princesa de Irlanda. Encarga a Tristán la encomienda de ir a buscarla. La madre de Isolda prepara un brebaje de amor y lo esconde en
una botella de vino, no quiere que su hija sea desgraciada con un
amor que no desea. Encarga a Brangania que solo los esposos lo tomen. Pero en el mar, de regreso a las tierras del rey, una equivocación
cambia el rumbo de esta historia.
- 55 -
ACTO I
Escena VI
TRISTÁN, ISOLDA, BRANGANIA
(Aparece Tristán y se detiene respetuosamente en la entrada. Isolda, presa de una violenta agitación, le mira con vista delirante. Prolongado silencio)
Tristán
Manifiesta, señora, lo que te plazca.
Isolda
¿Puedes tú no saber lo que exijo, ya que el temor de cumplirlo te ha
tenido apartado de mi vista?
Tristán
Un temor respetuoso me contuvo.
Isolda
Poco honor me has hecho: con manifiesto desdén has rehusado
obedecer mi mandato.
Tristán
Únicamente la obediencia me lo impidió.
Isolda
Poco agradeceré a tu señor si su servicio te ha inducido a faltar a la
costumbre contra su propia esposa.
Tristán
Donde he vivido, enseña la costumbre que el que ha pedido una
novia esté separado de ella durante el viaje.
Isolda
¿Por qué esa circunspección?
Tristán
Pregúntalo a la costumbre.
Isolda
Siendo tú tan comedido, señor Tristán, acuérdate también de otra
costumbre: para reconciliarte con el enemigo, debe loarte como
amigo.
Tristán
¿Con qué enemigo?
Isolda
Pregúntalo a tu temor. Entre nosotros está pendiente una deuda
de sangre.
Tristán
Ha sido satisfecha.
Isolda
No entre nosotros.
Tristán
La faz del pueblo, en campo abierto, se hizo juramento de no vengarse.
Isolda
No era allí donde oculté a Tantrís; donde Tristán estuvo en mi poder. Allí estaba él altivo, majestuoso y floreciente; yo no juré lo que
-- 56 --
él juró: yo había aprendido a callar. En la silenciosa cámara yacía
enfermo, ante él estaba yo de pie con la espada, calló mi boca, contuve mi mano, y lo que un día aprobé con mi mano y con mi boca,
juré mantenerlo en silencio. Quiero ahora cumplir el juramento.
Tristán
¿Qué juraste, señora?
Isolda
Venganza por Moroldo.
Tristán
¿Y esto te acongoja?
Isolda
¿Te atreves a burlarte de mí? El noble héroe de Irlanda era mi
prometido esposo; había yo bendecido sus armas, para mí fue al
combate. Al caer él, cayó mi honor; con pesadumbre del corazón
juré que si hombre alguno no exigía reparación del homicidio, yo,
muchacha, me atrevería a ello. Con franqueza te diré por qué no
te herí cuando débil y abatido estabas en mi poder. Curé la herida
para que el vengador pudiera herir, en plena salud, a quien venció
a Isolda. Tú mismo puedes decidir de tu suerte: estando todos los
hombres en connivencia con él, ¿quién herirá a Tristán?
Tristán
Si Moroldo fue para ti tan digno, torna otra vez la espada y guíala
con seguridad y firmeza, y no la dejes caer. (Le alarga la espada)
Isolda
¡Cuán mal respetaría yo a tu señor! ¿Qué diría el rey Marés si yo
hiriese de muerte a su mejor servidor, que le ha ganado corona y
tierra, el más fiel de todos los hombres? Si yo venciese a quien pidió
mi mano, a quien le entrega lealmente la prenda del juramento de
no vengarse, ¿te parece que, llevándole tú la novia irlandesa, es
tan poco lo que te agradece, que no montaría en cólera? ¡Guarda
tu espada! La blandí un día, cuando la venganza se retorcía en mi
pecho, cuando tu escrutadora mirada se apoderó de mi imagen
para ver si era apta para esposa del señor Marés: la espada la dejo
caer. Bebamos ahora la copa de reconciliación. (Hace una seña a
Brangania. Esta tiembla de miedo, se bambolea convulsivamente
y se agita perpleja. Isolda la excita con un gesto más imperioso.
Mientras Brangania va a preparar la bebida, óyese el grito de los
marineros de afuera)
Marineros
¡Hohé! ¡Hahé! ¡Al mastelero, recoge la vela! ¡Hohé! ¡Hahé!
Tristán
(Estremecido, vuelve en sí de su sombrío delirio) ¿Dónde estamos?
- 57 -
Isolda
Próximos al término, Tristán. ¿Obtendré reconciliación? ¿Qué
tienes que decirme?
Tristán
La señora del silencio me invita a que calle: comprendo lo que ella
calló, callo lo que no comprendes.
Isolda
Comprendo tu silencio, tú me eludes. ¿Rehúsas reconciliarte?
(Nuevos gritos de los marineros. A un ademán de impaciencia de
Isolda, Brangania le alarga la copa llena. Isolda va con la copa
hacia Tristán, que fija sus ojos en los de ella)
Isolda
¿Oyes los gritos? Estamos en el término: dentro de un momento
estaremos (en tono irónico) ante el rey Marés. Tú me acompañarás.
¿No te parece grato poder decirle: “¡Mi señor y tío, mírala!, jamás
podrás hallar una mujer más plácida. Herí de muerte un día a su
novio y le envié su cabeza; me curó con cariño la herida que el arma
de aquel me causó; mi vida estuvo en sus manos; la bondadosa
joven me la regaló y con ella cedió la vergüenza y la humillación
de su patria para ser tu esposa. La gratitud por tan grandes beneficios me la proporcionó una dulce bebida de reconciliación, que
me ofreció su clemencia para expiar todas las culpas?”.
Gritos de Marineros (Afuera) ¡Icen los cables! ¡Echen el ancla!
Tristán
(Levantándose con ímpetu) ¡Leven el ancla! ¡Dejen libre el timón a
la corriente! ¡Velas y mastiles a los vientos! (Arrebata con ímpetu
la copa de manos de Isolda) Conozco bien a la reina de Irlanda y
el poder maravilloso de sus artes; el bálsamo que me dio me fue
provechoso; tomo ahora la copa para que quede desde hoy para
siempre completamente restablecido. Escucha el juramento de
reconciliación que hago por gratitud. El honor de Tristán será la
mayor fidelidad; el suplicio de Tristán, la más osada audacia. Engaño del corazón; ensueño del presentimiento, único consuelo de
eterna tristeza, la mejor bebida del olvido, sin temor te bebo.
Isolda
¿Perfidia también aquí mismo? ¡La mitad para mí! (Le arrebata
la copa) ¡Traidor, por ti la bebo! (Bebe y arroja la copa lejos de sí.
Ambos, temblando de miedo, presa de la más viva emoción interior,
pero inmóviles, míranse uno al otro fijamente y la expresión de su
rostro pasa en un instante del menosprecio de la muerte al juego
del amor. Se les ve temblar; llevan sus manos a su corazón convulsi- 58 -
vamente y las estrechan con fuerza; llevan sus manos a sus frentes,
sus ojos se buscan de nuevo, después los bajan llenos de turbación y
acaban por asirse uno al otro con pasión creciente)
Isolda
(Con voz trémula) ¡Tristán!
Tristán
(Con efusión) ¡Isolda!
Isolda
(Cayendo sobre el héroe) ¡Desleal amigo!
Tristán
(Abrazándola con furor) ¡Mujer celestial! (Permanecen silenciosamente enlazados. Se oyen a lo lejos trompetas y clarines, y fuera de
la tienda, en la cubierta del buque, gritos de hombres)
Voces de hombres ¡Salve! ¡Salve! ¡Rey Marés! ¡Rey Marés, salve!
Brangania
(Que, llena de terror y de turbación estaba apoyada en el borde del
buque, al volver el rostro dirige la vista a Tristán y a Isolda, perdidos
en un apasionado abrazo; después se precipita, torciendo las manos
de desesperación, hacia el proscenio) ¡Desdicha! ¡Desgracia! ¡Sufrimientos eternos inevitables por un breve morir! ¡La obra engañosa
de una fidelidad insensata se desvanece ahora con lamentaciones!
(Tristán e Isolda se estremecen y, desatinados, se deshacen de su
abrazo)
Tristán
¿Qué soñaba del honor de Tristán?
Isolda
¿Qué soñaba de la afrenta de Isolda?
Tristán
¿Tú por mí perdida?
Isolda
¿Tú me rechazaste?
Tristán
¡Pérfida estratagema de un hechizo mentiroso!
Isolda
Vana amenaza de una cólera insensata.
Tristán
¡Isolda!
Isolda
¡Tristán, el hombre más fiel!
Tristán
¡Dulcísima joven!
(Ambos)
¡Cómo se elevan los corazones! ¡Cómo se estremecen de placer
todos los sentidos! Eflorescencia rápida de un amor impaciente,
celestial ardor de un amor lánguido. Impetuoso deseo de tumultuosa alegría en el pecho. ¡Isolda! ¡Tristán! ¡Tristán! ¡Isolda! ¡Libre
del mundo, yo te poseo! Oh, supremo deseo de amor, yo te siento.
- 59 -
Retrato de Richard Wagner
El acorde de Tristán
Richard Wagner hizo suya la idea del
pensador alemán Schopenhauer: "El
amor es la privación de la voluntad de
la vida y la aspiración al no-ser", y la
reflejó claramente en Tristán e Isolda
como broche final de la poesía amorosa
del romanticismo.
La obra, en tres actos con libreto del
propio compositor, está basada en el
drama de Gottfried von Strassburg, a
su vez basado en la leyenda celta de
Tristán. El motivo de su gestación hay
que buscarlo en el idilio que mantuvo el
compositor con Mathilde Wesendonck.
El maestro trabajó en la obra desde
1856 hasta 1859. Es de destacar el flujo
musical continuo desde principio a fin,
solo interrumpido por los finales de los
-- 60 --
actos. Algunos historiadores musicales
fechan el comienzo de la música clásica
moderna desde las primeras notas de
Tristán, conocidas como acorde de
Tristán.
El estreno fue en Munich en 1865.
Wagner no la llamaba ópera sino Eine
Handlung, que se traduce como “drama
musical”. Tras el estreno, el actor de
Tristán murió repentinamente después
de haber cantado el papel solo cuatro
veces, lo que dio lugar a la especulación
de que el agotamiento que implicó cantar el papel de Tristán lo había matado.
El estrés de representar Tristán también
reclamó las vidas de los directores Felix
Mottl en 1911 y Joseph Keilberth en 1968.
Ambos hombres murieron después de
derrumbarse mientras dirigían el segundo acto de la ópera.
Hacia la obra de arte
Wagner fue responsable de innovaciones teatrales tales como la oscuridad del
auditorio durante las representaciones
y la ubicación de la orquesta en un foso
fuera de la vista del público. Además,
Wagner hizo una importante contribución a los principios y prácticas de la
dirección orquestal. Su ensayo Sobre la
dirección (1869) daba cuenta de que la
dirección era un medio por el cual una
obra musical puede ser reinterpretada,
en lugar de ser un simple mecanismo
para conseguir la armonía orquestal.
El concepto wagneriano del uso de los
leitmotiv y la expresión musical integrada, ha sido asimilado por el cine como
una de sus características propias. El filósofo y crítico Theodor Adorno destaca
que el leitmotiv wagneriano “lleva directamente a la música cinematográfica, donde la única función del leitmotiv
es anunciar héroes o situaciones con el
fin de permitir al espectador orientarse
más fácilmente”.
Influencia contemporánea
Indiscutible es la influencia de Wagner
en la música posterior, sin embargo, en
la literatura y la filosofía fue también
muy significativa. Friedrich Nietzsche
formó parte del círculo íntimo del
compositor durante la década de 1870,
y su primera obra publicada, El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la
música, proponía la música de Wagner
como el renacer dionisíaco de la cultura
europea. Charles Baudelaire, Stéphane
Mallarmé y Paul Verlaine adoraban a
Wagner. Edouard Dujardin fundó una
revista dedicada a Wagner, La Revue
Wagnérienne. Thomas Mann, Marcel
Proust y James Joyce estuvieron fuertemente influidos por él y analizaron a
Wagner en sus novelas.
- 61 -
Equipo editorial
Mitos y arquetipos en Tristán e Isolda
Linda Lehman
Tritán e Isolda. Miniatura del siglo XIII
- Fragmento -
L
a leyenda de Tristán e Isolda es de
origen celta. En un primer lugar, la
historia fue transmitida oralmente por
los trovadores, luego se hallaron manuscritos que datan de los siglos XII y XIII.
Ambas tradiciones son el testimonio de
la filosofía amorosa de la fin’amour (o
amor cortés), practicado en diferentes
espacios de la corte y considerada como
algo exclusivo de los cortesanos. Según
esta teoría, un joven, sin esposa y cuya
formación no ha concluido, asedia a una
mujer casada, de origen noble, por lo
cual es inaccesible, protegida por una sociedad que consideraba el adulterio de la
esposa como la peor de las subversiones,
amenazado con castigos terribles.1
La leyenda de Tristán e Isolda es una de
las más importantes creaciones poéticas
y espirituales. No es solo el testimonio
de una época ni de un romance del amor
cortés, es el testimonio de un amor-pasión más fuerte que las leyes, que la moral y que la vida misma, y sus personajes
representan un interrogante en cuanto a
su naturaleza mítica y arquetípica. ¿Pero
qué son realmente los mitos y los arquetipos?
El mito constituye un tipo de discurso
fundamentador que se caracteriza por su
dimensión sintáctica, semántica y, sobre
todo, pragmática. Para que funcione con
eficacia requiere de un pacto fiduciario
entre narrador y receptor. El pensamiento mítico es un espacio privilegiado de
- 62 -
reflexión, un depósito de experiencias
humanas, de pasiones y conflictos no
solo en clave racional, sino, sobre todo,
en clave emocional, vivencial.2
Los arquetipos son formas o imágenes
que integran el inconsciente colectivo,
patrimonio de toda la humanidad, constitutivos del mito y que al mismo tiempo
son productos autóctonos e individuales
de origen inconsciente.
Para Nietzche, en nuestros años atravesamos el pensamiento de toda la humanidad primaria. El sueño nos retrotrae a las
etapas primitivas de la cultura humana y
nos da un medio para entenderlas mejor.
Si bien los arquetipos son “seres eternos
del sueño”, no pertenecen exclusivamente al campo onírico, sino también al
inconsciente colectivo, y particularmente al de los pueblos, y se encuentran en
condiciones más desarrolladas en cuentos populares, mitos y leyendas.3
Así pues, estos dos conceptos profundamente entrelazados, arraigados y perfectamente esquematizados son el eje central de este proyecto que pretende dar
respuesta a un interrogante surgido de la
lectura de la leyenda: ¿hay mitos y arquetipos en la leyenda de Tristán e Isolda?
MITOS
El héroe
Según la acepción griega, el héroe era un
hombre divinizado que llega para restaurar el orden quebrantado por las fuerzas
del mal. Su nombre, para algunos escritores antiguos, se relaciona con la diosa
Hera, esposa de Zeus, con quien tuvo un
hijo; diosa suprema del cielo deseosa de
que su hijo tuviera la misma fama que
ella en la Tierra, lo bautiza con el nombre
de Héroe. En adelante también definiría
al que se distingue por sus actividades
extraordinarias o su grandeza de ánimo
y, en sentido figurativo, es el personaje
principal de una obra literaria y de una
aventura.
Caracterización de los héroes
○ Padres ilustres o adinerados y una
profecía que los condena. Del proceso
de formación heroica, el único elemento que no se cumple en la educación de
Tristán es el reajuste radical de sus relaciones emocionales con las imágenes
paternas, ya que este es huérfano, siendo
Governal, sustituto del padre, el que lleva a cabo su instrucción como ser justo
e impersonal y para quien el ejercicio de
sus poderes no habrá de ser interrumpido por motivos inconscientes (o tal vez
conscientes y racionalizados) de engrandecimiento del yo, de preferencia personal o de resentimiento. En su iniciación,
el héroe se introduce a las técnicas, deberes y prerrogativas de su vocación, es
por eso que Tristán es capaz de "…franquear de un salto los más anchos fosos, a
manejar la lanza, la espada, el escudo y el
arco y lanzar discos de piedra. También
se acostumbró a detestar toda felonía, a
socorrer a los débiles y a guardar la palabra dada" (Alicia Yllera).
- 63 -
○ Las marcas del héroe que lo ayudan a
superar los obstáculos sin hacerlos totalmente invulnerables. Pueden ser físicas,
como en el caso de Aquiles, o psicológicas: la fértil imaginación de Ulises. Además, cuentan con la ayuda sobrenatural,
representada a veces por un poder protector que suele contribuir con amuletos
y poderes contra las fuerzas nefastas:
Merlín y la espada Excálibur para el rey
Arturo, y la propia Isolda para salvar la
vida de Tristán. Los elementos mágicos
atraviesan todo el relato como la poción
fatal que beben y que los convertirá sin
retorno en amantes.
○ El llamado a la aventura y el viaje del
héroe: el héroe emprende una aventura
magnificada en la fórmula ritual de la
separación, la iniciación y el retorno. El
inicio de dicha travesía es la plataforma
mitológica que lo transporta hacia una
región de prodigios sobrenaturales y
no es solo una hazaña física la que emprende, sino que sufre una transformación psicológica venciendo sus propios
monstruos interiores. Todas las pruebas
están destinadas a comprobar si tiene el
valor, el conocimiento y la capacidad que
le permitan servir a los demás. Tristán
emprende su iniciación cuando, herido
mortalmente por Morhol, pide ser librado a su suerte en una barca sin vela ni
remos, acompañado por su arpa. El miedo y la resistencia que todo ser humano
natural siente frente a un adentrarse
demasiado profundamente en sí mismo
son considerados, en el fondo, el miedo
frente al viaje al Hades.
○ La recompensa: ninguna. Tristán e
Isolda no obtienen recompensa, puesto
que después de beber la poción han dejado de ser héroes para convertirse en
humanos, porque, en última instancia, lo
heroico radica en el sacrificio de sí mismo para entregarse a un fin superior. Es
la transformación que sufre la conciencia cuando deja de pensar en sí mismo,
transformación que ellos no sufrieron.
El mito del amor pasión en su metáfora
del filtro (brebaje).
La vida del sujeto está condicionada por
la presión de dos energías intrapsíquicas
representadas por las figuras mitológicas
de Eros y Thánatos, más conocidas como
pulsión de vida y pulsión de muerte (Cf.
Sigmund Freud).
Nuestra vida psíquica está organizada
alrededor de estos dos principios. La
pulsión de vida tiende indefectiblemente a la resolución de la trascendencia del
"yo", a la autosuperación, a la descendencia. Su contrapartida es la pulsión de
muerte: el deseo de regresar al origen, de
pertenecer a la unidad. Existe un fuerte
deseo de escapar de lo biológico, de deshacer las construcciones de la conciencia
y del ego.
Isolda encarna a Eros y a la pulsión de
vida con sus deseos constantes de satisfacer su amor, producto del embrujo de
- 64 -
una poción que simboliza la pasión que
siente por Tristán, figura que representa
la pulsión de muerte.
Tristán simboliza al Thánatos, quien
advertido por Brangien de los efectos
del filtro luego de beberlo dice: "¡Venga,
Muerte!".
Isolda, princesa y reina
Ni mítica ni arquetípica: paradójicamente aunque Isolda es mostrada como princesa-doncella, que aun cuando dispuesta a encarnar con una belleza singular
el mayor de los arquetipos en su género,
sucumbe ante las pasiones humanas, y
su muerte, como la de Tristán, no tiene
atributos heroicos ni recompensa final.
UN ARQUETIPO
El rey Marcos
Es la construcción exacta de un rey arquetípico en cuya figura noble y casi
paternalista se fusionan las costumbres
morales y sociales de una época. "(…) es
gentil y cortés (…) era alto, fornido, fuerte
y bien plantado, de mirada fiera y altiva,
de porte majestuoso (…) todos lo respetan y lo temen (…) hospitalario y limosnero".
Finalmente, el rey viudo acepta la tragedia, la traición y perdona a los amantes
haciéndolos enterrar lado a lado, comprendiendo que estos, a pesar de su voluntad, actuaron indómitos bajo los efectos del filtro mágico.
CONCLUSIÓN
Podría decirse que la historia se divide en
dos universos opuestos; el primero narra
el viaje de un héroe predestinado a la
tragedia, que no duda jamás en ponerse
al servicio del honor y la defensa de los
débiles, y posteriormente la crónica se
vuelve una sucesión de trampas que ha
de tenderle al héroe el amor que le profesa a una mujer que le está prohibida. Una
princesa y más tarde reina, quien además
será la esposa de su tío.
Es el amor, la pasión oculta dentro de la
metáfora de una poción, el que rompe los
esquemas de un relato convencional de
heroicos y honorables protagonistas, y la
naturaleza mágica de ese filtro los transporta a través de la historia, los vuelve
carne y sangre, para reflejar en su amor
imperfecto, en sus peores defectos y en
sus más admirables virtudes, el alma del
lector que por primera vez conoce la leyenda.
1. George Duby, El amor en la Edad Media y otros ensayos. Alianza editorial, 2000.
2. Manuel A. Vázquez Medel, “El mito de Prometeo: fundación y quiebra de lo humano” en Universidad
de Sevilla.
3. Carl Gustav Jung, Psicología y alquimia, Barcelona, Plaza & Janes S.A., 1977.
- 65 -
Todas las cartas de amor
son ridículas
Álvaro de Campos (Fernando Pessoa)
Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.
También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas.
Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser ridículas.
Pero, al fin y al cabo,
sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor
sí que son
ridículas.
Quién me diera en el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas.
La verdad es que hoy mis recuerdos
de esas cartas de amor
sí que son
ridículos.
(Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente ridículas).
- 66 -
Marchitarse de amor
Alicia Esteban S. y Mercedes Aguirre C.
(Eco y Narciso)
E
xistieron una vez dos seres que, como las flores en otoño, se marchitaron de amor
y soledad. Un amor imposible, no correspondido. Sus historias son, en realidad,
divergentes, pero se cruzaron en un punto, fatal para cada uno de ellos.
Eco era una ninfa hermosa y dotada de cualidades como solo poseen las criaturas divinas. Pero su don más sobresaliente era la gracia, la amenidad en la conversación.
Por eso Zeus la había escogido a ella entre las divinidades para que distrajese a Hera
mientras él la traicionaba con otros amores.
Hera, efectivamente, se entretenía tanto escuchando a Eco que no advertía lo que
pasaba a su alrededor. Pero un día se percató del engaño.
Su cólera fue terrible y su castigo, el más despiadado; condenó a Eco a perder su don
precioso: la privó de la palabra y únicamente le permitía repetir los últimos sonidos
que escuchara.
Así Eco, antes tan jovial y llena de donaire, ahora resultaba monótona y todos rehuían
su compañía.
Se fue quedando sola, sin alegría. Pero aún se resignaba a vivir así, correteando por
los montes, jugando a despistar a los pastores y a las fieras, cuyos aullidos reiteraba
como burlándose.
○○○○
Pero amaneció un día aciago.
La paz de los bosques fue turbada por la presencia humana. De pronto Eco tropezó
con un hombre, un muchacho muy joven, Narciso. Precisamente él, por un sino fatídico, era dueño de una belleza a la que nadie lograba resistirse, y de un corazón frío,
incapaz de corresponder a los sentimientos que despertaba.
Eco, que vivía triste pero tranquila, desde ese momento no iba a conocer tampoco el
sosiego.
- 67 -
Ella nunca había amado aún, ni a mortal ni a inmortal. Así que toda su capacidad de
ternura, sus anhelos de compañía, se concentraron en aquel instante y se volcaron en
Narciso. ¡Y en qué circunstancias tan amargas descubría el amor!
Quiso hablar al hombre, pero no podía por culpa de la maldición que recaía sobre ella.
Se tuvo que contentar con mirarlo apasionadamente.
Él también estaba asombrado, incluso conmovido, por ese inesperado encuentro con
una joven tan hermosa en mitad del bosque.
–¿Quién eres, muchacha? ¿Qué haces aquí?
–Aquí –tuvo que contestar Eco sin remedio.
–Sí, aquí. Pero, ¿quién eres?
–¿Quién eres?
–Yo me llamo Narciso, ¿y tú?
–¿Y tú?
Narciso la miró sorprendido. Empezaba a enfurecerse.
–Me parece que te burlas de mí.
–De mí.
Él, encolerizado, se dio media vuelta y echó a andar.
Eco estaba angustiada. Narciso se iba, y lleno de desprecio hacia ella.
¿Qué podía hacer? Intentaba pronunciar alguna palabra; mas inútilmente. ¡Sus pensamientos eran tan intensos… pero no conseguía materializarlos en sonidos!
Un pájaro junto a ella trinó y automáticamente repitió el final de su canto. ¡Lo único
que llegaba a brotar de su garganta!
Suplicó a los dioses el perdón. Todo en vano. Hera, la soberana del Olimpo, es demasiado rencorosa y no la escuchaba.
Y el joven se iba alejando. No volvería a verle. ¿Cómo permitirlo?
Corrió detrás de él hasta alcanzarlo y ponerse delante. Lo tocó en el hombro y le
sonrió.
Narciso se ablandó y, también risueño, volvió a hablar:
–¿Tú otra vez? ¿Vas a dejar ya tus bromas?
–Bromas.
Nuevamente el hombre ensombreció el gesto.
–Oh, no. Sigues igual.
–Igual.
–Pues vete y déjame en paz continuar mi camino.
–Camino.
Narciso apresuró el paso, pero la ninfa lo perseguía siempre detrás.
Él, exasperado, se detuvo y gritó:
–¿Pero qué quieres de mí?
- 68 -
Narciso de Caravaggio
–De mí.
–¡Calla!
–Calla.
Eco no tenía otro medio de comunicarle sus sentimientos. Se abalanzó sobre él y lo
besó con toda la pasión que la inundaba.
Narciso se dejó besar, y al fin la apartó.
–¿Así que eso es lo que quieres?
–Quieres.
–Estás loca. Hablar, puedes: no eres muda; mas sin ningún sentido. Tienes la cabeza
hueca y te dejas llevar por tus instintos, como los animales de esta selva en la que
vives.
–Vives.
–Podría complacerte; eres muy bella, pero tu compañía me resultaría insoportable.
Me empalagan tus besos, si detrás de ellos y de esa mirada húmeda no hay sino el
vacío. ¡Ea, márchate!
De nuevo emprendió su camino, y como ella no cedía y lo intentaba retener, la empujó con violencia y echó a correr hasta desaparecer de su vista para siempre.
- 69 -
Eco, tendida en tierra, quedó llorando amargamente. Así permaneció, sin parar, días
y noches.
¡Si hubiera podido hacerle entender quién era y el porqué de sus necias palabras, sin
duda no la hubiese desdeñado! ¡Oh, hasta qué extremo de crueldad había llegado el
castigo de Hera!
Ya no había esperanza para ella. El refugio de la soledad parecía ahora demasiado
espantoso.
Y poco a poco la tristeza la fue consumiendo. Su cuerpo divino fue enflaqueciendo y
estilizándose hasta desvanecerse en el aire. Tan solo quedó su voz, inextinguible, en
las montañas.
Y mientras se apagaba la llama de su existencia, el hombre de hielo se atrajo la ira
de los dioses. Había ido demasiado lejos en su insolencia. ¡Rechazar él, un simple
humano, a una ninfa hecha de sustancia divina! ¡Ensoberbecerse tanto de su belleza
como para no hallar criatura alguna digna de su amor!
Bien, pues si él solo era merecedor de ser amado, ¿quién otro podría ser el objeto de
su pasión?
Y un día, al acercarse a beber a un río, sus ojos se posaron en el rostro encantador que
tenía ante sí: su misma imagen reflejada en las aguas.
Aquel fuego que él ignoraba, aquella mezcla confusa de sensaciones: una dicha celestial y un dolor que le estrujaba el alma... Todo lo experimentó en su interior.
Ansias de poseer al amado. ¿Pero cómo asirlo, si era un puro reflejo en el río, que se
quebraba al abrazarlo? ¿Si era un dibujo mudo y sin movimientos propios?
Igual que Eco se limitaba a repetir sus palabras por toda respuesta, el rostro adorado
no hacía sino duplicar sus gestos. Sonreía cuando él sonreía y devolvía lágrimas
a lágrimas. Daba besos sin calor. No tenía cuerpo.
Sin embargo, no lograba dejar de anhelar a ese pelele sin sustancia ni podía alejarse
de allí, porque en cuanto miraba hacia otra parte ya no lo veía. Y si se zambullía
en el agua, esperando encontrarlo detrás, se topaba solo con piedras y algas.
Así que se quedó como pegado en la orilla. No buscaba qué comer; ni a beber se atrevía, por no romper la querida figura.
Y a la par que Eco en las montañas, Narciso se dejó morir a la vera del río. De él solo
perdura una flor que lleva su nombre, abonada por los restos de una carne marchita.
- 70 -
El loco y la Venus
Venus de Milo
Charles Baudelaire
¡Qué jornada admirable! El vasto parque
desfallece bajo el ojo ardiente del sol, como
la juventud bajo el dominio del Amor.
Ningún ruido expresa el éxtasis universal
de las cosas; las aguas mismas están como
adormecidas. Muy diferente a las fiestas
humanas, hay aquí una orgía silenciosa.
Se diría que una luz siempre acrecida hace
destellar más y más los objetos; que las flores
excitadas arden en deseo de rivalizar con el
azul del cielo por la energía de sus colores, y
que el calor, haciendo visibles los perfumes,
los eleva hacia el astro como vaharadas.
Sin embargo, en medio de este júbilo universal, advierto a un ser afligido.
A los pies de una colosal Venus, uno de
esos locos artificiales, uno de esos bufones
voluntarios encargados de hacer reír a los
reyes cuando el Remordimiento o el Hastío
los atormentan, vestido con un traje chillón
y ridículo, tocado de cuernos y cascabeles,
acurrucado contra el pedestal, levanta los
ojos colmados de lágrimas hacia la Diosa
inmortal.
Y sus ojos dicen: “Soy el último y el más
solitario de los humanos, privado de amor
y de amistad, y muy inferior por ello al más
imperfecto de los animales. ¡Y, no obstante,
yo también estoy hecho para comprender y
sentir la Belleza inmortal! ¡Ah, Diosa! ¡Ten
piedad de mi tristeza y mi delirio!”.
Pero la Venus, implacable, mira a lo lejos
quién sabe qué con sus ojos de mármol.
- 71 -
Censura a una
Venus prehistórica
Rodrigo Durán
La Venus de Willendorf es una escultura en piedra caliza de 11 centímetros, que representa a una mujer desnuda y abundante. En un acto
apologético hacia la que considera un "símbolo de la fecundidad", la
pintora Elsa Bolívar la retrató tras ser invitada por una Galería de
Arte, la que luego censuró su exhibición. En pleno siglo XXI, esta
estatuilla de 22 mil años de antigüedad cuestiona los parámetros de
tolerancia que trazan las prácticas mercantiles y exige establecer la
diferencia entre un acto de difusión artística y una estrategia publicitaria de artículos de consumo, vendidos bajo el prestigioso nombre de
"obra de arte". Una palabra pone la cara por otra, lo cual es frecuente
y culturalmente legítimo en este país, el de la pacatería.
Ecos de una antimodelo
La prominencia de sus pechos y el resto
de sus órganos sexuales –fruto de su
frecuente maternidad o simplemente su
obesidad– más el descuido deliberado de
sus pies, su cara y su cabeza, en la que solo
destaca su cabello rizado, según muchos
críticos de arte puede tener un sentido
erótico y/o sagrado. Esta Venus representó
quizás el ideal de belleza de una tribu o
era su diosa de la fecundidad.
Que la Venus tal vez se haya paseado
por las prehistóricas pasarelas ante los
ojos masculinos durante miles de años
y su carácter casi divino no sirvieron de
argumento cuando fue descalificado el
cuadro de Elsa Bolívar.* "Nunca me había
pasado; era una invitación, no un concurso. En ninguna parte decía que la obra
sería calificada. Si hubiera sido así, no me
comprometo". Cumplió con lo que, según
ella, era el único requisito impuesto por la
Galería, que era adornar un desnudo con
alguno de los ejemplares de una joyería
patrocinadora de la muestra.
- 72 -
Entre la joya y el desnudo
Venus de Willendorf
Ana María Matthei, también pintora,
quien amablemente contestó a las
preguntas de Rocinante en su refinada Galería ubicada en Vitacura,
deja en claro que "el desnudo no era
lo más importante", explicando que
la joya era el objeto que se debía resaltar. "Para eso queríamos un desnudo sutil, elegante; no grotesco, de una
gorda", agregando que "la idea era
crear un personaje, no retratar uno ya
existente. Si no, yo hubiera pintado la
Mona Lisa con una joya".
"¿No deberíamos ser los artistas los
que pudiéramos dar credencial a
los promotores de arte?", interroga
finalmente la autora de la versión
nacional de una Venus creada por
nuestro antepasado lejano, el hombre
Cro-Magnon. Esta necesaria discusión exige una rápida respuesta a si
realmente hemos superado el sentido
ético y estético de la Edad de Piedra
como país.
* Elsa Bolívar es una destacada artista plástica formada en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, de la cual fue profesora por más de 30 años. Su obra se caracteriza por ser abstracta, en
la cual se conjugan cuerpos geométricos dentro un espacio en constante expansión, determinado
por sus propios designios.
Revista Rocinante Nº 31, 2001.
- 73 -
Amor erótico
Erich Fromm
- Fragmento -
E
l amor fraterno es amor entre hermanos; el amor materno es amor por el
desvalido. Diferentes como son entre sí,
tienen en común el hecho de que, por su
misma naturaleza, no están restringidos a
una sola persona. Si amo a mi hermano,
amo a todos mis hermanos; si amo a mi
hijo, amo a todos mis hijos; no, más aún,
amo a todos los niños, a todos los que
necesitan mi ayuda. En contraste con
ambos tipos de amor está el amor erótico:
el anhelo de fusión completa, de unión
con una única otra persona. Por su propia
naturaleza, es exclusivo y no universal;
es también, quizá, la forma de amor más
engañosa que existe.
En primer lugar, se lo confunde fácilmente con la experiencia explosiva de
"enamorarse", el súbito derrumbe de las
barreras que existían hasta ese momento
entre dos desconocidos. Pero, como señalamos antes, tal experiencia de repentina
intimidad es, por su misma naturaleza, de
corta duración. Cuando el desconocido
se ha convertido en una persona íntimamente conocida, ya no hay más barreras
que superar, ningún súbito acercamiento
que lograr. Se llega a conocer a la persona
"amada" tan bien como a uno mismo. O,
quizá, sería mejor decir tan poco. Si la
experiencia de la otra persona fuera más
profunda, si se pudiera experimentar la
infinitud de su personalidad, nunca nos
resultaría tan familiar –y el milagro de
salvar las barreras podría renovarse a
diario–. Pero para la mayoría de la gente,
su propia persona, tanto como las otras,
resulta rápidamente explorada y agotada.
Para ellos, la intimidad se establece principalmente a través del contacto sexual.
Puesto que experimentan la separatidad
de la otra persona fundamentalmente
como separatidad física, la unión física
significa superar la separatidad.
Existen, además, otros factores que para
mucha gente significan una superación
de la separatidad. Hablar de la propia vida,
de las esperanzas y angustias, mostrar los
propios aspectos infantiles, establecer un
interés común frente al mundo, se consideran formas de salvar la separatidad.
Pintura de Ford Madox Brown
- 74 -
Aun la exhibición de enojo, odio, de la absoluta falta de inhibición, se consideran
pruebas de intimidad, y ello puede explicar la atracción pervertida que sienten
los integrantes de muchos matrimonios
que solo parecen íntimos cuando están
en la cama o cuando dan rienda suelta
a su odio y a su rabia recíprocos. Pero la
intimidad de este tipo tiende a disminuir
cada vez más a medida que transcurre el
tiempo. El resultado es que se trata de encontrar amor en la relación con otra persona, con un nuevo desconocido. Este se
transforma nuevamente en una persona
"íntima"; la experiencia de enamorarse
vuelve a ser estimulante e intensa, para
tornarse otra vez menos y menos intensa, y concluye en el deseo de una nueva
conquista, un nuevo amor –siempre
con la ilusión de que el nuevo amor será
distinto de los anteriores–. El carácter
engañoso del deseo sexual contribuye al
mantenimiento de tales ilusiones.
El deseo sexual tiende a la fusión –y no
es en modo alguno solo un apetito físico
el alivio de una tensión penosa–. Pero el
deseo sexual puede ser estimulado por
la angustia de la soledad, por el deseo de
conquistar o de ser conquistado, por la
vanidad, por el deseo de herir y aun de
destruir, tanto como por el amor. Parecería
que cualquier emoción intensa, el amor,
entre otras, puede estimular y fundirse
con el deseo sexual. Como la mayoría de
la gente une el deseo sexual a la idea del
amor, con facilidad incurre en el error de
creer que se ama cuando se desea físicamente. El amor puede inspirar el deseo
de la unión sexual; en tal caso, la relación
física hállase libre de avidez, del deseo
de conquistar o ser conquistado, pero
está fundido con la ternura. Si el deseo
de unión física no está estimulado por
el amor, si el amor erótico no es a la vez
fraterno, jamás conduce a la unión, salvo
en un sentido orgiástico y transitorio. La
atracción sexual crea, por un momento,
la ilusión de la unión, pero sin amor
tal "unión" deja a los desconocidos tan
separados como antes –a veces los hace
avergonzarse el uno del otro, o aun odiarse
recíprocamente, porque, cuando la ilusión
se desvanece, sienten su separación más
agudamente que antes–. La ternura no es
en modo alguno, como creía Freud, una
sublimación del instinto sexual; es el producto directo del amor fraterno, y existe
tanto en las formas físicas del amor como
en las no físicas.
En el amor erótico hay una exclusividad
que falta en el amor fraterno y en el materno. Ese carácter exclusivo requiere un análisis más amplio. La exclusividad del amor
erótico suele interpretarse erróneamente
como una relación posesiva. Es frecuente
encontrar dos personas "enamoradas" la
una de la otra que no sienten amor por
nadie más. Su amor es, en realidad, un
egoísmo à deux: son dos seres que se identifican el uno con el otro y que resuelven el
problema de la separatidad convirtiendo
al individuo aislado en dos. Tienen la
vivencia de superar la separatidad, pero,
puesto que están separados del resto de
la humanidad, siguen estándolo entre sí y
enajenados de sí mismos; su experiencia
de unión no es más que ilusión. El amor
erótico es exclusivo, pero ama en la otra
persona a toda la humanidad, a todo lo que
vive. Es exclusivo solo en el sentido de que
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puedo fundirme plena e intensamente con
una sola persona. El amor erótico excluye
el amor por los demás solo en el sentido de
la fusión erótica, de un compromiso total
en todos los aspectos de la vida, pero no en
el sentido de un amor fraterno profundo.
El amor erótico, si es amor, tiene una
premisa: amar desde la esencia del ser –y
vivenciar a la otra persona en la esencia de
su ser–.
En esencia, todos los seres humanos
son idénticos. Somos todos parte de
Uno; somos Uno. Siendo así, no debería
importar a quién amamos. El amor debe
ser esencialmente un acto de la voluntad,
de decisión de dedicar toda nuestra vida
a la de la otra persona. Ese es, sin duda,
el razonamiento que sustenta la idea de
la indisolubilidad del matrimonio, así
como las muchas formas de matrimonio
tradicional, en las que ninguna de las
partes elige a la otra, sino que alguien las
elige por ellas, a pesar de lo cual se espera
que se amen mutuamente. En la cultura
occidental contemporánea, tal idea parece
totalmente falsa. Supónese que el amor es
el resultado de una reacción espontánea
y emocional, de la súbita aparición de
un sentimiento irresistible. De acuerdo
con ese criterio, solo se consideran las
peculiaridades de los dos individuos
implicados –y no el hecho de que todos
los hombres son parte de Adán y todas las
mujeres parte de Eva–. Se pasa así por alto
un importante factor del amor erótico: el
de la voluntad. Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso –es una
decisión, es un juicio, es una promesa–. Si
el amor no fuera más que un sentimiento,
no existirían bases para la promesa de
amarse eternamente. Un sentimiento
comienza y puede desaparecer. ¿Cómo
puedo yo juzgar que durará eternamente,
si mi acto no implica juicio y decisión?
Tomando en cuenta esos puntos de vista,
cabe llegar a la conclusión de que el amor
es exclusivamente un acto de la voluntad
y un compromiso, y de que, por lo tanto,
en esencia no importa demasiado quiénes
son las dos personas. Sea que el matrimonio haya sido decidido por terceros o
el resultado de una elección individual,
una vez celebrada la boda, el acto de la
voluntad debe garantizar la continuación
del amor. Tal posición parece no considerar el carácter paradójico de la naturaleza
humana y del amor erótico. Todos somos
Uno; no obstante, cada uno de nosotros es
una entidad única e irrepetible. Idéntica
paradoja se repite en nuestras relaciones
con los otros. En la medida en que todos
somos uno, podemos amar a todos de la
misma manera, en el sentido del amor
fraternal. Pero en la medida en que todos
también somos diferentes, el amor erótico
requiere ciertos elementos específicos y
altamente individuales que existen entre
algunos seres, pero no entre todos.
Ambos puntos de vista, entonces –el del
amor erótico como una atracción completamente individual, única entre dos
personas específicas, y el de que el amor
erótico– no es otra cosa que un acto de la
voluntad, son verdaderos –o, como sería
quizá más exacto, la verdad no es lo uno ni
lo otro–. De ahí que la idea de una relación
que puede disolverse fácilmente si no
resulta exitosa es tan errónea como la idea
de que tal relación no debe disolverse bajo
ninguna circunstancia.
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No toquen a la reina
Giovanni Boccaccio
Un palafrenero se acuesta con la mujer del rey Agilulfo, el cual, al darse cuenta,
lo descubre y le corta el pelo. Este corta el pelo a su vez a todos sus compañeros y
escapa del peligro que lo amenazaba.
L
a narración de Filostrato había hecho enrojecer tanto como reír a las damas. Una
vez terminada, la reina quiso que Pampinea contase su historia.
La joven, con una sonrisa, tomó la palabra en los términos que siguen:
Hay hombres tan imprudentes, que quieren penetrar en las cosas que no debieran
conocer, y que queriendo enmendar las faltas que otros han cometido desconsideradamente, no hacen sino acrecer su vergüenza y su deshonor, por más que crean que
los disminuyen. Esta es una verdad que les voy a demostrar al contarles la astucia de
un hombre que, pese a ser de condición más baja que Mase5o, no era por eso menos
diestro, y que se mostró más listo que un rey que pasaba por serlo mucho.
Agilulfo, rey de los lombardos, había establecido su corte en Pavía, como sus antecesores. Se había casado con Tendebuxga, viuda de Antari, que también había sido rey
de los lombardos. Era esta una mujer hermosísima, prudente y muy honrada, pero
desgraciada en amores.
Mientras Agilulfo aseguraba por sus méritos y buena administración la abundancia
y la tranquilidad de su reino, un palafrenero de las caballerizas de la reina quedó perdidamente enamorado de ella. Era un hombre de buena presencia, guapo y casi de la
misma estatura que el rey. Por lo que hace a su nacimiento, era de baja condición, pero
bueno para el empleo que tenía. No le impedía su humilde origen tener buen sentido
y reconocer que el amor que sentía estaba fuera de todas las conveniencias. Por eso
lo ocultó prudentemente en sí mismo, sin hablar de su pasión a nadie y guardándose
sobre todo de hacérsela conocer a la reina.
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Miniatura del siglo XII
Por más que no tuviera ninguna esperanza de ver correspondido su amor, no cesaba
de alabarse por haber colocado tan altos sus pensamientos. Pero, como sucede generalmente, cuanta menos es la esperanza, más violentos se hacen los deseos concebidos, de modo que el desdichado palafrenero, consumido por un amor secreto y sin
esperanzas, vio cómo aumentaban los suyos. No pudiendo librarse de su loca pasión,
concibió el proyecto de matarse, pero haciéndolo de tal manera que se supiera que lo
hacía por amor a su soberana.
Antes de llegar a tal extremo, se decidió a probar fortuna empleando todos los medios
a su alcance para llegar a satisfacer sus ardientes deseos. No trató de representar con
palabras o escritos los sentimientos que aquella mujer le había inspirado, seguro de
que cuanto hiciera en tal sentido sería en balde. Buscó otros medios y no halló ninguno mejor que introducirse en la alcoba de la reina en sustitución del rey, quien, según
había observado, no se acostaba todas las noches con su esposa.
Convencido de que aquello sería lo mejor, se ocultó varias noches en un salón del
palacio que separaba las habitaciones del rey de las de la reina, dispuesto a saber con
qué ropas y de qué manera iba este al encuentro de su mujer.
Una noche, mientras se hallaba observando lo que sucedía, vio salir al rey de su cuarto envuelto en un amplio ropón, llevando una luz en una mano y en la otra una varita,
y dirigirse a la alcoba de la reina.
Cuando llegó frente a ella escuchó cómo, sin decir palabra, daba uno o dos golpes
en la puerta con la varita, después de lo cual esta se abría y él entregaba la luz que
llevaba. Observó del mismo modo lo que hacía el rey al salir, enterado de lo cual se
dispuso a imitarle.
Con tal fin se procuró un ropón parecido al del rey, así como una vela y una varita,
y luego de haberse dado un baño para que la reina no sintiera el olor a cuadra y no
advirtiera la superchería, se escondió, provisto de todo aquello, en el salón donde
hiciera sus observaciones.
Cuando supuso que todo el mundo estaba durmiendo en el palacio y vio que había
llegado el momento de poner en ejecución el proyecto que debía colmar sus deseos o
llevarlo a la muerte que tanto anhelaba, hizo brotar fuego de unas piedras de que iba
provisto y encendió la vela. Tapose con el ropón y fue a dar dos golpes con su varita
en la puerta del cuarto de la reina.
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Una camarera le abrió en seguida, tomó la luz y se la llevó. Él entró sin decir nada, y
quitándose el ropón se metió en la cama donde la reina dormía con profundo sueño.
Tomola con pasión entre sus brazos y fingió hallarse algo preocupado, pues sabía que
en aquel trance el rey no solía hablar y no soportaba tampoco que se le dijera nada.
A favor de aquel silencio satisfizo sus deseos por completo. Luego, temiendo que si
permanecía mucho tiempo al lado de la reina el placer se cambiara en hastío, y por
más que le costara separarse de ella, se levantó, cogió su manto y su vela, y sin decir
nada volviose a su lecho con la mayor rapidez.
Apenas se había marchado cuando el rey se levantó y fue a la alcoba de su mujer, que
quedó sumamente sorprendida de aquella segunda visita.
Metiose el rey en la cama de su mujer, a la que saludó alegremente.
La reina, sorprendida de cuanto sucedía, le dijo:
–¿Qué te sucede esta noche, sire? Apenas hace un momento que te has marchado de
mi lado después de haber gozado más que de ordinario y ya vuelves. Modérate, te lo
ruego y pon atención en lo que haces.
El rey, al oír aquellas palabras, comprendió que la reina debía haber sido engañada
por alguien que se le pareciese y conociese sus costumbres. Pero como ni ella ni
nadie se había dado cuenta de nada, creyó, como hombre prudente, que le valdría
más ocultar su sorpresa. Un tonto, en su lugar, se hubiera conducido de muy distinto
modo y hubiera dicho: "No he sido yo el que ha venido antes. Dime, pues, quién me
ha reemplazado cerca de ti. ¿Cómo ha venido? ¿Cómo se ha podido ir?" Con tales
palabras no hubiera conseguido sino afligir a su esposa, a la que entraría el deseo
de volver a gozar el placer que había experimentado, mientras que procediendo del
modo contrario no debía sentir vergüenza ninguna. Por lo cual, ocultando su confusión bajo una apariencia tranquila, dijo con toda calma:
–¿Acaso no me crees capaz, señora, después de haberte venido a visitar una vez, de
volver de nuevo a tu lado ?
–Claro que sí –contestó ella–. Y si te hablé como lo hice fue tan solo en interés de tu
salud.
- 80 -
–Tienes razón –agregó el rey–. Seguiré tu consejo y me marcharé por esta vez sin
causarte ninguna molestia.
Lleno el pecho de cólera por la ofensa que veía le habían hecho, tomó su manto y salió
de la habitación con el propósito de buscar en secreto al culpable.
Pensó que el tal debería ser alguien de palacio y que, cualquiera que fuese, no podía
haber salido. Tomó entonces una linterna, la encendió y fue a una especie de corredor
que había sobre las caballerizas del palacio y donde dormían los criados. Pensando
que el que fuera culpable de los hechos que le había relatado la reina debería tener el
pulso y los latidos del corazón todavía alterados a consecuencia de las emociones experimentadas, se dirigió a uno de los extremos de aquel corredor y dio comienzo a su
inspección apoyando su mano sobre el pecho de cada uno, observando si el corazón
estaba tranquilo o agitado.
Todos dormían profundamente, excepto nuestro desventurado palafrenero. Por eso,
cuando el rey llegó a su lado, comprendió el peligro en que se hallaba. El miedo que
tenía vino a unirse a las demás emociones que le habían asaltado al realizar su proyecto, de suerte que estaba seguro de que el rey, al advertir su agitación, lo mataría.
No obstante, y pese a su creencia, viendo que el rey no llevaba armas, resolvió esperar
hasta el final y ver qué le haría. Fingió, pues, estar durmiendo. El rey, que había visto
ya a muchos sin encontrar al que buscaba, llegó por fin a su lado y observó en seguida
que su corazón latía fuertemente.
"Este es –se dijo–. He aquí al culpable".
Mas como no quería que nadie se enterara de lo que pensaba hacer, se contentó con
cortar, con unas tijeras que llevaba, un mechón de pelos, que se estilaban largos en
aquel tiempo, a fin de poder reconocerlo por aquella señal a la mañana siguiente.
Terminada la operación, el rey volvió a sus habitaciones.
El palafrenero, al ver aquello, comprendió claramente el propósito del rey. Empleando astucia contra astucia, se levantó, tomó unas tijeras que servían en la cuadra para
esquilar a los caballos y fue cortando uno tras otro a sus compañeros un mechón de
pelo de encima de la oreja y del mismo modo que el rey había cortado los suyos.
Así que terminó semejante labor se acostó sin haber sido visto por nadie.
- 81 -
El rey, al levantarse por la mañana, ordenó que antes de que se abrieran las puertas
del palacio se presentasen ante él todos los criados.
Fue obedecido, pero cuál no sería su sorpresa al ver que cuando se descubrieron ante
él y pensando reconocer al que había pelado la víspera, notó que todos tenían cortado
el pelo de la misma manera.
"He aquí un pillo –se dijo– que, pese a su baja condición, no deja de tener talento".
Reconociendo que no podría descubrirlo sin armar un escándalo, y queriendo a toda
costa no comprometer su honor por satisfacer su venganza, se contentó con decir las
siguientes palabras, que solo podía entender el culpable y al que harían comprender
que el rey se había dado cuenta de la falta cometida por su sirviente:
–Que quien lo hizo no lo vuelva a hacer. ¡Ve con Dios!
Otro que no hubiera sido él, hubiera sometido a tormento a sus criados y les hubiera
hecho interrogar hasta obtener la confesión del culpable. Con ello no habría conseguido sino hacer público lo que todo hombre debe mantener en secreto, y al satisfacer
su venganza no por eso hubiera disminuido su deshonra, sino que la habría aumentado, llegando a manchar la honra de su mujer.
Quienes oyeron al rey hablar de aquel modo quedaron un tanto sorprendidos y se
consultaron entre sí para averiguar el sentido de aquellas palabras. Nadie fue capaz
de hallarlo, excepto aquel a quien iban dirigidas.
El aludido tuvo la prudencia de callarse mientras Agilulfo vivió, y no volvió a exponerse a parecidos peligros.
- 82 -
Toda la vida
Boris Pilniak
E
l precipicio era profundo y salvaje.
Sus rocas arcillosas y amarillas, en las que se prendían los pinos de tronco
rojizo, descendían en empinados barrancos. En lo profundo corría un arroyito.
Sobre el precipicio, a derecha e izquierda, había un viejo pinar, espeso, musgoso y
entremezclado con alisos. En lo alto, un cielo grave, gris, bajo. Raramente pasaba por
allí el hombre.
Los árboles eran arrancados de raíz por las tempestades, el agua y los años, y caían
cubriendo la tierra; se pudrían despidiendo el fuerte olor dulzón de la resina.
Los cardos, las achicorias, las atanasias, la artemisilla, no perecían con los años y
cubrían el suelo a modo de cerdas puntiagudas. En el fondo del abismo había una
cueva de osos; en el bosque, los lobos eran innumerables.
Sobre la roca escarpada, amarilla, arcillosa, se había abatido un pino, se había dado
vuelta y desde hacía muchos años estaba allí suspendido, con las raíces hacia lo alto.
Las raíces, que parecían un ciempiés reseco, estaban cubiertas de musgo y retama. Y
en estas raíces hicieron su nido dos grandes pájaros grises, un macho y una hembra.
Los pájaros eran grandes, pesados, con plumas gris-amarillentas y morenas, espesas.
Tenían las alas cortas, anchas y fuertes; las patas, de grandes garras, estaban
revestidas de pelos y pelusa negra. Sobre el cuello corto y grueso se apoyaba una
cabeza grande y cuadrada, de pico rapaz, curvo y amarillo, y con dos ojos redondos,
salvajes, de mirada grave.
El nido estaba entre las raíces; bajo él se abría el abismo; por arriba extendíase el cielo
y se desplegaban algunas raíces de árboles destrozados. Junto a él yacían cándidos
huesos, lavados por las lluvias. El nido estaba construido con piedras y arcilla, y
tapizado de plumas.
La hembra era más pequeña que el macho. Sus garras parecían más finas y bellas,
y había cierta armonía en los pliegues de su cuello. El macho, en cambio, era tosco,
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anguloso; su ala izquierda no se plegaba regularmente, desde el tiempo de su lucha
con otros machos por la hembra. La hembra estaba siempre en el nido. El macho se
acurrucaba en la extremidad de las raíces, sobre el abismo solitario, y miraba con sus
ojos graves muy lejos, hacia abajo y a su alrededor; permanecía con la cabeza recogida
entre los hombros y con las alas colgantes, inertes.
II
Estos dos pájaros se habían encontrado precisamente allí, no lejos del precipicio. Era
primavera; en los precipicios se derretía la nieve, que en el bosque y los vallecillos se
había hecho gris y frágil; los pinos exhalaban su fuerte olor; en el fondo del precipicio
se había despertado el arroyo. Los crepúsculos eran verdosos, prolongados y de una
serenidad intensa. Pasaban manadas de lobos; los machos peleaban por las hembras.
Se encontraron en un claro del bosque durante los crepúsculos.
En esa primavera, el sol, el viento suave, habían puesto en el cuerpo del macho una
pesadez nueva. Antes, él volaba o estaba acurrucado, gritaba o callaba y solía volar
veloz o lento, porque encontraba en sí mismo y a su alrededor los motivos para
hacerlo así. En efecto, volaba para descubrir una liebre, matarla y comerla; cuando
el sol enceguecía o el viento era fuerte, buscaba un refugio; cuando veía un lobo en
acecho, se alejaba volando apresuradamente. Ahora no era así.
No era la sensación del hambre ni el instinto de conservación lo que le determinaba
a volar o estarse quieto, a gritar o callar. Algo, fuera de él y de sus sensaciones, lo
dominaba.
Cuando llegaba el ocaso, él, como en una neblina, sin saber por qué, levantaba el
vuelo e iba de grieta en grieta, de pendiente en pendiente, moviendo sin ruido sus
grandes alas y clavando intensamente la mirada en las tinieblas verdes.
Y cuando, cierta vez, vio en un claro algunos semejantes suyos y una hembra en el
medio, sin saber por qué lo hacía, se lanzó en aquella dirección, sintiendo dentro de
sí una fuerza infinita y un gran odio hacia los otros machos.
Lentamente dio vueltas alrededor de la hembra, sacudiéndose con violencia, las alas
extendidas y el cuello alargado; y miró de reojo a los machos. Uno de ellos, el que
había triunfado hasta su llegada, decidió oponérsele y por fin lo agredió a picotazos:
empeñaron una lucha larga, cruel; se lanzaron el uno sobre el otro, se golpearon con
los picos, con el pecho, con las garras, con las alas, chillando sordamente, hiriéndose
mutuamente.
Su adversario era más débil y abandonó la lucha; él se dirigió de nuevo en dirección a
la hembra y dio vueltas a su alrededor renqueando un poco y arrastrando por el suelo
el ala izquierda, ensangrentada.
Las sombras de los pinos invadieron el claro; el suelo estaba cubierto de pinocha; el
cielo nocturno azuleaba.
- 84 -
La hembra se mostraba indiferente con el vencedor y con los otros machos: caminaba
parsimoniosa por el claro, hurgaba el suelo con el pico. Atrapó un ratón y lo comió
tranquilamente. Parecía no prestar atención a sus compañeros.
Así transcurrió toda la noche.
Pero cuando las sombras comenzaron a esfumarse y hacia oriente apareció la línea
verde lila de la aurora, ella se acercó a él, al que a todos había vencido, se apoyó en
su pecho, tomó delicadamente con el pico el ala dolorida, casi como si la oliera y la
quisiera curar, y levantándose poco a poco del suelo, voló en dirección al precipicio.
Y él, moviendo con dificultad el ala enferma, pero sin vacilar, lanzando gritos ansiosos,
la siguió en su vuelo.
Ella se posó precisamente entre las raíces de aquel pino donde luego surgió su nido.
El macho se detuvo a su lado. Estaba indeciso y parecía conmovido. La hembra dio
algunas vueltas alrededor de él; de nuevo aspiró su olor. Luego, con el pecho contra
el suelo, las patas abiertas, la cola levantada y los ojos entrecerrados, pareció ponerse
rígida… El macho se arrojó sobre ella aferrándole las plumas con el pico, golpeando la
tierra con las alas pesadísimas, y por sus venas corrían espasmos tan deliciosos, una
alegría tan fuerte, que ya no vio nada más, no sintió otra cosa que aquel dulce dolor y
profirió gritos jadeantes que despertaron el eco sonoro del abismo y conmovieron la
serenidad del alba.
La hembra era dócil.
Por el oriente se extendía el rojo resplandor de la luz que surgía, y las nieves de las
quebradas habíanse tornado violáceas.
III
En invierno los pinos se erguían inmóviles y sus troncos se hacían leonados. La nieve
estaba alta, amontonada en grandes montículos que sobresalían sobre el abismo;
en el cielo aparecían anchas franjas grises; los días eran cortos entre los dos largos
crepúsculos. Por la noche crujían los troncos de los árboles y se rompían las ramas. A
veces resplandecía la luna pálida, que parecía hacer más compacto al hielo.
Las noches eran un tormento, por el hielo y por la luz fosforescente de la luna. Los
pájaros estaban cobijados en su nido, apretados el uno contra el otro, para calentarse,
pero, no obstante, el frío se infiltraba bajo sus plumas, lamía sus cuerpos, les helaba
las patas, la base del pico y el lomo. Y la luz de la luna errabunda hacía temblar, y
recordaba que la tierra es como un ojo de lobo y por eso brilla tan horriblemente.
Y los pájaros no dormían.
Se revolvían afanosamente en el nido, cambiaban de lugar y sus ojos estaban
completamente abiertos, redondos, y también resplandecían con una luz verdosa.
- 85 -
Ciertamente, si hubieran podido pensar, habrían deseado antes que nada la llegada
de la mañana.
Cuando aún faltaba una hora para el alba, cuando la luna desaparecía y lentamente
se acercaba la aurora, los pájaros comenzaban a tener hambre: en la boca sentían
un gusto amargo, desagradable, y de tanto en tanto sus gargantas se contraían
penosamente.
Y cuando por fin llegaba la mañana gris, el macho se alejaba volando en busca de
alguna presa; volaba despacio, con largos y espaciados golpes de las alas y clavando
fijamente la mirada en la tierra frente a sí. Con preferencia iba en busca de liebres. A
veces no encontraba nada durante mucho tiempo; volaba sobre el abismo; se alejaba
mucho del nido, más de una decena de versta; se balanceaba sobre la blanca inmensidad donde durante el verano corría el Kama. Cuando no había liebres, atacaba
hasta a los zorros jóvenes y las cornejas, aunque su carne era insípida. Los zorros se
defendían larga y obstinadamente, con violentas dentelladas, y había que atacarlos
con arte y cautela: era necesario agarrarlos por el lomo, saltar en rápido vuelo hacia
arriba, y así el zorro ya no se resistía más.
El macho volaba hasta el nido con su presa y allí la devoraba con la hembra. Comían
solamente una vez por día, y se hartaban tanto, que sus movimientos se hacían luego
pesados y el vientre les colgaba. Tragaban hasta la nieve mojada en sangre. Después
la hembra arrojaba los huesos al precipicio.
El macho se colocaba en el comienzo de la raíz, se encrespaba y arreglaba para estar
más cómodo, y sentía que su sangre corría más cálida después de la comida y que en
sus vísceras había un movimiento agradable.
La hembra se quedaba en el nido.
Antes de la noche, el macho, quién sabe por qué, gritaba: ¡Uhu-uhu!, y su grito ronco
parecía pasar en su garganta a través de agua.
