S-047 - Universidad Nacional del Nordeste

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Resumen: S-047
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL NORDEST E
Comunicaciones Científicas y Tecnológicas 2006
Marco jurídico
del asociativismo agrario.
Casella, Aldo P. - Fridman, Susana A. - Torres de Breard, Verónica
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Políticas – UNNE
Salta 461, Corrientes- Tel.(03482)421673-(03783)436443Email:[email protected];[email protected];[email protected]
Introducción
Actualmente las pequeñas y medianas empresas se plantean acudir a estrategias asociativas para superar sus
limitaciones de escala y mejorar su inserción en el mercado. En el sector agrario esta estrategia es impulsada desde los
organismos públicos, dando incluso lugar a la implementación de diversos programas. También en el ámbito del
asesoramiento privado se aconseja frecuentemente esta alternativa. Sin embargo, en la práctica se advierten
inconvenientes que obstaculizan su adopción , entre los cuales sobresale el de una inadecuada, o al menos incompleta ,
respuesta jurídica . Tal cuestión integra los objetivos generales del Proyecto de Investigación (PI: 113-2005)
“Emprendimientos Rurales y Pymes Regionales : instrumentos asociativos para su inserción en una estrategia de
desarrollo” acreditado por Res.252/06 del Consejo Superior UNNE. En el mismo se encuadra esta Comunicación, en
la que nos proponemos realizar un desarrollo teórico del “Asociativismo Agrario” desde el punto de vista jurídico .
Partiendo de considerar sus presupuestos económicos y políticos, delimitaremos su objeto y formularemos una
propuesta sistemática.
En una aproximación general, podemos sostener que con la denominación el tema refiere a las expresiones jurídicas
emergentes de un mismo fenómeno, consecuencia de la contemporánea orientación de política agraria centralmente
dirigida a la fusión total o parcial de empresas agrarias preexistentes, creación de empresas sociales de mayor
envergadura, asociación entre empresas o más exactamente, entre empresarios o productores agrarios. Esa orientación
es a su vez corolario de las exigencias de mayores escalas productivas impulsadas por las transformaciones en la
economía agraria que llevaron a la crisis al modelo tradicional de agricultura individual. No es casual, en esta época de
integración mundial de mercado , que la orientación se replique a nivel global, país por país, generando así una amplia
experiencia legislativa y doctrinaria en el derecho comparado . De allí que esta construcción sistemática se apoya
preferentemente en el método comparativo.
El estudio del derecho comparado y la doctrina lleva ante todo a considerar la necesidad de determinar con mayor
precisión el objeto del “asociativismo” , ya que al exponer aquéllas expresiones jurídicas frecuentemente bajo esa
denominación se incluyen promiscua e indiscriminadamente todas las relaciones o situaciones jurídicas asociativas o
colectivas, o que impliquen algún tipo de comunidad, o incluso solo la pluralidad o colaboración, aunque no se deriven
de aquella premisa política de conversión empresaria y aunque ya ostenten una indiscutida ubicación sistemática dentro
de institutos de afianzada elaboración dogmática, como el contrato agrario, la propiedad fundiaria–agraria, la empresa
agraria familiar, etc... Así concebido, el tema “asociativismo” parece lleva a una recorrida “transversal” en los institutos
tradicionales en búsqueda de aquellos supuestos, resultando un muestreo heterogéneo de difícil justificación y utilidad
sistemática. Esta heterogeneidad derivada de la consideración conjunta de esas figuras, fue señalada desde un primer
momento por grandes autores como Carrozza, advirtiendo que se utilizaba una fórmula que permite “una lectura
unitaria de fenómenos jurídicos diversos y aparentemente lejanos el uno del otro”, que van desde la empresa familiar a
la asociación en una empresa común resultante de contrato agrario, a la sociedad en toda la gama de sus tipos legales,
al consorcio y a la institución de las asociaciones entre productores,observando que habitualmente cuando las leyes y
proyectos de leyes agrarias recurren al término “asociación” o cualquiera de sus derivados, utilizan una “fórmula de
estilo, cuyo abuso puede quizá encontrar explicación en la propensión politico-social hacia el asociacionismo aplicado
a la producción pero que jurídicamente no dice nada o casi nada”, dejando a salvo que si al legislador lo conforma esa
denominación no es posible que así lo sea para el jurista. En ese mismo sentido, Fragali había ya afirmado que bajo la
denominación “asociación” se incluyen en el lenguaje jurídico “grupos subjetivos de figuración heterogénea”, y
frecuentemente la legislación la utiliza con esa amplitud sin responder a una vocación normativa sustancial sino por
“simple actitud nominalista, quizá determinada por una pobreza de opciones semánticas”.
