CÁTEDRA MARÍA CANO UNIDAD Nº 4 EL PROFESIONAL Y LA ETICA PRESENTACION Las relaciones interpersonales están mediadas por los intereses, experiencias y comportamientos de los individuos, quienes han de actuar asumiendo su rol profesional con responsabilidades y compromiso, previo estudio de los conceptos y elementos que brinda el referente ético con una mirada práctica y funcional. OBJETIVOS GENERALES Conceptualizar la ética, la moral y los valores, estableciendo su relación y aplicabilidad en el desempeño profesional Interiorizar el código de ética de la profesión objeto de estudio. OBJETIVOS ESPECÍFICOS - Determinar, mediante el análisis de la realidad personal, por qué razón la persona humana es sujeto de la ética. - Identificar las nociones de personalidad, humanidad, hombre, persona y ser. - Establecer las responsabilidades que tendremos en el ejercicio de la profesión. - Precisar a través del análisis del concepto de “realización personal”, que lugar ocupa la virtud dentro del conjunto y fin de la persona humana. - Definir moral, describir el desarrollo ontogenético de la moral y que diferencias existen entre ética y moral. - Definir claramente cuales son los derechos, las virtudes, los bienes fundamentales del hombre de hoy y las situaciones básicas del perfeccionamiento de la personalidad. DIAGRAMA DE LA UNIDAD ETICA PROFESIONAL PARADIGMAS DESARROLLO DE LA MORAL CONCEPTUALIZACIONES NECESIDAD DEL SER JUICIOS Y VALORES TEMATICA DE LA UNIDAD 1. Definición de la Ética La ética puede definirse como la ciencia normativa de la rectitud de los actos humanos según principios últimos y racionales. Esta definición se explica detalladamente de la siguiente manera: 2. División de la Ética Cuando se habla de la ética como ciencia normativa sobre la rectitud de los actos humanos según principios últimos y racionales, se trata de una "ética general" que se mueve principalmente en el campo de la metafísica y la antropología filosófica, y que intenta explicar cuestiones como la libertad, la naturaleza del bien y del mal, la virtud y la felicidad, entre otros. Por otra parte, existe la "ética especial" o "ética aplicada" que pretende llevar a la práctica los fundamentos generales de la ética. Sin embargo, la ética como tal es una sola y esta clasificación no obedece más que a fines didácticos. El terreno donde se concretan estos principios es en el plano individual, familiar y social. A nivel social la ética puede subdividirse en diversas ramas, como por ejemplo: "ética internacional", "ética económica" y "ética profesional", entre otras. En el caso de la ética profesional, puede hablarse de "ética para ciencias de la salud", "ética para ciencias de la comunicación colectiva", "ética para educación", etc. Para estos efectos, cabe apreciar la división de la ética según el siguiente gráfico: 3. La Ética como Ciencia La ética es un conocimiento que se preocupa por el fin al que debe dirigirse la conducta humana y de los medios para alcanzar ese fin. Para ello resulta fundamental establecer una ciencia de la conducta que se funde en la comprensión de la "naturaleza", "esencia" o "sustancia" humana. Esta "ciencia" debe verse como un saber que incluye necesariamente la garantía o la prueba de su propia validez. Así se entiende el ideal clásico o antiguo de la palabra ciencia, aunque no de la ciencia moderna, que se asume como una serie de enunciados matemáticos que son susceptibles de demostrarse experimentalmente. La concepción de una ciencia ética debe apreciarse en el sentido que le otorgaron los filósofos griegos de la antigüedad. Platón hace la distinción entre la ciencia o conocimiento (epistéme) con respecto a la opinión (dóxa). La ciencia es un conocimiento racional de la verdadera realidad; mientras que la opinión es algo intermedio entre el conocimiento y la ignorancia, y comprende la esfera de la percepción sensible (creencia y conjetura). La opinión, como una forma de juzgar a través de las apariencias, no correspondería con el carácter probatorio que presupone la ética. Por eso nuestros valores éticos no deben fundarse en mitos, rumores o imágenes, sino en conocimientos racionalmente fundamentados. También en Aristóteles encontramos la misma definición de ciencia como "conocimiento demostrativo". Se trata de un conocimiento por causas, que es capaz de determinar por qué un objeto no puede ser diferente de lo que es. Es un conocimiento que no se limita al plano de los hechos, sino que intenta explicar las causas y el porqué de esos hechos. Por tanto, la ciencia tiene como objeto lo necesario y no lo accidental. De la misma manera, los estoicos retomaron estas afirmaciones al señalar que la ciencia es la comprensión segura, cierta e inmutable fundada en la razón. En todo caso, la ética es una ciencia que aspira a explicar la validez de sus afirmaciones, tratando de comprobar por qué algo es bueno o malo, justo o injusto, moral o inmoral desde una perspectiva universal y necesaria. 4. El Carácter Normativo de la Ética La ética es una racionalización del comportamiento humano, es decir, un conjunto de principios o enunciados dados por la luz de la razón y que iluminan el camino acertado de la conducta. Aristóteles define al hombre como un "animal racional". En tal caso la razón o el lógos es lo que le indica al hombre lo beneficioso o lo dañino, y, por consiguiente, también lo justo y lo injusto. Pero al mismo tiempo es poseedor de una parte animal que lo hace mantener una conducta no - racional y que muchas veces lo aparta de su verdadera naturaleza. En este sentido, existe una dimensión instintiva que, si no está subordinada a la razón, provoca que se adopten conductas basadas en la opinión ajena, en comportamientos temperamentales o en tempestuosas perturbaciones del alma. Si la parte irracional del ser humano no se halla gobernada por la razón, a éste se le multiplican desmesuradamente las necesidades y los apetitos relativos a la comida, la bebida, los placeres sexuales y el dinero. Esta conducta irreflexiva deberá ser normada o disciplinada por la razón y la voluntad. Por eso hay que reconocer los "impulsos", "tendencias" o "fuerzas" que determinan al hombre en contra de su verdadera naturaleza, para que puedan ser encauzadas por sus mejores facultades en una medida compatible con el bienestar de la totalidad de la persona. Existe una anécdota en la que un extranjero, que pretendía conocer los caracteres a partir de los rostros, decía que observaba en los rasgos de Sócrates muchos indicios de una naturaleza viciosa y lasciva. Los que se hallaban presentes se rieron de aquél, por lo que sabían de la vida virtuosa y continente de Sócrates, pero éste mismo se puso de su parte: dijo que todos esos placeres los había tenido en germen, pero que había llegado a dominarlos por medio de la razón. Por eso la ética es una filosofía práctica que busca reglamentar la conducta con vistas a un óptimo desarrollo humano. La ética se propone perfeccionar al hombre en su acción. Aun cuando la ética sea un conocimiento teórico, es, en última instancia, más importante el resultado de los actos que mejoren la condición humana, que la más perfecta elaboración especulativa de principios éticos que nunca se aplican a la vida práctica. Sin embargo, es necesario saber cuáles son los medios para lograr la meta que significa el desarrollo de lo genuinamente humano, y por eso se requiere de un previo conocimiento del hombre (filosófico, científico, histórico y psicológico, entre otros). En este sentido, si la ética busca alcanzar fines nobles, justos y buenos, los medios para conseguirlos también deben ser nobles, justos y buenos. Por el contrario, Maquiavelo asumía que el fin justificaba los medios, los cuales no eran precisamente de índole ética. Tampoco deben aprobarse medios injustos aun cuando el fin a obtener sea el más justo, pues ello encierra un proceso de corrupción que termina perdiendo de vista el objetivo, o que también puede convertirse en una máscara de ideologías políticas que legitiman el uso de la violencia en aras de beneficiar a determinados grupos sociales. El carácter normativo de la ética tiene como fundamento un aspecto esencial de la naturaleza humana, a saber: que el hombre es un ser imperfecto pero perfectible. Si además de ser imperfectos fuéramos imperfectibles, no tendríamos ningún problema moral, al no estar obligados a desarrollar 0todas nuestras potencialidades. Por eso los principios éticos tienen una dimensión imperativa, pues son mandatos u órdenes que nos damos para movernos a la realización de actos que mejoren nuestra condición humana. Porque somos seres incompletos buscamos perfeccionarnos y dirigir nuestras acciones hacia lo que debe ser. Este deber ser nos presenta como una necesidad de plenitud, de cristalizar al máximo todas nuestras capacidades. Por tanto, en la ética el deber ser manifiesta como la conciencia de que no se es, pero que se puede llegar a ser. Por eso se trazan metas o fines dados por la razón y se ejecutan a través de actos que perfeccionan y ennoblecen al hombre. La ética queda plasmada como la exigencia de perfección integral de la naturaleza humana, lo cual implica la búsqueda de la excelencia como seres individuales, familiares y sociales. Como ya se ha señalado, muchas veces los fines y deberes no surgen como fruto de una reflexión propia, sino que son elegidos e impuestos de antemano por la colectividad. Incluso suelen constituir patrones de conducta que disminuyen y empobrecen el ser propio del hombre, al limitar todas sus capacidades sólo a aquéllas a las que una determinada época demanda, como puede ser el "éxito" económico. El hombre, como animal que habla y piensa, también está supeditado a los apetitos, sentimientos, emociones, estados de ánimo, prejuicios o acondicionamientos sociales y psicológicos, que lo inhiben de promocionar su dimensión específicamente humana. Por eso se hace indispensable que hagamos un análisis racional y crítico, el cual reexamine los fines y deberes vigentes, ya sea para eliminarlos, fortalecerlos o crear nuevas posibilidades. Para ello no es suficiente la razón por sí sola, sino también un coraje y una tenacidad para rectificar formas de pensamiento y conducta que la mayoría de las personas, por costumbre o por temor al riesgo y a la soledad, no estarían dispuestas a cambiar. La exigencia de perfección no puede estar centrada en un solo aspecto de nuestra personalidad, pues la naturaleza humana es algo sumamente amplio y complejo. Por eso, alcanzar una vida plena significa alcanzar un auto desarrollo integral, es decir, la realización de nosotros mismos de manera completa. Para ello existe una serie de elementos que nos configuran, que nos esculpen como personas y que estamos impelidos a desplegar. En este sentido podemos enumerar los siguientes: (1) Espiritual: El ser humano busca desarrollar valores y virtudes relacionados con actividades espirituales que enriquecen su alma, no sólo para la vida presente, sino para después de la muerte física. La espiritualidad humana es la postulación del alma como sede principal, en cuyo terreno crecen la libertad y la responsabilidad, las obligaciones morales, la virtud desinteresada, la majestuosidad de la justicia, la superioridad del amor y la conciencia de un Dios bondadoso y activo, que constituye un modelo para la humanidad. El crecimiento de la espiritualidad se fomenta en la persecución de causas buenas y nobles, así como en la disposición para tener una comunión con lo divino, eterno y perfecto, practicando virtudes como la fe, la esperanza, la caridad, la piedad y la santidad. (2) Físico: se trata del mantenimiento y desarrollo del cuerpo humano, visto no como un simple instrumento del alma sino como su complemento. Resulta erróneo exaltar el alma para menospreciar el cuerpo, como han supuesto algunas concepciones religiosas y filosóficas, ni tampoco debe plantearse una oposición o dualismo entre el alma y el cuerpo. Este último no es una máquina que se mueve por sí misma, separada del alma, como dice Descartes. Debemos orientarnos, más bien, según la máxima de Juvenal: "mens sana in corpore sano" (mente sana