A veces los lobos lo veían encaramado solitario allá arriba, y alguno, entre los más
hambrientos, comenzaba a trepar por la pendiente.
La hembra se sacudía y lanzaba gritos de miedo, pero el macho miraba con calma
hacia abajo; con sus ojos grandes y cansados seguía los movimientos del lobo, que
trepaba despacio, resbalaba y precipitábase impetuosamente hacia abajo deshaciendo
montones de nieve, rebotando y gimiendo de dolor.
Las sombras crepusculares se arrastraban.
IV
En marzo, cuando los días se alargaban, el sol comenzaba a calentar, la nieve a
perder su candidez y a disolverse, los crepúsculos a durar más, y los lobos salían
en manada, la presa era más abundante, porque todos los habitantes del bosque
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- 87 -
Claude Monet
advertían ya aquella ansia de la primavera precoz, esa ansia que hace languidecer y
encanta, y vagaban por los barrancos, por las pendientes y por los bosques, dejando
sus escondrijos y echándose a vagar bajo el influjo de la languidez que anuncia la
primavera; y entonces era fácil capturarlos.
El macho llevaba todas las presas a la hembra, y él mismo comía poco, solamente
lo que su compañera le dejaba: casi siempre las tripas, la carne del tórax, la piel y la
cabeza, de la que la hembra devoraba los ojos, la parte más sabrosa.
Durante el día, el macho se situaba en la base de la raíz.
Brillaba el sol. El viento era débil y suave. En el fondo del precipicio corría
rumorosamente el arroyo oscuro que, ahora, resaltaba nítido entre las dos orillas
blancas de nieve.
El macho permanecía con los ojos cerrados, la cabeza hundida en el cuello. En su
aspecto había mucha humildad, cierta languidez y una ridícula expresión de pesar
que contrastaba con su habitual ferocidad.
Al llegar el ocaso se reanimaba. Un ansia apoderábase de él.
Se erguía sobre las garras, alargaba el cuello, abría los ojos redondos, extendía las alas
y las replegaba, luego retraía la cabeza. Después, cerrando los ojos, gritaba:
–¡U-uh-uh-uh!
Y este grito angustioso asustaba a los habitantes de los bosques.
Y el eco del abismo respondía:
–¡U-uh!…
Los crepúsculos eran verde-azules. El cielo se empedraba de grandes estrellas, casi
nuevas.
Los pinos despedían olor a resina. Durante la noche, el arroyo callaba por causa del
hielo. Aquí y allá gritaban los pájaros en celo. Pero reinaba una calma intensa.
Cuando todo se hacía oscuro y la noche se tornaba azul, el macho, furtivamente,
como un culpable, con largos y cautelosos pasos de sus patas inexpertas, se dirigía
hacia la hembra, en el nido. Lo empujaba una grande, intensísima pasión.
Se le acurrucaba al lado, le alisaba las plumas con el pico: había en él siempre una
expresión, un poco cómica, de culpabilidad.
La hembra se abandonaba confiada a sus caricias, parecía débil y suave; pero tras esta
suavidad, tal vez hasta en esta suavidad, se podía ver la fuerza de su dominio sobre
el macho.
En su lenguaje, el lenguaje del instinto, la hembra decía al macho:
–Sí, puedes.
Y el macho se arrojaba sobre ella, abandonándose a la pasión. Y ella se le entregaba.
- 88 -
V
Así sucedió durante semana y media.
Luego, cuando una noche el macho se le acercó, le dijo:
–No, basta.
Ella hablaba con su instinto, sintiendo que ya era suficiente, porque otra hora había
llegado: la hora de pensar en los polluelos.
Y el macho, confuso, sintiéndose culpable de no haber sabido prever la orden de la
hembra, la orden del instinto innato en ella, se alejó para esperar el año siguiente.
VI
Y durante todo el verano, desde la primavera hasta septiembre, el macho y la hembra
estuvieron absorbidos por los grandes, hermosos y necesarios cuidados de la
procreación. En septiembre nacieron los hijos.
La primavera y el verano se desarrollaban como una alfombra multicolor. Ardían
con ardiente fuego. Los pinos se adornaban con piñas y despedían su aroma intenso.
La artemisilla perfumaba. Florecían y se secaban las achicorias, las campánulas, las
atanasias, las violetas; pinchaban los cardos.
En mayo, las noches eran azules.
En junio, blanco-verdosas.
Las puestas de sol y las auroras ardían con rojas llamas de incendio, y por la noche,
desde el fondo del precipicio, como blancos jirones de plata, se elevaban las neblinas
esfumando las siluetas de los pinos.
En el nido hubo al principio cinco huevos grises con pequeñas manchas verdes. Luego
aparecieron los pequeños: de grandes cabezas, bocas amarillas y desmesuradamente
grandes, cubiertos de pelusilla gris. Piaban tristemente, asomando fuera del nido los
largos cuellos, y comían muchísimo.
En junio ya sabían volar, pero aun tenían la cabeza grande, piaban y tontamente
estiraban las alas inexpertas. La hembra estaba siempre con ellos, solícita, las plumas
erizadas, irritable.
El macho apenas tenía la sensación de lo que ocurría, pero parecía orgulloso de su
obra directa, cumplida con gran alegría. Y toda su vida estaba llena de un instinto que
hacía volcar sobre las crías toda su voluntad.
Iba en busca de caza, que era necesario fuese mucha, porque los pequeños y la
hembra eran voraces. Debía volar muy lejos, alguna vez hasta Kamma, para cazar
las gaviotas que revoloteaban siempre cerca de ciertas fieras extraordinariamente
grandes, blancas y con muchos ojos, que resbalaban sobre el agua con un ruido
extraño y arrojaban el mismo olor de una selva en llamas: eran los barcos.
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Él era quien alimentaba a los pequeños. Desgarraba trozos de carne y se los daba.
Y con sus ojos redondos observaba atentamente cómo los pequeños aferraban de
un solo bocado aquellos trozos de carne, abriendo los picos y cerrándolos, y cómo
tragaban con los ojos muy abiertos, balanceándose por la tensión de los músculos.
A veces, uno de los pequeñuelos, por descuido, se caía del nido y rodaba por la
pendiente. Entonces el macho con solicitud y preocupación volaba hacia abajo,
gritando afanosamente, como si rezongase; tomaba al caído, prudente y temeroso,
con las garras, y volvía a llevarlo, aturdido, al nido. Y allí le alisaba las plumas con su
gran pico, y daba vueltas a su alrededor, alzando las garras con cautela, sin cesar de
gritar afanosamente.
Por la noche no dormía.
Se colocaba sobre el nacimiento de la raíz, clavando su mirada aguda en las tinieblas
nocturnas, protegiendo a sus pequeños y a la madre contra todo peligro. Sobre él
brillaban las estrellas.
Y alguna vez, sintiendo –así parecía– la plenitud de la vida, su belleza, gritaba
amenazador y pavoroso, despertando los ecos.
–¡U-uh-uh-uh-uh! –gritaba, asustando a la noche.
VII
Vivía los inviernos para vivir. Vivía las primaveras y los veranos para generar. No
sabía pensar. Procedía así porque así lo disponía una fuerza desconocida, porque así
lo ordenaba el instinto que lo dirigía.
En el invierno vivía para comer, para no morir.
Los inviernos eran fríos y horribles.
Pero en la primavera, procreaba.
Y entonces corría por sus venas una sangre ardiente; había silencio, resplandecía el
sol y brillaban las estrellas, y en él había siempre el deseo de desperezarse, cerrar los
ojos, golpear el aire con sus alas y gritar jubilosamente, sin motivo.
VIII
En otoño, los pequeños los abandonaban. Los viejos se despedían de los jóvenes para
siempre y con indiferencia.
En otoño caían las lluvias, se amontonaban las neblinas, descendía la bóveda del
cielo. Las noches eran tristes, húmedas, frías. Los viejos estaban en el nido, mojados,
solos, durmiéndose con fatiga, temblando de frío, revolviéndose penosamente. Y en
sus ojos brillaban lucecitas verde-amarillentas.
El macho ya no gritaba.
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IX
Así sucedió durante trece años de su vida.
X
Luego, el macho murió.
Cuando era joven, en su lucha por su hembra, había sido herido en un ala. Con el
correr de los años, cada vez le resultaba más penoso procurarse caza y cada vez debía
volar más lejos para conseguirla; durante la noche no podía dormir a causa de un gran
y persistente dolor que sentía en toda el ala, lo que era horrible, puesto que, mientras
antes no se percataba de esa parte de su cuerpo, ahora esta se había convertido en
algo extrañamente importante y atormentador.
De noche no dormía y extendía el ala herida casi como si quisiera separarla de sí. Por
la mañana, apenas sin poder usarla, volaba en busca de alguna presa.
Y la hembra lo abandonó.
Al llegar la primavera, en un crepúsculo, se alejó del nido.
El macho la buscó durante la noche entera; la encontró al llegar la aurora: estaba con
otro macho, joven y fuerte, que a su lado le murmuraba cosas tiernas. Y entonces el
viejo comprendió que había terminado todo lo que él esperaba de la vida. Se arrojó
contra el joven, pero combatió sin confianza y débilmente. Y el joven lo enfrentó con
fuerza y pasión, hiriéndole el cuerpo y gritándole amenazador.
La hembra, como muchos años antes, observaba la lucha con indiferencia.
El viejo fue vencido.
Ensangrentado, herido, con un ojo vaciado, voló hacia su nido, y se dejó caer
pesadamente sobre el nacimiento de la raíz. Ahora sentía que había cerrado su cuenta
con la vida. Había vivido para comer y para generar. Ahora solo le quedaba morir. De
ello tenía una sensación instintiva. Permaneció dos días calmo e inmóvil, sobre el
borde del precipicio, con la cabeza hundida entre las alas.
Y luego, tranquilo, como sin darse cuenta, murió. Cayó en el abismo y allí quedó con
las patas contraídas y vueltas hacia arriba.
Esto sucedió de noche. Las estrellas eran nuevas. Gritaban los pájaros en celo; en el
bosque, aquí y allá, chillaban las lechuzas.
El cadáver del macho yació cinco días en el fondo del barranco. Comenzaba a
descomponerse y a despedir un olor acre.
Lo encontró un lobo y lo devoró.
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El doliente
Óscar Hahn
Pasarán estos días como pasan
todos los días malos de la vida
Amainarán los vientos que te arrasan
Se estancará la sangre de tu herida
El alma errante volverá a su nido
Lo que ayer se perdió será encontrado
El sol será sin mancha concebido
y saldrá nuevamente en tu costado
Y dirás frente al mar: ¿Cómo he podido
anegado sin brújula y perdido
llegar a puerto con las velas rotas?
Y una voz te dirá: ¿Que no lo sabes?
El mismo viento que rompió tus naves
es el que hace volar a las gaviotas.
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Canción de la mujer
Bertolt Brecht
1. De noche junto al río, en el oscuro corazón de los arbustos,
a veces vuelvo a ver su rostro, el de la mujer que amé: mi
mujer, que murió.
2. Hace ya muchos años, y a ratos ya no sé nada de ella, la
que antes lo fue todo; pero todo se marchita.
3. Y ella era en mí como un pequeño enebro en las estepas de
Mongolia, cóncavas, con el cielo amarillo pálido y de gran tristeza.
4. Vivíamos en una cabaña negra junto al río. Los mosquitos
solían perforar su blanco cuerpo, y yo leía el periódico
siete veces o decía: tu pelo tiene un color sucio. O: no tienes corazón.
5. Pero un día, cuando estaba yo lavando mi camisa en la
cabaña, ella se acercó a la puerta y me miró y quería salir.
6. Y quien le había pegado hasta cansarse, dijo: ángel mío.
7. Y quien le había dicho te quiero la condujo fuera y
riendo miró al aire y alabó el buen tiempo y le dio la mano.
8. Como ya estaban afuera, al aire libre, y la cabaña estaba
desierta, cerró la puerta y se sentó tras el periódico.
9. Desde entonces no la he vuelto a ver, y de ella sólo quedó
el gritito que dio cuando por la mañana volvió a la puerta que
ya estaba cerrada.
10. Ahora la cabaña se ha podrido y mi pecho está relleno de
papel de periódico y por las noches tumbado junto al río en
el oscuro corazón de los arbustos me acuerdo de ella.
11. El viento lleva olor a hierba en el pelo y el agua grita sin
fin pidiendo calma a Dios, y en mi lengua tengo un sabor amargo.
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Autopsicografía
Fernando Pessoa
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que de veras siente.
Y quienes leen lo que escribe,
Sienten, en el dolor leído,
No los dos que el poeta vive
Sino aquel que no han tenido.
Y así va por su camino,
Distrayendo a la razón,
Ese tren sin real destino
Que se llama corazón.
Da
nie
- 94 -
lA
gui
lera
C.
El arco de la vida
Friedrich Hölderlin
También tú tuviste grandes sueños, pero el amor nos somete a todos a su ley y ahora las
penas nos doblegan. Pero no en vano el arco de la vida retorna a su punto de partida.
¡Poco importa si subimos o bajamos! En la sagrada noche, donde la Naturaleza sueña
mudamente en días venideros, y hasta en el más tortuoso de los infiernos, siempre hay
una ley justa, una justicia para todo.
Lo sé por experiencia. Pues nunca, dioses inmortales, conservadores de la vida, nunca, que
yo sepa, me habéis guiado, como lo hacen los maestros mortales, por fáciles senderos.
Que el hombre pruebe todo –dicen los Celestiales– y que, nutrido por una rica savia,
aprenda a dar gracias por todo, y comprenda que tiene la libertad de buscarse un
destino.
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Wakefield
Nathaniel Hawthorne
R
ecuerdo haber leído en alguna revista o periódico viejo la historia, relatada como
verdadera, de un hombre –llamémoslo Wakefield– que abandonó a su mujer
durante un largo tiempo. El hecho, expuesto así en abstracto, no es muy infrecuente,
ni tampoco –sin una adecuada discriminación de las circunstancias– debe ser
censurado por díscolo o absurdo. Sea como fuere, este, aunque lejos de ser el más
grave, es tal vez el caso más extraño de delincuencia marital de que haya noticia. Y
es, además, la más notable extravagancia de las que puedan encontrarse en la lista
completa de las rarezas de los hombres.
La pareja en cuestión vivía en Londres. El marido, bajo el pretexto de un viaje, dejó su
casa, alquiló habitaciones en la calle siguiente y allí, sin que supieran de él la esposa
o los amigos y sin que hubiera ni sombra de razón para semejante autodestierro,
vivió durante más de veinte años. En el transcurso de este tiempo todos los días
contempló la casa y con frecuencia atisbó a la desamparada esposa. Y después de
tan largo paréntesis en su felicidad matrimonial, cuando su muerte era dada ya por
cierta, su herencia había sido repartida y su nombre borrado de todas las memorias;
cuando hacía tantísimo tiempo que su mujer se había resignado a una viudez otoñal,
una noche él entró tranquilamente por la puerta, como si hubiera estado afuera solo
durante el día, y fue un amante esposo hasta la muerte.
Este resumen es todo lo que recuerdo. Pero pienso que el incidente, aunque manifiesta
una absoluta originalidad sin precedentes y es probable que jamás se repita, es de
esos que despiertan las simpatías del género humano. Cada uno de nosotros sabe
que, por su propia cuenta, no cometería semejante locura; y, sin embargo, intuye
que cualquier otro podría hacerlo. En mis meditaciones, por lo menos, este caso
aparece insistentemente, asombrándome siempre y siempre acompañado por
la sensación de que la historia tiene que ser verídica y por una idea general sobre
el carácter de su héroe. Cuando quiera que un tema afecta la mente de modo tan
forzoso, vale la pena destinar algún tiempo para pensar en él. A este respecto, el
lector que así lo quiera puede entregarse a sus propias meditaciones. Mas si prefiere
divagar en mi compañía a lo largo de estos veinte años del capricho de Wakefield,
le doy la bienvenida, confiando en que habrá un sentido latente y una moraleja, así
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no logremos descubrirlos, trazados pulcramente y condensados en la frase final. El
pensamiento posee siempre su eficacia, y todo incidente llamativo, su enseñanza.
¿Qué clase de hombre era Wakefield? Somos libres de formarnos nuestra propia
idea y darle su apellido. En ese entonces se encontraba en el meridiano de la vida.
Sus sentimientos conyugales, nunca violentos, se habían ido serenando hasta
tomar la forma de un cariño tranquilo y consuetudinario. De todos los maridos, es
posible que fuera el más constante, pues una especie de pereza mantenía en reposo
a su corazón dondequiera que lo hubiera asentado. Era intelectual, pero no en
forma activa. Su mente se perdía en largas y ociosas especulaciones que carecían
de propósito o del vigor necesario para alcanzarlo. Sus pensamientos rara vez
poseían suficientes ímpetus como para plasmarse en palabras. La imaginación, en
el sentido correcto del vocablo, no figuraba entre las dotes de Wakefield. Dueño de
un corazón frío, pero no depravado o errabundo, y de una mente jamás afectada por
la calentura de ideas turbulentas ni aturdida por la originalidad, ¿quién se hubiera
imaginado que nuestro amigo habría de ganarse un lugar prominente entre los
autores de proezas excéntricas? Si se hubiera preguntado a sus conocidos cuál era el
hombre que con seguridad no haría hoy nada digno de recordarse mañana, habrían
pensado en Wakefield. Únicamente su esposa del alma podría haber titubeado.
Ella, sin haber analizado su carácter, era medio consciente de la existencia de un
pasivo egoísmo, anquilosado en su mente inactiva; de una suerte de vanidad, su más
incómodo atributo; de cierta tendencia a la astucia, la cual rara vez había producido
efectos más positivos que el mantenimiento de secretos triviales que ni valía la pena
confesar; y, finalmente, de lo que ella llamaba "algo raro" en el buen hombre. Esta
última cualidad es indefinible y puede que no exista.
Ahora imaginémonos a Wakefield despidiéndose de su mujer. Cae el crepúsculo en
un día de octubre. Componen su equipaje un sobretodo deslustrado, un sombrero
cubierto con un hule, botas altas, un paraguas en una mano y un maletín en la otra. Le
ha comunicado a la señora de Wakefield que debe partir en el coche nocturno para el
campo. De buena gana ella le preguntaría por la duración y objetivo del viaje, por la
fecha probable del regreso, pero, dándole gusto a su inofensivo amor por el misterio,
se limita a interrogarlo con la mirada. Él le dice que de ningún modo lo espere en el
coche de vuelta y que no se alarme si tarda tres o cuatro días, pero que en todo caso
cuente con él para la cena el viernes por la noche. El propio Wakefield, tengámoslo
presente, no sospecha lo que se viene. Le ofrece ambas manos. Ella tiende las suyas
y recibe el beso de partida a la manera rutinaria de un matrimonio de diez años. Y
parte el señor Wakefield, en plena edad madura, casi resuelto a confundir a su mujer
mediante una semana completa de ausencia. Cierra la puerta. Pero ella advierte que
la entreabre de nuevo y percibe la cara del marido sonriendo a través de la abertura
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antes de esfumarse en un instante. De momento no le presta atención a este detalle.
Pero tiempo después, cuando lleva más años de viuda que de esposa, aquella sonrisa
vuelve una y otra vez, y flota en todos sus recuerdos del semblante de Wakefield. En
sus copiosas cavilaciones incorpora la sonrisa original en una multitud de fantasías
que la hacen extraña y horrible. Por ejemplo, si se lo imagina en un ataúd, aquel gesto
de despedida aparece helado en sus facciones; o si lo sueña en el cielo, su alma bendita ostenta una sonrisa serena y astuta. Empero, gracias a ella, cuando todo el mundo
se ha resignado a darlo ya por muerto, ella a veces duda que de veras sea viuda.
Pero quien nos incumbe es su marido. Tenemos que correr tras él por las calles, antes
de que pierda la individualidad y se confunda en la gran masa de la vida londinense.
En vano lo buscaríamos allí. Por tanto, sigámoslo pisando sus talones hasta que,
después de dar algunas vueltas y rodeos superfluos, lo tengamos cómodamente
instalado al pie de la chimenea en un pequeño alojamiento alquilado de antemano.
Nuestro hombre se encuentra en la calle vecina y al final de su viaje. Difícilmente
puede agradecerle a la buena suerte el haber llegado allí sin ser visto. Recuerda que
en algún momento la muchedumbre lo detuvo precisamente bajo la luz de un farol
encendido; que una vez sintió pasos que parecían seguir los suyos, claramente distinguibles entre el multitudinario pisoteo que lo rodeaba; y que luego escuchó una
voz que gritaba a lo lejos y le pareció que pronunciaba su nombre. Sin duda alguna
una docena de fisgones lo habían estado espiando y habían corrido a contárselo todo
a su mujer. ¡Pobre Wakefield! ¡Qué poco sabes de tu propia insignificancia en este
mundo inmenso! Ningún ojo mortal fuera del mío te ha seguido las huellas. Acuéstate tranquilo, hombre necio; y en la mañana, si eres sabio, vuelve a tu casa y dile la
verdad a la buena señora de Wakefield. No te alejes, ni siquiera por una corta semana, del lugar que ocupas en su casto corazón. Si por un momento te creyera muerto
o perdido, o definitivamente separado de ella, para tu desdicha notarías un cambio
irreversible en tu fiel esposa. Es peligroso abrir grietas en los afectos humanos. No
porque rompan mucho a lo largo y ancho, sino porque se cierran con mucha rapidez.
Casi arrepentido de su travesura, o como quiera que se pueda llamar, Wakefield se
acuesta temprano. Y, despertando después de un primer sueño, extiende los brazos
en el amplio desierto solitario del desacostumbrado lecho.
–No –piensa, mientras se arropa en las cobijas–, no dormiré otra noche solo.
Por la mañana madruga más que de costumbre y se dispone a considerar lo que
en realidad quiere hacer. Su modo de pensar es tan deshilvanado y vagaroso, que
ha dado este paso con un propósito en mente, claro está, pero sin ser capaz de
definirlo con suficiente nitidez para su propia reflexión. La vaguedad del proyecto
y el esfuerzo convulsivo con que se precipita a ejecutarlo son igualmente típicos
de una persona débil de carácter. No obstante, Wakefield escudriña sus ideas tan
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Pintura de Artemisia Gentileschi
minuciosamente como puede y descubre que está curioso por saber cómo marchan
las cosas por su casa: cómo soportará su mujer ejemplar la viudez de una semana y,
en resumen, cómo se afectará con su ausencia la reducida esfera de criaturas y de
acontecimientos en la que él era objeto central. Una morbosa vanidad, por lo tanto,
está muy cerca del fondo del asunto. Pero, ¿cómo realizar sus intenciones? No, desde
luego, quedándose encerrado en este confortable alojamiento donde, aunque durmió
y despertó en la calle siguiente, está efectivamente tan lejos de casa como si hubiera
rodado toda la noche en la diligencia. Sin embargo, si reapareciera echaría a perder
todo el proyecto. Con el pobre cerebro embrollado sin remedio por este dilema,
al fin se atreve a salir, resuelto en parte a cruzar la bocacalle y echarle una mirada
presurosa al domicilio desertado. La costumbre –pues es un hombre de costumbres–
lo toma de la mano y lo conduce, sin que él se percate en lo más mínimo, hasta su
propia puerta; y allí, en el momento decisivo, el roce de su pie contra el peldaño lo
hace volver en sí. ¡Wakefield! ¿Adónde vas?
En ese preciso instante su destino viraba en redondo. Sin sospechar siquiera en la
fatalidad a la que lo condena el primer paso atrás, parte deprisa, jadeando en una
agitación que hasta la fecha nunca había sentido, y apenas si se atreve a mirar atrás
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desde la esquina lejana. ¿Será que nadie lo ha visto? ¿No armarán un alboroto todos
los de la casa –la recatada señora de Wakefield, la avispada sirvienta y el sucio
pajecito– persiguiendo por las calles de Londres a su fugitivo amo y señor? ¡Escape
milagroso! Cobra coraje para detenerse y mirar a la casa, pero lo desconcierta la
sensación de un cambio en aquel edificio familiar, igual a las que nos afectan cuando,
después de una separación de meses o años, volvemos a ver una colina o un lago o
una obra de arte de los cuales éramos viejos amigos. ¡En los casos ordinarios esta
impresión indescriptible se debe a la comparación y al contraste entre nuestros
recuerdos imperfectos y la realidad! En Wakefield, la magia de una sola noche ha
operado una transformación similar, puesto que en este breve lapso ha padecido un
gran cambio moral, aunque él no lo sabe. Antes de marcharse del lugar alcanza a
entrever la figura lejana de su esposa, que pasa por la ventana dirigiendo la cara hacia
el extremo de la calle. El marrullero ingenuo parte despavorido, asustado de que sus
ojos lo hayan distinguido entre un millar de átomos mortales como él. Contento se le
pone el corazón, aunque el cerebro está algo confuso, cuando se ve junto a las brasas
de la chimenea en su nuevo aposento.
Eso en cuanto al comienzo de este largo capricho. Después de la concepción inicial y
de haberse activado el lerdo carácter de este hombre para ponerlo en práctica, todo el
asunto sigue un curso natural. Podemos suponerlo, como resultado de profundas reflexiones, comprando una nueva peluca de pelo rojizo y escogiendo diversas prendas
del baúl de un ropavejero judío, de un estilo distinto al de su habitual traje marrón.
Ya está hecho: Wakefield es otro hombre. Una vez establecido el nuevo sistema,
un movimiento retrógrado hacia el antiguo sería casi tan difícil como el paso que
lo colocó en esta situación sin paralelo. Además, ahora lo está volviendo testarudo
cierto resentimiento del que adolece a veces su carácter, en este caso motivado por la
reacción incorrecta que, a su parecer, se ha producido en el corazón de la señora de
Wakefield. No piensa regresar hasta que ella no esté medio muerta de miedo. Bueno,
ella ha pasado dos o tres veces ante sus ojos, con un andar cada vez más agobiado,
las mejillas más pálidas y más marcada de ansiedad la frente. A la tercera semana
de su desaparición, divisa un heraldo del mal que entra en la casa bajo el perfil de
un boticario. Al día siguiente la aldaba aparece envuelta en trapos que amortigüen
el ruido. Al caer la noche llega el carruaje de un médico y deposita su empelucado y
solemne cargamento a la puerta de la casa de Wakefield, de la cual emerge después
de una visita de un cuarto de hora, anuncio acaso de un funeral. ¡Mujer querida! ¿Irá
a morir? A estas alturas Wakefield se ha excitado hasta provocarse algo así como una
efervescencia de los sentimientos, pero se mantiene alejado del lecho de su esposa,
justificándose ante su conciencia con el argumento de que no debe ser molestada en
semejante coyuntura. Si algo más lo detiene, él no lo sabe. En el transcurso de unas
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cuantas semanas ella se va recuperando. Ha pasado la crisis. Su corazón se siente
triste, acaso, pero está tranquilo. Y así el hombre regrese tarde o temprano, ya no
arderá por él jamás. Estas ideas fulguran cual relámpagos en las nieblas de la mente
de Wakefield y le hacen entrever que una brecha casi infranqueable se abre entre su
apartamento de alquiler y su antiguo hogar.
–¡Pero si solo está en la calle del lado! –se dice a veces.
¡Insensato! Está en otro mundo. Hasta ahora él ha aplazado el regreso de un
día en particular a otro. En adelante, deja abierta la fecha precisa. Mañana no…
probablemente la semana que viene… muy pronto. ¡Pobre hombre! Los muertos
tienen casi tantas posibilidades de volver a visitar sus moradas terrestres como el
autodesterrado Wakefield.
¡Ojalá yo tuviera que escribir un libro en lugar de un artículo de una docena de páginas!
Entonces podría ilustrar cómo una influencia que escapa a nuestro control pone su
poderosa mano en cada uno de nuestros actos y cómo urde con sus consecuencias
un férreo tejido de necesidad. Wakefield está hechizado. Tenemos que dejarlo que
ronde por su casa durante unos diez años sin cruzar el umbral ni una vez, y que le sea
fiel a su mujer, con todo el afecto de que es capaz su corazón, mientras él poco a poco
se va apagando en el de ella. Hace mucho, debemos subrayarlo, que perdió la noción
de singularidad de su conducta.
Ahora contemplemos una escena. Entre el gentío de una calle de Londres distinguimos a un hombre entrado en años, con pocos rasgos característicos que atraigan la
atención de un transeúnte descuidado, pero cuya figura ostenta, para quienes posean la destreza de leerla, la escritura de un destino poco común. Su frente estrecha
y abatida está cubierta de profundas arrugas. Sus pequeños ojos apagados a veces
vagan con recelo en derredor, pero más a menudo parecen mirar adentro. Agacha
la cabeza y se mueve con un indescriptible sesgo en el andar, como si no quisiera
mostrarse de frente entero al mundo. Obsérvelo el tiempo suficiente para comprobar lo que hemos descrito y estará de acuerdo con que las circunstancias, que con
frecuencia producen hombres notables a partir de la obra ordinaria de la naturaleza,
han producido aquí uno de estos. A continuación, dejando que prosiga furtivo por la
acera, dirija su mirada en dirección opuesta, por donde una mujer de cierto porte, ya
en el declive de la vida, se dirige a la iglesia con un libro de oraciones en la mano. Exhibe el plácido semblante de la viudez establecida. Sus pesares o se han apagado o se
han vuelto tan indispensables para su corazón que sería un mal trato cambiarlos por
la dicha. Precisamente cuando el hombre enjuto y la mujer robusta van a cruzarse,
se presenta un embotellamiento momentáneo que pone a las dos figuras en contacto
directo. Sus manos se tocan. El empuje de la muchedumbre presiona el pecho de ella
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contra el hombro del otro. Se encuentran cara a cara. Se miran a los ojos. Tras diez
años de separación, es así como Wakefield tropieza con su esposa.
Vuelve a fluir el río humano y se los lleva a cada uno por su lado. La grave viuda
recupera el paso y sigue hacia la iglesia, pero en el atrio se detiene y lanza una mirada
atónita a la calle. Sin embargo, pasa al interior mientras va abriendo el libro de
oraciones. ¡Y el hombre, con el rostro tan descompuesto que el Londres atareado y
egoísta se detiene a verlo pasar, huye a sus habitaciones, cierra la puerta con cerrojo
y se tira en la cama! Los sentimientos que por años estuvieron latentes se desbordan
y le confieren un vigor efímero a su mente endeble. La miserable anomalía de su vida
se le revela de golpe. Y grita exaltado:
–¡Wakefield, Wakefield, estás loco!
Quizás lo estaba. De tal modo debía de haberse amoldado a la singularidad de su
situación que, examinándolo con referencia a sus semejantes y a las tareas de la vida,
no se podría afirmar que estuviera en su sano juicio. Se las había ingeniado (o, más
bien, las cosas habían venido a parar en esto) para separarse del mundo, hacerse
humo, renunciar a su sitio y privilegios entre los vivos, sin que fuera admitido entre
los muertos. La vida de un ermitaño no tiene paralelo con la suya. Seguía inmerso
en el tráfago de la ciudad como en los viejos tiempos, pero las multitudes pasaban
de largo sin advertirlo. Se encontraba –digámoslo en sentido figurado– a todas
horas junto a su mujer y al pie del fuego, y sin embargo nunca podía sentir la tibieza
del uno ni el amor de la otra. El insólito destino de Wakefield fue el de conservar
la cuota original de afectos humanos y verse todavía involucrado en los intereses
de los hombres, mientras que había perdido su respectiva influencia sobre unos y
otros. Sería un ejercicio muy curioso determinar los efectos de tales circunstancias
sobre su corazón y su intelecto, tanto por separado como al unísono. No obstante,
cambiado como estaba, rara vez era consciente de ello y más bien se consideraba el
mismo de siempre. En verdad, a veces lo asaltaban vislumbres de la realidad, pero
solo por momentos. Y aun así, insistía en decir “pronto regresaré”, sin darse cuenta
de que había pasado veinte años diciéndose lo mismo.
Imagino también que, mirando hacia el pasado, estos veinte años le parecerían
apenas más largos que la semana por la que en un principio había proyectado su
ausencia. Wakefield consideraría la aventura como poco más que un interludio en el
tema principal de su existencia. Cuando, pasado otro ratito, juzgara que ya era hora
de volver a entrar a su salón, su mujer aplaudiría de dicha al ver al veterano señor
Wakefield. ¡Qué triste equivocación! Si el tiempo esperara hasta el final de nuestras
locuras favoritas, todos seríamos jóvenes hasta el día del juicio.
Cierta vez, pasados veinte años desde su desaparición, Wakefield se encuentra dando
el paseo habitual hasta la residencia que sigue llamando suya. Es una borrascosa
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noche de otoño. Caen chubascos que golpetean en el pavimento y que escampan
antes de que uno tenga tiempo de abrir el paraguas. Deteniéndose cerca de la casa,
Wakefield distingue a través de las ventanas de la sala del segundo piso el resplandor
rojizo y oscilante y los destellos caprichosos de un confortable fuego. En el techo
aparece la sombra grotesca de la buena señora de Wakefield. La gorra, la nariz, la
barbilla y la gruesa cintura dibujan una caricatura admirable que, además, baila al
ritmo ascendiente y decreciente de las llamas, de un modo casi en exceso alegre para
la sombra de una viuda entrada en años. En ese instante cae otro chaparrón que,
dirigido por el viento inculto, pega de lleno contra el pecho y la cara de Wakefield.
El frío otoñal le cala hasta la médula. ¿Va a quedarse parado en ese sitio, mojado
y tiritando, cuando en su propio hogar arde un buen fuego que puede calentarlo,
cuando su propia esposa correría a buscarle la chaqueta gris y los calzones que con
seguridad conserva con esmero en el armario de la alcoba? ¡No! Wakefield no es tan
tonto. Sube los escalones con trabajo. Los veinte años pasados desde que los bajó le
han entumecido las piernas, pero él no se da cuenta. ¡Detente, Wakefield! ¿Vas a ir
al único hogar que te queda? Pisa tu tumba, entonces. La puerta se abre. Mientras
entra, alcanzamos a echarle una mirada de despedida a su semblante y reconocemos
la sonrisa de astucia que fuera precursora de la pequeña broma que desde entonces
ha estado jugando a costa de su esposa. ¡Cuán despiadadamente se ha burlado de la
pobre mujer! En fin, deseémosle a Wakefield buenas noches.
El suceso feliz –suponiendo que lo fuera– solo puede haber ocurrido en un momento
impremeditado. No seguiremos a nuestro amigo a través del umbral. Nos ha dejado
ya bastante sustento para la reflexión, una porción de la cual prestar su sabiduría
para una moraleja y tomar la forma de una imagen. En la aparente confusión de
nuestro mundo misterioso los individuos se ajustan con tanta perfección a un
sistema, y los sistemas unos a otros y a un todo, que con solo dar un paso a un lado
cualquier hombre se expone al pavoroso riesgo de perder para siempre su lugar.
Como Wakefield, se puede convertir, por así decirlo, en el paria del Universo.
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Testimonios de las muertes de Sabina
- Fragmento -
Juan Radrigán
•
Tercer Acto
Pieza que sirve de comedor, cocina y dormitorio. Piso de tierra, una cama, una mesa, sillas.
En lugar destacado, una cocina a parafina de dos platos; otros muebles y utensilios habituales, todo con bastante uso. La entrada, que no se ve, a la izquierda. Es invierno. Llegan,
discutiendo sin enojo, Sabina y Rafael. Es un matrimonio de viejos, fuertes aún, que poseen
un puesto de frutas en el que trabajan hace más de treinta años. Llegan sombríos, desmoralizados. Sabina trae una cartera grande y ordinaria en las manos. Se ven un poco mejor
vestidos, pero siempre desgalichados.
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
(Dejando la cartera sobre la mesa. Casi a punto de llorar) Yo sabía, yo sabía…
(Sentándose sobre la cama) Tan locos, tan toos locos.
¿Y a qué van a venir, viejo?
¿A venir? No, oh; a qué van a venir.
Sí, yo le oí al viejo que te gritó que iban a venir. ¿Qué más los quiere hacer?
¡Tienen que ayudarlos, alguien los tiene que ayuar!
Grita po, sale a la calle a gritar, a ver quién te va’yuar.
¿Así que si los quieren matar, los matan nomás? ¡No puee ser!
Tienen el billete, tienen la juerza y encima dicen que tienen la razón; ¿Qué
poímos hacer?
¡Pero somos gente también!
¿Quién te trató como gente? ¿Te hicieron caso en alguna parte?
¡La visitaora! ¿Y si la juéramos a ver?
¿Pa qué? Los va’decir lo mismo: “Yo no me pueo meter en esa cuestión, pa
eso tiene quir…” (Rabioso) ¿Qué sé aónde?
A lo mejor… Si no te hubierai puesto atrevío…
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Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
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¿Y qué querís? ¿Qué me pusiera a llorar como voh? Ya los tenían en el
saco… Puta, y justo ahora que venía la temporá güena…
(Terca) Entonce, si no querís que vamos donde la visitaora, mandemo otra
carta al diario.
¿Y la que mandamo?
Sí, ¿por qué no la pondrían?
Es que’s tan enreá esta cuestión, no deben haber entendío.
¿Pero le pusiste bien la dirección?
Bah, ¿y que no lo juimos los dos a dejarla?
Pero a lo mejor teníamos que entregarla personalmente.
Eso hicimos, po.
No, no la entregamos na personalmente, ¿no viste que’l gallo que había en
ese mesón dijo que se la dejáramos a él? A lo mejor no la entregó. (Rafael
derrotado. Sabina empecinada) ¡Tiene que haber algo, no los pueen hacer
esto! ¡Es pior que si los mataran! (Viendo que Rafael se apresta a fumar)
¡No fumís más!
Chis, güena, oh; ¿así que ahora no voy a poer fumar?
¡Tenís que hacer algo!
¿Qué po, qué?
¡Piensa, voh soy el hombre!
Yo te dije que tratáramos de vender la patente.
¿Y en qué íamos a trabajar?
Ahora queamos mejor.
Y encima le pasaste dos gambas a la Gloria.
Una.
Dos, yo te’staba sapiando.
Por la cresta, ¿y que no es hija tuya también? Parece que le tuvierai bronca;
too el tiempo me’stái palabriando.
Si vos te ponís a regalar la plata, ¿qué vamo a hacer cuando empecemos a
tener hambre? Fíjate en lo que hacís; voh creí que yo soy de qué.
¿Qué’s lo que t’iacen?
(Explotando) ¡Yo soy tu mujer pos, mierda; yo soy tu mujer! ¡A mí tenís que
cuidarme!
¡Es tu hija!
¡Pero a mí teníai que quererme así, a mí! (Pausa) Si alguna vez me hubierai
demostrao too ese cariño y, si me hubierai cuidao como a ella… Entonces
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Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
ahora no me sentiría tan desgraciá… Parece como que se hubiera ío toa
la gente y toas las cosas, como que no hubiera nadie más que yo nomás…
Mian pasao piores cosas que si hubiera vivío sola, porque he tenío que cargar con los cabros y con voh; he sío un puro animal nomá. La de cuestiones
que se mian muerto sentá allá en el puesto… puchas la desgracia pa grande.
(Picado) ¿Por qué decís eso? ¿Así que yo no soy na? Pucha que soy linda
voh… No viste como que los jueron apretando dia’poco, sin dar nunca la
cara. En la comisaría, en la municipaliá, en el jugao; toos decían lo mismo
“Es la ley, no poímos hacer na”. Y la ley no está por ninguna parte, no tiene
cara, no tiene ojos, no tiene cuerpo. ¡Así no se puee peliar! ¿Cómo crestas
te vai a agarrar con alguien que no veí, que no’stá en ninguna parte? ¡Entiéndeme, po!… Y la agarrái conmigo. Soy linda voh.
Con voh tengo que agarrarla, ¿a quién más le voy a reclamar? ¿Querís que
le pía ayúa al vecino? ¿Eso querís? (Va hacia la muralla y golpea) ¡Pedro,
Pedro! La ley y la patente.
(Alarmado) ¡No’stís haciendo leseras!
Tengo que decirle a él po, como os no tenís la culpa de na.
¡Pero qué culpa tengo yo de que los hayan pasao un parte! Después de un
mes vinimos a saber que’ra porque teníamos la patente atrasá. Pero no
la teníamos atrasá, porque en la municipaliá no habían salío las nuevas.
Entonces los hicieron llevar un papel que dijera esa cuestión; pero pa que
los dieran ese papel los hicieron ir a veinte oficinas distintas a conseguir
otro papel primero y cuando los vinieron a dar el que los habían pedío ya
habían salío las patentes. Entonces tuvimos que empezar a pedir otro que
dijera que cuando empezamos hacer los trámites no habían salío toavía. Y
en too ese tiempo la multa subía y subía; cómo no mi’ba a poner a echar la
bronca: me’staban volviendo loco; por eso dejé la escoba.
(Remedándole) “Por eso dejé la escoba”. Toa la vía habís andao haciendo la
pura embarrá. ¿Me vai a dar vos pa comer ahora?
(Exasperado) ¡Yo te voy a dar po! ¿O creí que te va’venir a dar el Turnio?
(Perpleja) ¿Qué dijiste?… ¿Qué dijiste?…
(Yendo hacia la cocina) No me hagái hablar, mejor.
(Sin amilanarse) Habla nomás, porquería, habla nomás. ¿Qué me tenís que
sacar?
Na, oh na. (Por la cocina) Voy hacer té.
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Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
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Rafael
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Rafael
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Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
¡Yo no quiero tomar ninguna lesera! (Refunfuñando) Mire de las cosas que
se acuerda, han pasao como treinta años… Hay que ser bien (gesto grosero
con las manos) pa’ sacar esas cuestiones.
Claro, bien así (repite gesto) hay que ser pa’ agarrar sobraos. (Volviéndose
para maniobrar en la cocina) Esta cuestión no se me va’olviar nunca…
(Restándole importancia) Yo ni te conocía.
Me metiste la chiva de que ibai a ir con tu mamá a comprar fruta pa’ las
parcelas… (Recapacitando) ¿cómo que no me conocíai?
Voh andabai a la siga mía, pero yo no te daba ni bola.
¿Y too lo que conversamos? (Pausa) Te llevaa regalos, te invitaba a pasiar…
Los decían: “¿Y cuándo se van a casar?” Y de repente aparece el Turnio por
la cuadra, te muestra los dientes y te vai a quear con él…
¡No me jui a quear con él!
Te pintaste el hocico y te peinaste di otra manera… El primer día que te
habló… (Con ira en aumento) ¡Por la cresta, el primer día! (Golpea en la cocina) ¿Por qué siempre me miraste como el forro?
Yo no sé de qué tai hablando.
(Violento) ¿Por qué me hiciste eso?
Mi’ré acordar…
Yo sí que me acuerdo. Jue pal santo del Turnio, el 31 de agosto… Taba lloviendo, llegué too mojao a buscarte… Tabai bonita; nunca te habíai puesto
así pa salir conmigo. Pa salir conmigo no guardabai ni los canastos… Lo
que no he entendío nunca es cómo pudiste ser tan degenerá pa ir acostarte
altiro con un gallo que ni conocíai… ¡En la primera salía!… Y yo tratándote
de usté, invitándote a comer, a bailar… A lo mejor el Rafael no es ni mío
siquiera…
(Espantada) ¿Qué dijiste?… ¿Qué dijiste?
(Rencorosamente) ¡Si queríai encatrarte, teníai que haberte encontrao conmigo! (Acercándose a ella) ¡Conmigo!
(Martirizada) ¡Esto te va a costar caro, caro!
Harto caro que me ha costao cuando me acuerdo que me túe que conformar con sobraos. Y toavía me venís a mirar en menos.
Por cafiche te miro en menos.
Yo no te’caficheo nunca; ni a voh ni a nadie.
Cafiche soy po, desgraciao. ¿No vivís a costillas mías? ¿Por qué no trabajái
en otra cosa?
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Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
(Volviéndose a la cocina) ¡Ándate a la cresta!
¡Porque te’charon por ladrón, por eso! No podís trabajar en ninguna parte.
(Vehemente) ¡No, no; yo no robé na!
Claro que robaste y no te metieron preso de pura lástima.
¡Jue una jugá que mi’hicieron!
Una pillá.
No, yo ía a…
(Implacable) ¿No te dio vergüenza cuando te trajinaron y te hallaron las
madejas enrollás en el cuerpo?
¡No tenía na! Jue don Emilio el que me calumnió, porque…
Te’ncerraron en la oficina y los llamaron a toos pa’ que te vieran…
¡Yo no había hecho na! Don Emilio…
(Con saña) ¿Así que no te acordái cuando te tenían encerrao y llamaban a
toos tus compañeron pa’ que te vieran?
¡Déjame hablar!
¡Ladrón! ¡Ladrón y cafiche, eso soy!
¡Yo lo pillé encima del escritorio con la señora de don Alberto, por eso me
calumnió!
Sí, po, no vis que él te enrolló las madejas en el cuerpo. Soy ladrón y cafiche.
(Angustiado) Parece que te alegrarai.
No me alegro, es la verdá.
(Dolorosamente) ¡Me tenís bronca!
¡Claro que te tengo bronca! ¡Por voh no tengo na; nunca he tenío na por
casarme con voh!… Y ahora que me quitaron el puesto, me mataron.
(Abatido) ¿Y toos estos años? ¿Too este tiempo quemos vivío? (Pausa)
Es mentira; me habríai dicho algo… Pero… ¿antes del parte no estábamos
bien? Yo creí.
Bien. ¿Qué me habís dao? Nunca he poío tener ni una radio a pila siquiera,
¿dónde ta lo que’emos vivío, lo que me habís dao?
(Obtuso) ¿Tai enojá por lo que los pasó con el puesto? ¿Por eso decís esas
cuestiones?
¡El puesto no tiene na que ver en esto!
Entonces es porque hace tiempo qu’en la noche… ¿Por eso decís que no te
quiero? ¿Porque no pasa na? (Turbado) Es que yo… No sé… A lo mejor el
vino… Pero voh sabís que antes… Me tenís bronca por too.
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Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
Rafael
Sabina
¿De qué tai hablando?
De los dos po, de los dos. Hemos tenío hijos…
¿Hijos? (Mirando hacia todos lados) Si tuviéramos hijos los vendrían a ver,
los hablarían. No tuvimos suerte pa na… Y ahora no tenimos lugar en ninguna parte…
(Furiosamente) ¡Too es por culpa de’se parte desgraciao… Los engolvieron,
los masacraron… Que la ley, que la ley. ¿Y qué le hicimos a la ley? ¡Lo único
que hemos hecho es tratar de vivir!… Pero toavía no los hemos muerto;
toavía tamos vivos.
Tamos muertos, los mataron… Cuando la gente se muere ya no le importa
na; por eso nos dijimos toas esas cuestiones.
No, no tamos muertos. Mañana voy a ir bien temprano y…
Van a venir. ¡Yo sé que van a venir ahora!
¿A qué?
No sé. ¿Cómo vamo a saber si no tenimos derecho a saber ni por qué los
mataron?
No, no van a venir. Mañana voy a ir a primera hora y les voy a decir cómo
jue la cuestión. Les voy a contar too desde el principio, sin choriarme.
(Como repitiendo una lección) Cuando los sacaron el parte, juimos a preguntar por qué era, entonces ellos leyeron el papel y los dij… (Viendo que
Sabina no le presta atención)
(Vacía) Si no los respetan, si no los escuchan, no poímos vivir… Toa la vía
viví engañá; nunca ía a poer tener na que juera mío pa siempre… Cualquier
día venían y me lo quitaban too… ¿En qué mundo vivimos? ¿En qué mundo de mierda vivimos?… (Llora)
Quedan mudos, estáticos. Se escuchan pasos que se acercan, recios, amenazantes.
- 109 -
El cisne
Leonardo da Vinci
E
l cisne dobló flexible su cuello sobre el agua y se miró largo tiempo.
Entonces comprendió la razón de su cansancio y de aquel frío que atenazaba su
cuerpo, haciéndolo temblar como el invierno. Con toda certeza supo que su hora
había sonado y que debía prepararse para morir.
Sus plumas eran blancas aún, como el día en que naciera. Había recorrido las estaciones y los años sin manchar su hábito inmaculado; ahora podía irse, concluir
bellamente su vida.
Alzando el hermoso cuello, se dirigió lento y solemne hacia un sauce donde solía reposar los días cálidos. Era ya de anochecida. El crepúsculo teñía de púrpura y violeta
el agua del lago.
Y en medio del gran silencio que descendía ya sobre el lugar, el cisne comenzó a cantar.
Nunca antes había encontrado acentos tan llenos de amor por la naturaleza, por la
hermosura del cielo, del agua y de la tierra. Su canto dulcísimo se esparció por el
aire, velado apenas de nostalgia, hasta que poco a poco se apagó con la última luz del
horizonte.
–El cisne –dijeron conmovidos los peces, los pájaros, todos los animales del prado y
del bosque–; es el cisne que muere.
- 110 -
Vivir la vida
Séneca
N
os preocupamos más de vivir mucho que de vivir
bien, y eso que cada cual tiene en su mano vivir
bien, pero nadie es dueño de vivir mucho.
Consumimos la vida buscando los medios para vivir.
Observad a los individuos, observad a la especie. Todos
tienen la vista puesta en el mañana. ¿Qué hay de malo
en ello?, me diréis. Un mal inmenso. Uno no vive, se
propone vivir, y vivir se deja para más tarde.
- 111 -
Orígenes de la comedia
Al igual que la tragedia, la comedia procede de los primitivos cultos a Dionisos.
"Pero en tanto la tragedia nace de las
fases del culto, como el ‘ditirambo’, la
comedia deriva de las fases ligeras, como
las danzas y cantos llamados fálicos" (A.
Petrie). La comedia se originó de aquellos que conducían la procesión fálica.
Un grupo de gente que llevaba falos y entonaba cánticos constituía el kómos, vale
decir una parranda o partida de regocijo.
“Lo sexual desempeñaba en ello un papel
esencial, ya que el ritual culminaba con
unas bodas simbólicas encaminadas a
estimular, mágicamente, la fecundidad
de la tierra; y por esta razón en la comedia griega primitiva, lo mismo que
en la mayoría de las comedias y novelas
modernas, el matrimonio constituye la
natural conclusión de la trama" (Will
Durant). La comedia desenvolvía su acción con franca crudeza, hasta el punto
que los chistes preferidos
dos causarían
escándalo en más dee algún
escenario contemporáneo.
neo.
"La comedia vino a serr la
contrapartida natural
al
de la más seria de lass
artes, y se ejercitaba en
n
el campo del cinismo y
la burla" (C. M. Bowra).
Se trataba de unaa
composición alegre, en
n
nto,
verso, cuyo argumento,
antes que mitológico, como
ocurría con la tragedia, se tomaba de los
hechos del momento. Los personajes
más destacados de Atenas servían como
motivo de chistes, burlas y críticas en la
escena. "Licencia sin límites se permitía
a la comedia… Aristófanes se mofa
desenfrenadamente de filósofos como
Sócrates, de generales como Lámaco, de
políticos como Cleón y de poetas como
Eurípides. Sus burlas son atrevidas,
groseras y con frecuencia malintencionadas. Su Sócrates es un vil charlatán;
su Lámaco, un fanfarrón absurdo; su
Cleón, un granuja violento y rencoroso;
su Eurípides, un exhibicionista engreído
y quisquilloso" (C. M. Bowra). "En la culminación de su grandeza, los atenienses
se complacían en que se hicieran burlas
a expensas suyas y toleraban, de buen
humor, cualquier censura de sus costumbres y política" (A. Petrie).
-- 112 --
El coro de la ccomedia –compuesto
por 24 miembros– se disfrazab
frazaba para representar
cua
cuanto deseaba el
poeta: aves, ranas,
po
aancianos, mujeres,
iinsectos, figuras que
ggeneralmente daban
eel nombre a la obra.
L
La comedia propiam
mente tal floreció
ent
entre los años 470 y 250
a. C
C.,., aaproximadamente.
Revista Saber para todos. Santiago: Quimantú, 1973.
Cuatro corazones con freno y marcha atrás
- Fragmento -
Enrique Jardiel Poncela
•
Ricardo Cifuentes es un joven de treinta años que vive de la herencia
que le dejaron sus padres. Se ha dedicado a divertirse y a quedarse
sin un peso. Ahora espera heredar la de su tío y así poder casarse con
la señorita Valentina. Solo que tiene que esperar sesenta y cinco años
para poder disfrutar de la fortuna.
Empieza la acción
[…] (Entre tanto, Bremón se ha ocupado de cerrar cuidadosamente las puertas del
foro y de la derecha)
Hortensia ¿Qué hace usted, Ceferino? ¿Son necesarias tantas precauciones?
Ricardo
Ya lo creo que son necesarias.
Bremón
Es imprescindible cerrar las puertas y meter unas bolitas de papel en
las cerraduras.
Hortensia ¿Usted cree?
Bremón
¿Que si lo creo? Fíjese… (Abre bruscamente la puerta del foro y caen en
escena, formando un montón confuso, Luisa, Adela, Catalina, Juana,
María y José, que se hallaban detrás de la puerta escuchando)
Todos
¡Aaaaaay!…
José
¡Arrea! (Se levantan muy avergonzados, tropezando unos con otros, y se
van, cerrando la puerta, por el foro)
Bremón
Ya lo ha visto usted. Y el asunto es tan importante que una indiscreción
podría sernos fatal. Lo que aquí hablemos hoy no debe salir jamás de
entre nosotros, porque si lo divulgamos la Humanidad entera se nos
echaría encima.
Hortensia ¿La Humanidad entera?
Ricardo
La Humanidad entera y algunos habitantes de Marte. ¡Lo que ha inventado este genio!
Hortensia Yo he llegado a suponer si se tratará de la fabricación del oro.
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Ricardo
Valentina
Hortensia
Bremón
Las Dos
Ricardo
Bremón
Las Dos
Bremón
Hortensia
Valentina
Bremón
Ricardo
Hortensia
Valentina
Bremón
Ricardo
Bremón
Ricardo
Bremón
Ricardo
Bremón
Valentina
Ricardo
Bremón
¿Has oído? La fabricación del oro… ¡Ja, ja, ja! (Se ríen como locos)
(Aparte, a Hortensia) ¡Ay, me dan miedo!
Entereza, hija mía.
No lo adivinarán ustedes nunca… Van a saberlo por mí mismo.
¿A ver? ¿A ver?
Siéntense, siéntense; no sea que se caigan al suelo al saberlo… Su descubrimiento significa la solución de nuestros problemas.
Justamente, y esa solución es el tiempo…
¿El tiempo?
El tiempo. ¿Qué hace falta para que Ricardo entre en posesión de los
ocho millones de reales de su tío Roberto? ¿Que pasen sesenta años?
Pues se dejan pasar los sesenta años. Ricardo cobra, se casan ustedes y
tan contentos…
¡Pero, Ceferino!…
¡Pero, Bremón!…
¿Qué tiene que suceder para que la ley lo autorice a usted a casarse? ¿Que
pasen treinta años de la desaparición de su marido? Pues dejamos pasar
esos treinta y la ley autoriza, y en paz…
Eso es…, eso es… ¡Qué hombre más grande!…
(Aparte, a Valentina) Hija mía, yo creo que se han vuelto locos…
Tengo miedo… Deberíamos llamar a las criadas.
Ahora se creerán que estamos locos.
Sí. ¡Se lo creen, se lo creen!… ¡ Mírales las caras!… ¡Se lo creen!… ¡Ja, ja!…
¡Qué gracia! Nosotros locos… ¡Ja, ja!
¡Ja, ja!… ¡Qué risa!…
Bueno, es natural. Eso mismo decía la gente, al principio, de Franklin y
de Copérnico.
Y de Stephenson…
Y de Newton y de Galileo.
Vamos a llamar. (Se va hacia el foro con Hortensia)
(Conteniéndola) ¡Chis!… Quieta… No llames.
Un segundo, Hortensia… Si un hombre, a fuerza de trabajos, de tentativas y de insomnios hubiera descubierto un procedimiento por el cual
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Las Dos
Bremón
Hortensia
Ricardo
Valentina
Ricardo
Las Dos
Hortensia
Bremón
Ricardo
Bremón
Hortensia
Valentina
Bremón
Valentina
Bremón
Valentina
las personas que él quisiera no se muriesen jamás y fueran eternamente
jóvenes, ¿tendría alguna importancia para estas personas el paso del
tiempo?
¿Cómo?
Si usted (A Hortensia) supiera que no se iba a morir nunca y que siempre
iba a ser joven y apetecible, ¿tendría inconveniente en esperar treinta
años a ser libre para casarse?
Pero es que eso es una fantasía que…
(Dando un puñetazo en la mesa) ¡Eso es una verdad del tamaño de un
obelisco! Si él quiere, usted será joven e inmortal y Valentina lo mismo,
y yo también, y todos igual.
(Aterrada, yendo hacia el foro) ¡Doña Luisaaa!…
Ven aquí. No es una locura… ¿Se han olvidado de que Bremón es un
sabio? Diez años hace que persigue en su laboratorio la obtención de
una sustancia que diese a los humanos la inmortalidad… ¡Y la ha encontrado!…
¡Dios mío!
Explique usted, Ceferino. La emoción me ahoga.
Hace diez años, como ha dicho Ricardo, que se me ocurrió buscar una
sustancia que, al ser ingerida, impidiese la vejez y la muerte. Senté mi
trabajo en un razonamiento sencillo. Yo me decía: la causa de la muerte
por vejez es el empobrecimiento, el desgaste, la decadencia de los tejidos
humanos. Ahora bien: cualquier sal tiene condiciones para conservar
la materia muerta.
Véase el bacalao, la mojama…
Luego todo consistía en encontrar una sal que, convenientemente tratada, conservase los tejidos vivos.
Sí, sí…
Claro, claro…
La sal buscada la encontré en las algas marinas, que son sumamente
ricas en materias orgánicas.
Hay que ver, en las algas…
El preparado no es, por tanto, más que un extracto de "alga frigidaris",
transformada y hecha asimilable por procedimientos químicos.
Y tomando eso, ¿no se muere uno nunca?
- 115 -
Hortensia ¿Y se es siempre joven?
Bremón
Tomándolo, la resistencia de los tejidos es ilimitada. Y el que es joven,
se conserva joven, y el que es viejo, rejuvenece. Descubierta la sal en mil
ochocientos ochenta y cuatro, tengo ya en casa moscas de trece años
de edad, gusanos de seda de dieciocho y conejos de tanta experiencia
que cuando ven un cazador se suben a los árboles.
Valentina ¡Increíble!…
Ricardo
¡Viva Bremón! (Va al cordón de la campanilla y tira)
Hortensia El descubrimiento da vértigos.
Ricardo
Vamos a ser felices… Y por una eternidad… Es la primera vez que un
enamorado puede preguntar con razón: "¿Me querrá siempre?"
Valentina Y la primera vez que una enamorada puede contestar, segura de cumplirlo: "Siempre".
Hortensia Por lo que afecta a nosotros, Ceferino, nos diremos eso muy pronto…
Bremón
Muy pronto, Hortensia… De aquí a treinta años.
Luisa
(Apareciendo en el foro, teniendo detrás en actitud expectante a María,
Adela, Catalina, Juana y José.) ¿Llaman los señores?
Bremón
Sí, traiga usted un jarro de agua y unos vasos.
Ricardo
Y los pasteles y la champaña. Y cierre…
Luisa
Sí, señor… Sí, señor… (Se va, cerrando la puerta)
Ricardo
Hay que brindar antes de tomarnos las sales.
Bremón
Aquí están. (Saca un frasquito del bolsillo)
Valentina ¿Ese tan chiquitín es el frasco de las sales?
Ricardo
¡Qué frasquito más salado!…
Hortensia ¡Que en un lugar tan pequeño quepa una cosa tan grande!… (Suenan
unos golpes en el foro)
Ricardo
Adelante… (En la puerta aparece Emiliano, con la cara más triste que
nunca, sin cartera y sin gorra)
Bremón
Pero, hombre, ¿otra vez aquí?
Valentina Viene a que le firmes un certificado.
Emiliano No. Ya, no, señorita Valentina.
Ricardo
¿Te conoce?
- 116 -
Emiliano
Soy ya como de la casa, don Ricardo… Me he pasado aquí todo el día,
preocupado por los asuntos de usted, y, en vista de ello, me han formado
expediente para echarme del Cuerpo.
Ricardo
¡Caramba!… Pues no sabe cuánto lo siento…
Emilia
No. Más lo siento yo, que me encuentro a los cuarenta años sin poder
dar de comer a mis hijos.
Hortensia ¡Desventurado!…
Bremón
¿Cuántos hijos tiene usted?
Emiliano Ninguno. Por eso digo que me encuentro sin poder dar de comer a mis
hijos.
Bremón
¡Hombre, eso me ha hecho gracia! Pues no se preocupe: yo le tomo a mi
servicio de ordenanza. Por ahora, no tendrá usted nada que hacer.
Emiliano Entonces ya verá usted qué bien cumplo…
Ricardo
Y de momento, dígale al ama de llaves que se apure.
Emiliano Sí, señor. (Se va, cerrando la puerta)
Valentina ¡Dios mío, no morirse nunca!…
Hortensia ¡Y ser siempre jóvenes!…
Ricardo
Y asistir a los cambios que sufrirá el mundo…
Bremón
Sí, pero más bajo; que no nos oiga nadie. Si se llegara a divulgar mi
secreto, todo el mundo querría tomar las sales, y se nos perseguiría, se
nos asediaría; incluso pondrían sitio en esta casa… para ser todos desdichados, pues una Humanidad inmortal acabaría haciendo la Tierra
inhabitable. Solo seremos inmortales nosotros cuatro.