Sin embargo, si se parte del presupuesto económico y político arriba referido, es posible circunscribir el objeto del
asociativismo al de la forma jurídica de las empresas resultantes de la agrupación de varias explotaciones precedentes
y de las unidades productivas comunes a varias empresas agrarias , proyectándolo sistemáticamente en tres núcleos
diferenciables : a) el de la “empresa social”, es decir, la empresa colectiva desarrollada en forma de sociedad , sea de
sociedad civil o simple, en las formas típicas habitualmente designadas como comerciales, o en los supuestos de
“sociedades agrarias especiales”; b) las estructuras asociativas integradas, complejas o de “segundo grado” ,
destinadas a la colaboración entre empresas y englobadas en la genérica figura del “consorcio”; c) las asociaciones y
uniones de productores.
Desarrollo
Aunque el primer núcleo puede resultar suficientemente claro al remitir expresamente a la problemática de la sociedad –
cooperativa , civil, comercial de objeto agrario, o agraria especial – requiere igualmente un esfuerzo de diferenciación
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para evitar incluir supuestos que aunque ostenten características de colectividad, pluralidad, estructura asociativa, de
colaboración, comunidad, etc. no dan lugar a la “empresa social”. Se tratará en todo caso , de comunidades de bienes o
supuestos de propiedad fundiaria-agraria de carácter colectivo o comunitario, de contratos asociativos agrarios en
sentido estricto, den o no nacimiento a una empresa agraria colectiva no societaria o de empresas colectivas no
societarias de carácter familiar, o incluso de titularidad individual y base colectiva familiar, etc. Relativamente clara,
aunque a veces se intercambien las designaciones, es la diferenciación entre condominio o comunión y sociedad, en
orden a descartar que en el primero pueda configurarse una hipótesis de “empresa social”. El condominio tiene por
finalidad el uso y goce de una cosa y no el ejercicio en común de una actividad económica para dividir las utilidades .
Ya Vélez delimitaba las aguas el ejemplificar en su nota al Art. 1648, con un supuesto que hoy, curiosamente, toma
actualidad: la compra en común de “una maquina para explotarla privativamente cada uno”. Ello, claro esta, siempre
que el uso y goce no constituya elemento de una situación más compleja donde las partes se propongan desarrollar en
común la actividad económica, pues allí se configuraría una sociedad. Igualmente, Los contratos agrarios asociativos
merecen también una diferenciación neta del supuesto de empresa societaria, aún cuando en algunos casos puedan
llegar a dar a lugar al nacimiento de una empresa colectiva no societaria. Es sabido que el concepto de “contrato
asociativo”, aun en sentido estricto, es más amplio que el de “sociedad”, aunque el acto constitutivo de la sociedad sea
el más frecuente e importante. Sin entrar en mayores consideraciones sobre la relación “contrato asociativo” y
“sociedad” , se señala como uno de los principales caracteres diferenciales que si bien la última tiene su origen en un
contrato, no es nunca solo un contrato sino también una organización de personas y bienes que, asuma o no el carácter
de persona jurídica, tiene autonomía ante los socios. Como señala Ferri, es la organización de los sujetos que entienden
desarrollar una actividad de empresa común y de los bienes que a tal fin destinan, con la resultante de que “a la acción
externa de la empresa o a su exteriorización corresponde la eficacia externa de la organización”. Y, además, actividad
en común - revelada en el momento deliberativo o ejecutivo - y no solamente comunidad de resultado, pues si en un
contratante falta la potestad de determinar la actividad, no habrá tampoco sociedad sino solo contrato asociativo, en
todo caso de tipo participativo. En consecuencia se trata de figuras que pertenecen sistemática y dogmáticamente al
capítulo de los contratos agrarios asociativos y no al de la empresa agraria “social” o societaria. Y ello aún cuando en
algunos casos pueden dar lugar a la formación de una empresa agraria colectiva no societaria, como en el caso algunas
medierías .Finalmente, aplicando los conceptos que venimos mencionando, también cabe distinguir la empresa social de
algunas formas típicas de explotaciones familiares agrarias resultantes de comunidades de bienes, como la tradicional
“comunione tacita” o ciertas “comunidades continuadas”, que también pueden dar lugar a empresas colectivas de base
no societaria , aunque en muchos casos se tratará simplemente de empresas de titularidad individual y sustrato
familiar en la que se reconocen diversos derechos a los participes.
