hispania como tema político en la obra de julio césar

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HISPANIA C O M O TEMA POLÍTICO
EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
Sebastián Mariner
media docena de años me ocupé
H ACEanteescasamente
un auditorio general ' de lo que había efectivamente representado Hispania en la actuación política
de César. Traté de aprovechar para ello el cúmulo de
impresiones y noticias frescas todavía de mi entonces
reciente edición de la Guerra civil ^ para mostrar qué
había supuesto realmente Hispania dentro de los planes ambiciosos, de cara a Roma, del antiguo cuestor
y propretor de la Ulterior.
Quien hizo entonces osados pinitos de historiador
se atreve ahora, no menos osadamente, a hacerlos de
filólogo ante lectores especialistas para exponer algo
muy distinto, no madurado sino mucho después, ya
con una más panorámica visión de aquellos hechos
y noticias que permite intentar el paso de las impresiones a la reflexión. Sólo así creo que cabe abordar
el tema de hoy, tan diferente, en realidad, del de
aquella osadía anterior: aparte de lo que objetivamente significaron en la verdad histórica —de Roma en
general, de Hispania y de César en particular— sus
1 Hispania en la •politica de Julio César, conferencia pronunciada el 22-1-1963 en el Colegio Mayor "José Miguel Quitarte".
2 Colección Hispánica de autores griegos y latinos, vol. I (libro I), Barcelona, 1959; vol. II (libros II y III), 1961.
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SEBASTIÁN MARINER
acciones en estas tierras —en conjunto, llenas de fortuna para él— y sus actividades diplomáticas de captación de los hombres que las poblaban y regían, no
menos afortunadas también, ¿qué papel asignó él a
la actuación suya propia, a la de sus adversarios, a
la de sus aliados, a la de los comparsas de unos y
otros en el relato de sus gestas? Su talento de planificador y organizador, ¿qué lugar y qué función en
sus Commentarti, piezas maestras de una táctica de
captación y de conquista digna pareja de su categoría
de estratego excepcional, destinó —razonada y calculadísimamente como a todo lo demás— a los acontecimientos ocurridos en este suelo, a la conducta de
los hombres en él nacidos o avecindados, al conjunto
de colectividades en que se agrupaban, a lo que de
común tenía el espíritu de todos los que, no meramente por habitar lo llamado Hispania, cabía englobar bajo un denominador común y llamar Hispani^?
3 Aunque éste no es lugar para desarrollarlo, no estará de más
recalcar, pues a veces parece olvidada de puro consabida, la importancia de esta denominación. Justamente en una lengua como
la latina, donde la toponimia presenta abundantes casos de lo que
para la retórica logicista sería un auténtico tropo: ciudad o país
designado por el nombre de sus habitantes (Gabii, Veii; Marsi,
Osci, Paelignt, etc.), es decir, donde no ocurre como habitual lo que
lo es en las nuestras, que el gentilicio derive del topónimo. Indudablemente, en una lengua asi los Hispani no pueden haber sido, sin
más, los habitantes de una entidad geográfica llamada Hispania. En
primer lugar, por lo mal conocida como tal unidad; en segundo, porque la morfología de uno y otro nombre no presenta ninguna característica clara que haga del de los habitantes un derivado seguro
del del país. Ks grandemente probable, por tanto, que Hispani
represente una afinidad —por encima de la mera coincidencia
de habitar en lo llamado Hispania— al menos de índole semejante a como la representa Galli (y aquí sí que es claro que el
nombre del país deriva del de los habitantes y no viceversa).
Ahora bien, el vínculo que entre los galos suponía una lengua
común, se sabe hoy bien que no se daba entre los Hispani, según
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HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
¿Cómo racionó, tamizó y matizó para el lector romano
la materia hispánica en la estructura del relato? En
menos palabras todavía: ¿qué es Hispania como tema
político en la obra de César?
II
De antemano he de anticipar que en el nuevo enfoque o, mejor dicho, en la nueva etapa, no puedo
pretender ninguna originalidad, como no sea en cuanto a circunscribirme a un terreno concreto y no tratado que yo sepa. Pero, en realidad, la nueva consideración no puede presentarse más que como un pequeño apartado de un gran desplazamiento en el centro de interés de los estudios cesarianos a lo largo
del presente siglo.
He de precisar, por otra parte, que, cuando digo
esto, no trato de realizar una captatio benevolenttae
so color de novedad. Sencillamente, reconozco una
verdad que he de intentar presentar y razonar para
que automáticamente quede justificada la pequeña
parte que de ella alcanza al presente propósito.
Recordemos, ante todo, que el siglo xix fue glorioso para los estudios cesarianos: la novedad no se
presenta, pues, en tono de superación, sino de sensata
y honrada continuación, y bien puede sentir la emuconstaba ya por el célebre pasaje de Kstrabón, III, 1, 6, sobre la
gran variedad de sus lenguas y civilización. Forzosamente, pues,
debía de tratarse de una comunidad de otro tipo, más "espiritual", por decirlo así, que somática, más social que étnica: actitud
ante las cosas y ante la vida, relaciones mutuas entre ellos distintas de las habidas ante quienes no eran Hispani, etc.
73
SEBASTIÁN MARINER
lación de los grandes trabajos críticos'' de Nipperdey
y Paul —los cuales sí superaban efectivamente a los
de siglos anteriores, culminados en la ya magistral
edición de Oudendorp—; de los nada menos que tres
vocabularios especializados, debidos a filólogos de la
talla de Merguet, Meusel y Menge-Preuss; de los comentarios de los Napoleones I y III y, sobre todo,
del coronel Stoffel, jefe de Estado Mayor de este último, investigador minucioso, a caballo y sobre el terreno, por encargo de su emperador, de los escenarios
de las campañas civiles de César, calculador científico
de la mayoría de las cuestiones tácticas y técnicas en
general que presentan.
Que los estudios cesarianos del siglo xx hayan mudado de signo no cabe afirmarlo a la ligera: ni fue
desatendida en el pasado la personalidad literaria ni
la política de César, ni lo ha sido la guerrera en el
presente. Pero sí puede reconocerse que la primacía
que entre aquéllos ocupan, por ejemplo, los del citado
Stoffel o de Rice Holmes, referentes a César guerrero
y conquistador, la ostentan entre la bibliografía del xx
los de Klotz, Barwick, Alcock, Oppermann, Gelzer y
Rambaud, referentes más bien al escritor y al político l
4 Para los detalles de la bibliografía aludida, remito, en general, a lo dicho en mi edición citada y a la importante puesta al
día por E. Oppermann en las respectivas reimpresiones de las
ediciones comentadas (Berlín, Weidmann) de Meusel (G. civil,
1959; G. de las Galias, 1960); y ello en el sentido de que, en principio, sólo explicitaré aquí las obras que no se hallen recogidas
en ellas o en las en ellas aludidas.
5 La cantidad coincide también con la calidad; basta repasar
cualquiera de las bibliografías citadas para comprobar que los
trabajos referentes a César como escritor y político constituyen,
en nuestro tiempo, la mayoría.
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HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
Sería simplista en extremo atribuir este que he
llamado desplazamiento del centro de interés a una
mera moda científica, ese vaivén que, tal vez por prurito de originalidad, desvía a una generación de investigadores del sentido que llevó la anterior. Algo puede
haber de ello en nuestro caso; pero la indicada razón
no parece suficiente, y menos cuando de este cambio
han participado ya filólogos, historiadores y literatos
pertenecientes a tres o cuatro generaciones consecutivas sin que se haya dado ningún notorio retroceso, ni
siquiera freno.
Tampoco parece suficiente para explicarlo todo,
aunque también pueda, de hecho, explicar algo —y
probablemente más que el anterior— el motivo que
cabría sacar del alto nivel alcanzado por obras como
las de Stoffel o los comentarios de Meusel, indudablemente sólo superables a costa de aportaciones realmente difíciles, geniales casi. Por una especie de tendencia al menor esfuerzo, la investigación se habría
deslizado por la pendiente que lleva a los terrenos
menos explotados, rentables con menos trabajo y a
más corto plazo. Sin negar que esto pueda darse, y
aún efectivamente haberse dado, cabe oponer que la
aparición o no aparición del genio no es previsible',
y que, sin duda, todo lo que puede presentarse como
à y , por cierto, en uno de los aspectos en que se refleja la actividad conquistadora de César, el genio ha aparecido justamente
en nuestro siglo: la obra de C. Jullian representó para el conocimiento del adversario con que se enfrentó César una cumbre
tan alta como puedan serlo las encomiadas antes acerca de su
propia actividad guerrera. Sin embargo, lo evidente es que Jullian
historió la Galia, y a César sólo en cuanto conquistador de la
misma, lo cual tiene innegable relación con el cambio de afinidad
espiritual de que se hablará luego en el texto y, justamente en
cuanto se relaciona, lo corrobora.