Emiliano (Abriendo la puerta del foro) Y un seguro servidor.
Todos
(Volviéndose) ¿Eh?…
Bremón
¿Cómo dice, cartero?
Emiliano Ex, ex cartero. Digo, patrón, que cuando Emiliano Menéndez se propone
enterarse de una cosa, se entera. Y que si no me dan a mí también una
racioncita de la sal que me ha descubierto usted, monstruo de la ciencia,
pues lo cuento.
Todos
(Aterrados) ¡Que lo cuenta!…
Emiliano Aprendo el francés para contarlo en dos idiomas… Porque ustedes comprenderán que esto de poder tomar una cosa para no morirse nunca no
ocurre todos los jueves, y sería yo el cretino mayor del reino si perdiera
- 117 -
esta ocasión, que es lo que se dice una ganga… Así es que vayan preparando mi sal… ¡Venga sal!
Bremón
¿Sal? (Suenan unos golpecitos en la puerta del foro)
Emiliano ¡Sal! ¡Sal! ¡Sal!… Digo…, entra… Es doña Luisa. (Entran Luisa y María con
la champaña y los pasteles, el agua y los vasos)
Ricardo
Déjenlo todo aquí… Y márchense inmediatamente sin quedarse a escuchar detrás de la puerta.
Luisa
Sí, señor.
María
(Aparte, a Luisa) Nada, que no nos enteramos.
Luisa
(Aparte, a María) No, hija; no nos enteramos. (Se van por el foro)
Emiliano ¡Pobrecillas!… ¡Pensar que las dos acabarán muriéndose!… ¡Qué idiota
es la gente!… Conque, ¿me va usted a dar la sal, doctor, o…? (Emiliano
cierra la puerta, cerciorándose de que nadie escucha)
Bremón
Consiento en dársela, a cambio de su silencio.
Emiliano Muy bien.
Bremón
Pero tiene que jurar guardar nuestro secreto…
Emiliano ¡Hombre! No le digo que lo guardaré hasta la tumba, porque nosotros
no vamos a ver la tumba más que en fotografía; pero seré sordomudo
eternamente, señor Bremón. (Entre Ricardo y Bremón han preparado
las sales)
Ricardo
Esto ya está. Podemos brindar cuando quieran.
Bremón
El brindis corre a su cargo, Hortensia.
Hortensia ¿Brindo en verso o en prosa?
Emiliano ¿No se puede brindar más que en verso o en prosa?
Bremón
En verso, en verso, que es lo suyo, Hortensia.
Hortensia A ver qué tal me sale. (Levantan sus copas los cinco) Por la burla cruel
que a la muerte le hacemos; por la inmortalidad, que ya no tiene duda…
Por el vivir eterno y dichoso… ¡Brindemos con "champagne" de la Viuda!
Valentina ¡Bravo!…
Ricardo
Inspiradísimo…
Bremón
¡Qué alusión tan delicada a la señora del pobre Cliquot, muerto el mes
pasado! (Beben todos) Y ahora, la sal; tomen ustedes. (Les da sendos vasos
de agua y echa en cada uno de ellos un poquito de sal)
Emiliano Écheme a mí un poco más, doctor, que esto está desabrido.
- 118 -
Bremón
Y ahora con decisión. De un golpe ¡Venga!
Hortensia ¡Qué momento!… (Beben, se miran en silencio y reaccionan, dándose las
manos mutuamente y abrazándose)
Unos a Otros ¡Inmortales!… ¡Inmortales!… ¡Inmortales !
Emiliano (Dando un grito) ¡Ah!… Corujedo… (Se escapa por el foro)
Todos
¿Eh? ¿Qué le pasa?
Valentina ¿Adónde va?
Ricardo
Algo gordo se le debe de haber ocurrido. (Por el foro vuelve Emiliano,
trayendo casi a pulso a Corujedo)
Emiliano Venga acá, que ha llegado su hora… El señor es agente de seguros de
vida; un negocio nuevo. Y ahora mismo nos va a asegurar las vidas a
los cinco. Pero con unos seguros fuertes, muy fuertes…
Corujedo ¿Cien mil reales?…
Emiliano Más. Tres billones de reales… ¡Cuatro millones de reales a cada uno!…
A beneficio del propio asegurado.
Corujedo ¿Por cuántos años?
Emiliano A cobrar dentro de setenta y cinco años.
Bremón
Espléndido. Una idea genial. Eso es, a cobrar dentro de setenta y cinco
años. En esas condiciones, las primas de pago serán muy pequeñas,
¿verdad?
Corujedo Sí, claro; pequeñísimas… Pero usted, ¿cuántos años tiene?
Bremón
Cincuenta y cinco.
Corujedo Pues le advierto que si no cumple usted los ciento treinta años no puede
cobrar los cuatro millones del seguro…
Ricardo
¡Toma! ¡Claro! Y esta señora los cobrará a los ciento quince, y esta señorita, a los ciento cinco, y yo, a los ciento diez.
Emiliano Y yo, a los ciento diecinueve…
Corujedo (Turulato) ¿Y ustedes creen que van a vivir hasta entonces?
Todos
Seguramente… Pues claro… ¡Ya lo creo que sí!
Emiliano ¡Usted sabe la salud que tenemos!
Bremón
¡Tenemos una salud estupenda!
Corujedo Bueno, son idiotas los cinco… (Se sienta. Todos lo rodean para firmar
las pólizas.) ¿Los apellidos de usted, doña Hortensia?…
TELÓN
- 119 -
La belleza en sí o el valor de la vida
Platón
“Ese es el momento de la vida en que, más que en ningún otro, adquiere
valor el vivir del hombre: cuando este contempla la belleza en sí. ¿Crees
acaso que es vil la vida de un hombre que ponga su mirada en ese
objeto, lo contemple con el órgano que debe y esté en unión con él? ¿Es
que no te das cuenta de que es únicamente en ese momento, cuando ve
la belleza con el órgano con que esta es visible, cuando le será posible
engendrar no apariencias de virtud, ya que no está en contacto con una
apariencia, sino virtudes verdaderas, puesto que está en contacto con la
verdad; y de que al que ha procreado y alimenta una virtud verdadera
le es posible hacerse amigo de los dioses y también inmortal?”
El que hasta aquí ha sido educado en las
cuestiones amorosas y ha contemplado
en este orden y en debida forma las cosas
bellas, acercándose ya al grado supremo
de iniciación en el amor, adquirirá de repente la visión de algo que por naturaleza
es admirablemente bello, aquello precisamente, Sócrates, por cuya causa tuvieron lugar todas las fatigas anteriores, que
en primer lugar existe siempre, no nace
ni muere, no crece ni decrece; que en segundo lugar no es bello por un lado y feo
por el otro; ni tampoco unas veces bello y
otras no; ni bello en un respecto y feo en
el otro; ni aquí bello y allí feo, de tal modo
que sea para unos bello y para otros feo.
Tampoco se mostrará a él la belleza, pongo por caso, como un rostro, unas manos,
ni ninguna otra cosa de las que participa
el cuerpo; ni como un razonamiento, ni
como un conocimiento, ni como algo que
existe, en otro ser; por ejemplo, en un viviente, en la tierra, en el cielo o en otro
cualquiera, sino la propia belleza en sí
que siempre es consigo misma específicamente única, en tanto que todas las cosas bellas participan de ella en modo tal,
que aunque nazcan y mueran las demás,
no aumenta ella en nada, ni disminuye,
ni padece nada en absoluto.
Así, pues, cuando a partir de las realidades visibles se eleva uno a merced del
recto amor de los mancebos y se comienza a contemplar esa belleza de antes, se
está, puede decirse, a punto de alcanzar
la meta. He aquí, pues, el recto método de
abordar las cuestiones eróticas o de ser
conducido por otro: empezar por las cosas bellas de este mundo teniendo como
fin esa belleza en cuestión y, valiéndose
- 120 -
de ellas como de escalas, ir ascendiendo
constantemente, yendo de un solo cuerpo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos, y de los cuerpos bellos a las bellas
normas de conducta, y de las normas de
conducta a las bellas ciencias, hasta terminar, partiendo de estas, en esa ciencia
de antes, que no es ciencia de otra cosa
sino de la belleza absoluta, y llegar a conocer por último lo que es la belleza en sí.
Ese es el momento de la vida, ¡oh, querido Sócrates! –dijo la extranjera de Maninea–, en que más que en ningún otro, adquiere valor el vivir del hombre: cuando
este contempla la belleza en sí. Si alguna
vez la vislumbra, no te parecerá que es
comparable ni con el oro, ni con los vestidos, ni con los niños y jóvenes bellos,
a cuya vista ahora te turbas y estás dispuesto –y no solo tú, sino también otros
muchos–, con tal de ver a los amados y
estar constantemente con ellos, si ello
fuere posible, sino tan solo a contemplarlos y estar en su compañía.
¿Qué es, pues, lo que creemos que ocurriría –agregó– si le fuera dado a alguno el
ver la belleza en sí, en su pureza, limpia,
sin mezcla, sin estar contaminada por las
carnes humanas, los colores y las demás
vanidades mortales y si pudiera contemplar esa belleza divina en sí, que es única
específicamente?
¿Crees acaso que es vil la vida de un hombre que ponga su mirada en ese objeto, la
contemple con el órgano que debe y esté
en unión con él? ¿Es que no te das cuenta
de que es únicamente en ese momento
cuando ve la belleza con el órgano con
que esta es visible, cuando le será posible engendrar, no apariencias de virtud,
ya que no está en contacto con una apariencia, sino virtudes verdaderas, puesto
que está en contacto con la verdad; y de
que al que ha procreado y alimenta una
virtud verdadera le es posible hacerse
amigo de los dioses y también inmortal,
si es que esto le fue posible a algún otro
hombre?
Comentario del texto de Platón
El texto propone la existencia de una Belleza última y completa después de un
proceso de interrelación de las partes
diferenciadas del mundo, de las particularidades diversas, hasta lo más general
y unitivo. El que hace pocas diferencias
entre las cosas del mundo pronto percibe
la unidad que las anima; así vemos que el
proceso hacia la Belleza está ligado a una
mayor capacidad de percibir lo interior
vivo de las cosas, de llegar a ver el núcleo
y no las cortezas.
De esta manera el hombre va purificando
los sentidos, llegando, al fin, a que estos
reflejen, como un espejo claro, la realidad profunda y sustancial de los seres,
la Belleza divina escondida en el interior.
Cuando esto es posible se puede percibir
la verdad y no las apariencias; nuestro
conocimiento no proviene de los sentidos externos, sino de los internos. A esto
parece referirse Platón cuando afirma
que a la Belleza última se la debe contemplar con el órgano con que esta es visible.
Sobre este órgano perceptivo interior, de
la misma naturaleza que la Belleza única y
- 121 -
Las tres gracias. De Rafael
la Verdad, escribe Karl von Eckhartshausen:
“La verdad absoluta no existe para el
hombre de los sentidos, solo existe para
el hombre interior y espiritual, que posee
un sensorium propio; o, para decirlo más
claramente, que posee un sentido interior para percibir la verdad absoluta del
mundo trascendental; un sentido espiritual que percibe los objetos espirituales
tan naturalmente en objetividad, como el
sentido exterior percibe los objetos exteriores”.
“Este sentido de hombre espiritual, este
sensorium de un mundo metafísico, no
es aún conocido por aquellos que están
fuera y es un misterio del reino de Dios”.
“La actual incredulidad para todas las
cosas en donde nuestra razón de los sentidos no encuentra objetividad sensible,
es la causa que hace ignorar las verdades
más importantes para los hombres”.
“Pero, ¿cómo podría ser de otro modo?
Para ver, hay que tener ojos; para oír,
oídos. Todo objeto sensible requiere
su sentido. Así, el objeto trascendental
requiere también su sensorium, y este
mismo sensorium está cerrado para la
mayoría de los hombres. De este modo, el
hombre de los sentidos juzga del mundo
metafísico como el ciego juzga de los colores, y como el sordo juzga del sonido”.
La Belleza última, que es propuesta por
Platón, es aquella que reúne y atrae hacia ella todos los deseos. Nos sentimos,
en este mundo, atraídos por las cosas
bellas, son el fin de nuestro deseo; esto
no es sino un tímido reflejo de la Belleza
divina; todo el amor se dirige hacia ella
esperando la íntima unión con ella.
Las obras de arte que nacen del amor de
un corazón abierto; las obras de arte sagradas y vivas, atraen, como un potente
imán, el amor de Dios hacia los hombres;
entonces se puede decir que la Belleza es
única, pues ha permitido la unión del cielo con la tierra. Pero sin la obra de arte se
corre el peligro de que el deseo inflamado se desvanezca por las etéreas regiones
del espacio: el amor de los místicos.
La única Belleza se da en la Obra de Arte
Sagrada, pues ella es como un nudo de
amor que permite la unión de lo finito y
lo infinito, del Dios creado y el Dios increado, entonces la totalidad del universo existe y se conoce en una sola cosa.
Como escribe este autor: “Los que se han
acercado ya al grado supremo de iniciación en el amor, adquirirán de repente
la visión de algo que, por naturaleza, es
admirablemente bello”. - 122 -
Se recuerda el tesoro,
pero no al atesorador
(Aforismos)
Leonardo da Vinci
La virtud
Con poca esperanza pueden los míseros
estudiosos aguardar el premio de su virtud. En tal caso me encuentro yo, seguro
de incurrir en no pocas enemistades, ya
que ninguno creerá lo que yo pueda decir de él. Muy contados son los hombres
a quienes desagradan sus propios vicios;
antes bien, solo repugna generalmente el
vicio a los que por naturaleza son contrarios a él. Muchos odian a sus padres o pierden la amistad de quienes les reprenden, y
no quieren saber de ejemplos de virtudes
contrarias ni oír ningún humano consejo.
Si encuentras a un hombre virtuoso y
bueno, no lo apartes de ti; hónralo para
que no tenga que huir de ti y refugiarse en
desiertos o cavernas u otros lugares solitarios, lejos de tus insidias; míralos como a
dioses terrestres, merecedores de estatuas
y simulacros.
Atesorar lo importante
Adquiere en tu juventud con qué compensar el perjuicio de la vejez. Si comprendes
que la vejez tiene por sustento la sabiduría, te esforzarás durante tus jóvenes años
para que, en los últimos, no carezcas de
alimento.
El renombre del rico termina con su vida;
se recuerda el tesoro, pero no al atesorador. Muy otra es la gloria de la virtud de
los mortales que la de sus tesoros.
Cuántos emperadores y príncipes han
pasado sin dejar recuerdo. Solo se propusieron conquistar Estados y riquezas para
que les sobreviviera su memoria. Cuántos,
al contrario, vivieron pobres de dinero
para poder adquirir virtudes, y su deseo se
ha cumplido en cuanto la virtud sobrepasa a la riqueza.
¿No ves tú que el tesoro no honra a su acumulador, después de su vida, como hace
la ciencia, que atestigua y proclama a su
creador, porque es hija de quien la genera
y no hijastra como la riqueza?
- 123 -
El artista: un libre creador
Retrato de O. Wilde
Oscar Wilde
El artista es el dios de las cosas bellas.
Mostrar el arte ocultando al artista: tal es el fin del arte.
El crítico es aquel que puede traducir en un nuevo modo o una materia
distinta su impresión de las cosas bellas.
La más alta como la más baja forma de crítica es siempre una especie de
autobiografía.
Los que encuentran un sentido feo en cosas bellas son corrompidos sin
ser seducidos. Esto es un defecto.
Los que encuentran un sentido bello en las cosas bellas son los
entendimientos cultos. Para estos todavía hay esperanza.
- 124 -
Son los escogidos aquellos para quienes las cosas bellas solo significan
Belleza.
No hay libros morales ni inmorales. Los libros están bien o mal escritos
simplemente.
La aversión del siglo XIX por el Realismo es la rabia de Calibán al ver su
propia cara en un espejo. La aversión del siglo XIX por el Romanticismo
es la rabia de Calibán al no ver su propia cara en un espejo.
La vida moral del hombre forma parte de los materiales del artista, pero
la moral del arte consiste en el uso perfecto de un medio imperfecto.
Ningún artista desea demostrar nada. Hasta las verdades pueden ser
demostradas.
Ningún artista tiene simpatías éticas. Una simpatía ética en un artista es
un imperdonable amaneramiento del estilo.
Ningún artista es jamás morboso.
El artista puede expresarlo todo.
Pensamiento y palabra son para el artista instrumentos de un arte. Vicio
y virtud son para el artista materiales de un arte.
Desde el punto de vista de la forma, el arquetipo de todas las artes es
el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el oficio del
actor es el arquetipo.
Todo arte es a la vez superficie y símbolo.
Los que buscan bajo la superficie, lo hacen a su propio riesgo. Los que
intentan descifrar el símbolo, lo hacen también a su propio riesgo. Es el
espectador, y no la vida, lo que realmente el arte refleja. Diversidad de
opinión sobre una obra de arte prueba que la obra es nueva, compleja y
vital.
Cuando los críticos están en desacuerdo, el artista está de acuerdo
consigo mismo.
Podemos perdonar a un hombre que haga una cosa útil con tal de
que no la admire. La sola excusa de hacer una cosa inútil es admirarla
inmensamente.
Todo arte es completamente inútil.
Prólogo a El Retrato de Dorian Gray.
Obras Completas. Madrid: Aguilar, 1951.
- 125 -
El concepto de fealdad
Marcelo Raffin, Cecilia Caputo, Adrián Melo y Andrea Beatriz Pac.
Durante la Antigüedad, la Edad Media y
el Renacimiento, la belleza constituía un
valor absoluto en el arte. La fealdad solo
se representaba asociada a la maldad o a
la ausencia de dioses o del Dios cristiano.
En la literatura medieval, por ejemplo, los
héroes valientes y nobles son descritos, y
dibujados con rostros muy hermosos y
cuerpos bien formados, mientras que los
villanos son feos y deformes. También
en los cuentos tradicionales –Cenicienta,
Piel de Asno o Barba Azul– la belleza
se asocia a la bondad y la fealdad es
sinónimo de maldad. Lo mismo ocurre
en ciertas novelas como La cabaña del
tío Tom o en las novelas románticas. Las
heroínas de estas últimas –por ejemplo,
Graziella, de Lamartine, Marguerite Gautier, de Alejandro Dumas; Amalia, de José
Mármol– son todas extraordinariamente
bellas y esa belleza es sinónimo de bondad y virtud.
Sin embargo, fealdad no es antónimo de
estética. También se suelen contemplar
las cosas feas o las imágenes de tristeza
o dolor con fines estéticos. El escritor
español Benito Pérez Galdós (1843-1920)
creó el personaje de una mujer muy
buena y muy fea llamada Marianela. Ella
tiene “un cuerpecillo chico y un corazón
muy grande”. La Nela es lazarillo de un
hermoso joven ciego llamado Pablo,
que está enamorado de ella y la imagina
muy linda. Sin embargo, cuando Pablo
recupera la vista, se enamora de su bella
prima Florencia y Marianela muere de
tristeza. Marianela es la primera heroína
romántica que no es estéticamente bella.
En el siglo XIX, los románticos y posteriormente los "poetas malditos", como
Arthur Rimbaud (1854-1891) y Charles
Baudelaire (1821-1867), entre otros,
reivindicaron la fealdad en el arte para
representar la pobreza, la tristeza y la
crueldad del mundo. Baudelaire, en
sus célebres spleens, que eran crónicas
periodísticas donde el poeta describía
los cambios edilicios en la ciudad de
París y cómo influían sobre la vida de
sus habitantes, como malheur du siècle
(malestar del siglo). En su spleen número
26, titulado “Los ojos de los pobres”,
Baudelaire relata una situación que se
vuelve cotidiana en la modernidad: en
un café moderno y lujoso, una pareja de
enamorados degusta manjares y charla
alegremente. De repente, una familia de
pobres –un padre con un hijo en brazos
y otro de la mano, todos vestidos con harapos– comienzan a mirarlos fascinados
tras los cristales. El joven se compadece
de los pobres y se siente culpable de disfrutar de los placeres terrenales frente a
ellos, que no pueden alcanzarlos; en
cambio, su amada le dice: “¡No soporto
a la gente con los ojos abiertos como
- 126 -
Brujas volando en escoba. Grabado de Goya
platos! ¿No puedes decirle al encargado
del café que los eche de ahí?”.
El autor hace hincapié en la descripción
de las luces del bar y en las de los escombros desde donde surgen los pobres.
Los pobres no pueden disfrutar de las
luces y la belleza de la ciudad. La belleza
parece hecha para los burgueses, pero
ha sido construida merced al trabajo
y la explotación de los pobres. De esta
manera, el poeta, como muchos otros
artistas, reniega de los valores de belleza
anteriormente establecidos y utiliza la
fealdad para retratar al mundo y criticar
a la sociedad de su época.
En 1927, el cineasta alemán Fritz Lang
muestra en su película Metrópolis una
sociedad futurista en la que los trabajadores realizan su labor bajo tierra mientras sus jefes viven en bellos y lujosos
rascacielos. En sus pinturas, Francisco
Goya (1746-1828) muestra espantosas
imágenes de guerra y horror, modernas y
antiguas, para denunciar la atrocidad de
cualquier contienda bélica y la violencia
de las sociedades modernas.
Después de la matanza de millones de
seres humanos y de la destrucción de
muchas ciudades durante los cuatro
años de la Primera Guerra Mundial
(1914-1918), surgieron, liderados por un
grupo de intelectuales europeos, dos
movimientos: el dadaísmo primero y el
surrealismo después. Ambos renegaron
del arte y de la estética tradicionales.
Para estos artistas, después de la atroz
experiencia de la guerra, ya no se podía
seguir hablando de la belleza de las rosas.
En el siglo XX, la llamada Escuela de
Frankfurt, y particularmente el filósofo
alemán Theodor Adorno, se interesó por
lo feo en el arte. Sus miembros consideraron que solo mostrando lo proscrito, la
miseria, los sufrimientos y los horrores
del mundo, el arte puede denunciar y
solo así vale la pena seguir escribiendo
poemas después de Auschwitz.
Según Adorno, cuanto más represivos
eran los nazismos, los fascismos y las
dictaduras, “cuantas más torturas se administraban en los sótanos, más cuidado
se tenía de que el tejado estuviera apoyado en columnas clásicas”. Para Adorno,
el arte, al ser denuncia, puede ser también promesa de felicidad, instancia de
liberación de los seres humanos.
El pintor irlandés Francis Bacon (19091992) solía deformar los rostros de personas famosas o de sus amigos para mostrar
cómo la violencia del siglo XX, particularmente las dos guerras mundiales y el
suceso histórico de la bomba atómica de
Hiroshima, afectaba a las personas.
Antonio Berni (1905-1981) denuncia con
su estética de lo feo las injusticias de la
sociedad. Retrata en sus collages figuras
angustiadas y pesadillescas, monstruos
que están en las antípodas del considerado “buen gusto”, compuestos con materiales de desecho y chatarra metálica. A
principios de los años 60, Berni crea dos
personajes: Juanito Laguna y Ramona
Montiel, que son el símbolo de la niñez
explotada, particularmente en las grandes ciudades de América Latina.
- 128 -
Publicación de la Dirección General de Cultura y
Educación de la Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Lo feo armoniza la creación entera
Victor Hugo
El cristianismo dirigió la poesía hacia
la verdad. Como él, la musa moderna lo
verá todo desde un punto de vista más
elevado y más vasto; comprenderá que
todo en la creación no es humanamente
bello, que lo feo existe a su lado, que lo
deforme está cerca de lo gracioso, que
lo grotesco es el reverso de lo sublime,
que el mal se confunde con el bien y la
sombra con la luz. La musa moderna
preguntará si la razón limitada y relativa
del artista debe sobreponerse a la razón
infinita y absoluta del creador; si el hombre debe rectificar a Dios; si la naturaleza
mutilada será por eso más bella; si el arte
tiene el derecho de quitar el forro, si esta
expresión se nos permite, al hombre, a la
vida y a la creación; si el ser andará mejor
quitándole algún músculo o el resorte;
en una palabra, si ser incompletos es la
manera de ser armoniosos. Entonces fue
cuando, fijándose en los acontecimientos, a la vez risibles y formidables, y por
la influencia del espíritu de melancolía
cristiana y de crítica filosófica que acabamos de notar, la poesía dio un gran paso,
un paso decisivo, un paso que, semejante
a la sacudida que produce un terremoto,
cambiará la faz del mundo intelectual.
Obrará como la naturaleza, mezclará en
sus creaciones, pero sin confundirlas, la
sombra y la luz, lo grotesco y lo sublime,
el cuerpo y el alma, la bestia y el espíritu;
porque el punto de partida de la religión
debe ser el punto de partida de la poesía.
He aquí, pues, un principio extraño a la
antigüedad, un tipo nuevo introducido
en la poesía, y con la condición de estar
en el ser modificado, el ser todo entero;
he aquí una forma nueva desarrollada
en el arte. Este tipo es lo grotesco; esta
forma es la comedia […]
Nuestros contrarios, al oír esto, contestan que hace ya tiempo que nos veían
venir y que van a anonadarnos con nuestros propios argumentos, diciéndonos
lo siguiente: –¿Queréis que lo feo sea
un tipo digno de imitarse y lo grotesco
un elemento de arte? Tenéis mal gusto
literario. El arte debe rectificar a la naturaleza, debe ennoblecerla, debe saber
elegir. Los antiguos no se han ocupado
jamás de lo feo ni de lo grotesco, no han
- 129 -
confundido jamás la comedia con la tragedia. Estudiad a Aristóteles, a Boileau y
a La Harpe. –¡Eso es verdad!
[…] [T]ratemos de probar que de la fecunda unión del tipo grotesco con el sublime
nace el genio moderno, tan complejo, tan
variado en sus formas, tan inagotable en
sus creaciones, enteramente opuesto en
esto a la uniforme sencillez del genio
antiguo […]
En el pensamiento de los modernos […] lo
grotesco desempeña un papel importantísimo. Se mezcla en todo; por una parte
crea lo deforme y lo horrible, y por otra
lo cómico y lo jocoso. Atrae alrededor de
la religión mil supersticiones originales y
alrededor de la poesía mil imaginaciones
pintorescas. Siembra a manos llenas en
el aire, en el agua, en la tierra y en el fuego esas miríadas de seres intermediarios
que encontramos vivos en las tradiciones
Cabeza de vieja. De Pedro Brueghel el viejo
- 130 -
populares de la Edad Media; hace girar
en la oscuridad el círculo espantoso del
Sábado; pone cuernos a Satanás, pies de
macho cabrío y alas de murciélago; es él
el que ya arroja en el infierno cristiano
las espantosas figuras que evocarán más
tarde el genio áspero de Dante y de Milton, o ya le puebla de formas ridículas,
en medio de las que servirá de diversión
Callot, el Miguel Ángel burlesco. Lo grotesco, si del mundo ideal se pasa al real,
desarrolla en él inagotables parodias de
la humanidad […]
Diremos ahora solamente que, como objetivo cerca de lo sublime, como medio de
contraste, lo grotesco es el más rico manantial que la naturaleza ha abierto al arte […]
La belleza universal, que la antigüedad
difundía por todas partes solemnemente, era algo monótona; cuando una
misma impresión se repite sin cesar, a la
larga fatiga. Lo sublime sobre lo sublime
con dificultad produce un contraste, y
necesitamos descansar hasta de lo bello.
Parece, por el contrario, que lo grotesco
sea un momento de pausa, un término de
comparación, un punto de partida desde
el que nos elevamos hacia lo bello con
percepción más fresca y más deseada. La
salamandra hace resaltar la ondina, y el
gnomo embellece al silfo. Podemos decir
con exactitud que el contacto de lo deforme ha dotado a lo sublime moderno de
algo más puro, de algo más grande que lo
bello antiguo, y debe ser así.
[…] [E]n la poesía nueva, mientras que lo
sublime representa el alma tal como ella
es, purificada por la moral cristiana, lo
grotesco representa el papel de la humana estupidez. El primer tipo, desprendido de toda liga impura, estará dotado de
todos los encantos, de todas las gracias
y de todas las bellezas, y llegará un día
en que cree a Julieta, a Desdémona y a
Ofelia. El segundo tipo representará todo
lo ridículo, todo lo defectuoso y todo lo
feo. En esta división de la humanidad y
de la creación, a él le corresponderán las
pasiones, los vicios y los crímenes; será
injurioso, rastrero, glotón, avaro, pérfido,
chismoso e hipócrita; será más tarde
Yago, Tartufo, Basilio, Polonio, Harpagón,
Bartolo, Falstaff, Scarpin y Fígaro. Lo bello no tiene más que un tipo, lo feo tiene
mil. Es porque lo bello, humanamente
hablando, solo es la forma considerada
en su expresión más simple, en su simetría más absoluta, en su armonía más
íntima con nuestra organización; por eso
nos ofrece siempre un conjunto completo, pero restringido. Lo que llamamos lo
feo, por el contrario, es un detalle de un
gran conjunto que no podemos abarcar y
que se armoniza, no con el hombre, sino
con la creación entera […]
- 131 -
El rey de la máscara de oro
Marcel Schwob
A Anatole France
E
l rey enmascarado de oro se alzó del negro trono en el que estaba sentado desde
hacía horas y preguntó la causa del tumulto. Los guardias de las puertas habían
cruzado las picas y se oía entrechocar el hierro. Alrededor del brasero de bronce también se alzaron los cincuenta sacerdotes situados a la derecha y los cincuenta bufones
situados a la izquierda, y las mujeres agitaban las manos en semicírculo ante el rey. La
llama rosa y púrpura que relumbraba en la alambrera de bronce del brasero hacía brillar
las máscaras de los rostros. Imitando al descarnado rey, mujeres, bufones y sacerdotes
llevaban inmutables caras de plata, cobre, madera y tela. Las máscaras de los bufones
se abrían de risa, mientras que las máscaras de los sacerdotes se oscurecían de preocupación. Cincuenta rostros sonrientes florecían a la izquierda y cincuenta rostros tristes
fruncían el ceño a la derecha. No obstante, los claros tejidos que cubrían la cara de las
mujeres imitaban rostros eternamente graciosos y animados por una sonrisa artificial.
Pero la máscara de oro del rey era majestuosa, noble y verdaderamente real.
Ahora bien, el rey se mantenía silencioso y a causa de ese silencio se parecía a la raza de
reyes de la cual era el último. En otro tiempo la ciudad estuvo gobernada por príncipes
que llevaban la faz descubierta, pero largo tiempo atrás había surgido una amplia horda
de reyes enmascarados. Ningún hombre había visto la cara de los reyes e incluso los
sacerdotes ignoraban la razón. Pero en tiempos remotos se dio la orden de cubrir los
rostros de todos los que acudían a la residencia real y aquella familia de reyes solo conocía las máscaras de los hombres.
Mientras se estremecían los hierros de los guardias de la puerta y retumbaban sus sonoras armas, el rey preguntó con voz grave:
–¿Quién osa turbarme a la hora en la que me siento entre mis sacerdotes, mis bufones
y mis mujeres?
Los guardias respondieron temblorosos:
–Muy absoluto rey, máscara de oro, es un hombre miserable vestido de larga túnica;
parece uno de esos piadosos mendigos que vagan por la comarca y lleva la cara descubierta.
–Dejen entrar a ese mendigo –dijo el rey.
- 132 -
Entonces el sacerdote que llevaba la máscara más grave se volvió hacia el trono y se
inclinó:
–¡Oh, rey! –dijo–. Los oráculos han predicho que no es bueno para tu raza ver los rostros
de los hombres.
El bufón cuya máscara estaba hendida por la risa más amplia volvió la espalda al trono
y se inclinó:
–¡Oh, mendigo –dijo–, a quien no he visto aún! No hay duda de que eres más rey que el
rey de la máscara de oro, puesto que a él le está prohibido mirarte.
La mujer cuya falsa cara tenía el vello más sedoso unió sus manos, las separó y las curvó como para asir los vasos de los sacrificios. El rey, dirigiendo los ojos a ella, temió la
revelación de una faz desconocida.
Después, un mal deseo subió hasta su corazón.
–Dejen entrar a ese mendigo –dijo el rey de la máscara de oro.
A través del agitado bosque de picas entre las que brotaban espadas como hojas de
resplandeciente acero salpicadas de oro verde y de oro rojo, un anciano de blanca barba
erizada avanzó hasta el pie del trono y alzó hacia el rey una cara desnuda en la que vacilaban unos ojos inciertos.
–Habla –dijo el rey.
El mendigo replicó con voz fuerte:
–Si el que me dirige la palabra es el hombre enmascarado de oro, desde luego responderé; y creo que es él. ¿Quién se atrevería a levantar la voz en su presencia? Pero no puedo
asegurarme por medio de la vista porque soy ciego. No obstante sé que en esta sala hay
mujeres, por el suave roce de sus manos en los hombros; hay bufones, porque oigo risas, y hay sacerdotes, porque cuchichean gravemente. Ahora bien, los hombres de este
país me han dicho que están enmascarados; y tú, rey de la máscara de oro, último de tu
estirpe, no has contemplado nunca rostros de carne. Escucha: eres rey y no conoces al
pueblo. Los de mi izquierda son los bufones, pues los oigo reír; los de mi derecha son los
sacerdotes, pues los oigo llorar; y noto que los músculos de las caras de estas mujeres
hacen muecas.
El rey se volvió hacia aquellos que el mendigo llamaba bufones y su mirada encontró
las máscaras sombrías de preocupación de los sacerdotes; se volvió hacia los que el
mendigo llamaba sacerdotes y su mirada encontró las máscaras florecidas de risa de
los bufones; bajó los ojos hacia la media luna de sus mujeres sentadas y sus rostros le
parecieron bellos.
–Mientes, extranjero –dijo el rey–. Tú eres el sonriente, el lloroso y el gesticulador, pues
tu horrible cara, incapaz de fijeza, se ha hecho móvil para disimular. Los que has señalado como bufones son mis sacerdotes y los que has señalado como sacerdotes son mis
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bufones. ¿Cómo podrías juzgar la belleza inmutable de mis mujeres si tu rostro se pliega
con cada palabra?
–Ni la de ellas ni la tuya –dijo el mendigo en voz baja– porque no puedo saber nada, ya
que soy ciego, pero tú mismo no sabes nada de los demás ni de tu propia persona. Yo soy
superior a ti en esto: sé que no sé nada. Y puedo hacer conjeturas. Quizá los que te parecen bufones lloran bajo la máscara y es posible que los que te parecen sacerdotes tengan
su verdadera cara retorcida por la alegría de poderte engañar; ignoras si las mejillas de
tus mujeres son de color ceniza bajo la seda. Tú mismo, rey enmascarado de oro, ¿quién
sabe si no eres horrible a pesar de tus adornos?
Entonces el bufón que tenía la boca más profundamente hendida de alegría lanzó una
risotada que parecía un sollozo, el sacerdote que tenía la frente más sombría dijo una
súplica parecida a una risa nerviosa y todas las máscaras de las mujeres se estremecieron.
El rey con cara de oro hizo un gesto. Los guardias agarraron por los brazos al viejo de
cara desnuda y lo arrojaron por la gran puerta de la sala.
Pasó la noche y el rey tuvo el sueño inquieto. Durante la mañana vagó por su palacio
porque un nuevo deseo había subido hasta su corazón. Pero ni en los dormitorios ni
en la alta sala embaldosada de los festines ni en los salones pintados y dorados para
las fiestas encontró lo que buscaba. En toda la vasta residencia real no había ni un solo
espejo. Así lo había establecido la orden de los oráculos y la ordenanza de los sacerdotes
desde hacía largos años.
El rey, en su trono negro, no se divirtió con los bufones, no escuchó a los sacerdotes y no
miró a sus mujeres: pensaba en su cara.
Cuando el sol poniente arrojó la luz de sus sangrantes matices hacia las ventanas del
palacio, el rey abandonó la sala del brasero, apartó a los guardias, atravesó rápidamente
los siete patios concéntricos cerrados por siete murallas resplandecientes y salió secretamente al campo por una poterna baja.
Iba temblando y con curiosidad. Sabía que encontraría otros rostros y, tal vez, el suyo.
En el fondo de su alma quería estar seguro de su propia belleza. ¿Por qué el miserable
mendigo había sembrado la duda en su pecho?
El rey de la máscara de oro llegó a los bosques que guardaban la orilla de un río. Los
árboles vestían cortezas pulidas y rutilantes. Había ramas radiantes de blancura. El
rey cortó algunos brotes. Unos sangraron por la cortadura un poco de savia espumosa, mientras su interior quedaba salpicado de manchas oscuras. Otros revelaron podredumbres secretas y fisuras negras. La tierra era sombría y húmeda bajo el tapiz policromo de hierbas y florcitas. El rey dio la vuelta con el pie a un grueso bloque veteado de
azul cuyas lentejuelas reflejaron los últimos rayos de luz; un sapo desinflado se escapó
del escondrijo con un sobresalto de espanto.
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En el lindero del bosque, coronado el ribazo, el rey se paró encantado saliendo de entre
los árboles. Había una muchacha sentada en la hierba; el rey veía sus cabellos trenzados hacia arriba, su nuca graciosamente curvada, su cintura flexible que hacía ondular
su cuerpo hasta los hombros; pues entre dos dedos de la mano izquierda daba vueltas
a un huso repleto y el extremo de un grueso copo se deshilachaba junto a su mejilla.
Se levantó cohibida, mostró la cara, y en medio de su confusión cogió entre los labios
las briznas del hilo que torcía. De esa manera sus mejillas parecían atravesadas por una
cortadura de matiz más pálido.
Cuando el rey vio los negros ojos agitados, las palpitantes ventanillas de la nariz, el temblor de los labios y la suavidad de la barbilla, que descendía hacia la garganta acariciada
por la luz rosa, se abalanzó entusiasmado hacia la muchacha y le cogió las manos.
–Por primera vez –dijo– quisiera adorar una cara desnuda, quisiera quitarme esta máscara de oro porque me separa del aire que besa tu piel y los dos iríamos maravillados a
mirarnos en el río.
La muchacha, sorprendida, tocó con la punta de los dedos las láminas metálicas de la
máscara real. Pero el rey soltó con impaciencia los cierres de oro; la máscara cayó en la
hierba y la muchacha lanzó un grito de horror, tapándose los ojos con las manos.
Al instante huyó por entre las sombras del bosque apretando contra el pecho el huso
recubierto de cáñamo.
El grito de la muchacha resonó dolorosamente en el corazón del rey. Corrió por la orilla, se inclinó hacia el agua del río y un ronco gemido brotó de sus propios labios. En
el mismo momento en el que el sol desaparecía al otro lado de las sombrías colinas
azules del horizonte, percibió una faz blancuzca, tumefacta, cubierta de escamas, con
la piel levantada por espantosas hinchazones y, recordando los libros, se dio cuenta inmediatamente de que era un leproso.
La luna subía por encima de los árboles como una aérea máscara amarilla. A veces se
oía un batir de alas mojadas en medio de los arbustos.
A lo largo del río flotaba un rastro de bruma. La reverberación del agua se prolongaba a
gran distancia y se perdía en la profundidad azulada. Pájaros de cabeza escarlata rozaban la corriente en círculos que se disipaban poco a poco.
El rey, de pie, tenía los brazos separados del cuerpo como si le diera asco tocarse.
Recogió la máscara y se la colocó en la cara. Se dirigió al palacio como si caminara en
sueños.
En la puerta de la primera muralla golpeó el gong y los guardias salieron agolpados con
sus antorchas. Iluminaron su rostro de oro; el rey tenía el corazón sobrecogido de angustia creyendo que los guardias veían escamas blancas sobre el metal. Atravesó el patio bañado por la luna. Siete veces se le encogió el corazón con la misma angustia en las
siete puertas cuando los guardias dirigieron las rojas antorchas hacia su máscara de oro.
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Mas la pena crecía en él al mismo tiempo que la rabia, como una planta negra rodeada
por una planta leonada. Los sombríos y turbios frutos de la pena y la rabia llegaron a sus
labios y él probó el amargo zumo.
Entró en el palacio y el guardia de su izquierda giró sobre la punta de un pie y con la otra
pierna extendida hizo un luminoso molinete con el sable; el guardia de su derecha giró
sobre la punta del pie contrario extendiendo la pierna opuesta y dibujó sobre sí una
resplandeciente pirámide con rápidos revoleos de su maza llena de diamantes.
El rey ni siquiera se acordó de que estas eran las ceremonias nocturnas; pasó, estremecido, imaginándose que los hombres de armas querían derribar o partir su repugnante
cara inflamada.
Las salas del palacio estaban desiertas. Algunas antorchas solitarias a medio consumir
ardían en sus hacheros. Otras se habían apagado y lloraban con frías lágrimas de resina.
El rey atravesó las salas de festejos donde aún estaban esparcidos los cojines bordados
con rojos tulipanes y amarillos crisantemos junto a mecedoras de marfil y sombríos
asientos de ébano adornados con estrellas de oro. Celajes encolados y pintados con pájaros de patas esmaltadas y pico de plata colgaban del techo, en el que se incrustaban
cabezas de animales en madera coloreada. Había lámparas de verdoso bronce hechas
de una sola pieza y con prodigiosos agujeros abiertos y lacados de rojo por los que pasaba una mecha de seda retorcida hasta el centro de las arandelas empapadas de un
negro aceitoso. Había sillones largos, bajos y combados, en los que al sentarse la cintura
quedaba sujeta como por unas manos. Había jarrones fundidos en metales casi transparentes que sonaban agudamente bajo los dedos como si los hubieran herido.
En un extremo de la sala el rey cogió un hachero de bronce que clavaba sus lenguas
rosadas en las tinieblas. Gotitas de llameante resina cayeron crepitando en sus mangas
de seda, pero el rey no se dio cuenta. Se dirigió a una alta galería oscura en la que dejó
un rastro perfumado de resina. Allí, en las paredes cortadas por diagonales cruzadas,
se veían retratos brillantes y misteriosos, pues las pinturas estaban enmascaradas y coronadas con tiaras. Solo el retrato más antiguo, separado de los otros, representaba a
un muchacho pálido, con ojos dilatados de espanto y la parte baja de la cara escondida
entre adornos reales. El rey se detuvo ante el retrato y lo alumbró elevando el hachero.
Después gimió y dijo: “¡Oh, primero de mi estirpe, hermano mío, cuán dignos de lástima
somos!”, y besó los ojos del retrato.
El rey se detuvo ante la segunda cara pintada, que estaba enmascarada, y desgarró la
tela de la máscara diciendo: “Esto es lo que había que hacer, padre mío, segundo de mi
estirpe”. De la misma forma desgarró las máscaras de todos los de su estirpe hasta llegar
a su propio retrato. Bajo las caretas arrancadas se vio la sombría desnudez de la muralla.
Después fue a la sala de los festines donde aún estaban puestas las brillantes mesas.
Elevó el hachero por encima de su cabeza y líneas purpúreas se precipitaron hacia los
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rincones. En medio de las mesas había un trono con patas de león sobre las que caía
una piel moteada; las cristalerías aparecían amontonadas en las esquinas junto a piezas de plata pulida y tapaderas perforadas de oro ahumado. Algunos frascos reflejaban
luces violetas; otros estaban chapados por dentro con delgadas láminas traslúcidas de
metal precioso. Un destello del hachero hizo relumbrar, como una terrible indicación
sangrienta, una copa oblonga tallada en un granate, en la que los coperos tenían la costumbre de escanciar el vino de los reyes. El oro de la luz acarició también una cesta de
plata trenzada en la que había panes redondos de sana corteza.
El rey atravesó las salas de los festines volviendo la cabeza a otro lado. “No les ha dado
vergüenza –dijo– morder el vigoroso pan debajo de la máscara y tocar el rojo vino con
sus labios blancos. ¿Quién fue aquel que conociendo su enfermedad prohibió los espejos en su casa? Es uno de aquellos a los que he arrancado la falsa cara: y he comido el
pan de su cesta y he bebido el vino de su copa…”.
Por una estrecha galería pavimentada de mosaicos se llegaba a los dormitorios, y el rey
se deslizó por ella llevando ante sí su antorcha sangrienta. Un guardia avanzó lleno de
inquietud y su cinturón de gruesos aros llameó sobre la blanca túnica; después reconoció el rostro de oro del rey y se prosternó ante él.
La pálida luz de una lámpara de bronce suspendida en el centro alumbraba una doble
fila de lechos mortuorios; las mantas de seda estaban tejidas con hilos de viejos colores.
Un caño de ónice dejaba caer monótonas gotas en un sillón de piedra pulida.
El rey revisó en primer lugar el departamento de los sacerdotes; las máscaras graves de
los hombres acostados se parecían durante el sueño y la inmovilidad. En el departamento de los bufones la risa de sus bocas dormidas tenía exactamente la misma amplitud. La inmutable belleza del rostro de las mujeres no se había alterado durante el reposo; tenían los brazos cruzados bajo la garganta o una mano en la cabeza, y no parecían
darse cuenta de que su sonrisa era graciosa, aunque ellas la ignoraran.
Al fondo de la última sala se extendía un lecho de bronce con altorrelieves de mujeres
inclinadas y flores gigantes. Los cojines amarillos conservaban la huella de un cuerpo
agitado. Allí hubiera debido reposar el rey de la máscara de oro a estas horas de la noche
y allí habían dormido sus antepasados a lo largo de los años.
El rey apartó la vista de su lecho: “Han podido dormir –dijo– con su secreto sobre la
cara y el sueño ha venido a besarles la frente, como a mí. Y no han arrojado su máscara
a la negra faz del sueño para espantarlo a perpetuidad. Y yo he rozado este bronce y
he tocado estos cojines en los que yacieron en otro tiempo los miembros de aquellos
sinvergüenzas…”.
El rey entró en la habitación del brasero, donde aún danzaban las llamas rosa y púrpura
tendiendo sus rápidos brazos hacia los muros. Dio un golpe tan sonoro en el gran
gong de cobre que a su alrededor vibraron todos los objetos metálicos. Los guardias,
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espantados, se precipitaron medio desnudos llevando sus hachas y sus mazas de acero
erizadas de púas; los sacerdotes aparecieron dormidos y arrastrando sus túnicas; los
bufones olvidaron los saltos sacramentales de entrada y las mujeres asomaron por las
jambas de las puertas sus rostros sonrientes.
El rey subió al negro trono y ordenó:
–He tocado el gong con el fin de reunirlos para una cosa importante. El mendigo ha
dicho la verdad. Todos me engañan aquí. Quítense las máscaras.
Se oyó un estremecimiento de los miembros, los vestidos y las armas. Después, lentamente, todos los que estaban allí se decidieron y descubrieron sus caras.
Entonces el rey de la máscara de oro se volvió a los sacerdotes y examinó cincuenta
gruesas faces sonrientes con los ojillos cerrados por el sueño; volviéndose a los bufones
examinó cincuenta faces macilentas minadas por la tristeza y con ojos sanguinolentos
de insomnio; e inclinándose hacia la media luna de sus mujeres sentadas rió, pues sus
rostros estaban llenos de aburrimiento y fealdad y cubiertos de estupidez.
–Así –dijo el rey– me han engañado durante tantos años acerca de ustedes mismos y
de todo el mundo. Los que yo creía serios y me daban consejos sobre las cosas divinas y humanas parecen odres inflados de viento o de vino; los que me divertían con
su constante alegría estaban tristes hasta el fondo del corazón; y su sonrisa de esfinge,
¡oh mujeres!, no significaba absolutamente nada. Son unos miserables, pero yo soy aún
más miserable que todos ustedes. Soy rey y mi rostro parece real. Pero vean la realidad:
el más infeliz de mi reino no tiene nada que envidiarme.
El rey se quitó la máscara de oro. Un grito se alzó de las gargantas de quienes lo veían,
pues la llama rosa del brasero iluminaba sus blancas escamas de leproso.
–Son ellos los que me han engañado –gritó el rey–, quiero decir mis padres, que eran
leprosos como yo y me han legado su enfermedad con la herencia real. Me han engañado y les han obligado a mentir.
La luna muriente asomó su máscara amarilla por el gran ventanal de la sala abierto
hacia el cielo.
–Quizá –dijo el rey– esa luna que siempre vuelve hacia nosotros la misma cara de oro,
tenga también otro rostro oscuro y cruel, de la misma manera que mi realeza se extiende sobre mi lepra. Pero ya no veré más el aspecto de este mundo y volveré mi vista a las
cosas oscuras. Aquí, ante ustedes, me castigo por mi lepra y por mi mentira, y a mi raza
conmigo.
El rey recogió la máscara de oro y de pie en el trono negro, entre agitación y súplicas, se
clavó en los ojos los cierres laterales de la máscara con un grito de angustia; una luz roja
brotó ante él por última vez y un raudal de sangre corrió por su rostro, por sus manos y
por las sombrías gradas del trono. Se desgarró los vestidos, bajó los escalones vacilante,
y, separando a tientas a los guardias mudos de horror, partió solo en medio de la noche.
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El rey leproso y ciego caminaba en la noche. Tropezó contra las siete murallas concéntricas de sus siete patios y contra los viejos árboles de la residencia real y se hirió las
manos al tocar las espinas de los setos. Cuando pudo oír el sonido de sus pasos supo
que estaba en el gran camino. Caminó durante horas y horas sin sentir siquiera la necesidad de tomar alimento. Sabía que le iluminaba el sol porque el calor le bañaba la cara,
y reconocía la noche por el frío de la oscuridad. La sangre que había brotado de sus ojos
arrancados le cubría la piel con una costra negruzca y seca. Cuando hubo andado mucho tiempo, el rey ciego se sintió cansado y se sentó al borde del camino. Ahora vivía en
un mundo oscuro y sus miradas se habían vuelto hacia sí mismo.
Cuando vagaba por la sombría planicie de sus pensamientos oyó ruido de campanillas.
Inmediatamente se imaginó el paso de un rebaño de ovejas conducidas por carneros
cuya gruesa cola apuntaba hacia el suelo. Tendió las manos para tocar la lana blanca
porque no se avergonzaba ante los animales. Pero sus manos encontraron otras manos
y una dulce voz le dijo:
–¿Qué quieres, pobre hombre ciego? –el rey reconoció la voz encantadora de una mujer.
–No debes tocarme –gritó el rey–. ¿Pero dónde están tus ovejas?
La muchacha que estaba ante él era leprosa y por eso llevaba campanillas colgadas de
los vestidos. Pero no se atrevió a confesarlo y respondió con una mentira:
–Están detrás de mí.
–¿Dónde vas? –dijo el rey ciego.
–Vuelvo –respondió ella– a la Ciudad de los Miserables. Entonces el rey recordó que,
en un lugar apartado de su reino, existía un asilo en el que se refugiaban los que habían
sido expulsados de la vida a causa de sus enfermedades o de sus crímenes. Vegetaban
en chozas construidas por ellos mismos o encerrados en cuevas excavadas en el suelo.
Su soledad era extrema.
El rey decidió ir a la ciudad.
–Llévame allí –dijo.
La muchacha asió la tela de su manga.
–Déjame lavarte la cara –dijo–, pues la sangre ha corrido por tus mejillas hace por lo
menos una semana.
El rey tembló pensando que ella se iba a horrorizar por su lepra y abandonarlo. Pero la
muchacha sacó agua de su cantimplora y lavó la cara del rey. Después dijo:
–¡Pobre! ¡Cuánto has debido sufrir al arrancarte los ojos!
–¡Cuánto he sufrido antes sin saberlo! –dijo el rey–. Pero vámonos. ¿Llegaremos esta
misma noche a la Ciudad de los Miserables?
–Eso espero –dijo la muchacha.
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Le guió hablándole tiernamente. No obstante, el rey ciego oía las campanillas y, volviéndose, quería acariciar a las ovejas. La muchacha tenía miedo de que adivinara su
enfermedad.
El rey estaba extenuado de hambre y de fatiga. Ella sacó un trozo de pan del zurrón
y le ofreció la cantimplora. Pero él tuvo miedo de manchar el pan y el agua, y rehusó.
Después preguntó:
–¿Ves ya la Ciudad de los Miserables?
–Todavía no –dijo la muchacha.
Anduvieron más lejos. Ella cogió lotos azules para él y él los masticó para refrescarse la
boca. El sol bajaba hacia los grandes arrozales que se rizaban en el horizonte.
–Siento llegar hasta mí el olor de la comida –dijo el rey–. ¿No nos acercamos a la ciudad
de los Miserables?
–Todavía no –dijo la muchacha.
Cuando el sangriento disco del sol aún cortaba el cielo violeta, el rey se desmayó de cansancio e inanición. Al final del camino, una delgada columna de humo temblaba entre
techumbres de pasto. La bruma de los pantanos flotaba alrededor.
–Ahí está la ciudad –dijo la muchacha–, la veo.
–Solo entraré en otra –dijo el rey ciego–. Yo no tenía más que un deseo; hubiera querido
hacer descansar mis labios en los tuyos, para apagar mi sed en tu rostro, que debe ser
muy bello. Pero te hubiera manchado porque soy un leproso.
Y el rey se desmayó en la muerte.
La muchacha estalló en sollozos viendo que la faz del rey era pura y limpia, y sabiendo
que ella misma había temido mancharle.
Un viejo mendigo de barba erizada, cuyos inciertos ojos temblaban, llegó desde la Ciudad de los Miserables.
–¿Por qué lloras? –dijo.
La muchacha le dijo que el rey ciego había muerto con los ojos arrancados y creyendo
estar leproso.
–No ha querido darme el beso de la paz –dijo ella– para no mancharme; yo soy la verdadera leprosa a los ojos del cielo.
El viejo mendigo le respondió:
–Sin duda la sangre de su corazón, al brotar de sus ojos, le curó la enfermedad. Ha
muerto creyendo tener una máscara miserable. Pero a estas horas ya ha dejado caer
todas las máscaras de oro, de lepra y de carne.
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Viaje al interior de la máscara
Hugo Montero
Presencia repetida en mitos y leyendas de todas las culturas, la máscara permite sintetizar conductas y exponer deseos y frustraciones.
De Quetzalcóatl al Subcomandante Marcos, del Hombre Araña a
Dylan Thomas, la máscara propone el desafío de transformarse mediante una intervención artificial y mágica.
Por los pasillos de la máscara deambulan
contrastes y se entrecruzan paradojas.
Identidad y negación, revelación y ocultamiento, tributo y parodia. Un extraño
juego de símbolos se oculta detrás de un
objeto que atraviesa las culturas desde
tiempos remotos, que aparece en ritos
funerarios y festejos de carnaval, que
revive deidades y demonios, que representa drama y comedia en el teatro. Una
mágica sustancia salpica los bordes de
esa máscara, que puede ser cosmética y
bélica, sintetizar la historia de un pueblo
y además comercializarse como fetiche
turístico.
No solo el rostro se oculta detrás: la
máscara también disfraza un secreto
que cautiva a los hombres. La aventura
de ser otro, el desafío de desdoblarse
para ocultar la apariencia y explorar los
deseos. En la historieta, donde héroes y
villanos la comparten, o en la vida real,
con rebeldes justicieros y delincuentes
anónimos conviviendo en las noticias.
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Sin embargo, la máscara más compleja es
la cotidiana, la que no se ve, el otro que
somos (o que queremos ser) cuando nos
cansamos de nosotros mismos.
Dioses y demonios
La leyenda azteca señala la severidad del
castigo para el derrotado Quetzalcóatl.
"Hagámosle saber qué apariencia tiene
su cuerpo", bramó el triunfante Tezcatlipoca, y ordenó llevar al derrotado ante un
espejo. El jefe se imaginaba joven y vital,
pero el reflejo le devolvió un rostro castigado por los años, la imagen del ocaso
de un hombre. Tuvo miedo de mostrarse
ante su pueblo, de no sobrevivir a la revelación de ese rostro derrotado, y eligió
ocultarse para siempre, esta vez detrás de
una máscara.
En todo el mundo los mitos reservan un
lugar privilegiado para la máscara. No
hay leyenda sin caretas, ni dioses sin
rostros dobles, ni demonios que no tomen
posesión de cuerpos ajenos para disfrazar
sus rasgos. Chinos, germanos, celtas y
japoneses: todos guardan una máscara
en su pasado. En Egipto la utilizaban para
perpetuar el rostro de los muertos, y en
Roma se adoptó como ornamento para
celebraciones paganas y religiosas. En las
cavernas prehistóricas de Europa sobresalían ya los dibujos de enmascarados, antes
de que el carnaval llegara de Venecia para
apropiársela como elemento desinhibidor. En África, entre ceremonias de
iniciación, sociedades secretas y el culto a
los antepasados, las máscaras de animales
se usaban también para el combate, con la
creencia de que adquirían, con ellas, sus
virtudes salvajes. En América, los indígenas aymarás y quechuas mantienen a
lo largo de los tiempos su culto sagrado
a la máscara como elemento que permite
asumir el cambio de personalidad.
Pero hay algo que a todos los iguala: la
máscara violenta las conductas. Nada es
lo mismo tras la aparición de una máscara
en el escenario. En la modernidad, la máscara apunta y dispara sobre la memoria:
es uniforme siniestro, brazo anónimo
para cometer atrocidades: por ejemplo, el
Ku Klux Klan. También máscara-artificio,
la de bandas de rock que consolidan una
imagen que a veces se contrapone con
la máscara: Kiss, en los 80, con sus maquillajes diabólicos, se asemejaba más a
un grupo infernal que a la banda pop que
realmente era. Y la máscara-secreto de
Rex, el hermano perdido de Meteoro, que
jamás muestra su rostro ni devela su relación con el protagonista (…)
Justicia a la mexicana
No hay ejemplo mejor de cultura invadida
por la máscara. En México el mito se hace
carne y los enmascarados se integran a la
vida social menos como héroes que como
ciudadanos carismáticos. Pueden asistir
enmascarados a una cena formal con el
Presidente de la República, o erigirse en
defensores de vecinos con reclamos sociales, como El Superbarrio. El imaginario
popular sitúa el nacimiento del personaje
entre las viviendas derrumbadas por
el terremoto de 1985. Desde entonces,
Superbarrio encabezó manifestaciones y
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representó los intereses de la población
antes de declinar su candidatura a la presidencia en 1988. Hoy Superbarrio vuelve
cada tanto en reclamos populares, pero ya
nadie sabe si detrás de la máscara se oculta el original; han brotado nuevos héroes
que reclaman el beneficio de la duda.
De todos modos, es el ring el escenario
clásico para un combate máscara versus
máscara. Una de ellas podría ser la del
Enmascarado de Plata, El Santo. El perdedor debe entregar su máscara y padecer la
mayor de las vergüenzas: revelar su rostro
anónimo, abandonar su pedestal mítico
para rebajarse a la humillación de ser uno
más, sin máscara, sin magia. El desenmascarado padece una muerte breve: deja de
ser el otro, el mágico, para ser él mismo, el
terrenal. El vencedor mantiene su prestigio y engorda el mito.
"…Y miren lo que son las cosas: para que
nos vean, nos tapamos el rostro", escribió
el Subcomandante Marcos. Y su máscara
se hizo piedra en el zapato para políticos
y militares: la tarea fue desde entonces
"desenmascarar" al líder zapatista. Quitarle la sombra y barrer con el fantasma
justiciero que brota de la nada y pretende
(y logra) ocupar el centro del escenario
político. Por eso Marcos es todo máscara,
y lo sabe: detrás de la máscara no hay líder
ni dirigente. Detrás no hay magia ni misterio, hay simplemente otra máscara menos atractiva y más parecida al rostro de
aquellos que suelen ponerse caretas para
la comedia diaria. "Ponerse la máscara es
un acto existencial, la decisión de vivir
de otra forma. Por lo tanto, resistir todo
intento de ser desenmascarado, desnudado de antifaz, es cuestión de honor",
explica el periodista Pete Hamill.
(…) El escritor Juan Villoro reconoce directamente la función de la literatura como
máscara para exhibirse ante los demás:
"En buena medida la literatura es un arte
del disfraz, del engaño y la suplantación.
Si pudiera decir todo lo que se me ocurre
sin ofender a nadie y sin caer en un enorme ridículo, probablemente no tendría
que escribir libros".
Alegre mascarita
Intentar ser uno mismo ya es un desafío
que puede llevarnos la vida. Pero transformarse en otro, dios o demonio, requiere
una intermediación mágica y milenaria. Y
la duda fluye a través de la careta: ¿cuándo
se es uno mismo?: ¿cuando la máscara se
cae o cuando se integra y se nos vuelve
cotidiana? ¿Cuándo se es otro?: ¿cuando
soñamos con el doble o cuando dejamos
de ser nosotros mismos? Para superar la
confusión, Oscar Wilde ensayó una definición que es ironía y síntesis: "El hombre es
menos él mismo cuando habla por cuenta
propia. Déle usted una máscara y dirá la
verdad". Pero más contundente fue el
Pingüino en Batman regresa: "Me encanta
la franqueza de un hombre enmascarado".
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Revista Nómade. Año 1. Nº 5
Univ. Nacional de San Martín,
Buenos Aires, junio de 2007.
“Adentro pasan cosas”
(entrevista a Pablo Runa)
Hugo Montero
- Fragmento -
De profesión mascarero, Pablo Runa también reparte su tiempo entre el diseño
gráfico, la escenografía y el estudio de runas. Cuando las máscaras lo atraparon
dedicó su esfuerzo a transitar sus secretos como hacedor y tallerista.
–Hugo Montero: ¿Por qué esta fascinación por el interior de la máscara?