Hechas estas breves disgresiones, podemos centrarnos en la “sociedad” y en la “empresa social” agraria como primer
núcleo temático del “asociativismo agrario” en el sentido más estricto que queremos darle. La cuestión se plantea
fundamentalmente en relación a la idoneidad de los tipos societarios corrientes, civiles y comerciales, para constituir la
“forma” societaria de la empresa agraria social. Como primer alternativa puede evaluarse adaptar esas mismas
estructuras recurriendo a “cláusulas atípicas”, lo que constituye una de las hipótesis formuladas en la investigación que
integra esta comunicación. Puede también considerarse la posibilidad de actualizar la “sociedad civil” , en tanto tipo
tradicionalmente destinado a las actividades agrarias, o bien , como alternativa más específica, elaborar una o varias
figuras especiales de “ sociedad agraria” propiamente dicha que se ofrezcan como forma adecuada a las distintas
hipótesis de confluencia de intereses para la conformación de una empresa agraria societaria ; en tal caso , es preciso
indagar acerca de cuáles deberían ser las particularidades estructurales que deberían caracterizarlas, para lo cual resultan
relevantes los ejemplos que nos brinda el derecho comparado. En este sentido, puede razonarse que si es cierto que de la
noción común de sociedad se desprenden luego los distintos tipos “cada uno de los cuales esta destinado a cumplir una
función distinta en el ámbito del sistema productivo”, parece atinado buscar uno o varios adecuados a las
particularidades de la producción agraria, alternativa que han intentado algunas legislaciones y ha ocupado el trabajo de
la doctrina. Como es sabido la “sociedad civil” en el sistema de la codificación estaba destinada fundamentalmente a la
actividad agraria asociada, y en nuestro país Videla Escalada, uno de los autores que más se ha ocupado del tema,
destacó últimamente tal función, abogando por la necesidad de su vigencia ante las posibles reformas . Sin embargo
no hay duda que se trata de un esquema que, aunque no se descarte su utilidad en muchos casos, en general responde a
una concepción un tanto primitiva de la actividad agraria, lo que es lógico si se tiene en cuenta la época de dictado de
los códigos civiles. Las sociedades agrarias especiales en los países que las han adoptado pueden considerarse
herederas de esas sociedades civiles, ya que invariablemente conservan tal carácter, pero tratan de responder, con
mayor o menor éxito, a las diversas alternativas de aportes, representación, responsabilidad, destino de bienes, etc. con
que actualmente se plantean las vinculaciones societarias en la economía agraria. Varias experiencias legislativas
pueden enumerarse en esta línea, demostrando que la cuestión no es sólo académica. Ante todo deben mencionarse por
su carácter pionero, dado que en su concepción inicial datan de 1960, los Groupaments Agricole Fonciers (GAF) y los
Groupaments Agricoles d’Èxploitations en Commún (GAEC) de Francia, y luego la más moderna variedad societaria,
la Exploitation Agricole a Responsabilité Limiteé (EARL) de 1985 . Asimismo, merecen mencionarse la Societé
Agricole belga, que data de 1979 , la Sociedad Agraria de Transformación de España, que fue introducida en 1981, con
antecedentes en agrupaciones de más antigua data, como así también es la Sociedad Agrícola de Rumania, adoptada en
1991 como cauce asociativo de sus nuevas estructuras productivas agrarias. En esta línea, se incorporaron
recientemente las Sociedades Agrarias creadas en Uruguay por la ley 17.777 del año 2004.