en cuerpo sano). Se trata de la armonía existente entre un estado psíquico y espiritual deseable y la buena salud física. Un cuerpo saludable y robusto favorece la obtención de un mayor vigor moral e intelectual. Como señala Spinoza, el alma y el cuerpo son dos manifestaciones distintas de una misma realidad, pues el orden y la conexión de los fenómenos corpóreos corresponden perfectamente con el orden y la conexión de los fenómenos anímicos. Con ello se establece un paralelismo o una unidad psicofísica del hombre, es decir, la indisoluble relación entre los procesos psíquicos y físicos. Como, por ejemplo, cuando el alma afecta el cuerpo, las angustias, tristezas o traumas producen alteraciones en el sistema nervioso; o cuando el cuerpo afecta el alma, los desequilibrios químicos del organismo provocan estados depresivos. Por tanto, a raíz del vínculo entre el alma y el cuerpo, también debe buscarse el perfeccionamiento de éste a través del ejercicio, el deporte o la cultura física, la buena nutrición y evitar todo tipo de exceso. Estas actividades favorecen, sin duda, la adquisición de virtudes tales como la salud, la belleza y la fuerza física. Por otra parte, el ejercicio físico no debe convertirse en una moda para cumplir con un estándar social que establece un tipo de figura que se debe alcanzar, pues ello significaría vivir en función de lo que dice la colectividad y no de un auténtico aprecio por nuestro cuerpo. (3) Intelectual: Consiste en el desarrollo de la mente, la inteligencia o el entendimiento. Para ello, el hombre se perfecciona a través de la educación o cultura, que lo dispone a juzgar la validez de las cosas y a pensar por sí mismo sin la guía de otros. El perfeccionamiento intelectual supone la profundización en determinados campos del conocimiento, pero implica también la adquisición de una cultura general o humanista, como ideal de la formación humana completa. Nuestra educación no debe consistir en acumular información dispersa, sino en adquirir una visión de conjunto que nos capacite para comprender y transformar el mundo. En el desarrollo intelectivo es fundamental la no fragmentación científica o cultural, pues difícilmente se podrán enfrentar problemas más allá de la rama o disciplina específica, lo que puede generar un desequilibrio de la personalidad al concentrarse en una única dirección, y sin interés, sin tolerancia y sin comunicación con los que se encuentran fuera de ella. El conocimiento es uno solo y su división en asignaturas o materias, corre el peligro de convertirse en compartimentos estancados, no estructurados ni interrelacionados ordenadamente, hasta el punto de que pueden perder interés y sentido para la vida de la persona. Por otra parte, el hombre culto que fomenta el crecimiento de su inteligencia, es alguien abierto a la comprensión de las ideas de los demás, pues ello encierra un enriquecimiento aun en el caso de que no les reconozca validez. También es alguien que conoce el pasado histórico, con el fin de interpretar mejor su presente y su porvenir. Además es capaz de apreciar las novedades en su justo valor, sin convertirlas en objeto de adoración. Asimismo, el desarrollo racional implica la posibilidad de abstraer, generalizar, deducir, inducir, comparar y valorar la información recibida. De manera que el perfeccionamiento intelectual implica adoptar una posición crítica frente a los prejuicios y estereotipos que permanecen arraigados en cada época. Por eso no debe generarse una actitud pasiva frente a los saberes consolidados, sino asumir que las respuestas que se han propuesto a los diversos problemas son siempre aproximaciones a la verdad con un carácter provisional. La búsqueda y creación de conocimientos no debe abandonarnos nunca, sobre todo manteniendo una admiración y curiosidad sobre todo aquello que nos interroga. Por tanto, podemos percatarnos de que saber por saber es un valor en sí mismo, del que no necesariamente tenemos que devengar una utilidad económica. Aristóteles dice al comienzo de la Metafísica: "Todos los hombres desean por naturaleza saber". Y más adelante agrega: "Es indigno del hombre no buscar el conocimiento que le pudiera ser accesible". Saber más significa ser más. Esto lo descubrimos cuando somos capaces de encontrar un deleite en el solo acto de saber. Si deseamos saber más, podemos conocer mejor qué somos, qué queremos hacer con nuestra vida y cómo podemos disfrutar más de todo lo bueno y bello que existe. Mediante el cultivo de virtudes como la prudencia y la sabiduría, nos conocemos mejor a nosotros mismos y a los demás, y, por consiguiente, estamos en óptima disposición para aplicar los conocimientos adquiridos a la resolución de múltiples problemas o situaciones. (4) Volitivo: La voluntad es la apetencia o el deseo racional del hombre, y debe distinguirse de la apetencia como deseo sensible, que está dirigido sólo por los instintos irracionales. Puede observarse que la voluntad es el principio motor que pone en práctica las decisiones de la razón, al estar siempre subordinada a ella. Dice Platón que los tiranos no hacen lo que quieren, al hallarse gobernados por deseos sensibles que son contrarios a la naturaleza y a la ley y que no han sido dados por la razón, y, por consiguiente, no actúan conforme a la voluntad, es decir, conforme a lo bueno. De ello podemos derivar que quien se deja arrastrar sin medida ni orden por apetitos de comida, bebida, placeres amorosos y dinero, no sigue la voluntad sino el puro deseo. La voluntad, como principio de acción según el bien que proporciona la razón, siempre está presente en los actos virtuosos. Sin embargo, muchas veces la razón y la voluntad no operan conjuntamente sino que están al servicio de instintos irracionales. Así, por ejemplo, un hombre con el instinto de la avaricia pondrá a su "razón" a maquinar la forma de hacer cada vez mayor dinero, a la "voluntad" la someterá a empecinarse por aquellos actos que le hagan acrecentar su capital (negocios, trabajo, ahorros, etc.), y reprimirá sórdidamente los que impliquen dispendio o gasto. Por eso la voluntad debe ser una aliada de la razón y no una súbdita del deseo. No obstante, nuestra sola razón es insuficiente para alcanzar un perfeccionamiento de nosotros mismos, a menos que contemos con el ánimo, el empeño y la disciplina (la voluntad) para ponerlo en práctica. Nuestro desarrollo volitivo se forja con la realización constante de virtudes tales como el respeto, la perseverancia, la valentía, el pudor, la moderación, la responsabilidad y la lealtad. (5) Afectivo: El ser humano debe pulir sus emociones no desde una perspectiva egoísta y utilitaria, sino teniendo apertura hacia las necesidades de los demás. Ser "afectuoso" significa un conjunto de actos o actitudes que demuestren sentimientos tales como la bondad, la benevolencia, la devoción, la protección, la comprensión, la compasión, el cariño, la gratitud, la ternura, la confianza, y se caracterizan cuando la persona, en una situación dada, "toma cuidado de" o "se preocupa por" otra persona. En este sentido, el afecto es una de las formas del amor. Este último puede entenderse, en primer lugar, cuando se da una relación selectiva entre los sexos y que se halla acompañada por efectos positivos (amistad, ternura, fidelidad, pasión, etc.). Para ello debe haber un compromiso personal recíproco y no una simple relación sexual ocasional o anónima, es decir, debe atenderse a que existe una relación en donde lo que se busca es compartir y comunicarse en lugar de dominar, y en donde cada uno trata al otro como persona y no como objeto. El amor es un salir de sí sin esperar nada a cambio. Una de las definiciones más bellas del amor es la que escribió que Johannes von Kastel: "Saca el amor al amante fuera de sí y lo coloca en el lugar del amado; y más está el que ama en el ser que ama que en el cuerpo en que respira". En el amor de pareja pueden distinguirse el amor sensitivo, que responde a los estímulos físicos y concupiscibles y que por sí solo es egoísta y narcisista, y el amor metafísico, que significa darse al otro, comunicarse y compartir vivencias en todas las dimensiones del ser: a nivel físico, volitivo, afectivo, estético, social, espiritual e intelectivo. En segundo lugar, el amor aplicado a las relaciones interpersonales se caracteriza por la solidaridad, la amistad, la fraternidad, la tolerancia y la concordia entre los individuos. Tanto el amor entre el hombre y la mujer, entre los padres y los hijos o entre ciudadanos, tiene como base el reconocimiento de la dignidad del otro, lo que implica una relación libre y recíproca, en la cual se busca el bien del otro como si fuera el propio bien. No debemos olvidar que la razón se vuelve ciega, fría y calculadora cuando no está acompañada de la voz que proviene del corazón. (6) Estético: El ser humano también se perfecciona cuando busca relacionarse con lo bello y lo sublime, ya sea cuando contempla la naturaleza y las obras artísticas, o cuando es capaz de crear cosas bellas. El nexo con el arte se da como una experiencia en donde perfeccionamos nuestro gusto y sensibilidad. Las creaciones artísticas también pueden apreciarse como otras formas de educación y conocimiento, tanto para fines morales como de compromiso social y de crítica política. En todo caso no debemos vincularnos con la belleza como un simple objeto de consumo, siguiendo irreflexivamente el gusto dominante. Nuestra relación con el arte no debe consistir en una imposición de los medios de comunicación que, al intentar masificar y uniformar nuestra sensibilidad, buscan que respondamos a intereses comerciales y no tanto estéticos. Por eso el vínculo con la belleza puede representarnos una experiencia profunda y transformadora de todo nuestro ser, permitiéndonos descubrir y comunicar a los demás una infinidad de significados y símbolos. En este sentido, resulta fundamental pulir nuestra sensibilidad y relacionarnos con la literatura, la pintura, el teatro, el cine, la danza, la música, la escultura y la arquitectura. Por otra parte, la naturaleza representa para nosotros no sólo algo bello, sino también un valor ecológico que debemos preservar, así como algo sublime (aquello que desborda nuestra capacidad de comprensión y que nos hace sentir la dimensión infinita y divina de la naturaleza). (7) Social: Los seres humanos buscan asociarse por naturaleza, pues su perfeccionamiento completo sólo puede lograrse como seres sociales. En esta tónica, Kant insistió en la necesidad de las relaciones intersubjetivas, como parte esencial del desarrollo humano: "El hombre tiene una inclinación a asociarse, porque en el estado de sociedad se siente más hombre, o sea, siente poder desarrollar mejor sus disposiciones naturales". De esta manera, existe una disposición del hombre hacia el hombre, gracias a la cual el uno se siente vinculado con el otro por la paz, la amistad, la cooperación, la libertad, el pluralismo, la igualdad, la dignidad, la fraternidad, la generosidad y la solidaridad. Nuestra misión social no consiste en fomentar antivalores como la intolerancia, el individualismo egoísta o la dominación en cualquiera de sus formas, sino en asumir los grandes problemas de la humanidad como si fueran nuestros propios problemas. Nuestro bienestar económico y social nunca debe construirse sobre las espaldas de aquellos que hayan sido víctimas de la explotación, la miseria y el hambre. Por eso la aspiración suprema como seres sociales es la de forjar en forma conjunta el desarrollo de los valores verdaderamente humanos. Ello significa erradicar la discriminación, el racismo y la xenofobia, pues sólo de esa manera la sociedad humana puede evolucionar hacia la integración universal. Nuestro destino como género humano es comprender la gran lección que nos dan otros seres como las partículas subatómicas, las galaxias, las bacterias o el reino de lo biológico: la tendencia común a asociarse en armonía y a entablar vínculos de mutua dependencia. Plegarnos a ello ya no significa sentirnos superiores a nadie, ni regirnos bajo estructuras políticas piramidales, sino estar facultados para convivir, aprender