–Pablo Runa: Me interesó esto de cambiar el rostro, el trabajo del actor al meterse
en otro rol pero desde la cara, no con un simple vestuario. Es la máscara la que lo
convierte en otro a la vista del público. Después la pregunta es ver qué pasa del lado de
adentro. Ese momento es el de vestirse con la máscara. Hay elementos que te invitan a
otro viaje; más allá del personaje exterior. Adentro están pasando cosas.
Eugenio Barba decía que cuando estás trabajando, la máscara te posee. La máscara te
transforma, te cambia, porque uno es consciente de que está oculto, y hace cosas que
no intentaría en otro momento. Además, porque cuando uno se ve con la máscara
puesta, el cuerpo cambia, es otro, y más: está congelado en esa otra cosa. Uno empieza a expresarse con zonas del cuerpo que habitualmente no utiliza: las manos, los
hombros. Cuando un actor tiene una máscara, el foco se distribuye a todo el cuerpo.
Te hace ver otras realidades que viven dentro. Exige otro lenguaje, pero no lo impone;
uno mismo tiene que descubrir qué es eso de tener la cara tapada.
–HM: ¿Funciona como elemento desinhibidor?
–PR: Sí, por caso las máscaras cotidianas: la del “choro” con la media en la cabeza o la
del bandolero con el pañuelo. O los piqueteros que van al frente con el pasamontañas,
el pañuelo y la barra. Y también los policías tienen máscaras, para hacer cosas que no
harían si no tuvieran el rostro tapado.
Muchas veces la máscara tiene un aspecto de protección. La máscara del samurái para
la guerra protege y asusta al otro. Tiene un doble sentido: para no recibir un flechazo
en la cara y hacerse ver como un demonio. Al revés, los guerreros nórdicos peleaban
desnudos y ésa era su máscara. Su máscara era no tenerla, lo que aterraba al enemigo.
También era un estado de posesión, no eran ellos cuando peleaban.
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Pintura de James Ensor
–HM: ¿Decepciona la figura del "desenmascarado"?
–PR: La máscara que se cae termina de completar el mito. Cuando te sacas la máscara,
la decepción del otro (que en parte también es maravilla) clausura el mito que se generó al ver al enmascarado. Es romper el pacto y formar otro nuevo. Hay decepción
porque la lógica asalta y se derrumba el pensamiento mágico. Es lindo meterse en
la máscara, ver la parcialidad a través de esos dos agujeritos. Uno ve un recorte del
mundo que enfoca cosas que desde afuera, como espectador, no ves.
–HM: ¿La máscara representa el deseo de ser otro?
–PR: Es un cambio de identidad y sirve para ser otro, el que no se es habitualmente.
En los adolescentes el uso de máscaras es constante, aunque no se pongan caretas,
porque están buscando. Uno entra a la pieza de un adolescente y los pósters colgados
son diferentes máscaras que se van probando. De hecho, la máscara sirve para este
proceso de identificación. Con adolescentes es maravilloso trabajar, porque lo que
rechazan es el estereotipo del careta. La droga y al alcohol son máscaras también. Son
estados de posesión: la máscara provoca algunos efectos narcóticos en ciertos casos.
De hecho, la máscara chamánica se usa y mucho, sin necesidad de apelar a químicos
o narcotizantes.
Revista Nómade. Año 1, Nº 5, Univ. Nacional de San Martín,
Buenos Aires, junio de 2007.
- 145 -
Los dos monjes y
la hermosa muchacha
Anónimo japonés
D
os monjes, Tanzán y Ekido, viajaban juntos por un camino embarrado. Llovía a cántaros y sin parar. Al llegar a un cruce se encontraron con una preciosa muchacha vestida con un kimono y un ceñidor de seda, incapaz de vadear el camino.
–Vamos, muchacha –dijo Tanzán sin más. Y levantándola en sus
brazos sobre el barro, la pasó al otro lado.
Ekido no dijo ni una sola palabra, hasta que, ya de noche, llegaron al
monasterio. Entonces no pudo resistir más.
–Los monjes como nosotros –le dijo a Tanzán– no deben acercarse a
las mujeres, sobre todo si son bellas jovencitas. Es peligroso. ¿Por qué
lo hiciste?
–Yo la dejé allí –contestó Tanzán–. ¿Es que tú todavía la llevas?
- 146 -
Benito Cereno
Reseña literaria
Título del libro: Benito Cereno
Autor: Herman Melville
Nacionalidad: Estadounidense
En 1799, el capitán norteamericano Amasa Delano ancló en la bahía de una isla desierta del litoral chileno. A la mañana siguiente apareció en el lugar un misterioso
navío, el “Santo Domingo”. Las maniobras de este hicieron sopechar al norteamericano que se trataba de un barco en apuros, por lo que ordenó que se preparara un
bote y acudió a la misteriosa nave para prestar su ayuda. El espectáculo que encontró
fue sorprendente. El “Santo Domingo” se encontraba en una situación de dejadez y
desgobierno alarmantes. Allí conoció al débil y enfermizo capitán Don Benito, quien
le explicó los horrores de su travesía entre desfallecimientos y manteniéndose en pie
gracias a la ayuda del solícito Babo. Aquel era un barco de esclavos al que la tempestad
y una epidemia habían diezmado. Ahora los marineros blancos convivían entre los
negros en una situación adversa por la falta de provisiones y de oficiales. El capitán
Delano ofreció toda su ayuda y permaneció en el “Santo Domingo” durante todo el
día mientras su bote iba por agua y alimentos. Aquellas horas estuvieron llenas de
sobresaltos, equívocos y recelos, especialmente por el extraño comportamiento de
Don Benito.
Acerca de Benito Cereno
Benito Cereno tiene su base de inspiración en un suceso real, un juicio celebrado en Lima
ante los tribunales del virrey del Perú. El escritor pasa del estilo directo y sobrio a un ritmo
lento, recargando la presencia del misterio latente en la visita del capitán Delano al buque
“Santo Domingo”. La extraña conducta de la tripulación motiva la inquietud del capitán.
Benito Cereno (1856) narra de forma oscura y con una alta carga de misterio y suspenso
unos acontecimientos reales sucedidos al capitán de navío americano Amasa Delano, en
pleno declive de la esclavitud, a finales del siglo XVIII.
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Benito Cereno
Herman Melville
- Fragmento -
E
n el año 1799, el capitán Amasa Delano, de Duxburg, en Massachuse5s, que comandaba un gran barco destinado a la caza de focas y al comercio, ancló con una
valiosa carga en la rada de la isla Santa María, una pequeña, deshabitada y yerma
porción de tierra situada en el extremo sur de la larga costa de Chile. Fondeó allí para
aprovisionarse de agua.
Al día siguiente, poco después del alba, mientras descansaba en su litera, el piloto
bajó para informarle que un extraño velero estaba entrando en la bahía. Entonces,
como ahora, no eran abundantes los barcos en esas aguas. El capitán se levantó, se
vistió y subió al puente.
La mañana era de las acostumbradas en esa costa. Todo silencio y calma; todo era gris.
El mar, aunque ondulado en grandes espacios, se veía fijo con la superficie lisa como
plomo enfriado en el molde del fundidor. El cielo era semejante a un manto gris. Las
bandadas de inquietas aves grises se parecían a los vapores con que se mezclaban y
pasaban caprichosas rozando sobre las aguas, como las golondrinas sobre los prados
antes de las tormentas. Las sombras presentes anticipaban sombras más profundas.
Para sorpresa del capitán Delano, el barco desconocido, visto a través del catalejo,
no portaba bandera, aunque esa era la costumbre entre los pacíficos marinos de todas las naciones al entrar a una bahía; aunque tuviera sus costas deshabitadas y allí
estuviera solamente otro barco. Considerando el desorden existente, la soledad del
paraje y el tipo de historias que por esos días se asociaban a esos mares, la sorpresa
del capitán Delano pudiera haberse convertido en inquietud si no hubiera sido una
persona de una insólita buena disposición y confianza en los demás; excepto frente
a extraordinarios y repetidos estímulos, e incluso entonces, difícilmente cedía ante
un sentimiento de alarma que lo llevara a atribuir malignidad al prójimo. En vista de
- 148 -
lo que es capaz la humanidad, corresponde a los sabios determinar si esa condición
implica o no sagacidad y agudeza de la percepción intelectual, más allá de un corazón
benévolo.
[…] Presumiendo, por último, que el barco pudiera estar en problemas, el capitán Delano ordenó que se preparara la lancha ballenera y, a pesar de la preocupada oposición de su piloto, se aprestó a abordarla y a timonearla a lo menos en la bahía. En la
noche anterior, un grupo de marineros había ido a pescar a gran distancia del buque
en unos roqueríos y regresó una hora antes del amanecer con una buena cantidad
de pescado. Imaginando que el velero pudiera haber estado largo tiempo sin abastecerse, el bondadoso capitán dispuso que se llevaran a la lancha varios canastos con
pescado como regalo, y luego dio la orden de partida.
[…] No era fácil saber si el barco tenía mascarón de proa o un simple espolón, debido
a las telas que cubrían esa parte, ya fuera para proteger trabajos de reparación o por
decoro para ocultar la decadencia. A lo largo de la proa, en una saliente debajo de las
telas, estaba pintada toscamente o escrita con tiza, como una broma marinera, la frase “Seguid a vuestro jefe”, mientras sobre los deslustrados tablones de proa, aparecía
con grandes mayúsculas, que alguna vez fueron doradas, el nombre del barco “Santo
Domingo”, con las letras corroídas por goterones de orín provenientes de la oxidación de los clavos de cobre y, arriba de ellas, hierbas funerarias, festones oscuros de
viscosas algas se balanceaban de un lado a otro como en un coche fúnebre con cada
movimiento del casco del navío.
[…] Al trepar al navío, el visitante se vio rodeado por una clamorosa multitud de blancos y negros, siendo estos mucho más numerosos que los primeros, algo que no hubiera esperado en un barco que transportaba negros esclavos. Pero con las mismas
palabras y casi al unísono, todos relataban la misma historia de sufrimiento; que las
mujeres negras, que no eran pocas, contaban con dolorosa vehemencia. El escorbuto
y una fiebre habían dado cuenta de la mayor parte de los navegantes, especialmente
de los españoles. En el Cabo de Hornos escaparon difícilmente del naufragio; después, durante días y días, el barco había estado inmóvil, sin viento; sus provisiones se
agotaron, el agua se acababa, sus labios estaban resecos.
Mientras el capitán Delano se convertía en objetivo para esas lenguas impacientes, su
inquieta mirada recorría todas las caras y los objetos que lo rodeaban.
- 149 -
[…] Sin embargo, la primera mirada que fijó en esas diez figuras y también en otras
menos notables, se mantuvo sobre ellas poco tiempo; molesto por el bullicio de las
voces, el visitante se dio vuelta para averiguar a cargo de quién estaba el barco.
Pero como si quisiera dejar que la naturaleza se expresara a través de su sufriente
tripulación o bien porque temiera reprimirla en ese instante, el capitán español, de
aspecto distinguido y reservado y vestido con singular riqueza, bastante joven para
los ojos de un extranjero, mostraba claros trazos de recientes insomnios e inquietudes soportados pasivamente. Estaba apoyado en el palo mayor, mientras miraba con
melancolía y abatimiento a su excitada gente, sin dejar de observar con desánimo a su visitante. Junto a él estaba parado un negro de pequeña estatura,
en cuyo rostro rudo, como el de un perro pastor, aparecía un sentimiento
por igual de afecto y pena cuando miraba al español.
Abriéndose paso entre la gente, el norteamericano avanzó hacia el
español, mientras lo saludaba y le ofrecía toda la ayuda que pudiera prestarle. El español le agradeció grave y ceremoniosamente,
aunque la formalidad propia de su nacionalidad parecía afectada
por la tristeza derivada de su mal estado de salud.
[…] Al quedarse solo, advirtió algunas cosas que reforzaron
sus primeras impresiones, pero esa sorpresa fue sustituida
por un sentimiento de piedad hacia los españoles y los negros,
debilitados parejamente por la escasez de agua y provisiones. Los
prolongados sufrimientos parecían haber hecho aflorar las peores
características de los negros, aflojando, al mismo tiempo, la autoridad
de los españoles sobre ellos. Pero en esas circunstancias, era algo
previsible. En los ejércitos, en las armadas y en las ciudades, en las familias
y en la propia naturaleza, no hay nada que relaje tanto su buen funcionamiento
como la miseria. Sin embargo, el capitán Delano seguía pensando que si Benito
Cereno hubiera sido un hombre de mayor energía, difícilmente el desorden hubiera
alcanzado el nivel que tenía. Pero la debilidad, congénita o inducida por las penurias
de origen físico o mental, era demasiado obvia para pasar inadvertida. Víctima de un
constante abatimiento, parecía que había sido tantas veces burlado por la esperanza
que ahora ya no la quería aceptar, en el instante mismo en que había dejado de ser
una burla, cuando la perspectiva era que ese día o a más tardar al anochecer el barco
- 150 -
estuviera anclado y su gente disfrutara de agua en abundancia y contara con la ayuda
de un capitán fraterno como consejero y amigo, no parecía suficiente para reanimarlo.
Su mente parecía desquiciada, o acaso más seriamente afectada. Encerrado en esas
murallas de roble, encadenado a la triste rutina del mando, cuyo carácter absoluto
lo fastidiaba, se paseaba lentamente como un abad hipocondríaco, deteniéndose a
veces para, de repente, partir de nuevo, mirando fijamente, mordiéndose las uñas o
los labios, enrojeciendo, palideciendo, retorciéndose la barba, y evidenciando otros
signos de una mente ausente o lunática. Este espíritu desequilibrado estaba, como se
ha dicho, alojado en un cuerpo también desequilibrado. Era bastante alto, pero
no parecía haber sido robusto y, ahora, con el sufrimiento nervioso, estaba
casi como esqueleto. Una propensión a alguna dolencia pulmonar parecía haberse desarrollado recientemente. Su voz era la de alguien sin
pulmones, ahogado por la ronquera, un murmullo resollante. No era
raro, entonces, que en esa condición, cuando caminaba vacilante, lo
siguiera aprensivamente su criado.
[…] Muy pronto el capitán Delano se dio cuenta de que, por indulgente que hubiera sido al principio para juzgar a su colega español, tal vez no había tenido, después de todo, suficiente comprensión. En el fondo, lo que le molestaba era la reserva de don Benito,
pero este mostraba la misma reserva con todos, excepto con su
sirviente particular. Hasta los informes regulares que de acuerdo
a las prácticas marineras debía hacerle a horas establecidas algún
joven subalterno (blanco, mulato o negro) le producían molestia:
apenas tenía tiempo para escucharlos sin mostrar desdeñosa aversión.
Su actitud en tales ocasiones se debe haber parecido, dentro de sus proporciones, a la que se supone tenía su imperial compatriota Carlos V justo
antes de abdicar al trono para vivir como anacoreta.
[…] Por lo mismo, considerado en su propia reserva, el español parecía una víctima involuntaria de un desorden mental. No obstante, esa reserva podía ser, en cierto modo,
algo deliberado. Si era así, don Benito mostraba hasta lo enfermizo los rasgos de esa
política glacial que, a propósito, siguen todos los capitanes de grandes barcos, que
excepto en situaciones de real emergencia, suprime igualmente la manifestación del
poder así como toda traza de sociabilidad, transformando al hombre en un estorbo o
más bien en un cañón cargado que no dice nada hasta que dispara.
- 151 -
Benito Cereno, una historia intrigante
Comentario a la novela
“Benito Cereno sigue suscitando polémicas. Hay quien lo juzga la obra maestra de
Melville y una de las obras maestras de la literatura. Hay quien lo considera
un error o una serie de errores. Hay quien ha sugerido que Herman Melville
se propuso la escritura de un texto deliberadamente inexplicable que fuera
un símbolo cabal de este mundo también inexplicable”. Jorge Luis Borges
A la hora de opinar acerca de esta obra, a
todas luces rara dentro de la bibliografía
de Melville, creo que es imprescindible
hacer un pequeño parón en la oscuridad
que inspira. En efecto, cuando se abre el
libro y se comienzan a leer las primeras
páginas, parece que la noche que viste de
negro el paisaje que nos acecha desde la
ventana es un artificio, y que la verdadera
oscuridad nocturna se aloja toda dentro
de las hojas en que nos adentramos. Melville recrea una historia aparentemente
inverosímil, llena de dudas y de lagunas
en la lógica de cualquier lector, pero desde la oscuridad de un barco, varado sobre
las olas del mar, o bajo la noche desde
sus camarotes misteriosos. No en vano
Borges me la recomendó a través de su
libro, del que saco la cita que antecede a
este texto. Una ficción de aparente inverosimilitud, fantasmagórica sin la menor
mención a lo sobrenatural, y, al mismo
tiempo, intrigante pero de dudosa sospecha. A lo largo de su lectura, es posible
llegar a desconfiar de la humanidad, de
uno mismo o incluso del propio libro que
tiene entre las manos. Por momentos un
atisbo de lucidez parece querer alojarse
en el entendimiento; sin embargo, en
el instante siguiente uno puede llegar
a sentirse vulnerable e indefenso por
haber bajado la guardia tan solo unos
segundos.
Realmente la historia que se cuenta no
tiene mayor trascendencia. Como es de
esperar en Herman Melville, el mar tiene
gran parte de protagonismo. Pero en este
caso la gran ballena blanca se viste de
otra guisa, para que intentemos descubrir cuánto en ella es traje de carnavales
y cuánto es verdadera carne. Evidentemente no hay ballenas en Benito Cereno,
pero desde el comienzo de este apunte
decidí no hacer excesiva referencia a la
trama, para no aguarle la fiesta a quien se
asome a los bordes de este barco. Por eso,
vengo obligado a usar metáforas y perífrasis, quizá con el ilusorio intento de
recrear en parte el magnífico ambiente
que crea el autor, aunque sea imposible
hacerlo aquí.
Sea como fuere, estoy satisfecho de
haberla leído. Podría asegurar, y aprovecho estas líneas para hacerlo, que es de
aquellas novelas que leemos una vez en
la vida, pero que luego seguimos respirando su aliento ya para siempre. Si algo
puedo hacer después de volver a tierra,
es recomendarla.
-- 152 --
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El misterio de Benito Cereno
Hernán Soto
U
n “terrible episodio de nuestros anales marítimos”, lo llamó Benjamín Vicuña
Mackenna. Ocurrió en diciembre de 1804 en el mar de la isla Santa María, frente
a Lebu, y fue la base del argumento de Benito Cereno, una de las novelas más conocidas de Herman Melville (1819-1891).
El autor de Moby Dick supo del relato del amotinamiento de esclavos negros que
transportaba el barco español “Prueba”, comandado por Benito Cerreño, por el libro
del capitán Amasa Delano: Relatos de travesías y viajes por los hemisferios norte y
sur, publicado en 1817. Se cree que Melville volvió sobre esa historia en 1839, cuando
se produjo un episodio parecido en aguas cubanas. El barco negrero español “Amistad” fue capturado por los esclavos, que se dirigieron a Estados Unidos en busca de
libertad, que finalmente obtuvieron. El caso fue muy difundido en la época y habría
reactivado la memoria de Melville cuando comenzó a preparar la novela. Cambió el
tiempo del episodio, inventó personajes, modificó el rol de otros, reemplazó ciudades
y, sobre todo, le dio una vuelta de tuerca, agregándole misterio psicológico y espesor.
Impuso una ambigüedad que, por momentos, se hace metafísica. Conservó el nombre del capitán, aunque debió suprimirle la “doble r” y la “ñ”, que no existen en inglés.
Melville publicó Benito Cereno, primero en capítulos en una revista literaria, a partir
de 1853. En 1856 la novela breve apareció junto a otras –entre ellas Bartleby y Las
Encantadas– en The Piazza Tales. En 1851, Melville había publicado su obra magna,
Moby Dick, a la cual habían precedido cinco novelas cortas. Ninguna le dio el reconocimiento y el dinero que ansiaba. Se fue desencantando y se puso huraño y triste.
Publicó otro par de libros, hasta que en 1863 se empleó en la Aduana de Nueva York,
en la que trabajó casi hasta su muerte. Muchos años después, entre sus papeles se
encontró Billy Budd. Herman Melville murió “olvidado sin haber sido nunca ilustre”,
hasta que fue redescubierto a comienzos del siglo XX.
En Benito Cereno los hechos que sostienen la trama son básicamente los mismos que
describe Amasa Delano y que fueron recogidos por la historia. Un grupo de negros
esclavos destinados a ser vendidos en Lima se rebeló a bordo del buque que zarpó de
Valparaíso, mató a una parte de la tripulación y se apoderó del navío. Bajo amenaza
de muerte obligó a los sobrevivientes y al capitán a dirigir el barco hacia un lugar en
- 153 -
que pudieran ser libres. Viajaron al norte, hasta que, agotados, faltos de provisiones
y con el navío dañado por las tormentas, decidieron dirigirse al sur y recalar en una
isla, en busca de agua y alimentos, para navegar después rumbo al África. El barco
negrero se encontró por casualidad en la isla Santa María con un buque norteamericano, alistado para la caza de focas y el comercio, que comandaba el capitán Delano.
Este advirtió las condiciones deplorables del navío y su tripulación y quiso auxiliarlo.
Los negros, bajo la dirección de líderes sagaces, decidieron fingir normalidad para
recibir ayuda. El capitán Benito Cereno, obligado y lleno de pavor, participó en la simulación. Delano abordó el barco y poco a poco percibió misterios que no pudo dilucidar, expresados en el comportamiento errático, enfermizo y extraño del capitán español ayudado afectuosamente por Babo, su criado negro. Finalmente se descubre el
motín y los marinos norteamericanos atacan el buque rebelde. En la cruenta batalla
mueren decenas de negros que luchan con valentía. A los que sobreviven, incluyendo
mujeres y niños, se los lleva a Concepción, para ser juzgados. Ocho jefes son condenados a muerte. El resto es reembarcado a Lima. Vicuña Mackenna cuenta que durante
muchos años se mantuvo en la tradición oral memoria de lo ocurrido, incluyendo las
últimas palabras del líder principal. Antes de ser ejecutado reconoció que la sentencia era justa, pero dijo que los hechos sangrientos habían sido resultado inevitable de
la rebelión ante la crueldad y la inhumanidad de los blancos, que robaban hombres
libres de sus hogares para hacerlos esclavos.
Melville elude en la novela la injusticia y el horror de la esclavitud y el derecho de los
negros a rebelarse contra sus verdugos. No es esa su preocupación. Asume el lugar del
capitán Delano, con su “civilizado” racismo, y arma un relato en que tres personajes
copan la escena: Delano, el capitán Cereno y Babo, el sirviente. En un solo espacio –el
barco– se acumulan lentamente tensiones, incrementadas por el aporte de detalles
en apariencia nimios, que se engarzan y producen quiebres. La narración es morosa
y detallada, con largas frases e imágenes, forzadas a veces, que crean una atmósfera
enigmática en la que flota un peligro difuso y donde se mueven los personajes cuyos
caracteres son analizados con minuciosidad obsesiva. Hasta que todo se descubre.
Para el lector que no conoce el argumento, Benito Cereno parece por momentos un
libro de misterio. Cuando lo termina puede pensar que ha leído una alegoría sobre
la lucha entre la luz y las tinieblas, pero, ¿dónde está el bien y dónde el mal: en los
amos, en los esclavos? ¿O se trata de una parábola sobre esclavos que se convierten
en amos y de estos que pasan a ser humillados? Talvez la fuerza de esta novela deriva de las preguntas que plantea, complicadas y oscuras, que se articulan lentamente
como buscando no tener respuesta.
- 154 -
Abuso de las palabras
Voltaire
Las conversaciones y los libros raras veces nos dan ideas precisas. Es muy común
leer mucho de sobra y conversar inútilmente. Es oportuno repetir en esto lo que
Locke recomienda: Definid los términos.
Una dama que come demasiado y no hace ejercicio cae enferma. El médico le dice
que domina en ella un humor pecante, impurezas, obstrucciones, vapores, y le
prescribe un medicamento que le purificará la sangre. ¿Qué idea exacta puede tenerse de todas esas palabras? La enferma y la familia que las oyen no las comprenden, ni el médico tampoco. Antiguamente, el facultativo ordenaba buenamente un
cocimiento de hierbas calientes o frías.
Un jurisconsulto, en el ejercicio de su profesión, anuncia que no observar las fiestas y los domingos es cometer el crimen de lesa majestad divina en la persona del
segundo jefe. Desde luego, la frase majestad divina nos da la idea del más enorme
de los crímenes y del más espantoso de los castigos. ¿Pero a propósito de qué la pronunció el jurisconsulto? Por no haber asistido a las vísperas, lo que puede sucederle
al hombre más honrado del mundo.
En todas las controversias que se entablan sobre la libertad, uno de los argumentadores entiende casi siempre una cosa y su adversario otra. Luego se presenta un
tercero en discordia, que no entiende al primero ni al segundo, pero tampoco lo
entienden a él. En las disputas sobre la libertad, uno tiene el pensamiento de la potencia de imaginar, otro el de la potencia de querer y el tercero el deseo de ejecutar;
corren los tres, cada uno dentro de su círculo, y no se encuentran nunca. Lo mismo
sucede en las quejas sobre la gracia. ¿Quién puede comprender su naturaleza, sus
operaciones, y la suficiente que no basta y la eficaz a la que nos resistimos? Hace
dos mil años que se pronuncia la frase forma substancial, sin tener la menor noción
de ella; esta frase se ha sustituido por la de naturaleza plástica, sin ganar nada en
el cambio.
Se detiene un viajero ante un torrente y pregunta a un labriego que ve de lejos,
frente a él, por dónde está el vado: “Vaya hacia la derecha”, contesta el campesino.
El viajero toma la derecha y se ahoga. El campesino va corriendo hacia él y le grita:
“No le dije que avanzara hacia su mano derecha, sino hacia la mía”. El mundo está
lleno de estas equivocaciones.
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Al leer un noruego esta fórmula que usa el Papa: servidor de los servidores de Dios,
¿cómo ha de discurrir que el que la dice es el obispo de los obispos y el rey de los
reyes?
En la época en que los fragmentos de Petronio tenían gran fama en la literatura,
Meibomins, sabio de Lubeck, leyó en una carta que imprimió otro sabio de Bolonia
lo siguiente: “Aquí tenemos un Petronio completo, yo lo he visto y lo he admirado”.
En seguida Meibomins parte para Italia, se dirige a Bolonia, busca al bibliotecario
Capponi y le pregunta si es verdad que tiene allí a Petronio completo. Capponi le
responde que es público y notorio. Capponi le conduce a la iglesia donde descansa
el cuerpo de San Petronio. Meibomins toma el correo y huye.
Si el jesuita Daniel tomó a un abad guerrero, martialem abbatem, por el abab Marcial, cien historiadores han incurrido en mayores errores. El jesuita Dorleans, en
su obra Revoluciones de Inglaterra, habla indiferentemente de Northampton y de
Southampton, no equivocándose más que de Norte a Sur.
Frases metafóricas tomadas en un sentido propio han decidido muchas veces la
opinión de muchas naciones. Conocida es la metáfora de Isaías: “¿Cómo caíste del
cielo, estrella brillante que apareces al rayar la mañana?”. Supusieron que en esa
imagen aludía al diablo, y como la palabra hebrea que corresponde a la estrella
de Venus se tradujo en latín por la palabra Lucifer, desde entonces se ha llamado
siempre Lucifer al diablo.
El ejemplo más singular del abuso de las palabras, de los equívocos voluntarios y de
los errores que han producido más trastornos, nos lo ofrece el Kin-Tien de la China.
Varios misioneros de Europa disputaron acaloradamente sobre la significación de
esa palabra. La corte de Roma envió a un francés llamado Maigrot, nombrándole
obispo imaginario de una provincia de la China, para que decidiera el sentido de la
indicada palabra. Maigrot no sabía una palabra del idioma chino. El emperador se
dignó explicarle lo que en su lengua significaba Kin-Tien. Maigrot no lo quiso creer,
y consiguió que Roma excomulgase al emperador de la China.
No acabaríamos nunca si hubiéramos de referir todos los abusos de palabras que
nos acuden a la imaginación.
-- 156 --
Tengo un corazón
Malú Urriola
Tengo un corazón.
Una vez por lo menos lo tuve.
Mi corazón tiembla por cualquier cosa.
Cualquier cosa lo hace temblar,
una gota de lluvia basta, una débil brisa.
Este corazón es como una explanada, como el desierto
curtido por el sol.
Ah, hasta dónde las palabras habrán de llevarme.
Mis pensamientos han estado totalmente equivocados.
Este corazón iba a un lugar,
yo a otro.
l
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u
Ag
- 157 -
Malabarismos del idioma
LAS HERMANAS Soledad, Julia e Irene recibían las atenciones de un mismo
galán, que parecía no decidirse por ninguna de ellas. Cuando le pidieron una
definición, el galán entregó una estrofa, sin ninguna puntuación, que decía:
Tres bellas que bellas son
Me han exigido las tres
Que diga cuál de ellas es
la que ama mi corazón
Si obedecer es razón
Digo que amo a Soledad
No a Julia cuya bondad
Persona humana no tiene
No aspira mi amor a Irene
que no es poca su beldad.
Soledad quedó feliz y leyó a sus hermanas la estrofa con la siguiente puntuación:
Tres bellas, que bellas son,
Me han exigido las tres
Que diga cuál de ellas es
La que ama mi corazón
Si obedecer es razón.
Digo que amo a Soledad;
No a Julia, cuya bondad
Persona humana no tiene;
No aspira mi amor a Irene.
Que no es poca su beldad.
Julia, por su parte, interpretó la estrofa como favorable a ella y la leyó puntuada
de esta manera:
Tres bellas que bellas son,
Me han exigido las tres
Que diga cuál de ellas es
La que ama mi corazón.
-- 158 --
Si obedecer es razón,
Digo que, ¿amo a Soledad?
No, a Julia, cuya bondad
Persona humana no tiene.
No aspira mi amor a Irene.
Que no es poca su beldad.
A su vez Irene hizo lo propio y leyó la estrofa puntuada de esta manera:
Tres bellas, que bellas son,
Me han exigido la tres
Que diga cuál de ellas es
La que ama mi corazón.
Si obedecer es razón.
Digo que, ¿amo a Soledad?
No. ¿A Julia, cuya bondad
Persona humana no tiene?
No, aspira mi amor a Irene.
Que no es poca su beldad.
Producida esta situación en que cada una interpretaba la estrofa como favorable
para sí, las hermanas pidieron aclaración al escurridizo galán, quien se avino a
poner los signos de puntuación como enseguida se indica:
Tres bellas, que bellas son,
Me han exigido las tres
Que diga cuál de ellas es
La que ama mi corazón.
Si obedecer es razón.
Digo que, ¿amo a Soledad?
No. ¿A Julia cuya bondad
Persona humana no tiene?
No. ¿Aspira mi amor a Irene?
¡Qué!… ¡No!… Es poca su beldad.
Revista Saber para todos. Santiago: Editorial Quimantú 1973.
- 159 -
El papel y la tinta
Leonardo Da Vinci
Una hoja de papel, que estaba sobre una escribanía junto a otras hojas iguales a ella,
se encontró, un buen día, completamente manchada por unos signos. Una pluma,
bañada en una negrísima tinta, había escrito en ella multitud de palabras.
–¿No podías ahorrarme esta humillación? –dijo enojada la hoja de papel a la tinta.
–Yo no te he ensuciado, te he revestido de palabras. Desde ahora ya no eres una hoja
de papel, sino un mensaje. Custodias el pensamiento del hombre. Te has vuelto un
instrumento precioso.
En efecto, poco después, ordenando la escribanía, alguien vio
aquellas hojas esparcidas y las juntó para arrojarlas al fuego. Pero
de pronto advirtió la hoja "sucia" de tinta: y entonces tiró las
demás y devolvió a su lugar la que llevaba, bien visible, el mensaje de la palabra.
- 160 -
Apuntes sobre el arte de escribir cuentos
Juan Bosch
- Fragmento -
El cuento es un género antiquísimo que a través de los siglos ha tenido y mantenido el
favor público. Su influencia en el desarrollo de la sensibilidad general puede ser muy
grande, y por tal razón el cuentista debe sentirse responsable de lo que escribe, como
si fuera un maestro de emociones o de ideas.
[…] En sus primeros tiempos el cuentista crea un estado de semiinconsciencia. La
acción se le impone; los personajes y sus circunstancias le arrastran; un torrente de
palabras luminosas se lanza sobre él. Mientras ese estado de ánimo dura, el cuentista
tiene que ir aprendiendo la técnica a fin de imponerse a ese mundo hermoso y desordenado que abruma su mundo interior. El conocimiento de la técnica le permitirá
señorear sobre la embriagante pasión como Yavé sobre el caos. Se halla en el momento apropiado para estudiar los principios en que descansa la profesión del género; no
importa lo que crean algunos cuentistas noveles, son inalterables; por lo menos, en la
medida en que la obra humana lo es.
[…] El cuento es un género literario escueto, al extremo de que un cuento no debe
construirse sobre más de un hecho. El cuentista, como el aviador, no levanta vuelo
para ir a todas partes y ni siquiera a dos puntos a la vez; e igual que el aviador, se
halla forzado a saber con seguridad a dónde se dirige antes de poner la mano en las
palancas que mueven su máquina.
[…] La primera tarea que el cuentista debe imponerse es la de aprender a distinguir con
precisión cuál hecho puede ser tema de cuento. Debe tener alma de tigre para lanzarse
contra el lector, o instinto de tigre para seleccionar el tema y calcular con exactitud a
qué distancia está su víctima y con qué fuerza debe precipitarse sobre ella.
Pues sucede que en la oculta trama de ese arte difícil que es escribir cuentos, el lector
y el tema tienen un mismo corazón. Se dispara a uno para herir al otro. Al dar su salto
asesino hacia el tema, el tigre de la fauna literaria está saltando también sobre el lector.
[…] Es en la naturaleza activa del cuento donde reside su poder de atracción que alcanza a todos los hombres de todas las razas en todos los tiempos.
- 161 -
La mujer que escribió un diccionario
Gabriel García Márquez
H
ace tres semanas, de paso por Madrid, quise visitar a María Moliner. Encontrarla
no fue tan fácil como yo suponía: algunas personas que debían saberlo ignoraban quién era, y no faltó quien la confundiera con una célebre estrella de cine. Por fin
logré un contacto con su hijo menor, que es ingeniero industrial en Barcelona, y él me
hizo saber que no era posible visitar a su madre por sus quebrantos de salud. Pensé
que era una crisis momentánea y que talvez pudiera verla en un viaje futuro a Madrid. Pero la semana pasada, cuando ya me encontraba en Bogotá, me llamaron por
teléfono para darme la mala noticia de que María Moliner había muerto. Yo me sentí
como si hubiera perdido a alguien que sin saberlo había trabajado para mí durante
muchos años. María Moliner –para decirlo del modo más corto– hizo una proeza con
muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario
más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Se
llama Diccionario de uso del español, tiene dos tomos de casi 3.000 páginas en total,
que pesan tres kilos, y viene a ser, en consecuencia, más de dos veces más largo que
el de la Real Academia de la Lengua, y –a mi juicio– más de dos veces mejor. María
Moliner lo escribió en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria y el que
ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines. Uno de sus hijos, a quien le
preguntaron hace poco cuántos hermanos tenía, contestó: “Dos varones, una hembra
y el diccionario”. Hay que saber cómo fue escrita la obra para entender cuánta verdad
implica esa respuesta.
María Moliner nació en Paniza, un pueblo de Aragón, en 1900. O, como ella decía con
mucha propiedad: “En el año cero”. De modo que al morir había cumplido los ochenta
años. Estudió Filosofía y Letras en Zaragoza y obtuvo, mediante concurso, su ingreso
al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios de España. Se casó con don Fernando Ramón y Ferrando, un prestigioso profesor universitario que enseñaba en Salamanca
una ciencia rara: base física de la mente humana. María Moliner crió a sus hijos como
toda una madre española, con mano firme y dándoles de comer demasiado, aun en
los duros años de la guerra civil, en que no había mucho que comer. El mayor se hizo
médico investigador, el segundo se hizo arquitecto y la hija se hizo maestra. Solo
cuando el menor empezó la carrera de ingeniero industrial, María Moliner sintió que
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le sobraba demasiado tiempo después de sus cinco horas de bibliotecaria y decidió
ocuparlo escribiendo un diccionario. La idea le vino del Learner's Dictionary, con el
cual aprendió el inglés. Es un diccionario de uso; es decir, que no solo dice lo que
significan las palabras, sino que indica también cómo se usan, y se incluyen otras con
las que pueden reemplazarse. “Es un diccionario para escritores”, dijo María Moliner
una vez, hablando del suyo, y lo dijo con mucha razón. En el diccionario de la Real
Academia de la Lengua, en cambio, las palabras son admitidas cuando ya están a
punto de morir, gastadas por el uso y sus definiciones rígidas parecen colgadas de un
clavo. Fue contra ese criterio de embalsamadores que María Moliner se sentó a escribir su diccionario en 1951. Calculó que lo terminaría en dos años, y cuando llevaba
diez, todavía andaba por la mitad. “Siempre le faltaban dos años para terminar”, me
dijo su hijo menor. Al principio le dedicaba dos o tres horas diarias, pero a medida
que los hijos se casaban y se iban de la casa, le quedaba más tiempo disponible, hasta
que llegó a trabajar diez horas al día, además de las cinco de la biblioteca. En 1967
–presionada sobre todo por la Editorial Gredos, que la esperaba desde hacía cinco
años– dio el diccionario por terminado. Pero siguió haciendo fichas, y en el momento
de morir tenía varios metros de palabras nuevas que esperaba ver incluidas en las
futuras ediciones. En realidad, lo que esa mujer de fábula había emprendido era una
carrera de velocidad y resistencia contra la vida.
Su hijo Pedro me ha contado cómo trabajaba. Dice que un día se levantó a las cinco
de la mañana, dividió una cuartilla en cuatro partes iguales y se puso a escribir fichas
de palabras sin más preparativos. Sus únicas herramientas de trabajo eran dos atriles
y una máquina de escribir portátil, que sobrevivió a la escritura del diccionario. Primero trabajó en la mesita de centro de la sala. Después, cuando se sintió naufragar
entre libros y notas, se sirvió de un tablero apoyado sobre el respaldar de dos sillas.
Su marido fingía una impavidez de sabio, pero a veces medía a escondidas las gavillas
de fichas con una cinta métrica, y les mandaba noticias a sus hijos. En una ocasión
les contó que el diccionario iba ya por la última letra, pero tres meses después les
contó, con las ilusiones perdidas, que había vuelto a la primera. Era natural, porque
María Moliner tenía un método infinito: pretendía agarrar al vuelo todas las palabras
de la vida. “Sobre todo las que encuentro en los periódicos”, dijo en una entrevista.
“Porque allí viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que
inventarse al momento por necesidad”. Solo hizo una excepción: las mal llamadas
malas palabras, que son muchas y tal vez las más usadas en la España de todos los
tiempos. Es el defecto mayor de su diccionario, y María Moliner vivió bastante para
comprenderlo, pero no lo suficiente para corregirlo.
Pasó sus últimos años en un apartamento del norte de Madrid, con una terraza grande donde tenía muchos tiestos de flores, que regaba con tanto amor como si fueran
- 163 -
palabras cautivas. Le complacían las noticias de que su diccionario había vendido
más de 10.000 copias en dos ediciones, que cumplía el propósito que ella se había
impuesto y que algunos académicos de la lengua lo consultaban en público sin ruborizarse. A veces le llegaba un periodista desperdigado. A uno que le preguntó por
qué no contestaba las numerosas cartas que recibía, le contestó con más frescura que
la de sus flores: “Porque soy muy perezosa”. En 1972 fue la primera mujer cuya candidatura se presentó en la Academia de la Lengua, pero los muy señores académicos
no se atrevieron a romper su venerable tradición machista. Solo se atrevieron hace
dos años, y aceptaron entonces a la primera mujer, pero no fue María Moliner. Ella
se alegró cuando lo supo, porque le aterrorizaba la idea de pronunciar el discurso de
admisión. “¿Qué podía decir yo ”, dijo entonces, “si en toda mi vida no he hecho más
que coser calcetines?”
http://sololiteratura.com/ggm/marquezlamujer.htm
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La mujer de hoy
Luisa Capetillo
La mujer que tiene y retiene al hombre en sus brazos desde la cuna al sepulcro; la
mujer que es la que da su belleza, su juventud, su salud, su alegría, su vida entera
por las generaciones; la mujer que es guía, madre: como compañera, como hermana,
como amiga, máquina de hacer hijos o esclava doméstica, a quien se relega para los
más ordinarios oficios, se la retiene en la más cruel esclavitud o se la pervierte en
prácticas obscenas como una cosa, como un juguete sin derecho a manifestar sus
gustos ni sus opiniones, y a quien se permite vivir para utilizarla.
Tal es la mujer latina en todos los países del habla castellana especialmente. La mujer,
compañera del hombre, a la que la Naturaleza ha dado el derecho de crear y educar
las generaciones, la que forma el corazón y el cerebro de los futuros libertadores del
mundo, es una esclava. Esclava maniatada al capricho de su dueño, sin voluntad, sin
conocimiento de las más elementales nociones de fisiología y de ciencia social.
El hombre no quiere que se instruya, pero la deja ir al confesionario a hundir su conciencia en las negruras del fanatismo. Allí podrá perder su cuerpo y su alma, pero no
su esclavitud; de allí no saldrá con deseos de libertarse. Eso es lo único que importa al
hombre para hacer de la mujer el instrumento de sus caprichos.
Además, la mujer, por ignorancia respecto a la influencia natural y sugestiva que ella
ejerce sobre el hombre, creyéndola inferior y débil, utiliza otras costumbres que la
hacen más esclava aún. Ella se pinta, se adorna con joyas, deforma su cuerpo con
el uso excesivo del corsé, hace mil monerías, se convierte en maniquí de la moda, y
todo porque cree atraer al hombre con esos juegos de disfraz. Y he aquí la cuna del
género humano convertida en un bazar, exhibiendo miles de baratijas por las calles,
en una muñeca, en un juguete de pasatiempo de los ignorantes, que solamente la
toman como un instrumento de placer que se tira luego por inservible.
Y en estas condiciones, y en esta situación, la mujer, que tiene la alta misión de hacer
hombres libres y de gran iniciativa y gran impulso intelectual, hace más a menudo
muñecos que bailan en las cuerdas políticas, hipócritas que llenan los conventos e
iglesias, carne de cañón en las batallas, o verdugos y explotadores que usurpan el
sudor de sus hermanos. Eso es lo que pueden dar las mujeres esclavizadas por su
ignorancia, fanatizadas por el dogma, y los hombres que utilizan la ignorancia femenina para satisfacer su afán de dominio, sus vicios, su holgazanería, como hijos al fin
de mujeres esclavas e ineptas para desechar su esclavitud.
-- 165 --
Porque debe saberse que hay una inmensa mayoría de hombres que son tigres en
pequeño en el interior de sus hogares; al asomarse por la esquina los hijos tiemblan
y al llegar a ellos, se esconden, mientras la madre se asusta. Y cuando esta mujer
cumple, otorgando o consintiendo al marido el delito conyugal, realiza un sacrificio
en el que pliega su alma y estruja su corazón, quedando en un estado de atrofia atroz,
y cuando en este estado realiza la fecundación, díganme ¿qué hijos saldrán de tal
ayuntamiento, que es la antítesis del amor?…
La atada y sugestionada por las religiones no puede educar a los hombres y las mujeres futuras. Y como esclava solo puede contribuir a la perpetuidad de la esclavitud.
Mas el día que la mujer se emancipe de la tutela clerical, ya no podrá soportar otro
tutelaje que el de su razón y su conciencia.
Ese día hasta la Naturaleza se estremecerá de alegría al sentir en su seno a su hija
predilecta libre; el sol alumbrará más esplendente; las flores esparcirán con efusión
sus perfumes; será un nuevo resurgimiento a la vida hermosa de la libertad. Entonces
no habrá más deformaciones cerebrales ni físicas. Cada hogar será una escuela, una
cátedra y la fraternidad será la ley única que avasallará los corazones.
¡Oh, mujeres, en sus manos está la felicidad de la humana especie: tomen el libro y
sean amigas, madres y maestras de sus hijos!
¡Qué hermosa realidad!
Verba Roja Nº 9, Valparaíso, mayo de 1919.
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Lecturas cerebrales
Andrea Slachevsky
¿Libro o película? Para las neurociencias no hay duda alguna: la
lectura es una fuente de asombro beneficiosa para nuestro cerebro,
mientras que la televisión afecta el desarrollo intelectual y aumenta
el riesgo de Alzheimer.
Charles Burton
Pintura de Charles Burton
En la permanente invitación a descansar viendo televisión hay un gran problema. En
los niños, las horas pasadas frente a ella alteran su imaginación y desarrollo intelectual. En los adultos, aumenta el riesgo de desarrollar la enfermedad de Alzheimer. La
lectura probablemente es la cara opuesta: facilita el desarrollo intelectual de los niños
y previene el Alzheimer en los adultos.
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¿Qué hace a la televisión diferente de la lectura? Una de las primeras respuestas la
aportó Friedrich Hayek, Premio Nobel de Economía y fanático de las neurociencias,
en The Sensory Order An Inquiry into the Foundations of Theoretical Psychology, al
proponer que en el cerebro existe una fragmentación de las áreas que procesan las
diferentes características de un objeto. Ciertas áreas cerebrales codifican su forma,
otras su color, otras su nombre, etcétera. Al evocar al objeto, estas diferentes áreas se
activan sincrónicamente. Una rara enfermedad, la demencia semántica, ha aportado
evidencia empírica a favor de la hipótesis de Hayek. En esta patología neurodegenerativa existe una pérdida progresiva de la capacidad de reconocer objetos, asociada
a una atrofia del polo temporal, región cerebral que coordina la activación de estas
áreas. Al contrario, pacientes con lesiones aisladas de ciertas áreas cerebrales pierden
solo una parcela del conocimiento de los objetos, por ejemplo los colores, sin alterar
los otros componentes. La magia de la lectura probablemente reside en que una palabra activa múltiples regiones cerebrales, convirtiéndose en una vivencia de diversas
modalidades sensoriales. A diferencia de la lectura, la televisión nos entrega una experiencia ya construida que se plasma en nuestro espacio neuronal. Otra posibilidad
es que la televisión da cabida insuficiente a la mirada alternativa. Jean-Paul Sartre
escribía en ¿Qué es la Literatura? que "es el esfuerzo conjunto del autor y del lector
lo que hace surgir este objeto concreto e imaginario que es la obra del espíritu". Para
él, la actividad del lector es creadora, y para crear se requiere mirar de otra manera,
dejar espacio al asombro. Si bien es poco lo que se sabe sobre los mecanismos neuronales de la creación, el neurobiólogo Jean-Pierre Changeux propone que los procesos
creativos se explicarían por mecanismos de tipo darwiniano de ensayo y error en el
dominio neurobiológico, seleccionándose o eliminándose conexiones entre neuronas. No existiría creación sin plasticidad neuronal. Quizás la diferencia entre lectura
y televisión reside en que la televisión nos entrega un producto terminado sin espacio
para la creación. Todo lo anterior son solo hipótesis. En el futuro la neuroestética,
la neurociencia de la actividad artística, validará estas hipótesis o las descartará en
favor de otras aún impensadas, pero la lectura seguirá siendo una fuente de asombro
al transformar lo escrito en una vivencia.
Revista Qué Pasa, noviembre de 2011.
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El laurel
Johann Friedrich Hölderlin
¡No, no me resignaré! Avanzar siempre como un niño, como un prisionero, a
pequeños pasos medidos por anticipado, día tras día. ¡No, nunca me resignaré!
¿Tal es el destino del hombre? ¿Mi destino? ¡No! Al laurel aspiro. No me tienta el reposo, más el
peligro suscita las fuerzas del hombre y el dolor hincha el pecho de los jóvenes.
¿Qué soy para ti, qué soy yo, patria mía? Un débil, un enfermo a quien su madre con una
tonada triste, desesperada, acuna entre sus pacientes brazos.
Nunca busqué consuelo en el fondo de brillantes copas ni en la mirada de una sonriente coqueta.
¿Debe abatirme para siempre una pena o matarme un furioso deseo?
¿De qué sirve el cordial apretón de manos y la dulce acogida del alma en primavera? ¿Para
qué la sombra de los robles, la viña en flor, el aroma del tilo?
Juro, por la antigua Mana, no beber jamás
del cáliz del gozo, no obstante su seductor destello,
hasta el día en que haga una obra de hombre
y conquiste entonces mi primer laurel.
¡Grave promesa! que a mis ojos llena de lágrimas.
¡Feliz seré de mantenerla! Pues así,
criaturas de alborozo, también a mí me oiréis gritar de gozo.
Y entonces, oh Naturaleza, de tu sonrisa haré mi júbilo.
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El "Caso Dreyfus"
Antecedentes históricos
En 1894 los servicios de contraespionaje del Ministerio de la Guerra francés interceptaron
un documento dirigido al agregado militar alemán en París. El documento anunciaba el
envío de información concreta sobre el nuevo material de artillería francés. El riesgo de
un escándalo resultaba más preocupante que la propia filtración; había, pues, que encontrar a un culpable. Se acusa, entonces, al capitán del ejército francés Alfred Dreyfus,
de treinta y cinco años, judío y alsaciano, de ser el autor de dicho documento. Dreyfus
es arrestado, juzgado por un consejo de guerra y declarado culpable de alta traición. Lo
condenan a prisión perpetua y es enviado a la Isla del Diablo en la Guayana Francesa.
La única evidencia en su contra es un trozo de papel manuscrito dirigido al mayor Max
von Schwartzkoppen –el agregado alemán– encontrado en un tacho de basura y cuya
caligrafía apenas se asemeja a la de Dreyfus. Durante el juicio público, la muchedumbre,
incitada por la prensa antisemita, hostiga a Dreyfus con gritos e insultos.
El Caso Dreyfus dividió a la sociedad francesa. Por un lado, el gobierno derechista,
el ejército nacionalista, la Iglesia Católica y los partidos conservadores, que unieron
fuerzas en el bando anti-Dreyfus (con grandes características antisemitas); por el otro,
las fuerzas progresistas –republicanos, socialistas y anticlericales–, liderados por Émile Zola y Jean Jaurès, entre otros, que hicieron suya la lucha por los derechos humanos
en la República.
En 1896 se descubre evidencia que apunta a Ferdinand Walsin Esterhazy como el autor del espionaje. A pesar de un intento militar por suprimir la evidencia, Esterhazy es
juzgado en 1898, pero el tribunal militar lo absuelve en un juicio que dura apenas unos
minutos. Émile Zola escribe entonces una carta abierta, J'accuse (Yo acuso), acusando
a los jueces de complicidad. Zola es sentenciado a la cárcel por injurias, pero logra
escapar a Inglaterra. Ese mismo año se hace público que gran parte de la evidencia en
contra de Dreyfus había sido falsificada por el coronel Henri. Luego del suicidio de este
último y de la fuga de Esterhazy a Inglaterra, la condena a Dreyfus se hace insostenible. El caso se reabre en 1899, pero la soberbia de la corte militar le impide aceptar la
realidad y vuelve a encontrar a Dreyfus culpable, sentenciándolo esta vez a diez años
de prisión. Sin embargo, la situación política francesa había cambiado y el Presidente
Émile Loubet se vio obligado a otorgarle el perdón. En 1906 la Corte de Apelaciones
exoneró a Dreyfus y en 1930 su inocencia quedó definitivamente confirmada con la
publicación de los documentos de Schwartzkoppen.
Equipo editorial
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El Caso Dreyfus, Zola y el nacimiento
de los Intelectuales
Por José Carlos Bermejo
El Caso Dreyfus fue el escándalo más famoso de la Historia francesa.
Es, quizá también, el primer ejemplo personificado en la figura de un
personaje público, un militar, del claro antisemitismo que se encarnaría con total virulencia en el siglo XX y que alcanzaría su máxima
expresión en el Holocausto nazi. En los últimos meses de 1894, el
capitán judío Alfred Dreyfus fue falsamente acusado de espionaje,
de haber filtrado informaciones militares secretas al agregado militar
alemán en París.
Pintura de Henri Meyer
La acusación no parecía tener demasiada
lógica: Dreyfus tenía mucho dinero y las
pruebas eran endebles. Tiempo después
se supo que realmente aquello había
sido una conspiración contra el "judío
advenedizo". El Estado Mayor no quería
entre sus hombres a un judío. Además, el
juicio fue a todas luces injusto. Con todo,
fue condenado en Consejo de Guerra a la
degradación y a la deportación durante 5
años a la Isla del Diablo, en la Guayana
Francesa, en febrero de 1895. El escándalo vino después, cuando la presión,
proveniente de varios frentes como
ahora veremos, dio una vuelta de tuerca
a todo el asunto. De un lado, en 1898 se
descubrió que hubo un falsificador de las
pruebas, el coronel Henri, que ese mismo
año se suicidó; de otro, el "Manifiesto
de los Intelectuales", bajo el lema "Yo
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acuso", publicado el 14 de enero de 1898
en el periódico L’Aurore, por un grupo de
escritores, entre los que destacaban Anatole France y Émile Zola, quien firmara
e iniciara el Manifiesto; políticos como
Leon Blum o científicos como Seignobos,
elevaban una defensa y la revisión del caso
sobre la condena de Dreyfus y contra el
gobierno de Méline, que había consentido
el oprobio contra el capitán judío, por el
hecho de profesar tal religión.
Aquí vale hacer una acotación para reparar en el término "intelectual", que fue el
que se dio al Manifiesto, para referir que
fue el momento histórico en el que surge,
y con el que designa a aquellas personas
que ofrecen su opinión, supuestamente
de forma libre, para conformar una parte
sustancial de lo que se viene conociendo
como "opinión pública". El término se
fue adaptando a las distintas lenguas
europeas, y lo hizo, sin duda, de forma
peyorativa, dado que en el Caso Dreyfus
se concitaban opiniones contrapuestas
y divergencias desde el plano político,
caracterizadas por las diferencias ideológicas entre la derecha y la izquierda;
dicha diferencia quedó demostrada en el
Parlamento francés, reflejada en la prensa
periódica y, por ende, en el debate social,
en la sociedad civil.
Desde luego, el debate quedó abierto.
Zola, defensor a ultranza de Dreyfus, fue
condenado a un año de cárcel y al pago de
7.000 francos. Se exilió a Londres, aunque
regresó a París. Un 29 de septiembre de
1902 murió asfixiado por el humo de una
estufa, aunque nunca se descartó que
aquello no fuera un accidente, sino que
hubiera sido asesinado.
La historia de Dreyfus concluye cuando,
años después de su condena, por fin se
revisa el caso para ser absuelto en 1899.
La absolución vendría, paradójicamente,
con "circunstancias atenuantes". La rehabilitación "total" llegaría siete años más
tarde. El Tribunal de Casación lo declaró
inocente y se le concedió la Legión de Honor. Sin embargo, la historia no termina
aquí, pues tras la muerte de Zola, se abrió
un agrio debate político sobre si sus restos
debían reposar en el Panteón de Hombres
Ilustres parisino. Izquierda y derecha
debatían sobre este extremo, toda vez que
Zola había fallecido dos años antes y, sus
restos ya descansaban en el cementerio
de Montmartre. El espíritu de Zola y su
encendido apoyo a Dreyfus volvían a la
escena pública.
Finalmente, un 4 de junio de 1908, los restos mortales del escritor eran trasladados
al Panteón. Se organizó una comitiva que
ofrecería su homenaje a Zola, comitiva
entre la que se encontraba Alfred Dreyfus,
queriendo demostrar su apoyo a quien
tanto lo ayudó en los peores momentos.
Y fue allí donde un nacionalista llamado
Louis Grégori alzó su pistola contra
Dreyfus y disparó. Por suerte para aquel, la
bala se alojó en su brazo y solo quedó herido. En el juicio por el intento de asesinato,
Grégori esgrimió una curiosa defensa: "Yo
no disparé contra Dreyfus, lo hice contra el
Dreyfusismo". Fue absuelto. No cabe duda
de que el Caso Dreyfus seguía abierto.
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*
Señor: Permítame que, agradecido por la bondadosa acogida que me dispensa, me
preocupe de su gloria y le diga que su estrella, tan feliz hasta hoy, está amenazada por
la más vergonzosa e imborrable mancha.
Ha salido sano y salvo de bajas calumnias, ha conquistado los corazones. Apareció
radiante en la apoteosis de la fiesta patriótica que, para celebrar la alianza rusa, hizo
Francia, y se prepara a presidir el solemne triunfo de nuestra Exposición Universal,
que coronará este gran siglo de trabajo, de verdad y de libertad. ¡Pero qué mancha de
cieno sobre su nombre –iba a decir sobre su reino– puede imprimir este abominable
proceso Dreyfus! Por lo pronto, un consejo de guerra se atreve a absolver a Esterhazy,
bofetada suprema a toda verdad, a toda justicia. Y no hay remedio; Francia conserva
esa mancha y la historia consignará que semejante crimen social se cometió al amparo de su presidencia.
Puesto que se ha obrado tan sin razón, hablaré. Prometo decir toda la verdad y la diré
si antes no lo hace el tribunal con toda claridad.
Es mi deber: no quiero ser cómplice. Todas las noches me desvelaría el espectro del
inocente que expía a lo lejos, cruelmente torturado, un crimen que no ha cometido.
Por eso me dirijo a usted gritando la verdad con toda la fuerza de mi rebelión de
hombre honrado. Estoy convencido de que ignora lo que ocurre. ¿Y a quién denunciar las infamias de esa turba malhechora de verdaderos culpables sino al primer
magistrado del país?
Ante todo, la verdad acerca del proceso y de la condenación de Dreyfus.
* Yo acuso. Carta al Presidente de la República. Por Émile Zola.
- 173 -
Retrato de Alfred Dreyfus
[…] Es un crimen haber acusado como perturbadores de Francia a cuantos quieren
verla generosa y noble a la cabeza de las naciones libres y justas, mientras los canallas
urden impunemente el error que tratan de imponer al mundo entero. Es un crimen
extraviar la opinión con tareas mortíferas que la pervierten y la conducen al delirio.
Es un crimen envenenar a los pequeños y a los humildes, exasperando las pasiones de
reacción y de intolerancia, y cubriéndose con el antisemitismo, de cuyo mal morirá
sin duda la Francia libre si no sabe curarse a tiempo. Es un crimen explotar el patriotismo para trabajos de odio; y es un crimen, en fin, hacer del sable un dios moderno,
mientras toda la ciencia humana emplea sus trabajos en una obra de verdad y de
justicia.
[…] Tal es la verdad, señor Presidente, verdad tan espantosa que no dudo quede como
una mancha en su gobierno. Supongo que no tiene ningún poder en este asunto, que
es un prisionero de la Constitución y de la gente que lo rodea; pero tiene un deber
de hombre en el cual meditará cumpliéndolo, sin duda honradamente. No crea que
desespero del triunfo; lo repito con una certeza que no permite la menor vacilación;
la verdad avanza y nadie podrá contenerla.
- 174 -
[…] Cuanto más duramente se oprime la verdad, más fuerza toma, y la explosión será
terrible. Veremos cómo se prepara el más ruidoso de los desastres.
Señor Presidente, concluyamos, que ya es tiempo.
[…] Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia
de Dreyfus y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de
lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor
comprometido.
Acuso al general Boisdeffre y al general Gonzi por haberse hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por espíritu de cuerpo, que hace de
las oficinas de Guerra un arca santa, inatacable.
[…] Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme, Varinard y Couard por
sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los
declare víctimas de ceguera de los ojos y del juicio.
Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa, particularmente en
L'Éclair y en L'Echo de Paris, una campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública.
Y por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber condenado a un acusado
fundándose en un documento secreto, y al segundo Consejo de Guerra, por haber
cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen jurídico de absolver conscientemente
a un culpable.
No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los artículos 30 y 31 de
la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que se refieren a los delitos de difamación. Y
voluntariamente me pongo a disposición de los Tribunales.
En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he
visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como
entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí no es más
que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia.
Solo un sentimiento me mueve, solo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre
de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente
protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales
y que me juzguen públicamente.
Así lo espero.
Carta a M. Félix Faure, Presidente de la República Francesa. París, 13 de enero de 1898.
- 175 -
Dreyfus en Kasrílevke
Sholem Aleijem
N
o sé si la historia de Dreyfus provocó en alguna parte tanto ruido como en Kasrílevke.
París, dicen, también hervía como en una olla. Los diarios escribían, los generales se
pegaban un tiro, y muchachotes corrían por las calles como locos, tiraban sus gorras
al aire y hacían de las suyas. Uno gritaba "¡Viva Dreyfus!", y el otro gritaba "¡Viva
Esterhazy!", y a los judíos, entretanto, se los humillaba y emporcaba como de costumbre… Pero tanto dolor, tanta penuria y abatimiento como sufrió por eso Kasrílevke, no
lo va a sufrir París hasta que llegue el Mesías.
