Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la

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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
JUAN ALBERTO DIAZ WIECHERS ©
BREVE INTENTO DE EXPLICACION DEL
CURSO Y DE LA CONTINUIDAD DE LA
HISTORIA DE LA CIVILIZACION
OCCIDENTAL
Volumen I: Desde los Pueblos
Indoeuropeos hasta la Caída de
Constantinopla.
Introducción.
PRIMERA PARTE – LOS ORIGENES
1.2.3.4.5.-
El Relato Bíblico de la Creación del Mundo.
Los Pueblos Caucásicos.
Los Pueblos Indoeuropeos.
Los Fenicios.
Los Hebreos.
SEGUNDA PARTE – GRECIA Y EL HELENISMO
6.7.8.9.10.11.12.13.14.15.16.17.18.19.20.21.22.23.24.-
La Civilización Minoica en la Isla de Creta.
La Grecia Arcaica o Micénica.
La Religión Olímpica.
Las Grandes Leyendas Heroicas.
La Leyenda de Troya.
El Mito de la Atlántida.
La Grecia Pre-Clásica.
El Origen del Pensamiento Griego.
Las Polis Griegas.
El Estado Ateniense o Ático.
El Estado Espartano o Lacedemonio.
El Surgimiento del Imperio Persa Aqueménida.
Las Guerras Médicas.
La Hegemonía Ateniense.
La Acrópolis de Atenas.
La Cúspide de la Civilización Griega Clásica.
Los Tres Grandes Filósofos: Sócrates, Platón y Aristóteles.
Las Corrientes Filosóficas Menores.
Las Guerras del Peloponeso.
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Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
25.26.27.28.29.30.31.32.33.34.35.36.37.38.39.40.41.42.43.44.45.46.47.48.49.50.51.52.53.54.55.56.-
Razones de la Derrota Ateniense.
La Hegemonía Espartana.
La Hegemonía Tebana.
La Riqueza de Siracusa.
La Decadencia Espiritual de la Hélade.
Filipo II y la Hegemonía Macedónica.
Alejandro Magno y la Conquista del Mundo.
La Hélade al Fallecimiento de Alejandro.
La Desintegración del Imperio Alejandrino.
La Civilización Helenística.
El Reino Post-Alejandrino de Macedonia.
La Hélade en la Época Helenística.
Los Griegos Occidentales en la Época Helenística.
El Gran Imperio de Asia de Seleuco.
El Nacimiento del Reino de los Partos.
La Estabilización del Reino Seléucida y el Primer Choque con Roma.
El Reino Seléucida reducido a Siria.
El Reino de los Ptolomeos o Lágidas en Egipto.
La Gran Biblioteca de Alejandría.
Los Sabios Alejandrinos.
El Reino Griego de Epiro.
El Reino de los Atálidas en Pérgamo.
El Reino de Bitinia.
El Reino de Ponto.
El Reino de Capadocia.
El Reino Griego de Bactriana.
Los Reinos Griegos de la India.
El Reino del Bósforo de Crimea.
La Hélade bajo la Pax Romana.
El Helenismo bajo Roma.
Las Siete Maravillas del Mundo Antiguo.
La Invasión de los Celtas o Galos.
TERCERA PARTE – ROMA Y SU CIVILIZACION
57.58.59.60.61.62.63.64.65.66.67.68.69.70.71.72.73.-
Los Pueblos de la Península Itálica.
La Leyenda de la Fundación de Roma.
Los Reyes de Roma.
La Historia Tangible de los Orígenes de Roma.
La República Romana y su Estructura Política.
La Estructura Social Republicana.
La Ley de las Doce Tablas y el Origen del Derecho Romano.
La Familia Romana.
La Religión Romana.
La Expansión de Roma por la Península Itálica.
La Primera Guerra Púnica.
Aníbal y la Segunda Guerra Púnica.
La Tercera Guerra Púnica y la Destrucción de Cartago.
Las Guerras Macedónicas y la Anexión de Grecia.
La Expansión de Roma por Europa Occidental.
Las Guerras contra Yugurta y la Expansión en África.
El Primer Enfrentamiento entre Roma y los Germanos.
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Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
74.75.76.77.78.79.80.81.82.83.84.85.86.87.88.89.90.91.92.93.94.95.96.97.98.99.100.101.102.103.104.105.106.107.108.109.110.111.-
Las Guerras contra Mitrídates y las Anexiones en Oriente.
Las Luchas Sociales: Tiberio y Cayo Graco.
El Declive del Orden Republicano: Sila y Mario.
Espartaco y la Rebelión de los Esclavos.
Pompeyo.
La Conspiración de Catilina.
El Primer Triunvirato.
César y la Conquista de la Galia.
La Tragedia de Craso en Oriente.
La Guerra Civil entre César y Pompeyo.
Julio César, Amo de Roma.
Los Idus de Marzo y el Asesinato de César.
El Segundo Triunvirato.
Marco Antonio y Cleopatra.
Augusto y el Principado.
La Gloria de la Lengua Latina.
El Origen de la Dinastía Julio-Claudia.
Los Sucesores de Augusto.
El “Año de los Cuatro Emperadores”.
La Dinastía de los Flavios.
La Dinastía de los Antoninos.
La Civilización Romana en su Cúspide.
Cómodo y el Comienzo de la Decadencia del Imperio Romano.
La Anarquía posterior a la muerte de Cómodo.
La Dinastía de los Severos.
El Fin del Principado y la Crisis del Siglo III.
La Anarquía Militar y la Cuasi-Desintegración.
El Imperio Gálico.
Las fronteras del Rhin y el Danubio se vuelven permeables.
El Surgimiento del Segundo Imperio Persa.
El Reino de Palmira: Odenato y Zenobia.
La Obra Reconstructiva de los Emperadores Ilirios.
Diocleciano y la Recuperación Absolutista.
Diocleciano y la Tetrarquía.
La Civilización Romana en el Siglo IV.
La Sucesión de Diocleciano.
El Ascenso de Constantino I El Grande.
La Fundación de Constantinopla.
CUARTA PARTE – ROMA Y EL CRISTIANISMO
112.113.114.115.116.117.118.119.120.121.122.-
La Crisis de la Religión Oficial Romana.
Judea en la época Helenística.
Judea como Reino Cliente de Roma.
La Destrucción del Segundo Templo.
La Ruina Final del Judaísmo Palestino.
Los Samaritanos.
Jesucristo y el Surgimiento del Cristianismo.
El Desarrollo del Cristianismo.
Las Persecuciones.
Constantino y el Triunfo del Cristianismo.
La Consolidación del Cristianismo.
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Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
123.- Los Conflictos Teológicos del Cristianismo.
124.- Los Grandes Pensadores Cristianos.
QUINTA PARTE – EL MUNDO ROMANO DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA
125.126.127.128.129.130.131.132.133.134.135.136.137.138.139.140.141.142.143.144.145.146.147.148.149.150.151.152.153.154.155.156.157.158.159.160.161.162.163.164.165.166.-
Los Germanos.
Los Sucesores de Constantino.
La Dinastía de Valentiniano.
La Tragedia de Adrianópolis y el Preludio del derrumbe.
Teodosio I El Grande.
Arcadio en Oriente y Honorio en Occidente.
El Mundo se Derrumba: El ingreso incontenible de los Bárbaros.
Estilicón.
Alarico y la “Caída” de Roma.
La Invasión de las Provincias Occidentales.
El Ocaso de Honorio.
El Reinado de Valentiniano III y la pérdida de África.
La Autoridad Imperial en Occidente reducida a Italia.
Atila, el Azote de Dios.
Los Vándalos y el Segundo Saqueo de Roma.
Ricimero y el Imperio Fantasma en Occidente.
Odoacro y la Disolución del Imperio de Occidente.
El Gobierno de Teodorico en Italia.
La Dinastía de Teodosio I en Oriente.
La Dinastía Leóntida o Tracia.
La Supervivencia del Estado Romano en Oriente.
Justiniano I El Grande y Teodora.
San Vitale y Santa Sofía.
El Corpus Iuris Civilis.
Las Reconquistas de Justiniano: Belisario y Narsés.
El Reestablecimiento de la Autoridad Imperial en Occidente.
La Gran Plaga de Peste Bubónica.
La Ruina Final de la Ciudad de Roma.
La Invasión de los Lombardos y la Desintegración Parcial de la Obra de
Justiniano.
La Italia Imperial.
La Italia Lombarda.
La Dinastía de Justiniano.
La Usurpación de Focas I.
Heraclio y la Gran Victoria sobre Persia.
El Origen de los Reinos Embrionarios Romano-Germánicos de Europa
Occidental.
La Galia Post-romana.
Las Tres Monarquías Germánicas en la Galia Post-romana.
La Hispania Visigoda.
La Invasión y Conquista Anglosajona de Britania.
La Desromanización en las Zonas del Rhin y el Danubio.
Los Germanos todavía ajenos a la Civilización Romano-Católica.
La Entrada de los Eslavos a la Historia.
SEXTA PARTE – LA ALTA EDAD MEDIA
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167.168.169.170.171.172.173.174.175.176.177.178.179.180.181.182.183.184.185.186.187.188.189.190.191.192.193.194.195.196.197.198.199.200.201.202.203.204.205.206.207.208.209.-
Los Árabes.
Mahoma y el Surgimiento del Islam.
La Avalancha Islámica sobre el Mundo Romano.
La Expansión Islámica hacia el Este y el Sur.
Los Califatos de Damasco y Bagdad.
La Civilización Árabe Medieval.
Cristianismo y Judaísmo bajo el Islam Árabe.
La Coexistencia de las Religiones en la España y Sicilia Musulmanas.
Los Reinos Cristianos de África.
La Armenia Cristiana.
La Georgia Cristiana.
Las Invasiones de los Pueblos Asiáticos.
El Poblamiento del Báltico.
El Renacer del Imperio Romano Helenizado.
La Dinastía de Heraclio.
La Anarquía entre dos Dinastías.
León III y la Dinastía Isauria.
La Pérdida Definitiva de Ravena y Roma.
La Dinastía Fócida y la Amenaza Búlgara.
La Dinastía Frigia.
El Origen de la Dinastía Macedonia.
Constantino VII Porfirogénito y su Época.
Basilio II Bulgarotóctono: La Nueva Grandeza y el Esplendor del Imperio
Romano de Oriente.
La Hélade durante el Imperio Tardío.
La Estructura Política y Económica del Imperio de Oriente.
La Nueva Roma y la Civilización Bizantina.
Iglesia y Estado en Oriente y Occidente.
Cristianismo Latino y Cristianismo Griego.
Diferencias Doctrinales entre Roma y Constantinopla.
Los Cantos Monásticos Occidentales y Orientales.
La Controversia Iconoclasta y el Cisma de Oriente.
La Incorporación y Cristianización de los Pueblos Eslavos.
El Ascenso de la Dinastía Carolingia.
Carlomagno y su Obra.
La División del Imperio Carolingio.
El Orden Europeo Postcarolingio.
La Unificación de la Inglaterra Anglosajona.
Los Vikingos.
Las Nuevas Lenguas Romances.
Los Nuevos Idiomas Germánicos.
El Retroceso de las Lenguas Célticas y Prerromanas.
El Nuevo Orden en ciernes.
El Gran Espacio Lingüístico Eslavo.
SEPTIMA PARTE – LA BAJA EDAD MEDIA.
210.211.212.213.-
El Mundo Cristiano hacia el Año 1.000 de Nuestra Era.
El Declive y Final de la Dinastía Macedonia.
La Pérdida Romana de Anatolia y sus Consecuencias.
La Salvación y Estabilización con los Comneno.
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214.215.216.217.218.219.220.221.222.223.224.225.226.227.228.229.230.231.232.233.234.235.236.237.238.239.240.241.242.243.244.245.246.247.248.249.250.251.252.253.254.255.256.257.258.259.260.261.262.263.264.265.-
El Final de los Comneno.
Los Ángel y el Declive sin Retorno.
Las Nuevas Formas Artísticas de Occidente.
El Triunfo Definitivo de las “Lenguas Vulgares” en la Europa Occidental
Medieval.
Santo Tomás de Aquino.
Las Hambrunas y las Plagas.
El Sacro Imperio Romano-Germánico.
Los Monarcas del Sacro Imperio.
El Sacro Imperio y sus Conflictos Internos.
La Liga Hanseática y el Sacro Imperio.
Los Cantones Suizos y el Sacro Imperio.
Los Países Bajos y el Sacro Imperio.
El Drang nach Osten y la Expansión del Sacro Imperio.
La Cruzada de la Orden Teutónica en el Báltico.
El Proceso de la Germanización a Fines de la Edad Media.
Bohemia y el Sacro-Imperio.
Bohemia y el Conflicto Husita.
La Italia del Sacro-Imperio.
La Ciudad de Roma Medieval y el Estado Papal.
Las Vicisitudes Históricas de la Roma Medieval.
El Arelato del Sacro-Imperio.
Las Repúblicas Marítimas Italianas.
El Estado Normando en el Mediodía de Italia.
Nápoles y Sicilia bajo los Hohenstaufen.
La Debilidad Intrínseca de la Inglaterra Anglosajona.
La Conquista Normanda de Inglaterra.
La Inglaterra Anglo-Normanda.
Caledonia, Alba y Escocia.
Las Guerras Escocesas de Independencia.
La Irlanda Céltica.
La Conquista Anglo-Normanda de Irlanda.
La Cristianización de los Vikingos Escandinavos.
Noruega.
Islandia, Groenlandia y Vinland.
Dinamarca.
Suecia.
Escandinavia y la Unión de Kalmar.
Los Reyes de Francia.
La Pugna por la Centralización Real de Francia.
Francia y la Guerra de los Cien Años.
El Cautiverio de Aviñón y el Gran Cisma de Occidente.
El Declive del Poder Árabe en España.
Los Reinos Cristianos Ibéricos: Castilla-León.
Los Reinos Cristianos Ibéricos: Navarra.
Los Reinos Cristianos Ibéricos: Aragón-Cataluña.
Los Reinos Cristianos Ibéricos: Portugal.
La Reconquista Cristiana de España.
España Concluida la Etapa Principal de la Reconquista.
Polonia.
Polonia-Lituania.
Hungría.
Los Principados Valacos.
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266.267.268.269.270.271.272.273.274.275.276.277.278.279.280.281.282.283.284.285.286.287.288.289.290.291.292.293.294.295.296.297.298.299.-
Croacia y Carniola.
Serbia.
Bulgaria.
La Herejía Bogomil.
Los Varengos y la Rusia de Kiev.
El Gran Ducado de Moscovia.
El Judaísmo Medieval.
La Primera Cruzada, la Victoriosa.
El Esplendor de los Estados Francos en Tierra Santa.
Saladino.
La Precariedad y Derrumbe Final de los Estados Cruzados.
El Saqueo latino de Constantinopla y sus Consecuencias.
El Imperio Latino de Romania.
Los Estados Sucesores del Imperio Romano de Oriente.
El Imperio de Nicea.
La Reconquista Nicena de Constantinopla.
El Imperio de Trebizonda.
El Despotado de Epiro.
La Dinastía de los Paleólogo.
Carlos de Anjou y las Vísperas Sicilianas.
El Reino Aragonés de Sicilia.
El Establecimiento de los Estados Francos en Grecia.
El Retorno de la Hélade a la Historia de la mano de los Señores Francos.
La Intervención Catalano-Aragonesa en Grecia.
El Declive de los Estados latinos en Grecia.
El Despotado de Morea.
El Mundo Mediterráneo Cristiano.
La Invasión Mongola.
Marco Polo en la Corte Mongola.
La Aventura Nestoriana en el Lejano Oriente.
La Ruta de la Seda.
La Segunda Invasión Mongola: Tamerlán.
Los Turcos Selyúcidas y el Sultanato de Rum.
El Nacimiento del Imperio Turco Otomano y su Avance por Anatolia y los
Balcanes.
300.- La Caída de Constantinopla y el Fin del Imperio Romano.
301.- Los Últimos Centros Cristianos en Levante.
Epílogo: El Occidente al Momento de la Caída de Constantinopla.
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INTRODUCCIÓN
La Historia es un proceso continuo, que fluye como el agua de un río. Nunca se detiene
realmente, hasta que llega al mar. Puede que los ríos se separen del tronco principal,
pero por mucho tiempo seguirán portando las mismas aguas que alguna vez salieron
del fluyente original. Sin ser un historiador profesional, pero sí un amante aficionado
de la Historia, he tenido, a lo largo de mi vida, la posibilidad de analizar esta
circunstancia. Pues así como los ríos lo son, también la historia es efectivamente
continua, un perpetum mobile inclasificable.
El motivo que me ha llevado a escribir esta obra es básicamente tratar de presentar
ante los lectores no especializados en Historia, pero interesados en conocerla en forma
lógica y explicativa, una interpretación lineal y continua de la evolución de la
Civilización Occidental. Generalmente la Historia se presenta a los lectores por
capítulos, que dan una idea de diversas épocas aisladas de la evolución histórica, pero
no necesariamente dejan claros los vínculos entre una época y otra, entre un proceso y
otro.
Es común analizar la Historia en forma estructurada, como Grecia, Roma, Edad Media,
etc., pero no se presenta al lector en términos continuos la evolución y transición de
una etapa a otra. Por ejemplo, la historia de la civilización griega no termina con la
muerte de Alejandro, sino que sigue con los reyes helenistas y con el Imperio Romano,
y finalmente toma la forma bizantina, todo como una continuidad de un mismo todo
orgánico. Tampoco la historia particular de la Hélade acaba con la hegemonía
macedonia, sino que sigue, en decadencia, por muchos siglos, aunque más alejada del
relato conocido.
La historia de Roma no termina con la deposición de Rómulo Augústulo en 476, sino
que sigue bajo legítimos emperadores por otros 1.000 años. El Imperio Romano nunca
se dividió en dos mitades, como cree mucha gente. La ciudad de Roma no cayó bajo el
dominio de los bárbaros en el siglo V D.C., sino que continuó como parte del Imperio
Romano hasta el siglo VIII. Los reinos bárbaros de Europa Occidental no significaron
inicialmente un quiebre con el Imperio Romano, sino que aparentaron ser más bien
una reorganización administrativa más o menos provisional y necesaria de las regiones
occidentales del Imperio.
La conquista árabe y la islamización del mundo oriental no fue un proceso tan
cuadriculado como se cree, sino que estuvo lleno de matices. El quiebre entre las
Iglesias Católica Romana y Ortodoxa deriva de un proceso mucho más complejo de
alejamiento que lo que se cree generalmente. Y todos estos matices son los que he
querido plasmar en forma simplificada en este libro.
Los especialistas de la Historia tienen claro lo que señalo en esta obra, pero no así los
legos. Esta obra está enfocada a ellos, a quienes sin ser historiadores desean entender
y hacerse de una idea simplificada, explicativa, estructurada y lógica del curso de la
evolución de nuestra Civilización Occidental. Por ello, esta obra no abarca extensos
pero escasos capítulos, sino que más bien muchos pero cortos de los mismos, y
justamente por eso: para demostrar que los procesos históricos no pueden dividirse
tan cuadriculadamente, pues todos forman una cadena relacional con etapas tanto
previas como posteriores. Así entiendo yo al menos la evolución y la involución de
nuestra Civilización Occidental. Al escribirla pienso en mis hijos, a los que me gustaría
explicarles mi interpretación del proceso histórico global del que nosotros y nuestros
antepasados formamos parte. Ojalá sirva a los lectores para hacerse una idea cabal de
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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
cuál fue su pasado, cuáles son las bases culturales de su presente, y el origen de su
futuro.
Por motivos prácticos he decidido dividir esta obra en dos volúmenes: el primero es el
que ahora se presenta, que va desde el origen de los pueblos indoeuropeos hasta la
caída de Constantinopla en 1453, una fecha muy significativa, en realidad no por ser la
simple fecha “oficial” del fin de la Edad Media, sino por representar el final definitivo y
verdadero del último baluarte de la gran civilización grecorromana y por ser el último
capítulo del proceso de surgimiento, desarrollo, grandeza, decadencia, múltiples
resurrecciones y caída final de esa gran construcción humana que fue el Imperio
Romano. Consecuentemente, como norma general, los diferentes capítulos de esta
obra enfocados a la multitud de ramas en que se divide nuestra historia, llegan hasta
mediados del siglo XV, por mucho que se dejen esbozados algunos procesos
posteriores de fines de dicho siglo o del siglo XVI. Una segunda parte de esta obra
pretenderá abarcar desde mediados del siglo XV hasta el verano boreal de 1914, fecha
que para muchos representa el comienzo objetivo de la decadencia de la Civilización
Occidental que conocemos.
Para efectos meramente referenciales, he efectuado una división muy arbitraria del
primer volumen de esta obra, el que ahora se ofrece al lector: una Primera Parte, que
es más bien introductoria, se refiere a los orígenes de nuestra identidad cultural; una
Segunda Parte se refiere en términos generales a “Grecia y el Helenismo”; y una
Tercera Parte a “Roma y su Civilización”, hasta la fundación de Constantinopla. La
Cuarta Parte, “Roma y el Cristianismo”, se aparta brevemente del hilo principal del
relato, pero éste se retoma con las Partes Quinta y Sexta, correspondientes,
respectivamente, a esos períodos bastante indeterminados que pudiéramos llamar
“Antigüedad Tardía” y “Alta Edad Media”, todavía dominados, en mayor o menor
medida, por el hilo conductor del Imperio Romano Tardío. Finalmente se concluye con
una Séptima Parte dedicada a la “Baja Edad Media”, en que encontramos una
diversidad de procesos históricos que ya no tienen como único hilo conductor a la
Roma Tardía, aunque ésta no deja de ser, para efectos de nuestra obra, todavía el
principal.
El lector podrá considerar que se le ha dado preferencia a algunos temas por sobre
otros; es posible que así haya sido. Pero recordemos que ésta es una obra bastante
personal, y que por lo tanto puede caer en subjetividades involuntarias. Pero, de
cualquier forma, es un trabajo que puede ayudar a mucha gente a interesarse por
recorrer el río continuo de nuestra propia Historia. Esperemos que así sea.
Juan Alberto Díaz Wiechers
En Santiago de Chile, a 20 de julio de 2015.
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PRIMERA PARTE – LOS ORIGENES
1.- El Relato Bíblico de la Creación del Mundo.
Es tan difícil saber cuál fue el origen del Mundo y del Hombre. No sabemos a ciencia
cierta cómo se dio la evolución de la Tierra en que vivimos, aunque tenemos claro que
fue un proceso de miles de millones de años. Desde lo que ahora se llama el Big Bang,
esto es la gran explosión que supuestamente generó el universo, hasta el nacimiento
de los planetas, y con ellos del tercer planeta del sistema solar que gira alrededor de la
estrella llamada “Sol”, y tras esto el nacimiento de la vida vegetal y animal,
inicialmente como organismos microscópicos en el mar, luego como animales más
desarrollados marinos, y después como formas animales superiores, primero reptiles y
luego mamíferos. Hasta que en algún momento una especie empezó a surgir
dominando a las demás, primero bajo formas primitivas e inferiores de evolución, que
por su inferioridad no pudieron perpetuarse, hasta llegar a la figura máxima de la
Creación, el Homo Sapiens, y a sus subespecies o a sus razas diferenciadas, muy
posiblemente surgidas como resultado de procesos paralelos y no tanto de un solo
ancestro común.
La ciencia y la paleontología nos han explicado bastante bien el proceso, o han tratado
de explicárnoslo. Pero cada día aprendemos más, nos acercamos a nuevos
conocimientos que nos explican mejor la verdadera –o la posible- historia del universo.
Nos falta, desde luego saber, en qué momento alguna fuerza creadora más allá de
nuestro entendimiento inició todo el proceso, o si éste surgió espontáneamente de la
nada. Eso está más allá de nuestro intelecto.
De cualquier forma, por mucho que sepamos que no puede ser tomado bajo ningún
aspecto al pie de la letra, el Hombre Occidental actual ha recibido una tradición
metafísica del origen del Universo y del Hombre, que es conveniente recordar en estas
líneas: el relato bíblico del Génesis, que, tal vez imperfectamente, presenta,
simbólicamente, una pretensión de explicación condensada, de nuestro origen.
La Biblia, o más bien lo que conocemos como el Antiguo Testamento, es una
recopilación de historias de origen muy diverso. En algunas puede distinguirse algún
antecedente histórico, mientras que otras no nos queda más que analizarlas más bien
simbólicamente. De cualquier forma, tengan estos relatos lo que puedan tener de real
o histórico, por la pura influencia que han tenido en nuestro pensamiento, merecen un
lugar en estas líneas, si no como fuente histórica, desde luego sí como parámetro
cultural. Además, y esto es muy importante, esta tradición bíblica es común a las tres
grandes confesiones monoteístas de la historia: el Judaísmo, su variante el
Cristianismo, y la variante de los dos últimos, el Islam.
De acuerdo a nuestra tradición Yahvé, Dios, es Eterno. No tiene ni principio ni fin. Pero
Dios administraba el Caos, la Nada, hasta que en un momento decide crear el
Universo. Esto, según la Biblia, y aunque nosotros sabemos bien que no fue así,
simbólicamente lo efectuó en seis días. En este período creo el universo, el sol, el cielo
y las estrellas, el día y la noche, la tierra y los mares, las plantas y los animales, y el
sexto día, a su imagen y semejanza, a su criatura superior: el Hombre. Lo confeccionó
en barro y luego, soplando, le concedió el Don de la vida. Y el séptimo día Dios,
habiendo contemplado su obra, descansó.
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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
Pero Dios, viendo que el primer Hombre, Adán, estaba solo, le creó, a partir de una
costilla suya, una compañera, la primera mujer, Eva. Y ambos vivían felizmente en el
Paraíso Terrenal, en el Edén, en un mundo libre de pecado. Pero Dios había prevenido
a Adán y Eva de abstenerse del pecado. El símbolo de esto es la manzana del árbol
prohibido, que Dios les había exigido no tocar bajo ningún aspecto. Pero la tentación
humana fue superior a su amor a Dios. El demonio, el ángel caído del mal, Lucifer,
sublevado contra su Creador, metamorfoseándose en serpiente, tentó a Eva a comer
del fruto prohibido. Eva accedió, y habiendo caído en el pecado incitó a Adán a hacer lo
mismo. Habiendo la primera pareja humana desobedecido a Dios, Éste, muy
contrariado, los expulsó del Paraíso, pero les hizo ver que seguiría cuidando de ellos. A
esta pareja les dio dos hijos, Caín y Abel. Abel con su comportamiento se ganó el favor
de Dios, lo que creó gran resentimiento en Caín, el cual, corroído por los celos, asesinó
a su hermano.
De cualquier forma, Adán y Eva tuvieron más descendencia, y de ella comenzó a
multiplicarse la especie humana, por muchas generaciones. Pero la maldad
acompañaba al hombre, y Yahvé, el Dios justiciero y castigador del Antiguo
Testamento –muy distinto al Dios de amor del Nuevo Testamento- decidió acabar con
su maldad. Así que, tras encontrar al único hombre justo al que valía la pena salvar,
Noé, Dios le encomendó comenzar a construir un arca, un barco gigantesco, en la cual
pudiera embarcar a toda su familia, incluyendo hijos y nueras y nietos, y a una pareja
de cada animal vivo existente, para conservar las especies. Ello pues Dios iba a lanzar
sobre la Tierra un Diluvio Universal que acabaría con toda la vida en el mundo. Y así lo
hizo, obedientemente Noé.
Y en el momento fijado Dios desencadeno sobre la tierra el gran diluvio. Llovió por
cuarenta días y cuarenta noches. Al dejar de llover, toda la tierra había quedado
cubierta por las aguas. Tras esto, Noé y su arca continuaron navegando, en lo que las
aguas volvían a descender, hasta que finalmente se detectó a una paloma con una
rama de olivo en su pico: una señal de que había nuevamente tierra seca en la
cercanía. Poco después el arca encalló, o mejor dicho se posó en una ladera del Monte
Ararat, en la actual Armenia turca. Hasta el día de hoy hay expediciones que siguen
buscando en dicha montaña los restos del Arca de Noé. Dios, apesadumbrado por la
magnitud de la destrucción prometió a Noé que nunca volvería a repetir tan tamaño
castigo sobre la humanidad. De los tres hijos de Noé: Cam, Sem y Jafet, descenderían,
respectivamente, los camitas, los semitas y los indoeuropeos.
Este relato bíblico del diluvio es uno de los muchos que muy seguramente tiene un
asidero histórico. Concuerda en gran medida con el relato mesopotámico del Siglo
XVIII A.C. conocido como la Crónica de Gilgamesh. Y esto es lógico considerando que
el origen del Judaísmo está en Mesopotamia. Pero también lo refiere la mitología
griega, en la historia de Deucalión, que más adelante referiremos. Y también hay
relatos muy similares entre los pueblos de la India y las razas amerindias de América,
como los toltecas, los aztecas, los mayas, los incas o los araucanos.
Y así los hombres volvieron a multiplicarse y desarrollar una civilización. Pero se
volvieron soberbios, y creyeron que podían acercarse a Dios. Y con este fin
comenzaron a construir una torre muy alta, que los llevara hasta el cielo, hasta topar
a Dios. Nos referimos a la Torre de Babel bíblica. Dios no vio bien este proceder tan
soberbio. Hasta ese momento todos los hombres seguían hablando un solo idioma. En
castigo, Dios confundió las lenguas, y en momento, ninguno de los constructores pudo
volver a comunicarse con su vecino. Así empezarían a desarrollarse las nuevas lenguas
de la humanidad.
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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
En fin, así comenzaría nuestra historia.
2.- Los Pueblos Caucásicos.
Tradicionalmente se considera que dentro de la llamada raza caucásica o blanca
existen tres grupos étnico-culturales distintos y sin relación los unos con los otros: los
indoeuropeos, originarios posiblemente del Cáucaso o de Asia Central; los semitas, que
se extendieron por la Península Arábiga, Siria y Mesopotamia, siendo actualmente los
más conocidos los árabes, los hebreos y los fenicios; y los camitas norafricanos,
principalmente los egipcios, los etíopes, los moros y los bereberes. La diferencia entre
camitas y semitas deriva, como ya hemos visto, de la propia Biblia, del nombre de dos
de los hijos de Noé: Cam y Sem. Asimismo, la Biblia señala a Jafet como antepasado
de los pueblos indoeuropeos conocidos en la época. Y también de la Biblia deriva la
diferencia entre los hebreos, descendientes de Isaac, y los árabes, descendientes de
Ismael, ambos hijos de Abraham.
Dado que nuestra obra se enfoca a la historia de la Civilización Occidental, daremos
preeminencia a la primera de las vertientes previamente citadas, a decir verdad la más
importante para nosotros. Y es que el origen de toda nuestra civilización está en una
familia de pueblos étnica y lingüísticamente hermanados, con un origen común en la
remota prehistoria, conocidos los arios o indoeuropeos. Dada la mala interpretación
que hizo en su momento la doctrina nacionalsocialista de la expresión “ario”, al cual se
asoció en forma exclusiva y demasiado restrictiva con el típico físico y racial nórdico,
consideramos conveniente en este libro utilizar la expresión “indoeuropeo”, que en
realidad es mucho más amplia.
Pero también tocará referirnos, aunque sea someramente, a las ya mencionadas
culturas semítica y camita, las otras grandes vertientes de nuestra civilización. De
estos dos grupos étnico-lingüísticos revisten especial importancia los semitas. Ellos
ingresaron a la historia bastante antes que lo hicieran los indoeuropeos. Posiblemente
desde Arabia, ya en tiempos relativamente recientes se expandieron por Mesopotamia,
reemplazando a la anterior cultura sumeria, y por toda Siria y Palestina. Muchos serían
los idiomas y pueblos que compondrían esta comunidad étnica y lingüística, pero hay
dos que son fundamentales bien para la cultura Clásica grecorromana, o para su
evolución bajo la forma de la actual Civilización Occidental. Unos son los fenicios, y los
otros, los hebreos. Los primeros en la costa Norte de Siria, y los segundos en
Palestina. Ellos actuarían directamente sobre nuestra psiquis y sangre, al menos desde
su origen. Un tercer pueblo semita, los árabes, entraría repentinamente a nuestra
historia, pero tan sólo 17 siglos después.
Por su parte, el grupo camita es también importante en el nacimiento de nuestra
historia, aunque en este caso de forma más bien tangencial, al menos para nosotros
los hombres occidentales. La antigua civilización egipcia fue la más grande de las
culturas camíticas, y forma parte inherente de nuestro acervo cultural, por mucho que
su origen sea lejano para nosotros. Su idioma no sólo ha quedado consagrado en la
escritura jeroglífica egipcia, sino que sobrevive como la lengua del Cristianismo nativo
egipcio. También son camitas los bereberes del Magreb, cuya importancia no puede ser
subestimada, máxime si recordamos que los moros que conquistaron España eran en
realidad bereberes sólo parcialmente arabizados. Gran parte de la historia de España
está influenciada directamente por estos pueblos del Norte de África. Y es muy posible
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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
que los primitivos habitantes de Europa, antes de la conquista indoeuropea, fueran
pueblos de origen camita norafricano.
3.- Los Pueblos Indoeuropeos.
En la actualidad hay evidencia concluyente que en sus orígenes el indoeuropeo
constituyó un tipo de piel blanca y cabello rubio o rojizo, que nació posiblemente en la
región del Cáucaso y se desarrolló en la zona de Asia Central conocida como
Turquestán. Las excavaciones de momias perfectamente conservadas efectuadas en
esta última zona demuestran que ya en tiempos protohistóricos, hasta alrededor de
unos 2.000 años A.C., la población de la región estaba conformada por hombres de
tipo racial indudablemente germánico o céltico. Pero a partir de cierto momento
protohistórico, paulatinamente, en las capas superiores de sepultación empiezan a
desenterrarse ya momias de facciones asiáticas. En la medida que empieza a aumentar
el descubrimiento de momias de origen mongoloide, disminuye el de caucásicas, hasta
que aquéllas reemplazan totalmente a éstas.
En consecuencia, los pueblos asiáticos reemplazaron, ya en el borde de nuestro
período histórico -así de recientemente- a los indoeuropeos en el Asia Central. Si la
razón de la extinción del elemento caucásico rubio-pelirrojo en esta región se debió a
la fusión de razas entre los restos de los antiguos habitantes que no emigraron y los
recién llegados, o a la fuga de aquéllos ante terribles enemigos, no es fácil de
determinar en estas líneas y requiere un análisis más extenso. Pero posiblemente las
razones fueron ambas.
Seguramente la gran mayoría de los habitantes indoeuropeos de Asia inició la gran
migración hacia los Urales en un período protohistórico reciente, debido a un conflicto
tal vez secular o milenario con los pueblos de raigambre mongoloide. Pero, de
cualquier forma en la región donde estos indoeuropeos previamente habitaban
quedaron todavía algunos restos de dichos pueblos sometidos a los nuevos
conquistadores. Es interesante notar que los pueblos turcomanos que habitan el Asia
Central o Turquestán, tanto en la parte que perteneció a la Rusia Zarista y a la Unión
Soviética, como en el Sinkiang dependiente de China, si bien son esencialmente
asiáticos, representan claramente un típico étnico mezclado con elementos caucásicos.
No hay duda que allí hubo una zona de transición étnica de mestizaje entre las razas
caucásica y mongoloide.
Entonces, estamos ante la presencia de un grupo de pueblos indoeuropeos de piel,
cabello y ojos claros que ante un cambio repentino en su forma de vida tuvieron que
abandonar la región que habitaban, seguramente muy extensa, ante el peligro que
significaba la presión demográfica y militar de pueblos asiáticos más numerosos
poblacionalmente y en una etapa rezagada de civilización. Esta presión no debe haber
venido de la ya para entonces bastante civilizada China de la época, dividida en
infinidad de reinos, sino de pueblos en estado muy rudimentario de cultura, como
deben haber sido los hunos o los mongoles, o mejor dicho sus emparentados de
aquellas épocas.
Un primer enfrentamiento generalizado llevó a un movimiento completo de pueblos
indoeuropeos, hacia el Oeste de los Urales, para escapar de estos enemigos
ancestrales. De hecho, si observamos analíticamente durante los próximos siglos, y
hasta la Edad Media, gran parte del desarrollo cultural de Occidente, éste estaría
determinado por este choque de civilizaciones. Así como los indoeuropeos de 2.000
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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
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años A.C. emprendían el movimiento en busca de mejores horizontes por causa de
feroces pueblos enemigos que los expulsaban de Asia Central, en el siglo V D.C. el
derrumbe de la estructura imperial romana en Occidente en gran medida sería
consecuencia de la llegada de estos mismos pueblos centro-asiáticos hasta el Rhin.
Los lingüistas han podido con bastante precisión reconstruir el idioma proto-ario, lo
que los alemanes llaman el Ursprache indoeuropeo, y lo que es tal vez más importante
para los efectos de esta obra, determinar en qué momento los distintos grupos
indoeuropeos se fueron distanciando unos de otros, bien en su mismo origen, o bien
en su movimiento de siglos hacia Europa Central y Meridional. Por ejemplo, los
términos asociados a la agricultura son posteriores a los derivados del pastoreo. En
algunos casos las lenguas se distanciaron en la primera etapa, la pastoril; en otros
casos aconteció en la segunda, la agrícola. Algunas palabras comunes evolucionaron
de una forma, y otras de manera distinta. Los elementos de análisis de esto nos
enseñan mucho de la evolución de nuestros antepasados en el largo trayecto antes de
su aparición en la historia escrita.
Es muy importante hacer notar que la gran familia indoeuropea está mucho más unida
por sus vínculos lingüísticos que por los étnicos, no obstante que es un hecho seguro
que en su origen, tal como hubo un idioma proto-ario o proto-indoeuropeo, existió
también un factor racial común. Esta familia lingüística indoeuropea está conformada
por las siguientes subfamilias: albanesa, armenia, báltica, céltica, eslava, germánica,
griega, indoirania (que incluye las lenguas indoarias y las iranias) e itálica (que incluye
el latín y las lenguas románicas). A ellas se suman dos subfamilias hoy desaparecidas:
la anatolia (que incluye la lengua de los hititas) y la tocaria.
La primera aparición conocida de los indoeuropeos de piel clara en la historia humana
tiene lugar con la invasión de los llamados arios a la India. En este caso sí es
apropiado el uso de esta expresión, por mucho que de este pueblo se haya tomado
después el nombre ario para referirse, tal vez erróneamente, a todos los indoeuropeos.
Pero en la India estos invasores, minoritarios siempre dentro de un conjunto de
pueblos de tez más obscura, impusieron un verdadero sistema de estratificación racial,
más que de clases sociales: el de las castas. En la cúspide del sistema social quedaron
los elementos con más sangre aria, por muy mezclados que ya estuvieran, y en las
castas inferiores, en forma descendiente, aquéllos elementos de la población con más
sangre dravídica. En las regiones del Norte de la India (entendiéndose en el concepto
de la antigua India Británica, esto es, especialmente, en el actual Pakistán islamizado),
donde está el mítico río Indo, se notan todavía restos sanguíneos de estos
conquistadores. En las regiones que posteriormente fueron islamizadas el concepto de
castas desapareció, desde luego por la influencia coránica, que, a decir la verdad, tiene
la misma base de igualdad del hombre respecto a Dios que el Cristianismo. En las
regiones que se mantuvieron hinduistas el sistema subsiste.
Pero, a decir verdad, lo más importante que los conquistadores dejaron en la India fue
su idioma, pues su sangre, excepción hecha de diferencias internas que aprecian más
los propios indios que los extranjeros, prácticamente se diluyó a lo largo de los siglos
debido a la mezcla de un grupo étnico pequeño con una población conquistada mucho
más numerosa. Hoy en día cuando se estudia la identidad y el origen cultural entre los
indios y los europeos, no puede hacerse sobre una base racial, sino principalmente por
el elemento idiomático, donde el vínculo es aun más notorio. La principal lengua
histórica aria de la India es desde luego el sánscrito, pariente colateral –más que
madre- de muchos de los actuales idiomas indoeuropeos del subcontinente indio, y
hasta hoy día conservado –como el griego y el latín para nosotros- como vehículo
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cultural y lengua litúrgica en grandes sectores de la India. Es uno de los primeros
idiomas indoeuropeos gráficamente documentados de la historia, con una amplia
literatura y escritura propias, que han llegado hasta nuestros días desde el remoto y
legendario pasado.
Hacia el año 1700 A.C. aparece en la historia otro grupo indoeuropeo, del cual ahora
ya se sabe mucho más que antes: los hititas. A lo largo de un período de varios siglos
se establecieron en la zona oriental de Asia Menor. Desconocemos el nombre que se
daban a sí mismos, pues el nombre de hititas deriva de las designaciones usadas por
asirios y egipcios, después actualizadas en el siglo XIX por los estudiosos europeos. El
hecho es que hablaban un idioma indoeuropeo y escribían con sus propios jeroglíficos y
con escritura cuneiforme. Desde su capital Hattusa gobernaron un gran imperio sólo
comparable al egipcio y al babilónico. Su época de mayor poderío coincide con los
siglos XV y XIII A.C., cuando dominaron gran parte del Cercano Oriente. Aparecen
mencionados en la Biblia. Pero su principal mención histórica viene del lado de los
egipcios. Con sus grandes inventos, los carros de guerra, y portando armas de hierro,
atacaron al Egipto faraónico. Fueron detenidos por Ramsés II en la batalla de Kadesh
(1274 A.C.), librada en Siria (tierra entonces fronteriza entre ambos imperios), y que,
además, resulta ser la primera batalla de la historia humana debidamente
documentada. Pero aparentemente el resultado de la batalla no fue absolutamente
contrario a los intereses de los hititas. No obstante, este imperio se desintegró hacia el
año 1200 a raíz de la invasión de pueblos de origen desconocido conocidos en la
historia como “Pueblos del Mar”.
Pero tras su desintegración subsistirían Estados de lengua indoeuropea en partes de
Asia Menor, que entrarían en contacto con las surgientes ciudades griegas de la costa.
De hecho existiría una familia, ahora extinta, de lenguas indoeuropeas anatolias, de las
cuales el hitita sería sólo el más conocido. Uno de estos reinos sería Lidia, que en el
Siglo VII ofrendaría un gran descubrimiento a la humanidad: el dinero amonedado.
Después volveremos a analizar este magno acontecimiento.
Siglos después, hacia el año 1000 A.C., entraría a la historia un tercer grupo
indoeuropeo, cuando pueblos de esta raza conquistaron Persia. Son los llamados ProtoIranios. De hecho la raíz de la palabra “Iranio” está relacionada a la palabra “Ario”. Sus
grupos nacionales más característicos serían los persas, medos, bactrianos y partos,
que poblaron gran parte de los actuales Irán y Afganistán.
También acá la sangre de los conquistadores se diluyó rápido, aunque pinturas y
dibujos antiguos ya muestran en los grupos dominantes iraníes del comienzo de la
expansión del Imperio persa narices rectas y finas hasta entonces desconocidas.
Igualmente dejaron en el Irán los conquistadores su idioma, que hasta el día de hoy es
estudiado como relacionado a las lenguas europeas. Pero a diferencia de la India, la
sangre de los conquistadores se diluyó en forma pareja dentro de un estrato racial de
piel de por sí mucho más clara que la que la que los arios encontraron en la India.
Exactamente lo mismo aconteció con otros grupos indoeuropeos que se establecieron
en el Cáucaso, muy especialmente con los armenios.
La realidad evidente es que los pueblos indoeuropeos empezaron a llegar al mundo
mediterráneo en distintas etapas, y no todos juntos de una sola vez. De hecho, cada
cultura que los indoeuropeos instalaban en territorio europeo se vio después
amenazada precisamente por sus hermanos culturales que venían en una oleada
migratoria posterior. Inclusive entre los propios griegos la tradición y la historia
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recuerda la llegada en varias etapas –bastante poco claras, por cierto- de sucesivos
pueblos helenos, tales como los aqueos o luego los dorios.
Antes de la llegada de los primeros indoeuropeos a Europa, el continente estaba
prácticamente despoblado. Sólo las regiones más meridionales estaban más
densamente ocupadas, pero por pueblos caucásicos morenos, que recibían muchos
nombres distintos. En España se los llamaría iberos, y en Grecia pelasgos. Muy
seguramente se trataba de pueblos norafricanos de habla u origen camita. También
existían otros pueblos muy antiguos, y de un origen étnico y cultural hoy desconocido,
desde luego no indoeuropeo, resaltando los etruscos de Italia, cuya cultura ya se
extinguió, y los vascos de los Pirineos, que todavía sobreviven.
El hecho es que, cuando las oleadas de indoeuropeos llegaron escalonadamente a
Europa, ya tenían idiomas ampliamente diferenciados, y físicamente presentaban
también diferencias ostensibles, aunque todos ellos se caracterizaban por la piel más o
menos pálida y el pelo más o menos rubio o rojizo. Los griegos, los primeros en entrar
en la historia eran originalmente un pueblo de pelo rubio obscuro o castaño claro, piel
muy blanca y ojos claros, que establecería su dominio sobre una población pelasga
nativa, a la cual tratarían como vencida, aunque luego asimilarían. Pero ya de esto se
aprecia que la cultura griega surgiría de un pueblo indoeuropeo dominante sobre una
población mayoritaria más morena, y que el tipo físico heroico de los griegos
correspondería efectivamente al ideal de belleza de los conquistadores, y no de la
masa efectiva de la futura población helénica.
4.- Los Fenicios.
Los fenicios constituyeron un pueblo semita de navegantes que se convirtió en rival
directo del pueblo griego en la expansión comercial. Al igual que los griegos, los
fenicios no formaron nunca un Estado único, sino vieron su vida política dividida en
infinidad de ricas ciudades-Estado marítimas, destacando entre ellas Tiro y Sidón.
Originalmente serían mucho mejores navegantes que los griegos, lo que les daría una
gran ventaja inicial sobre éstos, pero a diferencia de los helenos no se manifestarían
jamás tan celosos de su independencia política. Mientras pudieran ejercer su libertad
comercial, estarían dispuestos a formar parte de Estados mayores extranjeros. Hasta
sería beneficioso para los fenicios ser ciudadanos de un imperio tan extenso como el
persa, por las múltiples oportunidades comerciales que ello les traería. De hecho, en
muchas ocasiones las escuadras fenicias serían la base operativa naval de sus
potencias dominadoras, en especial de los persas. Como ya dijimos, para los fenicios lo
más importante era conservar la libertad comercial, la cual nunca les fue arrebatada.
Los fenicios fueron quienes por primera vez desarrollaron la escritura alfabética, que
en su forma original de derecha a izquierda traspasarían pronto a hebreos y árabes.
Esto reviste gran importancia para nosotros, dado que los fenicios, como parte de su
interrelación comercial con los griegos, comunicaron a éstos su invención. Los helenos
adoptaron en forma modificado el alfabeto fenicio, ahora con un orden de escritura de
izquierda a derecha, alteraron la forma de las letras, le agregaron las vocales, y
crearon el ya histórico alfabeto griego, vigente hasta el día de hoy, elemento motriz de
la que llegaría a ser lengua comercial por antonomasia desde Hispania hasta la India, y
que, adaptado por los romanos con pocas diferencias, pasaría a ser el alfabeto latino
que nosotros ahora usamos. Posteriormente el alfabeto latino se haría extensivo a las
lenguas del Centro y Norte de Europa; y sobre la base del alfabeto griego se crearía el
cirílico, para el uso de los pueblos eslavos ortodoxos de los Balcanes y Europa Oriental.
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Esta sola contribución asigna a los fenicios un papel predominante en la historia de
Occidente y su cultura.
Pero la participación fenicia no queda ahí no más, pues una de sus colonias, fundada
por comerciantes de Tiro, sería por siglos el gran centro comercial y económico del
Mediterráneo Occidental, mucho más poderoso que su otrora metrópoli. Nos referimos,
indudablemente a Cartago, la gran enemiga de la cultura griega y romana durante
muchos siglos, y, precisamente, el elemento aglutinador que llevaría a la lucha
desesperada a estas dos culturas indoeuropeas frente a su enemigo secular. De hecho,
cuando la historia habla de Guerras Púnicas entre Roma y Cartago, o se refiere a la
Península Púnica como asiento geográfico de Cartago, está utilizando la expresión
latina Poeni, que no significa otra cosa que “fenicio”. Cartago, no hay duda, y sin ser
culturalmente indoeuropea, forma parte imborrable de la historia de Occidente, al
menos como fenomenal enemigo.
5.- Los Hebreos.
Los hebreos, de acuerdo a las fuentes históricas que tenemos, basadas evidentemente
en el Antiguo Testamento, y a las que les daremos adecuada credibilidad, eran un
grupo religioso de origen caldeo, que bajo la guía de Abraham, se estableció por un
tiempo en la región de Canaan, el nombre entonces aplicado a la región geográfica
después llamada Palestina. Los hebreos estuvieron tres generaciones en Canaan,
conviviendo pacíficamente con los otros habitantes, también semitas.
La Biblia nos relata que Abraham habría tenido dos hijos: uno de su esposa legítima
Sara, y otro de su esclava Agar. El primero, Isaac, sería el padre de los judíos; el
segundo, Ismael, lo sería de los árabes. Más adelante retomaremos el tema de Ismael
y su descendencia. De cualquier forma, de acuerdo a la Biblia, la relación especial de
Dios sería con la descendencia de Isaac.
Además, la Biblia nos cuenta la historia de Lot, sobrino de Abraham, que, residiendo
en la pecaminosa ciudad de Sodoma, maldita por los vicios de sus moradores, recibió
la orden de Dios de abandonarla pues iba a ser destruida. Tras esto, una lluvia de
azufre destruyó para siempre a Sodoma y a una segunda ciudad, Gomorra, y según la
tradición ellas yacen ahora en el fondo del salado Mar Muerto. La instrucción de los
ángeles de Dios era que Lot y su gente abandonaran el valle maldito sin voltear nunca
a mirar para atrás; pero la mujer de Lot, corroída por la curiosidad, desobedeció, y al
hacerlo quedó ipso facto convertida en estatua de sal.
Habiendo tenido Isaac dos hijos, el mayor de ellos, Esaú, perdió –por razones que sólo
la Biblia puede explicar, entre ellas por un “plato de lentejas”- sus derechos de
primogenitura, los cuales, con la venia de Dios, pasaron a su segundo hermano Jacob.
Éste, al que luego Dios puso por nombre Israel, siguió residiendo en Canaan, y tuvo
doce hijos. Y el más amado por el padre sería el que para ese momento era el menor,
José. Después vendría un hijo aún menor, Benjamín.
Por celos contra José, los hermanos mayores se deshicieron de él vendiéndolo como
esclavo a mercaderes que iban de viaje al entonces poderoso Egipto, haciéndole creer
a su destrozado padre que había fallecido devorado por las fieras. En Egipto la vida de
José dio un cambio radical. De simple esclavo, gracias al don de interpretar los sueños
llegó a convertirse en alto asesor del faraón. Famosa es la interpretación de que
vendrían siete años de “vacas gordas”, esto es de abundancia, al cual seguirían siete
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años de “vacas flacas”, esto es de escasez; consecuentemente durante los primeros
siete años habría que prepararse acumulando alimento para los siete años difíciles. De
forma que cuando vino la época de escasez, y ésta se sintió en Canaán, Jacob, esto es
Israel, y sus hijos, pasaron a Egipto, donde José los recibió con los brazos abiertos y
perdonó a sus hermanos que lo habían traicionado.
Entonces, en algún momento, al menos de acuerdo a la Biblia, los hebreos migraron al
Egipto faraónico de lengua camita, portando una religión monoteísta única, inculcada
por el propio Yahvé, el Dios único, al padre Abraham. En Egipto conocieron la
abundancia y se multiplicaron, pero a la larga padecieron la servidumbre. Aunque
históricamente no hay pruebas de este paso de los hebreos por Egipto. Ningún
antecedente histórico respalda esta permanencia por varias generaciones en la tierra
de los faraones, lo cual no deja de ser extraño.
Ahora bien, en el Egipto aproximadamente de la misma época se desarrolla la
interesante historia del faraón Amenofis IV, tal vez el primer gran monoteísta de la
historia humana, quien por convicción personal implantó en su reino una nueva
religión de adoración de un bondadoso dios creador único llamado Atón.
Consecuentemente, Amenofis adoptó el nuevo nombre de Akenatón. Reinaría
aproximadamente entre los años 1353-1336 A.C. Pero esta nueva religión de bondad
no pudo suplantar a la religión tradicional, y finalmente los sacerdotes del antiguo
culto, servidores principalmente de Amón Ra, el Sol, lograron la sublevación del país,
la muerte de Akenatón, y la vuelta al pasado. Lo más probable es que esta fe de
Akenatón no tenga nada que ver con el Dios de la Biblia ni con la presencia hebrea en
Egipto, pero el sólo hecho de constituir el primer intento de introducir una religión
verdaderamente monoteísta amerita la mención en estas líneas.
En un momento que se calcula cercano algo anterior al año 1200 A.C. los hebreos,
organizados firmemente como grupo religioso independiente, y liderados por Moisés,
abandonaron Egipto en pos de retornar a Canaan, la tierra que alguna vez Dios había
prometido a Abraham que sería el hogar de sus descendientes. La Biblia señala que
Moisés, ignorando su origen hebreo, vivió como miembro adoptivo de la familia del
faraón, hasta que, a través de Dios, conoció la verdad sobre su origen. A partir de ese
momento se convirtió en el adalid de la causa de la libertad de la nación de Israel.
De acuerdo a la Biblia el faraón se negaba a permitir la salida de Egipto de los judíos,
importante mano de obra, hasta que doce plagas enviadas por Dios lo convencieron de
la necesidad. Pero todavía a última hora el faraón volvió a desdecirse, y trató de iniciar
la persecución de los hebreos en el momento que ellos cruzaban el Mar Rojo. Moisés
abrió las aguas del mar, para que los hebreos pudieran atravesarlo y cruzar a la otra
orilla, y estando su pueblo ya a salvo, volvió a cerrar las aguas, que ahogaron a todo
el ejército perseguidor.
Estando en la península del Sinaí, Moisés recibió de Dios las Tablas de la Ley, esto es
el Decálogo, o los Diez Mandamientos, uno de los primeros y más justos códigos
legales de la Antigüedad. De este Decálogo derivaría después en forma mucho más
desarrollada la Ley Mosaica. Sobre este tema, se ha comentado después mucho la
dureza de algunas normas de la época y lo terrible que podría ser la llamada Ley del
Talión y su explicación “ojo por ojo, diente por diente”, que deriva realmente del
código mesopotámico de Hammurabi, rey de Babilonia en el siglo XVIII A.C. Pero se
pasa por alto la belleza de una norma que impone que la pena nunca puede ser mayor
al daño infringido. O que la ley debe estar escrita y no puede ser modificada al arbitrio
del gobernante. Esto es, de por sí, un gran avance para la humanidad.
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Conocemos la historia del pecado cometido por el pueblo hebreo al olvidar a Dios que
tanto había hecho por él y pedir la confección de un Becerro de Oro, un simple ídolo de
metal, al cual adorar. Y sabemos del castigo que impuso Dios a los hebreos de vagar
cuarenta años por el desierto del Sinaí y Arabia, hasta que hubiera muerto toda la
generación salida de Egipto, de forma que sólo la segunda generación pudiera recibir el
premio divino de ingresar a la Tierra Prometida.
El establecimiento de los hebreos en esta Tierra Prometida fue largo y bélico, con una
guerra de generaciones por afianzarse en una tierra poblada por semitas idólatras. Es
famoso el conflicto con los filisteos, habitantes de la zona costera de Canaan; de
hecho, de este pueblo, y del nombre latino de su región geográfica en la costa de
Canaan, Philistea o Filistea, provendría el nombre genérico que posteriormente los
romanos darían al territorio, Palestina.
Un proceso de conquista, de establecimiento físico y poblamiento inicialmente llevado
por los Jueces, pasó a cargo de autoridades superiores, los Reyes. Bajo los reinados de
Saúl (aprox. 1020-1000 A.C.) y de David
(aprox. 1000-965 A.C.) los hebreos
completaron el sometimiento de Palestina, conquistaron la ciudad de Jerusalén, y
establecieron el Reino de Israel. Esta palabra Israel derivaba, como ya mencionamos,
del otro nombre de Jacob, hijo legítimo de Isaac, a su vez hijo legítimo de Abraham; y
cuyos 12 hijos originaron las Doce Tribus de Israel, cada una de las cuales se
establecería en una región geográfica determinada dentro del territorio conquistado, a
ambas orillas del río Jordán.
Bajo el reinado de Salomón (aprox. 965-931), el reino de Israel se convirtió en una
gran potencia regional, rica y admirada por sus vecinos. Es famosa la historia de la
reina de Saba, admiradora del poder y la sabiduría de Salomón, y cuyo reino, de
lengua árabe, estaba ubicado en el actual Yemen, al Sur de Arabia. La gloria de
Salomón quedó consagrada en el gran Templo de Jerusalén, que construyó para que
su pueblo pudiera adorar en forma adecuada a Dios.
Tras la muerte de Salomón el reino hebreo entró en crisis, por haber sido sobreexigido
en su capacidad económica, y por el mal gobierno del hijo del Rey Sabio. De esta crisis
resultó la división de la monarquía común de la Casa de David. Las Diez tribus
secesionistas del norte formaron el Reino de Israel, con capital en Samaria; mientras
que la tribu de Judá, de la cual provenía la Casa de David, y la pequeña tribu de
Benjamín, que se mantuvo fiel a la dinastía, crearon el Reino de Judá, con capital en la
Ciudad Santa de Jerusalén. La división del reino no influyó en la unidad religiosa, y de
hecho Jerusalén continuó siendo el centro de la vida religiosa hebrea durante el
período de división, sede del grandioso Templo edificado por Salomón.
No obstante, la vida del reino del norte fue corta, pues no mucho después, en 722
A.C., fue conquistado por los asirios y su población dispersada. Siempre se ha hablado
de la leyenda de las Diez Tribus Perdidas de Israel, pero lo más probable es que más
que perdidas, muchos elementos de ellas hayan emigrado, se hayan asimilado a otras
culturas y perdido su característica diferenciable, la fe en el Dios único. Pero no todos
deben haber emigrado, pues algunos deben haber permanecido en Palestina,
manteniendo su fe, aunque sujetos a la endoculturación por parte de los pueblos
vecinos. De hecho, puede entenderse que el conflicto señalado en el Nuevo
Testamento entre Judíos y Samaritanos podría derivar precisamente de que los
descendientes de las Diez Tribus del Norte que quedaron en Palestina dejaron de
seguir tan escrupulosamente las normas religiosas que sí mantendrían los del Sur.
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De cualquier forma, el reino meridional, Judá, sobrevivió por 150 años al reino
septentrional, hasta que en 586 A.C. su capital, Jerusalén, fue conquistada por
Nabucodonosor, rey de Babilonia. Con motivo de esta conquista el primer Templo
quedó destruido. El destino de los hebreos del Sur es conocido: la Biblia habla de que
fueron llevados cautivos a Babilonia, donde no obstante pudieron mantener su religión
y fijar para siempre sus reglas. Tras un cautiverio de casi 50 años, y a raíz de la
conquista persa de Babilonia, en 539 A.C., estos judíos fueron autorizados a regresar a
su tierra.
Ahora, a este respecto los antecedentes llevan a pensar que sólo una parte de la
población del reino meridional fue exiliada, seguramente sus castas dirigentes y sus
elementos más preparados, y que por ello mantuvieron más celosamente que nunca
sus tradiciones, cultura y religión; y que al volver a Judea se reencontraron con la
parte de la población del reino meridional que no sufrió el exilio, pero que formaba
parte del elemento menos cultivado de la población judía. Entonces, los retornados de
Babilonia, con una organización superior, impondrían su cultura y sus tradiciones sobre
sus compatriotas que por décadas habían simplemente sobrevivido en la incultura y en
una tierra empobrecida. Y apoyados por la libertad interna que les dejó el sabio
gobierno persa, fortalecerían su identidad cultural.
De cualquier forma, a raíz de estas conquistas extranjeras, y en gran medida por la
perspectiva de un mejor futuro en las regiones ricas de los Imperios dominantes,
especialmente el persa, muchos judíos dejaron para siempre su tierra natal y se
establecerían en las más ricas ciudades del Oriente, dedicados al comercio. Este sería
el origen de la Diáspora. La mayor parte de estos judíos mantendría su fe, que para
ese momento ya estaba afianzada y probada, aunque por motivos obvios, de siglos de
lejanía de su tierra originaria, perdería su idioma. La lengua de la época bíblica fue el
hebreo, idioma que, con el tiempo, empezó a convertirse en una lengua culta, y
posteriormente quedó relegada al nivel de lengua litúrgica, vedada para la mayoría de
los judíos, quienes sobre la base de la estructura religiosa que se había creado no
estaban ya en condiciones de leer las Sagradas Escrituras.
Cuando siglos después el Imperio persa dejó de existir y surgieron los Estados
sucesores del imperio alejandrino -nuevos focos de una cultura no ya griega sino
helenística- los judíos de la Diáspora, helenizados, no tendrían temor a imponer una
traducción oficial y de uso general al griego de la época de los textos sagrados
hebreos, la llamada Septuaquinta. Cuando la Biblia fue traducida al griego, para el uso
de unos judíos muy ajenos a la cultura de Judea, se produjo la primera interrelación
directa entre el Judaísmo y su fe en el Dios único y la Civilización Occidental. Las
consecuencias de esto, y la posterior historia del pueblo judío, se verán bastante más
adelante.
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SEGUNDA PARTE – GRECIA Y EL HELENISMO
6.- La Civilización Minoica en la Isla de Creta.
La primera civilización surgida en suelo europeo sería la de la isla de Creta. Su origen
es desconocido para nosotros, posiblemente proveniente de Asia Menor. Desde luego
que no fue una cultura de origen indoeuropeo, aunque desconocemos el idioma que
hablaban los primitivos cretenses ni el nombre que ellos se daban a sí mismos y a su
particular cultura. Pero, no siendo una cultura realmente indoeuropea, es necesario
mencionarla en estas líneas por la influencia que luego tendría sobre la civilización
griega arcaica.
Esta cultura cretense ha llegado a nosotros bajo el nombre de Civilización Minoica, el
cual le fuera puesto por el arqueólogo británico Sir Arthur Evans, quien entre los años
1900-1906 desenterrara el palacio de Cnossos y reabriera para nosotros el primer
capítulo de la historia de Europa. Deriva del legendario rey Minos, constructor del
palacio-laberinto de Cnossos, monarca asociado también a ese Ser legendario al que
conocemos como el Minotauro.
El nacimiento de esta típica civilización de la Edad de Bronce tuvo lugar en algún
momento entre los años 3.000 y 2.200 A.C. Tendría su cenit entre los años 2200 a
1700 A.C., período en el cual se construirían sus famosos palacios, especialmente el de
Cnossos, y se pintarían sus hermosos frescos. Sería una civilización prácticamente al
aire libre, de espacios abiertos, sin ciudades amuralladas ni fortalezas defensivas,
establecida en un suelo feraz y un clima sumamente benigno. Muy posiblemente en
una época inicial la isla estuvo dividida en pequeños Estados, pero en algún momento
se llegó a la completa unificación.
Los cretenses minoicos, desde su estratégica posición en el centro del Mediterráneo
Occidental, desarrollaron una gran economía, con extensas redes comerciales en
Fenicia y Egipto. Mal que mal la isla sería por muchos milenios una importante base
comercial y militar, indispensable para el control del Mediterráneo Oriental.
Pero luego vendría la paulatina decadencia de esta particular civilización insular,
aproximadamente entre los años 1700 a 1450 A.C. Aparentemente tiene gran
relevancia en esta decadencia la famosa erupción volcánica que hacia el siglo XVII A.C.
destruyó y sepultó bajo el mar gran parte de la isla egea de Thera, también conocida
como Santorín.
Hacia el año 1450 A.C. empezaría la conquista de la isla por los griegos aqueos. Con
esta intervención helénica vendría el último período de la civilización cretense, ya no
como la cultura separada que fue sino ahora en gran medida ya como parte de la
civilización micénica, y consecuentemente indoeuropea, del continente. Sería la
destrucción de la cultura autóctona, de la cual no quedarían mayormente rastros, y su
reemplazo por la inferior civilización indoeuropea de Grecia continental. No se sabe
exactamente qué pasó con el antiguo pueblo cretense. Lo más posible es que fuera
paulatinamente helenizado y a la larga se fundiera con los nuevos dominadores
griegos. De cualquier forma, esta etapa micénica de la cultura cretense terminaría
abruptamente hacia el 1125 A.C. Después de esto, Creta quedaría definitivamente
inmersa en la nueva civilización griega que estaba surgiendo. No obstante, la
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legendaria Creta del rey Minos sería un fundamental punto de partida para el
desarrollo de la mitología de los conquistadores griegos, como veremos más adelante.
7.- La Grecia Arcaica o Micénica.
Como es muy fácil de entender, en realidad es bastante difícil decir cómo y cuándo los
pueblos de habla griega llegaron a la tierra que sería la cuna de su grandeza.
Aparentemente llegaron en pequeñas oleadas migratorias, la una después de la otra.
Se considera tradicionalmente que la primera oleada helénica en llegar al Egeo
apareció entre los años 2200 a 1500 A.C., y la tradición ha dado a estos griegos el
nombre de aqueos. Muy posiblemente dentro de este concepto genérico se incluirían
diversas subdivisiones dialectales, de las cuales surgirían los jonios y los eolios de una
época posterior. De cualquier forma, estos pueblos griegos efectivamente establecerían
el dominio sobre los habitantes previos, a los que la tradición ha llamado pelasgos.
Ya en un clima afable, estos indoeuropeos pudieron desarrollar una cultura propia, la
así llamada civilización micénica, cuyo nombre deriva de Micenas, la más importante,
rica y poderosa de las ciudades griegas de esta época. Esta civilización micénica
estaría inicialmente ampliamente influida tanto por la civilización minoica de la isla de
Creta como por culturizadas sociedades del Asia Menor. Pero mucho de esta particular
civilización griega queda para nosotros en las penumbras. Se desarrolló en plena Edad
de Bronce, en ese período de tiempo conocido como “protohistoria”, antes de la
llegada de la escritura alfabética a Grecia. Y hacemos esta salvedad de “alfabética”,
pues en realidad durante la Época Micénica sí existió una escritura propia, primitiva
desde luego, la actualmente llamada “Lineal B”, que luego, al hundirse esta
civilización, fue olvidada por los propios griegos postmicénicos.
Los primeros griegos adoptaron en gran medida la cultura de sus vecinos, y
establecieron un sistema de ciudades-Estado que luego los haría famosos. En su
incontenible proceso de expansión dominarían hacia mediados del Siglo XV A.C. a sus
profesores cretenses, y empezarían una constante migración hacia la ribera oriental
del Mar Egeo, a la costa de Asia Menor, que en un par de siglos quedaría
completamente helenizada. En el curso del siglo XIII A.C. la expansión aquea quedó
reflejada en el enfrentamiento de las ciudades griegas con la gran metrópolis comercial
de la costa asiática del Egeo, la inmortal Troya.
La llegada en el siglo XII A.C. de una nueva oleada de invasores también griegos, los
dorios, menos avanzados culturalmente, pero portadores de armas de hierro, cambió
drásticamente la situación. Las grandes ciudades de la época aquea, especialmente
Micenas, fueron arrasadas, y en otras, especialmente en Esparta, el poder pasó a la
casta de los conquistadores. De ahí en adelante Esparta establecería un régimen
militar, precisamente para proteger a la casta dominante doria de la población
sometida. Sólo en las regiones que se vieron libres de esta invasión, especialmente en
la península ática, donde estaba Atenas, y en la costa de Asia Menor, la cultura griega
no sufrió un golpe tan desgarrador. Esta invasión causó asimismo una fuerte
emigración de los griegos de dialecto jonio y eolio hacia lo orilla asiática del Mar Egeo.
El fin de la civilización micénica dejó tal vacío en la continuidad cultural que hasta se
llegó a dudar de su existencia. El olvido de la primitiva escritura micénica “Lineal B” es
una clara muestra de este quiebre tan radical. Para muchos no tan antiguos
investigadores y estudiosos la cultura griega no habría surgido sino hasta alrededor del
siglo VIII A.C. Así de increíble. De cualquier forma, y aquí yace lo importante, lo poco
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que se sabía de esa época obscura sobrevivió exclusivamente gracias a relatos muy
posteriores, ya de la época escrita, y básicamente gracias a los dos grandes poemas
épicos de Homero, La Ilíada y La Odisea, compuestos hacia mediados del siglo IX A.C.
Como es conocido, durante mucho tiempo se pensó que estos poemas no tenían origen
histórico, sino que provenían de la imaginación de un simple poeta heleno de una Edad
Obscura anterior al nacimiento de la Cultura Clásica. No se le daba mucha importancia
ni a las imponentes ruinas de Micenas y sus gigantescos bloques de piedra
perfectamente ensamblados, ni a su colosal entrada la Puerta de los Leones. Existían
los relatos heroicos, pero ellos eran de bastante poca sustentación histórica, aun para
los propios griegos. De hecho, hasta los propios griegos llegaron a asignar la
construcción de gran parte de las grandes construcciones sobrevivientes de la época
micénica, o de la anterior época pelásgica, a gigantes o a cíclopes, por lo que se las
denomina ciclópeas.
Sólo las investigaciones del arqueólogo aficionado alemán Heinrich Schliemann, a fines
del siglo XIX, demostraron que efectivamente la Guerra de Troya existió, y que la
civilización micénica, y Micenas propiamente tal, habían sido una realidad. Sólo la
investigación idealista, aunque inexperta, de Schliemann, reabrió para nosotros el
primer capítulo de la historia de Occidente. Llegando a la conclusión que posiblemente
los hechos narrados por Homero podrían tener un origen verídico, y guiándose por las
descripciones geográficas de Homero, Schliemann descubrió en 1870 las ruinas de
Troya, aunque a causa de tantos estratos de tierra y ruinas superpuestos cayó en error
en cuánto a cuál era el estrato correspondiente a la época homérica. Tras esto, en
1872 inició excavaciones en las ruinas de Micenas, y –basándose en las indicaciones
del escritor griego Pausanias- desenterró parte de la ciudad. Son famosos los así
llamados –erróneamente desde luego- “Tesoro de Príamo” y “Máscara de Agamenón”
que Schliemann descubriera y bautizara en las ruinas de, respectivamente, Troya y
Micenas. Posteriores investigaciones arqueológicas, más profesionales, desentrañarían
aún más la historia de este período protohistórico olvidado.
8.- La Religión Olímpica.
Lo anterior es lo que la historia objetiva nos dice de la Grecia de la época, pero existe
otra fuente mucho más llamativa, ciertamente muy inexacta y fantasiosa, pero que
forma parte de nuestro acervo cultural inalienable: la mitología griega. Por mucho que
sepamos que estos relatos no pueden ser seguidos al pie de la letra en una
investigación escrupulosa, también es un hecho ineludible que muchos de ellos
efectivamente nos presentan parte de la historia de Grecia en una versión metafísica.
E inclusive, en los que sabemos a cabalidad que no pueden responder a ninguna
verdad histórica, son tan hermosos o conocidos que los entendemos como parte de
una historia heroica que realmente nunca se dio.
Los helenos desarrollaron una compleja tradición religiosa politeísta, con divinidades no
sólo antropomórficas, sino que, además, con las mismas debilidades y virtudes de los
Seres Humanos. Habría dioses que interactuarían e incluso procrearían hijos con
mortales, uniones de las cuales nacerían semidioses. Esta misma mitología griega fue
posteriormente adoptada por los romanos, quienes simplemente asociaron a las
personalidades de los dioses griegos a los nombres de los dioses similares latinos.
Gran parte de esto quedó inmortalizado en una obra de Hesíodo, la Teogonía, la cual
describió el origen genealógico de los dioses. La creación comenzó con el Caos, esto
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es, con la Nada. No es del caso hacer un estudio familiar de las divinidades griegas,
pero el hecho es que, nacidos los seis Titanes de la mitología, el último de ellos,
Cronos, se convirtió en monarca de los dioses. Fue traicionado y derrocado por su hijo
Zeus, quien sería, para los griegos, el padre de los dioses. Otros dioses fundamentales
para esta teogonía helénica serían Hera, su esposa; Ares, el dios de la guerra;
Afrodita, la belleza; Atenea, la sabiduría; Poseidón, el mar; Artemisa, la caza; Hermes,
el mensajero de los dioses; Apolo, el Sol y la música; Deméter, la fertilidad; Hades, los
infiernos; Hefesto, el fuego; Hestia, la tierra; Dionisio, el vino; entre otros muchos.
Dos serían los grandes centros de la mitología helénica, ambas montañas: el Olimpo,
en Tesalia, la residencia de los dioses, desde donde Zeus jugaría con los destinos de la
humanidad, y el Parnaso, al Norte del Peloponeso y en las cercanías de Corinto, el
hogar de nueve las musas. Estas musas, representantes de las artes, serían las
siguientes: Calíope, la poesía épica; Clío, la historia; Erato, la poesía lírica; Euterpe, la
música; Melpómene, la tragedia; Poliminia, la poesía coral; Térpsicore, la danza; Talía,
la comedia; y Urania, la astrología.
Debemos agregar a esta lista una serie larga de semidioses, tales como Aquiles,
Heracles o Perseo, a los héroes, tales como Teseo y Edipo, además de una pléyade de
animales mitológicos, como los pegasos o unicornios, o seres híbridos, como el ya
mencionado Minotauro, o los centauros, los sátiros, las sirenas, los cíclopes, etc. En
fin, tantas historias y personajes que para nosotros son casi históricos, por mucho que
sepamos que nunca existieron.
Los griegos, dentro de su sus grandes dudas teológicas, siempre respetarían en gran
medida al máximo templo de Apolo, el famoso Oráculo de Delfos, el más grande
santuario del Helenismo, situado a los pies del monte Parnaso, al Norte del
Peloponeso, cerca de Corinto. Ahí residiría la gran sacerdotisa, la Pitonisa, a la cual
recurrirían los grandes prohombres de la Hélade para conocer sus profecías respecto a
los grandes hechos venideros. Sus predicciones, siempre envueltas en la duda y en la
interpretación subjetiva, tendrían gran importancia en la evolución histórica de Grecia.
Famosa sería la frase que coronaría su entrada: “Conócete a ti mismo”.
9.- Las Grandes Leyendas Heroicas.
Si bien es imposible, en las pocas líneas que tenemos para ello, dar cabida a todas las
historias mitológicas surgidas de la mente griega y traspasadas a nuestra psiquis a
través de la cultura heredada, podemos mencionar a continuación, a modo de ejemplo
de esta riqueza creativa, varias de ellas, las más importantes.
Como punto de partida, desde luego, la historia de la princesa fenicia Europa, de la
cual Zeus se enamoró perdidamente. Consecuentemente, decidió raptarla. Para
acercarse a ella se convirtió en un hermoso e inmenso toro blanco, al cual Europa,
viéndolo tan manso, montó sin temor. Aprovechando la oportunidad, Zeus,
metamorfoseado en toro, se adentró en el mar y nadando llegó hasta la isla de Creta.
Ahí Zeus volvió a su forma humana y consumó su unión con la bella Europa, a la cual
convirtió en la primera reina de la isla. A partir de ese momento ella daría su nombre a
todo un continente.
Europa tuvo tres hijos engendrados de Zeus, uno de los cuales sería el semi-legendario
rey Minos de Creta. Éste construyó un gigantesco laberinto en Cnossos para albergar –
y mantener encerrado- al Minotauro, un aterrador ser híbrido mitad humano y mitad
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toro, que se alimentaba sólo de carne humana. Habiendo el rey Minos obligado a la
ciudad de Atenas a hacerle llegar periódicamente siete jóvenes y siete doncellas, para
ser abandonados en el laberinto y servir de alimento al Minotauro, el rey de Atenas,
Egeo, cuando tocaba la tercera entrega de víctimas humanas, decidió enviar a su
propio hijo, Teseo, a matar al Minotauro. La leyenda cuenta que Teseo conoció en
Creta a la hija de Minos, Ariadna, la cual se enamoró perdidamente del príncipe
ateniense. Teseo entró armado al laberinto, y Ariadna lo proveyó de un largo hilo, que
Teseo ató a su cintura, para que él pudiera encontrar el camino de salida tras dar
muerte al monstruo. Habiendo cumplido Teseo su cometido, pudo encontrar la salida y
reencontrarse con Ariadna. Reembarco con los demás atenienses y llevando a Ariadna
volvió a Atenas. Haciendo escala en la isla de Naxos, dejó ahí abandonada a Ariadna,
por razones muy controvertidas: algunas fuentes dicen que fue por su propia voluntad
y otros que por orden de los dioses. Siguió el viaje de regreso, y en eso Teseo olvidó lo
que le había prometido a su padre: que de volver triunfante izaría velas blancas.
Viendo desde el Pireo el rey Egeo las velas negras creyó a su hijo muerto, y
desconsoladamente se arrojó al mar, donde encontró la muerte ahogado. Con este
acto daría su nombre al Mar Egeo.
Paralelamente, ha llegado hasta nosotros la historia de Dédalo, el arquitecto que
construyó el laberinto de Creta, por órdenes del rey Minos. Habiendo caído de la gracia
del rey, Dédalo no podía escapar de la isla, pues Minos mantenía una estrecha
vigilancia sobre todas las naves que entraban y salían. Así que ideó unas gigantescas
alas de cera a las cuales recubrió de plumas de ave, y construyó dos juegos, uno para
él y el otro para su hijo Ícaro. Y tras mucho practicar el vuelo, abandonaron ambos
juntos la isla volando. Pero al estar las alas hechas de cera, el calor podía derretirlas.
La instrucción de Dédalo a su hijo fue que no se elevara mucho ni se acercara al sol.
Pero Ícaro no obedeció a su padre y ensoberbecido siguió subiendo y subiendo hacia el
cielo. Como consecuencia, la cera de sus alas se derritió y las plumas se despegaron,
de forma que Ícaro se precipitó al mar donde falleció. Dédalo, desconsolado, pudo
continuar su vuelo hasta llegar sano y salvo a Sicilia.
Muy conocida es también la historia de la Esfinge de Tebas, un demonio con cara de
mujer, cuerpo de león y alas de pájaro que habitaba en los campos cercanos a la
mencionada ciudad de Beocia, mandada por los dioses para castigar al rey Layo y a los
tebanos. La esfinge mataba sin compasión a cualquiera que encontrara a su paso y
que no supiera descifrar sus tres enigmas, de los cuales el más importante era: ¿Cuál
es el bípedo que en la mañana anda en cuatro patas, al mediodía en dos y al atardecer
en tres? El rey Layo invocó a quién pudiera resolver el acertijo, y al llamado acudió
Edipo. Ante la consabida pregunta, Edipo contestó: el hombre, que en su tierna
infancia gatea en cuatro pies, en su plenitud camina erguido en dos pies y en la
ancianidad se apoya con un bastón. Ante esto la Esfinge, habiendo Edipo contestado
en forma también correcta sus otras dos preguntas, se suicidó en su desesperación.
Acá confluye otra leyenda, inmortalizada posteriormente en la tragedia Edipo Rey de
Sófocles. Edipo era en realidad hijo del rey Layo de Tebas y de su esposa Yocasta, pero
al nacer un oráculo había señalado a Layo que un hijo suyo lo mataría y desposaría a
su propia madre. Aterrado ante esto mandó dar muerte al niño, pero el hombre a
cargo de la ingrata labor se apiadó del menor y lo abandonó en un monte, donde fue
encontrado por campesinos y entregado a los reyes de Corinto, que lo adoptaron y le
pusieron por nombre Edipo. Pero en algún momento Edipo fue informado por el
Oráculo de Delfos que cargaba a sus espaldas un cruel destino: que mataría a su padre
y se desposaría incestuosamente con su madre. Para evitar esto, abandonó a quienes
creía sus verdaderos padres, y tomó el camino de Tebas, donde encontró en el camino
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a un solitario hombre con el que riñó y al cual mató, sin saber que era Layo, el rey de
Tebas y su propio padre. Tras esto, Edipo continuó su jornada a Tebas, donde realizó
la antes mencionada hazaña de liberar a la ciudad de la Esfinge. Como recompensa,
Edipo fue declarado salvador de Tebas, convirtiéndose en rey y casando con la reina
viuda, sin saber que era su madre. Con ella engendró cuatro hijos, de los cuales sería
padre y hermano. Así se cumplió paso a paso la profecía del Oráculo y el destino cayó
irremisiblemente sobre los protagonistas de la tragedia. Cuando años después Edipo
quiso descubrir las razones de la desaparición y muerte del rey Layo, salió a la luz
toda la cruel verdad. Yocasta, aterrada, se suicidó; su hijo-esposo Edipo se arrancó los
ojos, y en señal de remordimiento abandonó Tebas para siempre, acompañado de su
hija Antífona.
Muy conocida es también la historia del semi-dios Perseo, hijo de Zeus. El tirano de la
isla de Sérifos, Polícdetes, encomendó traicioneramente a Perseo, para deshacerse de
él, le trajera la cabeza de Medusa, una de las tres aterradoras Gorgonas, hermosas
mujeres con serpientes venenosas por cabello que convertían en piedra a quien las
viera directamente a los ojos. De las tres Gorgonas, Esteno, Uriale y Medusa, tan sólo
la última era mortal. Viendo el peligro para su hijo, Zeus logró que Hermes le
proveyera de una hoz de acero para cortar su cabeza y Atenea de un brillante escudo
para su protección. Atenea aconsejó a Perseo cómo proceder, paso a paso, para llegar
a Medusa, y Perseo así obedeció. Consiguió además de las Náyades, ninfas de los
cuerpos de agua dulce, un zurrón mágico, el casco de Hades que le permitía volverse
invisible y unas sandalias aliadas. Con estos elementos, Perseo consiguió llegar hasta
Medusa, y usando el escudo como espejo, sin verla directamente a la cara, pudo
decapitarla y hacerse de su cabeza, la cual cubrió, pues aun cercenada seguía siendo
mortífera. De la sangre de Medusa nació el caballo alado Pegaso. Después Perseo
utilizaría esta misma cabeza como arma para petrificar a sus enemigos. Finalmente,
tras muchos avatares, Perseo casaría con la bella Andrómeda, y engendraría con ella
siete hijos.
La historia de Heracles -el Hércules de los romanos- es también muy conocida. Hijo de
Zeus y de la mortal Alcmena, era asimismo biznieto de Perseo. Hacia él sentía la diosa
Hera, esposa de Zeus, un odio declarado. Sería el más grande de los héroes
mitológicos griegos. Como expiación de un terrible crimen que había cometido durante
un ataque de locura provocado por Hera, asumió la responsabilidad de realizar sus
famosas Doce Pruebas, las cuales cumplió a la cabalidad. No es del caso relatar todas
y cada una de estas pruebas, pero hay algunas que merecen especial mención.
La segunda de ellas sería matar a la Hidra del lago de Lerna, un monstruo acuático
policéfalo, esto es, de múltiples cabezas, y de aliento venenoso. Además, por cada
cabeza que se le cortaba le crecían dos más. Heracles descubrió que la única forma de
evitar esto era, una vez que se cortaba una cabeza, quemar y cauterizar
inmediatamente el muñón, lo que hizo con ayuda de su sobrino Yolao. Así, se fue
deshaciendo una a una de las múltiples cabezas, hasta que pudo deshacerse de la
última. Aprovechó de bañar sus flechas en la sangre venenosa de la Hidra.
En su novena prueba, Heracles venció a las amazonas, las famosas mujeres guerreras
que se amputaban un pecho para disparar mejor el arco, y se apoderó del cinturón
mágico de su reina Hipólita. En la undécima prueba robó las manzanas de oro del
hermoso Jardín de las Hespérides, las cuales otorgaban la inmortalidad. La última
prueba consistió en descender a los infiernos para apoderarse del Cancerbero, el perro
de Hades que custodiaba el ingreso y la salida al inframundo, de tres cabezas y con
una serpiente por cola. Antes de ingresar al inframundo visitó la ciudad de Eleusis,
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para empaparse de los misterios eleusinos -las ceremonias de iniciación en honor de
Deméter y Perséfona- y aprender como entrar y salir de los infiernos. Heracles logro
hacerse del aterrador can y lo llevó a su primo y enemigo Euristeo, rey de Argólida.
Conmueve también la hermosura del mito de Prometeo. Miembro de la segunda
generación de Titanes, sería, como deidad, el gran amigo, protector y benefactor de
los mortales humanos. Algunas versiones señalan que él habría sido el creador de los
hombres, moldeándolos de barro. También, como todos los Titanes, sería el gran
enemigo de los dioses olímpicos. Zeus, enojado con los humanos, los privó del fuego.
Prometeo, para ayudar a sus amigos mortales, decidió robar el fuego, así que subió al
Monte Olimpo y se apoderó de él y se lo devolvió a los hombres para que ellos
pudieran calentarse. Ante esto, Zeus urdió dos venganzas.
Primero, creo a una mujer llamada Pandora, lleva de hermosura y virtudes, y la casó
con Epimeteo, hermano de Prometeo. Éste había recomendado a su hermano no
aceptar ningún regalo de los vengativos dioses, pero Epimeteo, prendado de Pandora,
hizo caso omiso. Epimeteo tenía en su hogar un ánfora, la muy conocida Caja de
Pandora, en el cual se encontraban todas las virtudes y males de la humanidad. Hasta
entonces la humanidad había vivido en un estado ideal, pero Pandora, inconsciente de
sus actos, abrió el ánfora y de ahí salieron todos los males que a partir de ese
momento aquejarían a la humanidad. Sólo quedaría, en el fondo del ánfora, sin
alcanzar a escapar, la esperanza. De ahí sabemos que la esperanza es lo último que
pierde el hombre. Como se aprecia, la similitud de este relato con la historia bíblica de
Adán y Eva y la expulsión del paraíso, es sorprendente.
La segunda venganza, relatada en la tragedia Prometeo Encadenado de Esquilo,
consistió en capturar a Prometeo y llevarlo al Cáucaso, donde lo dejó encadenado para
la eternidad. Un águila le comería todas las noches el hígado, que, siendo Prometeo
inmortal, se regeneraría día a día, en un martirio eterno. Pero Heracles, de paso al
Jardín de las Hespérides, pasó por el lugar de cautiverio de Prometeo y lo liberó.
Siendo Zeus padre de Heracles, consintió la acción de su hijo. Agradecido, Prometeo
llevó a Heracles a conseguir las manzanas de oro.
Además, en una posterior venganza, Zeus habría pedido a Poseidón que produjera una
gran inundación, que acabara con la humanidad en castigo por el hurto de Prometeo.
Sabiendo esto, Prometeo aconsejó al humano Deucalión que construyera un arca y se
embarcara en ella junto con su mujer Pirra, precisamente hija de Epimeteo y Pandora.
Zeus hizo caer una copiosa lluvia durante 9 días y 9 noches, que inundó toda la
Hélade. Terminado el diluvio, Deucalión y Pirra iniciaron la repoblación de Grecia,
siendo los progenitores de los helenos. También en esto es asombroso el parecido con
la historia bíblica del Diluvio Universal y Noé.
Por último, dentro de esta rápida recopilación mencionaremos la expedición y los
Argonautas en busca del Vellocino de Oro, a las lejanas tierras de la Cólquide, en el
Cáucaso. Jasón debió realizar esta misión para hacer valer sus derechos al trono de
Yolcos. Consistía en traer de vuelta la piel de oro de un fabuloso carnero, que estaba
en poder del rey Eetes. Jasón construyó su propia nave, el Argo, y convocó una
tripulación de 50 grandes hombres, conocidos como los Argonautas, lo más granado de
los héroes griegos, entre ellos el mismísimo Heracles. Después de grandes peripecias y
de un recorrido por todo el Egeo y el Mar Negro, Jasón y los Argonautas cumplieron su
cometido en el fin del mundo y regresaron a Grecia.
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Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
10.- La Leyenda de Troya.
Si pensamos en la fabulosa historia de la Guerra de Troya, ella nos ha llegado en una
serie de relatos, unos complementarios de los otros. Los dos fundamentales, aunque
de aspectos puntuales y parcializados de la gran historia, son, desde luego, los
grandes poemas épicos de Homero titulados La Ilíada y La Odisea.
En ese período final de la civilización aquea, justo antes de la invasión doria, se
produjo en conflicto histórico entre los griegos micénicos y la rica Toya asiática, la
ciudad también conocida como Ilión. De ahí vendría el nombre de La Ilíada. De
acuerdo a la gran leyenda, estando de visita en la Esparta micénica, en la corte del rey
Menelao, el príncipe troyano Paris, se enamoró perdidamente de la bellísima Helena,
esposa de Menelao. La discusión es si la raptó para llevársela a Troya, o si ella,
enamorada de Paris, se fue voluntariamente. Uno tiende a pensar en la segunda
posibilidad, la más factible. De cualquier forma, la belleza de Helena debe haber sido
esplendorosa, meritoria de tal acción.
Esto provocaría la gran venganza de las ciudades aqueas contra Troya. Los griegos,
comandados por su monarca más poderoso, Agamenón, rey de Micenas, hermano del
burlado Meneleao de Esparta, organizaron un ataque coordinado contra la rica Troya,
la ciudad más opulenta de Asia Menor y que controlaba el acceso al Helesponto, esto
es, a los Dardanelos. La lascivia de Paris y Helena trajo la indeseada guerra a Troya,
cuyo rey, el sabio Príamo, padre de Paris, tuvo que aceptar por amor a su hijo. Aunque
ya sabemos que históricamente hubo consideraciones mucho más de fondo.
Pero Troya era poderosa y bien defendida, así que el sitio griego se extendió,
inexplicablemente, por diez años. El más grande héroe de los griegos, el semi-dios
Aquiles, líder de su ejército privado llamado los mirmidones, sería el alma de la lucha
griega; mientras que, por parte troyana, el gran líder sería el hijo mayor de Príamo, el
bravo Héctor. Pero en un momento el gran amigo de Aquiles, Patroclo, poniéndose la
armadura de Aquiles, y confundiendo a amigos y enemigos, enfrentó justamente al
héroe troyano Héctor. Como resultado, Héctor mató erróneamente a Patroclo,
creyendo que era Aquiles. Éste, en venganza, no pudo más que resarcir la muerte de
su amigo, matando, en una verdadera lucha de titanes, a su contrincante Héctor. Tras
esto, el acongojado Príamo acudió a humillarse ante Aquiles, para implorar el cuerpo
de su valiente hijo, para darle una digna sepultura. Las palabras de este padre
desconsolado resuenas todavía en nuestro subconsciente. Aquiles, en un principio
vengativo, terminó entregando el cuerpo de su honorable enemigo al venerable y
clamante padre.
Pero Aquiles era de cualquier forma mortal. Su madre lo había bañado en aguas
protectoras durante su infancia, pero, habiéndolo detenido por el talón, sólo esta parte
de su cuerpo seguía siendo vulnerable. Entonces, tras la muerte de Héctor, su amante
hermano, precisamente Paris, clavó una flecha envenenada en el Talón de Aquiles, lo
cual provocaría la muerte del gran héroe griego.
Y así la guerra continuó hasta que se cumplieron los diez años de lucha, al final de los
cuales, los griegos, cansados, analizaron abiertamente la perspectiva de regresar a
casa o terminar de una vez la contienda. Así surgió la famosa estrategia del llamado
Caballo de Troya. Fingiendo una retirada estratégica, los griegos dejaron abandonado
en la playa, frente a las murallas de Troya, un caballo de madera. Los troyanos, viendo
la partida griega, creyeron que se trataba de un trofeo dejado por el enemigo. Pero
ignoraban la estratagema. En efecto, dentro del caballo de madera se había
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introducido, sigilosamente, un grupo de aqueos, comandados por el valiente Ulises,
también llamado Odiseo, rey de Itaca, isla jónica de la Grecia Occidental.
Ante esto, los troyanos, eufóricos de lo que creían su triunfo, introdujeron el citado
caballo dentro de la ciudad, y empezaron una celebración con rasgos de bacanal.
Cuando los troyanos, ensoberbecidos por su aparente victoria, estaban ampliamente
afectados por el vino, Ulises y sus hombres descendieron de su escondrijo en el caballo
y abrieron las puertas de Troya a sus compatriotas griegos que sigilosamente
esperaban fuera de las murallas. Así, como señala el dicho, Ardió Troya. Los griegos la
tomaron a sangre y fuego, destruyendo a su gran rival asiática. La bella Helena,
recapturada –o liberada- fue llevada de vuelta a Esparta con su marido Menelao. Y en
eso, un joven príncipe troyano, de nombre Eneas, lograba escapar con una serie de
fugitivos hacia las tierras de Occidente.
Tras esto, tocaría el regreso de los héroes victoriosos a Grecia, después de una
ausencia, para ese momento, ya de diez años. Y ahí la pluma de Homero nos lleva a la
historia particular de Ulises u Odiseo, de cuyo nombre alternativo derivaría el para
nosotros tan conocido título de La Odisea.
Desgraciadamente, el regreso del héroe no sería fácil. Le demoraría diez años más
volver a su amado reino insular y reencontrarse con su bella esposa Penélope y con su
hijo Telémaco. Muchos factores influirían en este retraso, y en el intertanto perdería
todas sus naves y a todos sus hombres. Habiéndose encontrado con el cíclope
Polifemo, al que cegó en su único ojo, se ganó la furia de este cíclope y de su protector
el dios Poseidón. La furia divina lo destruiría. En esto Ulises sobreviviría a las grandes
tentaciones del canto de las sirenas, poniendo cera en los oídos de sus hombres y
amarrándose a sí mismo a un poste, para poder escuchar sin peligro de sucumbir tan
hermosos cánticos. O los años que pasó en el dulce cautiverio de la hermosa Ninfa
Calipso, que no le permitía proseguir su viaje de regreso a Itaca.
En el intertanto, en su reino, su desconsolada esposa y su amante hijo, esperando el
regreso del Ulises, hacían lo posible por conservar el trono del rey ausente. Una legión
de rémoras que se consideraban pretendientes de Penélope rondaban alrededor del
palacio real de Itaca, exigiendo una pronta respuesta de la reina con cuál de ellos se
casaría. Penélope respondía que daría una respuesta tan sólo una vez que hubiera
terminado el tejido que estaba hilando. Pero para dar tiempo al tiempo, hasta el
regreso de su amado esposo, cada noche destejía lo que de día había tejido. Así, pudo
demorar años una respuesta que no quería dar. Hasta que un día Telémaco vio
aparecer a la distancia al padre al cual casi no recordaba. Ulises, desembarazado de la
Ninfa Calipso y apoyado por Atenea, había logrado volver a Itaca tras veinte años de
ausencia. Acontecido esto, Ulises y su fiel hijo acabaron con los nefastos pretendientes
que corroían su reino, y el rey Odiseo volvió con Penélope. Y así acaba una de las
historias más interesantes jamás creadas por la mente de la humanidad.
11.- El Mito de la Atlántida.
Uno de las más interesantes leyendas que hemos heredado de los griegos cuenta la
historia de una gigantesca isla-continente que por un cataclismo se hundió en el mar.
Tal vez ello no tendría nada de novedoso, si no fuera por ciertas circunstancias que le
dan, al igual que a la Guerra de Troya, una aureola de posible realidad.
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La historia de la Atlántida fue desarrollada en dos diálogos del gran filósofo ateniense
Platón: en la parte final del diálogo de Timeo, que está completo, y en el cuerpo
principal del diálogo de Critias o de La Atlántida, que desgraciadamente ha llegado
hasta nosotros incompleto. Estos diálogos son de alrededor del año 360 A.C. Según
Platón corresponden a relatos que sacerdotes egipcios habrían hecho al famoso
legislador del Siglo VI A.C. Solón, relatándole un pasaje de grandeza de la Atenas
arcaica en relación a un imperio extinto. De cualquier forma, Platón, no dado a los
relatos mitológicos, consideró a la historia verdadera, y no inventada.
De acuerdo a la historia de Platón, más allá de las Columnas de Hércules, esto es, el
actual Estrecho de Gibraltar, habría existido unos 10.000 años antes de su época, un
poderoso imperio en una gigantesca isla del Océano Atlántico. La describe como más
grande que Libia (el Norte de África) y Asia [Menor] juntas. Habría sido la sede de un
gran imperio que se habría extendido por gran parte del mundo conocido. Es más,
Platón expresamente señala que a través de dicha gran isla era posible pasar al
continente opuesto, esto es, a un continente que se encontraba más allá.
Pero esta isla-continente se habría hundido por un cataclismo en el Océano, que por
cierto ahora llamamos Atlántico. Según relata Platón el nivel de degeneración en ese
imperio habría llegado a tal nivel que se habría llegado a producir híbridos de hombre y
animal. En otras palabras, que el alto desarrollo de la ciencia había llevado a la
Atlántida a su autodestrucción. Los propios dioses del Olimpo habrían decidido la
desaparición de un imperio tan degenerado moralmente. Desgraciadamente ahí se
interrumpe el relato que hemos recibido de Platón. Pero otros muchos historiadores
grecorromanos retomaron el tema a lo largo de los siglos.
Lo sorprendente del enigma es la precisión con que Platón planteó la idea de una isla a
medio caminito del continente “opuesto”, que ahora sabemos es América, pero en una
época en que la existencia del Nuevo Mundo era un gran misterio. Los medios actuales
no nos dan para responder la interrogante si este relato es ficticio o tiene algún origen
histórico. Pero, de cualquier forma, las posibilidades de un origen indoeuropeo en el
origen de este supuesto imperio atlántico no pueden ser desechadas.
Cuando comenzando el Siglo XVI los conquistadores españoles llegaron a América,
especialmente a lo que se ha llamado Mesoamérica y Perú, se encontraron con
sorprendentes leyendas de grupos de hombres de raza blanca que habían venido
desde donde salía el sol y les habían dejado elementos fundamentales de la cultura.
Después de siglos la sangre de estos elementos civilizadores se habría diluido, pero las
leyendas –y las tradiciones- perdurarían. Se recordaría por siglos una casta pequeña
de hombres blancos y barbados que gobernaría los pueblos de Mesoamérica, tales
como mayas, teotihuacanos o toltecas, o Perú, tales como tiahanuacos o incas. La
leyenda del dios blanco y barbado, el civilizador Quetzalcóatl -llamado Kukulkán por los
mayas- de Mesoamérica, se reproduce casi idénticamente en el dios Viracocha de los
Incas. Y algunas palabras evidentemente indoeuropeas resuenan claramente en las
lenguas mexicanas o peruanas. La expresión téotl o “dios” del náhuatl, la lengua de los
aztecas, ha perdurado y hasta ha dado nombre a la ciudad de Teotihuacan o
Tiutihuacan, y esto no es consecuencia de un helenismo de influencia española, como
alguien pudiera pensar, sino en respuesta al nombre que los propios aztecas le
pusieron a la ciudad milenaria y ya para entonces abandonada que ellos conocían. Lo
mismo se aplica a la ciudad de Tiahuanaco, de origen preincaico, en el Alto Perú.
No podemos saber cuanto hay de verdaderamente histórico en el relato de Platón, pero
no hay duda que muchos elementos de la leyenda son sorprendentes. Y si los unimos a
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los relatos prehispánicos de los pueblos de Mesoamérica y Perú, da para seguir
investigando, simplemente por el bien de la historia. Puede que esto señale un origen
de los pueblos civilizadores indoeuropeos muy distinto al que hoy imaginamos.
Muchos estudiosos han querido ver en la destrucción de la isla de Thera o Santorín el
hundimiento de la mítica Atlántida, pero esta isla está en el Egeo, por lo que esta
teoría entra en conflicto con el relato platónico.
Pero ahora, después de tanto relato fantástico helénico, no nos queda más que volver
a la fría historia, a lo que empíricamente puede comprobarse.
12.- La Grecia Pre-Clásica.
Tras el derrumbe de la civilización micénica como consecuencia de la irrupción doria, lo
que vendría sería una verdadera Edad Media helénica de muchos siglos, alrededor de
450 ó 500 años, de la que muy poco se sabría. No obstante, durante la llamada Edad
Obscura de los siglos IX a VII A.C., que no sería en realidad tan gris, los griegos
completaron la colonización de la costa egea de Asia Menor e iniciaron su expansión
demográfica y comercial más allá del Mar Egeo, hacia gran parte del mundo
mediterráneo. Se colonizaron Sicilia, el Sur de la bota italiana (la región de Calabria),
Chipre, Creta, y se establecieron colonias comerciales griegas en lugares tan lejanos
como Barcelona, Marsella (Massilia), el Adriático, el Mar Negro, Crimea y puntos del
Norte de África como la región de Cirenaica. En Sicilia tuvo lugar una lucha de varios
siglos entre los recién llegados griegos y los habitantes originarios pre-helénicos, que a
la larga terminó en la prácticamente absoluta asimilación y helenización de estos
últimos.
En algún momento de esta Edad Obscura los griegos empezaron a ser conocidos -y a
auto designarse- con un nombre común, el de helenos, y a llamar a su tierra de natal
Hélade (‘Ελλάς). El origen de este nombre es desconocido, y aparentemente les habría
sido puesto por extranjeros, desde fuera del universo griego. De hecho, el nombre con
que nosotros conocemos a este pueblo, griegos, deriva de la palabra que los romanos
adoptaron cuando empezaron a tratar con sus más cercanos vecinos helénicos de la
ciudad de Cumae, que en gran medida eran descendientes de colonos provenientes de
la ciudad beocia de Graia. De aquí el más posible origen de la palabra latina Graeci.
Aparentemente esto sucedió antes de que el nombre heleno se generalizara como
concepto universal. Pero el nacimiento de estos conceptos Hélade y helenos significó el
surgimiento del sentimiento de mutua pertenencia general de la totalidad del mundo
griego. Paralelamente, el desarrollo de la civilización helénica se vio impulsado por la
ya mencionada adopción del alfabeto.
Los propios griegos señalaron una fecha a partir de la cual empezar a contar la
historia, el año 776 A.C., la celebración de los primeros Juegos Olímpicos. Los griegos
llamaron Olimpíada al período de cuatro años que mediaba entre unos juegos y otros,
y midieron el tiempo de acuerdo a los uno, dos, tres o cuatro años de cada Olimpíada.
El nombre, como es sabido, deriva de la ciudad de Olimpia, en el Peloponeso
Occidental. No debe confundirse geográficamente con el monte Olimpo, supuesta
residencia de los dioses, en Tesalia, en la Grecia septentrional. Estos juegos, en honor
a los dioses paganos helénicos, fueron prohibidos por el emperador romano Teodosio I
El Grande en el año 394 D.C., con motivo de la declaratoria del Cristianismo como
única religión oficial del Imperio. Posteriormente los romanos señalarían otra fecha
como origen de su propia cronología, pero eso ya es historia posterior.
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Con la expansión helénica y la resurrección paulatina de su cultura, en ese período
comprendido entre los siglos VII y VI A.C., comenzó a tomar forma la primera
civilización humanista de la historia. Surgieron los primeros pensadores, los llamados
filósofos presocráticos, que trataron de descubrir el origen de todas las cosas, los
elementos de la vida y de la naturaleza, y los rudimentos de las ciencias exactas.
Contaron desde luego con la ventaja de un idioma rico y un alfabeto que permitía la
expresión escrita de ideas abstractas. Más adelante volveremos en detalle a la filosofía
griega.
Asimismo, hacia el año 700 A.C. se inventó en Lidia, Asia Menor, el dinero amonedado.
De la palabra griega numisma surgirá el término numismática, para referirse a la
importantísima ciencia dedicada al estudio de las monedas. Gracias a la numismática
es que ha sido posible reconstruir gran parte de nuestra historia, pues cada
descubrimiento trae a la luz más antecedentes de monarcas desconocidos, templos ya
inexistentes, formas artísticas especiales, estilos de representación antropomórfica o
facial, idiomas y formas de escritura utilizados, etc. Tras este descubrimiento, los
griegos harían uso extensivo de sus monedas de ley metálica estable. Las dracmas de
las diferentes ciudades griegas (básicamente Atenas y Siracusa), primero, y de los
reinos alejandrinos y helenísticos, después, serían por siglos el elemento de cambio
aceptado hasta en Bactriana y la India. Como consecuencia de todo lo anterior
renacerían de manera grandiosa la cultura, el idioma, el pensamiento, el comercio y la
ciencia en todo el mundo helénico.
De hecho, el primer foco de este renacimiento cultural quedaría representado por las
ciudades griegas de la costa egea de Asia Menor, aquéllas más directamente
relacionadas con las ricas civilizaciones asiáticas circundantes. Con motivo de las
migraciones desde la Grecia propiamente dicha hasta Asia, surgieron tres regiones
costeras perfectamente distinguidas por sus dialectos de origen peninsular: Jonia, Eolia
y Dórida. La región de Jonia, la más septentrional sería la más importante en este
Renacimiento cultural. Además, las ciudades jonias estarían relacionadas
dialectalmente con la península ática, esto es con Atenas.
Los primeros grandes literatos griegos provienen de esta época tan obscura. El más
grande de todos es desde luego Homero, el autor de La Ilíada y La Odisea. Su vida
tuvo lugar en el curso del Siglo VIII A.C. Muchas veces se ha dudado de su existencia
física y se ha creído que en realidad se trata de una serie de compiladores, pero los
estudiosos modernos han vuelto a creer en la existencia del autor único. Según la
tradición sería un poeta ciego originario de la costa jónica de Asia Menor. Esto cuadra
perfectamente con su estilo y dialecto literarios.
Otros escritores griegos de la época, también envueltos en la tiniebla sobre su origen,
son el poeta Hesíodo y el fabulista Esopo. El primero sería originario de Ascra, cerca de
Tebas, en Beocia, y habría estado activo hacia el año 700 A.C. Es considerado el más
antiguo de los poetas griegos, después de Homero, tal vez rival de éste. Es autor
reconocido de diversas obras de gran importancia tales como la ya mencionada
Teogonía (que relata la genealogía de los dioses griegos), Trabajos y Días (que
consagra la importancia del sano trabajo en la vida del hombre) y El Escudo de
Heracles. Del segundo es también muy poco lo que sabemos, y habría vivido hacia el
año 600 A.C., aunque también se duda de su existencia efectiva. Pero sus relatos, sus
fábulas, en los que comúnmente animales representan caracteres psicológicos
humanos, con importantes lecciones morales y prácticas, son muy conocidos y están
ampliamente difundidos. Son parte de nuestra cultura popular.
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De la etapa final de la época preclásica viene la conocida lista de los llamados “Siete
Sabios de Grecia”, algunos de ellos hasta el día de hoy muy conocidos: Cleóbulo de
Lindos, tirano de la ciudad homónima, en Rodas; el gran legislador ateniense Solón; el
reformador espartano Quilón; el legislador Brias de Priene; el filósofo y matemático
Tales de Mileto; el estadista Pitaco de Mitilene, en la isla de Lesbos; y Periandro, tirano
de Corinto.
13.- El Origen del Pensamiento Griego.
Como acabamos de mencionar, los pensadores griegos del Siglo VI A.C.,
especialmente aquéllos habitantes de las ricas ciudades jonias de Asia Menor, fueron
los primeros que trataron de desentrañar los orígenes de la vida y del universo sobre
una base meramente racional. El primer paso en este proceso fue dado por una serie
sucesiva de filósofos que buscaban la verdad sobre el Cosmos. Son los llamados
filósofos presocráticos, o del período Cosmológico, básicamente de la Época Preclásica.
Tales de Mileto, ciudad de Asia Menor, quien viviera aproximadamente hacia los años
639-546 A.C., considerado el primero de los filósofos, entendió que el elemento
primordial de la vida y la naturaleza era el agua, lo que en gran medida sabemos es
muy cierto. Anaximandro (aprox. 610-546 A.C.), también de Mileto, concluyó que el
origen de todas las cosas era una materia indeterminada e invariable, de hecho divina,
de la cual surgían los opuestos de la naturaleza como el frío y el calor. Para
Anaxímenes de Mileto (585-524 A.C.) este principio inmutable es el aire, de cuya
rarefacción y condensación surgen el viento, el fuego, las nubes, el agua, la tierra, etc.
Posteriormente Pitágoras (582-507), originario de la isla egea de Samos, desarrolló la
teoría que todas las cosas eran en realidad números, al tiempo que en el plano
metafísico planteó no sólo la inmortalidad, sino también la probable trasmigración del
alma. De él –o por lo menos de su escuela- deriva el muy conocido Teorema de
Pitágoras. Habiendo abandonado su natal Samos, se estableció con su escuela en
Crotona, en la Magna Grecia, y de ahí sus seguidores –los pitagóricos- fundaron su
tercera escuela en Tarento.
Heráclito de Éfeso (535-484) postuló a la razón como principio regulador del universo,
con una realidad en perpetuo cambio y los opuestos enfrentándose unos con otros.
Parménides de Elea (nacido hacia 530 A.C.) entendió a la realidad como una e
inmutable, existiendo el Ser y no existiendo el No-Ser.
Empédocles de Agrigento (aprox.495-430 A.C.), griego siciliano, buscó en origen de
todo en una multiplicidad de elementos, que serían cuatro: el agua, el fuego, la tierra
y el aire. De ellos estaría conformado todo el universo. Anexágoras (500-428 A.C.),
originario de Clazomene, Asia Menor, que se refugió en Atenas después de la revuelta
de las ciudades jonias contra el dominio persa, consideró al sol una masa de fuego
candente y a la luna una masa originalmente procedente del sol y que, no contando
con luz propia, reflejaba la luz de aquél. Propuso que todo estaba compuesto de
pequeñas partes u homeomerías, ordenadas por una inteligencia superior.
Demócrito de Abdera (aprox. 460-370 A.C.), originario de Tracia, por influencia de
Leucipo de Mileto (450-370 A.C.) postuló la avanzada teoría del átomo. La realidad
está compuesta por dos causas: lo que es, representado por átomo indivisibles, y lo
que no es, representado por el vacío. El concepto de “átomo”, esto es algo sin partes o
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sin división, representa la mínima expresión de la naturaleza. Están los átomos
siempre en movimiento, uniéndose unos a otros y formando todos mayores. El alma
humana estaría compuesta de átomos livianos, mientras que el soma, el cuerpo, de
átomos más pesados.
Cuando uno observa los postulados de estos hombres, se da cuenta del gran trecho
que con ellos ha avanzado la Humanidad desde las teorías mágicas o de las
supersticiones de los pueblos primitivos, inclusive de grandes civilizaciones que a pesar
de su grandeza nunca pudieron llegar a desarrollar un pensamiento científico que,
equivocado o no, postulara principios existenciales derivados del raciocinio y de la
observación mentales.
14.- Las Polis Griegas.
Hacia el año 500 A.C. el mundo griego se encontraba políticamente organizado sobre
la base de pequeñas ciudades-Estado o Polis (πόλις), ubicadas en la Hélade
propiamente dicha, esto es, el Sur de la actual Grecia, y en la costa egea de Asia
Menor, en las ya mencionadas zonas costeras llamadas Jonia, Eolia y Dórida. Éstos
eran los centros de la cultura griega en esa época, poblados absolutamente por
griegos. En la Hélade destacaban Esparta, en la región de Laconia o Lacedemonia, que
dominaba la península del Peloponeso; Atenas, en la península ática, ya rica y
poderosa; además de otras ciudades como Corinto, Tebas, Megara, Argos, Calcis, etc.
En Asia Menor las ciudades eran numerosas y opulentas, tales como Éfeso o Mileto,
pero no suficientemente poderosas. Asimismo, estaban pobladas por griegos la costa
norte del Mar Egeo y la isla de Chipre.
No obstante, la expansión helénica había creado ya otro nuevo centro cultural y
político, también de población griega, el Sur de Italia -la llamada Magna Grecia- y la
parte oriental de la rica Sicilia. En Italia y Sicilia eran muy importantes las polis de
Tarento y Siracusa. De hecho los griegos de Occidente disfrutaban de una prosperidad
material muy superior a la de sus hermanos de la Hélade.
Pero la expansión griega había llegado mucho más allá: sus colonias controlaban las
principales rutas comerciales, especialmente el paso del Mediterráneo al actual Mar
Negro (llamado entonces Ponto Euxino por los griegos), destacando la conocida
Bizancio, en el Bósforo. Existían puestos comerciales y centros poblacionales
totalmente griegos desde el Quersoneso Póntico (Crimea) hasta la lejana Hispania. En
un lugar tan remoto como el Sur de la Galia estaba la importante ciudad comercial de
Massilia (Marsella), y en Hispania se encontraba Barcino (Barcelona).
Políticamente, la civilización griega era mucho más disímil de lo que uno cree. La
estructura política tradicional, la monarquía, vivió desde tiempos micénicos un cambio
drástico. Por lo general era una monarquía electiva, a cargo de un rey o Basileus
(βασιλεύυς), pero el período de gobierno del monarca empezó a acortarse
drásticamente. De ser vitalicio el monarca se convirtió poco más que en un funcionario
de una república aristocrática. La consecuencia directa de esto sería el establecimiento
de regimenes oligárquicos, las llamadas aristocracias, dirigidos por las clases
superiores de las polis. En gran medida estas clases superiores representaban también
un elemento étnico griego puro, opuesto a la masa poblacional en gran medida
prehelénica.
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Una tercera etapa en esta evolución política vendría con el establecimiento de las
llamadas tiranías, regímenes políticos unipersonales, basados en la fuerza, cual
verdaderas dictaduras en un sentido moderno, pero con un sustento popular sólido,
que permitía a los tiranos el control del poder en tanto tuvieran el apoyo popular. La
interpretación más cercana del concepto sería actualmente dictador, con sus virtudes y
defectos, pero preferimos no utilizar esta expresión para no crear confusión con el
sentido original que el puesto de dictador tenía en Roma. El tirano griego fue un
elemento fundamental en el desarrollo de la polis y en la base legislativa de la misma.
Excepción hecha de Esparta, prácticamente todas las ciudades griegas, incluida desde
luego Atenas, pasaron en algún momento por una etapa de tiranía. El más famoso de
los tiranos, por su poder y la riqueza de su Estado, fue tal vez el gran Dionisio de
Siracusa, de quien luego hablaremos con más detalle.
Finalmente, en la mayor parte de las polis triunfaría, aunque por un período no muy
largo de tiempo, la Democracia, esto es, el gobierno directo del demos (δήµος) o
pueblo de la polis. Este concepto Democracia, ahora tan en boga en una sociedad
occidental de comienzos del siglo XXI ya enfrentando su declinación, surgió entre los
griegos de una forma muy distinta a como nosotros la entendemos en la actualidad.
Para los griegos el concepto se restringía exclusivamente a los ciudadanos de la polis,
esto es, sólo a los hombres libres de la ciudad, excluyendo a las mujeres, a los
menores de edad, a los extranjeros ciudadanos de otra polis, y, desde luego, a los
esclavos. Si analizamos la diferencia conceptual entre los términos nacional (en sentido
jurídico) y ciudadano, se aprecia que esta diferencia calza perfectamente en el caso
griego. Sólo unos cuantos individuos podían ejercer los derechos cívicos en la polis,
inclusive en la época de mayor desarrollo de la democracia.
De cualquier forma, la democracia no sería el escalón final de la evolución, puesto que,
una vez viciada esta forma de gobierno, el propio pueblo de las polis llevaría al poder a
líderes demagogos, políticos sin escrúpulos que tratarían de utilizar a la democracia y a
la voluble voluntad de la masa popular para sus fines personales, lo que terminaría
destruyendo la estructura del edificio de las polis.
Muy ejemplificativa es la apreciación de Aristóteles sobre los sistemas políticos que
imperaron en Grecia. Más adelante nos referiremos en detalle a ella.
Si bien Grecia, por su particular división en infinidad de ciudades-Estado, careció de un
solo centro político-cultural, y cada polis o región desarrolló sus propias características
e instituciones políticas, que nunca fueron iguales en todas partes, el hecho indudable
es que durante gran parte del período clásico dos serían los principales centros de
poder del mundo helénico, y cada uno impondría, en algún momento, su sistema de
pensamiento a gran parte de los vecinos. Independientemente de la importancia que
en algún momento tuvieron las ricas y cultas ciudades de la costa egea de Asia Menor,
o Tebas, o Corinto, o las ciudades de la Magna Grecia o Sicilia, resaltan por encima de
todas ellas dos polis de estructura política y social muy distinta: Atenas y Esparta.
15.- El Estado Ateniense o Ático.
La ciudad de Atenas, en la península del Ática, sería famosa por su madurez política,
para poder llegar a ella tuvo que recorrer una trascendental evolución que la llevó
desde la monarquía, pasando por la tiranía, hasta alcanzar la democracia más plena en
el sentido griego de la palabra. Pero, como cualquier estructura humana que nace, se
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desarrolla y crece, la brillante democracia terminó desembocando, desgraciadamente,
en una estructura demagógica que a la larga significó su ruina.
El Estado Ateniense abarcaría toda la península del Ática, lo que le significaría una
base territorial bastante extendida, mucho mayor que el promedio de las polis griegas.
Esto asemejaría bastante a Atenas al concepto actual de Estado. El proceso de
conquista y unificación del Ática tuvo lugar en el período comprendido entre los años
800 y 680 A.C. Lo importante de resaltar de este proceso de expansión y asimilación
es que todos los habitantes del Ática se sentirían ciudadanos atenienses, y no súbditos
subyugados.
El año 683 A.C. Atenas abolió completamente lo que quedaba de la institución
monárquica. Ésta fue reemplazada por un órgano ejecutivo colegiado de nueve
Arcontes, responsables ante el Areópago, una especie de Senado aristocrático. Existía
también una asamblea de ciudadanos libres, la Ecclesia (έκκλησία), pero con escaso
poder. Justamente de esta expresión nacería después la palabra Iglesia. Aunque en
dicha época en Atenas el poder efectivo permanecería sólidamente en manos de la
casta superior de los Eupátridas o “bien nacidos”.
El proceso en pro del establecimiento de un sistema moderno de gobierno empezó con
las primeras leyes escritas de la ciudad, expedidas por Dracón entre 628 y 620 A.C. De
la famosa dureza de estas leyes ha surgido la expresión Draconiano para referirse a
una medida drástica. Habiéndose entonces estas leyes inaplicables por impracticables,
fue menester reformarlas. Entre 594 y 591 tuvieron lugar las reformas de Solón,
mucho más moderadas, que establecieron un sistema económico y social más justo.
Aunque muchos piensan que fueron demasiado suaves y débiles.
No obstante, los tiempos no estaban todavía listos para la democracia, así que entre
561 y 527 A.C. gobernó Atenas como tirano, con diversas interrupciones, un muy
capaz, moderado y benevolente Pisístrato, que allanó el camino para el futuro auge
económico de la polis. Fortaleció el poder de Atenas, agrandó su territorio en el
Helesponto, Asia Menor y el Egeo, y embelleció a la ciudad. Fue un gran gobernante.
Pero no así sus sucesores. A su muerte en 527 A.C. fue sucedido por sus hijos Hipias e
Hiparco. En realidad, el gobierno de los dos hermanos pisistratidas fue igualmente
bastante progresista, y las riendas del poder estaban en realidad a cargo del más
inteligente Hipias, mientras que Hiparco se convirtió en patrocinador de las artes. El
año 525 Hipias introdujo un nuevo sistema monetario en Atenas. Pero Hiparco abusó
de su poder, y por razones poco claras, aparentemente de tipo pasional, el año 514
A.C. fue asesinado por los dos Tiranicidas Harmodio y Aristogeitón. Esto afectó
tremendamente a Hipias, que ordenó ejecutar a los dos Tiranicidas, y a partir de ese
momento se convirtió en un receloso déspota, lo que debilitó su otrora fuerte posición
y le enajenó el afecto de los ciudadanos atenienses. Su gobierno fue finalmente
derrocado con apoyo espartano en 510 A.C. Hipias huyó a Persia, y después, tratando
de recuperar el poder en Atenas, apoyaría –poniéndose del lado equivocado- al rey
persa en su invasión de Maratón del año 490 A.C.
Derrocado Hipias, la facción democrática –opuesta a la aristocrática de los Eupátridasse hizo cargo del poder. Las reformas que posteriormente introdujo entre los años
508-507 A.C. el líder popular Clístenes, establecieron definitivamente una estructura
política que permitió la consumación de la democracia. Los ciudadanos de Atenas
fueron divididos, indistintamente de su origen social o ubicación geográfica en el Ática,
en 10 tribus, y cada tribu designaría 50 representantes al Consejo de los Quinientos o
Bulé. La base del sistema representativo estaba lista y funcionando. El Ágora, la
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versión ateniense del Foro, sería el centro de la vida cívica de la polis durante muchos
siglos. Ahí se discutiría y decidiría, para bien o para mal, el destino de la ciudad y de
Grecia. Muerto Clístenes en 507 A.C., el sistema democrático mantuvo su curso y se
solidificó.
Nuevas reformas se introdujeron el año 487 A.C., por las cuales las funciones militares
fueron traspasadas a diez Estrategas. Para caso de emergencia uno de ellos sería
conocido como el Strategos Autokrator.
La gran virtud del sistema es que la democracia se extendió a todos los hombres libres
naturales de la ciudad, independientemente de su ingreso económico, y que el voto del
pescador valía tanto como el del filósofo. Pero recordemos que en una ciudad de unos
100.000 habitantes libres, como debe haber sido la Atenas de Pericles, no más de unos
30.000 deben haber sido ciudadanos con derecho a sufragio. Sólo con cifras tan
estrechas, y con un territorio estatal que abarcaba apenas la península ática (que ya
de por sí era bastante extenso), era posible la democracia directa. Ahora bien, el
sistema tenía sus carencias fuertes, pues del ejercicio cívico quedaban excluidas las
mujeres, aunque esto era en realidad un rasgo común de la época. Y, más complejo
aun, el sistema partía de la base de la esclavitud, a la cual no solo toleraba, sino que
regulaba.
El sistema democrático ateniense, y que se extendió a casi todas las ciudades griegas
de la Época de Oro, funcionó muy bien en tanto los ciudadanos fueron relativamente
numerosos, y cuando ellos aún apreciaban las ventajas que obtenían de esta libertad
cívica y sabían hacer buen uso de ella. Pero cuando en su momento, y no mucho
después, todavía dentro del siglo V A.C., el sistema comenzó a fallar, y los intereses
colectivos de los ciudadanos se alejaron de los verdaderos intereses de la sociedad en
su conjunto, la democracia dejó de ser un instrumento adecuado para enfrentar los
nuevos peligros.
Los atenienses, a instancia de Clístenes, y para proteger su democracia, crearon una
institución conocida como Ostracismo. Se aplicó por primera vez el año 487 A.C.
Consistía en someter a votación entre todos los ciudadanos los nombres de las
personas que de una forma u otra se volvían muy poderosos y podían llegar, inclusive
involuntariamente, a afectar el orden democrático de la polis. Los votos se escribían en
una concha u Ostrakón, de ahí el nombre del proceso. Si se reunía un cierto quórum
especial, se podía alejar a tales hombres de la ciudad, de una forma considerada
honorable para el afectado y sin afectar sus propiedades. Pero pronto esto degeneró
en un arma de los políticos para desembarazarse de sus enemigos particulares. Algo
que en los orígenes de la democracia protegía la igualdad de los ciudadanos, y que no
era en modo alguno infamante, degeneró, en la demagogia, en un instrumento de
poder particular y egoísta, al cual los ciudadanos se prestaban ante las ofertas del
mejor postor. Muchos de los grandes prohombres de Atenas, entre ellos el gran
Temístocles, fueron víctimas de este tan peculiar procedimiento.