y simpatizar con los otros, aun cuando sus formas de vida sean diferentes de las nuestras. Todos estos aspectos o dimensiones de nuestra verdadera humanidad pueden ser objeto de una ordenación o jerarquía, es decir, donde podamos privilegiar alguno o algunos de ellos por encima de otros. Sin embargo, todos tienen importancia, se relacionan mutuamente y requieren ser cultivados con constancia, si lo que perseguimos es un desarrollo armónico, equilibrado y saludable. El problema radica cuando alguno de esos elementos adquiere un carácter absoluto y el resto carece de consideración. En estos casos, el ser humano se fragmenta como ser completo y entra en estados de fanatismo, neurosis y depresión. En nuestro tiempo uno de los mayores peligros estriba en que la mayor parte de los individuos se han convertido en simples consumidores mecanizados y enajenados, sin otro horizonte que el comprar y el usar, a la vez que han abandonado otras dimensiones que los caracterizan como seres auténticamente humanos. Los individuos en lugar de transformarse en una masa uniforme y global, deben ser personas dotadas de singularidad, creatividad y originalidad propia e irrepetible. Por eso se hace indispensable encontrar las formas de conducta o las condiciones que permitan el perfeccionamiento integral de la naturaleza humana. En este sentido, todas nuestras dimensiones espirituales, intelectuales, vitales, volitivas, afectivas, estéticas y sociales se desarrollan y perfeccionan a través de la práctica de cada una de las virtudes y valores mencionados. No obstante, hay que considerar que esta perfección implicada en el concepto de persona, no consiste en desarrollar una serie de aspectos dispersos y separados entre sí, pues todos ellos conforman una unidad que amalgama la personalidad humana. El hombre íntegro o entero es una escultura en donde no se pueden cincelar sus partes aisladamente, sin correr el peligro de hacer perder la armonía del conjunto. 5. La Rectitud de la Ética La ética busca que los actos humanos se orienten hacia la rectitud. Con esto se indica el estudio de aquellos actos que contribuyen al perfeccionamiento humano. La rectitud puede entenderse como la concordancia entre nuestras acciones con la verdad o el bien, y significa la pauta apropiada para el desarrollo de nuestra naturaleza. Los seres humanos nos perfeccionamos cuando nuestras acciones son rectas, buenas o virtuosas. Los actos humanos no son moralmente indiferentes, pues en vistas de mejorar como persona, no da lo mismo hacer una cosa que otra. Si asumimos una actitud solidaria frente a otras personas que padecen injusticias, crecemos en nuestra dimensión auténticamente humana. En cambio, si el sufrimiento humano nos es indiferente y preferimos buscar sólo nuestro beneficio, esto constituye un acto que nos desorienta y aparta del camino de nuestra perfección humana. En este sentido, lo bueno y lo virtuoso es lo que nos hace ser más, lo que fomenta nuestro desarrollo auto integral y que de manera indudable nos conduce a la felicidad. Por el contrario, el mal y el vicio es lo que nos hace ser menos, lo que nos destruye y nos hace infelices. El bien y la virtud, al igual que el mal y el vicio, no son algo relativo y subjetivo, sino algo universal y objetivo. Con los vicios y las injusticias nos alienamos (de "alienus", otro), es decir, nos convertimos en seres distintos en relación con nuestra verdadera naturaleza. 6. El Objeto de la Ética Hemos hablado antes de la tendencia de la ética a la universalidad, en atención a sus principios. Sin embargo, la naturaleza de los objetos de la filosofía moral (principios, reglas, ideales o ideas prácticas) hacen de ésta un discurso o conocimiento problemático, cuya certeza al menos va a ser estrictamente práctica. La ética no pone su objeto, como la matemática, ni lo describe sobre un hecho, como la física. Ni siquiera puede ser demostrativa de sus teoremas. De hecho, sus objetos presentan múltiples «diferencias y desviaciones», como bien dice Aristóteles (Et. Nic., 1094 b), y es por eso que sólo puede limitarse a reflexionar sobre ellos, contentándose con ser argumentativa, no demostrativa, de todo su decir sobre los mismos. Aristóteles concluye que la filosofía moral no pertenece al saber teórico (phrónesis), en el que es esencial la madurez en la experiencia de las «acciones de la vida», por una parte, y el poseer una razón práctica y deliberadora (Iógos praktikós) para versar sobre ellas (ib., 1095 a). Kant suscribe este planteamiento: la ética se circunscribe al uso de la razón práctica (praktizche Vernunft) (K. p. V., Ak. V, Prólogo) y pertenece, en último término a una “teoría de la sabiduría” (ib., 163). El objeto de la ética es para Aristóteles la praxis; para Kant es la voluntad (Wille). Para ambos es, pues, la acción en tanto que sometida a la razón: la «voluntad” kantiana se asimila, en la moral, a la razón práctica. Por eso, y precisando más, el objeto de la ética no es tanto la acción cuanto lo que guía la acción. La ética, dice Kant, no puede ordenar más que las «máximas o reglas de la acción, no la acción misma. Deja, así, una abertura al libre arbitrio de cada uno para el cuándo y el cómo de la observancia de la ley moral (Tugendlehre, Ak. VI, 390). Conviene añadir que la ética no sólo, como filosofía moral, tiene por objeto lo que guía la acción, sino también la no – acción. Se refiere a las reglas que aplicamos en nuestra acción, bien sea hacia los demás, generalmente, bien sea hacia nosotros mismos, e incluso hacia los animales y la naturaleza en su totalidad. Pero asimismo puede deliberar sobre las máximas que han conducido a una no acción u omisión de conducta. Pues hay un «no hacer» moral (la desobediencia civil justa) y un «no hacer» inmoral (desobediencia civil injusta). En cualquier caso, la ética no tiene por misión fijar un conjunto de objetivos prácticos, considerar su realizabilidad o prever los resultados de una asignación de fines prácticos. Su tarea es averiguar las condiciones de posibilidad de estos mismos objetivos prácticos, que por lo demás, le ofrecerá esta o aquella “moral”. Es decir debe estudiar las reglas que guían la acción y probar su fundamentación. Tras ello podrá decir si una regla tiene “validez” o no para el comportamiento moral. A la ética no le importa saber si una prescripción moral es mejor que otra, sino que reúne la legitimidad para que se pretenda de esta forma. En esta operación poco tienen que decir las ciencias físicas y las ciencias sociales; o no tienen, al menos, la última palabra. Los elementos que ellas nos prestan pertenecen a la esfera de los hechos. Pero ya hemos dicho que la filosofía moral no discute tanto sobre ellos como sobre las normas que los guían. La ética se limita a deliberar sobre lo que sólo puede ser materia de la reflexión, y a tanto no alcanza, con todo su saber, la ciencia que versa sobre la acción en cuanto hecho empírico. En síntesis, la ética se propone el estudio de un cierto tipo de acción humana normativa a la que llamamos acción moral y al objeto de averiguar la validez de sus preceptos y principios. Sin duda aquí «normativa» no debe aceptarse en el sentido de meramente reglada o reglamentada: de esa clase de acción se ocupan ya, por ejemplo, las ciencias jurídicas o la psicología social. La acción normativa que atañe al filósofo moral es aquella cuyos principios y preceptos (1) constituyen los únicos móviles de esta acción y (2) son libremente obedecidos por el sujeto agente. Pues ésta es la clase de acción normativa que merece en exclusiva el calificativo de moral. Origen Histórico - Etimológico El término «ética» es todavía para Aristóteles un adjetivo (éthikos). Por ejemplo, al hablar de las virtudes «éticas». Lo que hoy llamamos «ética» en sustantivo, pertenecía en el mismo autor a los prolegómenos de la Politiká, como parte dedicada al estudio de los principios de la praxis. Pero sus discípulos y luego Epicuro hablan ya de una Ethiká o ciencia de lo que es costumbre (éthos). Los escritores latinos, con Cicerón, transforman aquel adjetivo en moralis, de la raíz mos (en plural mores), que significa asimismo «costumbre». Con la filosofía escolástica recobra su sustantividad como Morale o indistintamente Ethica. En las lenguas modernas los nombres de Moral y Ética, en su uso filosófico, referirán generalmente lo que es investigación sobre usos y costumbres. Para Kant la ética es «Metafísica de las costumbres». En Hegel es estudio de la Sittlichkeit o moralidad identificada con las propias costumbres (Sitten) . Todavía la sociología de la moral se querrá, en nuestro siglo, science des moeurs o ciencia de las costumbres. Sin embargo, la filosofía moral del siglo XX ya no se propone el estudio de los hábitos humanos, objeto reservado con más propiedad a las ciencias sociales. En cuanto a su origen etimológico, el “ética” para empezar, presenta tres ascendientes. Puede, por un lado, provenir del nombre éthos (con épsilon al inicio), que significa, tal como hemos dicho, «hábito» o “costumbre». Éste es el sentido más generalizado de lo ético para los griegos. Puede, por otra parte, derivarse del sustantivo Ethos (con eta o «e» larga al principio), que significa dos cosas a la vez. Así, quiere decir lugar habitual» donde se vive, y, asimismo, “carácter habitual” de la persona. El ascendiente más arcaico de la palabra «ética» coincide con este primer significado de lo ético o moral como expresivo de la morada del hombre (Rousseau, Disc., 126; Heidegger, carta, 187). El más nuevo se apoya, sin embargo, en la acepción de éthos como carácter del individuo agente. Ese es el sentido principal de lo ético para Aristóteles y el que a lo largo de la historia se entrelaza más a menudo con general de hábito o costumbre. Tanto Aristóteles como Kant recogen esta relación del carácter con los hábitos. Podemos hacer del primero una «segunda naturaleza” si nos acostumbramos, respectivamente, a obrar de forma virtuosa y a actuar por respeto a la ley moral. Incluso para el Estagirita, esta relación se presenta en una íntima circularidad: el carácter se adquiere con el hábito, para iniciar el cual hay que tener, sin embargo, bastante de lo primero. Para salir de la confusión Aristóteles mismo recurre a la distinción entre éthos o carácter producido por la cultura personal en una «forma de vida” y éxis o carácter anímico, «manera de ser» previa a la adquisición del carácter en aquel sentido. La etimología es menos sesgada para «moral». En el vocablo latino mos y su plural mores prevalece el significado de costumbre que la filosofía escolástica refuerza, a su vez, «carácter». Para los antiguos romanos la invocación a la costumbre heredada de los antepasados poseía más fuerza constrictiva que el recurso a la lex. “¿De qué sirven las leyes, vanas sin un cambio de costumbres?», escribe Horacio (Odas, 111, 24), por lo pronto y siempre hay que obedecer al mos majorum, la costumbre de los predecesores que enseña a todos a actuar con resolución y sin arbitrariedades. Familia, ejército y estado se mantuvieron en pie durante siglos gracias al código normativo de los mores. La educación, dice Catón el Viejo, ha de encargarse de perpetuarlos para conservar en todos los órdenes del Imperio el sentido del deber y de la disciplina. Esta interpretación de lo moral como lo que es «costumbre» es, asimismo, el que ha prevalecido prácticamente hasta hoy. 7. Moral y Ética Entonces, ¿es lo mismo decir hoy «ética» que «moral»? En un sentido popular, sí, pero en un plano intelectual no es lo mismo. La moral se refiere con cierta vaguedad, al tipo de conducta reglada por costumbres o por normas internas del sujeto, la «filosofía moral» o disciplina filosófica que estudia las reglas morales y su fundamentación. En sentido más laxo indica, usada como sustantivo, aquella conducta moral de la que es capaz de dar cuenta o razonar uno mismo (“El ministro actuó al margen de toda ética»). Usada como adjetivo señala, por lo general, la calidad ética, en esta anterior versión, de cualquier acto o norma moral («La dimisión del ministro ha sido ética»). Podíamos decir, por lo tanto, que hay