ingres y la tour: dos perfecciones opuestas

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DE LA CULTURA Y LA CIENCIA / PINTURA
rencia, por Rafael y la pintura del Quattrocento. No eran buenos tiempos para la lírica: los encargos oficiales –cuadros de tema
histórico– escaseaban, y, a disgusto, Ingres
empezaría a pintar retratos de amigos y luego de personajes adinerados o de la colonia
francesa en la capital italiana que le permitían sobrevivir. Había aprendido el arte clásico con un rigor que se muestra en la solidez de las líneas aplicado a las formas. Por
otra parte, se vio envuelto en la lucha entre
Antiguos y Modernos: a la cabeza del primer grupo, se enfrentó a Delacroix, que pronto sería adalid del Romanticismo.
‘La gran odalisca’, de Ingres.
INGRES Y LA TOUR: DOS
PERFECCIONES OPUESTAS
Por Mauro Armiño
de Ingres y sólo figura un cuadro en una colección particular, de la Casa de Alba. Prol vacío es más bien de la cabeza, cedentes sobre todo del Louvre y del museo
diría más o menos Machado an- de la ciudad natal del pintor, Montauban,
te el rimero de palabras que la con préstamos además de la Frick Collecpasada semana han importuna- tion, el Metropolitan y los Uffizzi, se expodo a los españoles que, ingenuos o malicio- nen sesenta obras comisariadas por Vincent
sos, aún no han perdido la esperanza. Lo úl- Pomarède, director de 2003 a 2014 del Detimo que se pierde: por eso hay quien atien- partamento de Pinturas del Louvre, y por el
de, incluso con fervor ajeno a cualquier ra- conservador del Prado Carlos González Nacionalidad, las salvas de fogueo de su líder; varro. Nueve secciones ordenadas cronolóalgunos huelen ya a naftalina; otros a formol. gicamente exhiben los grandes cuadros que
Demasiadas palabras que terminan lañando alternan en las paredes con otra faceta en la
los oídos. Por eso, mejor practicar el senti- que Ingres destacó sobremanera: dibujos, en
do de la vista, del gusto y, si se me apura, de muchos casos preparatorios de las pinturas.
un imaginativo olfato en las dos exposicioIngres no tardó en liberarse de los ejercines que ofrece el Museo del Prado, dos maes- cios con que se había iniciado en el taller de
tros, por motivos tan distintos, de la gran pin- su padre, escultor y pintor mediocre, para
tura: Ingres y La Tour, franceses de los siglos estudiar desde los dieciséis años en el taller
parisino de David, donde regía el arte neoXIX y XVII.
La muestra de Jean-Auguste-Dominique clásico con representaciones de pasajes hisIngres (1780-1867) se inauguró el 24 de no- tóricos que se remontaban a la Antigüedad
viembre, pero sigue abierta hasta el 27 de griega; el premio que recibió su lienzo Los
marzo; y es casi de obligada visita, no sólo embajadores de Agamenón le permitió ir a
por el lugar que ocupa en la historia de la Roma; Italia se convirtió en una primera papintura, sino porque las colecciones espa- tria artística, y en ella quedó fascinado, duñolas carecen de la mínima representación rante los 18 años que vivió en Roma y Flo-
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Retratos y odaliscas. Los enfrentamientos entre ambos fueron agrios, con cruces de denuestos y desprecios comparables a los del
Parlamento la semana pasada: cada uno pintaba la historia clásica desde puntos de vista
distintos: Ingres, con atención a las formas;
Delacroix, con un colorido vivo, se aventuraba en la historia contemporánea, en la Revolución (La libertad guiando al pueblo). Se
oponían también políticamente: según sus
contemporáneos, Ingres era un personaje engreído, aislado de la corriente innovadora,
que pinta retratos cargados con una buena interpretación psicológica de personajes del poder o de la alta burguesía: un artificioso Napoleón, Carlos X, La condesa de Haussonville, el expresivo y realista El señor Bertin, su
propio autorretrato. Ferviente partidario de
Napoleón, de Luis Felipe y de Napoleón III,
odiaba todo lo que olía a Revolución.