No pregunten cómo se enteraron en Kasrílevke del tema Dreyfus, porque, ¿cómo se
sabe allí de la guerra que desataron los ingleses contra los boers. ¿Y cómo saben lo que
sucede en China? ¿Qué relación tiene Kasrílevke con China? ¡Por los grandes negocios que hacen con el mundo! El té lo compran de Visotsky, de Moscú, y la tela amarilla
china para el verano que llaman "Che-Shun Cha" no se usa en Kasrílevke. Esa tela no
es para sus bolsillos. Gracias a Dios que pueden usar en verano un saco, aunque sea
de lustrina; si no, pueden usar –con perdón– solo pantalones, y arriba nada más que
el pequeño manto de oraciones de seda. A pesar de eso, cuando el verano es caluroso
sudan con todo placer.
Sigue entonces en pie aquella pregunta: ¿cómo se enteró Kasrílevke del tema Dreyfus?
Por Zeidl.
Zeidl, el hijo de Reb.
Shaie es el único de la ciudad suscrito al diario hebreo Tsefira, y todas las novedades
que tienen lugar en el mundo son conocidas por él, mejor dicho, no por él, sino a través
de él. Él las lee y ellos las interpretan; él cuenta y ellos deducen el significado de lo que
escuchan; él dice lo que está escrito y ellos entienden a menudo lo contrario, porque
ellos entienden mejor.
Cierto día, llegó Zeidl a la sinagoga y contó una historia: que en París juzgaron a un
capitán judío, un tal Dreyfus, por entregar al enemigo importantes documentos del
Estado. Y a ellos esta noticia les entró por un oído y les salió por el otro. Uno comentó
de paso:
–¿Qué no hace un judío para ganarse el sustento?
- 176 -
Y otro agregó con tono vengativo:
–¡Bien merecido! ¡Que un judihuelo no trepe a las alturas y se mezcle con monarcas!
Después, Zeidl contó una nueva versión de esa historia, de que todo había sido una calumnia; que ese capitán judío, ese Dreyfus al que desterraron, era totalmente inocente,
que se trataba de una intriga de varios generales enfrentados entre sí, entonces ahí ya
comenzaron a interesarse un poco, y Dreyfus se convirtió en ciudadano de Kasrílevke:
donde había dos, él era el tercero.
–¿Escuchó?
–Escuché.
–Desterrado para siempre. ¡Sin ninguna razón! ¡Por una calumnia!
Más tarde, cuando Zeidl vino y contó que era casi seguro que el juicio se reviese, que
aparecieron personas decentes que se proponían demostrar al mundo que todo el
asunto había sido finalmente un error, comenzó Kasrílevke a agitarse de una forma
totalmente diferente. En primer lugar, está claro que Dreyfus es "nuestro", y en segundo lugar, ¿cómo se explica que en París tenga lugar una historia tan repugnante?
¡Puaj, algo realmente muy feo por parte de los "franchutes"…! Y comenzó una serie de
polémicas y de apuestas: uno decía que el juicio iba a reverse, y aquel otro entendía
que no, que una vez terminado un juicio y dictada una sentencia ya no había vuelta
atrás…
Con el paso del tiempo la gente dejó de esperar que Zeidl se molestase en ir a la sinagoga a contar las novedades sobre el capitán Dreyfus y comenzaron a ir hasta su casa.
Después la impaciencia de la gente creció y en lugar de ir a su casa iban directamente al
correo con él para retirar el diario, y él se los leía allí mismo, y allí mismo masticaban lo
que habían escuchado; lo volvían a masticar, luego gritaban, alborotaban, discutían y
hablaban todos juntos, como de costumbre. Más de una vez, el encargado de la oficina
de correo les daba a entender, de una manera delicada incluso, que el correo no era,
valga la diferencia, una sinagoga, diciéndoles por ejemplo:
–¡Judíos piojosos, esto no es una sinagoga, aquí no es un lugar para arreglar negocios
turbios…!
Pero ellos le prestaban tanta atención como quien oye llover; él los insultaba, y ellos
seguían leyendo el diario hebreo y hablando acerca de Dreyfus.
Y no solo de Dreyfus se hablaba en Kasrílevke; cada vez se les agregaba un nuevo personaje: primero fue Esterhazy, después Picquart y más tarde los generales Merci, Peli
y Gonzi, con lo que a alguno se le ocurrió que entre los "franchutes" el nombre de un
general tiene que terminar con una "i". Entonces otro le replicó:
–¿Con Budefer qué vas a hacer?
- 177 -
–¿Te das cuenta? Justamente así terminó.
–¡Ojalá terminen así todos nuestros enemigos!
Había dos personajes a quienes todo Kasrílevke les tomó cariño y seguía sus pasos
apasionadamente. Esos personajes eran Émile Zola y Lambori. Por Émile Zola cualquiera de ellos hubiese dado la vida. "¡Casi nada, Émile Zola!". Si Émile Zola fuera,
por ejemplo, a Kasrílevke, la ciudad entera saldría a darle la bienvenida; lo llevarían
en andas.
–¿Qué opinan de sus cartitas?
–¡Perlas! ¡Diamantes! ¡Brillantes!
También de Lambori hablaban maravillas. La gente disfrutaba, se emocionaba y se
chupaba los dedos con sus discursos, pese a que nadie en Kasrílevke lo había escuchado nunca, pero caía por su propio peso que debía de ser un orador de primera.
No sé si la familia de Dreyfus, en París, ansiaba tanto que volviese de esa hermosa isla
como lo ansiaban los judíos de Kasrílevke. Se podría decir que ellos viajaban junto a él
desde allí a través del mar, sentían literalmente que navegaban con él: sentían que de
pronto se levantaba una tormenta y azotaba el mar en todas las direcciones; las olas
golpeaban y sacudían el barco como si fuese una astilla, arriba y abajo, arriba y abajo.
–¡Señor del universo! –rezaban en sus corazones–. ¡Haz que por lo menos llegue bien
al lugar en el que tiene que realizarse el juicio! ¡Por lo menos abre los ojos de los jueces
y aclara sus mentes para que encuentren al culpable, y que todo el mundo tome conciencia de nuestra justicia, Amén…!
El día en que llegó la buena nueva de que Dreyfus ya había llegado a París, en Kasrílevke
fue un día de fiesta. Si no les hubiese dado vergüenza habrían cerrado las tiendas.
–¿Escuchó?
–¡Gracias a Dios!
–Me gustaría haber visto cómo fue el primer encuentro con su esposa.
–Y a mí me hubiera encantado observar a sus hijitos cuando les dijeron que llegó su
padre.
Las mujeres que estaban allí escondían los rostros en sus delantales, haciendo como
que se sonaban las narices, para que no se viera que estaban llorando. Por más que
Kasrílevke fuera una ciudad pobre, cada uno se hubiese desprendido de lo último que
tenía con tal de estar allí y echar una mirada, aunque fuese desde lejos.
Cuando comenzó el juicio, Kasrílevke se transformó en un hervidero. No solo al diario, a Zeidl lo hacían pedazos. Se atragantaban con la comida, no dormían de noche,
estaban desesperados porque ya fuese mañana, pasado mañana, y así todos los días.
- 178 -
De pronto se armó una batahola en la ciudad, un alboroto, un escándalo, un griterío,
todo se volvió oscuridad. Fue cuando dispararon sobre el abogado Lambori. Los judíos
de Kasrílevke sintieron que se les derrumbaba el mundo.
–¿Por qué? ¿Para qué? ¡Qué malvados! ¡Sin motivo alguno! ¡Peor que en Sodoma!
Ese disparo les quitó la cabeza. Esa bala les dio directamente en el corazón. Era como
si hubiesen disparado sobre Kasrílevke.
–¡Señor del universo! –rezaban en sus corazones–. Haz un milagro, sabemos que
cuando quieres puedes hacerlo; haz un milagro, que Lambori por lo menos siga vivo.
Y Dios, bendito sea, hizo el milagro; Lambori quedó vivo.
Cuando llegó el último día del juicio, los de Kasrílevke estaban como sumidos en un
estado febril. Hubiesen querido quedarse dormidos durante un día entero y despertar
cuando, con la ayuda de Dios, Dreyfus estuviera libre. Pero, como si fuese a propósito,
ninguno pudo pegar un ojo. Daban vueltas en la cama a un lado y al otro, guerreaban
con las chinches y esperaban ansiosos la llegada del día.
En cuanto se hizo de día fueron al correo. El correo estaba cerrado y el portón también. Poco a poco comenzaron a juntarse los de Kasrílevke alrededor del correo hasta
inundar la calle. Los judíos daban vueltas, bostezaban, se estiraban, jugaban con sus
aladares y entonaban en voz baja la melodía de una plegaria.
Cuando Iareme, el portero, abrió el portón, todos los judíos juntos se abalanzaron
adentro. Entonces Iareme se enfureció, y queriendo mostrar quién era allí el dueño,
se lanzó sobre ellos y los echó, con maldiciones, de la oficina de correo. Entonces esperaron allí afuera hasta que finalmente llegó Zeidl. Y cuando Zeidl tomó el diario y
les leyó el maravilloso veredicto dictado contra Dreyfus, se levantó un griterío, una
batahola como para que se partiesen los cielos. El griterío no era contra los jueces que
habían juzgado mal ni contra los generales que habían dado falso testimonio, ni contra
los "franchutes" que se habían comportado de manera tan horrible. ¡No! El griterío era
contra Zeidl.
–¡No puede ser! –gritaba Kasrílevke con una sola voz–. ¡No puede haber en el mundo
un juicio así! ¡Los cielos y la tierra juraron que la verdad tiene que aflorar como el aceite en el agua! ¿Qué vienes a contarnos historias?
–¡Bestias! –se desgañitaba Zeidl, gritando, pobre, con todas sus fuerzas y poniéndoles
el diario bajo las narices–. ¡Tomen, vean lo que dice el diario!
–¡Qué importa el diario! –gritaba Kasrílevke–. ¿Acaso si te vas a parar con un pie en el
cielo y el otro sobre la tierra, te vamos a creer? ¡Es algo que no puede ser! ¡No puede
ser! ¡No puede ser! ¡No puede ser!
Y ciertamente, al final, ¿quién tuvo razón…?
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Los juicios de Sancho Panza
Miguel de Cervantes
S
e presentaron dos hombres ancianos; el uno traía una cañaheja por báculo, y el
sin báculo dijo:
–Señor, a este buen hombre le presté días ha diez escudos de oro en oro, por hacerle placer y buena obra, con condición que me los volviese cuando se los pidiese.
Pasáronse muchos días sin pedírselos, por no ponerle en mayor necesidad, de
volvérmelos, que la que él tenía cuando yo se los presté; pero por parecerme que
se descuidaba en la paga, se los he pedido una y muchas veces, y no solamente no
me los vuelve, sino me los niega y dice que nunca tales diez escudos le presté, y que
si se los presté, que ya me los ha vuelto. Yo no tengo testigos ni del prestado ni de
la vuelta, porque no me los ha vuelto; querría que vuestra merced le tomase juramento, y si jurare que me los ha vuelto, yo se los perdono para aquí y para delante
de Dios.
–¿Qué dices tú a esto, buen viejo del báculo? –dijo Sancho.
A lo que dijo el viejo:
–Yo, señor, confieso que me los prestó, y baje vuestra merced esa vara; y pues él lo
deja en mi juramento, yo juraré cómo se los he vuelto y pagado real y verdaderamente.
nónimo
Grabado A
Bajó el gobernador la vara, y en tanto, el viejo del báculo dio el báculo al otro viejo,
que se le tuviese en tanto que juraba, como si le embarazara mucho, y luego puso la
mano en la cruz de la vara, diciendo que era verdad que se le habían prestado aquellos
diez escudos que se le pedían; pero que él se los había vuelto de su mano a la suya,
y que por no caer en ello se los volvía a pedir por momentos. Viendo lo cual el gran
gobernador preguntó al acreedor qué respondía a lo que decía su contrario; y dijo que
sin duda alguna su deudor debía de decir verdad, porque le tenía por hombre de bien
y buen cristiano, y que a él se le debía de haber olvidado el cómo y cuándo se los había
vuelto, y que desde allí en adelante jamás le pediría nada.
Tornó a tomar su báculo el deudor y, bajando la cabeza, se salió del juzgado. Visto
lo cual por Sancho, y que sin más ni más se iba, y viendo también la paciencia del
demandante, inclinó la cabeza sobre el pecho, y poniéndose el índice de la mano
derecha sobre las cejas y las narices, estuvo como pensativo un pequeño espacio, y
luego alzó la cabeza y mandó que le llamasen al viejo del báculo, que ya se había ido.
Trujéronsele, y en viéndole Sancho, le dijo:
–Dame, buen hombre, ese báculo; que le he menester.
–De muy buena gana –respondió el viejo–: hele aquí, señor.
Y púsosele en la mano. Tomóle Sancho, y dándosele al otro viejo, le dijo:
–Ve con Dios, que ya estás pagado.
–¿Yo, señor? –respondió el viejo–. Pues ¿vale esta cañaheja diez escudos de oro?
–Sí –dijo el gobernador–; o si no, yo soy el mayor porro del mundo. Y ahora se verá si
tengo yo caletre para gobernar todo un reino.
Y mandó que allí, delante de todos, se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el
corazón della hallaron diez escudos en oro; quedaron todos admirados, y tuvieron a
su gobernador por un nuevo Salomón.
Preguntáronle de dónde había colegido que en aquella cañaheja estaban aquellos
diez escudos, y respondió que de haberle visto dar el viejo que juraba, a su contrario,
aquel báculo, en tanto que hacía el juramento, y jurar que se los había dado real y
verdaderamente, y que en acabando de jurar le tornó a pedir el báculo, le vino a la
imaginación que dentro del estaba la paga de lo que pedían. De donde se podía colegir
que los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus
juicios; y más que él había oído contar otro caso como aquel al cura de su lugar, y que
él tenía tan gran memoria, que a no olvidársele todo aquello de que quería acordarse,
no hubiera tal memoria en toda la ínsula. Finalmente, el un viejo corrido y el otro
pagado, se fueron, y los presentes quedaron admirados, y el que escribía las palabras,
hechos y movimientos de Sancho no acababa de determinarse si le tendría y pondría
por tonto o por discreto.
- 181 -
Una ejecución en Alaska
Jack London
L
a situación era intolerable. Edith se hallaba cada vez más nerviosa y sentía llegar la crisis. Ya ni siquiera descansaba, pues el temor de que Hans sucumbiese a
su manía y matase a Dennin la tenía intranquila. Aunque enero hubiese llegado ya,
pasarían meses hasta que un schooner se arriesgase a la bahía. Los víveres disminuían y Hans no podía reponerlos cazando. Estaban allí condenados a la cabaña. Era
necesario hacer algo, lo sentía. Y se esforzaba en considerar el nuevo problema. Pero
le era imposible olvidar los principios de su raza. Sabía que solo la ley tiene derecho
a juzgar. Pero un día pensó que la ley no era sino el juicio y la voluntad de un grupo
de hombres. El número de ese grupo importaba poco. Había pequeños como Suiza y
grandes como Gran Bretaña. Además, el grupo podía ser tan pequeño como quisiese.
Si en un país no hubiese más que diez mil personas, su juicio sería igualmente bueno,
¿y por qué ese grupo no podía reducirse a cincuenta, a diez, a cinco… a dos?
Su propia discusión la asustó y la discutió con Hans. De pronto, él no comprendió;
después, cuando se dio cuenta, añadió un argumento convincente. Habló de las reuniones de los mineros, que son los que ejecutan la ley. “Y a lo mejor no hay más que
diez o quince reunidos, pero la voluntad de la mayoría es la ley”.
Por fin Edith vio trazado el camino; Hans era de su opinión. Los dos formaban la mayoría de ese grupo especial.
Hans y ella fueron los testigos, los jurados, los jueces… y los ejecutores.
En debida forma ella acusó a Michael Dennin de la muerte de Dutchy y de Harkey, y
el prisionero, acostado en su catre, escuchó el testimonio de Hans y el de ella. Calló
cuando ella le preguntó si tenía que decir algo en su defensa.
Ambos pronunciaron el veredicto de culpabilidad. Y como juez, ella impuso la sentencia:
“Michael Dennin, dentro de tres días serás ahorcado”.
Fue la sentencia. El hombre lanzó involuntariamente un suspiro de alivio; después
rió, desafiándoles y dijo: “Puede que entonces el maldito catre no me lastime más, eso
me consuela”.
- 182 -
Con la sentencia pronunciada, se sintieron más cómodos. Dennin, sobre todo, dejó
toda maldad y desconfianza y se volvió más sociable, y habló con sus carceleros, mostrándoles algo de su antigua gracia. Mostró un agrado cada vez mayor en la lectura de
la “Biblia”. Ella le leyó “El nuevo testamento” y él se interesó por “El hijo pródigo” y
“El ladrón sobre la cruz”.
La víspera del día fijado para la ejecución, cuando Edith le hizo la consabida pregunta:
“¿Por qué has hecho eso?”, Dennin respondió: “Es bien simple, yo pensé”…
Pero ella le hizo callar y fue en busca de Hans. Le despertó: “Anda –le dijo–. Vé a buscar a Negood y a otro indio. Michael va a confesar… Tráelos, aunque sea amenazándoles con el cañón de la escopeta”.
Media hora más tarde Negood y su tío Hadikwan fueron introducidos en la habitación.
–Negood –dijo ella–, esto no te traerá disgusto. Lo que te pido es que escuches y trates
de entender.
Fue así como Michael Dennin, condenado a muerte, confesó su crimen públicamente. Mientras hablaba, ella escribía, los indios escuchaban y Hans cuidaba la puerta
para que no escapasen.
Él no había vuelto a su patria hacía quince años, explicó Dennin, y su intención había
sido volver con mucho dinero, y ayudar a su madre y tenerla bien el resto de la vida.
–¿Y cómo iba a hacer eso con mil seiscientos dólares? Lo que yo quería eran los ocho
mil. Así sí que hubiera podido volver como un conquistador. Me pareció fácil mataros
a todos y decir que los indios habían cometido una matanza; después me marchaba a
Irlanda definitivamente… y listo.
–Negood y Hadikwan, ya han oído las palabras del hombre blanco –dijo Edith a los
indios–; estas palabras están aquí sobre el papel y tienen que hacer una cruz abajo.
Los dos indios pusieron una cruz como firma y recibieron una citación de comparecer a la mañana siguiente con toda la tribu, a fin de ser testigos de lo que pasase.
Las manos de Dennin fueron desatadas para que firmase el documento.
Entonces hubo un silencio; Hans estaba nervioso y Edith molesta. Dennin miraba
fijamente el techo, entre cuyas junturas crecía el musgo.
–Ahora cumpliré con Dios –dijo–. Léame el libro.
Después, con un matiz de burla:
–Puede que eso me haga olvidar el catre.
El día de la ejecución amaneció claro y frío. El termómetro estaba a 25 Fahrenheit
bajo cero, y un viento helado soplaba la nieve, penetrando en los huesos. Por primera
- 183 -
vez en varias semanas Dennin se puso de pie. Sus músculos se negaban a sostenerle,
debilitados por la inacción. Titubeó y se asió a Edith con sus manos atadas.
–Parece que tengo vértigos –dijo riendo.
Y un momento después: “Estoy contento de que esto acabe; el maldito catre hubiera
acabado por matarme”.
Cuando Edith le puso la gorra de piel y bajó las orejeras, él preguntó:
–¿Para qué?
–Hace mucho frío –respondió ella.
–Y dentro de diez minutos, ¿qué le hará al joven Dennin tener una oreja más o menos
helada? –dijo él.
Ella se mantenía rígida para la prueba suprema, y aquella observación fue como un
golpe dado sobre su sangre fría. Hasta entonces todo le había parecido un sueño, pero
la verdad se le aparecía ahora con toda brutalidad.
–Siento que se fastidie con mis tonterías; bromeaba –añadió él–: hoy es un gran día
para Dennin, y está contento como un zorzal.
Y comenzó a silbar alegremente; después el silbido se volvió lúgubre y paró.
–Quisiera que hubiese un cura –dijo, pensativo; y luego añadió:
–Pero Michael Dennin es demasiado viejo baquiano para sentir que no haya lujo
cuando se va al campo.
Estaba tan débil y tan deshabituado a andar que cuando se abrió la puerta el viento
estuvo a punto de voltearlo. Edith y Hans marchaban a su lado, sosteniéndolo, mientras él hacía bromas y trataba de mantener la alegría. Un momento habló seriamente,
mientras decía cómo debía enviarse su parte del oro a la madre allá en Irlanda.
Treparon un montículo y llegaron a un claro entre los árboles. Allí, solemnes y en
círculo alrededor del tonel colocado en medio, estaban Negood y Hadikwan y todos
los shwajylis, hasta los chicos y los perros. No lejos se veía la fosa que Hans acababa
de cavar en la nieve.
Dennin echó una mirada de conocedor a los preparativos, se fijó en la fosa, en el tonel, en el espesor de la cuerda, en el diámetro de la rama a la cual estaba sujeta.
–Verdaderamente, Hans, ni yo mismo lo hubiera hecho mejor si hubiese sido para ti.
Rió a carcajadas de su propia ocurrencia; pero el rostro de Hans expresaba tal terror,
que a cada uno lo hubiera hecho mover como la trompeta del juicio final. Además,
se sentía enfermo. Hasta entonces jamás había realizado la enorme tarea de poner a
una criatura humana fuera de la vida; era Edith la que lo había dispuesto, pero la cosa
no resultaba más fácil por eso. Y ella sentía deseos de gritar, de llamar, de caer en la
nieve, de taparse los ojos, de huir a la ventura; no importaba a dónde, al bosque, lejos,
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lejos de allí. Solo por un esfuerzo supremo de su alma pudo mantenerse derecha,
andar y hacer lo que era preciso. Y en medio de todo, le agradecía a Dennin su ayuda.
–Dame la mano –dijo a Hans, que le ayudaba a subir al tonel.
Se agachó para que ella pudiera ajustarle la cuerda al pescuezo. Después se quedó de
pie mientras Hans echaba la soga por sobre la rama.
–Michael Dennin: ¿tienes algo que decir? –preguntó Edith con voz clara que tembló
a pesar suyo.
Dennin movió los pies, bajó modestamente los ojos como un hombre que pronuncia
su primer discurso, y carraspeó:
–Soy feliz –dijo– y estoy agradecido por haberme tratado como a un cristiano.
–Que Dios te perdone, pecador arrepentido –dijo ella.
–Sí, que Dios me perdone –repitió él.
–Adiós, Michael –gritó Edith con voz desesperada, y trató de volcar el tonel, pero inútilmente.
–Hans, pronto, pronto, ¡ayúdame!
Sentía que la última parcela de su valor huía y jamás volvería a recomenzar. Pero
Hans llegó a tiempo de volcar el tonel bajo los mismos pies de Michael Dennin.
Edith se volvió, tapándose las orejas. Después comenzó a reír duramente, con una
risa metálica y agria. Y Hans se espantó más que en todo el curso de aquella tragedia.
Edith Nelson había sucumbido. Pero aun, en medio de la crisis, permanecía consciente y se alegraba de haber llevado todo hasta el fin.
Inclinándose hacia Hans, dijo:
–Llévame a la cabaña y déjame descansar –continuó simplemente–, descansar, descansar, descansar.
Y se fue por la nieve, rodeada por el brazo de Hans, que sostenía y guiaba sus pasos.
Pero los indios permanecieron allí, solemnes, contemplando los efectos de la ley del
hombre blanco, que fuerza a otro a danzar en el aire.
- 185 -
Salvar vidas
Albert Camus
En una oportunidad dije que yo no podría ya admitir, después de la experiencia de
estos dos últimos años, ninguna verdad que pudiera ponerme en la obligación, directa o indirecta, de condenar a muerte a un hombre. Algunas personas que aprecio me
han hecho, a veces, la observación de que mis palabras eran utópicas, que no existe
ninguna verdad política que no nos conduzca un día a esos extremos, y que, en consecuencia, había que correr ese riesgo o aceptar el mundo tal cual es.
Este argumento se exponía con energía. Pero, en primer lugar, pienso que esta energía
denotaba que quienes lo exponían eran incapaces de imaginar la muerte ajena. Es un
defecto de nuestra época. Del mismo modo que se ama por teléfono y que se trabaja
no ya sobre la materia sino sobre la máquina, en la actualidad se mata y se muere por
procuración. Así, la pulcritud gana, pero el conocimiento pierde.
Sin embargo, aunque indirectamente, ese argumento tiene una virtud: plantea el
problema de la utopía. En suma, las personas como yo queremos un mundo en donde
ya no se asesine (¡no estamos tan locos!), sino donde el crimen ya no sea legitimado.
Y aquí estamos, entre la utopía y la contradicción. Pues precisamente vivimos en un
mundo donde el asesinato es legal y debemos cambiarlo si no lo queremos así. Pero
parece que no se le puede cambiar sin correr el riesgo de matar. El crimen, pues, nos
reenvía al crimen y continuaremos viviendo en el terror, ya sea que le aceptemos con
resignación o que queramos suprimirlo utilizando medios que sustituyan ese terror
por otro.
En mi opinión, todos deberíamos reflexionar sobre esto. Porque lo que más me llama
la atención en medio de las polémicas, de las amenazas y de los estallidos de violencia es la buena voluntad de todos. Todos, de la derecha a la izquierda –con excepción
de algunos tramposos–, consideran que su verdad es la adecuada para conseguir la
felicidad de los hombres. Y, sin embargo, la conjunción de esas buenas voluntades
conduce a este mundo infernal, en el que los hombres continúan siendo asesinados,
amenazados y deportados; donde se prepara la guerra y donde es imposible decir
una palabra sin ser de inmediato insultado o traicionado. Por lo tanto, hay que llegar
a la conclusión de que si las personas como nosotros vivimos en la contradicción, no
somos las únicas, y quienes nos acusen de soñadores utópicos viven, tal vez, en una
utopía diferente, sin duda, pero en definitiva, más costosa.
-- 186 --
Es necesario que se admita, pues, que el rechazo a legitimar el crimen nos obliga a
reconsiderar nuestra idea de utopía. Con relación a esto, nos parece que se puede
decir lo siguiente: la utopía es lo que está en contradicción con la realidad. Desde este
punto de vista, sería totalmente utópico querer que nadie mate a nadie. Es la utopía
absoluta. Mas pedir que no se legitime el crimen es mucho menos utópico. Por otra
parte, las ideologías marxista y capitalista, basadas las dos en la idea de progreso,
convencidas ambas de que la aplicación de sus principios debe conducir inevitablemente al equilibrio de la sociedad, son utopías de un grado mucho más alto. Además,
están costándonos muy caro.
De todo esto se puede deducir que en los años venideros la lucha se entablará no
entre las fuerzas de la utopía y las de la realidad, sino entre diferentes utopías que
tratan de insertarse en la realidad y entre las cuales solo se trata de elegir las menos
costosas. Estoy convencido de que no podemos ya tener la esperanza razonable de
salvarlo todo, pero, al menos, podemos proponernos salvar vidas para que el futuro
siga siendo posible.
Se advierte, por consiguiente, que el hecho de rechazar la legitimación del crimen
no es más utópico que las actitudes realistas de hoy. La cuestión consiste en saber
si estas últimas son más costosas. Es un problema que también debemos resolver,
y entonces se me excusará el pensar que se puede ser útil al definir, en relación con
la utopía, las condiciones que son necesarias para pacificar a los individuos y a las
naciones. Esta reflexión, si se hace sin temor y sin pretensiones, puede contribuir a
crear las condiciones de un pensamiento justo y de un acuerdo provisional entre los
que no quieren ser víctimas ni verdugos. Por supuesto que no se trata de definir en los
siguientes artículos una posición absoluta, sino solamente de corregir algunas ideas
hoy tergiversadas y tratar de plantear el problema de la utopía tan correctamente
como sea posible. Se trata, en suma, de definir las condiciones de un pensamiento
político modesto, es decir, liberado de todo mesianismo y emancipado de la nostalgia
del paraíso terrenal.
Ni víctimas ni verdugos. Santiago: Editorial Espíritu Libertario, 2003.
-- 187 --
La pena de muerte
En Estados Unidos fueron ejecutados durante el año 43 presos, todos
por inyección letal. Eso elevaba a 1.277 el número de personas ejecutadas
desde que la Corte Suprema de Estados Unidos levantó la suspensión de
la pena de muerte en 1976. Como dato más positivo, en marzo Illinois
se convirtió en el decimosexto estado abolicionista de Estados Unidos,
y en noviembre el gobernador de Oregón dictó una suspensión de las
ejecuciones en el estado y pidió que se reevaluase la pena capital. Entre
los ejecutados en 2011 se encontraba Troy Davis, ejecutado en Georgia
en septiembre pese a que existían serias dudas sobre la fiabilidad de su
declaración de culpabilidad. Martina Correia, su hermana y una resuelta
e intrépida activista contra la pena de muerte hasta su propia muerte,
en diciembre de 2011, sigue inspirando a las numerosas personas que
defienden la dignidad humana y la justicia en toda la región y más allá:
"La pena de muerte es una abominación. Una negación de la dignidad
humana. Su aplicación no solo está determinada por el color y la raza,
sino también por la capacidad para luchar contra el sistema. Intento
ser una voz para quienes no la tienen. No me considero especial, creo
simplemente que mi comunidad no es solo la gente que vive en mi calle:
es mi comunidad global. Y cuando matan a alguien en China o Uganda o
Nigeria o Georgia o Texas, matan un poco de nosotros".
Informe 2012 Amnistía Internacional.
El estado de los Derechos Humanos en el mundo.
-- 188 --
La vida de David Gale
(The life of David Gale)
Mateo Sancho Cardiel
Festival de Berlín, Alemania
Dirección: Alan Parker
Año: 2003
Duración: 130 min.
País: Estados Unidos
Aunque su calidad ha sido firmemente
puesta en duda, no hay discusión en reconocer que la película que más controversia en su contenido y en su interpretación ha levantado durante la Berlinale ha
sido la nueva aportación de Alan Parker
a una carrera llena de altibajos en la que
se dan cita dramas que crearon escuela,
como El expreso de medianoche o Arde
Mississippi, musicales de todo tipo, como
The commitments, Fama, The wall o Evita, e impersonales adaptaciones como
Las cenizas de Ángela. En esta ocasión, el
irregular director plasma su volubilidad
creativa en todo su esplendor en La vida
de David Gale, una interesantísima pero
muy dispersa aproximación al manido
tema de la pena de muerte.
El intrincado juego de apariencias que
el guión propone para llevarnos hasta
su excelente desenlace, hace tantas sinuosidades que pierde la orientación por
momentos y se acaba alimentado de tópicos con equivocado tratamiento, pero en
su concepción global teje una trama tan
inteligente, tan compleja y tan desgarradoramente humana que consigue transformar en deslumbrante lo que apenas
veinte minutos antes había sido mediocre
y hasta desdeñable. Valiéndose de una
súbita articulación de todas las desperdigadas piezas lanzadas con desdén en los
minutos anteriores, el guión de Charles
Randolph consigue milagrosamente la
transformación de un filme fallido en un
mecanismo de engranaje preciso que deja
boquiabierto al espectador y consigue su
sorpresa cuando ya había tirado la toalla.
Tratando de develar lo menos posible
este complejo juego de espejos y realidades, hay que otorgar el gran mérito a La
vida de David Gale de ser la más original
visión de la aplicación de la pena capital,
la más rotunda y, sin complejos ni voluntades generalizadoras, la más radical.
A través de las investigaciones que una
altiva periodista realiza del caso del acusado de violación y asesinato David Gale,
-- 189 --
Parker enhebra con pulso desigual el hilo
de una historia dura y muy dada a los
tremendismos, poniendo sobre la mesa
cartas de potentísimas reflexiones filosóficas acerca del sacrificio, el deseo, el
amor y, por supuesto, la propia vida. Así,
aunque no alcance todos sus objetivos,
esta película rubrica lo suficiente para
poder pasar por alto todos sus errores y
ser materia de estudio y reflexión de profundo calado en sus fantásticos aciertos.
A pesar de la dirección demasiado barroca de Parker, llena de movimientos
innecesarios y de recursos excesivos, el
film cobra relieve con interpretaciones
ajustadas de tres grandes actores que se
han curtido mucho más en el prestigio
que en el estrellato: la garantía de Kevin
Spacey, que abarca todos los registros
sin demasiados aspavientos, sino con
la baza de una credibilidad necesaria
para el acaecimiento algo forzado de los
hechos; la energía de Laura Linney como
la defensora a ultranza del derecho a
la vida, y la espléndida ductilidad de
Kate Winslet para acercarnos su trabajo
hacia la realidad más tangible. Los tres
mantienen la fuerza en sus personajes
a pesar de que no descubriremos sus
verdaderas motivaciones hasta el final, y
junto al guión y a la densidad temática,
convierten La vida de David Gale en una
cinta sugestiva e incluso fascinante.
- 190 -
Cambalache
Enrique Santos Discépolo - 1934
Que el mundo fue y será una
porquería
ya lo sé…
(¡En el quinientos seis
y en el dos mil también!).
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublé…
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos…
¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!…
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,
los inmorales
nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
¡da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón!…
- 191 -
¡Qué falta de respeto, qué atropello
a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky va Don Bosco
y "La Mignón",
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín…
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia
contra un calefón…
¡Siglo veinte, cambalache
problemático y febril!…
¡El que no llora no mama
y el que no afana es un gil!
¡Dale nomás!
¡Dale que va!
¡Que allá en el horno
nos vamo a encontrar!
¡No pienses más,
sentate a un lao,
que a nadie importa
si naciste honrao!
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley…
-- 192 --
Lo mismo da un burro
que un gran profesor
Poco podría imaginar el bueno de Santos
Discépolo que su tango “Cambalache”
iba a convertirse en un funesto retrato,
no ya del siglo XX, en el que fue compuesto, sino de toda nuestra sociedad, 80
años después.
Compuesto en 1934 para denunciar los
excesos y abusos de la “década infame”
argentina, en un contexto mundial de
Gran Depresión, Guerra Civil Española
y posterior Guerra Mundial, fue censurado sistemáticamente por todas las
dictaduras militares argentinas desde su
creación. Al día de hoy ya es un clásico, no
solo del tango, sino de la descripción de
una sociedad en crisis, a todos los niveles:
económica, cultural, intelectual, política,
ciudadana…
Su letra es, lamentablemente, el perfecto
espejo en el cual mirar e interpretar los
tiempos que vivimos. Y estos días lo estamos comprobando en carnes propias:
lo mismo me dan las revueltas en Inglaterra, la represión en Siria, las intolerancias indignadas o las filias papistas; la
prepotencia política, la sordera artística,
el desierto de la cultura y la educación
o la vulgarización de la divulgación; la
futbolización de la sociedad, la mediocridad poderosa, la incontinencia verbal
o las soflamas reclamando derechos que
no respetan; la arrogancia de los gurúes,
los monólogos sin intención de diálogo, el desprecio por el discrepante, la
petulancia y estupidez de la blogosfera;
el oportunismo mediático, el sensacionalismo como referente informativo, la
búsqueda de público cautivo irreflexivo
o el empeño de elevar a los más tontos
como modelo a seguir o como referente
de lo que sucede…
No fue Discépolo un santo. Murió en
1951 repudiado por la intelectualidad de
su época por su apoyo incondicional a
Perón. En todo caso, su retrato es fiel y
refleja lo que somos, en lo que nos hemos
convertido y, por desgracia, a donde nos
dirigimos. "Cambalache" tuvo el singular
privilegio de ser prohibido por todas las
dictaduras militares desde la de 1943 en
adelante. Su letra, mordaz acusación a
la corrupción e impunidad de la "década
infame", es tan actual hoy como en 1935.
Fue escrito en 1934 para la película "El
alma del bandoneón", que se estrenó
en febrero de 1935 y cuya protagonista
principal era Libertad Lamarque. El tango lo canta Ernesto Famá con el acompañamiento de la orquesta de Francisco
Lomuto. Este film es el primero de un
ciclo en que la actriz y cantante interpreta una serie de personajes castigados por
-- 193 --
el sistema, películas que intentaban una
problemática social.
La neutralidad favorable a los países del
Eje mantenida por el presidente Ramón
Castillo prohibió en 1943 la exhibición de
la película El fin de la noche, protagonizada también por Libertad Lamarque y
el galán Juan José Míguez, con dirección
de Alberto de Zavalía, ambientada en un
país que padecía la invasión nazi y en la
que Libertad interpretaba el tango “Uno”.
Los tangos de Discépolo sufrieron los
efectos de la moralina impuesta por esa
sedición. El ministro de Educación creó
una comisión encargada de salvaguardar
la pureza del idioma, que arremetió
contra los tangos prohibiendo el voceo
y el uso de términos lunfardos. Los autores de los tangos prohibidos debieron
cambiar de urgencia los términos "ofensivos" para adaptarlos a la mojigatería de
esos puristas, lo que dio lugar a títulos
y palabras que, por ridículos, alteraban
el sentido de las letras que terminaban
siendo una parodia del tango.
dramaturgo del grotesco rioplatense
que le transmitió su pasión por el teatro.
Debutó como actor en 1917 y como dramaturgo en 1918 con Los Duendes. Pese
a la oposición de su hermano, en 1925
comienza a componer los tangos, cuyas
letras angustiadas e irónicas lo convertirían en uno de los grandes renovadores
del género.
Entre sus mayores éxitos figuran "Cambalache" (1935), "Uno" (1943) y "Cafetín
de Buenos Aires" (1948).
Discépolo básico
www.rincondelbibliotecario.blogspot.com
- 194 -
Caprichos. Goya.
Nació en Buenos Aires el 27 de marzo de
1901 y murió en la misma ciudad el 23 de
diciembre de 1951.
Fue actor, dramaturgo y cineasta, aunque
se destacó como compositor y letrista
de tangos. Huérfano desde los nueve
años, lo crió su hermano Armando, un
Palabras con pasado
Cadáver
La palabra, que indica un cuerpo sin vida, proviene del verbo latino cadere, caer. Sin
embargo, con más ingenio que exactitud, algunos filólogos explicaron la formación
de esta palabra como procedente de la frase caro data vermibus, carne entregada a
los gusanos. La frase se habría encontrado en una lápida sepulcral a la que el tiempo
había desgastado no dejando sino las sílabas iniciales: ca da ver.
Pechoño
Muchos piensan que este término utilizado para señalar al hombre excesiva o aun
falsamente piadoso, deriva de "pecho", de mucho "golpearse el pecho".
Don Miguel A. Román, en su Diccionario de Chilenismos, da sin embargo una versión
por completo diferente. Afirma: "Pechoño, pechoña: Diminutivo de Petronio y de Petrona y Petronila. Forma hipocorística antigua en Chile. De ella se derivó el apodo de
"pechoños”, que se dio en Santiago a los miembros del Corazón de Jesús, sociedad de
laicos fundada por Fray Francisco Pacheco, de la Recoleta Franciscana… Al principio
y antes de tener capillas propias, como las tuvieron después, todos estos hermanos se
reunían para sus ejercicios piadosos en la casa y oratorio de una señora llamada Petrona, que era muy conocida con el nombre familiar de Pechoña, que luego se extendió a
todos ellos. Poco más tarde, siguiendo el desenvolvimiento natural, se generalizaron
la idea y el nombre, llamándose pechoño al beato, al devoto o al santurrón".
(Dicho sea de paso, ya que don Miguel A. Román no estimó necesario explicarlo, por
"forma hipocorística" se entiende la forma cariñosa en que hablan los grandes para
imitar a los niños.)
Revista Saber para todos. Nº 1. Santiago: Quimantú, 1973.
-- 195 --
Los dadores
Alfonso Alcalde
Personajes:
•
Salustio
Trúbico
Enfermera
Vendedor
Multitud de Mujeres con Pancartas
La primera sirena de la fábrica textil alerta a los que son llamados de los pitos. Es la
señal para la entrada del primer turno. El Salustio y El Trúbico aparecen en la puerta
con el cuello levantado de sus chaquetas "a la huila", dando diente con diente, hambre
con hambre. En el interior de la mediagua, Estubigia duerme como siempre, desde
hace tantos años. A veces despierta. Auscultan la neblina de la hora, más gris que
negra, y la luz incierta de la madrugada. Abajo a su alrededor queda el abismo, la
nada, la exigencia de salir a ganarse el pan porque son marginales sin trabajo fijo.
¿Para qué? Llevan el soplete y el cautín, sus únicas herramientas. La casa callampa
está ubicada en el espacio más claro que abre la mañana. Los cartones y latas han sido
colocados con algo de maestría arquitectónica tan simple como profunda es la miseria
que alberga. Parecieran mirar un mapa imaginario esperando la pregunta de todos
los días a la misma hora: qué rumbo tomar.
Se escuchan algunos gallos y el traqueteo de las carretas llevando verduras y frutas
a la feria. No se percibe ningún otro sonido, como si estuvieran colgando en el vacío.
Cae un día más sobre sus vidas sin destino.
El Salustio y El Trúbico titubean como si cada día se les hiciera más difícil salir a ganarse la vida sin rumbo fijo, como si siempre giraran en torno de algo que va perdiendo
sentido. Es como la repetición del fracaso. Pero todavía les queda una remota defensa
(tal vez la última), alimentándose con una esperanza quimérica. Pero no basta.Ahí
en la puerta de su mejora, calados por el frío, podrían estar al borde del abismo, pero
darán nuevamente el primer paso y así será hasta que mueran.
Salustio
Trúbico
(Se moja el dedo levantándolo para confirmar de qué lado viene soplando el viento. Mueve la cabeza como dudando de los resultados)
(Curioso) ¿Y?
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Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Está más o menos la cosa. Parece que vamos a tener agua.
¿Y por si acaso no se vislumbra un temporal de vino tinto? (Metafísico) ¿Por qué la naturaleza es tan cruel con nosotros, los sedientos?
Es que don Jecho tiene sujetos los tímpanos por ese lado… Aunque
cuando vivió aquí en la tierra le daba como caja al guargüero. Si era
muy arrebatado del chuico…
Sí, pero ya después se pasó al enemigo y ahora toma pura agua mineral con hoyitos. Estaría siendo un poco amarillo por ese lado.
(Pesimista, pero con un atisbo de fe) Andamos con las puras migas
en los bolsillos y encima hace varios días que la rosa de los vientos
nos está haciendo la desconocida y vamos de derrota en derrota.
Pero no vamos a entregar las herramientas.
(Buscando una solución desesperada) Fíjese, compadre, que se me
estaba ocurriendo una solución medio suicida.
¡Lo único que faltaba! Entonces (gesto adecuado), ¿nos estaríamos
haciendo el harakiri?
¡Si no es para tanto! Yo creo que tendríamos que salir a vender algo.
Y parece que le tengo la solución.
(Práctico y realista) ¿Y qué es lo que vamos a vender si apenas nos
van quedando las puras patas y el buche?
(Tratando de tentar a su compadre, aunque sabiendo de antemano
que su oferta será rechazada) Escuché que la radio estaba haciendo
sonar la noticia de que necesitaban "dadores" voluntarios.
(Sin entender) ¿Dadores? ¿Dadores de qué cosa?
Esta es la nuestra compadre: ¡dadores de sangre! ¿Cómo sabe si resultamos del grupo RH y nos hacemos ricos de un viaje?
(Escéptico) Mejor es que se pongan a buscar sangre por el lado del
matadero. Pero conmigo no.
(Convincente) Es que usted no le busca el lado positivo a la cuestión.
Nosotros damos la sangre y nos pagan la tucada correspondiente
(gesto de guardarse el dinero en uno de los bolsillos del pantalón).
¿Y qué hacemos con la plata? La gastamos reforzando la vitamina.
Después seguimos vendiendo la sangre y comiendo a la carta. ¿Se
ubica? Mucho con la plusvalía de la sangre…
Pero póngase en el caso del occiso que recibiera la sangre de nuestras
personas y resultara un renegado, un abstemio. ¡Le vendría la rosita
de un viaje!
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Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
Salustio
Trúbico
Enfermera
Salustio
Enfermera
Salustio
Enfermera
Salustio
(Sorprendido) ¿La rosita?
Claro. La cirrosis. Si a nosotros nos corre puro tintín por las venas…
(Insistente) Quiubo, ¿vamos o no vamos?
(Convenciéndose de a poco) En todo caso sería más conveniente echarse unas piedras al bolsillo… Yo tengo el recelo…
¿Y para qué necesita las piedras?
Para no elevarnos a las alturas después que los vampiros nos saquen
hasta la última gota de sangre.
También es cierto. “Ele jota”, entonces. Ánimo, compadre.
Llegan a la clínica y son recibidos por una enfermera. Al centro de la
sala, una mesa con flores que Salustio olfatea apenas llega. Se ven
varios compartimientos cortos, como W.C. públicos, destacándose los
zapatos de los usuarios. Cada compartimiento tiene un letrero en la
puerta CRESPOS OJITOS AZULES MELLIZOS NEGRITOS PERO SIMPÁTICOS ZURDOS
En una de las paredes cuelga la imagen de la Virgen María con un
rostro que simboliza la inocencia más completa. La enfermera que los
atiende es una mujer de 24 años, regular estatura, busto prominente.
La reacción de ambas partes resulta un tanto ridícula. El Salustio y El
Trúbico no pueden controlar un exagerado Ohhhhhh! de admiración
por la belleza de la mujer vestida de blanco y –como es lógico– El Salustio clava sus ojos en su escote.
(Cohibido, ingenuo) ¿Aquí es el hotel donde…?
(Pegándole un codazo) Si no es hotel. Es hospital…
(Mundana) Pasen, pasen, caballeros.
(En el colmo de la honradez) Nosotros no somos caballeros, pero igual
vamos a pasar…
(Tono profesional) ¿Ustedes son dadores?
Ni que fuera adivina. ¿Se nos nota? A sus órdenes para hacerle el favor,
señorita…
(Coqueta) ¡Uy, pero aquí con tanta luz y sin anestesia! ¡Fíjese que no
me atrevo!…
(Lanzado) Cuando usted diga estaríamos en condiciones de volarle la
cofia.
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Enfermera
Salustio
Trúbico
Salustio
Enfermera
Trúbico
Enfermera
Salustio
Trúbico
Enfermera
Trúbico
Enfermera
Salustio
Trúbico
Salustio
(Tratando de desviar la conversación) Estoy segura de que el mundo
marcharía de otra forma si hubiera más dadores tan "dijes" como
ustedes…
(Tocado a fondo en su amor propio) No le vamos a negar lo contrario.
Estamos escaseando. (Describe semicírculos con el pie, tratando de
mostrar una falsa modestia, mientras se toca los músculos del brazo
derecho).
(Lanzándose a los brazos de la enfermera y con tono de proclama) Es
que si fuera por nosotros, nos daríamos enteros.
(Reafirmando) Eso mismo. Escuchamos el llamado y aquí estamos
como una tabla. A nosotros no nos asustan los vampiros. (Doble sentido) Ni las vampiras tampoco…
(Con indisimulada curiosidad) ¿Y cuánto están dispuestos a dar?
(Preocupado, titubeante) Nosotros, para entrar en confianza con la
ciencia médica, estaríamos dispuestos a ponernos con un litro. ¿Lo
estima prudente?
(Anotando) ¿Un litro cada uno?
(Seguro de sí mismo) Un litro él y un litro yo. O sea dos litros para ser
más precisos. Nosotros somos socios en todo, pero en este caso él da
su sangre y yo doy la mía…
(Con viva curiosidad) Señorita, ¿a cómo está corriendo el litro?
Estamos pagando $ 100. Ni más ni menos.
(Haciéndose de rogar) ¿100 pesos? ¿Pocazo, no? ¿Y por el medio pato,
cuánto chipean?
(Tratando de entender lo que significa "medio pato") ¿Medio pato?
Aquí solo compramos de un litro para arriba.
(Dejándose llevar por el entusiasmo) ¿Y por un fudre de 500 litros, con
cuánto estarían dispuestos a manifestarse? (Al Trúbico, en actitud
cómplice) En ese caso nos estaríamos llenando de oro, compadre.
Quiubo, ¿se anima?
(Como siempre más cauto y con los pies en la tierra) Sería cuestión
de hacerle el empeño…
(Suspicaz, con su vieja malicia) Señorita. A lo mejor ustedes también
bautizan el producto para sacarle más provecho, igual que en la borrachería del Custodio. Ahora en vez de llamarlo Custodio le dicen el
"Jean Custeau" por el afán que tiene de echarle tanta agua al vino…,
y los borrachos andan en bote por el negocio.
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Enfermera
Trúbico
Enfermera
Trúbico
Salustio
Enfermera
Salustio
Enfermera
Salustio
Enfermera
Trúbico
Enfermera
Trúbico
(Última advertencia) Esto es muy serio. Les advierto que la donación
que harán ustedes debe quedar en el más absoluto secreto.
(Pillándola al vuelo) No se preocupe, señorita. Nosotros somos tumba
en ese sentido. Calleuque el loro.
(Haciendo un fingido gesto de sorpresa) Uy, que distraída soy. Se me
olvidaba un detalle. Antes de empezar el manipuleo, tienen que bajarse los pantalones…
El Salustio y El Trúbico retroceden y levantan el brazo izquierdo cubriéndose el rostro, como en la parte culminante de un drama griego.
Luego se acercan a la enfermera exigiendo una explicación. Están
confundidos, complicados.
(Sin entender nada de nada) ¿Manipuleo? ¿Bajarse los pantalones?
(Resistiéndose) Nosotros no venimos a hacerle el streptresiiii.
(Tajante) Así lo exige la ciencia médica.
(Fatalista) Si nos pone frente a ese dilema, obligados a aceptar. ¿Y por
qué no se baja usted también los rompepasiones? Así estaríamos más
en confianza todos a poto pelado.
(Coqueta) ¡No me tienten, no me tienten! (Se arregla la cofia tratando
de recuperarse. Cambia bruscamente de actitud). Les advierto que no
estoy dispuesta a seguir perdiendo el tiempo con su chacota…
(Ingenuo) ¿Verdad, señorita, que ante la ciencia médica no hay que
sentir vergüenza, aunque uno parezca que anda con calcetines y no
anda nada con calcetines por culpa de la mugre u sea del piñén, ji…?
(Con sentido práctico) Por supuesto que no.
¿Entonces es cierto que usted no le va a contar a nadie el verdadero
color de los calzoncillos nuestros que usamos tipo cebra?
(Categórica, para devolverle a los dadores la confianza en la ciencia
médica) ¡No faltaba más!
El Salustio y El Trúbico desenredan con falso pudor la cuerda que les
sujeta los pantalones. Quedan en calzoncillos. La enfermera saca de
uno de sus bolsillos un cuaderno y empieza a anotar en forma un tanto
exagerada el resultado del examen visual, como imaginando lo que se
insinúa bajo los calzoncillos, sin evitar los Ohhhhh! de sorpresa…
(Disculpándose y señalando el abdomen) Usted me va a perdonar señorita, pero esta cicatriz se la debo a la Estubigia. Se fue de tarascón
conmigo cuando le vino el ataque de celos. ¡Veintidós puntos! (Los
muestra contando los primeros). Resultó hasta capicúa. El ciruja gastó
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Enfermera
Salustio
Enfermera
Salustio
Enfermera
Trúbico
Salustio
Trúbico
Enfermera
Salustio
Trúbico
como un carrete de hilo para operarme la guata. Ni que hubiera sido
sastre. Yo creí que se iba a poner a jugar al volantín conmigo cuando
le vi ni que medio carrete.
(Indiferente, aunque algo cómplice) Veintidós puntos. ¡Quizás en qué
diablura lo anduvieron pillando! Tenga la seguridad que aquí nadie
lo va a morder. Al contrario…
(Demagogo) Señorita, nosotros ya no pertenecemos a esta vida. (Místico) ¿No ve que estamos entregados a la ciencia médica, siempre que
nos chipeen sus buenas lucas?
(Se levanta y ordena) Síganme entonces. (Lleva de la mano al Salustio
hasta el compartimiento que dice "Mellizos")
(Deletreando con dificultad) “Me-lli-zos”… ¿Qué significa este letrero?
(Tratando de tranquilizarlo) No se preocupe. Después le explico. (Al
Trúbico) Usted tiene que pasar a este otro compartimiento. (El letrero
en la puerta dice "Ojitos azules").
La enfermera entrega a El Salustio y El Trúbico un impresionante
recipiente de color verde y otro blanco y se retira. Los dadores no se
pueden explicar lo que está ocurriendo y se miran desconcertados…
(Sale precipitadamente recipiente en mano de su compartimiento y
llama a la puerta de El Salustio) Otra vez nos metimos en un forro,
compadre. ¿Para qué diablos nos dejó este recipiente tan grande? ¿Y
qué será esa funcia del manipuleo?
(Buscando una explicación) Según me habían dicho la sangre la sacaban con jeringa…
Llamemos a la enfermera para aclarar este enredo. Tengo toda la
tincada que de este tete vamos a salir muy mal parados…
Están en el centro del escenario. El Salustio busca un timbre. Al encontrarlo, lo aprieta en forma insistente y con rabia. Entra la enfermera con apariencia coqueta, ufana, sin ocultar la excitación que le
provoca vivir entre dadores…
¿Llamaron?
(Franco, directo) Fíjese, señorita, que estamos con el dilema. No sabemos qué hacer con este tacho. (Lo muestra) ¿O es que acaso tenemos
que sacarnos la sangre a cuchillazo limpio? En todo caso se le olvidó
pasarnos el cuchillo para que nos hiciéramos el harakiri…
(Advertencia) Por si acaso nosotros hemos venido a dar sangre. Y
usted nos ordena el ma-ni-pu-leo, ¿adónde nos lleva su filosofía?
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Enfermera
Salustio
Enfermera
Trúbico
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Enfermera
Salustio
Enfermera
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Enfermera
(Preparando el terreno) ¡Chiquillos!, esta es la sala de los dadores.
Pero no de los dadores de sangre, sino de los dadores de semen. (Ríe
tapándose la boca) ¡Qué divertido!
(Sin entender, retrocediendo, como buscando una puerta de escape)
¿Dadores de semen, dijo?
(Frotándose las manos) Se-men, tal cual. Guagüitas… (Maternal) Arrorró mi niño, duérmase por Dios o vendrá la vaca a comer potito…
(Como negándose a aceptar la realidad) ¿Semen? ¡Cementerio tendrá
que ser!
(Fatalista) U sea que estaríamos trabajando para el lado de las cruces.
¡La peguita que nos fuimos a buscar, compadre!
(Didáctica) Lo que pasa es que hay muchas señoras que no pueden
tener familia. Entonces recurren a la ciencia médica para que nosotros les juntemos los bichitos…
(Rascándose el cuerpo) Los bichitos, las pulguitas…
(Acentuando su tono científico) Ocurre que después de cada manipuleo aparecen vivitos y coleando unos siete millones de bichitos,
de guagüitas. Salen sopladas, eso sí. (Hace el gesto adecuado, ante la
sorpresa de El Salustio y El Trúbico).
(Busca sin resultado a las supuestas guagüitas que debido a la velocidad que pasaron desaparecieron en el horizonte)
(Rascándose la cabeza) ¡Siete millones de guagüitas! Lo que son las
cosas, compadre. ¡Fíjese por el lado que vinimos a resultar millonarios! (Tratando de que no lo oiga la enfermera) ¿Qué le parece si en vez
de venirnos a "manipularnos" acá, mejor nos instalamos por nuestra
propia cuenta?
(Pillando la idea al vuelo) Con una fábrica propia de "guagüitas".
Tendría que ser a escondidas, para que no me pille la Estubigia, que
siempre anda al cateo de la laucha cuidando las municiones de la
cantimplora mía…
(Soñando) Tendríamos que comprar unos siete millones de botellitas
vacías y después con un poco de paciencia ir echando adentro, uno
por uno, los bichitos ¡Tan lobos no han de ser!
(Sacando la cuenta con los dedos) Vendiendo a peso cada bichito, son
siete millones de pesos…
(Tratando de darle un corte a la situación) Terminemos la chacota,
¿se van a manipulear o no?
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Trúbico
Salustio
Enfermera
Salustio
Trúbico
Enfermera
Salustio
Enfermera
Salustio
Enfermera
Salustio
Enfermera
Trúbico
Enfermera
(Con legítima duda) Señorita, ¿no considera como mucho un litro de
bichitos para el uso particular de una sola persona?
(Reforzando) En caso de usar todo el pegamento del tacho sería lo
mismo que irse de luna de miel con la hinchada del Colo Colo.
Son ustedes los que tienen que decidir. (Amenazante) Sin manipuleo
no hay plata…
(Mira a El Trúbico como pidiéndole disculpas) ¿Aceptamos o no?
(Entregando la oreja) ¡Qué le vamos a hacer! Ya estamos en esto…
¡Pero un litro! ¡Ni que fuéramos vacas lecheras…!
(Sin ocultar su alegría al comprobar que ha convencido a los dadores)
¡Los felicito! Pueden empezar cuando quieran.
(Con humildad) Señorita, ¿le podemos pedir un favor antes de empezar el manipuleo?
(Triunfadora) ¡Por supuesto!
¿Por qué no nos da vuelta el retrato de la santita? ¿No ve que con
esa mirada de la Virgen más es la vergüenza que le entra a uno? La
podrían cambiar por una foto de la Brigitsss Bardotsss corta de ropa.
Es para aumentar el rendimiento, para sacar más rápido la tarea…
(Se sube a la silla y da vuelta la imagen religiosa. El Salustio y El Trúbico no pierden la oportunidad de mirarle los calzones, poniéndose
en cuclillas con todo desenfado. Se codean cómplices) Chiquillos, los
dejo. Quedan como en su casa. ¡Feliz manipuleo! ¡Quién como ustedes! (Sale sin ocultar su risa contagiosa)
(Tratando de detenerla. Última queja) ¿Un litro de guagüitas no será
mucho, señorita? A lo mejor van a usar el producto nuestro para afirmar los afiches de alguna campaña contra los accidentes del tránsito.
(Dándoles ánimo) Se nota que ustedes van a sacar la tarea en un
santiamén. No se van a dar cuenta cuando ya habrán rebasado el
recipiente. Ojalá que las guagüitas salgan parecidas a ustedes…
(Tratando de justificarse) Señorita, en mi caso quiero contarle la
firme. Como usted me ve, yo soy turnio de ambos ojos. Un compadre
me puso de sobrenombre "Trúbico" u sea turnio pero dicho con más
"cachés", que soy bizco. A lo mejor la sangre mía también lleva ese
sello trúbico y las criaturitas salen igual que yo con los ojitos mirando
para donde no se usa.
(Apoyándolo) Mejor todavía, porque no tenemos bichitos trúbicos en
nuestra colección. (Apurando a los dadores). Bueno, llegó el momento
- 203 -
de manipulearse… ¡Manos a la obra, chiquillos! (Cierra la puerta de
los respectivos compartimientos y se aleja tarareando)
PAUSA.
TIEMPO CANCIÓN DE CUNA.
Enfermera
Trúbico
Salustio
Enfermera
Salustio
Trúbico
Salustio
Enfermera
Gritos
Vendedor
(Se anuncia. Entra motivada por una viva curiosidad que no puede
ocultar. Golpea los compartimientos donde se están manipulando El
Salustio y El Trúbico) ¿Se puede? ¿Cómo están, chiquillos? Espero que
lo hayan pasado regio. ¿Me llenaron los recipientes con lechecita?…
El Salustio y El Trúbico salen de sus respectivos compartimientos
llevando cada uno un balde en la mano.
(Sin ocultar su agotamiento) Lo que pasa, señorita, es que usted nos
exige mucho.
(Bromista) Oiga está el puro pío entre las guagüitas. ¿Las escucha?
Parece que están llamando a la mamita… Nada.
(Después de mirar minuciosamente los dos recipientes) Los felicito.
Con tantos bichitos van a dejar embarazadas a todas las señoras de
Chile. Se notaba a la legua que ustedes son muy abundantes…
(Tirándose al dulce) Señorita, fíjese que yo estaría dispuesto a hacerle
una trampa a la ciencia médica. Me gustaría cambiar el recipiente por
la tutuma de su propia persona.
(Tono altamente científico) Sería como hacer las guagüitas en vivo y
en directo sin necesidad de manipuleo.
¿Qué le parece la oferta? ¿Se ubica en el himeneo?
(Coqueta) Usted que es lanzado, oiga. Se aprovecha porque una anda
saltona entre tantos dadores.
Se escuchan a lo lejos y en aumento los gritos de una multitud. La
enfermera corre la ventana. El Salustio y El Trúbico se miran desconcertados.
¡Guaguas sí, dadores no! ¡Guaguas sí, dadores no!
Aparece el "Vendedor de guaguas" con algunas mujeres que llevan
pancartas con inscripciones "Abajo los dadores!" "Guaguas sí, dadores
no".
(Explicando su cometido) Nosotros estamos dando una batalla contra
estos dadores que son más falsificados que empanadas de aserrín.
- 204 -
Salustio
Vendedor
Trúbico
Enfermera
Vendedor
Trúbico
Vendedor
(Con ira) ¿De dónde salió este bolas de hule?
(Terminando de explicar su cometido) Ustedes no me corren porque
con toda seguridad deben echar mucho fuera del tarro. Allá abajo
tengo una carretilla con 100 guagüitas. ¡Recién sacadas de la mata!
¿Acaso también las vendís caladas?
(Sin poder creerlo) ¡Cien guagüitas! ¡Qué maravilla! (Maternal). GuGu. Te-Ne-Te-Ne-Tu.
(Con efectivo sentido práctico) Por cada diez guagüitas damos una de
regalo y otra de repuesto, por si hubiera alguna dificultad…
Oye, guargüero de tiuque. ¿Se puede saber cuánto le pagái a las comadres para que se pongan en posición cúbito dorsal en tu fábrica
de guaguas?