muchas «morales» y no menos éticas o «filosofías morales», pero una sola ética o conducta, consistente en una forma razonadora - capaz de dar cuenta de sí misma de ser moral. Mientras que la moral tiende a ser particular, por la concreción de sus objetos, la ética tiende a ser universal, por la abstracción de principios. De acuerdo con esto podemos establecer también, aunque por modo negativo, que algo es «moral» cuando se opone a lo “inmoral” o contrario a ciertas normas o costumbres, y a lo “amoral”, o falto de algo de ellas. De la misma manera algo es «ético» cuando es contrario a cualquier conducta que carece de principios, a la que llamamos «injusta» o «sin ley» y en todo caso injustificada. Puede abrigarse la sospecha de que ésta distinción entre moral y ética aleja a ésta sustancialmente de la primera, y por ende de la vida. Se distingue, pero no diverge de ella. Al considerar lo ético, según apuntó Aristóteles, como ligado peculiarmente al «carácter» (éthos) del agente, la ciencia que lo estudia cae dentro de la «filosofía del hombre», al decir del mismo autor, y no es ajena a la pretensión de transformar, en la práctica, su propio objeto de estudio. En una palabra, la ética, para este filósofo, está justificada en su preocupación por obtener un determinado carácter al compás de una cierta clase de vida. AI fin y al cabo no se nos juzga «buenos» o «malos» por nuestra forma de argumentar o por nuestras meras emociones, sino en exclusiva por nuestras actividades: por lo que hacemos deliberadamente con nuestra vida (Et. Nic., 1106 a). Son los argumentos quienes deben servir a los hechos, y no al revés, porque éstos son más convincentes que aquellos (ib., 1172 b). La ética, pues, no puede perderse en una reflexión interminable que no alcance nunca a nuestra clase de vida. Píndaro, al decir «¡Llega a ser quien eres! » (Píticas, 11, 72), y en otro vértice histórico la épica existencialista de la «autenticidad», expresan intensamente el valor del carácter, luego del despliegue de Ética del hombre. Los moralistas, por otra parte, han identificado este conocimiento con el de todo el carácter: así Teofrasto, en la antigüedad, y su émulo La Bruyére en sus respectivos Caracteres. Cumple, en este lugar, recordar el contrapunto filosófico de Kant en torno a la relación entre le carácter y la ética. “Temperamento” es aquello que la naturaleza del hombre, mientras que “carácter” (charakter) es lo que el hombre hace de si mismo mediante una voluntad sometida a la ley moral (Anthropologie). VII, 291). No hay “valor” alguno para el primero; a lo sumo puede dársele “precio”. El carácter, en cambio, ganado poco a poco con el respeto a la ley moral, y que no es obra de la herencia ni la imitación, constituye para Kant la “originalidad de la índole moral” del hombre (ib. , 293). Sin una acción, pues, por principios prácticos – sin un comportamiento ético - no adquiriríamos un carácter, atributo de todo “ hombre de principios”” (Mann von Grundsatzen) (ib. 295). Incluso por naturaleza, al margen ahora del respeto a la ley moral, puede cada individuo de la especie humana poseer carácter. Pues la especie se señala a si misma unos fines, con lo que cada miembro se va dotando al mismo tiempo de racionalidad y, por ésta, de carácter moral (ib, 321). Las direcciones principales de la Ética de los valores Hay tres direcciones principales en la actual Ética de los valores: la pragmatista, la apriorista y la teleológica. Las tres direcciones escindidas interiormente en multitud de diferencias de opinión se distinguen unas de otras según retrotraigan el conocimiento de los valores respectivamente a la experiencia de utilidad, al conocimiento intuitivo sentimental o al conocimiento de los fines prescritos en la realidad misma del ser. 1. La Ética teleológico de los valores. Como las otras, también está dirección se escinde en múltiples variantes, principalmente según que acentúen, más o menos, uno u otro de los tres aspectos: realidad, intuición, y verdad de los valores. En cambio, están todas ellas de acuerdo en que los valores morales se refieren al ser y a las metas esenciales de la vida prescritas al hombre en su naturaleza, y en que los principios axiológicos morales más generales, aunque solamente éstos, son inmediatamente accesibles a la conciencia individual en las verdades éticas inmediatamente evidentes. Esta es la Ética de los valores que se defiende en la presente obra. 2. La Ética pragmatista de los valores. Se halla hoy en franca expansión, y por cierto no sólo en el círculo lingüístico anglosajón, sino también en el germano. Así Gehlen cree poder decir: «puesto que el pragmatismo es la única filosofía, entre las hasta ahora aparecidas, que considera al hombre como ente que obra, hay que preferirla a cualquier otra.» El pragmatismo de los valores es la Ética del humanismo de los creyentes en la ciencia (cientificistas). Este humanismo descansa sobre una interpretación de la naturaleza humana basada exclusivamente en las ciencias empíricas (sobre todo en la Biología, Psicología y Sociología). El valor es lo que fomenta la vida y la cultura, y se mide por las consecuencias que producen las metas de valor en la «praxis», o sea en las acciones por ellas determinadas. En este sentido la Ética pragmatista es una Ética del éxito. Todo pragmatismo ético niega validez absoluta a los valores; éstos poseen únicamente la validez condicionada (relativa) conforme a su posición como medios al servicio de la conservación y fomento de la vida. Las formas hoy más importantes del pragmatismo ético son el materialismo dialéctico, el evolucionismo biológico (bien es lo que se muestra eficaz en el proceso evolutivo; por tanto, todos los valores están plenamente condicionados por la evolución) y el positivismo lógico. Todas las direcciones del pragmatismo vienen a tropezar con dos hechos, lógico el uno y psicológico el otro, que muestran que su interpretación de los valores no es suficiente.- Por una parte, el enjuiciamiento del «éxito» presupone la admisión de valores, porque para juzgar qué es lo que fomenta y qué es lo que no fomenta la vida se necesita una previa admisión de valores; decidir si es la paz (como pensaba Gandhi) o la guerra (como opinaba Nietzsche) lo que favorece la vida y la cultura, presupone ya ideas del «bien» individual y social y, por consiguiente, intuiciones de valor que no se deducen de las «consecuencias». Por otra parte, el hombre conoce con toda certeza valores que le obligan en virtud de un deber independientemente de toda consideración sobre su utilidad o éxito. Realmente los principios morales de valor más generales se han mostrado tan independientes de la evolución como las verdades matemáticas universalmente conocidas. 3. La Ética apriorista de los valores. En tres aspectos se opone la doctrina apriorista de los valores a la doctrina pragmatista de que hemos hablado. Según la interpretación apriorista, ni los valores morales tienen nada que ver con los fines ni su conocimiento con el conocimiento intelectual o «científico», sino que se funda en el sentir. Este capta cada valor en una especie de intuición dotada de inmediata evidencia; fundamentar estas intuiciones ni es necesario ni posible. Dado que las teorías siguientes basan el conocimiento de los valores únicamente en esa certeza de la intuición inmediata, se las puede caracterizar como aprioristas. Según la filosofía de los valores de Scheler, los valores no se captan mediante la razón pensando conceptualmente, sino en el sentir y preferir, en el amor y odiar, y, con ello, en modos de conocimiento espiritual completamente diferentes de la percepción sensible y del pensar conceptual; al intelecto le son los valores tan inaccesibles como al oído los colores. Los valores son «cualidades materiales”, “un dominio peculiar de objetos”, independientes en su ser de cosas y fines. Independientes de las cosas. «el valor de la amistad no es afectado porque mi amigo sea un falso amigo y me traicione”. Independientes de los fines: no pueden ser determinados y medidos mediante fines, «ya se trate del fin del mundo o de la Humanidad, o del fin del apetito humano o del llamado último fin». Realmente sólo los principios axiológicos generalísimos (verdades éticas) son inmediatamente evidentes por sí mismos (evidentes en virtud de intuición), y, por tanto, irreducibles a otras intuiciones. Pero en modo alguno captamos en esta intuición inmediata el carácter axiológico de cada virtud particular. En otro caso no se entendería cómo los distintos pueblos han establecido en sus morales distintas tablas de valores. Las intuiciones inmediatas de los valores morales no vienen dadas por sólo los sentimientos espirituales, por mucho que se hallen inseparablemente unidos con ellos. El hecho de que el saber del bien y del mal, esto es los principios axiológicos éticos elementales, surjan a la conciencia universal humana como un saber en el sentido de conocimiento verdadero y cierto, lo mismo que el saber de los primeros principios del conocimiento, demuestra que se trata de intuiciones racionales. Además, no es verdad que el hombre en sus decisiones morales cotidianas sea dirigido únicamente por intuiciones de valor; al contrario, piensa las razones por las que debe, obrar así o del otro modo, y no le cabe duda de que con ello ejercita su inteligencia. A diferencia de Scheler, Hartmann separa por completo valor y realidad; los valores son esencias con una manera de ser parecida a la de las Ideas platónicas. No obstante, ya el uso lingüístico atestigua que, en lo «valioso» y «sin valor», hay una relación especial a la realidad humana. Tanto se aleja Hartmann, con su hipótesis de las esencias de valor existentes en sí mismas, de la experiencia inmediata, que ningún pensador importante le ha seguido en esto. Además, contradice también la teoría hartmanniana de los valores a la realidad (por las razones ya expuestas a propósito de Scheler), en cuanto que, en la vivencia originaria de los valores, en modo alguno pueden captarse inmediatamente todos los valores especiales, así como las virtudes como tales y en particular, sino que sólo se pueden intuir inmediatamente los principios más generales de valor (las verdades éticas elementales). También G. E. Moore parte, como Hartmann, de que el «bien» de- signa el valor moral fundamental, y, como él, afirma que no podemos saber lo que es el bien. Al definir el color verde como ondas luminosas, es claro que no son éstas lo que entendemos por color verde, «no son ellas lo que percibimos». De modo semejante las cosas buenas son algo distinto del bien, y el objeto de la Ética lo constituye la investigación de las otras propiedades ligadas con lo bueno. Pero es un error creer que con tales propiedades podamos definir exhaustivamente lo «bueno» en sí. Este error es la «falacia naturalistas, en que caen, por una parte, el utilitarismo al reducir el bien al «placer» y, por otra, la Ética metafísica al reducirlo a una «realidad supersensible». Así, pues, a la primera pregunta de la Ética, qué es el valor moral básico, no es posible dar respuesta científica. Tal valor es objeto de un conocimiento apriorista: del «simple, indefinible, irresoluble» valor fundamental del bien. Aunque también Moore esté de acuerdo en que el «bien» es algo intuible y por ello indemostrable, no por eso es el bien «irresoluble» e inaccesible a la determinación de contenido. Basta para demostrar esto el que ya el entendimiento sencillo se pregunta «por qué» debe juzgar «bueno» lo que le trae desagradables exigencias, y el que ya la conciencia ética elemental está cierta de que hay una «relación» de lo «bueno» a la naturaleza racional humana. Realmente el «bien» no sería solamente indefinible, sino también un concepto sin contenido si no lo pudiese determinar más que mediante la contraposición a toda realidad sensible o suprasensible, y todo lo demás fuera mera “falacia naturalista”. De ser así, nuestra conciencia nos diría que hay bien y mal, pero nada nos diría sobre qué es el bien y el mal, nada sobre los deberes en general y en particular; también la Ética comprobaría un conocimiento meramente