Tampoco a Ingres le gustaba moverse de
unos cuantos temas, sus temas: la historia,
el retrato, el estilo troubadour, la pintura religiosa y el orientalismo. Ésta es la sección
más conocida y más revolucionaria de una
pintura que explora con suntuosidad los cuerpos femeninos: desde 1808, la espalda de La
bañista de Valpinçon se convertirá para Ingres en un motivo de búsqueda de la belleza ideal; para eso, retuerce en todas sus pinturas unos cuerpos que su imaginación recrea: en las múltiples versiones de Ruggiero
liberando a Angélica, con sus Angélicas cautivas retorciéndose (compárense con los también contorsionados torsos de La muerte de
Sardanápalo, de Delacroix), o sus bañistas o
sus múltiples Odaliscas. El definido como
neoclásico aceptaba, revolucionándolo, uno
de los temas románticos por excelencia, tan-
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to en literatura como en pintura: el viaje a
Oriente. Viaje mental el de Ingres, con sensuales figuras que tienen en La gran odalisca su cuadro más conocido (un escándalo
en la época), aunque quizá el más representativo del hacer rupturista de Ingres sea
El baño turco, testamento artístico pintado
al final de su vida. Un Oriente cargado de
una carnalidad suave, donde los cuerpos se
agolpan rompiendo todo realismo de las formas. Ahí van a beber las vanguardias: en el
pintor más rígidamente clásico y reaccionario políticamente vieron las vanguardias del
siglo XX rupturas: sus estudios para ese cuadro (La mujer de tres brazos) o las posturas
de las Angélicas del tema de Ruggiero iban
a marcar todo el período clásico de Picasso,
por ejemplo: Ingres crea, según Vicente Pomarède, “melodías a través del cuerpo femenino”, un erotismo musicado, pictóricamente independiente de cualquier escuela
o moda: plenamente ingresco, que iba a servir para que Dalí, Man Ray, Picasso y Degas,
entre otros, convirtieran al pintor calificado
como “guardián del estilo” en puerta de la
vanguardia.
La poesía de la luz. La vida y obra de Georges de La Tour (1593-1652), cuya muestra
inaugurada en febrero estará abierta en el
Prado hasta el 12 de junio, no se parece en
nada a la de Ingres: prácticamente olvidado
desde su muerte, sin demasiados datos sobre su vida, fue redescubierto a finales del
XIX, aunque, de hecho, hasta hace cien años
no se iniciaron estudios rigurosos sobre una
obra escasa y de atribución muy controvertida. La muestra del Prado presenta 31 piezas, lo cual supone un esfuerzo ingente para un total de 40 obras de autenticidad confirmada del centenar de piezas que se supone que realizó; también por su distribución en 17 países. Pintor del duque de Lorena y momentáneamente de Luis XIII, trabajó sin apenas salir de Luneville, donde vivía con su esposa, miembro de una familia
noble.
La influencia de Caravaggio y de su tenebrismo está presente en los cuadros de La
Tour desde el inicio; aprendió los efectos de
luz y las escenas nocturnas, probablemente en los seguidores holandeses del italiano;
y también algunos de sus temas, escenas de
género en ocasiones de un realismo que ha
tacan por su dureza de visión Comedores
de guisante o Tañedor de zanfoña con una
mosca.
A diferencia de Ingres, no es la alta nobleza la que figura en los cuadros de La Tour,
que repite más de una vez en versiones que
alteran levemente el color y las formas: se
percibe en los cuadros del segundo grupo,
donde los colores se aclaran y la composición se vuelve más tranquila, estática si no
fuera porque cada rostro es un retrato psicológico de la
malicia o la astucia, por ejemplo en las dos
versiones de El
tramposo del as
de diamantes, o
en La buenaventura; son
obras maestras,
con rostros planos de color
pero vivos por
la intención de
las miradas y
los gestos, con
las
manos
–tramposas o
ladronas– convertidas casi en
imán para la
mirada del espectador. En el
Arriba, ‘La buenaventura’; abajo, ‘Mujer espulgándose’, ambas de La Tour.
último apartado se concentran los claroscuros más fuertes: escenas de género y religiosas iluminadas por un eje de luz que brota de una vela, una lámpara, un brasero; pero la religión
sólo está inscrita en el título, pues en realidad sus protagonistas son los personajes del
primer grupo: una sirvienta espulgándose,
dos magdalenas penitentes, adoración de
pastores, un recién nacido mirado por dos
mujeres que pueden ser, aunque no es necesario, santa Ana y la Virgen, y cuyo sentido religioso se les ha devuelto por la utilización de escenas bíblicas del periodo; el
resultado es más laico que religioso. Pero es
la delicada luz que inunda los rostros (Niña
soplando un brasero, Niño soplando una lámpara, las magdalenas) la que crea la fuerza
y la poesía de estos cuadros, reforzada por
la tensión relajada de las formas. l
permitido pensar en cierta influencia de la
pintura española, tema éste estudiado en el
catálogo por Andrés Úbeda, conservador de
pintura italiana y francesa del Prado, que ha
comisariado la muestra junto a Dimitri Salmon, conservador del Louvre. Dividida en
tres apartados, la exposición reúne en el primero cuadros con mendigos, campesinos,
personajes depauperados por el hambre y
la miseria o jugadores de cartas y músicos
ciegos, como protagonistas; entre ellos des-
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