75
SEBASTIÁN MARINER
insuperable lo es de acuerdo con las unidades de medida de un sistema vigente; las más de las veces, la
obra genial se presenta como superadora de las precedentes en cuanto que sólo su carácter colosal ofrece
a la mente contemporánea la posibilidad de descubrir
que las dimensiones a que estaba acostumbrada eran
superables y franqueables sus aparentes límites'.
III
¿Cuál ha sido, pues, la causa predominante? A mi
modo de ver, la distinta afinidad espiritual del hombre
de un siglo y otro con las diferentes facetas del genio
de César.
Como ya todo el mundo estará sospechando, tampoco aquí puedo pretender descubrir nada nuevo; no
hago sino aplicarlo a esta cuestión, a la que no sé
que lo haya sido. Consiste ni más ni menos que en el
socorrido argumento del «mensaje» de los clásicos:
distinto el que transmiten a edades y a culturas distintas. Es decir, en este caso, que el espíritu con que
se siente entrañable a César en el siglo xx difiere de
aquel con que se le sintió en el anterior.
Para demostrarlo creo que me basta evocar un
solo hecho histórico: Napoleón III todavía estudiaba
a César como militar; quienes iban a vengar su derrota ante Prusia, los Joffre y Pétain que en el Marne
7 También en este aspecto, y aun reconociendo lo mucho que
deben precisamente a los trabajos del siglo anterior, obras como
las de Kromayer-Veith suponen una profundización en el conocimiento del arte de la guerra antigua que efectivamente supera a
sus predecesoras.
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HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CESAR
y en Verdun detuvieron al Kronprinz y neutralizaron
la eficacia de los Berthas, al conseguir la superación
de la guerra campal por la de trincheras, estaban convirtiendo cada vez más a César en un historiador. Luego, la aviación y tantas otras cosas hicieron lo demás.
Para los Bonaparte y su Stoffel, guerreros y conquistadores, César todavía era el clásico de la guerra y de
la táctica; para cualquier estudioso actual de César,
incluso militar, éste ha pasado, y se ha pasado, definitivamente a la historia.
Y como historiador de guerra, y precisamente de
sus propias guerras, lo ha ido sintiendo cada vez más
entrañablemente afín el hombre del siglo xx, el que
por primera vez ha tenido conciencia de que, cuando
la información propia puede penetrar en el campo del
adversario, ofrece la enorme posibilidad de convertirse en arma poderosísima: la propaganda. Y, efectivamente, después ya de unas guerras donde la radio
ha podido ganar batallas, hemos estado hoy del todo
convencidos de que, por primera vez en la Historia,
probablemente, el éxito y resultado de una guerra con
cierta sordina podía depender más de la ruidosa algarabía de los «slogans» que del estallido ensordecedor
de las bombas y proyectiles. Es natural que este homble del siglo xx, tentado, seducido a veces, anestesiado
unas, irritado otras, por la propaganda, haya sido el
que, percatado de su enorme poder y conocedor de su
portentosa influencia, se haya planteado crudamente
el papel que la intención propagandística haya podido
tener en la actividad de César como escritor y los
procedimientos con que haya logrado hacerla eficaz
a lo largo de sus memorias; aceptada o no, pero dis77
SEBASTIÁN MARINER
cutida acaloradamente, la obra de M. Rambaud sobre
estos «procedimientos» constituye, entre la bibliografía cesariana posterior a la segunda guerra mundial,
un hito señero, comparable a lo que fueron las citadas
al comienzo dentro de la centuria anterior.
IV
Ahora bien, es fácil advertir que no se reducen las
diferencias y afinidades a sólo las dos fundamentales
señaladas. Por muy anticuada que hayan dejado los
adelantos bélicos de los últimos cincuenta años la
táctica que llevaba practicándose más de cinco mil;
por mucho que en los presupuestos de los Estados
y de los particulares los eufemisticamente llamados
medios de comunicación social consuman de lo que
antes se dedicaba a contingentes de caballería y en
el ínterin a líneas defensivas, ha debido de haber algo
más que explique que el cambio haya sido tan evidente
e importante en los estudios cesarianos.
Algo más; en realidad, varias cosas más. Ante todo,
y por paradójico que se antoje, el radical parecido, si
profundizamos, entre el campo de acción de la posible propaganda cesariana y de la efectiva contemporánea, a saber, la unidad, la enorme compenetración
de los elementos que, en un momento dado, por estar
o no persuadidos de una idea, pueden torcer el rumbo
de la historia. Unos cientos de miles de personas constituían la Roma de César; entre ellas, unos cuantos
miles nada más tenían en sus manos el llamar o no
al procónsul de las Galias, prorrogarle el mando o
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HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
hacérselo resignar, reclutarle más legiones o hacerle
desmilitarizar las que tenía, llevarse la legalidad republicana con Pompeyo al exilio o considerarla devuelta
otra vez a Roma con el reconfortante abrigo de las
legiones cesarianas victoriosas. Unos cuantos miles,
que se relacionaban íntima y cotidianamente, que constituían el «todo Roma», que se pasaban como reguero
de pólvora las informaciones de unos a otros. Pocas
veces en la historia del mundo un centro neurálgico
de los acontecimientos de una gran parte de la tierra
habrá estado tan al alcance de la influencia de un solo
hombre. Para que la Historia vuelva aquí a repetirse
no diré que haya que llegar a nuestros días, pero sí
que pocas veces también la hallará mejor repetida
un observador atento. Los miles convertidos en millones, no importa: tan relacionados entre sí, tan propensos a la mutua influencia o repulsión, tan pendientes de las noticias de unas mismas agencias como los
pocos miles de romanos de la época cesariana, cuando,
de todo lo que ocurría en el mundo, prácticamente
sólo importaba la repercusión que tuviera en Roma.
En segundo lugar, para el mundo actual no sólo
ha terminado el interés de César como doctrinario de
la táctica guerrera, sino que se presume de haber acabado con la admiración por los conquistadores en
cuanto tales. Todavía en el xix se conquistaba abiertamente, y el conquistador, Uamárase o no Napoleón,
se ufanaba de tal título. Hoy éste parece vitando:
quienes conquistan, lo disimulan; quienes conquistaron, se avergüenzan o fingen avergonzarse. Ante estas
actitudes, ¿cómo evitar no ya la chispa, sino la corriente de alto voltaje de simpatía con aquel escritor
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SEBASTIÁN MARINER
que se refería a una de las más deslumbrantes conquistas de la historia del mundo en los términos de
Galliam quam ipse pacauerat *, y cuya dementia, objeto modernamente de una bibliografía especializada
ha sido destacada incluso por sus adversarios humillados, una vez hecha tema de propaganda por él mismo, hasta el punto de escribir en uno de los pasajes
más directamente espontáneos de su obra beneficium
Caesaris mutauerat consuetudo qua ofjerretur
No
en balde ha podido presentar a César como «Wegbereiter Europas» precisamente el investigador que se
había distinguido, treinta años antes, justamente con
una obra capital sobre César, el autor y su obra
¿Se le podría presentar como un precursor auténtico
de la Europa de hoy, por otro lado, si le hubiese faltado la faceta de luchador de ideas, si hubiese sido
solamente un genio de la guerra, benemérito de su patria, un Máximo más, parachoques de Roma ante Aníbal, llamado a la cumbre del poder porque, cuando
los peligros fueron reales, el instinto de conservación
aconsejaba fiarse más bien de un militar nato y ejercitado que del mejor orador de masas del momento?
Un luchador ideológico, cuyo instrumento de lucha
8 Bell, ciu., I, 3 9 , 2 ; cf. también l, 7, 7 (arenga a sus soldados,
que, bajo su mando, omnem Galliam Germaniamque
pacauerint).
9 Dos títulos con este solo enunciado en la bibliografía critica
de la obra de Rambaud, aludida arriba; un largo apartado en
ella (págs. 2 8 3 - 2 9 3 ) para su rofutación dentro de su postura anticesariana en general.
10 Bell, ciu., II, 2 9 , 3 . Sobre la falta de última mano en todo
este capítulo, que ofrece el aspecto de apenas haberse variado
unas noticias y las notas con que César las habría apostillado en
una primera lectura, cf. Klotz ad loc. en la reedición de Trillitzsch,
1957, en la Bibl.
Teubneriana.
n OPPERMANN: Caesar,
Wegbereiter
Europas.
Berlín, 19632;
Caesar, der Schriftsteller
und sein Werk. Berlin, 1 9 3 3 .