No es posible acá
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profundizar en los caracteres comunes y divergentes de todas estas figuras estudiadas comparativamente, pero sí
pueden enumerarse algunas peculiaridades recurrentes.En todos los casos disponen las leyes respectivas que se trata de
sociedades “civiles”, y delimitan su objeto con exclusividad al ejercicio de actividades agrarias; suelen exigir el
carácter de productores o propietarios rurales a los futuros socios, como así también que los socios que participan
directamente en la explotación ostenten una participación social mayoritaria ; tanto el capital como el número de socios
es variable y funciona en forma similar a las cooperativas. En materia de responsabilidad la solución es diversa, pero se
hace posible la opción de limitación. La situación de los bienes aportados suele ser peculiar. En algunas directamente
se descarta la posibilidad de aportarlos en propiedad, y en caso de receso el aportante recobra el uso y goce a la
finalización del ciclo agrario. Más uniforme aún es la situación de tales bienes en caso de disolución; se establece,
cuando fueron aportados en propiedad, que se le adjudicaran al aportante o bien se crea un derecho preferente de
adjudicación.
El segundo núcleo temático del “asociativismo agrario”, en el ordenamiento sistemático que formulamos, lo
constituyen las estructuras de “segundo grado” de colaboración entre empresas, genéricamente llamados “consorcios”.
Desde ya hablamos de colaboración asociativa entre empresarios, lo que también acá lleva a la distinción de otras
figuras consorciales vinculadas a la recomposición o saneamiento fundiario, servicios a los fundos, riego, conservación
de recursos, etc..., muchos de ellos caracterizables como “consorcios reales”, que agrupan también, o preferentemente, a
propietarios o titulares de derechos reales y no tienen por finalidad primordial la colaboración en la actividad entre
empresas agrarias.La esencia y función de la figura del “consorcio” entre empresas, en especial si la confrontamos con
la “sociedad”, resulta clarísima en un logrado concepto de Piras que me permito traducir y transcribir en sus trazos
principales : “Si en el pasado – dice el autor- el problema de fondo era el de crear, mediante el recurso a determinados
esquemas asociativos... un único centro de imputación para todas las relaciones inherentes a la empresa, hoy,
contrariamente, el problema es el inverso, o sea el de utilizar las figuras que permitan, en función de las cambiantes
exigencias, realizar más bien una adecuada disociación de la imputación, más allá de la subsistencia de una unitaria
esfera de intereses”, en el cuadro de la necesidad de la empresa de disponer de “una estructura articulada”. A ese
concepto general responde la opción consorcial más clara de la legislación argentina, esto es la “Agrupación de
Colaboración”, regulada a partir del articulo 367 y ss. en la ley de sociedades, aunque paradójicamente ( no es necesario
ni útil recordar los cuestionamientos al respecto) la misma ley declare que ni esas Agrupaciones ni las Uniones
Transitorias de Empresas, ambas introducidas por las modificaciones de la ley 22.903 de 1983, constituyen sociedades.
La figura, cuya utilidad para la asociación entre empresas agrarias ya ha sido destacada en otros trabajos, resulta similar
en su definición a la del “consorcio” del Art. 2602 del C. C. Italiano con su modificación de 1976, y tiene en su
estructuración bastante similitud con las que ese código denomina “consorcios con actividad externa”, aunque también
guarda notorias diferencias en especial en materia de responsabilidad hacia terceros.En la agrupación, lo mismo que en
el consorcio italiano, la organización común se constituye entre empresarios para facilitar o desarrollar “determinadas
fases de la actividad empresarial de sus miembros”. El empresario desarrolla el “ciclo global” de su empresa con
operaciones particulares que se denominan “fases”, cada una de las cuales está formada por un grupo específico de
trabajos, elaboraciones y actividades diversas organizadas hacia un resultado final. Cada fase, o varias de ellas, puede
ser objeto de estas organizaciones comunes o consorcios, y así el empresario la realiza en común con otros de forma tal
que se integre, articuladamente, en la actividad de su propia empresa. Ejemplo de estas fases trae la ley italiana 374 de
1976: adquisición de materias primas en común; creación de redes de distribución; prestación de asistencia técnica;
controles de calidad y otorgamiento de garantía de productos de las empresas asociadas; creación de marcas y
coordinación de la producción de los asociados, etc..