16.- El Estado Espartano o Lacedemonio.
Por su parte, el sistema legal espartano derivaba de la obra de un legendario legislador
conocido como Licurgo, quien habría vivido, aproximadamente, entre los años 800 y
730 A.C. Estaría establecido sobre la base de tres virtudes básicas: la igualdad (entre
los legítimos espartanos), la preparación militar y la austeridad. No podemos afirmar
en realidad cuánto deriva de Licurgo o corresponde a posteriores instituciones, y ni
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siquiera podemos estar seguros si Licurgo efectivamente existió, pero de cualquier
forma el sistema político espartano que conocemos tenía las siguientes características:
Dos reyes hereditarios o Diarcas, de dos dinastías paralelas, dirigían conjuntamente al
Estado. Una de éstas era la de los Agíadas, de origen dorio, y la otra la de los
Euripóntidas, de origen aqueo. Las normas prohibían el matrimonio entre los miembros
de ambas dinastías, y ésta norma fue invariablemente respetada hasta fines del Siglo
III A.C., ya en los umbrales de la decadencia definitiva de la polis, en que el rey
Cleómenes III (235-222) rompió la tradición y, derrocando a su colega, impuso como
co-rey a su propio hermano de la misma dinastía Agíada. Pero para eso falta mucho
todavía. El más famoso de todos los monarcas espartanos, Leonidas I, el inmortal
héroe de las Termópilas, sería miembro de la dinastía Agíada.
Un consejo de ancianos, la Gerusía, y un cuerpo de magistrados, los Éforos, vigilaban
la institucionalidad. La Gerusía estaba conformada por 28 ancianos aristócratas, más
los dos co-reyes. Los Éforos eran cinco, elegidos anualmente, para controlarse
mutuamente con los reyes. Existía además una Asamblea Popular o Apella, que votaba
los proyectos de ley. Entonces, dentro de los ciudadanos espartanos, puede decirse
que, al menos para ellos, existía un sistema relativamente “democrático”.
Como se sabe, los espartanos vivían en condiciones sumamente austeras, en razón de
la necesidad de estar física y mentalmente preparados para las crudezas de la guerra,
de forma que el desarrollo de las artes plásticas, no es que estuviese vedado, pero era
superfluo. Por ello es que Esparta nunca desarrolló una cultura trascendente.
A diferencia del resto de Grecia, en Esparta las mujeres tenían una posición bastante
predominante, con muchas más libertades de las que disfrutaban, por ejemplo, sus
congéneres atenienses. Nos ha llegado el nombre de varias de ellas, siendo tal vez la
más renombrada Gorgo, esposa del rey Leonidas.
Esparta creó la mejor estructura militar de toda la Grecia Pre-Clásica y Clásica,
llegando a ser el símil de Prusia en la Antigüedad. La tradición señala que gran parte
de esta tradición fue fijada por Quilón, uno de los tradicionales Siete Sabios de Grecia.
Los niños desde la más tierna infancia serían separados de sus madres y entrenados
para la guerra; aquéllos muchachos con deformidades serían eliminados en el mismo
momento de su nacimiento. Los hombres en edad militar vivirían alejados de sus
familias, acuartelados.
Mas ello no sería tanto por planteamiento estratégico, sino por simple cuestión de
necesidad y supervivencia. La clase o casta rectora del Estado lacedemonio estaba
conformada por la clase espartana o espartista, los descendientes de los
conquistadores dorios, que gobernaban sobre una masa de pueblos sometidos. Dentro
del Estado Espartano estos espartanos eran ampliamente superados numéricamente
por las dos clases dominadas: los periecos, hombres libres pero sin derechos políticos,
y los ilotas, siervos propiedad del Estado. Esta es la razón por la cual los espartanos
tuvieran que crear un Estado militarizado, no tanto para defenderse, sino más bien, y
simplemente, para sobrevivir.
Una sola victoria de los dominados sería su fin. Esparta no podía enviar muchos
hombres a una guerra externa, por el peligro a dejar desprotegido el Peloponeso a la
merced de un eventual alzamiento de los ilotas, periecos, o los habitantes de la polis
subyugadas. Esparta no arriesgaba fácilmente sus hombres en una campaña, lo que
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era muy lógico y entendible, y por ello, en gran medida, casi nunca estuvo dispuesta a
cooperar en ninguna campaña panhelénica contra los enemigos comunes.
Además, los espartanos eran excesivamente religiosos, o mejor dicho muy
supersticiosos. Aunque en muchos casos usarían también su religiosidad como excusa
para evitar involucrarse en ciertas acciones. Debido a una festividad los espartanos no
pudieron –o no quisieron- participar en la batalla de Maratón, y por la misma razón
tampoco despacharon a la masa de su ejército a las Termópilas.
El sistema económico, sería una gran limitante para el desarrollo de Esparta: toda la
tierra era propiedad del Estado y controlada por el Estado, y los hombres estaban al
servicio del Estado, y ello fue desde luego una de las causas del fracaso de la
estructura política. Esparta nunca pudo llegar a tener un desarrollo económico y
comercial propio. Se contentó con lo que sacaba de la explotación de sus regiones
dominadas, pero descuidó el comercio. Entonces, Esparta no tenía entonces los medios
económicos para armar grandes ejércitos, y como veremos a continuación, tampoco
tenía los hombres necesarios.
El Estado espartano tendría una base territorial aun más extensa que el Estado ático, y
con cerca de 8.000 kilómetros cuadrados sería el mayor de todo el mundo helénico,
inclusive que el territorio histórico de Siracusa en Sicilia. Controlaba casi toda la
Península del Peloponeso, excepción hecha de la región de Argólida. Bajo su control se
encontraría la llamada Liga del Peloponeso, que desempeñaría un importante papel en
varias etapas de la historia de Grecia.
17.- El Surgimiento del Imperio Persa Aqueménida.
La historia del Imperio persa no sería importante para la historia de la cultura
occidental, si no fuera por tres razones. Una es la ya señalada, de que la civilización de
los persas y su idioma, si bien desarrollados íntegramente dentro de un entorno
cultural asiático-iranio, tenían un origen netamente indoeuropeo. Si bien cuando
entraron a la historia de Occidente los persas ya eran étnica y culturalmente un
imperio claramente oriental, compartían con los helenos en el remoto pasado un origen
común en algún lugar de Asia. Una segunda razón sería la liberación de los judíos del
Cautiverio de Babilonia, y la autorización de volver a Palestina, para reconstituir, bajo
la soberanía persa, su propio gobierno autónomo. Pero, desde luego que mucho más
importante fue el choque de civilizaciones que se produjo cuando el Imperio Persa,
tolerante en gran medida, pero absolutista y oriental, trató de sojuzgar a un pequeño
pueblo rebelde de la región del Egeo.
De paso, es de contar que la creación del Imperio Persa en el año 550 A.C., por Ciro El
Grande, fue un gran paso en la historia humana, pues los persas, guiados por una
sabia religión de principios muy básicos, casi monoteísta, el zoroastrismo, al conquistar
todo el mundo conocido desde la India hasta Egipto, lejos de imponer una autocracia
exclusiva, respetaron las particularidades lingüísticas, religiosas y costumbristas de sus
conquistados, creando una comunidad de pueblos bajo un gobernante común. Aunque
dos serían los pueblos rectores de este nuevo imperio, ambos iranios de origen
indoeuropeo: los persas y sus primos -y anteriores dominadores- los medos; a ellos les
correspondería dirigir la administración imperial y serían los oficiales de los ejércitos.
La dinastía reinante durante toda la historia de este imperio sería la Aqueménida, por
lo cual es común hablar del “Imperio Persa Aqueménida”, como distinción de un
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Segundo Imperio Persa, el de la dinastía Sasánida, que renacería ya en la época
romana, muchos siglos después, y al cual nos referiremos en su momento.
La lista de los monarcas aqueménidas de este primer Imperio Persa es la siguiente:
Ciro II El Grande (550-530 A.C.), Cambises II (530-522 A.C.), Esmerdis (522 A.C.),
Darío I El Grande (522-486 A.C.), Jerjes I (486-465 A.C.), Artajerjes I (465-424 A.C.),
Jerjes II (424 A.C.), Sogdiano (424-423 A.C.), Darío II (423-404 A.C.), Artajerjes II
(404-358 A.C.), Artajerjes III (358-338 A.C.), Artajerjes IV Arsés (338-336 A.C.) y
Darío III (336-330 A.C.). Casi todos ellos serán muy importantes para nosotros a la luz
de la subsiguiente historia de Grecia.
Desde luego que aquí se aprecia, aunque con sus limitantes orientales, la primera
aparición del concepto indoeuropeo de igualdad humana. El gobierno central
administraba sabiamente las regiones del Imperio, a través de delegados. Si bien
actualmente la expresión Sátrapa pudiera tener un carácter peyorativo, en realidad
correspondía al título de un funcionario del Gran Rey que estaba obligado a administrar
adecuadamente su provincia o Satrapía y a velar por el bienestar de sus habitantes. Ya
hemos señalado que bajo el sabio gobierno persa los judíos disfrutaron por primera
vez, a pesar de ser un pueblo sometido, absoluta libertad religiosa y cultural. No
obstante, el concepto persa de tolerancia con la cultura de los pueblos sometidos
chocó con el espíritu de libertad de los griegos, que ni siquiera estuvieron dispuestos a
aceptar la mera cesión de su soberanía política. Y en esto los persas no transaban.
18.- Las Guerras Médicas.
A comienzos del siglo VI A.C. el rey persa Darío, sucesor de Ciro El Grande, pretendió
extender su control a las ciudades griegas de la costa egea de Asia Menor. Este sería el
punto de partida de un conflicto ya histórico, las llamadas Guerras Médicas. El nombre
derivaría de los medos, el ya mencionado pueblo iranio asociado a los persas, y con el
que los griegos los confundirían inicialmente.
El año 499 A.C. las ciudades jónicas y eolias de Asia Menor se rebelaron contra la
pretensión persa de dominación, y para ello contaron con el apoyo resuelto de Atenas.
Recién en 494 A.C. el alzamiento pudo ser completamente dominado. Terminado este
episodio, el Gran Rey decidió castigar a Atenas. El primer paso fue la sumisión y
ocupación por parte del general persa Mardonio de Tracia y Macedonia en 492 A.C.
Pero los persas no pudieron seguir más adelante, pues su flota fue destruida por una
tormenta.
En el año 490 A.C. una importante fuerza persa desembarcó en la playa de Maratón,
cercana a la capital ática. El ejército fue detectado recién desembarcando, así que los
atenienses pidieron ayuda a sus aliados, especialmente a los espartanos. Dado que
nadie estaba en circunstancias de apoyar inmediatamente, y que la celeridad era
básica para impedir el establecimiento de una cabeza de puente persa, el ateniense
Milcíades y 10.000 hoplitas atacaron en la playa al muy superior ejército invasor. La
sorpresa, y el estrecho terreno en que se desenvolvían los persas, condujeron a una
fundamental victoria ateniense, a pesar de que los persas lucharon valientemente por
mantener su cabeza de playa. Dada la impaciencia con que se esperaban en Atenas las
noticias, Milcíades despachó a su mejor corredor a dar las buenas nuevas a su ciudad;
la historia es conocida, y el corredor recorrió la distancia de la playa al ágora de Atenas
en un tiempo récord, avisando la tranquilizadora victoria y muriendo en el acto. Los
persas embarcaron en sus naves e insistieron en atacar Atenas, pero encontrando la
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ciudad bien defendida, finalmente determinaron volver a Asia. Así concluyó la Primera
Guerra Médica, con el reembarco de la derrotada fuerza expedicionaria persa.
Pero la humillación que Atenas infligió al poderoso Imperio persa fue demasiado para
sus gobernantes, de forma que 10 años después, en 480 A.C., el rey Jerjes, hijo y
sucesor de Darío, cruzó el Helesponto (los Dardanelos) a la cabeza de un gigantesco
ejército, a través de un puente artificial creado con cientos de barcazas, e invadió
Grecia desde el Norte con un ejército de cientos de miles de hombres bien armados,
disciplinados y preparados para la guerra. Fue el comienzo de la Segunda Guerra
Médica. Esta vez los griegos estuvieron mejor preparados para resistir, y por primera,
única y última vez ofrecieron un frente común al invasor. Viendo lo que venía las
ciudades griegas, lideradas por Esparta y Atenas, establecieron en 481 A.C. la Liga
Helénica. Esparta tomó a su cargo la defensa terrestre, y Atenas la naval.
Estando los persas en Tesalia, necesitaban a toda costa cruzar el estrecho desfiladero
de las Termópilas, junto al mar, para ingresar a la Grecia propiamente dicha. Acá se
desarrollaría uno de los capítulos más sublimes de la historia. Esparta, siempre por los
problemas de sus festividades religiosas, no pudo despachar a la masa principal de su
ejército. Y Grecia esperaba ansiosa la movilización de Esparta. Entonces, el rey
Espartano Leonidas, haciendo uso al derecho de disponer en todo momento de su
guardia personal, partió resueltamente a guarnecer la entrada del estratégico paso. En
ese punto esperó Leonidas a Jerjes, con 300 hombres de su guardia personal, y
algunos miles de hombres de las ciudades aliadas. Ahí los griegos contuvieron a los
invasores lo más que pudieron, dando tiempo a las tropas aliadas para organizar una
defensa común. Cuando un traidor griego condujo a los persas a través de un sendero
secreto en las montañas, y los llevo a rodear a Leonidas y sus hombres por la
retaguardia del desfiladero, el rey espartano licencio a los hombres de las otras
ciudades de una muerte segura, para que pudieran volver a pelear más adelante, y
con sus 300 espartanos y los voluntarios de las ciudades más cercanas, peleó hasta la
muerte en una de las defensas más épicas de la historia universal.
Son muchas las anécdotas históricas que nos han llegado de esta crucial batalla, como
por ejemplo aquélla que relata como los enviados persas, para atemorizar a Leonidas,
le hicieron ver que “las flechas de los persas son tan numerosas que obscurecen el
cielo”, a lo que siguió la muy lacónica y genial respuesta de uno de los guerreros
espartanos: “entonces lucharemos a la sombra”. O cuando le dijeron a Leonidas,
incitándolo también a la rendición, “entrega tus escudos”, respondiendo él: “ven por
ellos”. Finalmente, cuando, ante la próxima muerte segura, Leonidas dijo a sus
hombres “Hoy cenaremos en los Infiernos”. Precisamente esta expresión laconismo,
que tanto conocemos, deriva del hablar simple, directo y sin rodeos de los habitantes
de Laconia, tan distinto al florido lenguaje de los conspicuos atenienses.
En los mismos instantes en que Leonidas defendía las Termópilas, la flota griega,
dirigida por el ateniense Temístocles, resistía, con grandes pérdidas, en Artemiso,
contra la flota persa. El objetivo era cubrir y resguardar el flanco marítimo de Leonidas
y sus hombres. Durante tres días los griegos detuvieron valiente y costosamente a una
flota persa muy mermada por las tormentas, y así hubieran seguido hasta que, al
saberse de la muerte de Leonidas y sus hombres y el franqueo de las Termópilas por
los persas, la presencia griega en Artemiso se hacía ya innecesaria, además de
insostenible. Ante esto, la flota griega se retiró.
Habiendo los persas franqueado las Termópilas, las ciudades de Beocia (entre ellas
Tebas) tuvieron que someterse raudamente. Los persas tenían ahora a su disposición
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toda la Grecia Central, y avanzaron saqueando todo a su paso, mientras los griegos
preparaban la estrategia defensiva. Las fuerzas coaligadas se retiraron al Istmo de
Corinto y construyeron un muro defensivo para proteger el Peloponeso.
Pero el Ática no era tan fácilmente defendible. Ante el avance persa, los atenienses
brillantemente dirigidos por Temístocles, evacuaron su ciudad, que junto con la
Acrópolis fue totalmente arrasada e incendiada por los iranios. La población ática se
refugió en la cercana isla de Salamina, protegida por su escuadra. Ahí se desarrollaría
la gran batalla naval que sellaría el destino de la historia occidental para siempre. La
pericia marinera y el conocimiento del terreno de los atenienses salvaron a Grecia.
Jerjes, en su trono, desde lo alto de una colina, presenció como su gran flota, llevada a
una trampa e imposibilitada de maniobrar en un espacio reducido, fue destruida por la
armada griega. Se cumplió entonces la predicción del Oráculo, en el sentido de que
Atenas sería salvada por sus “murallas de madera”, esto es, su escuadra.
Esta victoria ateniense impidió a Jerjes proseguir su avance hacia el Peloponeso. A
partir de ese momento Jerjes dejó desencantado Grecia, pero su ejército, dirigido por
su capaz general Mardonio, continuó la campaña en suelo helénico. Primero, abandonó
el Ática y se retiró a acuartelarse a Tesalia, donde se reorganizó. Ante esto los
atenienses reocuparon las ruinas de su ciudad. En 479 A.C. Mardonio reinició la
ofensiva. Trató de convencer a los atenienses, que no estaban cubiertos por las
defensas del Istmo de Corinto, de pactar la paz, pero infructuosamente. Así que volvió
a ocupar Atenas, ciudad que nuevamente fue evacuada por la población, que
permaneció a salvo, nuevamente refugiada en Salamina y protegida por su escuadra.
Esparta, para variar, estaba inmovilizada por fiestas religiosas, además que protegida
por el Istmo. Pero ante el peligro de que Atenas abandonara la guerra y se viera
obligada a acordar una paz separada con los persas, Esparta puso inmediatamente en
movimiento a su ejército, y al de sus aliados, para socorrer a los atenienses. Al
conocer Mardonio la noticia del avance de los aliados griegos determinó arrasar lo que
quedaba de Atenas, aún más extensivamente que la primera vez, y se retiró a Beocia.
Ahí, en los campos de Platea, hacia agosto del año 479 A.C. las ciudades coaligadas
griegas reunieron el ejército más numeroso y poderoso que tal vez nunca juntaran en
su historia. Las fuerzas atenienses fueron dirigidas por Arístides El Justo, pero el
comandante supremo sería el general espartano Pausanias. Esparta envió el ejército
más grande que jamás estuviera dispuesta a enviar a batalla, conformado por diaz mil
soldados de línea, de ellos 5.000 ciudadanos plenos espartanos y 5.000 periecos, y
35.000 auxiliares ilotas. Atenas envió 8.000 hoplitas, mientras que Corinto 5.000.
Megara y Sción enviaron 3.000 cada uno. Y así las demás ciudades enviaron
contingentes menores. Se calcula que las tropas de hoplitas bordeaban los 40.000
hombres, más 35.000 ilotas de Lacedemonia y 35.000 auxiliares del resto de Grecia.
Así que el ejército coaligado panhelénico bajo las órdenes de Pausanias alcanzaba
probablemente los 110.000 hombres. Una cifra increíble para la demografía de la
Hélade. Y no era para menos, porque en Platea se definía el destino de una civilización.
Contra este ejército los persas enfrentaron un frente de alrededor de 250.000
hombres, muy bien comandados por Mardonio y perfectamente disciplinados. Se
agregaban a este ejército persa diversos contingentes griegos que habían tenido que
someterse a los persas, especialmente de Tebas y de otras polis al Norte de las
Termópilas.
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La batalla fue feroz, y los persas, como era su costumbre, luchaban valientemente.
Pero el destino determinó que en el fragor del combate, por la presión directa de los
espartanos, fuera herido de muerte Mardonio. Y para los persas la pérdida de su jefe
era siempre ruinosa. Ante esto, el ejército persa se desbandó. Los persas, sin líder,
iniciaron la retirada hacia el Norte. Paralelamente los tebanos y los otros contingentes
griegos pro-persas fueron reducidos principalmente por los atenienses. El hecho es que
no pelearon en forma muy decidida en contra de sus hermanos de raza.
Inmediatamente después los griegos coaligados llevaron la guerra a Asia y en Micala,
ante la isla de Samos frente a Jonia, aparentemente al muy poco tiempo de Platea, en
lo que sería una verdadera batalla anfibia peleada en tierra y mar por contingentes
navales y militares de ambos bandos, derrotaron al ejército persa y a su flota,
mayoritariamente fenicia. Esto permitió la liberación de las ciudades griegas de Asia
Menor, que se levantaron contra el dominio persa. Fue el final victorioso de la Segunda
Guerra Médica.
Por otra parte, así como los griegos de la Hélade libraron su lucha de subsistencia
contra el enemigo persa, los griegos occidentales, los de Sicilia, libraron su propia
guerra de nacional contra los cartagineses. Era el segundo frente de batalla del
helenismo, y en este caso contra los fenicios occidentales, en circunstancias que,
casualmente, en las Guerras Médicas, las flotas persas eran en verdad flotas dirigidas
por los fenicios orientales. Por lo demás, es de tener en cuenta que al ser Cartago una
colonia fenicia, reconocía una muy tenue soberanía nominal respecto al Gran Rey
persa, lo que de alguna forma ampliaba el espectro de las Guerras Médicas. Si bien
esta guerra greco-cartaginesa en Sicilia tuvo diversos avatares y desarrollos, en
términos generales los dos tercios occidentales y meridionales de la isla eran griegos, y
el tercio restante cartaginés, aunque en gran medida de población griega. De cualquier
forma, al estar los griegos de cada esquina del mundo enfocados a su propia guerra,
fue imposible, no digamos crear un frente común panhelénico, sino siquiera apoyarse
mutuamente. Pero una de esas casualidades de la historia determinó que el mismo año
480 A.C., cuando los griegos de la Hélade ganaban la decisiva batalla de Salamina
contra los persas, los griegos de Sicilia derrotaban en toda la línea en la batalla de
Himera a los cartagineses, salvando a la cultura griega en el Mediterráneo Occidental.
Todavía seguiría una Tercera Guerra Médica, alejada ya de la Hélade y localizada en
Asia Menor, que se desarrolló entre los años 471 y 448 A.C. En ella la escuadra
ateniense, comandada por Cimón, hijo de Milcíades, derrotó hacia 466 A.C. en la
Batalla del Río Eurimedón a una poderosa flota persa, a la cual además capturó. Esta
guerra tuvo asimismo la particularidad de que en el curso de ella (en 460 A.C.) Atenas
envió una fuerza naval de alrededor de 200 naves a Egipto para apoyar la revuelta
local contra el dominio persa, derrotando en el mismísimo Nilo a una flota persa y
sitiando la ciudadela de Menfis. Se desarrolló así una aventura griega en Egipto –
precursora de la de Alejandro- que finalmente concluyó con la derrota ateniense en
456. Las fuerzas atenienses, sitiadas en la isla nilótica de Prosopitis, tuvieron que
rendirse ante las fuerzas persas del general Megabazo. Derrotados los griegos y
sofocado el alzamiento nativo, los persas retomaron el control de Egipto.
Si bien esta expedición ateniense a Egipto terminó en fracaso, a la larga la guerra
concluyó, tras una victoria griega en Chipre, con la llamada Paz de Cimón, por la cual
los griegos lograron imponer condiciones muy favorables de paz a los persas, entre
ellas el reconocimiento de la independencia de las ciudades griegas. Pero esta sería
una guerra dirigida ya sólo por Atenas, y en la que repercutirían mucho los problemas
políticos internos atenienses, entre ellos las rencillas personales entre los líderes
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militares y los representantes de las facciones aristocrática y democrática, y las
ingratitudes y pequeñeces, de la población ateniense.
Desgraciadamente nunca más después de la Segunda Guerra Médica volverían los
griegos unidos a enfrentar a los persas con criterio nacional. Pero ya habían salvado su
civilización para siempre. De ahora en adelante, los persas enfocarían principalmente
su estrategia a alimentar económicamente a las facciones griegas enemigas, utilizando
sus inagotables riquezas para sembrar cizaña entre los griegos, y a decir verdad serían
bastante exitosos en su táctica divisoria. Los griegos serían siempre fácil presa de las
tentaciones del oro persa, y aunque parezca difícil de creer, los políticos espartanos
serían dentro de todo tal vez los más propensos a aceptar las mercedes pecuniarias del
Gran Rey.
19.- La Hegemonía Ateniense.
La gran triunfadora de todo este conflicto sería Atenas. Muchos factores la convirtieron
repentinamente en el foco de la resistencia helénica contra Persia. Ya hemos visto por
qué Esparta no pudo ni estuvo dispuesta a asumir este papel: no quería arriesgar
innecesariamente a su reducida casta gobernante en guerras externas. El período
inmediatamente posterior a la gran victoria griega se convertiría en lo que ahora
llamamos el Siglo de Oro, en que la civilización griega llegaría a su máxima capacidad
creadora, tanto en el aspecto artístico, literario, filosófico, económico, y, desde luego,
político. El campo de este período de gloria, que también se extendería al período de
decadencia política y militar, es demasiado amplio, y no creemos conveniente ir al
detalle repetitivo de tantos hechos pequeños y hasta mezquinos, pero de cualquier
forma podemos tratar de efectuar una síntesis.
Las grandes victorias militares de los años 490 y 480 A.C. crearon dos grandes héroes
en Atenas, cada uno representante de un bando opuesto. El primero sería Milcíades,
vencedor de Maratón. Éste, enviado al Quersoneso Tracio por Hipias e Hiparco, se
había convertido a partir de 516 A.C. en tirano y señor de la península. Ahí, en el
período que siguió hasta 493 A.C., no sólo mantuvo bajo control a los persas, sino que
fue el principal promotor del alzamiento de las ciudades griegas de Asia Menor.
Expulsado de los Dardanelos volvió a Atenas, donde asumió el poder y se convirtió en
el alma de la resistencia ateniense contra los persas. En eso tuvo lugar la batalla de
Maratón, que lo elevó a la cúspide del poder. Pero pronto la suerte en batalla lo
abandonó, y derrocado por sus enemigos, y herido, fue recluido en prisión, con una
multa impagable, muriendo como consecuencia de sus heridas, y arruinado, en 488
A.C. En gran medida la aristocracia ateniense lo hizo caer al primer pretexto, para
evitar que acumulara demasiado poder y se convirtiera en un tirano.
Por su parte, Temístocles (524-459 A.C.), hombre de origen aparentemente modesto,
se convertiría en un líder popular, cabeza del bando democrático y antioligarca. En 510
A.C. había sido de los gestores de la intervención espartana para derrocar a Hipias.
Ocuparía el Arcontado el año 493 A.C., iniciando la construcción de los muros de El
Pireo. En 483 A.C. tendría la brillantez de convencer a Atenas de construir una gran
flota. Esto, y la posterior victoria en Salamina en 480 A.C., es lo que dejaría para su
nombre en la historia, más que su también fundamental participación en la vida
política de Atenas.
Habiendo muerto Milcíades, el año 487 A.C. los atenienses decidieron poner por
primera vez en funcionamiento el ya mencionado proceso del Ostracismo, ideado por
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Clístenes 20 años antes, y esto lo aprovechó Temístocles para deshacerse de su gran
rival político, Arístides, llamado El Justo, quien se oponía a la política naval de
Temístocles. El año 482 A.C. Temístocles consiguió que el nombre de Arístides fuera
votado por los ciudadanos. La historia registra, desde luego en beneficio de Arístides,
que un ciudadano analfabeto le pidió al propio Arístides, sin conocerlo, que le
escribiera en su Ostrakón el nombre del candidato por el cual votaría para el exilio, y le
pidió incluir precisamente el nombre de Arístides. La única razón para hacerlo es que
estaba cansado de oír que Arístides era tan justo. Arístides, sin más, escribió su propio
nombre en la concha y se la devolvió al hombre para que depositara su voto. Volvería
del exilio en 480 después de la amnistía general declarada en Atenas con motivo de la
guerra contra Persia.
Después de la gran victoria de Salamina Temístocles se convirtió en el gran héroe de
Atenas. Pero tenía también enemigos. Por muchos era considerado un peligroso líder
populista, arrogante, ávido de poder, y además, aparentemente, no era indiferente al
dinero y a la corrupción. Como era normal en la política ateniense, llegó el momento
de su caída del favor popular. En 472 ó 471 A.C. le tocó a sí mismo la aplicación del
ostracismo y debió exiliarse en Argos. Pero las intrigas espartanas en su contra, y la
ingratitud de sus compatriotas, que muy posiblemente en forma injusta lo declararon
traidor a la patria, lo llevaron a escapar a Asia Menor, para nunca regresar a Grecia.
Fue recibido con gran respeto por el rey persa, del cual se convirtió en importante
asesor y consejero. Murió en Magnesia, ciudad de la cual era gobernador, en 459 A.C.
Posteriormente su figura fue rehabilitada por Pericles.
Pericles, quien viviera entre los años 495 y 429 A.C., sería verdaderamente el gran
gestor de la grandeza de Atenas. Siempre dentro del sistema democrático, Pericles fue
el Gran Arconte de Atenas, ejerciendo entre los años 461 y 429 A.C. la suprema
magistratura de la polis. Su padre, Jantipo, había sido uno de los primeros en recibir la
pena del ostracismo, entre los años 485-484 A.C., y después comandó a la victoriosa
flota ateniense en la ya mencionada batalla de Micala. Así que, como se aprecia, la
familia de Pericles era importante en la política ateniense. Recibió una elevada
educación, y no obstante su origen aristocrático, y su increíble fortuna, se plegaría
decididamente al bando popular o democrático.
Su gran enemigo, líder del bando aristocrático, sería el ya mencionado Cimón, hijo de
Milcíades. Cimón fue de por sí un hombre de gran valía, que se hizo cargo de las
multas fijadas por Atenas contra su padre, y además contribuyó en gran medida a la
beneficiosa paz que había logrado Atenas contra Persia a pesar de la derrota en Egipto.
Pero en su lucha de poder con Pericles salió perdiendo. Cimón era partidario de la
cooperación con Esparta, y hasta dirigió una mal planeada expedición a Lacedemonia
para apoyar a los espartanos contra una revolución de ilotas. Esto le granjearía mala
imagen en Atenas, y tampoco le atraería el favor espartano. Así que, habiendo caído
su estrella, en 461 A.C. Pericles logró que se votara el ostracismo de Cimón, quien con
esto abandonó la ciudad por diaz años, regresando en 451 A.C. Participaría entonces
en la exitosa campaña naval de Chipre que concluyó la Tercera Guerra Médica, y dio
nombre a la paz firmada entre Atenas y Persia. Es más, Pericles, que sabía que no
eran un gran militar, no tuvo problema es reconciliarse con Cimón por el bien de
Atenas y encargarle el comando militar de las operaciones contra Persia.
Con esto, el partido popular logró disminuir ampliamente los poderes del aristocrático
Areópago, y se hizo finalmente con el poder. Primeramente el gobierno pasó al líder
popular Efialtes, quien muerto en 461 fue finalmente sucedido por Pericles, el cual
sería el líder indiscutido de Atenas, sin oposición, por más de 15 años. El año 444 A.C.
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tuvo lugar una corta reacción conservadora dirigida por Tucídides (no confundir con el
famoso historiador del mismo nombre), la cual quedó superada cuando Pericles logró
en 442 A.C. el ostracismo de Tucídides. Tras esto el dominio de Pericles, reelecto
democráticamente año tras año, continuó inalterado hasta su muerte en 429 A.C.
Con Pericles alcanzó Atenas la cúspide de si poderío y riqueza. La polis desarrolló un
poderoso Imperio político y comercial, a través de una liga de ciudades libres pero
ligadas al Ática en forma dependiente, la llamada Liga de Delos, establecida en 478
A.C., cuyo tesoro se custodiaba inicialmente en la isla del mismo nombre, para luego
ser trasladado a Atenas (454 A.C.). Este imperio ateniense, surgido de la hegemonía
naval y comercial de la capital ática, llegó a dominar, a través de la Liga de Delos,
directa o indirectamente, toda la costa del mar Egeo. Pero su influencia alcanzaba en
realidad todo el mundo griego.
Una de las grandes obras que emprendió Atenas sería la construcción de un puerto
especial, El Pireo, el cual, alejado unos kilómetros de la metrópoli, fue unido a ésta por
una larga doble muralla paralela, las llamadas Largas Murallas, construidas entre los
años 461-457 A.C., que conformaban una especie de camino amurallado comunicando
la ciudad y su puerto.
Mientras tanto, Esparta miraba con recelo y con envidia todo este desarrollo y toda
esta repentina grandeza.
20.- La Acrópolis de Atenas.
Pero la gloria inmortal de Atenas va más allá del antes mencionado desarrollo político y
económico. La ciudad, destruida por los persas, fue reconstruida por Pericles más bella
y grandiosa que nunca. Para ello utilizó profusamente el tesoro de la Liga de Delos,
depositado para esos momentos ya en la capital ática. Esto obviamente atrajo muchas
críticas políticas sobre Pericles, pero nosotros, la posteridad, le damos las gracias por
uso que, debida o indebidamente, hiciera de los fondos.
Símbolo de la ciudad, para el resto de la historia, sería la Acrópolis, la ciudadela de
Atenas, con sus sublimemente bellos edificios, entre los cuales destaca el Partenón,
dedicado a Palas Atenea, diosa protectora de la ciudad, y cuyas estatuas y frisos
fueron decorados por el famoso escultor Fidias. El edificio, cuya construcción comenzó
en 447 y terminó en 438 A.C., aunque sus decoraciones concluyeron recién en 431
A.C., es el más perfecto ejemplo de la arquitectura de tipo dórico, obra de los
arquitectos Ictinos y Calícrates. Sorprendentemente, aunque no se note a simple vista,
el edificio no tiene ningún ángulo recto.
El edificio del Partenón sobrevivió intacto el transcurso de los siglos, pasando a ser
posteriormente, hacia el Siglo V D.C., una iglesia dedicada a la Virgen María, y para
ello fue objeto de algunas modificaciones estructurales que no alteraron su belleza
intrínseca: primero como iglesia ortodoxa, y bajo el dominio latino después de la
Cuarta Cruzada, como templo católico. Bajo el dominio otomano fue convertido en
mezquita, y se le agregó un minarete. Fue destruido por esas tragedias de la historia
en 1687, hace nada cronológicamente, cuando los cañones de un navío veneciano
impactaron al polvorín que los turcos habían criminalmente ahí instalado. Pero de
cualquier forma, sus ruinas sobrecogen todavía a los visitantes.
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Los frisos de Fidias sobreviven hasta el día de hoy, algunos en Atenas, y, la mayor
parte, en el Museo Británico de Londres, adonde fueron llevados por el Conde de Elgin,
el famoso diplomático y arqueólogo aficionado británico, con permiso del sultán turco,
entonces dominador de Grecia, entre los años 1801 y 1812. Desde hace casi
doscientos años está candente la polémica, cada vez más aguda, relativa a la
devolución de los así llamados “Mármoles de Elgin” al Museo de la Acrópolis en la
actual Atenas.
La famosa estatua de Palas Atenea, de marfil y oro, surgida directamente de la mano
creadora de Fidias, estuvo en el edificio probablemente hasta la fundación de
Constantinopla, en el siglo IV D.C., en que aparentemente fue removida para
embellecer la nueva capital del Imperio Romano, sobreviviendo, aparentemente, hasta
el año 1204, en que habría sido destruida al ser saqueada la ciudad por los hombres
de la mal llamada Cuarta Cruzada.
Pero el Partenón no será la única gran joya de la Acrópolis. Toda una serie de
construcciones existentes en la explanada formaban un conjunto armonioso e idílico.
La entrada al macizo estaba conformada por la gran puerta de los Propileos,
monumental obra construida a partir de 437 A.C. por el arquitecto Mnesicles siguiendo
un proyecto de Fidias y Pericles. El Templo de Atenea Niké, o Atenea Victoriosa, un
pequeño templo de orden jónico, edificado a partir de 421 A.C. por el mismo Calícrates
del Partenón, conmemoraba la gran victoria de Salamina. Mientras que el Erecteión,
atribuido al arquitecto Filiocles, construido entre 421-406 A.C., sería un templo
dedicado, entre otros, al dios Poseidón. Contaba con tres pórticos, de los cuales uno, el
que mira al sur, esta conformado por las famosas Cariátides, columnas con forma de
mujer, de las cuales cinco permanecen en Atenas y una lo está en el Museo Británico.
21.- La Cúspide de la Civilización Griega Clásica.
En este período clásico el idioma, el arte y el desarrollo humano griego llegaron a su
máxima expresión.
La historia se convirtió en una verdadera ciencia, a través de hombres como Heródoto
de Halicarnaso (484-425 A.C.), Tucídides (460-396 A.C.) y Jenofonte (431-354 A.C.).
Del primero, llamado el “Padre de la Historia”, tenemos, como obra conjunta históricageográfica-etnográfica, no muy fiable, Los Nueve Libros de la Historia, en que relata,
entre otras cosas, las Guerras Médicas. Es la primera obra griega en prosa que se
conserva hasta nuestros días. Del segundo tenemos, históricamente muy acuciosa, por
ser el autor protagonista de la misma, la Historia de la Guerra del Peloponeso. Del
tercero tenemos, como su principal obra, desde luego La Anábasis, a la cual nos
referiremos más adelante, y que constituyó una obra de consulta de Alejandro Magno
para su posterior invasión al Imperio Persa.
La medicina se convirtió en una profesión con principios morales intransables,
partiendo con Hipócrates (460-370 A.C.), conocido como el “Padre de la Medicina” y
del cual hemos heredado el así llamado “Juramento de Hipócrates”.
La escultura llegó a su cumbre con el ya mencionado Fidias (490-431 A.C.), autor de
los frisos y esculturas del Partenón, y con su colega del siglo IV A.C., el también
ateniense Praxíteles, creador de esculturas no menos famosas, de las cuales muchas
buenas copias helenísticas y romanas han llegado hasta nosotros.
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El teatro alcanzó su cúspide con las tragedias de los atenienses Sófocles (496-406
A.C.), Esquilo (525-456 A.C.) y Eurípides (480-406 A.C.), y las comedias del también
ateniense Aristófanes (444-385 A.C.). Del primero, que escribió más de 120 tragedias,
han llegado hasta nosotros en forma íntegra sólo siete: Antígona, Edipo Rey, Áyax, Las
Traquinias, Filoctetes, Edipo en Colono y Electra. Del segundo, de cerca de 90 obras,
nos han llegado sólo Los Persas, Las Suplicantes, Prometeo Encadenado, y la trilogía
de La Orestíada, que comprende Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides. Del
tercero, de alrededor de 92 obras, se conserva el importante número de 19: Alcestis,
Medea, Los Heráclidas, Hipólito, Andrómaca, Hécuba, Las Suplicantes, Electra,
Heracles, Las Troyanas, Ifigenia entre los Tauros, Ion, Helena, Las Fenicias, Orestes,
Las Bacantes, Ifigenia en Áulide, y El Cíclope. Del cuarto se conservan sólo once
comedias satíricas: Los Acarnienses, Los Caballeros, Las Nubes (donde hace burla de
los filósofos, especialmente de Sócrates), Las Avispas, La Paz, Las Aves (una sátira al
imperialismo ateniense), Lisístrata, Las Tesmoforias, Las Ranas, Las Asambleístas y
Pluto.
Algunos grandes oradores griegos han alcanzado fama hasta nuestros días. La historia
recuerda al ateniense Isócrates (436-338 A.C.), discípulo de Sócrates y partidario de la
unión helénica contra los persas; a Iseo (390-240 A.C.); a Esquines (389-314),
partidario de la alianza de Atenas con Macedonia contra los persas y rival de
Demóstenes y a Lisias (458-322 A.C.). Pero el más importante de ellos es desde luego
el gran -y también altamente chauvinista- ateniense Demóstenes (384-322 A.C.), al
cual por su trascendencia política nos referiremos poco después en mayor detalle.
En fin, pocas épocas de la historia han sido tan ricas en pensadores, hombres de
letras, de ciencia y de números tan extraordinarios. La lengua griega alcanzó las
alturas, especialmente en el refinado dialecto ático hablado en Atenas, de origen
jónico. Las obras de los pensadores y escritores griegos de la época han llegado en
gran medida hasta nosotros, y forman parte de nuestra psiquis cultural.
La cultura griega, si algo tiene de sublime, es el lugar que le dio al Hombre, al Ser
Humano, como centro del universo. Tuvo la gran falla de desarrollar una religiosidad
muy poco profunda, carente de trascendencia, y tan endeble que muy pronto el
pensamiento filosófico se alejó de ella. A diferencia de la filosofía judía, cristiana o
musulmana, que ha podido fundamentarse en la existencia de Dios, la filosofía griega,
si bien no se alejó del concepto divino en cuanto tal, sí lo hizo de la forma politeísta
oficial. Pero tal vez esta falla teológica griega fue la que posibilitó una búsqueda
metafísica más allá de las doctrinas oficiales. Tal vez por ello el Hombre, no aceptando
la religiosidad que se le ofrecía, buscó más allá del Olimpo la verdad de su existencia.
El arte griego desarrolló una visión de la importancia del hombre que sobreviviría por
toda la Antigüedad Clásica. Jamás una civilización humana había logrado reproducir,
en la forma perfecta que alcanzaron los griegos, la figura humana, hasta el detalle más
mínimo. Cuando uno aprecia los frisos de Fidias en el Partenón, o las mutiladas
esculturas del siglo V A.C., detecta hasta el último músculo del cuerpo o gesto de la
cara. El tipo heroico griego, inmortalizado en las estatuas de la época, con sus narices
rectas que nacen de la frente, correspondía al ideal máximo de belleza masculina
helénico, al tipo helénico más hermoso y más puro, al de los originales inmigrantes
helénicos, pero que seguramente ya era minoritario entre los griegos de la Edad de
Oro, y después lo sería más todavía, a raíz de las mezclas raciales que afectaron a la
Hélade.
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Lo feo no era aceptable en la cultura griega, y hasta producía rechazo social. Esto hace
que las esculturas griegas no sólo fueran muestras de belleza artística, sino
representaciones de belleza física. Las estatuas griegas generalmente reproducían
figuras heroicas que nunca existieron, o deportistas ideales, y, en el caso de los seres
que realmente existieron, generalmente tendían a hacerlos aun más hermosos de lo
que seguramente fueron. De cualquier forma, las representaciones de Alejandro
Magno, que deben haber sido muy cercanas a la realidad, nos muestras lo que debe
haber sido el ideal de belleza de la época y cómo este efectivamente se dio en
individuos de la época.
El culto al cuerpo tuvo el lado positivo de permitir la apreciación de la belleza, pero
también, especialmente del ámbito masculino griego, el negativo de crear una indebida
admiración por la belleza de sus congéneres del mismo sexo, una circunstancia que
llevó a un gran problema cultural, e inclusive demográfico. A la larga, enfocado el Eros
griego a una relación en la cual a la larga no podía haber reproducción de la raza, la
población comenzó a disminuir. Se inició el suicidio de la cultura helénica.
Si bien seguramente hubo pocos émulos de Fidias o Praxíteles en los siglos
posteriores, la belleza del arte griego sobrevivió, no sólo en la Hélade, sino a través de
grandes creadores helenísticos. Y luego este arte se traspasó a los romanos, que lo
heredaron y lo desarrollaron también bajo cánones propios muy válidos.
En ese período de grandeza cultural que significó el siglo V, y la parte correspondiente
del IV, se desarrolló, llegó a su cúspide, y, como cualquier obra humana, se desgastó,
la democracia griega, cuya mejor representante fue Atenas.
22.- Los Tres Grandes Filósofos: Sócrates, Platón y Aristóteles.
En el período clásico de los Siglos V y IV A.C. el racionamiento griego, que ya
habíamos visto tan desarrollado en los pensadores “presocráticos”, alcanzó su máxima
expresión y se sublimó. Atenas cobijó a la tríada de pensadores más grandes que la
historia ha conocido, cada uno discípulo del anterior, al que superaba: Sócrates (469399 A.C.), Platón (Aprox. 428/427-348/347 A.C.) y Aristóteles (384-322 A.C.).
Sócrates no dejó escritos propios. Todo lo que sabemos de su pensamiento nos ha
llegado a través de sus alumnos, especialmente Platón. Por ello, es en realidad muy
difícil discernir qué parte del pensamiento supuestamente socrático es efectivamente
de él y cuál de sus seguidores. La principal fuente son los Diálogos Platónicos, en
mucho de los cuales Sócrates es el actor principal. De todos estos diálogos resalta la
Apología de Sócrates. Pero también hay muy importantes fuentes directas relativas a
él en las obras del conocido historiador Jenofonte. También en Aristóteles y
Aristófanes. Éste último convierte a Sócrates en motivo de mofa en su comedia Las
Nubes.
Sus enseñanzas atacaban en gran medida el corrupto sistema democrático. Muestran
cierta tendencia pro-espartana, aunque no al nivel de apoyar al régimen títere de los
Treinta Tiranos impuesto en su momento por Esparta en Atenas. Aparentemente creyó
en la transmigración del alma y en una mística religiosa distinta a la religiosidad oficial.
Discutió profusamente temas de religiosidad trascendente. Por muchos de estos
motivos Sócrates, increíblemente viniendo de la librepensadora Atenas, fue condenado
a muerte por corromper a la juventud. La pena se hizo efectiva conminándolo a beber
cicuta. Aunque Sócrates podía perfectamente haber evadido la pena, pues sus
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seguidores tenían medios para salvarlo, Sócrates prefirió cumplirla como respeto a la
imperfecta pero legítima democracia ateniense.
Sócrates instituyó un método dialéctico para llegar a la verdad, el llamado “Método
Socrático”, consistente en efectuar una serie de diversas preguntas de las cuales fuera
trasluciendo poco a poco, hasta alcanzarse, la verdad buscada. Además de él deriva la
famosa paradoja “Sólo sé que nada sé”, que significaba simplemente que mientras
más un hombre llegaba a saber, más se daba cuenta de su propia ignorancia.
El sucesor natural de Sócrates fue su discípulo Platón, ateniense de muy distinguida y
aristocrática familia. Sus enseñanzas y pensamientos han llegado a nosotros
mayoritariamente a través de sus Diálogos, en los cuales hace comparecer a los
grandes prohombres de la Atenas de su época, principalmente a su querido maestro
Sócrates. Su verdadero nombre era Aristocles, pero dada su gran estatura y atlética
figura, pasaría a la historia por su pseudónimo Platón, que hacía mención a sus anchas
espaldas.
A raíz de la injusticia cometida con Sócrates, guardó Platón resquemor contra las
instituciones políticas atenienses. Viajo mucho por diversas ciudades de la Hélade y por
Egipto, Cirenaica, la Magna Grecia y Sicilia. Después nos referiremos a sus
experiencias en Sicilia. En 387, ya de vuelta en Atenas, fundo su propia escuela
filosófica, la Academia.
De acuerdo al pensamiento platónico los sentidos eran imperfectos, de manera que la
única forma de acceder a la verdad era a través de la razón. Si bien no se manifestó
directamente sobre temas metafísicos, su obra trasluce ya la creencia en la divinidad,
posiblemente monoteísta.
Su pensamiento político era más bien aristocrático, con mucho de corporativismo,
aunque con elementos socialistas impracticables. Al respecto, su obra política más
importante, que ha llegado hasta nosotros, es, de acuerdo a su nombre latino, La
República, aunque su verdadero nombre griego es Politeia. De acuerdo a esta obra lo
fundamental en cualquier estructura gubernamental sería la justicia. La sociedad
debería estar dividida en tres estamentos que cooperaran unos con otros como un todo
armónico: una clase de obreros o labradores, el “apetito” del alma; una clase de
guerreros o guardianes, hombres valientes, que conformaran el “espíritu” del alma; y
una clase superior o rectora de gobernantes o filósofos, los entes racionales, la “razón”
del alma, llevados a tomar las decisiones. Después veremos como Platón trató de
implementar en Siracusa sus ideas, con un estrepitoso fracaso.
El régimen político ideal sería el arriba descrito, bien en forma de monarquía (con un
rey-filósofo) o de aristocracia (con una casta de gobernantes-filósofos). Pero Platón
sabía que a esta forma ideal seguirían formas inferiores, que en orden descendente
serían: la Timocracia (gobierno de los económicamente pudientes), la Oligarquía
(gobierno de unos pocos miembros de una clase social), la Democracia (ya una forma
inferior de gobierno), y lo peor, la Tiranía.
Finalmente llegamos a Aristóteles. Nacido en la ciudad de Estagira, ciudad costera del
reino de Macedonia, en la península Calcídica, no lejos del actual Monte Athos. De ello
deriva su apodo de “El Estagirita”. Siendo muy joven fue enviado a estudiar a Atenas
en la Academia platónica, y permaneció en la ciudad por 20 años. Muerto Platón en
347 A.C. Aristóteles se estableció en Asia Menor, y en 343 A.C. fue convocado por el
Rey Filipo II de Macedonia, su monarca, para convertirse en preceptor de su hijo y
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heredero Alejando. Aristóteles se estableció por al menos dos años en Pella, capital de
Macedonia, y dirigió la educación del joven príncipe, hasta que éste inició su
preparación militar. Tras esto Aristóteles regresó a Atenas y fundó su propia escuela
filosófica, el Liceo. Muerto Alejandro Magno, después de conquistar el mundo,
Aristóteles, en su carácter de macedonio cercano al fallecido monarca, se sintió
lógicamente inseguro en Atenas. Abandono la ciudad y murió un año después en
Calcis.
Es muy conocido el método “peripatético” aristotélico, por el cual el filósofo analizaba
los problemas junto con sus alumnos dando vueltas caminando alrededor de los
jardines del Liceo. La obra de Aristóteles que ha llegado a nosotros es muy amplia,
pero no se sabe a ciencia cierta cuanto de ella deriva directamente de la obra del
maestro, y cuanto de transcripciones de sus alumnos. Mucho se ha perdido, además.
Es muy interesante la concepción política de Aristóteles. Consideró al Estado como una
creación surgida en forma natural del deseo humano de asociación con sus
congéneres. Esto porque el hombre era esencialmente un “animal político”, un zoon
politikon (ζῷον πoλίτικoν), esto es, un ser hecho para vivir en sociedad. Al mismo
tiempo, Aristóteles definió al hombre como un “animal racional”.
Muy ejemplificativa es la apreciación de Aristóteles sobre los sistemas políticos que
imperaron en Grecia. Aristóteles entendía la existencia de tres formas puras de
gobierno, y sus respectivas formas viciadas, que había que evitar: Como forma pura
de gobierno colectivo consideraba a la Aristocracia, o el gobierno de los mejores, y
como forma viciada de la misma, a la Oligarquía, en que un grupo gobernaba sólo en
su provecho y no en el de la mayoría. Como forma pura del gobierno unipersonal
entendía a la Monarquía, y como forma impura la Tiranía, cuyo concepto griego ya ha
sido explicado en capítulos anteriores. Finalmente, como forma ideal de gobierno
popular destacaba la Democracia, pero cuando entraba en decadencia el sistema, se
llegaba a la forma corrupta de la misma, la Demagogia.
En cuanto a astronomía, Aristóteles desarrolló una teoría geocéntrica, que si bien a
nuestros ojos ahora es errónea, perduró por casi dos mil años y fue heredada por el
Cristianismo. En términos simples, la Tierra era el centro del Universo, inmóvil, y en
torno a ella giraban el sol, la luna, los planetas y las estrellas. La Tierra, el centro de
este universo, estaría conformada por cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua,
cada uno en distintas proporciones.
Es de tener en cuenta que Sócrates, Platón y Aristóteles vivían sumidos en un sistema
religioso muy rico mitológicamente, pero muy endeble desde un aspecto teológico, que
los llevaba a asociar la naturaleza y la realidad desde una perspectiva ampliamente
racionalista. Por ello es fundamental resaltar la gran conclusión a la que, a través de la
simple luz de la razón, llegara el gran Aristóteles: reconoció la existencia de un “primer
motor inmóvil” como base de la creación de todas las cosas. Éste primer motor inmóvil
no era otro que Dios, desprovisto de su entorno mitológico y politeísta.
Este importante y sublime postulado aristotélico pasaría siglos después al Islamismo y
al Cristianismo. Para los filósofos escolásticos medievales, especialmente para Santo
Tomás de Aquino, Aristóteles sería considerado, simple y llanamente como “El Filósofo”
por excelencia, por antonomasia. Santo Tomás tendría a su cargo la importante labor
de adaptar al Cristianismo el cuerpo de la filosofía aristotélica.
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23.- Las Corrientes Filosóficas Menores.
Coetáneas a los tres grandes filósofos coexistieron infinidad de escuelas de menor
trascendencia histórica, pero en dicha época de no menor poderío en materia de
pensamiento. Una de estas tendencias fue abiertamente enemiga de las doctrinas
platónicas, y también de las aristotélicas. Nos referimos al sofismo.
Los sofistas serían en realidad pseudo-filósofos, enfocados más al aspecto externo del
raciocinio que al interno. Se ha dicho que su principal objetivo era preparar a la gente
para tener argumentos para ganar discusiones, y mucho hay de cierto en esto. Su
característica principal sería el relativismo. El más importante de los sofistas sería
Protágoras de Abdera (485-411 A.C.), creador de la famosa –y objetable- máxima de
que “El hombre es la medida de todas las cosas”. Con buenas relaciones en Atenas,
llevaría sus enseñanzas a gran parte del mundo griego. Protágoras y su colega Gorgias
(485-380 A.C.) serían los únicos sofistas respetados por Platón y Aristóteles. Los
demás no serían tan admirados. A la larga, el sofismo degeneraría en simple retórica
sin contenido. No obstante, ayudaría mucho al desarrollo del pensamiento griego de
las épocas posteriores.
Después, en la época ya helenística de Grecia, cobrarían gran importancia dos nuevas
posturas filosóficas surgidas en Atenas, ciudad que por muchos siglos siguió siendo un
importante centro del pensamiento. Una de ellas sería la corriente Epicúrea, cuyo
nombre deriva de su fundador Epicuro (341-270 A.C.), la cual, en términos simples,
postularía que el hombre alcanza la felicidad a través del placer. El hedonismo formaba
desde luego parte fundamental de esta corriente, pero no en forma excluyente. Por
ejemplo, para el hombre virtuoso el cultivo de la virtud significaba también placer.
Entonces, los epicúreos no desdeñaban la virtud, sino que también la veían como una
posibilidad de alcanzar la felicidad.
La otra corriente, ampliamente superior, y por eso mucho más duradera, sería la
Estoica, fundada el año 301 A.C. por Zenón de Citio (340-260 A.C.). Desde Atenas se
extendería por todo el mundo grecorromano, asentándose –para bien del humanismo
de la época- en las clases cultivadas romanas, y subsistiría hasta tiempos del
emperador Justiniano. Uno de los más importantes representantes de esta corriente
filosófica sería el emperador Marco Aurelio, tal vez el más importante de los estoicos,
gran filósofo y pensador por derecho propio. Los estoicos asumieron que el hombre
alcanzaba la felicidad por la virtud inherente a él, al hacer el bien y actuar rectamente.
Creyeron en la idea del alma de los seres vivos y en el determinismo de la naturaleza.
Guardaría muchas semejanzas con la enseñanza cristiana, y sería una gran fuerza
bienhechora durante los siglos de la Pax Romana. Decaería tras la muerte de Marco
Aurelio, y en gran medida daría lugar al humanismo cristiano.
24.- Las Guerras del Peloponeso.
En el curso de los siglos V y IV A.C. Grecia se vio convulsionada por las llamadas
Guerras del Peloponeso, entre Esparta y Atenas, y diversas ciudades que cambiaban
de un bando al otro. Estas guerras, y muchos otros desastres, acabarían con la
primacía ateniense, con su escuadra, y con su liga.
La Primera Guerra del Peloponeso se desarrolló entre los 460 y 445. Los bandos
enfrentados fueron Esparta y la Liga del Peloponeso, junto a su aliada Tebas, por una
parte, contra Atenas y la Liga de Delos, por la otra. De hecho, esta guerra coincidió en
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cierta medida cronológicamente con la Tercera Guerra Médica y con la ya mencionada
fallida –y costosa- expedición ateniense a Egipto de los años 460-454 A.C. La guerra
concluyó con la llamada Paz de los Treinta Años. En la práctica no tuvo consecuencias
para Atenas, excepto algunos arreglos territoriales de importancia secundaria: la
ciudad de Megara fue reintegrada a la Liga del Peloponeso, otras ciudades quedaron
independientes de ambas ligas, mientras que la estratégica isla de Egina, frente a
Atenas, permaneció como tributaria de Atenas, pero independiente de la Liga de Delos.
Atenas quedó como gran potencia naval y Esparta como potencia terrestre.
Apenas 15 años después de haberse firmado la Paz de los Treinta Años los
acontecimientos condujeron a un nuevo enfrentamiento. Se trata de la Segunda
Guerra del Peloponeso, la cual tuvo consecuencias mucho más graves para Atenas. Se
desarrolló entre los años 431 y 421 A.C., y terminó con la llamada Paz de Nicias.
Atenas salió evidentemente perdedora y debilitada, pero diversos factores le
permitieron lograr una paz relativamente honorable. Pero en el curso de ella falleció el
gran Pericles, y ésta sí que sería una pérdida irrecuperable. Éste y otros factores
sellarían la decadencia política de la polis ática, como veremos a continuación. Los
acontecimientos se dieron de la siguiente forma:
Una serie de conflictos entre la poderosa Atenas y la también rica Corinto desembocó
para el año 432 A.C. en un congreso de ciudades griegas en el cual Corinto urgió a la
Liga del Peloponeso a oponerse a la hegemonía ateniense. Si bien ni Atenas ni Esparta
deseaban realmente quebrar la paz, el hecho es que las desconfianzas mutuas
condujeron a la larga al enfrentamiento en 431 A.C. Esta vez los espartanos tomaron
decididamente la ofensiva e invadieron los territorios atenienses del Ática. En esto, los
ciudadanos del Ática se refugiaron tras las “Largas Murallas” de Atenas y El Pireo. Los
espartanos se hicieron del control de las tierras circundantes, pero los atenienses
mantuvieron inalterablemente el suministro naval de su ciudad. Es en esta situación
que el año 430 A.C., estando Atenas situada por los espartanos, se desató en la ciudad
la peste. El año 429 A.C., víctima de esta peste, murió repentinamente el gran
Pericles; si hubiera sobrevivido, otro hubiera sido con total seguridad el destino de su
Estado. Su muerte sellaría el comienzo del fin de la hegemonía ateniense en Grecia.
Además, la peste mató a aproximadamente un 25% de la población de la ciudad, y la
cifra nunca volvió a recuperarse. Tan terrible fue la plaga que los espartanos,
temerosos del contagio, levantaron el sitio de Atenas.
Ante esto, los atenienses, deseosos de cambiar la estrategia defensiva, decidieron
contraatacar. Una fuerza ateniense invadió los territorios de los aliados de Esparta,
logrando importantes triunfos terrestres. En 425 A.C., en la batalla de Esfacteria, el
ateniense Cleón logró derrotar a un ejército espartano e hizo prisioneros a alrededor
de 400 hoplitas lacedemonios, de los cuales aproximadamente 120 eran espartistas (el
resto eran periecos), lo que constituía una gran humillación para Esparta, y una
fabulosa arma de negociación para Atenas. Los espartanos rendidos adujeron como
excusa para su rendición que no tenía caso enfrentarse a arqueros carentes de
hombría, lo que no fue aceptado por sus compatriotas como una razón muy
convincente. El hecho de que una fuerza espartana de tal calibre se hubiera rendido
afectó mucho el mito espartano. Esparta estuvo dispuesta a pactar la paz, pero Atenas
no supo finiquitar el asunto cuando la guerra le era favorable.
Los espartanos llevaron la guerra a Tracia y se apoderaron ahí de la colonia ateniense
de Anfípolis. Tras esto, los atenienses y espartanos acordaron una tregua a cambio de
la devolución de los prisioneros mutuos. Tras esto, vendría la ya mencionada Paz de
Nicias de 421 A.C., que, si bien garantizaba un alto nivel de cooperación entre Atenas
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y Esparta, no fue firmada ni aceptada por buena parte de los aliados externos de
Esparta, tales las ciudades beocias, Corinto, etc.
En realidad lo que siguió más que una paz, fue un simple alto al fuego de cortísima
duración. Vendría casi inmediatamente la llamada Tercera Guerra del Peloponeso. Tan
cercanos son la segunda y terceras guerras en el tiempo, que muchos autores los
consideran realmente como un solo conflicto conformado por dos fases relacionadas.
Teóricamente se daría a partir de 420 A.C. Para el año 418 A.C. una fuerza combinada
de Esparta y sus aliados derrotó en la Batalla de Mantinea a una fuerza combinada de
Atenas y Argos. Esto restituyó la fama de las armas espartanas. Pero en realidad hasta
el año 415 lo más que hubo fueron algunas escaramuzas secundarias en las cuales
inicialmente Esparta no participó. Terminaría definitivamente el año 404 A.C. con la
batalla naval de Egospótamos, y significaría la destrucción del Imperio ateniense.
Acá es donde aparece en escena Alcibíades, hombre brillante pero de muy poco
convencional vida. Nacido hacia 450 A.C., hijo de una aristocrática familia, se
distinguió desde muy joven por su belleza, brillantez, valentía y elocuencia. Sería como
el hijo mimado, y malcriado, de la ciudad. Huérfano a temprana edad, tuvo por tutor al
propio Pericles, y fue alumno de Sócrates. En el curso de la batalla de Potidea de 432
A.C. (contra Corinto y Potidea) vio su vida salvada por Sócrates, y Alcibíades devolvió
el favor salvando la vida del filósofo en la Batalla de Delio (contra los tebanos) en 424
A.C. Tras la ya mencionada Paz de Nicias, Alcibíades encabezó el partido ateniense
partidario de reanudar las hostilidades contra Esparta, y en el período que medió hasta
415 A.C. creció su influencia política dentro de Atenas.
En el intertanto, en la lejana isla de Sicilia, la Guerra del Peloponeso se abría a un
nuevo frente de batalla: Siracusa, ciudad doria, y consecuentemente muy cercana a
Esparta y a Corinto, comenzó a amenazar seriamente a las ciudades jonias (y
consecuentemente pro-atenienses) de la isla. Ante esto los jonios sicilianos solicitaron
ayuda a la metrópoli ática. La historia nos muestra, tal vez como ejemplo más terrible
de actuación demagógica, la irresponsable expedición militar de conquista que el
autorreferente Alcibíades emprendió en 415 contra Siracusa. Atenas organizó la más
grande flota y el ejército más poderoso que nunca reuniría para una aventura que de
haber resultado le hubiera permitido una victoria absoluta. El problema es que la
aventura ateniense de 415-413 fracasó y terminó en un desastre, destruyendo, ahora
sí para siempre, el poder naval y político de Atenas, como veremos y explicaremos a
continuación.
Las causas de la derrota residen no tanto en Alcibíades, que era un hombre capaz, sino
en las volubles masas atenienses que no permitieron un mando coherente a la
expedición, y que en un momento –apenas poco después del desembarcodescabezaron la expedición, cuando Alcibíades estaba lejos de su ciudad e incapacitado
de defenderse. Se lo acusó de haber sido instigador de un sacrílego descabezamiento
de estatuas del dios Apolo que había tenido lugar en Atenas poco antes del zarpe de la
expedición. Por ello, en el momento menos procedente se destituyó sin fundamentos
serios a Alcibíades, quien fue juzgado In Absentia y desposeído arbitrariamente de
todas sus propiedades, y se dejó como jefe de la expedición al tímido Nicias.
Alcibíades fue remitido a Atenas como prisionero, y sintiéndose traicionado, logró
escapar de sus captores. Alcibíades, que tanto podía haber hecho por el bien de su
ciudad, no dudaría en cambiar de bando más de una vez cuando veía que sus
compatriotas eran ingratos con él. Tras los sucesos antes citados, Alcibíades huyó a
Esparta y ofreció su asesoría y sus consejos a Esparta, los que fueron de gran
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importancia a la metrópoli lacedemonia. Contribuyeron directamente a la derrota de la
Fuerza Expedicionaria ateniense en Sicilia. Alcibíades se convirtió en el principal asesor
militar de Esparta contra Atenas, y precisamente gracias a Alcibíades es que Esparta
asestó golpes mortales a la capital ática. Sorprendentemente, el ateniense Alcibíades
se adaptó perfectamente a la estricta vida espartana, y se convirtió en un espartano
más, y de los mejores. Esparta, asesorada por Alcibíades, comenzó a cercar a Atenas
en su propio territorio, y ante esto se produjo la sublevación de las polis de la Liga de
Delos, que rompieron con Atenas.
Desembarcadas las tropas atenienses en Sicilia lograron pronto importantes éxitos
contra Siracusa, hasta que pronto –asesorados por Alcibíades- arribaron en apoyo de
ésta última tropas espartanas y una escuadra corintia. Como resultado, la totalidad de
la escuadra y ejército atenienses desembarcados en Sicilia, pésimamente dirigidos,
fueron derrotados por los siracusanos y sus aliados. En realidad, lo más factible es que
si se hubiera mantenido en el mando de la expedición a Alcibíades, el éxito hubiera
sido muy factible.
Los ejércitos combinados de Siracusa, Esparta y sus aliados no sólo derrotaron a la
“Fuerza Expedicionaria Ateniense” (por usar un concepto de la Segunda Guerra
Mundial), sino que destruyeron su escuadra e hicieron decenas de miles de prisioneros.
En un momento toda la fuerza combativa ateniense, tan poderosa hasta ese momento,
quedó vaporizada a miles de kilómetros de la Hélade. Sería el verdadero Stalingrado
de Atenas. Ante esta derrota, Atenas quedó prácticamente indefensa. Su Imperio se
desmembró. Y además quedó sin líderes capaces.
Poco después se descubrió que el encantador Alcibíades estaba teniendo un romance
con la esposa del rey espartano Agis II, lo que obligó al ateniense a fugarse de
Esparta, ante el peligro que ello significó para su vida. Así que Alcibíades huyó a Asia
Menor, a la satrapía persa de Tisafernes, que por instrucciones del Gran Rey apoyaba
económicamente a la Liga del Peloponeso. Ahí Alcibíades convenció a Tisafernes de no
apoyar en exceso con dinero a la causa espartana, para que dejara a las polis griegas
desgastarse entre ellas, lo que favorecería la conquista persa. Pero en realidad
Alcibíades buscaba reconciliarse con Atenas, ayudándola.
El año 415 empezó una gran crisis en la democracia ateniense. El año 411 tuvo lugar
un golpe de Estado, por el cual un grupo de conspiradores derribó a la Democracia y
estableció un gobierno oligarca llamado de los Cuatrocientos. Pero las tropas
atenienses no acataron el golpe y decidieron llamar de vuelta a Alcibíades, el cual
derrocó a los Cuatrocientos y se hizo cargo del liderazgo, demostrando gran sabiduría
y sentido común, y logrando importantes triunfos militares. Procuró reestablecer sus
relaciones con el sátrapa Tisafernes, pero fue hecho prisionero por los persas, que ya
no confiaban en él. Alcibíades escapó y retomó su comando militar ateniense.
Capturaría diversas ciudades pro-espartanas de Tracia y Asia Menor, entre ellas, tras
un largo sitio, Bizancio.
Tras estos éxitos Alcibíades regresó a Atenas en 407 A.C., temeroso un poco de la
bienvenida que se le iba a dar, pero fue recibido como un héroe. Los procedimientos
contra él fueron cerrados y las propiedades le fueron devueltas. Pero el año 406
Alcibíades sufrió, básicamente por desobediencia de sus oficiales, una importante
derrota naval ante Esparta en Notium. Esparta había construido su primera flota
importante de su historia, y estaba sabiendo muy bien como utilizarla. Los enemigos
usaron esta excusa contra Alcibíades y le quitaron el comando, posiblemente con
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cargos infundados. Alcibíades dejó Atenas para nunca volver, y se radicó en el
Quersoneso Tracio.
El año 405 A.C. tendría lugar la decisiva victoria de la escuadra espartana, dirigida por
el capaz Lisandro, sobre la ateniense en Egospótamos, y la suerte quedó echada. Lo
triste es que Alcibíades, residiendo cerca del sitio de la batalla, se presentó
voluntariamente al campo ateniense a informarles a sus compatriotas las
informaciones que tenía del enemigo y a ofrecerse para participar en el comando. Pero
los atenienses desestimaron los inteligentes consejos de Alcibíades. La derrota fue
terrible. La flota ateniense, y su poder naval, quedaron destruidos. En 404 A.C. Atenas
se rindió ante Esparta. La volatilidad de la opinión pública ateniense había sellado
trágicamente el destino de su polis. Paralelamente, Alcibíades murió en 404 A.C.,
aparentemente asesinado de común acuerdo entre los persas y los espartanos.
25.- Razones de la Derrota Ateniense.
La capacidad político-militar que los atenienses habían demostrado en la Primera
Guerra Médica, no se repitió de la misma manera en las Guerras del Peloponeso, pues
le faltaron a Atenas líderes que supieran llevar la guerra con un sentido superior, visión
de Estado, y con un análisis claro de que es lo que a Atenas le convenía y necesitaba.
Tantas veces que la metrópoli ática estuvo a punto de vencer a Esparta, o de negociar
una paz aceptable, y que sus dirigentes, carentes del sentido práctico de cuál era el
objetivo último que más favorecía a Atenas, desaprovechaban la oportunidad de una
paz favorable. Y esto se repitió muchas veces. Por su parte, Esparta ganó las Guerras
del Peloponeso gracias a su tesón y capacidad de aguante, que no la tenían los
atenienses, aunque también por causas ajenas a Esparta, como las mercedes persas
de dinero, y, principalmente, por los desastres provocados por los demagogos
atenienses, que llevaron a su ciudad de tragedia en tragedia.
Pero Atenas tenía una buena capacidad militar, no igual a la espartana, pero
sumamente respetable, y formada por una masa mucho más amplia de ciudadanos
libres. Además, Atenas tenía, al menos en el siglo V A.C., una gran flota y un Imperio
comercial. Entonces, no puede decirse que Atenas fuese inferior militarmente a
Esparta; el problema es que Atenas, en los momentos cruciales de su historia, tuvo
líderes muy malos que no supieron finiquitar las guerras en forma favorable cuando
era posible.
26.- La Hegemonía Espartana.
Entonces, a la hegemonía ateniense siguió consecuentemente por un período de poco
más de 30 años la hegemonía espartana. Pero ésta no pudo mantenerse mucho
tiempo, pues pronto fue aborrecida la nueva preponderancia lacedemonia. El trato de
Esparta a los vencidos, especialmente a Atenas, fue degradante.
El nuevo orden de las cosas condujo, inclusive, a la más tremenda humillación que la
democrática Atenas pudo sufrir: el establecimiento de una tiranía colectiva implantada
por Esparta, llamada de los Treinta Tiranos, que si bien de corto tiempo (durante el
año 404 A.C.), demostró que la democracia griega se estaba autodestruyendo. Esta
efímera dictadura oligarca, encabezada por Critias y Terámenes, limitó el derecho a
voto de las clases populares e impuso el exilio forzoso a muchos prominentes
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ciudadanos. Hay que entender que no se trató de un simple capricho de la aristocracia
ateniense, sino más bien un intento, más bien extremo, pero entendible, de la clase
pudiente de evitar verse envuelta en las desventuras propiciadas por los líderes del
bando democrático. Además, las murallas del Pireo fueron destruidas por los
espartanos, y se estableció por un corto tiempo una guarnición espartana en la
Acrópolis.
Afortunadamente este aborrecido gobierno de los Treinta Tiranos no duró mucho. El
año 403 un grupo de exiliados refugiados en Tebas, liderados por el demócrata
moderado Trasíbolo, tras una corta campaña en el Ática logró apoderarse de Atenas y
derrocar a los Treinta Tiranos. Esparta envió una fuerza bajo su rey Pausanias y
derrotó a los demócratas atenienses, pero a la larga se acordó la paz, una de las
condiciones de la cual fue que se respetase la vida de los oligarcas derrotados.
Tras esto, Atenas empezó a recuperarse lentamente. Así pudieron volver a enfrentarse
a los espartanos, ahora con el apoyo de sus antiguos enemigos Tebas y Corinto, que
se habían desencantado de la opresión lacedemonia. Para el año 393 A.C. Atenas había
logrado reconstruir las murallas del Pireo. Posteriormente lograría reconstituir su liga,
la llamada Segunda Liga Ateniense, aunque bajo un formato mucho más igualitario y
menos hegemónico.
Pero los persas, con su dinero, eran ya omnipresentes. Ante la debilidad griega, los
reyes persas aprovecharon la coyuntura para ocupar nuevamente la costa griega de
Asia Menor y para convertirse, con su dinero, en árbitros de los conflictos helénicos,
cambiando de bando con su contribución económica cuando el aumento de poder de
una polis griega era más de lo conveniente.
Cuando los griegos peleaban la llamada Guerra de Corinto, en la cual Atenas y sus
aliados del momento (Tebas, Corinto y Argos), con apoyo económico persa, llevaba
una importante ventaja sobre Esparta, los persas decidieron cambiar su favoritismo del
momento, ahora a favor de Esparta. En esto, Altaciras, el comandante espartano fue
llamado el año 387 A.C. a Susa para negociar un tratado de paz para Grecia ideado por
la corte persa. Los espartanos negociaron, a las espaldas de sus hermanos de raza, un
acuerdo general griego con los persas, por el cual todas las ciudades griegas de Asia
Menor quedaron definitivamente bajo soberanía persa. Los atenienses y las demás
polis simplemente tuvieron que someterse al Diktat espartano. De hecho, esta paz del
año 387-386, que demoró un tiempo en ser aceptada por todas las partes en pugna,
es llamada la Paz del Rey, por haber sido negociada, si es que no impuesta, por el
Gran Rey.
27.- La Hegemonía Tebana.
Terminadas las Guerras del Peloponeso, y con Esparta y Atenas desgastadas, vino el
período de preponderancia de una tercera ciudad, Tebas, ubicada en la región de
Beocia, al norte del Estrecho de Corinto. Fue una de las ciudades que, por estar al
Norte de las Termópilas, habían tenido que someterse sin chistar a los persas. Como
ya hemos visto, los tebanos, durante las Guerras Médicas, hubieron de luchar –aunque
no muy bravamente- del lado persa contra sus hermanos de raza. Acontecida la
derrota persa de Platea, Tebas recuperó su independencia.
Los artífices de esta efímera, si bien sorprendente, hegemonía tebana serían sus dos
Beotarcas más trascendentales: el brillante estadista y estratega Epaminondas (410-
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462 A.C.) y su gran lugarteniente Pelópidas (m. 364 A.C.). El primero, el alma de
Tebas, sería un hombre carente de medios económicos, que vivió y murió pobremente,
pero admirado e idolatrado por sus conciudadanos; el segundo, hombre de gran
fortuna pero absolutamente desprendido. Desgraciadamente la muerte primero de
Pelópidas, y luego de Epaminondas, terminaría esta efímera grandeza.
Este período de hegemonía tebana duraría escasamente poco más de una década,
desde la batalla de Leuctra en el año 371 A.C. hasta la batalla de Mantinea en 362 A.C.
Aunque podría extenderse hasta el colapso de las fuerzas coaligadas griegas contra
Filipo de Macedonia, en Querónea, el año 338 A.C. Los tebanos establecieron un
cuerpo militar de gran importancia operacional, la Falange Sagrada, conformada por
300 hombres, que peleaban de a dos, en parejas, lo que creaba un vínculo imbatible
entre los dos compañeros de armas. Esta Falange sería el núcleo del ejército tebano y
representaría un nuevo concepto en la historia militar de Grecia.
El año 382 A.C. los espartanos se habían apoderado de la ciudadela de Tebas, la
Cadmea, esto es, la acrópolis local, y establecieron en la polis un régimen títere
oligárquico. El año 379 A.C. los exiliados tebanos, dirigidos por Pelópidas, retomaron la
Cadmea y reestablecieron un régimen democrático. Asimismo fundaron la Liga Beocia,
liberada del control espartano y comandada por Tebas. Pronto los tebanos llevaron la
guerra al territorio espartano, y en la ya mencionada batalla de Leuctra, de 371 A.C.,
Tebas, secundada ahora por Atenas, derrotó en toda la línea a Esparta y la humilló en
el propio Peloponeso. Era la primera vez que un ejército espartano era vencido en toda
la línea en una batalla terrestre, y las consecuencias para Esparta fueron muy graves.
Los siervos ilotas en parte del Peloponeso (en la región de Mesenia) se vieron liberados
del yugo de sus dominadores.
La guerra entre Tebas y Esparta continúo intermitentemente durante los años
subsiguientes, con invasiones periódicas, casi anuales, de los tebanos al Peloponeso.
Durante la cuarta de estas campañas es que tuvo lugar la Batalla de Mantinea de 362
A.C., que también resultó en una victoria tebana en el campo militar, pero con una
consecuencia imprevisible. La tragedia se cernió sobre Tebas cuando Epaminondas fue
mortalmente herido en el curso de esta batalla. Pelópidas había muerte poco antes
peleando en Tesalia. La historia señala que el propio Epaminondas, feneciendo,
preguntó por los nombres de sus candidatos para sucederlo, pero se le respondió que
habían fallecido. Viendo que ya no quedaban generales capaces vivos, recomendó
pactar la paz con Esparta. Y así lo obedecieron sin dudar los tebanos.
28.- La Riqueza de Siracusa.
Lo anterior es en lo que a la Grecia propiamente dicha tocaba. Pero más allá del mar,
en la Magna Grecia y en Sicilia, la cultura griega vivía su propia aventura. Ya hemos
visto la importancia que tuvo Sicilia en general, y Siracusa en particular, en la tragedia
de Atenas, como resultado de la fallida intervención armada iniciada por Alcibíades.
Entre los años 414-413 A.C. la Guerra del Peloponeso se peleó y decidió en tierras
sicilianas. Siracusa empezó entonces a participar en forma limitada en los conflictos de
la Madre Patria, básicamente por lealtad a Esparta, que la había ayudado contra la
invasión ateniense.
Pero igual seguía en dicha isla la guerra contra los cartagineses. Interesantemente, la
historia también se refiere a estas guerras greco-cartaginesas como Guerras Púnicas,
nombre que después veremos más famoso cuando lleguemos a la historia de Roma.
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Las derrotas griegas afectaron la estructura democrática de muchas ciudades,
especialmente Siracusa.
Muchos son los grandes hombres del helenismo siciliano y suditaliano, pero hay uno
que amerita especial mención: Dionisio I de Siracusa (c. 432-367 A.C.). Siendo un
respetado y exitoso general siracusano en la guerra contra Cartago, el año 405 se hizo
del poder absoluto y se convirtió en tirano de Siracusa, y para el año 392 A.C. logró lo
imposible: derrotar en toda la línea al secular enemigo cartaginés, al que dejó
confinado a una mínima esquina del Oeste de la isla. De hecho, se supone que Dionisio
permitió la existencia de ese pequeño enclave cartaginés por razones de Estado: para
tener siempre a un enemigo que permaneciera en la memoria de sus gobernados.
Tras esto Dionisio estableció un verdadero Estado monárquico que llegó a comprender
toda la Sicilia griega y el Sur de Italia (la Magna Grecia). Su influencia se extendió
hasta el Adriático. La Siracusa de Dionisio fue el más poderoso y rico Estado griego de
la época, y Siracusa pasó a ser mucho más importante, rica y poblada que la propia
Atenas. Pero a su muerte en 367 A.C., Dionisio I fue sucedido por su hijo Dionisio II El
Joven, carente de la capacidad de su padre. Reinó éste dos veces, primero entre 367357 A.C. y luego entre 346-344 A.C. Las revoluciones estallaron contra Dionisio El
Joven y con ello se desintegró rápidamente el Imperio forjado por el padre.
Estando todavía vivo Dionisio I, éste, aconsejado por su hombre de confianza, Dion,
invitó a Siracusa al filósofo ateniense Platón para que enseñara sus doctrinas. Pero
Platón, enemistado con Dionisio, volvió a Atenas en forma humillante. Muerto Dionisio
I, Dion procuró educar al incapaz Dionisio II, y lo convenció de volver a llamar a
Platón, para procurar poner en práctica su teoría política inmortalizada en La
Republica. Pero el intento fue un fracaso. El sistema político platónico era imposible de
implementar. Aunque Platón logró importantes logros en la personalidad de Dionisio El
Joven.
A la larga los enemigos de Dion enemistaron a éste y a Platón con Dionisio, y
propiciaron un nuevo exilio de ambos, pero esta vez en términos honorables. Cuando
Dionisio II tomó efectivamente medidas contra los bienes de Dion, éste, exiliado en
Atenas, preparó la rebelión en la isla de Sicilia contra el tirano. Tras una difícil acción
militar, Dionisio El Joven fue expulsado de Siracusa y Dion se convirtió en tirano en
forma irregular e intermitente entre los años 357-354 A.C. Asesinado Dion por una
conspiración palaciega, lo sucedió brevemente su asesino Calipo (354-353 A.C.).
Siguieron unos años de anarquía en Sicilia, con el gobierno de varios tiranos, hasta
que en 346 A.C. Dionisio El Joven logró recuperar el poder en Siracusa, pero por corto
tiempo. Sicilia y la Magna Grecia estaban ya en gran estado de disolución.
Ante la guerra civil en Sicilia y los nuevos ataques de los cartagineses, que pusieron en
jaque al helenismo occidental, Corinto y Esparta organizaron en 344 A.C. una
expedición de socorro, dirigida por el corintio Timoleón. Éste, en una brillante campaña
militar, unificó a los griegos de Sicilia, derrocó definitivamente a Dionisio El Joven,
derrotó a los cartagineses (339 A.C.) y puso nuevamente orden en la isla. Pero
Timoleón no asumió ningún poder, y una vez restaurados los gobiernos locales, se
quedó a vivir en Siracusa como simple ciudadano, si bien cubierto de honores. No
obstante, pasó a ser, hasta su muerte en 337 A.C., el líder moral indiscutido no sólo de
Siracusa sino de toda la Sicilia griega.
Mientras tanto, en la Magna Grecia, en la Italia continental, comenzaba a sentirse la
influencia de los pueblos italianos, que presionarían desde el Norte a las ricas regiones
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ya helenizadas. Las ciudades griegas de la península tendrían que luchar contra
pueblos de menos nivel cultural, como los samnitas y otros pueblos itálicos
peninsulares. Pero durante mucho tiempo esta lucha sería localizada y manejable para
las polis griegas de la península. Todavía la organizada Roma no aparecía en escena.
Cuando apareció, ahí cambió la historia del helenismo itálico.
29.- La Decadencia Espiritual de la Hélade.
Ante todos estos conflictos fratricidas, e independientemente del gran desarrollo
cultural, la decadencia de la cultura griega no podía ser evitada. En el curso de muy
pocas generaciones la pirámide de crecimiento demográfico se invirtió, descendiendo el
número de ciudadanos libres y aumentando el de no ciudadanos y esclavos. Al fallar
Grecia en su misión de constituir algo más que una comunidad lingüística y cultural,
esto es, de alcanzar una estructura de tipo asociativa estable, desperdició su gran
oportunidad histórica de constituir un frente común contra sus enemigos.
Durante la Primera Guerra Médica, las fuerzas griegas, a pesar de su división política,
lograron enfrentar y derrotar al rico y poderoso Imperio persa. En todos estos casos
los helenos utilizaron el poder militar como forma de expansión y autodefensa cultural.
No obstante, en el triste período de decadencia, descenso demográfico y guerras
fratricidas que siguió, los Estados griegos volvieron a ceder ante el poder persa, y
muchas veces ciudades griegas, especialmente Esparta, abandonaron ante el Gran Rey
a muchos de sus hermanos. Lo anterior encontró apoyo, desgraciadamente, en la
terrible incapacidad griega de pensar como una sola identidad cultural, y en el error
histórico de dejarse llevar por los sectarismos y rivalidades propios de sus numerosas
y mayormente insignificantes polis.
El caso de Demóstenes, sobre el cual ya volveremos más tarde, es típico: hombres
como él, no siendo esencialmente inescrupulosos, cerraron los ojos ante las
necesidades reales de su sociedad decadente, manteniendo un sectarismo que nunca
permitió la unificación de todos los griegos en una sola aventura política o cultural
común. Las ya mencionadas batallas de Maratón, las Termópilas, Salamina y Platea
son ejemplos de lo que sólo en ese momento los griegos como nación lograron, y que
desgraciadamente nunca repitieron. Nunca más estuvieron los griegos dispuestos a
una acción defensiva común.
Sólo la hegemonía de un pueblo semi-heleno de inferior desarrollo cultural lo haría
posible, pero no por evolución aglutinante, sino por imposición del poder hegemónico
de Macedonia. Los dominados habían perdido la capacidad de dirigir su destino, y de
determinar, con altura de miras, lo que sería mejor para su civilización. Otros tuvieron
que hacerlo por ellos.
30.- Filipo II y la Hegemonía Macedónica.
Los griegos de la Hélade prácticamente ignoraban la calidad de helenos de los
montañeses y agricultores semi bárbaros de Macedonia. No está claro cuán helenos de
verdad eran los macedonios, y de hecho ni siquiera eran requeridos para los Juegos
Olímpicos. Para la invasión persa de Jerjes los macedonios se sometieron
inmediatamente al Gran Rey, tal como también harían los beocios, de forma que
tampoco habían jugado ningún papel en las Guerras Médicas. Pero hablaban griego y
seguían la religión olímpica. En la Edad de Oro vivían al borde de la cultura, aunque
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algunas regiones de su reino estaban en contacto directo con Atenas. De hecho, como
es sabido, Estagira, la ciudad natal de Aristóteles, era parte de Macedonia ya cuando el
gran filósofo nació.
Pero la historia cambio con la llegada al trono macedonio, el año 359 A.C., del rey
Filipo II El Grande. Llegó así el momento en que este reino de montañeses, con capital
en la ciudad de Pella, se organizó según los cánones de un Estado centralizado y con
un ejército entrenado y organizado, bajo la férrea mano de Filipo. La nueva estructura
militar de los macedonios, la falange, resultó un arma invencible. Se trataba de un
ejército conformado por masas compactas de hoplitas en filas ordenadas de adelante
hacia atrás que avanzaban en forma continua presentando un frente erizado de lanzas
largas que las filas de atrás apoyaban en los hombros de las filas de adelante. Ante
esto las decadentes ciudades-Estado de la Hélade no tendrían nada que oponer, más
que palabras huecas y sin contenido práctico.
Gracias a Macedonia la cultura griega tuvo un nuevo respiro, la civilización
“helenística”, que, de no mediar Filipo II y Alejandro, seguramente nunca se habría
desarrollado. Pero esto lo lograron los reyes macedonios, si bien oficialmente en pro
del helenismo, de hecho contra la voluntad de los propios beneficiados.
Tal vez el enemigo más encarnecido de Filipo sería el brillante Demóstenes (384-322
A.C.), quien es considerado el más grande orador de toda la Antigüedad. Para llegar a
dichas alturas debió, a costa de perseverancia, superar diversos problemas de
modulación y habla que arrastraba desde su niñez. La historia ha conservado el
nombre de Filípicas, dado a los discursos de Demóstenes contra Filipo de Macedonia en
el Ágora de Atenas. Estas Filípicas contra el rey de Macedonia han pasado a la historia,
como un símbolo de la tozudez y la falta de visión, por mucho que su lenguaje
estuviera recubierto de patriotismo ateniense. Además, la información disponible da
para pensar que Demóstenes era esencialmente corruptible.
Durante los 20 años siguientes Filipo II afianzó paso a paso la hegemonía de su reino
por sobre las divididas y ya debilitadas polis griegas. Poco a poco empezaba que la
historia estaba tomando un giro distinto. La batalla de Querónea (338 A.C.), en que las
tropas de Filipo –con su caballería comandada por su hijo Alejandro, de 18 añosderrotaron a tebanos y atenienses, determinó que un pueblo que venía saliendo del
borde exterior de la historia, entrase para siempre a ella por el camino más corto,
trazando una línea recta hacia el núcleo de la civilización occidental.
Inmediatamente después de Querónea, en el Primer Congreso de Corinto, todos los
Estados griegos, excepto Esparta, constituyeron una Liga Helénica bajo comando
macedonio. Al respecto, efectivamente Esparta mantuvo su independencia, inclusive
ante Macedonia, pero eso fue simplemente porque Filipo y Alejandro no la agredieron,
y no porque Esparta hubiera podido oponerse a la hegemonía macedonia. En realidad
los macedonios decidieron castigar a Esparta dejándola fuera de los honores de la
expedición que organizaban. El año 337 A.C. en el Segundo Congreso de Corinto la
Liga Helénica, con Esparta expresamente excluida, declaró la guerra a Persia.
El año 336 A.C. Filipo II estaba preparando su gran expedición punitiva contra Persia,
como Capitán General de los ejércitos de todas las ciudades de la Hélade, excluida
Esparta. En ese momento Filipo fue asesinado. Ni las razones ni los instigadores del
asesinato han sido identificados plenamente, aunque las sospechas circundan a la
propia familia del rey, especialmente a su ex esposa epirota, la bella Olimpia, madre
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de Alejandro. De cualquier forma, su sucesor inmediato en el trono sería su gran hijo
Alejandro.
31.- Alejandro Magno y la Conquista del Mundo.
La historia nos recuerda muchas anécdotas del carácter bravío de Alejandro, desde su
juventud. Es famosa la historia de cómo domó a su gran caballo, tal vez el equino más
famoso de la historia universal, Bucéfalo, famoso ejemplar negro azabache, al que
nadie se había atrevido a montar por su aparente fiereza. Pero Alejandro, siendo muy
joven, casi niño, notó inmediatamente que el gran ejemplar demostraba un difícil
carácter simplemente porque se atemorizaba de su propia sombra. Alejandro,
entendiendo como manejarlo y tratarlo, lo domó con facilidad, ante el asombro de
todos los presentes. Bucéfalo sería su caballo por toda la vida, y moriría recién estando
Alejandro en la India. Hasta una ciudad –Bucefalia- llevaría el nombre de esta gran
bestia.
La muerte de Filipo, y la tonta creencia de los demagogos griegos en la debilidad de su
hijo y heredero Alejandro III, condujeron a una rebelión general antimacedónica, cuya
consecuencia fue desastrosa, y que fue aplacada con inusitada dureza.
Como castigo, Alejandro arrasó la hasta hacía muy poco poderosa ciudad de Tebas,
aunque supo perdonar a Atenas. Alejandro era demasiado culto e inteligente como
para manchar históricamente sus manos con el centro de la cultura griega de la cual
quería ser el estandarte en su futura cruzada. Mal que mal su preceptor había sido el
propio Aristóteles. Pero también era lo bastante duro y resuelto como para castigar sin
consideraciones a cualquier otra polis rebelde.
Después de esto, en 334 Alejandro dio comienzo a su expedición contra el Gran Rey,
como comandante de un ejército griego unificado, aunque mayoritariamente
compuesto por macedonios, haciendo atravesar a sus tropas, alrededor de 40.000
hombres, a la ribera asiática del Helesponto. La aventura había comenzado.
El antecedente que señaló a Alejandro el modus operandi fue la famosa Retirada de los
Diez Mil, brillantemente descrita y relatada en La Anábasis por Jenofonte, quien fuera
su propio protagonista y gestor. Cuando en 401 A.C. el príncipe persa Ciro El Joven
inició una campaña para derrocar a su hermano Artajerjes II, enroló, bajo el mando de
un oficial espartano, a un ejército mercenario verdaderamente panhelénico, totalmente
homogéneo étnica y culturalmente. En un momento dado, cuando el excepcionalmente
valeroso y capaz Ciro El Joven fue muerto inesperadamente en batalla y su
contingente quedó sin líder y sin causa, se invitó a los jefes de este ejército mercenario
griego, sin armas, a concurrir a una comida de paz con los oficiales de Artajerjes,
donde, engañados, todos fueron asesinados a traición. Entonces, los mercenarios
griegos, acéfalos, escogieron al camarada de armas al que más admiraban y
respetaban, Jenofonte, para que los liderara y condujera de vuelta a la patria. El
pequeño ejército atravesó Mesopotamia y toda Asia Menor, casi sin ser molestado, y
tras una brillante jornada logró llegar al mar y reembarcarse hacia la Hélade. Esto
demostró a la posteridad lo que un ejército pequeño, homogéneo, bien dirigido y con
mística podía hacer en un territorio absolutamente hostil.
Recién en territorio asiático fue Alejandro enfrentado por las tropas reunidas por los
sátrapas locales, en la Batalla del Río Gránico, que significó la primera de las grandes
victorias del ejército aliado griego. Inmediatamente la campaña de Alejandro tendió a
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ocupar primero la costa egea de Asia Menor, orando el joven monarca macedonio ante
las ruinas de Troya, para luego liberar a las ciudades griegas de la costa,
especialmente Éfeso, Mileto y Halicarnaso. Ante el avance macedonio, las propias
ciudades griegas se levantaron espontáneamente contra los persas.
Habiendo llegado Alejandro al Sur de Asia Menor, giró nuevamente hacia el Norte,
atravesando Frigia y Galacia, deteniéndose en Gordio. Estando en esta ciudad, se le
presentaría a Alejandro un problema que ningún ser humano había podido solucionar;
muy seguramente por eso, ex profeso, se dirigió Alejandro al encuentro del problema.
Existía ahí un famoso nudo, conformado por infinidad de anudaciones, objetivamente
imposible de desligar. La tradición señalaba que quien fuera capaz de desatar este
Nudo Gordiano sería el dueño de Asia. Alejandro, seguramente tras una larga reflexión
previa de cómo proceder, más que por impulso, tomó el camino más directo, que
seguramente nadie jamás había imaginado, y con su espada, de un golpe cortó y
deshizo el nudo. Sus palabras son famosas: “el modo no importa”. Con esto Alejandro
demostró una capacidad de concretización práctica de ideas poco común en la mente
griega, que de hecho demostraba su gran liderazgo mental. Pero al mismo tiempo este
hecho lo predispuso a lo que él sentía su destino predeterminado, la conquista de Asia
y el mundo conocido.
Tras este episodio Alejandro continuó su avance hasta Ancyra (posteriormente Angora
o Ankara). De ahí enfiló nuevamente hacia el Sur, hacia Cilicia, y bordeando la costa
tuvo lugar la segunda gran batalla decisiva: Iso. En ella Alejandro derrotó a un ejército
persa mucho más considerable, y comandado por el propio Gran Rey, Darío III. A la
vista de la derrota Darío abandonó el campo de batalla, dejando a su familia en calidad
de rehenes-huéspedes del invasor.
Sin perseguir al enemigo, las tropas griegas avanzaron hacia el Sur, por la costa, a lo
largo de Fenicia, y ante la resistencia que encontraron en Tiro, Alejandro, para dejar
clara su posición de no perdonar la insumisión, ordenó destruir la ciudad y vender a
sus habitantes como esclavos. Después de esto, ninguna otra ciudad le ofrecería
resistencia. Siguió hasta Egipto, a la sazón provincia persa, alcanzando Menfis, la
antigua capital faraónica, donde los sacerdotes locales lo coronaron nuevo Faraón de
Egipto. Acá salió a flote una de las facetas más intrigantes de la personalidad
megalómana de Alejandro, su sentido de divinidad, inculcado por su madre, y que
tantos conflictos le traería con sus soldados europeos, pero que al mismo tiempo lo
llevaría instintivamente a grandes hazañas.
Por eso, estando en Egipto, no fue extraño que decidiera emprender con sus hombres
una expedición al lejano oráculo de Amón-Ra, en un oasis en pleno desierto de Libia,
para autoconvencerse de su propia divinidad. Lo que Alejandro escuchó en el Oasis de
boca de los sacerdotes, nadie lo sabe, pero el hecho es que Alejandro nunca volvió a
ser el mismo. Salió convencido de su propia grandeza, situándose a sí mismo por
encima de los demás mortales. Paulatinamente, a medida que sus tropas avanzaban
más hacia el Este, Alejandro comenzó a distanciarse más y más de ellas y a rodearse
de boato oriental. Los oficiales y soldados macedonios nunca estuvieron dispuestos a
dispensarle a su rey los honores que los a sus ojos serviles los orientales le rendían.
Esto ha determinado que para nosotros, los occidentales, Alejandro
Grande, sea nuestro gran personaje histórico, un brillante rey de
estandarte de la cultura griega en el último rincón del mundo conocido,
para los pueblos de Cercano y Medio Oriente pasó a ser Escándar o
Magno, o El
Macedonia y
mientras que
Iscándar, un
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conquistador legendario, hombre de leyendas y relatos fantásticos, cuya imagen de
hombre histórico se pierde en las sombras de la tradición no escrita.
Una de las grandes obras de Alejandro fue la fundación de ciudades griegas a lo largo
de su trayecto de conquista, la mayor parte de ellas con su propio nombre. La más
famosa de ellas sería, desde luego, la Alejandría que fundó en el delta del Nilo,
destinada a ser la capital del Egipto helenístico y el nuevo centro de la cultura griega
por cerca de mil años. Antes de partir de Egipto dejó iniciadas las obras de ésta, la que
sería su gran ciudad. Las completaría su amigo y sucesor, Ptolomeo I. Otra conocida
ciudad con su nombre sería Alejandreta, en la costa Norte de Siria, muy cerca de la
futura Antioquía. Y habría muchas más, hasta en el centro de Asia, incluyendo la actual
Kandahar afgana. Conocida sería también Bucefalia, fundada en la India por el rey en
honor de Bucéfalo, su renombrado caballo, del cual tantas historias nos han llegado.
Saliendo de Egipto después de los sucesos antes relatados, Alejandro volvió hacia el
Norte por la costa de Palestina y Fenicia, hasta Damasco, de acuerdo a la tradición la
más antigua ciudad del mundo, luego hasta Aleppo, en el Norte de Siria, y de ahí tomó
hacia el Este, por el Norte de Mesopotamia, cruzando el Éufrates y el Tigris. Pasando
este río tuvo lugar la Batalla de Gaugamela, el último enfrentamiento entre los reyes
de Macedonia y Persia. Darío III había preparado bien la batalla, estudiando las
tácticas de Alejandro, y enfrentando a los griegos un ejército persa bien dirigido y
disciplinado. Pero nada pudo hacer contra el genio militar de Alejandro y la capacidad
de maniobra de la Falange Macedonia. Darío tuvo que abandonar el campo de batalla y
su derrota quedó sellada: desde ahí pasó a ser un simple fugitivo. Sería asesinado por
un sátrapa traidor, lo que provocó la ira y venganza de Alejandro, que en su
prepotencia, respetaba a su enemigo.
En ese momento Alejandro ya era el señor del Imperio Persa, y había ocupado sus
capitales, Susa, Persépolis, Ectabana, además de la Babilonia mesopotámica. Respecto
a la residencia real de Persépolis, por esas cosas inexplicables de su personalidad,
ordenó incendiarla, en venganza por las brutalidades que detectó cometidas por los
persas en las personas de miles de horriblemente mutilados esclavos/prisioneros
griegos, y también como revancha por el incendio persa de la Acrópolis en 490 A.C.
Tras esto, Alejandro siguió rumbo hacia el Este, a lo largo de Persia y Bactriana,
llegando hasta la India. Ahí, sobre el río Indo, tuvo lugar el año 326 A.C. la última gran
batalla de Alejandro, contra el rajá Poro y su ejército de elefantes. Estos paquidermos,
armas feroces acorazadas totalmente desconocidas hasta ese momento por los
griegos, causaron estragos en las filas griegas, pero la falange macedónica supo
conservar la calma. Después de esto, como luego veremos, los elefantes asiáticos y
africanos formarían parte integral de los ejércitos helenísticos. La victoria desde luego
fue para los macedonios, pero el derrotado rajá indio, admirado con la bravura y
galantería de Alejandro, se convirtió en un fiel aliado del rey de Macedonia.
Después de eso, las tropas macedonias se negaron a seguir avanzando: llevaban años
lejos de sus hogares y no querían ser más el instrumento de un gobernante cada vez
más orientalizado y lejano. Ante su rabia, Alejandro decidió iniciar el regreso, pero lo
hizo por el camino más pesado posible, por el desierto, seguramente como castigo a
sus hombres.
Alejandro murió en Babilonia dos años después, en 323 A.C. Tenía apenas 33 años y
en muy poco tiempo había conquistado todo el mundo conocido. Por ello es tan
merecido el apelativo de Magno o El Grande con que la Historia lo ha conocido desde
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entonces. La razón de su muerte es un misterio, aunque muy posiblemente se
debieron a sus excesos en su vida personal. No obstante, el asesinato por
envenenamiento es una hipótesis que no puede descartarse.
Al morir, Alejandro estaba preparando otras expediciones de reconocimiento y
conquista. De hecho estaba listo para emprender una expedición hacia Arabia, que iba
a ser dirigida por el propio Alejandro. Y se estaba planeando una campaña hacia el
Mediterráneo occidental, para ayudar a los griegos de Italia y Sicilia en su lucha contra
los cartagineses, hasta las Columnas de Hércules (Gibraltar), la que podría haber
cambiado la historia de Occidente. Pero con el gran hombre murieron las grandes
aventuras. A su fallecimiento estaba casado con Roxana, una princesa bactriana, que
le había dado un hijo y heredero, rey de Macedonia bajo el nombre de Alejandro IV.
32.- La Hélade al Fallecimiento de Alejandro.
Estando todavía Alejandro en campaña en Asia, habían empezado en la Hélade las
eternas intrigas antimacedónicas. El Año 331, Esparta, apoyada todavía con dinero
persa, inició acciones militares contra las guarniciones espartanas. El gobernador de
Alejandro en Macedonia, Antípatro, suprimió rápidamente el conflicto, sin destruir a
Esparta. Mientras tanto, en Atenas, Demóstenes siguió intrigando. Pero las polis de la
Liga Helénica no osaron tomar ninguna acción concreta, en espera de ver qué
deparaba el futuro.
Una vez que se supo la noticia de la muerte de Alejandro, las ciudades griegas de la
Hélade se sublevaron de inmediato, pero el levantamiento fue aplacado por las tropas
macedonias de Antípatro. El trato a las ciudades vencidas fue muy suave, pero los
principales líderes atenienses del levantamiento tuvieron que ser entregados a los
macedonios para ser ejecutados. Demóstenes tuvo que suicidarse. Atenas perdió su
flota, y su democracia se vio parcialmente limitada por imposición macedonia. Los
derechos políticos quedaron restringidos sólo a los ciudadanos con cierta renta, a los
que pagaban impuestos, lo que tendría por efecto evitar que la masa popular
irresponsable volviera a entrar en aventuras militares. En otras palabras, se alejaba
del poder en Atenas a la masa proletaria termocéfala. Macedonia ofreció la oportunidad
a varios miles de ciudadanos atenienses pobres de fundar una nueva ciudad en
territorio macedonio. Con esto empezaría el declive definitivo de Atenas. Las ciudades
griegas mantendrían a futuro una simple -si bien amplia- autonomía municipal.
Paralelamente, el Nuevo Mundo conquistado por Alejandro abriría a los griegos un
nuevo campo de emigración, a los amplios espacios abiertos de Asia y Egipto. Las
ciudades de la Hélade perderían importancia en comparación con los nuevos centros
griegos de Oriente, y decaerían paulatinamente. Atenas mantendría su fama e
importancia cultural, y seguiría siendo enriquecida con hermosas construcciones
donadas especialmente por los mecenazgos de los monarcas helenísticos de Egipto,
Siria y Asia Menor. Corinto la reemplazaría como la más rica ciudad de la Vieja Grecia,
y Esparta decaería a la par que el número de ciudadanos lacedemonios legítimos
llegaría a niveles mínimos.
33.- La Desintegración del Imperio Alejandrino.
Tras la muerte de Alejandro, su gigantesco Imperio sobrevivió por un corto tiempo,
gobernado desde Babilonia, que por entonces era la mayor ciudad del mundo. Dado
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que el hijo de Alejandro con Roxana era un niño de cortos años, se reconoció como rey
a un medio hermano de Alejandro, Filipo III, hijo ilegítimo de Filipo II. Pérdicas se
convirtió en 322 A.C. en regente y hombre fuerte del nuevo rey, y no disimuló sus
intenciones de apoderarse del trono. Ante esto, los principales generales de Alejandro
(Antígono, Antípatro, Cratero y Ptolomeo) se aliaron contra Pérdicas. Antípatro,
gobernador de Macedonia, enfiló con sus tropas rumbo a Mesopotamia. Pero Pérdicas
fue asesinado antes de su llegada a Babilonia. En 321 Antípatro quedó como Regente
de todo el reino, pero no por mucho tiempo, pues falleció a los dos años, en 319 A.C.
Hasta ese momento había subsistido todavía una imagen espectral de reino macedonio
unido en la persona real de la familia de Alejandro, pero al producirse la muerte de
Antípatro se desenmascaró la realidad subyacente y empezó ahora serio y sin tapujos
la guerra civil entre los generales de Alejandro. Asesinado Filipo III por Olimpia, madre
de Alejandro, en 317 A.C., sería sucedido nominalmente por el hijo del conquistador,
Alejandro IV. Éste, y su madre, Roxana, fueron asesinados por Casandro, hijo de
Antípatro, en 310. Así se extinguía la legítima dinastía macedonia. En el intertanto, la
guerra civil entre los generales seguía su curso. Para el año 304 A.C. debemos
entender que el Imperio alejandrino llegaba oficialmente a su fin, dividido entre los
llamados Diádocos, término acuñado por el historiador alemán Gustav Droysen para
referirse a la primera generación de sucesores de Alejandro.
Tras las vicisitudes de las guerras civiles que siguieron entre quienes alguna vez
habían sido amigos y los múltiples generales que se autoproclamaron reyes, que no es
del caso relatar en estas líneas, surgieron tres reinos perfectamente diferenciados: el
reino de los Lágidas o Ptolomeos, en Egipto; el de los Seléucidas, en Asia; y el de los
Antígonos en Macedonia, limitada ésta a sus territorios europeos y a la Hélade. De
cualquier forma, las guerras continuarían, aunque a menor escala, entre los herederos
de los Diádocos, a los cuales Droysen dio el nombre de Epígonos. Las guerras de los
Epígonos llenarían las páginas de la historia subsiguiente de estos jóvenes reinos. Pero
tampoco es fundamental dar el detalle de las mismas.
Desgraciadamente los reinos sucesores del Imperio de Alejandro, a pesar de su riqueza
económica y su alto nivel cultural, nunca fueron Estados militarmente sólidos. En cierta
medida sus reyes repitieron los errores de las polis de la Época de Oro, y las guerras
entre ellos por la supremacía de sus respectivas dinastías, terminaron debilitándolos.
Entonces, la contribución de la civilización helenística fue mayormente en el campo de
la cultura que en el campo político o militar. Además de los tres grandes reinos antes
referidos, con posterioridad a ellos surgieron otros muchos Estados helénicos o semihelénicos en Europa, Asia y África, cada uno fue una corte independiente, la cual cada
rey deseaba hacer superior en cultura a la de sus vecinos, por más poderosos que ellos
fueran.
34.- La Civilización Helenística.
La gran obra de Alejandro Magno no está en sí en su sorprendente campaña militar,
que si bien consagró su nombre y sus hazañas para siempre, no resultó en un Imperio
duradero. Alejandro murió muy joven y no dejó un sucesor capaz, no ya de seguir,
sino al menos de afianzar su obra política, estructurando un Imperio griego desde las
Columnas de Hércules hasta el río Indo, como de haber vivido 20 años más
seguramente hubiera logrado Alejandro. A este gran militar y político su colosal
Imperio no lo sobrevivió. Pero su obra mediata, y lejos la más importante, fue la
helenización que llevó desde Egipto y Asia Menor hasta la India.
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La civilización que de aquí surgió es conocida bajo el nombre de Civilización
Helenística, término acuñado por el ya mencionado historiador Gustav Droysen para
distinguir esta nueva etapa de la cultura griega y diferenciarla de la Cultura Helénica
de la Época Clásica. Se trataría de una civilización fundamentalmente griega, pero
imbuida de los elementos orientales correspondientes a los diversos países donde ella
se desarrolló: Asia Menor, Siria, Egipto, Mesopotamia, Irán, Bactriana, la India, etc. En
todos estos países coexistirían mano a mano la civilización griega modificada por las
realidades locales y las civilizaciones nativas preexistentes. Esto, si bien orientalizaría
ciertos elementos de la cultura griega, le aportaría también nueva sabia y la
internacionalizaría. Pero las ciudades de la Hélade sí se mantendrían bastante
sólidamente apegadas a su cultura, apenas muy levemente modificada por los
orientalismos.
Junto con los conquistadores macedonios llegaron miles de inmigrantes griegos, que
fundaron polis según el modelo de la Hélade a lo largo de todo el recorrido de las
tropas. La cultura griega se estableció en territorio culturalmente oriental, y en cada
parte dejó su semilla. En el Medio Oriente, digamos la India y Bactriana, como ya
mencionaremos, existieron reinos griegos por muchas generaciones, si bien la
distancia geográfica impidió su supervivencia más allá de un tiempo.
Como luego veremos, en Irán pronto surgió la nueva dinastía local de los partos,
medianamente helenizada. Pero en Asia Menor, Siria, parte de Mesopotamia y Egipto,
la cultura griega se impuso indudablemente sobre las poblaciones no griegas. Los
idiomas locales nunca desaparecieron, pero por 1.000 años, inclusive en la época
romana, y hasta varias generaciones después de la conquista árabe musulmana, el
griego fue el idioma administrativo, comercial, literario y científico de todo el
Mediterráneo Oriental. Hasta se desarrolló una forma universal, de uso común y
simplificada del idioma griego, el llamado koiné (del griego κοινή γλώσσα, 'lengua
común' o 'habla común), derivado del dialecto ático que fuera adoptado como idioma
oficial por Alejandro y los monarcas helenísticos. Este griego unificado sería de gran
ayuda para la expansión de la civilización griega por el mundo. Además, como sucesor
del elegante dialecto ático, sirvió de fuente literaria por muchos siglos, hasta que
comenzando la Antigüedad Tardía comenzó el proceso de surgimiento del griego
medieval o bizantino. Sería el griego usado en la Septuaquinta judía y en el cual se
redactarían los libros del Nuevo Testamento; consecuentemente, sería el principal
vehículo de difusión del Judaísmo y del Cristianismo. El koiné sería además
ampliamente usado por greco-parlantes y no-griegos, o entre no-griegos, para
comunicarse entre sí y comerciar, lo que lo convertiría en Lingua Franca indiscutida del
Oriente. Y durante toda la Edad Media fue, y todavía lo es en la actualidad, el idioma
litúrgico de la Iglesia Ortodoxa Griega.
Entre la inmigración de griegos a los nuevos focos de cultura del Este, y la helenización
a que se sometieron las clases preparadas del Cercano Oriente, así como por la
interacción entre asiáticos y egipcios con griegos, surgió una variante de la cultura
helénica tradicional, una evolución algo orientalizada de la misma, pero de cualquier
forma griega y pujante: la ya mencionada cultura Helenística. A raíz de esto, Atenas y
las ciudades de la Hélade, si bien mantuvieron su carácter de centros indiscutidos de la
cultura clásica, con la Academia platónica y el Liceo aristotélico, sus templos, el
Olimpo, y sus viejas –a veces añejas- tradiciones, fueron reemplazadas por las nuevas
capitales de los grandes reinos helenísticos: Alejandría en Egipto, Antioquía en Siria,
Seleucia en Mesopotamia, las tres más importantes, amén de muchas otras más.
Desde luego, el nuevo gran centro de la cultura griega fue Alejandría, capital griega de
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un reino semi-faraónico. Sólo la fundación de Constantinopla, en el siglo IV D.C., le
quitaría este lugar de privilegio.
Pero además de estas grandes ciudades, existirían infinidad de centros medianos de
cultura a lo largo de un Asia Menor casi totalmente helenizada. La gran diferencia
política es que, si bien el sistema democrático tradicional subsistiría en las ciudades
griegas de la Hélade y en las nuevas fundaciones orientales, sus instituciones tendrían
efectos meramente cívicos, mientras que la forma de gobierno efectiva sería la
monarquía, con reyes griegos, gobernando desde ciudades griegas, pero sobre
poblaciones sólo parcialmente griegas y parcialmente nativas; reyes que serían vistos
de una forma humana por sus súbditos griegos, pero divinizados por sus súbditos
semitas o camitas. La Democracia griega de pequeñas ciudades pasó a dar lugar a
grandes reinos, en los cuales las polis mantuvieron constituciones autónomas, aunque
ahora formando parte de una estructura mayor. Esta misma formula se aplicó a las
ciudades de la Hélade, que si bien mantuvieron teóricamente su independencia, en la
práctica siguieron bajo la autoridad de los reyes macedonios.
Al mismo tiempo, en Occidente, siguieron también subsistiendo las ciudades-Estado
griegas del Sur de Italia, esto es, de la totalmente helénica Magna Grecia, y de Sicilia;
así como otros centros culturales griegos en la costa Norte del Mediterráneo,
especialmente Massilia (Marsella), en territorio galo. Pero, si bien a la cultura griega
aun le quedaba culturalmente mucho trecho por delante, políticamente su ocaso de
acercaba. Históricamente se considera que, el año 31 A.C., con la derrota de Marco
Antonio y Cleopatra en la guerra civil contra Octavio, al dejar de existir el reino griego
de los Ptolomeos, llega a su fin la época Helenística; no obstante, la cultura griega
subsistió en toda la región helenística aun más sólida que antes, bajo la nueva forma
de la administración romana, que lejos de imponer el latín adoptó el griego como
idioma uniformador para todo el Este del Imperio. Lo veremos más adelante.
35.- El Reino Post-Alejandrino de Macedonia.
El reino de Macedonia, con su apéndice en la Hélade, uno de los tres Estados sucesores
del imperio alejandrino, incluiría la parte europea del Imperio alejandrino: una zona de
dominio directo en Macedonia, y otra de dominio indirecto en Grecia. Surgiría después
de una larga guerra civil entre dos generales de Alejandro, Antípatro y Antígono, y sus
respectivos descendientes, en la cual los segundos saldrían vencedores.
Ya hemos estudiado los reinados de Filipo II y Alejandro III, ambos denominados El
Grande. También el reinado nominal desde Babilonia de Filipo III y Alejandro IV. En el
intertanto, en vida de Alejandro, como Regente de Macedonia había permanecido
Antípatro, entre los años 334-323 A.C., quien muy efectivamente había controlado a
las levantiscas ciudades de la Hélade. Muerto Alejandro, Antípatro permaneció en
control de Macedonia, respondiendo a la regencia de Pérdicas en Babilonia. Ya hemos
visto como después Antípatro se convirtió en regente de todo el reino alejandrino,
hasta su muerte en 319 A.C. Seguiría la Guerra de los Diádocos, en la cual Casandro,
hijo de Antípatro, sería uno de los principales protagonistas.
Finalmente, concluida esta Guerra de Sucesión el imperio de Alejandro había quedado
dividido, y Macedonia volvía a ser un simple reino balcánico. Casandro se convirtió por
la fuerza de las armas en rey de Macedonia (305-297). Muerto fue sucedido, primero,
por su hijo Filipo IV (297), quien murió de causas naturales, y después, por sus otros
dos hijos Alejandro V y Antípatro II (297-294 A.C.), los cuales se autodestruyeron
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haciéndose la guerra entre ellos. Esto condujo a la toma del poder fáctico por la
dinastía de Antígono.
Antígono I Monoftalmo (El Tuerto) había sido uno de los rivales más poderosos que se
disputaron los despojos del Imperio de Alejandro, y llegó a hacerse de un efímero
reino que incluía partes de Asia Menor y Siria, pero originalmente no Macedonia. Reinó
oficialmente entre 306 y 301 A.C., muriendo en lucha contra sus enemigos en la
Batalla de Ipsos, a la cual luego mencionaremos en más detalle. Su hijo Demetrio I
Poliorcetes invadió posteriormente Macedonia, derrocando a Alejandro V y a la dinastía
de Antípatro y Casandro. Con él se instauró entonces en el trono macedonio la dinastía
de los Antígonos. Demetrio reinaría en Macedonia entre los años 294-288 A.C.
Pero pronto entró en conflicto con su vecino, el famoso Rey Pirro de Epiro, cuyas
aventuras en pocas líneas más relataremos. Esto hizo que Pirro se apoderara de partes
del reino macedonio en dos períodos (288-281 y después nuevamente 274-272 A.C.).
En eso, Demetrio fue hecho prisionero por el Diádoco Seleuco I, Rey de Asia, al cual
también nos referiremos en pocas líneas más.
También se proclamaron reyes de todo o parte de Macedonia país otros monarcas
pretendientes, tales como Lisímaco (288-281), rey autoproclamado de los territorios
de Tracia; y Ptolomeo II Cerauno (281-279 A.C.) y su hermano Meleagro (279 A.C.),
hijos ambos de Ptolomeo I, el fundador del reino griego de Egipto, y también digno de
menciones posteriores dentro de este relato. En esto vino en el año 279 la invasión de
los galos, a la cual nos referiremos en detalle más adelante. Ptolomeo II Cerauno
murió en batalla combatiéndolos. Los galos atravesaron Macedonia, arrasándola e
ingresaron a Grecia. Luego veremos como estos galos fueron derrotados en Delfos por
las fuerzas coaligadas de la Hélade.
El hijo de Demetrio I Poliorcetes, Antígono II Gónatas, quien gobernaría en dos
períodos (277-274 y nuevamente 272-239 A.C.), sería, a diferencia de muchos otros
monarcas helenísticos, un hijo modelo, pues ofreció todas sus conquistas y hasta su
persona para rescatar a su padre del cautiverio en Siria. Pero sin resultado. Su padre
murió prisionero de Seleuco.
De cualquier forma, Antígono II, entonces simple pretendiente, apareció en Macedonia
justo en los momentos de la invasión gala, y logró derrotar a los invasores. Después
ayudaría a las tropas coaligadas griegas a la victoria definitiva sobre los galos en
Delfos. Con esto, Antígono II pudo afianzar su poder, aunque por un tiempo tuvo que
seguir luchando contra los enemigos de su padre, especialmente Pirro de Epiro. Pero
tras fracasar posteriormente la conocida aventura de Pirro en el Sur de Italia y Sicilia,
Antígono II quedó consolidado como rey de Macedonia.
Al morir Antígono dejó un reino relativamente en paz y solidificado. Lo sucedería su
hijo Demetrio II Etólico (239-229 A.C.). Al morir éste en batalla lo siguió su respectivo
y capaz primo Antígono III Doson (229-221 A.C.), para después pasar el trono al hijo
de Demetrio, Filipo V (221-179 A.C.).
Durante el reinado de este Filipo V tendría lugar el enfrentamiento con Roma, a través
de lo que la historia ha denominado la Primera y la Segunda Guerras Macedónicas.
Filipo V fue sucedido por su hijo Perseo (179-168 A.), el cual a la larga sería el último
rey de Macedonia. Derrotado Perseo por Roma durante la Tercera Guerra Macedonia,
su reino dejó de existir. Sería reemplazado por cuatro repúblicas, y finalmente su
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territorio anexado a Roma en 148 A.C. Todo esto lo veremos luego en mucho más
detalle, ya como parte de la historia de Roma
36.- La Hélade en la Época Helenística.
Tras la muerte de Alejandro Magno la Hélade quedó virtualmente como un simple
apéndice del todavía muy poderoso Reino de Macedonia. Ello no evitó que en la Grecia
en despoblación las disminuidas ciudades organizaran ahora ligas, para seguir
haciéndose la guerra unas a otras. Estas ligas y Esparta, serían las actoras de la vida
de la política de la Grecia de la decadencia.
Hacia 290 se formó la Liga Etolia, justamente en la región septentrional de Etolia, y
conformada por comunidades tribales y ciudades de la Grecia Centro-Septentrional.
Conquistó Delfos y para fines del siglo III ocupaba gran parte de la Hélade, excluida el
Ática. Los etolios eran vistos despectivamente por el resto de los griegos, por ser
miembros de una sociedad mucho más campesina. Pero precisamente esta calidad
primordialmente rural de su población es lo que le daría la fuerza a la liga: tenía una
importante masa militar y no requería de contratar mercenarios. La Liga se alió con
Roma durante la Primera y Segunda Guerras Macedónicas y colaboró en gran medida a
la derrota de Macedonia. No obstante pronto resintió la preponderancia de Roma, y,
como luego veremos, buscó apoyo en los monarcas seléucidas. A partir de 189 A.C., si
bien siguió existiendo, pasó a ser aliada de Roma a la fuerza.
Hacia el año 280 A.C. nació, como contrapartida, la Liga Aquea, en el Norte del
Peloponeso. Incorporó a Corinto en 243 A.C., Megalópolis en 235 A.C. y Argos en 229
A.C. El año 220 la Liga Aquea entró en guerra con la Liga Etolia. Macedonia tomaría
partido por las ciudades aqueas. El tamaño de la liga les permitió gran riqueza y la
posibilidad de contratar mercenarios.
La otra gran enemiga de la Liga Aquea sería la otra gran potencia del Peloponeso, la
orgullosa Esparta, la cual todavía existía como potencia ya meramente peninsular. El
conflicto entre La Liga Aquea y Esparta determinaría gran parte de la historia de Grecia
durante la época más penosa de su decadencia política.
Esparta, mientras tanto decaía rápidamente, por sus problemas económicos y
demográficos. Seguía manteniendo su vetusto sistema político y social, con su
estructura colegiada de dos reyes, sus Éforos; su clase rectora espartista, sus súbditos
periecos y sus siervos estatales ilotas. En 272 A.C. Esparta logró todavía una gran
victoria al derrotar al rey Pirro de Epiro. Pero para mediados del siglo III A.C. el
sistema socio-político espartano hacia crisis. La riqueza, a pesar del sistema socialista
original, se había acumulado en 100 familias, y sólo quedaban 300 ciudadanos
espartanos puros en capacidad de tomar las armas, en contraste con los 9.000 de su
época de grandeza. El rey Agis I trató de modificar esto, a través de una reforma
agraria y cancelación de deudas, pero fue derrocado por la casta dirigente.
El rey Cleómenes III inició a partir de 229 A.C. la política de volver a engrandecer a
Esparta, entrando en guerra con la Liga Aquea. Este monarca puso en prácticas
urgentes medidas para renovar las vetustas instituciones del Estado. Al entrar en
abierto conflicto con la antigua magistratura de los Éforos, simplemente la disolvió
para siempre. A esto siguió una extensiva política práctica de distribuir tierras entre los
periecos y de liberación de ilotas. Pero nada era suficiente para alterar la crisis
demográfica y la decadencia militar. El año 222 A.C. Esparta fue derrotada por la Liga
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Aquea, y obligada a incorporarse a ella. Peor aún todavía, el año 188 A.C. la Liga
Aquea obligó a Esparta a abandonar su antigua constitución de Licurgo, su monarquía
dual, a destruir sus murallas y a adoptar las instituciones de la Liga. Esparta tuvo
además que liberar a los ilotas y terminar con su tradicional sistema educativo. La
inestabilidad que siguió se tranquilizó hacia 180 A.C. cuando volvieron muchos de los
exiliados. Pero vendría pronto la última derrota espartana ante la Liga Aquea, en 148
A.C. Tras esto, después de la anexión de Grecia a Roma en 146 A.C., Esparta
prácticamente desaparece de la historia.
Por su parte, el Estado ateniense seguía existiendo en la Península ática, igual que en
tiempos de Pericles, independiente de las ligas que desangraban Grecia, como un
centro económico todavía relativamente importante, y convertida en el centro de la
admiración de todo el mundo helenístico. Todavía funcionaban el Ágora, el Areópago,
el Consejo de los Quinientos, y todas sus instituciones tradicionales, inclusive con sus
luchas políticas tradicionales, pero ya llevadas a un ámbito prácticamente municipal.