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HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
constituye una tercera faceta que le acerca todavía
más a un mundo que aún vive de la palabra escrita
más que de la directamente oída. No es cuestión de
dirimir aquí, ni de discutir siquiera, a base de previsiones infundadas como tendrían forzosamente que
ser las mías, si el libro y la prensa acabarán por ceder
su trono de «cuarto poder» a los medios audiovisuales.
Lo cierto es que, por lo menos en lo que llevamos
vivido del siglo xx, no hemos asistido todavía a este
destronamiento por muy intensa que haya sido y sea
la competencia: la penetración de las ideas a través
de las páginas devoradas ávidamente o pausadamente
rumiadas ha sido la habitual y corriente, lo mismo
entre los selectos que entre la masa. César fue orador,
pero de sus discursos nada queda publicado directamente; las mismas arengas que figuran en sus obras
pueden haber sido reelaboradas según fue común en
la historiografía antigua en general. En cambio, quedan sus memorias. Para un moderno, la manera actualmente habitual de llevar a cabo las campañas
ideológicas. No es de extrañar que la idea que de
César nos vayamos haciendo sus lectores sea la de
aquel «se non è vero è ben trovato» que se le atribuye:
«si quieres dominar, escribe».
Escribir para dominar. Aquí, en este escribir precisamente para dominar estriba una cuarta justificación de afinidad, la última probablemente válida o,
por lo menos, que yo me atreva a presentar como tal
dentro de las que podrían sugerirse. El texto en que
muchos de nosotros hemos empezado a estudiar a
César, la, si no ya vieja, sí al menos veterana traduc81
SEBASTIÁN MARINER
ción de Gudeman, empieza'^ con este juicio de valor:
«El más grande de los romanos y una de las figuras
más conspicuas de la historia universal, C. Julio César..., ocupa en la historia de la literatura un lugar
más discreto». Incuestionable, si se refiere precisamente a su valor como historiógrafo. Hay que reconocer que, en este sentido, César no sería mirado por
sus imitadores o sucesores con la mirada vertical con
que lo era el César guerrero y conquistador por sus
émulos en la guerra y en la conquista: mirada de
águilas napoleónicas para las que el genio cesariano
es o la cumbre cimera a la que hay procurar remontarse como modélica o, en ocasiones, el picacho contemplado desde la altura del escarmiento en el bajo
de sus también ocasionales yerros Incluso cabe preguntarse honradamente si César, como historiador sin
más, ha tenido realmente imitadores. Al menos hay
que reconocer que, en todo caso, a gran distancia de
los clásicos de primera categoría: Salustio, Livio,
Tácito.
12 GUDESIAN: Historia de la Literatura latina. Barcelona, 19423,
94. Me interesa señalar, de paso, cómo estas palabras representan exactamente la continuidad de la concepción del centro de
interés cesariano propia del siglo XIX. Pero no conviene en este
caso exagerar la nota del consabido "retraso de los manuales respecto a la investigación contemporánea"; en realidad, la obra,
de la segunda década del siglo, ejemplifica más bien el balanceo
producido a resultas del desplazamiento del centro de interés
como efecto del empujón que derribaba a César de su gran categoría de clásico militar de primera fila. En efecto, a renglón seguido del párrafo citado se lee una aceradamente límpida constatación del descubrimiento del nuevo valor cesariano: "No era
escritor de profesión, y sus obras históricas sirviéronle puramente
de medios para la consecución de sus fines políticos."
13 Clásica ya también, y apenas preterida en comentario o
edición anotada alguna, la explicación del fracaso del cerco cesariano de Durazzo por Napoleón I.
82
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CESAR
Pero César recupera inmediatamente su «conspicuo» lugar entre los classici desde que se le contempla no como clásico de la historia, sino como clásico
de la propaganda. Desde aquí, sí. Primerísima figura,
creador genial", descubridor de una de las fórmulas
de captación de pensamientos y voluntad más eficaces a lo largo de toda la historia de este arte, y especialmente del desplegado por personas inteligentes
para captarse a quienes son o tienen por inteligentes
también. La afirmación de Rambaud («modelo clásico
de propaganda, en el que se demuestra que la mentira
más eficaz es aquella que contiene mayores dosis de
verdad») podrá y deberá ser aceptada por todo el
mundo con sólo la previa substitución de «mentira»
por «tendenciosidad» si no se quiere entrar en la discusión de si César fue o no veraz, o si, aun llevando
esta discusión hasta el final, se llega a la conclusión
de que efectivamente lo fue. En cualquier caso —y lo
propio llegando al resultado contrario, es decir, reponiendo, al final de la discusión, el término «mentira»—
se hace admisible para todos que la obra cesariana
resulta propagandística, que de entre las propagan!• Permítaseme insistir. Justamente a continuación de haberle
presentado como historiador al servicio de su política, el indicado
comienzo de Gudeman prosigue: "Mas todo lo que este hombre
emprendió lleva el sello del genio." Una sencilla reducción permite situar el locus sigìlH de esta genialidad en la obra cesariana: si es historia de intención política y su valor no se calibra
por su peso en la historiografía, deberá encontrarse en lo que
pese dentro del arte de persuadir y hacer aceptar esa intencionalidad política. Indudablemente, veinte siglos y medio desde que
Cicerón había ingenuamente aceptado que César hubiese podido
dedicar un tiempo de su vida de acción a consignar sus memorias
para que a sus futuros historiadores no les faltara el cúmulo de
donde extraer los materiales para sus narraciones (Cíe: Brut.,
2 6 1 ) no habían pasado en balde.
83
SEBASTIÁN MARINER
dísticas es el primer modelo, el clásico por excelencia,
de la propaganda hecha con la máxima, no ya verosimilitud, sino veracidad. Tipo de propaganda verdaderamente práctico y usual en nuestro tiempo, cuando
la gran comunicabilidad y penetración de las noticias
hace peligrosísimo recurrir a la mentira, porque el
desenmascaramiento e incluso la retractación resultan
de lo más contraproducente con que puede verse obligado a pechar un propagandista «poco escrupuloso».
No es ninguna exageración afirmar que, de grado o
por fuerza, tanto unos como otros de cualesquiera
bandos hoy enfrentados en el mundo, verídicos o falaces, están siendo grandes émulos, secuaces, imitadores del tipo cesariano de propaganda. Tipo, por otra
parte, que se puede aceptar como producto de su
genio lo mismo si se cree que fue buscado afanosamente por el conquistador político como si se da como
sencillamente aprovechado al advertirlo él entre sus
cualidades innatas de orden y claridad puestas de manifiesto en tantos otros aspectos de su vida, o incluso
si se le considera involuntario y hasta inconsciente,
aceptando con de Witt el carácter apolítico de los
CommentariiFormulándolo
con la máxima precaución para mí asequible osaré afirmar que, aparte las
propagandas sin adversarios (comerciales, de espectáculos, etc.), en que pocas veces se llega al descrédito
del desenmascaramiento o de la retractación, pero que,
precisamente por ello, producen menos impacto en
sus destinatarios —en quienes han de influir recurriendo a otros procedimientos, como repeticiones o captáis DE WITT: The Non-political Nature of Caesar's
Commentaries,
en Trans. Proc. Am. Philol. Ass., L X X I I I , 1942, 3 4 1 - 3 5 2 .
84
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
tiones benevolentiae de varia índole—, todos los demás que hoy practican la propaganda (polémica, para
entendernos con una sola palabra), emplean en mayor
o menor abundancia todas o alguna de las tácticas
que se desprenden del relato cesariano: conspiración
del silencio, imbricaciones de hechos de modo que
parezcan en conexión de causa a efecto suprimidos los
intermedios que lo impedirían, presentación en bruto
de cifras y datos que, desglosados de su contexto, adquieren un relieve y producen un impacto que no tendrían ni producirían dentro de él, insistencias indirectas de modo que el convecimiento se logre sin dar
la impresión de que se ha pretendido lograrlo... En
propaganda somos «neoclásicos».