(Ufano) Las comadres trabajan por el puro amor al arte. Viven en
posición de combate día y noche. Por eso les cunde la tarea a las
gordiflonas. Son muy rendidoras para el multiplico.
Las mujeres aprueban el argumento del Vendedor de Guaguas con
gestos adecuados.
Salustio
Vendedor
Trúbico
Vendedor
Enfermera
Trúbico
Salustio
(Tocado en su amor propio) Oye, lengua de púa. ¿Por qué no nos dai
las direcciones de las donantes para aumentar el rendimiento de tu
fábrica?
(Tratando de dar el golpe de gracia) (A la enfermera) Lo que usted
tiene que hacer, señorita, es eliminar a los intermediarios. ¿Para qué
esperar los nueve meses? Con estos "dadores" que contrató con toda
seguridad que las guagüitas le van a salir con nariz colorada como
ampolleta.
Escoba, ñapi de coliflor…
(Tratando de vender su pomada) En cambio con las guagüitas nuestras las señoras salen del capricho de un viaje… Se acorta el camino.
Van garantizadas.
Fíjese que la idea no es mala. Bastaría poner en fila las cien criaturas
para que las señoras vayan eligiendo a su regalado gusto. Se corre
menos riesgo también.
(Al Salustio) ¿No te decía yo? Con lo quemados que somos, ahora nos
vamos a quedar achacados con el producto del manipuleo.
(En un gesto de desesperación) ¡Eso nunca! ¡Sería un holocausto!…
- 205 -
Enfermera
Trúbico
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
Trúbico
Salustio
El Salustio y El Trúbico se suben los pantalones, frustrados, desengañados. Miran largamente el recipiente que cada uno tiene a sus pies. De
pronto, como obedeciendo a una misma señal, patean sus respectivos
tachos. El líquido comienza a derramarse lentamente.
(Llevándose las manos a la cabeza) ¡Qué es lo que han hecho! Esto es
un atentado contra la ciencia médica.
(Furioso) Ya que usted se interesa tanto por la oferta de este guaripola
de sebo, le dejamos las guagüitas de regalo…
Los dadores se retiran cohibidos, frustrados. Lejos se escucha el coro
de las guaguas, llorando. La enfermera los sigue con la mirada sin
ocultar su asombro…
(Al Salustio) ¿A usted también le tiemblan las piernas?
Miren que no me van a temblar. Si parece que vengo saliendo ni de que
medio partuceo, pero sin ningún poto. Se ensañó con nuestros ñafles
la vampira vestida de blanco.
A lo mejor creía que teníamos que donar petróleo en vez de las guagüitas… Lo que es a mí, se me secó el pozo…
Escobamente. Le vamos a pedir a la Estubigia que le agregue un trocito
de longaniza a los porotos.
Cuando tengamos porotos. A lo mejor resultaría más "rentable" ofrecer nuestros servicios puerta por puerta…
En ese caso tendríamos una categoría más profesional. Pasaríamos a
ser "pichulólogos" de un viaje…
Y no tendríamos necesidad de andar llenando el balde…
(Una vez más deciden pactar un nuevo compromiso) Desde ahora en
adelante seremos Salustio y Trúbico S.A. Y para más recacha, pichulólogos…
Las viejucas necesitadas van a tener que anotarse con varios días
de anticipación para que nosotros le demos curso a sus demandas
serxuales…
(Se abrazan) (Imitando a la enfermera) Y le vamos a poner una sucursal a la chuchijunta de la enfermera con cofia con "los bichitos", las
guagüitas, ñe, ñe, ñe…
Se alejan triunfadores, aunque caminan con alguna dificultad apoyándose el uno en el otro.
- 206 -
La ciencia lo avala
Reírse mejora la salud
Las carcajadas provocan efectos positivos, tanto físicos como psicológicos, y son un
hábito saludable que conviene poner en práctica cada día.
Umberto Eco urdió toda una trama policíaca entre los muros de una abadía en la
Alta Edad Media para exponer el poder de la risa. En El nombre de la rosa se suceden
incluso crímenes para ocultar al pueblo la defensa que supuestamente hiciera Aristóteles sobre la bondad de las carcajadas. Esto es, por supuesto, ficción, pero no está
exenta de realidad, ya que hubo tiempos y lugares –aún los hay– en los que lo sensato
y maduro era permanecer serio, taciturno, incluso hosco. La risa y un buen humor
frecuente se asociaban a la frivolidad y la inmadurez. Afortunadamente, las investigaciones, como aquella que imaginara el escritor y semiólogo italiano, han avalado
algo que la sabiduría popular intuía y hoy la ciencia demuestra: reír es saludable.
La risa está localizada en la zona prefrontal de la corteza cerebral, la parte más
evolucionada del cerebro. En esta zona, según los expertos, reside la creatividad, la
capacidad para pensar en el futuro y la moral. Sin embargo, conforme cumplimos
años y se nos supone más sabios, perdemos la espontaneidad de dejarnos llevar por
la risa, de buscar la carcajada o de encontrar la parte cómica a las situaciones. Por eso,
hay veces que conviene aprender a reír, o a recordar cómo se reía.
La risa como terapia
Sigmund Freud atribuyó a las carcajadas el
poder de liberar al organismo de energía
negativa. Esta capacidad fue científicamente demostrada cuando se descubrió
que el córtex cerebral libera impulsos
eléctricos negativos un segundo después
de comenzar a reír. En lógica relación
con esta evidencia, en los últimos lustros
se ha afianzado la risa como terapia.
Cuando reímos, el cerebro emite una
información necesaria para activar la
segregación de endorfinas, específicamente las encefalinas. Estas sustancias,
que poseen unas propiedades similares a
las de la morfina, tienen la capacidad de
aliviar el dolor, e incluso de enviar mensajes desde el cerebro hasta los linfocitos
y otras células para combatir los virus y
las bacterias. Las endorfinas desempeñan
también otras funciones, entre las que
destaca su papel esencial en el equilibrio
entre el tono vital y la depresión. De ellas
depende algo tan sencillo como estar bien
o estar mal. Como se puede comprobar,
aprender a reír es algo más importante de
lo que parece a simple vista.
Una de las líneas de trabajo en algunos
centros de psicoterapia es la risoterapia,
que consiste en estimular la producción
de distintas hormonas que genera el
- 207 -
propio organismo con ejercicios y juegos
grupales. Su cometido es el de potenciar el
sistema inmunitario en general y facilitar
la superación de diferentes bloqueos. Se
utilizan técnicas que ayudan a liberar las
tensiones del cuerpo y así poder llegar a la
carcajada, como la expresión corporal, el
juego, la danza y ejercicios de respiración o
masajes. Se trata de lograr reír de una manera natural y sana, de que las carcajadas
salgan de lo visceral e irracional, como en
los niños. En el fondo, a lo que se aprende
es a orientar la percepción de las situaciones para que al verse en ella nos riamos,
con nosotros mismos y con los demás.
Efectos físicos de la risa
Ejercicio: con cada carcajada se ponen en
marcha cerca de 400 músculos, incluidos
algunos del estómago que solo se pueden
ejercitar con la risa.
Limpieza: se lubrican y limpian los ojos
con lágrimas. La carcajada hace vibrar
la cabeza y se despejan la nariz y el oído.
Además, elimina las toxinas, porque con
el movimiento el diafragma produce un
masaje interno que facilita la digestión
y ayuda a reducir los ácidos grasos y las
sustancias tóxicas.
Oxigenación: entra el doble de aire en los
pulmones, dejando que la piel se oxigene
más.
Analgésico: durante el acto de reír se
liberan endorfinas, los sedantes naturales
del cerebro, similares a la morfina. Por
eso, cinco o seis minutos de risa continua
actúan como un analgésico. De ahí que se
utilice para terapias de convalecencia que
requieren una movilización rápida del
sistema inmunológico.
Rejuvenecedora: rejuvenece al estirar y
estimular los músculos de la cara. Tiene,
además, un efecto tonificante y antiarrugas.
Previene el infarto: el masaje interno
que producen los espasmos del diafragma
alcanza también a los pulmones y al corazón, fortaleciéndolos.
Facilita el sueño: las carcajadas generan
una sana fatiga que elimina el insomnio.
Efectos psicológicos de la risa
Elimina el estrés: se producen ciertas
hormonas (endorfinas y adrenalina) que
elevan el tono vital y nos hacen sentir más
despiertos.
Alivia la depresión: nos hace ser más receptivos y ver el lado positivo de las cosas.
Proceso de regresión: puede generar un
retroceso a un nivel anterior de funcionamiento mental o emocional, generalmente
como un mecanismo para aliviar una
realidad que se percibe como dolorosa o
negativa.
Exteriorización: a través de la risa las
personas exteriorizan emociones y sentimientos. A veces es percibida como una
energía que urge por ser liberada, sobre
todo cuando necesitamos reír y la situación social no lo permite.
También debemos hacer hincapié en
los factores sociales de la risa, como su
carácter contagioso, la salvación de situaciones socialmente incómodas y el poder
comunicativo del humor. Estos revisten
una importancia terapéutica especial ante
disfunciones de tipo social.
- 208 -
http://revista.consumer.es/web/
es/20051101/interiormente/
- 209 -
Cazuela a la chilota
Naín Nómez
Esta cazuela es de gallina-gallina y los chilotes dicen
que lo primero es asentar la olla:
molamos unos dientes de ajo en un mortero rudo y
veteado de cuchillos, agreguemos cebollas,
chalotas (o cebollines) finamente
picados y mejor si refritos en manteca con ají de
color.
Después desprese el ave con cariño, como quien va
sacando el aire del sueño y póngala en el atrio
con pimienta y comino, dorándola
melancólicamente bajo diferentes grados de
longitud casi de a poco, y luego el agua
hirviendo, hasta que todo navegue en la
sordina de las emanaciones ciegas, de las
efemérides galopantes, de los perfumes nómades
que se parecen a ti.
Tomemos luego una sartén bruñida, gigantesca, de
estirpe rancia, de esas que abrían el desayuno
- 210 -
entre las sábanas y pongamos en ella una o dos
cucharadas de harina, mantequilla espumeando entre
los oros y hasta un poco de 'enjundia' entrañable en su
esencia plumífera, revolviendo y barriendo la mixtura
antes de que las llamas del esplendor dorado la sequen
en su llanto,
deshaciéndola en la transparencia del caldo para volver
a la constelación de la olla y culminar en la gran
sinfonía terrenal de burbujas sin fondo
que alguna vez encendió la locura de tus ojos errantes.
Nos queda sólo freír las papas cortaditas como tejos de
rayuela, agregar el perejil finamente picado y
esperar que valga la pena esta batalla acicateada
con un picante putamadre o cacho de cabra
y un vino navegado
para que el barco de los sabores nos devuelva al
puerto y recobremos con asombro la nostalgia de los
orígenes.
- 211 -
Recetas de la abundancia
Esther Sánchez Botero
PICARONES
Ingredientes:
- dos tazas de zapallo
- una cucharada de sal
- ¼ de cucharada de bicarbonato
- 2 tazas de harina de trigo
- aceite
Preparación:
Cocine el zapallo en trozos pequeños con la sal, y mientras hierve, vaya deshaciéndolos por completo con el tenedor. Añada el bicarbonato y la harina y bata rápidamente
hasta que se despegue del tiesto y se forme una bola. Con las manos ligeramente húmedas haga unas bolitas con un hoyo en el centro y después fríalas en aceite caliente.
Sírvalas con el siguiente almíbar.
Almíbar para picarones
Ingredientes:
- una taza de chancaca.
- ½ taza de azúcar granulada
- 2 cucharaditas de maicena
- 2 tazas de agua
- 1 astilla de canela
- 5 clavos de olor
- 1 cáscara de limón.
Preparación:
Coloque el agua en una cacerola con el azúcar, la canela, los clavos de olor y la cáscara
de limón. Cuando hierva, añada la chancaca y deje hervir durante 15 minutos. Añada
la maicena diluida en un poco de agua y déle otro hervor durante 10 minutos. Cuele y
agregue los picarones sin dejarlos remojar.
- 212 -
Teun van Dijk:
“Las élites son las primeras responsables en la
reproducción del racismo”
Antonieta Muñoz Navarro
Un nuevo estudio sobre la relación entre la prensa y las minorías étnicas será
uno de los motivos por los que el lingüista holandés Teun van Dijk viaje nuevamente a Chile. Ese tema lo ha apasionado durante gran parte de su vasta
trayectoria académica y lo ha transformado en un verdadero referente en el
análisis del discurso y el racismo.
Teun van Dijk no asume solo un rol de observador frente al problema que está
abordando. Según su postulado, quien investiga el racismo adquiere un compromiso ético-social con quienes son víctimas de este: pueblos indígenas, inmigrantes, minorías sexuales, población negra y mujeres discriminadas.
Definitivamente, Van Dijk es un académico con muchos años de experiencia que
a través de su propia teoría nos observa y reflexiona sobre nuestra realidad.
Antonieta Muñoz: Una mayoría cree
que solo son racistas quienes participan de genocidios como los ocurridos
en las guerras. Pero usted hace mucho
tiempo estudia "el nuevo racismo",
practicado en la vida cotidiana contra
pueblos y minorías.
Teun van Dijk: Podría resumir mis 25
años de trabajo en tres grandes tesis. La
primera es que el racismo es un sistema
social de dominación étnica y/o racial.
Comprende un subsistema social –discriminación– y otro mental o cognitivo
–prejuicio o ideología racista–. Una segunda idea es que el discurso tiene un
papel muy importante: podemos discri-
minar con él de la misma manera que
con actos como la prohibición de acceso
a un país, a un barrio, a una vivienda o a
un trabajo. Además, los prejuicios e ideologías se aprenden por el discurso, que
finalmente es la interfaz entre los subsistemas social y cognitivo del racismo. Mi
tercera tesis es que las élites simbólicas
tienen un rol muy especial. Ellas lideran
la política, los medios de comunicación,
la educación o la ciencia y tienen acceso
preferencial a los discursos dominantes.
Si el racismo se aprende por el discurso
público y este es controlado por las élites,
ellas son las primeras responsables de la
reproducción de esa conducta.
- 213 -
AM: ¿Es posible afirmar que en el pueblo chileno efectivamente predominan
actitudes racistas?¿O usted evalúa que
estas no son ni mayores ni menores
que las que se observan en otras sociedades latinoamericanas?
TD: Las formas de discriminación no son
iguales en toda América Latina. Por ejemplo, de los datos que he visto para nuestro
libro Racismo y Discurso en América Latina, yo diría que hay racismos más explícitos en Guatemala que en varios otros países. En Chile y en Argentina un prejuicio
racial más nuevo es el que hay en contra
de inmigrantes pobres del Perú o de Bolivia.
AM: ¿Cómo caracterizaría usted el que
se da con los mapuches?
TD: Es comparable con el racismo contra
gente indígena observado en toda América Latina; es muy viejo, con raíces profundas en la colonización y la conquista
de la Araucanía, y se mezcla con el clasismo contra la gente pobre. Por ejemplo,
eso es manifiesto en las referencias a la
lucha contra lo que llaman "el terrorismo", cuando los mapuches ocupan sus
propias tierras o participan en acciones
contra empresas que ganan dinero con los
productos –como la madera– de esos territorios. Obviamente ese rechazo es más
fuerte en la derecha porque se vincula a
un valor como el de la propiedad privada,
que se enfrenta al de la propiedad colectiva de la tierra mapuche.
AM: ¿Hay verdadera conciencia en
Chile acerca de ese problema?
TD: La hay por lo menos entre una minoría de gente comprometida y eso es el
principio del antirracismo necesario. No
veo a los chilenos ni más ni menos racistas que a los habitantes de los demás
países de América Latina. Obviamente se
necesitan años de análisis y acciones para
que ellos asuman verdaderamente que
son poseedores de racismo, como en Argentina, España u Holanda.
AM: ¿Qué función cumplen los medios
de comunicación en la reproducción y
motivación del racismo?
TD: Cumplen un rol central, pues lo que la
mayoría de la gente sabe y opina sobre inmigrantes y minorías lo obtiene de ellos.
Las élites simbólicas –políticos, científicos o escritores– tienen influencia sobre
esos medios, factor que se traduce en un
sesgo serio de cobertura. Sobre los más
humildes se escribe en general negativamente: ellos son más bien un problema,
una desviación de nuestra cultura o una
amenaza; la inmigración representa, desde ese punto de vista, una invasión, pues
ellos no quieren integrarse a nuestra cultura y pueden ser terroristas o delincuentes. Mucha gente no tiene información
alternativa para contradecir esos estereotipos. Además, casi no hay periódicos
explícitamente antirracistas, ni en Holanda ni en España (tal vez con la excepción
del nuevo excelente periódico El Público).
Ni hablar de Chile, probablemente con la
peor prensa de las Américas, debido a la
- 214 -
posición reaccionaria de sus grandes empresarios, como la que suele observarse
en El Mercurio.
AM: Chile es una nación originariamente mestiza, pero los chilenos, en
nuestras declaraciones de identidad,
negamos el origen indio. Por otra parte, en países europeos la discriminación
más denunciada es la que viven los
inmigrantes. ¿Hay diferencias entre el
racismo hacia los pueblos indígenas y
la población inmigrante?
TD: Tanto en Chile como en otros países
de América Latina –sobre todo en México
y obviamente en países con mayoría indígena, como Bolivia– la ideología oficial es
que somos todos mestizos y por lo tanto
se debe celebrar la historia indígena. Pero
muy pocas élites reconocen la influencia
indígena en su familia y sienten poco orgullo de su historia "india". Esos prejuicios datan de cuando se trataba a los indígenas como gente de raza inferior. Hoy
hemos aprendido algo de las luchas de
mujeres y de indígenas, y en consecuencia los discursos son menos abiertamente
chauvinistas, aunque se mantienen muchos aspectos racistas.
AM: ¿Qué factores históricos o sociales
han contribuido en Chile a generar racismo?
TD: El racismo en toda América Latina es
fundamentalmente europeo. Acompañó
y legitimó la conquista, el robo de las tierras, la explotación de la gente indígena
(y de los esclavos africanos en otros paí-
ses) y una ideología de superioridad de la
gente blanca europea. Con los años, en
Chile esas ideas se combinaron con ideologías de clase y nacionalistas que niegan
a los mapuches el derecho a sus tierras,
abogando por una nación homogénea y
chilena; obviamente, no mestiza. Pero
hoy en día esas viejas visiones se mezclan
con otras, como las antiterroristas o antiindigenistas.
AM: ¿Es posible reeducar a personas
que han sido formadas en el prejuicio?
TD: Todo lo que se puede aprender, se
puede desaprender. Si eso no fuera posible, el racismo y el sexismo serían algo
esencial, natural en la gente. Pero no lo
son. Para lograr una reeducación pueden
ser necesarios medios de comunicación,
programas de televisión y discursos políticos adecuados, o libros de texto para
los niños. El problema es que las ideologías se desaprenden muy lentamente y
se carece de élites dispuestas a promover
una transformación en ese sentido. Por lo
tanto, hay una tarea pendiente en impulsar desde abajo los cambios de las élites
y las acciones, como ocurre con el movimiento feminista o el de derechos civiles
en Estados Unidos.
- 215 -
Revista Mensaje, año 2008.
El color de la piel
Ramón Díaz Eterovic
- Fragmento -
1
E
n el comienzo de una tranquila noche de verano, el barrio vivía sin sobresaltos su
rutina de construcciones viejas y calles en penumbras. Una franja azul se reflejaba
sobre las lejanas cumbres de la Cordillera de los Andes, negándose a seguir al sol en
su muerte cotidiana. Desde la oficina, y con algo de imaginación, podía escuchar el
murmullo del río Mapocho avanzando sobre piedras y matorrales, sin entusiasmo,
convertido en un hilillo barroso, anémico. Mi reloj indicaba las ocho de la noche y
pese a que el anochecer convertía el paisaje en una mancha rosada, el aire cálido,
ardiente a ratos, que deambulaba desde la mañana por los rincones del barrio, seguía
entrando por la ventana entreabierta.
Los bares y restaurantes del barrio comenzaban a llenarse de clientes. Desde sus interiores brotaba el eco bullicioso de las conversaciones animadas por la cerveza.
Preparé una taza de café, encendí un cigarrillo y luego de recuperar mi lugar junto a la
ventana, pensé que había tenido un día bueno, de esos en los cuales todos los dardos
parecen dar en el blanco.
Por la mañana había cobrado unos honorarios con los que saldé mis deudas con la
dueña del departamento y abastecí de gasolina el estanque de mi auto. El precio del
combustible subía todas las semanas, pero eso no preocupaba a mi viejo Chevy, que
llevaba tres días inactivo, sediento, abandonado a su suerte de chatarra de otra época,
anterior a la existencia de los cambios automáticos y a la invasión de los autos coreanos y japoneses que colapsaban las calles.
Sobre el escritorio estaba el diario que compraba cada mañana, y encima de éste, despatarrado, tapando los titulares que anunciaban alguna nueva catástrofe en el mundo, mi gato Simenon se aseaba minuciosamente, con la paciencia de un felino que
no sabe de horarios ni deberes. Si existía la posibilidad de vivir otra vida, yo deseaba
regresar a la tierra convertido en un gato de ojos oscuros, sin más preocupación que
tenderme sobre una alfombra, al amparo de los rayos del sol, indiferente a todo, incluida la silueta de una sabrosa laucha.
–¿Te acicalas para salir a recorrer los tejados? –le pregunté, acercándome a su lado
con la precaución de no interrumpir su aseo.
- 216 -
Su limpieza era el rito al que Simenon dedicaba buena parte del día, utilizando la parte
áspera de su lengua para despojarse del polvo, los pelos muertos o los residuos de su
alimentación.
–¿Tienes cita con alguna gatita ingenua? –insistí, al tiempo que lo observaba relamer
sus largos bigotes.
–Las gatitas ingenuas no existen, Heredia. A tu edad ya deberías saber que a la menor
provocación hasta la gata más recatada muestra sus garras.
–Cualquiera diría que has padecido muchas decepciones.
–No tantas como tú, Heredia. Solo las suficientes como para desconfiar de un lindo
par de ojos.
–¿Qué sabes de mi vida, gato metiche?
–Todo.
–Entonces debes saber que deseo una cerveza helada.
–¿Qué te retiene? La flojera de abrir y cerrar la puerta.
Tomé la chaqueta que colgaba en el respaldo de mi sillón y salí del departamento sin
prestar atención a la última impertinencia de Simenon. Una vez en la calle, respiré
profundo y dejé que mis pasos me guiaran lentamente hasta el boliche ubicado frente
a la entrada del edificio donde vivo, en la esquina de las calles Bandera y Aillavilú, el
corazón de un barrio de restaurantes populares, tiendas de ropa usada, cabarés, relojerías y pequeños quioscos donde venden un sinfín de cachureos y baratijas de plástico.
Entré al bar “Touring” y me acodé sobre su barra. Sus paredes seguían revestidas de
azulejos y alrededor de sus maltrechas mesas de madera se congregaba una amplia colección de hombres y mujeres que parecían alegres y despreocupados. Pedí una copa
de vino y me ubiqué junto a un hombre bajo, de cabellos negros y ojos saltones. Su piel
era morena y brillante. Lucía un bigote ralo, negruzco, que contrastaba con el blanco
intenso de sus dientes. El hombre sonrió levemente y enseguida se llevó a los labios el
copón de cerveza que tenía a su alcance. Luego, cuando lo dejó sobre el mesón, observó a su alrededor con una expresión de alivio en el rostro.
–Bonita noche –dijo, amistoso. Su voz tenía un timbre claro, que me sonó extraño en
medio de las voces altisonantes que brotaban desde las distintas mesas del bar.
–Bonita –retruqué, sin muchas ganas de entablar conversación.
El hombre iba a decir algo más, pero en ese mismo instante sintió el choque violento
de un hombrón que se abría paso hacia la barra a punta de empujones.
–¿Desde cuándo sirven trago a los peruanos hediondos? –preguntó el extraño, dirigiéndose al mozo que atendía la barra.
El moreno no dijo nada. Contuvo su rabia, bebió un nuevo sorbo de cerveza y miró
hacia la puerta del bar, como esperando la llegada de un ángel redentor. Pero no tuvo
suerte y tuvo que conformarse con observar la entrada de tres muchachos vestidos de
negro que lucían vistosos tatuajes de serpientes y dragones en sus brazos.
- 217 -
El hombrón tomó la cerveza que le acababa de servir el mozo, y al ver el copón del
peruano lo empujó con una de sus manos y quedó mirando cómo la cerveza escurría
sobre la barra y descendía hacia el suelo.
–Los cholos ni siquiera tienen buenos modales –dijo.
El peruano se dispuso a encararlo. Deduje que no tenía ningún chance de ganar. Su
cabeza apenas llegaba a la altura del mentón del agresor y a simple vista se notaba que
carecía de experiencia en peleas con matones.
–Si no le agrada el bar, puede ir a otra parte –dije al hombrón.
–¿Quién te dio vela en el entierro? –preguntó.
–Iba pasando y me llamó la atención las lindas caras de algunos clientes.
El hombrón esbozó una sonrisa maliciosa y su rostro adquirió un tono púrpura.
–¿Quieres pelear, metiche?
–Quiero beber en paz y que reemplace la cerveza que le botó a mi amigo.
Miré al pendenciero e intuí que intentaría golpearme.
–A ti y a tu amigo peruano los puedo meter en una misma bolsa.
–Es probable, pero en tu lugar, lo pensaría dos veces antes de intentarlo.
–No necesito pensar en nada. Sé cómo tratar a los metiches.
–Haz un esfuerzo, cabrón. Tal vez yo no ande solo.
–No veo a nadie cerca.
–Tengo una buena amiga que siempre me acompaña –dije, indicando el bulto que se
formaba bajo el bolsillo izquierdo de mi chaqueta–. ¿Quieres que te la presente?
El hombrón retrocedió un paso y pareció reconsiderar la situación. Dos hombres que
estaban a su lado comenzaron a distanciarse y en las mesas más próximas se hizo un
silencio expectante.
–Las peleas entre hombres son a mano limpia.
–Si es así, podremos pelear cuando evoluciones y pierdas tu expresión de chimpancé.
El matón apretó sus puños y por un segundo miró a su alrededor.
–Además, cuando trabajo suelo cuidar mis modales –agregué.
–¡Trabajo! ¿De qué trabajo hablas, metiche?
–El cuartel central de la policía está cerca. ¿Quieres conocerlo? Puedo acompañarte a
dar un paseo por algunas mazmorras apestosas. Tengo llave para entrar cuando quiero.
Observé la reacción del hombrón y deduje que había conseguido introducir una duda
razonable en su cabeza.
–Una semana en el chucho permite pensar en muchas cosas. ¿Qué dices? ¿Aún quieres
pelear?
El grandulón observó a los clientes que estaban junto a la barra y movió sus hombros
con desgano.
–Era una broma, amigo –murmuró–. No quiero líos con un tira.
- 218 -
–Nos debes una cerveza, cabrón.
Sonrió de mala gana. Enseguida sacó un billete de sus pantalones y lo dejó sobre el
mesón.
–Por esta noche ya has bebido demasiado –dije mientras observaba la salida del bar.
El matón caminó hacia la puerta, cabizbajo, masticando su rabia.
Volví a mi lugar junto al mesón. En el rostro del peruano había una sonrisa que parecía agrandar sus dientes y su bigote.
–Espero que se haya calmado por un buen rato –comenté.
–Ese verraco no parecía estar en sus cabales. Gracias por la ayuda.
–Por nada. Me gusta tener espacio en la barra cuando bebo.
–Aparicio Méndez –agregó.
–Heredia –respondí estrechando su mano.
–Por favor, déjeme invitarle una chelita, señor.
–No es necesario –respondí y luego, al notar la desilusión del peruano, pregunté–:
¿De qué parte del Perú es usted, amigo?
–Nací y me crié en Lima. Vine a Santiago por una chamba y mal no me ha ido, señor.
Mi sueldo no es gran cosa, pero gasto poco y así consigo enviar algún dinero a mis
parientes.
–Tiene suerte, a la mayoría de sus paisanos no les va tan bien.
–Lo sé. Todas las tardes doy una vueltecita por los alrededores de la Iglesia Catedral,
y cada vez encuentro a más hermanos que buscan trabajo. No está buena la cosa para
nosotros.
–Tampoco para los chilenos.
–Aun así, para algunos de nosotros es el paraíso –dijo Méndez y comenzó una larga
relación de pesares y desgracias que me hizo recordar el inicio de una novela de Vargas Llosa que había leído en mi época de estudiante universitario: “¿En qué momento
se jodió el Perú, Zavalita?”.
–Y usted, señor, ¿es policía como le dijo al matón? –preguntó Méndez al darse cuenta
que no prestaba mucha atención a sus lamentaciones.
–Nunca dije que fuera policía.
–¿No? –preguntó, desconfiado.
–Detective privado. Tengo una oficina en el edificio que está frente al bar. Si alguna
vez tiene problemas o solo quiere conversar, suba al ascensor y marque el piso siete.
En la puerta de mi oficina hay una placa de acrílico que dice: Investigaciones Legales.
–¡Qué suerte la mía! Recibir la ayuda de un detective.
–Pude manejar la situación, pero no estoy seguro que ocurra lo mismo en otra oportunidad. El matón puede volver y dudo que logre engañarlo de nuevo con el truco de
la pistola.
–¿Truco? No me diga que anda sin pistola.
- 219 -
–Solo porto la petaca que me regaló un amigo poeta –respondí, palpando el bulto bajo
mi chaqueta–. Le recomiendo irse a su casa o cambiar de bar.
–Seguro, seguro que sí –dijo Méndez–. Me voy enseguida.
Pese a la prisa del peruano bebimos nuestras copas antes de separarnos. La nostalgia
brotaba por sus poros y junto con hablar de las bellezas limeñas, dio una larga disertación acerca de las ventajas del pisco peruano sobre el chileno. Después, cuando quiso
hablar de fútbol y de las últimas confrontaciones entre las selecciones de Chile y Perú,
hice una seña para indicarle la calle. Méndez entendió que era el minuto de marchar
hacia su casa.
El bar tenía dos puertas. Una daba a la calle Aillavilú y la otra hacia la Estación Mapocho. Méndez escogió la segunda y lo vi alejarse con paso ligero. Pensé que mi paseo
había sido breve y me dispuse a seguir la caminata. Encendí un cigarrillo. Seguía siendo
una noche calurosa.
2
Hay barrios en Santiago, y el mío es uno de ellos, cuyas casas parecen abrirse en verano,
permitiendo ver a través de sus ventanas a las familias que cenan o beben una triste merienda de té y pan con margarina. A veces se ven parejas de ancianos que se miran con
callado hastío, mujeres que tejen, hombres de torsos desnudos que juegan al solitario.
Es como mirar las entrañas de la ciudad, sin afeites ni falsos ropajes; su vida rutinaria,
protagonizada por seres anónimos que día a día se levantan de madrugada para ir a
trabajar y que por las noches ni siquiera tienen el ánimo de interrogarse a sí mismos
para saber si son felices o tan solo un trozo de carne que resiste con la resignación de
un caballo de tiro.
La Plaza de Armas ofrecía su habitual espectáculo de actores callejeros, pintores, hombres estatuas, predicadores y comerciantes de afiches y libros. A su alrededor se congregaba un sinfín de rostros sudorosos, atentos al voceo de las ofertas o a las actuaciones
de los artistas. Durante un rato deambulé entre la gente y después, cansado, busqué
refugio en un escaño. Mi cansancio no era producto de la caminata, sino que de algo
más profundo, relacionado con el reciente enfrentamiento en el bar y la constatación
de que a pesar de mis sentimientos, la vida imponía el uso de códigos violentos para
sobrevivir. Debía hacer el trabajo sucio, sudar la gota gorda o atisbar en la oscuridad. Y
no me quejaba, porque era el oficio que me permitía pagar mis vicios y mi pan.
Cerré los ojos esperando que el murmullo de la plaza me arrullara como una canción de
cuna. La magia no se produjo, y al reabrir los ojos, una vez más contemplé el espectáculo de la gente, sus gritos y risas que no se extinguirían hasta la madrugada. Estaba en eso
cuando lo vi sentado en el suelo, cerca del lugar donde dos actores callejeros representaban una situación jocosa, seguida por las risotadas de una veintena de espectadores.
- 220 -
Parecía observar a los actores, pero al acercarme, descubrí que su mirada estaba fija en
un vacío de sombras y estrellas.
–Lo hacía en su cama, durmiendo –dije a modo de saludo y sentándome a su lado.
–¿Me está siguiendo? –preguntó Méndez, sorprendido.
–Parece que estamos predestinados a encontrarnos. ¿Qué pasó? ¿No tenía ganas de retornar a su casa?
El peruano me miró de reojo y luego simuló interesarse en el trabajo de los artistas callejeros.
–Me gusta venir a la plaza y observar los espectáculos.
–Intuyo que esa no es toda la verdad.
–Usted parece ver bajo el agua, Heredia. Tenía un plancito con una mujer, pero ya tengo
claro que no vendrá. Un cholo pobre no es buen partido para nadie.
–¿Esperaba a una compatriota?
–A una chilena. La conocí en esta misma plaza, hace dos meses. Un par de veces la fui a
buscar a su chamba, en una fábrica de tejidos ubicada en la calle Patronato. Después no
lo hice más. Se avergonzaba de que la vieran conmigo.
–Si es así, no vale la pena preocuparse por ella.
Méndez miró a su alrededor, aún con la esperanza de ver aparecer a su amada.
–¿Tiene un pitillo? –preguntó.
Le pasé mi cajetilla de cigarrillos, escogió uno y lo encendió con el fuego del encendedor que acerqué a su rostro. En sus ojos noté una tristeza profunda, anterior al desengaño amoroso.
–Cuando se está fuera del terruño la tristeza es doble –dijo, y luego dio una larga calada
al cigarrillo–. Uno está en corral ajeno y no pasa un día sin que haya algo o alguien que
lo recuerde: malas palabras en el bus, desprecios en la tienda donde compras, más retos
de los que mereces en el trabajo, las miradas de la gente.
–Siempre cabe esperar tiempos mejores.
–Eso dicen. La esperanza es el pan de los pobres.
–Lo convido a tomar una cerveza.
–Prefiero volver a mi casa. Usted ya hizo bastante por mí. Primero me defendió y luego
escuchó mis penas. No quiero abusar de su buena voluntad.
–Tengo ganas de conversar. ¿Qué me dice?
Méndez se puso de pie y sonrió mostrando sus grandes dientes blancos.
–Mis patas del Perú no me van a creer que me hice amigo de un detective privado chileno.
–En la vida hay cosas peores que eso. Caminemos hasta encontrar una fuente donde
refrescar las penas.
- 221 -
Trabajadores peruanos en Chile
La esperanza mira al sur
Sonia Cano
Cada domingo, alrededor del mediodía, se reúnen en calle Catedral entre Bandera y Puente. Son los inmigrantes peruanos que desde hace unos años miran
hacia el sur buscando mejores horizontes de vida. Un futuro más vivible desde
el punto de vista económico, porque la vida es dura al otro lado de la línea de la
Concordia. En el corazón de Santiago, mujeres y hombres, niños, jóvenes y adultos se encuentran, conversan, ríen, intercambian datos. Hablan de su terruño,
de sus hijos que los esperan en Perú, de amigos, novias, padres. De todo lo que
pueden hablar los que nacieron en una misma tierra y están lejos de ella.
La multitud cubre ambas veredas de Catedral y se desparrama un poco por Puente hacia el poniente, mientras sus risas,
sus llamadas, sus voces, pronunciando
correctamente el castellano, se extienden
hacia la Plaza de Armas. Cerca de las 14
horas, a la orilla de la vereda, algunos se
transforman en comerciantes y empiezan
a abrir bolsos de donde salen potes con
cebiche y otros alimentos típicos, que
venden sin mucho regateo. "Esta parte
que se han tomado es un punto de encuentro, un lugar de referencia donde llegan personas de diferentes países. Si miras
bien, no solo hay peruanos, también hay
ecuatorianos y bolivianos", señala Carmen, esposa de Raúl Paiba, presidente del
Comité de Refugiados Peruanos en Chile.
Cuesta entablar un diálogo, pese al aval
del presidente del Comité. Desconfiados,
temerosos, autocensurados, muchos peruanos se niegan a aceptar la entrevista.
Al final, solo queda improvisar, junto a
la muralla del Correo Central, una conversación apresurada, porque ella tiene
otros compromisos. Rosa Delgado es
viuda: "Tengo que trabajar como padre
y madre de los hijos, mantenerlos. Están
allá. Cada mes les mando algo de dinero".
Dice que vino de Trujillo porque la
situación era "muy mala". Llegó hace
cuatro años y afirma que en Chile no
le falta trabajo como "nana". Hace de
todo: cocina, lava, plancha, deja todo
limpiecito y a sus patrones les gustan
los guisos que se esmera en preparar.
"La ciudad igual me gusta, es bonita; me
gusta todo en Chile. Estoy feliz y contenta,
me acostumbro; no me ha costado nada,
ni la comida". Su vida transcurre rutinaria en este país, en una casa ajena de Vitacura, donde trabaja "puertas adentro"
de lunes a sábado. "El domingo no más
salgo, vengo acá, voy a la iglesia, me doy
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una vuelta y en la tarde vuelvo a la casa".
Como recapacitando, inicia una suerte
de monólogo, "igual echo de menos los
hijos, la familia, la comida, todo, pero ya
una se hace al ambiente. Tengo amigas,
bastantes; me reúno con ellas, conversamos, pasamos el día, se hace corto…".
Comenta que tiene sus papeles al día,
también previsión y carné de Fonasa.
Más del 80% de las mujeres peruanas
que han llegado al país apenas han conseguido trabajo de tipo doméstico, que
no siempre va acompañado de beneficios
sociales y previsionales. Muchas están sobrecalificadas para ese tipo de actividad,
lo cual les genera desaliento en las expectativas laborales, de desarrollo personal y
remunerativas. Hay profesionales, enfermeras, profesoras, secretarias trabajando
como asesoras del hogar con contratos
precarios y bajas remuneraciones. Perciben la discriminación social, laboral y racial, disimulada y otras veces ostensible.
También un gran porcentaje de hombres
peruanos se enfrentan, como único
destino, al trabajo como obreros de la
construcción, en condiciones laborales y
económicas similares a las de las mujeres.
"Allá en Perú si uno llega a encontrar
trabajo, alcanza solo para comer. Pero
para pagar ropa y estudios no alcanza.
Quiero trabajar para que mis hijos
estudien, eso más que nada. Tienen 18
y 20 años. Mi niña está estudiando
computación y el niño está como para
mecánico, alguna carrera corta". Rosa
Delgado proyecta permanecer no más
de dos años en Santiago y luego regresar
a Trujillo, junto a su familia "y poner
un negocio, aunque sea en el mercado".
A juicio de la asistente social Lilia Núñez,
para el migrante hay una inserción
laboral pero nada más. Las condiciones
sociales, laborales y económicas son
limitadas. Lo mismo ocurre con las
expectativas de desarrollo personal, de
crecimiento, porque el Estado no tiene
una política de promoción estructurada.
"Tiene un discurso o una permisividad,
pero esa permisividad básicamente la
entiendo porque estamos en un mercado
abierto. La lógica de dejar entrar inmigrantes no necesariamente obedece a
una voluntad política o solidaria. En Chile entra el capital extranjero, entran las
mercancías, y los trabajadores migrantes
entran por la misma lógica", explica.
Observa, además, que la migración
laboral ha sido muy conveniente para
las empresas en cuanto a reducir el
precio de la mano de obra. El sector
privado ha sido beneficiado con el
movimiento de trabajadores, esto se ve
a nivel internacional, no solo en Chile.
Lilia Núñez, que llegó a principios de los
90, recuerda los difíciles comienzos de
los primeros migrantes en aquel período
en que el tema era tabú. Señala que hasta
la iglesia católica, que actuaba como
agencia de Acnur (Oficina de las Naciones
Unidas para los Refugiados) a través de la
Pastoral migratoria, era bastante reservada: "Nosotros no podíamos decir somos
refugiados, queremos hablar, queremos
debatir públicamente. Ellos poco menos
que se apropiaron del tema, lo redujeron
- 223 -
a lo paliativo asistencial, a la ayuda puntual. Teníamos hasta un nivel de control y
censura de lo que podíamos decir, opinar
y de hecho nos recordaban que el refugiado peruano en Chile debía omitir sus
opiniones y no ventilar sus problemas".
Hacia 1996 el carácter del migrante
comenzó a variar: ya no era el refugiado
político, sino un migrante forzado por
la situación laboral, la falta de oportunidades, la miseria en Perú. "Entonces
cambia un poco el panorama y empezamos a visualizar que si no lográbamos
una interlocución desde la condición
de refugiados, sí la íbamos a tener como
migrantes económicos y sociales".
La Apila, Asociación Peruana por la
Integración Latinoamericana, se formó en 1998 y tuvo resonancia. "Fue
bautizada así porque sentíamos que
éramos parte de todo un fenómeno de
migración que va más allá de la frontera
Perú-Chile, más internacional, con una
connotación de movimiento de trabajadores por un mercado desregulado",
señala la asistente social. "Entonces
sentimos que también era necesario abrir
los márgenes de entendimiento del tema
y comenzamos a hablar de la gente que
venía de Bolivia, Ecuador, Cuba, etc."
Para Apila era el momento de abordar no
el tema peruano únicamente, sino ver
qué pasaba en general con los trabajadores migratorios. En esa etapa supieron
que existía la Convención Internacional
de los trabajadores migratorios y sus
familias, "y nos enteramos también,
a ocho años del hecho, de que Chile
había sido el primer país que suscribió
la Convención, durante el gobierno de
Aylwin en 1991", comenta la profesional.
A raíz de este descubrimiento tardío, comenzaron a averiguar por qué no se estaba
aplicando esa Convención y se enteraron
de que Chile no la ha ratificado y tampoco hay mucho interés en hacerlo. En ese
instante iniciaron una campaña para que
la Convención se difundiera. También
hicieron lobby para que diversas instituciones trabajaran el tema del migrante.
Han aprovechado todas las tribunas posibles para plantear su situación. Tomar
la iniciativa en distintos planos es una
tarea que se proponen los peruanos migrantes. Proyectan también perspectivas
a nivel de desarrollo de sus expresiones
culturales, de fraternidad, considerando
situaciones como la capacitación en donde se discrimina, etc. Lilia Núñez mira el
futuro con leve optimismo, no exento de
crítica: "Respecto de la situación general,
creo que ha habido algunos cambios positivos. Aprecio que el recelo inicial, esa
desconfianza con la que fuimos recibidos
haya cambiado. En el transcurso del
tiempo se aprecia que por lo menos los
peruanos hemos ido ganando espacios,
logrando una relación cara a cara con el
chileno en general, con nuestros vecinos,
nuestros compañeros de trabajo, con
la gente en la calle. Empezó un nivel de
receptividad".
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Revista Punto Final Nº 514.
Culturas de ancestro
Bernardo Subercaseaux
La relevancia de las tradiciones culturales, de cualquier índole que ellas sean,
constituye una idea-fuerza que hoy por hoy se hace presente en distintos sectores
y sociedades. Con frecuencia ello se concibe como una estrategia de resguardo
frente a las dinámicas homogeneizadoras que acarrea la globalización. Desde esta
perspectiva, la presencia en América Latina de tradiciones culturales vinculadas
a núcleos de población que han emigrado de otros continentes (o de otros países)
representa un rico y variado patrimonio. Se trata también de un sector que permite
poner en práctica, dentro de cada nación, la tolerancia y el respeto por otras tradiciones culturales y religiosas. En un tiempo globalizado, el ecumenismo es, sin
duda, una forma de humanismo.
Como se sabe, las migraciones masivas a América Latina comenzaron en el siglo
XIX. Entre 1846 y 1930 dejaron Europa 52 millones de personas: el 72% viajó a
Estados Unidos, el 21% a América Latina y el 1% a Australia1. De los europeos que
llegaron a América Latina, un 38% eran italianos, 28% españoles y 11% portugueses. La mayoría de migrantes eligió Argentina, luego Brasil, Uruguay y México. La
llegada de los inmigrantes durante el período 1840-1940 incrementó en un 40% la
población argentina y en un 15% la de Brasil2.
No solo ha habido migración europea, sino también una importante migración
árabe, que llegó a todo el continente desde Centroamérica hasta Chile. Se trata
fundamentalmente de sirios, libaneses, jordanos y palestinos3. Desde 1860 a 1900
llegaron inmigrantes pioneros procedentes del Imperio Turco Otomano; luego se
produjeron migraciones árabes masivas entre 1900 y 1914. En Argentina el censo
de 1914 indica la presencia de 741.154 españoles, 669.193 italianos y 52.562 árabes.
Entre 1914 y 1946 llegaron a América Latina familiares y parientes de la migración
árabe anterior, y por último, sobre todo entre 1948 y 1973, vinieron como producto
de sucesivos conflictos en el Cercano Oriente. Se podrían agregar a estos datos
otros sobre la presencia en el continente de una migración croata, japonesa, judía,
china, coreana y alemana.
Cabe señalar que hasta hoy se da también un fluido movimiento migratorio al
interior de la propia América Latina: cientos de miles de chilenos procedentes en
su mayoría de Chiloé se han establecido en la Patagonia argentina, y en los últimos
cinco años se ha producido, por razones económicas, una migración de cerca de
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65 mil peruanos a Chile. Todas estas migraciones están plagadas de algún grado
de intolerancia, de discriminación, ya sea positiva o negativa, e incluso –como lo
que se ha puesto en evidencia en Chile respecto a los peruanos– de un racismo que
linda en la xenofobia (no proveniente del gobierno, sino de sectores de la sociedad).
Ahora bien, todas estas migraciones han aportado a la sociedad de acogida desde
costumbres, fiestas, vertientes estéticas, credos religiosos y modos lingüísticos hasta tradiciones gastronómicas. Hoy en día, a raíz del escenario de la globalización,
se ha producido una suerte de revival de estas culturas del origen. También gracias
a Internet y a las nuevas tecnologías resulta posible comunicarse y mantenerse en
contacto permanente con los lugares de donde se proviene. De hecho el mundo se
ha achicado geográficamente, de tal modo que cabe en un chip.
Dos son los ámbitos de políticas con respecto a las culturas de inmigrantes: el
primero dice relación con apoyar desde el Estado, autoridades locales y sociedad
civil –en colaboración con los grupos de origen foráneo y sus descendientes– la
reafirmación, preservación y rescate de sus culturas de ancestro. Es probable que
ante propuestas de esta índole emerja una preocupación de corte nacionalista por
las identidades nacionales. En efecto, si se procediera a colorear un mapa de los
países de América Latina dándole un color distinto a cada cultura indígena y a cada
uno de los núcleos de cultura migrante, el resultado sería una multiplicidad heterogénea de colores en que lo nacional probablemente se desdibujaría. La historia
muestra, sin embargo, que tal peligro no existe. Estados Unidos y Canadá son países
conformados por inmigrantes, naciones que junto con el modelo del melting pot
han adoptado el modelo del mosaico, lo que no impide los sentimientos nacionales,
sino que más bien los fortifica. Los inmigrantes y sus descendientes por lo general
tienen una extraordinaria lealtad con el país y la cultura que los acoge. Al dignificar
las distintas culturas u orígenes culturales tampoco se trata de fomentar un relativismo aséptico (una suerte de suspensión del juicio), por ejemplo si un niño o un
adulto son sucios por razones de herencia cultural, habrá que enseñarles el valor
de la limpieza. El reconocimiento de las diferencias culturales no implica exacerbar
esas diferencias o glorificarlas. Cabe señalar, además, que las identidades no son
excluyentes, sino múltiples: así como se puede ser al mismo tiempo catalán, español y europeo, también se puede ser simultáneamente brasileño, de origen árabe
y latinoamericano, sin menoscabo de ninguna identidad. Por último, siempre la
heterogeneidad cultural tendrá el contrapeso de las fiestas nacionales, de la historia compartida, del índice de la bolsa y de lo que es tanto o más importante en
estos días en que los rituales de la nación se focalizan en el deporte: del tenista, el
- 226 -
boxeador o el equipo de fútbol de turno. La historia nos muestra, además, que los
nacionalismos extremos no son sanos para la sociedad y que la diversidad cultural
puede constituir un buen antídoto para ellos.
El segundo ámbito de acción en relación a las culturas de ancestro tiene que ver
con la necesidad de educar en el respeto al otro, de combatir como sociedad los
prejuicios raciales o culturales y de trabajar desde la escuela y la más tierna infancia
en el fomento del diálogo y el respeto intercultural.
Emigrantes españoles
1 Néstor García Canclini, La globalización imaginada, Buenos Aires, Argentina, 1999.
2 Elda González Martínez, “Españoles en América e iberoamericanos en España. Cara y cruz de un
fenómeno”, Arbor, Nº 607, Madrid, España, 1996.
3 Juan Sakalka Elías, Árabes en América Latina, Valparaíso, Chile, 1997.
- 227 -
Discurso de aceptación del
Premio Nobel de la Paz
Rigoberta Menchú
- Fragmento -
Me llena de emoción y orgullo la distinción que se me hace al otorgarme el Premio
Nobel de la Paz 1992. Emoción personal y orgullo por mi Patria de cultura milenaria,
por los valores de la comunidad del pueblo al que pertenezco, por el amor a mi tierra,
a la madre naturaleza. Quien entiende esta relación, respeta la vida y exalta la lucha
que se hace por esos objetivos.
Considero este Premio no como un galardón hacia mí en lo personal, sino como una
de las conquistas más grandes de la lucha por la paz, por los derechos humanos y
por los derechos de los pueblos indígenas, que a lo largo de estos 500 años han sido
divididos y fragmentados y han sufrido el genocidio, la represión y la discriminación.
Permítanme expresarles todo lo que para mí significa este Premio.
En mi opinión, el Premio Nobel nos convoca a actuar en función de lo que representa y en función de su gran trascendencia mundial. Es, además, un instrumento
de lucha por la paz, por la justicia, por los derechos de los que sufren las abismales
desigualdades económicas, sociales, culturales y políticas, propias del orden mundial
en que vivimos, y cuya transformación en un nuevo mundo basado en los valores de
la persona humana es la expectativa de la gran mayoría de seres que habitamos este
planeta.
Este Premio Nobel lo interpreto primero como un homenaje a los pueblos indígenas
sacrificados y desaparecidos por la aspiración de una vida más digna, justa, libre, de
fraternidad y comprensión entre los humanos, los que ya no están vivos para albergar
la esperanza de un cambio de la situación de pobreza y marginación de los indígenas,
relegados y desamparados en Guatemala y en todo el continente americano.
[…] La particularidad de la visión de los pueblos indígenas se manifiesta en las formas
de relacionarse. Primero, entre los seres humanos, de manera comunitaria. Segundo,
con la tierra, como nuestra madre, porque nos da la vida y no es solo una mercancía.
Tercero, con la naturaleza, pues somos partes integrales de ella y no sus dueños.
La madre tierra es, para nosotros, no solamente fuente de riqueza económica que
nos da el maíz, que es nuestra vida, sino proporciona tantas cosas que ambicionan
los privilegiados de hoy. La tierra es raíz y fuente de nuestra cultura. Ella contiene
- 228 -
Rigoberta Menchú
nuestra memoria, ella acoge a nuestros antepasados y requiere por lo tanto también
que nosotros la honremos y le devolvamos con ternura y respeto los bienes que nos
brinda. Hay que cuidar y guardar la madre tierra para que nuestros hijos y nuestros
nietos sigan percibiendo sus beneficios. Si el mundo no aprende ahora a respetar la
naturaleza, ¿qué futuro tendrán las nuevas generaciones?
De estos rasgos fundamentales se derivan comportamientos, derechos y obligaciones
en el continente americano, tanto para los indígenas como para los no indígenas,
sean estos mestizos, negros, blancos o asiáticos. Toda la sociedad tiene la obligación
de respetarse mutuamente, de aprender los unos de los otros y de compartir las conquistas materiales y científicas, según su propia conveniencia. Los indígenas jamás
han tenido, ni tienen, el lugar que les corresponde en los avances y los beneficios de
la ciencia y la tecnología, no obstante que han sido base importante de ellos.
Las civilizaciones indígenas y las civilizaciones europeas, de haber tenido intercambios de manera pacífica y armoniosa, sin que mediara la destrucción, explotación,
discriminación y miseria, seguramente habrían logrado una conjunción con mayores
y más valiosas conquistas para la Humanidad.
[…] Los indígenas estamos dispuestos a combinar tradición con modernidad, pero no
a cualquier precio. No consentiremos que en el futuro se nos plantee como posibles
guardias de proyectos etnoturísticos a escala continental.
En un momento de resonancia mundial en torno a la conmemoración del V Centenario de la llegada de Cristóbal Colón a tierras americanas, el despertar de los pueblos
indígenas oprimidos nos exige reafirmar ante el mundo nuestra existencia y la validez
de nuestra identidad cultural. Nos exige que luchemos para participar activamente en
la decisión de nuestro destino, en la construcción de nuestros Estados-naciones. Si
con ello no somos tomados en cuenta, hay factores que garantizan nuestro futuro:
la lucha y la resistencia; las reservas de ánimo; la decisión de mantener nuestras
tradiciones puestas a prueba por tantas dificultades, obstáculos y sufrimientos; la
solidaridad para con nuestras luchas por parte de muchos países, gobiernos, organizaciones y ciudadanos del orbe.
- 229 -
Por eso sueño con el día en que la interrelación respetuosa y justa entre los pueblos
indígenas y otros pueblos se fortalezca, sumando potencialidades y capacidades que
contribuyan a hacer la vida en este planeta menos desigual, más distributiva de los
tesoros científicos y culturales acumulados por la Humanidad, floreciente de paz y
justicia.
Creo que esto es posible en la práctica y no solamente en la teoría. Pienso que esto
es posible en Guatemala y en muchos otros países que se encuentran sumidos en el
atraso, el racismo, la discriminación y el subdesarrollo.
[…] Hoy tenemos que luchar por un mundo mejor, sin miseria, sin racismo […] Un
mundo en paz que les dé coherencia, interrelación y concordancia a las estructuras
económicas, sociales y culturales de las sociedades. Que tengan raíces profundas y
una proyección robusta.
Tenemos en nuestra mente las demandas más sentidas de la Humanidad entera, cuando propugnamos por la convivencia pacífica y la preservación del medio ambiente.
La lucha que libramos acrisola y modela el porvenir.
Nuestra historia es una historia viva, que ha palpitado, resistido y sobrevivido siglos
de sacrificios. Ahora resurge con vigor. Las semillas, durante tanto tiempo adormecidas, brotan hoy con certidumbre, no obstante germinan en un mundo que se
caracteriza actualmente por el desconcierto y la imprecisión.
Sin duda que será un proceso complejo y prolongado, pero no es una utopía y nosotros los indígenas tenemos ahora confianza en su realización. Sobre todo, si quienes
añoramos la paz y nos esforzamos porque se respeten los derechos humanos en todas
partes del mundo donde se violan, y nos oponemos al racismo, encaminamos nuestro
empeño en la práctica con entrega y vehemencia.
El pueblo de Guatemala se moviliza y está consciente de sus fuerzas para construir
un futuro digno. Se prepara para sembrar el futuro, para liberarse de sus atavismos,
para redescubrirse a sí mismo, para construir un país con una auténtica identidad
nacional, para comenzar a vivir.
Combinando todos los matices ladinos, garítunas e indígenas del mosaico étnico de
Guatemala debemos entrelazar cantidad de colores, sin entrar en contradicción, sin
que sean grotescos y antagónicos, dándoles brillo y una calidad superior, como saben
tejer nuestros artesanos. Un güipil genialmente integrado, una ofrenda a la Humanidad.
Muchas gracias.
www.nobelprize.org. © Fundation Nobel 2010.
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Nuestros miedos
Norbert Lechner
E
n 1998 el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presentó un estudio sobre Chile que causó un notable impacto en el debate público. La reacción
provenía de una mirada diferente al proceso chileno. Adquiría visibilidad una dimensión
habitualmente no considerada: la subjetividad de las personas. La subjetividad importa.
No sabemos cuánto ni cómo, pero la vida nos enseña que ella es tan real y relevante
como las exigencias de la modernización socioeconómica. Solo si nos hacemos cargo de
la tensión existente entre la racionalidad propia de la modernización y la subjetividad de
las personas, podemos hacer de los cambios en marcha un desarrollo humano.
La subjetividad es un fenómeno complejo que abarca valores y creencias, disposiciones
mentales y conocimientos prácticos, normas y pasiones, experiencias y expectativas […]
Los miedos son una motivación poderosa de la actividad humana y, en particular, de la
acción política. De manera aguda o subcutánea, ellos condicionan nuestras preferencias
y conductas tanto o más que nuestros anhelos. Por medio de ellos aprendemos, con mayor o menor inteligencia, la cara oculta de la vida. Sobre la base de los resultados empíricos allí expuestos (PNUD 1998), distingo tres fenómenos:
El miedo al Otro, que suele ser visto como un potencial agresor;
El miedo a la exclusión económica y social;
El miedo al sinsentido a raíz de un proceso social que parece estar fuera de control.
1. El miedo al Otro
Los miedos de la gente tienen una expresión sobresaliente: el miedo al delincuente. La
delincuencia es percibida como la principal amenaza que gatilla el sentimiento de inseguridad. Sin ignorar las altas tasas de delitos en todas las urbes latinoamericanas, llama
la atención que la percepción de violencia urbana es muy superior a la criminalidad existente. Por ende, no parece correcto reducir la seguridad pública a un “problema policial”.
Probablemente la imagen del delincuente omnipresente y omnipotente sea una metáfora de otras agresiones difíciles de asir. El miedo al delincuente parece cristalizar un miedo generalizado al otro. Varias razones alimentan esa desconfianza frente al extraño […]
2. El miedo a la exclusión
Nuestros miedos se expresan fundamentalmente en las relaciones sociales. Pero están
igualmente presentes en la relación de las personas con los sistemas funcionales. Los
chilenos reconocen que su situación general, su situación educacional, laboral, previsional, etcétera, es mejor que la de sus padres. En efecto, la modernización del país amplió
- 231 -
el acceso a empleos y educación, mejoró los indicadores de salud, estableció la contratación individual de la previsión; en suma, agilizó el funcionamiento de los diversos sistemas. Sin embargo, la gente desconfía. No confía en lograr una educación y capacitación
adecuada. Incluso quienes tienen empleo temen quedar excluidos de un mercado laboral muy dinámico y competitivo. Quedar excluidos, por ende, de los sistemas de salud y
previsión. Excluidos del consumo de bienes y servicios en una sociedad donde prestigio
social y autoestima se encuentran muy vinculados al estilo de vida. En suma, las personas temen quedar excluidas del futuro.
[…]
3. El miedo al sinsentido
El más difuso de los temores es el miedo al sinsentido. Nace de un conjunto de experiencias nuevas: el estrés, el auge de las drogas, la persistencia de la contaminación, el trato
agresivo y los atascamientos del tráfico. Un conjunto de irritaciones desemboca en la
sensación de una situación caótica. La impresión se ve acentuada por una globalización
vivida como una invasión extraterrestre. La vida cotidiana, acelerada a un ritmo vertiginoso por miles de afanes, una sucesión interminable de sobresaltos y una transformación permanente del entorno laboral y del paisaje urbano, deja a la gente sin aliento para
procesar los cambios. La realidad deja de ser inteligible y aparece fuera de control. ¿Cuál
es, en medio del torbellino, el sentido de la vida?
No es nuevo tal desvanecimiento de todo lo establecido. Nuestra sociedad ha conocido grandes migraciones junto con la subversión del mundo rural y no menos radicales
reagrupaciones en torno a minas, industrias y las grandes urbes. La modernidad es una
historia de descomposiciones y recomposiciones de hábitos y tradiciones, de identidades sociales y representaciones colectivas. Sucesivas olas modernizadoras permitieron
al individuo liberarse de trabas y restricciones, pero también significaron desarraigo y
atomización. ¿Es diferente el proceso actual? Los cambios crean nuevas oportunidades:
se abre una perspectiva global de la realidad, diferencias legítimas logran expresarse, el
pensamiento escapa a la ortodoxia y surgen nuevas redes de interacción social. Todo
ello es cierto, pero no seamos ciegos. Se abren caminos nuevos, pero también abismos
ignotos. Y no podemos festejar a unos sin considerar los otros.
[…] El cambio de milenio se ve acompañado de una transformación de nuestros mapas
mentales. En paralelo, se debilitan las reservas de afecto y sentido que la sociedad había
depositado en sus instituciones, entonces la realidad desborda el ordenamiento instituido. Estamos en un mundo de referentes móviles y provisorios, caracterizado por la contingencia. Aparentemente todo vale, todo es posible. Es en este contexto que el miedo al
otro y el miedo a la exclusión adquieren verosimilitud.
- 232 -
Ópera por tres centavos
- Fragmento -
Bertolt Brecht
•
Prólogo
ANUNCIADOR: Señoras y caballeros, ahora podrán ver y oír una ópera para
mendigos… Tan magnífica, como solo puede soñarla un mendigo… y muy barata, para
que el mendigo que la soñó la pague, si acaso puede permitírselo… Por eso, ahora les
ofrecemos: Una Ópera por tres centavos…
Obertura
"LA LEYENDA DE MACKIE, EL CUCHILLERO"
(Los mendigos piden limosna, los ladrones roban, las prostitutas buscan clientes. El
anunciador, transformado en cantante callejero, canta)
El cantante callejero
Los caimanes
tienen dientes
que no tratan de esconder
y Macheath
tiene un cuchillo
pero eso
no se ve.