Pero, claro está, como una sombra de su glorioso pasado. Aunque era todavía una
ciudad admirada por el mundo, donde las viejas academias filosóficas mantenían viva
la cultura tradicional.
Mas los tiempos estaban cambiando y una época se acercaba a su fin. En el curso de
tres Guerras Macedonias entre Macedonia y Grecia, a las cuales luego nos referiremos
en mayor detalle, los romanos derrotaron a los Antígonos, y a raíz de la Segunda,
después de la batalla de Cinocéfalos, en 197 A.C., forzaron a Macedonia a reconocer la
absoluta independencia de las históricas polis de la Hélade. Esta independencia fue
solemnemente declarada por el gran helenófilo Tito Quincio Flaminio a nombre de
Roma en los Juegos Ístmicos de 196 A.C. El gran historiador alemán Theodor
Mommsen ha sido muy crítico de esta decisión de Flaminio, quien engañándose a si
mismo habría creído ver en los griegos de su época virtudes de la que ellos ya
carecían. Y puede que sea muy cierto.
Los griegos de la Hélade no supieron aprovechar la libertad que con exceso de buena
fe y credulidad les habían regalado los romanos. A pesar de su debilidad, las polis de la
Hélade siguieron enfrascadas en sus disensiones internas, creyéndose más poderosas
de lo que eran. En esto tuvo lugar la guerra entre Roma y los seléucidas, que tendría
entre 192-191 A.C. un capítulo propio en Grecia, hasta la derrota de Antíoco III El
Grande en las Termópilas. Más adelante, en dos apartados distintos, nos referiremos
en más detalle a esta guerra. Muchos de los Estados griegos tomaron,
irresponsablemente, el lado de los monarcas sirios. Finalmente, desobedeciendo
expresas órdenes romanas, empezaron en 148 A.C. la que sería su última guerra
fratricida, iniciada por la Liga Aquea en contra de una ya muy débil Esparta. Roma, ya
guardiana de la paz de Grecia, no aceptó esto y declaró la guerra a la Liga. Para bien
de los helenos, tuvo que imponer su gobierno directo sobre la vieja Grecia. En
represalia contra la insubordinación, los romanos destruyeron Corinto, y el año 146
A.C. convirtieron a Grecia en la provincia romana de Acaya. Empezaría un largo
período de 17 siglos de simbiosis política entre Grecia y Roma.
37.- Los Griegos Occidentales en la Época Helenística.
Como hemos visto, al momento de su muerte, Alejandro ya pensaba en una campaña
para ayudar a los griegos occidentales en su lucha contra el secular enemigo
cartaginés. Pero esta campaña ya nunca pudo emprenderse. Entonces, los griegos de
Occidente siguieron sujetos a sus propios medios en su lucha.
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Después de la brillante campaña de Timoleón en Sicilia, a la que ya hemos hecho
mención, asumió en 317 A.C. el poder como tirano en Siracusa Agatocles. Tras una
larga guerra contra Cartago, se proclamó a sí mismo Rey de Sicilia en 304, controlando
firmemente a las demás ciudades griegas de la isla, hasta su muerte en 289.
Por otra parte, para esos momentos ya Roma anexaba poco a poco, por medios
pacíficos o militares, una a una, a las polis griegas del Sur de Italia. El año 281 A.C. la
rica ciudad de Tarento enfrentaba el peligro de una guerra con Roma, que ya era
dueña de la Península Itálica y de casi todas las ciudades de la Magna Grecia. Ante
esto, los tarentinos llamaron en su auxilio al famoso Rey Pirro de Epiro, como campeón
del helenismo contra Roma. Pirro aceptó gustoso, pensando en forjar un imperio en
Occidente. El año 280 A.C. Pirro desembarcó en Italia, con un ejército de
aproximadamente 25.000 hombres y 20 elefantes. Con estos elementos derrotó a los
romanos en la Batalla de Heráclea, pero con altas pérdidas humanas. Ofreció una paz
a los romanos, que éstos rehusaron. Después invadió Apulia en 279 A.C., donde por
segunda vez derrotó a los romanos en Asculum, nuevamente con un alto costo de
vidas entre sus hombres. Ante estas pérdidas tan elevadas, y a pesar de sus
espectaculares victorias, Pirro debió abandonar la lucha. Desde entonces se habla del
concepto de Victoria Pírrica al referirse a triunfos con sabor a derrota.
Después de terminada la primera guerra con Roma, en 278 A.C. Pirro fue invocado por
la población de las ciudades griegas de Sicilia a ayudarlas en su larga lucha contra
Cartago. Pirro desembarcó en Sicilia y fue proclamado Rey de la isla y capturó una a
una las fortalezas cartaginesas. Su éxito fue casi total, excepto por una solitaria e
inexpugnable plaza fuerte. El esfuerzo bélico excesivo desagradó a los griegos
sicilianos, y Pirro tuvo que imponer un régimen dictatorial para proseguir la guerra
hasta el triunfo. Esto alienó tanto a los griegos sicilianos del monarca epirota que
comenzaron a conspirar en su contra con los propios cartagineses, lo que terminó
decepcionando y cansando a Pirro.
Sabiendo Pirro que los romanos volvían a atacar Tarento, y nuevamente convocado por
la amenazada ciudad, tuvo la excusa para abandonar Sicilia y volver a suelo italiano en
275 A.C. Esta vez se encontró con un poderoso ejército romano. La batalla de
Benevento, que terminó con un resultado muy poco claro, pero no necesariamente con
una derrota epirota como muchos creen, convenció a Pirro a abandonar la aventura.
Antes de hacerlo pidió ayuda a los otros monarcas helenísticos, pero sin resultados.
Después volvió a Epiro, sin mayor gloria, aunque con la fama de haber sido un
enemigo formidable de Roma. Moriría en 272 A.C. en una nueva campaña militar,
ahora contra Esparta. Poco después, en 272 A.C., Tarento, la última ciudad griega libre
de Italia, tuvo que rendirse ante Roma.
Volvamos ahora a Sicilia. Habiéndose retirado Pirro, asumió el poder en Siracusa,
primero como tirano, en 275 A.C., y luego como rey, en 270 A.C., Hierón II. Con él
Siracusa vivió un período de 50 años de paz y progreso.
En el curso de la Primera Guerra Púnica entre Roma y Cartago, Hierón II apoyó
inicialmente a los cartagineses. Pero a partir de 263 A.C., y hasta su muerte en 215
A.C., se mantuvo absolutamente leal a los romanos. Como consecuencia de esto,
cuando en 241 A.C. terminó la Primera Guerra Púnica, con el triunfo romano, la
totalidad de Sicilia, excepto el territorio de Siracusa (aproximadamente un 20% de la
isla), quedó convertida en provincia romana.
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Muerto Hieron II, fue sucedido por su incapaz nieto Jerónimo, el cual cambió la sabia
política prorromana de su predecesor. Tras la gran victoria del cartaginés Aníbal en
Cannas contra los romanos, durante la Segunda Guerra Púnica, Jerónimo se alió
insensatamente con Cartago, y fue asesinado en 214 A.C. por los elementos
prorromanos de Siracusa. A pesar de la muerte de Jerónimo, Roma, temerosa de una
alianza entre Siracusa y Cartago, inició la guerra contra la metrópoli siciliana. La
ciudad fue brillantemente defendida durante dos meses del año 214 A.C., y se dice que
en gran medida gracias a las máquinas de guerra inventadas y desarrolladas por
Arquímedes, algunas aparentemente con espejos refractores que incendiaban las
naves romanas. Esto hizo muy difícil el triunfo romano. El sitio se alargó entonces por
dos años, hasta que en 212 A.C., usando una estratagema, un grupo de romanos logró
escalar las murallas de la ciudad, y abrir las puertas al ejército sitiador. El general
romano Marco Claudio Marcelo había girado instrucciones expresas de que la vida del
brillante Arquímedes fuera respetada, pero, como sabemos, habría sido muerto por un
soldado que no sabía quién era, desesperado porque Arquímedes, concentrado en un
problema matemático, no lo respetó lo suficiente. Pero la lucha no terminó ahí.
Durante ocho meses continuó todavía el asedio de la ciudadela interior de Siracusa,
hasta que finalmente un traidor –que nunca faltaron entre los griegos- abrió las
puertas a los romanos. Así, Siracusa pasaría a formar, por los próximos mil años, parte
del Imperio Romano. Y toda la isla de Sicilia con ella.
Quedaría todavía por varios siglos gozando de independencia la ciudad griega de
Massilia (Marsella), en el Sur de la Galia. Aun durante las campañas de Julio César
conquistando la Galia esta polis subsistiría como Estado independiente. Fue anexada a
Roma en 49 A.C., pero mantuvo un alto grado de autonomía municipal y siguió siendo
una ciudad griega. Aunque con el paso de los siglos de dominio romano perdió su
carácter eminentemente griego y se latinizó. De cualquier forma, Massilia sería el
último centro importante del Helenismo en Europa Occidental.
38.- El Gran Imperio de Asia de Seleuco.
De los tres grandes reinos sucesores del imperio alejandrino, el más extenso sería
desde luego el reino Seléucida, al que el historiador Droysen ha llamado el Reino de
Asia. Fue establecido oficialmente en Babilonia en 312 A.C. por Seleuco I Nicátor,
hombre que reinaría sobre gran parte del mundo conocido hasta 281 A.C.
Si bien Babilonia era la capital del imperio mundial de Alejandro, no sería por mucho
tiempo la sede de la corte Seléucida. El año 305 A.C. Seleuco fundó, como primera
capital de su reino, en Mesopotamia, la ciudad de Seleucia del Tigris, que estaba
destinada por siglos a ser un gran centro del helenismo. Esta ciudad pronto opacó a
Babilonia, que consecuentemente comenzó a decaer. Pero poco antes del año 300 A.C.
Seleuco fundó en la costa Norte de Siria una nueva capital, la ciudad de Antioquía del
Orontos, en recuerdo de su padre Antíoco. Esta sería fundamentalmente la sede de su
dinastía y una de las ciudades más importantes del Mundo Antiguo. De cualquier
forma, por muchos siglos Seleucia sería mucho más importante y poblada inclusive
que la misma Antioquía.
El reino de Seleuco incluiría toda la parte asiática del Imperio alejandrino, lo que
significaba teóricamente la mayor parte del antiguo Imperio Persa. Llegaría hasta la
India. Inclusive, en regiones del Cáucaso y de Bactriana incorporaría territorios que
oficialmente nunca habían sometidos a la soberanía de Alejandro. Pero este reino
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Seléucida perdería pronto gran parte de su extensión original. Era excesivamente
grande y difícil de conservar.
Primero se saldrían de su control las regiones más orientales, las de la India. Ellas
quedarían bajo el control del rey indio Chandragupta, fundador del imperio Maurya.
Seleuco dirigió en 305 A.C. una expedición contra el Punjab, y llegó a un tratado con el
mencionado Chandragupta por el cual le cedió las provincias indias del imperio
alejandrino. La tradición señala que Seleuco casó a su hija con el rey indio, en una
alianza política. Esto es en realidad dudoso. Además, a cambio del tratado, Seleuco
recibió del monarca indio 500 elefantes, que luego le serían de gran utilidad en sus
guerras. Y esto sí es fehaciente. Estos elefantes desempeñarían un papel fundamental
en la batalla de Ipsos, el año 301 A.C., en la cual, durante la así llamada Tercera
Guerra de los Diádocos, las fuerzas combinadas de Seleuco de Asia, Ptolomeo de
Egipto, Casandro de Macedonia y Lisímaco de Tracia, derrotaron a los ejércitos de
Antígono y de su hijo Casandro.
A su muerte, el gran Seleuco sería sucedido por su hijo Antíoco I Soter (281-261),
príncipe hijo de madre persa, fruto de los matrimonios en masa organizados por
Alejandro entre sus generales y princesas orientales. Antíoco I Tuvo que enfrenar
inmediatamente revueltas en varios puntos de su gigantesco imperio. No pudo
contener la separación de las zonas de Bitinia y Capadocia en Asia Menor. En Bitinia se
estableció un reino griego, mientras que en Capadocia, en Anatolia Centro-Oriental
tomó el control una dinastía local de origen persa semi-helenizada. Luego volveremos
sobre esto. Por otra parte, el año 278 A.C. los galos invasores ingresaron a Asia
Menor, la cual asolarían por mucho tiempo, después de arrasar Grecia.
Muerto Antíoco I, fue sucedido por su respectivo hijo Antíoco II Theos o El Dios (261246), cuyo gobierno comenzó con una larga y desgastante guerra heredada contra
Egipto. Durante su reinado, hacia 250 A.C., tendría lugar la secesión del reino griego
de Bactriana, al cual nos referiremos en más detalle en pocas líneas más. Lo sucedería
Seleuco II Calínico (246-225). Tendría que enfrentar dos grandes pérdidas territoriales
que disminuirían terriblemente su imperio. Una respondería al surgimiento del reino
helenístico de Pérgamo, y otro a la fundación del imperio iranio de los partos.
39.- El Nacimiento del Reino de los Partos.
Por un momento, entonces, debemos alejarnos del reino seléucida, para volver a las
tierras del Irán, donde se estaba produciendo la reacción de los pueblos de lengua
irania contra el dominio griego.
Hacia 240 A.C. un sátrapa griego, Andrágoras, se había sublevado en la región de
Partia contra Antíoco II, con la intención de crear un reino propio en dichas tierras.
Pero su intentona fue de muy corta duración. Hacia el año 248-247 A.C. había surgido
en un rincón de Partia un Estado iranio independiente, liderado por el príncipe local
Arsaces I. El año 238 A.C. Arsaces I derrotó a Andrágoras y a partir de ese momento
cesó definitivamente el dominio griego en la región. Surgió entonces un Reino Parto
independiente, bajo la férula de su propia dinastía, la Arsácida. Este reino, inicialmente
restringido a una pequeña esquina septentrional de Irán, poco a poco dominaría la
Persia propiamente dicha, y para 147 A.C. arrebataría gran parte de Mesopotamia a los
Seléucidas. Después veremos el engrandecimiento de este reino. Seleuco II trató de
reprimir al nuevo reino, pero finalmente tuvo que aceptar la independencia de los
partos, a través de una paz con Arsaces.
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El imperio parto, como veremos, llegaría a ser una gran potencia regional, enemigo
declarado de los reinos griegos circundantes, especialmente el seléucida y el bactriano,
y luego de Roma, heredera del helenismo en Oriente. Se extenderá desde la frontera
de Siria hasta la frontera occidental de China. Durará prácticamente cinco siglos, hasta
el año 231 D.C., cuando será reemplazado por el Segundo Imperio Persa de los
Sasánidas. Sobre todo esto nos referiremos en su debido momento.
No obstante, por ser los partos una raza mirada en forma despectiva por los persas,
este reino no tuvo la fuera política de considerarse, o de ser aceptado como, sucesor
legítimo del antiguo Imperio Aqueménida. Además, los monarcas partos, lejos de ser
enemigos del helenismo, efectivamente estarían semi-helenizados y respetarían
ampliamente la cultura y la autonomía de las ciudades y regiones griegas de sus
dominios. A decir verdad, el reino parto puede ser considerado como uno más de los
reinos helenistas más del Medio Oriente, a pesar del origen no griego de su dinastía y
de su estructura política.
40.- La Estabilización del Reino Seléucida y el Primer Choque con Roma.
Habiendo hecho el paréntesis necesario para explicar la génesis del reino parto, toca
ahora volver a la historia del reino seléucida de Asia.
Al morir Seleuco II su reino se encontraba en una grave crisis, y amenazado tanto por
los reinos griegos vecinos como por los nuevos enemigos partos. Lo sucedió primero su
hijo Seleuco III Sóter Cerauno (225-223), quien murió asesinado, y luego su hijo
menor Antíoco III El Grande (223-187). Tal como su nombre lo reconoce, Antíoco III
sería uno de los más grandes monarcas de la dinastía, comparable al fundador de la
misma, Seleuco.
Al ascender al trono heredó un Estado muy desorganizado. Sus primeras campañas
militares, que no fueron comandadas por él sino por sus generales, contra la Judea de
los Ptolomeos y contra los sátrapas griegos sublevados de Media y Persia, fueron un
fracaso. Pero pronto dominó absolutamente las sublevaciones. Recuperó el control de
gran parte de Asia Menor, aunque tuvo que tolerar la independencia de Pérgamo,
Bitinia y Capadocia.
En 212 forzó al rey de Armenia a reconocer su supremacía. En 209 A.C. invadió Partia
y la obligó a una paz ventajosa. Este mismo año siguió hacia el Este, contra el reino
griego rebelde de Bactriana, y si bien no reanexó el territorio, impuso también
convenientes condiciones de paz. Siguió al Valle de Kabul y forjó una alianza con el
gobernante indio local, Sofagaseno. Hacia el año 206 inició el camino de regreso.
Partiendo desde Seleucia dirigió en 204 una campaña en dirección al Golfo Pérsico,
hacia la costa de Arabia.
Posteriormente, en 199 A.C. expulsó definitivamente a los Ptolomeos egipcios de
Judea. Luego inició una campaña contra las costas rebeldes de Asia Menor, y al
amenazar a las ciudades costeras de Esmirna y Lampsaco, éstas solicitaron el apoyo
de la ya poderosa y entrometida Roma. Así empezó la gran guerra entre los Seléucidas
y sus aliados griegos, por un lado, y Roma y sus respectivos aliados griegos, por la
otra, que amerita contarse en cierto detalle en estas líneas, y que se libró, como
conflicto global, en infinidad de teatros militares diversos. Para estos momentos
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Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
Antíoco El Grande tenía como huésped y asesor militar ni más ni menos que al grande
y feroz antirromano Aníbal.
Antíoco, tomando la iniciativa, cruzó con sus tropas a Tracia en 196 A.C.,
aprovechando que los romanos, ya establecidos como garantes de la paz en Grecia,
habían evacuado la Hélade. Ante la inactividad romana, en 192 A.C. Antíoco invadió
Grecia, siendo designado líder de la conflictiva Liga Etolia. En 191 los romanos
contraatacaron y cercaron a Antíoco ni más ni menos que en las históricas Termópilas,
obligándolo a retirarse a Asia. Al año siguiente, en 190 A.C., el general romano Lucio
Cornelio Escipión, más conocido como Escipión El Asiático (para diferenciarlo de su
aun más famoso hermano Publio Cornelio Escipión El Africano), derrotó al rey seléucida
en la Batalla de Magnesia. Antíoco no siguió adecuadamente los consejos del
experimentado Aníbal, que tanto conocía la capacidad militar romana, y esto con
seguridad lo llevó a la derrota. De cualquier forma, Aníbal, que no se sentía cómodo en
el mar, comandó la flota seléucida en la Batalla de Eurimidonte, siendo esta vez
derrotado por sus enemigos romanos y rodios.
Consecuentemente, a raíz del tratado de Apamea (188 A.C.) Antíoco renunció a toda
Asia Menor al Norte de la cordillera del Taurus, muriendo poco después durante una
campaña en Persia. Al momento de su fallecimiento, su reino, aún poderoso y extenso,
abarcaba todavía toda Siria, Cilicia, Judea, Mesopotamia, Babilonia, y el Cercano Irán
(Media y Persia).
Fue sucedido por su hijo Seleuco IV Filopátor (187-175), quien se vio enfrentado al
problema de pagar las altas reparaciones debidas a Roma. Asesinado por su ministro
Heliodoro, y con su hijo y heredero Demetrio retenido en Roma como rehén, se hizo
ilegítimamente del poder su hermano Antíoco IV Epífanes (175-164). Durante este
reinado de Antíoco IV los Seléucidas ocuparon en 170 prácticamente todo Egipto,
menos Alejandría, pero se retiraron para evitarse problemas con Roma, volviendo a
atacar nuevamente en 168. Y acá tiene lugar una importante anécdota histórica que
amerita ser contada:
Antes de llegar a Alejandría, el camino de Antíoco IV fue bloqueado por un hombre en
solitario, el viejo embajador romano Cayo Pompilio Lena, quien entregó a Antíoco el
mensaje del Senado de que le señalaba que si no evacuaba Egipto y Chipre, territorios
ptolemaicos ambos, se encontraría en guerra con Roma. Antíoco pretendió dilatar la
respuesta diciendo que iba a analizarla. Ante esto el orgulloso y viril enviado romano
trazó en la arena un círculo alrededor de Antíoco, conminándolo a tener una respuesta
antes de abandonar el círculo. Ante el peligro de guerra con Roma, Antíoco IV accedió
a retirarse. Ahí el senador romano le dio la mano en señal de paz.
Estando Antíoco en Egipto surgió un falso rumor de que estaba muerto. Esto produjo
un levantamiento en Judea, ahora ya parte de su reino, y una rebelión contra el Sumo
Sacerdote designado por los Seléucidas, quien tuvo que huir. En venganza Antíoco
entró en 167 a Jerusalén ejecutando a mucha gente. En represalia, si bien apoyó a los
judíos helenizados, prohibió los ritos judío-ortodoxos y ordenó el culto a Zeus como
dios supremo. Cuando los judíos rechazaron estas exigencias, Antíoco envió un ejército
y arrasó Jerusalén. Esto trajo como consecuencia la rebelión de los Macabeos, que
para 164 A.C. había logrado finalmente, tras muchos siglos, crear un Estado
independiente hebreo en Judea, el primero en 400 años, con una dinastía nacional
propia. Más adelante volveremos nuevamente sobre este reino independiente de los
Macabeos.
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Al morir Antíoco IV, hombre de extraña personalidad, según muchos bordeando la
locura, dejó un Estado relativamente estable, pero ya muy desgastando y con fuertes
problemas dinásticos, pues teóricamente hablando él no era el rey De Jure, sino
Demetrio, hijo primogénito de Seleuco IV, retenido en Roma.
Lo sucedió su pequeño hijo Antíoco V Eupátor (164-162), bajo la regencia del general
Lisias. Pero Roma manejaba ya los hilos, pues sabía que la simple posibilidad de liberar
a Demetrio desestabilizaba a cualquier gobierno De Facto seléucida. Asesinado Licias,
Demetrio I Sóter (162-150) logró finalmente escapar de Roma y ser reconocido como
rey legítimo. Se haría famoso por contener el poder de los Macabeos de Judea, y por
sofocar en 160 la revuelta en Babilonia del sátrapa griego local Timarco, que –como
era costumbre- trató de convertirse en rey independiente.
41.- El Reino Seléucida reducido a Siria.
Demetrio I fue derrotado y muerto por una muy particular rebelión, auspiciada por los
enemigos del monarca legítimo y hasta apoyada por Roma y el rey de Egipto. Los
conspiradores proclamaron rey al abiertamente falso usurpador, natural de Esmirna,
Alejandro Balas (150-145), quien decía ser hijo de Antíoco IV. Hasta contrajo
matrimonio con Cleopatra Thea, hija de Ptolomeo VI Filométor de Egipto. Pero no pudo
mantenerse largo en el trono. Fue derrocado por Demetrio II Nicátor, hijo de Demetrio
I, y quien reinó en dos períodos (145-138 y después 129-126) y también casó con
Cleopatra Thea. Por un tiempo tuvo como co-rey a su protegido Antíoco VI Dionisio
(145-140). Demetrio II tuvo que librar una larga lucha contra la población de
Antioquía, que inclusive había llegado a ofrecerle el trono seléucida a Ptolomeo VI de
Egipto. Tras una ardua lucha logró imponerse, pero sin gran respaldo popular.
En eso se gestó definitivamente el comienzo del fin del una vez gigantesco Reino de
Asia de Seleuco. La amenaza vendría desde Oriente, del lado de los partos. Aparece en
la historia Mitrídates I, quien fuera “Gran Rey” de Partia entre los años 171-138 A.C.
Ya en 167 A.C, aprovechando los conflictos occidentales de Antíoco IV, Mitrídates había
conseguido apoderarse de la parte de Afganistán todavía bajo dominio griego.
Después, al tratar la historia del Reino de Bactriana analizaremos la tragedia histórica
que esto significó para el helenismo oriental.
El año 148 A.C. el mismo Mitrídates conquistó Media y en 144 A.C. se apoderó de la
antigua Babilonia. Pero el golpe más mortal para los griegos seléucidas llegó en 141
A.C. cuando las tropas partas alcanzaron el resto de Mesopotamia y conquistaron la
rica ciudad griega de Seleucia. A los pocos meses Mitrídates se hizo coronar rey en
Seleucia, y esta gran metrópoli helénica pasó a convertirse en la capital occidental del
Reino Parto, si bien por siglos siguió manteniendo su carácter puramente griego. El
propio Mitrídates se había proclamado Filoheleno (Amigo de los Griegos), e hizo honor
a su autodesignación. Es interesante ver como las monedas de los reyes partos de la
época muestran caras de rasgos griegos, con tocados a la usanza griega, y en lengua
griega. Una cosa era para él la admiración a la cultura griega, y otra el objetivo político
de quebrar el poder de los monarcas griegos. Finalmente, en 139 A.C. Mitrídates
incorporó definitivamente Persia a su imperio.
Pero el máximo triunfo de Mitrídates fue la captura en batalla en 139 A.C. del rey
Demetrio II, quien después de eso tuvo que pasar 10 años bajo cautiverio parto.
Inclusive, durante el cautiverio casó con la hija de Mitrídates y tuvo hijos con ella. A
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pesar de esa muy aparente felicidad familiar, Demetrio trató, infructuosamente, de
escapar dos veces.
Habiendo el Reino Seléucida perdido gran parte de su territorio, la dinastía sobrevivió
en Siria bajo la persona de Antíoco VII Evergetes (138-129), hermano de Demetrio II,
quien, para variar, también contrajo matrimonio con Cleopatra Thea. El año 130
Antíoco VII atacó Partia, y el monarca parto, Fraates II, para dividir a su adversario,
liberó a Demetrio II, obviamente tratando de provocar una guerra civil. Pero Antíoco
VII fue derrotado antes de que tuviera efectos la liberación de Demetrio II, y éste
logró recuperar el trono de lo quedaba de su reino, en Antioquía. Pero su segundo
reinado no fue largo. Murió asesinado en 126 A.C. a instigación de su esposa, la
reiterativa Cleopatra Thea. Lo sucedieron ella misma y sus dos hijos, Seleuco V
Filométor (126-125), asesinado por su propia madre, y Antíoco VIII Grifo (125-96).
Contra éste Antíoco VIII se levantó su primo Antíoco IX Eusebio (114-96), hijo de
Antíoco VII, lo que condujo a una larga guerra civil, de más de una generación. Antíoco
IX murió en batalla a manos de Seleuco VI Epífanes (96-95), hijo de Antíoco VIII.
Ahora serían los descendientes de los antiguos parientes enemigos que se enfrentarían
en una guerra sin fin, controlando partes del escaso territorio que quedaba a su
disminuido reino: Antíoco XI Epífanes (95-92), Demetrio III Eucarios (95-88), Antíoco
X Eusebio (95-83), Filipo I Filadelfo (95-83) y Antíoco XII Dionisio (87-84). Esta guerra
de tantos reyes autonombrados condujo a lo poco que quedaba del reino seléucida a la
postración más absoluta. Para esos momentos no comprendía ya más que Antioquía y
unas cuantas ciudades de Siria.
En esto apareció en escena el rey Tigranes El Grande, Rey de Armenia, otro monarca
oriental semi-helenizado. Ante el desorden que reinaba en lo que quedaba del reino
seléucida, el año 83 A.C. la población de Siria ofreció a Tigranes la corona del reino. Su
tropas ocuparon Cilicia y Fenicia, y barrieron con el reino seléucida. Paralelamente, en
Antioquía se estableció un gobernador armenio. Por el Sur su reino se extendió hasta
el puerto de Ptolemais, después conocido como San Juan de Acre. Muchos de los
habitantes de las ciudades conquistadas fueron transportados en masa a poblar su
nueva capital de Tigranocerta.
De cualquier forma, la historia del reino seléucida no estaba totalmente terminada. El
año 69 A.C. los romanos derrotaron al terrible rey Mitrídates de Ponto, del cual
Tigranes era cuñado y aliado. Esto trajo consigo el reestablecimiento por los romanos
de una sombra de reino Seléucida, ya oficialmente como Estado cliente de Roma. Se
instaló en el trono a Antíoco XIII Asiático (69-64). Depuesto finalmente por Pompeyo,
y asesinado, se entiende que con él termina oficialmente la dinastía de los Seleucos.
De cualquier forma otras fuentes consideran como tal al rey Filipo II Filorromano (6563), que gobernó un año más una porción del reino, hasta ser finalmente depuesto por
los romanos. Así dejó de existir lo que una vez fue el más poderoso y extenso de los
reinos sucesores del imperio de Alejandro.
42.- El Reino de los Ptolomeos o Lágidas en Egipto.
La tradición histórica, derivada de una cronología establecida en el siglo III A.C., y que
a decir verdad -a pesar de diversos errores que ahora es posible detectar- es bastante
exacta y por ello no ha sido substancialmente modificada, nos habla de XXXI Dinastías
entre un período que va desde el año 2950 hasta el 332 A.C. En términos generales la
estructura de los períodos es la siguiente:
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-
Período Dinástico Temprano (2950-2575 A.C.), Dinastías I a III.
Imperio Antiguo (2575-2125 A.C.), Dinastías IV a VIII.
Primer Período Intermedio (2125-2010 A.C.), Dinastías IX/X y XI (reinados
iniciales).
Imperio Medio (2010-1630 A.C.), Dinastías XI (últimos reinados) a XIII.
Segundo Período Intermedio (1630-1539 A.C.), Dinastías XIV a XVII.
Imperio Nuevo (1539-1069 A.C.), Dinastías XVIII a XX.
Tercer Período Intermedio (1069-664), Dinastías XXI a XXV (las primeras de
origen libio y la última nubia).
Período Tardío (664-332), Dinastías XXVI a XXXI.
Este período tardío requiere un poco más de explicación, por su cercanía a la
civilización griega. La XXVI Dinastía, nativa o semi-nativa (de origen libio), fue la que
entró en contacto con los griegos. La así llamada XXVII Dinastía (525-404 A.C.)
corresponde al primer período de dominación persa, con los reinados, como faraones,
de Cambises, Darío I, Jerjes I, Artajerjes I y Darío II. Las Dinastías XXVIII a XXX (404343 A.C.) corresponden a gobernantes nativos de un corto período de independencia
egipcia), en el cual los griegos tendrían una intervención determinante como aliados de
los egipcios nativos en contra de los enemigos comunes. Finalmente, la así llamada
XXXI Dinastía (343-332 A.C.) corresponde al corto período de reconquista persa.
Pero además de estas XXXI Dinastías numeradas, se considera la existencia de dos
dinastías griegas no numeradas: la primera, la Dinastía Macedónica (332-309 A.C.),
con Alejandro III (332-323 A.C.), Filipo III Arriedo (323-317 A.C.) y Alejandro IV (317309 A.C.); y la segunda, en la práctica desde 309 (oficialmente desde el 305) A.C. y
hasta 30 A.C., la Dinastía Ptolemaica.
El Reino Helenístico de Egipto, fundado en 305 por Ptolomeo I Sóter, sería menos
extenso que el Seléucida, pero a lo largo de su existencia demostraría ser mucho más
homogéneo y estable. Llegaría a ocupar, además de Egipto y Cirenaica en África,
también gran parte de la costa de Siria y la isla de Chipre. Todavía al final de sus días
controlaría sólidamente todo Egipto y Chipre. Su capital, Alejandría, sería el más
importante centro del helenismo. Los monarcas macedonios llegaron a convertirse en
verdaderos faraones griegos. Pero el dominio griego estaría más de una vez en
conflicto con la población nativa egipcia. Las ciudades del interior seguirían sólo
parcialmente helenizadas, apegadas a la cultura tradicional. De cualquier forma, los
nuevos reyes griegos supieron acercarse a la cultura local, apoyándose en el culto
oficial tradicional egipcio, favoreciendo a los sacerdotes, renovando sus antiguos
templos, y muchas veces, inclusive, construyendo nuevos templos exactamente en el
antiguo estilo faraónico. Muchos de los templos que han llegado hasta nosotros y que
estilísticamente parecen puramente faraónicos, son en realidad reconstrucciones o
simplemente nuevas construcciones de la época ptolemaica. Pretendieron ser –y lo
lograron- faraones de acuerdo a la tradición egipcia.
Cuando en 305 A.C. Ptolomeo I Sóter se autoproclamó faraón de Egipto, heredó
automáticamente la divinidad de Alejandro y de los antiguos monarcas faraónicos.
Hasta ese momento era simplemente el sátrapa griego que administraba Egipto en
nombre de los sucesores simbólicos de Alejandro residentes en Babilonia. Inicialmente
mantuvo la capital en la antigua Menfis, ciudad que a lo largo de los siglos siguió
siendo esencialmente egipcia, pero convirtió a Alejandría en la gran metrópoli griega
que la historia conoce. Mandó construir la gran biblioteca y el también famoso museo.
Ptolomeo recuperó el cuerpo de Alejandro –aparentemente se apoderó de él cuándo
era trasladado desde Babilonia a Macedonia para su entierro oficial- y lo llevó a
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Alejandría, donde, en un sepulcro grandioso, estuvo visible por siglos -por ejemplo
para César- por lo menos hasta tiempos de los emperadores romanos de la dinastía de
los Severos. No hay duda que la obra de Ptolomeo I sería, indiscutiblemente, la más
duradera de todas las surgidas de los compañeros de Alejandro. Tal vez porque
Ptolomeo, realista en sus planes, nunca pensó en apoderarse de todo el imperio
alejandrino sino que se contentó con hacerse fuerte en Egipto y ahí fundar su dinastía.
Es de hacer constar también que Ptolomeo, también educado por Aristóteles, al igual
que Alejandro, fue un hombre de gran cultura. El mismo redactó una biografía de
primera fuente de Alejandro Magno, pero esta obra desgraciadamente no llegó a
nosotros. Seguramente se perdió junto con otros tesoros de la Gran Biblioteca de
Alejandría.
A su muerte en 283 A.C. su Estado incluía Egipto, Cirenaica y la isla de Chipre, así
como parte del Egeo y Palestina. Su hijo Ptolomeo II Filadelfo (283-246) trasladó
definitivamente la capital desde Menfis a Alejandría. A él le corresponde haber
edificado el mundialmente conocido Faro de Alejandría, al cual luego nos referiremos
en más detalle al tratar de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Conquistó
finalmente gran parte de la costa Siria, hasta Fenicia. Fue, además, el primero que
adoptó la tradición faraónica egipcia, tan ajena a los griegos, de casarse con su
hermana para perpetuar la dinastía. Su hijo Ptolomeo III Evergetes (246-222) heredó
un reino muy saludable, y mantuvo la prosperidad. En guerra contra los seléucidas
conquistó Siria y llegó hasta Babilonia, de donde trajo de vuelta a Egipto grandes
tesoros egipcios capturados siglos atrás por los persas, situación que fue muy
apreciada por la población nativa egipcia.
Con Ptolomeo IV Filopator (222-204) las riendas del poder empiezan a quedar en
manos de ministros inescrupulosos y monarcas incapaces o infantes. Da inicio la
decadencia del reino lágida y comienzan a producirse alzamientos de los egipcios
nativos. En algún momento las tropas egipcias del ejército de Ptolomeo IV, que habían
luchado victoriosamente contra los seléucidas, se alzaron contra el desgobierno y por
un corto tiempo (205-186 A.C.) llegaron a establecer un efímero reino propio –con una
dinastía local- en el Alto Egipto, en desafío de la dinastía griega. Finalmente este
territorio escindido fue reconquistado por los griegos. Ptolomeo V Epífanes (204-181),
hijo del anterior, con el fin de acercarse a la población nativa, se hizo coronar de
acuerdo al rito tradicional faraónico en un acercamiento al clero de la religión
tradicional egipcia. En este reinado Egipto perdió definitivamente ante sus rivales sus
últimas posesiones en el Egeo y Siria/Palestina.
Después la lista oficial de monarcas es bastante larga; pero, para no convertir esto es
un listado de intrigas, regencias y asesinatos, dejamos fuera del siguiente listado a
varios usurpadores y a numerosas reinas consortes o regentes, seis de ellas con el
nombre macedonio de Cleopatra. La lista oficial de subsiguientes monarcas es la
siguiente: Ptolomeo VI (181-145 A.C.), quien fuera sucedido por su pequeño hijo
Ptolomeo VII Neo Filopátor (145 A.C.). Asesinado éste, fue sucedido por su tío
Ptolomeo VIII Evergetes II (145-116 A.C.), detestado por la población alejandrina,
aunque aparentemente apreciado por la población nativa, que con él empezó a ocupar
altos cargos en la administración del Estado y el ejército. Pero con Ptolomeo VIII la
situación económica y política decayó mucho.
Lo sucedieron alternadamente Ptolomeo IX Sóter II (116-110, 109-107 y 88-81 A.C.) y
su hermano Ptolomeo X Alejandro I (110-109 y 107-88 A.C.). La siguiente monarca
fue Berenice III (81-80 A.C.), en este caso no como consorte sino como reina legítima,
la cual por imposición del dictador romano Sila casó con Ptolomeo XI Alejandro II (80
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A.C.), quien a poco de asumir el trono la mandó asesinar. El pueblo se rebeló y
Ptolomeo XI fue asesinado. Alejandría eligió como rey a un hijo bastardo de éste
último, Ptolomeo XII Neo Dionisio (80-58 y 55-51). Esta ilegitimidad fue invocada por
el Senado de Roma, que ya pretendía la anexión de Egipto. Ptolomeo XII logró
mantenerse en el poder acercándose a Pompeyo y Julio César, pero no pudo impedir
que Roma se anexase la isla de Chipre en 58 A.C. De cualquier forma, durante el
período 58-55 A.C. Ptolomeo XII fue desplazado del poder por su hija Berenice III.
Restaurado Ptolomeo XII en el trono, dejó como herederos a sus dos hijos: Ptolomeo
XIII Teo Filipátor (57-47 A.C.) y la mundialmente famosa Cleopatra VII (51-30 A.C.),
los cuales por decisión testamentaria debieron, a la usanza incestuosa egipcia,
contraer matrimonio. Enfrentados luego los dos hermanos, Cleopatra huyó de Egipto
para recabar ayuda externa con el fin de derrocar a su hermano y co-monarca. Esto
coincidió con la guerra civil romana entre Julio César y Pompeyo, a la cual luego nos
referiremos en más detalle. Habiendo sido Pompeyo derrotado por Julio César en
Farsalia, se refugió en Egipto, donde fue traicioneramente asesinado por funcionarios
de Ptolomeo XIII, que esperaban congraciarse con César. Pero esto, como la historia
muy bien lo recalca, provocó la furia de César.
En el intertanto, Cleopatra volvió con un ejército propio a Alejandría y –con la venia de
César- derrocó a su hermano. En 47 A.C. Cleopatra VII fue proclamada co-reina, ahora
junto con su otro hermano Ptolomeo XIV Filópator II (47-44 A.C.), al cual luego ella
mandó asesinar. En esto se desarrollaba paralelamente el mítico romance entre la
bella reina greco-egipcia y el dueño del mundo romano. El año 47 A.C. nació Cesarión,
hijo de César y Cleopatra, al cual ésta, habiéndose desembarazado de su
inconveniente hermano, asoció al trono bajo el nombre de Ptolomeo XV Filópator
Filómetor César (44-30 A.C.). El resto de la historia de Cleopatra con Julio César –
primero- y Marco Antonio –después- es conocida. Muertos el año 30 A.C. Cleopatra y
Cesarión/Ptolomeo XV, con ellos se extinguió la dinastía Lágida de Egipto y el país pasó
al control directo de Roma. De cualquier forma, es de tener en cuenta que a partir de
Ptolomeo III la dinastía lágida no había tenido vuelto a tener en el trono a una persona
realmente de valía. Cleopatra, mujer inteligente y extremada culta, además de
políglota, si lo era. Si bien falló en su intento de resistencia a Roma, no cabe duda que
tenía razones intelectuales de sobra para fascinar a Julio César y Marco Antonio.
En este reino greco-egipcio la cuestión idiomática revestiría natural importancia. Pero,
tal sería el dominio del griego que, excepción hecha de la última reina lágida, la
famosa Cleopatra, ningún otro miembro de la dinastía aprendió nunca a hablar el rico
idioma nativo egipcio. Esta lengua presentaría diversos grados de evolución natural,
tanto en la escritura como en la parte hablada, de forma que para la época del dominio
helenístico, que también comprende en la práctica el romano, había surgido ya la
forma que actualmente llamamos copto. La escritura jeroglífica tradicional subsistió en
lengua egipcia por mucho tiempo, aunque ya en la época persa había aparecido
adicionalmente un tipo de escritura simplificado llamado “Demótico”, que a su vez fue
reemplazado ya en la Era Cristiana por el alfabeto griego adaptado al copto.
Consecuentemente, durante el período helenístico de Egipto, el idioma griego y el
egipcio nativo coexistieron mano a mano, y éste con dos formas de escritura, la
tradicional, y la simplificada. Pero con el paso de los siglos ambas escrituras egipcias,
especialmente la jeroglífica, cayeron en el olvido y su conocimiento se perdió. El nuevo
Cristianismo egipcio, enemigo del paganismo, y la conquista árabe musulmana
coadyuvarían mucho a esto. No sería hasta que en 1799 se encontrara en Egipto la
llamada “Piedra Rosetta” que comenzaría el proceso de recuperación de este idioma
perdido. El hecho de que se tratara de un mixto texto, de un edicto real de Ptolomeo V
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en griego y en escrituras egipcias demótica y jeroglífica, permitió en 1822 al francés
Jean-François Champollion, sobre la base del griego, la lengua conocida, y con ayuda
de los conocimientos ya existentes del demótico, descifrar el texto jeroglífico. Con esto
empezó el largo proceso por el cual los lingüistas lograron desentrañar todo una
antigua forma de escritura que se creía perdida para la ciencia histórica.
43.- La Gran Biblioteca de Alejandría.
La Gran Biblioteca de Alejandría, fundada por Ptolomeo I y acrecentada por sus
inmediatos sucesores Ptolomeo II y Ptolomeo III, sería la mayor depositaria de cultura
del mundo antiguo, con miles y miles de ejemplares de libros y papiros, originales y
copias, de las más importantes obras del pensamiento, no sólo helénico, sino egipcio,
caldeo, y hasta judaico. Su competidora, pero desde luego a un nivel inferior, sería la
biblioteca de la ciudad de Pérgamo.
Los faraones griegos se empeñarían en convertir a su Gran Biblioteca en la más
importante fuente de conocimiento de la Antigüedad. Gastarían fortunas en hacerse de
las más preciadas obras literarias y científicas. En alguna ocasión el rey Ptolomeo III
dirigió una carta a todos los monarcas del mundo pidiendo le hicieran llegar sus obras
para copiarlas. Todo barco que llegaba a Alejandría era cuidadosamente revisado y si
algún libro se encontraba en su interior era entregado forzosamente a copistas
oficiales: el original quedaba confiscado en la biblioteca, y la copia es la que era
devuelta a sus propietarios. En los mismos términos, las aduanas revisaban
cuidadosamente que nadie sacara libros de Egipto. No importaba el precio que hubiera
que pagar por los libros. El mismo Ptolomeo III consiguió, tras muchas presiones, que
la ciudad de Atenas le prestara para copiado sus preciosos manuscritos de Esquilo,
Eurípides y Sófocles, y como garantía de que no se apropiaría de ellos el rey entregó
en prenda una cantidad desorbitante e increíble de dinero. El rey no cumplió su
compromiso de devolver los originales, y ni siquiera mandó de vuelta las copias, y
simplemente, sin ningún remordimiento, dejó que Atenas se quedara con la gigantesca
garantía que había dejado. Según él, había salido ganando en la negociación.
Una de las grandes tragedias de la historia sería el incendio involuntario, el año 49
A.C., durante los disturbios resultantes de la ocupación de Alejandría por Julio César,
que afectó a parte de la gran biblioteca. A pesar de la gran pérdida que esto significó,
aparentemente la destrucción no fue total. De cualquier forma, la biblioteca fue
reconstituida en gran medida despojando a la biblioteca de Pérgamo de sus tesoros.
Esto fue un regalo personal de Marco Antonio a Cleopatra.
El destino final de esta biblioteca se pierde en las nebulosas de la historia. Puede que
nuevamente haya habido pérdidas substanciales durante las masacres perpetradas en
Alejandría durante el reinado de Caracalla, o por terremotos a mediados del siglo IV, o
por la acción incendiaria de grupos fanáticos cristianos a comienzos del siglo V. La
tradición atribuye la destrucción final a la conquista árabe del siglo VII. No está
realmente claro si la destrucción se debió a los combates derivados de la larga defensa
de la ciudad por las tropas romanas, o a destrucción planificada de Alejandría que
siguió por parte de los árabes. Una tradición histórica cuenta que el propio califa
mandó su destrucción bajo el argumento de que si los conocimientos guardados en la
biblioteca iban contra las enseñanzas del Corán, entonces no podían conservarse, y
que, si decían lo mismo que el Corán, entonces estaban de más. Los musulmanes
fueron muy respetuosos del Cristianismo, pero dado que la biblioteca guardaba
mayormente materiales de la época pagana, sería posible tal proceder.
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44.- Los Sabios Alejandrinos.
Varios matemáticos y pensadores brillantes nacieron fruto de esta civilización
helenística, y todos bien estudiaron o bien dejaron sus obras en la biblioteca de
Alejandría. Desde luego el más importante es el siracusano Arquímedes (287-212
A.C.), cuya participación en la historia de Siracusa es muy conocida. Dentro de sus
invenciones no bélicas podemos mencionar el llamado “Tornillo de Arquímedes”, un
sistema para elevar agua. Cuenta la tradición que a instancia del tirano Hierón II de
Siracusa, Arquímedes se vio en la necesidad de descubrir el llamado “Principio de
Arquímedes”, el principio de desplazamiento de la masa de los cuerpos, y que lo hizo al
ver como el nivel del agua ascendía en los baños de Siracusa. Es conocida la frase
“Eureka, Eureka” (Lo Descubrí, Lo Descubrí) con que habría salido gritando de
felicidad. En fin, en realidad son muchos los descubrimientos e inventos adscritos a
éste, tal vez el más importante matemático de la Antigüedad.
Muy importante sería el también matemático Euclides, el llamado “Padre de la
Geometría”, quien vivió en Alejandría durante el reinado de Ptolomeo I, hacia el año
300 A.C. Hasta el día de hoy son leyes de la geometría varios de los llamados
Teoremas de Euclides. Por otra parte, Aristarco de Samos (310-230 A.C.), residente en
Alejandría, tras un largo estudio llegó a la conclusión de que el sol permanecía inmóvil
mientras que la Tierra y los planetas giraban a su alrededor. Esta teoría heliocéntrica
chocaba con las posturas geocéntricas imperantes en la época, especialmente
defendidas por Platón y Aristóteles, así que aparentemente tuvo escasa difusión o por
lo menos poco respaldo. Las obras de Aristarco se han perdido en gran medida, pero
sabemos de esta teoría por obras de terceros, especialmente Arquímedes, también
contrario a su postulado heliocéntrico.
Igual de trascendentales serían los descubrimientos de Eratóstenes (276-195 A.C.),
natural de Cirenaica, parte del Egipto ptolemaico. Primeramente, dándole validez
científicas a las observaciones efectuadas desde el Faro de Alejandría de la curvatura
de la Tierra en el horizonte al momento de aparecer o desaparecer los barcos, logró
demostrar la redondez de la tierra. Luego, efectuando comparaciones entre la llegada
vertical –sin sombra- de los rayos solares en un punto del Alto Egipto durante el
solsticio de verano y la sombra que a la misma fecha se proyectaba en un punto de
Alejandría, y teniendo medida (con la ayuda de los hombres del rey) la distancia
exacta (o mejor dicho casi exacta) entre los dos puntos, logró detectar la inclinación la
curvatura de la tierra y calcular, con una precisión admirable la circunferencia de la
Tierra. Y esto lo lograban los matemáticos griegos de la época, alcanzando prodigios
que ni siquiera los astrónomos del Antiguo Egipto ni de Mesopotamia habían
aparentemente logrado.
45.- El Reino Griego de Epiro.
El origen de este reino es muy anterior a los tiempos de Alejandro Magno, y está
íntimamente ligado a su persona. Sus habitantes, al igual que los macedonios, eran
étnica y lingüísticamente de estirpe griega, o semi-griega, pero por siglos habían
estado alejados de la influencia directa de las polis helénicas.
Hacia el año 370 A.C. la dinastía Molosia comenzó a establecer un poderoso reino al
Este de Macedonia. En 359 A.C. la princesa molosia Olimpia, sobrina del rey epirota
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Aribas, casó con Filipo II de Macedonia. Sería la madre de Alejandro Magno. A la
muerte de Aribas lo sucedió su hijo Alejandro I de Epiro (350-331 A.C.). Muerto éste lo
sucedió su primo Ecides (331-313), siendo destronado por participar en la subsecuente
guerra civil de Macedonia en favor de Olimpia, la madre de Alejandro Magno. Reinarían
en el intertanto Alcetas II (313-306) y Neoptolemo II (302-297).
En esto llegaría al trono el más grande y famoso de los reyes epirotas, Pirro, hijo de
Ecides, quien gobernaría en Epiro en dos períodos (306-302 y nuevamente 297-272
A.C.), y como ya hemos visto, también ocuparía entre los años (288-281 y después
nuevamente 274-272 A.C.) el trono de Macedonia. Pirro era primo segundo de
Alejandro Magno y tendría muchas de sus ambiciones. Sería uno de los más grandes
militares de la Antigüedad Clásica. Ya hemos visto páginas atrás sus famosas
campañas contra los cartagineses en Sicilia y contra los romanos en Italia. Ahora no es
ya necesario repetirlas.
Muerto Pirro, lo sucedió su hijo Alejandro II (272-242 A.C.), quien tuvo que lidiar tanto
por el trono macedonio como por el propio trono epirota con los monarcas Antígonos
de Macedonia. Lo sucedió su hijo Pirro II (255-237), y a éste su hermano Ptolomeo
(237-234). La última miembro de la dinastía sería Deidamia II (234-233), hija de Pirro
II. Con ella acaba la historia de un reino sorprendente, de muy corta duración. Pero el
país siguió existiendo.
A la muerte de su última reina, Epiro se convirtió en una República Federal, la Liga
Epirota, con su propio parlamento. La Liga se mantuvo neutral durante las dos
primeras guerras entre Roma y Macedonia, pero durante la Tercera (171-168 A.C.) se
inclinó erradamente a favor de Macedonia. Las consecuencias fueron desastrosas para
Epiro. En 167 A.C. la capital fue arrasada por los romanos, y en 146 el país pasó a ser
parte de la nueva provincia romana de Macedonia. Durante siglos quedaría alejada del
epicentro de la historia.
46.- El Reino de los Atálidas en Pérgamo.
Al desintegrarse el imperio de Alejandro y junto con la Guerra de los Diádocos, gran
parte de las ciudades de la costa egea de Asia Menor quedaron incluidas en el efímero
reino que Lisímaco había establecido en Tracia, que llegaba hasta el Danubio. Desde el
año 323 hasta 281 A.C. la ciudad de Pérgamo formó parte de este reino.
A partir de 301 A.C. Filatero, general de Lisímaco, tomó el puesto de comandante de la
ciudad, en la cual se encontraba depositado un importante tesoro. En 282 A.C. Filatero
desertó de Lisímaco y trasladó su obediencia a Seleuco, el cual con esto pasó a ser el
monarca nominal de Pérgamo. Pero Filatero logró conservar un alto grado de
autonomía frente al rey de Asia, con el título de Dinasta.
Durante su excelente gobierno de casi 40 años Filatero construyó la Acrópolis de
Pérgamo, y los templos de Demeter y Atenea, entre otros. Pero Filatero era eunuco
(las razones de su castración no son claras) y consecuentemente no tuvo hijos, mas
fundó una dinastía de hombres capaces que siempre lo mantuvo en un lugar de honor.
Las monedas de Pérgamo siempre llevarían su rostro junto al del monarca reinante. Al
morir, en 263 A.C., dejó el poder a su sobrino Eumenes I (263-241), todavía bajo la
soberanía nominal seléucida. Pero para 261 A.C. Eumenes había derrotado a Antíoco I
y gobernaba ya como monarca independiente, aunque sin asumir aún el título real.
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No teniendo hijos, adoptó a su primo segundo Atalo I Soter (241-197 A.C.), el cual el
año 238 A.C. asumió final y oficialmente mente el título de Rey o Basileus. Uno de sus
grandes triunfos militares fue la derrota de las gálatas que llevaban una generación
saqueando la parte central de Anatolia. Esta victoria fue la que le determinó el título
regio. Muy buen general, se convirtió en un importante aliado de Roma, especialmente
en la Primera y Segunda Guerras Macedónicas. Creo un rico y poderoso reino, y la
historia recuerda que mantuvo una gran relación paternal con su familia.
Al morir fue sucedido por su hijo Eumenes II (197-159 A.C.). Leal aliado de Roma, en
188 A.C. recibió en recompensa los territorios de Frigia, Lidia, Psidia, Panfilia y parte
de Licia. En realidad los romanos no deseaban administrar directamente Asia Menor, y
preferían fortalecer a un aliado confiable, como fue el caso del reino atálida. Uno de los
grandes éxitos de Eumenes II fue el engrandecimiento de la Biblioteca de Pérgamo, la
única verdadera rival que tendría la Biblioteca de Alejandría en la Antigüedad. De
hecho, del nombre de esta ciudad, en asociación a los materiales de conservación de
libros de su biblioteca, deriva la palabra pergamino.
Al morir lo sucedió su hermano Atalo II Filadelfo (160-138), el cual, continuando la
política de lealtad a Roma, prestó a ésta importantes servicios militares. Expandió su
reino y fundó las ciudades de Filadelfia y Atalia. A su muerte lo sucedió su sobrino
Atalo III (138-133 A.C.), hijo de Eumenes II. La historia es ahora famosa: al fallecer
éste, y no teniendo hijos propios ni herederos, dejó su reino en herencia al Senado de
Roma. Los romanos la convirtieron entonces en su nueva provincia de Asia. Hubo
todavía algunos conatos de rebelión a esta anexión, pero fueron finalmente aplacados
para el año 129 A.C.
47.- El Reino de Bitinia.
Bitinia es la región de Asia Menor Noroccidental adyacente al Mar de Marmara, esto es,
la más cercana a Bizancio y el Bósforo. Formaba parte del Imperio Persa, pero
aparentemente al tener lugar la conquista de Alejandro la región ya estaba en Estado
de secesión de la monarquía aqueménida. Consecuentemente Bitinia nunca quedó
efectivamente incorporado al imperio de Alejandro ni al dominio de sus sucesores.
La independencia oficial de Bitinia se considera que tuvo lugar el año 297 A.C., cuando
el príncipe Zapoites se proclamó Rey o Basileus. La independencia se confirmó en el
reinado del hijo de éste, Nicomedo I (278-255 A.C.), el cual en 264 fundó, como
capital de su pequeño reino, la famosa ciudad de Nicomedia.
Sus sucesores serían su viuda Etazeta (255-254) y su hijo Zielas (255-228 A.C.).
Muerto éste en lucha contra los galos invasores lo sucedió su hijo Prusias I (228-182
A.C.), quien derrotó a los celtas, y es famoso por haberle dado asilo al gran cartaginés
Aníbal, fugitivo de Roma. Pero también carga la cruz de, por amenazas de Roma,
haber traicionado a Aníbal y haberlo llevado al suicidio. Lo sucedió su hijo Prusias II
(182-149 A.C.). Contra él se rebeló, con el apoyo del Senado de Roma, su hijo
Nicomedo II (149-127 A.C.), quien mandó ejecutar a su propio padre. Los sucesores
fueron su hijo Nicomedo III (127-94 A.C.), y luego el hijo de éste Nicomedo IV (95-74
A.C.). El año 90 A.C. invadió su reino el famoso rey Mitrídates de Ponto, de quien
después hablaremos en mayor detalle. Hasta que con ayuda romana el rey legítimo
pudo retomar el control de su país en 84 A.C.
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Durante un largo período después de 80 A.C. Julio César se desempeñó en la corte de
Nicomedia como embajador de Roma, lo que aceleró el acercamiento a la nueva gran
potencia. Por ello, al morir en 74 A.C. Nicomedo IV transfirió el gobierno de su reino a
Roma, al igual como un tiempo antes había hecho el rey Atalo III de Pérgamo. A partir
de ese momento Bitinia se convirtió en provincia romana.
48.- El Reino de Ponto.
Ponto es la región de Asia Menor Nororiental adyacente al Mar Negro o Ponto Euxino.
El origen de este Estado es una dinastía persa que gobernaba zonas de población
griega, especialmente la ciudad de Cius. Al desintegrarse el imperio persa y luego el
alejandrino, la dinastía de Cius logró sobreponerse a los Diádocos y a extender su
territorio. Consecuentemente, pasó a ser una dinastía cada vez más helenizada, a
pesar de su origen no griego.
El fundador del Estado sería Mitrídates I (302-266), quien en 281 A.C. asumió el título
de Rey o Basileus. Lo sucedió, como segundo rey de Ponto, su hijo Ariobarzanes (266250), y a éste su hijo Mitrídates II. En este momento, entre los años 250 y 220 A.C.,
la historia de Ponto se pierde bastante en las nebulosas de la historia, de forma que las
fechas de sus monarcas no son muy exactas. Tampoco es fundamental detenernos
mucho en ellas. Siguieron posteriormente Mitrídates III (220-183 A.C.), luego
Mitrídates IV Filopátor Filadelfo, del cual tampoco se sabe mucho, pero murió hacia
150 A.C., y luego Mitrídates V (muerto en 120 A.C.), gran helenista y mecenas de
Atenas, Delos y Delfos.
El último miembro de la dinastía sería el formidable Mitrídates VI (119-63 A.C.) El
Grande, uno de los más implacables enemigos de Roma, al cual tendremos tiempo de
dedicarnos nuevamente en más detalle. De hecho, en gran medida el Reino de Ponto
debe su fama a este Mitrídates. Seguramente sin él hubiera pasado sin pena ni gloria
por la historia grecorromana. Derrotado Mitrídates, el año 63 A.C., Ponto se convirtió
en provincia romana.
49.- El Reino de Capadocia.
En Capadocia, en Anatolia Centro-Oriental tomó el control también una dinastía local
de origen persa, primero semi y después absolutamente helenizada, que en la práctica
ya era casi semi-independiente desde tiempos de Darío III. En realidad, ante los
seléucidas los señores de Capadocia tan sólo reafirmaron su independencia.
La lista de reyes de Capadocia es larga, y, siguiendo la misma originalidad tan propia
de los monarcas helenísticos, gran parte de los mismos se llamaron Ariarartes. El
primero, Ariarartes I (331-322) A.C. tuvo que luchar contra los Diádocos, muriendo en
el empeño. Siguió un período de control directo macedonio, hasta que en 301 A.C. su
hijo adoptivo Ariarartes II (301-280 A.C.) logró recuperar su trono, aunque sujeto a la
soberanía del reino seléucida. Fue su hijo Ariamnes (280-230) quien finalmente logró
la independencia para su Estado, aunque tan sólo su hijo y co-monarca Ariarates III
(262-220 A.C.), dio el gran paso, hacia el año 250, de proclamarse Rey o Basileus de
Capadocia.
Para ese momento el reino estaba ya altamente helenizado. Los demás miembros de la
dinastía serían Ariarates IV (220-163), quien ya entró en conflicto con Roma apoyando
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a los seléucidas, pero obtuvo una paz favorable. Vino después su hijo Ariarates V
Eusebio Filopátor (163-130), gran protector y promotor de la cultura griega, quien,
habiendo estudiado en Atenas, fue además declarado ciudadano honorario de dicha
polis. Sería además muy cercano a Roma, lo que acrecentó su reino. Los siguientes
monarcas serían Ariarates VI (130-116 A.C.) y Ariarates VII (116-101 A.C.).
En esto ya estaba en ascenso el poder del rey Mitrídates de Ponto, quien asesinó a
Ariartes VII y puso en el trono capadocio a su propio hijo Ariarates IX Eusebio Filopátor
(101-89), contra el cual se rebeló la nobleza capadocia respaldando al heredero
legítimo Ariarates VIII Epifanes (101-96 A.C.). Durante un corto período de estos dos
reinados superpuestos hubo un directo control póntico, hasta que los romanos
repusieron a Ariarates VII. Tras esto se analizó la idea de establecer una república en
Capadocia, pero la población prefirió continuar con la monarquía y con apoyo del
Senado romano elevó al trono a Ariobarzanes I Filorromano (95-62 A.C.).
El ya mencionado y expansivo rey Tigranes de Armenia, aliado de Mitrídates, expulsó a
Ariobarzanes tres veces de Capadocia, hasta que éste fue definitivamente repuesto por
Pompeyo El Grande, con el territorio de su reino todavía engrandecido. Abdicó luego
Ariobarzanes I pacíficamente, dejándole el trono a su hijo Ariobarzanes II (63-51
A.C.). Asesinado éste fue sucedido por su respectivo hijo Ariobarzanes III (51-42
A.C.), el cual apoyó a Pompeyo en contra de Julio César, pero éste, con su conocido
don de gentes y magnanimidad, lo mantuvo en el puesto, y hasta acrecentó el reino.
Muerto César, su asesino Casio mandó ejecutar al monarca capadocio, por no permitir
éste mayor ingerencia romana en su reino. Lo sucedió su hermano Ariarates X (42-36
A.C.), el cual fue depuesto y asesinado por el triunviro Marco Antonio, quien puso en el
trono a Arquelao (36 A.C.-17 D.C.). No obstante, después de la batalla de Anzio, este
Arquelao abandonó a Antonio y se pasó al bando vencedor de Octavio. El propio
Octavio-Augusto agrandó todavía más al reino capadocio. Pero Arquelao no era querido
por su pueblo, así que sus súbditos llevaron una acusación en su contra ante el
emperador Tiberio, acusándolo de actividades antirromanas. Tiberio entonces lo hizo
arrestar y deponer, de forma que el año 17 D.C. Capadocia se convirtió
definitivamente en provincia romana.
50.- El Reino Griego de Bactriana.
Hacia el año 250 A.C. el gobernador o sátrapa griego de la región de Bactriana,
Diodoto I, se rebeló contra el gobierno central seléucida y se instituyó como Rey
independiente de un nuevo Estado helénico. Con capital en la ciudad de Bactria, en
términos aproximados este reino comprendió lo que ahora serían partes de Afganistán,
de las ex-repúblicas soviéticas del Turquestán y gran parte de la India Occidental (el
actual Pakistán). Subsistiría como Estado griego hasta alrededor del año 100 A.C.,
siendo el foco oriental más estable y poderoso que nunca tendría el helenismo en toda
su historia.
A la muerte de Diodato I fue sucedido por su hijo Diodoto II (239-223 A.C.), el cual fue
asesinado por su cuñado Eutidemo I (223-200 A.C.), que fundo su propia dinastía.
Éste a su vez fue sucedido por su hijo Demetrio I (200-180 A.C.), quien llevó a su
reino a una gran extensión. Inclusive conquistó parte de la India, y a raíz de esta
conquista surgió el llamado Reino Greco-Indio, al cual nos referiremos en unas líneas
más. A la muerte de Demetrio I su Estado se dividiría en ramas de la misma dinastía, y
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con ello la historia de los reinos griegos de Bactriana y la India se bifurcaría, llevando
caminos separados.
En lo que a Bactriana en específico respecta, hacia 170 A.C. Eucrátides, aliado de los
Seléucidas, derrocó a la dinastía de Eutidemos y se hizo del poder. Pero antes de
afianzarse tuvo que derrotar a los miembros greco-indios de la misma dinastía.
Extendió su reino bactriano hasta el Punjab, pero fue detenido por el rey greco-indio
Menandro I.
Mientras tanto, por el Oeste surgía el peligro cada vez mayor de Partia, que desde el
Oeste atacó a Bactriana y paulatinamente conquistó parte de su territorio. En 167 A.C,
el rey Mitrídates I de Partia se apoderó de la ciudad de Herat y de la parte de
Afganistán bajo dominio seléucida y bactriano. Esto dejó al mundo griego de Bactriana
y de la India definitivamente aislado de las monarquías helenísticas occidentales. Las
consecuencias de esto para el helenismo en estas lejanas tierras orientales serían
catastróficas.
Tras esto, para el reinado de Heliocles I (145-130 A.C.) la Bactriana griega estaba ya
muy debilitada, lo que dejó el camino abierto a la destrucción del reino por las
incursiones nómadas. Hacia el año 140 A.C. aparecieron los escitas, dejando gran
conmoción. En 124 A.C. lo hicieron ahora los tocarios, pueblo indoeuropeo de origen
poco claro, que conquistaron completamente el reino greco-bactriano.
Esta derrota movió al rey Heliocles a mover su capital desde Bactria hacia el Valle de
Kabul. Si bien su dinastía siguió reinando ahí en un territorio reducido, técnicamente
con él dejó de existir el Reino griego de Bactriana. Sus descendientes continuaron
como monarcas griegos de territorios que serían considerados la parte “occidental” del
reino greco-indio, hasta que hacia el año 80 A.C. los mismos tocarios acabaron con el
último de estos señoríos, Paropamisos. Su último rey sería Hermeo Sóter, y su capital
Alejandría del Cáucaso, cerca de la actual Kabul.
Lo interesante es que estos conquistadores tocarios se helenizaron en buena medida y
hasta adoptaron el alfabeto griego para escribir su idioma de origen iranio. Durante
más de 100 años gobernaron sobre los antiguos territorios griegos, y aparentemente la
cultura griega siguió subsistiendo en la región por muchos siglos, hasta poco a poco
irse extinguiendo, sin quedar rastro del momento preciso de su extinción.
51.- Los Reinos Griegos de la India.
Como ya hemos señalado, el Reino Griego de India surgió hacia el año 200 AC, con
motivo de la expansión del reino griego bactriano. Poca gente lo sabe, pero los griegos
de Bactriana llevaron el helenismo a territorios de la India adonde jamás había
alcanzado a llegar Alejandro. Pero pronto los nuevos territorios indios se escindieron
del reino principal, en gran medida por la usurpación en Bactriana por Eucrátides. Esto
dejó a miembros de la dinastía previa bactriana gobernando los nuevos territorios de
dicho reino en la India.
Aparentemente el primer rey griego independiente en India fue Apolodoto, hacia 175
A.C. Para tiempos de Menandro I Sóter (165-130 A.C.) la conquista de gran parte de la
India Occidental estaba completada. Pero ya desde los tiempos de Alejandro existían
en la región del Indo infinidad de ciudades griegas, que posteriormente, a raíz del
tratado de 305 entre Antíoco I y el rey indio Chandragupta, habían quedado aisladas
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bajo la soberanía del imperio Maurya. Con la reconquista bactriana estas polis
quedaron nuevamente bajo la soberanía de un monarca griego.
En realidad este así llamado “Reino Greco-Indio” más que un imperio unificado sería a
la larga una sucesión de diversos monarcas, muchas veces rivales entre sí.
Desgraciadamente la historia de estos reinos griegos se pierde en la nebulosa de la
historia, pues el contacto con Occidente era ya más difícil por su lejanía geográfica del
mundo grecorromano. Mucha información de la que disponemos deriva de fuentes
indias, que tienden a deformar los nombres griegos, y a la numismática. Las fuentes
indias en sánscrito se refieren mayoritariamente a estos greco-indios como yavanas,
esto es jonios, seguramente por el dialecto griego que empleaban. Interesante es
notar que las monedas tenían inscripciones bilingües, en griego y en lengua nativa,
caso único dentro de los reinos helenísticos. En todos los demás reinos helenísticos, e
inclusive en los semi-helenizados, las monedas y la administración oficial eran llevadas
exclusivamente en griego.
El hecho es que los reinos greco-indios “orientales” sobrevivieron a la invasión tocaria
y pudieron seguir desarrollando su cultura, pero poco a poco fueron perdiendo
presencia y territorio, frente a sus enemigos del Oeste y los Estados propiamente
indios del Este. Los datos históricos son escasos, pero dan los nombres de
aproximadamente 30 distintos reyes griegos hasta comienzos de la Era Cristiana. En la
región del Punjab Oriental el último rey griego registrado por la historia es Strato, cuyo
estado fue conquistado por invasores indo-escitas hacia el año 10 de la Nuestra Era.
Ahí termina aparentemente la dominación política griega en la India, aunque el idioma
y la civilización helénica seguramente perduraron por mucho más tiempo, hasta
diluirse paulatinamente y finalmente desaparecer, en un momento histórico imposible
de precisar. Pero la avanzada griega dejó inclusive ciertas influencias permanentes
muy poco conocidas en la civilización hindú. Por increíble que parezca, todavía se
detectan en ella importantes elementos, y hasta palabras, netamente griegos. Por
ejemplo, en el campo de la astronomía, los nombres aplicados en la India a las
constelaciones, a los signos del Zodíaco, a los días de la semana de siete días, etc.
tienen un origen fácilmente comprobable griego. Todo ello herencia de este tan poco
conocido reino greco-indio.
En el intertanto, muchos de estos griegos de la India habían adoptado la religión
budista, que estaba en pleno desarrollo en dicha parte del mundo, e inclusive
colaboraron ampliamente a su difusión. Se desarrolló una verdadera cultura grecoindia, de la cual resultó que el elemento racial griego de la India se convirtió en un
motor fundamental para la expansión del budismo por las zonas helenizadas del
Oriente. Es más, bajo cánones estéticos griegos es que es budismo se extendió por
todo el Lejano Oriente asiático, penetrando en el Tibet, Indochina, China y llegando
hasta el lejano Japón. Las primeras representaciones físicas de Buda –antes de su
posterior orientalización- demuestran claramente la influencia helenística. No es mucha
la gente que tiene esto claro.
Hasta el día de hoy existen valles recónditos en el Norte de la India donde la población
tiene la piel y el pelo muy claros. Se diferencian no sólo de los vecinos indios y
paquistaníes, sino también de los pueblos de piel más clara de Afganistán. Pudieran ser
restos supervivientes menos mezclados de los antiguos indoeuropeos de tipo
indogermánico habitantes de la región. Pero el hecho que estos hombres se
consideran, orgullosamente, descendientes de los soldados –concretamente de la
retaguardia- de Alejandro Magno.
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52.- El Reino del Bósforo de Crimea.
Debemos mencionar en estas líneas a otro Estado semi-griego, que si bien no derivado
de las conquistas alejandrinas, sí podría decirse que era helenístico en el sentido
amplio del concepto, por aglutinar bajo una forma helénica elementos tanto griegos
como foráneos, en un entorno alejado del centro del helenismo. Nos referimos al Reino
del Bósforo de Crimea, en el Quersoneso Póntico.
Colonizado en forma extensiva por los griegos, que fundaron muchas ciudades en la
península de Crimea, desde mediados del Siglo V A.C. quedó unificado por una dinastía
de tiranos, creada por el tracio Espartoco (438-431 A.C.). Sus sucesores conocidos son
Sátiro (431-387 A.C.), Leucón (387-347 A.C.) y los hijos de éste Espartoco II (347342) y Perisades (347-310). Después siguieron Eumelo, Espartoco III y Perisades II.
Aparentemente la dinastía perduró hasta el año 110 A.C.
En algún momento el reino cayó bajó el control del rey Mitrídates El Grande de Ponto,
al cual ya nos hemos referido parcialmente. A la muerte de éste, en 63 A.C. mantuvo
el trono del Bósforo su hijo Farnaces (63-47 A.C.), quien trató de recuperar su reino en
Asia Menor. A éste Farnaces es al que derrotó Julio César en la famosa Batalla de Zela.
Tras esto el Reino del Bósforo se sometió como Estado cliente a Roma. Mantuvo una
línea de monarcas súbditos de Roma, aunque descendientes de Mitrídates, en su gran
mayoría de nombre Tiberio Julio asociado a un complemento griego u oriental, casi sin
interrupción hasta el año 341 D.C., en que el reino quedó arrasado por la invasión de
los hunos. Sólo en el período 63-68, en tiempos de Nerón, el territorio fue
directamente provincia romana, hasta que Galba restauró a la dinastía nativa. Sería el
más duradero de todos los Estados clientes de Roma y un foco del helenismo en el Mar
Negro. Después, su territorio formaría parte del Imperio Romano de Oriente.
53.- La Hélade bajo la Pax Romana.
El dominio romano traería paz a Grecia. Las ciudades continuarían con su autonomía
municipal y con sus órganos tradicionales, casi igual que en tiempos de Pericles, pero
sin capacidad militar. La Pax Romana sería un bálsamo pacificador para Grecia, pero
también, al dominar el alma conflictiva de los griegos, de alguna forma la anquilosó,
sin querer. Las ciudades griegas decaerían en gran medida, excepción hecha de la rica
Corinto, que, reconstruida por los romanos tras su destrucción, sería la nueva capital
de la provincia de Acaya, y en cierta medida también de Atenas. En los reinados de
Calígula y Nerón, desgraciadamente, muchas obras de arte de la Hélade serían
transportadas a Roma, en lo que constituiría un verdadero saqueo derivado de los
caprichos imperiales; aunque algunas –no todas- serían restituidas a sus locaciones
originales por emperadores más conscientes como Claudio o Adriano.
Hay pues que mencionar un poco la evolución de la vieja Atenas bajo el dominio
romano. Durante la Primera Guerra contra Mitrídates de Ponto, a la que nos
referiremos en el capítulo siguiente, reaparece en la historia la muy rebelde población
ateniense, que no dudó en unirse al enemigo de Roma y se encerró dentro de sus
murallas a resistir un largo sitio romano (87-86 A.C.). Nuevamente los romanos fueron
magnánimos con los áticos en su victoria, pero aprovecharon de demoler, ahora sí
para siempre, las ya famosas y largas murallas de Atenas y El Pireo. La destrucción de
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Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
las murallas atenienses disminuyó aún más la importancia de la ciudad, pues la privó
de su calidad de plaza fuerte.
Todavía los atenienses volverían a ponerse del lado “equivocado” en dos ocasiones
más, primero durante las futuras guerras civiles entre César y Pompeyo, y luego en la
lucha entre los sucesores de César y sus asesinos. En ambos casos los vencedores
fueron magnánimos. Pero el propio César hizo ver a los atenienses la suerte que tenían
y la protección que les dispensaban las glorias de sus antepasados.
Tras esto, Atenas quedaría como un museo viviente, hermosa, con sus famosas
instituciones democráticas (el Arcontado, la Bulé, etc.) y sus escuelas filosóficas
funcionando por alrededor de 600 años (al menos hasta el siglo VI D.C.), pero cada
vez más despoblada, carente de importancia económica y en el letargo más absoluto,
hasta el reinado del emperador Adriano, que la revivió por un corto tiempo durante el
Siglo II D.C. Este emperador, amante de la civilización griega, construyó en Atenas
importantes obras públicas y templos, muchos de los cuales todavía existen. Si a esto
sumamos la competencia que le significó el mecenazgo de varios millonarios amantes
de la ciudad, muy especialmente Herodes Ático, que también edificó a su costa
particular importantes obras de embellecimiento, tenemos un cuadro de la belleza
arquitectónica que siguió manteniendo la ciudad de Pericles durante todo el período del
dominio romano. Pero en cuanto a importancia estratégica o comercial, nada.
Interesantemente, Esparta sí supo ponerse del lado de los vencedores, primero de
César contra Pompeyo, después de Octavio y Marco Antonio contra los asesinos de
César, y finalmente de Octavio contra Marco Antonio. Esto le permitió un cierto grado
de autonomía que se extendió por lo menos hasta fines del reinado de Augusto.
Esparta, tierra antaño de héroes, sacó provecho a su pasado, al igual que Atenas, y se
convirtió en centro de peregrinación de helenófilos de todo el imperio, un poco lo
mismo que Atenas.
Un muy buen panorama del estado de la Hélade en la época romana lo representa la
Guía de Viaje para romanos adinerados que, bajo el nombre de Descripción de Grecia,
escribiera el geógrafo, viajero e historiador Pausanias, del siglo II D.C., aparentemente
nativo de Lidia en Asia Menor. Viajó por toda Grecia, Macedonia, Italia, y algunas
zonas de Asia y África. La obra de Pausanias es fundamental para saber el estado de
Grecia y de sus monumentos en la época de los Antoninos. Casi toda Grecia seguía en
perfecto estado de conservación. Este libro ha servido mucho para las excavaciones
arqueológicas de los últimos doscientos años en Grecia.
Si bien la historia del helenismo no termina aquí, a partir de este momento se mezcla
e intercala con la historia, no tanto de la ciudad de Roma en cuanto tal, pero sí con la
historia del Imperio Romano. Surgirá una historia común, que durará hasta el fin del
Imperio, en 1453. Y sería a tal nivel que en algún momento posterior a la adopción del
Cristianismo por los griegos y coincidiendo con el traslado de la capitalidad a la grecoparlante Constantinopla, los propios griegos cristianos, convertidos ahora en nación
rectora del imperio, dejarían de llamarse a sí mismo “Helenos” y pasarían a
autodesignarse como “Romanos”, un nombre que, orgullosamente, seguirían llevando
durante toda la dominación turca otomana. Pero para eso falta todavía bastante.
54.- El Helenismo bajo Roma.
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De cualquier forma, el helenismo grecorromano fusionado produciría todavía algunas
de las más grandes e interesantes obras de la literatura griega de la Antigüedad.
En el campo histórico destacó Polibio (200-118 A.C.), griego de la Hélade muy
respetado en la Roma republicana en expansión, que escribió sobre una Historia
General de tipo universal, enfocada en gran medida al crecimiento de Roma, desde la
Primera Guerra Púnica hasta la Destrucción de Cartago y Corinto. En su momento fue
enviado como rehén a Roma, y terminó convertido en absolutamente filorromano. Se
conservan 5 libros de un total de 40. Es una de las mejores y más objetivas obras
históricas de la Antigüedad. Más que una historia heleno-céntrica tiene como foco al
crecimiento de la Roma bienhechora del helenismo.
Durante el siglo I A.C. vivió el griego siciliano Diodoro Sículo. Las fechas de su
nacimiento y muerte están en duda. Escribió la por él llamada Bibliotheca Historica de
40 volúmenes, de los cuales sólo se conservan 15. De otros han llegado hasta nosotros
algunos fragmentos aislados y los resúmenes preparados en el siglo X por el
emperador Constantino VII Porfirogénito.
Dionisio de Halicarnaso (60 A.C.-7 D.C.), quien vivió en Roma gran parte de su vida,
escribió su obra arqueológica Antigüedades Romanas, desde los tiempos míticos hasta
la Primera Guerra Púnica. De 20 libros de que constaba, sólo se conservan 9, aunque
algunos extractos de Constantino VII Porfirogénito complementan bastante del vacío.
Ya de la época imperial romana destaca esa tan interesante obra histórica conocida
como las Vidas Paralelas de Plutarco (Aprox. 50-120 D.C.), escritor nacido en la
histórica Querónea, en Beocia. En un intento de demostrarle a los romanos de su
época que no debían menos menospreciar a los ahora subyugados helenos, escribió
una obra en la cual primero relataba y luego comparaba las vidas de dos hombres de
trayectorias similares, uno griego y otro romano. En algunos casos las comparaciones
serían de más de un personaje por lado. Estas comparaciones serían las siguientes:
Teseo y Rómulo; Licurgo y Numa Pompilio; Solón y Publícola; Temístocles y Camilo;
Pericles y Fabio Máximo; Alcibíades y Coriolano; Emilio Paulo y Timoleón; Pelópidas y
Marcelo; Arístides y Catón; Filopemen y Flaminino; Pirro y Cayo Mario; Lisandro y Sila;
Cimón y Lúculo; Nicias y Craso; Alejandro y Julio César; Agesilao y Pompeyo; Sertorio
y Éumenes; Foción y Catón El Joven; Agis y Cleómenes, y Tiberio y Cayo Graco;
Demóstenes y Cicerón; Demetrio y Marco Antonio; Dión y Bruto; Artajerjes y Arato, y
Galba y Otón. Hay aparentemente varias biografías perdidas.
Todavía un poco posterior es el historiador Flavio Arriano (86-175 D.C.), originario de
Nicomedia, amigo de Adriano e importante funcionario imperial. Su gran obra es la
llamada Anábasis de Alejandro, un colorido relato de la aventura conquistadora de
Alejandro Magno, cuyo título no debe confundirse la mucho más conocida Anábasis de
Jenofonte. De hecho Flavio Arriano es a tal nivel considerado un símil de aquél que es
llamado el Jenofonte de Nicomedia.
El alejandrino Apiano (95-165 D.C.), cercano al emperador Antonino Pío, escribió una
historia de Roma en 24 volúmenes, y una historia de Iberia, esto es del Cáucaso.
Muy importante cosmógrafo y cartógrafo sería el alejandrino Claudio Ptolomeo (aprox.
90-168 D.C.), quien casi con seguridad no tenía relación alguna con la antigua dinastía
lágida. Sobre la base de los conocimientos previos faraónicos y caldeos planteó en su
obra conocida –por su nombre árabe- como el Almagesto, una excelente explicación
del movimiento de los cielos y de las constelaciones, que, a pesar de ciertos errores
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evidentes, especialmente por su geocentrismo, representó una labor titánica de
recopilación e investigación, que constituyó posteriormente la base de la cosmografía
cristiana.
Su otra gran obra, la Geographia, que estuvo perdida hasta comienzos del siglo XIV y
apareció milagrosamente en Constantinopla en una traducción al árabe a la que le
faltaban los planos, es igualmente sorprendente. Partiendo de la certeza de la
redondez de la Tierra dividió el planeta en paralelos y meridianos –latitud y longitud- y
describió con gran exactitud la forma del mundo entonces conocido. Esta descripción
fue tan perfecta que permitió después a los cartógrafos europeos del Renacimiento
reproducir los detalles en un mapa en el cual se apreciaba con un altísimo grado de
certeza no sólo el mundo mediterráneo, sino también el Cuerno de África, Arabia,
Persia, la costa Atlántica de África y Europa, las Islas Británicas y hasta Dinamarca.
Todavía aparecían, pero ya mucho más inexactamente, la India, Ceilán y hasta China e
Indochina. Ya aparecida esta obra en Europa, y traducida del árabe al latín, es que
surgió en los sabios y navegantes renacentistas –entre ellos Cristóbal Colón- la certeza
de que la tierra era redonda.
Griego sería también el más grande médico de la época romana, y de hecho de toda la
Antiogüedad, Galeno (129-200). Nacido en Pérgamo y educado en Alejandría, se
convirtió pronto en el más reconocido médico de todo el imperio, llegando a ser
inclusive médico del emperador Marco Aurelio. En Alejandría –único lugar del imperio
donde esto era autorizado- aprendió mediante la disección de cadáveres humanos y de
animales las claves del funcionamiento del organismo y de la circulación de la sangre y
estableció, sobre la base de la higiene, modernos hospitales militares. Escribió
prolíficamente, así que mucha de su obra ha llegado hasta nosotros, aunque a causa
de su soberbia dejó muchos enemigos entre sus contemporáneos.
El helenismo alejandrino de la época romana produjo también la interesante corriente
de pensamiento pagano conocida como neoplatonismo. Su fundador fue, en el siglo III
de Nuestra Era, el sabio alejandrino Amonio, aunque, al no dejar escritos, se considera
realmente como su estructurador al greco-egipcio Plotino (204-270 D.C.). El
neplatonismo no fue una simple copia del pensamiento de Platón, sino una adaptación
y reinterpretación de la misma. Gran parte de la obra de Plotino fue editada y
estructurada en Roma por su discípulo Porfirio. Partió de la base de la existencia de un
Creador, al mismo tiempo causa y efecto de todas las cosas, con “emanaciones” del
mismo y menos perfectas que él, tales como el intelecto y el alma. Sería, como se
aprecia, prácticamente un acercamiento –desde luego virtuoso- del paganismo al
monoteísmo. Este neoplatonismo, junto con el estoicismo, representarían las grandes
vertientes humanistas del paganismo en sus siglos finales de existencia y sería en gran
medida adoptado posteriormente por el Cristianismo.
55.- Las Siete Maravillas del Mundo Antiguo.
La famosa mención de las Siete Maravillas del Mundo corresponde a las que
consideraron los griegos de esta época helenística de acuerdo a los criterios de su
época: las pirámides de Egipto; el Faro –ubicado precisamente en la isla de Faros- de
Alejandría; los Jardines Colgantes de Semiramis, en Babilonia; el Coloso de Rodas; el
Mausoleo (tumba del rey Mausolo) de Halicarnaso; el Templo de Artemisa en Éfeso; y
–obra de Fidias- la estatua de Zeus en Olimpia. De ellas, actualmente sólo sobreviven
las más antiguas de todas, las pirámides faraónicas.
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El faro de Alejandría, con aproximadamente más de 100 metros de altura, iluminaba
desde lo lejos a los barcos que se acercaban a puerto. Existía todavía, y estaba en uso,
para cuando en 642 D.C. los árabes tomaron Alejandría, aunque aparentemente 50
años después el reflector quedó muy dañado por un terremoto. La construcción todavía
existía hacia 1165, pero con la parte superior convertida en una pequeña mezquita. Ya
para mediados del siglo XIV estaba en ruinas. Sus restos, hoy en día, dados los
movimientos de la costa, estarían sumergidos bajo el mar.
El Coloso de Rodas fue destruido todavía en la Antigüedad por los terremotos. Fue el
de más corta existencia. Sus dos gigantescas piernas formaban un arco a la entrada
del puerto bajo el cual pasaban los barcos. Según cuenta el emperador romano
Constantino VII Porfirogénito, sus restos de bronce habrían subsistido hasta la
conquista árabe de la isla, en que los nuevos amos le habrían concedido a un
comerciante judío el derecho de vender el metal. Para trasladarlo habría necesitado
cientos de camellos.
La estatua del Zeus de Olimpia aparentemente fue llevada a Constantinopla por
Constantino El Grande, y desapareció a causa del saqueo de 1204. El Mausoleo de
Halicarnaso, como veremos después, fue destruido por los godos durante su saqueo de
Asia Menor hacia el año 256 D.C. Los mismos godos habrían destruido parcialmente en
268 A.C. el Templo de Artemisa en Efeso, y aparentemente algunas de sus columnas
fueron reutilizadas en la construcción de la catedral de Santa Sofía en Constantinopla.
Los Jardines Colgantes de Babilonia, en realidad una serie de jardines escalonados y
superpuestos, supuestamente anteriores a la conquista persa, habrían resistido la
decadencia y eventual muerte política de la otrora gran ciudad, hasta su destrucción
definitiva por terremotos durante el siglo II de Nuestra Era.
56.- La Invasión de los Celtas o Galos.
En entre los siglos V a III A.C. ingresó repentinamente en la historia un grupo de
invasores indoeuropeos, que ya llevaban un tiempo acercándose al Mediterráneo. Nos
referimos a los celtas o galos. Se trataba de un grupo étnico y lingüístico bastante
relacionado al grupo germánico. El proto-celta y el proto-germánico fueron lenguas
que partían de un mismo origen, y que se habían separado en una época
relativamente cercana de la protohistoria. Eran rubios o pelirrojos, al igual que los
germanos, pero menos corpulentos y de facciones no tan finas. Famosas serían sus
narices aguileñas, con las cuales los romanos y los griegos nos los han retratado.
Habían aparecido en el continente europeo sin que quede mucho registro histórico de
su expansión, y en poco tiempo ocuparon una amplia zona del mismo.
En su avance por Europa ocuparon regiones de tan diverso poblamiento y densidad
como serían, aproximadamente la parte Sur de la actual Alemania, la actual Bohemia,
la actual Suiza (Helvecia), gran parte de la Galia o la actual Francia (excepto la región
de Aquitana, donde subsistió la población pre-céltica), la parte Noroccidental de
España, las Islas Británicas y el Norte de Italia. En España, además, se produciría una
fusión de razas en la parte central de la península, de la cual resultaría el pueblo
celtíbero.
Los celtas o galos desarrollarían una muy propia civilización, especialmente distinguible
en la Galia y en Britania, con una estructura religiosa muy particular dirigida por sus
particulares sacerdotes o druidas. Nombres como Galia, Gales, Galicia o gaélico dejan
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rastro de esta conquista y expansión céltica en Europa Occidental. La mezcla racial
entre los primitivos habitantes no-indoeuropeos y los recién llegados celtas,
posteriormente latinizados o no, constituiría la base poblacional de gran parte del
futuro Imperio Romano.
La llegada de los celtas hubiera pasado desapercibida de no haber sido por dos hechos
de gran trascendencia histórica. Uno, muy conocido, es el célebre saqueo de Roma por
los galos del caudillo Breno el año 390 A.C., al cual luego nos referiremos en más
detalle. Junto con esto, los galos se hicieron dueños de toda la Italia al Norte del río
Po.
Pero todavía mucho más trágica fue la entrada de los galos a los Balcanes. Cuando en
el siglo III A.C. el Reino post-alejandrino de Macedonia estaba debilitado, tuvo que
enfrentar prácticamente impasible la avalancha de los celtas, que imparablemente
arrasaron su territorio y el norte de la Grecia propiamente dicha, llegando a alcanzar y
-tras una rauda defensa de las fuerzas aliadas griegas- a franquear (por el mismo
sendero de retaguardia que usara Jerjes doscientos años antes), el histórico paso de
las Termópilas. Esto ocurría en el año 279 A.C. Hecho esto recorrieron la Grecia
histórica, en la primera invasión bárbara que habían visto las orgullosas ciudades en
casi 1000 años, y saquearon y destruyeron todo a su paso, hasta que fueron detenidos
y decisivamente derrotados por las fuerzas coaligadas griegas en Delfos. Sería la
última gran victoria panhelénica que registra la historia de la Antigüedad Clásica.
Acontecido esto, los galos volvieron al norte y a través de Tracia cruzaron al Asia
Menor. Ahí, después de arrasar las civilizadas regiones de la península, se asentaron
definitivamente y fundaron un Estado, que luego se dividiría en varios principados
locales. La región ocupada por los celtas en el interior de Asia Menor pasaría a ser
conocida como Galacia y sus habitantes, de fama bíblica, serían los gálatas. Pronto los
gálatas se asimilarían a los dominados y se helenizarían en gran medida, aunque
todavía en tiempos del Imperio Romano se seguiría hablando todavía en Galacia un
dialecto céltico.
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TERCERA PARTE – ROMA Y SU CIVILIZACION
57.- Los Pueblos de la Península Itálica.
Antes de poder empezar a involucrarnos en la historia de Roma, debemos analizar los
posibles elementos protohistóricos del nacimiento y surgimiento de la cultura latina. Y
sobre esto volvemos al punto de partida, milenios atrás, cuando dentro de una rama
de la familia de pueblos indoeuropeos que se acercaba al Sur de Europa se produjo
una separación geográfica, que determinaría una evolución distinta tanto lingüística
como culturalmente. En este caso la separación no se produce en el punto de origen
proto-indoeuropeo, sino mucho más acá en el tiempo.
De esta división tardía podemos señalar el nacimiento de al menos tres subgrupos
lingüísticos: el griego, el albanés, y el itálico. El establecimiento de los grupos de habla
griega en los Balcanes ya ha sido analizado; y paralelamente a esto tuvo lugar el
establecimiento de los pueblos de habla albanesa, algo al Noroeste del grupo griego. El
tercer grupo, llamado itálico, ingresó a la historia bastante después que el griego,
instalándose en la Península Itálica, a la cual llegó alrededor del año 1.600 A.C. La
afinidad idiomática de este grupo de idiomas con el griego es clara, lo que demuestra
la cercanía temporal respecto a su separación geográfica en un pasado no tan remoto.
Entrando este pueblo a Italia, se produce una nueva dispersión geográfica dentro de la
península, y surgen como efecto del alejamiento distintas comunidades idiomáticas. La
más importante para nuestros efectos, aunque no por su extensión geográfica, será
desde la nación latina, en la región del Lacio o Latium, en la Italia centro-occidental, de
la cual provendría Roma. Pero más al Sur y al Norte de la bota encontraremos otros
grupos lingüísticos de la misma familia itálica, tales como los dialectos umbros, en la
zona centro septentrional de la península, y los dialectos oscos, en la zona centromeridional. Del grupo umbro serían importantes los dialectos sabino y volsco; del
lenguaje osco el pueblo itálico más importante que lo habló sería el samnita, en la
región de Samnio. A lo largo de los siglos, y con motivo del avance de Roma hacia el
Este y el Sur de la península, estos pueblos serían absorbidos por Roma y a la larga
totalmente latinizados.
De origen bastante dudoso, pero posiblemente también indoeuropeo, aunque no
itálico, encontramos en el Noroeste de la península al pueblo ligur, en la actual región
de Liguria. También de origen indoeuropeo, pero emparentados con los ilirios, y no con
los itálicos, encontramos a los vénetos, en las Italia nororiental.
Como una isla cultural al centro-norte de la península, en la región de Etruria, más o
menos coincidente con la actual Toscana, colindando con el Lacio, permanecieron los
etruscos, pueblo de avanzada cultura e idioma y etnia desconocidos, del cual,
infortunadamente casi nada se sabe. Entre los siglos VIII y V A.C. dominaron militar y
culturalmente la sección centro-norte de Italia, y con ello, a las ciudades latinas, entre
ellas Roma. Se trata de uno de los casos más raros de la historia, de una civilización
altamente desarrollada, que determinó en gran medida el desarrollo de la psiquis
latina, que proporcionó gobernantes a Roma y a la larga se fusionó con la aristocracia
romana, pero que nadie sabe cuál fue su idioma ni de dónde provino. Su lengua sigue
sin descifrar, a pesar de que se escribía en una variante del alfabeto griego, pudiendo
ser entonces actualmente leída, mas no comprendida. Lo que si está claro es que no
eran indoeuropeos, lo que hace aún más misterioso su origen y ha determinado
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infinidad de teorías sobre su aparición en Italia. De cualquier forma, lo más aceptado
es que provinieran originalmente de Asia Menor.
A similitud de los griegos desarrollaron una estructura de ciudades independientes,
asociadas en ligas, pero carentes de un gobierno central. Ha llegado hasta nosotros la
palabra Lucomone, el nombre que los etruscos daban a los monarcas de ciudadesestado. Quedan amplias muestras artísticas y pictóricas de la vida cotidiana etrusca,
que nos dan una muy buena idea del alto desarrollo cultural de este pueblo y de su
interrelación con la civilización griega, y se aprecia claramente lo que los romanos
heredaron de sus vecinos, pero tampoco esto aclara las dudas de su procedencia.
Con la paulatina expansión romana, los etruscos quedarían totalmente asimilados a la
nacionalidad itálica de habla latina, y se convertirían en ciudadanos romanos de pleno
derecho. Por la mezcla racial y la endoculturación, simplemente desaparecieron como
grupo aislado. Hacia el año 200 A.C. su idioma estaba ya totalmente en retirada,
aunque todavía en la época final de la República quedaban algunos eruditos romanos
que lo conocían. Aparentemente los últimos campesinos etrusco-parlantes
desaparecieron hacia el reinado del culto emperador Claudio, el cual inclusive compiló,
usando a las últimas fuentes vivas, un diccionario de palabras etruscas, que
desgraciadamente no ha llegado hasta nosotros.
Si consideramos que el Sur de la Península fue colonizado por griegos, y que ellos eran
mayoritarios o dominantes en Calabria, Apulia y el Golfo de Tarento, además de en los
dos tercios occidentales de Sicilia, podemos así fijar el panorama cultural y étnico de
Italia durante los siglos que siguieron a la fundación de Roma. Además, debemos
agregar a los galos, que ya en la época histórica muy posterior al ingreso de los
pueblos itálicos, ocuparon el todo el Norte de Italia más allá del río Po, alterando la
estructura étnico-lingüística de la región.
58.- La Leyenda de la Fundación de Roma.
Existen dos formas de contar el nacimiento de la metrópolis del Tíber: una histórica
pero poco clara, y otra totalmente anhistórica, mitológica, pero mucho más llamativa.
Esta segunda versión, la legendaria, forma parte indeleble de la identidad cultural de
Occidente y por ello no podemos dejarla bajo ningún aspecto a un lado.
De acuerdo a la tradición, Roma fue fundada por el legendario rey Rómulo el 21 de
abril del año 753 A.C., en la colina Palatina, junto al río Tíber. Seria el comienzo de la
larga y llamativa historia de grandezas y declives de un Estado imperial que
sobreviviría 22 siglos y de una urbe, de una Ciudad Eterna, que todavía hoy, a 27
siglos de su fundación, ilumina al mundo e irradia la fuerza espiritual a un amplio
sector de la humanidad. Así como para los griegos los años se contarían a contar de
los primeros Juegos Olímpicos, el año 776 A.C., para los romanos se contabilizarían a
partir de la fundación de Roma, este año 753 A.C.
La tradición de los orígenes y la fundación de Roma está consagrada básicamente en
los primeros libros de la historia romana De Urbe Condita de Tito Livio, y en el poema
épico La Eneida, de Virgilio. El origen de Rómulo estaría en su antepasado el príncipe
troyano Eneas, que habiendo dejado Troya con su gente al momento de su toma por
los aqueos (hacia el año 1200 A.C.), emprendió un largo viaje hacia Italia, donde
finalmente se estableció. Ahí se casó con la princesa Lavinia, hija del rey Latino, y fue
consecuentemente el fundador de la raza romana.
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Su hijo fundó la ciudad de Alba Longa, donde sus descendientes reinaron 420 años,
hasta tiempos del rey Numitor. Este gobernante fue derrocado por su hermano Amulio.
La princesa Rea Silvia, hija de Numitor, tuvo en cautiverio dos hijos del dios Marte, dos
gemelos, Rómulo y Remo. Amulio, para evitar la existencia de rivales al trono, los
arrojó al Tíber para que se ahogaran, pero lograron sobrevivir amamantados por una
loba. De ahí la famosa loba romana, símbolo por siglos de la ciudad. Posteriormente un
pastor los crió. Ya mayores, conocedores de su origen, derrocaron al usurpador de
Alba Longa y repusieron en el trono a su abuelo Numitor. Pero como ellos tenían
deseos expansivos, cerca de Alba Longa decidieron fundar una nueva ciudad. La
decisión sobre quién sería el rey de la nueva ciudad se echó a la suerte y a los
augurios, dependiendo de qué hermano viera el mayor número de aves. Los augurios
beneficiaron a Rómulo, el cual entonces empezó con el arado a trazar la nueva ciudad,
en la colina Palatina. Pero como Remo empezó a molestar su trabajo, Rómulo, en un
momento de rabia, mató a su hermano. Ante el arrepentimiento, llamó a la nueva
ciudad “Roma”, en honor de su hermano muerto.
59.- Los Reyes de Roma.
De acuerdo a la tradición Roma tuvo siete reyes electivos. Por primera vez en la
historia aparece el cargo de Rex, que luego, de la mano del idioma latino, se
internacionalizaría, llegando hasta nuestros días. El primero de los reyes sería el propio
Rómulo, quien habría reinado entre los años 753-716 A.C. Rómulo fue quien estableció
el sistema social que tanto conocemos. A cien de los ciudadanos más notables los
designó “patricios” o “padres” y con ellos constituyó el primer Consejo de Ancianos o
Senado. Poco después, con la llegada de nuevos inmigrantes, casi todos varones,
Rómulo expandió su nueva ciudad hasta poblar, más o menos desordenadamente, las
que serían las Siete Colinas de la urbe: los montes Aventino, Capitolino, Celio,
Esquilino, Palatino, Quirinal y Viminal.
Una vez acontecido lo anterior, los primeros romanos se encontraron que no tenían
mujeres, así que planificadamente invitaron a su ciudad a sus vecinos de las villas
sabinas cercanas, y raptaron a sus mujeres, casándose con ellas. Este acontecimiento
ha quedado consagrado en la historia como El Rapto de las Sabinas. Ello llevó a un
estado de guerra entre Roma y sus vecinos sabinos, que sólo pudo superarse cuando
las propias mujeres sabinas intercedieron entre sus esposos romanos y padres y
hermanos sabinos para lograr la reconciliación. Con ello se produjo la fusión política
entre Roma y los sabinos.
El segundo rey habría sido Numa Pompilio (716-674 A.C.), recordado por su sabiduría
y piedad. Muchas de las posteriores instituciones romanas, tales como el cargo de
Pontífice Máximo o las Vírgenes Vestales, por ejemplo, le han sido atribuidas a este
monarca. Se cuenta que acostumbraba escuchar los consejos de su esposa Egeria
antes de tomar decisiones importantes, por lo cual hasta el día de hoy se designa con
tal nombre a las mujeres políticamente influyentes.
Como tercer rey encontramos a Tulio Hostilio (674-642 A.C.). En su reinado tuvo lugar
la unificación entre Roma y Alba Longa, ciudades que, de ser hermanas, se habían
vuelto ácidas rivales. La tradición señala que, para evitar una destructiva guerra
fraticida, tres hermanos trillizos romanos, los Tres Horacios, se enfrentaron a tres
hermanos también trillizos albanos, los Tres Curiacios. Inicialmente habían muerto dos
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de los Horacios, pero el tercero sobreviviente, logró dar muerte, uno a uno, a cada uno
de los Curiacios. Con esto, Roma pasó a controlar a Alba Longa.
El cuarto rey fue Anco Marcio (642-617 A.C.), quien expandiría el territorio romano y,
en la costa, fundaría el puerto de Ostia. Sería el último monarca verdaderamente
romano, pues los siguientes tres serían ya de origen etrusco, aunque gobernarían
como monarcas de un Estado latino y no como extranjeros.
De acuerdo a la tradición, el quinto rey habría sido Tarquino Prisco o Tarquino el
Antiguo (617-579 A.C.), residente extranjero etrusco -pero mitad griego- elegido en
forma institucional por el Senado. Fue un exitoso jefe militar que derrotó a diversos
enemigos de Roma, bien latinos, sabinos o etruscos, agrandó el territorio del entonces
todavía secundario Estado Romano, y trajo gran riqueza y prosperidad. Habría sido
asesinado por los hijos de Anco Marcio, que deseaban el poder.
Pero el trono recayó en el yerno de Tarquino, el también etrusco Serbio Tulio (579-535
A.C.), quien sería tal vez el más grandes y respetados de los reyes de Roma.
Aparentemente no llegó al trono por elección del Senado, sino por apoyo popular. Con
Serbio Tulio las murallas de Roma englobaron por primera vez las Siete Colinas de la
ciudad. Con esta extensión amplió la masa popular de la ciudad, lo que le permitió
efectuar reformas políticas de tipo participativo popular, de tipo democratizador, que
tomara en cuenta las nuevas realidades poblacionales y acercara a patricios y
plebeyos. Además, siguió extendiendo el territorio del Estado Romano. En fin, su vida
y sus obras se confunden mucho con la leyenda.
La tragedia para la monarquía romana vino con la muerte de este capaz y querido rey,
asesinado por su propia y traicionera hija y por su yerno, Tarquino. Así que por un acto
de usurpación de apoderó del poder el séptimo y último rey, el también etrusco
Tarquino el Soberbio (535-509 A.C.), hijo de Tarquino El Antiguo. Pero dado el origen
parricida de su régimen, su base de poder sería muy endeble. Además, su gobierno fue
sumamente dictatorial, aunque beneficioso en el plano militar. Le leyenda señala que,
abusando de su poder, el hijo del rey habría violado a una respetable dama romana,
Lucrecia, la cual, sintiéndose deshonrada, después de confesar todo a su esposo, se
suicidó en su presencia. Ante esto, los parientes de la desgraciada mujer, dirigidos
Lucio Junio Bruto, también miembro de la familia real, organizaron una rebelión contra
el tirano y lo derrocaron. A pesar de sus intentos, ya nunca pudo Tarquino recuperar
su trono. Tras esto, los romanos, jurando nunca más volver a tener un rey,
proclamaron en 509 A.C. la República.
Esta es la fecha tradicional de la proclamación de la República, de acuerdo a la
cronología oficial establecida por Marco Terencio Varrón en tiempos de Augusto. En los
futuros capítulos usaremos esta misma cronología, que es la comúnmente conocida,
aunque en realidad por lo menos hasta el siglo IV A.C. ella tiene un error de cuatro
años por la inclusión (o mejor dicho fabricación) de igual número de períodos
adicionales de Dictadura (en los años 333, 324, 309 y 301 A.C.). Entonces, de acuerdo
a los nuevos cálculos la fecha de la proclamación de la República, de atenernos a la
tradición, sería el año 505 A.C. Pero no la vamos a utilizar, para no entrar en
confusiones y contradicciones.
60.- La Historia Tangible de los Orígenes de Roma.
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Lo anterior es, cuando menos, lo que dicen la leyenda y la tradición. La verdadera
historia, se pierde en la nebulosa del tiempo. En el curso del siglo VIII surgió una
pequeña aldea latina en la colina Palatina, que empezó a desarrollarse y terminó
englobando a todas las colinas circundantes, y ampliando su influencia a las demás
poblaciones de la región del Lacio o Latium, de cuyo nombre, como ya hemos visto,
derivan precisamente la palabra latín y el gentilicio latino. En sus orígenes la forma de
gobierno fue una monarquía de tipo electivo, cuyo magistrado supremo sería un Rey o
Rex. En las épocas de interregno gobernaría provisionalmente un Inter-rex. En algún
momento de la primera mitad del siglo VI A.C. Roma quedó bajo la influencia de los
etruscos, que impusieron a los últimos reyes de la ciudad. El demonio etrusco fue muy
provechoso, pero a la larga los romanos lo resintieron. Hacia fines de dicho siglo debe
haber tenido la liberación de Roma de la autoridad etrusca, la proclamación de la
República o Res Publica, y la paulatina absorción del pueblo etrusco por los latinos,
hasta su completa asimilación.
61.- La República Romana y su Estructura Política.
La República Romana, nacida tradicionalmente en el año 509 A.C. remplazó al monarca
por un sistema semi-democrático de magistraturas anuales elegidas por los ciudadanos
a través de diversas formas de comicios. Esta estructura política se mantendría estable
hasta comienzos del siglo I A.C., en que se resquebrajaría, y llevaría nuevamente a la
monarquía. En términos generales y ultra simplificados el sistema político de la
República descansaría sobre tres pilares.
El primero y más importante era desde luego el Senado, una especie de Consejo de
Ancianos jóvenes. De hecho el nombre latino original Senatus deriva de la palabra
senex o anciano. Sería un órgano colegiado de origen aristocrático y verdadero poder
ejecutivo, con amplias facultades políticas y fuerza moral, pero no con el derecho de
emitir leyes. Durante gran parte de la República estuvo conformado por un número
estable de 300 individuos. Eran fácilmente reconocidos por sus sobrias togas blancas
con ribetes púrpuras. Posteriormente, ya a fines del período republicano, Sila
aumentaría su número a 600, y Julio César lo haría a 900. Durante el Principado
Augusto lo reduciría nuevamente a 600. En el siglo IV D.C. se vio duplicado por un
segundo Senado paralelo funcionando en Constantinopla, equiparado legalmente al de
la vieja Roma. Finalmente, el Senado de la Roma del Tíber dejó de funcionar tras la
toma y ruina de Roma por las fuerzas de Totila, durante el siglo VI D.C., mientras que
el Senado de Constantinopla siguió en funcionamiento hasta la caída del Imperio en
1453.
La historia nos ha conservado los nombres de los edificios donde funcionó el Senado.
El primero que registra la historia, o al menos la tradición, es la Curia Hostilia,
supuestamente edificada o remodelada por el rey Tulio Hostilio, y que estuvo en
funciones hasta que –con fines de ampliación- fue demolida por Lucio Cornelio Sila el
año 80 A.C. La nueva construcción recibió después el nombre de Curia Cornelia.
Estando César ya en el poder, y para reducir el poder del Senado, decidió en 44 A.C.
reemplazarlo por un nuevo edificio, la Curia Julia –o Cura Iulia en correcto latín- que
hasta hoy día está en pie, terminada por Augusto, reparada varias veces durante el
Imperio y con una última reconstrucción de Diocleciano.
El poder legislativo, y con ello la facultad de expedir leyes, correspondía a diversos
tipos de comicios, que cada vez se fueron haciendo más democráticos, donde
participaban los ciudadanos. Se trataría básicamente de los llamados Comicios por
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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
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Curias, por Centurias y por Tribus. Para los fines de esta obra no es del caso
explicarlos en detalle.
Finalmente, las funciones administrativas y judiciales correspondían a diversos
magistrados, elegidos anualmente y en forma colegiada, por lo general dos por cada
puesto. En la temporalidad y en la colegialidad de las magistraturas residía la
seguridad de la institucionalidad y la protección del sistema constitucional romano.
Los más importantes magistrados eran los dos Cónsules, que hasta le daban su
nombre al año de consulado. De acuerdo a la tradición los dos primeros cónsules fuero
Lucio Junio Bruto, el gestor del levantamiento contra Tarquino El Soberbio, y Lucio
Tarquino Colatino, viudo de la mancillada Lucrecia. Como símbolo de su autoridad,
cada uno de ellos era acompañado por una guardia de doce lictores que portaban
haces o fasces (de la cual provendrá en el siglo XX la palabra Fascio). A menudo,
cuando un cónsul terminaba su período anual se le concedía honoríficamente una
extensión temporal y limitada territorialmente de su cargo, en alguna provincia
relevante, con el rango de Pro Cónsul. La magistratura, como después nos tocará ver,
subsistirá hasta tiempos del emperador Justiniano: en 541 D.C. cesó sus funciones el
último cónsul anual, de nombre Anicio Fausto Albino Basilio, y el cargo se fusionó con
la dignidad imperial.
También eran muy importantes los Pretores, a cargo de la impartición de justicia, los
Ediles, a cargo de las obras públicas, y los Cuestores, a cargo de las cuentas públicas.
Pero ceremonialmente mucho más relevantes eran los dos Censores, elegidos en este
caso por cinco años, a cuyo cargo estaba efectuar los censos, llenar las vacancias del
Senado y la supervigilancia de la moral pública. La entonces llamada Censura era
considerada la cúspide de la carrera funcionaria romana y era generalmente llenado
por antiguos cónsules. Tal vez el más famoso de los censores es Catón El Antiguo o El
Censor. Con Augusto la magistratura desapareció en cuanto tal, quedando incorporada
a las facultades del Princeps o Emperador.
Sólo para casos de extrema emergencia, como una amenaza externa, y nunca por un
período de tiempo superior a 6 meses, se contemplaba la figura del Dictador, también
llamado Senador del Pueblo o Magister Populi, magistratura absolutamente
extraordinaria -pero constitucional- que traía consigo facultades omnímodas, inclusive
con poder de vida o muerte. El nombramiento era efectuado por uno de los cónsules
en ejercicio, pero con autorización del Senado. Una vez designado inmediatamente
cesaban en sus funciones los dos cónsules. Como símbolo de su autoridad eran
acompañados por una guardia de 24 lictores, el doble que un cónsul, con sus
correspondientes haces o fasces. Debía tener forzosamente como lugarteniente a un
Magister Equitum (Maestro de Caballería), cuya escolta estaba constituida por 6
lictores. De acuerdo a la tradición el primer dictador designado fue Tito Larcio, en 498
A.C., pero tal vez el más famoso es Lucio Quincio Cincinato, en 458 y 439 A.C. Sólo a
fines de la República, con Sila y César, este cargo degeneró en el abuso y se extendió
desmedidamente en el tiempo. César fue asesinado poco después de haberse hecho
designar Dictador de por vida, y tras esto el cargo cayó en desuso. Augusto nunca lo
ejerció.
62.- La Estructura Social Republicana.
En un momento inicial los poderes políticos recaerían básicamente en los patricios, que
eran en realidad los descendientes de los ciudadanos originales de la ciudad,
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descendientes de latinos, etruscos y sabinos. La otra clase social, los plebeyos,
descendientes de residentes latinos posteriores, quedaría inicialmente fuera de la
estructura de poder, pero a la larga lograría igualar poco a poco sus derechos. Esta
igualdad se logró básicamente por presiones de los plebeyos, los cuales llegaron
inclusive en 494 A.C. a abandonar Roma y se instalaron en el cercano Monte Sacro con
intenciones de fundar una nueva ciudad. Esto dejaba a los patricios al frente de un
gobierno tan inviable que, al menos de acuerdo a la tradición, se vieron en la
necesidad imperiosa de regularizar la participación plebeya en la vida cívica de la urbe.
Cuenta la tradición que el Cónsul Menenio Agripa convenció a los plebeyos de retornar
a Roma haciéndoles entender que todos los romanos eran parte de un organismo,
similar a un cuerpo humano, que requería de todos sus órganos para sobrevivir. De
cualquier forma, la equiparación de derechos vendría a través de un largo proceso
evolutivo. El año 449 tuvo lugar un supuesto segundo intento de sucesión de la plebe,
que fue también abortado, a través de una serie de leyes. Asimismo, el año 445 A.C.,
mediante la Lex Canuleia, se permitió el matrimonio de patricios y plebeyos,
heredando los hijos la condición del padre.
Resultado de la solución al cisma del Monte Sacro, como una conquista de las clases
plebeyas, se estableció una magistratura especial denominada Tribuno de la Plebe,
cuyos miembros pasaron a ser elegidos anualmente exclusivamente por los plebeyos,
con la misión de proteger sus derechos. La persona de los tribunos sería declarada
inviolable, inclusive ante los Dictadores, lo que les aseguraría la libertad de acción. A la
larga esta institución se convertiría en un trampolín para numerosos políticos, algunos
idealistas y otros inescrupulosos, y con el tiempo perdería su importancia.
La diferencia social, entonces, a la larga terminó siendo básicamente de estirpe, pero
no económica. En todo caso con el tiempo, a la medida que los tiempos cambiaron,
surgió una nueva distinción fáctica, entre los miembros de la clase senatorial,
básicamente los patricios y los plebeyos más pudientes; la clase ecuestre, una clase
media alta educada; y el resto de los plebeyos. Entonces, como vemos, en Roma el
sistema social simplemente evolucionó, y Roma evitó repetir el error demográfico de
Esparta.
Si bien la República Romana nunca llegó a ser una democracia directa tan profunda
como lo fueron las polis griegas, y siempre contuvo un elemento aristocrático
considerable, los “ciudadanos” romanos partieron de una base popular mucho más
amplia, primero los habitantes de la zona del Tíber, luego todos los latinos, y
posteriormente todos los italianos. Además, a la medida que Roma se expandía, la
ciudadanía romana era otorgada a elementos privilegiados de las poblaciones
sometidas, de forma que el pasar a ser un ciudadano romano se convirtió en un gran
honor, que para la gente talentosa distaba de ser imposible.
63.- La Ley de las Doce Tablas y el Origen del Derecho Romano.
Una de las más grandes creaciones de Roma, desarrollada especialmente en el período
republicado, fue el sistema jurídico, el llamado Derecho Romano. Sus orígenes se
pierden en las penumbras de la historia. La historia registra que en el año 451 A.C., a
instancia de los plebeyos que deseaban leyes claras y conocidas, se encomendó a un
grupo de diez juristas, los llamados Decénviros, que codificaran las leyes vigentes, de
lo cual surgió una codificación de Diez Tablas. Pero como la labor quedó incompleta,
para el año 450 A.C. se eligió a un segundo colegio de Decénviros, que redactó Dos
Tablas adicionales. Así nació la codificación conocida como la Ley de las Doce Tablas,
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cuyo texto en un latín arcaico fue fijado en el Foro de Roma para conocimiento de toda
la población. Sería la última codificación del Derecho Romano hasta la dictación del
Edicto Perpetuo de Adriano, en el siglo III D.C. De hecho estos Decénviros fueron
establecidos como una autoridad provisional, encargada de gobernar Roma por un
simple período de excepción. Pero concluida su labor, el segundo colegio de Decénviros
se extralimitó en sus funciones y trató de alargar su período, algo inaceptable para los
órganos republicanos, y fueron derrocados. Líder de estos dos grupos de Decénviros
sería el semi-legendario Apio Claudio.
Durante muchos siglos los encargados de la impartición de justicia, los pretores,
promulgaban anualmente, al ascender a la magistratura, un edicto anunciando los
principios jurídicos que guiarían sus funciones. Esta tradición del Edicto Anual duraría
hasta el reinado del emperador Adriano, cuando sería reemplazado por la recopilación
denominada Edicto Perpetuo, al cual ya nos tocará referirnos más adelante.
Si bien no es el propósito de este libro comentar en detalle el sistema legal romano, ni
la estructura de sus actos jurídicos, es indispensable analizar ciertos aspectos
fundamentales, toda vez que ellos constituyen el fundamento de las instituciones
jurídicas modernas en los países que utilizan el derecho codificado.
Una de las grandes creaciones del genio ordenador de los romanos, en que excedieron
por mucho a los griegos, fue en la perfección que alcanzó el Derecho Civil. Hasta el día
de hoy, en los países de cultura jurídica codificada, seguimos utilizando las mismas
figuras jurídicas y los mismos tipos de contratos creados por los jurisconsultos
romanos. Conceptos como la compra-venta, la traditio o tradición (la transferencia
efectiva de la propiedad de un objeto), el mutuo o préstamo de consumo, el comodato
o préstamo de uso, los esponsales, derivan todos ellos del Derecho Romano.
Importante es señalar que este Derecho se aplicaba única y exclusivamente entre
Ciudadanos Romanos. Pero el Derecho Romano contemplaba también disposiciones
para el trato entre romanos y extranjeros, el ius gentium o Derecho de Gentes, que
sería la base del futuro Derecho Internacional.
64.- La Familia Romana.
Para entender a la sociedad romana, es fundamental aproximarnos a su estructura
familiar. En Roma, cada familia era prácticamente un pequeño Estado particular, cuya
figura suprema era el paterfamilias. De él dependían: su esposa, sus hijos, sus hijas
solteras, las esposas de sus hijos, los hijos e hijas de sus hijos, sus esclavos, sus
libertos, y finalmente sus “clientes”, esto es, los hombres libres que voluntariamente
se habían puesto bajo la protección de un paterfamilias. Los derechos del paterfamilias
eran entonces absolutos, inclusive de vida o muerte sobre todos los que estuvieran
bajo su protección.
La norma era que cuando una hija de familia contraía nupcias, por ese acto se
separaba de la patria potestas de su padre, pero pasaba a la del padre de su esposo.
Un hijo podía independizarse de la autoridad del paterfamilias en dos circunstancias
básicas: por un acto expreso de emancipación otorgado por el padre, o por la muerte
de éste. Al producirse esta emancipación, o al morir un paterfamilias, desaparecía la
patria potestad originaria, y los hijos, ya independientes, pasaban a ser
automáticamente paterfamilias de los que quedaban debajo de ellos. En el caso de las
esposas, al morir el marido pasaban a la patria potestad del hijo mayor.
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A pesar de lo que pudiera pensarse, empero, la situación de la mujer, de la matrona
romana, era muy fuerte dentro del ámbito familiar, pues ella era la que controlaba la
casa, desempeñando un papel clave en la estructura de la sociedad romana. La mujer
romana se encontraba en una situación mucho más sólida que sus congéneres de la
Grecia clásica.
Esta fue la estructura familiar que hizo grande a Roma. Cuando esta estructura se
resquebrajó, en gran medida por la baja de la natalidad de las décadas finales de la
República y el período imperial, se perdió uno de los elementos más cohesionantes de
la civilización romana.
65.- La Religión Romana.
Los romanos fueron, durante la primera etapa de la República, un pueblo altamente
religioso y respetuoso de los valores morales y familiares, viril y de sólidos principios.
Eso es lo que los llevó a conquistar Italia y derrotar a Cartago. Siempre mantuvieron
una religión oficial muy respetuosa de las sanas tradiciones de la Urbe.
Ya hemos comentado como, en algún momento, por influencia de los vecinos griegos
del Sur de Italia, los romanos adoptaron la mitología helénica. Más que cambiar de
religión, simplemente asociaron a sus antiguos dioses a las personalidades e historias
de las deidades griegas. Sería entonces poco más que un cambio de nombre.
Presentamos a continuación un listado de los tradicionales dioses griegos y, entre
paréntesis, el nombre que les darían los romanos: Cronos (Saturno), Zeus (Júpiter),
Hera (Juno), Ares (Marte), Afrodita (Venus), Atenea (Minerva), Poseidón (Neptuno),
Artemisa (Diana), Hermes (Mercurio), Apolo (con mismo nombre en ambas culturas),
Deméter (Ceres), Hades (Plutón), Hefesto (Vulcano), Hestia (Vesta) y Dionisio (Baco),
por mencionar sólo a algunos.
Pero estos dioses grecorromanos serían en realidad sólo la punta de la pirámide de la
religiosidad romana. Además de las deidades nacionales, en cada familia existiría una
deidad familiar a la cual los miembros de las respectivas gens guardarían adoración.
Serían los dioses privados familiares, muchas veces antepasados ilustres a los cuales
sus descendientes reverenciarían.
Entonces, la religión romana era un tema de interés público. Se instituyeron una gran
cantidad de festividades y celebraciones, y se establecieron rituales especiales para
cada divinidad, generalmente sacrificando animales de distintas especies. Todo esto
quedó bajo la supervisión de un colegio sacerdotal de hombres honorables y rectos,
provenientes de la vida civil, que no formaban una casta sacerdotal en sí, a cuya
cabeza quedó un magistrado supremo designado como Pontifex Maximus (Pontífice
Máximo). A partir del surgimiento del imperio, y hasta el reinado del emperador
Graciano, a fines del siglo IV D.C., este puesto de Pontífice Máximo, Jefe Supremo de
la religión romana, quedó incluido en la persona del Príncipe o Emperador.
Los “Augurios” y los “Auspicios” fueron un elemento clave en la toma de decisiones en
la Roma republicana. Los primeros eran efectuados por sacerdotes especiales llamados
“Augures”, que tomaban sus decisiones dependiendo de cómo observaban el vuelo de
las aves. De esto resultaba que un día pudiera ser declarado fasto o nec fasto. Los
segundos se determinaban de acuerdo al análisis de las entrañas de los animales
sacrificados.
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Algunos colegios sacerdotales reunieron importancia. Los Flaminios eran sacerdotes
asignados al culto de las deidades oficiales: algunos a los dioses principales, otros a los
dioses secundarios, y uno, inclusive, “al dios desconocido”, por si se les quedaba
alguna deidad fuera por error, para no ofenderla. Famosas serían las siete Vírgenes
Vestales, mujeres de la alta aristocracia elegidas en la infancia como sacerdotisas de la
diosa Vesta. Su importancia era suprema, pues eran el símbolo de la pureza moral de
Roma, y debían guardar forzosa castidad por 30 años, tras los cuales podían
perfectamente casarse y tener hijos. Eran ampliamente honradas en Roma. Una de sus
labores más conocidas era mantener vivo el fuego vestal, del cual dependía la
continuación de Roma. El Templo de Vesta fue cerrado en 391 D.C. y la última de las
vírgenes vestales, Celia Concordia, abandonó su puesto en 394 D.C.
Muy interesante sería la importancia del Templo de Jano, el dios de dos caras, una de
las cuales miraba al pasado y la otra al futuro. Ubicado en el Foro Romano, su fama
reside en el hecho de que permanecía abierto en tiempos de guerra, pero en tiempos
de paz se cerraba completamente. Aparentemente el templo fue cerrado en muy pocas
ocasiones. Una primera vez en tiempos de la monarquía bajo Numa Pompilio, una
segunda vez en el consulado de Marco Atilio y Tito Manlio en 235 a.C., una tercera vez
bajo Augusto en 29 A.C., una cuarta vez bajo Nerón en 66 D.C. y una quinta vez bajo
Vespasiano en 70 D.C. Es bastante posible que haya estado cerrado muchas otras
veces, especialmente en la gran época de paz de los Antoninos.