La obra del clásico por excelencia de la propaganda actual resulta propagandística de manera desigual; no, tal vez, por lo que hace a la intención ni
a la intensidad; sí, en cuanto a la inmediatez. Mientras
las memorias de la guerra civil difícilmente podían
dejar de serlo, dado que a la contienda armada stibyacía una lucha ideológica '^ en las de la guerra de
'* Ello no significa plegarse a la consideración simplista, demasiadas veces formulada, de un César demócrata frente a una aristocracia que habla hallado en Pompeyo su hombre fuerte, consideración que cabría sentirse tentado a atribuir a la presentación
de los hechos por parte de César, quien ha gustado de ofrecerlos
así —quizá con sólo la sustitución de "aristocracia" por "oligarquía" en su formulado— en pugna con la de sus adversarios, que
se consideraban abanderados de la legalidad republicana y campeones de la libertad. La historia ha demostrado que la visión
de éstos disimulaba menos la realidad: César, caudillo de las
85
SEBASTIÁN MARINER
las Galias no parecía en principio que haya de estar
envuelta una segunda intención por debajo de la narración de unas hazañas bélicas. Exigir a César que
su relato de la guerra civil, uno de cuyos bandos acaudillaba, no resultara un relato procesariano, sería una
exigencia sobrehumana. En cambio, toda la posible
intención propagandística de la guerra de las Galias
puede quedar oculta no sólo a un lector superficial,
sino al filólogo especializado; es más, puede incluso
encontrar, y de hecho ha encontrado contradictores,
entre los filólogos, aun después de que alguno de ellos
ha suscitado la idea de su e x i s t e n c i a s u s c i t a c i ó n
y contradicciones que constituyen una de las glorias
más legítimas de la Filología clásica del siglo xx en
lo que a estudios cesarianos se refiere y en comparación con los grandes logros de la del siglo anterior.
Esta diferencia determina, a su vez, otra distinción fácil: los temas que han polarizado la atención
de los detectores de motivos propagandísticos son,
por un lado, la campaña civil misma, en lo que tiene
de exposición de los hechos según la visión de uno
de los bandos; por el otro, en cambio, es no la guerra
de ocupación en sí, sino el aprovechamiento que de
fuerzas "revolucionarias", acabaría por montar sobre su ímpetu
el impulso de su escalada hacia el poder personal, anticipándose
al imperio de su gran admirador Bonaparte, imperio producto
también de una revolución antiaristocrática en un principio, pero
que acabó por crear su propia aristocracia. Al hablar en el texto
de lucha ideológica me refiero más bien justamente a estas maneras de presentarse como el que tiene razón en la lucha, a los
intentos de demostración, por unos y otros, de que precisamente
ellos, y no los enemigos, no sólo representaban la más impoluta
legalidad, sino que también en la práctica eran lo que necesitaba
la república para su buen funcionamiento.
17 Como ejemplo, valga la postura apuntada en n. 15.
86
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CESAR
las posibilidades de tal ocupación hacía el general en
jefe para mantenerse al frente de unos potentes cuerpos de ejército, cuya adhesión a su persona había de
ser un día la clave del coronamiento de su ambición
política. La Galia es, a la vez, escenario y cebo de
esta propaganda; si el Senado sigue prorrogando los
poderes proconsulares de César es gracias a su convencimiento de que los dispendios en hombres y dinero son bien administrados; la pieza a cobrar, importante; la mayor tranquilidad «exterior» que se seguirá de su conquista, segura.
Hispania, en cambio, ha podido parecer mero escenario, y aún parcial, de las campañas civiles. En esta
situación de trasfondo es natural que el papel que le
haya podido corresponder en la propaganda cesariana
quede oscurecido por los mucho más brillantes y
conspicuos de los hechos mismos en ella ocurridos o,
a lo sumo, destaquen en la penumbra unas cuantas
de las características propias de su papel en la mente
del historiador-protagonista, atomizadas, sin embargo,
de acuerdo con la relación que cada una ofrezca con
los hechos que se revelan en primer plano
18 Me parece posible una demostración fácil de esta distinción
con sólo hacer notar la coincidencia en ella de dos obras significativas. El índice de materias de la obra de Rambaud empieza
(pág. 397) con una advertencia acerca de lo que habrá que entender por Gaule, que se repetirá a lo largo de muchos artículos;
y el dedicado expresamente a dicho lema (pág. 401), empezado
con una referencia larga al concepto general, continúa con otros
sobre su geografía, clima, costumbres, religión, contacto con los
germanos, inconstancia nacional, que preceden a los propiamente
referidos a los acontecimientos. En cambio, el lema Espagne (página 400) debuta ya con un España y Pompeyo, epígrafe al que
siguen los de Comienzos de César, Guerra civil. Efectos de los
acontecimientos
, [£.] y Marsella, lE.I y demostración
lcesar^ana^,
Campañas de César, Informes y relatos. Para que no pueda pen-
87
SEBASTIÁN MARINER
VI
Y, sin embargo, o yo me equivoco mucho o Hispania se presenta como un tema de perfiles netamente
definidos, al lado de otros —muchos y mucho más
importantes, desde luego— a quien considere en conjunto una recapitulación exhaustiva de los pasajes en
que, como unidad geográfica, administrativa o espiritual, ha suscitado el interés del escritor*'.
VII
Aun siendo tan escasas, entre las tampoco
rosas referencias ocasionales a Hispania, las
cativas a nuestro respecto en la Guerra de las
permiten ya prefigurar varios de los matices
aprovechamiento.
numesignifiGalias,
de su
sarse que esta diferencia es debida a influjo de la patria del autor,
el segundo botón de muestra lo aduzco de la obra citada (oí. n. 1 1 ) :
en su Caesar, Wegbereiter Europas, Oppermann pasa en el capítulo de Adquisición del poder directamente de la Galia (pág. 4 7 )
a Roma (pág. 6 6 ) .
19 Huelga asegurar que toda patriotería está ausente de mi
Intento, después que he reconocido que Hispania se mantiene
efectivamente en un trasfondo y que su importancia como tema
político es efectivamente secundaria. Me cumple añadir. Incluso,
que, precisamente por este carácter de motivo de segunda o tercera fila, que la ha podido hacer poco interesante para los investigadores hasta el presente, mi intento entra bien modestamente en la categoría aludida arriba en II: indudablemente, roturar
lo cercano, pero no hollado por oscuro o más insignificante se
ofrece como esfuerzo menor que el de proseguir los trabajos ya
hechos superándolos cuesta arriba. Con toda sinceridad, pues, reconozco que el cargo de tendencia a este esfuerzo menor, de que
allí he intentado absolver a la filología actual, es, en cambio,
completamente aplicable a este trabajo mío.
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
Por encima de las características de país conocido
y de recursos naturales bien explotados ya por los
romanos (equipaje de la flota, cantera de tropas auxiliares, surtido de buenos caballos de guerra^), destacan dos pasajes^' que configuran ya el papel que
a Hispania será asignado en la temática de la Guerra
civil: la alianza de los Aquitanos y la gestión de Quinto
Junio ante Ambiorige, rey de los Eburones. Ambas acciones, llevadas a cabo en ausencia de César; ambas,
por tanto, redactadas por él sobre testimonio ajeno,
con lo que es fácil distinguir en su narración lo que
es precisamente comentario de su propia cosecha:
Mittuntur etiam ad eas ciuitates legati, quae sunt
citerioris Hispaniae finitimae Aquitaniae: inde auxilia
ducesque arcessuntur. Quorum aduentu magna cum
auctoritate et magna [cum] hominum
multitudine
bellum gerere conantur. Duces uero ti deliguntur, qui
una cum Q. Sertorio omnes annos fuerant summamque
scientiam rei militaris habere existimabantur. Hi consuetudine populi Romani loca capere, castra munire,
commeatibus nostros intercludere
instituunt.
En éstos, no ya sólo auxiliares, sino jefes conocedores de la táctica romana, cuya veterana experiencia
con Sertorio permite a los aquitanos emprender una
campaña con auctoritas, se prefigura ya el rasgo diferencial caracterizador de Hispania frente a todos los
demás teatros de la guerra civiP^: su màxima analo20 Respectivamente, Bell, gali., V, 1, 4; H, 7, 1 (honderos baleáricos), y V, 26, 3 (caballería); y VII, 55, 3.
21 Respectivamente, Beli, gali.. I l i , 23-28, y V, 27.
22 Sin excluir ni siquiera las provincias orientales, tan rápida-
89
SEBASTIÁN MARINER
gía con Roma. No, todavía, su igualdad: a pesar de
la inferioridad numérica en que Craso, legado de César, se encuentra frente a ellos, los derrota.
Por su parte, la intervención de Quinto Junio produce una impresión parecida:
Mittitur ad eos conloquendi causa C. Arpineius,
eques Romanus, familiaris Q. Titurii, et Q. lunius ex
Hispania quidam, qui iam ante missu Caesaris ad Ambiorigem uentitare consuerat...
A pesar de ser un quidam de Hispania, Quinto
Junio, con nombre y prenombre romanos y olvidado,
por descuido del escritor o por voluntad suya o del
personaje o de ambos a la vez, el cognombre seguramente no latino que debió de llevar por su origen,
es equiparado a un eques Romanus, no cualquiera,
sino emparentado con el legado de César, Titurio Sabino, y aún se hace constar que varias veces había
sido encargado ya de misiones de confianza por aquél.