Una tarde de verano
un cadáver
toma el sol
y a Macheath
y a su cuchillo
se le ha visto
por ahí…
Los caimanes cuando matan
rojos quedan por demás
Pero Mackie lleva guantes
¿quién su crimen notará?
El judío
de la esquina
en su tienda
falleció
Y Macheath
- 233 -
el cuchillero
elegante,
se alejó…
(El señor Peachum y su
señora y su hija cruzan el
escenario)
Y el incendio
que hubo en Soho
treinta niños
abrasó
y Macheath
con su cuchillo
tras las llamas
se escondió…
Jenny Towler
fue encontrada
con un tajo
en la nariz
los cuchillos
musitaron
ese tajo
es de Macheath…
Y la viuda
de quince años
una noche
despertó
mientras Mackie
la violaba
el cuchillo
no lo usó.
(Las prostitutas se ríen y del centro de su grupo se separa un hombre que cruza
rápidamente el escenario)
Jenny
Ese era Mackie el Cuchillero…
Primer Acto
Escena Primera
“A fin de contrarrestar la frialdad siempre creciente del hombre, el señor J. Peachum
instaló un establecimiento comercial para proporcionar a los miserables más
misérrimos aquella apariencia capaz de conmover los corazones cada vez más
endurecidos”
Peachum
(Cantando) Despierta, cristiano infeliz,
reanuda, pecando, tu vida
- 234 -
pecando, podrás ser feliz
y nuestro Señor no lo olvida
que a tu hermano pensaste matar
que a tu hija quisiste vender
el Señor en el Juicio Final
podrá condenarte, animal.
(Hablándole Al Público) Hay que inventar algo nuevo. Mi
negocio resulta demasiado difícil, ya que consiste en provocar
la compasión humana. Si bien existen ciertas cosas –algunas,
no muchas– que conmueven al hombre, pierden su efecto al ser
empleadas con frecuencia. Porque el hombre tiene la espantosa
facultad de poder insensibilizarse a voluntad. Así tenemos,
por ejemplo, que un hombre que ve a otro en la esquina con un
muñón en vez de brazo, la primera vez, de horror, está dispuesto
a darle diez pesos; la segunda vez, en cambio, su compasión
solo alcanzará para cinco; y si lo llega a encontrar una tercera
vez en su camino, no tendrá el menor remordimiento en
entregarlo a la policía. Lo mismo sucede con los meditamentos
espirituales. (Del cielo baja un cartel con la inscripción “Dar es
mejor que recibir”) ¿De qué sirven los más hermosos, los más
apremiantes proverbios, pintados primorosamente sobre tentadores carteles, si pierden eficacia con tanta rapidez? Hay que
ofrecer siempre alguna novedad. Tendré que volver a consultar
la Biblia. ¿Cuántas veces la podré utilizar aún, antes de agotar
sus posibilidades?
(Se oye golpear a la puerta. Peachum cruza a abrir y hace entrar
a un hombre joven llamado Filch)
Filch
Peachum
Filch
¿Peachum y Compañía?
Peachum.
¿Es usted el propietario del establecimiento "El Amigo del
Pordiosero"? Me dijeron que viniera a verlo. (Contempla con
admiración los carteles) ¡Estas sí que son frases! ¡Qué capital
encierran! Usted posee seguramente toda una biblioteca de
estas cosas. Y todo tan novedoso. Claro, a uno no se le ocurren
ideas así… y, sin educación, ¿cómo hacer prosperar el negocio?
- 235 -
Peachum
Filch
Peachum
Filch
Peachum
Filch
Peachum
Filch
Peachum
Filch
Peachum
¿Su nombre?
Mire, señor Peachum, la desgracia me persigue desde que nací.
Mi madre murió borracha; a mi padre lo perdió el juego. Desde
mi más tierna infancia tuve que cuidarme solo y, privado de la
mano amante de una madre, fui hundiéndome más y más en
el ciénago de la gran ciudad. Nunca supe lo que era el cariño
paternal o el calor de un hogar… Y así como ve…
(Inflexible) Y así como veo…
(Turbado) …desprovisto de toda clase de medios de subsistencia,
víctima de mis instintos…
…como un barco a la deriva, en medio de un mar tempestuoso,
etc., etc. Dígame de una vez, estimada víctima naufragada, ¿en
qué distrito de la ciudad declama esa poesía infantil?
No le entiendo, señor Peachum…
Porque eso lo interpreta en público… ¿O no?
Mire, quiero explicarle, señor Peachum, usted verá… Ayer se
produjo un pequeño incidente, más o menos desagradable, en
Highland Street. Yo estaba, sereno en mi desgracia, parado en
la esquina, con el sombrero en la mano, sin querer hacerle mal a
nadie, cuando…
(Consultando una libreta) ¿Highland Street? Sí, coincide…
¿Conque tú eres el infeliz que fue atrapado ayer por Sam y
Honey? ¿El desgraciado que tuvo la impertinencia de pedirles
limosna a los peatones del décimo distrito?… Ayer nos
conformamos con darte una buena paliza, imaginando que aún
no conoces los usos y costumbres… Pero si te llegamos a pillar
otra vez… se te aplicará la máquina… ¿Has comprendido?
Piedad, por favor, señor Peachum, ¡piedad! ¿Qué quiere que
haga? Los señores que me apalearon, dejándome totalmente
cubierto de moretones, me entregaron su tarjeta de visita. Si me
saco la camisa, verá que no miento y que más parezco cebra que
ser humano…
Mi estimado amigo, mientras no parezcas papilla no estaré
satisfecho del trabajo de mi gente… Así se presenta este
principiante y cree que basta estirar la mano para tener el
- 236 -
Filch
Peachum
Filch
Peachum
Filch
Peachum
Filch
Peachum
Filch
Peachum
Filch
Peachum
Filch
Peachum
Filch
puchero asegurado. ¿Qué dirías tú si nosotros fuéramos a pescar
las mejores truchas a tu laguna?
¿Cómo explicarle, señor Peachum…? Es que yo no tengo laguna…
Bueno, es que solo los profesionales tienen derecho a licencia.
(Muestra un gran mapa de Londres) Mira: hemos dividido
Londres en catorce distritos y cada persona que tenga la
pretensión de dedicarse a la profesión de mendigo en alguno
de ellos necesita una licencia de Jeremiah Jonathan Peachum
y Compañía. Si así no fuera, cualquier víctima de sus instintos
podría venir a establecerse aquí…
Señor Peachum, solo un par de monedas me separan de la ruina
más absoluta. Si pudiera conseguir algo por dos chelines…
Veinte chelines.
(Implorante) ¡Señor Peachum! (Muestra un cartel con la
inscripción “No cerréis vuestros oídos a la voz de la miseria”. En
respuesta, Peachum le muestra otro proverbio “Dad y recibiréis”)
¡Diez chelines!
Más el cincuenta por ciento de los ingresos semanales. El
setenta por ciento y nosotros corremos con el equipo.
Disculpe… ¿pero en qué consiste el equipo?
Eso lo decide el establecimiento.
¿Y en qué distrito podría instalarme?
Baker Street, del 2 al 104. Y ahí incluso es más barato. Con
equipo solo el cincuenta por ciento.
Así sea. (Pagando)
¿Su nombre?
Charles Filch.
Correcto. (Grita) ¡Señora Peachum! (Esta aparece) Este es
Filch. Número de orden 314. Distrito Baker Street. Yo mismo
lo inscribiré. Por supuesto, ahora que tenemos las fiestas de la
Coronación por delante quiere establecerse. Ocasiones como
estas no se presentan todos los días. Equipo C. (Abre una cortina
detrás de la cual se ven cinco maniquíes)
¿Qué es eso?
- 237 -
Peachum
Estos son los cinco tipos básicos de miseria que mejor se prestan
para conmover el corazón humano. Su vista provoca en el
hombre ese estado de ánimo antinatural en que se muestra
dispuesto a soltar su dinero.
Equipo A
La víctima de los progresos de la movilización. El cojo contento,
siempre alegre (Lo mima), eternamente despreocupado, con un
leve acento dramático: un muñón en vez de brazo derecho.
Equipo B
La víctima del arte de la guerra. El inválido que tirita sin cesar
y molesta a los transeúntes. Trabaja en base a sensaciones
de horror y de asco (Lo mima)… algo atenuado por una
condecoración al mérito militar.
Equipo C
La víctima del desarrollo industrial. El ciego digno de toda
nuestra compasión o la alta escuela del arte de la mendicidad.
(Lo mima, tambaleándose en dirección a Filch; en el momento
que llega junto a este, Filch da un grito de horror; Peachum
abre los ojos asombrado, lo contempla con estupor y exclama)
¡Compasión! ¡Tiene compasión! ¡Jamás llegarás a ser mendigo!
¡Un hombre como tú como mucho sirve para transeúnte! (A
Filch) Sácate tus cosas y ponte este traje. Pero no me lo vayas a
echar a perder.
Filch
Y… ¿qué van a hacer con mi ropa?
Peachum
Pasa a propiedad de la firma. Me servirá para un equipo E:
hombre joven que conoció días mejores, uno de esos que nunca
creyeron que terminarían así…
Filch
Ah… ¿usted la vuelve a aprovechar? ¿Por qué no puedo hacer yo
ese papel?
Peachum
Por una razón muy sencilla, hijo mío. Nadie creerá tu verdadera
tragedia. Por lo demás, menos preguntas y vestirse rápido.
Filch
Es que está… sucio. (Ante una mirada aniquiladora de Peachum)
Discúlpeme, por favor, no lo decía en serio…
Señora Peachum Apurémonos un poco, jovencito, no voy a quedarme
eternamente con los pantalones en la mano.
Filch
(Súbitamente) Pero las botas sí que no me las saco. De ninguna
manera. En ese caso prefiero no seguir adelante. Estas botas son
el único regalo que recibí de mi pobre madre y nunca, jamás, por
muy bajo que haya caído…
- 238 -
Señora Peachum No digas estupideces. Como si yo no supiera que tienes los pies
inmundos.
Filch
(Indignado) ¿Y pretende que me los lave? ¿En pleno invierno? (La
señora Peachum conduce a Filch detrás de un biombo para que
pueda terminar de vestirse. Después se pone a manchar un traje
por medio de una plancha y una vela de cera)
Peachum
¿Dónde está tu hija?
Señora Peachum ¿Polly? Arriba.
Peachum
Dime, ¿volvió ayer ese tipo? ¿Ese que siempre viene cuando yo
no estoy?
Señora Peachum No seas tan desconfiado, Jonathan. No hay caballero más fino
que el Capitán… Y parece que se interesa seriamente por Polly.
Peachum
¿Ah sí?
Señora Peachum Y no creo equivocarme si te digo que a Polly también le gusta.
Peachum
Celia, estás despilfarrando a nuestra hija como si yo fuera
millonario. Y seguramente también pretenderás que se case.
¡Matrimonio! ¿Crees tú que esta tienda nos duraría una semana
más si ella se casara? ¿Qué crees que vienen a ver los clientes?
¿Nuestra linda cara o las piernas de Polly? ¡Un pretendiente! ¡Un
novio! Inmediatamente nos tendría en su poder. Hija tuya, al fin
y al cabo, no creo que se quede callada en la cama.
Señora Peachum ¡Linda opinión tienes de tu hija!
Peachum
¡La peor de todas! Polly no es más que un pozo de sensualidad.
Señora Peachum De ti no la hereda. Te lo aseguro.
Peachum
¡Casarse! Mi hija debe ser para mí lo que el pan para el
hambriento. (Hojeando la Biblia) Algo por el estilo sale en
la Biblia. Por lo demás, el matrimonio es una inmundicia.
¡Matrimonio! Yo le sacaré esas ideas de la cabeza.
Señora Peachum Lo que pasa contigo, Jonathan, es que no tienes cultura.
Peachum
¡Cultura! ¿Y cómo se llama el caballero ese?
Señora Peachum Le dicen "el Capitán".
Peachum
¡Ah! ¿Y ustedes ni siquiera averiguaron su nombre? ¡Interesante!
Señora Peachum No íbamos a ser tan groseras como para pedirle el carnet de
identidad, ¿no? A un caballero tan distinguido que nos llevó a
bailar al Pulpo…
- 239 -
Peachum
¿Adónde?
Señora Peachum Al Hotel del Pulpo…
Peachum
¿Capitán?… ¿Hotel del Pulpo?… A ver, a ver, a ver…
Señora Peachum Siempre nos trató como con guantes.
Peachum
¿Con guantes?
Señora Peachum Y ahora que lo pienso, en realidad siempre usa guantes. Guantes
color pato…
Peachum
Ya veo… guantes pato, un bastón con cacha de marfil, polainas,
zapatos de charol… un tipo muy simpático que tiene una cicatriz
en…
Señora Peachum En el cuello. ¿Como lo sabes? ¿Lo conoces?
(Filch sale de detrás de la cortina, con su nuevo traje de mendigo)
Filch
¿Señor Peachum, no me podría dar otros consejos? Siempre me
ha gustado seguir un sistema, soy sistemático, y no quiero dejar
las cosas al azar…
Señora Peachum ¡Un sistema quiere el sistemático!
Peachum
(A su mujer) Ni de idiota sirve. (A Filch) Vuelve esta tarde y se te
enseñará lo necesario. Y ahora… ¡desaparece!
Filch
¡Gracias, señor Peachum, muchas gracias! (Mutis)
Peachum
(Siguiendo a Filch con la mirada) ¡Cincuenta por ciento! (A su
mujer) Bueno… te voy a decir quién es el caballero de los guantes
pato. ¡Macheath! ¡Mackie, el Cuchillero! (Mutis)
Señora Peachum ¡Dios del cielo! ¡Mackie Macheath! ¡Jesús, María y José! ¡Polly!
¿Dónde está Polly?
Peachum
(Volviendo de los dormitorios) ¿Polly? Polly no ha vuelto. Su
cama está intacta…
Señora Peachum Creo que salió a comer con el vendedor viajero de Birmingham…
Sí, Jonathan, estoy segura…
Peachum
¡Quiera Dios que haya sido el vendedor viajero de Birmingham!
(Peachum y su mujer se colocan delante de la cortina, esta
cierra y cantan. Iluminación especial. Aparece el letrero con la
siguiente inscripción: “La canción del En vez de”)
Peachum
(Cantando)
En vez de…
- 240 -
En vez de…
El reposo de sus camas preferir
Quieren gozar
Quieren gozar
Como si el Señor maná y tesoros fuera
a repartir.
Señora Peachum (Cantando)
Dicen: ¡qué luna tan linda!
Repiten el refrán: "Sientes latir mi corazón"
y la vieja canción: "Donde tú vayas, yo iré, mi bien",
si la luna creció y el amor nació.
Peachum
(Cantando)
En vez de…
En vez de…
Trabajar en cosas serias nada más
Quieren gozar
Quieren gozar
Y se olvidan que la muerte es más tenaz.
(Mientras la Señora Peachum repite el estribillo de la primera
estrofa, Peachum la acompaña con ligeras variantes en el texto)
Qué más da "la luna tan linda"
De qué sirve el refrán: "Sientes latir mi corazón"
Para qué la canción: "Donde tú vayas, yo iré, mi bien"
si la luna menguó y el amor murió.
- 241 -
Menos cóndor y más huemul
Gabriela Mistral
Claudio Gay
Los chilenos tenemos en el cóndor y el
huemul de nuestro escudo un símbolo
expresivo como pocos y que consulta dos
aspectos del espíritu: la fuerza y la gracia. Por la misma duplicidad, la norma
que nace de él es difícil. Equivale a lo que
han sido el sol y la luna en algunas teogonías, o la tierra y el mar, a elementos
opuestos, ambos dotados de excelencia y
que forman una proposición difícil para
el espíritu.
Mucho se ha insistido, lo mismo en las
escuelas que en los discursos gritones,
en el sentido del cóndor, y se ha dicho
poco de su compañero heráldico, el
pobre huemul, apenas ubicado geográficamente.
Yo confieso mi escaso amor del cóndor,
que, al fin, es solamente un hermoso
buitre. Sin embargo, yo le he visto el
más limpio vuelo sobre la Cordillera. Me
rompe la emoción el acordarme de que
su gran parábola no tiene más causa que
la carroña tendida en una quebrada. Las
mujeres somos así, más realistas de lo
que nos imaginan…
El maestro de escuela explica a sus niños:
"El cóndor significa el dominio de una
raza fuerte; enseña el orgullo justo del
fuerte. Su vuelo es una de las cosas más
felices de la tierra".
Tanto ha abusado la heráldica de las aves
rapaces, hay tanta águila, tanto milano
en divisas de guerra, que ya dice poco, a
fuerza de repetición, el pico ganchudo y
la garra metálica.
Me quedo con ese ciervo, que, para ser
más original, ni siquiera tiene la arboladura córnea; con el huemul no explicado
por los pedagogos, y del que yo diría a
los niños, más o menos: "El huemul es
una bestezuela sensible y menuda; tiene
parentesco con la gacela, lo cual es estar
emparentado con lo perfecto. Su fuerza
está en su agilidad. Lo defiende la finura
de sus sentidos: el oído delicado, el ojo de
agua atenta, el olfato agudo. Él, como los
ciervos, se salva a menudo sin combate,
- 242 -
con la inteligencia, que se le vuelve un
poder inefable. Delgado y palpitante su
hocico, la mirada verdosa de recoger el
bosque circundante; el cuello del dibujo
más puro, los costados movidos de aliento, la pezuña dura, como de plata. En él
se olvida la bestia, porque llega a parecer
un motivo floral. Vive en la luz verde de
los matorrales y tiene algo de la luz en su
rapidez de flecha".
El huemul quiere decir la sensibilidad
de una raza: sentidos finos, inteligencia
vigilante, gracia. Y todo eso es defensa,
espolones invisibles, pero eficaces, del
Espíritu.
El cóndor, para ser hermoso, tiene que
planear en la altura, liberándose enteramente del valle; el huemul es perfecto
con solo el cuello inclinado sobre el agua
o con el cuello en alto, espiando un ruido.
Entre la defensa directa del cóndor, el
picotazo sobre el lomo del caballo, y
la defensa indirecta del que se libra del
enemigo porque lo ha olfateado a cien
pasos, yo prefiero ésta. Mejor es el ojo
emocionado que observa detrás de unas
cañas, que el ojo sanguinoso que domina
solo desde arriba.
Tal vez el símbolo fuera demasiado
femenino si quedara reducido al huemul, y no sirviera, por unilateral, para
expresión de un pueblo. Pero, en este
caso, que el huemul sea como el primer
plano de nuestro espíritu, como nuestro
pulso natural, y que el otro sea el latido
de la urgencia. Pacíficos de toda paz en
los buenos días, suaves de semblante, de
palabra y de pensamiento, y cóndores solamente para volar sobre el despeñadero
del gran peligro.
Por otra parte, es mejor que el símbolo
de la fuerza no contenga exageración. Yo
me acuerdo, haciendo esta alabanza del
ciervo en la heráldica, del laurel griego,
de hoja a la vez suave y firme. Así es la
hoja que fue elegida como símbolo por
aquellos que eran maestros en simbología.
Mucho hemos lucido el cóndor en nuestros hechos, y yo estoy porque ahora
luzcamos otras cosas que también tenemos, pero en las cuales no hemos hecho
hincapié. Bueno es espigar en la historia
de Chile los actos de hospitalidad, que
son muchos; las acciones fraternas, que
llenan páginas olvidadas. La predilección del cóndor sobre el huemul acaso
nos haya hecho mucho daño. Costará
sobreponer una cosa a la otra, pero eso
se irá logrando poco a poco.
Algunos héroes nacionales pertenecen
a lo que llamaríamos el orden del cóndor; el huemul tiene, paralelamente,
los suyos, y el momento es bueno para
destacar éstos.
Los profesores de zoología dicen siempre, al final de su clase, sobre el huemul:
una especie desaparecida del ciervo.
No importa la extinción de la fina bestia
en tal zona geográfica; lo que importa es
que el orden de la gacela haya existido y
siga existiendo en la gente chilena.
- 243 -
Caín y Abel
Antiguo Testamento
Grabado de Durero
E
l hombre conoció a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín. Entonces ella dijo:
“¡He tenido un varón de parte de Jehovah!”. Después dio a luz a su hermano Abel. Abel
fue pastor de ovejas y Caín labrador de la tierra.
Aconteció después de un tiempo que Caín presentó a Jehovah una ofrenda de los frutos
de la tierra.
Abel también trajo una ofrenda sacrificando las nuevas ovejas de su rebaño. Y Jehovah
miró con agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró con agrado a Caín ni su ofrenda. Por
esto Caín se enojó mucho y decayó su semblante. Entonces Jehovah dijo a Caín:
–¿Por qué te has enojado? ¿Por qué ha decaído tu semblante? Si haces lo bueno, podrás
levantar tu vista y andar enaltecido. Pero si no haces lo bueno, el pecado está a la puerta
y te seducirá; pero tú debes dominarlo.
Caín habló con su hermano Abel. Y sucedió que, estando juntos en el campo, Caín se
levantó contra su hermano Abel y lo mató. Entonces Jehovah preguntó a Caín:
–¿Dónde está tu hermano Abel?
Y Caín respondió:
–No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?
Le preguntó:
–¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora
pues, maldito seas tú lejos de la tierra que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre
de tu hermano. Cuando cultives la tierra, no te dará frutos; andarás errante y fugitivo
sobre la tierra.
- 244 -
Interrogaciones
José Leandro Urbina
E
n noviembre, después de más de dos meses de ausencia, he decidido arriesgarme a visitar mi casa. Es el comienzo de una tarde
soleada y no hay casi nadie en la calle. Me abre la puerta mi madre y
yo entro rápidamente. La casona está vacía, mi padre y mis hermanos
siguen presos. Mi madre ha estado sola todo este tiempo y tres días
por semana va al estadio a tratar de tener noticias de los nuestros.
Mientras cruzamos el patio hacia la cocina, me dice que tiene la esperanza de que los dejen libres para las navidades. Antes de cruzar el
umbral se detiene y tomándome la mano me pregunta:
–¿Usted cree que existirá Dios, mijito?
Yo la miro, más pequeña, más envejecida, y pienso que esa mujer
que me mira con sus ojos ansiosos, como si mi respuesta fuera un
veredicto, ella, mi madre, ha ido a la iglesia cada domingo y fiesta de
guardar por más de cuarenta y cinco años. Entonces, viéndola así, yo
que hace mucho tiempo que no lloraba, sin responderle me abrazo a
ella y lloro.
- 245 -
Ponerse en el lugar del otro…
pero nunca tanto
Pablo Salvat B.
Teniendo a la vista probablemente los
sucesos revolucionarios de comienzos
del siglo veinte y las guerras mundiales, un destacado intelectual húngaro
señalaba que "la sabiduría de lo trágico
es la sabiduría de los límites". Viniendo
a nuestro presente queremos, desde ese
señalamiento, realizar y compartir con
los lectores algunos comentarios respecto a algunos significados de la entrega
del Informe de prisión política y tortura.
La moral y la ética, creaciones humanas
por excelencia, han tenido que ver en
la historia justamente con la necesidad
de poner límites al real o eventual daño
mutuo que podemos infligirnos. Con
ello decimos que los humanos hemos intentado convivir bajo otra ley que la que
determina el más fuerte, influyente, poderoso o astuto. Entre otras cosas, para
permitir que esa convivencia de distintos
sea posible. La historia nos muestra que
no se logra siempre, claro está, pero que
no podemos renunciar a ello. A su vez,
como las reglas morales y éticas creadas
tienen sus propias limitantes −no tienen
fuerza obligatoria externa a los propios
sujetos−, entonces el ser humano ha
inventado el derecho. Por eso, lector, derecho y moral se necesitan mutuamente;
ni el derecho ni la moral andan muy bien
cuando cada uno cree poder prescindir
completamente del otro.
Hay que decir al mismo tiempo que
desde el día mismo del golpe de Estado
se expresaron, desde grupos minoritarios pero importantes, distintas formas
de una suerte de resistencia ética a los
nuevos hechos (algunos abogados, profesionales, las iglesias, actos valientes de
ciudadanos anónimos), una resistencia
que lentamente fue encontrando los
canales para hacer de fermento de una
conciencia crítica del estado de cosas
que se daban en el país. Hemos tenido
que esperar años para que aquellos −personas e instituciones− que pasaron por
ciegos, sordos y mudos ante tanta humillación e ignominia infligida gratuita y
brutalmente, puedan ahora por fin ver,
oír y hablar.
- 246 -
Una buena parte del país y de la prensa
sabía de algún modo lo que hoy cuenta
el Informe. Pero claro, faltaba que se
sumara a este nuevo crédito histórico de
lo sucedido el selecto club de los poderes
fácticos; y como ellos tienen aún suficientes cuotas de poder para dictaminar
lo que ocurrió o no en nuestra historia,
entonces se hacía necesario ayudarles a
abrir sus ojos, limpiar sus oídos y recuperar el habla. No puede negarse que es algo
positivo, un paso importante pensando
en el futuro. Con todo, permítanme, no
dejo de tener dudas en estos actos de
contrición; no se puede tener una actitud
satisfecha. Hay que mantener un sano
escepticismo al respecto.
No, pues. No pueden ahora reconocer
que en verdad aquella tragedia sucedida
tuvo que ver con la defensa de intereses
de clase, de poder, primero que nada
económicos, pero también políticos e
ideológicos, o de sectores cooptados por
la retórica anticomunista. Nada sucedió
al azar. Ese dolor y sufrimiento infligido
no fue casual ni tampoco hechos aislados
que obedecían a la conducta desbocada
de algunos adherentes acalorados al régimen militar. La parálisis ética en sus relaciones con la política y el poder estaba
ya instalada en la idea misma de lo que se
quería lograr con el golpe y sus secuelas;
estaba en lo que pudiera llamarse su proyecto o modelo. Una parálisis asumida
oblicuamente, cínicamente, como quizá
no podía ser menos.
Claro, alguien tenía que pagar el inevitable costo social para que el saber, poder
y tener permaneciera en las mismas
manos de siempre. Con el IPPT podemos
ver quiénes eran algunos de aquellos
"escogidos" y cómo les fue. Este Informe,
de seguro, puede tener sus limitaciones,
pero al menos nos asoma como país a lo
que sucede cuando bajo justificaciones
espurias −pero que funcionan−, los
intereses de poder sobrepasan −en su
defensa− todos los límites de la decencia.
Sí, la sabiduría de lo trágico se aprende
en la sabiduría de los límites. ¿Podremos
aprenderlo nosotros y transmitirlo a
nuestros hijos también?
- 247 -
El Mostrador, 11 de enero de 2005.
“La cueca encierra en sí un
sentido identitario”
Juan Estanislao Pérez
Hay una cuestión que es clara en esto, absolutamente, y es porque la cueca resulta ser
una unidad. No comparto eso de “las cuecas”, no, hay una cueca: la cueca, y las cuecas. Porque al hablar de la cueca, hablamos del sentido de la unidad que ella convoca,
que nos convoca; y las cuecas, sus manifestaciones, que las encontramos a través de
todo Chile, con menor proporción hoy día, con menos asiduidad, efectivamente. Pero
ella no está ausente: la cueca surge, aparece. Se mete por entre las esquinas del viento
y surge y se rebela como esta expresión, yo diría, la más alta expresión de la cultura
tradicional de nuestro país. Una manifestación convocante, una manifestación que
nos impulsa, que nos lleva a revelarnos verdaderamente en lo que somos, como
este pueblo que somos, tan diverso. La cueca es hablar ciertamente de los distintos
Chiles que habita; la cueca en un sector encuentra diferentes tipos de expresiones,
de manifestaciones, en una misma zona, en un mismo lugar, como ocurre con todo,
con nosotros los chilenos y las chilenas, que somos diversos, múltiples. Pero con un
sentido de lo unitario, con aquello que permanece oculto y que hay que revelar…
Evidentemente la cueca encierra en sí un sentido identitario. Lo identitario es lo
que se juega en esta expresión de la cueca. No hay ninguna duda en pensar, desde un
punto de vista socio-antropológico que, cuando uno observa el resurgimiento de esta
manifestación de la cueca de puerto… ¿Cómo surge esta presencia, cómo se vuelca?:
es simplemente que nosotros, los seres humanos, pasamos en este momento y desde
hace tiempo –y seguramente va a ser durante mucho tiempo más– un periodo de
crisis, que no es un acabo de mundo, sino un nuevo cambio de modelo, de paradigma,
una nueva manera de ver el mundo, una nueva manera de asumirlo, de vivenciarlo,
de estar en el mundo; esta búsqueda incesante de los seres humanos de encontrarle
sentido, significado a la vida, por querer entrar en esta ‘otredad’, que pareciera ser
la que mayormente nos rebela, nos releva, nos pone en un plano de relieve que nos
permite asumirnos. Es probable que la cueca cumpla efectivamente este rol, este
papel… Hoy día cuando hablamos de globalización, cuando hablamos del mercado,
de mundialización por las transformaciones socioculturales, claro, simplemente
sentimos que no hay fronteras, que nos hacen sentir que no hay fronteras porque este
es un mercado abierto al planeta entero. Y a los seres humanos, cuando nos quitan las
fronteras, nos quitan el piso… fronteras que tienen que ver con un sentido existencial
- 248 -
Pintura de Manuel Antonio Caro
nuestro, un modo de percibir la realidad. Y como no hay fronteras, ¿dónde nos volcamos?…
Entonces, nosotros también, como una manera de centrarnos, una manera de reencontrarnos, una manera de volcarnos a nosotros que somos, nos vamos a la búsqueda de
las manifestaciones, de las expresiones, y la cueca precisamente se encuentra allí.
Hoy día ¿qué es lo que observo yo de la cueca?… De esta cueca que hoy observamos, cantada por gente joven, hay gente que está en contra… pero yo no comparto esa
crítica; a mí me encanta escuchar a la gente joven cantando y bailando, pero sí hay
que reconocer que la cueca citadina ha sido recuperada más bien desde el escenario;
el escenario ha cumplido una función tremendamente importante. Supongo que
en el pasado hubo también manifestaciones importantes de esa naturaleza, desde
el escenario, como el caso de la Jota Cruz, por ejemplo. Pero en el caso de la cueca
uno observa que hay un mayor énfasis en lo escénico, en lo artístico propiamente tal,
sin dejar de reconocer que en la cotidianidad, cuando se baila la cueca, también hay
un contenido artístico, nadie puede ignorar esto; solo digo que aquí hay un mayor
énfasis en lo artístico que en algunos casos resulta verdaderamente hermoso.
Hay cambios, hay transformaciones que tienen que ver, básicamente, con la
melodía. Hay cambios sustantivos que son recurrentes… Hay un universo sonoro
distinto que la gente joven coge, lo toma; es un tema que no podemos negar, y así han
resultado hoy día algunas cuecas bellísimas cantadas por los distintos grupos en todo
el país. Y eso hay que aplaudirlo, porque a nosotros, efectivamente, nos sirve bastante. ¿Qué más ha cambiado? Ha cambiado el tema del tiempo; ahora es vertiginoso,
hay un tiempo distinto, hay una sensación de tiempo distinto… es más rápido porque
la vida funciona más rápido…
Hay algunos a los que no les gusta esto, simplemente porque dicen que no se respeta
mucho lo tradicional. Pero olvidan que tanto el sentido de lo identitario como el concepto
de lo tradicional va variando con el tiempo, porque son procesos en tránsito. No hay una
identidad definida absolutamente. La identidad desde el punto de vista de la antropología, muy moderna o postmoderna, como quieran llamarla, efectivamente señala que
el sentido de lo identitario siempre está en tránsito, en permanente estado de cambio,
aun conservándose aquellas situaciones, aspectos o el espíritu de alguna comunidad. Va
a variar, va transformándose…
- 249 -
El origen de los dichos
La manzana de la discordia
Relata la mitología griega que existía en el Olimpo una constante disputa para decidir
cuál de las diosas era la más bella. En cierta ocasión en que se encontraban reunidas
Venus, Juno y Minerva, la Discordia arrojó entre ellas una manzana diciéndoles que
era para "la más hermosa". Las diosas nombraron árbitro al joven Paris, hijo del rey
de Troya.
Paris entregó el fruto a Venus, la Diosa del Amor. Esta, agradecida y a manera de
recompensa, hizo que de él se enamorara Helena, reputada como la más hermosa de
las mortales. Pero como Helena se encontraba casada con Menelao, rey de Esparta, el
romance desembocó en la larga "guerra de Troya". De manera tal que "la manzana de
la discordia" encendió sucesivamente dos conflictos: primero entre las diosas y luego
entre los hombres.
París bien vale una misa
Enrique IV gobernó desde 1526 hasta 1589, exclusivamente sobre Navarra, ya que
el resto de los franceses se negaba a aceptarlo como soberano debido a su religión
protestante. Finalmente, el año 1593, decidió abjurar y convertirse al catolicismo. La
tradición le atribuye la frase "París bien vale una misa", vale decir, se pueden hacer
sacrificios menores con la finalidad de obtener las cosas de mayor importancia que
se desean.
Canto del cisne
El cisne solo emite unos graznidos roncos. Sin embargo desde la Antigüedad griega
viene la leyenda de que estas aves entonan antes de morir un canto armonioso y
melancólico. Hacia el Renacimiento persistía la leyenda, hasta el punto de que entre
las anotaciones que dejó Leonardo de Vinci, se lee: "El cisne es blanco, sin ninguna
mancha, y canta dulcemente antes de morir; este canto pone fin a su vida".
Con esta base se acuñó la expresión "canto del cisne", para caracterizar la obra inesperada o súbita de una persona que no vuelve a descollar.
Revista Saber para todos. Santiago: Quimantú, 1973.
- 250 -
Inocencia y compromiso
Alfonso Guerra
- Fragmento -
La celebración del centenario del nacimiento de Miguel Hernández es ocasión
propicia para animar a los jóvenes a leer
a uno de los más grandes poetas en lengua castellana y para hacer una relectura
fiel a los valores literarios del poeta.
El objetivo de lograr que Hernández se
conozca se explica por la inmensa calidad y calidez de su obra y por un acto
de justicia histórica, para no añadir una
herida más, la del olvido, al hombre y al
poeta que declamó: Con tres heridas yo/
la de la vida/ la de la muerte/ la del amor.
La lectura fiel, adecuada, de su obra es
para desterrar el tópico de un Miguel
Hernández cuya actuación política desmereció su calidad artística.
A lo largo de su vida, Miguel Hernández
dio siempre pruebas de su inocencia y a
la vez de su vocación comprometida. Sus
inicios como poeta −escribe sus primeros
versos a la edad de 15 años mientras pastorea las cabras de la familia− muestran
su contemplación admirada del mundo
que le rodea: riscos, arroyos y pájaros
cantores.
[…]
Será el estallido de la guerra la circunstancia que señalará el compromiso de
Miguel. Se alistará con pronta voluntad
en el Quinto Regimiento. Sin uso de las
especiales condiciones que asistían a los
intelectuales que apoyaron la República,
marchará al frente como zapador sin tomar en consideración la oportunidad de
la que otros disfrutaban de permanecer
en la retaguardia, en el Palacio HerediaSpínola, sede de la Alianza de los Intelectuales Antifascistas, donde estaban sus
amigos poetas.
Mas lo que importa es cuál fue la evolución de su espíritu poético, qué cambios
producen en la obra del poeta las circunstancias de la guerra. Miguel creará
una nueva poética, dedicará sus versos
a los soldados que defienden los valores
republicanos. Escribirá poesía bélica,
comprometida, con el objetivo de flagrar
la lucha por la civilización de los soldados, para hacer resplandecer como fuego
o llama la causa de la justicia. Publicará
Viento del pueblo con un subtítulo que
nos confirma cuál es la motivación de la
obra: Poesía en guerra.
Durante años el poemario bélico de Miguel no fue aceptado por los especialistas
y escritores. El prejuicio de considerar al
rapsoda de guerra como el intelectual que
acata las consignas políticas y las pone en
verso les cegó, no supieron acceder a la
- 251 -
Archivo M. Hernández, tomada en su pueblo natal Orihuelas
profunda emoción que anidaba en la conciencia del poeta lo injusto de la guerra.
Hernández ejercita su compromiso
político esgrimiendo la palabra pura,
inocente, como un arma más; nos narra
lo que ve y, sobre todo, lo que siente, en
una práctica poética en primera persona
que construye un espacio de quejas y bravuras, animando a los soldados fruto de
vientres pobres a desquijarar leones para
liberar a España de la invasión fascista.
La justicia de la historia ha ido transmutando las opiniones críticas acerca
de tan serio y humano poemario. Así,
en la década de los sesenta, José Manuel
Caballero Bonald, sin temor ni prejuicio,
afirmará: "Se trata de uno de los libros
más emocionantes, limpios y fervorosos
que ha producido la poesía española en
la primera mitad del siglo XX”.
Y es que Miguel Hernández, cuando
muestra su compromiso con la causa
republicana en sus poemas no lo hace
abdicando de su condición de poeta, de
su oficio; concreta su compromiso con
la palabra, con su bien decir, con su bien
- 252 -
nombrar las cosas. ¿No es esta la función
de la poesía?
Para su canto épico Miguel no encontrará
más verso que el romance, como idóneo
canto narrativo, pero hará un romance
subjetivo, en primera persona, en clave
de biografía propia, con el que nos revela
su función: Si yo salí de la tierra,/ si yo
he nacido de un vientre/ desdichado y
con pobreza,/ no fue sino para hacerme/
ruiseñor de las desdichas,/ eco de la mala
suerte,/ y cantar y repetir/ a quien escucharme debe/ cuanto a penas, cuanto a
pobres,/ cuanto a tierra se refiere.
El ruiseñor de las desdichas está aún
más claramente aplicado a la contienda
político-militar, en una prueba más de
que su compromiso político no le separa
de su inocencia poética, en el poema
"Vientos del pueblo me llevan": Cantando espero a la muerte,/ que hay ruiseñores
que cantan/ encima de los fusiles/ y en
medio de las batallas.
Miguel es un ruiseñor que canta en
medio de las batallas, un poeta que crea
con la pureza del alma mientras suenan
los obuses y se rompen las entrañas.
Pues Miguel se sentía poeta, como confiesa en la dedicatoria del libro a Vicente
Aleixandre: "A nosotros, que hemos
nacido poetas entre todos los hombres,
nos ha hecho poetas la vida junto a todos
los hombres […] Los poetas somos viento
del pueblo: nacemos para pasar soplados
a través de sus poros y conducir sus ojos
y sus sentimientos hacia las cumbres
más hermosas. Hoy, este hoy de pasión,
de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia
el pueblo. El pueblo espera a los poetas
con la oreja y el alma tendidos al pie de
cada siglo”.
[…]
Si desde el comienzo de la guerra en Miguel se produjo una lucha interior entre
el deseo de libertad para su pueblo y su
odio a la violencia y la muerte, será con la
aproximación del final de la contienda,
con la acumulación de la visión de tanta
sangre y muerte y con la aparición de la
conciencia de la derrota cuando afloren
los más tiernos sentimientos de tristeza.
En contraste, la noticia de la llegada de su
hijo explosionará su vitalidad y deseos de
futuro, cortados en la raíz con dos hechos
cercanos en el tiempo que produjeron el
deterioro del poeta: la derrota de los republicanos y la muerte de su hijo.
El poeta ético, moral, había entregado
su fe y sometido a riesgo su vida por una
causa noble en la que perdería todo lo que
le hacía vibrar. Juan Ramón Jiménez, con
su acritud habitual, salva a Miguel de sus
críticas: "Los poetas no tenían convencimiento de lo que decían. Eran señoritos,
imitadores de guerrilleros, y paseaban sus
rifles y sus pistolas de juguete por Madrid,
vestidos con monos azules muy planchados. El único poeta, joven entonces, que
peleó y escribió en el campo y en la cárcel
fue Miguel Hernández”.
- 253 -
Así fue considerado como el poeta del
pueblo por los combatientes, argumento
utilizado en su procesamiento cuando fue
detenido, a pesar de que todos le aconsejaban que se marchase fuera del país y que
optara por buscar a su mujer y a su hijo en
Cox, como "el más inocente y confiado de
los muchachos”(Carmen Conde).
En la cárcel, gravemente enfermo, sin
atención médica, se le dejará morir. Aún
se intenta la renuncia de sus ideas a
cambio de la libertad y la cura. Se le pide
que manifieste haber sido engañado por
los "enemigos de España”. ¿Fue tal vez
un intento de compensar el gran impacto
negativo para los vencedores del asesinato de Federico?
Miguel se niega, en un acto de conjunción sublime de su inocencia y su
compromiso, a pensar que habrían de
ser tan perversos como para dejarlo morir en una celda inmunda por negarse a
abjurar de sus ideas, y si así fuera, cómo
podría él romper su compromiso con lo
que cree, con lo que alimenta su fe de ser
humano que busca la verdad y la justicia.
Inocencia y compromiso desde la inicial
manifestación de su vocación poética
hasta el borde del abismo de una muerte
digna para el poeta e ignominiosa para
sus no tan indirectos asesinos.
En el procedimiento sumarísimo de
urgencia, incoado por la Auditoría de
Guerra de Madrid, ninguna acusación
de delito alguno se le hace a Miguel,
salvo ser autor de algunos poemas que
se citan, como la "Canción del esposo
soldado".
En su declaración el poeta confiesa que
su obra recoge la labor que como escritor
antifascista y al servicio de la causa del
pueblo ha desarrollado durante la guerra
[…]
La sentencia considera probado que
Miguel Hernández ha publicado numerosas poesías, crónicas y folletos y que
ello constituye un delito de adhesión a
la rebelión, por lo que se le condena a la
pena de muerte.
Su actividad poética culmina en una actitud humana que confirma la inocencia
y el compromiso de Miguel Hernández,
uno de los más grandes poetas de la literatura española.
Diario El País, 7 de marzo de 2010.
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Carta a Josefina Manresa
Miguel Hernández
En abril de 1939, tras la caída de Madrid y de la II República española, Miguel
Hernández intentó huir a través de la frontera con Portugal. Detenido en Rosal
de la Frontera, permaneció en prisión hasta el 17 de septiembre, cinco días después de escribir a su esposa, Josefina Manresa, la carta que hoy reproducimos.
La suerte de Miguel Hernández no duró mucho. Acababa de regresar a Orihuela
para reunirse con su familia cuando la policía franquista lo detuvo por segunda vez. En enero de 1940, fue condenado a muerte; en junio, la sentencia fue
conmutada por una pena de treinta años. Dos años más tarde, y tras pasar por
cárceles de Madrid, Palencia, Ocaña y finalmente Alicante, falleció de tuberculosis: era un 28 de marzo.
Mi querida Josefina:
Esta semana, como las anteriores, llega martes y no ha llegado tu carta. También empiezo a escribir esta para que me dé tiempo a echarla después, cuando el correo me
traiga la tuya, que no creo que falte hoy. Estos días me los he pasado cavilando sobre
tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí,
y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche.
Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay
para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme. Prefiero lo primero
y así no hago más que eso, además de lavar y coser con muchísima seriedad y soltura,
como si en toda mi vida no hubiera hecho otra cosa. También paso mis buenos ratos
espulgándome, que familia menuda no me falta nunca, y a veces la crío robusta y
grande como el garbanzo.
Todo se acabará a fuerza de uña y paciencia, o ellos, los piojos, acabarán conmigo.
Pero son demasiada poca cosa para mí, tan valiente como siempre, y aunque fueran
como elefantes esos bichos que quieren llevarse mi sangre, los haría desaparecer
del mapa de mi cuerpo. ¡Pobre cuerpo! Entre sarna, piojos, chinches y toda clase de
animales, sin libertad, sin ti, Josefina, y sin ti, Manolillo de mi alma, no sabe a ratos
qué postura tomar, y al fin toma la de la esperanza que no se pierde nunca. Así veo
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pasar un día y otro día, esperanzado y deseoso de correr a vuestro lado y meterme en
nuestra casa y no saber en mucho tiempo nada del mundo, porque el mundo mejor
está entre tus brazos y los de nuestro hijo.
Aún es posible que vaya para el día de mi santo, guapa y paciente Josefina. Aunque
yo, la verdad, creo que estos amigos míos llevan las cosas muy despacio. Han estado
de vacaciones fuera de Madrid y han regresado esta semana pasada. No han podido
venir a verme porque ahora es imposible para todo el mundo. Es casi seguro que
los veré la semana que viene. Me decías en tu anterior que guardara la ropa cuanto
pudiera. No te preocupes, que si no tengo ropa cuando salga, con ponerme una mano
en el occipucio y otra en el precipicio, arreglado. Así y todo procuro conservarla y uso
la más vieja y todo son cosidos y descosidos y ventanas por todas partes. El pijama se
me ha roto y le he puesto un remiendo que es media camisa, porque se me veía toda
la parte de atrás y era una verdadera vergüenza. Por lo que a mí me pasa, me figuro
lo que os pasará a vosotros y como esto siga así, me veo contigo como Adán y Eva en
el Paraíso.
¡Ay, Josefina mía! No nos queda otro remedio que aguantar todo lo malo que nos
viene y nos puede venir, para el día que nos toque aguantar lo bueno. ¿Verdad que
llegará ese día? Yo nunca he dudado de que llegará y de que seremos más felices que
hasta aquí hemos sido. Esta separación nos obliga a respetar a nuestro Manolillo más
que respetamos al otro. Manolillo del que no dejo de acordarme nunca. Dentro de un
mes hará un año que se nos murió. Eso de que el tiempo pasa de prisa, para nadie es
más verdad hoy como para nosotros y a mí me cuesta trabajo creer que ha pasado un
año desde que cerró nuestro primer hijo los ojos más hermosos de la tierra.
Dios, a quien tú tanto rezas, hará que el día diecinueve de octubre lo pasemos juntos,
si no hace que lo pasemos el día ventinueve de este mes. No quisiera pasar ese día
lejos de ti. Iremos a dar una vuelta al campo y si tú eres decidida, visitaremos la tierra
donde nos espera. Tengo ganas de hablar contigo. La otra noche soñé a Manolillo ya
con cinco o seis años de edad. Cuídalo mucho, Josefina, que crezca fuerte y defendido
contra toda enfermedad. Cuando te sea posible come mucha fruta y mucho vegetal,
principalmente patatas. Es lo que más conviene a tu salud y a la de nuestro sinvergüencilla.
No me dices muchas cosas suyas. Supongo que ya hablará más que un loro. Si supieras qué ganas tengo de oír su voz: se me ríen los huesos solo de imaginarla, con que
mira lo que me voy a reír el día que la oiga de verdad. Dime el peso que tiene, que no
lo has pesado hace mucho tiempo. Estoy enfadado con Manolo y con las Marianas, a
ninguno de los cuatro se les ocurre escribirme unas letras. No se acuerdan de mí, que
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no los olvido. Dime también algo de la abuela y la tía, que tampoco me han mandado
una sola letra […]
Bueno. Voy a dejar el lápiz y a esperar tu carta, a ver qué me trae de bueno. Nada. Hoy
no recibo carta tuya. No me gusta que te retrases en escribirme. Vaya plantón que me
he llevado al pie del que vocea el correo. No hay derecho. Espero que me digas algo de
nuestra familia de Orihuela, de mi madre especialmente y de la de Pepito. Anteayer
he recibido una carta de un amigo de la huerta, Trinitario Ferrer, muy amigo de mi
hermano y me dice que se ve con él todos los días. Di a Vicente que le diga que por
ahora no puedo contestarle, pero que me alegra mucho saber de él. Voy a terminar
mi carta diciéndote que seas menos perezosa conmigo o de lo contrario no te voy a
escribir en un mes. Y nada más porque no parezca larga esta a la censura y porque
hagan todo lo posible para que llegue a tus manos.
Manolillo: adiós, un beso ¡pum! Otro beso ¡pum! Otro, otro, otro, ¡pum, pum, pum!
Manolo: escribe, dejando a un lado por un rato las barbas y las perezas.
Marianas: a ser buenas y a pelearos una vez a la semana solamente.
Josefina: recibe para ti y para nuestro hijo y para nuestros hijos mayores el cariño
encerrado y empiojado y … perdido de tu preso
Miguel
¡Adiós!
Madrid, 12 de septiembre de 1939.
Retrato de Josefina Manresa
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Nanas de la cebolla
Miguel Hernández
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
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La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
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El hombre | Miguel Hernández
Nacido para el luto
Retrato de Miguel Hernández
Antonio Muñoz Molina
A Miguel Hernández todo le pasó en un tiempo muy breve, pero su vida es una larga
cadena de esperas. Habría que sustraer, de los pocos años que vivió, todas las horas,
los días, los meses que se pasó esperando algo, desesperando de que no llegara, enviando peticiones de ayuda a personas siempre mejor situadas que él que no tenían
el tiempo o las ganas de contestar a sus demandas. Otros disfrutaban el resguardo de
una posición social o de un privilegio literario o político: Miguel Hernández se supo
siempre a la intemperie, en la paz y en la guerra, en la literatura y en la vida, en la
cárcel y en la cercanía de la muerte. Esperó tanto, hasta el final, que los últimos días
de su vida los pasó esperando a que lo trasladaran a un sanatorio antituberculoso,
que le trajeran a su hijo para poder verlo por última vez.
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Escribía cartas y aguardaba respuestas con expectación angustiada: cartas a su novia,
Josefina Manresa; cartas a los amigos, a los que pedía favores apremiantes, dinero
prestado, influencias; cartas a los poetas célebres, a los que asediaba con una mezcla
de orgullo insensato y tosco servilismo; cartas desde la cárcel, en los últimos años de
su vida, solicitando avales políticos, gestos de clemencia, noticias sobre el hijo demasiado pequeño y demasiado frágil que tal vez acabaría teniendo el mismo destino del
hijo anterior, muerto a los 10 meses, amortajado con los ojos abiertos, con el mismo
gesto atónito que se le quedó a él mismo cuando velaban su cadáver: unos ojos muy
grandes, desorbitados por la enfermedad de la tiroides, sobre cuyo color exacto no
hay acuerdo entre los testimonios de quienes lo conocieron. Qué podemos saber de
verdad sobre la vida de alguien que murió no hace tanto, en 1942, si los testigos ni
siquiera concuerdan en el color de sus ojos: Miguel Hernández los tenía verdes y muy
claros, o muy azules, resaltando más en su cara morena; o los tenía pardos, según dice
uno de sus biógrafos, Eutimio Martín, aportando la prueba de su ficha militar y la de
su filiación de prisionero.
Lo que atestiguan sin duda las fotografías es el tamaño y la expresión de los ojos, la
atención fija en todo, la mirada de una desarmada franqueza que es todavía más visible en el dibujo que le hizo Antonio Buero Vallejo en la cárcel. Fue ese dibujo el que
convirtió a Miguel Hernández no en un hombre real, sino en un ícono reverenciado
de algo, de muchas cosas, demasiadas, cuando lo veíamos reproducido en los pósters
del antifranquismo, en nuestras galerías de retratos de la resistencia, junto a Lorca,
junto a Antonio Machado, tal vez también junto a Salvador Allende, Che Guevara,
Dolores Ibárruri. En ciertos bares, en ciertos pisos de estudiantes, la cara y la mirada
de Miguel Hernández formaban parte de un paisaje visual que también incluía las
reproducciones del Guernica. Era difícil pensar entonces que aquel retrato hubiera
sido el de un hombre real, no un santo laico ni un mártir ni un símbolo; un hombre,
además, que si hubiera vivido no sería entonces muy viejo, porque había nacido ya
bien entrado el siglo, en 1910.
Estremece siempre hacer las cuentas de su edad: con 22 años hizo su primer viaje a
Madrid y publicó su primer libro de poemas; no había cumplido 26 cuando logró por
primera vez la maestría indudable de El rayo que no cesa; tres años después, la guerra
ya perdida, entró por segunda vez en la cárcel y no volvió a salir de ella. Pero la rapidez
de todo se vuelve más asombrosa cuando contrastamos la altura de sus logros mejores con su punto de partida. Hacia 1937, Miguel Hernández empezó a escribir poemas
con una voz y un despojo que no se parecen a nada en la literatura española, y muy
poco antes había alcanzado ya un dominio de lenguaje y de las formas poéticas en el
que estaba comprimida por igual la disciplina de la tradición clásica y la libertad del
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surrealismo: pero solo unos años atrás, a finales de los veinte, su horizonte poético
era todavía el de la retórica averiada de los juegos florales, cuando no el todavía más
horrendo de la poesía entre sentimental y rústica en dialecto comarcal, muy imitada, de Gabriel y Galán. El mismo hombre que publica en 1937 la Canción del esposo
soldado había presentado en 1931 un Canto a Valencia a un concurso oficial en dicha
provincia, en el que, bajo el lema "Luz Pájaros Sol", se sucede una catarata de versos
que incluye el siguiente pareado: Con emoción agarro?/ el musical guitarro.
Tenía desde que encontró su vocación, en la primera adolescencia, la desvergonzada
capacidad de mimetismo de los grandes autodidactas, el amor agraviado por el saber
de quien fue apartado demasiado pronto de la escuela. Una leyenda que él mismo se
ocupó de alimentar ha exagerado la pobreza de sus orígenes y contribuido fatalmente
al malentendido paternalista y populista que hace de él un talento rústico, una especie de diamante en bruto. Es verdad que Miguel Hernández dejó la escuela a los 14
años y se puso a cuidar cabras, pero las cabras pertenecían a los rebaños de su padre,
que era un hombre de cierta posición. Más que la pobreza, lo que debió de herirlo
cuando tuvo que abandonar la escuela fue la vejación de verse a sí mismo pastoreando cabras mientras otros con menos inteligencia natural que él continuaban en las
aulas; también la sinrazón de una brutal autoridad paterna que no por ser propia de
la época era menos hiriente para su espíritu innato de rebeldía y de justicia. El padre
despótico veía la luz encendida a altas horas de la noche en el cuarto del niño lector
y lo castigaba a correazos y a patadas (20 años después su hijo estaba muriéndose de
neumonía y tuberculosis en la prisión de Alicante y no se molestó en visitarlo).
Pero se marchaba el padre y Miguel Hernández volvía a encender la luz y recobraba
el libro escondido, muy usado, alguno de los que encontraba en la biblioteca pública o en la de un sacerdote de Orihuela, el padre Almarcha, que empezó siendo su
protector y fue luego uno de sus muchos verdugos. Leía de noche a la poca luz de
una bombilla o de un candil, y cuando salía con las cabras llevaba el libro escondido
en el zurrón y seguía leyendo, devorando toda la poesía española que encontraba, la
buena y la mala, lector omnívoro a la manera de los autodidactas que no tienen más
guía que su propio entusiasmo, originado quién sabe dónde. Nada de lo que a otros
les estuvo siempre asegurado fue fácil para él: nada de lo más elemental, el papel,
la pluma, la tinta, la mesa. Escribía versos en papel de estraza con un cabo de lápiz.
Quería escribir y no tenía dónde apoyarse. Una piedra, el lomo de una cabra. Hay que
leer sus poemas juveniles para darse cuenta de la penuria estética de la que partió, de
la clase de talento y de furiosa voluntad que le fueron necesarios para sobreponerse
a limitaciones invencibles. Entre la retórica mal digerida de la poesía barroca y de los
atroces versificadores tardorrománticos y tardomodernistas, en esos poemas aparece
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un fogonazo de realidad observada de cerca, de naturaleza y vida animal y exasperación humana de soledad y deseo: Miguel Hernández, pastoreando cabras, copia
laboriosamente los lugares comunes más decrépitos de la poesía pastoril, pero le sale
de pronto una desvergüenza sexual campesina, una claridad expresiva que con el paso
del tiempo será uno de los rasgos más originales de su voz poética, el arte supremo de
hacer literatura llamando a las cosas por su nombre.
Tampoco tuvo vergüenza para medrar cuando le fue necesario: para cultivar un personaje que al despertar simpatías le beneficiaba en sus propósitos, pero también lo hacía
vulnerable a la condescendencia, bienintencionada o malévola. Empezó jugando a ser el
"pastor poeta" del primitivismo pintoresco, y en la sociedad literaria de Madrid en vísperas de la guerra siguió siendo, entre hijos de buena familia con inclinaciones izquierdistas, damas de sociedad y diplomáticos, el campesino moreno y exótico, el inocente
y bondadoso que llevaba alpargatas y pantalón de pana que podía ser entrañable, pero
no siempre era invitado a las reuniones de buen tono. Miguel Hernández, que persiguió
con calculada adulación y sincero fervor a tantos de sus contemporáneos −la adulación
y el fervor, en su caso, eran compatibles− quizá no tuvo entre los literatos de Madrid
ningún amigo de verdad salvo Vicente Aleixandre. En la intemperie de su vida había
una soledad que no aliviaba nadie: Ya vosotros sabéis / lo solo que yo voy, por qué voy yo
tan solo. / Andando voy, tan solos yo y mi sombra. Provocaba incomodidad, cuando no
abierto rechazo. Rafael Alberti en verso y María Teresa León en prosa le atribuyen sin
demasiados eufemismos un olor poco adecuado para las cercanías sociales. García Lorca
no se presentaba en una casa si sabía que Miguel Hernández estaba en ella. Llamó por
teléfono a Aleixandre con la intención de ir a visitarlo, y al enterarse de la presencia de
Hernández no se contuvo: "Échalo".
De todo aquel grupo, solo él conoció de primera mano el trabajo manual, solo él pasó
hambre al llegar a un Madrid en el que se le cerraban todas las puertas y en el que daba
vueltas por las calles con el estómago vacío y con una carpeta de versos mecanografiados bajo el brazo, esperando a ser recibido por alguien importante, esperando a que
apareciera en un periódico una entrevista prometida, a que le llegara un giro con algo
de dinero que le permitiese prolongar un poco más la espera. Llegó la guerra y también
fue él quien la conoció de cerca y de verdad, por decisión propia. Para entonces había
empezado a disfrutar algo de lo tanto tiempo esperado, la visibilidad que le trajo la
publicación de El rayo que no cesa, celebrado públicamente nada menos que por Juan
Ramón Jiménez en el diario El Sol, lo cual equivalía a una consagración. En la guerra,
Miguel Hernández entra en posesión de todas sus mejores facultades como poeta
y como militante político, pero también en eso lo acompañan el malentendido y la
leyenda, la dificultad de encajar en los estereotipos de nadie. Su evolución política no
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es menos chocante que la rapidez de su maduración literaria: en 1935 aún escribía
poemas y conatos de autos sacramentales influidos por el catolicismo entre místico
y fascista de su amigo Ramón Sijé; en septiembre de 1936 es miembro del Partido
Comunista y cava trincheras recién alistado en el Quinto Regimiento. Pero tampoco
cuadra, ni física ni metafóricamente, en la fotografía canónica de los poetas comprometidos con la causa republicana: vive con los soldados en los frentes, no en los
despachos de la Alianza de Intelectuales. Y cuando en 1939 todo se derrumba, él se
queda vagando en la intemperie de Madrid mientras casi todos los demás encuentran
el camino del exilio. No hubo plaza en ningún avión ni pasaporte de última hora para
quien había puesto su vida entera, su nombre y su literatura al servicio de la República; para quien no podría esperar clemencia de los vencedores ni tampoco esconderse
en el anonimato.
Demasiado inocente o demasiado aturdido por la derrota, elige la peor huida posible
y va a meterse él solo en la boca del lobo. Como Lorca buscando refugio en Granada,
Miguel Hernández regresa con cabezonería suicida a su pueblo y a la cercanía de su
mujer y su hijo, y en septiembre de 1939, ni siquiera con 29 años cumplidos, cae en
la red de las cárceles y los procesos sumarísimos para no salir ya nunca. Nadie mejor
que los paisanos y los convecinos de uno para abatirlo a traición con la quijada de
Caín. El trato que recibe de los vencedores −civiles, militares, eclesiásticos− revela la
catadura de un régimen construido expresamente sobre la venganza de clase. Miguel
Hernández es el retrato robot del vencido, el enemigo perfecto.
Pero su martirio real no nos exime de la necesidad de mirar su figura completa como
escritor y como hombre, que es mucho más rica que todos los estereotipos levantados sobre ella.
Vivió en su tiempo, no en el nuestro. Hizo poemas a la Virgen María y también los
hizo a Stalin. Cuando la cultura predominante en España era la antifranquista, Miguel Hernández fue elevado a un altar en el que convenía que destacara la parte más
combativa de su obra, el estatuto de poeta voluntariamente popular que él asumió
con todas las de la ley en los años de la guerra y que culmina en Viento del pueblo;
también, aunque en menor medida, en El hombre acecha, donde tan visible como
la militancia política es el desaliento por la carnicería y la destrucción que ya duran
demasiado, el puro espanto ante lo peor de la condición humana: Se ha retirado el
campo / al ver abalanzarse / crispadamente al hombre.
Pero en la ansiosa modernidad de los años ochenta, de pronto, ya no había sitio para
Miguel Hernández: los mismos rasgos que habían contribuido a su consagración ahora lo volvían anacrónico. En un país donde no hay actitud intelectual más celebrada
que el desdén, nada era más fácil de repente que desdeñar a Miguel Hernández: había
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que ser cosmopolitas, y él resultaba demasiado autóctono; neuróticamente urbanos,
y Hernández parecía demasiado rural; adictos a las modas capilares e indumentarias,
y él permanecía congelado en su cabeza rapada y sus ropas de pana. En una época, los
años ochenta, en la que estaba de moda despreciar con un mohín a Antonio Machado, Miguel Hernández tenía algo de antigualla embarazosa. No era un poeta: era una
letra de canción anticuada.