Es de hacer constar que hasta el día de hoy usamos en las lenguas romances, para
referirnos a los días de la semana, básicamente designaciones religiosas romanas:
Luna (lunes), Marte (martes), Mercurio (miércoles), Jovis o Júpiter (jueves) y Venus
(viernes), con sólo dos adiciones judeo-cristinas: sábado (Sabbath) y domingo (Dies
Dominicus o Día del Señor). Asimismo, corresponden a dioses romanos los nombres de
los planetas (o ex planetas) de nuestro Sistema Solar: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter,
Saturno, Urano, Neptuno, Plutón.
66.- La Expansión de Roma por la Península Itálica.
Establecido el régimen republicano, a partir de ese momento empezó Roma su
expansión, primero uniendo a todas las ciudades latinas, y luego por el centro de la
península italiana, dominando a los demás pueblos itálicos de lengua no latina.
Además, comenzó a desarrollar con precisión su idioma, y, bajo influencia griega, su
propio alfabeto.
Cuenta la tradición que recién expulsado de Roma el rey Tarquino El Soberbio, éste
habría solicitado apoyo al rey etrusco Porsena, de la ciudad de Clusium, de forma que
este monarca etrusco habría sitiado Roma. Ha llegado hasta nosotros la historia de
Cayo Mucio Scevola, bravo joven romano que trató de infiltrarse al campamento
etrusco para asesinar a Porsena, pero que falló el intento pues erró el golpe, dando
muerte al secretario de Porsena. El romano, llevado a presencia de Porsena, anunció falsamente- que como él había 300 romanos infiltrados en el campo etrusco con el
mismo objetivo, y sin dar muestras de dolor puso su mano derecha –la que había
errado el golpe- en una braza ardiente, que se la calcinó. Ante este ejemplo de bravura
es que Porsena habría levantado el sitio de Roma.
El primer paso en la expansión de Roma por la península italiana fue el control de la
zona del Lacio. Originalmente Roma no era más que una de muchas ciudades de
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lengua latina; sólo paulatinamente fue convirtiéndose en la más importante.
Aparentemente ya en tiempos de los monarcas Tarquinos Roma era miembro
destacado de la llamada “Liga Latina”, un conjunto de ciudades independientes de
lengua latina que se auto-organizaron para defenderse militarmente de los enemigos
foráneos, especialmente los etruscos. Proclamada la República, Roma habría entrado
en conflicto con esta Liga Latina, lo que desembocó en una guerra que concluyó con el
triunfo romano en la Batalla del Lago Regilo, en 496 A.C. Tras esta victoria, en 493
A.C. Roma habría negociado con la Liga Latina un tratado de alianza defensiva, para
protegerse unidos de la invasión al Lacio de los ecuos y los volscos, pueblos itálicos
vecinos a los latinos. Roma y la Liga acordaron campañas conjuntas, alternando los
mandos entre generales romanos y latinos, distribuyendo equitativamente el botín y
estableciendo colonias conjuntas en los territorios ocupados. Tras esto siguieron
décadas de guerras entre Roma y sus aliados, por una parte, contra ecuos y voscos,
por la otra, con resultados diversos.
En estos conflictos ha llegado hasta nosotros la hermosa historia del muy conservador
patricio Licio Quincio Cincinato, quien ya se había desempeñado como Cónsul y general
de la República, pero que en el año 458 A.C., enojado con el sistema político romano,
y contrario al sistema populista de los Tribunos de la Plebe, se encontraba ya retirado,
dedicado, con sus propias manos, al cultivo de sus campos. Ante el ataque coordinado
de ecuos y volscos contra Roma, una comisión del Senado fue a buscarlo a su campo,
donde estaba manejando el arado, para pedirle que asumiera el cargo de Dictador. El
patriota y virtuoso Cincinato dejó su arado y asumió el mando de los ejércitos romanos
en tal momento de crisis, derrotó rápidamente a los enemigos, y mucho antes de que
se cumpliera el plazo legal de 6 meses dio término a su gestión y,
desinteresadamente, regresó a trabajar nuevamente sus tierras como un ciudadano
más. Pero todavía en una segunda ocasión, en el año 439 A.C., y ya de 80 años, Roma
lo llamó de vuelta, para asumir nuevamente –en forma también breve- la Dictadura e
impedir las tentativas de golpe de Estado de Espurio Melio.
Mientras esto sucedía en el plano externo, algunos importantes acontecimientos tenían
lugar en el interno. A varios de ellos ya nos hemos referido. El año 493 A.C. había
tenido lugar el ya mencionado intento de secesión de los plebeyos al Monte Sacro, de
lo cual resultó la creación de la magistratura de los Tribunos de la Plebe; y entre los
años 451-450 A.C. los dos grupos de Decénviros habían redactado la Ley de las Doce
Tablas.
En esto tenía lugar la larga guerra definitiva entre Roma y la muy cercana ciudad
etrusca de Veyos, la más poderosa y rica de la Liga Etrusca, ubicada justo en los
límites de Etruria y el Lacio. Durante siglos Roma y Veyos habían sido o bien aliadas o
bien rivales, dependiendo de las circunstancias, pero a la larga sólo una de ellas podía
prevalecer. Tras diez años de guerra y de valerosa defensa etrusca, en 396 A.C. el
dictador romano Marco Furio Camilo cavó una fosa subterránea por la cual logró entrar
a la sitiada ciudad y conquistarla. El tratamiento a la población vencida fue muy cruel.
Pero con esto Roma duplicó su territorio estatal, que igual era todavía bastante
restringido, limitado apenas a sectores dentro de la zona del Lacio. Roma era apenas
una pequeña potencia regional en parte de la sección centro-occidental de Italia.
Más o menos por la misma época se producía el establecimiento de los galos en la
zona de la bota italiana al norte del río Po, producto de una más de las inmigraciones
de grupos indoeuropeos a la zona del Mediterráneo. La irrupción gala en el Norte de
Italia resultó en una extensión de sus avances hasta la misma Roma. Queda registro
histórico del asalto de Roma por los galos dirigidos por el caudillo Breno el año 390
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A.C. (los nuevos cálculos lo sitúan el 386 A.C.), el primero y el último que padecería la
ciudad durante toda su época de grandeza. Recién 800 años después Alarico repetiría
la humillación.
La tradición relata que habiendo los galos avanzado como un torrente desde el Norte,
arrasando todo a su paso, sitiaron Roma y una noche la asaltaron por sorpresa,
saqueándola e incendiándola. Sólo se salvaron los templos de la colina Capitolina, cuya
guarnición fue alertada a tiempo del ataque gracias a los graznidos de los gansos
sagrados, y pudo así repeler el ataque. La historia nos trae a la memoria que los
orgullosos miembros del Senado no se movieron de sus puestos y, orgullosamente, se
dejaron masacrar por los saqueadores galos. Para abandonar la ciudad baja, tras siete
meses de ocupación, los galos exigieron un tributo, que Roma estuvo dispuesta a
pagar. En esto reaparece en la historia el ya mencionado Marco Furio Camilo, que,
habiendo organizado un ejército en las comarcas cercanas, y enemigo de la
humillación de pagar tributo a los bárbaros, logró derrotar a los galos tras cruenta
batalla y expulsarlos para siempre de Italia central. Por esto se ha llegado a considerar
a Camilo como un segundo fundador de Roma.
Tras esto, toda la Italia al norte del río Po quedó convertida en territorio galo, y Roma
tendría posteriormente que iniciar un proceso de conquista y latinización que duraría
varios siglos. Faltaría, empero, todavía un buen tiempo para que Roma pudiera
preocuparse de su pacificación. Además, una de las consecuencias más funestas de
esta ocupación gala de Roma es que con ella quedaron destruidos todos los viejos
archivos de la ciudad, razón por la cual han quedado tan en la nebulosa los hechos
históricos anteriores a esta tragedia.
Mientras tanto, Roma se recuperaba y se afianzaba en Italia Central. Entre los años
367-349 las fuerzas romanas desarrollaron victoriosas guerras contra los galos,
afianzando su frontera hacia el Norte. Asimismo, entre 362 y 345 se peleó contra
diversos pueblos vecinos y algunas ciudades latinas. El año 358 se renovó el pacto
federal entre Roma y las ciudades latinas, pero a la larga las diferencias políticas
desembocaron en 341 A.C. en la ya inevitable guerra definitiva por la supremacía entre
Roma y sus ex aliados de la Liga Latina. Esta así llamada Guerra Latina concluyó en
338 A.C., con la absoluta victoria de Roma. Con ello, la Liga Latina quedó disuelta y
sus ciudades miembros perdieron para siempre su independencia y se convirtieron en
nuevos municipios del Estado Romano. Puede decirse que a partir de este momento
comienza en serio la expansión de la República Romana más allá de su pequeño núcleo
inicial. Paralelamente, Roma se afianzaba en el centro de la península, absorbiendo a
los pueblos itálicos circundantes y a los etruscos.
La inmediata expansión hacia el Sur de la península encontró la resistencia de otro
pueblo itálico, el samnita, lo que llevó a las tres crueles Guerras Samnitas: la primera
entre los años 343-341, la segunda en 326-304, y la tercera, y definitiva victoria
romana, entre 298-290. La Primera Guerra Samnita fue la más corta de todas y
terminó con una moderada victoria romana, con la anexión de Campania, con la ciudad
de Capua, a su territorio.
La Segunda Guerra Samnita, también llamada Gran Guerra Saminta, fue la más
relevante y famosa, y en ella los samnitas se vieron apoyados por muchos de los
pueblos italianos rivales de Roma, especialmente por los etruscos. Los samnitas
lucharon tan bravamente que inclusive llegaron a infringir a los romanos en el año 319
A.C. la terrible derrota de las Horcas Caudinas. Todo el ejército romano, mal dirigido y
derrotado, además de vencido sufrió la famosa humillación de ser obligado a pasar
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bajo un arco, haciendo con ello una reverencia a los vencedores. La paz fue tan
vergonzosa que, al menos según la tradición, el Senado romano no la reconoció, y
reinició la guerra. Pero este quebrantamiento de la palabra empeñada igual dejaría
limpio el nombre de Roma, pues el Senado, honorablemente, habría enviado de vuelta
a los samnitas, para ser ejecutados, a los dos cónsules que habían prendado su honor
en tal penosa rendición. Al menos eso dice la tradición histórica. Así que esta guerra se
convirtió en una verdadera guerra por el control de Italia. En 308 A.C. los etruscos
imploraron la paz y quedaron en gran medida bajo el control de Roma; y en 304 se
llegó al acuerdo con los samnitas, en términos severos para éstos, pero sin perder
totalmente su independencia.
La tercera guerra fue la definitiva y representó el último intento de los pueblos de
Italia central y meridional de resistir a Roma. Se peleó en todos los frentes de Italia,
pues los samnitas se aliaron y coordinaron con etruscos, umbrios y galos. Pero Roma
salió igualmente victoriosa en todos los frentes. Los samnitas y sus aliados fueron
finalmente derrotados en 290 A.C., quedando su territorio sometido a Roma. Con esto
toda la Italia Centro-Norte, Central y Centro-Sur, comprendida entre el río Po y las
regiones griegas del Sur de la península, eran ahora territorio romano.
Ante el avance romano sobre la Magna Grecia, los griegos del Sur de Italia llamaron en
su auxilio a Pirro, rey griego de Epiro, el cual condujo contra los romanos una
desgastante guerra ente los años 282 y 272. Ya nos hemos referido brevemente a este
episodio. Pirro, no obstante sus famosos éxitos militares, jamás estuvo en situación de
derrotar en forma tajante a los romanos, así que se retiró de la contienda, dejando en
realidad a los griegos italianos en la estancada. En 272 A.C. Roma anexionó las últimas
ciudades griegas de la península, especialmente Tarento, y para el año 270 ya era
dueña de toda la Italia al Sur del río Po.
67.- La Primera Guerra Púnica.
Estos éxitos militares condujeron ineludiblemente a la guerra contra la mayor potencia
económica y naval del Mediterráneo Occidental, Cartago. Sobre el particular ya hemos
señalado que esta gran ciudad mercantil había sido fundada por comerciantes fenicios
de Sidón, y que pronto la colonia habría de sobrepasar en poder y riqueza a la
metrópoli. Un poco lo que en nuestros tiempos sucedería con Estados Unidos respecto
a Gran Bretaña.
Los fenicios, al igual que los griegos, vivían en un sistema de ciudades-Estado y se
habían volcado hacia el mar en busca de nuevo espacio vital y de mejores horizontes
económicos; eran desde luego, al menos al comienzo, mejores navegantes que los
griegos, y seguramente, tal vez mejores comerciantes; pero nunca tuvieron una fuerte
y sólida tradición militar. Desde prácticamente su origen los ejércitos y flotas
cartagineses estuvieron conformados casi exclusivamente por mercenarios. Los
cartagineses, como pueblo comercial, basaban su poder político en su riqueza
mercantil. Hasta que la intervención de Roma le quitó uno y otro.
Según señala la tradición, aunque no muy creíble, ya en el año 508 A.C. Cartago
habría firmado un tratado con Roma, confirmando el carácter de ésta como poder
dominante en el Lacio. Un segundo tratado, éste sí históricamente más factible, se
habría firmado en 348 A.C. Esto significa que Roma y Cartago ya se estaban
encontrando en la política del Mediterráneo Occidental, y se veía venir que algún día,
tarde o temprano, tendría que darse un enfrentamiento.
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La Primera Guerra Púnica, librada entre 264 y 241 A.C., dio inicio como resultado del
involucramiento circunstancial de romanos y cartagineses en los conflictos de la Sicilia
griega, concretamente en la guerra existente entre a los piratas mamertinos (oscos)
que dominaban Mesina y el tirano Hierón II de Siracusa. Sería una guerra entre una
potencia naval, Cartago, y una potencia terrestre, Roma.
Los romanos desembarcaron en Sicilia y en 261 A.C. derrotaron a los cartagineses en
Agrigento. Tras esto, los cartagineses decidieron continuar la guerra en el mar, en el
cual eran más fuertes. Ante esto dio Roma el paso crucial y decisivo de construir en un
plazo muy corto una verdadera y poderosa escuadra, con lo cual los soldados romanos
de tierra se convirtieron, de un día para otro, en inexpertos pero ingeniosos marinos.
Dado que los romanos sabían que no podrían derrotar a los cartagineses en combates
navales tradicionales, conocedores de su deficiencia en el mar, crearon un ingenioso
sistema de puentes de abordaje que se asían con ganchos a los navíos enemigos. Con
esto los romanos transformaron la lucha naval casi en una lucha terrestre y en 260
A.C. derrotaron en su propio elemento acuático a los cartagineses, haciéndose con el
dominio del mar.
Pero los romanos se sintieron excesivamente confiados y en 256 A.C. osaron llevar
antes de tiempo la guerra al África Púnica. Bajo las órdenes del cónsul Marco Atilio
Régulo desembarcó una fuerza invasora romana cerca de Cartago que inicialmente
derrotó a los cartagineses en la batalla de los montes Adis. Pero el cónsul,
ensoberbecido por esta victoria, no supo negociar con humildad con los cartagineses, y
la guerra prosiguió. Al año siguiente, en 255 A.C., el ejército romano fue
inesperadamente derrotado y aniquilado en la batalla de Bagradas por las tropas
cartaginesas comandadas por el hábil espartano Jantipo. Régulo y parte de su ejército
fueron hechos prisioneros, mientras que 30.000 soldados romanos quedaron en el
campo de batalla. Se cuenta que en 250 A.C., tras un cautiverio de cinco años, Régulo
fue enviado por los cartagineses a Roma, para que recomendara al Senado la paz;
pero el viril romano, lejos de obedecer a los cartagineses recomendó continuar la
guerra hasta la victoria final. Tras esto, Régulo, a sabiendas de lo que le vendría,
valientemente regresó a Cartago, donde fue cruelmente ejecutado. Pero la guerra
siguió su curso, cada vez más a favor de Roma. Cartago pidió finalmente la paz en 241
A.C., tras una serie casi ininterrumpida de victorias romanas.
Como resultado de esta Primera Guerra Púnica, casi toda Sicilia (excepción hecha del
territorio perteneciente a Siracusa), evacuada por los cartagineses, pasó a Roma.
Además, Cartago se comprometió a pagar un elevado tributo a Roma. Pero muy
pronto, en 238 A.C., estando Cartago desfinanciada e involucrada en una desgastante
y destructiva guerra contra sus antiguos mercenarios, a los que no podía pagar por sus
servicios, Roma aprovechó la ocasión y se apoderó fácilmente de las islas de Cerdeña y
Córcega. Así que entonces, estas tres islas del Mediterráneo se convirtieron en las
primeras provincias romanas extra itálicas. Recordemos que en esa época, a diferencia
de la actualidad, Sicilia no era considerada parte de Italia.
Esta decisiva victoria romana en la Primera Guerra Púnica demostró claramente la
conclusión histórica clave de que los pueblos con espíritu y preparación militar son
capaces de vencer a pueblos con mayor capacidad económica, pero carentes del deseo
de defenderse de verdad. Los romanos poseían un espíritu cívico y combativo, un
espíritu nacional, del que carecía el enemigo. Esto determinó su victoria. Ahora bien, a
pesar de derrotada militarmente, Cartago estaba lejos de someterse fácilmente a
Roma.
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68.- Aníbal y la Segunda Guerra Púnica.
Recién perdida la Primera Guerra Púnica el Estado Cartaginés estuvo muy cerca de la
disolución y del colapso definitivo, provocados por la sublevación en 240 A.C. de sus
mercenarios impagos y la alianza con éstos de esclavos sublevados y de varios pueblos
dominados por Cartago. Además, como ya vimos, los romanos habían aprovechado de
apoderarse de las islas cartaginesas de Cerdeña y Córcega. Pero en este momento de
gran peligro surgió un verdadero padre de la patria para Cartago, el general Amílcar
Barca, héroe púnico de la lucha antirromana en Sicilia, quien organizó a sus renuentes
compatriotas en un ejército nacional y derrotó en toda la línea a los sublevados, que
eran muy superiores en número a sus propias tropas. Incidentalmente, las
investigaciones lingüistas dan a entender que este apellido Barca no sería más que una
forma latinizada de la palabra semita Barak, que significa Rayo.
Acontecido esto, Cartago resarció, y con creces, en Iberia (Hispania), sus pérdidas
territoriales en el Mediterráneo, gracias a las conquistas que partiendo en 236 A.C. -y
hasta su muerte en 228 A.C.- realizó en la Península Ibérica el gran Amílcar Barca y
que luego continuó su yerno Asdrúbal, y que los llevaron hasta a alcanzar la muy
septentrional frontera del río Ebro. Lo más interesante de esto es que la conquista
cartaginesa de Hispania fue en realidad, más que una política de Estado, en realidad
una empresa personal de la ferozmente patriótica y antirromana familia Barca.
Amílcar, con un ejército propio, responsable sólo ante él, sin mayor apoyo de Cartago,
logró hacerse de un imperio casi personal y de un ejército que lo idolatraba. El año 226
A.C. Roma y Cartago firmaron un tratado definitivo, estableciendo al río Ebro como
frontera septentrional de los territorios cartagineses en Hispania. Hacia 221 A.C.
Asdrúbal fundó en el Sur de Hispania la ciudad de Nueva Cartago o Cartagena
(después conocida en latín como Carthago Nova).
Roma estaba celosa de las conquistas personales de la familia Barca en Hispania. Esto
originó la excusa, buscada por todos, para que diera inicio la así llamada Segunda
Guerra Púnica. Pero ahora el teatro bélico cambió, y los cartagineses, dirigidos por
Aníbal, hijo de Amílcar Barca, tomaron la batuta y la iniciativa.
Aníbal Barca, era entonces un joven de 25 años, hijo de madre ibera, muy culto y
versado en la cultura y civilización helénica, especialmente en las técnicas bélicas
griegas y macedonias. Había luchado junto a su padre en la conquista de Hispania; en
221 A.C., muerto su cuñado Asdrúbal, fue elegido jefe máximo por éste ejército
privado de su familia. Necesitaba sólo una excusa, un Casus Belli, para iniciar la guerra
con Roma, y la buscó. A sabiendas de que ello originaría una guerra a gran escala,
Aníbal puso sitió en 219 A.C. a la ciudad española de Sagunto, que tenía oficialmente
un tratado de alianza con Roma. Los saguntinos se defendieron valientemente, pero
finalmente, tras ocho meses, la ciudad cayó y fue saqueada por los cartagineses. Ante
esto, Roma, en 218 A.C., exigió reparaciones a Cartago, la cual, dado el amplio apoyo
popular a los Barca, se atrevió a declarar la guerra a Roma. Y aquí empezó la
aventura.
Aníbal dejó una parte de sus fuerzas en Hispania, para defender su base de
operaciones, y con el resto, salió en 218 A.C. de Cartagena, por vía terrestre, para
evitar a la ya poderosa escuadra romana. El ejército de Aníbal, en una hazaña
increíble, cruzó el Ebro y los Pirineos, pasó por el Sur de la Galia, atravesó los Alpes –
por una ruta que todavía es incierta y objeto de debate- e ingresó a Italia, en el escaso
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margen de muy pocos meses. Para hacer esto evitó a las ciudades griegas de la costa,
a las tropas que los romanos enviaron a detenerlo, y a los galos aliados de Roma. Son
famosas las penurias que vivió el ejército cartaginés al cruzar los Alpes. Los elefantes
que acompañaban a la expedición murieron casi todos de frío. Muchos de los hombres
murieron congelados o perdieron partes de sus miembros inferiores. Inclusive Aníbal
perdió en una escaramuza un ojo, o al menos la visión del mismo. Considerando los
medios de la época serían penurias muy similares a las que vivirían los hombres de
Diego de Almagro al cruzar por la Cordillera de los Andes desde Perú a Chile, o los
soldados franceses de Napoleón o alemanes de la Segunda Guerra Mundial en el
invierno ruso.
Ahora bien, es de recordar que el ejército que comandaba el gran general no era
propiamente cartaginés, sino español y númida, o sea que, desde un punto de vista
efectivo, excepción hecha de los oficiales, no estaba conformado por fenicios púnicos.
Se trataba de soldados que no eran ni mercenarios contratados, ni cartagineses
desacostumbrados a las armas, sino tropas entrenadas para la guerra particular que la
familia Barca –que no Cartago propiamente tal- había desarrollado en la Península
Ibérica. Además, estaban dirigidas por un brillante oficial al que idolatraban, y que fue,
dicha sea la verdad, una gran excepción en la historia militar de los últimos tiempos de
la república cartaginesa.
Hacia el año 225 A.C., tras la victoria contra los celtas en la batalla de Telamon, los
romanos habían comenzado la pacificación de la Galia Cisalpina, penetrando más allá
del Valle del Po, hasta los Alpes. Entonces, para el momento de la llegada de Aníbal a
la Galia itálica estaba ésta muy lejos de estar remotamente pacificada, lo que sería de
gran utilidad para el invasor.
Ya en territorio noritaliano, todavía en el curso del año 218 A.C., derrotó Aníbal casi
inmediatamente en la Batalla del río Tesino a un pequeño contingente romano
comandado por el cónsul Publio Cornelio Escipión (a quien no deberemos confundir con
su mucho más famoso hijo), que trataba de cerrarle el paso. Esta derrota, de
pequeñas proporciones, alarmó a Roma, que envió contra Aníbal un segundo ejército,
mucho mayor, ahora a cargo del otro cónsul, Tiberio Sempronio Longo, que fue
también derrotado, y ahora de forma estrepitosa, por Aníbal en la Batalla de Trebia. Se
cuenta que los romanos tuvieron 30.000 muertos, contra sólo 5.000 de Aníbal.
Tras esto, recibió Aníbal el apoyo de los galos de la región y, ya llegado el año 217
A.C., empezó a avanzar calmadamente hacia el centro de Italia. Contra él avanzaron
los romanos. Aníbal cruzó sin mayores complicaciones los Apeninos y el
supuestamente invadeable río Arno, y arribó a Etruria (Toscana). En la célebre Batalla
del Lago Trasímeno Aníbal, secundado por sus nuevos aliados galos, emboscó,
envolvió y destruyó al ejército romano comandado por el cónsul Cayo Flaminio Nepote.
Flaminio cayó en el combate junto con 15.000 solados romanos, amén de por lo menos
10.000 prisioneros que quedaron en manos cartaginesas. Pero Aníbal, a pesar de sus
estrepitosas y sonadas victorias, se encontraba en una tierra extraña para él. No tenía
ni los hombres ni las maquinarias de asedio necesarias para atacar directamente a
Roma y sitiarla, así que prefirió seguir por la península, hacia el sur, recorriendo
impunemente las regiones samnitas y la Apulia, hostigando a los romanos y
preparando un levantamiento general de los pueblos itálicos contra Roma.
Ante esto, Roma, consciente de la grave emergencia, designó Dictador a Quinto Fabio
Máximo. Éste, sabedor del genio militar de Aníbal, se dio cuenta que no era
conveniente seguir enfrentando en batallas campales al general cartaginés, de las
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cuales con seguridad saldría vencedor, así que puso en práctica la desde entonces
llamada Estrategia Fabiana, consistente en hostilizarlo y desgastarlo, sin llegar al
combate frontal. Pero esta estrategia no tuvo buena acogida en Roma, así que tan
pronto terminó la Dictadora de Fabio Máximo, los dos nuevos cónsules electos, Cayo
Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo, retomaron imprudentemente la política de
enfrentamiento y organizaron un ejército de 100.000 hombres, el más grande que
Roma nunca había reunido hasta esa fecha, para enfrentar a Aníbal.
Así tuvo lugar en 216 A.C., en Apulia, en el sur de Italia, la famosísima Batalla de
Cannas, una de las más brillantes batallas de la historia universal, en la cual Aníbal
aniquiló completamente al ejército romano, quedando muertos en el campo de batalla
más de 80.000 soldados romanos y, entre ellos 80 senadores y uno de los cónsules:
Lucio Emilio Paulo. Cannas sería la mayor expresión del genio militar de Aníbal, que
desarrolló una estrategia militar móvil y envolvente, que encerraba a sus adversarios y
los exterminaba. El que un ejército tan grande, tan disciplinado y tan valiente como el
romano hubiera sido derrotado de manera tan estrepitosa es la mejor muestra del
genio superior de Aníbal.
Ello determinó el alzamiento antirromano de los samnitas y otros pueblos del Sur de
Italia. Además, azuzados por lo que parecía un triunfo definitivo de Aníbal, el reino de
Macedonia y la ciudad de Siracusa, entraron oficialmente a la guerra del lado
cartaginés, situación de la cual luego se arrepentirían. Pero el cartaginés no pudo
quebrantar la lealtad de los pueblos del centro de la península, esto es, latinos,
etruscos y umbros, y ahí estuvo la ruina de Aníbal, pues ello le impidió poder atacar
directamente a Roma. Aníbal quedó condenado a permanecer por muchos años (216204 A.C.) en Italia, teniendo en jaque a los romanos, conquistando muchas ciudades
importantes, con también algunas derrotas de relativa importancia, pero sin lograr
ninguna gran victoria decisiva, por falta de refuerzos, viendo como el trofeo, Roma, se
le iba de las manos. En estos tiempos el gran enemigo de Aníbal sería el general
Marcelo, quien le arrebatara Capua y fuera además el ya nombrado conquistador de
Siracusa.
Tras la tragedia de Cannas, los romanos retomaron la sabia Estrategia Fabiana y se
contentaron con acostumbrarse a que tenían un huésped incómodo en suelo italiano, al
que tenían por todos los medios que hostilizar y cortar sus medios de
aprovisionamiento y refuerzo. Pero por otra parte, Roma decidió abrir, a partir de 217
A.C. un segundo frente de lucha contra Cartago, contraatacando en Hispania, fuente
de aprovisionamiento de Aníbal. Asimismo, en 211 A.C., como ya hemos visto,
conquistaron Siracusa, aliada en ese momento de Cartago, y completaron la conquista
de la isla de Sicilia.
La primera parte de la campaña española quedó a cargo de los hermanos Publio
Cornelio Escipión (el derrotado en el río Tesino) y Gneo Cornelio Escipión, pero éstos
no obtuvieron resultados importantes, excepto lograr mantener al lugarteniente de
Aníbal en Hispania, su hermano Asdrúbal, ocupado en su propio frente de batalla
ibérico. El status quo de esta guerra española cambió al fallecer los dos hermanos en
batalla en 211, pues Roma designó ahora para comandar las fuerzas romanas en
Hispania al hijo de Publio Cornelio Escipión, de igual nombre, y destinado a fama
inmortal.
En 211 A.C. Escipión conquistó Cartagena, la capital de los Barca en Hispania, y en
209 derrotó a Asdrúbal Barca. Entonces, el fiel hermano de Aníbal, tras disponer las
medidas conducentes para la defensa cartaginesa de la península, salió -esquivando el
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asedio romano- con un ejército intacto desde Hispania y por vía terrestre llegó a suelo
italiano. Pero este ejército puno-español de apoyo fue localizado y destruido en 207
A.C. por los romanos en la Batalla del río Metauro. La cabeza de Asdrúbal fue arrojada
en el campamento de Aníbal, y ahí el gran cartaginés comprendió que estaba
abandonado a su suerte, enfrentado a un enemigo irreductible. Nunca recibió ayuda de
su patria. Se retiró a Bruttium y ahí permaneció, inactivo, los años siguientes.
Paralelamente, en esos momentos terminaban las hostilidades en los frentes español y
siciliano, con la victoria romana en ellos.
La realidad es que en esos graves momentos para su existencia, el vigoroso pueblo
romano demostró una entereza sobrehumana, al aguantar a pie firme una a una las
graves derrotas que le propinó Aníbal. Esta capacidad de resistencia romana, muy
parecida a la que en tiempos de Napoleón e Hitler demostraran los rusos ante los
invasores franceses y alemanes, le permitió a Roma abrir nuevos frentes de batalla
para cambiar el escenario de la guerra.
Finalmente, en 204 A.C. los romanos, comandados por el conquistador de Hispania,
Publio Cornelio Escipión, decidiendo dar un golpe de gracia a la larga e indecisa guerra,
invadieron África y atacaron directamente a Cartago en su suelo. La estrategia tuvo
como resultado que Cartago llamara en su defensa al mismo Aníbal. Éste, a pesar del
abandono en que había sido dejado, acudió viril y presurosamente al llamado de su
querida e ingrata patria. Su sola presencia levantó automáticamente la moral del
ejército cartaginés.
Pero esta vez sí que repercutió ampliamente el nivel de las fuerzas rivales, por mucho
que Aníbal tratara de amortizar la diferencia con su impactante presencia. Aníbal y
Escipión, que se admiraban mutuamente, procuraron llegar a un acuerdo de paz
relativamente honroso para Cartago, pero los cartagineses se opusieron. Así, la suerte
quedó echada. En 202 A.C. tuvo lugar la decisiva batalla de Zama, en la cual Escipión
derrotó a Aníbal y destruyó su ejército. Esta victoria ganó para Escipión su desde
entonces inmortal nombre de Escipión El Africano. Por primera vez el gran Aníbal había
sido vencido, y en forma desatrosa: perdió 40.000 hombres, contra sólo 1.500 de los
romanos. Su estrella se había apagado y Cartago lo culpó de la derrota. Ante esto,
Aníbal, entonces de apenas 46 años, escapó a la corte de los Seléucidas. Recordemos
que Sidón, ciudad madre de Cartago, y toda Fenicia, formaban parte de dicho reino
helenístico. Así concluyó en 201 A.C., con la rendición de Cartago, la Segunda Guerra
Púnica.
Pero no termina acá la historia del gran Aníbal. Posteriormente asesoraría al rey
Antíoco III El Grande en su guerra de 192-189 A.C. contra Roma. Y como también
hemos ya referido, perseguido Aníbal vengativamente por Roma terminó suicidándose
hacia 183 A.C. en la corte del rey Prusias de Bitinia, que traicioneramente planeaba
entregarlo a sus enemigos. Así terminó sus días el gran cartaginés.
69.- La Tercera Guerra Púnica y la Destrucción de Cartago.
Terminada la Primera Guerra Púnica, la antigua Hispania cartaginesa pasó a ser
territorio romano, y comenzó el avance romano hacia el interior de la Península
Ibérica. Cartago sobrevivió, pero con su poder político anulado. Gran parte de su
territorio africano, la región de Numidia, fue entregada al rey Masinisa, aliado de
Roma, y quien durante los siguientes 50 años hostigaría constantemente a los
cartagineses. Roma impuso a Cartago la prohibición de tomar las armas contra ningún
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enemigo, sin la autorización expresa del Senado romano. Esto tendría repercusiones
tremendas a futuro. Pero, de cualquier forma, la ciudad pronto recuperó su riqueza
comercial, despertando los celos y temores de su enemiga.
Aunque de hecho, la suerte de Cartago y sus ciudadanos estaba ya echada. Roma no
permitiría que su rica rival sobreviviera mucho tiempo, aun y cuando militarmente
estuviera anulada. En la conciencia del emergente Estado romano estaba la certeza de
que la lucha contra el enemigo debía ser total. En otros casos Roma habría dejado
espacio para solución de convivencia, pero no en el caso de esta guerra en particular.
La famosa frase “Delenda est Carthago” (Hay que destruir Cartago), con la que Catón
cerraba todos sus discursos en el Senado romano no era personal, sino una expresión
del sentir popular de que en el Mediterráneo Occidental no había lugar para dos
Imperios, ni económicos ni militares, de que lo que había empezado de una forma,
tenía que terminar con un objetivo preciso. La guerra se empezaba para alcanzar un
fin determinado, y no para dejar irresoluto un problema.
Roma sólo buscó una mundana excusa para iniciar la Tercera Guerra Púnica (149-146
A.C.). Ella vino cuando los cartagineses, continuamente acosados por el ya anciano
Masinisa, quien ya hemos visto era aliado de Roma, se vieron obligados a tomar las
armas contra su enemigo. El Senado de Roma había hecho oídos sordos a sus
peticiones de justicia, enviando a una delegación mediadora, con la participación del
propio Catón El Censor, que no quiso cumplir en forma imparcial su función; más bien
se autoconvenció de la necesidad de darle la estocada final a la metrópoli púnica.
Esto llevó a Cartago a enfrascarse en una guerra contra Masinisa sin la debida
autorización romana. Roma contestó enviando sus tropas contra la ciudad africana. Los
cartagineses, actuando de buena fe, reconocieron su error y entregaron todas las
armas. Pero el designio de Roma era que la ciudad fuera definitivamente evacuada, y
esto los mercaderes cartagineses ya no lo pudieron aceptar; por fin, y por única vez,
lucharon viril y bravamente por su ciudad, como nunca antes lo habían hecho. Pero
desgraciadamente para la metrópoli púnica, lo que sucedía no era más que cruel
consecuencia de un proceso que no podía quedar inconcluso.
En 146 A.C. Cartago fue conquistada y arrasada. Los romanos pasaron el arado por la
tierra encima de las ruinas de la ciudad y juraron que nada más se construiría en dicho
lugar. No obstante, pronto ellos mismos reconstruirían la ciudad, por obra de Julio
César, y la nueva Cartago romana sería la más importante ciudad de África, una de las
más ricas del Imperio, e importante centro de la cultura latina, hasta la caída en
manos de los árabes a fines del siglo VII D.C. La parte más oriental del territorio
púnico se convirtió en la provincia romana de África, incluyendo gran parte de la costa
de la actual Libia. El resto del territorio cartaginés, la parte occidental, fue entregado
por Roma a los hijos de su aliado Masinisa.
70.- Las Guerras Macedónicas y la Anexión de Grecia.
Paralelamente a las guerras contra Cartago, en el Este desarrollaba Roma sus guerras
contra los entonces todavía poderosos reinos helenísticos de Oriente. Se trata de las
llamadas Guerras Macedónicas, contra Macedonia, y la Guerra Siria, contra los
Seléucidas En estas guerras la estructura móvil de las legiones romanas demostró su
gran superioridad sobre la rigidez de la falange macedónica. Los romanos, con un
ejército movible y fácilmente desplegable conformado por manípulos y cohortes, y con
estructuras acorazadas de avance tales como la Testudo o Tortuga, a la que luego nos
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referiremos, con un engranaje militar mecánico y perfecto, derrotaron con facilidad
increíble a los macedonios y su anquilosada estructura bélica.
La Primera Guerra Macedónica (214-205 A.C.) se peleó paralelamente a la Segunda
Guerra Púnica. En ella Cartago, Macedonia y Siracusa fueron aliados contra Roma,
pero los aliados no lograron el objetivo de que tropas macedonias auxiliaran a Aníbal
en Italia. Filipo V de Macedonia no se atrevió a atacar a Roma por la retaguardia, lo
que hubiera sido una gran ayuda para Aníbal. Un poco lo que le pasó a Japón durante
la Segunda guerra Mundial, que, a pesar de su alianza con Alemania, no quiso por
miedo- atacar por el lado asiático a la Unión Soviética de Stalin. Así como la Unión
Soviética se salvó de un segundo frente en el Lejano Oriente, Roma no tuvo que
afrontar una segunda invasión griega desde el Este. De hecho, para asegurarse que
esto no sucediera, Roma despachó inmediatamente tropas al Adriático, que
disuadieron a Filipo de tal acción. Pero la guerra se peleó en Iliria y en Grecia,
apoyando ahí Roma a los rivales de Macedonia. No es del caso dar todos los detalles.
Terminó mediante una paz negociada en 205 A.C. A la larga Roma no logró grandes
conquistas, pero obtuvo el objetivo clave y fundamental de impedir que Filipo V
apoyara efectivamente a Aníbal en su aventura italiana.
La Segunda Guerra Macedónica (200-197) ya ha sido en cierta medida relatada
anteriormente. El ya mencionado, e incansable, Filipo V de Macedonia, invadió el reino
de Pérgamo y la isla de Rodas, así que estos dos Estados griegos solicitaron el apoyo
de Roma. Luego otros Estados griegos, entre ellos Atenas, declararon la guerra a
Macedonia. Un poco a desgano Roma terminó involucrada en el conflicto. A diferencia
de la Primera Guerra Macedonia, donde había claras razones estratégicas y de propia
seguridad para atacar, en ésta no las había. Pero Roma tenía que proteger a sus
aliados, especialmente Pérgamo. Al final la guerra terminó con la gran victoria romana
del cónsul Tito Quincio Flaminio contra Filipo V en la batalla de Cinocéfalos, en Tesalia,
el año 197 A.C. Es desde luego una de las mayores victorias militares de la historia de
Roma. De ella resultó la llamada Paz de Flaminio y la declaratoria romana de
independencia de las ciudades-Estado griegas de Macedonia, la cual ya hemos referido.
La Guerra Seléucida o Siria (192-189), ya relatada en gran medida, se desarrolló
también en gran medida en Grecia, con griegos de la Hélade apoyando a uno u otro
bando. Los romanos derrotaron al rey Seléucida Antíoco III El Grande en las
Termópilas y en la Batalla de Magnesia, terminando cualquier intento de los reyes
sirios de enfrentar a Roma. Pero optaron por no anexarlo todavía, dejando ese honor
posteriormente, para Pompeyo. Esta guerra puede ser considerada un simple capítulo
más de las Guerras Macedónicas.
Es en esta Guerra Romano-Seléucida que el omnipresente Aníbal jugó su última carta
contra Roma, como asesor clave del rey Antíoco III. Inclusive comandó la flota
seléucida en la Batalla de Eurimidonte, siendo esta vez derrotado por sus enemigos
romanos y rodios. Aníbal era un estratega terrestre, no naval. Paradójicamente, en
esta guerra, como vencedor de Antíoco y Aníbal, aparece la figura de Lucio Cornelio
Escipión, o Escipión El Asiático, hermano del mucho más renombrado Escipión El
Africano.
La Tercera Guerra Macedónica (171-167 A.C.) fue esta vez iniciada por Roma por
miedo al resurgimiento de la influencia de Macedonia en Grecia y el mundo helenístico
que propiciaba el rey Perseo, hijo de Filipo V. La guerra terminó con la derrota de
Perseo a manos del cónsul Lucio Emilio Paulo, en la batalla de Pidna. El derrotado rey y
la aristocracia macedonia fueron llevados como rehenes a Roma, y más de 300.000
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macedonios fueron convertidos en esclavos. Tras esto Macedonia, muy reducida en
extensión, fue dividida en varios distritos autónomos y vivió pacíficamente algunos
años. Vino finalmente la llamada Cuarta Guerra Macedónica (149-148), contra
Andrisco, un supuesto hijo de Perseo, que pretendió alzarse contra Roma. Tras ser
derrotado por el cónsul Quinto Cecilio Metelo, llamado Macedónico, Macedonia entera
fue convertida en provincia romana en 146 A.C.
Como ya hemos visto, los griegos de la Hélade no supieron aprovechar la libertad que
les habían regalado los romanos, y desobedeciendo órdenes romanas empezaron la
que sería su última guerra fratricida, entre la Liga Aquea y Esparta. En represalia los
romanos destruyeron Corinto, y convirtieron a Grecia, bajo el nombre de Acaya, en
provincia romana, el año 146 A.C.
71.- La Expansión de Roma por Europa Occidental.
Como ya hemos adelantado, hacia el año 225 A.C., tras la victoria contra los celtas en
la batalla de Telamón, los romanos habían comenzado la pacificación de la Galia
Cisalpina, penetrando más allá del Valle del Po, hasta los Alpes. Pero luego vino la
aparición de Aníbal y la sublevación gala contra Roma. Así que paralelamente a la
Segunda guerra púnica debió Roma reiniciar su campaña de sometimiento de los galos
noritalianos. Entre los años 201 y 190 A.C. se afianzó definitivamente la penetración
romana en la Galia Cisalpina. Para el año 155 A.C. se había incorporado, además, toda
la región de Liguria al territorio del Estado Romano. Hacia el año 81 A.C. toda la región
situada entre los Alpes y el mundialmente famoso río Rubicón constituía la –entonces
extraitálica- provincia de la Galia Cisalpina.
Conjuntamente con el avance hasta los Alpes ponían los romanos pie firme en la
región de Iliria, en la costa oriental del Mar Adriático. Entre los años 229-228 A.C. se
desarrolló la llamada primera Guerra Iliria, en la cual por primera vez en su historia
despacharon los romanos una escuadra y tropas al otro lado del Adriático, para
detener los avances de la reina iliria Teuta, que interrumpía peligrosamente las vitales
líneas de suministro marítimo de Roma y hostigaba a las ciudades griegas de la costa.
Posteriormente seguirían dos conflictos más con los gobernantes locales, más o menos
helenizados, las llamadas Segunda Guerra Iliria (220-219 A.C.) y Tercera Guerra Iliria
(169-168 A.C.), paralelas, respectivamente, a las Primera y Tercera Guerras
Macedónicas. A pesar de su importancia, para muchos historiadores estas Guerras
Ilirias no fueron más que un capítulo propio de las Guerras Macedónicas. Tras esto
Iliria quedó dividida en distritos administrativos controlados por Roma, asociada a la
provincia de la Galia Cisalpina, pero demoró un buen tiempo, hasta Augusto, en
convertirse oficialmente en provincia romana independiente.
Paralelamente, en 197 A.C. los romanos –dueños ya de los territorios cartaginesesestablecieron en la Península Ibérica sus dos provincias costeras de Hispania Ulterior
(en el Sureste) e Hispania Citerior (en el Noreste), iniciando así la expansión hacia el
interior. Pero demoraron mucho en acabar con la última resistencia de los peninsulares
a su dominio, derrotando trabajosamente a los celtíberos y a los lusitanos. Hacia el año
123 A.C. el dominio romano abarcaba aproximadamente el 70% de la península,
quedando fuera del mismo tan sólo la esquina Noroccidental de la misma,
aproximadamente el Norte de Portugal y León, y las zonas de Galicia, Asturias y el País
Vasco. A partir de 75 A.C. siguió el avance romano hacia el Norte, de forma que para
el año 19 A.C., en tiempos de Augusto, terminaba definitivamente la conquista, con la
pacificación de Asturias.
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Fama inmortal ha ganado la brava ciudad celtíbera de Numancia, ubicada en el centronorte de la península, que ofreció una dura resistencia a las tropas romanas. El año
153 A.C. los numantinos derrotaron a un ejército de 30.000 soldados romanos. Roma
intentó durante casi 20 años someter a la ciudad, pero sin éxito, hasta que el año 124
A.C. puso todos sus recursos humanos disponibles en dominarla. Tras quince mese de
asedio, el año 133 A.C., Numancia fue finalmente conquistada a sangre por los
romanos, agotada por el hambre y defendida hasta la muerte por sus bravos
habitantes que en su casi totalidad prefirieron suicidarse antes que rendirse. Numancia
pasó a ser para siempre el gran símbolo del espíritu español de resistencia contra un
poder extranjero; el mismo que 20 siglos después demostrarían ante los soldados
ocupantes de Napoleón. Hasta el día de hoy sobrevive el concepto de Defensa
Numantina para denotar una defensa desesperada y valiente, hasta las últimas
consecuencias.
De igual forma, entre los años 125-118 A.C. los romanos conquistaron los territorios
del Sur de la Galia Transalpina, estableciendo la provincia de la Galia Narbonense, con
capital en Narbona. Así empezó el temprano proceso de romanización de esta parte de
la Galia. Con esto Roma extendió su dominio a la casi totalidad de la costa europea del
Mediterráneo Occidental. Además, ya hemos visto como en el año 129 A.C. el reino
helenístico de Pérgamo se constituyó en la provincia romana de Asia. El Imperio
Romano estaba empezando a tomar forma, y ya estaba afianzado en tres continentes.
72.- Las Guerras contra Yugurta y la Expansión en África.
Entre los años 111 y 105 A.C. tuvo lugar la guerra contra Yugurta, quien usurpara el
antiguo trono de la dinastía de Masinisa, en Numidia. Ya nos hemos referido
brevemente a este reino bereber norafricano, sito en los territorios de la actual Argelia.
El viejo Masinisa había convertido a un pueblo nómada del Magreb en un poderoso
reino aliado incondicional de Roma, como un Estado tapón ante Cartago. Fallecido
Masinisa fue sucedido en el trono por su hijo legítimo Micipsa (1148-118 A.C.), el cual
continuó la sabia política de cercanía con Roma de su padre.
Pero al fallecer Micipsa fue sucedido conjuntamente por su hijo adoptivo, Yugurta, y
por sus dos hijos legítimos, Hiempsal y Adherbal. Esta alianza no podía traer nada
bueno. Yugurta era brillante, ambicioso, y además se había percatado muy bien,
usándola en su provecho, de la creciente corrupción imperante en la Roma de la época.
Yugurta entró en conflicto con sus medios hermanos, dando muerte al primero y
forzando al segundo a huir a Roma. Los delegados enviados por Roma propiciaron en
116 A.C. una división del reino, pero aparentemente bajo soborno de Yugurta, así que
el arreglo se hizo imposible, y la guerra civil escaló. Adherbal se refugió en la ciudad
de Cirta, apoyado por los residentes italianos. Al caer Cirta en manos de Yugurta, sus
tropas masacraron a los italianos. Esto obligó a Roma a declarar la guerra a Yugurta en
112 A.C.
Una primera campaña, dirigida por el cónsul Lucio Calpurnio Bestia terminó de manera
excesivamente favorable para Yugurta, lo cual llevó a pensar que también Bestia había
sido sobornado. El usurpador númida fue llamado a Roma a testificar, pero también ahí
sobornó a los funcionarios y evitó testificar. Sus intrigas lo llevaron a ser expulsado de
Roma. La guerra se reinició y Roma envió un segundo ejército, ahora bajo el mando
del cónsul Lucio Cecilio Metelo, quien fue incapaz de derrotar en forma concluyente a
Yugurta. Tan sólo la tercera campaña, del general Cayo Mario y de su entonces
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subordinado Lucio Cornelio Sila, importantes personajes a los cuales después nos
referiremos, terminó en forma definitiva la guerra en 105 A.C. Yugurta fue llevado a
Roma a desfilar en el cortejo triunfal de Mario, muriendo ahí, cruelmente tratado, en
104 A.C. Si bien la guerra terminó, como era lógico, en forma favorable para Roma, los
escándalos de corrupción dejaron en claro que algo ya no estaba funcionando bien en
la antes incorrupta estructura de la República Romana.
Tras esto, la parte occidental de Numidia quedó anexada al reino prorromano de
Mauritania, mientras que su reducido núcleo principal subsistió como reino cliente de
Roma, bajo sus propios reyes aliados Hiempsal II y Juba I, hasta que en 46 A.C., con
César, fue convertido en provincia romana, aunque después gozaría nuevamente
brevemente, por sólo dos años (29-27 A.C.) de autonomía bajo Juba II. Tras esto
Numidia quedó definitivamente bajo dominio directo romano y su monarca, el
altamente romanizado y confiable Juba II, fue transferido por Roma a Mauritania.
Prácticamente todo el África Noroccidental era ya territorio romano. Sólo quedaba
independiente la región de Mauritania, que comprendía el actual Marruecos y gran
parte de Argelia, pero también como reino aliado y cliente de Roma. Augusto le
entregó el trono al ex rey Juba II de Numidia, de su confianza, al cual inclusive casó
con Cleopatra Selene, hija de Marco Antonio y Cleopatra VII de Egipto. Sería sucedido
en 23 D.C. por el hijo de ambos Ptolomeo de Mauritania. Mauritania sería, entonces,
un importante estado del Mediterráneo Occidental, hasta su formal anexión definitiva a
Roma en 40 D.C.
73.- El Primer Enfrentamiento entre Roma y los Germanos.
Alejado del teatro mediterráneo, pero de gran importancia fue otro gran triunfo militar
de Mario, ya vencedor de la guerra contra Yugurta. El año 105 A.C. dos tribus
germánicas, los cimbrios y los teutones, que llevaban varios años en conflicto con
Roma, invadieron definitivamente al territorio de la República. Ante la emergencia,
Mario fue elegido cónsul consecutivamente por cinco años para detener ésta, que sería
la primera de las amenazas germánicas que enfrentaría el Estado Romano. El año 102
A.C. Mario derrotó a los teutones en Provenza y en 101 A.C. hizo lo mismo con los
cimbrios, ya en el Norte de Italia. Tras esto, la amenaza germánica desaparecería por
muchos siglos, hasta tiempos del emperador Marco Aurelio.
74.- Las Guerras contra Mitrídates y las Anexiones en Oriente.
En el intertanto, se gestaba la cruel guerra por el control de Asia Menor, contra
Mitrídates, uno de los más encarnecidos, persistentes y capaces enemigos que Roma
tendría en su historia republicana, después, desde luego, de Aníbal. Por ello merece
unas líneas especiales. Mitrídates, originalmente rey helenizado (pero no
completamente griego) del Ponto, en la parte Nororiental de Asia Menor, para el año
114 había incorporado a su reino Capadocia y Paflagonia en Asia Menor, y el
Quersoneso Póntico (Crimea). Los romanos trataron de obligarlo a restituir Capadocia
a sus legítimos monarcas, y esto provocaría el enfrentamiento. A la larga se
necesitaron tres largas guerras, bajo distintos generales romanos, para derrotar a
Mitrídates.
Durante la primera guerra (88-84 A.C.) Mitrídates inició un feroz levantamiento
antirromano, ocupó toda Asia Menor (incluyendo la provincia Romana de Asia) y bajo
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sus órdenes 80.000 italianos residentes en Anatolia fueron pasados por la espada. Este
cruel episodio, meticulosamente planificado, es llamado las Vísperas Asiáticas,
haciendo un parangón con las muy similares Vísperas Sicilianas del siglo XIII D.C. Es
más, Mitrídates envió un ejército a Grecia y ocupó por un corto tiempo la Hélade. Ya
hemos visto como Atenas se puso, tontamente, de su lado. La guerra, dirigida por
Lucio Cornelio Sila, terminó el año 84 A.C., con la derrota de Mitrídates, quien tuvo
que evacuar todas sus conquistas, conservando sólo su reino del Ponto. Esto resultó en
una paz sorprendentemente favorable para el monarca asiático, que tuvo la suerte de
que Sila debió volver precipitadamente a Roma con motivo de la lucha por el poder con
Cayo Mario.
La segunda guerra (83-82 A.C.) terminó también sin resultados concluyentes. El
comandante que había sucedido a Sila, Lucio Lucilo Murena, debió reiniciar la guerra,
pero fue derrotado por Mitrídates, llegándose a una nueva paz.
En la tercera y última guerra (74-63 A.C.) Mitrídates fue arrojado del Ponto y se
refugió en Armenia, en la corte de su yerno Tigranes II El Grande. Con apoyo armenio
logró reconquistar su reino en 68 A.C., y con ello la lucha siguió. El general Cneo
Pompeyo, quien también ameritará comentarios posteriores, derrotó definitivamente a
Mitrídates en Asia Menor el año 66 A.C. Tras esto Mitrídates escapó a la península de
Crimea, parte de su reino, donde, perseguido hasta las últimas consecuencias por
Pompeyo, finalmente terminó suicidándose en 63 A.C. Pompeyo, en una interesante
expedición en persecución de su archienemigo, recorrió con sus legiones triunfante
gran parte del Cáucaso, tierra entonces enigmática y casi desconocida. Después volvió
sobre sus pasos, pero ya había llevado el nombre de Roma muy lejos. Posteriormente
gran parte del Cáucaso, y también Crimea, se convertiría en tributario de Roma.
Además, como ya hemos visto previamente al referirnos a los reinos helenísticos, y no
es menester repetir, en el período comprendido entre 65 y 62 A.C., el mismo Pompeyo
anexó Bitinia y la Siria Seléucida a Roma, y, tras conquistar Jerusalén, convirtió a
Judea en reino cliente de Roma, si bien todavía independiente.
75.- Las Luchas Sociales: Tiberio y Cayo Graco.
Mientras Roma se extendía, internamente se producían los primeros conflictos sociales
y políticos que demostrarían que la República Romana entraba en una etapa de crisis,
que la antiguamente sólida institucionalidad republicana se estaba resquebrajando. Ya
se había zanjado el problema entre Patricios y plebeyos, con el resultado de la
igualación política de ambos estamentos. Pero quedaba pendiente solucionar el tema
de la injusticia social y de las diferencias económicas y políticas entre la clase pudiente
–tanto patricia como plebeya- y la gran masa proletaria.
No obstante, este proceso no se dio de forma fácil ni automática, y en su momento
llevó a una aguda crisis social, en que los jóvenes tribunos aristócratas Tiberio y Cayo
Graco, ajenos a su causa natural, en un período que va desde 133 a 121 A.C., tomaron
el partido popular e hicieron votar leyes en beneficio de los latinos e italianos en
relación con la distribución de tierras. Ambos tribunos eran ni más ni menos que nietos
del mismísimo Escipión El Africano, el vencedor de Aníbal. El primero, Tiberio fue
asesinado cuando planteaba un proyecto de reformas bastante moderado. El segundo
hermano, menor, tomó la causa de su hermano muerto como bandera de lucha, y llegó
a un proyecto mucho más revolucionario. Pero también fue asesinado. De cualquier
forma, muchos de los avances logrados por los Graco sobrevivirían.
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No obstante, los Gracos, a pesar de sus buenas ideas, al tomar un bando ajeno al que
les correspondía, asumieron la causa popular con un celo excesivo, propio de los
miembros de las clases superiores que desean expiar la culpa sanguínea de su origen.
Hicieron grandes cosas, pero sus obras no fueron reconocidas adecuadamente por la
ingrata masa plebeya a la que quisieron apoyar. Sufrieron la ingratitud de la clase
social por la cual se jugaron la vida, y peor aún, el desprecio de su propia gente.
Tomaron, indudablemente, el camino equivocado.
76.- El Declive del Orden Republicano: Sila y Mario.
Asimismo, el sistema constitucional republicano comenzaba a agrietarse. El hecho es
que la estructura de la República Romana estaba hecha para una pequeña liga de
ciudades, pero no para un Imperio cada vez más grande.
La base del sistema político original de la república romana había sido la desinteresada
participación de los ciudadanos en las gestiones gubernamentales. Ya hemos
comentado la patriótica y desinteresada actuación de Cincinato, que habiendo sido
elegido para dirigir los ejércitos romanos en momentos de crisis, había dejado su arado
para dirigirse a cumplir su deber, y una vez terminada su gestión, regresó a su campo
como un ciudadano más. O la grandeza de espíritu de los senadores romanos, quienes
en los tiempos iniciales de la república habían mostrado siempre gran entereza y valor,
dejándose masacrar cuando los galos tomaron Roma, o rechazando sin titubeos
amenazas de enemigos tan poderosos como Aníbal. Hasta los hermanos Graco,
revolucionarios como eran, habían actuado más por idealismo que por cálculo político.
Éste había sido, como norma general, el panorama político durante la primera época
de la república.
Pero, ahora, los intereses políticos personales comenzarían a apoderarse de la agenda
del día. Empieza entonces la época de los caudillajes, encabezados, primero, por el
líder popular Cayo Mario (157-86 A.C.), y luego, por el líder pro senatorial Lucio
Cornelio Sila (138-78 A.C.). Mario se había vuelto famoso en su campaña contra el rey
Yugurta de Numidia, y por su victoria contra los cimbrios y los teutones. Era un
hombre de familia de clase ecuestre, pero no senatorial, que tuvo que luchar mucho
para sobresalir dentro del Establishment republicano. Fue elegido cónsul en siete
ocasiones distintas a lo largo de su vida. Sila, por su parte, enfrentó exitosamente la
primera parte de la terrible revolución antirromana iniciada por el Mitrídates y también
había participado activamente en la derrota de Yugurta. Formaba parte de una familia
abiertamente aristócrata de rango senatorial, pero empobrecida. Fue cónsul dos veces
y una vez Dictador.
No es del caso explicar las intrigas políticas de esta época de la República ni los odios
partidistas causantes o resultantes de las enconadas luchas por el poder. Pero el hecho
es que entre los años 101 y 79 A.C. se desarrolló en Italia una cruenta guerra civil de
carácter político-social, con infinidad de víctimas de la represión de ambos caudillos.
Paralelamente a esto, tuvo lugar un hecho inesperado, el alzamiento de los antes fieles
aliados italianos, que exigieron la igualdad de derechos con los romanos, y tuvieron a
la metrópoli al borde del colapso. Se trata de la llamada Guerra Social. Fue
especialmente grave, pues en realidad se trataba ya de italianos totalmente
romanizados, que hablaban latín y luchaban dirigidos por generales del ejército
romano, utilizando estructuras militares y tácticas romanas. Llegaron inclusive a
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proclamar su propia república, llamada Italia, con capital en la ciudad de Corfinium,
rebautizada Italica por los sublevados. De cualquier forma, las ciudades latinas se
mantuvieron fieles a Roma. Esta cruel guerra se desarrolló entre los años 91-87 A.C.
En un momento pareció que todo el aparato del Estado Romano se derrumbaba por
tres conflictos paralelos: a) el alzamiento itálico; b) la guerra civil interna romana; y c)
la antes mencionada guerra contra Mitrídates.
Al final, la victoria fue de Sila y la casta senatorial, quienes lograron sortear uno tras
otro todos los peligros. Para aplacar a los sublevados itálicos se otorgó la ciudadanía
romana a todos los habitantes de Italia. Así concluyó este conflicto, que de cualquier
forma dejó a la península arruinada. Sila se convirtió en dictador en 82 A.C., sin
limitación temporal, aprobó leyes que reafirmaron el poder senatorial, y se retiró a la
vida privada, muriendo en 78 A.C. Empero, el triunfo de Sila y del bando senatorial fue
efímero. Mientras tanto, en Anatolia la guerra contra Mitrídates continuaba
intermitentemente, en Italia los conflictos sociales no terminaban.
Paralelamente a esto se desarrollaba en Hispania la interesante aventura personal del
general Quinto Sartorio. Es considerado por el propio Momsen como uno de los más
grandes militares de la historia de la Roma republicana. Partidario del bando popular
durante la guerra civil, se hizo en 83 A.C. del control militar de la península y –
proclamándose en abierta rebeldía contra la propia Roma- desconoció la autoridad de
Sila, a cuyas fuerzas derrotó reiteradamente tanto en Hispania como en Mauritania.
Muy pronto se granjeó la simpatía y admiración de los hispanos nativos, especialmente
de los lusitanos, y con sus fuerzas acrecentadas por españoles y por refugiados
romanos, llegó a establecer lo que en la práctica era un Estado independiente
hispanorromano, con todo y su propio Senado. Muy similar a cómo después, en el siglo
III D.C., sería el caso del Imperio Gálico, al cual luego nos referiremos. A partir de 75
A.C. las tropas del gobierno central romano se vieron poderosamente reforzadas, pero
Sartorio estaba muy cerca de lograr su objetivo, hasta que, por diferencias entre sus
propios partidarios romanos y españoles, fue asesinado. Con esto, su obra se
derrumbó –justo con su Estado en ciernes- y se restituyó la autoridad central de Roma
en Hispania.
77.- Espartaco y la Rebelión de los Esclavos.
Entre 73 y 71 A.C. tuvo lugar la famosa revolución de esclavos liderada por Espartaco,
brillante gladiador y líder de masas de origen tracio, quien desafiaría, tal vez más en la
leyenda que en la historia efectiva, al Estado Romano. Su historia y su origen son
obscuros, pero la relación con Tracia es históricamente muy clara. Incidentalmente, ya
hemos mencionado el reinado en el Ponto de una serie de monarcas, también tracios,
de un muy similar nombre Espartoco. El hecho es que esclavizado Espartaco, fue
transformado en gladiador en Capua, en el Sur de Italia. Habiendo escapado, formó
una banda de salteadores que poco a poco fue creciendo. No teniendo legiones en la
península, y apenas considerando a Espartaco un problema policial, Roma destacó
inicialmente contra él simples milicias mal preparadas, que, sorprendentemente,
fueron fácilmente derrotadas. Con esto la rebelión creció y el ejército de Espartaco se
vio acrecentado por miles de esclavos fugitivos, muchos con entrenamiento militar o
gladiadores. Espartaco se demostró un muy buen estratega, aunque sus tropas
carecían de la preparación militar para enfrentar a un ejército organizado, y él lo sabía.
A pesar de ello, logró derrotar a dos legiones formales del ejército republicano. Ahí la
situación se volvió más seria y desesperada para Roma.
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Finalmente la rebelión fue cruelmente aplacada por Marco Licinio Craso, a la sazón el
hombre más rico de Roma, que recibió amplios poderes y las mejores tropas
disponibles, ocho legiones completas, esto es, entre 40 y 50.000 hombres para
pacificar el Sur de Italia. Espartaco trató de negociar con los poderosos piratas de
Cilicia para conseguir transporte de su gente fuera del control romano, pero fue
traicionado y abandonado a su suerte. No pudo evacuar Italia como era su intención y
tuvo que enfrentar militarmente a un enemigo superior. Desde luego la victoria fue
para las legiones profesionales. El destino de Espartaco se pierde en la nebulosa.
Posiblemente murió en batalla. Buena parte de los derrotados capturados fueron
crucificados en la Vía Appia. Así terminó este tan particular episodio de la historia
romana.
78.- Pompeyo.
El millonario Craso, revestido de la aureola de vencedor de Espartaco, se unió entonces
al respetado general Cneo Pompeyo, para utilizar las influencias de ambos para tomar
el poder en Roma. Ambos fueron elegidos cónsules para el año 70 A.C. Cneo Pompeyo
era vástago de una rica familia, pero provincial, y partidario moderado del bando
popular. Ello, a pesar de no ser un hombre del sistema ni ser bien mirado inicialmente
por la casta senatorial, no obstó a que pronto alcanzara los más grandes honores de la
República Romana. Se había ganado ya, justificadamente, una aureola de gran militar,
tanto así que relativamente joven obtuvo como reconocimiento, incorporándose a su
nombre el cognomen de Magno o El Grande con que la historia lo conoce.
Terminado el consulado, empezarían los más grandes triunfos militares de Pompeyo. El
año 67 A.C. Pompeyo derrotó y aniquiló a los piratas que infestaban el Mediterráneo
Oriental y amenazaban el crucial suministro de granos a Roma, conquistando sus
bases en Cilicia (Asia Menor). Además, como ya hemos visto previamente al referirnos
a los reinos helenísticos y a Mitrídates, y no es menester repetir, en el período
comprendido entre 65 y 62 A.C. Pompeyo anexó Ponto, Bitinia y la Siria Seléucida a
Roma, y, tras conquistar Jerusalén, convirtió a Judea en reino cliente de Roma, si bien
todavía independiente.
Al final de sus campañas, Cneo Pompeyo Magno había establecido la autoridad romana
en gran parte del Cercano Oriente helenístico, algo que ninguno de sus predecesores
hubiera siquiera soñado. Pompeyo con todos los triunfos militares que ya hemos
mencionado y sus extensas anexiones en el Este, era indiscutidamente el hombre más
poderoso de Roma.
79.- La Conspiración de Catilina.
Pero el problema social continuaba de una u otra forma dentro de Roma. Los enemigos
del bando senatorial seguían activos. Algunos, moderados, como por ejemplo el propio
Pompeyo, actuaban dentro del sistema, pero otros, los exaltados, empezaron a
conspirar en preparación de un golpe de Estado. El líder de este sector sería el patricio
populista y ególatra –pero de origen arruinado- Lucio Sergio Catilina, una especie de
Alcibíades romano, pero, desgraciadamente para él, mucho más propenso a las
falencias que a las virtudes del símil ateniense.
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Sería la famosa Conspiración de Catilina, cuyo objetivo sería, por medios
absolutamente extra constitucionales, ni siquiera guardando las formas tradicionales
que Mario y Sila habían tratado formalmente de procurar, de apoderarse del poder
absoluto en Roma. Y el proyecto iba muy bien encaminado y con muchos aliados. Pero
el año 63 A.C. la conspiración se filtró y llegó a antecedentes de Marco Tulio Cicerón,
entonces cónsul, y fue denunciada por él en el Senado, antes de que el golpe pudiera
ponerse en práctica. Famosos son los discursos de Cicerón contra Catilina, las
Catilinarias, versión latina de las Filípicas de Demóstenes: “¿Hasta cuando colmas
nuestra paciencia Catilina?”.
Tras esto, el Senado destruyó a los conspiradores. Muchos de sus partidarios
desertaron a su líder. Catilina de cualquier forma logró reunir a sus menguadas tropas
y murió –bravamente- luchando al frente de los sublevados. Su imagen, para el bando
senatorial, quedaría como un político populista ávido de poder personal, pero para
muchos miembros del sector popular, como de un “joven idealista” de tendencias
“progresistas” destruido por la reacción. De cualquier forma, la reacción de Cicerón
hacia muchos partidarios de Catlina fue tan dura e implacable, que le creó, de manera
personal y no simplemente política, muchos enemigos mortales que antes no tenía.
80.- El Primer Triunvirato.
A raíz de la conspiración populista de Catilina, los ya mencionados Craso y Pompeyo, y
el joven Cayo Julio César, formaron en 60 A.C. lo que se ha dado en llamar el Primer
Triunvirato, una alianza política secreta y extraoficial, para los tres juntos dominar,
constitucionalmente, el gobierno de la República. César era un aristócrata miembro de
una antigua y noble familia, que aunque empobrecida, tenía amplias conexiones dentro
de la clase senatorial. Pero –al igual que Pompeyo- era parte del bando popular, y
supuestamente admirador de Catilina. Esta alianza tenía por objeto aprovechar la
amplia popularidad del líder popular César en las masas populares, aunada a la gran
fortuna de Craso y al gran renombre y fuerza política del líder consolidado Pompeyo,
para desarrollar una política de interés común.
César, con el apoyo de sus aliados triunviros, fue elegido Cónsul para el año 59 A.C. y
puso en práctica, de acuerdo con sus socios, una campaña social a favor de los
veteranos del ejército, distribuyendo tierras entre los antiguos legionarios. La alianza
siguió estrechándose, a tal nivel que Julia, la única y bella hija de César, fue dada en
matrimonio a Pompeyo, lo que creó una relación familiar entre ambos hombres, que
mientras duró –hasta la muerte de Julia en 54 A.C.- mantuvo la paz entre los dos.
81.- César y la Conquista de la Galia.
Terminando el consulado de César, en 58 A.C., como era costumbre para los cónsules
salientes, fue designado Procónsul de las Galias, y ahí empezaría la real gran aventura
hacia el poder del ambicioso caudillo. Las provincias de César eran originalmente tan
sólo la Galia Cisalpina, esto es la parte de la actual Italia al Norte del río Rubicón,
además de Iliria, y la Galia Narbonense o Transalpina, la parte colindante con el
Mediterráneo de la actual Francia. Esta era toda la región gálica que para ese momento
controlaba la República Romana.
Desde ahí, César, con sus propios medios, y por interés personal, de tipo político y
económico, se las ingenió para desarrollar una brillante guerra de conquista que entre
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los años 58 y 51 A.C. le permitió dominar todo el territorio galo y parte del germano,
hasta la frontera del Rhin. Lo más sorprendente es que César no era militar, sino
político, pero su adaptación a la vida militar fue tan completa que se convirtió ya a una
edad adulta en uno de los grandes líderes militares de la Antigüedad.
De cualquier forma, esta conquista no fue tan fácil como hubiera parecido. No es del
caso reproducir los detalles, que si bien muy interesantes, van más allá de los fines de
esta obra. El hecho es que estando ya la conquista muy avanzada, con control romano
desde el Canal de la Mancha hasta el Rhin, el año 53 A.C. César debió hacer frente a la
altamente exitosa rebelión dirigida por el líder galo Vercingetorix, quien en la célebre
batalla de Gergovia logró derrotar en 52 A.C. al disciplinado ejército romano. Pero al
final César prevaleció y, en la batalla de Alessia, en el mismo año 52 A.C., las tropas
romanas derrotaron en toda la línea a los galos. Capturando -y posteriormente
ejecutando- Vercingetorix, César pacificó definitivamente la Galia en muy poco tiempo.
Como ya hemos señalado, para el año 51 A.C. la conquista estaba concluida. Vendría
ahora la romanización, en un proceso largo, de muchos siglos, y que sería muy intenso
en el Sur, y menos intenso en el Noroeste.
Inclusive con César puso Roma por primera vez pie en la costa meridional de Britania,
isla apenas explorada, pero ya circunnavegada por los marinos fenicios y griegos en
sus viajes. Estos últimos, quizá por los monumentales acantilados blancos de la costa
de Dover, la habían bautizado como Albión. Siglos después los enemigos de Inglaterra
se referirían a ella, usando este nombre arcaico, como la Pérfida Albión. Pero ello no
forma parte de esta historia. El hecho es que César, tras un corto reconocimiento del
terreno, determinó no proseguir la conquista de la isla y se reembarcó con sus tropas a
la Galia. También puso César pie en la orilla derecha del Rhin, pero tampoco inició una
penetración decidida en tierras germanas.
82.- La Tragedia de Craso en Oriente.
En el intertanto, Craso pasó a administrar la rica provincia de Siria, una gran fuente de
riqueza. Desde ahí decidió igualar la gloria militar de Pompeyo y César. La derrota de
Espartaco no podía compararse con la gloria y las conquistas de sus socios. Así que
inició una guerra privada contra el reino parto, con la finalidad de conquistarlo y
anexionarlo. En vez de invadir Partia desde Armenia, donde habría tenido apoyo, lo
hizo directamente a través del Éufrates. El año 53 A.C. tuvo lugar la célebre batalla de
Carras, en la cual el ejército romano, mal dirigido por Craso, fue derrotado y
aniquilado por los partos. Craso, junto con 20.000 de sus hombres, halló la muerte
como consecuencia de esta batalla, una de las más trágicas derrotas de la historia
republicana de Roma. La cabeza del general romano fue entregada al rey parto, quien
la conservó como trofeo, junto con los estandartes de las legiones derrotadas. Además
10.000 soldados romanos, que prefirieron rendirse antes que ser exterminados,
padecieron un doloroso cautiverio de décadas a manos de los partos. Recién 33 años
después, el año 20 A.C., en tiempos de Augusto, Roma pudo negociar la devolución de
los estandartes capturados y de los pocos restos localizables de su ejército. Pero el
destino de éste se había perdido ya misteriosamente en la nebulosa.
De estos prisioneros surgió la historia semi-legendaria de la llamada “Legión Perdida”,
relatada parcialmente por Plutarco y Plinio. Esclavizados fueron llevados por los partos
a la zona de Bactriana, donde algunas unidades, para escapar el cautiverio, aceptaron
enrolarse para defender los límites orientales del reino parto contra los hunos. Ahí
desaparecerían de la historia sin dejar rastro. Pero, aparentemente, las crónicas chinas
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de la época hablan que hacia el año 36 A.C. los ejércitos chinos enfrentaron en el
Turquestán, en la ciudad de Tizhi, en la actual Uzbekistán, a un altamente disciplinado
contingente militar de origen desconocido, pero caucásico, que construía empalizadas
de madera y que se defendía formando con sus escudos una estructura idéntica a la
Testudo romana. Rendida la ciudad, aproximadamente mil prisioneros de este peculiar
–y admirable- ejército fueron trasladados por los chinos al desierto de Gobi, para
proteger dicha frontera de su imperio. A este asentamiento los chinos lo llamaron LiJien, que no significa otra cosa que “Legión”. Con los siglos este asentamiento
fronterizo habría quedado arrasado. Pero existe la posibilidad de que efectivamente se
hubiese tratado de un cuerpo de soldados romanos perdidos en la inmensidad de Asia
Central, incapacitados, por diversos factores (distancia, número, avituallamiento,
libertad de desplazamiento, etc.) de volver a casa imitando a Jenofonte y sus Diaz Mil.
Habrían sido de la gran avanzada de Occidente en una zona a la cual ni siquiera los
griegos helenistas de Bactriana y la India habían alguna vez llegado.
83.- La Guerra Civil entre César y Pompeyo.
El proconsulado de César en la Galia, originalmente de cinco años, había sido
extendido posteriormente por cinco años adicionales. Con esto, debido a los fabulosos
e inesperados éxitos de César en Europa, se produjo el conflicto personal, por celos,
entre César y Pompeyo, que de aliados se convirtieron en enemigos. Esto en
momentos en que el Primer Triunvirato había dejado de existir como consecuencia de
la muerte de Craso y había concluido la alianza familiar entre César y Pompeyo, por la
muerte de Julia. Pompeyo, por su situación política particular, se había puesto
abiertamente en manos del bando senatorial, mientras que César quedaba como
peligroso líder popular.
Pompeyo logró el apoyo de Senado y obtuvo que se le solicitara a César volver de la
Galia una vez terminado su segundo proconsulado. Esto puso a César entre la espada
y la pared, pues sabía que volviendo a Roma como simple ciudadano privado estaría a
la merced de sus envidiosos enemigos. Así que tomó su gran decisión histórica.
El año 49 A.C., César, desobedeciendo órdenes del Senado dictadas por Pompeyo,
cruzó con un ejército armado el Río Rubicón, la frontera entre la Galia e Italia, y entró
abiertamente en rebelión contra el Senado. Es famosa la supuesta frase de César al
atravesar el cauce: “Alea iacta est“ (La suerte está echada). Había empezado una
nueva guerra civil. Ella se desarrolló entre los años 49 y 46 A.C., en todos los teatros
del Mediterráneo.
César primero obligó a Pompeyo a huir primero a Brindisium y luego a evacuar Italia.
Con la península ya en su poder, para no desguarnecer su flanco occidental, determinó
dirigirse por vía terrestre a Hispania, donde se encontraba el fuerte de las legiones
senatoriales. Derrotó a los pompeyanos cerca de Lérida, y dueño ya de Hispania, pudo
concentrarse en el ataque contra el cuartel de Pompeyo en Grecia. Zarpando de Italia
César desembarcó el año 48 A.C. con sus tropas en la ciudad epirota de Dyrrachium,
donde fue derrotado por Pompeyo. Pero César supo salir airoso de la adversidad,
salvando a todo su ejército. Pocos meses después tuvo el encuentro decisivo entre
César y Pompeyo, la célebre batalla de Farsalia, en Grecia, del cual resultó la total
derrota del segundo. Tras esto, parte de los líderes senatoriales, especialmente Metelo
Escipión y Catón El Joven, huyeron a África, para continuar la resistencia, mientras que
Pompeyo inició un periplo en fuga que lo llevó a Egipto, adonde César lo siguió en
persecución.
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Estando en Egipto Pompeyo fue traicionado por el rey Ptolomeo XIII, y asesinado. Este
gesto, en vez de atraer el favor de César resultó en la furia de un hombre que
respetaba a su enemigo, lo que motivó que destituyera al monarca lágida y pusiera en
su lugar a su hermana Cleopatra. La relación sentimental que surgió en Alejandría
entre el general romano y la bella reina griega de Egipto es ya famosa y novelesca. De
ella nació Cesarión, el único hijo varón de César.
Muerto Pompeyo, César quedó entonces dueño de la situación, y amo absoluto del
mundo romano, oficialmente reconocido como Dictador por el Senado. Todavía tuvo
César que hacer frente en Oriente a enemigos externos de Roma. Conocido es su
lacónico mensaje al Senado después de derrotar en 47 A.C. a Farnaces, hijo de
Mitrídates, en la batalla de Zela: “Veni, Vidi, Vici” (Vine, Vi, Vencí).
Pero todavía quedaba un importante foco de resistencia del bando senatorial en la
provincia de África, dirigido por Metelo Escipión y Catón El Joven, conformado por diez
legiones regulares del ejército romano; y contando como aliado al rey Juba I de
Numidia. Terminando el año 47 A.C. César desembarcó con sus tropas en la Península
Púnica y el año 46 A.C. tuvo lugar en Tapso la última gran batalla de la guerra civil, en
la cual murió Metelo Escipión. Las tropas cesarianas efectuaron una masacre de los
vencidos, aunque aparentemente esto sucedió contra las órdenes expresas de César.
Las últimas tropas conservadoras se rindieron en la ciudad de Útica, entonces capital
del África romana. Catón El Joven se suicidó. Paralelamente a estos hechos es que,
entre los años 49-46 A.C., César ordenó –con la gran visión de futuro que siempre lo
caracterizó- la refundación, ahora como ciudad romana, de Cartago.
84.- Julio César, Amo de Roma.
Volvió César a Roma en 45 A.C., y ascendió fulminantemente en el camino al poder
total. Fue designado cónsul anual por tercera vez, luego único cónsul, después cónsul
por 10 años, y finalmente dictador de por vida. Así estaba su situación oficial en marzo
del año 44 A.C. Dentro de lo que aparentemente era la estructura republicana, César
estaba pavimentando el camino para la monarquía, pero sin asumir nunca el título de
Rex que no era de buenos recuerdos en Roma. Inclusive, en una fingida ceremonia, su
lugarteniente Marco Antonio le ofreció directamente a César una diadema real, que
éste, teatralmente, rechazó con todo el pueblo como testigo.
Además, César tuvo una gran virtud, pues dentro de su gran sabiduría política sabía
ser generoso, y no dudó en perdonar a todos sus enemigos. A diferencia de las
masacres cometidas por Mario y Sila, el triunfo de César fue seguido de una época de
paz. Estableció un gobierno personal, realmente bienintencionado, que cambiaría para
siempre el curso de la historia. No hay duda que la bonhomía de César le costó la vida,
pero dejó para la posteridad la imagen de un sabio estadista que sabía atraerse
también a sus enemigos para la consecución de fines superiores.
Con Julio César empezaría una nueva forma de contabilizar los años, lo que se ha
llamado el Calendario Juliano. Corrigiendo errores existentes en el calendario romano,
César estableció a partir del 1° de enero del año 45 A.C., basado en el calendario
egipcio, un año solar de 365 días y 6 horas, dividido, perfectamente, en meses
alternados de 30 y 31 días, con un día adicional cada 4 años. Los nombres de los
meses fueron tomados del antiguo año lunar romano, que originalmente no empezaba
en Enero, sino en Marzo, y de ahí algunos meses tenían nombres relacionados a dioses
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romanos, y otros tantos nombres determinados por su posición numérica en el orden
cronológico del año. Digamos que Marzo, Abril, Mayo y Junio, al principio del año, y
Enero y Febrero, al final, tenían nombres propios. Con César el comienzo del año se
estableció en enero. Por cuestión de orgullo personal, César denominó al quinto mes
del año, de 31 días, con su nombre: Julio. Seguían un sexto, y nuestros conocidos y
Septiembre (séptimo), Octubre (octavo), Noviembre (noveno) y Diciembre (décimo).
Este sistema es el que nos rige actualmente, con sólo dos leves modificaciones, a las
cuales nos referiremos en el curso de esta obra.
Al respecto, los romanos tenían dos fechas claves para identificar los días de sus
meses: las “Calendas”, que identificaban el primer día de cada mes, y los “Idus”,
correspondientes a los días 15 de los mismos. Este dato, que parecería tan superfluo,
es de gran importancia para explicar los acontecimientos venideros.
85.- Los Idus de Marzo y el Asesinato de César.
No obstante las bondades del régimen cesariano, existían fuertes sectores que
claramente veían a dónde iba la ruta de César, a convertirse en monarca, y no
deseaban ver morir la vieja institucionalidad republicana, por muy fracasada que
estuviese. Son los que planificaron su muerte, en lo que hasta la fecha es tal vez el
más famoso asesinato político de la historia. Éste tuvo lugar los famosos Idus (día 15)
de marzo del año 44 A.C., cuando el valiente y confiado César, desarmado, y contra
los consejos de su esposa Cornelia y sus cercanos, y desoyendo malos augurios que le
habían sido vaticinados, hacía su ingreso en solitario al edificio donde funcionaba
provisionalmente el Senado, en el Teatro de Pompeyo, en vista que el viejo edificio de
la Curia en el Foro –la Cura Cornelia- acababa de ser abandonado y el nuevo edificio –
la todavía existente Curia Julia- estaba todavía en construcción. Ahí los conspiradores,
en número superior a 40, encabezados por Marco Junio Bruto, lo esperaron, clavando
cada uno su daga en el cuerpo del estadista, que cayó muerto a los pies de la estatua
de Pompeyo. César alcanzó a defenderse, pero, dándose cuenta que su salvación era
imposible, tapó su cara con su toga y se preparó a morir.
La participación de Marco Junio Bruto, en quien César confiaba ampliamente, y al que
ya había perdonado la vida una vez, fue un golpe para el moribundo dictador.
Aparentemente César cubrió su cara con la toga de decepción al ver que Bruto era
quien dirigía la conspiración. Pero la versión shakesperiana, posiblemente derivada de
una licencia literaria, en que César al verlo le dice “¿Y tú, Bruto?”, ha calado muy
hondo en la memoria colectiva de Occidente. También la versión de otros cronistas, en
la cual César habría señalado “¿Y tú también, hijo mío?”. Hasta el día de hoy son las
más famosas frases de decepción ante el traidor.
La masa de conspiradores era demasiado heterogénea para estar organizada, pasando
por patriotas de corazón, principalmente Marco Junio Bruto y Cayo Casio, hasta
enemigos políticos y personales de César, y no supo asumir el poder. Recién muerto
César trataron de aprovechar el Momentum para hacerse del gobierno, pero les faltó la
verdadera capacidad de apoderarse del mismo.
El Senado, después de un discurso del gran orador Cicerón, acordó dar una amnistía a
los asesinos, básicamente para evitar un nuevo baño de sangre. Tras esto vino el
funeral de César, en el cual Marco Antonio, el segundo hombre de César, además de
su primo, ofreció una de las más famosas eulogias de la historia, una verdadera joya
de oratoria. Al leer el testamento de César ganó a las masas para la causa del difunto,
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a la que enemistó con los asesinos, y de paso, se convirtió, por un momento, en su
moderado sucesor aparente y en la cara visible de sus partidarios.
Resuena todavía en forma grandiosa la versión que da Shakespeare del moderado tono
con que comienza este discurso fúnebre: “Amigos, Romanos, Compatriotas; por favor,
prestadme vuestros oídos. Vengo a enterrar a César no a ensalzarlo …”. El discurso
fúnebre Marco Antonio encendió el ánimo de la gente en contra de los asesinos de
César, representados básicamente por Bruto y Casio. La moderada eulogia se convirtió
repentinamente, poco a poco, en una apología, y los ánimos de la población,
inicialmente propensos a los conspiradores, se tornaron a favor del asesinado.
Pero, no sintiéndose los partidarios de César lo suficientemente poderosos ni seguros
de su control de Roma, mantuvieron una actitud muy moderada frente a los asesinos
de su líder. Cuando mucho los expulsaron de Roma, sin tomar medidas más
aventuradas.
César estaría ya muerto, pero su obra sería indeleble. Su fallecimiento prematuro –a
diferencia del de Alejandro Magno- no pudo ya cambiar el nuevo curso de la historia.
La República, como institución de gobierno efectiva, había dejado de existir. Una nueva
época empezaba. El hecho es que con Julio César había quedado establecida
efectivamente la monarquía romana. Su muerte no hizo nada más que traspasar su
poder a sus sucesores. En su obra Historia de Roma el gran historiador alemán
Theodor Mommsen desarrolla plenamente su estudio de la transformación de la
República Romana en una monarquía militar de la mano de César.
86.- El Segundo Triunvirato.
Muerto Julio César, y tras un período de aparente calma y moderación, como ya hemos
señalado, siguió un año en el cual Marco Antonio creyó ser la cabeza de Roma y dirigir
el bando cesariano. Pero Antonio, si bien un gran militar resultó ser un muy mediocre
estadista, y le salió al paso un feroz competidor: Cayo Octavio, sobrino nieto, hijo
adoptivo y heredero de César. Nacido en año 63 A.C., y por lo tanto muy joven al
momento de la muerte de su tío, era nieto de Julia, la hermana de César. Al morir su
tío, Octavio se encontraba en Iliria, y volvió presuroso a Roma, sin saber que en su
testamento César lo había adoptado como hijo y designado su heredero político y civil.
A partir de ese momento pasó a llamarse Cayo Julio Cesar Octaviano. Marco Antonio,
que se creía con derechos propios para dirigir el bando cesariano, resintió la aparición
de este muchacho al que veía como un intruso. La rivalidad que surgió entre los dos
hombres llevó a las puertas de una guerra civil dentro de los propios partidarios de
César. Cicerón tomó abiertamente partido en contra de Antonio, a través de
encendidos discursos –también llamados catalinarias- en el Senado, los cuales
debilitaron mucho la autoridad de Antonio en la ciudad.
Antonio y Octavio se reconciliaron finalmente por el bien de su causa y se asociaron a
un tercer hombre, Marco Emilio Lépido, dando vida en 43 A.C. a lo que la historia ha
conocido como el Segundo Triunvirato. Pero mientras que el Primer Triunvirato no fue
más que una simple alianza secreta e informal, éste sí revistió carácter oficial,
legalmente sancionado por el Senado.
Lograda esta alianza, los triunviros iniciaron finalmente en 43 A.C. la revancha contra
los asesinos. Empezó así una nueva y muy cruel guerra civil. Marco Antonio, por su
innegable capacidad militar, asumió el mando de las tropas leales al asesinado
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dictador. Roma volvió a vivir los horrores de la antigua guerra civil entre Sila y Mario.
Las venganzas mutuas y asesinatos ensangrentaron nuevamente a la casta senatorial.
La venganza de los aliados de César contra sus asesinos fue terrible. Inclusive el
propio Cicerón, sindicado como enemigo personal de Marco Antonio, murió asesinado
por acuerdo de los triunviros.
Los conspiradores armaron su propio ejército, y procuraron hacerse del poder, mas,
imposibilitados de controlar Roma, decidieron organizarse en Oriente para reconquistar
la capital. Pero la victoria correspondió a los partidarios de César. Marco Antonio y
Octavio cruzaron con sus tropas a Grecia y derrotaron a las tropas de Bruto y Casio en
la célebre batalla de Filipos, el año 42 A.C. Los dos jefes de la facción anticesariana se
quitaron la vida.
A partir de ese momento, victoriosos, Marco Antonio y Octavio se dividieron la
administración del mundo romano. Octavio quedó en Roma, donde fortaleció su
posición como heredero de César y afianzó las fronteras, mientras que Marco Antonio
administró el Oriente y luchó contra los partos. Por su parte, Lépido, primero quedó a
cargo de las provincias de Hispania y África, después, el año 36 A.C. fue expulsado del
Triunvirato y alejado del poder, quedando relegado al puesto meramente ceremonial –
pero importante- de “Pontífice Máximo” o Pontifex Maximus, Jefe Supremo de la
religión oficial romana.
Octavio dio un pasó históricamente decisivo cuando el año 42 A.C., como parte de la
política de italianización de la Galia Cisalpina, determinó su anexión directa a la Italia
propiamente dicha, esto es al territorio metropolitano de Roma. Así la Italia romana
llegaría definitivamente hasta los Alpes. Para esos momentos la población al Norte del
río Po ya estaba ampliamente latinizada.
Antonio, inició una campaña militar contra los partos, que habían apoyado, inclusive
con hombres, a Bruto y Casio. Pero en su vuelta a casa, a través de Armenia, sufrió en
36 A.C. una grave derrota militar en la cual perdió más de 20.000 hombres. Pero se
resarció con importantes triunfos posteriores en territorio armenio el año 34 A.C.
87.- Marco Antonio y Cleopatra.
En Egipto Marco Antonio, al igual que César antes que él, cayó bajo el embrujo de la
bella Cleopatra, que sabía usar a los hombres importantes para sus fines particulares.
Ello trajo problemas familiares con Octavio, ya que Marco Antonio estaba casado con
su hermana, la muy hermosa y joven Octavia. Pero la fascinación por Cleopatra pudo
más que la lógica humana. De cualquier forma, la relación con la reina egipcia sería en
realidad sólo la excusa para desencadenar la guerra definitiva por el poder entre
Octavio y Marco Antonio. Además, la existencia de Cesarión, hijo de César y Cleopatra,
y protegido por Marco Antonio, era un gran peligro para Octavio, si es que quería
hacerse del poder en Roma.
Pero Marco Antonio vio su situación sumamente debilitada en Italia, primero por el
excesivo orientalismo en que envolvió su vida, y segundo por la fortaleza que cada día
adquiría la figura del sobrino nieto de César. Cometió, como gobernante romano del
Este, grandes pecados difíciles de perdonar. Ente otras cosas efectuó a Egipto y a sus
tres hijos tenidos con Cleopatra cesiones de territorio romano que ningún patriota
romano hubiera jamás contemplado: su hijo Alejandro Helios fue hecho rey de
Armenia, efectivamente conquistada por Antonio, y de Media y Partia, que distaban de
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estar conquistadas; Cleopatra Selene fue hecha reina de Cirenaica y Libia; y Ptolomeo
Filadelfo recibió Siria y Cilicia. Además, Antonio proclamó a Cesarión como único y
legítimo heredero de César. Ya con esto se enajenó gratuitamente a Octavio, y
seguramente con ello condenó a muerte, a la larga, a Cesarión.
Claramente se ve que Marco Antonio no era bajo ningún aspecto un estadista. Theodor
Mommsen lo retrata como un gran lugarteniente de César, un hombre leal a su jefe y
amigo, pero un individuo incapaz de asumir por él solo funciones de gobernante; a
diferencia de Octavio, que supo seguir la senda de su padre adoptivo.
Al final, en 32 A.C. expiró, sin renovarse, el Segundo Triunvirato. Al año siguiente
Octavio, después de sembrar en Italia el sentimiento de descontento contra Marco
Antonio y Cleopatra, declaró la guerra a Egipto. En el año 31 A.C. la escuadra de Marco
Antonio y Cleopatra fue derrotada en Anzio. Acá Antonio dejó una muestra de su
debilidad y de sus pecados como estadista: cuando la reina egipcia y su flota se
retiraron unilateralmente de la lucha, Marco Antonio abandonó a sus hombres en el
momento que más se le necesitaba, y cuando la derrota era muy reversible todavía, en
pos de su amada. Ya no regresó con sus hombres y éstos terminaron rindiéndose,
decepcionados de su líder. Prácticamente todos se unirían voluntariamente a los
ejércitos de Octavio. La suerte de Marco Antonio y Cleopatra quedó echada. El año 30
A.C. los romanos tomaron Alejandría, y anexaron al Egipto helenístico. Jurídicamente,
Egipto, por su importancia, no quedaría como simple provincia romana, sino como un
reino en unión personal con los emperadores.
Primero Marco Antonio, por la espada, y posteriormente Cleopatra, haciéndose morder
por una serpiente áspid, cometieron suicidio. Y el joven Cesarión (Ptolomeo XV) fue
prontamente asesinado. Su existencia era demasiado peligrosa. No obstante, Octavio
cuidó de los hijos de Marco Antonio y Cleopatra, y una de las hijas, Cleopatra Selene,
fue dada en matrimonio al rey Juba II de Numidia, sellando una alianza familiar entre
este reino norafricano y Roma.
88.- Augusto y el Principado.
Octavio era el entonces ya el dueño de Roma. Y seguro de su ya aplastante poder, no
dudó en conducir una sabia política, aparentando que tras tantas guerras civiles la
República volvía a funcionar como en los antiguos tiempos. Restituyó al Senado
muchas de sus facultades, y lejos de imitar la acumulación sucesiva de cargos de Julio
César, se reservó para sí tan sólo algunos puestos claves.
El año 27 A.C. vino la consagración oficial y definitiva del poder unipersonal de
Octavio. El Senado, agradecido con Octavio, designó al hijo adoptivo de César Princeps
o Príncipe y le otorgó el nombre de Augusto. A partir de ese momento, cuando Octavio
pasó a llamarse Augusto, y convertido oficialmente en el primer ciudadano de la
República, se entiende que comienza el Principado, la primera etapa del Imperio
Romano.
El origen del término “emperador” es muy interesante, y debemos mencionarlo en
nuestras líneas. En verdad, el que empezó a usarlo fue César. Si bien el
establecimiento de la monarquía ya con César era un hecho, él jamás osó adoptar el
título de Rex, detestado por la tradición romana. Si bien siguió usando el título
constitucional de “cónsul” y el extraordinario de “dictador”, adoptó también el título de
Imperator, que se le daba en Roma tradicionalmente a los generales victoriosos, y que
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estaba también relacionado al término legal Imperium, que era la facultad de hacer
cumplir las leyes en derecho romano. El término Imperator comenzó entonces a
asociarse con la figura de este nuevo monarca romano, al que no podía llamarse Rex.
Tras esto, el título Imperator siguió en uso con Augusto y sus sucesores, designando a
una nueva forma de monarca.
Bajo Augusto se produjo el cambio definitivo en la institucionalidad romana, surgiendo
en la práctica una monarquía de tipo constitucional, aunque bajo la formalidad externa
de las instituciones republicanas. Para todos los efectos la República siguió existiendo,
y sus instituciones y magistrados continuaron desarrollando su labor al igual que lo
hacían desde hace siglos. El “Emperador”, oficialmente el “Príncipe”, ejercía
verdaderamente el poder, pero respetando los órganos republicanos, contentándose
por lo general con reunir en su persona alguna de las magistraturas principales,
especialmente el consulado. El consulado siguió existiendo como magistratura anual
colegiada hasta tiempos del emperador Justiniano, en el siglo VI D.C. Así fue de
benéfico el gobierno de Augusto y de sus sucesores, por muy malos gobernantes que
algunos hubieran llegado a ser y a pesar de la muy mala fama que tuvieran, por
ejemplo, hombres como Calígula o Nerón.
La administración del Imperio quedó dividida entre el emperador y el Senado, de
acuerdo a un cogobierno o Diarquía que luego explicaremos. El hecho es que el
Imperio siguió siendo bien administrado, y las provincias progresaron al amparo de la
Pax Romana que empezara con Augusto.
En el campo interno, la época de Augusto sería una de las más ricas de la cultura
romana. Grandes literatos e historiadores, de la talla de un Virgilio, un Horacio o un
Tito Livio darían lustre a la lengua latina. Roma se convirtió verdaderamente en una
gran capital, a tal nivel que el propio Augusto declaraba que había recibido una ciudad
de ladrillos y que él la dejaba de mármol. Uno de los hombres más importantes en la
vida cultural de la Roma de esta época sería Cayo Mecenas (70 A.C.-8 D.C.), íntimo
amigo de Augusto, hombre de gran fortuna, y el gran promotor de la cultura que
conoce la Antigüedad. Su nombre ha quedado en la historia.
Y el Imperio se extendió hasta alcanzar fronteras naturales fácilmente defendibles. En
19 A.C. el general Agripa, hombre de confianza de Augusto, sometió a los pueblos
montañeses del Noroeste de Hispania, con lo que se anexó la última parte aún no
ocupada de la Península Ibérica. Los ejércitos de Augusto establecieron, asimismo,
cuatro nuevas provincias sobre el Danubio: Retia y Noricum (ambas 16 A.C.), Panonia
(13 A.C.) y Moesia (6 D.C.). Con ello se incorporaron al Imperio todos los territorios
fronterizos al Sur del Danubio. Asimismo, en el Este el Imperio negoció una paz con los
partos. Al morir Augusto la autoridad romana se extendía ya por toda la cuenca del
Mediterráneo, con exclusión de algunas regiones como Tracia o Mauritania, que, no
obstante, ya eran Estados vasallos de Roma y pronto serían completamente anexados.
En Europa la frontera septentrional del Imperio quedó definitivamente fijada en los ríos
Rhin y Danubio. De hecho, los romanos lograron avanzar el limes -el límite- imperial
hasta el mismo río Elba, en el corazón de Germania, y seguramente ahí habría
permanecido de no ser por la imprudente y negligente expedición del general Varo,
que con sus tres legiones fue derrotado por una sorpresiva insurrección germana,
encabezada por el caudillo Arminio, en la famosa batalla de la Selva de Teotoburgo
(Teutoburger Wald), cerca de la actual ciudad alemana de Osnabrück, el año 9 D.C.
Las implicancias geopolíticas de esta grave derrota romana las analizaremos más
adelante. Pero el golpe para el sistema militar fue tremendo y afectó psicológicamente
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muy fuerte a Augusto. Se cuenta que en las noches se le oía gritar desesperado:
“Varo, devuélveme mis legiones”. Los números y nombres de las tres legiones perdidas
(las XVII, XVIII y XIX) nunca serían reestablecidos en el ejército imperial, en señal de
luto.
Como dato anecdótico, es importante señalar que Augusto, en honor a su rango,
modificó levemente el calendario creado por Julio César. No quiso ser menos que su
tío, así que optó también por asignarle su propio nombre a un mes, y el honor recayó
en el sexto, inmediatamente después de Julio. Este sexto mes fue bautizado como
Augusto, nuestro actual Agosto en castellano (aunque en varios idiomas aún sobrevive
la forma original). Pero como el sexto mes tenía sólo 30 días, uno menos que Julio,
Augusto solucionó el impasse traspasándole un día del mes más corto, Febrero, a su
propio mes. Así Agosto quedó también con 31 días, al igual que Julio, y Febrero con
sólo 28, a los cuales se agregaría un día adicional cada año bisiesto. Tras esto el
Calendario Juliano seguiría inmodificado por 16 siglos, hasta las reformas que en el
año 1582 le haría el Papa Gregorio XIII, por las cuales ahora hablamos de Calendario
Gregoriano. Nos referiremos a ellas en la segunda parte de esta obra.
89.- La Gloria de la Lengua Latina.
Así como Roma su extendía por el mundo, también su lengua se refinaba y alcanzaba
un elevado nivel, que le permitió llegar a equipararse al griego. El latín se convirtió en
un verdadero idioma literario, y la literatura en esta lengua alcanzó su momento de
mayor riqueza en el período comprendido entre los cien años antes y los cien años
después del nacimiento de Cristo, concretamente en el período final de decadencia de
la República y la primera época del Principado.
Uno de los primeros grandes literatos latinos es Marco Pocio Catón (234-149 A.C.),
también llamado Catón El Censor o Catón El Viejo. Gran político, militar y orador, de
origen plebeyo, luchó exitosamente en Hispania contra los cartagineses en la Segunda
Guerra Púnica. Después dirigió la pacificación de Hispania y luchó contra los seléucidas
en Grecia. En 191 A.C. dirigió a las tropas romanas en la también llamada Batalla de
las Termópilas (que no debemos confundir con la mucho más importante batalla
homónima entre espartanos y persas de 480 A.C.). Tras esto, para alejar a los aliados
griegos de los monarcas seléucidas, ofreció un importante discurso en el Ágora de
Atenas, pero, consecuentemente con sus ideas patrióticas romanas, lo hizo en latín.
Como Censor se convirtió en el más importante defensor de las costumbres
tradicionales romanas, amenazadas por la cada vez mayor tendencia helenizante.
Además, se hizo famoso por –como ya hemos relatado- por cerrar todos y cada uno de
sus discursos en el Senado con la frase Delenda est Carthago (Hay que destruir a
Cartago). Se dice que sin sus escritos, sus discursos y su lucha en pro de la cultura
latina, el griego pudo haber subyugado al latín como idioma de Roma. Se conserva de
él sólo una obra, De Agri Cultura (Sobre la Agricultura). También restos de su obra
Orígenes, sobre la historia de Italia. Pero sus discursos son los que más fama le han
dado. Durante la época romana se conservaron alrededor de 150 de los mismos.
Aparentemente estos discursos fueron compilados y publicados después de su muerte.
Catón el Censor no debe ser confundido con su también conocido bisnieto, el filósofo
estoico y escritor Catón El Joven (95-46 A.C.), también llamado Catón de Útica,
contrario al Primer Triunvirato y después enconado enemigo de Julio César. Fue uno de
quienes quiso obligarlo a resignar su comando en la Galia, lo que a la larga
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desencadenó el cruce por César del Rubicón. Después de la batalla de Farsalia, Catón
El Joven se encerró para defenderse en la ciudad africana de Útica. Derrotado Catón y
su aliado Metelo Escipión en Tapso, Catón, no dispuesto a someterse a César, se
suicidó en la misma Útica.
De muy similar importancia a Catón El Censor, pero en una época ya muy distinta,
sería Marco Tulio Cicerón (106-43 A.C.). Fue un gran jurista, escritor, político, orador y
filósofo, de origen plebeyo. Como defensor de las instituciones tradicionales
republicanas fue abiertamente contrario a César, pero también un hombre público muy
voluble en sus políticas. No mantuvo una línea siempre uniforme. Por ejemplo, su vida
personal estuvo bastante alejada de la vieja moralidad tradicional propugnada por
Catón El Censor. El año 63 A.C., a través de sus ya mencionadas Catilinarias, destapó
y puso en evidencia la conjura de Catilina. Si bien apoyó a Pompeyo contra César,
supo reconciliarse con éste. Pero Cicerón moriría después, en el curso de las purgas
del Segundo triunvirato contra sus enemigos, puesto que era enemigo personal
declarado de Marco Antonio.
Escribió, siempre en latín, una buena cantidad de Diálogos sobre temas diversos y
muchas obras sobre el buen gobierno, oratoria, historia, etc. Gran parte de sus
discursos han llegado hasta nosotros. Cicerón fue tal vez el más grande de los
oradores romanos, por su elocuencia, el símil latino del gran Demóstenes ateniense.
Otra de las grandes virtudes de Julio César es que fue un excelente literato, un gran
artesano del idioma latino y fuente invaluable para un período de la historia romana.
Sus dos grandes obras Comentarios de la Guerra de las Galias y Comentarios de la
Guerra Civil, a pesar de bastante dúctiles a sus intereses políticos y manejar la
información en su provecho, representan un gran ejemplo de la época dorada de la
literatura latina. Al mismo tiempo proporcionan una inestimable información de los
acontecimientos políticos y militares de la época. César forma parte de esa serie de
brillantes hombres de armas y estadistas que –al estilo de Jenofonte- pudieron
plasmar en obras inmortales sus hazañas. Émulos posteriores serían varios de los
conquistadores españoles del Nuevo Mundo, como Hernán Cortés (Nueva España) y
Pedro de Valdivia (Chile), que en sus Cartas de Relación al emperador-rey Carlos V
supieron utilizar su capacidad literaria a favor de sus necesidades políticas.
Como historiador de la época resalta desde luego Tito Livio (59 A.C.-17 D.C.), nacido y
muerto en Padua, quien a través de su Historia de Roma, conocida también como Ab
Urbe Condita Libri, relató la historia de Roma desde su fundación de la ciudad hasta el
reinado del emperador Augusto, de quien el escritor era amigo personal. La magna
obra constaba originalmente de 142 libros, divididos en Décadas o grupos de 10 libros.
De ellos, sólo han llegado 35 libros hasta nuestros días: la Primera Década completa,
del 1 al 10, y del 21 al 45. La Primera Década relata la historia de los primeros siglos
de Roma, desde la fundación en el año 753 A.C. hasta 292 A.C.; los otros libros relatan
la Segunda Guerra Púnica y la conquista romana de la Galia Cisalpina, Grecia,
Macedonia y parte de Asia Menor. De cualquier forma, si bien gran parte de la obra
global se ha perdido, un escritor anónimo escribió un Epítome –un resumen temáticopara cada uno de los libros. Esos Epítomes han llegado hasta nosotros y nos permiten
saber cuáles era el temario y el orden narrativo originales de Tito Livio. Además, Tito
Livio nos ha dejado en esta misma Historia de Roma una muy interesante ucronía, en
la cual plantea el caso hipotético de qué hubiera pasado si Alejandro Magno hubiera
dirigido su campaña conquistadora hacia Occidente.
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En la poesía épica destaca desde luego Virgilio (70-19 A.C.), gran amigo de Mecenas y
Augusto. Su obra más importante es La Eneida, en la cual relata la aventura del
príncipe troyano Eneas, su periplo por el mundo, y su llega a Italia. Se trataría de una
verdadera continuación latina de las obras homéricas. Señala la tradición que escribió
la obra antes de viajar efectivamente a Asia Menor y Grecia, y que después del viaje
volvió a Italia muy enfermo, y en cierta medida desilusionado con las fallas que
encontró tenía su creación, así que moribundo pidió a su amigo Augusto que mandara
destruir las copias existentes. Pero el emperador, admirador de la belleza literaria de
La Eneida, no cumplió la petición. Otras dos obras muy conocidas de Virgilio son las
Bucólicas o Églogas, una colección de diez hermosos poemas líricos; y las Geórgicas,
un poema dedicado a las labores agrícolas, encargado por Mecenas.
Importante orador, filósofo y pensador fue el cordobés Lucio Anneo Séneca (4 A.C.-65
D.C.), quien nos ha dejado importantes escritos filosóficos, diálogos y tragedias. Fue
famoso por ser preceptor del emperador Nerón y por la influencia bienhechora que
ejerció en los primeros años de su reinado. Después de que Nerón asesinara a su
madre Agripina y se convirtiese en autócrata, comenzó a declinar la influencia de
Séneca. Terminó suicidándose, para escapar de una humillante muerte a manos de su
antiguo pupilo.
Como poeta lírico y satírico destaca desde luego Horacio (65 A.C.-8 D.C.), hijo de un
liberto y por lo tanto de origen humilde, aunque muy bien educado por su padre.
Originalmente fue partidario de Bruto y Casio, le que le trajo la confiscación de sus
propiedades, pero luego se hizo gran amigo de Mecenas y así llegó a acercarse al
propio Augusto. En un primer período de su vida escribió Sátiras, en épocas
posteriores Odas y Epístolas.
Un poco posteriores son varios historiadores de valía. Uno es Cornelio Tácito, o
simplemente Tácito (c.55-c. 120 D.C.), importante político y escritor de la época. Nos
ha dejado pocas obras sobrevivientes, pero muy significativas. Su obra Agrícola relata
la vida de su suegro Julio Agrícola, y toca, entre otras cosas, la campaña de este
militar en Britania, que llevó a la pacificación final de la isla durante el reinado de
Domiciano. Su otra obra, la Germania, es una verdadera eulogia a la nación germánica
allende el Rhin, cuyo origen y costumbres relata en detalle. Es una muy importante
fuente histórica de las características de esta indómita raza. Tiene además dos obras
mucho más extensas, las Historias y los Anales, la primera sobre la historia romana
desde la subida de Galba hasta la muerte de Domiciano, y la segunda desde Augusto
hasta Nerón, pero de ellas se conservan sólo fragmentos.
El otro es el historiador Suetonio (c.70-c. 140 D.C.), que nos ha dejado su gran obra
La Vida de los Doce Césares, en la cual relata, como bien dice su título, la vida de los
gobernantes romanos desde Julio César hasta Domiciano. Muy poco se sabe de su
vida. Aparentemente nació en la famosa ciudad africana Hipona Regio, futura ciudad
natal de San Agustín, y habría sido cercano a Plinio El Joven y al emperador Adriano,
hasta que –por razones no muy claras- cayó en desgracia con éste último.
90.- El Origen de la Dinastía Julio-Claudia.
Uno de los problemas más determinantes para Augusto sería el relativo a su sucesión a
la cabeza del Principado. Augusto buscó mucho, y cuidadosamente, a la persona que
debería sucederlo. La persona elegida fue su segundo hombre, su mano derecha,
Marco Agripa. El período de Augusto y de sus sucesores en la así llamada Dinastía
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Julio-Claudia sería en realidad el gobierno de la aristocracia tradicional romana, pero
en realidad Agripa no sería aristócrata: pertenecía a la clase Ecuestre, no a la
Senatorial. Pero Augusto le pavimentó el camino, e inclusive lo casó con su única hija
Julia (de su primer matrimonio con Escribonia), quien era viuda de su primo Marcelo,
hijo de una hermana de Augusto. Agripa y Julia tuvieron cinco hijos (Cayo César, Lucio
César, Vipsania Julia, Agripina La Mayor y Póstumo Agripa).
Paralelamente a esto, es de hacer ver que Augusto estaba casado desde el año 39 A.C.
con Livia, la cual había estado casada en primeras nupcias con Tiberio Claudio Nerón, y
tenía ya dos hijos de dicho matrimonio: Nerón Claudio Druso Germánico (a quien
llamaremos simplemente Druso) y Tiberio Claudio (a quien llamaremos simplemente
Tiberio). Éstos, siendo realmente miembros de la gens Claudia, y no de la Julia, se
convirtieron en hijastros protegidos de Augusto.
El hecho es que Agripa, el sucesor natural, murió el año 12 A.C. Ante esto, Augusto
tuvo que pensar en otro destacado militar para sucederlo, y la primera opción recayó
en su hijastro Tiberio. Primero, obligó a Tiberio a divorciarse de su primera esposa
(hija del primer matrimonio de Agripa) y a casarse con su propia hija Julia,
precisamente la viuda de Agripa. Se convirtió así en heredero natural, pero no tanto
por el amor que sintiera hacia él Augusto, sino por la capacidad militar y don de
mando, que Augusto consideraba condiciones fundamentales para el hombre que debía
sucederlo.
Como ya señalamos, Tiberio estaba casado de antes con Vipsania, hija de Agripa en su
primer matrimonio, la cual en sí no era miembro efectivo de la familia imperial. Por ello
la necesidad del divorcio y el nuevo matrimonio. Druso, por su parte, estaba –y siguiócasado con Antonia, hija de Octavia -la bella hermana de Octavio/Augusto- y Marco
Antonio. Su unión era entonces mucho más sólida, no sólo desde el aspecto dinástico,
sino como matrimonio muy bien avenido. Druso y Antonia serían los padres de los
después conocidos Germánico, Claudio (el futuro emperador) y Livila. Druso, gran
militar y favorito también de Augusto, falleció el año 9 A.C. en la Galia, tras derrotar
reiteradamente a los germanos en la frontera del Rhin. De ahí el sobrenombre
“Germánico” aplicado legalmente a él y a sus descendientes.
La relación entre Augusto y Tiberio, si bien cercana, no fue fácil. Inclusive Tiberio
estuvo un tiempo exiliado -o autoexiliado- en la isla de Rodas. Pero cuando para el año
4 A.C. estaba claro para Augusto que no tenía otros herederos confiables, por muerte
de algunos o incapacidad de otros, determinó adoptar formalmente a Tiberio, que
consecuentemente pasó a ser un miembro de la gens Julia. La condición de Augusto
fue que Tiberio adoptara también al unísono a su sobrino Germánico (el hijo de Druso),
en el cual Augusto veía gran potencialidad. Así quedó entonces estructurada la
sucesión de Augusto: Su hijo adoptivo (y yerno) Tiberio y luego su sobrino nieto
Germánico.
Germánico, gran general y militar también, casó con su prima segunda Agripina La
Mayor, nieta de Augusto (hija de Agripa y Julia). Dirigió exitosamente la gran campaña
militar que penetró en Germania y vengó la derrota de la Selva de Teotoburgo.
Germánico y Agripina La Mayor tendrían seis hijos, de los cuales destacarían dos: el
futuro emperador Caligula y la futura emperatriz cónyuge Agripina La Menor. Después
desarrolló Germánico una importante campaña militar en Oriente contra los partos.
Falleció el año 19 D.C. en Antioquía en muy dudadas circunstancias. Muchos
contemporáneos creyeron que Tiberio –ya emperador- pudo haber estado involucrado,
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por celos o temor a Germánico. De cualquier forma, Germánico fue enterrado con
todos los honores.
Hemos así explicado en resumen un tema tan trascendente para la primera etapa del
Imperio Romano como fue el de la sucesión de Julio César y Augusto. El gran escritor
británico Robert Graves, en sus excelentes novelas históricas Yo, Claudio y Claudio el
dios y su esposa Mesalina, nos ha planteado una historia mucho más sangrienta de lo
que posiblemente fue.
91.- Los Sucesores de Augusto.
Al morir Augusto el año 14 D.C. lo sucedió entonces, de acuerdo a lo programado,
Tiberio. Gobernó entre los años 14 y 37 D.C. Sería la consagración del principio de
monarquía hereditaria dentro de la llamada dinastía Julio-Claudia. Tiberio sería un
gobernante huraño y muy solitario, pero capaz, que en sus últimos años viviría
recluido en su palacio de la isla de Capri, cerca de Nápoles. En su gobierno se anexaría
definitivamente al Imperio la región cliente de Capadocia, en Asia Menor. Además,
muy importante para el honor romano, en 16 A.C. –como ya hemos mencionado- su
sobrino y presunto heredero Germánico derrotó en Germania a Arminio y recuperó las
águilas imperiales perdidas por Varo en la Selva de Teotoburgo. Ya hemos comentado
las grandes acciones militares y las extrañas circunstancias de la muerte de
Germánico.
El reinado de Tiberio sería uno de los mejores de toda la historia de Roma, y en tales
términos es ensalzado por los historiadores. De hecho, al morir, Tiberio dejó las arcas
imperiales llenas y las fronteras perfectamente protegidas. No obstante, una vez
enclaustrado en la isla de Capri, después del año 26 D.C., gran parte del control del
poder efectivo quedó en manos de su hombre de confianza Sejano. Pero el ansia de
poder de éste fue tal, que finalmente cayó en desgracia el año 31 D.C. Muchos factores
internos repercutieron en que, al morir Tiberio el año 37 A.C., su pérdida no fuera
sentida ni por el pueblo ni por la aristocracia romanas.
Muerto Tiberio, lo sucedería su sobrino nieto Cayo César, más conocido como Calígula,
hijo del ya mencionado -y fallecido- Germánico. Como hijo del gran militar que fue su
padre, fue desde pequeño muy querido por la tropa. Su apoyo deriva del nombre de
las sandalias militares especiales para niño que los soldados le regalaron en su
infancia. Pero Calígula sólo gobernó cuatro años (37-41 D.C.). Inicialmente fue muy
aceptado por la ciudadanía, que no gustaba del carácter de Tiberio, pero pronto se vio
que Calígula era un joven desequilibrado y malcriado. Es famosa la historia de cuando
nombró senador a su caballo preferido. Su personalidad lo llevó a excesos de
degeneración, que a la larga provocaron una sublevación militar de tipo palaciego y su
asesinato, junto con sus inocentes esposa Cesonia e hija Julia Drusila.
Fue sucedido por su tío Claudio, quien por mera casualidad se salvó de la masacre de
su familia. Gobernaría entre 41 y 54 A.C. La llegada al trono de Claudio fue bastante
casual, y derivó de la necesidad de los pretorianos de entregar el poder a un miembro
de la dinastía legítima, ante el peligro efectivo de que el Senado restaurara la
República y los dejara sin fuente de trabajo. Claudio era tío paterno de Calígula,
hermano de Germánico e hijo de Druso, siendo un hombre culto y erudito, pero
nervioso y tartamudo, defectos que si bien logró superar también exageraba
públicamente, precisamente para no ser considerado peligroso ni sospechoso ante los
ojos de su sobrino. Esto seguramente le valió sobrevivir a los asesinatos familiares,
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pues nunca fue considerado un rival peligroso. Ya en el trono hizo un muy buen
gobierno, a pesar de ser un hombre débil. Supo vengar la crueldad con fueron
asesinados Calígula y su familia directa. Muy enamorado de su mujer Mesalina, tuvo
que mandarla ejecutar por la licenciosa vida que ella llevaba, que empañaba el nombre
del emperador.
En su gobierno se emprendieron grandes conquistas territoriales y consecuentemente
se anexaron definitivamente al Imperio las regiones clientes de Mauritania (dividida en
dos provincias de Tingitania y Cesarense) en África (41-43 D.C.); Licia, en Asia Menor
(43 D.C.); y Tracia (46 D.C.). Con Claudio se logró asimismo la conquista e
incorporación de la parte sur de Britania, la actual Inglaterra (43 D.C.), y la región de
Noricum (46 D.C.). Claudio inclusive visitó su nueva conquista de Britania.
A su muerte, posiblemente envenenado por su sobrina y segunda esposa Agripina La
Menor (hija también de Germánico), fue sucedido por el hijo de ésta en su primer
matrimonio, el incapaz Nerón. Una de las grandes dudas de la historia es por qué
Claudio pasó por alto en la sucesión a su hijo biológico Británico y favoreció al hijo de
Agripina. Lo más posible es que si ya Nerón era joven, Británico lo era aún más, y
estaba todavía menos preparado para asumir el trono.
Nerón, quien gobernó entre 54 y 68 D.C., de cualquier forma, nunca llegó a los niveles
de depravación de Calígula. Inicialmente trató de hacer un buen gobierno, apoyado por
políticos serios y bajo la tutela de su preceptor Séneca. De hecho sus primeros años de
reinado son considerados de los muy buenos en la historia del Imperio Romano. Pero
pronto las fallas de su personalidad comenzaron a dominarlo. Ahí comenzó un régimen
tiránico.
El año 55 A.C., por recomendación de Séneca, tuvo que alejar del poder a su
dominante madre Agripina. La caída de Agripina deriva de que, viéndose impedida de
ejercer el poder controlando a Nerón, como hubiera querido, intentó cambiar la
estrategia y apoyar a Británico, quien acababa de cumplir la mayoría de edad. Esto
significó, desde luego condenar a muerte a Británico, pues Nerón no podía dejar vivo a
un pretendiente con mejores derechos al trono que él mismo. En 59 D.C. finalmente
Nerón mandó asesinar a su posesiva madre. Quería divorciarse de su legítima esposa
Claudia Octavia –hija de Claudio- y casarse con la bella e intrigante cortesana Popea
Sabina. Y esto era imposible con Agripina viva.
Exageradamente amante de la cultura helenística, alienó a la población por su mal
gusto artístico. En su reinado –el año 64 D.C.- tuvo lugar el famoso incendio que
destruyó gran parte de Roma. Se han tejido muchas leyendas sobre este incendió,
tales como que el mismo Nerón lo provocó para poder reconstruir Roma a su gusto, o
que mientras la ciudad ardía él cantaba y tocaba su lira. De cualquier forma,
habiéndose culpado a los cristianos del incendio, Nerón dirigió contra ellos la que sería
la primera persecución contra la nueva religión. La dinastía Julio-Claudia no sobrevivió
a Nerón, cuyo mal gobierno determinó en el año 68 D.C. un levantamiento militar de
las legiones, apoyado por la guardia pretoriana. Nerón, incapaz de suicidarse con sus
manos, pidió a un esclavo que lo apuñalara. La tradición señala que sus últimas
palabras habrían sido “Qué gran artista pierde el mundo”.
92.- El “Año de los Cuatro Emperadores”.
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Derrocado Nerón siguió un –afortunadamente- muy corto período de anarquía, en
realidad la primera guerra civil romana desde la muerte de Marco Antonio. Este año 69
D.C. ha sido llamado por la historia el Año de los Cuatro Emperadores. Tal como señala
el nombre, en el corto período del año 68-69 D.C. llegó a haber cuatro emperadores:
Galba, Otón, Vitelio, y, finalmente Vespasiano.
El primero, a cargo de las tropas en Hispania, asumió el liderazgo de la sublevación
contra Nerón, y logró conquistar Roma y hacerse reconocer emperador. Pero la
popularidad de Galba no duró mucho, y en enero del año 69 D.C. las legiones de
Germania, encabezadas por Vitelio, se revelaron. En el intertanto, en Roma, el
ambicioso Otón sobornó a los pretorianos, y éstos asesinaron a Galba. Así Otón se
convirtió en emperador, con el reconocimiento del Senado, que esperaba se
tranquilizara así la situación. Pero las legiones de Germania, lideradas por Vitelio,
siguieron su camino de rebelión y entraron a Italia. Otón trató de evitar la guerra civil,
pero fue imposible. Sus tropas fueron derrotadas y Otón decidió suicidarse, tras un
reinado de tres meses. Consecuentemente, Vitelio fue reconocido como emperador por
el Senado.
Ya en el poder Vitelio empezó a despilfarrar el tesoro público. Es famoso por su
glotonería. En esto, las legiones de Egipto, Judea y Siria proclamaron emperador a su
general Tito Flavio Vespasiano, que en esos momentos estaba controlando la rebelión
judía a la cual luego nos referiremos en más detalle. Vespasiano dejó a su hijo Tito a
cargo de las tropas de que aplacaban la sublevación judía, y con las legiones
disponibles (nótese que jamás desguarneció Judea), dueño de Egipto, marchó a Roma.
En el intertanto las legiones del Danubio también habían proclamado emperador a
Vespasiano, y entraron a Italia. Derrotado en batalla y abandonado por su gente,
Vitelio fue ejecutado por las tropas vencedoras. El 21 de diciembre del año 69 el
Senado reconoció como emperador a Vespasiano. La anarquía había terminado.
93.- La Dinastía de los Flavios.
La victoria de Vespasiano reestableció el orden en el imperio. Con Vespasiano
empezaría la dinastía de los Flavios, con los buenos gobiernos de Vespasiano (69-79
D.C.) y Tito (79-81 D.C.), y el mal gobierno de Domiciano (81-96 D.C.).
El cambio dinástico tendría también otra importancia básica en la historia romana.
Julio César, Augusto, y todos sus sucesores eran miembros de la antigua aristocracia
senatorial romana. También el Senado y las instituciones del Principado seguían
dominadas por la antigua aristocracia republicana, en algunos casos venida a menos y
en otra mezclada con la clase ecuestre o sectores plebeyos ricos. Pero durante todo el
período de los Julio-Claudios el poder de una forma u otra había seguido, como en la
República, en manos de la vieja aristocracia patricia. Extinguida la dinastía de César y
Augusto, el poder fue traspasado a hombres capaces, pero ya ajenos a la clase alta
que había establecido la grandeza tradicional de Roma. Nuevas fuerzas socio-políticas,
más bien de clase media educada, entrarían en escena. No obstante, seguiría
tratándose de hombres altamente preparados y culturalmente adecuados para
gobernar a Roma. Por ejemplo, Vespasiano formaba todavía parte de la clase mediaalta romana, de una familia de origen ecuestre que bajo los julio-claudios había
ascendido hasta el rango senatorial. Era todavía un hombre del sistema. Su gobierno
hizo mucho bien a Roma, pues acercó a los monarcas a la realidad y simplicidad de la
vida. Fue un hombre generoso y apoyó mucho las artes y la literatura.