Ciertamente estamos todavía a distancia de un Decidio Saxa, y no digamos de un Cornelio Balbo; pero
la relación, presentada como la cosa más natural del
mundo, es de la misma índole; y, salvadas las distancias de una mayor compenetración de César con Hispania y, muy probablemente, de unas dotes personales
mucho más relevantes, sobre todo en el caso de Balbo,
mente penetradas por los romanos, pero donde también fácilmente
se desromanizaban, por decirlo así. El propio César ha trazado
un cuadro animado de esta desequiparación oriental, nada menos
que de tropas romanas en un país que él llegó a conocer excepcionalmente bien: los soldados de Gabinio, dejados en Alejandría
al servicio de los Ptolomeos (.Bell, eiu., III, 110, 2).
90
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
la persona aparece tan vinculada a César como aquéllos, sólo que en un cometido de menor importancia.
VIII
En las memorias de la guerra civil el tema de Hispania reviste una mayor variedad de facetas y, naturalmente, una mucho mayor amplitud.
De creer a Suetonio^^ Hispania habría entrado en
la guerra civil como un puro teatro de guerra y, por
añadidura, solamente por la sencilla razón de que,
fugado Pompeyo de Brindis sin que César pudiera
impedírselo, habría éste resuelto ir contra las tropas
de los legados pompeyanos Afranio y Petreyo en Hispania antes de que Pompeyo pudiera ponerse a su
cabeza o mandarlas llamar a Oriente. La frase con
que César habría expresado esta resolución entre los
suyos, aunque en estilo indirecto en la biografía de
Suetonio, parece acomodación literal: ire se ad exercitum sine duce, et inde reuersurum ad ducem sine
exercitu.
La veracidad de la noticia suetoniana es mantenida por uno de los últimos títulos de la bibliografía
de César, a saber, la traducción inglesa ^\ revisada y
adicionada por su autor, gran figura de los estudios
cesarianos, del Cäsar, der Politiker und Staatsmann,
de Matthias Geizer. Pero, después de esta admisión
de que César pudo decir esto a sus allegados, Gelzer
no deja de poner en duda que ésta fuese la verdadera
23 Diu. lui, XXXIV, 2.
24 GELZER: Caesar, Politician
HAM. Oxford, 1968, 204, n. 2.
and
Statesman,
trad. P. NEED-
91
SEBASTIÁN MARINER
razón de una tal media vuelta completa en la dirección del empuje cesariano. Y cita, muy oportunamente,
unas líneas de Marco Celio, conservadas en la correspondencia de Cicerón^, que indican cuál era el ambiente de los cesarianos optimistas:
Hispanias tihi nuntio aduentu Caesaris fore nostras. Quam isti (a saber, los pompeyanos) spem habeant amissis Hispaniis nescio.
La verdad es que el propio César, en el relato de
su decisión, no dice que albergara por aquellas fechas
unas impresiones tan optimistas^:
Caesar, etsi ad spem conficiendi negotii maxime
prohabat coactis nauibus mare transiré et Pompeium
sequi prius quam Ule sese transmarinis auxiliis confirmaret, tamen eius rei moram temporisque longinquitatem timebat, quod omnibus coactis nauibus Pompeius praesentem facultatem insequendi sui ademerat.
Relinquebatur ut ex longinquioribus regionibus Galliae
Picenique et a freto ñaues essent exspectandae. Id
propter anni tempus longum atque impeditum uidebatur. Interea ueterem exercitum, duas Hispanias confirmari, quarum erat altera maximis beneficiis Pompei
deuincta, auxilia, equitatum parari, Galliam Italiamque temptari se absenté nolebat. Itaque in praesentia
Pompei sequendi rationem omittit, in Hispaniam proficisci constituit...
La declaración por escrito cambia radicalmente el
25 Ad iam., VIII, 16, 3. La carta es del 3 de abril; la huida
de Pompeyo desde Brindis había ocurrido el 17 de marzo.
26 Bell, ciu., I, 29-30, 1.
92
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
papel que a Hispania cabía asignar a partir de la expresión oral recogida por Suetonio. Hispania ya no
es sólo escenario, sino, por lo menos, comparsa: una
de las dos provincias, especialmente, suponía un peligro excepcional, porque estaba muy ligada a Pompeyo
por los favores que éste le había otorgado. No se
trata, pues, de un mero segundo frente, ni, mejor
dicho, de una cobertura de espaldas (la Galia e Italia
podían ser atacadas por las tropas pompeyanas de
Hispania). El ataque igual podía surgir de Sicilia, de
Cerdeña, del Africa. Pero a estos meros escenarios,
César destinó a legados suyos; a Hispania vino él en
persona, pese a que se hallaba mucho más lejos de
Italia, pese a que tenía justamente a las puertas de
Hispania las tres legiones de Fabio en Narbona, que
podían obstruir el paso, si los pompeyanos de Hispania quisieran inquietar la Provenza o pasar a Italia
27 Sin ánimo de renovar en este lugar una discusión sobre la
credibilidad de los motivos aducidos por César, cabe insistir en
la de algunos que permitirán destacar con mayor nitidez el papel
de Hispania en su exposición. Por descontado que la falta de
naves, o el tiempo que se habría tardado en prepararlas, es motivo inadmisible, pues la distancia a que, por tierra, se hallaba
Hispania era mucho mayor que la que, a través del golfo de Venecia y del Ilírico, separaba Brindis del lugar de llegada de Pompeyo. Que una guerra no termina sino con la destrucción o rendición del ejército enemigo debe de ser indiscutible en la teoría;
y que, en la realidad del momento, los ejércitos enemigos estaban
en la Península ibérica y no en la helénica, lo es igualmente;
pero lo que ya no se podrá demostrar, porque la historia ha ido
por otro camino, es si habría sido más fácil lograr la rendición
de tales fuerzas enemigas yendo contra su jefe que yendo contra
ellas. Aparte de que este ir contra ellas podría determinar —y determinó— que el tal Jefe tuviera tiempo de hacerse con otras,
contra las que luego hubo que ir también. Es decir, que lo de
"jefe sin ejército" valía sólo por el momento. En cambio, está
claro, como diré luego en el texto, que César ha vuelto a destacar
93
SEBASTIAN MARINER
Este carácter especial de Hispania en la temática
de la justificación cesariana es acusado por uno de
los rasgos distintivos de su estructuración narrativa:
la insistencia variada y a distancia. A cinco capítulos
del anterior notifica ya un primer contacto del fugitivo Pompeyo con los suyos de Hispania mediante el
envío de Vibulio Rufo; otros cuatro después, acoge la
misma narración prolongándola un tanto. Y, al siguiente, en un inciso justificador de sus propios preparativos^*, insinúa magistralmente la posibilidad de
un contacto personal entre Pompeyo y sus efectivos en
suelo hispánico {audierat Pompeium per Mauretaniam
cum legionibus iter in Hispaniam faceré confestimque esse uenturum) casi «duplicado» en la refutación
del capítulo LX, 5, optimista ya todo él: exstinctis
rumoribus de auxiliis legionum quae cum Pompeio per
Mauretaniam uenire dicebantur^.
Pareja insistencia puede notarse en la repetición
—también dentro de esta línea de «hacer frente a un
segundo frente»— con que se afirma el carácter especial de Hispania por su vinculación a Pompeyo ^:
Itaque constituunt ipsi (esto es, Afranio y Petreyo)
locis excederé et in Celtiberiam bellum
transferre.
como grave peligro para él, y determinante de su decisión de
llevar la lucha a España y mantenerla, el de que Pompeyo acudiera a ponerse al frente precisamente de estas tropas y en este
país. Más grave, incluso, que el que pudiera fraguarse en Sicilia
y Africa, con serlo éste tanto, como bien se recoge en la arenga
de Curión: sin ella no es posible defender ni a Roma ni a Italia
(Bell, ciu., n, 32, 3).
28 Lamentablemente, en un lugar corrupto (I, 39, 3) en la tradición manuscrita.
29 Obsérvese cómo tampoco en este pasaje César ha cargado
con la responsabilidad de la noticia, y la ha dejado en rumor.
30 Respectivamente, Bell, ciu., I, 61, 2-4, y II, 18, 7.
94
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CESAR
Huic Consilio suffragahatur etiam illa res, quod ex
duobus contrariis generibus quae superiore bello cum
Q. Sertorio steterant ciuitates, uictae nomen atque imperium absentis <Pompei> timebant, quae in amicitia
manserant, [Pompei] magnis adfectae beneficiis eum
diligebant, Caesaris autem erat in barbaris
nomen
obscurius.