Finalmente, como tercer núcleo temático, ubicamos las “Asociaciones de Productores y sus Uniones”, que cumplen la
importante función de vincular asociadamente a los empresarios agrarios con el mercado y , fundamentalmente, con
otros sectores de las cadenas productiva. De allí que al referirse a esta particular figura y sus posibilidades en el
contexto de transformación de la política agraria europea, Romagnoli sostuvo que estaban llamadas a actuar como
“punto de encuentro entre política de las estructuras y política de los mercados” . Efectivamente el Reglamento n.
1360/78 de la CEE declara en su Art. 1 que las “asociaciones de productores” son instituidas para “obviar carencias
estructurales... en materia de oferta y comercialización de productos agrícolas... caracterizadas por un insuficiente
grado de organización de los productores”, luego establece las pautas para que actúen como vehículo en la introducción
de la producción de sus asociados al mercado. Su naturaleza jurídica resulta controvertida, pero fundamentalmente se
señala, diferenciándolos de los consorcios y cooperativas, su finalidad de tutela de los productores agrarios de un sector
o especialidad, y su función normativa , organizativa y, en algunos supuestos, publica, al participar en la programación
económica y estar habilitadas a dictar directivas con valor vinculante incluso para los no asociados. Estas instituciones
se puede decir que cierran el círculo de la organización asociativa de las empresas agrarias al actuar como vinculación
agrupada con el mercado, y también en la relación con la industria y el comercio en la contratación agro – industrial.
Conclusiones
Partiendo adecuadamente del presupuesto económico y político que introdujo como opción empresaria el denominado
“asociativismo agrario”, es posible en primer lugar determinar su objeto, para formular luego una construcción jurídica
sistemática. Así, al especificar el objeto en el de las formas jurídicas de las empresas resultantes de la agrupación de
varias explotaciones precedentes y de las unidades productivas comunes a varias empresas agrarias, se descartan
figuras colectivas que responden a otras premisas , y a la vez la descripción lo proyecta sistemáticamente en tres
nucleos en los que debe concentrarse la indagación : la empresa social, los consorcios y las asociaciones de productores.
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El estudio del derecho comparado nos indica que los modelos societarios han tenido que responder a las caracterísitcas
propias de la producción agraria y sus actores, para hacer viable la formación de empresas sociales entre agricultores
individuales. Ello se manifiesta, entre los principales aspectos, en las cualidades de los socios, sus prestaciones y
remuneraciones, la modalidad de los aportes , el retiro y la liquidación, etc.. Algunas de estas particularidades pueden
tener cabida en los tipos societarios actuales, en la medida que se trate de claúsulas posibles dentro del ámbito de
autonomía contractual de nuestro derecho societario . Sin embargo, se advierte una tendencia a crear tipos societarios
propios y específicos, en los que esas exigencias son apropiadamente contempladas, y que constituyen una referencia
de indudable utilidad para proyectarlo en el derecho nacional. Por su parte los consorcios o agrupaciones de
colaboración empresaria tienen reconocimiento en nuestra legislación, pero el derecho comparado demuestra que aún es
posible un desarrollo legislativo y contractual mucho más profundo y apropiado . Seguramente la figura de las
“asociaciones de productores” es la más novedosa del “asociativismo agrario”, y no tiene aún consagración entre
nosotros. No obstante, merece especial atención , pues en la nueva economía agraria, distinguida por su articulación en
redes contractuales y cadenas de productos, cumple el trascendente rol de insertar asociadamente a los productores para
actuar en forma organizada en la oferta y en la negociación con los otros sectores.
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