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Durante el gobierno de Vespasiano, y bajo la campaña de su capaz general Agrícola, se
consolidó el dominio romano sobre Britania, extendiéndose éste a Gales y al Sur de
Escocia. Paralelamente, se fijó la frontera oriental del Imperio ante Armenia y Partia.
Además, se consolidó una línea de fortificaciones defensivas en lo que es ahora el Sur
de Alemania, entre las líneas del Rhin y el Danubio, la zona de los llamados Campos
Decumates, justamente en la parte en que ambos ríos se originaban sin mayor caudal
y no podían constituir una frontera natural realmente defendible. Asimismo, siendo
emperador Vespasiano, su hijo Tito terminó de sofocar el levantamiento judío en
Palestina, cuya consecuencia sería la destrucción de Jerusalén y de su segundo templo.
Después volveremos sobre este tema.
Asimismo, se construyó en Roma el famoso Anfiteatro Flavio, mejor conocido como el
Coliseo, donde tenían lugar luchas de gladiadores y representaciones de batallas
navales. Fue inaugurado solemnemente por Tito el año 79 D.C. Hasta el día de hoy
sobrevive como símbolo de Roma, degradado por los terremotos y los saqueos de
materiales, pero todavía erguido, como recuerdo de un pasado glorioso.
Fallecido Vespasiano, fue sucedido en forma automática por su hijo Tito, quien haría un
gobierno tan bueno como el de su padre, pero infortunadamente demasiado corto.
Todavía sobrevive en Roma, en su memoria, el Arco de Tito, que recuerda sus
laureadas victorias militares.
En tiempos de Tito, el año 79 D.C. una erupción del volcán Vesubio sepultó con ceniza
volcánica la ciudad provincial de Pompeya, y con lava la de Herculano, ambas cerca de
Nápoles. Siglos después, las excavaciones en Pompeya traerían a la vida de vuelta
gran parte de la vida cívica romana de la época, para gran auxilio del conocimiento
histórico de las actuales generaciones. Porque a diferencia de las demás ciudades de la
época romana, degradadas por el paso de los siglos, en Pompeya la vida se detuvo en
el tiempo en un simple segundo. Sus techumbres se derrumbaron por el peso de la
ceniza, pero sus paredes, sus calles empedradas, sus mosaicos, y hasta sus
inscripciones de grafitti se conservaron milagrosamente en el tiempo. Muchos de sus
habitantes, que no pudieron huir, fallecieron por la imposibilidad de respirar resultado
de la ceniza volcánica y sus gases tóxicos. Los cuerpos de muchas de las víctimas
pudieron ser reconstruidos con moldes de yeso. Estas ruinas de Pompeya, empezadas
a desenterrar en el Siglo XVIII, nos dan una muestra clara de lo que fue la vida
cotidiana en una rica ciudad provinciana romana de la época.
Muerto prematuramente Tito, lo sucedió su autócrata hermano Domiciano. Mucho más
capaz que Calígula y Nerón, buen administrador y buen militar, pero absolutista en sus
relaciones con el sistema constitucional romano. Administró bien el Imperio pero se
granjeó la desafección del Senado y de las autoridades constitucionales por su intento
de establecer una monarquía absoluta. El año 83 D.C. derrotó a los bárbaros allende el
Rhin (a la altura de Maguncia) y estableció una serie de sólidos fuertes fronterizos que
serían la base por mucho tiempo del la estructura defensiva imperial. Respondió a la
invasión de los dacios de la región de Moesia en el Danubio con dos campañas, una
que terminó en forma infructuosa en 86 D.C., y una segunda que a la larga resultaría
bastante exitosa a partir de 88 D.C. Pero la conclusión definitiva del problema dacio
quedaría reservada para otro emperador, no para Domiciano. Y en su reinado, entre
los años 77 y 84 su general Agrícola consolidó definitivamente el dominio romano
hasta muy al Norte de Britania, ocupando provisionalmente gran parte de Caledonia
(Escocia). Pero ya de vuelta Domiciano a Roma, tras sus campañas dacias, y cuando
su régimen autocrático se hizo insostenible, fue asesinado en 96 D.C. en un golpe
palaciego.
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94.- La Dinastía de los Antoninos.
Derrocado Domiciano, el año 96, arribaría al trono la más exitosa de las dinastías
imperiales romanas, la de los Antoninos, que llevaría al Imperio Romano a su máximo
desarrollo y esplendor. El capaz senador Nerva, ya casi anciano, fue elegido emperador
por el Senado, pero por su edad sólo gobernó dos años (96-98), aunque logró
reestablecer el orden y la paz en el Imperio.
No teniendo herederos, tuvo la visión de elegir como su sucesor y adoptar oficialmente
como hijo al más capaz de sus generales, el español Trajano, quien reinaría desde 98 a
117. Nacido éste en Itálica (cerca de la actual Sevilla), de familia romana, fue el
primer emperador no italiano. Como gobernante fue tan ecuánime, justo y equitativo,
que el propio Senado le confirió todavía en vida el título honorífico de Optimus
Princeps.
Como militar llevó al Imperio a la que históricamente sería su máxima extensión. Al
norte del Danubio conquistó finalmente la Dacia, la actual Rumania (en dos guerras
entre 101-102 y 105-107 D.C.), y la convirtió en provincia imperial. La famosa
Columna de Trajano, todavía existente –y milagrosamente intacta- en el Foro Romano,
relata gráficamente esta campaña. La Dacia sería por los siguientes siglos el principal
foco de la civilización latina en una zona que sería de difícil defensa estratégica por
estar al Norte de la barrera defensiva danubiana. Además, Trajano terminó con el
peligro constante que el antiguo reino dacio representaba para Roma.
Pero en el Este las conquistas de Trajano fueron aun más impresionantes, como
consecuencia de sus exitosas guerras contra los partos, entre los años 113 y 117. Ya el
año 106, Trajano anexionó oficialmente a Roma al económicamente estratégico Reino
de los Nabateos, con capital en Petra, al Este del río Jordán, estableciendo la provincia
de “Arabia Pétrea”.
La guerra con Partia comenzó como consecuencia de las rivalidades respecto a la
supremacía política sobre el Reino de Armenia. Derrotados en toda la línea los partos,
Trajano tomó su capital Ctesifonte e inclusive derrocó al rey Osroes y estableció a un
títere de Roma en el trono parto. Anexó toda Armenia, llegando hasta el Mar Caspio, y
conquistó toda Mesopotamia, avanzando allende el Tigris y llevando a sus legiones
hasta el mismísimo Golfo Pérsico. Con ello creo oficialmente las nuevas provincias de
“Armenia” (114), “Mesopotamia” (116) y “Asiria” (117). Con esto, el Imperio Romano
llegaba a la que sería su máxima extensión territorial.
Pero infortunadamente Trajano murió cuando todavía tenía mucho tiempo por delante
para extender y fortalecer sus conquistas. El destino le negó ser un nuevo Alejandro.
Quién sabe cuál hubiera sido el destino si ya en ese momento hubiera podido destruir
el poder de los partos. Pero diversos factores se lo impidieron: los partos no habían
quedado totalmente pacificados, y se rebelaron en varias partes, los judíos de
Cirenaica –en África- iniciaron una nueva revuelta (a la que luego nos referiremos en
más detalle) que le obstaculizó la retaguardia, y además la salud del emperador
comenzó a fallar. Murió el año 117 en Cilicia, en la ciudad después llamada
Trajanópolis, cuando ya enfermo emprendía el regreso a Roma.
Antes de morir, Trajano continuó la sabia política de adoptar como hijo a la persona
más capaz de su entorno, de forma que fue sucedido por su primo Adriano (117-138),
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también español de Itálica, que a la sazón se encontraba en Antioquía. Adriano fue
más un brillante administrador que hombre de armas, aunque en vida de Trajano
había demostrado ser un excelente jefe militar. De cualquier forma, al llegar a poder,
sobre bases estratégicas y para tener fronteras realistas y fáciles de defender, Adriano
determinó retroceder la frontera en el Este hasta la línea del Éufrates, abandonado,
consecuentemente, Armenia, Asiria y Mesopotamia. Se las restituyó al Reino Parto,
como feudo de Roma. Ahí el limes permanecería hasta el siglo VII. No obstante,
conservó la Dacia y las demás conquistas de Trajano. Y se preocupó concienzudamente
de mantener la capacidad combativa y la disciplina de las legiones protectoras del
Imperio.
Adriano fue un gran amante de las artes y de la cultura griega. Adoptó la moda griega
de usar barba, y durante los 100 años siguientes las monedas muestran emperadores
barbados a la usanza griega, a diferencia de los romanos tradicionales, que usaban la
cara afeitada. Realizó grandes obras públicas, embelleciendo especialmente a Atenas,
como ya hemos comentado. Fue un gran viajero y un trabajador incansable. Viajó por
todo el Imperio revisando el estado de las obras públicas y de las defensas. Visitó, por
ejemplo, y en ocasiones más de una vez, Britania, la Galia, Hispania, Germania,
Mauritania, Grecia, Mesopotamia, Sicilia, Asia Menor, Egipto, Judea, Iliria, etc. En
materia defensiva su principal obra fue la llamada Muralla de Adriano, construida en
los límites entre la Britania romana y Caledonia, para proteger a la parte romanizada
de la isla de los ataques devastadores de los feroces pictos. Pero también importantes
fortificaciones en las líneas fronterizas del Rhin y el Danubio. En su honor fue fundada,
en Tracia, la ciudad de Adrianópolis, de gran importancia en la historia venidera.
En Roma sobrevive hasta el día de hoy, mutilada por los siglos, especialmente por las
guerras góticas del siglo VI, su mausoleo-tumba, la Tumba de Adriano. Además, desde
tiempos de Augusto existía el hermoso templo conocido como el Panteón de Agripa,
mandado edificar el año 31 A.C., después del triunfo de Anzio, por el leal general de
Augusto, en honor a todos los dioses. Este grandioso templo, destruido por incendios
los años 80 y 110 D.C., fue reconstruido por Adriano hacia el año 126, y no se sabe a
ciencia cierta cómo sería el templo original de Agripa. Es muy posible que su
maravillosa forma redonda derive recién de esta reconstrucción de Adriano. Pero
Adriano mandó reponer nuevamente en el pórtico del templo la leyenda, hasta hoy
visible, que dice "M·AGRIPPA·L·F·COS·TERTIVM·FECIT" (Marco Agripa, hijo de Lucio,
Cónsul por Tercera Vez, Construyó esto). Este edificio es uno de los pocos de la
antigua Roma que ha seguido en uso y en perfectas condiciones desde entonces y
hasta nuestros días.
En su período tuvo lugar en el año 135 la última gran revuelta judía, la de BarCocheba, que significó la expulsión definitiva de los judíos de Tierra Santa. Es una de
las pocas campañas militares de que da cuenta el reinado de Adriano. Y
aparentemente Adriano participó en la conducción de las tropas directamente en
Judea, al menos en su período incipiente. Después analizaremos en más detalle esta
revuelta de tan trágicas consecuencias.
Como legislador, Adriano uniformó el derecho al fijar en 131 D.C. el Edicto Perpetuo,
que reemplazaba a los edictos anuales de los pretores y significó la primera
codificación oficial del Derecho Romano desde la Ley de las Doce Tablas del 451 A.C.
A su muerte fue sucedido por su hijo adoptivo Antonino Pío (138-161), quien diera el
nombre a toda la dinastía, llamada, por él, de los Antoninos. Era éste miembro de una
familia romana de rango senatorial. Hombre de gran virtud, sabio y eficiente
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gobernante, no dado a los viajes, considerado el ejemplo de perfección de un monarca,
es tal vez considerado el más virtuoso de todos los emperadores romanos. Residió
todo su gobierno en Roma, y desde ahí dirigió concienzudamente todos los asuntos del
gobierno de las provincias, inclusive los militares, actuando a través de capacitados
legados. Por sus virtudes recibió el apelativo de “Pío”.
Su reinado fue tal vez el más pacífico de toda la historia del Principado, si es que no de
todo el Imperio Romano. Hubo de enfrentar algunos conflictos en Britania, de lo cual
resultó la construcción de una segunda muralla defensiva algo más al norte de la de
Adriano, esta vez llamada Muralla Antonina. De cualquier forma esta nueva muralla
sería pronto abandonada y la frontera volvería a la Muralla de Adriano.
Desde muy temprano, ya hacia el año 140 D.C., Antonino Pío comenzó a organizar su
sucesión, y para tales fines empezó a preparar al hombre adecuado, al futuro Marco
Aurelio, al cual inclusive convirtió en su yerno y en hijo adoptivo. De hecho Marco
Aurelio era sobrino nieto de Adriano, y la adopción había sido petición expresa de
Adriano a su sucesor. Además, Adriano le había pedido a Antonino otorgar honores
similares a su nieto adoptivo Lucio Vero. Entonces, de acuerdo a los deseos
transmitidos por Adriano a Antonino Pío, al morir éste en 161 D.C., fue sucedido en
forma conjunta por su yerno Marco Aurelio y por Lucio Vero. Fue la primera vez que
dos co-emperadores reinaban en Roma, aunque políticamente estaba claro que el
monarca principal era Marco Aurelio. De hecho, éste tuvo que interceder ante el
Senado para que este órgano aceptara también a Lucio. Cuando Lucio Vero falleció en
169 D.C., Marco Aurelio quedó como emperador único. Lo que fue muy conveniente,
pues aparentemente Lucio Vero no era muy capaz.
Marco Aurelio fue un verdadero emperador-filósofo, amante de la paz. Con él el
estoicismo llegó a la cúspide de su influencia en el mundo grecorromano. Nos ha
legado a la posteridad su obra filosófica las Meditaciones, escrita en griego. Pero al
mismo tiempo un hombre al que el destino llevó a enfrentar feroces guerras en las
fronteras del Danubio, contra los primeros grandes enemigos germanos, los
marcómanos, y del Éufrates, contra los partos. Por primera vez en siglos Roma se vio
seriamente atacada por enemigos externos, siendo en especial temibles los partos. Fue
el fin de la Pax Romana, pero la capacidad militar de Marco Aurelio y la sana
administración del Imperio mantuvo a raya a los enemigos externos.
Desgraciadamente para Marco Aurelio las cargas del gobierno lo llevaron a llevar
brillantemente una vida militar que no era su máxima aspiración.
Entre los años 161-166 estalló la poco deseada guerra con Partia. Inicialmente se
encomendó a Lucio Vero la conducción de la campaña, pero este co-emperador, en
forma poco adecuada, pasó gran parte de su estadía en Antioquía, en vez de comandar
las tropas. No obstante, los buenos generales romanos, y la presencia de Marco
Aurelio, inclinaron a favor de Roma la guerra: primero en Armenia y luego en
Mesopotamia. Los romanos tomaron Seleucia, ciudad todavía predominantemente
griega, y la saquearon, con el daño consecuente para la civilización griega en
Mesopotamia, circunstancia que afectó mucho la imagen de Lucio Vero, sindicado como
responsable. Pero Roma ganó la guerra y mantuvo incólume la frontera del Éufrates.
Después vendrían las terribles guerras contra los marcómanos y otros pueblos
germánicos en las zonas del Alto Danubio, en las actuales Baviera, Austria, Bohemia y
Hungría. Por primera vez los pueblos germánicos se habían puesto en movimiento en
Europa Central y Oriental, y algunos de ellos trataron de cruzar la entonces
inexpugnable barrera del limes fronterizo romano. Era la primera vez desde las
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invasiones de cimbrios y teutones, en 101 A.C. que algo así pasaba. Aunque
nuevamente ahora –igual que en tiempos de Mario- las fuerzas romanas saldrían
victoriosas, a partir de ese momento los germanos serían un peligro constante para las
fronteras imperiales.
El año 162 grupos germánicos habían tratado, infructuosamente, de pasar a la
Germania Superior romana, de este lado del Rhin. Hacia 167 D.C. un grupo de
longobardos y sus aliados trataron de entrar a Panonia, siendo también repelidos. El
año 168 Marco Aurelio planeó una expedición punitiva, que luego no se hizo necesario
llevar a cabo pues los germanos ya se habían retirado. En eso murió el año 169 Lucio
Vero, en Aquilea. Marco Antonio volvió a Roma al entierro de su colega.
El año 170 los germanos se abalanzaron sobre el imperio, dando inicio a la llamada
Primera Guerra Marcómana. Atravesaron Noricum y llegaron a Aquilea, en las puertas
de Italia. Otros grupos germánicos habían entrado a Moesia y a Tracia. La reacción de
Marco Aurelio fue inmediata, y en 172 D.C. inició una imparable contraofensiva,
cruzando el Danubio hacia el territorio enemigo. Para el año 173 la victoria romana era
total tanto en las zonas del Rhin como del Danubio. De esta victoria deriva la celebre
Columna de Marco Aurelio, milagrosamente conservada hasta el día de hoy en Roma.
Aparentemente Marco Aurelio contemplaba extender el control directo imperial más
allá del Danubio, igual que en el caso de la Dacia, estableciendo dos nuevas provincias
en territorio conquistado: Marcomania y Sarmatia. Pero en eso tuvo lugar una
sublevación en el Este, que Marco Antonio tuvo que ir a aplacar. Así que la pacificación
en el Danubio quedó inconclusa.
El año 177 estalló la Segunda Guerra Marcómana, y al año siguiente el emperador
estaba nuevamente tomando la ofensiva. Para el año 180 los germanos estaban
definitivamente derrotados. En eso, en ese mismo año 180 D.C. murió
intempestivamente en Viena Marco Aurelio, consecuencia de la primera peste
generalizada que afectaba al Imperio, que causó más de 5 millones de muertos y había
sido traída desde el Este por las tropas que peleaban contra los partos. Con la muerte
de este gran emperador comenzaría infortunadamente el largo proceso de la
decadencia del Imperio Romano.
95.- La Civilización Romana en su Cúspide.
El Imperio de los Antoninos fue la cúspide del sistema perfecto de gobierno. Los
gobernantes de la dinastía Antonina fueron virtuosos y trabajadores, al igual que sus
delegados en las provincias. Durante 100 años la estructura política del Principado
funcionó como un reloj constitucionalmente perfecto. No era ni una democracia
tendiente a la demagogia, ni una dictadura tiránica. El co-gobierno entre el emperador
y el Senado funcionaba como si la República siguiese en existencia. Si bien la
monarquía estaba claramente establecida, el gobierno guardaba aún las formas
tradicionales, con un Senado respetado y activo en el gobierno. Las magistraturas
republicanas funcionaban normalmente y eran adecuadamente supervisadas.
Buenos gobernantes velaban efectivamente por el bienestar de sus súbditos, la justicia
en las recaudaciones y la seguridad de las fronteras. Un sistema impositivo justo
facilitaba la administración financiera del Imperio.
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Un ejército profesional y motivado, adecuadamente pagado, perfectamente entrenado
y dirigido, y respetuoso del gobierno central, protegía celosamente las fronteras
externas, sin inmiscuirse en los asuntos internos. Los soldados servían 20 años en
ejército. Tras esto, una vez retirados, los veteranos recibían tierras propias en nuevas
ciudades que se fundaban ex profeso para extender la romanización.
La estructura militar del imperio estaba conformada por un número variable de
legiones, alrededor de 28, ubicadas estratégicamente como norma general en las
fronteras del imperio, especialmente en Britania, las zonas del Rhin y el Danubio, el
Éufrates, y Noráfrica. La cifra de soldados estable de cada legión rondaba los 6.000
hombres, solamente en lo que a soldados profesionales –generalmente todavía de
origen itálico tocaba- además de un par de miles de hombres adicionales de refuerzos
compuestos de milicias locales celtas o germánicas, pero paulatinamente romanizadas.
La base de la estructura militar eran las tropas de a pie, siendo la caballería un arma
básicamente accesoria, si bien muy importante por su movilidad. La disciplina era
rígida, y cualquier insubordinación era duramente castigada. El concepto de “diezmar”
deriva del castigo aplicado a los cuerpos amotinados: uno de cada diez hombres,
elegidos al azar, era ejecutado. El ejército romano era una verdadera máquina bien
engranada de guerra. Sus espadas cortas o Gladio, lanzas arrojadizas o Pilum y
escudos rectangulares semi curvos podían enfrentar cuerpo a cuerpo y a pie firme a
cualquier enemigo. A través de la formación conocida como Testudo o Tortuga podían
avanzar en bloque compacto, formando un manto protector absolutamente
impenetrable para las flechas y lanzas enemigas, arriba y en los cuatro costados, con
los escudos de los soldados.
A pesar de lo bastarda e indignante que es la forma de expresión conocida como
grafitti, propia de los sectores más incultos de una sociedad, es ella de gran
importancia para los arqueólogos, pues inscripciones de este tipo, cuando sobreviven
en el tiempo, nos proporcionan a veces invaluable información histórica. Y es el caso
precisamente con la infinidad de grafitti dejados en forma indeleble por los legionarios
romanos a lo largo de todo el mundo entonces conocido, que nos señalan con precisión
la presencia de guarniciones o de tropas romanas en tal o cual lugar en una
determinada época. Ellos aparecen hasta en los más recónditos templos faraónicos del
Alto Egipto, en los confines de Nubia.
Italia, como cabeza del Imperio, carecía de legiones, pero para el mantenimiento del
orden ya Augusto estableció poco después de su encumbramiento como Príncipe un
cuerpo de protección imperial, pequeño pero bien pagado y organizado, al cual la
historia conoce como la Guardia Pretoriana. Este órgano desempeñó –para bien o para
mal- un papel estratégico durante alrededor de 300 años, en algunos casos
defendiendo al gobernante legítimo, y en otros haciendo y deshaciendo emperadores,
hasta que fue finalmente disuelto por el emperador Constantino El Grande en el siglo
IV D.C.
Roma, con aproximadamente 1.500.000 habitantes, era la ciudad más grande y
poblada del mundo. Pero el bienestar no sólo tocaba a Roma, sino que a todas las
provincias, y la base de la administración romana era el sistema municipal, que
repetía, en una escala más pequeña, la misma estructura administrativa de Roma. Por
ejemplo, cada municipio poseía su propia Curia, como si fuera un Senado en pequeño.
Cada ciudad constaba de excelentes acueductos, sistemas de alcantarillado, baños
públicos, teatros, circos, templos, edificios públicos, etc. Las provincias progresaban
felizmente al amparo de la Pax Romana. Algunas regiones del Imperio estaban
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sumamente pobladas y eran inclusive más ricas que la propia Italia. La Provincia de
África, con su opulenta capital, la reconstruida Cartago romana, la rica isla de Sicilia, y
el Egipto helenizado, eran determinantes para el abastecimiento de la capital.
Alejandría, con cerca de un millón de habitantes, era la segunda ciudad del Imperio;
Antioquía, la tercera; y Cartago, si bien la cuarta a nivel general, era la segunda más
importante del Occidente latino.
La importancia de Egipto era tal que jurídicamente no tenía el carácter de provincia,
sino que de dominio personal de los emperadores, algo así como un reino asociado a
Roma directamente en la persona del monarca común. Esto significaba el control
directo del país por el imperio.
Desde la asunción de Augusto hasta la muerte de Cómodo las fronteras externas
habían sido adecuadamente extendidas, cuando era necesario, sin enfrentar el Imperio
ataques externos ni grandes males, tales como plagas, guerras civiles, etc. Tan sólo
algunas insurrecciones militares de carácter necesario, y una corta anarquía el año 69,
había sido todo. De hecho, por muy malos que hubieran sido los gobiernos de Calígula
o Nerón, no habían llegado a afectar las grandes ventajas que resultaron de la Pax
Romana.
Además, la unidad administrativa y la ausencia de controles internos facilitaron la
integración económica de pueblos de tres continentes, creando un espacio económico
único. El Mediterráneo, el Mare Nostrum imperial, un verdadero lago interior romano,
estaba libre de piratas y el comercio marítimo era completamente seguro. Un mercado
económico único se extendía desde Caledonia hasta el Éufrates, y el latín y el griego
koiné eran los idiomas universalmente aceptados para la administración, la aplicación
de la ley y el comercio. La moneda romana no sólo circulaba por el territorio del
Imperio, sino que era utilizada hasta en la India como medio de pago. Las naves
romanas -haciendo uso ya entonces de un portentoso canal artificial en Suez que
comunicaba el Mediterráneo y el Mar Rojo- circunnavegaban Arabia, el Golfo Pérsico y
el Océano Indico, en ruta periódica hacia la India y Ceilán. Los gobernantes de
Armenia, el Cáucaso, Crimea y Yemen estaban ligados al Imperio por tratados de
protección.
Por tierra, una inigualable red de caminos y carreteras romanas, perfectamente
construidos y diseñados, permitía el rápido y seguro movimiento de tropas, bienes y
personas desde un punto a otro del Imperio, desde la Muralla de Adriano en Britania
hasta Mesopotamia, y desde Nubia hasta algo más allá del Rhin y el Danubio. De Roma
partían 20 calzadas, que llegaron a ramificarse hasta constituir 85.000 kilómetros de
caminos y carreteras administrados por el Imperio. La más famosa de todas sería
desde luego la Vía Appia, que partiendo de Roma llagaba hasta Brindisium en el
Adriático. Muchos de estos caminos existen hasta el día de hoy. Cada cinco millas
romana (de mil pasos cada una) un miliario de piedra indicaba exactamente la
distancia recorrida. Se decía entonces, con razón, y así se sigue diciendo hasta el día
de hoy, que “todos los caminos llevan a Roma”.
Los romanos lograron superar en muchos aspectos a los griegos. Si bien desde un
punto de vista meramente filosófico los romanos no alcanzaron la capacidad analítica y
el raciocinio de los griegos, su mentalidad práctica permitió inclusive la conservación
de las intrincadas disquisiciones griegas. Los romanos concretizaron lo que los griegos
nunca pudieron organizar. El derecho romano representó una base de interrelaciones
estatales y humanas que los griegos jamás pudieron plasmar en papel. Los griegos no
funcionaron nunca sobre la base de códigos uniformes, y nunca aterrizaron sus ideas.
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Los romanos lo hicieron por ellos. La civilización grecorromana fue en sí una cultura
helénica reorganizada y reordenada dentro de los cánones mentales latinos. La
literatura romana, de cualquier forma, tal vez no tan rica como la griega en términos
filosóficos, no es bajo ningún aspecto inferior a la griega clásica. El latín se enriqueció
con los conceptos griegos. La mayor parte de los miles de palabras griegas que
nosotros usamos en castellano o en otras lenguas europeas, llegaron a nosotros a
través del latín. Muy pocas han llegado a través de los textos originales griegos.
La civilización romana llevó un pasó más allá la forma artística griega. Lo que la
escultura y la pintura romanas perdieron en belleza artificial, lo ganaron en realismo.
Por muy cruel que éste pudiera haber llegado a ser. El tipo físico de los romanos era
distinto al griego, y la sola representación de la estructura nasal deja patente esta
diferencia. De hecho, la nariz griega y la nariz romana son las muestras más
fehacientes del concepto de representación física. El realismo de una estatua de Julio
César puede golpear igual que la belleza de una estatua de un héroe olímpico. Pero
acá, como se explicó, entre el cruel realismo romano y la belleza idealizada griega, la
diferencia artística reside sólo en la perfección del trabajo plástico y en su
expresividad, pero no en la belleza intrínseca del hombre cuya imagen se reproduce. Si
los griegos fueron tal vez mejores escultores que los romanos, es algo que sólo notan
los expertos pero no los legos, y se debe seguramente a que los primeros tuvieron a
una escuela de Fidias de la cual los segundos carecieron. Por otra parte, tal vez nunca
más hubo un Partenón en Roma, pero los ingenieros romanos fueron mucho mejores
que los griegos. Además, los romanos llegaron a desarrollar un modelo propio de
templo, la basílica, con el invento de un arco abovedado que los griegos nunca habían
imaginado. El Panteón de Agripa, hasta hoy intacto en Roma, es la mejor muestra. Eso
sin mencionar obras públicas de gran uso comunitario, como los ya mencionados
acueductos (recordemos el de Segovia), anfiteatros, foros, y desde luego, las
carreteras y los puentes.
El Imperio había llegado a ser una verdadera comunidad de pueblos, donde nadie –
excepción hecha de los judíos palestinos- se sentía subyugado, y que a pesar de hablar
multiplicidad de idiomas, se comunicaban entre sí en latín y en griego. Un bretón o un
galo latinizados, un africano de habla latina o púnica, un griego de la Hélade, griegos
de Siria y Egipto, gálatas de Asia Menor, españoles de Itálica, egipcios no helenizados,
etc., todos eran parte de una misma comunidad. No existía el concepto de
independencia ni política ni cultural, porque Roma no se entrometía, como norma, en
los usos locales. No perseguía religiones, excepción hecha, y por motivos políticos, del
Judaísmo y el Cristianismo. Finalmente, el más grande honor de un ciudadano del
Imperio era poder decir “Soy un Ciudadano Romano”.
La estructura legal y administrativa de los primeros dos siglos de la Era Cristiana, esto
es, de la etapa inicial del Imperio, fue sumamente interesante. Por mucho que uno
tienda a creer que el Imperio de Calígula o Nerón era ya una monarquía absoluta, la
verdad es que, jurídicamente, no era así. El emperador no era oficialmente reconocido
como monarca, y por eso es que se crearon esos términos tan poco regios como
“Príncipe” (Princeps) y “Emperador” (Imperator), cuyos orígenes ya hemos
mencionado, o “César” (Caesar), éste simplemente derivado de la familia de Julio
César. Pero, los emperadores romanos tuvieron mucho cuidado de no proclamarse
jamás oficialmente monarcas, dejando abiertamente al lado el inadecuado título de
“Rey” (Rex).
Entonces, el emperador, en su carácter de Príncipe, era el primer ciudadano de la
República, dotado constitucionalmente por el Senado de facultades expresas de
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gobierno. El emperador compartía su poder con el Senado, y fue este cuerpo, y no el
Príncipe, el detentador de la soberanía romana. Las famosas siglas “S.P.Q.R.” (Senatus
Populusque Romanus o El Senado y el Pueblo de Roma) fueron la representación más
clara de esta autoridad suprema. Es un hecho innegable que desde Augusto en
adelante el emperador dominaba en la práctica el Senado, pero tal circunstancia era
más bien extrajurídica y derivaba de presión o manejo político. Pero el Senado fue
siempre el órgano encargado de oficializar el nombramiento de un emperador; ello
porque el puesto de Príncipe no era en sí hereditario.
Esta Diarquía o co-gobierno entre el emperador y el Senado funcionó muy bien por
mucho tiempo, especialmente porque los intereses particulares de los Senadores
nunca pudieron imponerse por sobre la voluntad de emperadores que buscaban el bien
común, y por otra parte porque el Senado podía ser un contrapeso formal a los malos
emperadores. Diversas actividades de la gestión administrativa quedaron
encomendadas al Príncipe, y otras al Senado. Esto fue muy claro en lo relativo a la
administración de las provincias. En términos generales, las provincias pacificadas e
interiores pasaron a ser Provincias Senatoriales, mientras que las provincias fronterizas
y que requerían mayor control, pasaron a ser Provincias Imperiales. Que los
emperadores hayan logrado a la larga hacerse de las provincias más importantes, ése
es tema aparte.
Respecto a las Provincias del Imperio Romano, creemos útil dar un listado de las
mismas hacia el reinado de Adriano. Como centro del imperio estaba desde luego Italia
(que no era una provincia en sí); en el Mediterráneo Occidental encontrábamos a las
islas de Sicilia, Córcega y Cerdeña; en Hispania: Lusitania, Bética y Tarraconense
(incluyendo las Baleares); en la Galia: Alpina, Narbonense, Lugdunense y Bélgica; en
la parte sur de la isla homónima, Britania; sobre el Rhin: Germania Inferior y
Germania Superior; sobre el Danubio Central: Retia, Noricum y Panonia; sobre el
Adriático, Iliria; sobre el Danubio Oriental: Dacia, Moesia Inferior y Moesia Superior;
en Crimea: Taurica; en los Balcanes: Tracia, Macedonia, Epiro y Acaya (Grecia); en el
Mediterráneo Oriental: las islas de Creta y Chipre; en Asia Menor: Asia, Bitinia,
Galacia, Ponto, Capadocia, Licia y Cilicia; en el Este: Siria, Judea y Arabia Petrea; En
África Nororiental: Cirenaica y Egipto (éste con un status muy especial); en el África
Púnica: África y Numidia; en Mauritania: Cesarense y Tingitania. Además podemos
mencionar a las efímeras provincias creadas por Trajano en su campaña victoriosa
antes de morir: en el Cáucaso: Armenia (hasta el Mar Caspio); y sobre territorio parto:
Asiria y Mesopotamia (hasta el Golfo Pérsico).
En otras palabras, el Imperio Romano ocupaba en su momento de esplendor la
totalidad o parte de los siguientes actuales países: Italia (incluyendo San Marino y la
Ciudad del Vaticano), Portugal, España, Andorra, Francia (incluyendo Mónaco),
Inglaterra, Gales, Escocia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Alemania, Suiza,
Liechtenstein, Austria, Hungría, Eslovenia, Croacia, Serbia, Bosnia-Herzegovina,
Montenegro, Albania, Kosovo, Macedonia, Bulgaria, Rumania, Moldavia, Ucrania,
Grecia, Chipre, Malta, Turquía, Siria, Líbano, Israel/Palestina, Jordania, Arabia Saudita,
Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Irak, Egipto, Libia, Túnez, Argelia y Marruecos.
Infinidad de ciudades romanas, en su gran medida de origen militar, las llamadas
“Colonias”, surgían por todas partes del imperio, muchas inclusive en las zonas
helenísticas del Este. Por ejemplo, la ciudad de Berito, en El Líbano, era una ciudad de
lengua latina y no griega. De ahí que sería un centro importante del Derecho Romano.
Ciudades como Eboracum (York), Londinum (Londres), Vindobona (Viena), Colonia
Agripina (Colonia), Castra Regina (Ratisbona), Moguntiacum (Maguncia), Aquisgranum
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(Aquisgrán), Augusta Trevirorum (Tréveris), Argentorarum (Estrasburgo), Tarraco
(Tarragona), Toletum (Toledo), Arelate (Arlés), Lugdunum (Lyon), etc., fueron en su
origen ciudades romanas. El nombre de la actual París deriva de su designación
romana Lutetia Parisorum. Por toda Britania, la Galia, Germania, Hispania, los Balcanes
no helénicos y el Norte de África surgieron hermosas metrópolis según el diseño
romano. Muchas de ellas, como la gran Leptis Magna, fueron después tragadas por el
desierto del Sahara.
La aparición del Princeps no alteró en lo absoluto la vieja estructura romana de las
magistraturas anuales. Cada año se nombraban dos cónsules, como en los mejores
tiempos de la República, y los años se databan por los nombres de estos cónsules. Lo
mismo se daba con los pretores, cuestores, tribunos de la plebe, etc. Claro está que el
emperador lograba asegurarse siempre para sí o para sus cercanos uno de los
consulados. Entonces, las magistraturas siguieron existiendo por siglos, aunque ya
como nombramientos más bien honoríficos. Inclusive, cuando después el Imperio se
dividió administrativamente en dos mitades, cada mitad pasó a designar a un cónsul.
Cuando el Imperio de Occidente dejó de funcionar, el emperador de Constantinopla
pasó a nombrar a los dos cónsules, y generalmente el puesto correspondiente a la
mitad occidental del Imperio se lo otorgó a reyes germánicos de su confianza (como
fue el caso de Teodorico, rey de los ostrogodos). Recién en el siglo VI el emperador
Justiniano terminó con la tradición, ya meramente formal, de nombrar anualmente dos
cónsules y de señalar los años por los nombres de ellos. No obstante, el título de
cónsul sobrevivió en el Imperio como magistratura de plazo indefinido, hasta la misma
caída del Imperio en 1453.
De cualquier forma, un punto negro en la vida cívica del Imperio Romano fue el
problema de la inmensa masa proletaria e improductiva que abarrotaba la gran capital.
Aunque en realidad este problema se repetía en todas las grandes ciudades del imperio
de la época y siglos después se trasladaría también a Constantinopla. La necesidad de
mantener calmada a esta inestable y fácilmente inflamable muchedumbre significaría
una carga para el Estado La necesidad de proveerla de alimentos básicos y
entretención gratuita, esto es, como señala la tradición, de Pan y Circo (Panem et
Circenses) determinaría grandes gastos y peligros para los gobiernos durante muchos
siglos. Por ello los espectáculos públicos en el Anfiteatro Flavio (el Coliseo) o el Circo
Máximo, o en diversos Hipódromos de las grandes ciudades, tales como peleas de
gladiadores, reproducciones de batallas navales, matanzas de animales salvajes o
carreras de carros, y hasta el sacrificio de cristianos, serían prácticamente tareas de
Estado, para mantener apaciguado a un pueblo improductivo y propenso a general
crisis gubernamentales.
96.- Cómodo y el Comienzo de la Decadencia del Imperio Romano.
Desgraciadamente, al morir el sabio emperador Marco Aurelio, cometió el muy humano
error de designar como sucesor a su hijo Cómodo, rompiendo la sabia tradición de los
emperadores adoptivos que había dado lustre a la dinastía de los Antoninos. Cómodo
reinaría entre los años 180 y 192. No puede pensarse que el nombramiento de
Cómodo haya sido por simple nepotismo, sino más que seguramente a que Cómodo no
demostró ante su padre las fallas que, seguramente aumentadas por la historia, lo han
hecho famoso y condujeron a su derrocamiento.
Cómodo sería un buen gobernante inicialmente. De hecho, en la frontera del Danubio,
Cómodo concluyó la Guerra Marcómana a través de una bien concertada paz que dio
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una larga paz al Imperio. Pero a la larga sus defectos serían más determinantes que
sus virtudes.
El hecho concreto es que Cómodo efectuó un pésimo gobierno, especialmente malo al
final de sus días, y su faceta más conocida, seguramente más bien anecdótica, es que
le gustaba vestirse de gladiador y competir en la arena. Entregó la administración del
imperio a funcionarios altamente corruptos e ineficaces, y empezó a desarrollar una
megalomanía que lo llevo a querer asimilarse a Hércules, casi como un dios en vida. A
partir del año 190 esta tendencia se acentuó. Por ello y muchas otras cosas, el 31 de
diciembre de 192 D.C. fue derrocado por una bien merecida insurrección. Era el primer
derrocamiento de un emperador romano en casi 100 años.
El hecho es que en la historiografía romana se considera que con Cómodo comienza
oficialmente la decadencia. Fundamental en esta apreciación ha sido desde luego la
monumental obra de Edward Gibbon La Decadencia y la Caída del Imperio Romano. En
ella Gibbon señala a la época que va desde la muerte de Domiciano hasta la asunción
de Cómodo como “el período de la historia durante el cual la condición de la raza
humana fue más feliz y próspera”. Desarrolla todo un capítulo introductorio, a forma
de preámbulo, sobre esta época de oro de la civilización romana, a la que considera
indudablemente como el siglo culminante de felicidad de la humanidad en toda su
historia: “La vasta extensión del Imperio Romano era gobernada mediante poder
absoluto, bajo la guía de la virtud y la sabiduría. Los ejércitos estaban restringidos por
la firme pero gentil mano de cinco emperadores sucesivos, cuyas personalidades y
autoridad imponían respeto involuntario. Las formas de la administración civil eran
cuidadosamente preservadas por Nerva, Trajano, Adriano, y los Antoninos (Nota:
refiriéndose a Antonino Pío y Marco Aurelio), que se deleitaban en la imagen de
libertad, y se complacían al considerarse a sí mismos como los ministros responsables
de las leyes”.
A partir del ascenso de Cómodo comienza propiamente Edward Gibbon su magna obra,
hasta su conclusión con la toma de Constantinopla por los turcos. De hecho, pocas
veces en la historia es más clara la fecha para dividir un período de otro. No obstante,
en el reinado de Cómodo poca gente se daba cuenta de que el proceso involutivo había
empezado, y de hecho el mal gobierno de Cómodo no habría sido en sí tan
determinante, si tras él se hubiera reestablecido el buen gobierno anterior.
97.- La Anarquía posterior a la muerte de Cómodo.
Al quebrarse la estructura constitucional de los Antoninos, el Imperio volvió
nuevamente a la dura situación de anarquía de los años 68-69 D.C. Pero esta nueva
anarquía fue también corta, exclusivamente el año 193, el cual ha sido llamado
también el Año de los Cinco Emperadores, en cierta forma para hacer una analogía con
los sucesos del mucho más conocido año 69.
Asesinado Cómodo el 31 de diciembre de 192, el 1° de enero de 193 fue designado
emperador el Prefecto de la Ciudad Pertinax, con apoyo de la guardia pretoriana y con
la debida sanción del Senado. Era un hombre íntegro y respetado. Pero, aunque trató
de hacer un buen gobierno, reinó menos de tres meses. En marzo fue asesinado por la
guardia pretoriana, disgustada con Pertinax porque éste no había sido suficientemente
generoso con ellos. Los pretorianos ofrecieron en pública subasta la corona imperial, y
pujaron por ella Sulpiciano, suegro de Pertinax, y el senador Dido Juliano. Los detalles
son vergonzosos pero interesantes. Sulpiciano ofreció 20.000 sestercios por cada
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pretoriano, y ante esto Dido Juliano ofreció 25.000. Aceptando los pretorianos su
oferta le abrieron las puertas de Roma y lo declararon emperador. El Senado se vio
obligado a reconocer la imposición de la guardia imperial.
Pero la deshonra era mucha para Roma, y Dido Juliano no logró ser reconocido por la
población ni de la Urbe ni del Imperio. Ante esto, tres generales se autoproclamaron
emperadores: Pescenio Níger en Siria, Septimio Severo en Iliria y Panonia, y Clodio
Albino en Britania, cada uno con tres legiones bajo sus órdenes. El más peligroso era
Septimio Severo, por ser el más cercano a Italia. Juliano lo declaró fuera de la ley y
trató de dar vuelta a sus legiones, pero fue imposible. Severo negoció con Clodio
Albino y recibió el apoyo de éste al reconocerlo como co-emperador. Así Severo entró
en Italia y se hizo fuerte en la ciudad-puerto de Ravena, ya sede de la flota imperial
(de la cual se apoderó) y de futura aún mayor importancia en la historia del imperio.
Ante esto la ya indisciplinada guardia pretoriana, incapaz de mantener una lucha
formal con las legiones, se aprontó a reconocer a Severo como emperador y a
entregarle a los conspiradores en el asesinato de Pertinax. Abandonado por sus
protectores, Juliano fue asesinado a los tres meses de reinado, el 1° de junio de 193.
El Senado declaró emperador a Septimio Severo y éste, dueño de Roma, mandó
ejecutar a los asesinos de Pertinax.
En el intertanto, Severo tuvo que luchar con Pescenio Níger, reconocido como
emperador por las legiones de Oriente. Severo derrotó a Níger en diversas batallas en
Asia Menor en 193 y 194. Habiendo huido a Antioquía, fue asesinado por su gente
cuando trataba de escapar a Partia. La estratégica ciudad de Bizancio, que había
apoyado a Níger fue sitiada y parcialmente destruida por Severo, en 196, tras un
dificultoso sitio de varios años. Esto dejó en la mente de Roma las virtudes defensivas
de la ciudad del Bósforo. Tras esta destrucción, Bizancio fue reconstruida por Severo.
En el intertanto ya hemos visto como Clodio Albino, sublevado en Britania, ya había
transado con Severo, quedando como co-emperador gobernando las regiones de
Britania, y partes de Galia e Hispania. Pero tras la victoria completa de Severo sobre
Níger, y ante la perspectiva de Severo de controlar todo el imperio, en 196 Clodio
Albino se sublevó con sus legiones y se proclamó único emperador. El año 197 las
tropas de Albino y Severo se enfrentaron en Lugdunum (Lyon), batalla de la cual
resultó la completa derrota de las legiones británicas. Albino cometió suicidio y así
Severo quedó como amo de todo el imperio.
98.- La Dinastía de los Severos.
El acceso al trono en 193 A.C. de Septimio Severo fue realmente una suerte para el
imperio. Fue indudablemente uno de los más grandes emperadores romanos,
especialmente tomando en cuenta que le tocó gobernar un imperio ya convulsionado.
Con él terminó un corto período de desgobierno, y se reestableció el orden en el
Imperio. En su obra de recuperación recuerda mucho a su sucesor del siglo XI Alejo I
Comneno.
Septimio Severo era un provincial africano, nacido en 145 D.C. en Leptis Magna (actual
Libia), proveniente de una distinguida familia de rango ecuestre. Por el lado paterno
era de origen africano-púnico y por el de su madre de origen itálico, con buenos lazos
familiares en Roma. Hablaba desde su infancia el dialecto púnico norafricano, además
del latín y el griego. Recibió lecciones de oratoria. Hacia el año 162 se dirigió a Roma a
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empezar una carrera pública. Desempeñaría importantes cargos, civiles y militares a lo
largo de los 30 años siguientes. Ya hemos visto como el año 193 comandaba las
legiones del Danubio. Entonces, Septimio Severo, al momento de llegar al poder era
un hombre altamente capacitado y un excelente militar. No obstante, sería absolutista
en sus relaciones con el Senado, a muchos de cuyos miembros no dudaría en mandar
asesinar. Su gran apoyo sería el ejército. Se cuenta que el gran consejo a sus hijos fue
ante todo tener siempre contentos a los soldados. Pero su régimen dictatorial sería
muy popular entre la población, y muy efectivo políticamente.
Entre los años 197-199 dirigió una victoriosa guerra contra los partos, que habían
apoyado a Níger, y tomó su capital Ctesifonte, estableciendo una provincia romana en
la parte Norte de Mesopotamia. Además, a partir del año 208, condujo una exitosa
guerra en Britania, reconstruyendo y fortaleciendo la Muralla de Adriano e invadiendo
Caledonia, alcanzando una paz con los pictos que duraría hasta la retirada romana de
Britania a comienzos del siglo V. Murió en el curso de la campaña, en York, el año 211.
En su recuerdo subsiste, hasta el día de hoy, el Arco de Triunfo de Septimio Severo, en
Roma.
Como ya hemos visto, entonces, Septimio Severo, si bien oficialmente un gobernante
ya de la decadencia, fue, de cualquier forma un gran emperador. Pero los tiempos
venideros ya no lo acompañaron. Desgraciadamente la semilla de la desintegración
gubernamental ya estaba planteada. Tal vez si Septimio Severo hubiera tenido unos
herederos capaces, su dinastía podría haberse consolidado (como lo haría por tres
generaciones la dinastía de los Comneno en el Siglo XI) y haber ordenado un proceso
de declive que en ese momento en realidad aún no se notaba y todavía era reversible.
Pero no fue así.
A su muerte, en 211 fue sucedido conjuntamente por sus dos hijos: el muy famoso
Marco Aurelio Antonino -mejor conocido como Caracalla- y Geta. Ambos, por el lado de
su madre, eran mitad sirios, de forma que la vertiente siria de la familia tendría gran
importancia en los años venideros. Pero la tensión entre ambos hermanos determinó
que Caracalla mandara asesinar a Geta, quien murió en brazos de su madre. Después
Caracalla inició una purga contra los cercanos a Geta, que incluyó a muchos parientes,
e inclusive a la esposa de Caracalla. Así Caracalla quedó como gobernante único. Tiene
la triste fama de ser considerado uno de los peores emperadores romanos. Muchos
prominentes romanos caerían bajo su mano asesina. Entre sus víctimas se contaría
también el gran jurista Papiniano.
El año 213 Caracalla dirigió una campaña, bastante exitosa, contra los alamanes que
amenazaban la zona fronteriza de las Campos Decumates entre el Rhin y el Danubio.
Al año siguiente viajo a Egipto y al Este. Enemistado con la población de Alejandría,
que no le había mostrado respeto, entregó el año 215 la gran capital greco-egipcia al
saqueo de sus tropas. Se dice que más de 20.000 residentes murieron. Siguió
después, en 216, una corta guerra fronteriza con los partos. Estando en esta campaña
fue asesinado en 217 por uno de sus oficiales disconformes con él.
El mayor avance político de Caracalla fue el llamado Edicto de Caracalla, oficialmente
Constitutio Antoniniana, que significó la concesión en 212 de la Ciudadanía Romana a
todos los habitantes libres del Imperio. Con esto, el Derecho Romano dejó de aplicarse
a una minoría y se extendió a toda la población libre. Se volvería consecuentemente un
Derecho universal. Pero esto no fue una concesión graciosa del emperador, sino una
forma de atraer nuevos impuestos. Además, en esa época la Ciudadanía Romana ya no
tenía el valor ni el peso específico de otras épocas.
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De él son famosas las grandiosas Termas de Caracalla, cuyas ruinas todavía hoy se
aprecian en la ciudad de Roma. No fue un mal militar, defendió exitosamente las
fronteras septentrionales del imperio contra los alamanes y en el Este anexó parte de
Armenia. Por otra parte, uno de los grandes males que produjo, además de sus
crímenes, fue la devaluación de la moneda, a la que le quitó un 25% de su ley de
plata. Esto, hecho para tener dinero para pagar a las tropas y mantenerlas contentas,
produjo al muy corto plazo la inflación que a la larga se convirtió en un azote que
destruyó la economía romana, en un símil a lo que en el siglo XX sería la hiperinflación
alemana de la República de Weimar.
Muerto Caracalla, asumió el poder el usurpador Macrino (217-218). Éste, nacido en
Mauritania y consecuentemente de origen bereber, formaba parte de la clase ecuestre.
Sería el primer emperador no miembro de la casta senatorial. Una vez asumido el
poder proclamó César y heredero a su hijo Diadomediano. Demasiado renuente a la
guerra, y habiendo abandonado algunas importantes conquistas de Caracalla en el
Este, perdió el respeto de las tropas, las cuales consecuentemente lo asesinaron. No
alcanzó nunca a apersonarse en la capital.
La familia de los Severos logró recuperar el poder gracias a las gestiones de Julia
Mesa, tía de Caracalla. Ella era cuñada de Septimio Severo, y consecuentemente
simple miembro colateral de la dinastía. El padre de Julia había sido gran sacerdote del
dios Heliogábalo, una de las deidades más importantes de la Siria romana. Julia Mesa
tenía dos hijas, de las cuales provendrían los dos siguientes emperadores. Gracias a
Julia, su nieto Heliogábalo, de apenas 14 años y con mucha sangre siria por las venas,
logró ascender al trono. Reinaría desde 218 hasta 222 D.C. Es hasta hoy famoso por
sus depravaciones, especialmente la gula. Fue tan escandalosa su vida personal y tan
rechazada por la institucionalidad romana que –también muy merecidamente- terminó
siendo asesinado por los pretorianos
Muerto Heliogábalo, fue sucedido por su virtuoso y capaz primo hermano Alejandro
Severo, también nieto de Julia Mesa. Éste reinaría entre los años 222 y 235 y haría un
muy buen gobierno. Estaría en gran medida bajo la influencia de su madre, Julia
Mamea, una mujer capaz y virtuosa, muy distinta a tantas otras madres de
emperadores pretéritos.
Alejandro Severo debió hacer frente –exitosamente- a un nuevo y formidable enemigo,
los persas, que después de reconstituir su imperio en el año 223 D.C. se lanzaron a
reconquistar lo que había formado parte de su reino en tiempos de Ciro El Grande y
Darío. Después volveremos sobre este punto. Pero el joven emperador, no obstante
sus buenas intenciones y su habilidad militar, fue ya incapaz de controlar las fuerzas
que amenazaban al Imperio desde adentro, en especial a la rebelde soldadesca. En el
año 235, estando en campaña en el Rhin haciendo frente a una penetración germánica
en la Galia, fue derrocado por el ejército, que no estaba conforme con la forma
negociadora como Alejandro Severo dirigía la guerra. Las tropas proclamaron un nuevo
emperador de sus filas, Máximo, y asesinaron a Alejandro Severo y a su madre. Con él
moría la dinastía de los Severos.
99.- El Fin del Principado y la Crisis del Siglo III.
La muerte de Alejandro Severo señala el quiebre definitivo de la vieja estructura
cohesionada romana. Puede decirse que con él fenece definitivamente lo que quedaba
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del sistema del Principado, la diarquía Emperador-Senado. La decadencia del Imperio
Romano ahora sí se hace patente.
A pesar de los brotes de anarquía que se habían dado desde la caída de Cómodo,
todavía bajo la dinastía de los Severos había existido un gobierno responsable, que
aparentaba seguir un sistema constitucional. Pero a partir del año 235 se inicia un
terrible período de guerras civiles y anarquía que, lejos de cambiar a un gobernante
por otro, fue aun más desastroso, pues contempló la existencia paralela de infinidad de
emperadores rivales, autoproclamados en diversas partes del Imperio, con ejércitos
propios, y todos en guerra mutua.
Durante el largo período que va desde 235 hasta el año 270 las guerras civiles
arruinaron al Imperio económicamente. Si bien existe una lista oficial de emperadores,
ella es de validez muy dudosa, pues en ocasiones los monarcas reconocidos por el
Senado en Roma cuando mucho extendían su autoridad a la Península Itálica. Por
contraste, existirían innumerables emperadores rivales dirigidos desde la Galia,
Hispania o Britania, o en las regiones danubianas, todos los cuales gobernaban sus
provincias autónomamente, y pretendían la conquista de la capital para lograr un
honorífico reconocimiento del Senado que en realidad ya carecía de sentido.
De cualquier forma, una lista más o menos oficial de los emperadores reconocidos (o
de sus co-emperadores) de este período de guerras civiles y desintegración es la
siguiente: Maximino (235-238), Gordiano I (238), Gordiano II (238), Pupieno Máximo
(238), Balbino (238), Gordiano III (238-244), Felipe o Filipo El Árabe (244-249), Decio
(249-251), Herenio Etrusco (251), Hostiliano (251), Treboniano Galo (251-253),
Volusiano (251-253), Emiliano (253), Valeriano (253-260), Galieno (253-268) y
Salonio (260). A esto debemos agregar una lista grande emperadores usurpadores o
rebeldes no reconocidos en Roma que no vale la pena mencionar en estas líneas, y una
serie de autoproclamados emperadores afincados en la Galia, conocidos como
Emperadores Gálicos, que gobernaron casi como monarcas independientes esta parte
del imperio entre los años 260 y 274. De ellos mencionar a Póstumo (260-269), Mario
(269), Victorino (269-271) y Tétrico (271-274).
Recién a partir de los gobiernos reconocidos en Italia de los emperadores Claudio II
Gótico (268-270) y Aureliano (270-275), a los cuales nos referiremos en detalle más
adelante, empieza a verse una luz de salida a la crisis. Con ellos daría inicio una serie
de emperadores capaces de origen eminentemente militar, en su mayoría originarios
de las zonas de Iliria y Panonia, por lo cual la historia los conoce bajo el concepto
global de Emperadores Ilirios. Los demás emperadores ilirios serían Tácito (275-276),
Floriano (276), Probo (276-282), Caro (182-283), Carino (283-285) y Numeriano
(283-284).
Después analizaremos un poco más en detalle todos estos gobiernos.
Hasta el final de los Antoninos el Imperio había guardado la estructura de la República,
y a pesar de los alzamientos militares, los nombramientos de nuevos emperadores
eran confirmados constitucionalmente por el Senado; con los Severos el poder empezó
a fundarse exclusivamente en la autoridad militar; y con la crisis posterior, si bien el
Estado Romano siguió existiendo, ello fue sólo porque la idea imperial era tan universal
que nadie pretendía su desmembración y los gobernantes locales siempre ansiaban
derrotar a los rivales.
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Y no podemos dejar de lado uno de los factores internos más determinantes de la gran
crisis: la pérdida del valor adquisitivo del dinero amonedado, esto es, la inflación. Ella
se originaría realmente como consecuencia de la crisis política, pero desembocaría en
una causa de su agravamiento. La necesidad de mantener numerosos ejércitos en
guerra los unos con los otros, no habiendo dinero con que pagarlos ni un servicio único
de recolección de impuestos, condujeron a la adulteración y aumento desmedido del
dinero circulante, básicamente de la moneda romana de plata. De hecho, la inflación
del siglo III es considerada una de las causas más directas de la decadencia del
Imperio Romano.
100.- La Anarquía Militar y la Cuasi-Desintegración.
Derrocado y asesinado Alejandro Severo, sus tropas proclamaron emperador a
Maximino El Tracio, quien reinó entre los años 235-238. Fue el primer emperador
surgido directamente de los peldaños inferiores de la estructura militar, de la clase
más baja de la sociedad, originario de Tracia. Había ido ascendiendo paulatinamente
en la carrera militar, hasta su ascensión al trono. Como emperador dirigió importantes
campañas, victoriosas, contra los alamanes.
Su caída tuvo lugar en el curso del llamado Año de los Seis Emperadores, el 238 D.C.,
un año de muchos tumultos. Ese año se alzaron contra Maximino en África Gordiano I
y su hijo Gordiano II, quienes se declararon co-emperadores, con el reconocimiento
del Senado, que despreciaba a Maximino. Éste, en revancha, avanzó hacia Roma. Pero
los dos Gordianos fueron derrotados por las tropas estacionadas en Numidia, y ambos
perecieron (el hijo peleando y el padre suicidándose).
Ante el fracaso de la insurrección en África, el Senado, sabiendo que no tendría
clemencia de parte de Maximino, se atrevió a desafiarlo y procuró retomar el derecho a
escoger a los emperadores. De entre sus filas patricias designó co-emperadores a
Pupieno Máximo y Balbino. Pero el populacho romano no aceptó de buena gana a los
aristócratas, y se levantó, apoyando al muy joven Gordiano III, nieto de Gordiano I. Se
logró así un compromiso de co-gobierno, por el cual los dos monarcas del Senado
designaron César o sub-emperador a Gordiano III. En el intertanto, Maximino El
Tracio, que marchaba a Roma, fue asesinado por sus propias –y hambrientas- tropas.
Pupieno Máximo y Balbino se volvieron así emperadores indiscutidos. Pero por muy
poco tiempo. En julio del año 238 ambos fueron asesinados por las tropas pretorianas,
que elevaron finalmente a Gordiano III como único emperador. Así concluyó este
nefasto año 238, con Gordiano III como gobernante oficial indiscutido. Pero el
emperador era muy joven al ser impuesto en el poder, contando apenas 13 años, así
que fue dócil herramienta del Senado. Pero fue muy querido por la población. Murió,
en circunstancias extrañas, en 244 D.C., bien en batalla o bien asesinado por sus
generales, en relación con la guerra en Oriente contra el nuevo imperio persa.
Fue sucedido por Felipe o Filipo El Árabe, nacido cerca de Damasco, con antepasados
provenientes de la Península Arábica, y de familia semita influyente en Siria. Concluyó
una paz con los persas y volvió a Roma a ser reconocido por el Senado, aunque
todavía tuvo que enfrentar importantes sublevaciones en todas las provincias. El año
248 le tocó presidir las celebraciones por los 1000 años de la ciudad de Roma,
fundada, según la tradición, como sabemos, el año 753 A.C. Las celebraciones fueron
grandiosas. Pero no lo suficiente para calmar la inestabilidad, y el año 249 las legiones
danubianas proclamaron emperador a Trajano Decio, o simplemente Decio, quien
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marchó a tomar Roma. Filipo murió en circunstancias no muy claras el año 249, y
Decio fue reconocido por el Senado. Decio, si bien nacido en Iliria -sería el primero de
una larga serie de emperadores provenientes de esa región- era Senador y había sido
cónsul. Pero su reinado fue corto. El año 251 murió en batalla contra los godos, a lo
cual nos referiremos más adelante. También falleció su hijo Herenio Etrusco, que ese
mismo año había sido designado co-emperador.
Acontecido esto las tropas proclamaron emperador a Treboniano Galo, miembro de una
respetada familia senatorial italiana de origen etrusco. Pero al mismo tiempo se
autoproclamó emperador en Roma Hostiliano, hijo sobreviviente de Trajano Decio. Así
que para evitar la conflagración Treboniano Galo aceptó como coemperador a
Hostiliano, aunque esta cohabitación duró sólo el año 251. Hostiliano murió ese año de
causas naturales, aparentemente de plaga, con sólo 13 años. Era el primer emperador
en 40 años en morir de causas naturales. Tras esto debió Treboniano Galo enfrentar
los nuevos peligros de los godos y los persas, que luego referiremos. Las graves
derrotas romanas lo enemistaron con el ejército, que proclamó emperador al general
Emiliano, que se había hecho un nombre derrotando a los godos. Enfrentados en
batalla en el Norte de Italia Emiliano y Treboniano, éste encontró la muerte, junto con
su hijo y co-emperador Volusiano, en 253 D.C.
Dueño de Italia, Emiliano fue reconocido emperador por el Senado. Era nacido en la
provincia de África, y no está claro si era de origen púnico o moro. Pero su gobierno
fue muy corto. No pasó de ese año. Contra él se rebeló casi inmediatamente Valeriano,
comandante de las legiones del Rhin, y miembro de la nobleza romana. Los hombres
de Emiliano se amotinaron y lo asesinaron. Con esto Valeriano fue reconocido
emperador por el Senado, que se congratuló de aceptar a uno de los suyos.
Valeriano, quien reinaría entre los años 253-260 convirtió inmediatamente en coemperador a su hijo Galieno. Valeriano quedó a cargo del Este y Galieno del Oeste. En
algún momento serían designados co-emperadores también los otros hijos de Galieno,
Valeriano II y Salonino. Desde el comienzo del reinado de Valeriano el Occidente del
imperio cayó en desorden, al tiempo que los persas atacaban nuevamente desde el
Este. Como luego veremos en detalle, Valeriano fue hecho prisionero en 260 por los
persas, y moriría en cautiverio. Fue entonces automáticamente sucedido por Galieno,
quien reinaría hasta 268 D.C.
La tragedia de Valeriano desencadenó una gran crisis existencial en el imperio romano,
que Galieno sólo muy parcialmente pudo controlar. Le tocó asumir un imperio en crisis
tanto en el Oeste como en el Este, con una buena serie de fallidos usurpadores de por
medio. Y con dos cismas de facto en partes del imperio: un imperio autónomo en la
Galia (incluyendo además Hispania y Britania) y el Reino de Palmira en Oriente (en
Siria, Palestina, Egipto y Arabia Pétrea). Sobre esto volveremos después. A la larga la
autoridad de Galieno quedó reducida a Italia, las zonas de Iliria y el Danubio, Anatolia
y África.
Al final Galieno no pudo aplacar la rebelión del general Aureolo, en Milán. Combatiendo
Galieno contra el rebelde fue asesinado. Pero su muerte sería pronto vengada por el
nuevo emperador, Claudio, que aparentemente no había tenido nada que ver en el
asesinato de Galieno.
101.- El Imperio Gálico.
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El año 260, acontecida la trágica captura del emperador Valeriano, se alzó en armas en
la Galia contra Galieno el general Póstumo, de origen batavo y proveniente de las
capas inferiores de la estructura militar romana. Póstumo se autoproclamó emperador,
se apoderó de Colonia Agripina (Colonia) y asesinó a Salonino, hijo de Galieno y
presunto heredero al trono. Tras esto, Póstumo fue reconocido como emperador en la
Germania romana, la Galia, Britania e Hispania, estableciendo en su capital provisional,
Colonia, inclusive su propio Senado, cónsules y guardia pretoriana. Había surgido así
un imperio claramente cismático, al que ahora la historia conoce como el Imperio
Gálico.
Es interesante, pero las monedas emitidas por Póstumo en este imperio gálico serían
mucho más perfectas que las del emperador oficial Galieno. Esto demuestra el alto
grado de estabilidad que alcanzó el imperio parcial gálico durante su época de
existencia. La fuerza de Póstumo fue tal que rechazó todos los intentos de Galieno de
expulsarlo de su reino particular y hasta llegó a tener la oportunidad, desperdiciada, de
apoderase del Norte de Italia.
El año 268 tuvo lugar un alzamiento contra Póstumo en Maguncia. Póstumo logró
aplacarlo, pero tras ello fue asesinado por sus propias legiones, indignadas porque no
se les había permitido saquear esta ciudad. Fue sucedido como emperador gálico por
Marco Aurelio Mario, también otro militar de origen popular, quien, muriendo de
causas naturales, reinó sólo unos meses del año 269. En el intertanto, el emperador
romano oficial Claudio II Gótico lograba recuperar el control de la Galia Narbonense.
Además, Hispania se salía del control del Imperio Gálico.
Muerto Mario las tropas de Tréveris instalaron como emperador cismático a Victorino,
quien sólo fue reconocido como tal en Britania y el Norte de la Galia. Tuvo que hacer
frente al avance de las tropas del imperio legal. Asesinado en 271, el gobierno
permaneció por un tiempo en manos de su madre Victoria, quien aseguró el
nombramiento, como nuevo emperador gálico, de Tétrico, miembro de la aristocracia
galo-romana. Éste estableció su capital en Tréveris, y alcanzó a reinar tres años. Trató
de mantener su compacto y disminuido imperio, pero ya en esos momentos estaba en
marcha el proceso reconstitutivo del Imperio Romano.
El año 274 el emperador Aureliano, que ya había terminado con el Estado cismático de
Palmira en el éste, derrotó a Tétrico en Chalons, pero perdonó la vida al vencido.
Aparentemente Tétrico había pactado de antemano con Aureliano. Así, dejó de existir
el efímero imperio cismático de la Galia. Los territorios que aún permanecían bajo su
soberanía, concretamente el Norte de la Galia y Britania, fueron reintegrados a la de
Roma.
102.- Las fronteras del Rhin y el Danubio se vuelven permeables.
Otro enemigo externo muy peligroso en este período de desintegración fueron los
germanos, todavía hasta entonces mantenidos a raya allende el Rhin y el Danubio. La
Dacia sería uno de los principales campos de batalla.
En tiempos del emperador Decio los godos, que por primera vez aparecen como pueblo
en la historia, cruzaron el Danubio y asolaron Moesia y Tracia. Inclusive llegaron a
apoyar a un autoproclamado emperador rebelde, el gobernador de Tracia, Tito Julio
Prisco. También tomaron la ciudad de Filipopólis. El año 251 tuvo lugar la decisiva
batalla de Abrito. Todo un ejército romano fue derrotado en batalla por los godos,
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muriendo ahí el emperador Decio. Sería el primer emperador romano muerto en
combate contra los germanos.
Los godos ingresaron a territorio romano y llegaron inclusive a ocupar Tesalónica. El
terror llevó a reconstruir las antiguas murallas del Istmo de Corinto, para proteger el
Peloponeso, y las de Atenas, inexistentes desde tiempos de Sila. El año 256 los godos
saquearon las principales ciudades de Asia Menor, y en estas luchas quedó destruido el
famoso Mausoleo de Halicarnaso.
El año 265 los francos cruzaron el Rhin, asolando la Galia. Lo mismo hicieron los
alamanes, que ingresaron a Italia y la atravesaron hasta llegar a las cercanías de
Roma. Pero no la atacaron. Era la primera vez que un ejército enemigo llegaba hasta el
corazón de la península. En su retirada, cerca de Milán, fueron derrotados por Galieno.
El triunfo romano fue decisivo.
El año 267, habiendo alcanzado el mar en Asia Menor, un grupo de godos y hérulos
armó una escuadra de 500 naves con barcos capturados a los romanos. Cruzaron el
Bósforo y el Helesponto, saquearon Bizancio (cuando todavía se llamaba así) y otras
ciudades, y posteriormente desembarcaron en la Grecia propiamente tal. Argos y
Corinto fueron asaltadas y destruidas. Inclusive se apoderaron de Atenas, aunque no
queda claro si sólo de la ciudad baja o también de la Acrópolis. Pero el hecho es que
Atenas fue saqueada en muchos de sus tesoros, mas sus históricos edificios no fueron
afectados.
Finalmente el emperador Claudio II Gótico derrotó en toda la línea a los bárbaros en
Moesia, en la batalla de Naissus, el año 268 ó 269, destruyó a su ejército e hizo miles
de prisioneros. La caballería romana fue dirigida por el bravo Aureliano, quien sería
sucesor de Claudio. Con ello Roma detuvo esta gran incursión germánica, iniciando una
época de recuperación en las fronteras. Los godos fueron enviados de vuelta al otro
lado del Danubio y por más de un siglo dejaron de ser una amenaza real para el
Imperio. Esta gran victoria, una de las más importantes conseguidas alguna vez por un
ejército romano contra enemigos externos, le valió al emperador vencedor su ya citado
y merecido apelativo de Gótico.
Paralelamente, los alamanes habían cruzado los Alpes e invadido Italia. Claudio II los
derrotó ahí en la Batalla del Lago Benaco. El año 271 Aureliano venció nuevamente a
los alamanes en Pavía, y los expulsó de Italia. Pero Aureliano, ante la imposibilidad de
seguir defendiendo las provincias transdanubianas, tuvo que abandonar
definitivamente la Dacia y reubicar a su latinizada población al Sur del Danubio. Ahí
estableció en la antigua Moesia una nueva provincia con los habitantes de la Dacia,
bajo el nombre de Dacia Ripensis.
103.- El Surgimiento del Segundo Imperio Persa.
Además de sus ya mencionados problemas internos, Roma tendría que hacer ahora
frente a un nuevo y poderoso rival en el Este, cuyo surgimiento nunca hubiera
imaginado. El año 223 D.C. fue derrocada la antigua dinastía parta de los Arsacidas, y
el poder fue ahora asumido por la nueva dinastía persa de los Sasánidas. No se trató
sólo de un cambio de dinastía, sino de la recuperación del poder por los persas puros,
que desplazaron a la monarquía espuria y semi-helenizada de los partos.
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Esto significó el surgimiento de un Segundo Imperio Persa, el cual, durante los 400
años venideros, pasó a ser el enemigo mortal de Roma. Por el Este se extendería hasta
la India, pero en el Oeste su límite quedaría bloqueado por Roma, la defensora y
continuadora del helenismo alejandrino en el Cercano Oriente. Los persas sasánidas
establecerían como objetivo fundamental volver a ocupar lo que alguna vez fue de sus
antepasados bajo los monarcas Aqueménidas; en contrapartida, los romanos
defenderían tenazmente su frontera oriental sobre el Éufrates.
El año 230 los persas atacaron las regiones romanas de Mesopotamia y Siria. El
emperador Alejandro Severo logró derrotarlos y expulsarlos. Pero la guerra empezaría
nuevamente. El año 243 los romanos, bajo el comando nominal de Gordiano III, los
derrotaron y rechazaron en el Éufrates.
El año 256 los persas, bajo su rey Sopor I, aprovechándose de la desorganización
romana, invadieron Siria y conquistaron su capital Antioquía. El contraataque romano,
dirigido por el emperador Valeriano a partir de 257, si bien tuvo inicialmente efectos
muy positivos y permitió la reconquista de Antioquía, terminó en un desastre. El año
260 el propio emperador Valeriano, derrotado por los persas en la batalla de Edessa,
en plenas negociaciones de paz con el rey persa, fue traicioneramente hecho prisionero
y llevado al cautiverio, de donde nunca volvió. Fallecería en 266, prisionero del rey
persa Sopor. Los persas volvieron a ocupar entonces Siria y Asia Menor, pero no
pudieron conservar sus conquistas, ante el interesante contraataque romano que
vendría desde Palmira.
104.- El Reino de Palmira: Odenato y Zenobia.
Este conflicto entre romanos y persas, con los romanos totalmente desorganizados,
llegó a determinar la aparición de un efímero Estado surgido provisionalmente en
territorio romano, no por un intento provinciano de secesión, sino por el deseo de las
provincias sirias del Imperio de auto-organizarse para defenderse de los enemigos
externos y del desorden.
La defensa del territorio romano la asumió en 258 Septimio Odenato, un noble local de
la ciudad de Palmira. En 260, tras la derrota y captura de Valeriano, Odenato dirigió a
las fuerzas regionales romanas, expulsó a los persas, y mantuvo la integridad de las
provincias asiáticas en momentos en que el gobierno imperial central ya no existía y
nadie sabía a ciencia cierta cuál emperador era legítimo y cuál no. A la larga,
imperceptiblemente, esto condujo al surgimiento de un reino propio dirigido desde
Palmira, que en su momento de máximo poderío comprendió los territorios romanos de
Mesopotamia, Siria, Palestina y Egipto, además de buena parte de Asia Menor.
Muerto Odenato en 267, sin haber asumido realmente ningún título regio propio, fue
sucedido por su esposa Zenobia, la que sí se autoproclamó oficialmente como Reina de
Palmira. En tal carácter gobernaría durante cinco años (267-272) las ya mencionadas
provincias del Oriente romano, cumpliendo una labor para la cual Italia no estaba
preparada. Pero este intento ya abierto de sucesión, que no guardaba las formas
legales debidas, no fue aceptado por Roma, que ya empezaba su proceso de
reconstrucción. El emperador Aureliano, empeñado en reconstituir el perdido orden
imperial, reestableció finalmente en 272 el dominio directo romano y acabó con el
reino secesionista. Zenobia fue llevada en el cortejo de triunfo de Aureliano a Roma.
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105.- La Obra Reconstructiva de los Emperadores Ilirios.
Muerto Galieno el año 268, fue sucedido por el ya mencionado, y muy capaz, Claudio
II. Gran general, era originario de las zonas del Danubio, consecuentemente de origen
ilirio, y provenía de las clases populares. Para esos momentos Iliria era ya la fuente de
soldados del imperio, y su importancia se hacía notar. En el caso de Claudio II su tosco
origen sería olvidado gracias a sus virtudes guerreras y el gran servicio que, en su
corto reinado de apenas dos años (268-270 D.C.), prestó a Roma. Con él comienza el
difícil proceso de reconstitución del Imperio Romano. Ya hemos visto, y ahora no es
necesario repetir, como Claudio II logró importantes victorias contra los germanos que
amenazaban el imperio y como empezó el proceso de recuperar los territorios
meridionales del cismático Imperio Gálico.
Estando Claudio preparando una campaña contra los vándalos, que también
amenazaban la frontera del Danubio, falleció de muerte natural a consecuencia de la
peste que asolaba al imperio. No pudo cumplir su sueño de reestablecer el orden y la
unidad del imperio, pero sentó las bases del mismo. Le allanó el camino a sus
sucesores.
Muerto Claudio se llevó a cabo el intento de proclamar emperador a su hermano
Quintillo, pero éste sólo alcanzó a reinar unos días o semanas del año 270. Si bien
reconocido por el Senado, aparentemente no tuvo apoyo en las tropas. Fue asesinado
por sus propios hombres en Aquilea. Además, aparentemente Claudio al que había
designado como sucesor era a su capaz general Aureliano. Así que éste llegó al poder.
Lucio Domicio Aureliano, quien reinaría brillantemente por cinco años (270-275), era
también de rudo origen ilirio, y a lo largo de los años se había caracterizado por su
capacidad militar, llegando a ser la mano derecha de Claudio II. Enérgico gobernante
reconocido por el Senado y señor de Italia, logró afianzar la autoridad de su gobierno
sobre la casi totalidad del Imperio. Puso en orden una reforma moral y administrativa,
con severas penas contra la corrupción, y efectuó una importante reforma monetaria,
para acabar con el mal endémico de la corrupción.
Con Aureliano comenzó efectivamente la restauración de la autoridad central, lo que
hace que su obra haya merecido pasar a la historia. Ya hemos visto como en 272
terminó con el Reino de Palmira en Siria y en 274 con el Imperio Gálico, que volvieron
a la autoridad central de Roma. Además, Aureliano logró importantes victorias contra
los alamanes y vándalos que igualmente merodeaban por el imperio. Pero tuvo que
abandonar la provincia transdanubiana de Dacia, ya indefendible. El año 275, ya con el
imperio reunificado y en relativo orden, procuró tomar cartas contra los persas.
Estando en Tracia en la preparación de su campaña, fue asesinado aparentemente por
un funcionario corrupto, que temió un severo castigo por parte del emperador. Su
muerte fue muy dañina, pues de haber vivido más seguramente habría fundado una
dinastía.
Al morir Aureliano su autoridad aún no era reconocida al 100% en todas las regiones
de la Galia, pero el proceso reconstitutivo ya estaba en marcha. Los sucesores de
Aureliano lo completaron, en un muy importante período de transición en que el orden
empezó poco a poco a retornar: La labor de Aureliano, tanto en el campo interno,
sometiendo a los líderes rebeldes, y en externo, protegiendo las fronteras, fue de gran
significado histórico. Sin él, el Imperio Romano nunca hubiera vuelto a organizarse.
Pero el problema es que ya nada iba poder volver a ser como había sido en tiempos
del Principado. Mucho había cambiado.
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De cualquier forma, en su gobierno se produce un hecho que demuestra la penosa
situación de Roma y su Imperio, cual es la construcción de una muralla protectora
alrededor de la ciudad, hasta hoy existente y conocida como Muralla Aureliana.
Durante siglos Roma había sido una ciudad abierta que no había necesitado murallas
para protegerse, pues sus legiones habían sido más que suficientes. Pero ya la realidad
era otra y la edificación de un muro protector se había convertido ya en una necesidad
imperiosa. La pérdida del control de las fronteras obligaría a las principales ciudades de
provincia a empezar a construir muros protectores, al igual que Roma.
Muerto Aureliano, el Senado designó como su sucesor a Marco Claudio Tácito, de
buena familia italiana. Este nombramiento fue cordialmente aceptado y ratificado por
las tropas, lo que ya era un muy buen signo. Dirigió exitosamente una campaña contra
los mercenarios germanos de Aureliano que se habían dedicado al pillaje en los
Balcanes, y murió en circunstancias poco claras, a avanzada edad, en 276 D.C., en
Capadocia, tras poco menos de un año de reinado. Fue sucedido por su medio
hermano Floriano, elegido por las tropas, aparentemente sin respaldo del Senado. A
los pocos meses, dentro del mismo año, y por ineficiencia militar, fue asesinado por
sus propios hombres.
Lo sucedió Marco Aurelio Probo, también de origen ilirio, quien en su reinado de seis
años –muy largo para los estándares de la época- derrotó nuevamente a los godos, a
los vándalos que merodeaban por las zonas danubianas, y logró terminar de limpiar la
Galia y de bandas germanas (alamanes, francos y burgundios). Sus generales
contuvieron también a las tribus nubias que amenazaban Egipto. Muy interesante sería
la política de Probo de impedir el ocio de sus legionarios, de forma que los uso para
fines de bien público, tales como replantas los viñedos en las zonas devastadas de la
Galia o Panonia, para reconstruir la dañada economía.
El año 182, mientras se encontraba en su ciudad natal, Sirmio (que casualmente era la
ciudad natal de gran parte de los emperadores ilíricos), se enteró de que los
pretorianos en Roma habían proclamado un nuevo emperador, Marco Aurelio Caro, de
familia romana de Narbona. Probo dirigió a sus tropas contra Roma, pero los soldados
lo desertaron y asesinaron. De cualquier forma, Caro castigó seriamente a los asesinos
de Probo. Pero su reinado, aunque reconocido por el Senado, tampoco fue largo.
Dejando a sus hijos Carino y Numeriano a cargo de la administración, él mismo se
dirigió personalmente al Este, a luchar con los persas sasánidas, en una campaña
brillante, que lo llevo a conquistar el Norte de Mesopotamia, además de las ciudades
de Seleucia y Ctesifonte, hasta más allá del Tigris. Los persas quedaron imposibilitados
de defenderse adecuadamente y Caro vengó con creces las anteriores humillaciones de
Roma. Pero Caro falleció en el curso de esta victoriosa campaña, muy seguramente de
muerte natural, el año 183.
La sucesión dinástica se dio automáticamente, y el Senado proclamó co-emperadores
inmediatamente a sus hijos Carino y Numeriano. Carino se apersonó en Roma
mientras que Numeriano dirigió una pacífica retirada de las tropas romanas desde el
Este. Pero el año 184 Numeriano fue encontrado muerto en Bitinia, próximo a cruzar a
Europa. Se acusó a Carino del asesinato.
Cuando las noticias del fallecimiento del emperador llegaron a los comandantes
imperiales, en la ciudad bitinia de Nicomedia, en noviembre de 184, los generales
convocaron a un concilio para determinar la sucesión. En una votación prácticamente
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democrática, reminiscente de la elección de Jenofonte por los Diez Mil, los soldados
determinaron elegir como emperador al capaz general Diocles, comandante de la
caballería de la guardia imperial. Este Diocles, se encontró repentinamente ante un
nombramiento que no había deseado, y que no podía rechazar. El rechazo le hubiera
significado indudablemente la muerte.
Ungido entonces Diocles como nuevo emperador, y habiendo aceptado el
nombramiento, se inició un nuevo período en la historia del Imperio Romano. Uno de
sus primeros actos oficiales fue cambiar su nombre helénico por la forma latinizada de
Diocleciano, con que llegará a la posteridad.
106.- Diocleciano y la Recuperación Absolutista.
Como ya hemos visto, el año 284 llegó al poder Diocleciano, quien es considerado el
hombre que finalmente reestableció el Imperio, sobre bases totalmente nuevas. Podría
decirse que fue el refundador del Imperio Romano. Así lo considera por lo menos
Theodor Mommsen. Buena parte de sus instituciones sobrevivirían hasta el fin del
imperio, en el Siglo XV. Era un soldado de obscuro origen, de una familia iliria de clase
baja, nacido en la costa de Dalmacia, muy posiblemente cerca de Salona. Los
acontecimientos lo llevaron a escalar posiciones dentro del ejército imperial. Fue el
hombre adecuado para la época, impuesto por el destino.
A pesar de su reciente investidura imperial, todavía por un tiempo Diocleciano tuvo
que luchar contra Carino, el hermano de Numediano -considerado gestor de su
asesinato- y contra otros candidatos a usurpador. El año 485 Diocleciano derrotó
definitivamente a Carino y se convirtió en amo indiscutido del mundo romano. Recibió
además el reconocimiento oficial del Senado.
Pero para Diocleciano el estatus de la ciudad de Roma debía cambiar. Muchos factores
hacían que ya no fuera adecuada como capital administrativa del imperio. Primero, por
su gran población y masa proletaria, que la hacían siempre un foco de revoluciones
insensatas. Además, estaba mal situada geográficamente. Por eso, a lo largo de su
reinado de 20 años, Diocleciano visitó la ciudad sólo en dos ocasiones, una de ellas
para su confirmación como emperador. Pero sus dos estadías serían muy cortas. Si
bien Diocleciano nunca llegó al extremo de crear una nueva capital, como después
haría Constantino, si decidió gobernar desde otro lugar, y para ello escogió la pequeña
y cómoda ciudad de Nicomedia, en Bitinia, Asia Menor, muy cercana al Bósforo y los
Dardanelos. Entonces, durante en período de alrededor de 40 años Nicomedia sería la
verdadera capital administrativa del Imperio Romano.
Diocleciano, consciente de que el imperio era demasiado grande para ser gobernado
por una única cabeza, el mismo año 285 determinó designar como co-emperador a su
amigo de confianza Maximiano, también de origen ilirio nacido en Sirmium en una
familia de clase media baja. El concepto de la co-existencia de dos emperadores no era
nada nuevo, y siempre se había dado, pero Diocleciano lo institucionalizó.
Maximino, un hombre con bastantes fallas humanas y cruel, tenía una gran virtud:
siempre fue leal y fiel a Diocleciano. Entonces Diocleciano permaneció como emperador
supremo y Maximino no tuvo inconveniente en ser sub-emperador. Diocleciano, con un
carácter bondadoso y humano, dejó en manos de Maximino, muy buen militar, la
aplicación de las medidas ingratas. Para dejar muy en clara esta relación de
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preeminencia, Diocleciano se designó a sí mismo Hijo de Júpiter (un dios), mientras
que Maximino fue declarado Hijo de Hércules (un semi-dios).
De esto surgiría poco después el sistema colegiado de gobierno llamado Tetrarquía,
que explicaremos con mucho más detalle en el próximo capítulo. Así que dejamos esa
parte de lado por ahora, y nos enfocamos a señalar algunos acontecimientos
importantes del reinado de Diocleciano.
Hacia el año 287 Diocleciano debió hacer frente en la frontera danubiana a incursiones
de sármatas, pueblos que habitaban la región de Sarmacia (en Ucrania y la parte
Septentrional de los Balcanes), de origen iranio y por lo tanto también indoeuropeos.
Otros enfrentamientos siguieron hacia el año 294. Contra los sármatas Diocleciano
construyó en la zona danubiana una línea de fortificaciones conocida como Ripa
Sarmática. Hacia el siglo IV, con la conquista gótica de la región de Ucrania y Crimea y
la posterior dominación de los hunos, los sármatas desaparecieron de la historia.
La presencia de Diocleciano en el Este fue muy beneficiosa en lo que al eterno conflicto
con Persia se refería. El mismo año 287 Persia renunció a todos sus derechos sobre
Armenia y reconoció la subordinación de este reino a Roma. Parte de Armenia quedó
oficialmente como reino cliente, y gran parte fue directamente anexada al imperio.
Pero en 294 el nuevo rey persa cambió su política hacia Roma. Los persas iniciaron el
ataque, primero exitosamente, hasta, como sería la regla por muchos siglos, vendría el
exitoso contraataque romano. Los romanos inclusive capturaron como reheneshuéspedes a los hijos del rey persa (tal cual como Alejandro Magno había hecho con
los hijos de Darío III setecientos años antes). Ante esto, los persas pactaron la paz.
Roma ganó control sobre importantes zonas de Mesopotamia y se confirmó el
predominio romano en Armenia, con su dinastía nativa. Inclusive, se reconoció la
supremacía romana en las zonas del Cáucaso.
En el intertanto, Maximiano derrotaba a los piratas francos y sajones en la costa del
Mar del Norte. Luego, Maximiano y Diocleciano llevaron a cabo una exitosa campaña
contra los alamanes y otros pueblos germanos, uno desde el Rhin y el otro desde el
Danubio.
Entre los años 295 y 297 hubo conflictos en Egipto, cuando Diocleciano trató de
uniformar el sistema impositivo egipcio de acuerdo a los nuevos cánones imperiales, y
esto trajo descontento, un alzamiento, y hasta la aparición de un emperador
usurpador. A la larga el movimiento fue sofocado y las tropas de Diocleciano tomaron
Alejandría. Como consecuencia de esto, el Egipto grecorromano, que por su especial
situación jurídica –ya hemos visto que legalmente no era administrado como cualquier
provincia- tenía un alto grado de autonomía, perdió gran parte de la misma y su
sistema administrativo se uniformó en gran medida al del resto del imperio.
107.- Diocleciano y la Tetrarquía.
Diocleciano convirtió al Imperio en una monarquía absoluta. El emperador dejó de ser
el Primer Ciudadano de la República, y se convirtió en un monarca de tipo oriental,
rodeado de una rígida etiqueta gubernamental. Su manto de púrpura y la diadema que
introdujo pasaron a ser símbolos de poder durante los más de 1.000 años siguientes
en el Imperio Romano. Pero no sólo eso, pues Diocleciano para efectos simplemente
administrativos creó el año 293 D.C. lo que se ha dado en llamar la Tetrarquía, el
cogobierno de cuatro emperadores.
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Es muy importante señalar que este sistema no significó la división política del
Imperio, sino una mera reestructuración administrativa del mismo. El Imperio Romano
siguió siendo uno sólo, pero con dos cabezas administrativas, dos co-emperadores,
oficialmente designados Augustos, uno en la parte Oriental del Imperio, y otro en la
Occidental. Además, cada Augusto designó un vice-emperador adjunto, que con el
título de César lo ayudaba a administrar una parte de la mitad de su Imperio.
Diocleciano se reservó para sí mismo la parte oriental, fijando su corte en Nicomedia,
Asia Menor; mientras que su colega, Maximiano, administraba Occidente, aunque no
ya desde Roma, sino desde Milán. Esta ciudad no sólo era mucho más manejable
políticamente que Roma, sino que además estaba estratégicamente mucho mejor
situada, más cercana a la fundamental frontera septentrional de Italia. Los respectivos
Césares, designados en dicho año 293, serían Constancio Cloro, como subalterno de
Maximino en el Oeste; y Galerio, bajo la autoridad de Diocleciano, en Oriente. Además
de Nicomedia y Milán, los otros dos importantes centros administrativos del imperio
serían Tréveris, en la Galia, y Antioquía, en Siria.
La idea era en algún momento que, al retirarse Diocleciano y Maximiano, fueran
sucedidos por sus respectivos césares, Constancio Cloro y Galerio, los cuales,
convertidos ya en Augustos, designarían como nuevos Césares a Constantino, hijo de
Constancio Cloro, y a Majencio, hijo de Maximino. Así se pretendía hacer funcionar el
proceso de sucesión. En preparación de esto, Constantino y Majencio fueron llevados a
Nicomedia, para ser preparados por Diocleciano.
De esto surgieron cuatro Prefecturas: en la mitad Oriental, a) la Prefectura de Oriente,
que abarcaba Tracia y la parte Este de los Balcanes, así como Asia Menor, Siria, Egipto
y Libia, y b) la Prefectura de Iliria, que abarcaba Grecia, Macedonia, Iliria y la parte
Oeste de los Balcanes; y en la mitad Occidental, c) la Prefectura de Italia, que
abarcaba las fronteras del Danubio en Europa Centro-Occidental, Italia, las islas del
Mediterráneo Occidental, y la provincia de África (Cartago); y d) la Prefectura de las
Galias, con la Germania romana, la Galia, Britania, Hispania, y Numidia. Las
Prefecturas de Oriente e Italia quedaron a cargo de los Augustos, y las de Iliria y las
Galias a cargo de los Césares. Diocleciano se reservó para sí mismo la Prefectura de
Oriente.
Asimismo, el sistema de las provincias fue modificado en gran medida. Se
establecieron provincias mucho más pequeñas, agrupadas en estructuras mayores
llamadas Diócesis. Por ejemplo, Hispania, Britania y la Galia serían Diócesis, cada una
con sus múltiples provincias interiores. E Italia perdió para siempre su situación
privilegiada, pasando a ser considerada una Diócesis más.
Todo lo anterior trajo in gran problema: para mantener todo este nuevo sistema se
hizo necesario aumentar tremendamente la burocracia estatal. Partamos de la base,
por ejemplo, que de sólo una pasó a haber cuatro cortes paralelas, cada una con sus
funcionarios propios. Además, los funcionarios de un gran número de nuevas
provincias menores y de sus diócesis correspondientes. También se aumentó
considerablemente el número de soldados en armas, para proteger las siempre
amenazadas fronteras del Rhin, Danubio y Éufrates. El gasto público se disparó y se
hizo necesario recargar de impuestos a las provincias y a mis municipios, lo que asfixió
la economía de todo el Imperio. Las consecuencias serían, a la larga, desastrosas.
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Esto era en momentos en que ya se notaba una clara identidad cultural autónoma
tanto en las partes occidentales como orientales del Imperio. En la parte occidental el
latín era, además de idioma oficial, prácticamente la lengua universal de los
habitantes, mientras que en Oriente, no sólo entre las poblaciones griegas o
completamente helenizadas, sino inclusive entre las poblaciones autóctonas (egipcios,
siríacos, etc.), el griego era el vehículo común de comunicación, e inclusive idioma
administrativo al mismo nivel que el latín. Paralelamente, las regiones orientales del
Imperio eran ya las más ricas y pobladas del Imperio.
108.- La Civilización Romana en el Siglo IV.
Este siglo IV sería muy complejo para Roma. Desgraciadamente, todos los problemas
sociopolíticos de la época influían en el vigor de la civilización grecorromana. El arte
clásico había entrado en profunda decadencia. En algún momento de mediados del
siglo III D.C., la capacidad de reproducción artística de la figura humana comenzó a
decaer ostensiblemente, tomando formas más rígidas y estáticas, así como menor
detalle corporal y facial. Desde el momento en que los artistas grecorromanos
perdieron la oportunidad siquiera de copiar el arte de sus predecesores, estaba claro
que algo estaba fallando. Cuando uno aprecia la famosa estatua de los cuatro coemperadores de la Tetrarquía de Diocleciano, cuesta imaginar que sea arte
verdaderamente romano. Tal vez la más clara muestra de esta involución la muestra la
numismática, la ciencia que estudia a las monedas en cuanto a dinero físico. La
representación de los rostros de los emperadores es perfecta durante los primeros 230
años de Nuestra Era, y de hecho, durante un largo período del siglo III, siguiendo la
moda helenizante que impusiera Adriano, los emperadores aparecen barbados.
Acercándose a la mitad del siglo III los rostros empiezan a perder ese carácter de
fotografía que poseían, y a medida que corren los siglos IV y V los rostros son ya casi
irreconocibles. Posteriormente, la representación facial mejoraría un poco, pero ya no
dentro de los cánones clásicos, sino dentro de los patrones –distintos- del nuevo arte
bizantino. Pasarían mil años, hasta el Renacimiento del siglo XV, antes de que los
patrones clásicos pudieran volver ser a reproducidos.
El Imperio Romano del siglo IV, si bien fue salvado por Diocleciano, dejó de ser la
estructura dinámica de épocas anteriores, y se estancó en desarrollo económico,
demográfico, y militar. El Estado tuvo que intervenir fuertemente en la economía para
mantener la estructura gubernamental imperante, la libertad de trabajo se vio
ampliamente limitada y muchos trabajos se volvieron hereditarios y forzosos, la
población descendió, y la estructura militar, si bien logró mantener las fronteras
externas, carecía ya de hombres para renovarse.
Además de estos peligros internos, los externos se convirtieron en una amenaza que
ya no podría ser contenida por mucho tiempo. En el Este los romanos mantuvieron una
guerra generacional contra sus principales enemigos, primero el reino parto, y desde el
siglo III, el nuevo –y más agresivo- Imperio persa de la dinastía de los Sasánidas. Este
Imperio resucitado sería el mortal enemigo del Imperio Romano hasta el siglo VII, y
las continuas guerras mutuas terminarían, a la larga, arruinándolos a ambos. Pero
además del organizado Imperio iranio, en Europa las fronteras del Rhin y el Danubio se
hicieron cada vez más permeables. Ya desde el siglo III los romanos habían
abandonado todos los territorios ubicados al norte de los ríos Rhin y Danubio,
especialmente la Dacia, la actual Holanda y el sector rético al norte de las confluencias
de estos ríos. El ejército apenas lograba contener las incursiones de los pueblos
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germánicos, los cuales, todavía bajo acuerdos especiales con el gobierno imperial,
empezaron a instalarse dentro de territorio romano.
109.- La Sucesión de Diocleciano.
El año 303 Diocleciano entró a Roma, aparentemente sólo por segunda vez en su vida,
exclusivamente para celebrar su vigésimo aniversario de reinado. Fue acompañado por
su colega Maximiano. Pero el emperador se sentía incómodo en Roma, y la población
de Roma no se identificaba con un tan lejano monarca. Así que a los pocos días
Diocleciano abandonó la capital y se instaló en la cercana Ravena, ciudad destinada a
un futuro brillante en los siglos venideros. Después Diocleciano abandonó Italia, para
nunca volver. En eso su salud empezó a flaquear. Surgieron hasta rumores de su
fallecimiento.
El año 305 en Nicomedia, en un hecho hasta entonces inédito en la historia de Roma,
Diocleciano congregó a sus tropas, y con lágrimas en los ojos anunció su necesidad de
retirarse y abdicar. Simplemente se había dado cuenta de que el momento de retirase
había llegado. Así que obligó al renuente Maximiano a abdicar también, y así ambos
Augustos se retiraron conjuntamente de la escena política, dejando el camino abierto a
sus sucesores. Maximiano, como después veremos volvería después a participar en
política, a favor de su hijo Majencio, pero Diocleciano no se dejaría bajo ninguna
circunstancia embrujar por los cantos de sirena y se retiraría a vivir su vejez, como
simple ciudadano particular, al lujoso palacio que se construyó para terminar sus días
en las cercanías en la ciudad de Salona (la actual Spalato/Split) en la costa de
Dalmacia. Ahí murió, tranquilamente y respetado, de muerte natural, en diciembre del
año 311.
Tras la abdicación de Diocleciano y Maximiano en 305, sus respectivos Césares, Galerio
(en el Este) y Constancio Cloro (en el Oeste), se convirtieron en Augustos, con Galerio
en realidad como figura dominante. Éste era también un hombre de origen humilde
parte dacio y parte tracio, casado con la hija de Diocleciano. Durante su gestión como
subalterno de Diocleciano dirigió importantes campañas militares en los Balcanes,
Egipto y el Oriente. Por su parte, Constancio Cloro se dice que era sobrino del
emperador Claudio II, pero hay antecedentes para pensar que ésta podría ser una
historia prefabricada para ensalzar su imagen y genealogía, considerando que él sería
después el fundador de una importante dinastía. Como subalterno de Maximiano había
logrado importantes triunfos militares contra el rebelde Carausio en Britania y contra
los amenazantes alamanes en el Rhin.
Su campaña en Britania presenta un antecedente histórico muy relevante: para obligar
a sus tropas a la victoria y eliminar de su mente la posibilidad de reembarcarse a la
Galia, mandó quemar su propia flota. Precisamente lo mismo que doce siglos después
haría el valiente conquistador español Hernán Cortés al iniciar la conquista de México,
y que haría famoso el concepto de “quemar las naves”. Aunque en realidad Cortés,
más que quemar las naves, inteligentemente, simplemente las desmanteló para poder
seguir haciendo uso de sus útiles materiales. Pero ello no es todavía parte de este
relato.
Como ya vimos, la idea era que ascendieran a nuevos Césares Constantino, hijo de
Constancio Cloro, y Majencio, hijo de Maximiano. Pero no fue exactamente así, por
imposición de Galerio. En su lugar fueron proclamados Césares Severo II y Maximino
II, ambos cercanos a Galerio. Esto traería después una guerra civil.
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Galerio, figura dominante, reinaría hasta su muerte el año 311, pero Constancio Cloro
falleció mucho antes, en 306, estando en York, Britania. Ahí empezaron los problemas.
Las legiones de Constancio en Britania proclamaron Augusto al hijo de Constancio,
Constantino I. Galerio no se atrevió a entrar en conflicto con Constantino, pero le
otorgó simplemente el título de César de Occidente, elevando a Augusto de Occidente
al César previo, Severo II.
En esto, el año 306 la población de la ciudad de Roma, desafecta con el sistema
político imperante, que le estaba quitando toda importancia, desafió a Galerio y en
forma muy pacífica proclamó Augusto a Majencio, el hijo de Maximiano. Fue reconocido
rápidamente en Italia Central (no así en Milán y el Norte de Italia), en África y las islas
aledañas. Esto trajo de nuevo a la palestra al ex emperador Maximiano, que volvió al
ruedo en apoyo de su hijo, como co-emperador. Maximiano capturó y ejecutó en 307
al Augusto oficial Severo II, que había sido enviado por Galerio a Italia a suprimir la
rebelión. Galerio entró entonces personalmente en campaña para derrotar a
Maximiano y Majencio, y con su ejército invadió Italia, pero fue derrotado por el capaz
Maximiano y tuvo que retirarse, inclusive con gran peligro de su vida.
Ante la crisis existente y tantos emperadores en funciones, para llegar a un
compromiso, Galerio convocó en 308 a una conferencia, en la que no sólo participó el
nuevamente activo Maximiano, sino también el retirado Diocleciano. Se acordó
entonces que Licino, amigo de Galerio, se convertiría en Augusto de Occidente, con
Constantino como su César. En el este continuarían Galerio como Augusto y Maximino
II como César. Maximiano fue obligado a abdicar por segunda vez, y Majencio fue
declarado fuera de la ley, aunque mantuvo el control de la ciudad de Roma y gran
parte de Italia. Pero Maximino II, en Egipto y Siria, no aceptó tener como superior a
Licino y se autoproclamó también Augusto. Así que en un momento llegó a haber seis
hombres autoproclamándose emperadores romanos: Galerio, Licino, Constantino I,
Maximino II, Maximiano y Majencio. Aunque, afortunadamente, no se estaba llegando
ya al nivel de desintegración del siglo III, pues existía ahora ya una nueva
institucionalidad que todos al menos decían respetar.
110.- El Ascenso de Constantino I El Grande.
La zona bajo control de Constantino era toda la Prefectura de las Galias, esto es la
Galia, Britania e Hispania, con capital administrativa en Tréveris. En esta pequeña
corte encontró asilo el ex emperador Maximiano. Pero el año 310 Maximiano se rebeló
contra Constantino, cuando éste peleaba en la frontera contra los francos, y
nuevamente se autoproclamó emperador. Pero el ejército de Constantino se mantuvo
fiel a su líder y Maximiano tuvo que huir a Masilia, donde Constantino lo capturó y lo
despojó por tercera –y última- vez de su título imperial. Tras esto Maximiano se
suicidó. Desaparecía así uno de los seis emperadores.
Con la muerte de Maximiano, las relaciones entre Majencio y Constantino empeoraron.
Majencio se asoció a Maximino II para hacer frente a Constantino y a Licino. Esto
sucedía en momentos en que Galerio, el Augusto supremo, se acercaba a su muerte.
Falleció en 311. Interesantemente, a pesar de su status especial y a su clara
preeminencia protocolar, su zona de control directo era la más pequeña de todas las
correspondientes a los co-emperadores. Muerto Galerio estallaría la lucha final entre
los cuatro emperadores en funciones que quedaban. Constantino forjó una alianza
familiar con Licino, y le dio en matrimonio a su hermana Constancia.
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Majencio había sido el señor efectivo de la ciudad de Roma por muchos años. De
hecho, sería el último emperador residente ahí. De él persisten en la Ciudad Eterna
todavía las ruinas de la monumental “Basílica de Majencio”. Pero su apoyo interno se
estaba erosionando en la propia Italia y la provincia de África se salió además de su
control directo. El año 312 Constantino y sus tropas cruzaron a Italia. En las cercanías
de Turín derrotó al ejército de Majencio, y éste tuvo que retirarse a Roma. Constantino
entró a Milán y después siguió su victorioso avance a Roma. Majencio se encerró en
Roma, protegido por las murallas aurelianas y contando con la guardia pretoriana de la
ciudad, seguro de que podría derrotar a Constantino. Pero en la medida que crecía la
fuerza de Constantino disminuía la de Majencio. Éste, no muy convencido ya de su
capacidad para resistir un sitio, decidió enfrentar en batalla a su rival.
La lucha final sería la llamada Batalla del Puente Milvio, sobre el Tíber, en que las
poderosas fuerzas de Majencio, aparentemente mal ubicadas estratégicamente de
espaldas al río, fueron derrotadas en toda la línea por las menos numerosas tropas de
Constantino. Majencio murió ahogado y Constantino entró como vencedor a Roma. En
esta batalla fue aniquilada la guardia pretoriana de la ciudad de Roma. Sería su última
aparición en la historia. El victorioso Constantino la disolvería definitivamente tras su
victoria, por peligrosa, y así la ciudad de Roma quedaría definitivamente sin una
guardia armada protectora. Éste sería un hecho trascendental en la posterior historia
de la ciudad y del imperio.
Tras esto tendría lugar en el Este la lucha definitiva por el poder entre Licinio y
Maximino II. El primero gobernaba las provincias europeas y el segundo las asiáticas.
El año 312, descubriendo la alianza secreta familiar entre Constantino y Licinio,
Maximino II entro a su vez en una alianza secreta con Majencio, que se vio frustrada
por la muerte de éste en el Puente Milvio.
El año 313 se congregaron en Milán Constantino y Licinio para concretizar
efectivamente la alianza matrimonial pactada entre ambos, y de esta reunión saldría el
famoso “Edicto de Milán” al cual luego nos referiremos. Precisamente en dichos
momentos Maximino atravesó el Bósforo con sus tropas, tomó Bizancio, y avanzó por
Tracia. Los ejércitos de Licinio y Maximino se enfrentaron cerca de la ciudad de
Heráclea. Derrotado Maximino atravesó nuevamente el Bósforo hacia Asia Menor,
perseguido por Licino, hasta llegar a Tarso, en Cilicia, en donde murió ese año en
circunstancias poco claras.
Entonces, para el año 313 la situación se había nuevamente ordenado en el imperio y
quedaban sólo dos co-emperadores: Constantino en el Oeste y Licino en el Este. Pero
esta situación de gobierno dual no podía mantenerse en forma indefinida. A diferencia
de Diocleciano y Maximiano, Constantino y Licino no eran amigos y estaban asociados
sólo por conveniencia y por destino. Sólo uno de los dos podría prevalecer.
Hacia el año 316 los dos Augustos se enfrentaron en una primera guerra, en la cual
Constantino salió victorioso; siguió una segunda guerra en 317, que también favoreció
a Constantino. Problemas de tipo religioso del año 320, a los cuales después haremos
mención, sirvieron de excusa para la guerra definitiva del año 324, en la cual
Constantino derrotó a Licino en Adrianópolis, el Helesponto y Crisópolis. Licino y su
César Marcio Martiniano se rindieron a Constantino en Nicomedia, bajo la promesa que
sus vidas serían respetadas. Constantino cumplió inicialmente su palabra, pero en 325,
ante rumores de una conspiración, los mandé ejecutar. Con esto, Constantino I El
Grande quedaba ya como único emperador de todo el mundo romano.
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111.- La Fundación de Constantinopla.
Siendo ya monarca único, Constantino dio un nuevo paso que, sin saberlo, alargaría en
más de mil años la historia del Imperio Romano. Él ya había tomado cabal conciencia
de la debilidad estratégica de la ciudad de Roma. De hecho, como sabemos, los
Augustos de la parte Occidental del Imperio ya no vivían en Roma, sino en Milán. Pero
tampoco esta ciudad del Norte de Italia era perfectamente adecuada. Por ello,
Constantino, decidió fundar una nueva capital que diera lustre a su dinastía, y para ello
buscó un lugar estratégicamente bien ubicado, fácilmente defendible. El lugar preciso
lo encontró en el emplazamiento de la vieja colonia griega de Bizancio, en la orilla
europea del Bósforo, con una ubicación privilegiada.
Las obras de construcción empezaron el año 326 y la consagración oficial de la nueva y
magnífica capital tuvo lugar el 11 de mayo del año 330. Si bien el nombre oficial de la
ciudad fue Nueva Roma, el nombre que en realidad se impuso desde el primer
momento fue Constantinopla (Κωνσταντινούπολις o Constantinópolis), esto es, Ciudad
de Constantino.
De cualquier forma, sería tal la importancia de la nueva capital que los griegos la
llamarían simplemente i Poli, esto es ‘La Ciudad’ por antonomasia. Y es un dato
relevante hacer notar que fue tan común el uso de la expresión eis tên Polin (εις τήν
Πόλιν), en griego medieval eis tin poli (στην Πόλη), en alusión a las expresiones “en la
Ciudad” o “a la Ciudad”, que este uso lingüístico helénico llegó a constituirse también
en el nombre también popular de la urbe en lengua turca: Estambul o Istanbul. Por su
parte, para los eslavos la ciudad sería Zarigrado o Zarengrad, esto es, la Ciudad de los
Zares o de los Césares; los vikingos la llamarían Miklagård o Gran Ciudad; entre los
árabes y el mundo islámico en general –también en turco oficial otomano- el nombre
sería Kostantiniyye o al-Qusṭanṭiniyah, esto es, Lugar de Constantino. La ciudad tendría
en realidad infinidad de nombres, dependiendo de cada pueblo que soñara con ella.
Para su construcción, el emperador hizo traer las más preciosas obras de arte del
Imperio, obras que desgraciadamente para ese momento ya no era posible siquiera
pensar en reproducir, dada la decadencia de la técnica artística que afectaba al
período. Entre otros, la estatua de Atenea esculpida por Fidias, que estaba en el
Partenón de Atenas, fue trasladada a la nueva capital. Pero la ciudad fue fundada como
capital cristiana, sin que quedara rastro de su pasado helénico pagano.
Gran parte de la ciudad quedó protegida por fortificaciones que miraban al mar, y la
pequeña parte que daba a tierra, por una sólida muralla. En el siglo V el área urbana
se vería ampliada y una nueva muralla, aun más inexpugnable, edificada por el
emperador Teodosio II. Gracias a estas fortificaciones, que hicieron inexpugnable a
Constantinopla, es que el Imperio Romano no fue borrado completamente de la
historia a comienzos de la Antigüedad Tardía. Es un hecho que de no haber sido por la
solidez de Constantinopla, el Imperio Romano no hubiera sobrevivido al siglo VII de la
Era Cristiana.
Desde el primer momento la ciudad recibió los mismos órganos gubernamentales de la
vieja Roma, con su propio Senado y sus propias magistraturas. No mucho después, los
Senados de Roma y Constantinopla fueron oficialmente equiparados en todo aspecto.
Pronto, Constantinopla pasó en población a la vieja Roma, que quedó relegada a una
ciudad muy importante, y todavía muy poblada, pero prácticamente de provincia. Ni
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siquiera la sede del gobierno de Occidente permaneció ahí: primero continuó en Milán,
adonde la había llevado Maximiano, y posteriormente, a partir del reinado de Honorio,
los emperadores de Occidente instalaron su sede en la ciudad de Ravena, cerca del
Adriático, también de defensa más fácil que la gran metrópoli del Tíber.
Pero para la construcción de la nueva capital habría también otras muy importantes
consideraciones. Constantino había ya alterado el curso de la historia espiritual del
mundo al acercarse oficialmente al Cristianismo. Su dinastía ya era cristiana. Deseaba
fundar una ciudad completamente cristiana desde su origen, sin tradiciones paganas.
La Nueva Roma sería el baluarte de la nueva fe, cuyo origen y desarrollo nos toca
ahora explicar.
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CUARTA PARTE – ROMA Y EL CRISTIANISMO
112.- La Crisis de la Religión Oficial Romana.
Los romanos fueron, como ya hemos visto, durante la primera etapa de la República,
un pueblo altamente religioso y respetuoso de los valores morales y familiares, un
pueblo altamente viril y de principios sólidos. Pero esta moralidad de costumbres
empezó a resquebrajarse hacia el siglo II A.C., en gran medida como consecuencia de
la desmedida e inimaginable expansión por el Mediterráneo.
Como ya hemos visto, los romanos siempre permitirían que sus ciudadanos
mantuvieran una religiosidad privada, paralela a la oficial. El problema para los
romanos llegaría cuando los creyentes en algunas religiones empezaron a negarse a
participar en el
culto público. Los judíos y los cristianos serían el caso más
ejemplificativo. Y el rechazo real al Judaísmo y al Cristianismo no vendría por la
vertiente religiosa, sino por el lado político. Si los judíos y los cristianos no respetaban
a las deidades propias del Estado Romano eran entonces un “Estado dentro del Estado”
de muy dudosa lealtad. Pero a este tema nos referiremos más adelante, no todavía.
Pero a la medida que la religiosidad romana decayó, estas instituciones nacionales se
mantuvieron, con hombres honorables a su servicio y verdaderos creyentes,
especialmente en las castas superiores de la ciudadanía. De hecho la aristocracia
senatorial romana fue la más reticente a abandonar su antigua fe, y como norma
general rehusó convertirse al Cristianismo, hasta que en el Siglo V D.C. vio
definitivamente que su causa, sin apoyo oficial, estaba perdida. Además, importantes
sectores paganos tradicionales del Imperio adherirían a la humanista filosofía estoica,
una fuente de iluminación para los últimos tiempos de grandeza del paganismo oficial,
cuyo máximo representante histórico, como ya hemos comentado, sería el emperador
Marco Aurelio.
Pero poco a poco la fe nacional romana comenzó a verse corroída por muchos de los
llamados “cultos orientales”, religiones misteriosas y trascendentes surgidas en Egipto,
Siria o Persia que invadieron también la parte latina del Imperio y se instalaron en la
propia Roma. Se volvieron muy famosos e importantes dos de ellos: los cultos de la
diosa egipcia Isis y del dios de origen persa Mitra. Obviamente que también el
Judaísmo y el Cristianismo se contaban para los romanos como parte de estos cultos
misteriosos orientales. Después vendría todavía otra religión más, el maniqueísmo,
conformado por elementos de diversas religiones orientales, entre ellas el Judaísmo y
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Cristianismo. Pero a la larga, sólo este último estaba destinada a conquista el alma
espiritual de Roma.
113.- Judea en la época Helenística.
Como ya habíamos visto anteriormente, a raíz de las conquistas alejandrinas la cultura
helénica entró en directo contacto con el Judaísmo palestino. En todas las grandes
ciudades del Oriente helenístico existían fuertes cantidades de judíos de habla griega;
al mismo tiempo, en Judea subsistía una comunidad hebrea apegada a sus tradiciones
antiguas. Pero en ambos casos se trataba de judíos que bajo una forma cultural u otra
honraban su religión.
Como ya hemos visto, tras la desmembración del imperio de Alejandro, la región de
Palestina quedó primero incorporada al reino ptolemaico de Egipto y posteriormente
pasó al reino seléucida. Pero en el Siglo II A.C. surgiría nuevamente, por primera vez
desde la conquista de Jerusalén por Nabucodonosor, un Estado judío independiente, el
de los Macabeos y sus herederos los Asmoneos. Este renaciente Estado judío existiría
como tal entre los años 164 a 63 A.C.
Como ya vimos al tratar del reino seléucida, este resurrecto Estado hebreo surgiría a
raíz de una revuelta iniciada en 167 A.C. contra la poco visionaria política religiosa de
Antíoco IV Epifanes. El líder de esta sublevación sería Matatías El Asmoneo, sacerdote
judío, al cual secundarían sus capaces hijos. Muerto Matatías, fue sucedido a la cabeza
de la revuelta por su hijo Judas, que asumiera el “nombre de guerra” de Macabeo. La
historia lo conoce entonces como Judas Macabeo. Sería el alma de la resistencia judía
y encabezara la lucha de guerrillas contra los seléucidas. El año 164 Judas Macabeo
conquistó Jerusalén y purificó el templo, invadido de dioses helénicos.
Muerto Judas en 160 A.C., fue sucedido por su hermano Jonatán, quien ya era Sumo
Sacerdote. Muerto éste en 142 A.C. lo sucedió su hermano menor Simón Macabeo. Ese
año el rey seléucida Demetrio II reconoció la semi-independencia de Judea y Simón
Macabeo quedó como gobernante del nuevo Estado. El año 139 A.C. el Senado romano
reconoció oficialmente esta semi-independencia. Si bien estaba sujeto a fuerte
influencia cultural griega en las costas y en ciudades de cultura helénica del Este del
Jordán, el principado Macabeo fue un verdadero Estado teocrático judío, con capital en
Jerusalén. Simón Macabeo reinó en paz, hasta que en 135 A.C. fue asesinado junto
con sus hijos Matatías y Judas, por instigación de su cuñado, portador del nombre muy
griego de Ptolomeo.
Asumió el poder entonces su tercer hijo, Juan Hicarno (134-104 A.C.). Gobernaría con
el doble rango de Etnarca (nunca asumió el título de Rey) y Sumo Sacerdote. Con él
quedaría abiertamente establecida la independencia definitiva del Estado hebreo frente
a los seléucidas. Por esas arbitrariedades de los nombres dinásticos, se considera que
con el reinado de Juan Hicarno, empieza el reinado de la ahora oficialmente llamada
dinastía Asmonea. Si bien continuadora de la dinastía Macabea, se diferenciaría de ésta
por ser menos combativa religiosamente y mucho más helenística en sus procesos
expansivos e interrelaciones políticas con sus vecinos.
Con los Asmoneos, las fronteras del reino judío llegaron a alcanzar prácticamente los
mismos límites de la gran época de David y Salomón. Juan Hicarno sería sucedido por
su hijo Aristóbulo I (104-103), quien fuera el primero en designarse oficialmente Rey o
Basileus de Judea. Fallecido apenas un año después de causas naturales, fue sucedido
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por su hermano Alejandro Janeo (103-76 A.C.). Al morir, fue sucedido como Reina por
su esposa Alejandra Salomé (76-67 A.C.) y como Sumo Sacerdote por su hijo Hicarno
II, el cual luego, al morir su madre, asumió también el título regio (67-66 A.C.). Fue
derrocado –y sucedido en ambos cargos- por su hermano Aristóbulo II (66-63 A.C.).
Pero Hicarnio II fue nuevamente repuesto en ambos, gobernando por segunda vez
entre los años 63-40 A.C. En este último año fue nuevamente derrocado por el hijo de
Aristóbulo II, Antígono Matatías (o Antígono II), quien gobernara sólo por tres años,
hasta 37 A.C., hasta ser derrocado por los romanos. Con él se extinguió la dinastía
Asmonea.
114.- Judea como Reino Cliente de Roma.
En la medida de que el reino Seléucida de Siria se debilitaba, y surgía la figura de
Roma, Judea entró en la esfera de poder de esta última. Tanto así que los últimos años
del reino Asmoneo quedaron marcados por su involucramiento en la guerra civil
romana entre César y Pompeyo. No confiando los romanos ya en los Asmoneos, en el
año 37 A.C. establecieron como Rey de Judea al idumeo converso al Judaísmo
Herodes, llamado El Grande, hijo de Antígono (o Antígono I), antiguo pretendiente al
trono de Judea. Herodes El Grande, tal como está históricamente comprobado, reino
desde 37 hasta 4 A.C. sobre un extenso Estado tapón judío que abarcaba toda
Palestina, a ambos lados del río Jordán. La fecha de la muerte de Herodes es
sumamente importante, como veremos posteriormente, para determinar en términos
aproximados la correcta fecha del nacimiento de Jesucristo.
Puede decirse que con Herodes Israel vivió un período de gran desarrollo, pues se
benefició de la buena relación con los romanos. Inclusive Herodes hizo realidad el
sueño de volver a levantar el bíblico Templo de Jerusalén, que, según dicen las fuentes
históricas, fue aun más grandioso que el original de Salomón. Éste es el famoso
Templo del Nuevo Testamento. No obstante, Herodes no fue apreciado por sus
gobernados, que veían en él un gobernante semi-árabe, sólo externamente judío,
impuesto por una potencia extranjera.
A la muerte de Herodes, su extenso reino fue dividido por los romanos entre sus tres
hijos: Herodes Arquelao, como Etnarca de Judea, Samaria e Idumea, Herodes Antipas
como Tetrarca de Galilea y Perea, y Herodes Filipo como Tetrarca de la muy helenizada
región al Este del río Jordán, la llamada Decápolis.
La Tetrarquía de Arquelao, esto es la Judea propiamente dicha, pasó el año 6 D.C. a la
directa administración de Roma. Habiendo Arquelao entrado en graves conflictos con
sus súbditos judíos, Augusto cortó por lo sano y convirtió la región en la nueva
provincia romana de Judea, con capital en la ciudad costera de Cesarea (no en
Jerusalén), a cargo de un procurador. Filipo reino en Decápolis hasta el año 34 d.c.
Después su territorio quedó incorporado a la provincia romana de Siria. Es famoso por
haber refundado con su nombre la conocida ciudad de Cesarea de Filipo, que no debe
confundirse con antes mencionada ciudad romana de Cesarea, en la costa de Judea.
Herodes Antipas reinó en Galilea y Perea hasta el año 37 D.C., año en que fue
reemplazado por la directa administración romana, por decisión de Calígula.
De cualquier forma, los romanos repusieron como Rey de toda Judea a Herodes Agripa
I. Éste, habiendo vivido gran parte de su vida como rehén en Roma, era íntimo amigo
del emperador Claudio. Gobernó como cliente y aliado de Roma entre los años 41 y 44
D.C. sobre un reino aún mayor que el de su abuelo Herodes El Grande. A su
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fallecimiento, Claudio, repuso por un tiempo el dominio directo de Roma sobre Judea,
considerando que el heredero judío era menor de edad y residía en Roma. Pero el año
48 restituyó al hijo de su amigo, Herodes Agripa II en el gobierno de la Judea romana.
Reinaría oficialmente hasta su muerte hacia el año 94 D.C. Durante la revuelta judía de
66-70 D.C., a la que nos referiremos inmediatamente a continuación, fue leal a los
romanos, quienes lo recompensaron conservando su reino. Tras su muerte, Judea
quedaría legalmente como provincia romana.
115.- La Destrucción del Segundo Templo.
Como se sabe, entre los hebreos de Palestina existían diversas corrientes religiosas y
políticas que complicaban abiertamente el panorama cívico de la época. Conocemos
esto muy bien por el Nuevo Testamento. Estaban los fariseos, extremadamente
apegados a los aspectos formales del Judaísmo; los saduceos, altamente religiosos
pero partidarios de mantener buenas relaciones con las potencias extranjeras
dominantes; los celotes, fanáticos nacionalistas y ferozmente antirromanos; y los
esenios, nacionalistas de corte místico y mesiánico. Esto por nombrar sólo algunos
grupos muy representativos. Todos estos grupos tenían intereses políticos y religiosos
adversos, algunos más propensos que otros a la sublevación armada contra la
dominación romana.
El idioma hablado en la Palestina de esa época el arameo, una lengua de uso general
en todo el Cercano Oriente y Mesopotamia, que había desplazado al hebreo bíblico a la
calidad de lengua litúrgica conocida sólo por las personas cultivadas. Pero el griego
estaba ampliamente extendido entre las clases altas judías, a lo largo de las costas, y
en la infinidad de ciudades netamente griegas fundadas allende el Jordán. Además,
existía la conocida diferencia entre los habitantes de Judea y Galilea, más o menos
tradicionalistas y apegados a la ley tradicional, y los samaritanos, bastante alejados de
la observancia estricta de la ley mosaica. Seguramente esta diferencia derivaba de la
influencia extranjerizante que distintas partes de la Palestina hebrea habían sufrido
desde que cayeran siglos atrás los reinos bíblicos septentrional (de Israel) y meridional
(de Judá). De cualquier forma, a pesar de las múltiples diferencias culturales, políticas
o de interpretación de la Ley Mosaica, la Palestina del Siglo I de la Era Cristiana era
una zona de religión hebrea, cuyo centro religioso seguía siendo el Templo de
Jerusalén de Herodes El Grande.
Seguramente la historia del pueblo hebreo afincado en forma compacta en Palestina
hubiera transcurrido tranquilamente, si bien tal vez letárgicamente, de no haber sido
por la rebelión antirromana que estalló el año 66 de Nuestra Era y alcanzó su cúspide
el año 70, incitado por los sectores más activamente nacionalistas de Judea. En sus
comienzos fue un conflicto ente griegos y judíos por cuestiones culturales y religiosas,
pero degeneró pronto en protestas contra los impuestos y en ataques contra los
residentes romanos. Ante la escalada de la tensión el filorromano rey Herodes Agripa
II tuvo que huir de Jerusalén y refugiarse en Galilea. El emperador Nerón encomendó a
su general Vespasiano controlar la rebelión, llegando éste a Judea el año 67 con dos
legiones. Pronto se le unieron su hijo Tito, con otra legión, y los hombres de Herodes
Agripa. Para el año 68 la resistencia judía había quedado aplacada en el Norte de
Judea. En el intertanto, surgió la guerra civil en el Sur de Judea, entre los elementos
moderados y recalcitrantes de los sublevados. Muerto Nerón, y solucionado el
problema de los cuatro emperadores del año 69, asumió el trono imperial Vespasiano,
proclamado por sus tropas. Entonces, la continuación de la campaña quedó a cargo de
Tito, el hijo y heredero de Vespasiano. Tito aplacaría la rebelión a sangre y fuego.