Menos palabras, pero no menos expresivas, en:
Caesar, etsi multis necessariisque rebus in Italiam
reuocabatur, tamen constituerat nullam partem belli
in Hispaniis relinquere, quod magna esse Pompei beneficia et magnas clientelas in citeriore prouincia
sciebat.
Tal vez más expresivas todavía. O, mejor, más expresivo lo silenciado en este pasaje capital. Cuando
de su permanencia en España César da una razón
sola, ya no es la deficiencia de naves, la cobertura
de Italia, el peligro de una irrupción en la Galia, sino
el foco pompeyano que representaba Hispania y, muy
concretamente, la Citerior
IX
Esta Citerior, primera invadida y que iba a ser la
última dominada, florón de gloria, en cambió, de Pom31 Sobre este vocablo, maravillosamente brotado aquí de la
pluma de César, véase luego, X.
32 César no llega a informar en detalle de cuáles eran los beneficios concedidos por Pompeyo, que, por cierto, tampoco son
conocidos por ninguna otra fuente; cf. SUTHERLAND: The Romans
in Spain. Londres, 1939, 233, n. 23.
95
SEBASTIÁN MARINER
peyó. He aquí un segundo aspecto de la temática hispana más complejo que el anterior, pero seguramente
no menos cierto. Demostrarlo requerirá desentrañar
un poco su complejidad.
En Roma, hacía años —ya muchos antes de esa
primera experiencia efectiva y legal constituida por el
consulado sine collega de Pompeyo el 52— que la situación política había parecido a más de uno madura
para la aventura de erección de un poder personal.
Pero que éste no podría lograrse sino a costa de un
enorme prestigio estaba claro también, por lo menos
para los que lo intentaron, y parece muy claro también para los modernos historiadores de la Antigüedad, que han hablado, como Carcopino, de «Sila o la
monarquía frustrada» o de «la monarquía de César y
el principado de Pompeyo», como Eduardo Meyer.
El siguiente pasaje, en que se dan cita tres de nuestros
más conspicuos conocedores de la España romana, es
no menos elocuente a este respecto. Sus treinta y tres
años no le han quitado vigencia y nos va a ser de
utilidad en este punto
li BOSCH GIMPERA - AGUADO BLEYE: Historia
de España,
dirigi-
da por MENÉNDEZ PIDAL, vol. II, España romana. Madrid, 1935, 221.
Conste, desde luego, que la comparación del poder de Sertorio
con el de los usurpadores del siglo ni, que hacen dichos autores,
no puede establecerse sin ponderar que entre una época y otra ha
habido un cambio radical en el posible procedimiento de acceso
al poder a base de un prestigio militar. Mientras Mario, Sila,
Sertorio, Pompeyo y César se sirven de sus legiones para encumbrarse, a partir de Galba serán más bien éstas las que encumbren
a sus jefes: habrán pasado de respaldo de los pretendientes a
impulsoras de los que creen que les pueden gobernar a su gusto
(en medio se halla el caso de Augusto, en quien se dan las dos
variantes, en cuanto que se vale de las legiones para imponerse,
pero de unas legiones que no designarían a nadie más que a él,
en quien ven al heredero legal de César, según él mismo se presenta). Son, pues, los Galba, Vespasiano, etc., los que, paradóji-
96
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CESAR
El pensamiento, las intenciones de Ser torio se hacen patentes en sus tratos con el rey Mitrídates. Le
garantiza', en efecto, la posesión de tierras asiáticas
situadas dentro del circulo de intereses de Roma; pero
eñ el tratado se incluye una cláusula: Asia, la provincia romana, ha de seguir siendo del pueblo romano.
Se atribuye, pues, Sertorio poderes que sólo podía
tener el Senado romano. Se ve claramente —dice
Schulten— que el proscrito estaba a punto de crear
en España una anti-Roma para arrancar a la oligarquía
desde aqui, poco a poco, todo el mundo romano y
anexionarlo a su Imperio hispano. Y no es que Sertorio pensara hacer de España para siempre el centro
de ese Imperio. Su corazón seguía siendo italiano, y
Roma era para él la dueña del mundo.
El Imperio hispano de Sertorio es, en cierto modo,
un precedente de los Imperios provinciales del siglo III, creados por Postumo y Carausio, que tuvieron
también su Senado. España, tan rica en minas y en
hombres de guerra, era la tierra adecuada para crearse
un dominio: los partidarios de Catilina pensaron tamcamente, han preparado el escenario para los usurpadores del
siglo III, quienes ya no tienen que convencer a un Senado para
que les asigne y mantenga legiones, como debieron hacerlo César
y Pompeyo; acostumbrado ya el Imperio a ver emperadores proclamados por éstas, ellos no hacen sino explotar la fórmula y
hacerse proclamar. D e paso, y a propósito de la alusión que ha
cabido hacerle aquí, y por ser altamente significativo a propósito
de lo que se dirá en el epílogo de este trabajo, obsérvese que
justamente el primer emperador por pronunciamiento, Galba, proclamado por las legiones de guarnición en Hispania, resulta a n terior, no sólo a los Vindex, Vitello, Vespasiano, etc., encumbrados o cuya encumbración se intentó por legiones sublevadas en
Germania o Judea, sino al propio Otón, exaltado por los pretorianos.
97
SEBASTIÁN MARINER
bien en esta tierra, y Pompeyo hizo de ella el punto
de apoyo de su poder.
César lo sabía. Hispania, como el agua del Mediterráneo liberada de los piratas, como los reinos de
Oriente ganados para Roma, era punto de apoyo para
su rival: éste la había liberado de Sertorio, liberación
tanto más importante a ojos de los romanos cuanto
que significaba que la había devuelto a su obediencia
y hegemonía. César podía tratar de contrapesar con
su conquista de la Galia; pero, evidentemente, desposeer a Pompeyo de Hispania era apuntarse un punto
más positivo, era, sencillamente, ganarle en campo
propio.
El ganador, esta vez, ha cedido incluso algo de su
generalmente bien mantenida postura de cronista imparcial y se lo ha permitido en uno de los pasajes estilísticamente más famosos y gustados de toda su obra,
los tres capítulos^ que cierran solemnemente el primer libro con el epílogo de su victoria después de la
batalla de Les Garrigues, seguramente el más célebre
de sus triunfos tácticos y una de las acciones más
notables de la historia militar universal. Hasta el momento, el recuerdo feliz de la victoria no ha alterado
su pulso de escritor, que llega serenamente al final de
la batalla con la aparente frialdad del técnico puro.
Es justamente ahora, y pese a la impersonalización
del estilo indirecto en que ha elaborado ambos discursos, el de Afranio derrotado y el suyo victorioso, cuan34 Bell, ciu., I, 84-86.
98
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
do asoma por más de un resquicio la pasión contenida.
A través de la ironía llega casi al sarcasmo
... eos exercitus quos contra se multos iam annos
aluerint, uelle dimitti. Ñeque enim sex legiones alia
de causa missas in Hispaniam septimamque ibi conscriptam, ñeque tot tantasque classis paratas ñeque
submissos duces rei militaris peritos. Nihil horum ad
pacandas Híspanlas, nihil ad usum prouinciae prouisum quae propter diuturnitatem pads nullum auxilium desiderarit. Omnia haec iam pridem contra se
parari; in se noui generis imperta constituí, ut idem
ad portas urbanis praesideat rebus et duas bellicosissimas prouincias absens tot annos obtineat...
No, no hay malentendido, ni hay en el discurso
contradicción ninguna. Es la ironía la que permite
pasar inmediatamente de pacandas Hispanias a diuturnitatem pacis y volver en seguida a duas bellicosissimas prouincias; es el sarcasmo que opone la realidad
de la ya duradera paz en Hispania contra el pretexto
de su belicosidad y necesidad de «pacificación» que
Pompeyo había alegado para tener aquí aquella gran
reserva de fuerza efectiva unida a su prestigio moral
de vencedor, que hace un momento a nuestros historiadores hemos oído llamar «punto de apoyo» de su
poder.
X
La presa ganada era importante. Hispania, en manos de César, unida a la Galia, contrapesaba ya en la
35 Md., I, 85, 5-8.
99
SEBASTIÁN MARINER
pugna por el prestigio personal a todo un Oriente fiel
a Pompeyo. Pero, en la pluma de César, le ha servido
todavía para mucho más.
