Santa Teresa Cocinera: émula de Ferrán Adriá El título de este artículo es una licencia retórica, que pretende resaltar una faceta importante y menos valorada que los grandes arrobamientos, gracias místicas o extraordinarias obras literarias de Santa Teresa, pero en lo sustancial es tan real como lo fue su vida mística. Santa Teresa se sirvió de su gran capacidad inventiva, no para poner en las humildes mesas de sus hijas manjares exquisitos, sino para hacer real que sus pobres y humildes monjas estuviesen alimentadas. En una carta a su hermano Lorenzo de Cepeda le pide que provea al monasterio de las monjas descalzas de besugos o de sardinas frescas. La Santa, que experimenta las más grandes gracias místicas-matrimonio espiritual con su Divino Esposo Jesucristo, por cuya gloria y bien de la Iglesia padecería mil muertes, la gran escritora, la intrépida reformadora y fundadora de los conventos carmelitanos, la gran escritora, la mujer que rompe moldes y es víctima de las sospechas de la Inquisición, vive la realidad cotidiana de toda mujer de su tiempo, es una gran cocinera sabe desenvolverse con la sagacidad de un chef pucheros y sartenes y calderetas. La gran escritora que lo hace sobre dos ladrillos de un poyo sobre el que escribía, nada de despachos lujosos y alfombrados, como se la pinta con frecuencia, se mueve con garbo y salero entre las cuatro paredes rústicas de un muy humilde cocina conventual. Cocinaba cuando la tocaba por riguroso orden y sentía un gusto especial en cocinar para sus hijas enfermas. Hacía verdaderas maravillas friendo huevos, porque era tal su habilidad que de un huevo sacaba dos, partiendo la yema de cada uno de ellos. Las monjas del San José de Ávila, casa matriz de las restantes fundaciones repartidas por las dos Castillas y Andalucía, conservan lo que llaman cocinilla de Santa Teresa como una reliquia. Según testimonio de una monja, María de San Jerónimo, prima y sucesora de la Santa como superiora de San José: “Cumplía la semana que le tocaba, como las demás hermanas; y nos daba mucho contento verla en la cocina porque la hacía con gran alegría y cuidado en dar gusto a todas”. Su primer biógrafo el célebre jesuita Francisco Ribera de la Compañía de Jesús escribe: “la noche antes de preparar la comida del día del día siguiente, pensaba cómo guisaría los huevos o el pescado, o cómo haría el caldo que fuese diferente de lo ordinario, para dar regalo a aquellas siervas de Dios”. Las anécdotas sobre las habilidades culinarias de la Autora del libro más sublime de experiencia mística Las Moradas o Castillo Interior, podrían multiplicarse, pero no quiero acabar esta faceta tan humana, tan cotidiana de la Doctora de la Iglesia, sin la famosa éxtasis con la sartén en la mano de la que fue testigo una monja llamada Isabel de Santo Domingo: Una vez, la Santa Madre Teresa se quedó arrobada, con el rostro de un ángel, y le sucedió friendo unos huevos, sin soltar la sartén de la mano, que la tenía sobre el fuego y queriéndosela quitar no pudo porque la tuvo tan apretada que fue forzoso dejársela por no lastimarla, y aún ayudársela a sostener. Temiendo el que no vertiese el aceite, siendo en ocasión que estaba en la sartén todo el que había en el monasterio. Así se detuvieron ambas por mucho tiempo hasta que Santa Teresa volvió del rapto. La compañera entre tanto no hacia muchas hazañas porque al punto se sentaba junto a ella y aunque no añadía otra cosa podemos fácilmente inferir que pasaría por su alma otro tanto. Las monjas de San José de Ávila han publicado un delicioso folleto sobre las habilidades culinarias de Santa Teresa. De Fidel García Martínez