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El año 70 A.C. empezó el episodio final y más cruel de esta guerra. Los romanos
sitiaron por muchos meses Jerusalén, que fue bravamente defendida por su población.
Pero el sitio romano fue estrechándose cada vez, sin permitirse la entrada o salida ni
de personas ni de víveres de la ciudad. Finalmente, ingresaron al interior de la ciudad
y fueron reduciéndola calle por calle, tras una lucha de varios meses. Hasta que
cayeron las últimas plazas fuertes hebreas dentro de la ciudadela. Con esto, los
romanos arrasaron completamente la ciudad y destruyeron, por segunda vez en la
historia del pueblo judío, el Templo de Jerusalén. Conquistada la capital, ella sufrió el
mismo destino que en momento vivió Cartago, la completa nivelación con el suelo. La
ciudad fue despoblada, y su población expulsada o vendida como esclavos. Del templo,
sólo sobreviviría una muralla, el Muro de los Lamentos. El famoso y hermoso Arco de
Tito, en Roma, muestra todavía los bajorrelieves que relatan esta campaña judía
romana y a los legionarios portando los objetos sagrados del Templo.
Todavía siguió un último punto de resistencia, en la fortaleza construida en la meseta
de Masada. La conquista de este reducto quedó a cargo del sucesor de Tito en Judea.
Esta plaza fuerte resistió hasta el año 73. Cuando los romanos finalmente pudieron
ingresar a ella, se encontraron con que todos los defensores habían preferido darse
muerte a caer en manos de su enemigo.
Según el historiador judío Flavio Josefo, que dejó importantes documentos sobre la
época, más de un millón de personas fallecieron por una u otra causa durante la
revuelta. De cualquier forma, tras esto, la vida cultural judía en Palestina quedó en
estado agónico, pero de una u otra forma subsistió. De hecho, siguió habiendo un
reino judío autónomo, si bien bajo la absoluta protección de Roma. Seguramente se
trató ya de un reino muy pobre, que debió su monarquía propia simplemente a
gratitud de Roma hacia Herodes Agripa II, y que se extinguió con su muerte.
116.- La Ruina Final del Judaísmo Palestino.
Estando Judea en el estado de postración en que quedó económica y espiritualmente
después de los acontecimientos antes descritos, cualquier nuevo intento judío de
revolución estaba claro que sería desesperado, y con muy pocas probabilidades de
éxito.
Entre los años 115-117, estando el emperador Trajano en su famosa campaña de
conquista en Armenia y Mesopotamia contra los partos, tuvo lugar un muy particular
alzamiento judío antirromano, pero cuyo epicentro, extrañamente, no estuvo en
Palestina, sino en la helenizada región de Cirenaica, en el Norte de África. Comenzó en
la ciudad de Cirene, y se extendió a las colonias judías de Chipre, Egipto y
Mesopotamia. Fue, entonces, más bien una sublevación de los judíos de la Diáspora.
En Cirenaica, los rebeldes, liderados por un tal Lukuas, destruyeron todos los símbolos
del poder romano y masacraron a las poblaciones griegas y romanas, e invadieron
Egipto. La gran Alejandría, desprovista de tropas de resguardo, fue saqueada e
incendiada por el ejército de insurgentes de Lukuas. Recién el año 117 las tropas de
Trajano pudieron restablecer el orden. En Chipre la destrucción de las bandas
insurgentes fue tal, que los judíos fueron luego expulsados de la isla e imposibilitados
de volver. Y en Mesopotamia el levantamiento, que perduró hasta después de la
muerte de Trajano, afectó peligrosamente a la retaguardia de las victoriosas legiones
romanas y a las recientemente anexadas nuevas provincias del Este. De hecho, la
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situación fronteriza en la región se hizo tan difícil para las tropas romanas, que ello fue
una de las varias razones que impulsaron después a Adriano a abandonar gran parte
de las conquistas orientales de su predecesor.
Pero, de cualquier forma, esta sublevación de la Diáspora, no afectó mayormente a
Judea, aunque la calma en la provincia no duraría mucho. La tragedia final estaba por
llegar. El año 130 D.C. el emperador Adriano, infatigable viajero y constructor, visitó
Judea, y sobrecogido al ver las ruinas de Jerusalén, provisto de buenas intenciones,
decidió reconstruir la ciudad, pero a la usanza grecorromana. Esto contemplaba
construir un templo a Zeus/Júpiter sobre las ruinas del templo de Herodes. Con dos
legiones romanas ya permanentemente estacionadas en Judea, las obras de la nueva
ciudad, Aelia Capitolina, empezaron en 131 D.C. Esto trajo obviamente conflictos con
todos los estratos de la sociedad judía. Además, Adriano, gran helenista, prohibió la
práctica judía de la circuncisión, que él veía como mutilación.
En esto surgió un indiscutido líder judío, Simón Bar-Cocheba, al cual sectores religiosos
hebreos empezaron a proclamar como El Mesías. Los judíos planearon muy
cuidadosamente su nuevo alzamiento, para no repetir los errores de la guerra de 6673. Comenzaría el año 132, bajo el capaz comando de Bar-Cocheba. Las legiones
romanas de Judea fueron tomadas por sorpresa y expulsadas, con grandes pérdidas.
Durante dos años y medio surgió en Judea un Estado hebreo soberano, del cual BarCocheba fue proclamado “Príncipe de Israel”. Ante esto, Adriano trasladó más legiones
desde el Danubio a Palestina. Contra el esfuerzo militar total del Imperio Romano, los
sublevados nada pudieron hacer. Además, la población de Judea ya era para entonces
infinitamente menor que la que luchó contra Tito el año 70, y el número de soldados
romanos requeridos ampliamente superior. El año 135 los romanos tomaron lo que
quedaba de Jerusalén y aplacaron la sublevación.
La venganza romana fue terrible. Adriano tomó todas las medidas posibles para
extirpar el Judaísmo y destruir su religiosidad. Jerusalén renació como ciudad pagana
bajo su nuevo nombre de Aelia Capitolina. El nombre de Judea desapareció de la
historia y la provincia pasó a llamarse oficialmente Siria Palestina. Gran parte de la
población judía fue expulsada de Siria Palestina, la cual quedó prácticamente
despoblada, habitada sólo por elementos semitas afines a los hebreos de las regiones
fronterizas, que poco a poco fueron ocupando, con escasa densidad, lo que paso a ser
una simple región de la Siria romana. Mientras tanto, no obstante, la cultura y religión
judía siguió desarrollándose en los grandes centros helenísticos del Mediterráneo, y en
Mesopotamia.
117.- Los Samaritanos.
Lo que sí subsistió en la parte septentrional de Palestina fue una importante
comunidad cismática de origen bíblico, los llamados samaritanos. Su origen es muy
interesante. Aparentemente descendían de grupos poblacionales israelitas que no
fueron deportados tras la destrucción de los reinos septentrional de Israel (con capital
en Samaria) y meridional de Judá (con capital en Jerusalén), y que, mezclados con
extranjeros, siguieron una variante propia de la religión de Moisés, sin las
uniformidades y dogmas que introdujeron los judíos que volvieron a Judea después del
“Cautiverio de Babilonia”. Consecuentemente, desarrollaron una forma propia de
Judaísmo, que cada vez se apartó más de la versión oficial imperante en Jerusalén. Por
eso es que ya en su tiempo no eran verdaderamente considerados judíos. De hecho, se
auto-consideraban hebreos pero no judíos, y a su fe la veían como una segunda
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religión bíblica, paralela al Judaísmo. Se guiaban exclusivamente por la Torá y
reconocían como único profeta a Moisés, rechazando el Talmud y todos los demás
libros sagrados del Judaísmo. Su lugar más sagrado era el monte Gerizim, no el templo
de Jerusalén. Geográficamente, en tiempos romanos, eran mayoritarios en la región de
Samaria, en la parte centro-norte de Palestina, mientras que las zonas de Galilea y
Judea eran fielmente judías.
Tras la expulsión de los judíos de Tierra Santa los samaritanos siguieron
desarrollándose, y aparentemente llegaron a ser más de un millón durante el Imperio
Tardío. Pero a partir del siglo V comenzaron a tener problemas con el triunfante
Cristianismo. Una primera revuelta generalizada fue aplacada por el emperador Zenón
hacia el año 484, y una segunda por Anastasio I pocos años después. La revuelta más
grave tuvo lugar el año 529, en tiempos del emperador Justiniano, y sus consecuencias
fueron desastrosas para los sublevados. Bajo un líder mesiánico llamado Julián Ben
Sabar se rebelaron contra Roma para establecer su propio Estado. La venganza
romana fue terrible. Decenas de miles de samaritanos murieron a manos de las tropas
romanas o fueron esclavizados. Como comunidad religiosa organizada dejaron
prácticamente de existir. Ahora le tocó a los samaritanos exactamente el mismo
destino que habrían sufrido los judíos cuatrocientos años antes y fueron prácticamente
expulsados de Palestina, con la diferencia que el Judaísmo tenía una Diáspora que lo
mantuvo vivo; no así los samaritanos. En los siglos venideros los restos de los
samaritanos palestinos, tras la invasión árabe, terminaron convirtiéndose el Islam.
Pero todavía subsisten –milagrosamente- en Tierra Santa algunos centenares de
creyentes samaritanos, ahora convertidos en ciudadanos del Estado de Israel.
118.- Jesucristo y el Surgimiento del Cristianismo.
En el curso de los antes relatados acontecimientos es que surgió y se desarrolló el
Cristianismo, primero bajo la forma de una simple secta mesiánica judía, y luego como
una verdadera religión universal.
Jesús, o Jesucristo, nació durante el reinado del emperador Augusto, en algún
momento anterior a la muerte de Herodes el Grande. El relato bíblico nos da como
lugar la ciudad de Belén, en Judea, adonde sus padres habían concurrido para
empadronarse en el gran censo que ordenó el emperador Augusto en todo el Imperio
Romano. Tanto su padre, o mejor dicho su padre ante los hombres, José, como su
madre, María, residentes de Nazaret, en Galilea, eran descendientes de la Casa de
David. José era carpintero, lo que, de acuerdo a la estructura económica de la época,
debe haber sido un oficio muy respetado. Entonces, Jesús, si bien no de familia rica,
estaba lejos de tener un origen proletario que algunos movimientos políticos
posteriormente trataron de darle.
Un cálculo bastante inexacto efectuado en la temprana Edad Media planteó como fecha
del nacimiento de Jesús el año 753 de Roma, al que designó como Año 1 de la Era
Cristiana. Pero los antecedentes históricos determinan que el rey Herodes El Grande
falleció en año 749 de Roma, como ya hemos señalado, en lo que nosotros
actualmente consideramos como el Año 4 Antes de Cristo. Conocido es que Herodes,
sabedor del nacimiento de Jesús, ordenó la matanza de los Niños Inocentes. Entonces,
no hay duda que en nuestra cronología existe un desfase histórico: si Jesús nació
cuando Herodes aún vivía, tiene forzosamente que haber nacido 4 ó 5 años antes de la
fecha que ahora todos aceptamos. Pero, de cualquier forma, esto es sólo un dato sin
mayor relevancia doctrinaria.
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No es fácil calcular cuándo empezó su vida pública, ni cuando falleció, pero si seguimos
la tradición bíblica, que por lo demás debe ser bastante precisa, de que tenía 33 años
al morir, su crucifixión y resurrección deben haber tenido lugar hacia el año 29 D.C.,
en la etapa final del reinado del emperador Tiberio. Lo verdaderamente importante es
que muchos judíos vieron en Jesús al Mesías, al esperado Redentor del que llevaban
siglos hablando los profetas bíblicos; otros judíos, en cambio, esperando un Mesías que
a su vez fuera un libertador político, vieron en él, simplemente, un bondadoso hombre
de Dios, algunos, y un peligroso blasfemo, otros.
Respecto a los primeros 30 años de su vida, existe un gran vacío, en el cual por
algunos momentos aparecen destellos de ciertos episodios de su vida. Sabemos –al
menos los que creemos- que nació de mujer virgen por intercesión divina. Sabemos
que aparentemente vivió con su familia unos años en Egipto, hasta la muerte de
Herodes, y que a los doce años dejó admirados a los sacerdotes del Templo de
Jerusalén por su sabiduría y cultura. Pero muy poco más. Sabemos que su primo
segundo, Juan El Bautista, fue su gran precursor. Y conocemos, durante sus tres años
de vida pública, sus enseñanzas, sus milagros y sus grandes obras. Sabemos que por
sus enseñanzas se hizo acreedor del odio de buena parte del Establishment judío de la
época: de algunos movimientos porque lo consideraron propagador de una herejía, y
de otros porque, esperando de él que se convirtiera en un líder militar antirromano,
quedaron decepcionados de su postura pacífica. Sabemos además que el grupo de
poder del Sanedrín, el Consejo de los Altos Sacerdotes, presionó al maleable –y
renuente- procurador de Judea, Poncio Pilato, a crucificarlo, atemorizándolo con hacer
llegar a Roma informaciones de su incapacidad para controlar adecuadamente los
conflictos de sus gobernados. Sabemos que falleció en la cruz. También sabemos –los
que creemos- que resucitó al tercer día y que después ascendió a los cielos.
119.- El Desarrollo del Cristianismo.
Tras la Ascensión de Jesús, su doctrina fue continuada en Judea por los discípulos que
él mismo formara, en su mayor parte rústicos pescadores, buenos judíos de
tradiciones simples y localistas que sólo hablaban el arameo, el idioma cotidiano de la
región, y que inicialmente vieron a la nueva fe simplemente como un motor para la
renovación del Judaísmo. Desconocían el hebreo bíblico, que tan bien hablaba Jesús,
así como los dos idiomas de uso imperial: el griego y el latín. Su líder, designado por el
propio Jesús, era Simón, o San Pedro. En estas circunstancias, el núcleo inicial judíocristiano de Palestina seguramente no hubiera llegado a desarrollarse más allá del
nivel de una simple secta judía, de las muchas que había, de no ser por dos hechos
claves: uno sería la instrucción de Jesús a San Pedro, el líder de su novel Iglesia, de no
encerrarse dentro de los estrictos formalismos del Judaísmo rabínico, y el otro sería la
conversión de Saulo, después conocido mundialmente como Pablo de Tarso o San
Pablo.
Pablo de Tarso fue inicialmente un sólido defensor de los preceptos rabínicos, y
perseguiría fanáticamente a la herejía cristiana para extirparla. En una de estas
expediciones punitivas, en el camino a Damasco, tuvo lugar el conocido episodio de la
luz divina y su ceguera temporal, a la cual siguieron la recuperación de la vista y su
conversión al Cristianismo. Pablo, judío cosmopolita y de amplia cultura, de lengua y
civilización helénica por ser originario de la ciudad de Tarso, en la región de Cilicia en
Asia Menor, y al mismo tiempo poseedor de derechos especiales por ser ciudadano
romano, quien entendiendo al Cristianismo como una doctrina que había que transmitir
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también a los no judíos, aprovechó sus grandes capacidades para predicar la nueva
doctrina entre la población de lengua griega y latina de Asia Menor, Grecia e Italia.
Esto significó que el Cristianismo por él predicado comenzó a diferenciarse
notoriamente del Judaísmo. Cuando la doctrina pauliana entró en abierto conflicto con
el Cristianismo judío de Palestina, se produjo un momento de tensión, pues muchos
judíos cristianos no se convencían de separarse de sus preceptos tradicionales. Ya
hemos mencionado que el mismo Jesús zanjó la cuestión, a favor de la postura
pauliana, cuando hizo ver a Pedro que no era necesario que el Cristianismo siguiera
todas las viejas tradiciones judaicas. Tras esto, San Pedro asumió que el Cristianismo
debía predicarse a todos los hombres, y no sólo a los judíos o a quienes se convirtieran
al Judaísmo. Poco después de esto, se inició la predicación del Cristianismo por todo el
Imperio. Pronto Palestina dejó de ser el centro neurálgico de la ya nueva religión, el
cual fue transferido a la misma Roma, la capital del Imperio, cuya primera comunidad
cristiana fue establecida personalmente por San Pedro. Al final, el propio Pedro murió
promoviendo, en la misma Roma, entre los gentiles, la nueva religión. Es considerado
el primer Papa, esto es, el primer Obispo de Roma.
Esta orientación definitiva del rumbo a seguir permitió que el Cristianismo sobreviviera
a la destrucción de Jerusalén el año 70, y a la ruina de Judea. De hecho, este trágico
acontecimiento, al acabar con el gran centro religioso del Judaísmo tradicional, obligó
definitivamente al Cristianismo a buscar su inspiración más en los principios
universales y menos en una cultura religiosa que había perdido su base histórica.
Si bien en un comienzo la población grecorromana siguió considerando al Cristianismo
como una secta judía, pronto esto empezó a cambiar. Ya para el año 64 D.C., apenas
poco más de 30 años después de la muerte de Jesús, los cristianos eran diferenciados
dentro de la ciudad de Roma. En dicho año es famoso el incendio que destruyó gran
parte de la capital. Su origen es desconocido. Mucha gente ha culpado al mismo Nerón.
Pero el hecho es que el emperador permitió que la irá del populacho se descargara
contra los cristianos de la ciudad, en la que pasó a ser considerada la primera
persecución contra el Cristianismo, si bien tan sólo quedó circunscrita a los límites
urbanos de la ciudad y no se extendió al resto del Imperio. De acuerdo a la tradición,
en el curso de esta persecución neroniana fueron ejecutados San Pedro y San Pablo: el
primero, crucificado con la cabeza hacia abajo, para no morir como su Señor, y el
segundo decapitado, en su carácter de ciudadano romano.
Pero el Cristianismo no fue extirpado ni de la capital ni del Imperio. Su progreso no
sería tan rápido en las provincias occidentales latinizadas, pero sí en las regiones
orientales helenizadas o semi-helenizadas. En el curso del siglo I de la Era Cristiana se
escribieron, en griego koiné, los Cuatro Evangelios y, supuestamente, todos los libros
del Nuevo Testamento. De cualquier forma, el crecimiento del Cristianismo fue
bastante fulminante en términos históricos, considerando que en sólo 300 años pasó
de ser una simple secta judía a una religión universal.
120.- Las Persecuciones.
Pero un gran desafío al desarrollo de la nueva religión serían las persecuciones.
Primero meramente de carácter local y focalizadas, y después ya de carácter oficial,
dictadas por los emperadores, por razones diversas. Han pasado a la historia,
seguramente muy exageradas, las masacres masivas de cristianos ante el populacho
romano en el Circo Máximo. También quedan de esa época las magníficas catacumbas,
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verdaderas ciudades subterráneas en el subsuelo de Roma, donde los cristianos
desarrollaron su primitivo -y entonces todavía puro- culto.
Trajano y Marco Aurelio tuvieron una postura abiertamente contraria al Cristianismo,
por motivos políticos y filosóficos. En tiempos de este último tuvo lugar el año 177 en
Lyon una masacre no autorizada de cristianos. Septimio Severo emitió en 202 D.C. una
ley prohibiendo la conversión al Cristianismo, por problemas políticos. Siguieron
persecuciones localizadas en Egipto y el Norte de África. Ya en tiempos de Maximino El
Tracio hubo una persecución generalizada en todo el imperio, aunque restringida sólo
contra el clero cristiano. La primera persecución oficial y generalizada contra los
cristianos fue decretada en el reinado del emperador Decio y tuvo efecto entre los años
250-251.
Pero lejos la persecución más importante fue la llamada “Gran Persecución” decretada
desde Nicomedia el año 303 por el emperador Diocleciano. Esta persecución no derivó
en sí de Diocleciano, sino de su César Galerio, y tuvo causas más bien políticas que
religiosas, especialmente la falta de confianza en la identificación de los cristianos con
las tradiciones de Roma. Aparentemente se responsabilizó a funcionarios cristianos del
incendio del palacio imperial de Nicomedia. Pero no fue puesta en práctica en todo el
imperio con igual fuerza. Diocleciano, Galerio y Maximiano la aplicaron con bastante
rigor, pero no así Constantino en su Prefectura. Además, Galerio sobrepasó en gran
medida con gran crueldad las órdenes de Diocleciano. Esta persecución cesó en
Occidente el año 306, tanto en las zonas de Constantino como de Majencio. El primero
era secretamente pro-cristiano y el segundo optó por la tolerancia para poder
afianzarse en su trono. Pero en el Este, en las zonas de Galerio y Maximino II, duraría
mucho más; no terminaría sino hasta el año 311, cuando el moribundo Galerio decretó
el fin de la persecución y consagró nuevamente la tolerancia religiosa. Pero este
decreto no se puso en práctica en la prefectura de Maximino II hasta la muerte de éste
en 313.
Esto acontecía en momentos en que triunfo cristiano ya se acercaba en el Imperio
Romano.
121.- Constantino y el Triunfo del Cristianismo.
El año 313 el emperador Constantino, llamado El Grande, dio un paso histórico al
emitir el famoso Edicto de Milán, que oficialmente garantizaba la libertad religiosa,
pero, lo que es más importante, equiparaba legalmente al Cristianismo con el
Paganismo. Como ya hemos visto este edicto fue firmado conjuntamente por los dos
co-emperadores del momento, Constantino y Licinio, en el curso de la conferencia por
la cual sellaron su alianza familiar. Con esto la fuerza vinculante del Edicto de Milán se
extendió a todo el Imperio, inclusive, una vez derrotado Maximino II, a las zonas bajo
su control.
Pero el año 320 Licino pretendió desconocer parcialmente el Edicto y trató de poner en
práctica nuevas medidas contra los cristianos, lo cual trajo problemas –ya
someramente mencionados- con Constantino. Entre otros motivos, esto desencadenó
la guerra civil final que acabó en 324 con la derrota de Licino y el absoluto control por
Constantino del imperio.
El hecho es que Constantino tenía muchos motivos para ser pro-cristiano, desde
posibles influencias familiares hasta conveniencia política, sin dejar desde luego un
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grado indeterminado, seguramente cada vez creciente, de convicción religiosa. Pero
ante la historia, por sus actos, es considerado indudablemente como el primer
emperador cristiano. Por mucho que su vida no haya sido muy cristiana ni piadosa.
Según la tradición, Constantino había visto en el cielo, antes de la famosa batalla del
Puente Fulvio, contra su rival Majencio, una señal en el cielo que decía “In hoc signo
vinces” (Con este signó vencerás), acompañada por una cruz. Esto habría determinado
que Constantino imprimiera en sus estandartes la cruz cristiana. De hecho la
simbología cristiana del Labarum (el acrónimo griego de las letras Ji [X] y Rho [P], las
primeras letras de la palabra Cristo [Χριστός]) fue usada posteriormente por
Constantino en su guerra de 324 contra Licino por el control total del imperio. Ahora
bien, independientemente de si esta tradición es cierta o no, el hecho es que
Constantino era hijo de una ferviente cristiana, Santa Helena, y sentía gran simpatía
por la nueva religión.
De cualquier forma, Constantino oficialmente continuó siguió siendo pagano, y sólo se
bautizó al momento de su muerte. Pero sus hijos fueron educados en el Cristianismo, y
posteriormente lo afianzaron dentro del Imperio. Con esto, la fe en Jesucristo comenzó
a permear desde arriba hacia abajo todas las instituciones romanas. Después de ello,
todos los emperadores romanos serían cristianos, con la única excepción de Juliano,
apodado El Apóstata, quien, criado como cristiano, por odios de tipo familiar, una vez
en el poder renegó del Cristianismo, y trató de reimplantar el paganismo. Pero su
gobierno fue muy corto (361-363 D.C.), y a su muerte el proceso volvió para atrás.
Muerto Juliano empezó el declive definitivo del paganismo, incentivado por las
primeras acciones oficiales contra el del culto público de la antigua religión. Ya al
ascender al trono el emperador Graciano en 375 renunció al título de Pontifex Maximus
(Pontífice Máximo) de la religión pagana, y emprendió políticas concretas contra el
antiguo culto.
Una medida práctica de gran importancia fue la orden imperial por la cual el año 382
A.C. tuvo que se retirado del Senado de Roma el Altar de la Victoria. Se trataba de un
altar instalado en la Curia el año 29 A.C. por Octavio después de derrotar a Marco
Antonio y Cleopatra en Anzio, y estaba conformado por una estatua de oro de la diosa
Victoria (la Niké griega), representada como una mujer alada, capturada por los
romanos al rey Pirro de Epiro en el curso de sus guerras del siglo III A.C. Muerto
Graciano, las gestiones de Simaco, Prefecto de Roma y todavía pagano, lograron que
Valentiniano III –con gran enojo de San Ambrosio de Milán- restituyera la estatua el
año 384. No está muy claro cuando fue definitivamente retirada, pero aparentemente
fue por Teodosio I el año 394 D.C., junto con sus últimas medidas contra el
paganismo.
En el intertanto, las clases bajas y medias se convertían paulatinamente a la nueva
religión, pero la aristocracia senatorial se resistía valiente y tenazmente a las
restricciones a su fe. El golpe final al paganismo vino en el año 394 D.C., cuando el
emperador Teodosio I, denominado El Grande, declaró al Cristianismo como religión
oficial y única tolerada de todo el Imperio Romano. En realidad más que un solo acto
legal se trató de una serie consecutiva de decretos que empezaron a emitirse a partir
de 381 D.C., sin que quede efectivamente claro cuál es el punto de inflexión. Pero se
considera como culminación del proceso la fecha arriba dada del 394 A.C., con las
últimas medidas oficiales contra el paganismo derrotado. Este acontecimiento, entre
otras muchas cosas, marcó el fin de los Juegos Olímpicos griegos, todavía existentes y
en honor de los dioses paganos del Olimpo.
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De hecho, al convertirse el Cristianismo en religión oficial del Imperio, pasó a ser una
religión bastante intolerante con los restos del paganismo, que sobrevivió hasta bien
entrado el siglo VI en ciertos círculos tradicionales de Italia y Grecia. Pero, al menos en
Roma, los templos y edificios paganos, que pasaron al control del Estado, si bien
quedaron cerrados o convertidos en iglesias, sobrevivieron en su gran mayoría
intactos. De cualquier forma, esta prohibición afectó a los diversos cultos paganos,
pero no a las religiones judía y samaritana, que por su carácter bíblico no se vieron
afectadas.
122.- La Consolidación del Cristianismo.
En la medida que se sucedían los acontecimientos históricos de los siglos IV y V, el
Cristianismo triunfaba poco a poco dentro y fuera del Imperio Romano. Como un hecho
de gran trascendencia histórica, en el mismo año 303 que comenzaba la última
persecución en Roma, el Rey de Armenia declaró al Cristianismo religión oficial de su
pueblo. Con esto Armenia se convirtió en el primer Estado oficialmente cristiano de la
historia. Y sigue siéndolo, orgullosamente, hasta el día de hoy.
El Edicto de Milán, del 313, primero, y luego la proclama de Teodosio, el año 394,
representaron el proceso a la cristianización oficial del Imperio. Para el año 410,
cuando los visigodos saquearon Roma, todavía quedaban restos importantes del
paganismo, especialmente entre las clases educadas romanas y griegas. Las
academias filosóficas de Atenas siguieron, no obstante, manteniendo hasta tiempos del
emperador Justiniano el pensamiento pagano. Pero ya el ejercicio del paganismo no
era libre. Nadie sabe cuándo sus últimos files se convirtieron al Cristianismo, pero –
como ya señalamos en un capítulo anterior- seguramente fue en el curso del siglo VI.
El hecho es que pronto quedaron establecidos los cinco grandes centros del
Cristianismo romano, pasando a llamarse Patriarcas los obispos de las cinco ciudades
más importantes del Imperio: Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén.
La primacía, por ser la sede de San Pedro, correspondió indudablemente al obispo de
Roma, el Papa, también designado como Patriarca de Occidente; en un segundo lugar
quedó el Patriarca de la Nueva Roma, Constantinopla; seguido por los Patriarcas de
Alejandría, Antioquía y Jerusalén. El patriarcado más grande pasó a ser el de
Occidente, incluyendo toda Europa Occidental al Oeste de Iliria, y las provincias del
África Occidental, incluyendo Cartago, para entonces posiblemente la segunda ciudad
más populosa del Imperio. Constantinopla incluyó inicialmente Tracia y Asia Menor,
pero luego incorporó a Grecia y los Balcanes; Alejandría a Egipto; Antioquía a Siria; y
finalmente Jerusalén, un patriarcado más bien honorífico y poco relevante, Palestina.
Pero el Cristianismo se extendió también fuera de los límites del Imperio. Desde Asia
Menor y Armenia se extendió al Sur del Cáucaso, especialmente a Georgia. De la Siria
romana pasó a la Mesopotamia parta y persa, donde llegó a significar un número
importante de los habitantes. De Egipto pasó a las regiones del Sudán y Etiopía, y llegó
a establecerse en partes del Sur de la península arábiga. Todo el Oriente romano
quedó cristianizado casi al 100%. En Occidente la cristianización fue casi completa en
Hispania, la provincia de África, Italia y la Galia. Fue considerable también en Britania,
en las regiones danubianas y en la zona africana del Magreb. Esto es, en términos
generales, el estado de la expansión del Cristianismo hacia comienzos del siglo V. No
obstante, diversos problemas internos amenazarían directamente el triunfo del
Cristianismo, cuando éste ya era inminente.
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123.- Los Conflictos Teológicos del Cristianismo.
Para desgracia de la nueva fe y del imperio, justo en el momento del triunfo del
Cristianismo estallaron los grandes problemas teológicos, que a la larga serían
desastrosos para la triunfante religión. La forma como ambas partes del Imperio
reaccionaron a esta crisis fue muy distinta. Ello por diversos motivos de todo tipo,
especialmente nacionalista. En Occidente, especialmente en Italia, África, la Galia e
Hispania la latinización había sido tan completa y uniforme, que en sus poblaciones ya
se había arraigado la mentalidad práctica del romano. El Cristianismo latino, si
encontraba un punto de conflicto, en forma ordenada y disciplinada aprendería a
establecer una doctrina uniforme. Por otra parte, la mente analítica y filosófica griega
nunca podría llegar a un acuerdo aceptable para todos.
Pero no sólo eso influía. Desde tiempos de Alejandro Magno la cultura griega había
dominado política y administrativamente a las regiones de razas semíticas de Siria y
camítica de Egipto, y junto con el Cristianismo surgirían particularidades locales que
aislarían a las poblaciones mayoritarias nativas de las minorías urbanas
grecoparlantes. Entonces, mientras el Cristianismo de habla latina y griega, a pesar de
sus diferentes formas de pensar, compartían una doctrina y una civilización común, el
Cristianismo que surgiera entre los sirios y los egipcios derivó en ciertas variantes
locales que representaban realmente de un deseo de libertad cultural.
Consecuentemente las poblaciones de Siria y Egipto resucitarían la importancia de sus
lenguas nativas en las nuevas liturgias cristianas, procurando independizarse de siglos
de predominio helenista.
Uno de los primeros conflictos de que da cuenta la historia eclesiástica fue el llamado
cisma donatista, acontecido en la provincia de África. En sí no era un problema
teológico, sino tenía origen puramente formal. Sectores del Cristianismo norteafricano
rechazaron y desconocieron a los obispos que durante la persecución de Diocleciano
(303-305) habían aceptado presiones del gobierno imperial para entregar los libros
sagrados, lo que motivó la división de los creyentes cuando el gobierno de Constantino
El Grande trató de unificar la iglesia cartaginesa. Este conflicto se alargó todo el siglo
IV, creando grandes odios en las provincias africanas. San Agustín, a la sazón obispo
de Hipona, cerca de Cartago, tuvo que tomar cartas en el asunto, a favor de la postura
de Roma. A la larga el donatismo fue derrotado, pero los rencores subsistieron, hasta
el mismo momento de la conquista musulmana.
El otro conflicto serio en Occidente derivó del pelagianismo, corriente fundada por el
monje bretón Pelagio, también contemporáneo de San Agustín. Extendido por África y
Palestina, entre otras cosas negaba el pecado original, esto es, consideraba que el
pecado de Adán no era extensible a sus descendientes, partiendo de la base de que el
hombre era bueno desde su origen. El año 418 San Agustín, contrario a la teoría de
Pelagio, convocó a un concilio en Cartago, que obtuvo la excusión de teólogo rebelde.
Pero restos de sus enseñanzas perduraron en África, Britania y Palestina por varios
siglos.
Paralelamente hacia el año 318 surgió la “herejía” conocida como arrianismo, por su
fundador, Arrio, sacerdote y teólogo de Alejandría. Se refirió a la persona de Cristo. En
términos simples, consideraba que el Hijo era inferior al Padre, y que provenía de, y
había sido creado por, éste. Esto provocó un gran conflicto en el Cristianismo oriental,
por las disímiles posturas que tomaron los diversos obispos, entre los cuales las tesis
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arrianas tuvieron eco. Por ello, la Iglesia convocó al Concilio de Nicea, del año 325, en
la ciudad homónima de Asia Menor, que fuera inaugurado por el propio emperador
Constantino. El concilio oficialmente condenó la tesis arriana, excomulgando y
desterrando a Arrio. Se declaró oficialmente que Jesucristo era “engendrado, no
creado, consubstancial al padre”. Pero el arrianismo no desapareció tan fácilmente,
llegando a tener influencia en los círculos de poder, e inclusive en algunos
emperadores. De hecho el propio Constantino I era cercano al arrianismo. Sus hijos
fueron católicos, pero algunos sucesores de ellos, tales como Valentiniano I y Valente
fueron abiertamente arrianos.
El Concilio Ecuménico de Constantinopla, el año 381, reconfirmó los postulados de
Nicea, y dio la forma final al actual credo de las iglesias griega y latina, consagrando
definitivamente el principio de la “Santísima Trinidad” (Tres personas y un solo Dios
verdadero). En realidad, lo que ahora conocemos como “Credo Niceno”, es la versión
modificada en Constantinopla.
No obstante, si bien pronto la doctrina arriana fue extirpada del Imperio Romano,
seguidores del obispo rebelde llevaron sus postulados a los pueblos germanos
orientales, convirtiendo al Cristianismo arriano a los visigodos, los ostrogodos, los
vándalos, los burgundios y los longobardos. El obispo Ulfilas, o Wulfila, tradujo
especialmente el Nuevo Testamento al gótico. Por ello, cuando estos pueblos
irrumpieron en el Imperio, resurgió el problema teológico. En lo que duraron el reino
vándalo de África del Norte y el reino ostrogodo de Italia existió un conflicto latente
entre las poblaciones latinas subyugadas, católicas, y los cismáticos germanos
arrianos. En el caso de los ostrogodos este problema fue llevado con sabiduría, sin
ofender mayormente a la población italiana católica; pero los vándalos no fueron tan
sutiles, y su gobierno fue mucho más resentido por los africanos púnicos. Esto
ayudaría bastante a la reconquista de ambas provincias que efectuarían las tropas
imperiales en el siglo VI. En el caso del reino visigodo en Hispania, si bien se dio el
mismo conflicto, quedó absolutamente superado cuando en el año 587 el rey visigodo
Recaredo abjuró del arrianismo y se convirtió solemnemente al catolicismo, junto con
la totalidad de la población goda de la península. Este hecho, más la salida de los
vándalos y ostrogodos de la historia, tras su derrota ante las tropas romanas,
determinaron la desaparición definitiva del problema arriano.
Paralelamente, el Cristianismo se extendía entre los germanos, especialmente a raíz de
la conversión al Cristianismo católico, en este caso directamente del paganismo, del
rey franco Clodoveo y de todo su pueblo el año 496. A partir del reino franco la fe se
extendió a la Germania occidental, y desde la Britania post-romana pasó a Irlanda. Así
iba la progresión del Cristianismo.
En la medida en que en Occidente se consolidaba la autoridad monolítica de la Iglesia
Romana, en Oriente continuaron profundizándose las diferencias teológicas. Ahora los
conflictos surgirían por el tema de la naturaleza divina de Cristo, como resultado de la
aparición de dos posturas consideradas extremas para la ortodoxia oficial.
Uno de estas doctrinas, el nestorianismo, deriva su nombre de Nestorio, quien fuera
Patriarca de Constantinopla, postulando que Cristo no era sólo una persona, hombre y
Dios al mismo tiempo, sino que en realidad era dos personas distintas, una humana y
otra divina. Consecuentemente, la virgen sólo era madre de la parte humana de Jesús.
Para resolver este conflicto teológico, se convocó al Concilio de Éfeso, del año 431,
que, dominado por los enemigos de Nestorio, lo excomulgó y desterró. Poco después
murió. Muchos seguidores de la tesis nestoriana encontraron refugio lejos de territorio
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romano, en la Mesopotamia persa. De ahí, sin que en el Imperio nadie supiera, el
Cristianismo nestoriano se desarrolló rápidamente en el Lejano Oriente. Ochocientos
años después el Cristianismo nestoriano reaparecería en la historia, en forma
verdaderamente sorprendente.
De cualquier forma, no mucho después de la solución oficial al problema nestoriano, la
ley del péndulo puso a la ortodoxia en un conflicto con una postura absolutamente en
el extremo opuesto, el monofisismo. Su fundador fue Eutiques, archimandrita de
Constantinopla, que consideraba que Cristo tenía una sola naturaleza, y que ésta era
divina. Ante esto, el Concilio de Calcedonia de 451 determinó condenar igualmente las
doctrinas de Nestorio y Eutiques. Se confirmó y delimitó mejor la fórmula de que Cristo
era una sola persona, hombre y Dios al mismo tiempo. No obstante, las doctrinas
monofisitas no pudieron ser extirpadas y se extendieron rápidamente por las
provincias de Siria y Egipto.
Mientras la Ortodoxia, representada todavía entonces por la estructura eclesiástica
oficial y los cleros de habla griega y latina, defendió la fórmula tradicional, dos
variantes de la doctrina monofisita se arraigaban en el Este, conquistando a gran parte
de los sirios de habla semítica y a los egipcios de idioma nativo. En Siria estos
monofisitas fueron llamados jacobitas, y en Egipto coptos. Fue una especie de
movimiento nacional, contra el predominio absoluto de los griegos. Este cisma
determinó que en ambas regiones las poblaciones greco-parlantes adhirieran a la
ortodoxia y a la liturgia oficial, continuando obedeciendo a los patriarcas de Antioquía,
Alejandría y Jerusalén. Pero en Siria, la población de lengua siríaca adoptó el
monofisismo y una doctrina propia, estableciendo su propia estructura; y en Egipto, la
población nativa, que todavía hablaba el egipcio post-faraónico, estableció su propia
iglesia y liturgia. El nombre de Coptos que hoy día le damos a estos cristianos egipcios,
y a su lengua litúrgica, deriva precisamente de la palabra griega para decir Egipcio.
Entonces, como consecuencia de esto, en Siria y Egipto surgió una mayoría nativa
apegada a una forma de Cristianismo, y una minoría griega, apegada a la ortodoxia
oficial el Imperio. Esto tendría graves consecuencias durante el siglo VII.
124.- Los Grandes Pensadores Cristianos.
Desde sus comienzos el Cristianismo tuvo la suerte de contar con importantes
pensadores, que fijaron filosóficamente, y no sólo teológicamente, las bases de la
nueva fe. Muchos de ellos, los de la parte Oriental del Imperio, escribirían básicamente
en griego, pero los de la parte Occidental lo harían en latín.
Existe la definición de “Padres Apostólicos” que se aplica a los primeros escritores, con
cercanía cronológica con los primeros apóstoles, y que consecuentemente vivieron
entre los siglos I y II D.C. Consecuentemente, es muy poco lo que se sabe de sus
fechas de nacimiento y muerte, y de gran parte de su vida. Podemos mencionar a
Clemente de Roma, San Ignacio de Antioquía, Papías de Hierápolis (en Frigia, Asia
Menor), San Policarpo de Esmirna, además de varios escritores anónimos cuyo nombre
no ha llegado hasta nosotros.
Se llama “Apologistas Cristianos” a una serie de escritores de una época un poco
posterior, que ya no tenían el vínculo directo con los apóstoles o sus discípulos, y que
asumieron la misión de defender a un Cristianismo que se separaba cronológicamente
de su fundador. Pero tuvieron como fuente de inspiración las Sagradas Escrituras. Su
nombre deriva de la defensa que hicieron del Cristianismo frente al paganismo.
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Podemos mencionar a San Justino Mártir, San Ireneo de Lyon, San Hipólito de Roma,
Novaciano (el primero en utilizar el latín en sus textos, hacia mediados del siglo III) y,
desde luego, Tertuliano (160-220 D.C.). Éste, oriundo de la provincia de África, vivió y
escribió en Cartago, en latín. Fue uno de los más importantes filósofos de la Iglesia,
ejemplo de la fuerza de la Iglesia latina en el África púnica.
Dentro de estos mismos “Apologistas” encontramos a los griegos miembros de las
llamadas “Escuela de Alejandría” y “Escuela de Antioquía”. De la primera es muy
importante Orígenes (185-254), el padre fundador de la Teología. También lo son San
Panteno, San Cipriano de Cartago y San Clemente de Alejandría (aprox. 150-215). De
la segunda es de resaltar a San Luciano de Antioquía.
Clemente de Alejandría, nacido en Atenas, y consecuentemente con todo el bagaje
cultural de la Grecia Clásica y un dialecto ático perfecto, una vez convertido al
Cristianismo, desarrolló una filosofía de acuerdo a los patrones helénicos, pero
adaptada a su nueva fe, con una amplitud de criterio propia de un hijo de su ciudad
natal. Orígenes, natural de Alejandría, unificaría y sintetizaría las doctrinas
neoplatónicas y cristianas. Su pensamiento, que en su momento, con una Iglesia
todavía perseguida y bastante más abierta a lo que sería en los siglos venideros, no
fue considerado herético, a pesar de que postulo que Dios Padre era el la fuente de
todo, en el sentido neoplatónico, y que el Hijo era una emanación de aquél, mientras
que el Espíritu Santo, inferior, era una simple emanación del Hijo.
Se ha dado en llamar “Padres de la Iglesia” a una serie de antiguos pensadores de
gran preeminencia, ya de la época del triunfo del Cristianismo, de los cuales cuatro son
orientales y cuatro occidentales. La expresión “Patrística” se refiere a los escritos y
pensamiento de estos hombres. Los cuatro Padres de la Iglesia griega serían el
alejandrino San Atanasio de Alejandría (296-373 D.C.), el capadocio San Basilio de
Cesarea (330-379), el también capadocio San Gregorio Nacianzeno o de Nacianzo
(329-389), y San Juan Crisóstomo o de Antioquía (347-407), quien fuera uno de los
más importantes patriarcas de Constantinopla. Los cuatro Padres de la Iglesia latina
serían San Ambrosio de Milán (340-397) y San Agustín de Hipona (354-430), a los
cuales nos referiremos nuevamente más adelante; San Jerónimo de Estridón (340420), quien establecido en la palestina Belén, efectuara entre los años 383 y 407 la
fundamental y titánica traducción oficial de la Biblia completa del griego y del hebreo al
latín, traducción conocida como la “Vulgata”; y el ya posterior, romano, San Gregorio
Magno (540-604).
San Ambrosio de Milán fue uno de los hombres más influyentes de su tiempo, al
tiempo que era arzobispo de la ciudad residencia del emperador de Occidente. Como
luego mencionaremos, la historia recuerda como San Ambrosio condenó una matanza
que Teodosio I El Grande había cometido en Tesalónica, y con la sola fuerza de su
autoridad moral, obligó al emperador a humillarse en señal de arrepentimiento. Con su
fuerza moral y con su influencia sobre los emperadores cristianos fue quien logró la
definitiva declaratoria del Cristianismo como única religión tolerada y la proscripción
del paganismo. Además, la historia lo recuerda como el artífice de la conversión de su
discípulo San Agustín.
Desde luego, para nosotros la figura más importante de la filosofía cristiana de este
período, sólo igualada ya en la Edad Media por Santo Tomás de Aquino, sería el obispo
africano Agustín de Hipona, o San Agustín. Nació en Tagaste, en Numidia, el año 354,
y murió en Hippo Regio (Hipona) el año 430. Ambas ciudades, localizadas en el África
romana, forman parte del territorio de la actual Argelia. Era de familia de origen
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púnico, aunque de habla latina. Es muy posible, eso sí, que San Agustín hablase
también el dialecto fenicio-púnico local, que todavía en su época sobrevivía en las
clases populares.
Hijo de padre pagano, o por lo menos no religioso, y de madre fervorosamente
cristiana, Santa Mónica, Agustín, viviendo en Cartago, llevó una juventud muy
disipada, e inclusive tuvo un hijo ilegítimo, Adeodato, siendo en un período de su vida,
además, adepto a la doctrina maniqueísta. Todo esto para gran congoja de su piadosa
madre, quien rezaría constantemente por la conversión de su hijo. Dentro de sus
grandes dudas existenciales, Agustín partió a Roma, a encontrar su camino. Tras una
grave enfermedad en la metrópoli del Tíber, un amigo le consiguió un puesto de
profesor de retórica en Milán, entonces residencia imperial y diócesis del gran San
Ambrosio. En Milán se sintió atraído por las prédicas de San Ambrosio, con el cual
desarrolló una sólida amistad. Esto condujo a la conversión –y bautismo- de San
Agustín al catolicismo, el año 387, a los 33 años de edad, de la mano de San
Ambrosio, para gran alegría de su madre.
Ya bautizado regresó a África. En Tagaste vendió todos sus bienes y se retiró a una
vida contemplativa. En 391 se estableció en Hipona, a la sazón la segunda ciudad del
África romana, con la finalidad de abrir un monasterio. Estando ahí fue ungido
sacerdote, a petición del obispo local, Valerio. San Agustín procuró rechazar la
dignidad, pero finalmente hubo de acceder por el bien de la comunidad. El año 395
San Agustín fue investido obispo de Hipona, cargo que ocuparía hasta su muerte en
430.
Con esto se convertiría en el más importante teólogo de la Iglesia africana, y de paso
de la Iglesia latina, defensor de la ortodoxia católica frente a las disidencias locales. Su
pensamiento teológico y filosófico, disperso en una serie de obras de gran
envergadura, sería la base del pensamiento católico por muchos siglos, y sigue
siéndolo hasta el día de hoy.
Dentro de su obra destacan las Confesiones, una colección de trece libros en los que
nos narra su vida, su evolución espiritual, y su visión de Dios y del mundo. Partiendo
de su vida pecaminosa termina con el descubrimiento de la grandeza de Dios. Su otra
gran obra, tal vez su obra cumbre, De Civitas Dei (La Ciudad de Dios), fue escrita con
la finalidad de efectuar una cerrada defensa del Cristianismo contra los ataques que
estaba recibiendo del paganismo romano en declive. Cuando el año 410 las fuerzas
visigodas de Alarico conquistaron y saquearon Roma, los restos del paganismo, todavía
vivos en la Roma de la época, culparon al Cristianismo de los males, por haber alejado
al Imperio de sus sanas tradiciones. Ante esto, San Agustín, emprendió su obra
contestando a lo que él consideraba injustas acusaciones.
El pensamiento de San Agustín no es fácilmente desentrañable, pues sus ideas
aparecen en forma aisladas en todas sus obras. No están lo que pudiera decirse
codificadas, a diferencia, por ejemplo, del pensamiento de su gran símil medieval
Santo Tomás de Aquino. Pero de ellas surgió una estructura teológica, cosmológica y
política de validez imperecedera.
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QUINTA PARTE – EL MUNDO ROMANO DURANTE
LA ANTIGÜEDAD TARDÍA
125.- Los Germanos.
Acá toca referirnos al nuevo grupo de pueblos que ingresaba al epicentro de la historia,
los germanos, los cuales forman una rama de los pueblos indoeuropeos, más cercana
lingüísticamente a los celtas que a los griegos y latinos. Su llegada a Europa puede
haber sido paralela a la llegada de los itálicos y helenos al Mediterráneo, pero con la
diferencia de que la ubicación original de los germanos en Europa fue inicialmente al
Norte del continente, en la región de Escandinavia.
Llegando a Europa, o en algún momento anterior a ello, hablaban todavía una lengua
común, conocida como proto-germano. Su historia anterior es desconocida, pero
puede entenderse que formaban un grupo étnico bastante homogéneo, y seguramente
representativo del tipo físico proto-indoeuropeo. Aparentemente habían vivido lejos de
las civilizaciones originales asiáticas o semíticas, lo que, si bien determinaba en ellos
un grado inferior de civilización, conservaba una homogeneidad racial como pocos
pueblos de la historia humana. Es famosa la descripción que de ellos hace el
historiador romano Tácito en el siglo I de Nuestra Era en su obra La Germania: un
pueblo de mujeres virtuosas, guerrero, y racialmente puro.
En tiempos históricos un grupo de estos germanos nórdicos emigró hacia el Centro de
Europa, a la región que luego los romanos llamarían Germania, y ocuparon zonas que
no mucho antes habían sido habitadas por celtas. Su primera mención en la historia,
ya enunciada en un capítulo anterior, tiene lugar en año 102 A.C., cuando el general
romano Mario derrotó una incursión de cimbrios y teutones. Luego, los germanos
establecieron una especie de frontera con los celtas de la Galia, instalándose algo más
al Oeste del río Rhin. Las conquistas de César crearon una Germania romana, al Oeste
del Rhin, y otra libre, al Este de dicho río y al Norte del Danubio. Además se creo una
zona de interrelación racial germano-celta, que en muchos casos hace difícil precisar
qué pueblos de esta zona serían realmente celtas y cuáles germánicos. En muchos
casos puede haber habido una zona de transición racial a lo largo del Rhin y el Alto
Danubio.
Ahora bien, también desde su origen en Escandinavia, otro grupo de germanos emigró
a las regiones del Vístula, y de ahí hacia Ucrania y la costa meridional del Mar Negro.
Ahí permanecerán, lejos del contacto con Roma, por varios siglos.
Entonces, resulta que surgen tres grupos de germanos, que por la lejanía llegan a
desarrollar formas dialectales diferentes: Germanos Septentrionales, los que
permanecieron en Escandinavia; Germanos Occidentales, aquéllos instalados en la
Germania entre el Rhin y el Vístula; y Germanos Orientales, sobre las costas del Mar
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Negro. El contacto de ellos con la civilización mediterránea
consecuentemente, en etapas y períodos históricos muy diferentes.
tendría
lugar,
Los germanos occidentales entrarían en contacto con Roma ya en el siglo I A.C., y tras
las conquistas gálicas de Julio César se estableció un intercambio cultural
relativamente profundo a ambas orillas del Rhin. Como ya vimos, una pequeña parte
de la Germania quedó en territorio romano, y la mayor parte se mantuvo libre. Con
Augusto se efectuó el intento de llevar la frontera hasta el río Elba, que ya hemos
comentado, pero después de un auspicioso comienzo lo que parecía una completa
pacificación fracasó a raíz de la derrota de Varo y sus tres legiones en la Selva de
Teotoburgo, el año 9 D.C. Es muy posible que de haber tenido éxito la pacificación y
romanización de la Germania propiamente dicha, la cultura alemana incipiente nunca
hubiera llegado a desarrollarse, y la historia del mundo hubiera cambiado. Pues son
precisamente estos germanos occidentales los que, en la Alta Edad Media, se
convertirían en los modernos alemanes y holandeses. La cultura alemana habría
perecido anticipadamente, absorbida por la romana. Por ello, el jefe guerrero
vencedor, a quien sólo conocemos por su nombre latino de Arminio (Arminius), pasaría
a ser bajo el nombre de Herrmann un héroe de leyenda para el futuro nacionalismo
alemán.
Ya hemos adelantado en capítulos anteriores el crudo enfrentamiento durante el
reinado de Marco Aurelio entre romanos y germanos, en las llamadas Guerras
Marcómanas, en las cuales las legiones lograron mantener a buen recaudo las
fronteras del Rhin y el Danubio. Y también hemos mencionado los enfrentamientos
entre romanos y germanos durante el conflictivo Siglo III. Los germanos en ese
período, aprovechándose de la desorganización de Roma habían conseguido organizar
expediciones de saqueo y pillaje dentro del imperio, pero habían podido ser contenidos
gracias a capaces emperadores. Pero todavía en ese momento las incursiones
germánicas no eran más que lo señalado, simples aventuras de pillaje y botín de
guerra, pero sin que hubiera por parte de ellos todavía ninguna intención real de
penetrar en forma permanente al imperio romano.
Para el siglo V D.C. muchos pueblos se habían fusionado en federaciones relativamente
grandes, con nombres que para nosotros ahora son familiares, tales como los francos,
los alamanes, los suabos, los bávaros y los sajones. De hecho el muy descriptivo
nombre de “alamanes” (Alamannen), sugiere claramente el concepto germánico de
“alle Mannen” o “todos los hombres” (en inglés “all men” y en alemán “alle Männer”),
esto es, una fusión de pueblos menos numerosos en un todo más complejo.
Los germanos orientales, básicamente los godos y los vándalos, entrarían en contacto
con los romanos en la medida en que se acercaron a los límites del Imperio,
concretamente alrededor del siglo III D.C. Ya para ese momento los godos se habían
partido en dos ramas, cuyos nombres derivarían de su ubicación geográfica tradicional
en la región del Mar Negro, visigodos (godos del Oeste) y ostrogodos (godos del Este).
A partir de ese período, se les permitió ingresar como “Federados” dentro del Imperio,
como una forma de mantenerlos controlados. En unas líneas más veremos esto.
A la larga, como veremos posteriormente, estos germanos occidentales y orientales
serían los que tendrían activa participación en la historia del Imperio Romano tardío.
Por su parte, los germanos septentrionales, los nórdicos, que permanecerían en su
hogar escandinavo varios siglos más, ingresarían activamente a la historia tan sólo a
partir de los siglos VIII y IX, bajo el nombre de vikingos.
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Estos germanos dejarían también en nuestro acervo cultural una muy rica mitología,
que no envidiaría nada a la greco-latina. Un conjunto de divinidades forman parte
inseparable de nuestra tradición Occidental, a veces conocidos por sus nombres
germanos continentales, o a veces por su variante vikinga. Pensemos en Wotan (u
Odín para los vikingos), padre de los dioses; Donner (o Thor), el dios del trueno;
Freya, la belleza y fertilidad; o las rubias y hermosas valkirias, las diosas que en sus
cabalgaduras llevaban a los guerreros muertos al Walhalla, el paraíso germano. Mucho
de ello quedaría plasmado en los poemas épicos Das Nibelungenlied y Beowulf o en las
Sagas vikingas, y sería grandiosamente resucitado por el compositor Richard Wagner
en su tetralogía Der Ring des Nibelungen (El Anillo del Nibelungo).
No todas las fuentes de la mitología escandinava son plenamente coincidentes, pero en
general la cosmología germánica consideraba la existencia de un mundo circular plano
dividido en tres regiones distintas, cada una con sus propios habitantes. En el mundo
interior –al centro del círculo- estaba Asgard, donde vivían los Aesir, esto es los dioses,
cada uno en su propia residencia; dentro de este mundo interior estaba el Walhalla,
donde habitaba Wotan/Odin. Más allá de esta región interior estaba Midgard, el mundo
intermedio (o eventualmente la “Tierra Media” en el concepto de J.R. Tolkien), donde
residían los humanos, a mitad de distancia entre Asgard y la tercera región, llamada
Utgard, sita en el margen exterior del círculo de esta cosmología, gobernada por el
caos y habitada por gigantes y monstruos.
Hasta el día de hoy las designaciones de los días de la semana, en idiomas como el
inglés o el alemán, pero también en neerlandés y en las lenguas escandinavas, derivan
básicamente de los nombres de los dioses germánicos, o de los nombres germánicos
para el sol o la luna. Por ejemplo: Sunday/Sonntag (Sol), Monday/Montag (Luna),
Tuesday/Dienstag (Tiw/Tyr), Wednesday (Wodan/Wotan/Odin), Thursday/Donnerstag
(Thor/Donner), Friday/Freitag (Frigga/Freya). Sólo en el caso del sábado
(Saturday/Samstag) no se sigue en inglés y alemán el patrón de los nombres
germánicos. De cualquier forma, existe una cierta correlación –que no es casual- entre
los nombres germánicos y los latinos, debido a superior influencia romana: por
ejemplo en el caso del día de la Luna (el lunes), o los días asociados al dios de la
guerra (el martes) o al dios del rayo (el jueves) o a la diosa de la belleza (el viernes),
o en relación al sábado inglés (Saturday) que se relaciona a Saturno.
Además, los pueblos germánicos llegaron a desarrollar, a partir del siglo II D.C., un
muy propio sistema de comunicación escrita, la llamada escritura rúnica, a través de
signos –llamados runas- con valor alfabético. Su origen es incierto, pero podría derivar
de los antiguos alfabetos itálicos previos al triunfo del latín. Esta escritura rúnica sería
un gran transmisor de cultura, y ha dejado hasta hoy importantes inscripciones que
permiten reconstruir importantes pasajes de la vida de los pueblos germánicos. Ella se
encuentra básicamente en inscripciones en piedra. Pero la escritura rúnica entraría en
retirada en la medida que el contacto con Roma cristianizó paulatinamente a los
germanos e introdujo el alfabeto latino. De cualquier forma, ella sobrevivió, de manera
cada vez más estilizada y perfeccionada, entre los vikingos escandinavos, por muchos
siglos más. Inicialmente se trataba de un sistema de aproximadamente 24 signos, que
con el paso del tiempo –a partir de fines del siglo VIII D.C.- quedó racionalizado y
reducido a una estructura simplificada de sólo 16 caracteres. En Escandinavia este
sistema de escritura se mantendría relativamente vigente, paralelo al triunfador
alfabeto latino, durante buena parte de la Alta Edad Media. A la larga la escritura
rúnica puede ser considerada la más pura y original forma de expresión escrita
desarrollada por los pueblos germánicos en su época pagana, antes de su interrelación
con el Cristianismo.
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Es de recordar que si los germanos eran llamados “bárbaros” por los romanos era
simplemente porque no hablaban ni latín ni griego, pero tal término no se refería a su
nivel de civilización. Ello porque la civilización de los germanos, si bien poco
desarrollada en el aspecto artístico y cultural, distaba de ser “salvaje”, como sí lo era,
por ejemplo, la cultura de los pueblos de estirpe mongola, que ni siquiera conocían el
manejo agrícola.
Como luego veremos los germanos tendrían un doble papel en la debacle final del
Imperio Romano de Occidente: uno más bien institucional y otro realmente invasivo.
Por una parte, básicamente a partir del siglo IV, los germanos empezarían a permear a
todos los niveles, pacíficamente, las instituciones de un Imperio Romano cada vez más
debilitado y carente de espíritu militar. Primero como soldados auxiliares, luego como
generales del ejército imperial, luego como importantes asesores de los emperadores,
y finalmente como “hacedores de reyes”. Para el siglo V la fuerza militar del imperio,
tanto en Oriente como en Occidente, estaba en manos de oficiales germanos. Se
trataría de una inmigración interna y pacífica que a la larga, por una parte minó al
imperio desde dentro, pero que por la otra le concedió una savia nueva y viril,
proveniente de un pueblo germánico joven y todavía a 16 siglos de iniciar su
decadencia.
Pero también encontraremos la irrupción violenta, originada por el lento avance de un
pueblo feroz y verdaderamente salvaje de las estepas asiáticas, los hunos, desde Asia
a Europa. El miedo a los hunos por parte de los germanos determinaría lo que en
alemán se conoce como la Völkerwanderung, la gran migración de pueblos germanos
desde Europa Central y Oriental hacia el territorio romano al Oeste del Rhin y al Sur
del Danubio, buscando fronteras seguras que los defendieran de los salvajes asiáticos.
Muchos de estos pueblos, inclusive, implorarían el permiso de entrada por parte de
Roma. A veces se les concedería y a veces no; entonces ingresarían por la fuerza. El
hecho es que en su avance por Europa los hunos llegarían a sojuzgar a múltiples
pueblos germanos, a los que convirtieron en vasallos. Tal fue el caso, especialmente,
de los ostrogodos.
El problema es que Roma ya no estaba en capacidad de proteger a nadie, ni siquiera a
sí misma. Mucho menos a los germanos en desesperado movimiento. Su ejército ya
era una sombra del pasado, y lo que quedó de él estaba conformado más bien por
soldados germanos o de origen germano. Las viejas virtudes cívicas de la República
estaban muertas.
126.- Los Sucesores de Constantino.
Bajo Constantino y sus sucesores, continuó en gran medida la estructura
administrativa ideada por Diocleciano. El Imperio Romano siguió siendo uno e indiviso,
aunque administrativamente podía llegar a estar en ocasiones bajo el mando de dos
emperadores. Durante todo el período que va desde Diocleciano hasta la muerte de
Teodosio I, en 395 D.C., el Imperio fue gobernado a veces por un solo hombre, o a
veces por dos o más co-emperadores, oficialmente uno en Oriente y otro en Occidente.
En el período que va desde 395 D.C. hasta una fecha que unos calculan en 476 y otros
en 480 D.C., hubo básicamente dos co-emperadores, residiendo en Ravena y en
Constantinopla, A partir de alguna de estas últimas dos fechas, volvió a haber un solo
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emperador romano, el de Constantinopla. Luego volveremos sobre este interesante
punto.
Durante sus últimos años Constantino reinó desde su nueva capital en el Bósforo.
Emprendió importantes campañas en el Danubio contra los godos, a los que, tras una
tremenda hambruna que les causó más de 100.000 muertos, sometió. También
derrotó a los sármatas. El año 335-336 estaba preparando una expedición contra
Persia, teóricamente en apoyo de la minoría cristiana local, pero fallecería en 337
antes de emprender la expedición. Su intención era recibir el bautismo –que borra
todos los pecados- en el río Jordan, pero no pudo ser así. Enfermó gravemente y antes
de morir escogió para bautizarlo al obispo pro-arriano Eusebio de Nicomedia. Su
cuerpo fue sepultado en la iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla.
No obstante la gran obra política de Constantino I, algunos aspectos de su vida familiar
eran muy turbios: el año 226, por causas en realidad muy poco claras, mandó ejecutar
a su propio hijo mayor, Crispo, habido en su primer matrimonio, y a la entonces su
esposa Fausta, madre de sus tres hijos menores y futuros emperadores. Este mismo
ejemplo, tan poco cristiano, lo seguirían después sus propios hijos.
Para preparar su sucesión, en el curso de su reinado Constantino designó cuatro
Césares, subordinados directamente a él, para que administraran, como delegados del
Augusto único, diversas regiones del imperio. Estos serían sus tres hijos, Constantino
II (Britania, Galia, Hispania y Mauritania), Constante I (Panonia, Iliria, Italia y África) y
Constancio II (Anatolia, Siria y Egipto), y su sobrino Dalmacio (Tracia, Acaya y
Macedonia).
Al morir Constantino, sus tres hijos, inducidos por Constancio II, iniciaron una cruel
política de eliminación de todos los familiares cercanos que pudieran llegar a hacerles
sombra. También Dalmacio caería asesinado casi inmediatamente. Su territorio fue
dividido entre Constante I y Constancio II. Uno de los pocos sobrevivientes de esta
purga sería el aún niño –y futuro emperador- Juliano. Tras esto el Imperio fue dividido
administrativamente (reiteramos, no políticamente) entre los tres hijos. Ellos cogobernarían por un tiempo, pero invariablemente terminarían enfrentándose, bien
entre ellos, o bien frente a terceros pretendientes al trono.
Constantino II (337-340), el hijo mayor sobreviviente de Constantino El Grande,
gobernó inicialmente sobre su porción del imperio, además de la porción de Constante
I, durante la minoría de éste último. Pero, una vez acontecida la mayoría de edad de
Constante, Constantino II murió tratando de apoderarse de la prefectura de su
hermano. Tras esto Constante I (337-350) quedó como gobernante de toda la parte
occidental del imperio. El año 350 se alzó contra él en la Galia el usurpador Magnencio,
que se proclamó emperador con el apoyo de las tropas del Rhin. Constante I murió
asesinado en el Sur de la Galia, por sicarios trabajando para Magnencio.
Consecuentemente, se produjo la guerra por el control del imperio entre el único
gobernante “legítimo” en funciones, Constancio II (337-361), y el “usurpador”
occidental. Esta guerra sería muy cara para el imperio, pues costaría la vida de más de
70.000 soldados, en momentos en que eran más necesarios para la defensa de las
fronteras.
El año 351 Constancio II derrotó a Magnencio y quedó definitivamente como único
emperador romano. El imperio se unificó consecuentemente en su persona,
gobernando desde Constantinopla. Sólo una vez, el año 357, visitó la ciudad de Roma.
En el Este dedicó gran parte de su reinado a combatir a los persas; en el Oeste, a
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derrotar a algunos usurpadores y a combatir a los germanos, especialmente los
alamanes. Los historiadores han sido muy críticos de su reinado y de su personalidad.
El año 355 Constancio II designó como César, para administrar las provincias
occidentales, a su primo hermano Juliano. Éste, nacido hacia el año 331 ó 332 en
Constantinopla, era hijo de un medio hermano de Constantino El Grande, y había
sobrevivido casi milagrosamente a la matanza de casi toda su familia instigada por
Constancio II. Esto condujo a un muy entendible –pero oculto- odio de Juliano a sus
primos, y de paso a la religión cristiana de los mismos. Educado como cristiano, en la
práctica sería un enemigo declarado de la nueva fe. Hombre de gran cultura y capaz
militar, además de moderado en sus políticas, inclusive en su anti-Cristianismo, era no
obstante un hombre sumamente descuidado en su apariencia externa, que le daba un
muy poco pulcro aspecto.
Estando en la Galia, Juliano desarrolló una importante y exitosa campaña contra los
germanos del Rhin, al tiempo que puso en práctica una muy moderada administración
en la Galia. Diversos motivos hicieron que sus tropas lo elevaran al rango de Augusto
en 360, en París (primera vez en la historia que la antigua Lutecia es mencionada con
este nombre), no se sabe exactamente con qué grado de aprobación por parte de
Juliano. El hecho es que esto provocó el comienzo de una guerra civil entre los primos,
que sólo se evitó por el fallecimiento en 361, por muerte natural, de Constancio II. Con
esto, sobre la base de la misma legitimidad dinástica de la Casa de Constantino,
Juliano I quedó como emperador único del mundo romano.
El reinado de Juliano I, llamado El Apóstata, a pesar de su brevedad -gobernó entre los
años 361 y 363 D.C.- es uno de los mejores documentados de esta etapa del Imperio
Romano Tardío, básicamente por las numerosas fuentes escritas sobrevivientes,
muchas de ellas de la mano del propio emperador. Hubiera sido un muy buen
gobernante de no ser por su odio al Cristianismo, que ya hemos referido. Una vez en el
poder renegó del Cristianismo en que había sido educado y puso en práctica políticas
tendientes a revivir el antiguo paganismo oficial, tratando de fortalecerlo dándole una
cohesión similar a la del Cristianismo, de la cual carecía. Implementó políticas que en
sí no aparentaban ser abiertamente anticristianas, pero que en la práctica le quitaban
a la nueva religión la casi exclusividad oficial de que había gozado en los últimos 50
años. En otras palabras, Juliano trató de revertir, en formas moderada y civilizada,
consciente de las realidades existentes, el curso de la historia. Pero le faltó el tiempo
necesario.
En su corto reinado desarrolló una brillante campaña contra los persas en
Mesopotamia. Para ello tuvo que utilizar gran parte de las fuerzas destacadas en
Occidente, a cuya combatividad los persas no estaban acostumbrados. En el curso del
año 363 invadió Persia, conquistó gran parte de Mesopotamia, y llegó hasta las puertas
de la capital persa Ctesifonte. Ahí se encontró en problemas de aprovisionamiento, así
que decidió iniciar una retirada estratégica. Para ello destruyó la propia escuadra que
lo aprovisionaba por el Éufrates, para evitar que cayera en manos persas. Hostigado
en la retaguardia por los persas, dirigió una igualmente exitosa retirada por el Norte de
Mesopotamia. Pero en el curso de la marcha, Juliano fue herido en batalla y
consecuencia de la herida falleció poco después. Fue enterrado inicialmente en Tarso y
luego su cuerpo fue llevado a Constantinopla. Su muerte prematura privó al Imperio
de un muy buen general y capaz gobernante, pero evitó un conflicto religioso de
mayores proporciones. La tradición, seguramente inventada, dice que sus palabras
fueron “Venciste, Galileo”. Con él se extinguió la dinastía de Constantino.
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Muerto Juliano, las tropas en retirada desde Mesopotamia, y extinguida la Casa de
Constantino, proclamaron emperador a Joviano, general de Juliano y originario
también de Iliria. Las razones de la elección no son claras. Muchos hablan de un error
de los soldados que pensaban que aclamaban a otra persona.
Joviano reinó menos de un año, entre febrero de 263 y julio de 364, pero en su corto
reinado ordenó definitivamente el curso religioso del Imperio Romano. Ferviente
cristiano, restauró el status predominante del Cristianismo dentro del imperio y puso
fin al corto período de renacimiento pagano de Juliano El Apóstata. En el campo militar
prosiguió la retirada de las tropas romanas desde Mesopotamia. Estando todavía muy
al interior de territorio persa negoció una paz que fue considerada muy humillante,
pues tuvo que ceder a los persas todos los territorios tan penosamente ganados por
Roma en los últimos 100 años y en renunciar en favor de Persia a la supremacía sobre
el reino cristiano de Armenia. Habiendo alcanzado Antioquía, decidió apurar su regreso
a Constantinopla, muriendo, posiblemente envenenado, en el camino a la capital.
127.- La Dinastía de Valentiniano.
Muerto Joviano, el ejército se congregó en Nicea para elegir un nuevo emperador, y
por aclamación fue elegido Valentiniano, quien aceptó la designación y ofreció un
excelente discurso que dejó gratamente impresionados a los soldados. La primera
medida de Valentiniano como nuevo emperador fue designar como co-Augusto para la
parte oriental del imperio a su hermano Valente. Quedaría claro, eso sí que
Valentiniano (364-375), gobernando Occidente desde Milán, sería el emperador
supremo, mientras que Valente (364-378), gobernando el Este desde Constantinopla,
sería el subordinado a su hermano. Posteriormente, el año 367 Valentiniano convertiría
oficialmente también en co-Augusto a su hijo Graciano, como subordinado y heredero
de él en Occidente.
El año 365 Valentiniano tuvo que lidiar en la Galia contra una nueva incursión de los
alamanes. Fueron derrotados por los generales de Valentiniano. La lucha se reinició en
los años subsiguientes, y entre 367 y 369 Valentiniano combatió –exitosamente- en la
frontera del Rhin. El año 370 debió que hacer frente a las correrías de los sajones en el
Norte de la Galia. Tras esto, hasta el año 374 Valentiniano prosiguió una desgastante
lucha contra los alamanes, que terminó con una paz negociada.
Paralelamente, el año 365 se alzó contra Valente en el Este el usurpador Procopio,
sobrino segundo de Juliano El Apóstata y último vástago de la familia de Constantino.
La revuelta fue tan seria que en un momento Valente se vio perdido, pero a la larga
sus tropas le dieron la victoria definitiva. El año 366 Procopio fue derrotado en Frigia,
sus tropas lo desertaron, y, capturado, fue ejecutado. Con esto Valente pudo
afianzarse en el Este, aunque heredó una difícil situación estratégica, a raíz del mal
tratado de paz firmado por su antecesor Joviano con los persas. En los años
subsiguientes Valente tuvo que enfrenarse a los godos, en los Balcanes, y a los persas,
en las regiones caucásicas de Iberia (Georgia) y Armenia. Un tratado del año 371
mejoró mucho la situación estratégica de Roma en la región.
En Britania la situación se puso sumamente peligrosa debido a la llamada “Gran
Conspiración”. El año 367 la guarnición romana estacionada en la Muralla de Adriano
se sublevó, permitiendo que los pictos de Caledonia cruzaran la muralla hacia la
Britania romana. Paralelamente –aparentemente en forma coordinada- invadieron
también la isla los sajones. Estos invasores se apoderaron de gran parte de la parte
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romanizada de la isla, causando grandes masacres de britano-romanos y saqueando y
destruyendo las principales ciudades. La isla quedó en anarquía y las tropas romanas
llegadas desde la Galia no eran suficientes para controlar la situación. El año 368 llegó
a Britania el Conde Teodosio (padre del futuro emperador homónimo), con tropas
suficientes. Puso nuevamente orden en la isla, expulsó a los invasores y ejecutó a los
traidores. Por unas décadas la tranquilidad retornó a la isla. En 372 el mismo general
Teodosio tuvo que poner orden en la provincia de África, amenazada por conflictos
internos derivados de la corrupción imperante y de los ataques de las bandas nómadas
beréberes.
Valentiniano había procurado construir fortificaciones militares en las orillas opuestas
del Rhin y el Danubio. Esto ya había traído problemas con los alamanes. El año 473,
por el mismo motivo, entraron en conflicto con Roma los quadi, en la frontera
danubiana, los cuales hicieron causa común con los sármatas. El problema principal
era el enojo de los germanos y sármatas por las fortalezas romanas que Valentiniano
seguía construyendo allende el Danubio. Esto demuestra la postura realmente ofensiva
adoptada por el emperador, tendiente a sanear, mirando a largo plazo, las fronteras
imperiales. Pero el año 375, en el curso de una conflictiva conferencia con los
germanos, Valentiniano falleció de muerte natural por un ataque cardiaco.
Muerto Valentiniano I, su hermano Valente continuó como Augusto en Constantinopla,
reinando sobre la parte oriental del imperio. Y en Occidente la sucesión automática
recayó en su hijo Graciano, quien reinaría entre los años 375-383. Aunque
paralelamente las tropas de Panonia proclamaron también como emperador a
Valentiniano II, menor de edad, también hijo de Valentiniano I de un matrimonio
posterior, y que reinaría entre 375-392. Ello llevo a Graciano a aceptar de buena gana
una división nominal de la autoridad imperial en Occidente, aunque las riendas del
poder siguieron firmemente en sus propias manos. Graciano gobernaría la prefectura
de las Galias, dejando a Valentiniano II (o a su madre) la administración –desde Milánde Panonia, Iliria, Italia y África.
Uno de sus actos más famosos de Graciano sería, como emperador cristiano, renunciar
a la dignidad de Pontífice Máximo de la religión pagana tradicional de Roma, y retirar
los símbolos paganos del Senado, especialmente la estatua de la Diosa Victoria, a lo
que ya nos hemos referido.
128.- La Tragedia de Adrianópolis y el Preludio del derrumbe.
Mientras tanto, lejos de las fronteras romanas, los acontecimientos históricos se
precipitaban. Un pueblo asiático salvaje, los hunos, en su avance sobre Europa Oriental
aterrorizaban a los mucho más civilizados pueblos indoeuropeos de las estepas de la
actual Rusia. Muchos, como los ostrogodos, se sometieron, pero otros, como los
visigodos, buscaron escapar del peligro solicitando protección dentro del Imperio
Romano. El año 376, entonces, los visigodos, escapando de los hunos, solicitaron asilo
dentro de los territorios imperiales, y éste les fue concedido, pues el imperio vio en los
visigodos belicosos soldados y posibles defensores de las amenazadas fronteras. Así
que los visigodos empezaron a establecerse en forma ordenada y debidamente
autorizada por el Imperio en Moesia.
Pero habiendo pocas tropas imperiales para coordinar el cruce fronterizo, pronto éste
se hizo más desordenado, y a la corriente inmigratoria se agregaron otros pueblos
afines a los godos. La situación se descontroló cuando los corruptos funcionarios
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designados por el emperador Valente para regular la inmigración empezaron a abusar
de los germanos. Ellos no estaban destinados a ser súbditos fáciles, de forma que la
corrupción y la explotación por parte de las autoridades imperiales los llevó el año 377
a una gran revuelta, a un totalmente justificado alzamiento en armas. Ésta fue
gatillada por un intento traicionero de asesinar al jefe godo, Fritigerno. Con esto, los
godos quedaron libres, sin control, en los Balcanes subdanubianos.
Primeramente los visigodos y sus aliados derrotaron a las tropas romanas de Tracia.
Ante la emergencia, el emperador Valente, en ese momento en Antioquía, avanzó a
paso forzado hacia Europa. No esperó los refuerzos que le estaba enviando su colega
occidental, Graciano. El encuentro entre el emperador Valente y los godos, la
famosísima Batalla de Adrianópolis del año 378 D.C. tuvo consecuencias
insospechadas. El ejército romano, muy ligeramente armado y sin la combatividad de
antaño, fue envuelto y aniquilado. El propio emperador Valente murió valientemente
en combate, lo que dejó al imperio huérfano de su principal cabeza. Sería una de las
más graves y consecuenciales derrotas de toda la historia de Roma, comparable tal
vez sólo a Cannas.
Tras esto, los visigodos de Fritigerno quedaron dueños de los Balcanes, especialmente
de los campos abiertos, pero no pudieron apoderarse de la ciudad de Adrianópolis,
fieramente defendida por las tropas romanas, ni de Constantinopla. Pero el golpe a la
estructura militar del imperio sería lapidario. Tras esto el ejército romano nunca se
recuperaría. Los visigodos, realmente sin haberlo querido, serían los autores de la
primera estocada mortal al imperio en declive.
129.- Teodosio I El Grande.
Habiendo muerto Valente, entonces Graciano tuvo que designar el año 379 un colega
para gobernar desde Constantinopla la parte oriental del imperio. El nombramiento
recayó en el hispano Teodosio, también originario de la Itálica famosa, hijo del ya
nombrado gran general homónimo. Así, entonces, Teodosio I, denominado El Grande,
sería emperador romano en Oriente desde 379 hasta su muerte en 395.
Graciano, a pesar de la energía de sus primeros años de reinado, decayó mucho en las
postrimerías del mismo. Se acercó excesivamente a los elementos germánicos de su
ejército, lo que le enajenó la simpatía de sus soldados romanos. Fue asesinado por una
conspiración en 383, tras la cual el usurpador Magno Máximo, comandante de las
tropas de Britania, se autoproclamó emperador y el año 387 atravesó los Alpes para
tratar de ocupar Milán y derrocar al co-emperador legítimo de Occidente, Valentiniano
II. Éste y su madre se pusieron bajo la protección de Teodosio, en Tesalónica. El año
388 las tropas orientales de Teodosio derrocaron al usurpador y reestablecieron en el
trono milanés a Valentiniano II. Esto demuestra claramente la lealtad de Teodosio con
la dinastía de sus benefactores, especialmente con un menor de edad muy incapaz.
Valentiniano II cedió parte de la administración de Occidente a Teodosio y fijó su corte
en la ciudad de Vienne, en la Galia, donde su presencia era necesaria. Pero carente del
espíritu militar de sus parientes, cayó bajo la absoluta dominación del franco
Arbogasto. Fue encontrado muerto el año 392, seguramente asesinado por Arbogasto,
quien proclamó a su propio emperador títere para Occidente, Eugenio, y procuró
pactar con Teodosio. Pero éste, en Constantinopla, no aceptó el homicidio y en 393
inició una campaña para retomar el control directo de Occidente. En 394 Teodosio
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había reunificado bajo su comando la administración de todo el imperio. Sería el último
emperador del mundo romano tradicional. Después de él vendría la debacle.
La importancia religiosa de Teodosio es tremenda. Como ya hemos visto, él fue el
emperador que –en un proceso que empezó hacia el año 380- declaró al Cristianismo
Niceno como única religión tolerada del imperio y que en los años sucesivos, en
etapas, hasta culminar con los últimos decretos del año 394, oficialmente proscribió y
prohibió lo que quedaba –que todavía era bastante- del culto pagano tradicional.
Además, dio –en 390- el paso, sin precedente en la historia de la Antigüedad Clásica,
de proscribir la homosexualidad y las prácticas sodomíticas, bajo pena de hoguera.
Por otra parte, Teodosio se vio en la necesidad de emprender una importante
reestructuración en el ejército romano. Este ejército se estaba quedando sin hombres,
al tiempo que las unidades más numerosas, como la antigua legión de 6.000 hombres,
se hacían obsoletas. Se establecieron nuevas estructuras, también con el nombre de
legiones, pero mucho más pequeñas, de alrededor de sólo mil hombres, con
armamento mucho más ligero, y respaldadas por cuerpos de caballería mucho más
extendidos. Está de más decir que tan sólo algunos generales serían italianos, ya
habría también muy pocos provinciales, y que la gran mayoría de los soldados de línea
serían bárbaros al servicio del imperio.
Gran parte del reinado de Teodosio se concentró en controlar a los visigodos y a sus
aliados, que circulaban libremente por los Balcanes, como incómodos huéspedes
rebeldes. Fritigerno, el vencedor de Adrianópolis murió en 380, siendo sucedido como
rey por Atanarico, quien mostró mucha mayor decisión a pactar con el imperio.
Teodosio pactó con Atanarico de diversas formas, y llegó al acuerdo de integrar a los
visigodos como cuerpos del ejército romano, algunos bajo sus propios jefes, y otros
como partes del ejército estable. La paz definitiva se acordó en 382. Los visigodos se
asentaron semi-pacíficamente en Moesia. Pero la presencia de los godos causó rechazo
en las poblaciones del Tracia y Macedonia.
Una gran crisis se vivió el año 390 en la rica ciudad de Tesalónica, cuya población se
levantó en armas contra la presencia de una guarnición visigoda, y asesinó al
comandante de la misma, que era oficialmente un delegado del emperador. Teodosio,
en su furia, ordenó o a los godos masacrar a los asistentes al circo de la ciudad;
aunque luego, más tranquilo, trató de revocar la orden, ya era tarde. Los soldados
godos masacraron de manera inmisericorde a miles de civiles. Ante la magnitud de la
tragedia, el poderoso Obispo de Milán (residencia de Teodosio en ese momento), el
gran teólogo San Ambrosio, negó la comunión al muy católico emperador, y Teodosio
tuvo que humillarse públicamente ante el poderoso clérigo y durante meses hacer
antesala en el palacio episcopal hasta que San Ambrosio se dignó concederle el
perdón.
130.- Arcadio en Oriente y Honorio en Occidente.
Teodosio falleció en Milán en enero de 395. El mismo año su cuerpo fue trasladado a
Constantinopla. En los años anteriores ya había preparado su sucesión. En el año 383
había designado Augusto y colega para la parte oriental del imperio a su hijo mayor
Arcadio; en 393 hizo lo mismo con su hijo menor de edad Honorio, aunque obviamente
sin darle poder efectivo. De modo que al fallecer Teodosio la división de la autoridad
imperial sería lógica y simple: Arcadio quedó como Augusto en la parte oriental, y
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Honorio, baja la regencia de su hombre de confianza y amigo Estilicón, de la parte
Occidental. El primero reinará hasta 408 D.C.; el segundo lo hará hasta 423.
El reinado de Teodosio había sido la calma – o mejor dicho la relativa calma- antes de
la tormenta. Al morir dejaba un Estado todavía auto-sustentable, ordenado y viable,
un imperio aún estable. Pero la debacle ya no podía dilatarse más y estaba por llegar.
Nadie se imaginaba que tras Teodosio vendría el Diluvio. Bajo el reinado de Arcadio y
Honorio el mundo iba a cambiar –para mal- para siempre.
Un hecho interesante, el cual ya hemos adelantado, es que en el gobierno de Honorio
se trasladó nuevamente la residencia imperial en Occidente. Si bien Roma siguió
siendo siempre la capital oficial, ya en tiempos de Diocleciano y Maximino se había
instalado la residencia imperial en Milán. Esto hizo que Milán fuera por todo el siglo IV
una muy importante ciudad. Ahora, el año 402, por motivos de seguridad, Honorio
trasladó la sede imperial a la ciudad de Ravena, en el Noreste de la península italiana.
Durante muchos siglos esta bien guarnecida y estratégica ciudad, protegida por
ciénagas y pantanos que hacían difícil su acceso por tierra, había sido la sede de la
flota del Adriático. Durante los próximos 300 años sería la capital política de Italia.
Mucha gente entiende que el año 395 fue el momento en que el Imperio Romano se
dividió, pero en realidad tal concepción no es efectiva. El gobierno dual existía desde
tiempos de Diocleciano, y había continuado por todo el siglo IV; entonces, lo que tuvo
lugar en el siglo V no fue más que una continuación de esta forma bicefálica de
gobierno. Es de entender que el Imperio Romano siguió siendo un todo único y
orgánico, políticamente indiviso, aun y cuando para efectos administrativos su
gobierno estuviera en manos de dos, e inclusive de tres o más, Augustos. Jamás hubo
dos Imperios romanos, ni un Imperio de Occidente u otro de Oriente. Hubo dos o más
co-emperadores, dos de ellos supremos, con sedes de gobierno en Ravena y
Constantinopla, administrando separadamente diversas provincias del Imperio, pero
todos autoconsiderados colegas en un gobierno dual. El que el mundo romano tuviera
un solo Augusto, o dos Augustos, o varios Augustos o Césares legítimos, dependía de
la situación política del momento, de la necesidad o realidad administrativa, pero no
afectaba la unidad política del Imperio como tal. Todos los actos oficiales eran
ejecutados en nombre de los dos emperadores, las leyes eran válidas para todo el
Imperio, y la moneda con las efigies de uno, o del otro, o de ambos emperadores,
circulaban por todo el Imperio.
131.- El Mundo se Derrumba: El ingreso incontenible de los Bárbaros.
Lo que ahora toca relatar es bastante triste, pues se refiere al desmoronamiento de la
autoridad imperial en Occidente, en un proceso fulminante. Los siguientes capítulos los
dedicaremos a analizar esta tragedia histórica. Nos referiremos, por cuenta separada,
tanto a los hechos eminentemente políticos de este singular proceso involutivo, como a
aquéllos de corte militar o geográfico, en concreto a las invasiones germánicas. Pero,
desde luego, ambos van directamente de la mano y deben analizarse en concordancia
unos con otros. Entraremos al repentino proceso de las invasiones germánicas, que
provocaron en gran medida el cataclismo de la civilización clásica.
Podemos decir que el momento de quiebre se daría el año 406. Para ese año la
frontera romana sobre el Rhin había quedado forzosamente desguarnecida. Las tropas
que la resguardaban habían sido forzosamente relocalizadas para proteger a Italia de
los incontrolables merodeadores visigodos. Entonces, el año 406 la frontera del Rhin,
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casi sin defensores, fue atravesada por los bárbaros. Nunca más volvería a cerrarse.
Ya no habría tropas ni legiones romanas para hacerlo. Consecuentemente, entre los
años 406 y 430 los germanos abatieron definitivamente los controles que las tropas
romanas habían mantenido por siglos sobre los ríos Rhin y Danubio, y se esparcieron
por la Galia, Hispania y el Norte de África.
Todo esto había pasado demasiado rápido. Las civilizadas poblaciones del Imperio
contemplaron impasibles como su modo de vida se trastocaba. No obstante, dado que
los procesos históricos son más largos de lo que parecen, y como ya hemos señalado
previamente, no se percataron que una época acababa, que una cultura y civilización
terminaba, y que una nueva estructura social, cultura y económica empezaba. No se
dieron cuenta, o no quisieron hacerlo. Se acostumbraron rápidamente a la nueva
situación fáctica que siguió, pensando que jurídicamente todo seguía igual, y pasaron a
servir a sus nuevos amos germanos. La nueva aristocracia de Europa Occidental pasó
a ser formada por los descendientes de los conquistadores germanos, mientras que la
administración de los nuevos reinos fue encomendada a las cultas poblaciones locales.
Pero en la medida que el siglo V y VI pasaron y la estructura feudal post-romana fue
cobrando forma, la dominación de los descendientes de los conquistadores se hizo más
clara: por un lado quedaron los señores feudales, y por la otra los habitantes de las
disminuidas ciudades y los siervos campesinos, ya carentes de poder político. Así se
produjo, poco a poco, y paulatinamente, el fin de la institucionalidad romana en
Europa Occidental.
132.- Estilicón.
Como ya hemos señalado, Honorio era apenas un niño cuando accedió al trono
imperial de Occidente. Y nunca llegaría a ser un gran gobernante, para desgracia de
Roma. Pero su padre lo había dejado bajo la capaz regencia de su amigo y hombre de
confianza Flavio Estilicón (359-408), hijo de padre vándalo al servicio de Roma y de
madre romana, educado como romano y cercano a la aristocracia romana. Estilicón no
sería entonces un bárbaro controlando el imperio, sino más bien un romano de
nacimiento sólo parcialmente germano. Esta aclaración es muy importante. Fue un
gran apoyo de Teodosio I en la difícil labor de negociar con los persas y controlar a los
visigodos, tanto así que el emperador, viendo su valía, decidió promoverlo como su
mano derecha. Hasta lo casó con su sobrina Flavia Serena.
Ahora bien, no obstante su privilegiada posición en Occidente, en Oriente su postura
no era tan sólida. No contaba con la confianza de Arcadio, y tenía en su contra la
hostilidad del segundo hombre de éste, Rufino. Entonces, desplazado Estilicón del
control del Este, vería su posición aún más debilitada en Constantinopla por la
declarada enemistad del traicionero Rufino.
Para su desgracia, prácticamente toda su gestión política sería enturbiada por el
peligro godo que acechaba desde el Este. Como ya hemos visto, muerto Fritigerno, en
380, fue sucedido como rey de los visigodos por Atanarico. Hacia el año 381 éste
negoció una paz estable con Teodosio, y poco después murió. La paz con Roma fue
respetada por ambas partes hasta la muerte de Teodosio I en 395. Siguió un período
de difícil tranquilidad. Durante 14 años ningún hombre ejercería el cargo de rey de los
visigodos.
El año 395 aparece en la historia el muy famoso Alarico. Recién fallecido Teodosio I,
Alarico se hizo elegir secretamente Rey de los Visigodos. Durante los 8 años anteriores
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se había ganado un buen nombre como comandante de las fuerzas godas aliadas del
ejército imperial. Con esto se puso en rebelión contra los co-emperadores Arcadio y
Honorio. Es así como los visigodos, bajo Alarico, en rebelión contra Milán y
Constantinopla, emprendieron en 396 una muy famosa campaña contra el imperio.
Primero atacaron la región de Tracia y Constantinopla, pero ante la imposibilidad de
mantener un sitio exitoso contra la ciudad, se desviaron hacia Grecia. Atravesaron las
famosas -y mal defendidas- Termópilas y saquearon y arrasaron la provincia de Acaya,
incluyendo el Ática. Muchos de sus habitantes fueron vendidos como esclavos, lo que
constituyó el colmo de la degradación para los alguna vez orgullosos griegos. Y así fue
como Alarico entró triunfante a Atenas, después de que se negociaran los términos de
la capitulación de la ciudad. Aparentemente el saqueo de la polis fue bastante
moderado y nuevamente los monumentos no fueron tocados por un Alarico que, como
ya hemos visto, no era tan inculto como se pudiera creer. Pero Grecia sufrió mucho
con la más grande destrucción que el país hasta ese momento había presenciado en su
historia.
El imperio de Oriente enfrentaba en ese momento una incursión de los hunos en Asia
Menor y Siria, así que no estaba preparado para enfrentar adecuadamente a los
visigodos. Entonces, desde Occidente Estilicón dirigió a sus tropas contra Alarico, pero
Arcadio impidió el debido accionar de las tropas occidentales, seguramente por celos
de Rufino. Pero Rufino no duró mucho, pues fue asesinado por sus tropas un año
después. Desgraciadamente, los historiadores de la época señalan que con el errático
actuar de Arcadio se desaprovechó la oportunidad de derrotar definitivamente a los
godos.
Tras esto Alarico siguió asolando diversas regiones de la Hélade por al menos un par
de años. Todavía tuvo que enfrentar a Estilicón que volvió a acosarlo ahí.
Posteriormente abandonó Grecia en pos del Imperio Occidental, siguiendo su ya
conocida senda histórica, que lo llevaría después a tomar y saquear a la misma Roma.
Es muy probable que desde la propia Constantinopla los visigodos fueran desviados
hacia Occidente.
En 401 los visigodos hicieron su primera entrada a suelo italiano y saquearon la región
de Venecia, pero su ingreso a la península fue detenido por un buen tiempo por
Estilicón en Polencia el año 402. Nuevamente derrotados los godos por Estilicón en
Verona, el año 404, optaron por abandonar la península. Lo interesante de esto es que
se forjó una relativa alianza entre Estilicón y Alarico, una especie de “pacto de no
agresión” que a la larga crearía muchas sospechas en el entorno de la corte imperial.
Aunque, en relativa paz con el imperio, los visigodos seguirían en el entorno
circundante y volverían a asolar la península nuevamente años después, cuando
resurgieran los problemas con el gobierno del emperador Honorio.
Esta correría de los godos por el Norte de Italia fue lo que determinó en la práctica que
la residencia imperial fuera trasladada desde Milán hasta Ravena. Además, la misma
razón fue la que obligó al retiro de muchas de las legiones occidentales, concretamente
las del Rhin y las de Britania, para cubrir los agujeros estratégicos que quedaban ya en
la misma Italia: por la necesidad de proteger a Italia, se vio en la obligación de jugar
la arriesgada carta de desproteger las fronteras occidentales. La historia ha
demostrado que su decisión fue equivocada. Pero tampoco es mucho lo que podía
hacer.
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El día 31 de diciembre del año 406 se derrumbó para siempre la frontera romana del
Rhin. Nunca más se recuperaría. Ese día un grupo de bárbaros, tales como álanos,
suebos y álanos, cruzaron impunemente hacia el imperio. No había nadie para
pararlos. Sería la ruina, ahora sin vuelta, de la Galia Romana. Antes muchas veces los
germanos habían hecho correrías. Ahora entraban para establecerse, sin intenciones
de irse. Además, hacia el año 407 tuvo lugar en Britania el alzamiento de un general
usurpador de nombre Constantino. Las legiones romanas de la isla, por razones muy
poco claras, posiblemente para apoyar al usurpador, pero también posiblemente para
participar en la defensa de la Galia, fueron retiradas de Britania, y ya nunca volverían.
La Galia seguiría por muchos siglos como tierra romana gobernada por germanos, pero
en lo que a Britania respecta, las tinieblas pasarán a cubrir su historia de la manera
más absoluta. Desde luego que la opinión pública de la época culpó de todo esto a
Estilicón.
Para el año 407 la relación entre las cortes de Ravena y Constantinopla se había hecho
tan tirante, que existía la real posibilidad de una guerra civil. Ambas porciones del
imperio reivindicaban la prefectura de Iliria, estratégicamente situada como antepuerta
de Italia. De hecho Estilicón se apoyaba en Alarico. Pero en 408 falleció Arcadio en
Constantinopla. Esto descongestionó un poco la tensión, aunque en Italia seguía
creando mucha suspicacia la eventualidad de un acuerdo entre Estilicón y Alarico: en
Ravena llegó a pensarse que había algún contubernio entre ambos.
Las intrigas y las dudas, no se sabe si razonables o no, tuvieron finalmente su efecto
sobre el ánimo del débil Honorio. Estilicón fue arrestado en Ravena por órdenes del
emperador, acusado de varios cargos de traición. Estilicón no se defendió, no se sabe
si por posible culpabilidad o por respeto a Roma. Lealmente se entregó al verdugo y
fue decapitado el mismo año 408. La justificación de este asesinato sigue en duda,
pues de una u otra forma, Estilicón era el hombre capaz detrás de trono. En otro
tiempo Estilicón, a la cabeza de un imperio relativamente vigoroso pudo haber llegado
a ser un gran regente; en esos años finales ya no podía hacer nada contra la corriente
que llevaba al final de un mundo.
Desgraciadamente, a pesar de sus capacidades y de su lealtad a los hijos de su
bienhechor Teodosio, Estilicón, más por culpa de la época que por fallas propias, fue
incapaz de establecer un gobierno poderoso que controlara bien los atisbos de
caudillismo en las provincias y la circulación de pueblos germánicos por las regiones
occidentales del Imperio. Las intrigas de corte y los celos de los funcionarios imperiales
terminaron indisponiendo a Honorio contra él. Ayudó mucho el hecho de que Estilicón,
como buen hijo de vándalo, fuera arriano, en circunstancias que el Establishment
imperial ya era básicamente católico. Estilicón fue un hombre de grandes virtudes, que
dispensara grandes servicios al Imperio, pero que también fue culpado de grandes
errores.
Habiendo acontecido la caída y muerte de Estilicón, las salvajes masas de la población
italiana se dejaron caer vengativamente sobre las indefensas familias de los miles de
soldados germanos federados instalados en la península. Se calcula que más de
30.000 personas fueron asesinadas en la matanza del populacho. El chauvinismo de
muchos sectores romanos creyó que estaban haciendo bien. Con esto, los bravos
germanos asentados en territorio italiano juraron odio eterno a la pérfida Roma que los
había masacrado traicioneramente, y se pasaron a las filas de quien sería el nuevo
Aníbal antirromano: Alarico. Sin Estilicón Roma no tendría ya a nadie capaz para
salvarla del desastre que se avecinaba.
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133.- Alarico y la “Caída” de Roma.
Estilicón había negociado con Alarico que Roma pagaría a éste una importante cantidad
por su apoyo del año 407 contra Arcadio, y el Senado de Roma –que siempre había
seguido funcionando en la capital- había aprobado este acuerdo. Pero la muerte de
Estilicón sirvió de excusa a Honorio para desconocer el compromiso. Esto puso en
revuelta nuevamente a los visigodos contra la corte de Ravena. Y ahora contarían con
el apoyo de miles de germanos romanizados fugitivos de Italia.
Alarico inició entonces su segunda invasión a Italia, ahora sin contendores capaces de
detenerlo. El año 408 llegó –lo que ningún enemigo había hecho desde tiempos de
Aníbal- a las puertas de Roma. No atacó la ciudad, simplemente la sitió y finalmente la
obligó a someterse por hambre. Negoció con el Senado un considerable rescate, y
finalmente se retiró algo más al Norte. Su interés no era destruir ni humillar a la
capital del mundo, sino conseguir para él y su gente un rico e importante territorio
dentro del Imperio, en el cual vivir, además de una posición oficial para él como
agente imperial. Pero Honorio no tenía buenos consejeros e hizo oídos sordos a las
propuestas godas; además se sentía muy seguro en su ciudad-fortaleza de Ravena.
Indignado con Honorio, Alarico emprendió en 409 un segundo sitio de Roma, que
terminó también sin mayores consecuencias. Esta vez Alarico aprovechó de designar él
mismo, pero con acuerdo del Senado, a un anti-emperador residente en la vieja Roma,
Atalo Prisco. Aunque el mismo Alarico destituyó a su creatura cuando vio que no le era
conveniente para las negociaciones con Honorio.
La tragedia llegó finalmente cuando Alarico, indignado ya con las reiteradas perfidias
de la corte de Ravena, puso por tercera vez sitio a la Ciudad Eterna. Tras un muy corto
sitio, el día 24 de agosto del año 410 ocuparon y durante 3 días saquearon
impunemente una Roma que no había sido tocada en exactamente 800 años, desde el
ataque de los galos en 390 A.C. La ciudad no resistió adecuadamente, a pesar de que
sus murallas eran muy sólidas. Faltó a los romanos del siglo V, a sus instituciones y a
sus gobernantes el espíritu de lucha de sus antepasados. Mientras tanto, el emperador
Honorio permanecía muy protegido en Ravena.
Es de hacer constar que aparentemente los visigodos no fueron tan destructivos como
se cree, pues ellos ya estaban lo bastante culturizados como para no destruir sin
razón. Saquearon, sí, pero no destruyeron la ciudad. Aunque cuando finalmente
abandonaron Roma, lo hicieron portando seguramente el más grande cargamento de
oro, metales y piedras preciosas que jamás la historia había conocido hasta ese
instante. Pero el shock emocional del acontecimiento fue terrible. La noticia de la
tragedia histórica corrió como reguero de pólvora. Fue, auténticamente, para los
contemporáneos, la Caída de Roma, el fin de una época y el comienzo de la
incertidumbre. Después de eso, el mundo ya no volvería a ser el mismo. La capital
imperial -la capital del mundo civilizado- nunca se recuperaría psicológicamente del
golpe, y comenzaría un acentuado proceso de despoblamiento (aunque mantendría su
declinante gloria aún por otros 140 años más). La decadencia del imperio había llegado
a lo más bajo. Los restos del paganismo, vivos en la Roma de la época, culparon al
Cristianismo de los males, por haber alejado al Imperio de sus sanas tradiciones. Ante
esto, San Agustín, a la sazón obispo de Hipona, en defensa del Cristianismo escribió su
gran obra De Civitas Dei (La Ciudad de Dios).
Acontecido esto, Alarico marchó hacia el Sur, hacia Calabria, desde donde pensaba
invadir la provincia de África, vital para el aprovisionamiento de Italia. Pero ahí lo
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sorprendió la muerte, ese mismo fatídico año 410. De cualquier forma, ya había dejado
para siempre su nombre en la historia.
134.- La Invasión de las Provincias Occidentales.
Muerto Alarico, fue sucedido como rey de los visigodos por Ataulfo. Honorio tuvo que
pactar con él e inclusive se vio en la necesidad de casar con él a su propia hermana,
Gala Placidia. Tras esto, en 412 los visigodos cruzaron a la Galia y de ahí a Hispania,
fundando en 419 un reino que inicialmente incluyó la región de Aquitania, en la Galia,
y la parte septentrional de Hispania. Se le ha llamado el Reino de Tolosa, pues su
centro de poder estaba básicamente en el Sur de la Galia. Los godos crearon un Estado
dentro del Estado Romano. A la larga, el año 507 serían expulsados por los francos del
Sur de la Galia, y el reino visigodo se consolidó en la Península Ibérica, hasta su
destrucción por los árabes en el año 711.
Como ya hemos señalado, en algún momento hacia el año 407 las legiones que
resguardaban la frontera norte de Britania y protegían a la provincia de los
merodeadores sajones, fueron retiradas y enviadas al continente, aparentemente por
el mencionado caudillo de nombre Constantino que se había autoproclamado
emperador. Nunca volvieron. Con esto, los bretones romanizados quedaron
abandonados a su suerte, ante los ataques de los pictos y escoceses del Norte. De
acuerdo a la tradición llamaron en su auxilio a los sajones del continente. Durante los
200 años que van desde el año 410, cuando se desmoronó la administración romana
en la isla, hasta el año 600, casi nada es lo que se sabe de su historia, excepto que
surgieron diversos señoríos británicos post-romanos, que se mantuvieron en guerra
contra los nuevos invasores anglos, sajones y jutos, poco a poco retrocediendo hasta
la parte más occidental de la isla. Hacia el año 600 los anglosajones ya están
asentados, o dominando, la mayor parte de la actual Inglaterra.
En el intertanto, los vándalos cruzaron el Rhin el año 406, y habiendo atravesado la
Galia se establecieron el año 409 en el Sur de España, dándole nombre a la actual
Andalucía (Vandalucía). Después nos referiremos a su cruce al África Romana.
Paralelamente, los burgundios se establecieron en 411 la parte oriental de la Galia,
formando lo que sería el reino de Burgundia o Borgoña, que subsistiría hasta su
anexión por los francos mucho tiempo después. Los francos establecieron a partir de
481 un extenso reino que abarcaba el Sur de Germania y el Norte de la Galia, esto es,
poblaciones de lengua latina y germana. Después que expulsaron a los visigodos de
Aquitania, los francos crearon un reino gálico que, siglos después, sería la base del
Imperio de Carlomagno.
135.- El Ocaso de Honorio.
Después de la “Caída” de Roma, el mundo ya nunca volvió a ser el mismo. Tampoco
Honorio. Continuó pacíficamente reinando en Ravena sobre un imperio que se
desmoronaba en la práctica. No sólo los invasores bárbaros serían el problema;
también una gran cantidad de usurpadores, generales romanos, que se alzaron en
armas contra el incapaz emperador legítimo, y que en algún momento llegaron a hacer
notar alguna autoridad en ciertas regiones todavía romanas de la Galia e Hispania. El
caso del usurpador britano Constantino ya ha sido mencionado. Podríamos nombrar
varios casos, aproximadamente entre los años 407 y 414. Pero, a la larga, y
extrañamente para un monarca tan ineficiente, fallecería de tranquila muerte natural,
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en su palacio de Ravena, en 423 D.C., después de un reinado de casi 30 años. Había
sido protagonista de una tragedia histórica, pero por la cual atravesó casi como un
simple y vulgar espectador.
Antes de fallecer Honorio, había designado en 421 como co-emperador para Occidente
a su general Constancio III, quien ya desde 410 había sido el poder detrás del trono.
Inclusive, como señal de confianza, Honorio lo casó con su hermana Gala Placidia, ya
viuda del rey visigodo. Pero Constancio III murió de muerte natural muy pocos meses
después de su elevación. Además, la designación de Constancio III no había sido
reconocida –y esto era muy importante- por el co-emperador de Oriente, Teodosio II,
hijo de Arcadio.
Fallecido Honorio, la decisión de a quién nombrar co-emperador para Occidente recayó
entonces en el ya mencionado Augusto de Constantinopla, Teodosio II. La designación
recayó en su primo hermano Valentiniano III, hijo de Gala Placidia y del difunto
Constancio III. Reinaría entre 423 y 455 D.C. Los antecedentes de este ascenso son
muy interesantes, básicamente por la importancia y la personalidad de su madre.
Gala Placidia (392-450) sería uno de los personajes más importantes en esta etapa
final del Imperio occidental. Su tumba, en Ravena, se mantiene intacta hasta hoy. Era
hija de Teodosio I El Grande y su segunda esposa, y consecuentemente media
hermana de Arcadio y Honorio. Vivió gran parte de su infancia bajo el cuidado y
protección de Estilicón y su esposa Serena. Tras la muerte de Estilicón, Gala Placidia
quedó a la merced de su hermano Honorio. Le tocó vivir el saqueo de Roma por los
visigodos el año 410 y fue tomada como rehén por Alarico, así que, en tal calidad,
acompañó a los visigodos en su retirada de la península hacia la Galia en 412. Ahí,
habiéndose producido una alianza entre el rey godo Ataúlfo y Honorio para luchar
contra diversos usurpadores sublevados, como Jovino y Sebastián, y habiendo Ataúlfo
derrotado y ejecutado en 413 a estos usurpadores, Honorio selló una alianza con el rey
godo, dándole en matrimonio a su hermana. Este matrimonio duró hasta la muerte de
Ataúlfo, a manos de un asesino, en 415. El único hijo que tuvieron Gala Placidia y
Ataúlfo, Teodosio, murió siendo infante, así que no dejaron un vástago que fuera rey
visigodo. El usurpador que llegó al trono visigodo en Tolosa trató a Gala Placidia con
especial crueldad, lo que indignó a los propios godos y provocó el asesinato del
usurpador y su reemplazo por Walia, pariente de Ataúlfo. En esto Walia entró en
negociaciones con el futuro Constancio III, tras lo cual se selló un tratado de paz entre
los visigodos y Roma. Como parte de estos acuerdos Gala Placidia fue devuelta a
Ravena, y estando ahí Honorio la forzó a un segundo matrimonio, esta vez con
Constancio, en 417 D.C. En 421 Gala Placidia se convirtió, como consorte de
Constancio III, en emperatriz de Occidente.
Muerto Constancio III, Gala Placidia entró en conflicto con su hermano. Las razones e
interpretaciones son variadas. Pero el hecho es que ella era ya muy poderosa. Por
ejemplo, los soldados godos de la guardia imperial la consideraban como su reina. La
emperatriz tuvo que dejar Ravena y refugiarse en Constantinopla, donde la acogió su
sobrino Teodosio II. Ahí le sorprendió la muerte de Honorio. Pero Teodosio II demoró
mucho en nombrar a un colega para reinar en Ravena, lo que en la práctica significaba
que nuevamente había un único emperador para todo el mundo romano.
Esto alargó el problema sucesorio del Imperio de Occidente y determinó el surgimiento
de un usurpador, Juan (423-425), quien, reconocido en Ravena y controlando Italia,
obtuvo un cierto grado de reconocimiento en buena parte de los territorios todavía
imperiales de la época. Pero finalmente Constantinopla envió fuerzas contra él, lo
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derrocó e hizo prisionero en Ravena, y después lo ejecutó en Aquileia. Tras esto,
Teodosio II, ante la presencia del Senado de Roma, designó oficialmente como coAugusto para Occidente a Valentiniano III.
136.- El Reinado de Valentiniano III y la pérdida de África.
Valentiniano III reinaría largos 20 años. Increíble para tratarse de un ineficiente
monarca de un imperio en decadencia y colapso. Al igual que su padre tuvo suerte de
vivir en un siglo V respetuoso de la legitimidad dinástica, y no en un siglo III donde
seguramente no hubiera sobrevivido más que unos meses.
Durante su minoría, entre los años 425 y 437, el poder estaría realmente en manos de
su madre, Gala Placidia. Paralelamente, en este período se desencadenaría una
verdadera lucha de poder entre dos capaces generales: el Conde Bonifacio, gobernador
de África, y Aecio, artífice de grandes triunfos romanos contra los godos en la Galia.
Aparentemente una intriga de Aecio desencadenó otra nueva catástrofe. El año 429
convenció a Gala Placidia que Bonifacio procuraba autoproclamarse emperador en
África, al tiempo que, por otra parte, informaba a Bonifacio de las acciones que contra
él planeaba la regente. Con esto Aecio sabía que llevaría a Bonifacio a la rebelión, lo
que le permitiría desembarazarse de él.
El año 429, entonces, Bonifacio, despechado, con la finalidad de usarlos en su
provecho para conquistar el trono, requirió la ayuda de los vándalos, a la sazón ya
asentados en el Sur de Hispania. Así que los invitó a cruzar al África. Pero las cosas
tomaron un cariz muy distinto al pensado por el general rebelde. Los amigos de
Bonifacio descubrieron la verdad de lo sucedido y reconciliaron a Bonifacio con la
regente, aunque ésta no tomó medidas contra Aecio. Entonces fue cuando Bonifacio se
percató del grave error cometido, y quiso enmendarlo, pero ya era tarde.
Los codiciosos y belicosos vándalos, bajo el comando de su rey Genserico, cruzaron el
Estrecho de Gibraltar e invadieron el África del Norte romana. Para el año 431 la
habían conquistado casi completamente, en vista de la imposibilidad imperial de enviar
tropas desde Italia. El propio Bonifacio dirigió la defensa de la ciudad de Hipona, hasta
su caída en manos de los vándalos en 431 D.C. San Agustín murió en año 430 a causa
de la peste durante este sitio vándalo de Hipona. Tras esto esta ciudad pasó a ser
provisionalmente la capital del reino vándalo. El año 436 Genserico llegó a un acuerdo
con Ravena, por el cual quedó oficialmente como delegado de Roma en África, y se le
cedió el gobierno de la provincia de Numidia. El año 439 los vándalos tomaron
finalmente Cartago, la gran metrópoli africana, que hasta ese momento seguía todavía
bajo control imperial directo, y la hicieron la capital definitiva de su nuevo reino.
Así fue como los vándalos establecieron su propio reino en una de las regiones más
ricas y cultas del Imperio occidental. El nuevo reino vándalo comprendió todo el
Noroeste de África, además de las islas de Córcega, Cerdeña y las Baleares, y el
extremo sur de Hispania. Además, por un tiempo, hasta que les fue arrebatada por los
ostrogodos, fueron dueños también de la rica isla de Sicilia. Siendo África el granero de
Roma, esta conquista afectó enormemente al suministro de alimentos de la metrópoli
del Tíber.
El reino vándalo sería, de cualquier forma, el más fallido de los reinos germánicos en
suelo romano, pues duraría muy poco, y tampoco haría un gobierno sabio. Pero
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durante 100 años fue un Estado poderoso y rico establecido en una de las regiones
más opulentas y cultas del Imperio Romano. Sus monarcas, durante la época de
asentamiento en el Imperio Romano, serían: Godesiglio (hasta 406), Gunderico (407428), Genserico (428-477), Hunerico (477-484), Guntamundo (484-496), Trasamundo
(496-523), Hilderico (523-530) y, finalmente, Gelimer (530-534). Es sorprendente la
rapidez con que estos bravos guerreros se degenerarían al calor norafricano,
volviéndose prácticamente incapaces de repeler la reconquista romana del siglo VI.
Pero eso lo veremos ya más adelante.
Tras esto, vino en 432 el ajuste de cuentas en Italia entre Bonifacio, regresando
derrotado de África, y Aecio, proveniente de la Galia. Enfrentados en una sangrienta
batalla, si bien la victoria correspondió a Bonifacio, éste murió de las heridas recibidas.
Así que Aecio quedó libre, e inclusive perdonado por su enemigo, que lo reconocía
como un capaz general. Pero tampoco Aecio estaba ya en buenos términos con Gala
Placidia, así que tuvo que huir a Panonia a refugiarse donde los hunos. Roma había
perdido así a sus dos mejores generales. Pero ante la necesidad práctica, su presencia
fue nuevamente requerida en 433, y así empezó a reemplazar paulatinamente en el
control gubernamental a Gala Placidia, hasta el final de la regencia de ella en 437.
Aunque Gala Placidia seguiría ejerciendo cierto grado de influencia hasta su muerte en
450.
De cualquier forma, a partir de 433 D.C. podría decirse que Aecio fue el hombre fuerte
de Occidente. Pero tampoco Valentiniano III sería un buen monarca. No sería
agradecido. Ni los triunfos de Aecio contra los bárbaros en la Galia, ni la gran victoria
contra Atila, a la cual luego nos referiremos, lo salvaron del destino de Estilicón. El año
454 Aecio fue asesinado por celos por órdenes de Valentiniano III. Al año siguiente,
455 D.C. el propio emperador murió también asesinado por dos bárbaros miembros de
la guardia personal de Aecio. Con la muerte de Valentiniano III se extinguiría en el
Oeste la dinastía de Teodosio.
137.- La Autoridad Imperial en Occidente reducida a Italia.
Ante esto, después del año 430 tan sólo sectores aislados de autoridad imperial
quedaban fuera de Italia e Iliria, algunos en el Sur y Centro de la Galia y otros en
Hispania, sectores que cada vez se fueron achicando más y más en la medida que
pasaban las décadas. Pero en casi toda la parte occidental del mundo romano, la
irrupción de los pueblos germanos, si bien desde un punto de vista teórico no afectaba
la existencia del Imperio ni el respeto que le tenían los germanos, en la práctica obligó
a los emperadores de Ravena a aceptar otorgarle a los invasores un status especial,
como administradores de sus provincias. Además, ya no podían hacer nada para
expulsarlos de ahí.
Entonces, dada la incapacidad del gobierno imperial de administrar efectivamente sus
provincias occidentales, las funciones gubernamentales quedaron en manos de
gobernantes germanos, los cuales mantuvieron activo el sistema imperial, la estructura
administrativa romana y el derecho romano para la población de lengua latina, y el
derecho germánico para los nuevos conquistadores germanos. Para provincias que se
habían visto arrasadas, el gobierno de los germanos, si bien no era el ideal que
deseaban, al menos significó un intento de reorganizar la vida civil de la población ya
romanizada. Los conquistadores germanos se quedaron con un determinado
porcentaje de las tierras (generalmente entre uno y dos tercios), pero el resto continuó
en manos de los terratenientes locales.
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138.- Atila, el Azote de Dios.
El año 450 fue el punto definitivo de quiebre en Occidente. Ahí es cuando aparecen
finalmente en el Rhin los ya mencionados hunos. Ellos, que llevaban una generación
dominando Europa Centro-Oriental, decidieron pasar a lo que teóricamente era
territorio romano.
El origen de los hunos se pierde en las penumbras de la historia. Eran un pueblo
asiático, pre-mongol, en las etapas más rudimentarias de cultura, que seguía en su
etapa nómada, comía carne cruda, desconocía la agricultura, y desde luego la
escritura. Por eso es que pasaron por la historia como una simple estrella boreal, sin
dejar rastro escrito de su historia, más que las fuentes romanas, que relatan en detalle
su crueldad y salvajismo, sólo comparable a la de sus primos mongoles varios siglos
después. Desde el siglo IV ya habían iniciado procesos de conquista en Persia y en el
actual espacio ruso.
Atila, el más famoso de los hunos, nació alrededor del año 406. Hacia el año 432 todos
los hunos, que ya dominaban amplias zonas de Eurasia, se unificaron bajo el mando de
su rey Rua o Rugila. Éste murió en 434, dejando el trono conjuntamente a sus
sobrinos Atila y Blesa. Esto sucedió en momentos en que los hunos atacaban al
Imperio de Oriente. A través de un tratado el emperador de Oriente, Teodosio II,
acordó pagarles un gran tributo, lo que determinó el alejamiento de los hunos de
Constantinopla.
Tras esto, Atila y Bleda procuraron invadir Persia desde el Cáucaso, pero fueron
derrotados en Armenia por los persas, lo que determinó el fin de los planes de
conquista de los hunos en Asia. Pero les reavivó el apetito en Europa. El año 440 los
hunos reaparecieron en el Danubio Oriental amenazando al Imperio de Oriente, bajo la
excusa de que los romanos habrían roto el pacto de paz. Con las fronteras del Danubio
desguarnecidas a causa de los numerosos peligros del imperio (concretamente los
persas en Oriente y los vándalos en el Mediterráneo Occidental), los hunos invadieron
los Balcanes romanos el año 441. Para hacer fuerte a la amenaza, Teodosio II
concentró en los Balcanes gran parte de sus ejércitos. Cuando se sintió fuerte, rechazó
las exigencias de los hunos, y se preparó a resistir. Los hunos saquearon y destruyeron
gran parte de las principales ciudades de Moesia e Iliria y llegaron a las afueras de
Constantinopla, pero no se animaron a proseguir un sitio, pues no tenían los medios.
Finalmente, hacia 445 D.C., se llegó a un acuerdo por el cual Teodosio II pagó a los
hunos un tributo aún más contundente, y los asiáticos se retiraron. Poco después de
esto Bleda falleció, por causas muy poco claras, y Atila quedó como rey único de los
hunos.
Hacia el año 447 los hunos volvieron a invadir territorio romano de Oriente. Los hunos
vencieron a los romanos, pero sufriendo a su vez graves pérdidas. No obstante, se
dedicaron al pillaje por todos los Balcanes, y llegaron justo hasta las inmortales
Termópilas. Afortunadamente no pudieron seguir más al sur. Los hunos no hubieran
respetado ni Atenas ni nada de la Hélade. En el intertanto los romanos, con brigadas
organizadas por los propios ciudadanos, y bien dirigidas gracias a la habilidad de los
generales imperiales, se prepararon para un largo sitio de Constantinopla. Esto salvó a
la capital oriental. El año 448 se llegó a un nuevo acuerdo por el cual, a cambio de un
nuevo tributo, los hunos dejaron el Imperio de Oriente, que no era tan débil como
hubieran deseado, y se dirigieron a Occidente.
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Aparentemente Atila había llegado a un acuerdo con el emperador de Ravena
Valentiniano III para acabar con el estado fundado por los visigodos en Aquitania, con
capital en Tolosa, que aún no era tan grande y estaba todavía limitado a esa esquina
sudoccidental de la Galia. Puede haber influido en esta alianza o el hecho de que el
hombre fuerte de Occidente, Aecio, había vivido un tiempo con los hunos durante el
corto exilio del año 433 que ya hemos referido. Además, la hermana de Valentiniano
III, Honoria, solicitó la ayuda de Atila para evitar un matrimonio forzado al que la
obligaba su hermano. Esto lo interpretó hábilmente Atila como un ofrecimiento de
mano de la princesa imperial, y lo usó como excusa para exigir la cesión de la mitad
del imperio occidental. En el intertanto falleció de un accidente el emperador de
Oriente Teodosio II, y su sucesor, Marciano, interrumpió el pago del tributo que
entregaba Constantinopla.
Para estos momentos el imperio huno subyugaba a la casi la totalidad de los pueblos
germánicos de Europa Central y Oriental (por ejemplo, ostrogodos, gépidos, hérulos,
turingios), vergonzosamente sometidos a la tiranía de un pueblo muy inferior
culturalmente. Sólo quedaban fuera de su égida los pueblos germanos instalados
dentro del imperio y los de la Germania Septentrional y Escandinavia. El Rhin y el
Danubio eran la frontera del imperio huno, en ambos casos limitado por Roma. Se
estaba gestando ya una lucha de supervivencia de toda una civilización indoeuropea,
en peligro de ser transformada psicológica y sanguíneamente para siempre por la
intervención huna.
El año 451 se inició el ataque frontal sobre el imperio. Atila invadió la Galia Bélgica, en
donde ya estaban asentados los francos. Aecio inició inmediatamente la preparación de
un ejército para enfrentarlo, conformado por francos, burgundios, visigodos y
galorromanos, todos unidos entre sí en el miedo al cruel enemigo. Por una última vez
en la historia tropas imperiales de lengua latina, apoyadas por los francos y godos
establecidos en la Galia, teóricamente todavía parte del Imperio, enfrentaron a un gran
enemigo. Todo se decidió en la famosa batalla de los Campos Cataláunicos, o Chalons,
el año 451, en la cual las tropas romanas y germánicas, capazmente dirigidas por
Aecio, detuvieron el avance de Atila por la Galia. Desgraciadamente no hay mayores
antecedentes de esta consecuencial batalla, no habiendo duda, eso sí de una amplia
victoria romana, aunque no se sabe con exactitud en qué términos. En esta batalla
pereció el rey visigodo Teodorico I. El hecho es que Atila, el invencible rey de los
hunos, el Azote de Dios, por primera vez derrotado se retiró más allá de los límites
oficiales del Imperio.
Pero el año siguiente, 452, Atila, que no cejaba en sus empeños, nuevamente bajo la
excusa de la mano de Honoria, reinició su ataque contra el Imperio e invadió Italia,
saqueando y arrasando el Norte de la misma. Aecio no tuvo esta vez ni los medios ni
los hombres para detenerlo por segunda vez. El emperador Valentiniano III huyó de
Ravena, que no hubiera podido resistir un ataque tan frontal, y se refugió en Roma
tras las murallas aurelianas. Atila se detuvo en el río Po, hasta donde llegó a visitarlo
una embajada romana, conformada por uno de los cónsules, por el prefecto de la urbe,
y por el obispo de la capital, el Papa León I El Grande, lo que significaba una
delegación de las más respetadas autoridades residentes en la ciudad. Con
argumentos que desconocemos, esta delegación, o bien el Papa con su majestuosa
personalidad, convencieron a Atila de abandonar la campaña. Puede que
consideraciones estratégicas más que sobrenaturales hayan pesado en el ánimo de
huno. Son muchas las teorías y leyendas que se han forjado sobre esto.
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Atila abandonó inmediatamente Italia y volvió con su gente a las tierras de la actual
Hungría, donde poco después murió, el año 453, cuando todavía planeaba una nueva
campaña contra el emperador Marciano en Constantinopla. Tras su fallecimiento su
Imperio se desbandó, y los hunos desaparecieron de la historia. Los pueblos
subyugados se rebelaron y recobraron la independencia. Entre ellos, los más
importantes serían los ostrogodos. Ellos, con autorización imperial de Constantinopla,
se establecieron como aliados militares en el reinado de Marciano en la región de
Panonia. El siglo siguiente los vería aparecer de manera mucho más importante en la
historia.
Paralelamente, poco después de estos eventos tuvieron lugar en Ravena los ya
mencionados asesinatos, primero de Aecio, y después de Valentiniano III. Queda en la
duda qué hubiera sido de la ciudad de Roma si los hunos hubieran entrado en ella:
seguramente no hubiera quedado piedra sobre piedra: la ciudad hubiera sido arrasada
por una horda de salvajes asesinos sedientos de sangre. Pero el destino la salvó.