Porque no se trataba, como en la Galia, de un
suelo lleno de nombres todavía desconocidos para el
ciudadano romano, dominado por reyes no más conocidos tampoco, hollado por primera vez por las legiones. Al contrario, la célebre «más antigua de las
provincias en el continente» y, a pesar de ello, no
sometida todavía, cabalmente por este mismo hecho
de su resistencia, llevaba ya siglo y medio de tradición
heroica y doméstica en la memoria del romano. Ciudades suyas, como Sagunto y Numancia, se estaban
ganando un lugar hasta en el latín proverbial. En más
de las tres cuartas partes del país se hablaba ya esta
lengua, y pululaba la toponimia no sólo inteligible,
sino incluso evocadora para el itálico; y algunos de
aquellos hombres llevaban nombres completamente
familiares para sus oídos.
La mirada de lince de César ha descubierto aquí
una espléndida posibilidad a su favor, y su victoria
en Hispania ha derivado inmediatamente hacia una
equiparación con su victoria en Italia. En este sentido, nada tan aleccionador como el contraste entre
una palabra ya mencionada antes y el vocabulario
empleado en torno a sus victorias en el Sur. Allí eran
barbari aquellos a quienes el nombre de César sonaba
más bien desconocido; aquí es la prouincia la que se
le va revelando firmemente adicta.
36
100
Cf.
vni,
n. 31.
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
Tanta ac tam secunda in Caesarem uoluntas prouinciae reperiehatur^''.
Es cierto que la distinción debió de estar fundada
en la real diferencia entre la mayor romanización de
la Bética que de Celtiberia, pero justamente el procedimiento cesariano está en saber descubrirla, aplicarla
en el momento oportuno y plasmarla lingüísticamente
con la más nítida y penetrante claridad, hincándola
así en la mente del lector suavemente, sin dejarle sensación alguna del proceso de simplificación por él
efectuado. Es decir, ¿acaso no había romanizados en
una Celtiberia manejada por los romanos desde hacía
más de un siglo? ¿Y no quedaban sin romanizar en
la Ulterior tan grandes cantidades que Lusitania, conquistada tan pronto, ha resultado arrojar tanta teonimia y antroponimia indígenas como pueden haberse
hallado en las tierras de astures y cántabros, a la
sazón no conquistadas todavía? Bien, pero es indudable que la Ulterior, y especialmente lo que luego
será la Bética, los tenía en menor número y, en cambio, estaba más adelantada su romanización. Pues
bien, César ha hablado entonces de barbari nada más
para los probables fautores de Afranio y Petreyo;
ahora, en cambio, de prouincia.
Por si se dudara todavía, repásense los capítulos
del libro I donde da cuenta de las colectividades hispanas que, como consecuencia de sus victorias, se
pasaban a su bando: pese a la variedad de circunstancias y de motivos por los que ello ocurre '^ siem37 Bell, ciu., II, 20, 1.
38 Cap, XLVIII, 5 (las que, aun queriendo, no podían suminls-
101
SEBASTIÁN MARINER
pre se las califica de ciuitates y nunca se les aplica
ningún término que pueda determinar minusvalorización alguna, pese a que, por definición, todas ellas
eran también de la Citerior.
Pero la más convincente demostración puede sin
duda proporcionarla el relato de las convenciones en
Córdoba y en Tarragona después de la rendición, prácticamente sin resistencia, del último «resistente» en
Hispania, Terencio Varrón'':
Caesar contione habita Cordubae omnibus generatim gratias agit: ciuibus Romanis, quod oppidum in
sua potestate studuissent habere, Hispanis, quod
praesidia expulissent, Gaditanis, quod conatus aduersariorum infregissent seseque in libertatem uindicauissent, tribunis militum centurionibusque
qui eo
praesidii causa uenerant, quod eorum Consilia sua
uirtute confirmauissent. Pecunias quas erant in publicum Varroni dues Romani polliciti remittit; bona
restituii its quos liberius lóculos hanc poenam tulisse
cognouerat. Tributis quibusdam publicis priuatisque
praemiis reliquos in posterum bona spe compiei
biduumque Cordubae commoratus Gadis proficiscitur;
pecunias monimentaque quae ex fano Herculis conlata
erant in priuatam domum rejerri in templum iubet.
Prouinciae Q. Cassium praeficit; huic IIII legiones
adtribuit. Ipse iis nauibus quas M. Varrò quasque
Gaditani iussu Varronis fecerant Tarraconem paucis
trarle trigo); LII, 4 (las que le pagaban tributo, en ganados),
LX, 5 (las "cinco grandes", Huesca, Tarragona, quizá Jaca, Vie
y Tortosa, que se ponen de su parte y, por fin, le abastecen de
grano; pero también otras "muchas, más lejanas", cuyos nombres no da, que se pasan también de Afranio hacia él).
39 Bell, ciu., II, 21.
102
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
díebus peruenit. Ibi totius fere citerioris prouinciae
legationes Caesaris aduentum exspectabant.
Eadem
ratione priuatim ac publice quibusdam- ciuitatibus
habitis honoribus Tarracone discedit...
¿Qué hay en todo este capítulo que no hubiera
podido escribirse igual de convenciones habidas en
cualquier lugar de Italia sin más que cambiar los
correspondientes topónimos?
Y aún, el prestigio de haberse hecho con todo ello,
presentado como tan romanizado, se veía aumentado
por la fulmínea rapidez con que se había conseguido.
Bien se encargará su protagonista de hacérselo decir
a Curión en el discurso que —esta vez en estilo directo— pone en su boca a propósito del amago de
sublevación de sus tropas*, donde, aprovechando tal
vez este hallarse en labios ajenos, el procesarismo
aparece más parcial que de costumbre:
An uero in Hispania res gestas Caesaris non audistis? dúos pulsos exercitus, dúos superatos duces,
duas receptas prouincias? haec acta diebus XL quibus
in conspectum aduersariorum uenerit Caesar?
Un «Blitzkrieg», pues, como fue en la realidad,
pero que al lector se le hará todavía más impresionante gracias, otra vez, al elocuente silencio de César,
que ni aquí ni al aladear de la adhesión de la provincia*' permite que asome ni siquiera la sospecha de
que pudieran tener parte en ello las afinidades dejadas
10 Bell, ciu., II, 32. El parágrafo que luego se citará en el texto
es el 5.
11 Cf. pasaje citado en n. 37.
103
SEBASTIÁN MARINER
en ella con motivo de los cargos aquí desempeñados:
había sido su cuestor el 68 a. J. C; la había gobernado
en calidad de propretor del 61 al 60, y desde ella había
emprendido las campañas que le llevaron hasta Galicia. Una memoria distinta de la que había demostrado para las «numerosísimas clientelas» que Pompeyo conservaba de sus campañas en la Citerior.
El mismo silencio, por último, con respecto a toda
resistencia encontrada por César no sólo en las comunidades romanas, sino incluso en las ciudades hispánicas: éstas se van poniendo de su lado como si fuesen
de una sola pieza con Italia. La actitud con que cordubenses, hispalenses y gaditanos se sacuden a Varrón
y a su enviado Galonio, lo mismo que los carmonenses
a las cohortes de aquél constituye un relato todavía
más deslumbrante que el de las adhesiones de la Citerior:
"
Quo edicto tota prouincia peruulgato (a saber, de
orden de César en la Ulterior) nulla fuit ciuitas quin
ad id tempus partem senatus Cordubam mitteret, non
ciuis Romanus paulo notior quin ad diem conueniret.
Simul ipse Cordubae conuentus per se portas Varroni
clausit, custodias uigiliasque in turribus
muroque
disposuit, cohortis duas, quas coloniacae appellabantur, cum eo casu uenissent, tuendi oppidi causa apud
se retinuit. Isdem diebus Carmonenses, quae est longe
firmissima totius prouinciae ciuitas, deductis tribus in
arcem oppidi cohortibus a Varrone praesidio, per se
cohortes eiecit portasque praeclusit.
Esta actitud hispánica contrasta con la de Martí Bell, ciu., II. 19-20.
104
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
sella, y César en su relato lo ha destacado todavía
más. Sin escribir ni una sola palabra que lo pondere,
pero hablando de Marsella siempre en conjunción hábilmente contrapuesta con las noticias de Hispania
como si ésta, en contraste con la rebeldía de aquélla,
representara el auténtico espejo de la más estricta
legalidad romana.
He aquí, en esta sensación bien provocada en su
lector, un último y máximo aprovechamiento del tema
de Hispania por parte de- César: a la vez que exaltaba
la romanidad de la provincia, ésta servía de módulo
para saber de qué parte, entre las dos contendientes,
se hallaba la legalidad.
No hace mucho, un historiador de la Antigüedad,
romana e hispánica, que no necesita calificativo alguno, sir Ronald Syme, habló, en la tribuna de la Fundación Pastor, de la conquista de Roma por Hispania.