apriorista, pero nada podría decir sobre su contenido (escepticismo). Pero esto se halla en contradicción con dos hechos apenas discutibles: que cada hombre tiene conciencia psíquica de un saber seguro sobre ciertos principios generales que le informan sobre lo bueno y lo mala en el obrar diario, y, en segundo lugar, que está también cierto de que estos principios le informan sobre deberes absolutos. • Ética General y Ética Profesional La palabra "profesión" se deriva del latín, con la preposición pro, que significa delante de, en presencia de, en público, y con el verbo fateor, que significa manifestar, declarar, proclamar. De estos vocablos surgen los sustantivos professor, profesor, y professio profesión, que remiten a la persona que se dedica a cultivar un arte o que realiza el acto de saberse expresar ante los demás. Con base en ello, puede decirse que la profesión es beneficiosa para quien la ejerce, pero, al mismo tiempo, también está dirigida a otros, que igualmente se verán beneficiados. En este sentido, la profesión tiene como finalidad el bien común o el interés público. Es más, nadie es profesional, en primera instancia, para sí mismo, pues toda profesión tiene una dimensión social, de servicio a la comunidad, que se anticipa a la dimensión individual de la profesión, la cual es el beneficio particular que se obtiene de ella. En tiempos del Imperio Romano a las personas que realizaban hazañas a favor de la patria, el pueblo les tributaba gloria imperecedera para su nombre. Estos hombres por otros medios tenían asegurada su subsistencia y no aceptaban dinero como pago a su labor, solamente recibían los "honores" concedidos por su comunidad. La fuerza que los movía era el cumplimiento de sus deberes, tanto en relación con los demás como consigo mismos, en aras de contribuir a la prosperidad comunitaria. En nuestro tiempo, la remuneración o estipendio que se le da al profesional como sueldo periódico recibe el nombre de honorarios. A la luz de estos elementos, el ejercicio de la profesión significa el actuar principalmente con vistas al bien común y en segundo término como medio para el beneficio personal. El individuo es interdependiente de su sociedad y por eso la realización de todas sus capacidades sólo es posible en una sociedad capaz de propiciarlas. Resulta absurdo buscar el propio beneficio, sin importar el beneficio comunitario, porque lo que pase en cualquier colectividad siempre afectará para bien o para mal a todos sus integrantes. Con claridad meridiana Pericles afirma: "Es más útil para los particulares una ciudad próspera en su conjunto, que otra que disfruta de buena fortuna para muchos de los ciudadanos, pero que está decaída como totalidad, pues un hombre cuyos asuntos personales marchan bien, no por ello deja de perecer en unión de su ciudad cuando aquélla es arruinada, mientras que el desafortunado se salva mucho mejor en una ciudad de próspera fortuna” Al término "profesión" debe asociársele la idea de "servicio", pues, al hablar de las profesiones, existe una conexión entre la práctica profesional y la vocación que se tenga hacia ella. La palabra "vocación" procede del verbo latino "voco", que significa llamar o convocar. La vocación es el llamado que sentimos en nosotros mismos para profesar un espíritu de servicio en aras del bien universal. En alemán el término "Beruf" tiene el doble significado de "profesión" y "vocación", lo cual remite a una concepción religiosa del trabajo en donde Dios le hace un llamado al hombre para que lo cumpla a través del desarrollo de su profesión. La conciencia de servicio y responsabilidad social es una misión divina que todo ser humano debe descubrir, como forma de realización en la tierra. La profesión adquiere un carácter sagrado y puro, que se basa en el servicio altruista a la sociedad, para que los demás vivan mejor, el mundo progrese y, consecuentemente, nosotros también progresemos. El que no vive para servir no ha encontrado su llamado para vivir. Por eso en toda profesión existe un cumplimiento de deberes, dados por designio divino (sentido religioso), y como manifestación del amor al prójimo y servicio a los demás (sentido ético). El predominio de los intereses egoístas, el afán de lucro y la ciega obtención de las utilidades propias de una categoría social, significan la manera de desvirtuar y degenerar la profesión. Como dice brillantemente Froebel: “Es humillante insensatez considerar que el hombre trabaja, obra y crea solamente para conservar el propio cuerpo, la propia envoltura, para procurarse pan, vivienda y vestido; no, el hombre originariamente crea solamente para dar forma fuera de sí mismo a lo que hay en él de espiritual, de divino, y para conocer así la propia esencia divina y la esencia de Dios. Que de esto le llegan luego también, el pan, la vivienda y el vestido.” El reino de los valores éticos y espirituales se vuelve plenamente efectivo cuando el hombre hace que sean parte de su naturaleza y parte esencial de su trabajo, aportando con ello, un inmenso grano de arena a un mundo que crece en humanidad; así como el trabajo, sin valores éticos y espirituales, provoca que el hombre se convierta en una máquina insolidaria e irresponsable. Las diversas profesiones surgen históricamente a raíz de la progresiva división del trabajo. Por lo común se distingue la profesión –que se adquiere a través de una larga preparación universitaria– de los oficios o trabajos manuales, en donde lo que predomina es el carácter empírico. Lo importante es establecer que, para alcanzar un óptimo desarrollo laboral y humano, tanto las profesiones como los oficios requieren que las personas que los ejerzan sean excelentes, creativas e innovadoras. Resulta injustificado hablar de trabajos serviles, pues todo trabajo tiene una dignidad inalienable. Por eso en el trabajo concurren dos dimensiones: A) la subjetiva, o sea, el ser humano o el sujeto que trabaja; y B) la objetiva, o sea, la obra o el objeto producido por el trabajo. Estas dos dimensiones son inseparables e igualmente importantes. Lo que un niño hace para darlo como obsequio tiene valor sobre todo porque el niño lo hizo (dimensión subjetiva) y menos por el regalo mismo (dimensión objetiva). Por eso la raíz más profunda del trabajo humano es la que procede de su intimidad, su creatividad y su libertad, para luego proyectarse en la obra que construye, pues nada hay en el hombre que se parezca tanto a sí mismo como aquello que hace. Antes de realizar un trabajo existe por parte del profesional esfuerzo, dedicación, amor, diligencia, responsabilidad, preparación académica, que luego se traducirán en una obra digna de su creador. Así como somos imagen de Dios, tenemos una naturaleza divina e inmortal porque somos la obra de un ser divino e inmortal. Proporcionalmente, las cosas que creamos llevan nuestro sello personal y son semejantes a nosotros. De esta manera, en todo trabajo, independientemente del valor económico que le corresponde, el hombre se dignifica y ennoblece a sí mismo, y hace que el mundo progrese y sea más humano. Por tanto, el trabajo es un instrumento mediador que le permite al ser humano humanizar y dotar de dignidad los seres que crea en el mundo. Un aspecto esencial de la naturaleza humana es el de su trascendencia individual y, por consiguiente, el de su trabajo. El ser humano después de la muerte puede trascender a través de las cosas buenas que haya hecho, que, en el caso del trabajo, corresponde a su contribución a luchar, desde su puesto, por una mejor humanidad. El valor de una profesión se mide por el grado de servicio que hagamos al bienestar general. Debemos considerar que todo trabajo es digno, merece profundo respeto y tiene que ser justamente retribuido. Desde el trabajo de limpiar las cloacas hasta el de Presidente de la República, son puestos útiles e importantes al contribuir al desarrollo de la colectividad. Desde un punto de vista particular y subjetivo, sustentado en estereotipos sociales, los diversos trabajos tienen un determinado estatus y se los aprecia diferente en relación con otras ocupaciones en donde suele predominar el trabajo corporal; pero desde un punto de vista universal, que es el de la especie humana en su conjunto, no hay jerarquías en los trabajos: todos son necesarios e interdependientes. En suma, a través del trabajo cada individuo, de acuerdo con su vocación y aptitudes, se transforma a sí mismo y a la realidad existente, proyectándole sus valores humanos. Debe atenderse que el verdadero sustento de una profesión es la condición de persona. En el momento en que separamos nuestra humanidad de la profesión es cuando se termina privilegiando únicamente lo económico y lo material, y engendrándose una alienación en la que el trabajo se vuelve una mercancía, vendible al mejor postor. En toda actividad que deshumanice y haga perder los valores inherentes a la condición de persona, sólo por obtener dinero, tenemos la obligación, como miembros de la especie humana, de denunciar y rechazar. Con base en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada en París, el 10 de diciembre de 1948, en el seno de la Organización de las Naciones Unidas, pueden considerarse los siguientes artículos que, en torno a la dignidad del trabajo, siempre debemos velar por su cumplimiento: Artículo 23. 1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo. 2. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual. 3. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social. 4. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses. Artículo 24. Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas. Todas las profesiones implican una ética, puesto que siempre se relacionan de una forma u otra con los seres humanos: unas de manera indirecta, que son las actividades que tienen que ver con objetos –como la construcción de puentes y edificios, la reparación de automóviles, de equipos de cómputo, etc.–, aunque en última instancia siempre están referidas al hombre. Así, por ejemplo, si un ingeniero diseña una carretera y se percata de que sus condiciones se prestan para que ocurra un gran número de accidentes, faltaría a su ética profesional si autoriza ese proyecto, aun cuando estuvieran de por medio intereses políticos y económicos. Otras profesiones se relacionan de manera directa con los seres humanos, como son los casos de educadores, periodistas, psicólogos, médicos, abogados, etc. Para estos últimos son más evidentes las implicaciones éticas de su profesión, puesto que deben dar un trato hacia los demás de persona y no de objeto. La ética de cada profesión depende de los deberes o la "deontología" que cada profesional aplique a los casos concretos que se le puedan presentar en el ámbito personal o social. La deontología es el estudio o la ciencia de lo debido (del griego: to déon, lo necesario, lo conveniente, lo debido, lo obligatorio; y de lógos, estudio o conocimiento). La deontología es un conjunto de comportamientos exigibles a los profesionales, aun cuando muchas veces no estén codificados en una reglamentación jurídica. En este sentido, la deontología es una ética profesional de las obligaciones prácticas, basadas en la acción libre de la persona, en su carácter moral, carentes de un control por parte de la legislación pública. El fuero interno es el único tribunal que sanciona las acciones que son impropias dentro del marco ético de la profesión. La deontología es el cumplimiento de los deberes que a cada cual se le presentan según la posición que ocupe en la vida, y que están dados por el grado de compromiso y conciencia moral que se tenga con respecto a la profesión. La indagación y el acatamiento de los principios deontológico significa dirigirse por el camino de la perfección personal, profesional y colectiva. Existen también una serie de normas cifradas en un código de ética, que están supervisadas por un colegio profesional respectivo. Muchos de esos principios pueden resumirse en los siguientes: guardar fidelidad a la institución o al patrono que suministra el trabajo; dirigirse a los colegas con respeto y consideración, evitando la competencia