139.- Los Vándalos y el Segundo Saqueo de Roma.
Al momento del fallecimiento de Valentiniano III no había en realidad nadie para
sucederlo en el trono occidental. Pero un importante funcionario imperial, Petronio
Máximo, se autoproclamó emperador en Ravena. Inclusive, para fortalecer su posición,
casó con la viuda de Valentiniano III. Había sido rival de Aecio y muy posiblemente
tuvo mucho que ver en el asesinato del mismo; tal vez hasta en la muerte de
Valentiniano III. Pero Petronio Máximo alcanzó a reinar apenas poco más de dos
meses, entre marzo y mayo de 455.
Y en este momento reaparecen los vándalos, ahora en Italia central. La gran diferencia
entre los vándalos y los otros invasores germanos residió en que aquéllos, establecidos
ya en el Mediterráneo, desarrollaron un importante poder naval. Esto permitió al rey
vándalo Genserico, al mando de una fuerza combinada de vándalos y beréberes,
efectuar una expedición naval a Italia. Desembarcó en la península cuando Petronio
Máximo -quien a la sazón se encontraba en Roma (y no en Ravena)- cumplía sus dos
meses en el trono. Esto provocó el pánico en la capital, y en los tumultos encontró la
muerte, asesinado, el emperador Petronio Máximo.
El 22 de abril de 455, apenas tres días después de la muerte de Petronio Máximo, el
rey vándalo Genserico, ingresó sin oposición a la ciudad de Roma, la conquistó y la
saqueó impunemente por 14 días. Nuevamente Roma no sería defendida. Este
segundo saqueo sería verdaderamente mucho más sistemático y atroz que el de los
visigodos casi medio siglo antes, y dejaría para siempre en la historia el poco honroso
concepto de “vandalismo”. Los vándalos se llevarían en sus barcos a Cartago todo lo
que no habían saqueado en su momento los visigodos, así como los tesoros de las
nuevas iglesias edificadas en el intertanto, además de miles de esclavos y rehenes,
entre ellos varios miembros de la dinastía imperial de Teodosio. Pero, a pesar de todo,
las construcciones de la ciudad fueron también en general respetadas.
140.- Ricimero y el Imperio Fantasma en Occidente.
Tras los sucesos antes mencionados, la autoridad y
prácticamente se extinguieron en gran parte de Occidente.
la
dignidad
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imperiales
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Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
Al tener lugar la muerte de Petronio Máximo, fue sucedido por su subordinado Avito,
de origen galorromano y que a la sazón se encontraba en Tolosa en la corte visigoda.
El rey visigodo y las autoridades romanas de la Galia lo proclamaron emperador y esta
designación fue reconocida y aprobada por el emperador oriental, Marciano, y por el
ejército. El 9 de julio de 455 hizo su entrada oficial a Roma. Pero nunca fue realmente
aceptado por la población italiana. Si bien logró recuperar para su autoridad Panonia,
no pudo hace nada contra los vándalos, a los cuales, si bien venció en una importante
batalla naval, luego no pudo impedir que sometieron a Roma a un terrible sitio naval,
que produjo gran hambruna.
Y aquí aparece en la historia el nefasto Ricimero, jefe visigodo de la guardia de Avito.
Hábil militar, había ayudado a Avito a derrotar en el mar a los vándalos, lo cual lo
lanzó a la fama. Aprovechándose de la situación derrocó a Avito en 456 y lo obligó a
abdicar. A partir de ese momento Ricimero, con el poderoso cargo de Magister Militum,
jefe del ejército, se convirtió en el Hombre Fuerte del Imperio de Occidente. Pero a
diferencia de su predecesor Estilicón, que ya era un romano y leal a la dinastía
imperial, Ricimero sería simplemente un bárbaro hacedor de reyes. Nunca se proclamó
emperador, pues sabía que, al no ser romano no tenía el piso político para hacerlo,
pero gobernó los territorios que quedaban bajo control imperial (para esos momentos
escasamente Italia y algunas zonas aisladas de la Galia e Hispania) como si
efectivamente lo fuera. El emperador de Oriente no tuvo más que aceptar esta
circunstancia fáctica.
Ricimero enfrentó dos posibilidades, ambas convenientes para él: o quedar como
gobernante y administrador imperial de Italia en representación de un emperador
romano único residente en Constantinopla, o mantener una sombra de corte imperial
en Occidente a la cual controlar. Optó por la segunda opción. Después de 456 y hasta
472 se sucedieron una serie de gobernantes títeres o usurpadores, designados en su
gran mayoría por el germano Ricimer, y reconocidos por el ya muy servil Senado de
Roma, aunque no siempre legitimados a través del reconocimiento oficial de
Constantinopla.
Derrocado Avito, durante un tiempo estuvo vacante la sede imperial de Ravena, de
forma que sólo seguía en funciones un emperador, León I, en Constantinopla. Hasta
que en 457 Ricimero designó emperador a Julio Valerio Mayoriano. Pero éste nunca
logró el reconocimiento del emperador de Oriente, y además, habiéndose demostrado
demasiado capaz militar y administrador para los fines de Ricimero, fue derrocado y
asesinado por éste en 461.
La siguiente designación recayó en Libio Severo, quien reinó entre 461 y 465, pero
nunca fue reconocido por Constantinopla. Las razones de su muerte no son claras. A su
muerte se abrió un nuevo interregno de 16 meses. El año 467 asumió el trono de
Ravena Procopio Antemio, quien sí fue reconocido y apoyado por León I de Oriente, y
hasta casó a su hija con Ricimero. Consecuentemente el comienzo de su reinado fue
muy auspicioso. El año 468 las fuerzas coaligadas de Constantinopla y Ravena iniciaron
una expedición para desalojar a los vándalos de la estratégica África, pero la
expedición terminó en fracaso en Cartago. Después de esto, el año 470 Antemio perdió
el control psicológico de sí mismo y se convirtió en un peligro, lo que determinó que
Ricimero –su yerno- se alzara contra él. Durante 5 meses hubo una lucha de poder
entre el emperador legítimo y su hombre fuerte, hasta que Ricimero conquistó Roma y
ejecutó a Antemio, el año 472.
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Tras esto, Ricimero proclamó como emperador a Anicio Olibrio, casado con Placidia,
hija de Valentiniano III, y a quién León I había enviado a Roma desde Constantinopla
para mediar en el conflicto entre Antemio y Ricimero. Éste sería el último acto político
de Ricimero, pues falleció muy poco después. Pero Olibrio alcanzó a reinar sólo unos
meses de 472, falleciendo muy rápidamente, aparentemente de muerte natural.
Al morir Ricimero, dejó su cargo de Magister Militum a su sobrino burgundio
Gundebaldo. Pero éste no ejerció por mucho tiempo el poderoso cargo, pues en 473 lo
abandonó para convertirse oficialmente en rey de los burgundios. De cualquier forma,
en 472 correspondió a Gundebaldo designar al sucesor de Olibrio. El nuevo emperador
así nombrado fue Glicerio, quien reinó entre 473 y 474. Pero ni Olibrio ni Glicerio
habían sido reconocidos por Constantinopla. A los ojos del emperador de Oriente eran
simples usurpadores.
Así que en 474 el emperador de Oriente designó formalmente como emperador
occidental al romano-dálmata Julio Nepos, el cual, con auspicio oficial, se apoderó de
Ravena, destronó a Glicerio, y pasó a ocupar el trono ya espectral de Occidente. Julio
Nepos reinaría en la práctica en Italia hasta 475, siendo reconocido por el Senado de
Roma. En realidad sería el último co-emperador oficial en Occidente.
El año 475 el jefe de las tropas, el germano Orestes, derrocó a Julio Nepos y entronizó
en el poder a su propio hijo, de madre romana, el ya famoso Rómulo Augusto,
apodado Augústulo. Pero este golpe palaciego en Ravena no fue reconocido por el
emperador de Constantinopla. De hecho Julio Nepos, quien se refugió en Dalmacia,
siguió considerándose emperador legítimo y ejerciendo soberanía en dicha provincia
hasta su muerte en 480. Después volveremos sobre esto mismo.
141.- Odoacro y la Disolución del Imperio de Occidente.
Como ya hemos visto, para el último cuarto del siglo V la autoridad imperial en
Occidente, efectivamente hablando, comprendía sólo Italia e Iliria, más probablemente
algunas regiones aisladas de la Galia. El último emperador residente en Ravena sería el
ya mencionado niño Rómulo Augusto, apodado Augústulo, hijo de Orestes. Mucho se
ha comentado que este joven usurpador casualmente portaba nombres que eran
mucho para él: Rómulo, del legendario fundador de Roma, y Augusto, del nombre del
primer emperador, y para ese entonces, título imperial. Mucho se ha dicho que fue el
último emperador romano. Si bien esto no fue así, pero las tradiciones equívocas
cuesta corregirlas.
El hecho es que en el famoso año 476 D.C. un jefe bárbaro, Odoacro, a quien su tropas
multinacionales habían declarado como primer rey germánico en suelo italiano, se
apoderó de Ravena, dio muerte a Orestes y destituyó a Rómulo Augústulo como
emperador; se atribuyó el gobierno personal de Italia, y reconociendo la soberanía del
emperador de Constantinopla, negoció se le aceptara como administrador imperial
para la península. En otras palabras, tomó la alternativa que Ricimero había rechazado
20 años atrás.
Aunque ahora pueda parecer raro, este cambio fue tan mal mirado por los romanos de
la época, pues ya estaban conscientes de las calamidades que traía tener emperadores
sin poder residentes en Italia, manejados como títeres por caudillos germanos.
Preferían el orden que les daría un gobierno germano fuerte que reconociera la
soberanía del ahora único emperador de Constantinopla. Guardando las formas,
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Odoacro forzó a Rómulo Augústulo a abdicar ante el Senado de Roma, y el Senado
reconoció como emperador único a Zenón, reinante en Constantinopla. Podrá decirse
que, en la práctica, el Imperio de Occidente prácticamente se autodisolvió
voluntariamente.
De cualquier forma, el emperador de Oriente, Zenón, continuó reconociendo como coemperador legítimo de Occidente a Julio Nepos, hasta que éste murió hacia 480 en
Dalmacia. A partir del año 480, al dejar de existir el Emperador de Occidente, la
dignidad imperial, en todo el mundo romano, pasó a recaer exclusivamente y para
todos los efectos en el emperador de Constantinopla. El sería, en adelante, el único y
verdadero emperador romano, y así lo reconocerían el Senado y el pueblo de Roma, y
las poblaciones latinas y germánicas de la parte occidental del Imperio, aunque su
autoridad efectiva quedaría en un principio reducida sólo a los Balcanes hasta el
Danubio, Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto, esto es, a la parte oriental del Imperio.
Entonces en el siglo V D.C. no “cayó” ni dejó de existir el Imperio Romano; ni “cayó” ni
dejó de existir el Imperio de Occidente. La autoridad imperial simplemente se
desquebrajó en Occidente, y cuando la crisis llegó a Italia, por simple evolución natural
dejó de existir un emperador en Ravena, y la autoridad imperial única para todo el
mundo romano, inclusive formalmente para las provincias controladas por los
bárbaros, recayó en el emperador romano ahora único, residente en Constantinopla.
Podría decirse que en ese momento se volvió a fusionar una sola persona la dignidad
imperial.
Pero, de cualquier forma, el año 476 D.C. y la deposición de Rómulo Augústulo forman
ya parte inseparable de nuestra psiquis. 476 D.C., como fecha convencional del Fin del
Imperio Romano en Occidente es entendida de manera extendida, tanto por
historiadores como peor neófitos, como el fin de la Antigüedad Clásica y el comienzo
oficial de la Edad Media. Ya sabemos que no todo fue tan así, pero la fecha, para bien
o para mal, esta ineludiblemente asociada a nuestro acervo cultural, y no vale la pena
tratar de demeritarla por innecesario purismo histórico.
142.- El Gobierno de Teodorico en Italia.
Ya instalado Odoacro en Ravena, logró consolidar por un tiempo su poder. Muerto en
480 en Dalmacia Julio Nepos, Odoacro invadió la que para entonces era la última
provincia libre del Imperio de Occidente, y la anexó a su reino. La realidad es que
Odoacro hizo un gobierno sumamente moderado y justo, y que fue muy benéfico para
sus gobernados. Pero su reinado en Italia no sería largo. Su poder era más bien
personal y estaba respaldado por bárbaros de distintas nacionalidades, prácticamente
tropas mercenarias, sin constituir un reino propiamente “nacional”. Y no contaba con la
venia del emperador. Ésta sería la debilidad del régimen personal de Odoacro.
Paralelamente, entre los años 474 y 487, el emperador oriental Zenón tuvo que
enfrentar en los Balcanes problemas con los belicosos ostrogodos, y esto coincidió con
una guerra civil entre los dos pretendientes al mencionado trono germánico. Uno de
estos pretendientes era quien después pasaría a la historia como Teodorico El Grande,
quien durante su infancia, en el reinado de León I, había vivido en Constantinopla
como rehén imperial. La guerra civil fue larga y se desarrolló principalmente en
territorio romano, y recién concluyó en 481. En este momento Teodorico se convirtió
en rey único de todos los ostrogodos. Y pasó a ser un serio problema para el imperio,
especialmente por su brillantez y elevada educación, que lo diferenciaba ampliamente
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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
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de todos los demás monarcas germanos de la época. El año 486 los ostrogodos de
Teodorico sitiaron Constantinopla, con grandes complicaciones para Zenón. Es aquí
entonces cuando Zenón llegó al histórico y brillante acuerdo con Teodorico, de
entregarle el gobierno de Italia a cambio de que sacara de ahí al poco confiable
Odoacro.
Entonces, contando con el beneplácito imperial, en el año 488 los ostrogodos,
estacionados en Panonia, ingresaron a Italia, y en 493 tomaron Ravena. Odoacro fue
traicioneramente muerto y sus tropas masacradas. Tras esto, los ostrogodos
establecieron, como federados del emperador, un reino particular en Italia. El cultivado
rey ostrogodo Teodorico El Grande, quien gobernó hasta el año 526, se convirtió en el
más famoso de los gobernantes germánicos de este período del Imperio Romano
Tardío, pues efectivamente gobernó en Ravena como virrey del emperador, con títulos
imperiales oficiales, inclusive llegando a ocupar el consulado (que oficialmente aun
existía en el Imperio, correspondiendo uno a Occidente y otro a Oriente, muchas veces
al emperador).
Con los ostrogodos se reestableció el orden cívico en la ciudad de Roma, se
reconstruyeron y repararon innumerables edificios, como el histórico Teatro de
Pompeyo, se cuidaron los acueductos, e inclusive se mantuvieron los famosos
espectáculos del Coliseo, el Circo Máximo y el Hipódromo. En Roma, al igual que en
Constantinopla, las facciones verde y azul del hipódromo se convirtieron en poderosos
grupos de presión de la plebe. Lo único es que el descenso de la población hizo ya
imposible repletar estas construcciones. Sólo las peleas de gladiadores habían quedado
descontinuadas en Roma desde el reinado de Honorio (en Constantinopla lo serían
desde el año 494). El Senado y las autoridades municipales tradicionales romanas
continuaron su labor. Todavía el Senado participaba en la elección de los Papas, lo que
demuestra todavía en ese momento la primacía de las instituciones civiles sobre las
religiosas. Disposiciones especiales protegieron los monumentos del saqueo.
Después de tantas guerras e invasiones Italia fue sabia y ordenadamente gobernada
por los ostrogodos, de acuerdo al doble sistema de co-gobierno romano-germánico que
ya hemos mencionado, manteniendo las instituciones romanas funcionando, con
derecho romano para los italianos y derecho germánico para los godos; los godos en el
ejército y los romanos en el servicio civil. Entre otras cosas, recuperó para Italia el
gobierno de la zona de la Provenza, entonces en poder de los burgundios, y de la
importante isla de Sicilia, bajo control de los vándalos. Asimismo administró las
provincias ilíricas y protegió la frontera de Panonia de los enemigos externos. Italia
vivió con Teodorico y período de tranquilidad y normalidad tales que llegó a parecer
que el viejo orden romano se había reconstituido plenamente.
Fungió, prácticamente, como un co-emperador occidental de raza germánica, con
dominio efectivo sobre Dalmacia, Panonia, Italia y Sicilia, y respetado como un
superior por los demás monarcas germánicos asentados en la parte occidental del
Imperio, que aún se sentían a sí mismos como meros administradores y delegados
imperiales en regiones de un Imperio Romano que, a pesar de todo, seguía legalmente
funcionando como un concepto que se negaba a desaparecer. Es más, dado que su hija
se casó con el rey visigodo Alarico II, y siendo abuelo de Amalarico, Teodorico llegó a
ejercer la regencia sobre el reino visigodo hasta su muerte en 526. Si su nieto
Amalarico hubiera sobrevivido, posiblemente habría heredado los territorios visigodos y
ostrogodos del Imperio Occidental y quién sabe cuál hubiera sido el destino de los
mismos en un orden de continuidad histórica y paz. Tal vez la Antigüedad Tardía nunca
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hubiera dado lugar a la Edad Media y la civilización habría continuado su curso. Pero no
fue así, infortunadamente.
Muerto Teodorico lo sucedió en el trono gótico-italiano su nieto Atalarico, vástago de
su hija mujer Amalasunta, la cual condujo una muy acertada regencia por 8 años,
hasta la muerte de Atalarico en 534. Pero Amalasunta era demasiado cultivada para el
gusto de los rudos godos, muy letrada en latín y griego. Su cercanía con los dominados
italianos enajenó a sus súbditos godos. Casó con su primo Teodato, a quien convirtió
teóricamente en rey, aunque manteniendo ella las riendas del poder. En 535 Teodato,
apoyado por la nobleza gótica, dio un golpe de Estado y alejó a su prima del poder,
exiliándola a una isla en el lago de Bolsena, donde poco después murió asesinada. Pero
Teodato necesitaba la anuencia y sanción del emperador –que para entonces era
Justiniano- para legalizar su posición. El emperador tuvo así la excusa para negar el
reconocimiento y enviar a su general Belisario –que en ese momento estaba
derrotando en África del Norte a los vándalos- a emprender el restablecimiento directo
de la autoridad central en Italia. Para ello tendría el apoyo del Senado de Roma, del
Papa y de la población católica de Italia.
143.- La Dinastía de Teodosio I en Oriente.
Habiendo visto en los capítulos precedentes la evolución histórica del Imperio
Occidental durante el conflictivo siglo V, toca ahora girar nuestra atención hacia la
porción oriental del Imperio Romano. Pero, a diferencia de Occidente, la historia del
Imperio Oriental durante este período sería mucho más pacífica. Algunas peligrosas y
dañinas incursiones bárbaras y guerras fronterizas contra los persas, y más de algún
cruel golpe palaciego, pero nada tan traumático como lo que sucedía en la porción
latina del imperio. Los bárbaros no fundarían reinos propios en Oriente y las
incursiones persas serían rechazadas. En otras palabras, en Oriente el Imperio Romano
sobreviviría intacto, resistiendo la avalancha de enemigos, en espera del momento de
poder contraatacar.
Cuando Arcadio asumió el trono de Constantinopla a la muerte de su padre Teodosio I,
en el año 395, ya era adulto. Contaba con aproximadamente 18 años, a diferencia de
su hermano Honorio, que era simplemente un infante. Entonces, no cayó bajo la tutela
de Estilicón. Pero Arcadio sería igualmente un débil gobernante, sujeto a la autoridad
de dos hombres fuertes: uno de ellos sería el prefecto Rufino, de origen galorromano,
enemigo declarado de Estilicón, y a cuya muerte a fines de 395 D.C. ya nos hemos
referido; el segundo fue el nefasto eunuco Eutropio, muerto en 399. Después tendría
gran preponderancia su esposa, Aelia Eudoxia, hasta el fallecimiento de ella en 404.
Tras esto, el control de imperio quedó en manos del prefecto Antemio. Muchos de los
acontecimientos del reinado de Arcadio, como las correrías de los germanos por el
Imperio de Oriente, ya los hemos relatado previamente, por lo que no es necesario
repetirlos.
Muerto Arcadio el año 408, fue sucedido por su hijo Teodosio II, quien reinaría por
largos años, hasta 450. Le tocaría ver el desmoronamiento completo del Imperio en
Occidente, mientras que su propio trono, si bien amenazado, lograría sobreponerse y
subsistir. Al heredar el trono, Teodosio II tenía sólo 7 años, de forma que gran parte
de su niñez el poder efectivo siguió en las manos del capaz prefecto Antemio.
Una de las primeras actuaciones de la regencia de Antemio, en nombre de Teodosio II,
fue la importante ampliación del área urbana de Constantinopla, para la cual se
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construyó una nueva muralla tierra adentro, de 6,5 kilómetros de extensión desde el
Cuerno de Oro –la bahía alargada prácticamente cerrada en la ribera norte de la
ciudad- hasta el Propontis o Mar de Marmara, la llamada Muralla Teodosiana. Las obras
de esta nueva y grandiosa muralla empezaron en 408 y concluyeron en 413; en 447 y
448 dos terremotos causaron graves daños, por lo cual, como protección contra Atila,
fueron reparadas por el mismo Teodosio II, en un plazo récord de 60 días. Así, serían
dañadas y reparadas por múltiples causas, vez tras vez, por más de 1.000 años. Son,
sin lugar a duda, las murallas defensivas más inexpugnables que recuerda la historia.
Ni siquiera la Gran Muralla China se compara a ellas en efectividad.
El año 414 Antemio fue reemplazado en la regencia por Pulqueria, hermana mayor de
Teodosio II. Ella continuó en el poder cuando en 416 Teodosio fue declarado mayor de
edad. En realidad, hasta el año 435 D.C., en que fue alejada del poder, ella sería la
influencia dominante en la corte de Constantinopla. Entre 421-422 Teodosio, piadoso
cristiano, organizó una guerra contra los persas, que perseguían a los cristianos. Pero
tuvo que llegarse a una paz con Persia cuando casi inmediatamente los hunos
comenzaron a amenazar a Constantinopla. Por estos años tuvieron lugar los
acontecimientos relativos a la muerte de Honorio, la fuga de Gala Placidia a
Constantinopla, y la entronización en Ravena de Valentiniano III, que ya hemos
relatado previamente. Así que a partir de la muerte de Honorio, Teodosio II pasó a ser
en realidad el Augusto supremo de todo el Imperio Romano, teóricamente facultado
para designar a sus colegas de Ravena. Ya nos hemos referido a este tema.
En 429 Teodosio II estableció una comisión para recopilar el Derecho Romano surgido
con posterioridad a la época de Constantino I. Si bien el trabajo quedó inicialmente
inconcluso, una segunda comisión terminó la labor, y en 438 vio la luz el llamado
Codex Theodosianus o Código de Teodosio, redactado todavía en latín, que sería la
base para el aun más famoso Corpus Iuris Civilis de Justiniano, un siglo después.
A partir de la década del 440 los hunos de Atila hicieron aparición, reiteradamente por
los Balcanes, amenazando Constantinopla. Ya hemos relatado estos acontecimientos.
También hemos señalado que, ante la magnitud de las murallas de Constantinopla,
Atila desistió de sitiar la capital oriental, y se dirigió a Occidente. Después, cuando en
439 las fuerzas combinadas de Ravena y Constantinopla preparaban una escuadra
para expulsar a los vándalos del África romana, viendo la debilidad de las fronteras
orientales, los hunos se lanzaron nuevamente contra el Imperio de Oriente. Ya hemos
visto como se solucionó este tema.
El año 450 falleció Teodosio II, como consecuencia de un accidente de caballo. Así que
el poder De Facto fue asumido por su hermana Pulqueria, que el año 449 había sido
recibida de nuevo en la corte. Pulqueria, por razones de Estado, casó con el capaz
general ilirio Marciano, al cual convirtió consecuentemente en emperador. Marciano
reinaría entre 450 y 457; Pulqueria falleció en 453.
Con Marciano empieza el proceso de recuperación y fortalecimiento de la Roma
Oriental. Como ya hemos visto, se atrevió a desafiar a Atila, aún y cuando –
sabiamente- supo echar para atrás su atrevimiento. Se concentró en salvar el Imperio
de Oriente, lo que determinó que tuviera que desentenderse en gran medida de los
problemas de Occidente. Por ello no tomó parte en las acciones militares contra Atila
en la Galia e Italia. Si bien para 453 estaba por empezar un nuevo conflicto con Atila,
éste murió antes de iniciar cualquier gestión contra Constantinopla. Marciano falleció
de muerte natural el año 457. Hasta el día de hoy subsiste en Constantinopla la
Columna de Marciano, erigida en su honor en 455. Con Marciano concluyó entonces en
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Oriente la Dinastía de Teodosio. Su matrimonio con Pulqueria había sido simplemente
por razones de Estado, y nunca se consumó, por las convicciones religiosas de la
emperatriz. Consecuentemente, no tuvieron herederos, y Pulqueria tampoco tenía hijos
previos.
144.- La Dinastía Leóntida o Tracia.
Fallecido Marciano, fue elevado al trono León I El Tracio, quien gobernaría entre los
años 457 y 474. Su coronación fue la primera en la que participaría el Patriarca de
Constantinopla. Una de las más importantes acciones del emperador fue deshacerse en
469 de Áspar, el poderoso Hombre Fuerte del momento, de origen álano. Durante el
reinado de León I los Balcanes fueron devastados por las invasiones de los ostrogodos
y otros pueblos, pero ninguno fue capaz de superar las imbatibles murallas de
Constantinopla.
Como ya hemos visto León I hizo valer su influencia en la parte Occidental del Imperio,
y ejerció ampliamente su derecho a designar a sus emperadores colegas de Ravena,
por sobre los designios de Ricimer y varios usurpadores. Además, el año 468 lanzó una
fallida campaña militar para desalojar a los vándalos de Cartago. Finalmente, el
emperador murió de muerte natural, ya mayor, el año 474. Fue inmediatamente
sucedido por su nieto León II, de apenas 7 años, que alcanzó a reinar sólo unos meses
del mismo año.
Consecuentemente, el trono pasó entonces a Zenón, padre de León II y casado con
Ariadna, hija de León I. Zenón era originario de la región de Isauria, en las montañas
del Tauro entre Asia Menor y Siria, siendo entonces miembro de un salvaje pueblo de
montañeses relativamente tocados por la civilización grecorromana, aunque católicos.
De hecho, puso su seguridad en manos de solados isaurios de su plena confianza, lo
que le ganó la enemistad de la población de Constantinopla. No obstante Zenón logró
importantes triunfos diplomáticos, como una paz con los terribles vándalos
norafricanos.
En 475 D.C., a poco de comenzar su gobierno, una rebelión organizada por su suegra
Verina lo hizo huir a Isauria, mientras en Constantinopla se procuraba instituir como
emperador a Patricio, amante de Verina. Zenón huyó a Isauria con su esposa Ariadna,
y ahí logró recuperar sus fuerzas. En el intertanto, en Constantinopla la revolución
degeneraba y el hermano de Verina, Basilisco, se hacía del trono y ejecutaba a Verina
y a Patricio. Pero el gobierno de Basilisco en la capital no fue largo. Se había hecho
odiar por razones políticas y religiosas. En 476 Zenón volvió con su ejército a las
puertas de Constantinopla y el Senado le abrió las puertas. Tras esto Zenón quedó
oficialmente repuesto.
En esto tuvieron lugar los ya relatados acontecimientos que condujeron a la
eliminación definitiva de la figura del co-Augusto occidental. Julio Nepos siguió siendo
considerado por Zenón como colega De Iure occidental, hasta su muerte en Iliria en
480. Tras esto, Zenón quedó como el único emperador de todo el mundo romano,
reconocido así en todas las regiones del Imperio, inclusive en las controladas por los
germanos, aunque con su autoridad efectiva restringida sólo a la mitad oriental del
mismo. En su persona se reunificó legalmente el Imperio Romano. Y ya nunca más –o
por lo menos hasta tiempos de Carlomagno- habría un colega imperial occidental ni en
Roma ni en Ravena.
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En 479 Zenón debió hacer frente en Constantinopla a un alzamiento dirigido por
Marciano, hijo del difunto emperador occidental Antemio y nieto del también difunto
emperador oriental Marciano. Esta revuelta fue fácilmente aplacada por Zenón. Entre
484 y 488 tuvo que lidiar también con otra revuelta en Asia Menor. En el intertanto,
entre los años 474 y 487 Zenón debió enfrentar problemas con los belicosos
ostrogodos, de lo cual resultó, como ya hemos relatado, el arreglo por el cual Zenón
acordó con Teodorico El Grande concederle el gobierno de Italia, a cambio de que
expulsara de Ravena a Odoacro.
Además, a raíz del “Acta de Unión” de 481, Zenón tuvo que hacer frente a un
importante conflicto religioso interno derivado de los intentos de llegar a un
compromiso entre las diversas facciones cristianas en lo relativo a la naturaleza de
Cristo. Igualmente, en 484 tuvo que sofocar una importante revuelta religiosa de los
samaritanos, entonces todavía un importante grupo religioso hebreo en la parte Norte
de Palestina.
Zenón murió finalmente, de muerte natural, el año 491, tras lo cual, su viuda, Ariadna,
determinó designar emperador a Anastasio I, a quien prefirió por sobre Longino,
hermano de Zenón. Anastasio I reinaría entre 491 y 518 D.C. Poco después de la
ascensión, para legitimar la sucesión, Ariadna contrajo matrimonio con él. Durante los
primeros años, entre 492 y 497, Anastasio I tuvo que pelear una cruel guerra civil con
los isaurios partidarios de Longino, la llamada Guerra Isauria. Si bien la parte principal
de la guerra terminó en 492, hasta la victoria definitiva de Anastasio, en 497, siguió en
las montañas del Tauro una cruel guerra de guerrillas. Posteriormente, entre los años
502 y 505 tuvo lugar una nueva guerra contra Persia, que desgastó a ambos imperios.
En el intertanto, a causa de estas guerras, los Balcanes, casi desprotegidos, fueron
arrasados por los ávaros y los recién llegados eslavos. Para establecer una contención
externa contra estos nuevos invasores es que el emperador estableció, o por lo menos
reacondicionó, la llamada Muralla de Anastasio, un muro defensivo de
aproximadamente 56 kilómetros de largo, desde el Propontis o Mar de Marmara hasta
el Mar Negro, una especie de Muralla de Adriano tracia, pero menos efectiva. Dado su
desmedido largo y lo difícil de defenderla, aparentemente fue abandonada hacia el
siglo VII.
Anastasio I murió finalmente sin hijos el año 518. Con él terminó una dinastía de
hombres muy capaces. Pero vendría otra que nuevamente daría lustre al Imperio
Romano.
145.- La Supervivencia del Estado Romano en Oriente.
Como ya hemos visto, en algún momento difícil de determinar, bien en el año 476, o
en el 480, la autoridad imperial romana quedó unificada en una sola cabeza, residente
en la Nueva Roma, pero con su poder efectivo restringido a la mitad oriental del
Imperio, con una autoridad simplemente nominal en la península itálica, y
prácticamente ignorada en Noráfrica, Hispania y la Galia. En Britania y las regiones al
norte de los Alpes el nombre del emperador ya ni siquiera era escuchado. Lo increíble
es como en estas circunstancias el Imperio Romano, acosado por todos lados y en gran
medida desmembrado, lejos de desaparecer definitivamente, logró ingeniárselas para
lograr una brillante recuperación, que a la larga le daría un respiro para mantenerse
por 1.000 años más.
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Durante las décadas que siguieron al derrumbe imperial en Occidente, en el Este la
supervivencia del Estado romano se debió en gran medida a que las invasiones
germánicas fueron de una forma u otra desviadas a territorio occidental. No es que el
Imperio de Oriente fuera más sólido ni poderoso, sino que logró mantener su
integridad propia, sin depender de los recién llegados germanos. El derrumbe del
Occidente romano fue consecuencia de una reacción en cadena, en que cada ingreso
de germanos al Imperio traía consigo una mayor dependencia imperial de estos nuevos
pueblos, y una disminución del propio sistema de autodefensa romano. El Imperio
oriental pudo dominar esta situación, y mantener, especialmente en las conflictivas
regiones danubianas, el control de la frontera, bien por medios militares, bien por
medios de tributos o pagos económicos.
En el Imperio de Oriente nunca se interrumpió la administración imperial ni el sistema
de impuestos, el comercio continuó como antes, los caminos y las rutas marítimas no
se vieron mayormente afectados, a diferencia del Occidente, en que cada día el
Imperio perdía más recursos fiscales y sus ciudadanos se empobrecían por las
invasiones y pérdidas de tierras, y por la inseguridad general que afectó, primero a las
provincias fronterizas, y luego al resto de las provincias. El círculo vicioso que afectó a
Occidente en gran medida no se desarrolló en Oriente. Ahora bien, el Imperio de
Oriente tuvo que luchar ininterrumpidamente contra el enemigo secular del poder
grecorromano en el Este, el Imperio persa, enfrentando feroces guerras fronterizas en
el Éufrates, Mesopotamia y Armenia, pero en ese frente de batalla las tropas
imperiales lograron mantener estable la frontera romana. Por todo lo anterior, la
estructura estatal romana permaneció sana en su mitad oriental.
Este Status Quo, entre un Oriente imperial y un Occidente administrado por reyes
germánicos, duró en tanto el gobierno de Constantinopla estuvo a la defensiva y
debilitado. Pero en el curso del siglo VI la situación comenzó a cambiar.
146.- Justiniano I El Grande y Teodora.
Fallecido Anastasio I sin sucesión en 518, logró hacerse del trono sin violencia el jefe
de la guardia de palacio, Justino I. De origen muy humilde de una familia de habla
latina de Tracia, era analfabeto y hablaba muy poco griego. Versado en temas
militares pero no políticos, se rodeó de capaces asesores, uno de los cuales sería su
sobrino Justiniano. El año 526 la salud de Justino I empezó a decaer, así que asoció al
trono como co-emperador a Justiniano. Esto facilitó mucho la sucesión, de modo que al
morir Justino en 527, ascendió automáticamente al trono imperial Justiniano I,
apodado El Grande. Éste, nacido en Iliria, sería el último emperador romano que
hablaría todavía el latín como su primer idioma.
El nuevo emperador, además de ser un hábil gobernante, tuvo en su favor grandes
ventajas de las que habían carecido emperadores anteriores. Al momento de su
coronación como Augusto, Justiniano dio el inusual paso de coronar como co-Augusta a
su esposa, la emperatriz Teodora (500-548), una de las monarcas cónyuges más
geniales que recuerda la posteridad, y ciertamente la más brillante de toda la historia
de Roma. Era una mujer de un origen muy humilde, posiblemente greco-chipriota, y
de un pasado no sólo obscuro, sino que inclusive conocidamente turbio, que ya en el
trono se encargaría de hacer olvidar. A diferencia de su marido, que era ferviente
católico, ella era decididamente monofisita. Gracias a su influencia se expidieron
importantes leyes sociales protectoras de las mujeres.
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No fue en sí una mujer maligna, pero sí una que utilizó todos los medios a su alcance
para mantenerse junto a su marido en el trono, para destruir a sus enemigos, y para
favorecer a sus leales. No obstante, los antecedentes dan a entender que en su papel
de emperatriz fue fiel a su marido, y una brillante consejera política. En el manejo de
las intrigas del poder, ella fue el poder detrás del trono, utilizando un amplio
conocimiento de la ciencia política y de la naturaleza humana. Pocas veces una mujer
de tan bajo estrato resultó tan capaz como mujer de un gobernante.
Es famosa la anécdota cuando, el año 532, a raíz de los enfrentamientos entre las
violentas facciones verde y azul del hipódromo de Constantinopla, los llamados Motines
de Niká, resultó una rebelión del populacho de la ciudad contra el gobierno, que tuvo a
Justiniano contemplando la posibilidad de huir de la ciudad. Sólo la firme
determinación de Teodora convenció al emperador de mantenerse en el palacio y
ordenar a las tropas sofocar la rebelión.
Pero, además, Justiniano, que nunca fue un estratega militar, contó con dos de los
generales más brillantes de la historia romana. Uno fue el más que famoso Belisario
(500-565), cuyo único punto gris fue su esposa, amiga de Teodora, pero que nunca
supo poner límite a sus escándalos. Aparentemente, cuando Belisario decidió poner
final a las humillaciones que recibía a causa del comportamiento poco decoroso de su
esposa, una actitud vengativa de Teodora lo alejó del mando militar y de la confianza
del emperador. El otro sería el armenio romanizado Narsés (478-573), enemigo
político de Belisario, y quien a pesar de su condición de eunuco y de su ya avanzada
edad, demostró una capacidad militar prácticamente igual a la de aquél. En estas
circunstancias, Justiniano fue el hombre llamado a reconstruir la gloria del Imperio
Romano.
El reinado de Justiniano ha llegado a nosotros en mucho detalle gracias a las obras del
historiador Procopio de Cesarea (500-565), un gran historiador greco-parlante de
Palestina. En sus celebres obras Historia de las Guerras (que en cuatro volúmenes
relata La Guerra Persa, La Guerra Vándala y La Guerra Gótica) y Sobre los Edificios
plasmó en detalle las hazañas militares y arquitectónicas del emperador, en un tono de
panegírico y eulogia de Justiniano y Teodora. Pero para después de su muerte dejó un
libro llamado la Historia Secreta, en el cual relató los aspectos más sórdidos, a los
cuales no se atrevió a referirse en vida, del gobierno de la célebre pareja imperial.
Pero no sólo por sus reconquistas militares destaca el largo reinado de Justiniano. Son
de resaltar también la labor arquitectónica y la recopilación legislativa. Y sus obras
siguen vigentes hasta el día de hoy.
147.- San Vitale y Santa Sofía.
Del arte de su época sobrevive en tierra cristiana, incólume e intocada todavía, la
hermosa iglesia de San Vitale, en Ravena, cuyos soberbios mosaicos dan una idea
bastante realista del emperador Justiniano, de la emperatriz Teodora, y del boato de la
corte imperial del siglo VI, en un estilo ya mucho más cercano al decorado oriental que
a la simpleza helénica y romana.
Pero, desde luego, la más grande de sus obras, hasta hoy una joya arquitectónica
inigualable, es la “Gran Iglesia” de Santa Sofía en Constantinopla. En realidad el
nombre original griego es Hagia Sophia (Άγία Σοφία), referente al concepto griego de
sophos, y no a un nombre femenino. Por lo tanto, la correcta traducción al castellano
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es el de Iglesia de la Santa Sabiduría, pero ello no obsta que diversos autores, junto
con este nombre correcto, utilicen también la forma ampliamente popularizada, y muy
hermosa por lo demás, de Santa Sofía.
La construcción de la que sería el principal templo de Constantinopla y de todo el
Cristianismo empezó el año 532 y concluyó en 537. Basada en la estructura de una
basílica romana, mostró ya las nuevas tendencias orientalizantes de lo que
posteriormente sería conocido como el “arte bizantino”. Su cúpula, la más grande del
mundo, representó un colosal esfuerzo de ingeniería, y aunque se derrumbó
parcialmente varias veces a causa de terremotos, la última reparación todavía es de la
época cristiana. Sus mosaicos cristianos son visibles hasta hoy, gracias a que tras la
conquista turca de la capital romana, en vez de ser destruidos, por rapidez práctica
fueron recubiertos con yeso por los nuevos amos musulmanes. Durante mil años Santa
Sofía fue el símbolo del Imperio de Oriente, de la versión griega del Cristianismo, y de
una riqueza cultural inimaginable en el Occidente medieval latino-germánico. Esto en
tiempos que Roma todavía no tenía una Basílica de San Pedro que pudiera siquiera
asemejarse a Santa Sofía.
148.- El Corpus Iuris Civilis.
El otro gran legado del gobierno de Justiniano es la recopilación y codificación que él
mandara hacer del Derecho Romano, que para ese momento era ya una serie de
disposiciones dispersas, muchas veces contradictorias, de épocas muy diversas. El
resultado de esta labor legislativa, que ha permitido que una estructura ordenada del
Derecho Romano llegue hasta nosotros, fue el llamado Corpus Iuris Civilis, un
verdadero código homogéneo de disposiciones, doctrina y jurisprudencia cuya validez
fue refrendada por el emperador. La labor fue encomendada al jurista Triboniano y a
los profesores de la afamada escuela de jurisprudencia de Berito (Beirut), la mejor del
Imperio.
Esta sería una de las últimas obras emitidas por un emperador romano redactadas en
latín. Ya para esos momentos el idioma griego estaba reemplazando también en la
etiqueta imperial al latín como idioma de uso oficial. Para el reinado de Heraclio, 100
años después, el griego era definitivamente declarado idioma oficial de la
administración imperial. De cualquier forma, el derecho romano, en traducción al
griego, siguió rigiendo la vida del Imperio de Oriente hasta el mismo momento de su
final.
149.- Las Reconquistas de Justiniano: Belisario y Narsés.
El primer gran triunfo de las armas de Justiniano se obtuvo en el frente del Éufrates,
en la cruenta guerra que entre 527 y 531 enfrentó a romanos y persas. En 530, bajo
las órdenes de Belisario, las fuerzas romanas derrotaron en toda la línea a los persas;
una derrota posterior en 531 llevó a una paz negociada romano-persa, la llamada “Paz
Eterna”, que no fue tan eterna. Pero las victorias romanas permitieron el
mantenimiento de la paz y las fronteras históricas en el Este, que dejó libre el camino,
y resguardadas las espaldas, para la reconquista del Occidente.
En 532 Belisario dirigió las tropas imperiales que aplacaron a sangre y fuego la ya
mencionada Revuelta de Niká. Tras esto, habiéndose calmado la situación interna,
Justiniano y Belisario pudieron enfocarse al Mediterráneo Occidental.
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El próximo paso fue el África romana, que desde hacía ya 100 años languidecía bajo el
dominio de los vándalos arrianos. Al benigno clima norteafricano, el espíritu combativo
de los vándalos se diluyó en el curso de tres generaciones. Los otrora guerreros vivían
ahora como terratenientes en villas romanas, gobernando a una pacífica población
católica mayoritariamente de habla latina, que mantenía la prosperidad de las
provincias africanas.
El año 533 las tropas de Belisario iniciaron la reconquista de la región, y retomaron
Cartago. En el curso del 534 los vándalos fueron definitivamente derrotados, y se les
permitió una salida ordenada y honrosa del África romana. Cruzaron el estrecho de
Gibraltar y por alguna razón inexplicable, desaparecieron de la historia.
Consecuentemente, Libia, la provincia de África y Mauritania volvieron a depender en
forma directa del emperador.
Desde Ceuta las tropas imperiales pasaron en 554 a Hispania, y recuperaron de los
visigodos el Sur de la península. Se estableció una provincia con capital en Córdoba. La
reconquista imperial se hizo pronto extensiva a las islas del Mediterráneo occidental
dependientes del reino vándalo, tales como las Baleares, Cerdeña y Córcega.
El año 535 empezó la reconquista de Italia, a través de una larga guerra que concluyó
definitivamente sólo en 554. Ya hemos comentado el antecedente de esta empresa. A
pesar del condescendiente dominio de los ostrogodos, la población local estaba
cansada del predominio de un pueblo de menor nivel cultural y seguidor de una
versión herética del Cristianismo. En un comienzo la labor de Belisario fue bastante
más fácil de lo que se imaginó. Partiendo desde Sicilia, retomó Nápoles y siguió hacia
el Centro de la península. Ello convenció a los godos de la necesidad de derrocar al
incapaz Teodato y reemplazarlo como rey por el más marcial Vitiges.
El punto culminante de la primera fase de la guerra fue cuando a fines del año 536
Belisario recuperó Roma, y con el apoyo del Papa, del Senado y de la todavía
considerable población de la ciudad, al amparo de las Murallas Aurelianas, defendió
durante más de un año la urbe del asedio de los godos de Vitiges. Fue uno de los sitios
más épicos de la historia de Roma, comparable a los muchos que viviría
Constantinopla. Belisario, con un ejército relativamente pequeño no italiano, aunque
con apoyo de una población romana mayoritariamente no combatiente, reparó y
guarneció las murallas citadinas. Esta vez la ciudad, hábilmente dirigida por un general
romano, sí fue capaz de sostener un sitio y salir venturosa. Tal vez el último gran
triunfo militar de su historia.
Los godos, desgastados internamente por la resistencia de Roma, levantaron
finalmente el sitio en diciembre del año 537. Pero este sitio resultó caro para Roma:
los numerosos acueductos que abastecían de agua a la capital fueron desmantelados
en ciertas partes, por obra tanto de los sitiadores como de los defensores, con lo que
dejó de llegar el suministro de agua normal. Consecuencia, los baños famosos públicos
de la ciudad, dejaron de funcionar para siempre; la Tumba de Adriano, convertida en
fortaleza por los hombres de Justiniano, quedó en gran medida desmantelada y sus
estatuas usadas como proyectiles contra los atacantes godos; Ostia, el puerto de Roma
quedó arruinado; etc.
La guerra siguió su curso, llegando a lo que parecía una completa victoria de las tropas
imperiales. A fines de 539 Belisario tomó Ravena, y los godos se refugiaron en el
Norte. Tras una corta sucesión de reyes, ofrecieron en 541 la corona al valeroso y
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capaz Totila. Infortunadamente para la población local, cuando todavía no estaba
asegurada completamente la pacificación de la península y la derrota de los
ostrogodos, Belisario, seguramente por intrigas en la corte imperial, se vio con los
recursos económicos cortados.
En el intertanto, en 540 se reinició la guerra contra los persas. El rey persa Cosroes I,
posiblemente de acuerdo con los ostrogodos, rompió la “Paz Eterna” e invadió el
territorio romano, con los persas alcanzando –y conquistando- incluso Antioquía.
Belisario llegó al frente oriental procedente de Italia en 541, y tras algunos éxitos fue
finalmente llamado a Constantinopla en 542. Esta nueva guerra romano-persa duraría
hasta 561.
Los ostrogodos, no totalmente derrotados, como una fiera herida, casi
milagrosamente, se levantaron bajo las órdenes de su nuevo rey Totila, y
prácticamente destruyeron la obra de Belisario. Entre 542 y 543 reocuparon gran parte
de la península, incluyendo Nápoles. En 546, con un ejército ya mucho menos
poderoso que el de Vitiges, emprendieron lo que sería su segundo sitio de Roma. Pero
esta vez Belisario no pudo coordinar adecuadamente la defensa, por encontrarse en
Ravena y falto de recursos. La ciudad pasó además hambre y casi todos sus habitantes
tuvieron que abandonarla durante el sitio. Ahora sí que los godos entraron a la ciudad,
y en venganza la asolaron como nadie antes lo había hecho. Los godos no olvidaban lo
respetuosos que en su momento habían sido con los serviles romanos y con bastante
justa razón dejaron correr su furia y su frustración. Si bien aparentemente respetaron
los edificios públicos, incendiaron parte de las zonas residenciales, y para evitar futuros
problemas, destruyeron una extensa sección de las murallas. La ciudad fue despoblada
por los godos vencedores y el Senado romano expulsado. Pero tampoco arrasaron la
ciudad, como mucha gente erróneamente cree.
Los ostrogodos, tras su triunfo, abandonaron Roma, dejándola despoblada y
abandonada, y continuaron su campaña contra las tropas imperiales en el Sur.
Belisario, que se sentía culpable de no haber podido salvar la ciudad, logró en 547
retornar a ella con su ejército, reocuparla, y reconstruir la parte destruida de las
murallas. Y vendría el tercer sitio de Roma por los godos. La ciudad, ahora casi
despoblada, fue defendida exitosamente por Belisario. Muchos godos reprocharían a
Totila no haberla destruido cuando estuvo en su poder hacerlo.
En el intertanto Belisario fue definitivamente llamado de vuelta a Constantinopla. A
esto seguiría el cuarto sitio godo de Roma, en 549. Debido a la traición de algunos
defensores, Totila nuevamente ocupó la ciudad. Los últimos defensores se encerraron
en la Tumba de Adriano, y luego se rindieron honrosamente. Una vez vencedor, Totila
procuró devolver algo de la vida normal a la ciudad, trayendo de vuelta a sus exiliados
senadores y ciudadanos, reconstruyendo sus daños anteriores, e inclusive ofreció la
últimas carreras que registra la historia en el Circo Máximo.
Antes esto, en 551 desembarcó en Italia un nuevo ejército imperial, bajo las órdenes
de Narsés, y ahora sí con medios económicos y humanos relevantes. Tras una nueva
campaña este capaz estratega logró llevar a buen término la guerra. En 552 derrotó a
Totila, quien murió combatiendo, cerca de Verona. Como nuevo rey godo fue elegido
Tejas. Las tropas imperiales sitiaron ahora Roma, esta vez en poder de los godos, y
tras cierta lucha la tomaron nuevamente. Pero los godos, en su retirada, en venganza
le dieron el que sería el golpe fatal a la vieja Roma: asesinaron a todos los Senadores
que cayeron en su poder, y a toda la juventud de la casta senatorial romana.
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La batalla final tendría lugar en 353 frente al Vesubio. En ella falleció Tejas. Tras esto
los derrotados pero galantes y orgullosos ostrogodos negociaron con las tropas
imperiales una honrosa retirada. Los restos sobrevivientes de este viril pueblo
abandonaron para siempre Italia, y, al igual que los vándalos, desaparecieron de la
historia. Pero para estos momentos, Italia, y Roma, habían quedado devastadas. La
urbe del Tíber ya nunca más se recuperaría. La liberación de la península del suave
yugo ostrogodo fue demasiado costosa.
Pero la carrera militar de Belisario no había terminado. Todavía le quedaban otros
grandes triunfos. El año 559 fue llamado de su retiro para combatir a un ejército de
eslavos y búlgaros que cruzó por primera vez el Danubio y amenazó Constantinopla.
Belisario derrotó con pocos hombres a un ejército muy superior y obligó a los invasores
a retirarse al norte del limes imperial. Poco después cayó en desgracia con el
emperador, pero pronto fue rehabilitado. Falleció en 565.
Por su parte, Narsés, tras su gran triunfo, permaneció en Italia como administrador
imperial, pero su gestión no fue muy popular. Tras la muerte de Justiniano, su sucesor
Justino II lo mandó llamar de vuelta a Constantinopla, pero Narsés rehusó abandonar
Italia y se instaló a vivir sus últimos años en Nápoles, donde murió el año 573, a los
95 años. Algunas fuentes, tal vez malintencionadas, señalan que Narsés habría influido
en los lombardos para que invadieran Italia en 568, pero esto está bastante en duda.
Estos triunfos militares son especialmente encomiables si consideramos que Belisario y
Narsés no contaban ya con las invencibles legiones romanas homogéneas y de habla
latina de antaño, sino con cuerpos prácticamente multinacionales y heterogéneos, en
gran medida mercenarios, fáciles de caer en la indisciplina, conformados por orientales
apenas helenizados, germanos y hasta hunos, con diferentes idiomas y sistemas de
lucha, a los cuales había que coordinar difícilmente. Desde luego que no contaban con
los cuerpos italianos de César y Pompeyo, pero tampoco con los ejércitos itálicos y
provinciales de Trajano y Marco Aurelio.
Resultado de toda esta expansión territorial, al momento de morir Justiniano, el Mar
Mediterráneo era nuevamente un lago romano, y el Imperio abarcaba, en el Este,
todos los Balcanes al Sur del Danubio, Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto, y todas las
islas del Mediterráneo Oriental, y en el Oeste, Dalmacia, toda Italia hasta los Alpes,
Sicilia y todas las islas del Mediterráneo Occidental (Córcega, Cerdeña y las Baleares),
la costa de Libia, el África romana, ambas orillas del Estrecho de Gibraltar, y el Sur de
España. Además, su influencia se extendía por gran parte de la costa del Ponto Euxino
o Mar Negro, especialmente a la lejana península de Crimea, y a los reinos tributarios
cristianos de Armenia y Georgia. En África eran tributarios del emperador los reinos
cristianos del Sudán y el Imperio también cristiano de Etiopía. Inclusive, los camitas
etíopes, debidamente autorizados por el emperador romano, pusieron pie en Yemen,
para proteger a los cristianos locales.
150.- El Reestablecimiento de la Autoridad Imperial en Occidente.
Como consecuencia de la nueva estructura política del Imperio, pronto se establecieron
dos subsedes administrativas para gobernar, bajo la directa autoridad del emperador,
las provincias occidentales: se trataría de los Exarcados de Ravena, en Italia, y
Cartago, en África. Los Exarcas serían los virreyes del emperador, verdaderos
gobernadores generales con amplias facultades civiles y militares, en los territorios que
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dependían del Imperio en Occidente. Por otra parte, como ya señalamos, Córdoba fue
la capital de los territorios imperiales en Hispania.
De cualquier forma, estas guerras tuvieron efectos muy dañinos para la vida de las
poblaciones locales. En el África romana la vida durante la ocupación de los vándalos
había transcurrido letárgicamente, y si bien la reconquista de Belisario fue bastante
simple, el futuro no sería tan pacífico. Las tribus berberiscas que durante siglos habían
lindado con el Imperio, empezaron a atacar reiteradamente el territorio romano. Este
nuevo frente de batalla, y muchas epidemias que surgieron de las nuevas guerras y un
proceso de desertificación que disminuyó la extensión agrícola, deshabitaron en gran
medida a una de las regiones más densamente pobladas y ricas de la parte latina del
Imperio. Esto explica en gran medida el por qué una provincia tan latinizada y
cristianizada en tan poco tiempo adoptara a partir del siglo VII el idioma árabe y la
religión musulmana.
En Italia la situación fue muy parecida, especialmente porque la primera campaña de
Belisario quedó forzosamente inconclusa, lo que permitió la resurrección gótica, que
fue destructiva para la península, y requirió aun más recursos financieros y militares
del Imperio para llegar a la victoria romana definitiva. Además, el reino gótico había
sido un Estado muy sólido y con fronteras bien defendidas. Una vez que se fueron los
godos, las fronteras de Panonia, Italia e Iliria quedaron desguarnecidas. Las tropas
imperiales no pudieron suplir el vacío que dejaron los godos en su partida. Muy pronto
Italia sería nuevamente invadida por nuevos pueblos bárbaros, no tan respetuosos
como lo fueron los ostrogodos. Y quedaría un espacio desprotegido para que los
eslavos invadieran muy pronto Iliria y los Balcanes.
Otro problema provendría de la dificultad que para la población italiana de lengua
latina, y para la Iglesia de Roma y el propio Papa, significó pasar de un dominio gótico,
a uno que ya era en realidad más griego que latino. En Sicilia, y las regiones más
meridionales de la península Itálica, especialmente Calabria, el golfo de Tarento y
Apulia, la población, al igual que en los tiempos del rey Pirro, era griega. Ahí no se
produjo conflicto alguno, pero en el resto de Italia, la población local resintió la
prepotencia con que los nuevos administradores imperiales de habla griega empezaron
a tratar a la orgullosa Italia como una mera provincia más. La ciudad de Roma, asiento
del Papado y centro de la iglesia latina, quedó directamente subordinada al exarca de
Ravena. Durante los próximos 200 años el Papa sería un súbdito más del emperador
constantinopolitano, bajo la autoridad de exarcas y funcionarios administrativos
griegos. Hasta mediados del siglo VIII la ciudad de Roma seguiría formando parte
integral del Imperio Romano, pero como una simple ciudad de provincia administrada
desde Ravena, con su importancia restringida al hecho de darle nombre al Imperio y
de ser la Sede de San Pedro y asiento del Papado.
151.- La Gran Plaga de Peste Bubónica.
Entre los años 541-542 apareció en la parte oriental del Imperio la peste bubónica,
atacando primero en el Mediterráneo Oriental. Aparentemente su origen estuvo en
Egipto o Etiopía. En la primera epidemia se calcula que sólo en Constantinopla
murieron 300.000 habitantes. Se piensa que más del 20% de la población del imperio
falleció. El propio Justiniano enfermó gravemente, pero fue uno de los pocos
contagiados sobrevivientes que registra la historia.
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Después la plaga se extendió –diezmando a la población- a Italia, África, el Sur de la
Galia, la zona del Rhin, la Península Ibérica y hasta las Islas Británicas, matando en
ese momento cerca del 20% de la población de tales regiones. La epidemia
reaparecería varias veces hasta el año 600, incrementando la despoblación de Europa.
Se calcula que para el año 700 el Sur de Europa y la zona del Rhin habían perdido más
del 50% de su población como consecuencia de las reiteradas reapariciones.
Este despoblamiento tendría gravísimas consecuencias para el futuro del Imperio
Romano, pues lo dejó sin recursos humanos suficientes para poder concluir de manera
definitiva la reconquista de Italia y para después defender las importantes
incorporaciones territoriales de Belisario y Narsés. La extracción fiscal se vio
seriamente afectada por el descenso del número de contribuyentes, lo que repercutió
en los recursos necesarios para solventar los sobre exigidos gastos imperiales.
También vació muchas regiones del Mediterráneo, lo que facilitó la conquista árabe y la
rápida arabización de las mismas. Muchos autores ven es esta epidemia la principal
razón del colapso territorial del Imperio Romano después de la muerte de Justiniano.
152.- La Ruina Final de la Ciudad de Roma.
Para la ciudad de Roma esta larga guerra gótica, que le significara cinco desastrosos
cambios de administración y sitios, fue, para siempre, su ruina. Al llegar las tropas
imperiales de Belisario a la ciudad de Roma, ella era todavía la más grande ciudad de
Occidente, por muy despoblada que estuviese. A pesar de los saqueos visigodo y
vándalo del siglo V, y el descenso de población paulatino derivado de la pérdida de
importancia política y económica, sólo Constantinopla era mayor a ella en el mundo
romano, y seguramente también en el planeta. El gobierno de los ostrogodos había
tratado bien a la ciudad, y a toda Italia en general, y aunque resentido por la población
latina y católica, había permitido un período de paz, impuesto desde arriba, por los
reyes germanos, y había evitado que la península sufriera las tragedias y saqueos de
la Galia.
Además, los gobernantes godos, desde su capital en Ravena, actuaban, al menos
oficial y teóricamente, como agentes provisionales del emperador. La reconquista
imperial levantó a la población itálica contra los dominadores germanos, e inclusive
llevó a los habitantes de la urbe del Tíber a resistir feroces asedios godos. Pero al
estallar la última rebelión goda, los ostrogodos se vengaron abiertamente de los latinos
que habían sido sus súbditos y ahora los traicionaban frente a las tropas imperiales.
Entre la reconquista a sangre y fuego de Roma por los godos, las destrucciones en
infraestructura, las penurias padecidas en los sitios militares a que fue sometida la
ciudad, las pestes, las emigraciones a zonas peligrosas, se produjo lo que sería el
despoblamiento definitivo de la vieja capital. De hecho, como ya vimos, los godos
asesinaron a toda la casta senatorial de la ciudad. Al final, cuando hubo quedado
definitivamente consagrada la victoria imperial, ahora a cargo de Narsés, al no haber
órganos propios de la ciudad, Roma quedó convertida en una simple ciudad de
provincia de no más de 50.000 habitantes, administrada como cualquier ciudad del
Imperio. Un espectro fantasmal de Senado continuó nominalmente en existencia en
Roma, hasta que dejó de funcionar hacia el año 603, al igual que la curia municipal. Lo
que le aconteció a la vieja capital sucedió en gran medida con toda Italia. Con esta
guerra terminó para siempre la historia de la Vieja Roma republicana e imperial.
Seguirá, desde luego, la Roma de los Exarcas de Ravena y de los Papas, pero ésa ya
será otra historia distinta, propia de la época medieval.
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153.- La Invasión de los Lombardos y la Desintegración Parcial de la Obra de
Justiniano.
La emperatriz Teodora falleció de cáncer, a los 50 años, en 548 D.C. Su marido
Justiniano la sobrevivió por 17 años, en 565. No dejaron descendencia.
Consecuentemente, el trono recayó en Justino II, hijo de una hermana de Justiniano.
Pero no sería tan capaz como sus predecesores. Entonces, muertos Teodora, primero,
y Justiniano, después, su obra comenzó al poco tiempo a derrumbarse. El gasto
público durante el gobierno de Justiniano, entre guerras y obras públicas, superó las
posibilidades del Imperio. Italia se perdería en gran medida muy pronto.
El año 568 otro pueblo germánico, los longobardos o lombardos, también arriano,
invadió la península italiana, y a pesar de ser pocos, las tropas imperiales no pudieron
expulsarlos. Su líder era Alboino. Esta invasión lombarda sería la última de las
invasiones germánicas al mundo romano, aunque en verdad un poco desfasada
históricamente respecto a las de sus hermanos de raza, acontecidas alrededor de 150
años antes. Sería catastrófica para Italia en general, que ya estaba en estado de
postración, y para lo que quedaba de la civilización romana y la cultura latina de la
península. Los lombardos, cual los invasores del siglo V, destruyeron y saquearon
ciudades, acabando con los últimos restos de las instituciones municipales romanas.
Como conquistadores destructores serían muy distintos a los godos, que siempre
procuraron conservar la civilización que encontraran a su llegada a Italia.
Los lombardos sitiaron Roma reiteradamente, pero la ciudad, a diferencia de tantos
casos anteriormente señalados, resistió hábilmente, gracias a la colaboración del
Papado, las tropas imperiales, y las primeras e incipientes milicias locales. Jamás
caería en poder de los lombardos. La conquista lombarda de la Italia imperial sería un
proceso largo. En 572 cayó Pavía, ciudad que pasó a ser la capital del reino lombardo.
Al Ese año murió Alboino. Para ese momento Italia quedaba dividida en un
caleidoscopio irregular, y no continuo, de zonas bajo dominio lombardo y zonas bajo
dominio imperial. Además, lo que es el reino lombardo regido desde Pavía, quedó en la
práctica dividido en infinidad de ducados bastante autónomos del poder central. Para
585 se concretó la primera tregua entre las tropas imperiales y los invasores.
A partir de entonces Italia quedaría culturalmente escindida en dos: una zona
comprendería aquellas regiones conquistadas por los lombardos, donde ellos se
establecerían o bien en grandes cantidades (básicamente en zonas que ya habían
quedado despobladas); y la otra aquellas zonas que como norma general lograron
mantenerse ajenas a la conquista lombarda. En estos términos, el Imperio conservo
ciudades claves como Roma, Ravena o Nápoles, y básicamente las costas de la
península, zonas del Noroeste (Liguria) y Noreste (Venecia), parte de su centro, y el
extremo Sur greco-parlante de la misma, además de las islas de Sicilia, Córcega y
Cerdeña. Los lombardos ocuparon la mayor parte del norte de Italia, la meseta central
y buena parte del Sur. Italia quedó entonces dividida, como un mosaico, entre diversos
señores lombardos y las regiones dependientes del Exarcado de Ravena.
Durante los siguientes 200 años, hasta la destrucción y sumisión del reino lombardo
por Carlomagno en 774, seguiría un estado de guerra intermitente -pero continuoentre los reyes y duques lombardos, por una parte, y los exarcas y las ciudades y
territorios imperiales, por la otra. Inclusive, entre los años 663 y 668 en emperador
Constante desembarcaría en Italia y trataría de someter a los lombardos. Pero el
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intento resultó infructuoso. Después de eso, ya con la invasión islámica sobre el
mundo romano, ya nunca más no pudo el Imperio soñar con reconquistar Italia.
154.- La Italia Imperial.
Las regiones que permanecieron bajo dominio imperial quedaron convertidas en
centros de cultura griega, y ya no latina. El Sur de la península, desde tiempos casi
inmemoriales era de población y cultura griega. Su cultura se vio fortalecida por la
presencia de funcionarios imperiales que ya no hablaban latín, sino griego. En algunas
dependencias imperiales italianas se produjo el desarrollo, imprevisible 700 años atrás,
que los romanos de Italia, de lengua latina, estaban gobernados por funcionarios,
también romanos, esta vez de Constantinopla, pero de lengua griega. Ravena, Roma,
Nápoles y Venecia serían algunos de los ejemplos de ciudades italianas más
importantes en esta situación. Inclusive esto trajo conflictos entre la iglesia latina de
Roma, Sede de San Pedro, y su jerárquicamente inferior sede griega de
Constantinopla, donde, no obstante, residía el centro de poder imperial.
Durante mucho tiempo Roma fue una ciudad dependiente del Imperio, con funcionarios
griegos dependientes del Exarca de Ravena, en donde el Papa, si bien Obispo de Roma
y Patriarca de Occidente, estaba en gran medida subordinado al poder imperial. De
hecho, los Papas ni siquiera tenían control sobre los orgullosos arzobispos de Ravena.
Cuando el año 751 dejó de existir el Exarcado de Ravena y se desmoronó control
constantinopolitano sobre Roma, el Papado empezaría a actuar como fuerza política
verdaderamente independiente. Pero, mientras eso no pasó, el Papa, ante la
estructura de la Europa cristiana, siguió siendo súbdito del emperador romano
residente en Constantinopla.
155.- La Italia Lombarda.
Lo que sucedió en Italia ya lo hemos comentado cuidadosamente. Al establecerse los
ostrogodos en la Península, respetaron las estructuras administrativas romanas. Al
igual que los demás pueblos germánicos conquistadores, se reservaron un tercio de las
tierras para sí mismos, pero dejaron a los latifundistas y pequeños propietarios
romanos el resto. Al reestablecerse completamente el poder imperial en la península,
en tiempos de Justiniano, Italia estaba ya muy afectada por la larga guerra contra los
godos y las pestes que siguieron, que hicieron disminuir ampliamente la población y la
empobrecieron. Italia, que con Teodorico se había salvado de la crisis que había
arruinado a la Galia e Hispania, había seguido a la larga igual destino.
Cuando los longobardos o lombardos entraron a la península y se establecieron a lo
largo del cuerpo central de la misma, encontraron una estructura política y militar muy
debilitada. Con los lombardos Italia entró directamente a la Edad Media. Este reino
lombardo duraría oficialmente hasta su conquista por Carlomagno en 774, aunque
sería la base del futuro “Reino de Italia” del Imperio Carolingio y del Sacro-Imperio.
Aunque los últimos principados con dinastías lombardas subsistirían en el Sur de Italia
hasta fines la conquista normanda del siglo XI.
Una lista de los reyes lombardos asentados en suelo italiano es la siguiente: Alboino
(560-572) y quien inició la penetración en la península, y después Clefi (572-574);
sucedió a éste en la Italia lombarda un período de anarquía y duques independientes,
que duró hasta 584; los siguientes monarcas serían Aulario (584-590), Agilufo (591-
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616), Adaloaldo (616-626), Arioaldo (626-636), Rotario (636-652), Rodoaldo (652653), Ariperto I (653-661), Godeberto y Pertarito (en Milán y Pavía, 661-662),
Grimoaldo (662-671), Garibaldo (671), Pertarito (segundo reinado, 671-688), Alagiso
(688-689), Cuniperto (688-700), Liuperto (700-701), Ragimperto (701), Liutperto
(701-702), Ariperto II (702-712), Ansprando (712), Liutprando (712-744), Hilteprando
(744), Rachis (744-749 y 756-757), Astolfo (749-756), y finalmente, como último rey
lombardo, Desiderio (757-774). Tras esto la corona lombarda italiana recaería en
Carlomagno y sus sucesores los reyes francos de la Galia.
Siendo los lombardos arrianos, no mantuvieron buenas relaciones ni con los súbditos
italianos ni con el Papado en Roma. Esto cambió en la medida que los lombardos se
convirtieron paulatinamente al catolicismo a lo largo del siglo VIII, en un proceso que
significó muchos conflictos internos. De cualquier forma, con el paso de los siglos los
lombardos se italianizarían y terminarían convirtiéndose en una culturizada aristocracia
local y católica.
Como reino germánico sobre población latino-parlante, su estructura es muy similar a
la que veremos en las demás regiones del Occidente ex-romano. Un reino “italiano”
gobernado por los conquistadores, que cada vez se entendía más a costa de las
posesiones imperiales, que siguieron siendo importantes. Un reino afincado tanto en
gran parte del interior del Norte como en gran parte el interior del Sur. Pero a
diferencia el reino ostrogodo en Italia, que fue mucho más exitoso, o de los reinos
visigodo en Hispania o franco en la Galia, le faltaría al Estado lombardo un centralismo
más sólido, y un control más absoluto sobre el territorio del país: por una parte no
pudo dominar toda la península, por quedar todavía territorios imperiales, y por la
otra, dentro de lo que teóricamente sí controlaba, existían algunos ducados lombardos
-especialmente en el Sur- que gozaban de un alto grado de independencia respecto al
poder central.
156.- La Dinastía de Justiniano.
Justino II reinó entre los años 565 y 578. Carente de fondos, descontinuó la política de
su tío de pagar tributos a los enemigos, lo que provocó un conflicto con los ávaros.
Estos se convirtieron en una amenaza para sus vecinos longobardos o lombardos, que
consecuentemente se dejaron caer sobre Italia. Las consecuencias de esto –la pérdida
de gran parte de Italia- ya las hemos comentado. Por las mismas razones empezó en
572 una guerra contra los persas, en que éstos capturaron importantes plazas
romanas en Mesopotamia.
Aparentemente a raíz de esto comenzó a perder la razón, de lo que afortunadamente
él mismo se percató. Ello lo llevó a designar en 574 como César al capaz general
Tiberio, su amigo, y se retiró de la vida pública. Existen antecedentes que hablan de lo
honrosa que fue su “abdicación”. Consecuentemente, durante los cuatro años
siguientes la regencia fue ejercida conjuntamente por la esposa de Justino II, Sofía, y
por Tiberio.
Fallecido Justino, fue inmediatamente sucedido por éste mismo Tiberio II Constantino
(578-582). Correspondió a Tiberio II, primero como regente y luego como emperador
pleno, mantener una exitosa guerra en el Este contra los persas y en Italia proteger a
Roma de los lombardos. En Occidente llegó a una paz con los visigodos en Hispania y
en el África romana derrotó a los beréberes que amenazaban la provincia. Enviados de
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él recorrieron las lejanas provincias del Occidente, en manos de los bárbaros, para
hacer valer la soberanía titular del emperador.
En 582 Tiberio II cayó enfermo y murió, no sin antes designar como sucesor a su
yerno Mauricio. Éste reinaría entre los años 582 y 602. Además de estar casado con
Constantina, hija de Tiberio II, había ganado fama militar derrotando a los persas en
481. Ya como emperador tuvo que continuar la guerra con Persia y en los Balcanes
lidiar con las penetraciones de los ávaros. En 591 Mauricio logró concluir exitosamente
la guerra con Persia, después de apoyar al rey persa Cosroes II a recuperar el trono
del cual había sido desposeído. La alianza se cerró con un matrimonio entre Cosroes y
la hija de Mauricio, Miriam. Así que tras esto el rey persa, en agradecimiento personal,
mantuvo a su reino de buena fe en estado de alianza y amistad con Roma, por muchos
años. Cosroes II cedió a Roma parte de Mesopotamia y Armenia, así como la parte
oriental de la actual Georgia, inclusive Tiflis.
En los Balcanes, hacia el año 580 los eslavos comenzaron finalmente, tras décadas de
saqueos esporádicos, un proceso de conquista física. Esto llevó al establecimiento de
los invasores dentro del Imperio, en amplias zonas de Tracia y Grecia. Ávaros y
eslavos unidos pusieron en gran peligro los Balcanes, pero Mauricio pudo enfrentarlos
de manera relativamente exitosa. Finalmente, en 602 las fuerzas romanas derrotaron
en forma contundente a los eslavos y pudieron asegurar todavía por un tiempo la
tradicional frontera del Danubio. Pero los eslavos ya estaban cambiando la estructura
étnica y lingüística de la región, reemplazando en gran medida a las poblaciones
locales de habla griega y latina.
Mauricio reorganizó la administración de las provincias occidentales, y, para fortalecer
su defensa, creó los ya mencionados Exarcados de Ravena, en la Italia imperial, y de
Cartago, en África, como nuevos virreinatos imperiales. Además, estaba contemplando
la posibilidad de reactivar una estructura similar a la Tetrarquía de Diocleciano, con
varios co-emperadores: su hijo mayor Teodosio en Constantinopla y su hijo menor
Tiberio en Roma, y posiblemente otros en Alejandría, Cartago y Antioquía. Al menos
así dejó escrito su testamento. Para esos momentos el Imperio Romano controlaba
entonces básicamente los mismos territorios que tenía al fallecer Justiniano, con la sola
diferencia de que en Italia algo más de la mitad de la península, pero no las ciudades
clave, estaban bajo control enemigo. Asimismo, el latín seguía siendo el idioma de la
corte, de la administración y del ejército. Pero todo este plan se frustró
repentinamente con motivo de un motín de las tropas del Danubio, el año 602.
157.- La Usurpación de Focas I.
Los sublevados proclamaron emperador al general Focas, la revuelta se extendió a
Constantinopla, y de ahí Mauricio y su familia huyeron a Nicomedia. El usurpador Focas
hizo prisionero al emperador y lo ejecutó con casi todos sus hijos varones; la
emperatriz y sus hijas fueron encerradas en un convento.
Inicialmente su reinado fue bastante popular. De hecho en la ciudad de Roma, en el
Foro, se edificó una columna en su honor. Sería el último monumento a un emperador
romano en la vieja capital. Focas le entregó al Papa el templo del Panteón de Agripa
para que lo convirtiera en iglesia. También en Constantinopla tuvo amplio respaldo
ciudadano. Pero esto empezó a cambiar con los años. Además, la crueldad con que
Focas había llegado al poder, con cruel regicidio incluido, lo convertían en un simple
usurpador sin mayor base legal.
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El cruel homicidio de Mauricio y su familia tuvo un importante efecto personal y
político: dio la excusa al rey persa Cosroes II, yerno y amigo de Mauricio, de invadir en
el año 602 con todas sus fuerzas las tierras romanas. Podría decirse que la muerte de
Mauricio resultó en una serie escalonada de efectos de gravísimas consecuencias, tanto
para Roma como para Persia, y trajo consigo una guerra destructiva que de otra forma
no se hubiera producido, al menos no tan rápidamente. Con Focas es que las fronteras
del Imperio Romano gobernado desde Constantinopla empezaron a colapsar. Por una
parte en 602 los persas en el Este; por la otra, en 605 se produjo el derrumbe
definitivo de la vieja frontera del Danubio, la cual había quedado desguarnecida por la
necesidad de desplazar las tropas al Éufrates.
Con el imperio atacado entonces en todos los frentes, es que el año 608 se sublevó en
Cartago contra Focas el Exarca de África, Heraclio El Viejo, secundado por su hijo,
Heraclio El Joven. El padre había sido un importante y reconocido funcionario imperial,
de origen armenio, nacido posiblemente en la ciudad fronteriza de Teodosiópolis. Los
sublevados no se autoproclamaron emperadores, sino que usaron sólo el histórico y
tradicional título de Cónsul. Focas, con su crueldad habitual, en venganza, mando
ejecutar a la viuda e hijas de Mauricio. Una parte de las tropas de Cartago ocupó
Egipto, tras larga lucha con los generales de Focas, mientras que Heraclio El Joven
desembarcó en 610 cerca de Constantinopla. Focas fue abandonado por sus hombres,
Heraclio hizo su entrada a Constantinopla, capturó a Focas y le dio muerte
personalmente. Tras esto Heraclio fue coronado emperador. Su padre, Heraclio El
Viejo, falleció poco después, en Cartago, reconfortado por el triunfo de su hijo.
158.- Heraclio y la Gran Victoria sobre Persia.
Heraclio ascendió al trono en un momento de gran peligro en todos los frentes: por un
lado la guerra contra los persas, en Asia, y por la otra el ataque frontal de los ávaros y
eslavos, en Europa. Los persas supieron tomar provecho de la guerra civil romana para
avanzar bien al interior del imperio, todo antes de que Heraclio tuviera el tiempo
necesario para rearmar sus fuerzas y organizar la defensa.
Para el comienzo del reinado de Heraclio ya habían tomado sectores de la Anatolia
Oriental y la Mesopotamia romanas, especialmente la ciudad de Edessa. Después, en
un avance casi imparable, conquistaron Antioquía (611), Damasco (613) y Jerusalén
(614), la cual saquearon, y como tributo de guerra se llevaron la Santa Cruz a su
capital Ctesifonte. El año 615 los persas llegaron a Calcedonia, frente a Constantinopla.
El año 616 invadieron Egipto, que para el año 619 estaba conquistado. Alejandría tuvo
que rendirse en año 618. De hecho, los cristianos monofisitas egipcios, enemigos de la
ortodoxia griega, recibieron a los conquistadores persas con los brazos abiertos. Una
muestra de que la lealtad que por siglos los egipcios nativos habían tenido hacia la
Roma latina se estaba resquebrajando por causas teológicas respecto a la Roma
griega.
Dueños hacia 622 los persas también de la isla de Rodas, se hacía muy factible un
ataque naval a Constantinopla. Para ese año los romanos retenían tan sólo la parte
más occidental de Anatolia; el resto del Oriente romano estaba en manos persas, casi
igual que en tiempos de Darío y Jerjes, once siglos antes. Tal era el peligro que
Heraclio inclusive contempló la posibilidad de trasladar la capitalidad del imperio a
Cartago. Además, por esas mismas fechas, sin que quede mayor registro histórico,
hacia el año 616 se evaporó el dominio imperial en el Sur de Hispania.
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Pero la grave eventualidad supo ser valientemente enfrentada por el emperador
Heraclio. Con un ejército organizado y disciplinado, y haciendo uso de todos los
recursos económicos disponibles, como en la mejor época de la invasión de Aníbal,
Roma lanzó una verdadera guerra nacional y religiosa de liberación. Miles de
voluntarios se presentaron a luchar y los templos cristianos –inclusive Santa Sofíafueron despojados, con consentimiento del clero, de sus tesoros. Así, el año 622 el
emperador inició la gran contraofensiva contra los persas, a los que tras una brillante
campaña de ribetes épicos, derrotaría en toda la línea.
Con su escuadra bordeó la costa de Asia Menor, retomando Rodas, y desembarco en
Iso, lugar de la célebre batalla entre Alejandro El Grande y Darío mil años antes. Ahí
Heraclio derrotó a los persas, y aseguró la liberación de toda Asia Menor.
Tras esto Heraclio regresó en 623 a Constantinopla a luchar contra los ávaros, que
junto con los eslavos se desperdigaban por Dalmacia, habían tratado infructuosamente
de conquistar Tesalónica, y estaban devastando Tracia justo frente a Constantinopla.
Sabiendo Heraclio que no tenía fuerzas suficientes para luchar en dos frentes, optó por
el camino pragmático de pagar un tributo a los ávaros y así alejar uno de sus
problemas.
El año 624 Heraclio ofreció la paz a Cosroes, pero éste rechazó la oferta. Tras esto,
Heraclio inició la invasión a Persia a través de Armenia. Cruzó victoriosamente el
Cáucaso meridional y para el año 625 los romanos estaban ya atacando a los persas
en su territorio. Tras esto, Cosroes, reconociendo la gran capacidad militar de Heraclio,
y para hacerlo volver marcha atrás, decidió pactar con el Khan de los ávaros para
hacer un frente común antirromano. Como resultado de este pacto los ávaros lanzarían
un ataque frontal contra Constantinopla desde el lado europeo, mientras los persas,
estacionados en Calcedonia, lo harían desde Asia.
En junio del año 626 tuvo lugar un asalto general coordinado de los ávaros contra la
Muralla Teodosiana, que fue bravamente defendida por los romanos. En agosto los
persas atacaron por mar, al tiempo que los ávaros lo hacían al unísono por tierra. Pero
ambos ataques fracasaron, y Constantinopla se salvó así del mayor peligro que nunca
había experimentado.
Tras esto, los romanos, aliados con los pueblos turcómanos del Cáucaso septentrional,
lanzaron en 627, dirigidos por Heraclio, una invasión contra el corazón de Persia.
Heraclio derrotó a los persas en Niniveh, en Mesopotamia. Con el ejército persa
destruido, Heraclio envió un ultimátum a Cosroes II, refugiado en Ctesifonte. Con la
derrota ad portas, el ejército persa se sublevó contra su rey y lo derrocó, entronizando
a su hijo Siroes. Cosroes murió poco después en un calabozo. Siroes se rindió
finalmente a los romanos el año 628.
Heraclio fue lo bastante sabio como para pactar una paz no humillante y que fuera
aceptable para los vencidos. Ni Roma ni Persia estaban ya en condiciones de seguir la
guerra; ambos imperios estaban arruinados. Pero el éxito fue épico. Roma recuperó en
un santiamén todas las provincias ocupadas por los persas, y el emperador Heraclio
volvió en triunfo a Jerusalén con la Santa Cruz. Se lo ha llamado, tal vez con razón, el
Primer Cruzado. Después hizo una entrada triunfal a Constantinopla. Para el año 630 la
gran guerra había concluido con la más rutilante victoria militar jamás lograda por un
emperador romano sobre sus archienemigos orientales. Así terminó la más peligrosa –
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y de hecho la última- de las guerras que en cuatrocientos años enfrentaron a Roma y
la Persia sasánida.
Heraclio es una de las más contradictorias figuras de la historia de Roma. Él fue el
monarca que, finalmente, terminó aceptando la realidad de lo inevitable, y el año 620
reemplazó definitivamente al latín por el griego como idioma oficial del Imperio. Sería,
sin quererlo, el último de los emperadores de un mundo romano universal. Desplegó
contra el enemigo persa y zoroastriano toda la energía de un César, y consiguió una
victoria histórica propia de Alejandro o Trajano, victoria que de no haber mediado
inesperados sucesos posteriores hubiera quedado inmortalizada en la leyenda
histórica. Pero, ante una nueva amenaza que vendría muy pronto, proveniente de
Arabia, su ya desgastado imperio nada podría hacer.
159.- El Origen de los Reinos Embrionarios Romano-Germánicos de Europa
Occidental.
Entre los siglos V y VII comenzó a estructurarse lo que sería la civilización europea
post-romana. El quiebre estructural en lo que fuera la mitad occidental del Imperio
Romano fue tremendo para las civilizadas poblaciones de habla latina que habitaban la
Germania romana, Panonia, Britania, la Galia, Hispania e Italia. Ahora bien, en esas
regiones siquiera se produjo pronto una amalgama entre dominados y dominadores,
que permitió un mínimo de continuidad cultural. Pero con otras invasiones que
seguirían desde los Urales, la de los eslavos indoeuropeos, y de los asiáticos búlgaros y
magiares, el quiebre sería más fuerte.
Pero eslavos, magiares y búlgaros se establecerían en Europa Oriental y CentroOriental, de forma que todavía no toca referirnos a sus efectos sobre la civilización
occidental. Tampoco toca tratar el tema del África romana, pues su tragedia histórica
ya la hemos analizado. Ahora nos enfocaremos a la parte de Europa Occidental y
Centro-Occidental romano-germánica.
Entre el período que va desde la deposición de Rómulo Augústulo en Ravena, el 476
A.C., y la derrota de los árabes en Poitiers, el año 732, mucho sucedió en una Europa
Occidental que aún no se daba cuenta en qué período de la historia se encontraba.
Durante mucho tiempo, siguieron existiendo autoridades imperiales de lengua latina,
que administraban diversas regiones de la Galia e Hispania en obediencia a un cada
vez más lejano emperador. De hecho, considerando que la ocupación de la Galia e
Hipania por los germanos no fue de golpe, sino paulatina y gradual, en dichas
provincias en un mismo momento histórico existían regiones y ciudades bajo la
autoridad de un rey germano, y regiones en las cuales aun no se había producido una
ocupación formal y que dependían de funcionarios imperiales. Hay antecedentes
históricos de cuándo francos y visigodos asumieron la administración de ciertas partes
de la Galia e Hispania, pero en otras no hay tal certeza, y se sabe que todavía en
tiempos de Rómulo Augústulo gran partes de la zona Mediterránea de la Galia e
Hispania tenían funcionarios romanos propios.
En todas estas regiones de Europa Occidental, y también en el caso del reino vándalo
norteafricano, surgió una dualidad jurídica muy interesante. Para empezar, los
conquistadores germanos que se asentaron en territorios muy romanizados, no
tardaron mucho en perder su idioma y adoptar total o casi totalmente el latín. En el
caso de los germanos católicos esta asimilación lingüística fue más rápida que entre los
arrianos, que todavía tenían su liturgia en lengua vernácula y estaban más separados
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de los súbditos de habla latina. Además, y seguramente el aspecto religioso tuvo
mucho que ver, los reinos arrianos desaparecieron sin dejar mayor rastro, mientras
que los germanos convertidos al catolicismo (entre ellos los visigodos españoles)
pasaron a formar parte de la esencia nacional.
El hecho es que para los ciudadanos romanos de Europa Occidental, funcionarios
latinos siguieron aplicando el derecho romano, como si el Imperio todavía ejerciera
soberanía personal sobre sus súbditos occidentales. Por lo menos durante un buen
período de los siglos V y VI esto fue así. Paralelamente, para los germanos existía su
derecho propio, el derecho de los conquistadores. Y lo que es más sorprendente, es
que en muchos casos los propios germanos consagraron por escrito y en latín sus
costumbres. Tan fuerte sería la fusión cultural con los conquistados que muy rápido el
godo y el franco dejarían de hablarse en Hispania y la Galia, y que inclusive sus leyes
estarían emitidas a la usanza romana, por escrito y en latín.
Hasta tiempos de Carlomagno siguió habiendo en el Occidente romano-germánico un
reconocimiento más o menos claro, por muy nominal que fuera, por parte de las
poblaciones conquistadas de habla latina, y hasta de los gobernantes germanos, hacia
la persona del legítimo emperador romano, residente en Constantinopla. Con
Carlomagno empezaría una nueva etapa en la historia de Europa Occidental. Pero para
llegar a eso todavía nos falta un poco.
160.- La Galia Post-romana.
La Galia, para el siglo V era una región totalmente romanizada y latinizada. Para
entonces los romanos ya llevaban ahí 500 años, y su cultura se había impregnado
entre los galos. Entonces, existía una amplia y culta población galorromana, que
hablaba latín, y que siempre se había considerado parte del Imperio. Fue una
población que se negaba a ver como su mundo y su vida se trastocaba. Y la Galia fue
una de las regiones de Europa Occidental humana y comercialmente más afectadas por
las invasiones germanas.
Al momento de la deposición de Rómulo Augústulo, la región se encontraba
políticamente dividida en lo que podríamos llamar, varias “zonas de ocupación”: la
parte norte estaba bajo el dominio del reino de los francos (a través de dos tribus: los
francos salios y los francos ripuarios); la parte sur-occidental, esto es la región de
Aquitania, con su centro político en Tolosa, formaba la médula del reino visigodo; la
parte más oriental formaba parte del reino de los burgundios; y todavía había zonas
del Mediterráneo, en la parte más profundamente romanizada, que seguían
considerándose sujetas al gobierno central residente en Ravena. Mientras tanto, sin
que quede registro histórico de cómo o en qué momento sucedió, francos y burgundios
ocupaban, prácticamente sin violencia, las últimas zonas y ciudades del sur que aun se
administraban con funcionarios imperiales propios.
Con esto se crearon los dos reinos germanos de la Galia: el de los Francos, que algún
día daría a toda la Galia el nombre de Francia, y el de los burgundios, que en
castellano y francés sería conocido como Borgoña (aunque en inglés y alemán subsiste
hasta hoy la forma Burgundia).
Con el rey franco Clodoveo es que se inició, a partir de 481, el proceso de unificación
de la Galia. Primero Clodoveo se convirtió en rey de los salios, y a partir de 496,
también de los ripuarios. Hay registros que el año 486 derrotó a un ejército
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galorromano, y extendió su autoridad hacia la región del Loira. Posteriormente, como
ya hemos visto, el año 507 los francos expulsaron a los visigodos de Aquitania, de
forma que asumieron el control completo de gran parte de la Galia; y hacia 531 los
expulsaron de la región de Narbona. El reino burgundio sería conquistado hacia el año
532 por los hijos de Clodoveo, aunque hasta 613 subsistió como un Estado autónomo
bajo control franco. Después de 613 pasó a ser directamente parte del cada vez más
extenso reino franco. No obstante, todavía por muchos siglos la región seguiría siendo
conocida por su nombre tradicional de Galia, denominándose como francos o
burgundios sólo a los miembros de los pueblos dominadores.
En otra escala de poder quedarían los galorromanos. También, al igual que en otras
partes, se verían obligados a ceder parte de sus tierras para el establecimiento de los
conquistadores. No obstante, al igual que en Italia sobrevivió la estructura romana de
administración en las ciudades, y los francos y burgundios delegaron en estos
ciudadanos romanos funciones para las que ellos no estaban capacitados y que no
deseaban desempeñar. Los galorromanos llevarían la administración del país en
nombre de los germanos, y muchas de sus familias aristócratas sobrevivirían con gran
dignidad bajo el nuevo régimen. Pero algunas diferencias jurídicas sobrevivirían por
mucho tiempo. Luego las mencionaremos, al referirnos a la Europa occidental post
romana en su conjunto.
Al momento de la conquista germánica, la Galia ya estaba cristianizada en su casi
totalidad, y bajo la doctrina católica de raigambre romana. Cuando los francos
ingresaron a suelo romano eran todavía paganos, y siguieron siéndolo por un tiempo.
Por ello, cuando el año 496 el rey Clodoveo se convirtió al Cristianismo, lo hizo
directamente al catolicismo, y, lo que es muy importante históricamente, sin haber
pasado su pueblo por la herejía arriana. Entonces, se produjo inmediatamente una
clara simbiosis entre los nuevos señores francos y la población galorromana.
Como ya hemos visto, éste no sería el caso con los visigodos, que en los siglos V y VI
eran todavía arrianos. Por ello, en sus territorios de la Galia, en Aquitania, se daba el
típico conflicto entre romanos católicos y germanos arrianos que ya hemos comentado
se daba en ese momento también en Hispania, Italia y Noráfrica respecto a los
germanos dominadores arrianos. Lo mismo sucedía en las regiones ocupadas por los
burgundios, que también seguían la variante arriana del Cristianismo. Esto explica la
facilidad con que los francos dominaron a los burgundios (hacia el año 500) y
desplazaron el año 507 a los visigodos del sur de la Galia, estableciéndose, ya para
siempre, la tradicional frontera franco-española de los Pirineos.
El reino franco no se mantuvo mucho tiempo como una estructura única. A lo largo del
siglo VI diversos conflictos dinásticos de la casa merovingia de Clodoveo determinaron
su división en dos sub-reinos: Austrasia, el reino oriental, con capital en Metz, y
población básicamente germánica; y Neustria, el reino occidental, con capital en
Sassoins y población primordialmente galorromana, unido en la persona del rey común
a Burgundia o Borgoña. El año 613 todos los reinos, si bien aparentemente no
desaparecieron como tales, quedaron nuevamente unidos en la persona de un solo
monarca.
Pero a partir del año 639 la autoridad real empezó a eclipsarse y a crecer la de los
grandes señores, muestra de un feudalismo naciente. El poder entonces empezó a
desplazarse a los nuevos hombres fuertes del reino franco, los Mayordomos de Palacio.
Su primer gran representante sería, a partir de 687, el conde Pipino II. Su hijo, Carlos
Martel (714-741), a la cabeza de los señores francos, tendría la responsabilidad de
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derrotar a la avanzada árabe en Poitiers. Con esta gesta pasaría a la historia. Pero en
realidad su gobierno, aunque extraoficial, sería la base del establecimiento de la futura
dinastía carolingia.
161.- Las Tres Monarquías Germánicas en la Galia Post-romana.
Este capítulo tiene como objeto simplemente dar un listado superficial de los
gobernantes de los tres reinos germánicos asentados en la Galia a partir del siglo V.
Respecto a los monarcas visigodos posteriores al célebre Alarico I, cualquier listado
puede dividirse en tres etapas: una primera etapa, cuando la capitalidad estuvo en
Tolosa, esto es cuando era primordialmente un reino gálico, hasta 507; una segunda
etapa, cuando la capital estaba todavía en la Galia, Narbona, pero sus territorios eran
ya mayoritariamente españoles, hasta 531; y una tercera etapa, ya con un reino
netamente español, centrado en Toledo, hasta 711. Por el momento daremos sólo la
lista de los monarcas que gobernaron todavía desde la Galia: Ataúlfo (410-415),
Sigerico (415), Walia (415-418), Teodorico I (418-451), Turismundo (451-453),
Teodorico II (453-466), Eurico (466-484), Alarico II (484-507), Gesaleico (507-511) y
Amalarico (526-531). Éste último, al ser menor de edad, tuvo como regente entre los
años 511 y 526 a su poderoso abuelo Teodorico El Grande, rey ostrogodo de Italia.
Todos ellos serían arrianos.
Una lista de los reyes y co-reyes burgundios asentados en la Galia, de religión arriana,
es la siguiente: Gundahario (413-436), Gondioc (436-473, Chilperico I (436-480),
Gundemaro II (473-486, en Vienne), Godegilso (443-501, en Besançon), Gundebaldo
(hasta 516, en Lyon), Chilperico II (450-493, en Valentina Julia), Segismundo (516524) y Gundemaro III (524-534). Después de esto desapareció el reino burgundio
propiamente tal. Su trono fue asumido por los francos.
Por otra parte, es muy difícil dar una lista más o menos uniforme de los reyes francos
de la época merovingia, dado que, como ya señalamos, constantemente la monarquía
franca quedó dividida en sub-reinos, pero igual podemos procurar ofrecer, para
información del lector, una cronología explicativa.
Primeramente, como reyes, bien relativamente legendarios o bien históricos, de los
francos salios, recién instalados en la Galia romana: Faramundo (420-428), Clodión
(428-448), Meroveo (448-457), Childerico I (457-481) y Clodoveo (francos salios,
481-511; rey de todos los francos, 509-511). Hasta Clodoveo seguirían la religión
pagana tradicional; con éste monarca se convertirían al Cristianismo católico. Dividido
el reino a la muerte de Clodoveo, podemos citar los siguientes reyes parciales:
Como reyes de Metz (luego Reims), lo que después sería el reino de Austrasia:
Teodorico I (511-534), Teodeberto I (534-548), Teobaldo (548-555). Como rey de
París: Childeberto I (511-558). Como rey de Orleáns: Clodomiro (511-524). Después
este trono de París pasó a Childeberto I de París. Y como rey de Soissons, lo que
después sería el reino de Neustria: Clotario I (511-561). Éste último asumió además
en 555 el trono de Metz-Reims y en 558 el de París, así que se convirtió oficialmente
en rey de todos los francos.
Tras esto volvió a haber una división, bastante poco coherente, y nuevamente con un
breve período de unidad central, a cargo de los reyes de Neustria. Entonces, como
reyes ya de Neustria encontramos a Chilperico I (561-584), Clotario II (584-629, y a
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partir de 613 rey de todos los francos). Como reyes francos de Austrasia: Sigeberto I
(561-575), Childeberto II (575-595) y Teodeberto II (596-612); entre los años 612613 en trono de Austrasia fue ocupado por los reyes francos de Borgoña Teodorico II y
Sigeberto II; y después por el ya mencionado Clotario de Neustria, como rey de todos
los francos. Como reyes francos de Borgoña podemos mencionar: Gontrán I (561592), un corto reinado de Childeberto II de Austrasia (592-595), y luego Teodorico I
(596-613) y Sigeberto II (613); después el trono pasaría al Clotario II de Neustria.
Finalmente, como reyes de París: Cariberto I (561-567) y después el ya mencionado
Chilperico I de Neustria (567-584); tras esto este trono desaparecería absorbido por
Neustria.
Clotario II fue sucedido como Rey de Neustria y Austrasia por Dagoberto I, quien
primero fue rey privativo de Austrasia (623-634), luego también rey privativo de
Neustria (629-639), siendo además rey conjunto de todos los francos entre 629-634.
Además, provisionalmente como reyes francos de Aquitania: Cariberto II (629-632) y
Childerico (632), tras lo cual, Aquitania y Gascuña pasarían a ser ducados de Neustria.
Ya con el período de los “Reyes Holgazanes” se hace más fácil seguir la cronología de
los monarcas francos, pues se ordenan los dos subreinos. Como reyes privativos de
Neustria y Borgoña: el ya mencionado Dagoberto I (hasta 639); Clodoveo II (639657), Clotario III (657-673), Teodorico III (673), después un corto período de
Childerico III de Austrasia (673-675), nuevamente Teodorico III (675-691).
Paralelamente, la lista de reyes de Austrasia en este período sería: Sigeberto III (634656), Childeberto El Adoptado (656-662), un corto reinado de Clotario III de Neustria
y Borgoña (662-663), Childerico II (663-675), Clodoveo III (675-676), Dagoberto II
(676-679). A partir de 679 el trono de Austrasia se unifica con Neustria y Borgoña, en
la persona de Teodorico III de Austrasia y Borgoña.
Los siguientes monarcas son ya reyes de todos los francos como reyes conjuntos de
Neustria y Austrasia, pero todavía administrados como reinos separados (aunque el
Mayordomo de Palacio ya era el mismo para ambos reinos, pero con puestos aún
independientes): Clodoveo IV (691-695), Childeberto III (695-711), Dagoberto III
(711-715), Chilperico II (715-721), Teodorico IV (721-737). Hubo además,
paralelamente un corto período de un rey privativo independiente en Austrasia (717719). Pero tras esto el reino se reunifica nuevamente en la persona de Chilperico II,
quien durante ese período había quedado sólo como rey de Neustria. Pero el mando
efectivo ya estaba en manos de los mismos Mayordomos de Palacio. Finalmente,
después de 737 se produce un corto interregno a cargo del Mayordomo de Palacio
Carlos Martel y luego el reinado oficial del último rey merovingio, Childerico III (743751).
162.- La Hispania Visigoda.
El caso de Hispania es desde luego el más importante para nosotros. Antes de la
llegada de los invasores germanos, la península estaba casi completamente
romanizada. Sólo sobrevivía una cultura prerromana, la vasca, afianzada al norte de la
Península Ibérica, en los valles pirenaicos. No obstante, la romanización era mucho
más fuerte en las regiones del Sur y Este, las primeras que fueran anexadas a Roma.
La estructura racial de la población romanizada de la península era compleja, pero
podría resumirse que en el Sur era de origen ibero-norteafricano, en el Centro-Norte
básicamente celtíbera, esto es, derivada de la fusión de los celtas que llegaron ya en
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tiempos históricos, y en Noroeste básicamente celta puro. Las regiones más
profundamente celtas serían Asturias y Galicia, y especialmente esta última, cuyo
nombre todavía hace referencia al concepto de “galo”, para los romanos sinónimo de
“celta”. Hasta el día de hoy conservan influencias culturales de su pasado.
Aparentemente para el siglo V D.C. las lenguas iberas y celtas habían desaparecido en
su totalidad.
Al momento del derrocamiento de Rómulo Augústulo se daba en la Península Ibérica
una división territorial muy inestable entre diversos pueblos germanos. El Sur, la
actual Andalucía, estaba ligada al reino vándalo norteafricano; en el Noroeste, en
Galicia y el Norte de Lusitania, existía el poco conocido reino de los Suebos; algunas
regiones del Noreste seguían teóricamente dependiendo de Ravena; mientras que el
resto de la península formaba parte del reino de los visigodos, cuya capital
originalmente estaba en Tolosa pero a la larga se trasladaría a la Toletum romana, la
actual Toledo.
En algún momento las últimas regiones autónomas hispanorromanas fueron
absorbidas por el reino visigodo, el cual, por lo demás, pasó a ser un Estado
plenamente peninsular cuando, parcialmente en 507 y totalmente en 531, perdió, a
manos de los francos, sus territorios del Sur de la Galia. Por la misma época, en fechas
difíciles de precisar con exactitud, los visigodos absorbieron al reino suebo de Galicia y
a los territorios vándalos de Andalucía, con lo que se convirtieron en reyes de toda
Hispania.
Ya hemos ofrecido una lista de los monarcas visigodos en la época en que el reino
tenía su centro de poder en Tolosa y Narbona. En su tercera etapa, como monarcas del
reino ya centrado en Hispania y con capitalidad en Toledo, podemos enumerar a:
Teudis (531-548), Teudiselo (548-549), Agila (549-551), Atanagildo (551-567), Liuva I
(567-572), Leovigildo (572-586), Recaredo I (586-601), Liuva II (601-603), Witerico
(603-610), Gundemaro (610-612), Sisebuto (612-621), Recaredo II (621), Suintila
(621-631), Sisenando (631-636), Chintila (636-639), Tulga (639-642), Chindasvinto
(642-653), Recesvinto (653-672), Wamba (672-680), Ervigio (680-687), Égica (687700), Witiza (700-710) y Roderico o Rodrigo (710-711). Con Recaredo I se produciría
la conversión generalizada de los visigodos del arrianismo al catolicismo.
Como ya hemos señalado, la administración imperial, esta vez desde Constantinopla,
volvería a Andalucía y a las Baleares a raíz de las reconquistas de Justiniano, pero al
menos en Andalucía se desvanecería casi sin noticia unos 50 años después, hacia el
año 616, en momentos en que Heraclio luchaba en el Este contra los persas. Para el
momento de la invasión árabe, toda la península dependía del reino visigodo. Al igual
que en la Galia, Italia o Noráfrica, existían una población hispanorromana que
mantenía su forma de vida y su idioma, y una casta gobernante germana. La relación
ente ambos pueblos sería bastante tirante, no tanto por el problema político resultante
de la subyugación de un pueblo culturalmente superior por uno inferior, sino por el ya
señalado problema religioso entre católicos y arrianos.
Pero cuando el año 587 el rey visigodo Recaredo abjuró del arrianismo y asumió la
religión de la masa de sus gobernados, se dio el gran paso para la fusión cultural de
hispanorromanos y godos en un mismo pueblo. De cualquier forma, el gobierno
visigodo no fue para España todo lo beneficioso como lo fue en Italia el ostrogodo. Fue
un régimen bastante tiránico, según cuentan las crónicas, en el que la casta visigoda
bastante pronto desplazó, de forma seguramente más drástica que en la Galia, a la
antigua aristocracia hispanorromana. Pero por más de mil años la sangre de los godos
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sería en España signo de hidalguía y estirpe. Hasta el día de hoy los descendientes de
los conquistadores españoles de Nuevo Mundo mantienen la conciencia de que sus
primeros antepasados llegados a América eran miembros de una baja nobleza de
origen godo.
Aparentemente las guerras y las invasiones de ida y vuelta habían arrasado la
península, y la antigua riqueza de Hispania se había reducido en amplísima medida.
Mucho de esto influiría en que, cuando los invasores árabes cruzaron Gibraltar,
conquistaron casi sin mayor resistencia gran parte de la península. Los visigodos se
debilitaron en sus rencillas y guerras civiles, que afectaban precisamente a una
población hispanorromana que ya no era combatiente. Por ello, derrotados los
visigodos, los hispanorromanos no pudieron, y seguramente no quisieron, tomar
partido a favor de los godos. De cualquier forma, serían los descendientes de los godos
los que, en el curso de los siglos, reconquistarían España para los cristianos y
conquistarían América.
163.- La Invasión y Conquista Anglosajona de Britania.
Un caso patético es el de la provincia romana de Britania. Para el año 400 era una
provincia cristianizada y altamente romanizada, pero a diferencia de la Galia e Hipania,
el latín no era todavía la lengua universal. Es más que probable que el latín fuera el
idioma de las ciudades, de la administración, de la Iglesia, y de la gente más letrada,
pero a nivel popular, en algunas regiones más que en otras, subsistían los dialectos
celtas prerromanos. De cualquier forma, Britania contaba con un importante ejército
estable romano, que vigilaba celosamente la frontera norte de la provincia,
básicamente a lo largo de la Muralla de Adriano. Los romanos habían establecido en
ella una frontera fácilmente defendible y estratégica, adecuada al terreno de Escocia.
De hecho, a propósito habían detenido la expansión hasta más al norte, por la
dificultad de mantener las conquistas en terreno inhóspito. Es más, desde Britania
diversos generales romanos se habían autoproclamado emperadores y con sus
ejércitos habían alcanzado, contra otros pretendientes, el trono: son de citar
Vespasiano, en el siglo I, y Constancio Cloro, padre de Constantino El Grande, a
comienzos del IV.
Como ya hemos señalado, hacia el año 407 las legiones romanas se retiraron de la
Britania romana, sin quedar plenamente claro si fue para enfrentar ataques bárbaros
en el continente, o por la ambición del jefe militar que pretendió un cetro imperial que
se desvanecía por toda Europa. El hecho es que los pacíficos bretones, acostumbrados
a la civilización romana, se encontraron desamparados, abandonados a sus propios
medios, para defenderse de los feroces pictos de Escocia. Hacia el año 410 se produce
el final de la acuñación de monedas romanas. Aparentemente por las mismas fechas se
retiraron los últimos funcionarios administrativos romanos. Desde este momento,
hasta aproximadamente el año 600 se produce un vacío casi completo en la historia de
la Britania post-romana. Sólo puede inferirse que la autoridad central desapareció y
que el poder se atomizó, que surgieron diferentes mini-reyes, y que las ciudades se
empobrecieron y en gran medida tuvieron que abandonarse. Se cortó casi todo el
contacto con la Galia, y con ello con la cultura romana continental. Los pictos, sin un
ejército estable en frente, cruzaron la Muralla de Adriano, y los bretones se
encontraron a la defensiva, sin medios verdaderos de defensa. Entonces, en algún
momento hacia el año 450 llamaron en su auxilio a los anglos y los sajones, todavía
paganos, para que como simples mercenarios los protegieran, como antes habían
hecho las legiones romanas.
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Pero los germanos llegaron para quedarse, y desde el Este de la isla comenzaron una
política de conquista y asentamiento. Trajeron más congéneres desde el Norte de
Germania, y se les unieron los jutos, originarios precisamente de Jutlandia. Entonces
se inició una larga guerra de conquista y defensa, en la cual los anglosajones y sus
aliados avanzaron continuamente de Este a Oeste, llegando a enfrentar a bien
organizados reyes locales bretones, que inclusive lograron por un buen tiempo detener
el avance enemigo. La leyenda nos ha traído el nombre del más conocido para
nosotros, el Rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda. Históricamente no hay
datos de su existencia, pero tampoco las hay en contrario, así que no es aventurado
pensar que se trató de un líder bretón romanizado y cristiano local que defendió
exitosamente su reino contra los invasores paganos.
En algún momento empieza a hablarse de Britania post-romana, para referirse a la
parte de la isla aun gobernada por celtas semi-romanizados, y de Inglaterra, para
referirse a la parte definitivamente ocupada por los anglosajones. Hacia el año 600 la
conquista anglosajona estaba ya bastante avanzada. Como últimos rincones de cultura
celta cristiana en Britania quedarían, básicamente las zonas de Gales y Cornualles. En
el Centro y Este de la isla primó la nueva cultura germánica y pagana de los
conquistadores sajones. Ahora bien, es difícil pensar que haya habido un
desplazamiento completo de los pueblos derrotados. Tal vez no en el extremo Este de
la isla, pero sí en la parte central, sobrevivieron elementos bretones cristianos entre
los nuevos señores de la tierra, y es muy lógico que se haya efectuado una
amalgamación étnica entre conquistadores y conquistados. Esto se nota efectivamente
en los tipos físicos de los habitantes de las distintas regiones de la Inglaterra
propiamente dicha.
Paralelamente, escapando de la invasión germánica, en el curso del siglo VI grupos
importantes de bretones cruzaron el Canal de La Mancha y se establecieron en la
península de Armórica, en la Galia. Esta inmigración celta modificó substancialmente la
estructura poblacional de la región, que, a raíz de esto, pasó a ser conocida también
como Bretaña. Evidentemente que en nuestro idioma castellano, y también en francés,
se produce confusión, pues Inglaterra está localizada en una isla que todavía se llama
Gran Bretaña, y el nombre romano de la provincia insular, Britannia o Britania, es en
castellano Bretaña, al igual que la actual península de Francia, donde los descendientes
de los bretones emigrados aún hablan el dialecto céltico de la época romana. En inglés,
afortunadamente, la diferencia es más clara, pues se da el nombre de Britain a la
provincia romana, o inclusive a toda la isla, y de Britanny a la Bretaña francesa.
No obstante, habiendo sido la conquista anglosajona y juta de Britania más bien una
serie de campañas independientes desarrollada por líderes tribales propios por pueblos
germanos con diferencias dialectales, y no tanto una campaña organizada y central de
conquista, el resultado fue el establecimiento en la parte germanizada de la isla de una
serie de pequeños reinos, con diferentes dinastías, dialectos y tradiciones. Siete son
los reinos históricos fundados por los germanos en Inglaterra: Essex, Wessex y
Sussex, por los sajones; Kent, por los jutos; Anglia Oriental, Mercia y Northumbria, por
los anglos. Faltaba mucho todavía para la unificación política de la parte inglesa de la
isla.
El desarrollo del Cristianismo entre los anglosajones fue relativamente lento. Como
hemos señalado, al iniciarse la conquista anglosajona, los bretones ya estaban
cristianizados. De hecho, los pocos antecedentes que existen de Britania en esa época
obscura de 200 años que van desde el 400 al 600 son de obispos llegados a la isla
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para supervisar el estado de la Iglesia local. En el curso del siglo V un bretón
romanizado, de la aristocracia local, el futuro San Patricio, llevó a cabo la
cristianización de la Irlanda celta. La conversión de la isla fue rápida, y considerando
que nunca había sido territorio romano le permitió desarrollar una forma muy céltica
de catolicismo. Durante los 250 años siguientes Irlanda sería un foco de expansión del
Cristianismo. Hacia el año 565 comenzó la cristianización por los irlandeses de los
pictos de Escocia. Posteriormente, desde la Galia empezaría el proceso de conversión
de los anglosajones, aunque para entonces ya había Cristianismo local de raigambre
bretona. Hacia fines del siglo VII la parte anglosajona de la isla había aceptado
también el Cristianismo. Posteriormente, misioneros anglosajones, liderados por San
Bonifacio, iniciarían la conversión de los pueblos germanos allende el Rhin. Pero esto
ya es parte de otro capítulo. Terminado este período inicial, sólo la céltica y montañosa
Escocia permanecía en sus prácticas paganas tradicionales.
164.- La Desromanización en las Zonas del Rhin y el Danubio.
Hasta el momento hemos tratado el caso de las regiones latinas del Occidente romano
en las que, a pesar de la conquista germánica, de una forma u otra logró sobrevivir la
civilización de los romanos. Pero hay otras regiones del Imperio en que casi sin quedar
huella se esfumó toda la influencia romana.
Muy pocos antecedentes hay que expliquen como se desromanizó la Germania
romana, esto es la porción de Germania al Oeste del Rhin y al Sur del Danubio, así
como en general, toda Panonia, Noricum y Helvecia. Ahí los invasores germanos, por
razones difíciles de explicar, impusieron su idioma a las poblaciones romanoceltas
originarias. Seguramente las regiones fronterizas del Imperio Romano quedaron más
despobladas que el resto de las provincias interiores, pues ahí los cruces de ejércitos
rivales a un lado u otro del Rhin y el Danubio arruinaron la región en mayor medida
que al resto de Europa. En muchos casos la romanización no era muy profunda, pero
igual es importante tener en cuenta que las ciudades romanas de Germania eran
importantes ya en su época, y son hasta hoy importantes centros urbanos de
Alemania, Austria, Alsacia y Suiza. El hecho es que el idioma alemán, o sus dialectos,
se extendieron hasta Lorena, en el Oeste, y el Tirol Meridional, por el Sur. Ahora bien,
hasta el día de hoy todavía se aprecia una fuerte diferencia cultural entre los alemanes
de la antigua Germania exterior y los alemanes étnicos que habitan en lo que alguna
vez fue territorio romano. Durante la Edad Media en estas regiones alemanas alguna
vez romanas siguieron existiendo centros de cultura de gran importancia. El caso de
ciudades como Colonia, Aquisgrán, Tréveris, Maguncia, Viena, Augsburgo y Ratisbona
lo demuestran.
Después veremos, pero ya en otro capítulo, como, a consecuencia de las posteriores
invasiones eslavas, se desromanizarían las zonas de Iliria y el Bajo Danubio, en los
Balcanes. Regiones subdanubianas como Iliria y Moesia, en las cuales todavía en
tiempos de Justiniano se hablaba latín como lengua nativa, quedaron ampliamente
eslavizadas, desde luego producto de la despoblación causada por las invasiones
165.- Los Germanos todavía ajenos a la Civilización Romano-Católica.
Paralelamente, de entre los pueblos germánicos que estaban en proceso de convertirse
en uno de los ejes de la nueva civilización cristiana medieval, quedaban todavía varios
alejados completamente del contacto con Roma y el Cristianismo. Los francos ya
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estaban convertidos al Cristianismo, y ellos gobernaban a ambos lados del Rhin, en el
Oeste sobre poblaciones de cultura latina, y en el Este sobre germanos aun paganos.
Dentro del reino franco se inició un proceso de cristianización de los otros pueblos
germanos subyugados. Después con Carlomagno seguiría el paso final de conquista y
asimilación de los restantes. El hecho es que todavía para el siglo VIII el paganismo
aun dominaba entre diversos pueblos de la Germania propiamente dicha, tales como
los frisones, los alamanes, los suabos, los bávaros, los turingios y los sajones. Estos
pueblos seguían apegados a sus costumbres y creencias tradicionales. No obstante, la
penetración de Roma ya estaba en proceso. Después volveremos sobre este tema.
Donde todavía no había mayor contacto con la civilización post-romana ni con el
Cristianismo era entre los germanos septentrionales, los habitantes de las penínsulas
Escandinava y de Jutlandia, las actuales Suecia, Noruega y Dinamarca. Estos pueblos,
que estaban pronto a ser conocidos como “vikingos” jamás habían sido fronterizos con
el Imperio Romano ni habían participado en su desmembración. Ya estaban iniciando
un proceso de expansión, que los llevaría a colonizar Islandia, las islas Faroe y
Groenlandia, a establecerse con reinos más o menos permanentes en la Irlanda céltica
y la Inglaterra anglosajona, y a fundar en la Galia el famoso ducado francófono de
Normandía. Pero también para esto faltaba tiempo.
Un hecho de gran importancia para la cultura germánica en consolidación fue el nuevo
límite geográfico que le quedaba asignado. Como ya hemos señalado, por un proceso
de deslatinización, se estaban germanizando rápidamente diversas regiones romanas
al Oeste del Rhin y al Sur del Danubio. Pero, por el Este, la civilización germana en
ciernes alcanzaba tan sólo hasta el río Elba. Al Este de dicho río, había quedado gran
parte de Europa vaciada de sus habitantes germanos orientales. Pueblos como los
godos (en sus dos ramas), los vándalos, y varios más, que en algún momento no tan
lejano habían ocupado las regiones bálticas del Vístula, Bohemia y Ucrania, con motivo
de la invasión de los hunos y de la subsiguiente Völkerwanderung hacia en interior del
Imperio Romano habían abandonado casi en su totalidad sus tierras ya ancestrales. El
vacío geográfico que esto produjo fue llenado por una nueva ola de invasores
indoeuropeos, los últimos en hacer aparición en la historia de la Cultura Occidental, los
eslavos.
De cualquier forma, existe un dato histórico casi desconocido, pero muy interesante,
relativo a la migración de los godos. Aparentemente grupos aislados godos no
emigraron a Occidente y permanecieron afincados en lo que ahora sería el Sur de
Rusia, especialmente en la península de Crimea, y sobrevivieron por muchos siglos, en
estrecha relación con Constantinopla. Hay antecedentes de que su idioma subsistió
hasta el siglo XVIII y posiblemente hasta la revolución comunista de 1917. Ya no
quedan restos de ellos. Al final los rusos los tenían erróneamente como alemanes
relacionados a las comunidades de “alemanes del Volga” llevadas a Rusia en el siglo
XVIII por la emperatriz Catalina II La Grande; pero como observamos no eran
“alemanes” en el sentido estricto de la palabra.
166.- La Entrada de los Eslavos a la Historia.
Los pueblos eslavos constituían la sección más rezagada en su marcha hacia Occidente
de los pueblos indoeuropeos. Tenían la piel muy blanca, el pelo rubio y los ojos claros.
Pero se diferenciaban ya de sus primos germanos y celtas por una estura menor y
cráneos redondos. Su idioma original, el protoeslavo, estaba en sí bastante alejado de
las demás lenguas arcaicas indoeuropeas. Aparentemente, a comienzos de la Era
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Cristiana habitaban todavía en Asia Central. Desde ahí, siguiendo el curso natural de
los demás pueblos arios, empezaron a moverse hacia Europa, cruzaron los Urales y se
establecieron en las estepas casi despobladas de la actual Rusia. El origen de la
palabra “eslavo” es bastante controversial, pero es altamente posible que haya llegado
a nosotros a través del latín y griego del Imperio Tardío y que no sea otra cosa que
una derivación del concepto de “esclavo”.
Junto con los eslavos, en oleadas contemporáneas, llegarían a Europa, procedentes de
Asia, otros grupos nómadas, afines a los hunos y a los mongoles, en un estado e
civilización muy inferior a los eslavos. Son de mencionar, en primer lugar, los ávaros y
los búlgaros, que básicamente se infiltrarían en los Balcanes; y en segundo lugar los
grupos fino-ungrios: los magiares ocuparían la planicie de la actual Hungría, ejerciendo
fuerte presión sobre los germanos recién en proceso de cristianización, mientras que
otros grupos septentrionales ocuparían la actual Finlandia y parte del Báltico. Pero
sobre estos grupos asiáticos volveremos algo más adelante.
El movimiento desenfrenado sobre el Imperio Romano de los pueblos germanos que
ocupaban el espacio europeo centro-oriental, despobló y dejó vacantes grandes
regiones, que en su movimiento hacia el Oeste pasaron a ser ocupadas por los eslavos.
Ingresaron a la actual Ucrania, y desde ahí se desbordaron sobre la península de los
Balcanes. El siglo VI contempló el ingreso de estos nuevos invasores. El río Danubio
era todavía la frontera del Imperio Romano. Las poblaciones de las regiones de Moesia
e Iliria estaban bastante romanizadas, e inclusive, como es sabido, en la Dacia todavía
quedaba influencia cultural romana, a pesar de que las tropas romanas habían
evacuado la región hacia más de 300 años. Pero, de cualquier forma, las invasiones de
los siglos IV y V habían afectado mucho la situación cultural de las regiones
fronterizas. Ello permitiría grandes cambios en la estructura demográfica del Este de
Europa. Aparentemente afectó mucho el hecho de que los ostrogodos, al salir de Italia
y de la historia, dejaran de proteger la estratégica frontera de Panonia, que quedó
abierta a los nuevos invasores.
Ya en el reinado del emperador Justiniano, los eslavos atravesaron la frontera
danubiana y, como ya hemos visto, en 559 fueron derrotados por Belisario en las
mismas puertas de Constantinopla. El 583 los ávaros tomaron los pasos del Danubio y
el 619 llegaron también ante los muros de la capital imperial, siendo rechazados por el
emperador Heraclio, que por otra parte en ese momento resistía desde el lado asiático
el asedio de los persas sasánidas. Nuevamente, en 626 eslavos y ávaros atacaron
Constantinopla por tierra y mar, pero no pudieron superar las murallas de la ciudad.
Entre el 675 y el 681 los eslavos ocuparon gran parte de Tracia, Macedonia y Grecia, y
empezaron a establecerse en la región. A partir de ese momento, la estructura étnica
de gran parte de la península balcánica sufrió una modificación irreversible. El caso
concreto de Grecia lo veremos en un capítulo posterior.
Entonces, como vemos, el avance eslavo en el Sur fue contenido directamente por el
Roma, aunque gran parte de la Península de los Balcanes quedó habitada por estos
nuevos pueblos. La expansión eslava llegó a ocupar el Norte de la antigua Macedonia,
y toda la región de Iliria; en Carniola se detendría, ante la avanzada germana de lo
que después sería Austria. En la península balcánica sólo sobrevivirían, de las
poblaciones pre-romanas, los griegos, en realidad dentro de una extensión geográfica
bien restringida, además de los epirotas albaneses, emparentados lejanamente con los
griegos, y los habitantes de habla latina de la Dacia. Por ejemplo, en Dalmacia, alguna
vez una zona totalmente romanizada, los últimos restos de su lengua romance latina
se extinguirían a mediados de la Edad Media; sólo quedaría algo en las ciudades de las
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costas, pero ya no restos de su cultura latina vernácula sino más bien consecuencia de
la influencia posterior de las ciudades marítimas italianas (especialmente Venecia).
Paralelamente, en el mismo siglo VI continuaba el avance eslavo hacia Europa Central.
Los eslavos ocuparon toda la región del Vístula y alcanzaron la costa del mar Báltico en
Pomerania, Bohemia, etc., territorios que los germanos habían dejado despoblados. El
avance eslavo hacia la Germania propiamente dicha fue tal que el futuro límite
temporal entre los germanos y los eslavos se fijó, en términos aproximados, en el río
Elba, en lo que alguna vez había sido el interior de la Germania pre-romana, la cual
quedó, entonces, quedó sumamente reducida. Recordemos que hasta la batalla de la
Selva de Teotoburgo este río era el límite de la expansión romana dentro de una
Germania que se extendía mucho más al Este. Entonces, la labor de protección del
germanismo en el Este quedó a cargo de los últimos pueblos fronterizos: los sajones,
turingios y bávaros. Al Este quedarían las tribus eslavas, tales como los vendos,
sorbos, etc.
De cualquier forma, estos avances eslavos hacia el Sur y el Oeste, no afectaron el
hecho de que los pueblos que después conoceríamos como rusos se mantuvieron en el
espacio del extremo oriental de Europa, ocupando las costas septentrionales del Mar
Negro o Ponto Euxino, asimilando a las poblaciones locales, y desde ahí extendiéndose
hacia el extremo norte del continente. Hacia el Este, su límite serían los montes Urales,
el límite histórico entre Asia y Europa. Más al Este quedaba el espacio asiático
despoblado o apenas habitado por pueblos mongoloides.
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SEXTA PARTE – LA ALTA EDAD MEDIA
167- Los Árabes.
Durante siglos la península arábica había desarrollado una civilización propia, bastante
influida por las culturas circundantes. Entonces, los árabes del siglo VII distaban
mucho de ser un pueblo al margen de la civilización, aunque sí podría decirse que,
salvo por contadas ocasiones, se habían mantenido alejados de las influencias directas
de la cultura occidental. Los beduinos árabes hacía siglos que transitaban por todo el
Oriente persa y romano, y Roma controlaba regiones de lengua árabe al Sur el Sinaí.
De cualquier forma, tenían un gran punto de unión con la civilización romano-cristiana:
la identidad racial y cultural con los pueblos hebreo y fenicio, y el cercano parentesco
idiomático con el arameo. La misma Biblia señala a los árabes como descendientes de
Abraham: cuando éste engendró a su hijo Isaac en su esposa legítima Sara, y nació el
que sería el antepasado del pueblo hebreo, Dios, para evitar rencillas entre Sara y su
esclava Agar, que le había dado ya otro hijo a Abraham, Ismael, determinó que esta
mujer y su hijo deberían alejarse de Sara e Isaac. Con el dolor del alma Abraham tuvo
que ordenarle partir, pero con la seguridad, dada por Yahvé, de que Él cuidaría de
ambos, y que Abraham tendría en Ismael una gran descendencia. Estaba escrito que
de Isaac provendría el pueblo escogido, pero que Ismael procrearía a otro gran pueblo.