Quizá ahora estamos en condiciones de mirarlo como fue y de leer de verdad su
poesía, más allá de los pocos poemas que algunos recordamos todavía, los que se
hicieron célebres en la resistencia y en la primera transición. El trabajo acumulado de
los biógrafos −Agustín Sánchez Vidal, José Luis Ferris, Eutimio Martín− nos permite
un conocimiento sólido de una vida demasiado breve y mucho más rica en pormenores y resonancias que cualquier estereotipo: la vida no de un inocente, ni de un
buen salvaje exótico, ni la de un santo, sino la de un hombre que, sobreponiéndose a
circunstancias terribles, logró hacer de sí mismo aquello que soñó desde que era un
chaval pastoreando cabras: un poeta y un hombre en la plenitud de su albedrío.
En una literatura tan pudibunda y tan temerosa de lo sentimental como la española,
él escribió sin reparo sobre el deseo sexual, sobre su ternura masculina de esposo y
de padre. Su mejor poesía política conserva una fuerza de belleza y rebeldía que la
hace muy superior a la de Neruda. Neruda no habría escrito jamás, por ejemplo, El
tren de los heridos. Le faltaba empatía verdadera hacia los seres humanos, y no había
compartido sus padecimientos. Neruda se declaró siempre maestro de Hernández, y
sin duda lo fue en algún momento, pero yo tengo la sospecha de que el Canto General
le debe a Vientos del pueblo mucho más de lo que el propio Neruda habría estado
dispuesto a reconocer. En Miguel Hernández lo más íntimo y lo más político, la emoción privada y la arenga pública, se conjugan más estrechamente que en ningún otro
poeta. Y en el Cancionero y romancero de ausencias, la hondura y el despojo provocan
un estremecimiento que es el de las cimas más solitarias de la literatura, el del Libro
de Job y las Coplas de Jorge Manrique y François Villon y Fray Luis de León y la Balada
de la cárcel de Reading y Antonio Machado. Toda retórica ha sido abolida, todo rastro
de amaneramiento. Los versos tienen a veces una impersonalidad desnuda de poesía
popular, de letra flamenca o de romance antiguo; en ellos se nota la doble sombra
triste de Machado y de Lorca, los otros dos poetas aniquilados por la guerra: Písame,/
que ya no me quejo./ Ódiame,/ que ya no lo siento./ No me olvides/ que aún te recuerdo/ debajo del plomo/ que embarga mis huesos.
Demasiado viene durando ya la espera. Ahora que va a hacer un siglo que nació ha
llegado el tiempo de leer a Miguel Hernández.
Diario El País, 7 de marzo de 2010.
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El ojo puesto en la esperanza
Virginia Rioseco
Revista Mensaje entrevistó a David Benavente, sociólogo y dramaturgo, creador
de las emblemáticas obras teatrales Tres Marías y una Rosa; Pedro, Juan y
Diego y de películas documentales en las que se cuentan: El Willy y la Miriam,
Blanca Azucena, Juegos artificiales, Salir adelante y la película Transterrados españoles.
Y después de tantos ires y venires, David Benavente reflexiona: "No me había
dado cuenta, pero al parecer la idea de 'salir adelante' ha sido el tema –mi
tema– durante toda la vida". Es decir, cómo personas que de la nada sacan
fuerzas para seguir, para luchar y dejar de ser víctimas, hasta convertirse en
actores de sus propias vidas.
[…] Los espectadores podemos advertir que en todas sus creaciones está la solidaridad, la creación de redes para la subsistencia, el invento en el límite de las
posibilidades para quebrarle la mano a la desgracia; en fin, el humor, que quien
lo tiene guarda en sí una gran sabiduría.
[…] Y en ese indagar desde la experiencia audiovisual, Benavente ha creado
y desarrollado, inventado, proyectos con la misma resiliencia que tienen sus
personajes reales o ficticios.
Viaje de la patria a la patria
Transterrados españoles (salir adelante en Chile) es una realización que muestra con sencillez, no carente de épica, la llegada a Chile de cuatro españoles; tres de ellos dejaron Europa
a bordo del "Winnipeg" en 1939. Traídos en este barco bajo la organización de Pablo Neruda,
arribó a Valparaíso un puñado de hombres, mujeres, niños y niñas que literalmente fueron
expulsados de su tierra. El destierro, el exilio, fue vivido por ellos, sin embargo, con otro
tono: desde la idea de transterrado, palabra acuñada por el mexicano José Gaos y luego utilizada por Leopoldo Castedo en sus memorias. La diferencia no es poca, ya que desterrado
es quien pierde su patria, su tierra; y transterrado es quien –sin dejar de perder su lugar de
origen– gana otro sitio en el mundo, en el cual echa raíces sin olvidar lo suyo.
Este es el relato de cuatro personajes que narran su historia, que a la vez es la historia del Chile del siglo XX, ese Chile republicano que tuvo la capacidad y voluntad de acogerlos. Ellos
son: el historiador Leopoldo Castedo, la pintora Roser Bru, el educador Enrique Cueto y una
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mujer maravillosa, Piedad Bollado, que tuvo a su hija a bordo del "Winnipeg" y que debido
a su porfía pudo embarcarse, ya que Neruda, al verla en tan avanzado estado de embarazo,
no quería dejarla subir, a lo que ella cortante le anunció: "Mire, si usted no me embarca me
lanzo al agua". Y claro que lo habría hecho.
Esta película documental de 61 minutos relata con entrevistas y abundante material documental la vida de estos personajes paradigmáticos. Dice el realizador a propósito de la cinta:
"Salir con lo puesto, perseguidos, estigmatizados, de una sanguinaria guerra es algo que
obviamente marca la vida". Atravesaron el Atlántico para vislumbrar las luces de Valparaíso,
imagen que a los cuatro dejó asombrados y algo perplejos. Era como haber llegado al cielo,
al paraíso. No entendían mucho al principio, pero echaron pie a tierra y avanzaron hacia la
construcción de una vida que trascendió la propia para aportar desde sus diferencias a la
cultura chilena, a toda la sociedad.
"Estos personajes son personalidades con un gran sentido de la esperanza, ágiles memoristas y lúcidos adultos mayores que en la cinta recuerdan, tienen memoria de lo ocurrido
y ¡qué importante es su memoria en un siglo que se inicia olvidadizo y ansioso por borrar,
de una plumada, todo vestigio del pasado!", nos dice Benavente. Ellos saben descifrar, sin
amarguras ni resentimientos, lo vivido y lo sufrido, pero sobre todo, supieron salir adelante, con esfuerzo y humor, en esta tierra ajena, pero que hicieron propia aportando a su
desarrollo cultural y humano. Los protagonistas de Transterrados españoles son, al decir
de Bertolt Brecht, verdaderos personajes ejemplares para jóvenes y adultos. Personajes que
emocionan no solo por sus vidas, sino por su creación, su activo aporte en diferentes áreas
de la cultura. Sin duda ellos han influido en otros, han formado generaciones. Ahí está parte
de su legado.
Cuatro viajes en la fuerza la alegría
Roser Bru cuenta: "Cuando llegué a Chile yo era una mirada desde afuera y por eso me fijé
en esas mujeres de Melipilla que tenían unos vestidos blancos, unos trapos blancos, unos
huevos duros blancos, entonces hice grabados con ese tema que nadie había hecho antes.
¿Por qué iban a hacerlos si los tenían aquí desde siempre? Entonces, siento que yo he aprendido de ustedes (los chilenos) y también he aportado una especie de cultura, una manera de
hacer. Aporto algo y existo aquí, ¿no?"
Por su parte, en la cinta, Leopoldo Castedo, poco antes de morir, recuerda: "Al desembarcar
en Valparaíso tuve clara conciencia de que llegaba a mi nueva tierra. Para mí, Chile nunca fue
una tierra prestada. Fue una tierra adquirida. Por eso a mis memorias yo les he puesto como
título Memorias de un transterrado, porque nunca me consideré un desterrado. Desterrado
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es el que pierde su tierra. El transterrado es el que la cambia por otra, además del mismo
idioma y de la misma cultura, como me sucedió a mí y a muchos otros".
Enrique Cueto, por su parte, habla de la noticia de la muerte de su padre, fusilado en España,
y el significado que tuvo para él recibir sus cartas: "…Me llegaron desde España las cartas de
mi padre fusilado ya finalizada la guerra civil. Sus cartas me hicieron sentir que él no había
muerto en vano. Que yo tenía una herencia de compromiso liberador y educador aquí en
Chile y que eso suponía un acto de fe en el ser humano, a pesar de todos los dolores".
Por último, Piedad Bollado, mujer emprendedora y fuerte, se siente orgullosa de la familia
que formó junto a su marido en Valparaíso. Modista que dio qué hablar en el Puerto y que,
puntada tras puntada, tejió una familia maravillosa. A juzgar por los dichos y expresiones
de su prole en la película, consideran a la madre y a la abuela como una heroína, pero por
sobre todo como una mujer maravillosa. "Ahora me tienen como una reina", dice Piedad. "Y
pensar que antes de venirnos de España con suerte conseguíamos, acaso lo conseguíamos,
un paquete de maní para comer todo un día".
Cuatro vidas en un documental, vidas que se entretejieron en nuestra historia nacional.
Cuatro vidas que son retratadas con belleza y maestría por David Benavente, hombre que
igual que sus personajes, sacados de la realidad, "de la vida misma", se considera una persona que a fuerza y empuje también ha podido salir adelante.
Pintura de Roser Bru
Revista Mensaje Nº 502.
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La mala reputación
Georges Brassens
En mi pueblo sin pretensión
Tengo mala reputación,
Haga lo que haga es igual
Todo lo consideran mal,
Yo no pienso pues hacer ningún daño
Queriendo vivir fuera del rebaño;
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos todos me miran mal
Salvo los ciegos es natural.
Si en la calle corre un ladrón
Y a la zaga va un ricachón
Zancadilla doy al señor
Y he aplastado el perseguidor
Eso sí que sí que será una lata
Siempre tengo yo que meter la pata
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Tras de mí todos a correr
Salvo los cojos, es de creer.
Cuando la fiesta nacional
Yo me quedo en la cama igual,
Que la música militar
Nunca me pudo levantar.
En el mundo pues no hay mayor pecado
Que el de no seguir al abanderado
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos me muestran con el dedo
Salvo los mancos, quiero y no puedo.
Ya sé con mucha precisión
Cómo acabará la función
No les falta más que el garrote
Pa' matarme como un coyote
A pesar de que no arme ningún lío
Con que no va a Roma el camino mío
Que a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Que a le gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Tras de mí todos a ladrar
Salvo los mudos es de pensar.
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Galileo, un joven curioso
Galileo nació el 15 de febrero de 1564, el
primero de siete hermanos. Creció en
una casa llena de música y, lo más importante, llena de preguntas. Tenía una falta
de respeto hacia la autoridad heredada
de su padre, quien estaba convencido de
que el rumbo medieval de la música estaba equivocado, en cuanto favorecía las
matemáticas y la filosofía de la música
por encima de las armonías que percibe
el oído. Vincenzo, su padre, cuestionaba
la opinión de Pitágoras, generalmente
aceptada, y sus ideas de proposiciones,
octavas y proporciones en la teoría de
la música. Él creía que la música tenía
que proceder de la experimentación,
la percepción y la observación. Quería
quitar los números mágicos pitagóricos
de la música y volver al revés el orden
establecido.
En 1572, cuando Galileo tenía ocho años,
Vincenzo dejó atrás a su familia y regresó
a su Florencia natal a trabajar para un
conde florentino. La familia se reunió
con él dos años después y el joven Galileo
inició su aprendizaje del laúd mientras
veía a su padre experimentar con nuevos
modos de tocar música. El potencial de
su hijo era evidente para Vincenzo: Galileo había dominado su primer instrumento e igualado en muchos sentidos la
interpretación de su padre. Decidió que
era hora de que su hijo partiera a estudiar
fuera.
Vincenzo eligió el monasterio de Vallombrosa, famoso por su disciplina y
estudio académico. Allí Galileo aprendió
latín, griego, matemáticas y algo de
ciencia. Cuando mostró signos de querer
ordenarse sacerdote, Vincenzo quedó
horrorizado. No se imaginaba a su hijo de
sacerdote. Un día, sin previo aviso, llegó
al monasterio y, so pretexto de vigilar la
salud de su hijo, se llevó a Galileo. Su madre acababa de dar a luz a su sexto hijo,
y con tan poco espacio en la pequeña
casa, se decidió que Galileo regresara a
Pisa para vivir con un primo y aprender
el comercio de la lana. Durante varios
años, el joven Galileo desempeñó este
oficio con poco entusiasmo, pero ambicionaba ingresar en la Universidad de
Pisa. En el verano de 1581 se matriculó en
la universidad para estudiar medicina,
un camino, una vez más, elegido por su
padre.
Galileo era errático en sus estudios, y las
rígidas reglas de la medicina medieval
y sus supersticiones le desencantaron
rápidamente. Se ganó la reputación de
contradecir a sus profesores. Muchos
años después, recordaba estos días iniciales de estudiante como el principio de
sus dudas sobre las doctrinas propuestas
- 270 -
por el influyente filósofo griego Aristóteles, que indicaban que las cosas pesadas
caen más deprisa que las ligeras. Durante
una clase, le preguntó a uno de sus profesores por qué las piedras de granizo de
diferentes tamaños llegan a la Tierra al
mismo tiempo, cuando todas iniciaron
su caída juntas. Según Aristóteles, las
más grandes debían haber llegado primero y las más pequeñas, las últimas. Sin
embargo, esto no era lo que se observaba. El joven estudiante hacía preguntas
difíciles y al profesor no le complacía esa
impertinencia. Le dijo a Galileo que las
piedras de granizo de distintos tamaños
se formaban a alturas diferentes, lo cual
condujo al desconcertado joven a maravillarse con el hecho de que, habiéndose
formado en lugares diferentes, ¡todas
llegaran el suelo juntas! Galileo no creía
esta teoría; había comenzado a mirar
más allá de Aristóteles.
Se sintió cada vez más atraído por las
matemáticas y se coló en las clases que
dictaba Ostilio Ricci (1540-1603), el
matemático de la corte de los Medici.
Para Ricci, las matemáticas no eran
abstractas, sino un modo práctico de
describir el universo y Galileo creía que
las matemáticas sustituirían a las reglas
aristotélicas. Su ausencia de sus propias
clases de medicina fue advertida por
sus tutores, así como también su actitud
insolente. En el verano de 1583, Galileo
rogó a Ricci que hablara con su padre y le
convenciera de que le dejara abandonar
la medicina y estudiar matemáticas. Vincenzo, sin embargo, era escéptico e hizo
esperar un año a su hijo antes de tomar
una decisión. Entre tanto, Galileo asistía
a clase de medicina durante el día y, en
su tiempo libre, estudiaba con Ricci.
Existe una historia acerca de Galileo
cuando tenía diecinueve años y que explica que estaba empezando a descubrir
el orden oculto de la naturaleza y el poder de las matemáticas para describir el
mundo físico. Se cuenta que un domingo
se encontraba en la catedral de Pisa asistiendo a los oficios. Entre el rumor de las
vísperas y el aroma del incienso, advirtió
que una lámpara de aceite parpadeaba
con la brisa del exterior. Vio que oscilaba
de aquí para allá de manera regular y
midió el tiempo de oscilación empleando
su propio pulso. Corrió de regreso a casa
de su primo, cortó diferentes longitudes
de cordel y preparó diferentes pesas para
investigar las propiedades de los péndulos. ¿Importaba la longitud del cordel?
¿Afectaba la cantidad de peso al tiempo
de oscilación?
Posteriormente, Galileo afirmó, casualmente de forma incorrecta, que las oscilaciones de un péndulo duran siempre
el mismo tiempo, independientemente
de la amplitud. Esto, no obstante, solo
era cierto para oscilaciones de pequeña
amplitud.
- 271 -
Equipo editorial
Los orígenes del telescopio
El catalejo es el resultado de combinar
dos lentes, una plano-cóncava y otra
plano-convexa, en un tubo. Una de las
lentes se sitúa cerca del ojo (el ocular) y la
otra, en el extremo del tubo que apunta
hacia el objeto (el objetivo). A finales de
1608 el holandés Hans Lipperhey había
diseñado un “artificio por medio del cual
todas las cosas que están a gran distancia
pueden verse como si estuvieran cerca”.
Galileo tuvo noticia de la existencia
de aquellos instrumentos diez meses
después, en julio de 1609, y se puso a
construir uno con un tubo de plomo,
ensayando distintas lentes. Modificando
los cortes de éstas, y puliéndolas él mismo, consiguió un aparato que acercaba
mucho más los objetos. El 4 de agosto
ya tenía un buen catalejo, pero siguió
trabajando en él hasta el día 20, en que
partió con su telescopio de ocho aumentos a presentarlo al Dux y regalárselo a la
República de Venecia. Tal demostración
significó para Galileo que Cosme II de
Medici, Gran Duque de Toscana, le ofreciese un puesto de matemático y filósofo
en Florencia, puesto que mantuvo desde
1610 hasta su muerte en 1642.
Con el tiempo incrementó de manera
muy notable la potencia de las lentes
–según su propio testimonio hasta 60
aumentos– e hizo de aquel juguete un
poderoso instrumento de investigación
astronómica.
Los descubrimientos realizados con
sus telescopios hicieron de Galileo un
copernicano convencido. Sus mayores
argumentos a favor del sistema heliocéntrico provenían de la observación de
que las lunas de Júpiter constituían un
sistema parecido a lo que debía ser el
sistema solar, y de la constatación de que
Venus pasaba por fases similares a las
de nuestra Luna. Y fue su militancia por
el sistema copernicano lo que propició
que sus enemigos le atacasen, fomentando un escándalo religioso ya en 1616,
cuando el Santo Oficio condenó la teoría
copernicana.
En 1632 Galileo publicó el Diálogo sobre
los dos grandes sistemas del mundo, que
contenía una discusión sobre los méritos
relativos de los sistemas ptolomeico y
copernicano. El libro ofrecía todas las
- 272 -
Galileo presenta su primer telescopio al Consejo de la ciudad, en Venecia. Fresco de Giuseppe Bertini 1858
pruebas que las observaciones con telescopio habían proporcionado a favor del
sistema copernicano y concluía abiertamente con las grandes ventajas ofrecidas por este último. A pesar de haber
obtenido dos licencias oficiales, Galileo
fue llamado a Roma por la Inquisición
a fin de procesarle bajo la acusación de
"sospecha grave de herejía". Galileo fue
obligado a abjurar en 1633 y se le condenó
a prisión perpetua (condena que le fue
conmutada por arresto domiciliario). Los
ejemplares del Diálogo fueron quemados
y la sentencia fue leída públicamente en
todas las universidades.
El príncipe Federico Cesi, uno de los cuatro fundadores de la Academia de los Linces, fue quien en 1611 utilizó por primera
vez la palabra telescopio para designarlo.
Aunque no lo hubiera inventado, con los
descubrimientos realizados tras el otoño
de 1609, Galileo lo había convertido en
instrumento de revolución científica.
-- 273 --
www.elmundo.es
La vida de Galileo
- Fragmento -
Bertolt Brecht
•
Acto 8.
Un Diálogo
(En el palacio de la Legación florentina, en Roma, escucha Galilei al Pequeño monje,
que, luego de la sesión del Colegio Romano, le había comunicado furtivamente el veredicto del Astrónomo Pontificio)
Galilei
¡Hable, continúe! La vestimenta que usted lleva le da siempre
derecho a decir lo que se le ocurra.
El Pequeño Monje Yo he estudiado matemáticas, señor Galilei.
Galilei
Eso serviría de algo si lo indujera a admitir de cuando en cuando
que dos por dos son cuatro.
El Pequeño Monje Señor Galilei, desde hace tres noches no puedo conciliar el sueño.
No sabía cómo hacer compatible el decreto que he leído con los
satélites de Júpiter que he visto. Por eso me decidí a decir misa bien
temprano para venir a verlo.
Galilei
¿Para venir a decirme que Júpiter no tiene satélites?
- 274 -
El Pequeño Monje No. Me ha sido posible penetrar en la sabiduría del decreto. Se me
han revelado los peligros que traería para la Humanidad un afán
desenfrenado de investigar, y por eso he decidido renunciar a la
astronomía. Pero quisiera hacer conocer a usted los motivos que
pueden llevar a un astrónomo a abstenerse de continuar trabajando en la elaboración de cierta teoría.
Galilei
Me permito decirle que esos motivos son ya de mi conocimiento.
El Pequeño Monje Comprendo su amargura. Usted piensa en ciertos y extraordinarios poderes de la Iglesia. Pero yo quisiera nombrarle otros. Permítame que le hable de mí. Yo he crecido en la Campagna, soy hijo
de campesinos, de gente sencilla. Ellos saben todo lo que se puede
saber sobre el olivo, pero de otra cosa muy poco saben. Mientras
observo las fases de Venus veo delante de mí a mis padres, sentados con mi hermana cerca del hogar, comiendo sus sopas de queso.
Veo sobre ellos las vigas del techo que el humo de siglos han ennegrecido, y veo claramente sus viejas y rudas manos y la cucharilla
que ellas sostienen. A ellos no les va bien, pero aun en su desdicha
se oculta un cierto orden. Ahí están esos ciclos que se repiten eternamente, desde la limpieza del suelo a través de las estaciones que
indican los olivares hasta el pago de los impuestos. Las desgracias
se van precipitando con regularidad sobre ellos. Las espaldas de
mi padre no son aplastadas de una sola vez sino un poco todas las
primaveras en los olivares, lo mismo que los nacimientos que se
producen regularmente y van dejando a mi madre cada vez más
como un ser sin sexo. De la intuición de la continuidad y necesidad sacan ellos sus fuerzas para transportar, bañados en sudor,
sus cestos por las sendas de piedra, para dar a luz a sus hijos, sí,
hasta para comer. Intuición que recogen al mirar el suelo, al ver
reverdecer los árboles todos los años, al contemplar la capilla y al
escuchar todos los domingos el Sagrado Texto. Se les ha asegurado
que el ojo de la divinidad está posado en ellos, escrutador y hasta
angustiado, que todo el teatro humano está construido en torno
a ellos, para que ellos, los actores, puedan probar su eficacia en
los pequeños y grandes papeles de la vida. ¿Qué dirían si supieran
por mí que están viviendo en una pequeña masa de piedra que gira
sin cesar en un espacio vacío alrededor de otro astro? Una entre
muchas, casi insignificante. ¿Para qué entonces sería ya necesaria
- 275 -
Galilei
y buena esa paciencia, esa conformidad con su miseria? ¿Para qué
servirían ya las Sagradas Escrituras, que todo lo explican y todo
lo declaran como necesario: el sudor, la paciencia, el hambre, la
resignación, si ahora se encontraran llenas de errores? No, veo sus
miradas llenarse de espanto, veo cómo dejan caer sus cucharas
en la losa del hogar, y veo cómo se sienten traicionados y defraudados. ¿Entonces no nos mira nadie?, se preguntan. ¿Debemos
ahora velar por nosotros mismos, ignorantes, viejos y gastados
como somos? ¡Nadie ha pensado otro papel para nosotros fuera
de esta terrena y lastimosa vida! Papel que representamos en un
minúsculo astro, que depende totalmente de otros y alrededor del
cual nada gira. En nuestra miseria no hay, pues, ningún sentido.
Hambre significa solo no haber comido y no es una prueba a que
nos somete el Señor; la fatiga significa solo agacharse y llevar cargas, pero con ella no se ganan méritos. ¿Comprende usted que yo
vea en el decreto de la Sagrada Congregación una piedad maternal
y noble, una profunda bondad espiritual?
¡Bondad espiritual! Tal vez usted quiera decir que ahí no queda nada, que el vino se lo han vendido todo, que sus labios están
resecos, ¡que se pongan entonces a besar sotanas! ¿Y por qué no
hay nada? ¿Porque el orden en este país es solo el orden de un
arca vacía? ¿Porque la llamada necesidad significa trabajar hasta
reventar? ¡Y todo esto entre viñedos rebosantes, al borde de los
trigales! Sus campesinos de la Campagna son los que pagan las
guerras que libra en España y Alemania el representante del dulce
Jesús. ¿Por qué sitúa él la Tierra en el centro del Universo? Para
que la silla de Pedro pueda ser el centro de la Humanidad. Eso es
todo. ¡Usted tiene razón cuando me dice que no se trata de planetas sino de los campesinos de la Campagna! Y no me venga con
la belleza de fenómenos que el tiempo ha adornado. ¿Sabe usted
cómo produce sus perlas la ostra margaritífera? Encerrando con
peligro de muerte un insoportable cuerpo extraño, un grano de
arena, por ejemplo, rodeándolo con su mucosa. La ostra da casi
su vida en el proceso. ¡Al diablo con la perla! Yo prefiero las ostras
sanas. Las virtudes no tienen por qué estar unidas a la miseria,
mi amigo. Si su gente viviera feliz y cómoda podrían desarrollar
las virtudes de la felicidad y del bienestar. Ahora, en cambio, las
- 276 -
virtudes de esos exhaustos provienen de exhaustas campiñas y
yo no las acepto. Señor, mis nuevas bombas de agua pueden hacer
más maravillas que todo ese ridículo trabajo sobrehumano. "Sed
fecundos y multiplicaos", porque los campos son infecundos y las
guerras os diezman. ¿Debo, acaso, mentir a esa, su gente?
El Pequeño Monje (Con gran emoción) ¡Los más sagrados motivos son los que nos obligan a callarnos! ¡Es la tranquilidad espiritual de los desdichados!
Galilei
¿Quiere usted ver un reloj labrado por Cellini que esta mañana
entregó aquí el cochero del cardenal Belarmino? Amigo mío, en recompensa de que yo, por ejemplo, deje a sus padres la tranquilidad
espiritual, las autoridades me ofrecen el vino de las uvas que sus
padres pisan en los lagares, con sudorosos rostros, creados a imagen y semejanza de Dios. Si yo aceptara callarme sería, sin duda
alguna, por motivos bien bajos: vida holgada, sin persecuciones,
etcétera.
El Pequeño Monje Señor Galilei, yo soy sacerdote.
Galilei
Pero también es físico. Y, por consiguiente, ve que Venus tiene
fases. Vea, mire allá. (Señala algo a través de la ventana) ¿Ve allí
en la fuente esa, cerca del laurel, al pequeño Príapo? ¡El dios de los
jardines, de los pájaros y de los ladrones, el obsceno y grosero con
dos mil años encima! Él mintió menos, pero no hablemos de eso.
Bien, yo también soy un hijo de la Iglesia. ¿Conoce usted la octava
sátira de Horacio? Las estoy leyendo de nuevo en estos días. Horacio equilibra un poco. (Toma un pequeño libro) Aquí hace hablar a
ese Príapo, una pequeña estatua que se encontraba en los jardines
esquilinos. Así comienza:
"Fui un día inútil tronco de higuera,
un carpintero qué hacer de mí dudó,
si un banco o un Príapo de madera
cuando al fin por el Dios se decidió".
¿Cree usted que Horacio hubiera renunciado a poner un banco en
la poesía reemplazándolo por una mesa? Señor, mi sentido de la
belleza sufriría si en mi imagen del mundo hubiera una Venus sin
fases. Nosotros no podemos inventar maquinarias para elevar el
- 277 -
agua de los ríos si no nos dejan estudiar la maquinaria más grande
de todas, la que está frente a nuestros ojos, ¡la maquinaria de los
cuerpos celestes! La suma de los ángulos del triángulo no puede
ser cambiada según las necesidades de la curia. No puedo calcular
la trayectoria de los cuerpos estelares y al mismo tiempo justificar
las cabalgatas de las brujas sobre sus escobas.
El Pequeño Monje ¿Y usted no cree que la verdad, si es tal, se impone también sin
nosotros?
Galilei
No, no y no. Se impone tanta verdad en la medida en que nosotros
la impongamos. La victoria de la razón solo puede ser la victoria
de los que razonan. Vosotros pintáis a vuestros campesinos como
el musgo que crece sobre sus chozas. ¡Quién puede suponer que la
suma de los ángulos del triángulo puede contradecir las necesidades de esos desgraciados! Eso sí que si de una vez por todas no
despiertan y aprenden a pensar, ni las mejores obras de regadío les
van a servir de algo. ¡Qué diablos!, yo veo su divina paciencia, pero
¿qué se ha hecho de su divino furor?
El Pequeño Monje ¡Están cansados!
Galilei
(Le arroja un paquete con manuscritos) ¿Eres, acaso, un físico, hijo
mío? Aquí están las razones de por qué los mares se mueven en
flujo y reflujo. ¡Pero tú no debes leerlo, entiendes! ¿Ah, no? ¿Lo lees
ya? ¿Eres, acaso, un físico? (El pequeño monje se ha enfrascado en
los papeles) Una manzana del árbol de la ciencia del bien y del mal:
este ya se la está engullendo. ¡Está ya maldito eternamente, pero
igual se la engulle, desgraciado, glotón! A veces pienso: me hago
encerrar en una mazmorra a diez brazas bajo tierra a la que no
llegue más la luz, si en pago averiguo lo que es la luz. Y lo peor: lo
que sé tengo que divulgarlo. Como un amante, como un borracho,
como un traidor. Es realmente un vicio que nos guía a la desgracia. ¿Cuánto tiempo podré seguir gritando a las paredes? Esa es la
pregunta.
El Pequeño Monje (Muestra un párrafo en los papeles) Esta parte no la entiendo.
Galilei
Te la explico, te la explico.
- 278 -
Desde el llano de Chajnantor en Chile:
Primer trabajo del radiotelescopio ALMA
devela los secretos de un sistema planetario.
Lorena Guzmán
El anillo que enmarca a la estrella Fomalhaut –parecido al ojo de Sauron, personaje
de El Señor de los Anillos– se debería a la fuerza gravitatoria de dos planetas.
Poder de observación
El radiotelescopio ALMA se está construyendo en el llano de Chajnantor, en el norte
de Chile. Cuando esté completo serán 66 antenas las que auscultarán el cielo. Actualmente hay 30 de ellas ya instaladas.
Hace algunos años el Telescopio Espacial Hubble tomó una imagen de la estrella
Fomalhaut, develando un anillo de materiales que eran la copia exacta del ojo de Sauron, uno de los personajes de la saga El Señor de los Anillos. La extraña formación, se
creía, además tenía un par de planetas del tamaño de Júpiter, cosa que ahora parece
ser un error.
Un grupo de científicos descubrió que dichos planetas son solo un poco más grandes
que la Tierra y son los responsables del anillo. El hallazgo lo hicieron utilizando datos
de ALMA –el megarradiotelescopio que se está construyendo en el llano de Chajnantor en el norte del país–, cosa que además los convirtió en los primeros en publicar
con datos tomados en la primera etapa de observación científica del instrumento.
"Es muy emocionante publicar este trabajo", cuenta a El Mercurio Bill Dent, astrónomo que forma parte del equipo. "No solo se trata de una foto bonita, sino también de
resultados importantes", agrega.
Secretos del anillo
Las poderosas antenas de ALMA (un cuarto del total que tendrá el complejo) les
mostraron a los astrónomos el anillo de polvo que enmarca a la estrella Fomalhaut, a
unos 25 años luz de la Tierra. Como las imágenes son de una precisión nunca antes
lograda, los investigadores pudieron ver que los bordes del disco de polvo están muy
definidos.
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"Las partículas de la estructura se mantendrían por el efecto de dos planetas, uno en
cada lado", explica Dent. Es similar a lo que pasa con los anillos de Saturno, donde
las fuerzas gravitatorias de pequeñas lunas los mantienen fijos alrededor del planeta.
Las imágenes también develaron que los anillos son mucho más finos que los que el
Hubble había mostrado.
Pero por sobre todo redefinieron el tamaño de los planetas. Con los primeros datos
los astrónomos pensaron que por lo menos uno de los planetas debía ser del tamaño
de Júpiter. "Son más pequeños", dice Dent, "pero no tanto como Marte, porque si no,
no tendrían efecto sobre el anillo, y solo un poco más grandes que la Tierra".
"Combinando las observaciones de ALMA de la forma del anillo con los modelos
computacionales, podemos poner límites muy precisos a las masas y las órbitas de
cualquier planeta que esté cerca al anillo", afirma Aaron Boley, astrónomo de la Universidad de Florida (EE.UU.) y líder del estudio. "Las masas de estos planetas deben
ser pequeñas; de otro modo los planetas habrían destruido el anillo".
La imagen del Hubble de 2008, que fue tomada en luz visible, detectó rastros de
polvo muy pequeños expulsados hacia afuera, los que se veían borrosos. Pero las
observaciones de ALMA, tomadas en longitudes de onda más largas que las de la luz
visible, detectaron claramente granos de polvo mayores –de cerca de 1 milímetro de
diámetro–. Esto permite ver completamente definidos los bordes del disco.
Bill Dent cuenta que cerca del 10% de las estrellas del universo conocido están enmarcadas en discos de polvo, por lo que se han estudiado antes, pero nunca con tanto
detalle.
"Es impresionante la precisión que se logra con ALMA. Ahora esperamos que cambie
el arreglo (forma en que están dispuestas las antenas y que permiten mirar con mayor
o menor detalle) para seguir observando el disco. En el futuro podríamos lograr una
imagen incluso con tres veces más resolución que la de ahora", cuenta el astrónomo.
"Con la imagen del Hubble podíamos ver las partículas, pero con ALMA podemos
estudiar el origen del polvo; qué objetos colisionaron", concluye Dent.
El Mercurio, junio de 2012.
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Julio Verne: ¿precursor o adivino?
Carlos Belane
Escritor de masas
Julio Verne tuvo muchos lectores en el momento en que publicó su obra, lo que se
tradujo también en que fuera la encarnación de lo que hoy consideraríamos best seller.
De La Vuelta al Mundo en 80 Días se vendieron más de cien mil ejemplares mientras
el autor vivía; de 5 Semanas en Globo, unos 75.000 ejemplares, y entre cuarenta y cincuenta mil de Viaje al centro de la Tierra y La Isla Misteriosa. Su éxito y máximo auge
se prolongó desde 1863 hasta alcanzar 1904. Y desde entonces se mantiene constante
como referencia de la ciencia ficción que con el tiempo se convierte en realidad.
Estudio matemático
Verne fue un estudioso del mundo que le rodeaba cuando no existían submarinos o
el viaje del hombre a la luna se reservaba más para la poesía que para la realidad: era
inimaginable en su época que el hombre reuniera la tecnología necesaria como para
llegar al satélite de la Tierra.
El trabajo de Verne se compuso del estudio y la investigación, añadiéndole una parte
de sentido común o raciocinio lógico para avanzar sobre lo que el futuro depararía al
hombre. A través de los recortes de las revistas científicas y las noticias del periódico,
que ensamblaba y relacionaba, planteaba hipótesis de trabajo. “Lo que cualquier hombre es capaz de imaginar, otro lo podrá hacer”, dijo en cierta ocasión. Lo que significa
que él imaginaba cómo podía ser el futuro y lo novelaba. Escribía una ficción y le añadía
datos científicos de los que estaba realmente orgulloso, ya que estaban perfectamente
contrastados, así como los datos geográficos que aportaba en sus relatos. Era un maniático de la corrección y la revisión de todas esas referencias, quizás porque no quería que
ningún dato tuviera enmienda. Sus conclusiones eran innegables y el acierto constante
de lo que muchos pensaban eran profecías, ha llevado a tener en alta consideración
todas sus novelas.
A comienzos del siglo XIX era corriente que las novelas se publicaran en los periódicos. Era habitual que en base a entregas por fascículos, los lectores pudieran seguir el
desarrollo de una larga historia. Así se comenzó a publicar un 1 de enero de 1874 en el
Magazín, La Isla Misteriosa y, mucho antes, en 1865, en el diario Journal des Débats,
De la Tierra a la Luna. Incluso, sobre esta obra se cuenta que en el diario se recibieron
cientos de cartas de los lectores solicitando instrucciones para conseguir una plaza en
el obús que debería subir hasta alcanzar la luna, según la ficción de Verne.
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Ilustración de “El castillo de Los Carpatos”. De Leon Benett
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En sus comienzos, escribió varias tragedias para el teatro y, posteriormente, un libreto
para un músico vecino suyo. Se graduó en Derecho y Leyes por imperativo paterno, algo
que fue contra su voluntad, y carrera que jamás ejerció. Había elegido el camino de la
literatura, algo poco comprensible para la mentalidad del padre, que pretendía tuviera
una profesión segura que le proporcionara ingresos estables.
Su actividad narrativa fue frenética, llegó a publicar sesenta y cuatro grandes novelas
empujado por su editor y por lo que la época demandaba: escritos ideados para los
más jóvenes. Cada año sorprendía con más de una obra nueva que asombraba tanto
como las anteriores: dar la vuelta al mundo en ochenta días, leer las tribulaciones de un
chino en China, recorrer 20.000 leguas de viaje submarino, acompañar las aventuras
de tres rusos y de tres ingleses o acompañar al correo del Zar y, así, un largo etcétera.
Además de correr aventuras imposibles de olvidar con Miguel Strogoff o con los hijos
del Capitán Grant.
En su vida privada, sufrió el atentado de uno de sus sobrinos, al parecer desequilibrado,
que disparó contra Verne y lo que, si bien no acabó con su vida, le ocasionó una salud
minada y quebradiza. Uno de los disparos le alcanzó la pierna y los daños fueron considerables, hasta arrastrar el dolor para siempre.
Fue acusado de plagio por Viaje al Centro de la Tierra, pero pudo demostrar que la
escritura de la obra era anterior a la obra La Cabeza de Minerva de Delmas, un autor
cuya novela no ha trascendido en el tiempo.
Curiosidades sobre la figura de Julio Verne
El astronauta espacial Frank Borman, que viajó en el Apolo 8 en 1968 dando diez vueltas
a la luna, afirmó que no podía tratarse de simples coincidencias al referirse a la exactitud con que Verne diseñó su novela De la Tierra a la Luna.
Coinciden tanto el lugar del despegue elegido por Verne para ese viaje espacial, como
el de aterrizaje del primer viaje tripulado a la luna. El aterrizaje ideado por Verne solo
varió en 4 kilómetros de distancia respecto del lugar donde cayó la cápsula espacial:
en el océano Pacífico. La única diferencia notable se debe a que Verne lanzaba a los
astronautas en su nave desde un cañón.
Verne se anticipó a la Teoría de Einstein al decir, referida a la “materia”, “que por mucho
que se descomponga en moléculas, átomos y partículas, siempre quedará una última
fracción por la que se replanteará el problema. Hasta que se admita un primer principio
que no será la materia, sino la energía”.
Julio Verne también dibujó escenarios que con el tiempo se han convertido en reales,
como una forma de gobierno totalitaria como el nazismo, el auge como potencia de Estados Unidos y la existencia de computadoras y artilugios muy similares a la televisión.
www.actuallynotes.com
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10 predicciones de Julio Verne
que se hicieron realidad
Retrato de Julio Verne
Hace 185 años nació Julio Verne, escritor francés pionero en el género de la
ciencia ficción, que en sus novelas realizó varias predicciones que se volverían
realidad muchos años después de que las escribiera.
Verne escribió sobre el espacio, viajes aéreos y submarinos eléctricos antes de
que se inventaran y antes de que se desarrollaran formas de llegar más allá de
la Tierra. En este artículo intentaremos repasar algunas de estas predicciones
del siglo XIX y cómo se volvieron realidad en los años siguientes.
1. El submarino eléctrico
Una de las novelas más famosas de Julio Verne es Veinte mil Leguas de Viaje Submarino, donde el Capitán Nemo viaja por los océanos del mundo en un enorme submarino
eléctrico llamado “Nautilus”. Esta nave de ficción no es tan diferente a los submarinos actuales –excepto por las habitaciones de lujo que contenía adentro−. Aunque la
novela fue publicada en 1870, el primer submarino completamente eléctrico apareció
en 1884, el "Peral", de la Armada Española.
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Ilustración de “Robur El Conquistador”. De Leon Benett
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Actualmente los submarinos eléctricos funcionan en base a baterías, que no son tan
misteriosas como lo eran en la época de Verne. Según el Capitán Nemo, la electricidad es “un agente poderoso, obediente, rápido, fácil, que se conforma con todo uso y
reina a bordo de mi nave”.
2.- Armas eléctricas
Tanto reinaba la electricidad en la nave del Capitán Nemo, que hasta las armas usaban
electroshock. Los primeros dispositivos de este tipo comenzaron a ser desarrollados
recién en 1969. En Veinte mil Leguas de Viaje Submarino se describe a las balas de esta
arma como “contenedores eléctricos” o como les llamó, “botellas de Leyden”, en las
que “la electricidad es forzada a una muy alta tensión. Con el más pequeño toque se
descargan, y el animal, sin importar lo fuerte que sea, cae muerto”.
3.- Los noticiarios
En un artículo de periódico publicado en 1889 por Julio Verne, el escritor describió
el futuro de los diarios “en el año 2889". Según Verne, “en lugar de estar impreso, el
Earth Chronicle es hablado cada mañana a los suscriptores, que conocen las noticias del día
a través de conversaciones con reporteros, estadistas y científicos”. La primera transmisión
de noticias por radio no ocurrió hasta 1920, y la primera en televisión en 1948.
4.- Videoconferencias
Leigh Hunt
En la misma columna, Verne también describe el “fonotelefoto”, algo que hoy en día
sería la tecnología de videoconferencias. El sistema descrito por el escritor permite
“la transmisión de imágenes por espejos sensibles conectados con cables”. El fonotelefoto es una de las primeras referencias a las videollamadas en la ficción.
5.- Las velas solares
En 1865, Julio Verne publica De la Tierra a la Luna, donde el autor habla de viajes espaciales y naves impulsadas por la luz. Hoy la tecnología ya permite naves impulsadas
por la luz a través de las velas solares, que usan la energía del sol para desplazarse.
6.- El módulo lunar
En el mismo libro, Verne describe la cápsula que va sobre los cohetes espaciales, y que
permite a los astronautas viajar al espacio. Verne describió, además, los “proyectiles”
que se podrían usar para llevar a los pasajeros a la Luna, como si fuera una gran arma
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que disparaba a los viajeros al espacio, rompiendo con la gravedad de la Tierra –no
demasiado alejado de lo que hace un cohete.
7.- Amarizaje desde el espacio
En De la Tierra a la Luna, Verne imagina que en el retorno, la nave espacial caería en
el océano y saldría flotando, tal como lo hicieron muchas de las primeras misiones
espaciales.
8.- Publicidad en el aire
En la columna de periódico “En el año 2889", Verne describe “publicidad atmosférica”, lo que se podría entender hoy como los mensajes que se escriben en el cielo
usando aviones. “Todo el mundo ha notado esos enormes avisos reflejados en las
nubes, tan grandes que se podrían ver desde la población de ciudades completas o
incluso países”, decía Verne.
9.- El helicóptero
En la novela Robur el Conquistador (1886), Julio Verne describe una embarcación
llamada "Albatros", con muchos mástiles, sobre los cuales hay hélices, que giran gracias a una maquinaria interna. Muchos han visto en esta descripción al helicóptero
moderno, sin embargo, cabe señalar en este caso que antes de Verne escribiera la
novela ya había otros que habían teorizado sobre la posibildad de crear vehículos con
hélices.
10.- Internet
Parece increíble, pero es cierto. En 1863, Julio Verne escribió la novela París en el siglo
XX, acerca de un joven que vive en un mundo donde hay rascacielos de vidrio, trenes
de alta velocidad, autos a gas, calculadoras y una red mundial de comunicaciones.
Verne habla de algo parecido a un telégrafo mundial, que si lo extrapolamos a la actualidad podría parecerse a Internet. La novela tenía un tono pesimista, de modo que
Pierre Jules-Hetzel, el editor de sus escritos, rechazó publicarlo. El manuscrito quedó
guardado hasta que fue encontrado por su bisnieto en 1989, y publicado finalmente
en 1994.
www.fayerwayer.com
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La ley de los rendimientos acelerados
Ray Kurzweil*
Aunque nuestra intuición del futuro es lineal, los avances tecnológicos y médicos
crecen de forma exponencial y nos permiten predecir el mundo de los próximos
años –asegura el autor, un gurú de prestigio internacional.
Hace treinta años me di cuenta de que el momento oportuno era la clave para el éxito
de un inventor. La mayor parte de los inventos fracasa porque no es el momento
adecuado: la innovación debe tener sentido para el mundo tal como será cuando el
proyecto se complete.
Hay que tener en cuenta la rapidez con que cambia el mundo. Hace apenas unos años,
la mayoría de la gente no usaba redes sociales, wikis ni blogs. Como ingeniero, reuní
mucha información en un intento de comprender las tendencias tecnológicas, y
descubrí una importante excepción a la idea de que "no se puede predecir el futuro".
La "ley de rendimientos acelerados" nos permite pronosticar ciertos aspectos del
futuro. Si se grafica las mediciones básicas del precio en relación con el desempeño y
la capacidad de las tecnologías de la información (por ejemplo, instrucciones de computación por segundo por dólar constante, bits de memoria por dólar o la cantidad
total de bits que se desplaza por Internet), se observa que siguen una trayectoria en
extremo suave, además de predecible. Esa observación va mucho más allá de la Ley
de Moore (que dice que cada dos años se puede colocar el doble de transistores en un
circuito integrado). En el caso de la computación, se remonta al censo estadounidense
de 1890, mucho antes del nacimiento de Gordon Moore.
Lo que es predecible es que esas mediciones crecen de forma exponencial, no lineal,
por más que nuestra intuición del futuro sea lineal, algo que llevamos grabado en el
cerebro. Eso supone una notable diferencia. Treinta pasos nos llevan de forma lineal
a 30, mientras que, de manera exponencial (2, 4, 8, 16…), treinta pasos nos llevan a
mil millones.
Esa "ley de rendimientos acelerados", como la llamo, nos dice que todo campo de
la tecnología de la información experimentará un enorme incremento de potencia
al tiempo que sus dimensiones se reducirán cada vez más. Esa ley se ha mantenido
treinta años desde que lo advertí por primera vez, y data de varias décadas antes.
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Por otra parte, no son solo la electrónica y las comunicaciones las que siguen ese
camino exponencial. Lo mismo vale para la salud, la medicina y el campo de la biología. El Proyecto del Genoma Humano, por ejemplo, experimenta todos los años una
duplicación de la cantidad de secuenciamiento genético y la reducción a la mitad del
costo del secuenciamiento por pareja de base.
A principios de la década de 1980 las dimensiones de Arpanet (conocida ahora como
la predecesora de Internet) se duplicaban todos los años. En La era de las máquinas
inteligentes, que escribí a mediados de los años 80, describí una vasta red mundial de
comunicaciones que surgiría entre mediados y fines de los años 90 como resultado de
esa capacidad de crecimiento exponencial. En aquel momento, muchos observadores
consideraron que era absurdo, dado que todo el Departamento de Defensa solo podía
proporcionar comunicación digital a unos pocos miles de científicos por año. La Web,
sin embargo, explotó para fines de los años 90 como consecuencia de la capacidad de
crecimiento exponencial.
En los últimos veinte años hice centenares de predicciones basadas en la ley de los
rendimientos acelerados. De las 147 predicciones para 2009 que hice en La era de las
máquinas espirituales, que escribí en la década de 1990, el 78 por ciento era acertado
a fines de 2009 y otro 8 por ciento lo fue uno o dos años después. Cuanto más me
limité a pronosticar el precio/desempeño y la capacidad de las tecnologías de la información, más exactas fueron las predicciones.
La ley de los rendimientos acelerados es el único método confiable que conozco
que nos permite pronosticar por lo menos determinados aspectos del futuro. Una
computadora que ocupaba un edificio en mis tiempos de estudiante ahora entra en
mi bolsillo y tiene una potencia miles de veces superior, además de ser un millón de
veces menos cara.
Dentro de otro cuarto de siglo, esa capacidad cabrá en un glóbulo rojo y tendrá una
potencia mil millones de veces superior por dólar.
* Kurzweil es el inventor del escáner ccd plano, el reconocimiento de caracteres ópticos en todas las
fuentes, la primera máquina de lectura en voz alta para ciegos y el primer reconocimiento de voz
de amplio vocabulario que se comercializó. Medalla Nacional de Tecnología de los EE.UU. Fuente:
Revista Ñ.
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Biografías
Alcalde, Alfonso (1921-1992). Periodista, escritor y poeta chileno. Su obra es extensa
e incluye cuentos (El auriga Tristán Cardenilla), obras de teatro,
novelas, poesía (Balada para una ciudad muerta) y literatura infantil, además de reportajes periodísticos.
Aleijem, Sholem (1859-1916). Fue un popular humorista y escritor judío ruso de literatura en yidis, incluyendo novelas, cuentos y obras de teatro tales
como El Divorcio, Las hijas judías o La gran lotería.
Amnistía Internacional. Es un movimiento mundial, fundado en 1961, presente
en más de 150 países, que trabaja para que los derechos humanos,
reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
sean respetados en todo el mundo.
Barquero, Efraín (1931). Poeta chileno de la llamada generación literaria de 1950,
Premio Nacional de Literatura 2008. La piedra del pueblo, Mujeres
de oscuro y El viejo y el niño forman parte de su producción.
Baudelaire, Charles (1821-1867). Fue uno de los “poetas malditos” franceses debido a
la visión del mal que impregna su creación. Es considerado el poeta
de mayor impacto en el simbolismo francés con Las flores del mal,
una de sus obras más reconocidas.
Bédier, Joseph (1864-1938). Fue un escritor y filólogo francés, considerado uno de los
romanistas más influyentes de principios del siglo XX. Es autor de
una nueva Historia ilustrada de la literatura francesa.
Boccaccio, Giovanni (1313-1375). Escritor y humanista italiano, es uno de los padres,
junto con Dante y Petrarca, de la literatura en italiano. Compuso
también varias obras en latín. Es recordado sobre todo como autor
del Decamerón.
Bosch, Juan (1909-2001). Cuentista, ensayista, novelista, narrador, historiador, educador y político dominicano, que llegó a la Presidencia de su país
por un breve período en 1963. Algunas de sus obras literarias son
Dos pesos de agua, En un bohío, El difunto estaba vivo.
Brassens, Georges (1921-1981). Cantautor francés, exponente de la chanson francesa
y de la trova anarquista del siglo XX. Sus canciones Marinette o
Les copains d’abord han sido traducidas e interpretadas por Paco
Ibáñez y Eduardo Peralta.
- 291 -
Brecht, Bertolt (1898-1956). Dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, creador del llamado teatro épico. Entre sus obras
destacan Baal, Madre Coraje y sus hijos y Turandot o el congreso
de los blanqueadores.
Camus, Albert (1913-1960). Novelista, ensayista y dramaturgo francés. Premio Nobel
de Literatura. Entre sus principales obras están El extranjero, La
peste y La caída.
Capetillo, Luisa (1879-1922). Fue una anarquista puertorriqueña, pionera en su país
del feminismo y el sindicalismo. Se distinguió como intelectual,
escritora, periodista y líder obrera. Escribió cuatro libros, entre
ellos: Influencias de las ideas modernas.
Cervantes, Miguel de (1547-1616). Soldado, novelista y dramaturgo español. Universalmente conocido por su obra cumbre, Don Quijote de la Mancha,
considerada por muchos estudiosos la primera novela moderna y
una de las obras maestras de la literatura universal.
Díaz Eterovic, Ramón (1956). Escritor chileno ampliamente conocido por la saga de
novelas policiales sobre el detective Heredia. Ha publicado, además,
poesía (El poeta derribado) y narrativa infantil (R y M investigadores y El secuestro de Benito). Ha obtenido, entre otros, el Premio
del Consejo Nacional del Libro, el Altazor y el Premio Municipal
de Santiago.
Dijk, Teun A. van (1943). Lingüista de origen holandés y uno de los fundadores del
Análisis Crítico del Discurso. Ha sido editor-fundador de las revistas Poetics, TEXT, Discourse & Society y Discourse Studies.
Éluard, Paul (1895-1952). Poeta francés que cultivó de manera significativa el dadaísmo y el surrealismo. Publicó El deber y la inquietud, Las desdichas
de los inmortales y Morir de no morir.
Julio Fedro, Gayo (15 a.C.-55 d.C.). Fue un escritor de fábulas romanas. En ellas se
aprecia la intención didáctica y moralizante y el desarrollo del concepto de protesta social, adaptado al contenido y costumbres de
su época.
Fromm, Erich (1900-1980). Destacado psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista. Escribió sobre diversos temas en sus obras El arte de amar,
El miedo a la libertad, Psicoanálisis y religión.
Galilei, Galileo (1564-1642). Astrónomo, filósofo, matemático y físico italiano. Este
eminente hombre del Renacimiento ha sido considerado como el
padre de la astronomía y la física modernas y el padre de la ciencia.
- 292 -
García Márquez, Gabriel (1927). Es un escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura.
Su obra más universal, Cien años de soledad, es considerada como
un referente del realismo mágico.
Gianinni, Humberto (1927). Filósofo chileno, miembro de la Academia Chilena de
la Lengua, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales
1999. Entre sus libros están El mito de la autenticidad, Desde las
palabras y La metafísica eres tú.
Guerra González, Alfonso (1940). Es un político español. Ha escrito libros de memoria y de teoría política: La democracia herida y Diccionario de
la Izquierda.
Guillén, Nicolás (1902-1989). Fue un poeta, periodista y activista político cubano.
Negro Bembón, El diario que a diario, Songoro Cosongo y Hay Que
Tener Voluntad forman parte de su obra poética.
Hahn, Óscar (1938). Es un poeta, ensayista y crítico chileno. Recibió el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2011 y el Premio Altazor de
Poesía 2012 por La primera oscuridad. Esta rosa negra, Versos robados y Apariciones profanas forman parte de su producción poética.
Hawthorne, Nathaniel (1804-1864). Novelista y cuentista estadounidense. Es conocido por sus relatos breves y por novelas largas como La letra
escarlata y La casa de los siete tejados.
Hernández, Miguel (1910-1942). Fue un poeta y dramaturgo español muerto en la
cárcel luego de la Guerra Civil. Entre su producción poética destacan: Perito en Lunas, Nanas de cebollas, Elegía a Ramón Sijé, El
hombre acecha, Vientos del pueblo, entre otros poemas.
Hervi (1943). Nombre artístico de Hernán Vidal, dibujante de historietas chileno. Su
estilo es principalmente el del humor político que desarrolló en las
páginas de la Revista Hoy.
Hölderlin, Friedrich (1770-1843). Fue un poeta lírico alemán. Su poesía acoge la
tradición clásica y la funde con el nuevo romanticismo. El único y
Patmos son dos de sus obras esenciales.
Hugo, Victor (1802-1885). Fue un poeta, dramaturgo y escritor romántico francés,
también político e intelectual. Sus obras Nuestra Señora de París
y Los miserables forman parte de su extensa creación narrativa.
Jara, Víctor (1932-1973). Fue un destacado músico, cantautor y director de teatro
chileno. Murió asesinado por las fuerzas represivas de la dictadura
militar.
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Jardiel Poncela, Enrique (1901-1952). Fue un escritor y dramaturgo español. Entre
sus obras: Amor se escribe sin hache (novela), Dos farsas y una opereta (ensayo) y Cuatro corazones con freno y marcha atrás (teatro).
Lechner, Norbert (1939-2004). Fue un destacado investigador, politólogo y abogado alemán nacionalizado chileno, galardonado con el Premio
Municipal de Santiago 2003 en la categoría ensayo por su obra Las
sombras del mañana.
London, Jack (1876-1916). Fue un escritor estadounidense, maestro del cuento. Autor
de Colmillo Blanco y El llamado de la selva. Realizó diversos oficios,
incluso fue marino y corresponsal de guerra.
Maiakovsky, Vladimir (1893-1930). Poeta y dramaturgo revolucionario ruso. Fue
iniciador del futurismo. En 1912 publicó, junto con David Burliuk y
Velimir Jlébnikov, su manifiesto La bofetada al gusto del público.
Melville, Herman (1819-1891). Fue un escritor estadounidense que además de novelas y cuentos escribió ensayo y poesía. Se le conoce por ser el autor
de Moby Dick y Bartleby el escribiente.
Menchú, Rigoberta (1959). Es una líder indígena guatemalteca, defensora de los
derechos humanos, ganadora del Premio Nobel de la Paz 1993 y el
Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional el año
1998.
Mistral, Gabriela (Lucila Godoy Alcayaga, 1889-1957). Destacada poeta chilena. La
primera persona de América Latina en ganar el Premio Nobel de
Literatura (1945). Algunas de sus obras son Sonetos de la Muerte,
Desolación, Tala y Lagar.
Muñoz Molina, Antonio (1956). Escritor español y académico de la Real Academia
Española de la Lengua. Entre su producción encontramos novelas
(Beltenebros, Plenilunio, La noche de los tiempos) y ensayos (Córdoba de los Omeyas).
Nómez, Naín. Profesor de Filosofía, crítico literario y poeta chileno. Es autor de Países
como puentes levadizos, El fuego va borrando, Antología crítica de
la poesía chilena, entre otras obras.
Pérez, Juan Estanislao. Es un antropólogo cultural y recopilador de música folklórica de Chile. Ha realizado numerosos trabajos: Música folklórica
infantil chilena, Lectura Antropológica y Ético-Estética de las Fiestas, entre otros.
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Pessoa, Fernando (1888-1935). Es uno de los mayores poetas y escritores de la lengua
portuguesa y de la literatura europea. Su primera obra, el poema
patriótico Mensagem (Mensaje), única que publicó en vida, no apareció hasta 1933.
Pilniak, Boris (1894-1938). Este escritor ruso fue uno de los mayores partidarios del
antiurbanismo, además de crítico de la sociedad mecanizada. Sus
principales obras son El año desnudo, Mahogania, Las cataratas
del Volga en el Mar Caspio, y OK.
Platón (427 a.C.-347 a.C.). Fue un filósofo griego, alumno de Sócrates y maestro de
Aristóteles. Entre sus obras más importantes está La República, en
la cual elabora la filosofía política de un Estado ideal.
Radrigán, Juan (1937). Dramaturgo chileno. Ha recibido el Premio del Círculo de
Críticos de Arte de Chile en 1982, el Premio Altazor en 2005 y el
Premio Nacional de las Artes de la Representación el año 2011. Sus
obras más conocidas son El loco y la triste, Hechos consumados,
Las brutas.
Schwob, Marcel (1867-1905). Fue un escritor próximo al simbolismo, crítico literario
y traductor francés, autor de relatos y de ensayos como La puerta
de los sueños o La lámpara de Psique.
Séneca, Lucio A. (4 a.C.-65 d.C.). Fue un filósofo, político, orador, tutor y consejero
del emperador Nerón y escritor romano conocido por sus obras de
carácter moralista. Entre ellas, la más conocida es Diálogos.
Slachevsky, Andrea (1965). Neuróloga chilena especialista en el cerebro, conducta
y comportamiento. Autora del libro Enfermedad del Alzheimer y
otras demencias.
Soto, Hernán. Periodista chileno. Es autor de España: 1936, Voces de muerte, Tomás
Lago. Ojos y oído y coautor con Miguel Lawner de Orlando Letelier:
el que lo advirtió.
Subercaseaux, Bernardo. Académico, es también autor de libros sobre cultura chilena e hispanoamericana, entre los que destacan: Chile, ¿un país
moderno?, Historia de las ideas y la cultura en Chile, Historia del
libro en Chile.
Urbina, José Leandro (1948). Escritor y académico chileno. Ha publicado el libro de
cuentos Las malas juntas y las novelas Cobro revertido, Premio del
Consejo Nacional del Libro y la Lectura, y Las memorias del Baruni.
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Urriola, Malú (1967). Es una guionista y poeta chilena perteneciente a la Generación
del 87. Está adscrita a un feminismo activo que hace patente en su
literatura. Entre su producción encontramos Dame tu sucio amor,
Bracea e Hija de perra.
Voltaire (François Marie Arouet, 1694-1778). Escritor, filósofo y abogado francés y
uno de los principales representantes de la Ilustración. En 1746 fue
elegido miembro de la Academia Francesa. Cándido o el optimismo
es una de sus obras más conocidas.
Vinci, Leonardo da (1452-1519). Notable polímata del Renacimiento italiano (a la vez
anatomista, arquitecto, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista). Su
obra La Mona Lisa es una de las pinturas más célebres de la historia.
Wagner, Richard (1813-1883). Fue un compositor, director de orquesta, ensayista,
dramaturgo y teórico musical alemán del Romanticismo. De sus
creaciones destacan El holandés errante, Tannhäuser, Parsifal,
Tristán e Isolda y El anillo del nibelungo.
Wilde, Oscar (1854-1900). Fue un escritor, poeta y dramaturgo irlandés. Entre sus
obras se cuentan El retrato de Dorian Gray, De profundis y las obras
de teatro Un marido ideal y La importancia de llamarse Ernesto.
Zola, Émile (1840-1902). Escritor francés, considerado como el creador del Naturalismo presente en la serie Les Rougon-Macquart, compuesta por
veinte novelas: Nana, Germinal o el Vientre de París, entre otras.
Zweig, Stefan (1881-1942). Escritor austriaco, célebre por sus relatos como Carta de
una desconocida y sus biografías. Entre estas, las más conocidas
son María Estuardo, reina de Escocia, María Antonieta y Fouché.
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