desleal; Actualizarse con los conocimientos propios de su disciplina; guardar el secreto profesional; no sacar provecho de la superioridad del puesto para manipular o chantajear a otros; etc. ÉTICA Y MORAL La palabra "ética" proviene del griego y tiene dos significados. El primero procede del término éthos, que quiere decir hábito o costumbre. Posteriormente se originó a partir de éste la expresión êthos, que significa modo de ser o carácter. Aristóteles considera que ambos vocablos son inseparables, pues a partir de los hábitos y costumbres es que se desarrolla en el hombre un modo de ser o personalidad. También es el primero en hablar de una ética como una rama específica de la filosofía y en escribir un tratado sistemático sobre ella. Más tarde a través del latín se tradujo este concepto bajo la expresión mos, moris (de donde surge en castellano la palabra "moral"), que equivale únicamente a hábito o costumbre. La ética y la moral tienen en común el hecho de guardar un sentido eminentemente práctico; sin embargo, la ética es un concepto más amplio y rico que la palabra moral. De esta manera, puede entenderse por moral cualquier conjunto de reglas, valores, prohibiciones y tabúes procedentes desde fuera del hombre, es decir, que le son inculcados o impuestos por la política, las costumbres sociales, la religión o las ideologías. En cambio, la ética siempre implica una reflexión teórica sobre cualquier moral, una revisión racional y crítica sobre la validez de la conducta humana. En tal caso, la ética, al ser una justificación racional de la moral, remite a que los ideales o valores procedan a partir de la propia deliberación del hombre. Mientras que la moral es un asentimiento de las reglas dadas, la ética es un análisis crítico de esas reglas. Por eso la ética es una "filosofía" de la moral, si se entiende la filosofía como un conjunto de conocimientos racionalmente establecidos. La moral nace con la existencia misma del hombre, pues históricamente no se conoce ningún pueblo, por "salvaje" o "primitivo" que se lo quiera suponer, que no haya tenido normas, pautas o rituales de conducta. En cambio, la ética como saber teórico que justifica o legitima la conducta moral, es relativamente reciente y aparece con el advenimiento de la filosofía en el siglo VI a. C. en Grecia. Sin embargo, la práctica de una ética teórica en sentido estricto surge hasta el siglo V a. C. con Sócrates, quien hace tambalear la moral de su sociedad al proponer como primordiales los valores espirituales antes que los materiales: Mi buen amigo –dice Sócrates–, siendo ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de preocuparte de cómo tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y los mayores honores, y, en cambio no te preocupas ni interesas para nada por conocer el bien y la verdad ni de hacer que tu alma sea lo mejor posible? Y si alguno de vosotros lo pone en duda y sostiene que sí se preocupa de eso, no le dejaré en paz ni seguiré tranquilamente mi camino, sino que le interrogaré, le examinaré y le refutaré, y si me parece que no tiene ninguna virtud (areté), sino que simplemente la aparenta, le increparé diciéndole que siente el menor de los respetos por lo más respetable y el respeto más alto por lo que menos respeto merece. La moral suele ser inseparable de las costumbres humanas, las cuales dependen de la época, el clima, la región geográfica o de cualquier evento circunstancial. En este sentido, la moral es cambiante y relativa a determinadas prácticas culturales. El hombre generalmente se halla determinado por los valores de la sociedad en donde vive, y por eso considera que las conductas acertadas son las que se amoldan a esos patrones. Incluso en un caso tan controvertible como el aborto, llama la atención que las mujeres de los países cuya práctica es legal suelen padecer menor remordimiento que en aquellos en que es ilegal e inmoral. Usualmente, el influjo que ejerce la sociedad sobre sus miembros siempre es mayor que el esfuerzo por educar a cada nueva generación de acuerdo con su propio y verdadero sentido. Así, la estructura de toda sociedad descansa en las leyes y normas escritas o no escritas que unen y ligan a los individuos. De esta manera, la moral es lo que no es diferente dentro de toda forma de asociación, lo mismo si se trata de la familia, una clase social, una estirpe o un Estado. El problema de fondo radica en que el hombre si es un simple ser pasivo que acepta todos los estándares de conducta que la sociedad le confiere, esta sociedad se hunde porque por lo general no son los valores más humanos los que prevalecen. A pesar del incesante "cambio" de moral, lo importante estriba en establecer un criterio para delimitar las acciones buenas de las malas. Si consideramos que el ser humano es sólo un ser de costumbres, realmente no lo podríamos distinguir del animal. Pero si consideramos que es un animal con lógos, es decir, que habla y piensa, lo bueno y lo malo no sólo es elegido por la colectividad, sino por la propia razón. Muchas veces el hombre cree que piensa por el solo hecho de seguir los dictados de la mayoría y no se percata de que la sociedad, aun antes de que nazca, ya le ha escogido sus valores. Pero si alguien es capaz de reexaminar esos valores, ya sea para eliminarlos, fortalecerlos o formar otros nuevos, ello implica que también es capaz de pensar por sí mismo y de elaborar una ética o filosofía moral. Por eso resulta fundamental el que la razón se convierta en una fuerza que le permita gobernar al hombre los apetitos que comparte con los animales, al dominarlos en una medida compatible con el bienestar de todo su ser. Si los seres humanos únicamente reaccionáramos ante los estímulos del medio, en nosotros sólo imperaría lo instintivo e irracional. Pero además de ello, podemos crear otorgando significados y símbolos y elevar nuestra humanidad a veces a costa del sacrificio de nuestra utilidad personal. Filósofos como Platón y Aristóteles distinguieron la razón de la sensibilidad, considerando a esta última como la fuente de las creencias infundadas y como el origen de los apetitos que se comparten con los animales. Asimismo, a los estoicos se les debe la división entre los animales y los hombres: a los animales les es dado como guía el instinto, que los lleva a conservarse y a buscar lo ventajoso para ellos; a los hombres les es dada la razón como la más perfecta guía y, por tanto, para ellos vivir conforme a la naturaleza significa vivir conforme a la razón. La racionalidad humana es el elemento que nos libera de prejuicios (ideas fundadas en la ignorancia), estereotipos (imágenes rápidas y simplificadas de la realidad) u opiniones arraigadas pero falsas, y que nos permite establecer un criterio universal o natural para regir nuestra conducta. En este sentido, la razón es capaz de penetrar en las leyes que rigen la perfección y la dignidad humanas, las cuales son válidas para todos los tiempos y todas las culturas, siempre y cuando no sean el resultado de los intereses individuales o las conveniencias egoístas. Por eso la misión de la humanidad se centra en fundamentar una ética cuyos valores sean universales y permanentes, y no el monopolio de una raza, un credo o una determinada civilización. La ética es el arte de la perfección humana que se extiende desde los individuos concretos hasta el conjunto de todos los seres racionales. En este orden de cosas, la ética es una forma saludable de vida que muchas veces implica apartarse de las prescripciones que imponen los grupos mayoritarios, en vistas a un desarrollo auténticamente humano. • Desarrollo Ontogenético de la Moral Kohlberg L. en su libro "La Psicología del Desarrollo Moral" (1992), basándose en los estudios de Jean Piaget, elabora un modelo ampliamente aceptado de desarrollo moral. Según él, los seres humanos pasan a través de las siguientes etapas: el juicio moral preconvencional, convencional y postconvencional. En el Juicio Moral Preconvencional, donde la moral es externa y antes de los siete años el niño se encuentra en el Estadio I, en el cual la moralidad depende de la autoridad que manda, es heterónoma, es decir externa. En el Estadio II (entre los 7 y los 11 años), la moralidad se hace cognitiva y el niño puede ver las cosas desde una perspectiva a distancia y lógica (reversible), entendiendo el punto de vista de la autoridad. Adquiere gradualmente la noción de justicia, la cual significa que todo el mundo debe recibir lo mismo (la misma cantidad de torta), que se debe devolver a otro el mal que éste ha hecho (devolver al otro el golpe que le dio), también para él la ausencia de castigo implica la ausencia de falta. El Juicio Moral Convencional, donde la moral es externa - interna, ocurre el Estadio III, es la moralidad del preadolescente y adolescente, donde se asume la perspectiva de los intereses del grupo, se vive de acuerdo a lo que los otros esperan de uno como miembro del grupo o de la sociedad; hay tendencia al conformismo, se forjan ideales de buena conducta y lo convencional es hacer lo que la mayor parte de las personas hacen. El Juicio Moral Postconvencional, donde la moral es interna, ocurre con el Estadio IV, consiste en asumir el punto de vista de los demás, pero generalizado: la institución, la religión, la sociedad, la ideología, etc. Las cuales hacen la norma. Las normas dejan de ser individuales, la ley empieza a volverse universal, el comportamiento se mide de acuerdo con lo que aporta al grupo o a la institución, comienza a actuar el concepto de lo legal, se defiende la necesidad de cumplir con las leyes, prevalecen los intereses del sistema. En el Estadio V, se cumple la etapa del contrato social y de la defensa de los derechos individuales, las reglas o normas son observadas por el bien común y no porque son impuestas por el sistema, las normas son parte de un contrato que une a los miembros de una sociedad y a las sociedades entre sí. En el Estadio VI, se alcanzan los principios morales universales, superiores a cualquier grupo o institución. Es el nivel más elevado, estas normas obligan a todos sin excepción, porque son universales y ni las normas de los grupos pueden violarlas. Se considera a las personas como fines en sí mismas y no como medios, y como tales deben ser tratados. • Juicios y Valores La ética se refiere al mundo de la decisión personal; trata de responder a la pregunta: ¿Qué es lo que debo hacer para ser coherente conmigo mismo? Esta función es la que asume la que hemos llamado "moral vivida". Pero la ética tiene otra segunda función; en efecto, trata de contestar a la pregunta: ¿Qué es lo bueno? En este sentido la ética es un sistema de razonamiento. Esta función es desempeñada por la que hemos llamado "moral formulada". En esta unidad nos fijamos en el segundo aspecto de la ética entendida como sistema de razonamiento para conseguir la verdad moral. Nos interesa analizar el juicio y la argumentación morales en cuanto procesos de razonamiento para buscar la verdad ética. Al comienzo de este tema conviene tener en cuenta dos cosas: • El problema del juicio y de la argumentación morales depende del tema de la "fundamentación de la moral"; si no se admite una fundamentación crítica de la moral tampoco se admitirá validez crítica al juicio y a las argumentaciones morales; por otra parte, según sea el tipo de fundamentación de la moral, así será la forma de entender el juicio y la argumentación morales. • Aceptada la coherencia de¡ razonamiento moral, existen diversos modos de exponer el proceso del juicio y de la argumentación morales. Por nuestra parte, creemos que tiene sentido crítico hablar de razonamiento moral y que, por lo tanto, se puede estudiar el proceso del juicio y de la argumentación morales con suficiente grado de criticidad. Por otra parte, al no pretender adherirnos ortodoxamente a ninguna escuela de ética, propondremos una forma de razonamiento ético que pueda ser asumida por todos. Síntesis: el discernimiento ético Cuanto hemos expuesto en esta unidad sobre el juicio y la argumentación morales puede ser sintetizado diciendo que el razonamiento o discurso moral se concreta