Ya hemos mencionado que Alejandro vislumbraba poco antes de morir una gran
expedición a la conquista de Arabia. Quién sabe qué hubiera pasado si el proyecto de
Alejandro se hubiera hecho realidad. Conociendo su obra, seguramente hubiera habido
reinos griegos en gran parte de la península arábica y la helenización hubiera sido muy
fuerte en las costas. Pero así como la Batalla de la Selva de Teotoburgo preservó la
cultura alemana, la muerte prematura de Alejandro permitió la continuidad de la
árabe. De cualquier forma, la relación entre los múltiples reinos árabes y los reinos
helenísticos, primero, y Roma, después, fue muy profunda. En el período de grandeza
de Roma, bajo los Antoninos, las escuadras mercantes romanas, griegas y fenicias
cruzaban constantemente en ambos sentidos el estrecho de Adén en ruta hacia la
India. Los reinos árabes al Este y Sur de Palestina estaban ampliamente helenizados, y
en gran medida eran Estados dependientes de Roma. Es famoso el próspero reino
nabateo, con capitalidad en Petra, centro comercial de las caravanas del desierto. La
región de Yemen, al Sur de Arabia, la zona más desarrollada de la región y muy
poblada, estuvo inclusive sujeta a la supremacía de los emperadores cristianos de
Etiopía, en su carácter de subordinados el emperador romano de Constantinopla. Por si
fuera poco, el Judaísmo y el Cristianismo estaban fuertemente asentados en la
península, especialmente en el Sur, así como entre numerosas tribus beduinas. Pero la
religión tradicional pagana era todavía mayoritaria, y la falta de unidad política había
mantenido al pueblo árabe tan sólo tangencialmente como actor de la historia.
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168.- Mahoma y el Surgimiento del Islam.
Alrededor del año 570 D.C. nació en La Meca Mahoma, el que sería el creador de una
tercera religión bíblica, el Islam. Casado con una rica viuda, tuvo en ella a su única hija
Fátima. A los 40 años su vida tuvo un vuelco espectacular, que lo derivó a la religión.
La tradición indica que el Arcángel Gabriel fue quien le inculcó los principios de una
nueva fe, y quien luego le dictaría el Corán, el libro sagrado del Islam. La nueva
doctrina religiosa sería en realidad una variante muy simplificada de la religión judeocristiana, ampliamente basada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, pero
con una diferencia esencial: el papel de Jesucristo. El Islam de Mahoma entendió a
Jesucristo como uno de los más grandes profetas enviados por Dios a la Tierra, pero
no como hijo de Él, sino como un hombre privilegiado; de cualquier forma, tal fue la
importancia de la figura de Jesús para la doctrina mahometana, que reconoció sin
ambigüedades la concepción virginal de él por su madre María. Esto hizo que la virgen
María y su hijo ocuparan un lugar de honor para el Islam. Pero la relación con el
Cristianismo fue más allá, puesto que hasta Juan el Bautista recibió especial
reconocimiento en la nueva fe. La relación con el Judaísmo fue todavía más intensa,
pues recogió toda la tradición bíblica pre-cristiana, y mantuvo la asociación religiosa
del pueblo árabe con el Patriarca Abraham a través de la persona de Agar e Ismael.
Todo esto quedó plasmado en el Corán.
El Islam aprovechó una gran ventaja por sobre el Cristianismo: su simplicidad
teológica. Mahoma expresó que no había más que un Dios, y que Mahoma era su
profeta definitivo. La posición de Mahoma en la nueva religión es conocida, pues quedó
consagrado como el último gran profeta de la tradición bíblica, continuador de los
antiguos patriarcas hebreos, de los grandes profetas, de Juan el Bautista y Jesucristo.
Pero Mahoma nunca se consideró, ni es considerado, “Hijo de Dios”, sino un simple
mortal que recibió el encargo de Dios de predicar la forma definitiva de su fe. Acá
viene el otro punto, que la gente no comprende siempre del Islam: se consideró a sí
misma una fe verdaderamente monoteísta, a diferencia del Cristianismo, que estaba
contaminado de elementos politeístas. Para el Islam sólo existía Dios, y nada más. El
nombre Alá o Allah que se le da al Dios de Mahoma en sí no es el nombre de un dios,
sino simplemente la palabra que se da en idioma árabe a nuestro Dios. Los profetas
era todos, inclusive Mahoma, gestores de Dios. Por ello, el problema teológico de la
Santísima Trinidad, esto es, “Tres Personas distintas y Un solo Dios Verdadera”, a los
ojos del Islam naciente, era una práctica que se alejaba del verdadero monoteísmo
bíblico. Si a esto se agregaba que los cristianos veneraban imágenes, de Jesús y de la
virgen, y hasta reliquias de los santos, y que, peor aun, consideraban a los santos
como intermediarios ante Dios, para los musulmanes el Cristianismo había degenerado
en una forma abiertamente politeísta. Cuando uno analiza todos los problemas
teológicos del Cristianismo que hemos ya comentado, y los confrontamos con la
simplicidad religiosa del Islam, donde no hay nada entre el único Dios y el hombre, y
no hay necesidad de buscar formas complicadas para definir diferencias de opinión
doctrinal, entendemos por qué el Islam prendió tan rápido en el pueblo árabe, que ya
había sido renuente a adoptar el Cristianismo.
La primera etapa de predicación de Mahoma, en la que obtuvo algunos conversos en
su ciudad natal, provocó que tuviera que huir de La Meca, antes las amenazas de
muerte, escapando a Medina. Esta fuga desde La Meca a Medina, el año 622 A.C.,
conocida en árabe como la Hégira (Huida), determina el comienzo de la era
musulmana. En los 10 años siguientes, desde su centro en Medina, Mahoma extendió
la nueva fe a toda la península arábiga, convirtiendo a toda la población pagana.
Cuando sus fieles conquistaron finalmente La Meca, centro del paganismo árabe,
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Mahoma mandó destruir todos los ídolos y símbolos paganos. No obstante, la famosa
piedra negra de La Kaaba pasó a ser considerada como símbolo de la nueva fe. Y,
como dato importante, Mahoma perdonó las imágenes de la virgen María y el niño
Jesús. Esto fue coincidente con la postura de Mahoma frente a los cristianos y judíos:
mientras los paganos fueron obligados forzosamente a la conversión, los judíos y
cristianos, Pueblos del Libro, creyentes en el verdadero Dios, aunque con una
interpretación en su opinión equivocada, fueron dejados en libertad de continuar con
sus prácticas religiosas, sin ser molestados. Sólo se les exigiría el pago de un impuesto
adicional por practicar su religión, y limitaciones en cuanto al uso de armas y montar a
caballo.
Muerto Mahoma, el año 632 D.C., sus sucesores, con el título de Califas, iniciaron la
expansión de la nueva fe más allá de Arabia. Entrarían en conflicto con los debilitados
Imperios romano y persa. Es muy importante tener en cuenta que para dichos
momentos, el Islam desarrollado por Mahoma estaba todavía tan cercano a sus raíces
bíblicas, judías y cristianas a la vez, que, para un espectador contemporáneo, hubiera
parecido más una versión herética del Cristianismo tradicional, y mucho más tolerante
que éste, que una nueva religión. Esto explica en gran medida por qué su expansión
fuera aceptada con bastante facilidad en las regiones de Cristianismo herético del
Imperio Romano.
169.- La Avalancha Islámica sobre el Mundo Romano.
El año 635, apenas tres años después de la muerte del Profeta, los árabes islamizados
iniciaron su expansión evangelizadora. Su éxito sería uno de los casos más
espectaculares de expansión de la historia universal, pues en el curso de 100 años
habrían conquistado a gran parte de las regiones civilizadas de la Tierra. Y fue ayudada
por una circunstancia extra: la guerra entre romanos y persas había terminado el año
630, con una victoria romana verdaderamente pírrica. Los dos grandes Imperios de la
Antigüedad Tardía habían quedado desgastados, e incapacitados de emprender una
nueva aventura militar. Tal vez este status quo hubiera durado una generación más,
de no ser por la irrupción de los nuevos conversos árabes, enfervorecidos con la nueva
fe del Profeta. Y aquí se presenta, para Roma, una de las grandes paradojas de la
historia: su último gran emperador, Heraclio, vencedor de los persas zoroastrianos,
defensor del Cristianismo, liberador de Jerusalén, restaurador de la Santa Cruz, que
pocos años atrás había efectuado un esfuerzo sobrehumano de recuperación, tuvo que
ver, casi impasible, seguramente impotente, como su propia obra se desmoronaba. El
ejército fronterizo imperial no estaría preparado para una nueva guerra, ahora contra
un agresor del cual jamás hubiera imaginado amenaza alguna, psicológicamente más
motivado que cualquier ejército mercenario del cual Roma pudiera disponer.
Además, los problemas teológicos en el Imperio Romano habían ya creado un dique
emocional, de corte nacionalista, en Siria y Egipto. Cuando el Imperio Romano fue
latino y tolerante, todas las provincias se sentían parte de un proyecto multinacional
común; cuando el Imperio pasó a ser dominado por griegos religiosamente
hegemónicos, este sentimiento de pertenencia común se marchitó. Por ello, los
semitas sirios y los camitas egipcios, ambos pueblos mayoritariamente cristianos
monofisitas, no opondrían mayor resistencia particular a lo que entonces se veía como
una nueva religión bíblica, ampliamente tolerante, que respetaba sus formas religiosas
más que los funcionarios imperiales griegos.
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El año 634 los árabes entraron a la Palestina romana, tras derrotar a las pocas fuerzas
que el Imperio cristiano pudo oponerles. Jerusalén, ciudad mayormente ortodoxa, se
rindió sin pelear en 637. El propio Patriarca de la ciudad recibió al Califa, y hasta le
ofreció que oraran juntos en el Santo Sepulcro. El Califa, humildemente, rehusó
ingresar a la iglesia, pues sabía que de hacer esto más temprano que tarde sus
seguidores habrían convertido en mezquita todo lugar donde él hubiera invocado el
nombre de Dios. Este es el espíritu tolerante con que los árabes musulmanes iniciaban
su conquista del mundo romano.
La conquista de Siria siguió su curso, y quedó rápidamente completada para el año
636. Damasco y la vieja Antioquía de los Seléucidas cayeron en manos musulmanas.
Recién en las montañas de Asia Menor, donde el elemento helenizado era mayoritario,
las tropas imperiales romanas pudieron poner un dique de contención a la expansión
musulmana.
Paralelamente, había empezado la lucha por Egipto. Tras la derrota romana en
Heliópolis, en 640, el país interior, de religión copta monofisita, fue fácilmente
ocupado. Alejandría, ciudad griega por antonomasia, resistió bravamente, pero se
rindió en noviembre de 641 tras un largo sitio de año y medio. El efecto psicológico de
la caída de la gran capital de Egipto y de la pérdida de los recursos económicos y
agrícolas de la provincia fue tremendo para el mundo romano. Pero la ciudad –junto
con su Hinterland- fue prontamente reconquistada por los romanos, y acá se produce
la lucha final de la ciudad, la cual, con todos sus medios, ayudada por la asistencia
marítima desde Constantinopla, resistió hasta el momento de su caída final en 646,
tras una larga y valiente defensa romana. Todavía en 654 tuvo lugar un segundo –y
también fallido intento- imperial de recuperar la ciudad. Nunca más volvería a manos
imperiales.
Tras esto, Alejandría, que ya estaba en ruinas tras la larga resistencia, fue en buena
medida destruida por los conquistadores para impedir que se convirtiera nuevamente
en una base fuerte de la resistencia romana. Así acabó sus días la vieja ciudad de
Alejandro y Ptolomeo, quedando reducida a poco más que una población carente de
mayor significado. Dejó de ser para siempre la gran metrópoli griega y la capital
política de Egipto, y como tal desaparece prácticamente –hasta tiempos de Napoleónde la historia. Los árabes fundarían una nueva capital, alejada del mar y del peligro de
las escuadras romanas, musulmana desde su origen, El Cairo, cerca de donde alguna
vez había estado la antigua Menfis faraónica. Una triste consecuencia de esta
conquista sería la destrucción definitiva de la Gran Biblioteca de Alejandría, la cual ya
hemos previamente referido.
Después de esto, en 647 los árabes siguieron su senda expansiva por el Norte de
África. El próximo campo de batalla fue la provincia de África, de población cristiana
latina, pero ya diezmada por las guerras contra los beréberes, la desertificación y las
plagas. A pesar de los problemas políticos que vivía la península púnica, por lo menos
ahí los romanos pudieron hacerse fuertes y detener por medio siglo la arremetida. Por
última vez aparece la vieja Cartago en la historia universal. La metrópoli romana de
África resistió medio siglo a los invasores, como último baluarte imperial. Finalmente,
cuando la acosada y convulsionada Constantinopla no pudo hacer nada para auxiliarla,
se rindió el año 698. Habiendo dejado de existir el exarcado de África, los
conquistadores sometieron y convirtieron a las tribus beréberes moras del Magreb.
Desde ahí entrarían a Europa.
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Es este el momento en que el destino de nuestros antepasados ibéricos se entremezcla
con el de los otros pueblos del antiguo Oriente romano. El año 711 los moros
islamizados, bajo las órdenes del célebre Tarik, cruzan lo que desde entonces se llama
el Estrecho de Gibraltar. La leyenda española responsabiliza de permitir el paso al
famoso traidor el conde Don Julián, gobernador de Ceuta. Pero este nombre no es
visigodo, sino latino, de lo que se infiere que seguramente se trató del último
funcionario imperial que custodiaba las Columnas de Hércules, que al rendirse dejó
libre el tránsito de los musulmanes a Hispania, de población totalmente latinizada y
católica. El resultado fue estremecedor para la península, pues en una sola batalla,
Guadalete, también llamada Janda, el mismo año de 711 derrotaron al último rey
visigodo, Roderico, el Don Rodrigo de la leyenda, y casi sin resistencia ocuparon
prácticamente la totalidad de la península. Sólo se salvó de la ocupación la franja más
septentrional de la misma, sobre el Cantábrico, la actual Asturias. Ahí, prácticamente
de espaldas al mar, el último señor visigodo, Don Pelayo, en la Batalla de la
Covadonga del año 718, detuvo la marea árabe y salvó a su montañosa región. Esta
batalla se considera el comienzo de la Reconquista cristiana de España.
Pero todavía las fuerzas árabes, ya desgastadas en su avance, cruzaron los Pirineos y
entraron a la Galia católica, gobernada por los francos. Ahí los árabes avanzaron hasta
Poitiers, pero por causas imposibles de definir, fueron derrotados en toda la línea el
año 732 por las fuerzas francas comandadas por Carlos Martel, Mayordomo de Palacio
de los subreinos de Austrasia y Neustria. Derrotados, las fuerzas islámicas cruzaron de
vuelta los Pirineos, que pasó a constituir por un tiempo el límite de sus conquistas en
Europa.
Pero, en el Este imperial y en el Mediterráneo, la lucha continuaba. El año 648 los
árabes tomaron Chipre y el año 653 cayó Armenia. Si bien Asia Menor permaneció en
gran parte como territorio romano, las fuerzas árabes fueron capaces de invadirlo
constantemente y saquearla, amenazando con conquistar la última base defensiva
imperial en Asia.
En estas circunstancias, entre los años 663 y 668 por motivos estratégicos el
emperador Constante II procuró devolver la capitalidad del Imperio desde
Constantinopla a Roma, todavía territorio imperial. Después nos referiremos en detalle
a este tema.
El año 673 las fuerzas navales y terrestres árabes sitiaron por primera vez, durante 6
largos meses, Constantinopla. Pero la ciudad resistió gracias a la solidez de sus
afamadas murallas, y al famoso Fuego Griego, un compuesto inflamable, que no se
apagaba en el agua, inventado por un sabio constantinopolitano, cuya composición fue
por mucho tiempo un secreto de Estado, y hasta hoy su fórmula es desconocida. Esta
arma secreta destruyó la escuadra árabe sitiadora. La victoria romana en 677 salvó al
Imperio, amenazado por los árabes por el Oeste y Este, y por los eslavos y búlgaros en
el Norte.
Entre los años 717 y 718 tuvo lugar el segundo sitio de Constantinopla por los árabes,
que también fracasó. El año 739 las tropas imperiales derrotaron a los invasores
árabes en Anatolia, estabilizando la frontera. El emperador Constantino V inició entre
741 y 775 contraataques en Chipre y Armenia, y en 778 León IV los expulsó
definitivamente de Anatolia. Esto detuvo el ímpetu islámico.
No obstante, todavía seguirían victorias parciales árabes posteriores, como la toma de
Creta en 826, que se convertiría en una base de piratas árabes, y la inesperada
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conquista de Sicilia, todavía de civilización griega y dependencia imperial, entre 827 y
878, llevada a cabo por musulmanes norafricanos. Esta conquista desembocaría en la
destrucción de la vieja Siracusa, que acá desaparece de la historia. O el
psicológicamente terrible asalto de Roma por una escuadra árabe en 846, que resultó
en el saqueo del Vaticano. Además, desde su base siciliana, por un corto tiempo los
árabes pusieron pie en partes meridionales de la península itálica. En 840 y 842
avanzadas árabes se apoderaron de Tarento y Bari, y para 905 conquistan Regio.
Recién a mediados del siglo X las tropas imperiales consiguen desalojar estas
avanzadas árabes en suelo propiamente italiano.
Pero finalmente se había llegado a un status quo entre el mundo cristiano, griego o
latino, por un lado, y el árabe musulmán por el otro. Por un tiempo la frontera correría,
en Asia Menor, al Norte de Cilicia y en Armenia; en el Mediterráneo, por Creta, Sicilia y
las Islas Baleares, y en España, al Sur de los Pirineos y de Asturias.
El mundo cristiano logró en ese momento clave detener en los dos frentes de batalla el
ataque en forma de pinza de los musulmanes, bien en Oriente, ante los muros de la
Nueva Roma, o en Occidente, gracias a los francos y los restos de la aristocracia
visigoda, y el efecto fue global para toda una cultura. Si Carlos Martel no hubiera
vencido en Poitiers a la -afortunadamente ya para entonces debilitada- vanguardia
árabe que venía de España, o si Constantinopla no hubiera resistido como lo hizo,
hubieran condenado a la débil Europa Occidental a enfrentar desde el Oeste o el Este
una invasión árabe que no hubiera podido detener. Históricamente, ambas victorias
van de la mano una de la otra, aun y cuando oficialmente no hubiera habido
coordinación militar alguna entre francos y romanos orientales. Diferentes regiones de
una misma civilización luchaban por un mismo fin, cada una en su ámbito geográfico
propio.
Claro que el mayor peligro se vivió ante los muros de Constantinopla, pues ahí el
ataque fue frontal. La caída de la ciudad hubiera significado el fin prematuro de lo que
quedaba del Imperio Romano. Y seguramente nada hubiera detenido en el siglo VIII el
avance musulmán por unos Balcanes despoblados y arruinados por las invasiones
eslavas. Esto hubiera dejado al resto del Cristianismo latino atacado desde el Este, en
Italia y Germania. Considerando que gran parte de los germanos, y todos los eslavos,
búlgaros y magiares, eran todavía paganos, su conversión al Islam hubiera sido
inmediata, y seguramente, Italia, los territorios de la Galia y Germania del reino
franco, y las Islas Británicas, hubieran sido las últimas entidades políticas cristianas de
Europa.
170.- La Expansión Islámica hacia el Este y el Sur.
En las líneas anteriores hemos analizado la parte verdaderamente atingente a
Occidente de la expansión islámica árabe. Pero ello fue en realidad sólo lo relativo a la
conquista de territorios cristianos. Con la misma fuerza con que los árabes se
expandieron hacia el Norte y Oeste, lo hicieron hacia el Este. El año 637 ocuparon
Mesopotamia, parte territorio romano y parte persa. En dicha región, si bien bajo
dominio persa, existía un muy alto porcentaje de población cristiana, esencialmente
nestoriana. El 642 derrotaron a las fueras del Gran Rey, y en el período que medió
hasta 651 conquistaron todo el Imperio persa, donde la religión oficial era el
zoroastrismo. Desde ahí ocuparon las regiones bactrianas y la parte occidental de la
India, la región del Indo. Por el momento ahí quedó limitada la expansión árabe en
esas regiones.
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Posteriormente, con el curso de los siglos, a través de la conversión de otros pueblos,
y ya no por obra propiamente árabe, el Islam se propagaría a gran parte del Asia
Central, el Norte y Este de la India, la península malaya, las islas de Indonesia y el Sur
de Filipinas. En África, por mucho tiempo el Islam estaría confinado al Norte del
Sahara. Avanzaría lentamente al Sur de Egipto, donde reinos cristianos sudaneses y el
Imperio etíope lo detendrían por siglos. Pero por influencia árabe avanzaría por las
costas de África Oriental. Más recientemente traspasaría el Sahara, hacia el Sur,
ingresando con fuerza al África Negra, casi hasta el Golfo de Guinea. Ahí se encontraría
con un nuevo Cristianismo, introducido también en época tardía, durante la época
colonial, por misioneros europeos.
Y, desde luego, no podemos olvidar la labor de los turcos, que llevaron el Islam a
donde nunca pudieron llevarlo los árabes: Anatolia, la propia Nueva Roma y todos los
Balcanes, todas las costas del Mar Negro, y en fin, en dos ocasiones casi hasta las
puertas de la Viena alemana. Pero todo esto ya es otra historia.
171.- Los Califatos de Damasco y Bagdad.
Políticamente, la estructura del así nacido imperio árabe original fue muy de
interesante. Los sucesores del Profeta asumieron el título de Califas. Los primeros 4
califas, emparentados directamente con Mahoma, se sucedieron en el poder desde 632
hasta 661. Al final del período comenzaron las guerras civiles. El cuarto Califa fue Alí,
sobrino y yerno de Mahoma, casado con su hija Fátima. Habiendo sido asesinado, sus
seguidores reclamaron exclusivamente para los descendientes de Alí y Fátima el título
de Califa, considerando como meros usurpadores a los tres primeros califas y dieron
nacimiento a lo que sería la versión Shiíta del Islam. El resto de la comunidad
musulmana, la parte mayoritaria, representaría la versión Sunita de la fe musulmana.
El año 661 el quinto califa, Moavia I, fundó la dinastía de los Omeyas, con capital en
Damasco, que en su momento llegó a gobernar todo el mundo islámico, desde los
Pirineos hasta la India. El régimen de los Omeyas fue derrocado por una revolución, y
el año 759 asumió el poder la nueva dinastía Abasida, que estableció su capital en
Bagdad, ciudad especialmente fundada en 762 como capital imperial musulmana.
Doscientos años después sería una de las ciudades más pobladas del mundo. Esto
cambió el centro de poder desde Siria a Mesopotamia. Además, reemplazó un gobierno
centrado en el dominio político de árabes puros, pero afincado en un ambiente todavía
muy cristiano y helénico, por uno más abierto a los musulmanes no árabes ni
arabizados y en un ambiente más islamizado. Se iniciaría un período de mayor
influencia del islamismo persa en la conducción del Islam. No obstante, comenzaría a
resquebrajarse la unidad política del mundo musulmán, con el surgimiento de emiratos
independientes en los puntos más remotos.
En el curso del siglo IX el resquebrajamiento político se generaliza, y a partir del año
936 desaparece casi absolutamente la importancia política del Califa, cuya autoridad
efectiva queda reducida exclusivamente a parte de Mesopotamia. Al mismo tiempo,
cismas políticos y religiosos determinan el surgimiento de sectas fanáticas y rivales
musulmanas (famosa sería la secta de los Asesinos, cuyo nombre se ha perpetuado
hasta en las lenguas europeas), e inclusive, rivalidades dinásticas permiten el
surgimiento de dos califatos rivales, uno, el Fatimita de Egipto, en 969, y el otro, el de
Córdoba, en España, en 929. En el siglo XI aparecen en la historia los turcos
selyúcidas, que pasan a dominar el califato árabe, el cual por 200 años carecerá ya de
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toda importancia política. El año 1258 los mongoles destruyeron Bagdad, acabando
para siempre con el califato abasida, y poniendo fin a la Edad de Oro de la cultura
musulmana. Pero para ese entonces las tropas musulmanas, lideradas ya por jefes
locales, habían llegado hasta el Sudeste de Asia, el Sur de China, ocupado todo el
Turquestán y el Norte de la India. El Islam ya estaba firmemente establecido como
religión si no mayoritaria al menos dominante en gran parte del mundo civilizado.
172.- La Civilización Árabe Medieval.
La conquista árabe tuvo el efecto de crear una civilización homogénea, que se extendía
desde los Pirineos hasta el Indo, una zona única de libre comercio e intercambio
comercial como nunca se había conocido en la región. Además, trajo consigo un
proceso de arabización, paulatino, pero constante, que permitió al idioma árabe ocupar
el lugar que alguna vez correspondió al griego koiné o al latín. Sólo en Persia
sobrevivió, a pesar de la conversión al Islam, el idioma tradicional. No obstante, se
adaptó la escritura arábiga, como la hebrea, escrita de derecha a izquierda. Pero en las
regiones de lengua semítica del Cercano Oriente, las lenguas locales fueron absorbidas
por el muy cercano árabe. El arameo sobreviviría sólo en aldeas cristianas aisladas del
Líbano y Siria, y el siríaco en la liturgia monofisita. Pronto el árabe sería la lengua de
las poblaciones nativas no griegas. De cualquier forma, en Siria y Palestina el cambio
cultural no fue tan radical como podría parecer, pues los árabes conquistadores,
carecientes de una capacidad administrativa propia, recurrieron al elemento preparado
griego para que mantuviera en funcionamiento las instituciones administrativas del
Imperio Romano. De hecho, hasta algo más de 50 años después de la conquista árabe
(aproximadamente hasta la década del 690 D.C.), el griego continuó siendo utilizado
como lengua hablada y escrita de la administración musulmana de Siria y Palestina. De
hecho, la cultura griega siguió floreciendo en la región durante los 100 ó 200 años
siguientes a la irrupción musulmana. Por ejemplo, San Juan Damasceno, máximo
pensador de la Iglesia Ortodoxa griega durante gran parte de la mal llamada Era
Bizantina, vivió toda su vida bajo el régimen árabe, siendo consejero del Califa, a la
sazón residente en Damasco. Entonces, como se aprecia, el griego sobrevivió con
bastante fuerza en las regiones greco-parlantes o de mayoría griega del antiguo
Oriente romano.
En el África camítica la arabización fue más lenta. En Egipto el idioma griego sufrió
mucho, especialmente por la ya mencionada ruina de Alejandría, el gran foco
helenístico. El idioma faraónico, o más bien su forma evolucionada de la época
romana, que se había vuelto lengua oficial del Cristianismo egipcio, fue más difícil de
erradicar. Pero a la larga, en la medida que el Islam avanzaba en el país, el egipcio
faraónico quedó, cada vez más, reducido a lo que es actualmente, la lengua litúrgica
de los cristianos coptos. Sorprendente fue el caso del África romana, donde una región
total o casi totalmente latinizada, se arabizó e islamizó en un lapso de tiempo
absolutamente corto. Puede haber ayudado mucho el hecho de que el substrato
lingüístico fenicio-púnico nunca desapareció del todo. Aparentemente, todavía en
tiempos de San Agustín un sector del bajo pueblo de la Provincia de África hablaba un
dialecto púnico. Y como sabemos, este dialecto semita estaba emparentado con el
árabe. Mucho más fuerte fue la persistencia de las lenguas beréberes, también
camitas, de la llamada entonces llamada Mauritania. De hecho, estos dialectos aun
coexisten con el árabe en la región.
En Europa el árabe se habló en dos regiones distintas: España y Sicilia. En ambos
lugares, el idioma fue introducido desde el Norte de África, y si bien se convirtió en
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lengua oficial, y en idioma de gran parte de los habitantes islamizados, nunca
reemplazó en el habla popular, al latín evolucionado de los cristianos españoles o al
griego de los cristianos sicilianos. Y en estas dos regiones es donde el idioma y la
civilización árabes pasaron a dejar una huella indeleble en nuestra propia cultura
occidental. La civilización que se desarrolló ahí, y a la que luego haremos mayor
mención, influiría notablemente en muchos aspectos psicológicos, arquitectónicos,
paisajísticos y lingüísticos de la población local y de sus descendientes. En el idioma
castellano, en concreto, y en otras lenguas neolatinas de la Península Ibérica, como el
portugués o el catalán, en forma similar, alrededor del 12% de las palabras existentes
tienen un claro origen etimológico árabe, ello sin nombrar, gran parte de las
designaciones geográficas del Sur de España y Portugal. Basta considerar que en
castellano la forma invocar a Dios, para decir “Dios lo quiera”, no es otra que una
expresión claramente arábiga Ojalá. Se trató de voces que, indudablemente, han
convertido al castellano en uno de los idiomas más ricos de Europa. Por ello, desde
España y Sicilia, infinidad de voces árabes pasaron al resto de Europa. De las voces
derivadas de España, no es necesario dar ejemplos, pero del caso siciliano, vale la
pena nombrar la palabra Almirante.
Los árabes llegaron a permitir el desarrollo de una civilización particular. En realidad
no fue una civilización “árabe”, sino una cultura en la que el idioma y la tolerancia
árabes adoptaron los principios artísticos y científicos de los muy cultos pueblos
conquistados. Los árabes eran un pueblo básicamente de beduinos, con escasa cultura
urbana. Pero conquistaron regiones altamente civilizadas, que no habían sufrido, en su
mayor parte, el ataque de las invasiones bárbaras. Ahí la civilización antigua había
continuado su curso ininterrumpido. Pero añadieron algo que los romanos y persas del
siglo VII habían sido incapaces: orden político, libertad religiosa y de pensamiento,
dentro de los cánones del Islam tradicional, y una estructura política única que iba
desde los Pirineos hasta la India. Por un período largo de la historia hubo un solo
Imperio árabe, primero con capital en Damasco, y luego en Bagdad. El intercambio
comercial y la libertad de viajes convirtieron, como ya se ha señalado, al árabe en un
rico idioma comercial y literario. Además, libre todo el Oriente de conflictos teológicos
y de presiones oficiales que limitaran la expresión cultural, fue posible, inclusive,
adaptar a la nueva civilización musulmana el pensamiento de grandes filósofos y
científicos de la Antigüedad, que por ser paganos no eran adecuadamente estudiados
ni siquiera por los cultos griegos de Constantinopla.
Desde un punto de vista arquitectónico, el estilo de construcción árabe musulmana se
basó fundamentalmente en modelos romanos y bizantinos. La forma de las mezquitas
deriva básicamente de la basílica romana y de su sucesora la iglesia cupular bizantina.
De ahí deriva, por ejemplo, el gran parecido que pudieran tener las más importantes
mezquitas del mundo musulmán con la catedral de Santa Sofía de Constantinopla. El
Islam no permitió, a diferencia del arte clásico y cristiano, la reproducción de figuras
humanas y de animales, y mucho menos la imagen de Dios. Pero esto fue
brillantemente superado a través de la figura del arabesco, represtaciones gráficas y
artísticas de textos del Corán, con una calidad de decorado sorprendente.
Del Oriente helenizado o semi-helenizado romano, los árabes adoptaron grandes
elementos de pensamiento de la filosofía griega. La filosofía griega fue traducida al
árabe, y en esta traducción el pensamiento de Aristóteles, a través de España y Sicilia,
llegó a le Europa medieval latino-germánica. Esta influencia árabe sobre Occidente se
dio antes de que las obras originales en griego llegaran desde Constantinopla, ya en la
etapa final del Imperio Romano helenizado; y antes de que, en el siglo XIII, Santo
Tomás de Aquino “cristianizara” a la filosofía aristotélica. Las matemáticas griegas y la
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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
astronomía persa fueron adaptadas y profundizadas por los sabios árabes, quienes
inventaron nuestro actual sistema matemático, muy superior a los numerales
romanos. Los números inventados por los árabes, en forma estilizada, fueron
adoptados por los europeos, tanto de cultura griega como latina. Los matemáticos
árabes, especialmente de El Cairo, desarrollaron el álgebra.
En fin el hecho es que la civilización árabe fue el único parangón que tuvo durante la
Alta Edad Media la llamada civilización bizantina. Ahora bien, respecto al retroceso
cultural en la Europa Occidental, la civilización árabe era un halo de luz, mucho más
cercano para los europeos occidentales que lo que podía ser en ese momento la para
ellos ininteligible civilización bizantina.
173.- Cristianismo y Judaísmo bajo el Islam Árabe.
Contra lo que pudiera creerse, y como ya hemos señalado, la conquista árabe y el
proceso de islamización se dieron dentro de un amplísimo marco de tolerancia religiosa
hacia la fe de las poblaciones conquistadas. Un motivo de esta tolerancia derivaba de
la necesidad de los árabes musulmanes de afianzarse en territorios en los que por
muchos siglos siguió habiendo mayorías cristianas, y que no tenían problemas en
aceptar un suave dominio extranjero pero que no hubieran soportando una
persecución religiosa estatal. Además, los árabes conquistadores impusieron muy
convenientes impuestos específicos a los cristianos dominados, y realmente no les
convenía que disminuyera la cifra de contribuyentes no musulmanes.
Como hemos señalado, la conquista musulmana de Siria, Palestina y Egipto permitió a
las iglesias monofisitas locales vivir en paz y tranquilidad, sin ser acosadas por la
iglesia oficial católico-ortodoxa de Roma y Constantinopla. Es más, en la Mesopotamia
persa se le otorgó la libertad a los cristianos locales de vivir su fe sin la presión
zoroastriana adversa que les significaba profesar la fe de los odiados romanos. Si bien,
en la medida que el Islam fue afianzándose en estas regiones y el Cristianismo
decreciendo, nuevos líderes más fanáticos o ambiciosos empezaron a coartar las
libertades de sus súbditos cristianos, esto se debió más a problemas políticos que a
una política organizada del Islam en sí. Esto vale tenerlo en cuenta.
Ahora bien, esta tolerancia del Islam hacia el Cristianismo y el Judaísmo derivó
básicamente de las raíces bíblicas comunes a las tres religiones: se trataba de
religiones del “Libro” y todas adoraban a un mismo Dios. Ya hemos explicado como el
propio Mahoma respetó los símbolos cristianos y judíos de la península arábiga.
Entonces, bajo el suave dominio árabe, se estableció una estructura político religiosa
muy especial en las regiones cristianas. El caso del Norte de África fue muy particular,
pues ahí el Cristianismo, que inclusive había dado a la iglesia latina un San Agustín, se
esfumó rápidamente. Aparentemente hacia el siglo XII desaparecieron los últimos
restos del Cristianismo en la región. Después de la conquista árabe la vieja Cartago
romana y la Hipona de San Agustín quedaron abandonadas y fueron cubiertas por las
dunas. El centro político de la península púnica pasó a ser la nueva ciudad árabe de
Túnez.
En Egipto, Siria, Palestina y Mesopotamia la situación fue distinta. Los musulmanes,
habiendo conquistado la región, se convirtieron en los amos y dominadores, ejerciendo
el poder político. Mas en el período inmediato a la conquista fueron un grupo
minoritario. Cristianos y judíos pasaron a disfrutar amplia libertad religiosa y
comercial, y siguieron colaborando ampliamente en la administración pública del nuevo
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imperio árabe, pero a cambio de poder mantener su religión sufrieron ciertas
restricciones. Para muchos hombres ambiciosos sería fácil sortearlas, pero sólo
pasando por el proceso de conversión al Islam. Los cristianos quedaron impedidos del
uso de las armas, de montar a caballo, o de ascender a ciertos puestos claves que sólo
quedaron reservados a musulmanes. La estructura religiosa de las diversas
confesiones cristianas permaneció inmodificada y, a diferencia de la época romana,
pudieron coexistir. Los musulmanes fueron excelentes mediadores en los conflictos
entre los cristianos griegos y los cristianos de raigambre siria o copta.
Pero nunca más las iglesias cristianas pudieron replicar sus campanas, para no hacerle
sombra a los llamados a oración de los imanes desde los minaretes de las mezquitas.
Por lo general las más grandes iglesias de las ciudades fueron convertidas en
mezquitas, mientras que las iglesias más pequeñas permanecieron para el culto
cristiano. Pero, tal vez lo más importante, como ya acabamos de señalar, los
musulmanes impusieron a los cristianos un impuesto especial para el libre ejercicio de
su fe. No era un impuesto desproporcionado, pero sí una carga que poco a poco fue
haciéndose menos deseable para muchos habitantes de las regiones conquistadas. Así
empezó el largo proceso, todavía no concluido, de conversión de las poblaciones
nativas al Islam.
En Siria, Palestina y Egipto hay antecedentes que para la época de las Cruzadas,
alrededor del siglo XIII de Nuestra Era, todavía había mayoría de población cristiana.
Los coptos egipcios mantuvieron con bastante firmeza su distintividad religiosa y
cultural, especialmente considerando que su idioma camítico era distinto al árabe. Ahí
el proceso de arabización fue paralelo al de islamización. Todavía a mediados del siglo
XX en el Bajo Egipto (Sur) había mayoría copta y minoría musulmana. Alejandría
siguió existiendo como ciudad y puerto de cierta importancia, todavía con una fuerte
población griega. Ahí subsistió el tradicional Patriarca greco-ortodoxo, y junto a él se
mantuvo paralelamente un patriarcado copto. Pero el gobierno central del Egipto
musulmán fue traspasado a la nueva ciudad árabe de El Cairo, cerca de la antigua
Menfis faraónica. Ahí, cerca del poder musulmán pasarían a residir físicamente los
patriarcas griego y copto de Alejandría.
En Siria y Palestina, el elemento cristiano era también muy numeroso, posiblemente
aun mayoritario, a mediados de la Edad Media. En ciertas regiones, como las montañas
del Líbano, las grandes ciudades de lengua griega, los pueblos aislados, y en general
por toda la zona, estaba presente. Antioquía siguió siendo una importante ciudad
cristiana, Jerusalén mantuvo su mayoría cristiana y fue el centro de las tres religiones
monoteístas; el centro político fue trasladado a Damasco, pero inclusive ahí, en el
centro del Califato musulmán, los cristianos deben haber sido mayoría por muchos
siglos. Ahora bien, en el caso de los jacobitas sirios, enemigos de los griegos, y
emparentados con los árabes por la lengua semita común, la conversión al Islam sería
más rápida que entre los cristianos de religión greco-ortodoxa. A la larga, aun y
cuando este Cristianismo griego terminaría arabizándose, y el árabe reemplazo como
lengua litúrgica al griego, esta variante cristiana, unida psicológicamente al Emperador
de Constantinopla, fue más sólida que la iglesia siríaca.
El mismo caso se dio respecto a los judíos. Desde la época romana la población judía
estaba dispersa por la Diáspora. En Palestina eran ya muy pocos después de la
expulsión del siglo II, pero en las otras grandes ciudades de Oriente eran muy
numerosos, especialmente en Alejandría. Bajo el dominio árabe musulmán, mucho
más tolerante que el Cristianismo respecto a la fe del pueblo de Israel, los hebreos
mantuvieron la preponderancia que alguna vez habían tenido en el Oriente helenístico.
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Grandes centros judíos fueron Egipto, especialmente Alejandría y El Cairo, la España
musulmana, especialmente Córdoba, y Mesopotamia, esencialmente Bagdad. El idioma
árabe se convirtió en un gran vehículo cultural para los judíos. Además, los judíos se
convirtieron en el gran motor económico del imperio árabe, especialmente desde que
el préstamo a interés estaba vedado para cristianos y musulmanes. En este ambiente
cultural surgió Maimónides, judío cordobés, quien escribió en árabe, residió en El
Cairo, y es considerado uno de los más grandes filósofos de la historia universal en
general, y del Judaísmo en particular. Ahora bien, si bien los judíos fueron más sólidos
que los cristianos en el mantenimiento de su fe, fue también común el caso de
conversiones al Islam por motivos de diversa índole. Pero, de cualquier forma, los
judíos del Imperio árabe gozaron, mientras duró el Califato, de una libertad cultural y
económica muy superior a la que tendrían aquéllos judíos residentes en la Europa
cristiana.
174.- La Coexistencia de las Religiones en la España y Sicilia Musulmanas.
La tolerancia religiosa árabe fue especialmente famosa en España. Los árabes, o mejor
dicho los moros arabizados, estuvieron presenten en la península 800 años, a la que
llamaron orgullosamente Andalus o al-Andalus, en clara referencia, desde luego, a
Andalucía. Éste sigue siendo el nombre de toda España en lengua árabe hasta el día de
hoy.
Los árabes dirigieron la estructura estatal, primero de casi toda la península, y luego,
en la medida que la Reconquista cristiana avanzaba, retirándose cada vez más al Sur.
A pesar del largo dominio árabe, el Islam nunca llegó a ser mayoritario en la península,
ni siquiera en los territorios bajo dominio musulmán. El único Estado musulmán de la
península de población casi completamente musulmana fue el último emirato árabe
que subsistió, el de Granada. Pero ello se debió a que en él se concentraron los últimos
elementos islamizados de la península, cuando ya los cristianos habían reconquistado
inclusive casi toda Andalucía.
La gran masa de la población siguió siendo cristiana de rito latino. Hasta tuvo una
propia liturgia, heredada de la época visigótica. Pero también el elemento judío fue
especialmente importante, estableciéndose en las grandes ciudades de la España
musulmana, básicamente Córdoba, Toledo, Sevilla. La coexistencia de las tres
religiones fue ejemplar, a pesar de que eran comunes también las épocas de
intolerancia. No fue siempre perfecta, y finalmente llegó a su término, pero, mientas
duró enriqueció a todas las culturas involucradas.
Para los civilizados árabes españoles caía de vez en cuando el azote de las invasiones
de tribus moras fanatizadas del Norte de África, que perseguían a cristianos y
musulmanes. Llegó a ser común que los monarcas españoles, musulmanes y cristianos
por igual, se aliaran para defenderse de estos invasores marroquíes.
Esta gran amalgama permitió un intercambio cultural de las tres religiones bíblicas.
Existen hasta hoy diversos términos que dejan esto patente: se habla de mozárabes
para referirse a los cristianos de rito latino que vivían entre musulmanes; de
mudéjares, para referirse a los musulmanes que vivían en las regiones reconquistadas
por los cristianos hasta antes del siglo XIV; de moriscos, para designar a musulmanes
andaluces que fueron incorporados a territorios cristianos al final de la Reconquista; de
aljamía o aljamiada, para referirse a la forma literaria de escribir en idioma castellano,
pero utilizando caracteres árabes; o de sefarditas, en referencia a la palabra hebrea
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Sefarad (España), para referirse a los judíos españoles de habla castellana, que
inclusive escriben el idioma en caracteres hebreos. Al respecto, se llama ladino a este
castellano antiguo escrito en caracteres hebreos.
Muy similar fue el caso de la Sicilia musulmana. En esta isla el elemento cristiano
griego siempre estuvo presente mayoritariamente bajo el dominio árabe, y efectuada
la Reconquista de la isla, no ya por griegos sino por normandos de lengua francesa,
inclusive llegó a existir un largo período de coexistencia enriquecedora entre cristianos
nativos griegos, musulmanes, e inmigrantes cristianos latinos. También llegó a su fin
andando el tiempo, pero su importancia cultural fue determinante.
175.- Los Reinos Cristianos de África.
Uno de los aspectos menos conocidos de la expansión de la civilización cristiana como
consecuencia de la influencia geopolítica del Imperio Romano, es el de los reinos
cristianos que surgieron en el África Oriental a partir del Siglo VI de Nuestra Era, más
allá de los límites controlados por Roma. Se trataría de dos casos distintos: por una
parte, los tres reinos nilóticos de la región Nubia, y por la otra, el gran Imperio de
Etiopía.
Como consecuencia de la cristianización que emanaba desde el Imperio Romano, y
concretamente desde el Egipto cristiano, en la región de Nubia, en el sector del Nilo
Superior, que siempre había estado íntimamente relacionado al Egipto faraónico, se
establecieron en el Siglo VI tres reinos cristianos de población negroide (aunque no
negra pura). Estos reinos serían, de Norte a Sur, y a lo largo del Nilo: Nobatia, Makuria
y Alodia. En algún momento hacia el siglo VII el territorio de Nobatia fue anexado por
Makuria, que se convirtió en el Estado más poderoso de la región. Es importante
señalar que si bien hay muchas dudas respecto a cómo llegó el Cristianismo a la zona,
lo más factible es que haya sido a través de misioneros coptos de Egipto. Aunque
también hay antecedentes de que la emperatriz Teodora, esposa de Justiniano, envió
misioneros. En consecuencia, los reinos nilóticos quedaron asociados al monofisismo
egipcio, aunque también hubo influencia ortodoxa, al menos en una época inicial.
Cuando en el siglo VII los árabes conquistaron Egipto, los reinos cristianos nubios,
bastante poderosos en esa época, lograron contener el avance musulmán, y se dio una
especie de tregua de más de 600 años, que permitió la subsistencia del Cristianismo
en la zona. El problema fue que estos reinos, como consecuencia de la conquista
musulmana de Egipto, quedaron aislados del resto de la Cristiandad, y su existencia
fue prácticamente olvidada. Hacia el siglo XIII los musulmanes iniciaron nuevamente
su expansión, por medios tanto comerciales como militares, y hacia el siglo XIV los
reinos cristianos fueron conquistados, comenzando el proceso de conversión de la
población nubia al Islam. Aparentemente para el Siglo XVI el proceso de asimilación ya
estaba concluido.
Mucho más conocido, importante, y desde luego duradero, es el caso del Imperio
cristiano de Etiopía. Sabido es que los etíopes son un pueblo racialmente muy
particular: para algunos son una raza mezcla de elementos blancos y negroides; para
otros, un pueblo de piel muy obscura, pero todavía caucásico. Nosotros nos inclinamos
más por esta segunda opción. De cualquier forma es un pueblo con fuertes vínculos
con la Antigüedad. La tradición señala que su dinastía imperial es descendiente de un
hijo del Rey Salomón y la Reina de Saba. Inclusive, por milenios existió en Etiopía una
importante minoría de religión judía, los falashas.
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El Cristianismo ingresó al país hacia el año 330. La nueva religión empezó a tomar más
fuerza a fines del siglo V. Hacia el Siglo VI el Cristianismo en su variante egipcio-copta
ya estaba afincado y era la religión oficial del poderoso reino haxumita. A partir de ese
momento los monarcas haxumitas de Etiopía serían cercanos aliados de los
emperadores romanos de Constantinopla. Hasta que la avalancha islámica del Siglo VII
dejó aislada a Etiopía del resto del mundo cristiano. Pero los árabes no pudieron
conquista el interior del país, de forma que la islamización cuando mucho alcanzó las
costas, la actual Eritrea. Etiopía se mantuvo hasta el final como un Imperio cristiano,
encerrado en sí mismo, aunque cada vez más atrasado.
Tras una Edad Media muy obscura en que el reino haxumita se desintegró, surgió en el
siglo XIII un nuevo Imperio etíope, con una dinastía legítima, supuestamente
descendiente de Salomón. Los monarcas empezaron a utilizar el título de Negus
Negusti o Rey de Reyes, equivalente a “Emperador de Etiopía”. Para el Siglo XV,
Etiopía empezaría por primera vez a retomar el contacto con el Cristianismo occidental,
a través de los portugueses. Serían los portugueses los que, ya en Siglo XVI, salvarían
a la Etiopía cristiana de la conquista musulmana. Llegarían justo a tiempo. Pero eso ya
forma parte de la segunda parte de esta obra.
176.- La Armenia Cristiana.
La región del Cáucaso, de muy antigua civilización, es una zona llena de misterios para
el Hombre Occidental. Excepción hecha de la cultura armenia es muy poco lo que se
sabe del desarrollo histórico del resto de la región. Cuna de múltiples tradiciones y
pueblos legendarios, su historia primitiva se pierde mayoritariamente en la leyenda y
en las nebulosas de la protohistoria. En algún momento el dominio persa aqueménida,
y la influencia del helenismo y de Roma, en sus etapas itálica y constantinopolitana,
dejarán por acá y por allá datos de hecho históricos. Pero no mucho en realidad.
Desde luego que para nuestros fines la civilización caucásica más importante es
Armenia, cuna de una avanzada cultura y de un idioma de origen –igual que el persaindoeuropeo. Hablando de la Antigüedad hemos hecho algunas menciones tangenciales
a Armenia, pero nunca hemos profundizado en su importancia dentro de nuestra
civilización. Es mucho más de lo que pudiera pensarse.
El Reino de Armenia fue fundado alrededor del año 600 A.C., pasando luego por un
período de dominación persa. De hecho, compartiría con los persas la religión
zoroastriana. Independiente nuevamente, y –al igual que Partia- relativamente
helenizado, alcanzó su mayor poderío –como hemos visto- bajo el reinado de Tigranes
El Grande, entre 95 y 66 A.C., época en que Armenia conquistó gran parte de la Siria
seléucida. Durante las consuetudinarias guerras entre Roma, por un lado, y partos y
persas, por el otro, Armenia vivió muchas vicisitudes, pero sobrevivió en gran medida
como Estado independiente, básicamente como cliente y tributario de Roma, y como
un importante reino tapón entre las dos grandes potencias regionales.
Ya hemos visto como en 303 Armenia se convirtió en el primer Estado oficialmente
cristiano del mundo, por obra de su rey Tigranes III, quien fuera bautizado por
Gregorio El Iluminador. Pero el Cristianismo armenio no sería apegado a la ortodoxia
greco-latina, sino que, bajo la influencia del monofisismo, crearía su propia Iglesia
nacional, después de rechazar los términos del Concilio de Calcedonia de 491.
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En el año 428 Armenia fue incorporado al reino persa sasánida, pero mantuvo con
firmeza su religión. La parte Occidental quedaría bajo el dominio romano. El vínculo
entre los armenios y el Imperio sería muy estrecho, considerando la gran cantidad de
armenios residentes en territorio imperial, no sólo en las regiones tradicionalmente
armenias de Anatolia Oriental y el Cáucaso, sino en todas las grandes ciudades del
Imperio, inclusive en la propia Constantinopla. De hecho, dentro de la larga lista de
Emperadores Romanos de Oriente, una muy buena parte serían bien de origen o bien
directamente armenios. Muy similarmente al caso del pueblo judío, la “diáspora”
armenia crearía importantes y ricas comunidades en gran parte del Cercano Oriente,
todas fieles defensoras de su fe cristiana.
Con la invasión árabe del año 637 Armenia fue íntegramente conquistada y se convirtió
en un emirato autónomo. Pero mantuvo su religión cristiana. Un nuevo reino armenio
resurgió en 885, reconocido tanto por los califas como por los emperadores
constantinopolitanos. En 1045 este reino caería bajo el dominio imperial, y luego,
después de la derrota romana de 1071 en Manzikert, pasaría al turco selyúcida.
Ocupada la Armenia propiamente dicha por los turcos, un grupo de armenios emigró al
Sur de Asia Menor y en la región de Cilicia fundó el Reino de Armenia Menor, que sería
un importante Estado cristiano socio de los reinos establecidos por los cruzados. Este
Estado de Armenia Menor se sometió voluntariamente a los mongoles, que como ya
veremos más adelante estaban mejor dispuestos hacia los cristianos que hacia los
musulmanes. Pero los mamelucos egipcios se vengaron de esta alianza y destruyeron
a Armenia Menor a mediados del siglo XIV. Para mediados del Siglo XV la
independencia política de Armenia había dejado de existir, y los armenios vivían
esparcidos en diversas regiones dependientes de los Imperios turco y persa, pero
siempre fieles a su religión nacional.
177.- La Georgia Cristiana.
El otro Estado tradicionalmente cristiano del Cáucaso es Georgia. Su historia se
remonta a los antiguos reinos de Colchida e Iberia. De hecho, Iberia era el nombre con
que se conocía en la Antigüedad a dicha región del Cáucaso (no confundir con el
mismo nombre aplicado a la Hispania prerromana). Los antiguos relatos griegos hablan
ya de Iberia. Pero su historia es mucho más obscura que la de su vecino meridional
Armenia.
A partir del Año 66 A.C., cuando los romanos entraron al Cáucaso (en la ya
mencionada expedición comandada por Pompeyo El Grande en persecución de
Mitrídates), los reinos georgianos se convirtieron en clientes y aliados de Roma por
400 años. El país se cristianizó tempranamente, aproximadamente hacia 319 ó 337
D.C., estableciendo su propia Iglesia autocéfala. Posteriormente, Georgia mantuvo una
cercana alianza con los emperadores de Constantinopla.
Siendo Georgia campo de batalla constante entre romanos y persas, el país quedó muy
afectado, lo que permitió la conquista árabe del país –y concretamente de Tiflis, la
capital- en el año 645. Pero el país mantuvo cierta autonomía bajo dinastías árabes
locales. Hacia el año 813 asumió el poder la dinastía cristiana de Bagration, que, a la
larga reinaría en partes o en la totalidad del país por 1.000 años. Y en algún momento
otra rama de esta familia reinaría también en Armenia. El rey Bagrat V (1027-1072)
unificó todos los principados georgianos. Para el siglo XII Georgia se extendía por
amplios territorios del Cáucaso meridional, desde el Mar Negro hasta el Mar Caspio.
Tuvo lugar un período de gran riqueza, poderío y desarrollo cultural. Pero en 1236 el
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país fue conquistado por los mongoles. Posteriormente el reino unido se desintegraría.
Entre 1386 y 1404 el país sufrió las invasiones de la segunda oleada mongola, la de
Tamerlán. Tras ello, la parte Occidental del país caería bajo el dominio turco otomano,
y la oriental bajo el persa. Pero, al igual que los armenios, los georgianos se
mantendrían abiertamente files a su variante cristiana.
178.- Las Invasiones de los Pueblos Asiáticos.
Cuando las tropas romanas lograron detener la avalancha eslava, surgió a partir de
680-681 el peligro de los búlgaros mongoloides, que atravesaron el Danubio, ocuparon
el territorio ya en manos de los eslavos, y atacaron directamente Constantinopla.
Seguirían 300 años de feroces guerras entre el Imperio y los búlgaros. La total derrota
de estos invasores la veremos más adelante. Pero el hecho es que a poco andar el
tiempo se produciría una completa fusión entre los descendientes de los guerreros
asiáticos y sus súbditos eslavos. Si bien el nombre “búlgaro” quedaría perpetuado, no
pasaría lo mismo con el idioma, que sería absorbido por el dialecto eslavo
subdanubiano.
El otro grupo asiático que se estableció en el espacio indoeuropeo sería el conocido
bajo el nombre genérico de fino-ungrio. Los más feroces para la historia occidental,
pues quedan más registros de sus acciones, fueron desde luego los magiares o
húngaros. Estos salvajes guerreros, étnica y culturalmente afines a los hunos,
causaron terror entre eslavos y germanos por igual. Arrasarían desde el Este los
incipientes comienzos de la civilización romano-germánica. Establecidos hacia el año
896 en la actual Hungría, desde ahí iniciarían un ataque sistemático contra las
poblaciones recién cristianizadas o apenas en proceso de cristianización del Sur de lo
que quedaba de Germania. Esta invasión fue considerada en su momento como un
azote muy similar al que provocara Atila en el siglo V. Como después veremos, recién
en tiempos de Carlomagno se pondría coto efectivo a la amenaza húngara. Tras esto,
tuvo lugar la consolidación definitiva de los magiares al Este del territorio de los
bávaros meridionales. Se produjo un fenómeno de asimilación similar al que vivirían
los búlgaros asiáticos entre los eslavos sometidos. Los magiares, a diferencia de los
primitivos búlgaros, sí mantuvieron su idioma, y lo impusieron a los habitantes
indoeuropeos dominados, pero étnicamente la sangre mongoloide se diluyó en el curso
de los siglos. A la larga, los húngaros pasarían a ser un pueblo centro-europeo más,
pero con un idioma de origen asiático. Caso muy similar se viviría 300 años después
con los turcos que se establecieron en Anatolia.
Parecido sucedió a los otros parientes lingüísticos de los magiares, a los pueblos que,
en vez de tomar hacia Europa Central, se dirigieron hacia el Norte de Europa. Podemos
mencionar como los más relevantes a los fineses, a los estonios y a los lapones. Los
lapones se establecieron en las inhóspitas regiones artícas de la península escandinava
y hasta el día de hoy sobreviven como un pueblo étnicamente separado en Noruega,
Suecia, Finlandia y Rusia. Los fineses –nombre dado a ellos por los suecos- ocuparon
la actual Finlandia, mientras que los estonios se establecieron al Sur del Golfo de
Finlandia, en el sector báltico adyacente. Existen otros grupos étnicos relacionados,
sitos en el interior de la Rusia Europea, pero carentes de la importancia de los ya
mencionados. Igual que sus parientes húngaros, de ellos sobrevivió sólo el idioma
asiático, y tal vez algún rasgo físico aislado, dentro de un tipo físico rubio. Pero fineses
y estonios en un momento inicial desempeñaron un escaso papel en la historia
universal, y por muchos siglos estarían sujetos al dominio cultural de los suecos, en el
primer caso, y de los alemanes, en el segundo.
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179.- El Poblamiento del Báltico.
Finalmente, se estableció en el Báltico un bolsón indoeuropeo independiente de los
otros grupos lingüísticos, y todavía pagano: los llamados pueblos bálticos. Estos
pueblos bálticos provenían de un grupo étnico-lingüístico común con los eslavos,
separado conjuntamente del tronco proto-indoeuropeo. Pero con el tiempo los bálticos
y los eslavos se distanciaron y desarrollaron peculiaridades propias.
Varios serían los pueblos e idiomas bálticos, pero hay tres grupos que merecen
especialmente nuestra atención. El primero de ellos corresponde a los prusos, también
llamados “antiguos prusianos”, cuyo idioma, producto a la germanización a que fue
sometida Prusia Oriental, se extinguió hacia fines del siglo XVIII. Los otros dos de
importancia serían los lituanos y los letones. También en ese momento estaban al
margen del desarrollo de la civilización.
180.- El Renacer del Imperio Romano Helenizado.
La avalancha musulmana fue un golpe imprevisto para la historia del mundo romano, y
arrebató a los emperadores de Constantinopla la mayor parte de su territorio. Toda
Siria, Palestina, Egipto, Libia, África del Norte y las Baleares se perdieron
irremediablemente ante los árabes; Creta y Chipre lo serían por un tiempo largo. Y casi
toda la región balcánica subdanubiana quedó en manos eslavas o búlgaras.
Después del terrible período de shock que significó el siglo VII, el territorio imperial
logró finalmente estabilizarse. A comienzos del siglo VIII, la autoridad del emperador
romano estaba restringida básicamente a los siguientes territorios: a) la zona de Tracia
adyacente a Constantinopla; b) la Grecia propiamente tal al Sur de Macedonia, y a
toda la zona de Egeo (excepto Creta); c) la mayor parte de Asia Menor, con la
exclusión de la parte Sur (la zona de Cilicia y Tarso); d) algunas posesiones en
Crimea; e) aproximadamente la tercera parte de Italia, básicamente en torno a ambas
costas de la Península, como las zonas de Venecia, Ravena, Roma y Nápoles, donde la
autoridad imperial estaba desperdigada en enclaves separados geográficamente uno
de otro; f) las zonas compactas de habla griega del Sur de Italia: Apulia, Calabria y la
isla de Sicilia; g) parte de la costa dálmata.
Si bien el Imperio había perdido importantes regiones de población totalmente griega,
como las islas de Chipre y Creta, o la parte Sur de Asia Menor, o ciudades africanas o
asiáticas totalmente helénicas, como Antioquía o Alejandría, el hecho es que el núcleo
sobre la base del cual logró reconstituirse y sobrevivir el Estado Romano, sería
esencialmente griego o helenizado. La excepción serían los territorios imperiales en el
Centro y Norte de Italia. Para esos momentos, la base territorial del Imperio sería su
zona más poblada, la península de Asia Menor o Anatolia, que si bien no era de
población étnicamente griega, se encontraba absolutamente helenizada y cristianizada.
Entonces, el antiguo Imperio Romano, había dejado, por razones de fuerza, de ser un
Imperio universal y multinacional, para convertirse en un Imperio gobernado por
griegos o por asiáticos helenizados. Se iniciaba una nueva etapa en la historia del
Imperio Romano, en la cual el proceso de helenización de las instituciones romanas se
consumaría. Inclusive en la propia Italia latina dependiente del Imperio, sería el griego
el idioma administrativo de los exarcas de Ravena, y en la propia Roma las autoridades
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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
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civiles actuarían como funcionarios griegos. Además, estos desarrollos estaban poco a
poco trayendo el desarrollo de una nueva forma de civilización griega, bajo la
estructura romana, y adaptando modelos orientalizados: lo que ahora llamamos
“Civilización Bizantina”.
Muchos autores acostumbran hablar del Estado romano helenizado como del “Imperio
Bizantino”, en alusión a Bizancio, nombre de la antigua ciudad en cuyo emplazamiento
se fundó Constantinopla. De cualquier forma, esta es una designación bastante
moderna y totalmente inadecuada, que no corresponde al nombre que se daban a sí
mismo los habitantes del Imperio Romano helenizado. Hasta el último momento,
inclusive hasta el día de la caída de Constantinopla en 1453, los habitantes del Imperio
se autodenominaban, en griego, “Romanos” (Ρωµαϊοι); designaban a su Estado como
Romania (Ρωµανία) o Basileía Romaíon (Βασιλεία Ρωµαίων), esto es Imperio Romano.
Y el emperador, hasta el último día, ostentó el título y se consideró a sí mismo como el
legítimo “Emperador de los Romanos”.
Por ello, tal vez la mejor designación para esta etapa final del Imperio Romano
centrado en Constantinopla es la expresión “Imperio Romano Tardío”, muy usada por
los historiadores de lengua inglesa (Late Roman Empire) y alemana (Spätrömisches
Reich). No obstante, en cuanto a la cultura que se desarrolló en torno al Bósforo, por
sus características tan particulares y distintivas, no cabe duda que la designación
“Civilización Bizantina” representa una forma muy precisa de referirse a una etapa
determinada y muy particular, rica y espiritual de la cultura griega. Pero sobre las
características de esta civilización griega medieval nos explayaremos más adelante.
181.- La Dinastía de Heraclio.
Ya hemos visto en capítulos anteriores prácticamente todo el reinado del gran
emperador Heraclio: su ascensión, su increíble triunfo contra Persia, y la posterior
impotencia, derivada de un imperio desgastado en recursos humanos y económicos y
de pueblos en eterno enfrentamiento sectario teológico, para contener el avance
islámico. En los cinco años que corrieron entre la entrada de los árabes a Palestina y la
muerte de Heraclio, los ejércitos islámicos se habían ya apoderado de toda Siria y
Palestina, y el Egipto copto ya estaba casi completamente perdido; sólo la Alejandría
griega resistía. Tal vez a Heraclio le faltaron años de reinado para reponerse del golpe
y reiniciar, igual que en el caso, persa, una nueva contraofensiva triunfadora. No lo
sabemos. De cualquier forma, Heraclio logró llevar a cabo las reformas suficientes para
mantener un frente de batalla estable en Asia Menor y el África romana, lo que
permitió la subsistencia de un núcleo para la supervivencia del imperio.
Muerto Heraclio en 641, lo sucedió su hijo Heraclio Constantino, oficialmente llamado
Constantino III, quien de hecho ya había sido co-emperador con su padre desde el año
613. De acuerdo al deseo del padre, Constantino III tomó como co-emperador a su
medio hermano Constantino Heraclio, oficialmente Heraclio II, aunque mejor conocido
como Heracleonas. Pero Constantino III falleció, aparentemente de muerte natural, el
mismo año 641, así que Heraclio II, o Heracleonas, de 15 años, quedó ahora como
emperador. De cualquier forma, como existían dudas fundadas respecto a la muerte de
Constantino III, y se sospechaba de Martina, madre de Heracleonas, éste aceptó tomar
como colega a su sobrino Constante II, hijo de Constantino III. Pero el ejército
desconfiaba de la madre de Heracleonas, así que se sublevó el mismo año 641. Con
esto el poder quedó en manos de Constante II (641-668), hijo de Constantino III y
nieto de Heraclio I.
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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
Constante II tuvo que enfrentar ahora el avance árabe. Tal vez no sería exitoso en sus
proyectos, pero tuvo la capacidad y virilidad de procurar revertir –o más bien volver a
su cauce- el curso de la historia. Que no lo lograra es tema aparte.
El año 642 las tropas imperiales en Alejandría tuvieron que rendirse a los árabes. Se
dice que con ello fue destruida lo que quedaba de la antigua Gran Biblioteca. El año
645 una flota imperial la recuperó por un tiempo, pero la ciudad tuvo que ser rendida
definitivamente, ahora para siempre, en 646. Constante II tuvo que hacer frente a los
ataques de los árabes en Cilicia y Armenia y a los ataques navales, todavía de saqueo,
a las islas del Egeo. La guerra civil que estalló en 656 entre los candidatos al trono
supremo árabe permitió a Constante un respiro para derrotar en 658 a los eslavos en
los Balcanes.
Para el año 660 el Imperio estaba estabilizado y comprendía, en Oriente toda Anatolia
y todavía la parte central y oriental de los Balcanes, hasta el Danubio, además de las
islas de Creta y Chipre. En Occidente comprendía toda la provincia de África, además
de Sicilia, las islas del Mediterráneo Occidental (las Baleares, Cerdeña y Córcega),
Calabria y abulia en el Sur de Italia, y los territorios del Exarcado de Ravena en Italia
central (esto es Roma, Ravena y casi toda la parte centro-norte y oriental de la
península).
Y acá sigue una de las más interesantes aventuras de la historia del Imperio Romano,
con algo de Pirro y algo de Alcibíades, lo que no era tan raro viniendo de un monarca
de habla griega. Dados todos los problemas que enfrentaba, tanto los ataques de los
enemigos a Constantinopla como las intrigas políticas de la capital, entre los años 662
y 668, por motivos estratégicos, el emperador Constante II procuró devolver la
capitalidad del Imperio desde Constantinopla a Roma, todavía territorio imperial.
El año 662 emprendió una poderosa expedición, con una gran flota. Primero pasó por
Grecia, estando una larga temporada en Atenas. Más adelante relataremos un poco
más en detalle esta visita imperial a la ciudad de Pericles. Después desembarcó con un
poderoso ejército en el Sur de Italia, donde se estacionó por varios años. Su intención
era expulsar a los lombardos de Italia, o al menos de buena parte de ella, para tener
una base territorial sólida en la península. Esto condujo a una larga –e infructuosaguerra de reconquista en el Sur de Italia contra los lombardos del Ducado de
Benevento.
Durante estos eventos, y evidentemente con intenciones de revisar el estado de la
capital histórica del imperio, el año 663 Constante II efectuó una visita de 12 días a
Roma, la primera de un emperador romano a la ciudad en dos siglos, donde fue
solemnemente recibido por el Papa. Después comentaremos algo más de los detalles
de esta importante visita, que realmente fue muy corta si consideramos las intenciones
políticas del emperador. El hecho es que dado que Constante no pudo lograr su
objetivo de expulsión de los lombardos, y que en realidad la ciudad del Tíber estaba en
un estado penoso de postración y abandono, tuvo que desistir de su proyecto y
mantener la capital definitivamente en la acosada pero inexpugnable Nueva Roma. No
obstante, Constante nunca volvería a Constantinopla. Se mantuvo varios años en suelo
italiano, hasta su muerte, asesinado, en la siciliana Siracusa, a consecuencia de un
motín de las tropas, descontentas con su política interna.
Fue sucedido su hijo Constantino IV (668-685), quien ya era co-emperador desde 654.
Recién ascendido al trono tuvo que aplacar la revuelta siciliana que había costado la
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Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
vida de su padre. Tuvo inmediatamente que lidiar con ataques árabes en Asia Menor, y
a Cartago y Sicilia. El año 670 los árabes se apoderaron de importantes ciudades de
Asia Menor y así lanzaron el ya mencionado primer sitio a Constantinopla, que duró de
674 a 678, tanto por tierra desde el lado. Las tropas romanas lograron la gran victoria
gracias al empleo del ya mencionado “Fuego Griego” y a las imbatibles Murallas
Teodosianas. Tras esto los árabes procedieron y fueron decisivamente derrotadas y
expulsadas de Asia Menor.
Pero el peligro seguiría viniendo también del Norte. El año 680 los búlgaros
atravesaron el Danubio, a lo que teóricamente todavía era territorio imperial, y
sometieron a los eslavos ya afincados en el imperio. Se apoderaron, ahora sí para
asentarse físicamente, de los territorios de la antigua Moesia. El año 681 el emperador
tuvo que reconocer a este Estado búlgaro y pagarle tributo. Finalmente, falleció, de
muerte natural, en 685, no sin antes asociar al trono a su hijo Justiniano II.
Al asumir Justiniano II las fronteras imperiales estaban estabilizadas gracias a las
victorias de Constantino IV. Aprovechando una transitoria paz con los árabes,
Justiniano II se enfocó a recuperar terreno en los Balcanes. Entre los años 688-689
logró derrotar a los búlgaros y recuperó Tesalónica, ya entonces la segunda ciudad
europea del imperio. Muchos eslavos fueron reasentados en Anatolia. Pero un mal
manejo del emperador condujo a la conquista completa de Armenia por los árabes en
695. Además, su gobierno se hizo altamente impopular entre la población del imperio.
Así que, por una suma de motivos, Justiniano I fue depuesto en 696.
Si bien no se le dio muerte, como medida común infamante, para impedir su regreso al
trono, se le cercenó la nariz. Hasta ese momento era norma general cortar la nariz de
potenciales rivales al trono. Existían ciertas reglas no escritas de etiqueta
gubernamental que impedían ascender al trono a personas con ciertas características
físicas. Nadie podía ser emperador si era eunuco. En los mismos términos, nadie sin
nariz, por lo humillante de su condición, podía llegar al trono.
Hecho esto, el depuesto monarca fue enviado lejos de la capital, al Quersoneso
Póntico, a Crimea. Con esto empezaría un período de 20 años de anarquía, en
momentos muy peligrosos para el Imperio.
Los rebeldes proclamaron emperador al líder de la revuelta, el isaurio Leoncio (695698). Su gobierno fue tan ineficiente e indolente que convenció a los árabes de la
conveniencia de lanzar una expedición para conquistar Cartago. La ciudad había sido
tan mal defendida por el último –y traidor- Exarca, que terminó finalmente rindiéndose
sin mayor lucha. Ante la caída de Cartago, en 698 Leoncio envió una gran flota, que
desembarcó en África y reconquistó la ciudad. Era tal la importancia de Cartago, que
Leoncio solicitó ayuda a los reyes visigodos y francos. Los visigodos españoles enviaron
un contingente importante a pelear junto a las tropas imperiales. Tras una larga y
heroica defensa, conocida como la Batalla de Cartago, la ciudad fue tomada a sangre y
fuego por los musulmanes. Romanos y visigodos pelearon en su mayoría hasta la
muerte. Así fue como la Cartago romana, arrasada hasta sus cimientos por los árabes,
sufrió el mismo destino que su antecesora la Cartago púnica, 850 años antes. Poco
después los árabes fundaron una nueva capital, Túnez, cerca de la destruida ciudad
romana. Y así, tan sólo Ceuta, sobre las Columnas de Hércules, quedó como aislada
plaza fuerte romana en el Norte de África.
El ejército derrotado, reembarcado y en camino a Creta, en lugar de someterse a la ira
vengativa del cruel Leoncio, decidió rebelarse. Asesinó al almirante de la flota y
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proclamó nuevo almirante a uno de los oficiales, el germano Apsimaro. La flotilla
rebelde llegó a Constantinopla, se hizo del poder, y Apsimaro ascendió al trono bajo el
nombre de Tiberio III (398-705). Le hizo a Leoncio lo mismo que éste le había hecho a
Justiniano II: le cercenó la nariz y la agua y lo encerró en un monasterio. En el campo
militar Tiberio III obtuvo algunos importantes triunfos fronterizos en Siria y Cilicia, que
protegieron las fronteras orientales. Pero Cartago ya nunca fue recuperado. De
cualquier forma su reinado no iba a durar.
Para 702 el ex emperador Justiniano II, ahora apodado Rinotmeto (El Sin Nariz), se las
ingenió para escapar de Crimea y huyó a la corte del Khan de los kázaros, un pueblo
de origen turco que había fundado un importante imperio al Norte del Cáucaso, al cual
luego nos referiremos. El Khan lo acogió y le dio a su propia hermana en matrimonio, a
la cual el exiliado Justiniano II Rinotmeto bautizó al Cristianismo como Teodora. Llevó
un matrimonio muy feliz con su nueva esposa, viviendo pacíficamente cerca del Mar de
Azov, hasta que Tiberio III trató de hacerlo asesinar. Su esposa lo salvó. Tras esto, el
año 705, Justiniano II, con apoyo búlgaro y de infiltrados dentro de Constantinopla,
recuperó el trono y, a pesar de su infamante deformidad, volvió a ser coronado
emperador, junto con su fiel esposa kazara. Reinaría otros seis años (705-711). A
partir de ese momento terminó la costumbre de amputar las narices a los posibles
rivales al trono, pues se hizo manifiesto que había dejado de ser un impedimento para
acceder al poder.
Pero Justiniano II no había aprendido mucho de sus experiencias. Vengativamente hizo
ejecutar en el hipódromo a los usurpadores Leoncio y Tiberio III y a muchos de sus
partidarios, al tiempo que depuso y mando cegar al Patriarca de Constantinopla.
Ensoberbecido con su regreso, se lanzó a fallidas aventuras militares contra los
búlgaros –que lo habían ayudado a recuperar el trono- y árabes, y a castigar a
súbditos rebeldes.
El año 711 empezó bajo las órdenes del general Bardanes, de origen armenio, un
alzamiento contra él en Quersón de Crimea, que pronto se extendió a Constantinopla.
Se dio muerte a Justiniano II y puso en el trono a Bardanes, quien asumió el nombre
regio de Filípico (711-713). El pequeño hijo de Justiniano II y Teodora de Kazaria,
Tiberio, fue cruelmente asesinado. Así terminó definitivamente la dinastía del gran
Heraclio. Lo que siguió fue un corto –pero muy peligroso- período de anarquía.
182.- La Anarquía entre dos Dinastías.
Filípico, o Bardanes, no hizo un buen gobierno. Problemas teológicos debilitaron mucho
su posición interna. Además, los búlgaros saquearon Tracia hasta las mismas puertas
de la capital, mientras los árabes debilitaban las defensas imperiales en Asia Menor. En
713 un alzamiento militar depuso y cegó a Filípico, y elevó al trono a su propio
secretario, Anastasio II (713-715). Cuando éste organizaba una fuerte campaña contra
los árabes, que seguían saqueando Asia Menor, las tropas se amotinaron, lo
derrocaron y lo enviaron, sin daños personales, a un monasterio. Fue sucedido por
Teodosio III (715-717), un funcionario de mediano nivel puesto por la soldadesca, de
hecho contra la propia voluntad de emperador designado. Teodosio III fue muy
moderado en el tratamiento de los vencidos. Pero, dados los males resultados de su
guerra contra los árabes en Asia Menor, en 717 sería derrocado por insurrección
popular.
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183.- León III y la Dinastía Isauria.
En reemplazo del derrocado Teodosio III se encumbraría el héroe popular que estaba
logrando vencer y controlar a los enemigos árabes, uno de los más brillantes
emperadores de todo el Imperio Romano Tardío. León III, llamado El Isaurio (717741), apodado así por ser también miembro del rudo pueblo montañés de Anatolia que
ya había dado previamente monarcas a Constantinopla.
Recién en el poder León III tuvo que hacer frente al segundo sitio árabe de
Constantinopla, que duró 12 meses entre los años 717-718. Nuevamente los árabes
atacaron por tierra, desde la costa Tracia sobre las Murallas Teodosianas, y por mar.
Pero nuevamente acá triunfaron las armas romanas, y por segunda vez el inflamable
Fuego Griego destruyó a las naves sitiadoras. Además, Constantinopla contó con el
apoyo terrestre de los búlgaros de Moesia, que, en buenas relaciones con el Imperio,
no tenían además ninguna intención de ver caer a Constantinopla en manos que no
fueran las de ellos. Los búlgaros hostigaron por la retaguardia a los sitiadores árabes
establecidos en tierra firme. Tras esto, los árabes, derrotados, levantaron el sitio de
Constantinopla. León III fue indudablemente el salvador del imperio en este decisivo
momento. Con él se detuvo para siempre el avance árabe por el Este.
A partir del gobierno de León III El Isaurio empezó la reorganización administrativa y
militar del Imperio, basándose en el sistema de Themas impuesto por el emperador
Constante II entre 641 y 648. Dividió al Imperio en once Themas, de los cuales siete
en Asia y cuatro en Europa, restauró las finanzas, reordenó la agricultura, y puso en
orden al ejército. Con él y sus sucesores no sólo se estabilizaron las fronteras
imperiales, sino que, es más, comenzó la reconquista de territorios perdidos ante los
árabes, en el Sur de Asia Menor, Siria y Armenia, y especialmente la isla de Chipre. Ya
lo veremos más adelante.
Muerto León III fue sucedido por su hijo Constantino V (741-775). Inicialmente,
cuando estaba en campaña contra los árabes, tuvo que hacer frente a una rebelión de
su cuñado, el armenio Artabasdos, quien se apoderó de Constantinopla y entre 741743 fue reconocido emperador. Tras esto Constantino V recuperó Constantinopla y el
trono, cegó a Artabasdos y lo relegó a un monasterio. Constantino V fue un capaz
administrador y militar. En 746 inició la reconquista de territorios en Siria y obtuvo
importantes victorias contra los árabes. Aunque las reconquistas no fueron muchas,
estaba claro que la marea de la historia estaba cambiando; que el imperio ahora, por
primera vez en más de 100 años, estaba retomando por fin la ofensiva. Además,
emprendió unas bastante exitosas campañas contra los búlgaros en Moesia.
Lo sucedió su hijo León IV (775-780), quien recibiría el apelativo de El Kázaro, por ser
también hijo de una princesa de esta etnia. Casado con la ateniense Irene, ella
ejercería una gran influencia sobre su marido, y después tendría por sí sola un
importante papel en la historia. Fallecido el emperador lo sucedió su infante hijo
Constantino VI (780-797), de apenas 9 años, quien en realidad quedó absolutamente
dominado y subyugado por su madre Irene. En 790 Constantino VI, ya mayor de edad,
pudo deshacerse de la tutela de su madre, aunque ella mantuvo su status de
emperatriz. En los siguientes siete años el reinado de Constantino VI causó desafección
en sus súbditos, en algunos casos por su incapacidad militar y política, y en otros por
su crueldad. Así que en el año 797 tuvo lugar un golpe palaciego, por el cual Irene se
autoproclamó directamente emperatriz, desposeyendo y cegando a su hijo.
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Irene reinó 5 años por sí sola, entre los años 797 y 802. Usó como título regio la
fórmula masculina de Basileus o Emperador, y no la forma femenina de Basilissa o
Emperatriz, como hubiera correspondido.
Su gobierno no fue muy beneficioso, y en el curso del mismo tuvo lugar el cisma
político provocado en la Navidad del año 800 cuando el Papa León, unilateralmente,
coronó en Roma a Carlomagno, rey de los Francos, como Emperador Romano de
Occidente. Se dice que ella pensó en ofrecer su mano al respetado Carlomagno para
sellar una alianza imperial. El hecho es que finalmente, el año 802 Irene fue depuesta
por una revolución palaciega y exiliada a la isla de Lesbos, donde murió al año
siguiente. Con esto desapareció la Dinastía Isauria. Pero ya se había producido un
nuevo cisma, de consecuencias extraordinarias, en el Imperio Romano. En capítulos
posteriores nos referiremos a esto en más detalle.
184.- La Pérdida Definitiva de Ravena y Roma.
A partir del gobierno del mismo gran emperador León III El Isaurio comenzó en todo el
Imperio Romano la llamada Controversia Iconoclasta, a la que luego nos referiremos
en detalle, derivada de la aceptación o rechazo a la adoración de las imágenes
sagradas. Esto provocaría una división insuperable entre las autoridades imperiales de
Constantinopla, que por mucho tiempo apoyaron las medidas iconoclastas, y la Iglesia
Romana, que se negó a implementar en Italia las disposiciones imperiales. Las
consecuencias políticas vendrían a mediano plazo.
Un golpe históricamente muy duro para el Imperio tuvo lugar en Italia, donde, como
ya hemos señalado, siempre había existido un estado de guerra con los lombardos. El
año 751 los lombardos, tras dos siglos de intentarlo, conquistaron finalmente Ravena y
con ello dejó de existir el exarcado imperial en Italia Central. La consecuencia de esto
es que la ciudad de Roma quedó indefensa ante los lombardos, y sin autoridades ni
tropas imperiales que pudieran protegerla. Siendo los lombardos ya dueños de Ravena,
la capital imperial de Italia, sólo les faltaba Roma para poder reclamar derechos
soberanos sobre toda la península, al estilo de los ostrogodos. Si no hubiera sido por
las murallas aurelianas, que seguían protegiendo a Roma, la ciudad hubiera caído
definitivamente en manos del rey lombardo.
Ante ello, el Papa Esteban II, deseoso de seguridad y de consolidar, ahora que por fin
era posible, la independencia política ante Constantinopla, se acercó al rey franco
Pipino El Breve. El Papa, para obtener el apoyo franco, le otorgó a Pipino el título de
Patricio, un título para el cual en realidad no estaba facultado, y sólo podía otorgar el
emperador. De hecho era un título del Exarca. Es más, como después veremos
nuevamente, Pipino se había convertido en rey de los francos después de derrocar al
último de los Reyes Holgazanes, Childerico. Entonces, si bien su autoridad sobre el
reino franco era indiscutible, su legitimidad era ostensiblemente dudosa. Esto fue
abiertamente subsanado por el Papa Esteban II, quien en el año 754, para concretizar
la alianza, viajo a Francia y oficialmente, como Jefe de la Cristiandad, legitimó al nuevo
monarca. Este gesto nunca lo olvidarían ni Pipino ni sus sucesores.
En 756 Pipino entró con sus tropas a Italia, derrotó a los lombardos, y dispuso del
territorio imperial del Exarcado de Ravena. En vez de restituírselo a su legítimo señor,
el “Emperador de los Romanos”, determinó donándoselo al Papado. Fue el nacimiento
de los Estados Pontificios y del poder temporal de los Papas. Si bien el emperador
protestó y exigió la restitución del Exarcado, los francos y el Papado hicieron caso
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omiso de las reclamaciones. El hecho es que el emperador carecía de los medios para
volver a hacer efectivo su dominio en Italia Central. De cualquier forma, la orgullosa
Ravena, capital de Italia durante casi 400 años, se negó a aceptar fácilmente la
sumisión a Roma, lo que determinó que durante mucho tiempo hubiera una lucha de
preponderancia entre el Obispo de Roma y el poderoso arzobispo de Ravena, que
siguió ostentando gran preeminencia como cabeza espiritual en las zonas del
Exarcado.
Hasta ese momento los Papas habían sido un poder meramente espiritual subordinado
al Emperador Romano. Pero a partir de dicho instante se convirtieron en monarcas de
un Estado bastante extenso y pasaron a ser príncipes terrenales. Su involucramiento
en las intrigas políticas de Italia y Europa les haría mucho daño. Con esto, la historia
de la Iglesia Romana cambió drásticamente, y no para bien. De cualquier forma, el
Papado siguió reconociendo por veinte años más la teórica soberanía imperial, aunque
ya sólo como tema ceremonial.
Pero la presión de los lombardos hacia Roma nunca cesó del todo. El año 774 llegó
nuevamente a un clímax, con el intento de los sectores pro-lombardos de Roma de
controlar a la Iglesia. Esto obligó al Papa Adriano I a recurrir nuevamente en su auxilio
al nuevo rey franco Carlos, el hijo de Pipino, el famoso Carlomagno. Éste de hecho
venía de solidificar su posición como único rey de los francos. Con su ejército entró a
Italia, la que atravesó con gran facilidad, y puso sitio al último rey lombardo, Desiderio
en su capital Pavía. En el intertanto hizo el ingreso a Roma, siendo recibido por el Papa
con todos los honores que alguna vez le habían sido otorgados al Exarca imperial. Y
después volvió a continuar el sitio de Pavía, hasta la conquista de la ciudad.
Destronado el último rey lombardo de Italia, Carlomagno se hizo coronar Rey de la
Italia lombarda en la Pavía, con la corona de hierro de los reyes lombardos.
Consecuentemente, el reino lombardo, lejos de desaparecer, quedó indisolublemente
unido al reino franco en la persona de un monarca común. A diferencia de los
ostrogodos, los lombardos nunca abandonaron Italia, sino que continuaron en ella, ya
como parte de una casta rectora latinizada. De hecho, para ese momento del año 774
los lombardos ya eran desde hacía generaciones católicos, y estaban totalmente
latinizados.
De cualquier forma, lo que los francos anexaron entonces fueron básicamente los
territorios lombardos del Norte y centro de la península, lo que incluiría en realidad
también el control de las zonas del antiguo Exarcado. De hecho, Carlomagno, de
común acuerdo con el Papa, llevó a su nueva capital de Aquisgrán, para sus
construcciones, algunos tesoros artísticos de Ravena, especialmente mosaicos de la
Tumba de Teodorico, y mármoles de edificios de Roma.
Pero la anexión de Carlomagno no incluyó en la práctica los territorios feudales
lombardos del Sur de la Península. Ahí sobrevivió en forma ya independiente el antiguo
ducado de Benevento, ahora ya convertido en Principado, coexistiendo mano a mano
con los últimos territorios imperiales, tales como Nápoles, Calabria y Abulia.
Esta relación tan íntima entre los Papas romanos y el rey franco Carlomagno fue
determinando muchos cambios políticos. En el pontificado de Adriano (771-795) los
documentos papales dejaron de invocar el nombre del emperador romano. Además, la
mencionada controversia iconoclasta había alejado cada vez más a la Iglesia romana
de la autoridad imperial. Al morir Adriano en 795, su sucesor León III ya no solicitó la
confirmación imperial de su cargo, sino que trasladó el honor al poderoso rey franco.
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Todo esto desembocó lo que pueda entenderse como una verdadera sublevación del
Papa ante la autoridad política oficial, cuando el día de Navidad del año 800 el Papa
León III, con la venia del pueblo de Roma, coronó como “Emperador Romano de
Occidente” al rey de los francos, Carlomagno.
La grandiosa personalidad de Carlomagno, el respeto que inculcaba su sabio gobierno,
y la necesidad de obtener completa independencia de Constantinopla, llevaron al Papa
a dar un paso para el que no estaba facultado. De acuerdo a la tradición imperial
romana, el Papa no poseía facultades civiles de tal tipo. Sólo el emperador reinante
podía haber designado un colega co-emperador para Occidente. Si bien el gobierno de
Constantinopla no reconoció el nombramiento, su posición no era sólida en Italia como
para hacer valer sus derechos, al tiempo que la emperatriz reinante, Irene,
excepcionalmente una mujer, veía su trono tambalearse. De hecho, Irene, si bien
cercana al Papado en el punto doctrinario de la veneración a las imágenes, era
considerada en Occidente una simple usurpadora, por haber derrocado y segado
criminalmente a su propio hijo y legítimo emperador Constantino VI.
185.- La Dinastía Fócida y la Amenaza Búlgara.
Derrocada la emperatriz Irene tras cinco ineficientes años de reinado, los funcionarios
de palacio la reemplazaron por Nicéforo I (802-811), encargado de las finanzas
imperiales.
Éste debió primero enfrentar un alzamiento de las tropas de la frontera Armenia, que
logró controlar. Necesitado de fondos para defender al Imperio, recurrió a peligrosas
medidas fiscales, que le acarrearon la enemistad de todos los estamentos de la
sociedad. Empezó además una política de expulsión de eslavos asentados en los
Balcanes y la Hélade, remplazándolos por griegos de Asia Menor. En el Este enfrentó
luchas con el Califa Abasida, y en Occidente se enfrentó al problema, heredado de
Irene, relativo al título de Emperador de Occidente conferido a Carlomagno. Entre los
años 806-807 tuvo que luchar exitosamente contra los francos para defender las
últimas posesiones imperiales en el Norte de Italia.
Además, tocó a Nicéforo enfrentar el creciente poderío búlgaro, que desde su base en
Moesia trataba de conquistar Constantinopla. La lucha empezó el año 807, y para el
año 809 la victoria se inclinaba ya del lado romano. Pero el año 811, en la tristemente
célebre Batalla de Prisca, el ejército romano, con Nicéforo a la cabeza, cayó en una
emboscada, rodeado por todos los costados por empalizadas preparadas por los
búlgaros. El emperador fue muerto en combate y el ejército imperial sufrió grandes
bajas. El hijo del emperador caído, Estauracio, asumió el trono y, gravemente herido,
logró reunir los restos de su ejército y hacerse fuerte en Adrianópolis, adonde, ante la
emergencia, fue coronado oficialmente emperador por sus topas.
Era la primera vez que un emperador romano caía muerto en combate contra un
ejército bárbaro desde la muerte de Valente en la Batalla de Adrianópolis, más de 400
años antes. El Khan búlgaro, Krum, hizo despreciativamente una copa de plata con el
cráneo del emperador Nicéforo, que luego usaría para brindar con sus nobles,
augurando su pronta –pero afortunadamente nunca concretizada- conquista de
Constantinopla.
Estando Eustaracio gravemente herido, sabía que no podía continuar en el poder, pues
el Imperio necesitaba un monarca con la fuerza necesaria para enfrentar el momento.
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Siguió una lucha de poder entre su esposa, la ateniense Teofano, y su hermana
Procopia. Finalmente, el marido de Procopia, Miguel I (811-813) fue aclamado
emperador en el Hipódromo, de acuerdo al procedimiento usual, por los tres
estamentos del Imperio: el ejército, el Senado y el pueblo. Eustaracio abdicó, tras muy
pocos meses de reinado, y se retiró a un monasterio donde falleció, pocos meses
después, de sus heridas.
Miguel I hizo finalmente la paz con Carlomagno, reconociéndole el título de Emperador
de Occidente y aceptándolo como colega. Constantinopla retuvo todavía en Occidente
Venecia, Nápoles, el Sur de Italia y Dalmacia. Pero ante los búlgaros su actuación no
fue tan efectiva, y les permitió asolar Tracia y Macedonia. Cuando trató de
enfrentarlos, en 813, fue derrotado decisivamente en otra de las muchas batallas
libradas a lo largo de los siglos cerca de Adrianópolis. Dada, entonces, su incapacidad
para lidiar con los búlgaros, el ejército lo derrocó. Fue enviado a un monasterio, donde
murió 30 años después.
Fue reemplazo por León V El Armenio (813-820), el cual, si bien logró poner coto a los
ataques búlgaros, se hizo altamente impopular por sus posturas teológicas, lo que
condujo a que fuera asesinado en 820 en una rebelión palaciega.
186.- La Dinastía Frigia.
Acontecido el antes mencionado derrocamiento de León V, ascendió al trono imperial
Miguel II, apodado Psello o El Amorio, un hombre de origen muy humilde y de baja
cultura, que se hizo elegir emperador mediante influencias económicas y miliares.
Reinaría entre los años 820 y 829. Era originario de la ciudad de Amorio en la zona de
Frigia, de lo cual derivaría el nombre de Dinastía Frigia o Dinastía Amoriana aplicado a
su familia.
El hecho político más importante de su reinado sería la sublevación, entre los años 821
y 823, de Tomás El Eslavo, un oficial rebelde que se decía ser hijo Constantino VI y
que obtuvo el apoyo de diversos estamentos del Imperio e inclusive del Califa de
Bagdad. El propio Califa arregló que el Patriarca de Antioquía, ciudad aún bajo dominio
árabe, coronara emperador al rebelde, y tras esto la causa su fortaleció. Hasta llegó a
sitiar Constantinopla, pero fracasó en su intento de ingresar a ella. Tras esto, la
rebelión fue sofocada y al final Tomás fue capturado y ejecutado.
A pesar de que el Imperio de Oriente ya estaba en plena etapa de recomposición, esta
guerra civil lo debilitó nuevamente. Como consecuencia de ella vendrían dos derrotas
inflingidas por los árabes que resultaron muy dolorosas: en 826 la isla de Creta fue
tomada por piratas árabes, y se convirtió en un peligroso nido de enemigos por más de
100 años; y en 827 los árabes norafricanos desembarcaron en Sicilia, y, a pesar de la
larga resistencia imperial, para el año 878 la conquista árabe quedaba consumada. De
cualquier forma, Creta sería luego reconquistada por Constantinopla; mientras que
Sicilia también volvería nuevamente a manos cristianas, aunque no ya de sería como
parte del muy exitoso Estado latino fundado por la dinastía normanda.
Miguel II falleció en 829, de causas naturales, siendo sucedido por su hijo Teófilo (829842). A diferencia de su casi analfabeto padre, Teófilo sería un monarca altamente
instruido, casi un príncipe renacentista, aunque ello no le sirvió para ser un gran
gobernante. Deseoso de ser un gobernante ecuánime, y procurando gala de ello, en
muchas ocasiones su crueldad intrínseca lo dominaba.
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De cualquier forma, logró nuevamente poner orden en las finanzas y en la
administración del Imperio, y además realizó importantes obras de interés público, una
de las cuales sería la reparación de las murallas de la capital. Fue un gran admirador
del movimiento cultural de la corte del Califa de Bagdad, que en esos momentos tenía
a la cultura árabe en su cúspide y que había tenido su máximo exponente en el ya
fallecido –y mucho más justo gobernante- Califa Harun-al-Rashid. Desde luego que
esta admiración redundaba en compartir con los árabes musulmanes el rechazo a las
imágenes, lo cual traería aparejada la continuación de la querella iconoclasta, que lo
limitó mucho.
De cualquier forma, Teófilo se vio forzado por las circunstancias geopolíticas del
momento a entrar en 830 en guerra contra el Califa de Bagdad Al-Mustasim. Teófilo
dirigió personalmente los ejércitos imperiales: en un primer momento logró
importantes triunfos, capturando Tarso y regiones de Cilicia que desde hacía tiempo
permanecían bajo dominio árabe. Pero sufrió varias derrotas posteriores de
envergadura, que lo llevaron a pactar la paz.
Tras un período de alto al fuego, la guerra se reinició en 837. Teófilo logró inicialmente
importantes triunfos en Mesopotamia, pero en 838 sus tropas fueron derrotadas en
combate. Tras esto los árabes sitiaron, conquistaron y arrasaron hasta sus cimientos la
ciudad frigia de Amorio, cuna de la propia dinastía imperial. De cualquier forma, esta
guerra no significó mayores pérdidas territoriales en Oriente, pero el emperador no
pudo recuperarse del golpe a su prestigio, y falleció en 842.
Además, esta guerra oriental tuvo el efecto nefasto de que impidió a Teófilo mandar
tropas a Sicilia para continuar la defensa contra los invasores árabes que lo atacaban
desde Occidente. Consecuentemente, el retroceso imperial en Sicilia siguió su curso. El
año 831 los árabes tomaron –tras larga resistencia cristiana- Palermo, establecieron su
emirato independiente en suelo siciliano y continuaron su avance por la isla.
Pero, de cualquier forma, el reinado de Teófilo significó un gran impulso a la economía
y el comercio, y forma parte indudablemente del proceso imparable de reconstitución
del Imperio Romano que se estaba viviendo. Puso coto a la corrupción imperial y fue
un valiente comandante militar, lo que no era la norma entre los emperadores
romanos de Oriente. Es considerado, con sus virtudes y sus fallas, uno de los más
capaces emperadores constantinopolitanos.
Fallecido Teófilo lo sucedió en el trono su hijo Miguel III, cruelmente apodado El
Beodo, quien reino oficialmente entre los años 842 y 867. Pero, como al ascender al
trono Miguel tenía sólo tres años, quedó inicialmente bajo la regencia de su madre
Teodora. Ésta se preocupó tanto de los temas de Estado, especialmente de la
contención de los árabes en Creta y el Egeo, que descuidó a su hijo, el cual,
consecuentemente cayó bajo la influencia de su tío materno Bardas, hermano de
Teodora. Miguel III lo ascendió primero al rango de César, y tras esto, en 856, con el
apoyo de Bardas, el emperador dio un golpe de Estado y alejó de la regencia a su
madre, a la cual relegó a un monasterio. Consecuentemente, empezó el reinado más o
menos efectivo de Miguel III con su tío el César Bardas como Hombre Fuerte.
Entre los años 855-856 Miguel III y el César Bardas condujeron una importante
campaña contra los búlgaros, que les permitió retomar el control de Filipópolis y de
otras plazas. Tuvo además lugar una guerra contra los francos en la zona de Iliria.
Entre los años 856-863 Miguel III y Bardas guerrearon, con diverso éxito, contra los
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árabes en el Este, y al final la victoria oficial puede adscribirse a las tropas imperiales.
En el año 860 tuvieron que repeler un ataque de los vikingos rusos contra
Constantinopla.
Bajo la influencia de Bardas y del patriarca Focio de Constantinopla, Miguel III condujo
un período de grandes obras públicas y de erección y reparación de iglesias y
monasterios. Además, desde Constantinopla se promovieron y despacharon
importantes campañas evangelizadoras a cargo de los predicadores San Cirilo y San
Metodio. Una primera misión falló: evitar la rápida conversión del imperio kázaro al
Judaísmo; pero se tuvo éxito una segunda misión: la conversión de la Gran Moravia,
de lo cual resultó la creación del alfabeto cirílico para el uso de los pueblos eslavos.
Temiendo que los búlgaros se convirtieran al Cristianismo latino de los francos, Miguel
III y el César Bardas invadieron Bulgaria, y como parte del acuerdo de paz de 864
impusieron la conversión del monarca búlgaro al Cristianismo griego.
En esto empezó a surgir la figura en la corte de Basilio El Macedonio, quien poco a
poco logró hacerse de la confianza de Miguel III, convirtiéndose en su chambelán y en
amante de la hermana del emperador. Además, Basilio era la pantalla oficial de Miguel
III para tener cerca suyo a su propia amante, la mitad varenga Ingerina, oficialmente
esposa de Basilio. Como se aprecia, el grado de complicidad entre Miguel y Basilio era
muy alto.
Es así como en 866 Basilio convenció a Miguel III que el César Bardas estaba
conspirando para hacerse del trono. Con la autorización de Miguel, Basilio asesinó a
Bardas, y tras esto se convirtió en el nuevo Hombre Fuerte del emperador. El año 867
Basilio fue coronado co-emperador por Miguel III. La razón de esto era aparentemente
simple: asegurar la futura sucesión de su propio hijo con Ingerina. Pero las cosas no se
dieron así. Ese mismo año Basilio asesinó a Miguel III y quedó como único emperador.
Se comenta que Basilio tuvo razones para hacer esto, pues temió que Miguel III se
inclinara por otro potencial favorito. Así se extinguía la Dinastía Frigia.
187.- El Origen de la Dinastía Macedonia.
Basilio I, quien reinara entre los años 867-886, fue el fundador de la así llamada
“Dinastía Macedonia”. En realidad, Basilio, si bien nacido en Macedonia, o mejor dicho
en Tracia, de humilde cuna, era de ascendencia armenia. Su primer idioma era el
armenio, y hablaba griego con fuerte acento. Pero por esas cosas de la historia, así
quedó el nombre de una de las más grandes dinastías imperiales de la Roma Tardía.
Con el reinado de Basilio I comienza la verdadera grandeza de la etapa “bizantina” del
Imperio Romano. Después de 200 años de estar o a la defensiva, o estabilizando las
fronteras, comenzaría una verdadera etapa de expansión política y militar. Lo que
viene es una de los períodos más interesantes de la historia del Imperio Romano, pues
quiebra las normas de lo que uno entiende por la decadencia de un Imperio.
La norma histórica, cuando se analiza un proceso de decadencia, es que el Imperio en
cuestión, en su etapa de declive sigue una curva descendente, que tal vez algún
gobernante puede detener por un tiempo, pero nada más. En el caso del Imperio
Romano latino, Diocleciano y sus sucesores retardaron un proceso, pero a la larga éste
siguió su curso. Ya hemos visto como de un Imperio que una vez gobernó toda la
cuenca del Mediterráneo para el momento histórico que analizamos ya casi no quedaba
nada. El connotado historiador inglés Edward Gibbon, en su ya citado libro, consideró
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al período bizantino de la historia romana como una época de debilidad infinita y
decadencia política y militar incontenible, pero no fue tan así. Además, no es común
que un Imperio decadente llegue a desarrollar una forma propia y descollante de
cultura y civilización.
Pero en este caso, y para este momento, el Imperio Romano había durado mucho más
de lo que otros hubieran jamás previsto, muy seguramente gracias al cambio de
capital, y lejos de desaparecer, había aguantado a pie firme derrota tras derrota,
recuperándose lo suficiente para mantener un núcleo básico, en torno a Tracia y
Anatolia, que le permitiera subsistir. En el caso del Imperio de Constantinopla,
repentinamente inició un período de expansión política, militar, y, lo que es aun más
notable, cultural.
En el reinado de Basilio I las tropas romanas empezaron a tomar definitivamente la
ofensiva contra los árabes, ya debilitados por las divisiones internas del Califato de
Bagdad. No se acrecentó el imperio, pero la frontera se estabilizó, todo listo para la
ofensiva que vendría. Si bien el año 878 tuvo lugar la caída de Siracusa en manos
árabes occidentales, y la pérdida definitiva de Sicilia, paralelamente las reconquistas
imperiales en el Sur de Italia redundaron en el dominio indiscutido del Calabria,
Tarento y Apulia. Inclusive se recuperó, por un tiempo, la isla de Chipre, pendiente de
su ulterior reconquista más definitiva.
Basilio llevó a cabo un extenso programa de recopilación legislativa y de obras públicas
de primer nivel, en buena medida a imitación de Justiniano I. Fue un muy buen
administrador de los recursos del imperio.
La intención de Basilio era en realidad dejar el trono a su hijo mayor Constantino, que
sí era con seguridad hijo suyo. Pero cuando éste falleció en 879 no le quedó otra
opción a Basilio que designar heredero a su otro hijo León, mitad escandinavo, que
como sabemos muy probablemente era hijo de Miguel III. De hecho Basilio y León se
odiaban mutuamente.
Así que al fallecer Basilio I ascendió al trono León VI El Sabio, quien reinaría entre los
años 886-912. Un hombre muy erudito que continuó la expansión cultural de su padre,
fue un justo gobernante. Culminó la labor legislativa de su padre, y encargó una
traducción completa al griego del Corpus Iuris Civilis de Justiniano. Muy significativo es
que trajo de vuelta a Roma, para un entierro solemne, los restos de Miguel III.
En el campo militar sufrió reveses militares contra los búlgaros, en 896, por lo que
tuvo que acordar pagarles de tributo. En 902 cayó Taormina, el último baluarte
imperial en Sicilia y se completó la conquista árabe de la isla. En 907 y 911
Constantinopla debió resistir el ataque de los varengos rusos, comandados por Oleg de
Novgorod. Al final la paz se arregló por medio de un tratado comercial, que es lo que
querían los escandinavos.
En su vida personal, León enfrentó el problema de que no tenía heredero varón, un
poco el caso de Enrique VIII de Inglaterra, pero en otro contexto. Con dos matrimonios
a cuestas, lo que sí era permitido en Constantinopla –recordemos que en el Imperio
Romano seguía rigiendo el Derecho Civil laico-, un tercer matrimonio le trajo
problemas con la Iglesia. Para evitar un conflicto con las autoridades eclesiásticas,
optó por no tomar una cuarta esposa, sino tener una concubina, lo cual no era
objetado. De este concubinato nació –todavía como ilegítimo- su hijo Constantino.
Nacido su hijo, casó ipso facto León VI con la madre del heredero, lo que obviamente
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creó problemas eclesiásticos, pero legitimó al hijo. Para evitar problemas coronó al
pequeño, cuando sólo contaba con sólo dos años, en 908, como co-emperador.
Pero al fallecer León VI fue sucedido por su hermano y co-emperador Alejandro II,
también hijo de Basilio I, aunque sin su paternidad en duda. Como co-emperador
quedó el hijo de León VI, el pequeño Constantino VII Porfirogénito. En el corto reinado
de Alejandro (912-913) se produjeron conflictos con los califas y con los búlgaros;
murió aparentemente de causas naturales, antes de que pudiera hacer lo que ya se
veía como un pésimo gobierno.
188.- Constantino VII Porfirogénito y su Época.
Muerto Alejandro II en 913 quedó como emperador único el infante Constantino VII,
llamado Porfirogénito por haber Nacido en la Púrpura, status que a un príncipe imperial
le confería una muy especial prioridad sucesoria, inclusive por encima de hermanos
mayores. Entre los monarcas del Imperio Tardío un príncipe heredero podía ser
considerado “Nacido en la Púrpura” sólo cuando al momento del nacimiento su padre
ya era emperador. Además, en el caso concreto de Constantino VII, para obviar la
ilegitimidad inicial del pequeño, sus padres se preocuparon que el alumbramiento
tuviera lugar en las habitaciones imperiales.
El Porfirogénito reinó oficialmente entre los años 913-959. Sería uno de los
gobernantes más cultos de su época, y de él han llegado hasta nuestros días
importantes obras políticas y literarias, algunas propias y algunas traducciones de la
mano del propio Augusto. Pero su personalidad solitaria, derivada de las experiencias
de su vida, no le permitiría ejercer adecuadamente el poder al que estaba destinado.
Por una u otra razón, a la fuerza y voluntariamente, gran parte del gobierno del
Porfirogénito quedó delegado en regentes u hombres de confianza, generalmente muy
capaces.
El primer regente fue el Patriarca de Constantinopla, Nicolás Místicos, quien en 913, no
pudo contener adecuadamente la agresión del cada día más poderoso Imperio Búlgaro,
que quería apoderarse de Constantinopla para hacerla su capital. Dado que las
condiciones de paz no fueron aceptables para la opinión pública constantinopolitana,
un golpe palaciego desplazó al Patriarca de la regencia y puso en el poder a Zoe,
madre del emperador. Los generales de la emperatriz madre tampoco fueron más
exitosos con los búlgaros, los cuales en 917 aniquilaron a un ejército imperial
comandado por su principal asesor, el general León Focas.
En eso apareció en escena un capaz almirante de origen armenio, Romano Lecapeno,
quien en 919 logró hacerse de la regencia y desplazar a la emperatriz madre. Ese
mismo año afianzó su posición al casar a su hija Helena con el emperador Constantino
VII. Tras esto, ese mismo año, Romano fue declarado Basileopátor (Padre del
Emperador), en 920 asumió, primero, el título de César, y a fines de año fue coronado
co-emperador, quedando como en realidad como el Basileus Autokrator, esto es como
el Augusto supremo.
De cualquier forma, se entiende que el reinado del Romano I Lecapeno cubre los años
919-944. Siempre respetó al Porfirogénito, pues de él, y sólo de él, derivaba su
legitimidad. No obstante, por muchos fue considerado un simple usurpador que
mantenía al verdadero emperador en la sombra. Si bien Romano I también llegó a
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coronar como co-emperadores a sus propios hijos, ellos siempre quedaron en segundo
rango respecto a Constantino VII.
En el plano militar, Romano I debió enfrentar una continuada agresión de los búlgaros,
cuyo Zar Simeón I deseaba obtener un título de “Emperador” que le fuera reconocido
por el “Emperador de los Romanos”. Pero los búlgaros no pudieron con las murallas de
Constantinopla y en 924 se llegó a un acuerdo de paz. Después Romano I estableció
una alianza matrimonial entre su hijo Cristóbal Lecapeno y la hija del zar búlgaro. Esto
hizo que Cristóbal Lecapeno fuera elevado a co-emperador, y ahí sí se le dio
preeminencia ceremonial por sobre el Porfirogénito.
En el Este, contra los árabes, a partir de 926 los triunfos fueron más notorios. El año
934, dirigidas por el brillante general Juan Curcuas, las tropas imperiales recuperaron
la importante ciudad de Melitene; en 943 invadieron Mesopotamia y en 944 sitiaron
Edessa. Curcuas fue considerado en su época un Segundo Trajano o Belisario. Sus
conquistas fueron el preludio de lo que vendría.
En 941 Constantinopla fue atacada por tierra y por mar por los varengos de Kiev. La
flota enemiga fue destruida gracias al Fuego Griego; lo mismo aconteció con el ejército
sitiador en Bitinia. El año 944 Romano I concluyó la paz con Igor de Kiev.
En el campo interno Romano I emitió sabias leyes para proteger a los pequeños
propietarios, que eran la base de la población de Asia Menor y del sistema militar,
contra el abuso de los grandes terratenientes. Y organizó bien el sistema impositivo.
El final de Romano I Lecapeno fue provocado por serios conflictos con sus propios
hijos. Sabiendo que debía todo al emperador legítimo, no tomó ninguna medida para
que, a su muerte, lo sucediera alguno de sus hijos, menos después de que ya había
fallecido el más capaz de ellos, Cristóbal. El año 944 sus dos hijos sobrevivientes lo
secuestraron, lo encerraron en un monasterio en una isla, y se hicieron del poder. El
pueblo de Constantinopla no aceptó este golpe de Estado, se rebeló, y en 945 expulsó
a los Lecapenos, así que el ejercicio práctico de la autoridad retrotrajo a Constantino
VII. Romano I falleció, pacíficamente, en 948.
Para ese momento Constantino VII tenía 39 años y nunca había gobernado realmente.
Inmediatamente coronó como co-emperador a su hijo Romano II (nieto del Lecapeno).
Delegó nuevamente gran parte de las funciones en su enérgica esposa, Helena
Lecapena, y en capaces militares. El año 949 Constantino VII trató de recuperar Creta.
Si bien este intento falló, en otros frentes de batalla, en Siria, Armenia y Mesopotamia,
le fue mucho mejor. El contraataque romano contra los árabes estaba cada vez más
sólido. Ahora eran los árabes los que estaban a la defensiva.
Constantino Porfirogénito falleció en 959. Fue sucedido automáticamente por su
disipado hijo Romano II (959-963), quien no aprendió nada de las grandes virtudes y
humanas fallas de su padre, ni de los libros de buen gobierno que éste le escribiera
para prepararlo a reinar. Inmediatamente hizo una purga de los cortesanos cercanos a
su padre, y mandó a su propia madre a un monasterio. Por simple incapacidad dejó el
manejo de los asuntos de estado en manos de generales, afortunadamente muy
capaces.
En 961 las tropas imperiales, bajo el general Nicéforo Focas, reconquistaron finalmente
Creta para el imperio y acabaron para siempre con la base de los piratas árabes. Tras
la celebración de un triunfo en Constantinopla, Nicéforo Focas fue destinado al Este,
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donde en 962 reconquisto Cilicia, en la frontera entre Anatolia y Siria. Pero Romano II
falleció tempranamente, en 963, seguramente a causa de una vida de excesos.
189.- Basilio II Bulgarotóctono: La Nueva Grandeza y el Esplendor del
Imperio Romano de Oriente.
Fallecido Romano II, lo sucedieron oficialmente como co-emperadores sus dos hijos
pequeños, los futuros Basilio II, el primogénito, y Constantino VIII, el segundogénito,
bajo la regencia de la emperatriz viuda, Teófano, griega del Peloponeso originaria de la
vieja Esparta en Laconia. Pero este reinado de dos infantes era insostenible. Por ello,
antes de que Basilio II asumiera realmente el poder, éste correspondió a dos capaces
co-emperadores: primero Nicéforo Focas (963-969) y luego Juan Tzismisces (969976).
Nicéforo II Focas formaba parte de una distinguida familia originaria de Capadocia.
Como ya hemos visto, durante el reinado de Romano II ejerció importantes cargos
militares. Viudo de su primera esposa, tomó tras ello un voto de castidad. Al fallecer
Romano II, su viuda, la espartana Teófano, que sabía no podía reinar sola y necesitaba
un sólido apoyo, en interés de sus hijos favoreció la ascensión al trono, como Augusto
supremo, de Nicéforo y contrajo matrimonio con él, legitimando al nuevo monarca.
Entre los años 964 y 966, los ejércitos de Nicéforo II Focas reconquistaron
definitivamente la ciudad de Tarso, patria de San Pablo, la totalidad de la región de
Cilicia, y la isla de Chipre. El gran éxito fue coronado el año 968 cuando las tropas de
la Nueva Roma recuperaron las ciudades de Aleppo y Antioquía. Con esto, la capital
histórica de los seléucidas y del Asia romana, la gran ciudad cristiana de Siria y sede
de uno de los patriarcados, tras 400 años de dominio extranjero, volvía a ser territorio
del Imperio Romano. La importancia histórica de esta gesta de Nicéforo (El Portador de
la Victoria) es innegable.
En Europa la suerte de Nicéforo no fue tan buena. Siguió lidiando con los todavía
insumisos búlgaros, que ocupaban buena parte de los Balcanes subdanubianos, y luego
contra sus propios aliados, los príncipes de Kiev. Entre 964-965 sus ejércitos
procuraron recuperar Sicilia, pero fracasaron. Tras esto, en 967 tuvo que enfrentarse –
exitosamente- contra el Sacro-Emperador germánico Otón I, que intentó apoderarse
de las posiciones constantinopolitanas en el Sur de Italia.
Factores económicos y políticos le alienaron el favor popular. Además, su propia
esposa Teófano lo engañó y traicionó con su amante el general Juan Tzismises, de
origen armenio y sobrino directo de Nicéforo. Aparentemente el voto de castidad que
en su momento había tomado Nicéforo alentó este comportamiento. Así que en 969
Nicéforo II fue asesinado y Juan I Tzismises ascendió al trono, también como coemperador del todavía menor Basilio II. Y para fortalecer su posición casó con
Teodora, hija de Constantino VII Porfirogénito.
La destreza militar de Juan I hizo pronto olvidar el vicio en que residía su trono. Entre
los años 970-971 condujo una exitosa campaña militar hacia el Danubio en que
derrotó a los rusos de Kiev y a los búlgaros. Estableció la supremacía – si bien no el
control absoluto- del Imperio sobre Bulgaria. Terminada la guerra en Europa, llevó a
sus ejércitos al Sur, contra los árabes. Entre los años 972 y 976 recuperó para el
imperio Odessa, en Mesopotamia, y Beirut, en la Siria septentrional, llegando a ocupar
incluso, brevemente, Damasco la antigua capital del Califato Omeya. Sus tropas
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reconquistaron Galilea y se acercaron a Jerusalén, pero no pudieron conquistarla. Ahí
el avance imperial fue detenido por los musulmanes fatimidas egipcios. Tras estos
grandes triunfos, Juan I falleció en 976.
Acontecido esto es que finalmente, ya con 20 años, pudo llegar al poder como Basileus
Autokrator el monarca legítimo Basilio II, y lo sostuvo firmemente hasta su muerte en
1025. Excelente gobernante, militar jinete y administrador, llevó al Imperio Romano de
la etapa tardía a su máxima expansión y poderío. Ocupa un lugar de honor en la larga
lista de emperadores romanos.
En sus primeros años de reinado efectivo dejó las riendas del gobierno, sin interferir,
en manos de los capaces funcionarios de palacio, no por desidia, sino sólo para ver
como se comportaban y para aprender las artes indispensables.
Además, en 879 y 889 tuvo que someter a importantes terratenientes de Asia Menor,
con verdaderos ejércitos privados, que creyeron factible hacerse del poder de la misma
forma como Nicéforo II y Juan I habían hecho. Basilio, comandando las tropas
imperiales suprimió sin miramientos ambas revueltas. Tras esto, emprendió una dura
política de poner coto al crecimiento de los grandes latifundios en Anatolia, para evitar
el surgimiento de poderes paralelos y de paso para proteger a la clase media, que era
la base del sistema político, económico y militar del Imperio.
En esto, en 988, los varengos rusos de Kiev se apoderaron de Quersón en Crimea. De
esto resultó un importante acuerdo por el cual Vladimir I de Kiev accedió a devolver el
territorio y de aceptar el Cristianismo griego, a cambio de la mano de la hermana
menor de Basilio, Ana. El Quersoneso Póntico siguió siendo territorio imperial y el
Cristianismo bizantino conquistó el espacio ruso.
En esto, en los años 992 y 994 los fatimidas egipcios, que amenazaban las
reconquistas romanas, trataron de apoderarse de Antioquía y Siria, pero fracasaron.
Basilio II, al frente de sus tropas, contraatacó, y derrotó a los invasores, asentando
firmemente la reconquista imperial de gran parte de Siria, si bien le faltaron hombres
para apoderarse también de Palestina.
Tras esto, toco ahora el turno de poner en órdenes a los búlgaros, no todavía
absolutamente sometidos, y que seguían causando problemas. En una primera
campaña, en 886, Basilio II había sufrido una grave derrota en las llamadas Puertas de
Trajano, salvándose de la muerte gracias a la intervención de la guardia varenga.
Como consecuencia de esto, Basilio había perdido Moesia ante los búlgaros. Así que
había que se hacía imperativo darle una solución al problema búlgaro. A partir del año
1.000 Basilio se sintió seguro para tomar definitivamente la iniciativa, y año a año
empezó a tomar plaza tras plaza de los búlgaros en los Balcanes. Para el año 1005 el
zar búlgaro estaba ya acosado por todas partes. Hacia 1009 Basilio II reanudó la
ofensiva.
El año 1014 tuvo lugar la célebre batalla de Belasitsa, entre el zar búlgaro Samuel y el
emperador romano Basilio II. La victoria romana fue estrepitosa y sentó la base para la
posterior rendición del gran Imperio búlgaro. La cruel estrategia de terror que siguió
Basilio II lo ha hecho famoso en la historias: cegó a prácticamente todos los
prisioneros búlgaros, dejando sólo a unos pocos tuertos, para que guiaran al ejército
vencido de vuelta donde su rey. Esto ganó para Basilio II el sobrenombre con el que ha
sido conocido por la historia: Bulgarotóctono o “el matador de búlgaros”. Se dice que
el zar búlgaro Samuel murió de impresión al ver regresar a su galante ejército en esta
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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
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lastimosa situación. De cualquier forma, los búlgaros siguieron resistiendo por cuatro
años más, hasta que en 1018 tuvo lugar su rendición y sumisión absoluta. Tras esto,
toda Bulgaria quedó incorporada al Imperio, y Basilio II tuvo la sabiduría de respetar a
los vencidos e integrarlos como ciudadanos plenos al imperio. Sometidos también los
señoríos serbios, resultó que por primera vez en siglos el Imperio recobraba en control
completo del viejo limes del Danubio, como en los viejos tiempos. Acontecido todo esto
Basilio II efectuó un viaje a Atenas para celebrar el triunfo. A este viaje nos
referiremos más adelante.
Paralelamente, hacia 1016 las tropas imperiales habían extendido considerablemente
su zona de control en Crimea, a más o menos la mitad de la península; y para la
misma época controlaban firmemente, nuevamente, todo el extremo Sur de Italia.
Finalmente, en 1020 el rey de la parte cristiana de Armenia anexó su reino al Imperio,
para que éste lo protegiera.
Cuando Basilio II falleció, a fines del año 1025, estaba preparando una expedición para
reconquistar Sicilia de los árabes. Muy seguramente lo hubiera logrado. El Imperio
Tardío estaba en la cúspide de su apogeo. Por esas cosas de la historia se había
logrado revertir, aunque fuera por un tiempo, lo que muchos historiadores
considerarían un proceso inalterable de decadencia del Imperio Romano.
Para este momento, el Imperio Romano había vivido una resurrección tal que estaba
plenamente afianzado en ambos continentes: dominaba todavía el Sur de Italia, todos
los Balcanes al Sur del Danubio, incluyendo toda Dalmacia e Iliria, toda Asia Menor o
Anatolia, partes de la antigua Mesopotamia imperial, gran parte de Armenia, parte de
Crimea y territorios en la actual Rusia, y el Norte de Siria, inclusive la histórica ciudad
de Antioquía. Además de las islas de Creta y Chipre. El emperador romano
constantinopolitano era señor de un gran Imperio que iba desde el Mar Tirreno hasta
casi el Caspio; gran parte del Cáucaso cristiano, especialmente el reino de Georgia, era
tributario suyos; y entre búlgaros y eslavos la influencia greco-bizantina se estaba
imponiendo de la mano del Cristianismo griego.
190.- La Hélade durante el Imperio Tardío.
Uno de los objetivos de esta obra es mostrar la continuidad de la historia, y por ello no
podemos dejar de proseguir, aunque sea por sólo unas líneas, la historia de la
península griega durante las etapas postreras del Imperio Romano. Ya hemos
comentado la situación de la Hélade durante el largo período de la Pax Romana,
incluyendo el pequeño renacer que recobró durante el período de Adriano. Pero al
comenzar la decadencia del Imperio Romano, y por culpa de la debilidad del mismo,
llegarían penurias mayores para Grecia.
A esto debemos agregar el conflicto entre paganismo tradicional en retroceso y
Cristianismo triunfante. En Grecia no se dieron las luchas fratricidas entre cristianos y
paganos que ensombrecieron otras partes del imperio, pero ahí fue donde el
paganismo tradicional sobrevivió más fuerte y largamente que en ninguna otra parte
del Imperio Romano. Los griegos de la Hélade, bastante más homogéneos étnicamente
que los griegos de Asia, se aferraron más a sus dioses tradicionales. Un poco como
haría la tradicional aristocracia romana en la ciudad de Roma. Especialmente, Atenas
continuó siendo el centro tradicional del “helenismo”, entendido éste en el sentido del
paganismo griego.
© Juan Alberto Díaz Wiechers, 2015 – www.wiecherspedia.com
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“Breve Intento de Explicación del Curso y de la Continuidad de la Historia de la Civilización
Occidental - Volumen I: Desde los Pueblos Indoeuropeos hasta la Caída de Constantinopla”.
Durante mucho tiempo -como ya hemos señalado hasta el reinado de Justiniano- las
academias filosóficas atenienses mantuvieron vivo el sentimiento helénico tradicional.
Y si bien llegó a haber edictos, como el de Teodosio I, extirpando oficialmente el
paganismo, hasta Justiniano ellos no fueron puestos efectivamente en práctica en
Atenas. Además, los templos y edificios atenienses no sufrieron a manos de los
cristianos, cosa muy distinta a lo que sucedió en otras ciudades como por ejemplo
Alejandría. Gran parte de los templos fueron convertidos, sin que sepamos realmente
cuándo, en iglesias, y así sobrevivieron sin ser tocadas.
Dentro de la carencia de informaciones exactas y fiables sobre Grecia y Atenas durante
la Alta Edad Media, tenemos eso sí, el detalle de la visita que en entre los años 662663 hizo a Atenas el emperador Constante II. Permaneció en la ciudad durante muchos
meses. Esto demuestra que la ciudad, y su puerto El Pireo, mantenían, o habían
recobrado, cierta importancia. Aparentemente la ciudad, ya cristiana totalmente,
estaba en bastante buenas condiciones. Tras esto Constante prosiguió su camino a la
península italiana, en su proyecto de expulsar de ahí a los longobardos y de trasladar
la sede del imperio desde la acosada Constantinopla nuevamente a la Roma del Tíber.
Pero como sabemos este proyecto fracasó.
También ha quedado en la historia la otra única visita de un emperador a la ciudad, la
de Basilio II Bulgarotóctono en el año 1018, el cual, tras su gran y famosa victoria
sobre los búlgaros, concurrió a Atenas para depositar una ofrenda en la iglesia, ahora
dedicada a la Virgen María (en reemplazo de la diosa Atenea), del templo del Partenón,
en la Acrópolis.
De la etapa co
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