Uno, dos, tres; Billy Wilder

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Pese a los años transcurridos y al ocaso de las ideologías, el humor que infundió Billy Wilder en esta comedia
conserva hoy toda su vigencia. El Berlín Occidental sirve de escenario para la confrontación de los antiguos
bloques, sintetizada en la odisea de McNamara (James Cagney), un ambicioso representante de Coca−Cola.
Sus peripecias permiten al director poner en solfa los esterotipos del comunismo y del capitalismo, a través de
un magnífico guión, escrito en colaboración con I.A.L.Diamond, que sirve de base a una de las mejores
comedias de la historia del cine. El film no concede al espectador un solo momento de respiro, y la acción
continua, aunque sencilla, que enmarcan los decorados de Alexander Trauner, queda también potenciada y
acertadamente subrayada por las trepidante música de André Prévin.
Los personajes presentan un diseño caricaturesco; la típica familia americana del protagonista contrasta con su
entorno de trabajo; por él circula una galería de personajes de la Alemania derrotada, presentados con humor y
ternura, cuyor problemas económicos se presentan con sutileza, y en acusado contraste con la prosperidad del
hombre de negocios americano: desde los ex−nazis ocupados en borrar un pasado que les avergüenza (como
Schlemmer, o el periodista), hasta los que se preocupan tan sólo de su propia supervivencia (la secretaria
Ingeborg, el conde Von Droste−Schatemburg, y Fritz, el chófer). Forman un conjunto de personajes planos a
menudo caracterizados por un único rasgo, o que introducen guiños puntuales, como el médico que tararea
continuamente las Walkirias; sin embargo, son esenciales para el juego cómico; destacan la marcialidad y el
servilismo de Schlemmer, reconvertido en esbirro del capitalismo, que hace inútiles esfuerzos por olvidar sus
antiguas costumbres, e incluso finge haber olvidado quién era Adolf.
El guión plantea continuamente situaciones propicias para la confrontación ideológica de los personajes en
animados diálogos, salpicados de agudezas, juegos de palabras, chistes políticos, y algunos chistes visuales; el
comunismo aparece representado por la comisión soviética encargada de entablar tratos comerciales con la
Coca−Cola; esto permite sacar partido de oposiciones tópicas relacionadas con ambas ideologías, como:
cultura−dinero, adustez sensualidad, además de acentuar cierta envidia, por parte de los comunistas, de
determinados aspectos del mundo capitalista, sintetizados en la seducción de la omnipresente bebida, con la
que el personaje interpretado por Cagney pretende llevar a cabo su particular colonización; de ahí que su
esposa, Phyllis (Arlene Francis), que se caracteriza, a lo largo de todo el film, por su feroz ironía, le lllame
burlescamente "Mein Führer". La insaciable ambición de McNamara representa así una crítica de la reducción
de la realidad a sus aspectos puramente económicos.
Pronto descubriremos la falsa seguridad y el poder aparente del protagonista, totalmente subordinado a un
jefe, el Sr. Hazeltime, despótico desde su lejana Atlanta, a través del hilo telefónico; éste, que aparece
caracterizado con todos los tópicos sureños, será el principal desencadenante de la acción. Sin embargo,
McNamara, con todos sus afanes de mando −a golpe de "uno−dos−tres"− se ve obligado a desempeñar el
papel de niñera con Scarlett, la díscola hija del jefe sureño.
Dos meses después, se nos muestran los cambios que ha provocado su irrupción en la vida del protagonista,
cuyas ambiciones de ascenso en la empresa se verán truncadas sucesivamente por cada una de las
interferencias de la familia del jefe, hasta la aparición final de éste con su esposa Melania. Esta línea de la
acción sirve a los guionistas para ejemplificar las contradicciones e inconvenientes del sistema capitalista. En
este sentido la actuación del protagonista es tan servil como la de Schlemmer, pese a que, a su vez, utilice a
sus trabajadores como si de auténticos siervos se tratara, y a que no tenga reparos en utilizar como cebo a su
secretaria, llegando a ofrecérsela a los comunistas −todo en aras de su propio ascenso laboral−, oferta que
ellos aceptarán con regocijo. Aparece aquí, formando parte de las astucias de McNamara, el travestismo
forzado de Schlemmer, elemento que también se da en Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959).
El diseño caricaturesco de los personajes queda resaltado por su agrupación en triángulos en la configuración
de numerosas escenas del film; destacan el triángulo hombre de negocios−secretaria−esposa; y ya avanzada la
acción del film, se formará otro triángulo de personajes: McNamara−novio berlinés oriental de Scarlett−y la
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nueva Scarlett transformada por el ideario comunista. Esta transformación superficial constituye un nuevo
ingrediente para el humor, al verter el personaje su reciente educación comunista en unos esquemas
capitalistas hasta la médula. A esto hay que añadir el violento contraste entre los discursos idealistas de Otto y
el pragmatismo del protagonista.
Los espacios se amplían en la segunda parte de la película; al despacho de McNamara se añaden su domicilio,
y también el Berlín Oriental: la aduana, la comisaría de policía, y el antro de lánguidas veladas soviéticas de
ajedrez y bailes de camaradas; aquí causará un gran impacto Ingeborg, personaje a través del cual se presenta
de forma ácida la imagen de la mujer en la sociedad capitalista como bien de consumo.
Phyllis, que encarna la humanidad −frente a la ceguera afectiva y el afán crematístico del protagonista−, es, en
último extremo, el motor de la acción, pues es quien sugiere que se rescate a Otto del otro lado del telón de
acero.
En la última parte del film, en que la acción se acelera y se complica enormemente, está continuamente
presente en los diálogos, como elemento cómico, la inconsciencia de Scarlett, unida al ingenuo idealismo de
Otto Piffl, el "pollo del Kremlin"; Cagney dará réplicas punzantes a ambos. Al poner en marcha toda la
parafernalia del sistema capitalista −de nuevo en aras de un ascenso laboral que está condenado a no lograr−,
se propicia una reflexión sobre lo superfluo de aquélla. A la vez se alcanza del clímax en la confrontación
ideológica, punteada burlescamente por el reloj de cuco del que sale el tío Sam, que tiene la función de
culminar los momentos cómicos, junto con los involuntarios taconazos de Schlemmer. La anticipación
desempeña un papel importante a lo largo de toda la película, en los motivos del globo y del reloj de cuco,
elementos cruciales para la acción.
El idealismo de Otto y sus convicciones se tambalearán con su conocimiento de la traición y de la corrupción
de uno de los miembros de la comisión y su propia experiencia reciente. A esto se añadirá el inesperado
enfrentamiento conyugal entre McNamara y Phyllis, plasmado con tintes tragicómicos, y que confluirá con la
acción que gira en torno a Otto y Scarlett. La "capitalización" del comunista Otto tendrá lugar rápidamente,
primero por la fuerza (en un paralelismo con la tortura policial a base de rock and roll que había sufrido
previamente), y luego por propia voluntad: el hecho de que acabe citando, sin saberlo, la constitución
americana, prueba que el director tenía ya en aquel momento una consideración escéptica, avanzada para su
época, de ambos sistemas políticos.
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