en el recto funcionamiento del discernimiento ético. El verbo "discernir" (y su correspondiente sustantivo "discernimiento") se refiere a los procesos mentales de juicio por los cuales se percibe y capta la diferencia - y también se declara- que existe entre varias realidades. El diccionario de la Real Academia Española atestigua a favor de este significado, recogiendo casi literalmente el contenido significativo del verbo latino "discernere". El discernimiento ético tiene como punto de partida la conciencia moral. Esta no genera la moral en cuanto que ella no crea la realidad (lo bueno y lo malo). Sin embargo, por razón de su fuerza manifestativa y obligante ejerce una función de mediación entre la realidad (valor objetivo) y la actuación de la persona (situación personal). Si la conciencia moral constituye la estructura subjetivadora de la moralidad, su cauce funcional es el discernimiento ético. Este se realiza según la descripción que hemos hecho en esta unidad del proceso del razonamiento moral. Por otra parte, el discernimiento ético culmina en la estimativa moral. Esta es, al mismo tiempo, el descubrimiento y la asimilación de los valores éticos a partir de la conciencia moral y mediante el discernimiento ético. La estimativa moral es el correlato subjetivo de la axiología moral; hace que los valores objetivos se conviertan en actitudes. De este modo, el discernimiento moral es la clave del arco de bóveda que va desde la conciencia moral hasta la estimativa ética. En el discernimiento ético se resume toda la función desempeñada por el juicio y la argumentación morales. - • Los Valores Todo acto moral entraña la necesidad de elegir entre varios actos posibles. Esta elección ha de fundarse a su vez, en la preferencia. Elegimos a porqué lo preferimos por sus consecuencias a b ~ c. Podríamos decir también que a es preferido porque se nos presenta como un comportamiento más digno, mas elevado moralmente o, en pocas palabras, más valioso y consecuentemente, descartamos b o c, porque se nos presentan como actos; menos valiosos, o con un valor moral negativo. Tener que elegir, y preferimos lo más valioso a lo menos valioso moralmente, o a la que constituye una negación del valor de ese género (valor moral negativo, o disvalor) El comportamiento moral no solamente forma parte de nuestra vida cotidiana, es un hecho humano entre otros, sino; que es valioso; o sea, tiene: Para nosotros un valor. Tener un contenido axiológico (de axios, en griego valor) no lo significa que consideramos la conducta buena o positiva, digna de aprecio o alabanza, desde el punto de vista moral; significa también que puede ser mala, digna de condena o censura, o negativa desde ese punto de vista moral; en un caso u otro, la valoramos, o juzgamos como tal, en términos axiológicos. Pero, antes de examinar en qué sentido atribuimos valor moral a un acto humano, es preciso determinar qué entendemos por valor o valioso. Podemos hablar de cosas valiosas y de actos humanos valiosos. Es valioso para nosotros un acto moral, pero también lo son, en un sentido u otro, los actos políticos, jurídicos, económicos, etc. Lo son, asimismo, los objetos de la naturaleza (un pedazo de tierra, un árbol: un mineral etc.) los objetos producidos o fabricados por el hombre (una silla, una máquina), y, en general los diversos productos humanos (una obra de arte, un código de justicia, un tratado de zoología, etc.). Si, pues tanto las cosas que el hombre no ha creado, como los actos humanos, o los productos de la actividad humana, tienen un valor para nosotros. Pero, ¿qué significa tener valor o ser valioso para nosotros? Antes de esclarecer estas cuestiones, habrá que determinar, en primer lugar, la naturaleza del valor. • ¿Qué son los valores? Cuando hablamos de valores, tenemos presente la utilidad, la bondad, la belleza, la justicia, etc., así como los polos negativos correspondientes: inutilidad, maldad, fealdad, injusticia, etcétera. Nos referiremos en primer lugar al valor que atribuimos a las cosas u objetos, ya sean naturales o producidos por el hombre, y más tarde nos ocuparemos del valor con respecto a la conducta humana y, particularmente, a la conducta moral. Con el fin de esclarecer su esencia, veamos cómo se da el valor en las cosas, distinguiendo en ellas dos modos de existencia suya que ejemplificaremos con un mineral como la plata. Podemos hablar de ésta tal como existe en su estado natural en los yacimientos correspondientes; es entonces un cuerpo inorgánico qué tiene cierta estructura y composición, y posee determinadas propiedades naturales que le son inherentes. Podemos hablar así mismo de la plata transformada por el trabajo humano, y entonces ya no tenemos un mineral en su estado puro o natural, sino objetos de plata. Como material trabajado por el hombre1 sirve en ese caso para producir brazaletes, anillos u otros objetos de adorno; para la fabricación de cubiertos, ceniceros, etc., o bien puede ser utilizada como moneda. Tenemos pues, una doble existencia de la plata a) como objeto natural; b) como objeto natural humano o humanizado. Como objeto natural, es sencillamente un fragmento de naturaleza con determinadas propiedades físicas y químicas. Es así como existe para la mirada del científico, para el químico inorgánico. En la relación que mantiene el hombre de ciencia con este objeto se trata de determinar lo que es, describir su estructura y propiedades esenciales. Es decir, en esta relación de conocimiento, - el científico se abstiene de apreciar el objeto, o de formular juicios de valor sobre él. Ahora bien, en cuanto objeto humano - es decir, como objeto de plata, producido o creado por el hombre, se nos presenta con un tipo de existencia que no se reduce ya a su existencia meramente natural. El objeto de plata posee propiedades que no interesan, ciertamente, al científico, pero que no dejan de atraer a los hombres cuando entran en otro tipo de relaciones distintas de la propiamente cognoscitiva. La plata no existe ya como un simple objeto natural, dotado exclusivamente de propiedades sensibles, físicas o naturales, sino que tiene una serie de propiedades nuevas como son, por ejemplo, las de servir de objeto de adorno, o producir un placer desinteresado al ser contemplada (propiedad estética) la de servir para fabricar objetos que tienen una utilidad práctica (propiedad práctico utilitaria); la de servir como moneda de medio de circulación, atesoramiento o pago (propiedad económica). Vemos, pues, que la plata no sólo existe en el estado natural, que interesa investigar particularmente - al hombre de ciencia, sino como objeto dotado de ciertas propiedades (estéticas, práctico - utilitarias o económicas) que sólo se dan en él cuando se halla en una relación peculiar con el hombre. La plata tiene entonces, para nosotros, un valor en cuanto su modo de ser natural, se humaniza adquiriendo propiedades que no existen en él objeto de por sí, es decir, al margen de su relación con el hombre. Tenemos unas propiedades naturales del objeto - como la blancura, la brillantez, la ductilidad o la maleabilidad- y otras, valiosas, que se dan en él en cuanto objeto bello, útil o económico. Las primeras - es decir, las naturales- existen en él, independientemente de las segundas. O sea, existen en la plata, por ejemplo, aunque el hombre no la contemple, trabaje o utilice; es decir, al margen de una relación propiamente humana con ella. En cambio, las propiedades que consideramos- valiosas sólo existen sobre la base de las naturales, que vienen a constituir - con su brillo, blancura, maleabilidad y ductilidad- el soporte necesario de ellas, o sea, de la belleza, de la utilidad o del valor económico. Pero estas propiedades pueden ser llamadas también humanas en cuanto que el objeto que las posee sólo existe como tal en relación con el hombre (es decir, si es contemplado, utilizado o cambiado por él). Vale no como objeto en sí, sino para el hombre. En suma: el objeto valioso no puede darse al margen de toda relación con un sujeto, ni independientemente de las propiedades naturales, sensibles o físicas que sustentan su valor. La objetividad de los valores Ni el objetivismo ni el subjetivismo logran explicar satisfactoriamente el modo de ser de los valores. Estos no se reducen a las vivencias del sujeto que valora ni existen en sí, como un mundo de objetos independientes cuyo valor se determine exclusivamente por sus propiedades naturales objetivas. Los valores existen para un sujeto, entendido éste no en un sentido puramente individual, sino como ser social; exigen, asimismo, un sustrato material, sensible, separado del cual carece de sentido. Es el hombre como ser histórico social, y con su actividad práctica, el que crea los valores y los bienes en que se encarnan, al margen de los cuales sólo existen como proyectos u objetos ideales. Los valores son, pues, creaciones humanas, y sólo existen y se realizan en el hombre y por el hombre. Las cosas no creadas por el hombre (los seres naturales) sólo adquieren un valor al entrar en una relación peculiar con él, al integrarse en su mundo como cosas humanas o humanizadas. Sus propiedades naturales, objetivas, sólo se vuelven valiosas cuando sirven a fines o necesidades de los hombres, y cuando adquieren, por tanto, el modo de ser peculiar de un objeto natural humano. Así, pues, los valores poseen una objetividad peculiar que se distingue de la objetividad meramente natural o física de los objetos que existen o pueden existir al margen del hombre, con anterioridad a - o al margen de - la sociedad. La objetividad de los valores no es, pues, ni la de las ideas platónicas (seres ideales) ni la de los objetos físicos (seres reales, sensibles). Es una objetividad peculiar humana, social, que no puede reducirse al acto psíquico de un sujeto individual ni tampoco a las propiedades naturales de un objeto real. Se trata de una objetividad que trasciende el marco de un individuo o de un grupo social determinado, pero que no rebasa el ámbito del hombre como ser histórico social. Los valores, en suma, no existen en sí y por sí al margen de los objetos reales - cuyas propiedades objetivas se dan entonces como propiedades valiosas (es decir, humanas, sociales)-, ni tampoco al margen de la relación con un sujeto (el hombre social). Existen, pues, objetivamente, es decir, con objetividad social. Los valores, por ende, únicamente se dan un mundo social; es decir, por y para el hombre. Valores morales y no morales Hasta ahora nos hemos ocupado, sobre todo, de los valores que se encarnan en las cosas reales y exigen propiamente un sustrato material, sensible. Los objetos valiosos pueden ser naturales, es decir, como los que existen en su estado originario al margen o independientemente del trabajo humano (el aire, el agua o una planta silvestre), o artificiales, producidos o creados por el hombre (como las cosas útiles o las obras de arte). Pero, de estos dos tipos de objetos no cabe decir que sean buenos desde un punto de vista moral; los valores que encarnan o realizan son, en distintos casos, los de la utilidad o la belleza. A veces suele hablarse de la "bondad" de dichos objetos y, con este motivo, se emplean expresiones como las siguientes: "éste es un buen reloj", "el agua que estamos bebiendo ahora es buena", "X ha escrito un buen poema", etc. Pero el uso de "bueno" en semejantes expresiones no tienen ningún significado moral. Un "buen reloj es un reloj que realiza positivamente el valor correspondiente: el de la utilidad; o sea, cumple satisfactoriamente la necesidad humana concreta a la que sirve. Un "buen" reloj es un objeto "útil". Y algo análogo podemos decir del agua al calificarla de "buena"; con ello queremos decir que satisface positivamente, desde el punto de vista de nuestra salud, la necesidad orgánica que ha de satisfacer. Y un "buen" poema es aquel que, por su estructura, por su lenguaje, cumple satisfactoriamente como objeto estético u obra de arte, la necesidad estética humana a la que sirve. En todos estos casos, el vocablo 'bueno" subraya el hecho de que el objeto en cuestión ha realizado positivamente el valor que estaba