El título pudo obedecer a cortesía exquisita; la materia es historia pura. Ciertamente, el primer emperador no italiano fue hispánico, como lo había sido
el primer rétor oficial en el imperio. Aquí se había
encumbrado al primer emperador no creado en Roma,
Galba, con una sorpresa que no se había borrado todavía en tiempo de Tácito:
« Bell, ciu., I, 34-36, comien2!o del cerco antes de su venida
para acá, es el único encuadre que viene dado por el natural
fluir del orden cronológico; los demás siguen todos a alguna victoria cesariana en Hispania, cortando la narración: I, 56-58, después de un golpe de mano afortunado en Lérida; II, 1-16, después
de la capitulación de Afranio y Petreyo; ibid., 22, después de la
de Varrón.
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SEBASTIÁN MARINER
...euolgato imperii arcano, posse principem
quam Romae fieri**.
alibi
Aquí, más de un siglo antes, había nacido el primer
no itálico llegado a cónsul. Pero ha habido un momento anterior, y antes que él no ha habido otro, en
que Hispania ha sido equiparada a Roma: la guerra
civil. Puede que esta equiparación, sin embargo, no
sea historia pura. Tal vez propaganda. Pero tampoco
propaganda pura, puesto que pertenece al clásico de
la propaganda con la máxima base posible de verdad
histórica.
Como todos los genios de la propaganda, zahori de
la penetración psicológica colectiva, César había visto,
con mirada de coloso que ahora algunos gustarían de
llamar profética, que en Hispania crecía Roma misma,
y que Roma creía en Hispania. Era la época en que
todavía Cicerón se burlaba de los poetas cordobeses
y del cesariano Decidió Saxa; y Catulo, de su detestable enemigo Egnacio. Pero el consulado de Balbo
estaba ya al caer"". César no llegaría a verlo. Sin
aguardarlo, anticipándolo sin palabras, en la obra del
clásico de la propaganda la hispanización de Roma
acababa ya de empezar'^.
« Hist., I, 4, 2.
45 El 4 0 a. J. C.
46 Ya Rambaud (pág. 281) lo había reconocido ("c'est ainsi
que la uoluntas des Espagnols s'ajoute à celle des Italiens") dentro
del párrafo donde, de entre los temas de propaganda, trataba el
de la "popularité". Sin embargo, lo que a su constatación —a la
que no hace falta decir cuánto debe todo lo aquí dicho, si bien
sea sin tomar partido por lo que a su papel de abogado del diablo
atañe— pretende añadir lo intentado por mí es el carácter de
exclusividad de esta perceptible equiparación: en Hispania, según
he indicado, no hay excepción ni de parte de la población autóc-
106
HISPANIA EN LA OBRA DE JULIO CÉSAR
tona ni de los romanos avecindados. Esto no ocurre, en cambio,
con ningún otro teatro de guerra de los que hubieron de ser
objeto de la narración cesariana. No, desde luego, con África. La
población de Utica se presenta discorde: los naturales le eran
muy adictos por "determinados favores de él recibidos", en lo
cual no debe dejar de ponderarse que este caso sería más bien
comparable a la inclinación hacia Pompeyo (quae
íciuitates'i...
eum [a saber, Fompeium'i diligebant, en Bell, ciu., I , 6 1 , 3 ) supuesta para los barbari de la Celtiberia, con lo que resulta exactamente lo contrario de lo ocurrido para Hispania, donde ya vimos
que sus posibles vinculaciones especiales y particulares anteriores
las pasaba en silencio; pero Justamente el conuentus de ciudadanos romanos constaba de elementos heterogéneos, y sus vacilaclones parece que van a resolverse en una rendición, lo que supone
una primera actitud de enfrentamiento (Bell, ciu., I I , 3 6 , 1 ) . Ni
tampoco en el frente oriental. Señalemos, por n o hablar de Egipto,
cómo relata César dolidamente la traición de los gonfenses, que
le cierran las puertas de su ciudad no bien puesto su pie en
Tesalia. Poca fuerza paorece tener, a favor de la "popularité", el
hecho mismo de que antes se hubiesen sentido tentados por la
buena estrella cesariana (RAMBATJD, últ. 1. c ) ; al contrario, esto
no sirvió a ojos de César más que para aumentar su encono
contra ellos, como parece demostrarlo el rigor del castigo que
dice haberles infligido (entregarlos al pillaje de la tropa: es el
único pasaje —Bell, ciu., XII, 8 0 , 7 — en que reconoce haberlo
hecho en todo su relato). También queda bien clara la intención
adversa de los metropolitas, quienes no le abren su ciudad sino
escarmentados por lo ocurrido en Gtonfos precisamente; escarmiento y actitud recompensada que son aducidos como únicos
motivos determinantes de la sumisión de las demás ciudades
(ibid., I I I , 8 1 , 2 ) . Limpiamente reconoce Rambaud que los ejemplos de este capítulo "servent plutôt à illustrer le succès de César
que la spontanéité des Thessaliens". Ni, sobre todo, en el ya
citado caso de Marsella, del que no haría falta decir nada más
aquí si no fuera porque creo recalcable la oposición que en la
mente del autor debía de representar como prototipo frente a la
también prototípica adhesión hispánica, visto que Rambaud, que
se ocupa bien de la intercalación de los episodios de su asedio
entre sucesos de la campaña hispánica (pág. 109, "disjonction des
faits"; 192, "l'appel"; 3 3 3 ss., "Marseille"), no parece haber destacado que, exceptuado el primero de los cortes del relato —natural en el orden cronológico, según quedó indicado en n. 4 3 — ,
todos los demás se producen a renglón seguido de alguno de los
éxitos cesarianos aquí, según detallé en la indicada nota. ¿Qué
pueden representar, frente a la resistencia de esta ciudad, presentada por César como contumaz y traicionera, las tropas de infantería ligera lusitana y rodeleros de la Citerior que aparecen
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SEBASTIÁN MARINER
en el frente de Lérida del lado de Afranio, en papel casi de
tropas auxiliares y, desde luego, reclutadas mucho antes del e n frentamiento con César y casi únicos hispanos mencionados como
realmente actuantes entre las tropas adversarias (Bell, ciu,, 1,
48, 7), puesto que se me permitirá descontar, supongo, el grupo
de hispanos —mercenarios, seguramente— que dice figurar con
otros, galos, en la escolta personal del rey Juba (Bell, ciu., II,
40, D ? La misma unanimidad hispana a través de la mente de
César, si se atiende al otro lado de la cuestión: no sólo ninguna
resistencia organizada de parte de ciudades hispánicas, sino —y
pese a las suposiciones de lo contrario repetidamente admitidas
por él mismo— ninguna ayuda especial a los pompeyanos, no ya
guerrera, sino aun de otra clase, destaca en el relato. Incluso la
presentada como importantísima concentración de trigo, que permite al ejército afraniano nadar en la abundancia, es descrita
en un pasaje (Bell, ciu., I, 49) donde el cúmulo de pasivas e intransitivos es parejo, hasta el punto de quedar en la imprecisión
qué hacían de grado y qué a la fuerza las poblaciones simiinistradoras y almacenistas: At exercitus Afrani omnium rerum abundabat copia. Multum erat frumentum prouisum et conuectum
superioribus temporibus, multum ex omni prouincia
comportabatur;
magna copia pabuli suppetebat. Diríase que el único reproche de
desapego que hace César a los hispanos, y aún precisamente a los
que reconoce todavía índole de barbari según ya he indicado —recuérdese nota 31 y X—, es el de conocerle poco: Caesaris...
nomen
obscurius; reproche que bien se me reconocerá que es de muy poca
monta. Sobre todo si se compara con lo bien que les hace quedar
a todos al relatar (.Bell, ciu., I, 38, 3) la recluta a que me refiero
en esta misma nota: equites auxiliaque toti Lusitaniae a Petreio,
Celtiberiae, Cantabris barbarisque omnibus qui ad Oceanum
pertinent ab Afranio imperantur. Pocas veces una pasiva habrá marcado tan intencionadamente una pasividad: no sólo los hispanos
nada emprenden contra César, sino que incluso lo que se les moviliza, "exigido" por los legados pompeyanos, es reducido en el capitulo siguiente a una pura enumeración: scutatae citerioris
prouinciae et caetratae ulterioris Hispaniae cohortes circiter V milia. Ni
una sola de las ciudades afectadas es nombrada; ni uno solo de
los movilizados, a pesar de que luego estas tropas se rindieron a
César con lo que pudo conocerlas y mencionarlas exactamente si
hubiese querido. Nada: meros comparsas, y aun forzados, de la
derrota.
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