llamado a encarnar, sirviendo adecuadamente al fin o a la necesidad humana correspondientes. En todos estos casos también la palabra "bueno" tiene un significado axiológico positivo - con respecto al valor "utilidad" o al valor "belleza", pero carece de significado moral alguno. La relación entre el objeto y la necesidad humana correspondiente es una relación intrínseca, propia, en la que el primero adquiere su estatuto como objeto valioso, integrándose de acuerdo con ella, como un objeto humano especifico. Esta relación intrínseca con determinada necesidad humana, y no con otra, es la que determina la calificación axiológica del bien correspondiente, así como el tipo de valor que ha de ser atribuido al objeto o acto humano en cuestión. Por ello, el uso del término "bueno" no puede llevarnos a confundir lo "bueno" en sentido general, referente a cualquier Valor ("buen" libro, "buena" escultura, 'buen" código, 'buen" reloj, etc.), y lo "bueno" en sentido estricto con un significado moral. Podemos hablar de la "bondad" de un cuchillo en cuanto satisface positivamente la función de cortar para la que fue producido. Pero el cuchillo - y la función correspondiente - puede estar al servicio de diferentes fines; puede ser utilizado, por ejemplo, para realizar un acto malo desde el ángulo moral, como es el asesinato de una persona. Desde el punto de vista de su utilidad o funcionalidad, el cuchillo no dejará de ser “bueno" por haber servido para realizar un acto reprobable. Por el contrario, sigue siendo “bueno", y tanto más cuánto más efectivamente haya servido al asesino, pero esa 'bondad" instrumental o funcional queda a salvo de toda calificación moral, pese a haber servido como medio o instrumento para realizar un acto moralmente malo. La calificación moral recae aquí sobre el acto de asesinar, al servicio del cual ha estado el cuchillo. No es el cuchillo éticamente neutral, como lo son en general los instrumentos, las maquinas, o la técnica en general - lo que puede ser calificado desde el punto de vista moral, sino su uso; es decir, los actos humanos de utilización al servicio de determinados fines, intereses o necesidades. Así, pues, los objetos útiles, aunque se trate de objetos producidos por el hombre, no encarnan valores morales, aunque puedan hallarse en una relación instrumental con dichos valores (como hemos visto en el ejemplo anterior del cuchillo). Por ello, dichos objetos deben ser excluidos del reino de los objetos valiosos que pueden ser calificados moralmente. Cuando el término "bondad" se aplica a ellos ('buen" cuchillo) debe entenderse con el significado axiológico correspondiente, no propiamente moral. Los valores morales únicamente se dan en actos o productos humanos. Sólo lo que tiene una significación humana puede ser valorado moralmente, pero, a su vez, sólo los actos o productos que los hombres pueden reconocer como suyos, es decir, los realizados consciente y libremente, y con respecto a los cuales se puede atribuir una responsabilidad moral. En este sentido, podemos calificar moralmente la conducta de los individuos o de grupos sociales, las intenciones de sus actos, y sus resultados y consecuencias, las actividades de las instituciones sociales, etc. Ahora bien, un mismo producto humano puede soportar varios valores, aunque uno de ellos sea el determinante. Así, por ejemplo, una obra de arte puede tener no sólo un valor estético, sino también político o moral. Es perfectamente legítimo abstraer un valor de esta constelación de valores, pero a condición de no reducir un valor a otro. Puedo juzgar una obra de arte por su valor religioso o político, pero siempre que no se pretenda con ello deducir de esos valores su valor propiamente estético. Quien condena una obra de arte desde el punto de vista moral no dice nada que afecta a su valor estético; simplemente está afirmando que en dicha obra no se realiza el valor moral que él considera que debiera realizarse en ella. Un mismo acto o producto humano puede ser valorado, por tanto, desde diversos ángulos en cuanto que en él se encarnan o realizan distintos valores. Pero, aunque los valores se conjuguen en un mismo objeto, no deben ser confundidos. Esto se aplica de un modo especial a los valores morales y no morales. Al establecer la distinción entre los primeros y los segundos, hay que tener presente que los valores morales sólo se encarnan en actos o productos humanos, y, dentro de éstos, en aquellos que se realizan libremente, es decir, consciente y voluntariamente. • La Valoración Moral Carácter concreto de la valoración Moral Entendemos por valoración la atribución del valor correspondiente a actos o productos humanos. La valoración moral comprende estos tres elementos: a) el valor atribuible; b) el objeto valorado (actos o normales morales), y c) el sujeto que valora. No nos ocuparemos de cada uno de estos elementos por separado, ya que han sido estudiados, o habrán de serlo en los capítulos respectivos. Nos limitaremos: ahora a una caracterización general de la valoración moral para pasar inmediatamente al examen del valor moral fundamental: la bondad. Si la valoración es el acto de atribuir valor a un acto o producto humano por un sujeto humano, ello implica necesariamente tomar en cuenta las condiciones concretas en que se valora y el carácter concreto de los elementos que intervienen en la valoración. En primer lugar, hay que tener presente que el valor se atribuye a un objeto social establecido creado por él hombre en el curso de su actividad histórico social. Por tanto, la valoración, por ser atribución de un valor así constituido, tiene también un carácter concreto, histórico - social. Puesto que- no existen en si, sino por y para el hombre, los valores se concretizan de acuerdo con las formas que adopta la existencia del hombre como ser. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que los objetos valorados son actos propiamente humanos y que, por tanto, los seres inanimados o los actos animales como ya hemos subrayado no pueden ser objeto de valoración moral. Pero no todos los actos humanos se hallan sujetos a semejante valoración, a una aprobación o reprobación en el sentido moral, sino sólo aquellos que afectan por sus resultados y consecuencias a otros. Así, por ejemplo, el levantamiento de una piedra que encuentro en un terreno desértico no puede ser valorado moralmente, ya que no afecta a los intereses de otro (si se trata, por supuesto, de un lugar deshabitado); en cambio, levantar una piedra en la calle, evitando con ello un peligro a un transeúnte, tiene un significado moral. Así pues, puedo atribuir valor moral a un acto si - y sólo si - tiene consecuencias que afectan a otros individuos, aun grupo social o la sociedad entera. Al tener que tomar en cuenta esta relación entre el acto de individuo y los demás, el objeto de la valoración se inscribe necesariamente en un contexto histórico – social, de acuerdo con el cual dicha relación adquiere o no un sentido moral. Veamos por ejemplo, lo que sucede a este respecto con una actividad humana como el trabajo. En una sociedad basada en la explotación del hombre por el hombre y, más particularmente, en la de la producción de plusvalía, la actividad laboriosa es puramente económica, y carece de significado moral. Para el propietario de los medios de producción, que se apropia a su vez de los productos creados por el obrero, le son indiferentes las consecuencias de su trabajo para el mismo, es decir, para el trabajador como hombre concreto, o para los demás en su existencia propiamente humana. El trabajo escapa así a toda valoración moral; es un acto puramente económico, y como tal lucrativo. Para el obrero que no se reconoce en su trabajo y que ve a éste como un medio para subsistir, carece también de significación moral; sólo un estímulo material, meramente económico, puede impulsarle a realizarlo. En esas condiciones sociales concretas no se podría reprobar moralmente el modo como ejerce su actividad. Otra cosa sucede en una sociedad en la que el trabajo deja de ser una mercancía y éste recobra su significación social, como actividad creadora que sirve a la sociedad entera. En esas condiciones, rehuirlo o efectuarlo exclusivamente por un estímulo material se convierte en un acto reprobable desde el punto de vista moral. Vemos que los actos humanos no pueden ser valorados aisladamente, sino dentro de un contexto histórico– social en el seno del cual cobra sentido el atribuirles determinado valor. Finalmente, la valoración es siempre atribución de valor por un sujeto. Este se sitúa, con ello, ante el acto de otro, aprobándolo o reprobándolo, juzga así cómo le afecta no ya a él personalmente, sino a otros individuos, o a una comunidad entera. Pero el sujeto. que expresa de este modo su actitud ante ciertos actos, lo hace como un ser social y no como un sujeto meramente individual que de libre cauce a sus vivencias o emociones personales. Forma parte de una sociedad, o de un sector social determinado, a la vez que es hijo de su tiempo, y, por tanto, se encuentra inserto en un reino del valor (de principios, valores y normas) que él no inventa ni descubre personalmente; su valoración, por ende, no es el acto exclusivo de una conciencia empírica, individual. Pero tampoco lo es de un yo abstracto, o de una conciencia valorativa en general, sino de una conciencia de un individuo que, por pertenecer a un ser histórico y social, se halla arraigada en su tiempo y en su comunidad. Así, por el valor atribuido, por el objeto valorado y por el sujeto que valora, la valoración tiene siempre un carácter concreto; es decir, es la atribución de un valor concreto en una situación dada. ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE 1. ¿Qué es ética? 2. ¿Qué diferencia hay entre ética, calidad de vida y norma? 3. ¿Cuál debe ser el comportamiento ético de un profesional de la Fundación Universitaria María Cano? 4. ¿Qué relación existe entre autorrealización y ética? 5. ¿Qué diferencia hay entre ética frustrante y ética realizante? 6. ¿Cuáles serían las consecuencias de una ética adecuada y una ética inadecuada? 7. La ética es cambiante o estática. ¿Por qué? 8. La ética es particular o general. ¿Por qué? 9. ¿Como influye la libertad en la formación de la ética? 10. Explique la siguiente frase:Las acciones y comportamientos humanos repercuten en el proceso de autorrealización 11. Para Usted qué quiere decir la siguiente afirmación: “La persona humana es sujeto de la ética.” 12. ¿Qué diferencia existe entre ética y moral? 13. Explique el código de ética de su programa de estudio. 14. ¿Cuál es su papel como profesional en formación y los elementos conceptuales sobre ética de los profesionales acá estudiados y discutidos? 15. En el portal de la institución, en el link cátedra María Cano, encontrará el código de ética e su profesión, analícelo y envíe un concepto a su asesor BIBLIOGRAFIA • BILBENY, Norbert. Aproximación a la ética. Barcelona: Ariel. 1992. • BÖCKLE, Franz. Moral fundamental. Madrid: Cristiandad. 1980. • HORTTA V, Edwin y RODRIGUEZ G. Víctor. Ética general. Bogotá: Guadalupe, 1987. • HTTP: www.geocities.com/Athens/Forum/1236/maslow/html • HTTP: www.uaca.ac.cr/acta/1998nov/rcanas.htm • HTTP: www.profesionales-etica.org/ • MENDEZ F, Luis. Ética y sociedad. EN: CUADERNOS DE REALIDADES SOCIALES. # 20/21 año 1982. • MESSNER, Johannes. Ética general y aplicada. Una ética para el hombre de hoy. Madrid: Ralp S.A. 1969. • MOSCONE, Ricardo O. La conciencia moral y ética. EN: REVISTA DE PSICOANALISIS. Vol. 40, # 3, año 1983. • SANCHEZ, Vázquez. A. ETICA. México: Grijalbo, 1969 pag. 113 – 146 • SIMON R. Moral. Cuarta edición. Barcelona: Herder. 1981. • URDINOLA Restrepo, Álvaro. Una practica ausente. EN: COOPERATIVISMO Y DESARROLLO. #5 mayo/junio 1991. • VIDAL, Marciano y SANTIDRIAN, Pedro R. ETICA PERSONAL: Las actitudes Éticas. Sexta edición, Madrid: Ediciones Paulinas, 1980, pag. 113 – 122 • ______________ ETICA COMUNITARIA: Convivencia, sexualidad, familia. Sexta edición, Madrid: Ediciones Paulinas, 1980. • WOOLFOLK, Anita E. Psicología educativa. Sexta edición. México: Prentice Hall. 1986.