LETTERATURA SPAGNOLA II AA 2012 2013 antologia parte generale

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LETTERATURA
SPAGNOLA II
AA 2012 2013
antologia parte generale
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DOTT.SSA SELENA NOBILE
1
Fernando de Rojas. La Celestina (brani scelti)
Miguel de Cervantes Saavedra. Ocho comedias y ocho entremeses. “Prólogo”; “El viejo celoso”;
“EL RETABLO DE LAS MARAVILLAS”
Mateo Alemán. El Guzmán de Alfarache. Capítulo VIII “Guzmán de Alfarache refiere la historia de
los enamorados Ozmín y Daraja, según se la contaron”.
Lope de Vega. El arte nuevo de hacer comedias en este tiempo
_____. El caballero de Olmedo
Tirso de Molina. El burlador de Sevilla(brani scelti)
Calderón de la Barca. La vida es sueño. (brani scelti)
Baltasar Gracián y Morales. El Criticón (brani scelti)
José de Cadalso. Noches Lúgubres
José María Blanco White. El alcázar de Sevilla
José de Espronceda. El estudiante de Salamanca
_____. La canción del pirata
Duque de Rivas. Don Álvaro y la fuerza del sino (Brani scelti)
José Zorrilla. Don Juan Tenorio (brani scelti)
Béquer, Gustavo Adolfo. Leyendas, “La cruz del diablo”.
Unamuno Miguel. Niebla (Brani scelti)
Ramón del Valle-Inclán. Luces de Bohemia (brani scelti)
Federico García Lorca. Bodas de Sangre.
Ramón Gómez de la Serna. Greguerías (selezione)
Antonio Machado. Retrato.
____. Por tierras de España
____. Recuerdos
____. II El poeta recuerda las tierras de Soria
____. El crimen fue en Granada
Rafael Alberti. Antologia tratta da Marinero en Tierra
Miguel de Hernández Antologia poetica tratta da Veinto del pueblo e da El hombre acecha.
Federico García Lorca. Antologia poetica trata da Romancero Gitano e Diván del Tamarit.
Gabriel Celaya. LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO
____. ESPAÑA EN MARCHA
____. DESPEDIDA
____. EPÍLOGO
Rubén Darío. "El triunfo de Calibán"
2
Fernando de Rojas
La Celestina
Tragicomedia de Calisto y Melibea
nuevamente revista y emendada con addición de los argumentos de cada un auto en principio. La
qual contiene demás de su agradable y dulce estilo muchas sentencias filosofales y avisos muy
necessarios para mancebos mostrándoles los engaños que están encerrados en sirvientes y
alcahuetas.
El autor a un su amigo
Suelen los que de sus tierras absentes se fallan considerar de qué cosa aquel lugar donde parten
mayor inopia o falta padezca para con la tal servir a los conterráneos, de quien en algún tiempo
beneficio recebido tienen; y viendo que legítima obligación a investigar lo semijante me compelía
para pagar las muchas mercedes de vuestra libre liberalidad recebidas, asaz vezes retraído en mi
cámara, acostado sobre mi propia mano, echando mis sentidos por ventores y my juyzio a bolar, me
venía a la memoria no sólo la necessidad que nuestra común patria tiene de la presente obra por la
muchedumbre de galanes y enamorados mancebos que posee, pero aun en particular vuestra mesma
persona, cuya juventud de amor ser presa se me representa aver visto y dél cruelmente lastimada, a
causa de le faltar defensivas armas para resistir sus fuegos, las quales hallé esculpidas en estos
papeles, no fabricadas en las grandes herrerías de Milán, mas en los claros ingenios de doctos
varones castellanos formadas. Y como mirasse su primor, su sotil artificio, su fuerte y claro metal,
su modo y manera de lavor, su estilo elegante, jamás en nuestra castellana lengua visto ni oído, leílo
tres o quatro vezes, y tantas quantas más lo leía, tanta más necessidad me ponía de releerlo y tanto
más me agradava, y en su processo nuevas sentencias sentía. Vi no sólo ser dulce en su principal
ystoria o fición toda junta, pero aun de algunas sus particularidades salían delectables fontezicas de
filosophía, de otros agradables donayres, de otros avisos y consejos contra lisongeros y malos
sirvientes y falsas mugeres hechizeras. Vi que no tenía su firma del autor, el qual, según algunos
dizen, fue Juan de Mena, e según otros, Rodrigo Cota, pero quienquier que fuese, es digno de
recordable memoria por la sotil invención, por la gran copia de sentencias entrexeridas que so color
de donayres tiene. Gran filósofo era. Y pues él con temor de detractores y nocibles lenguas más
aparejadas a reprehender que a saber inventar, quiso celar e encubrir su nombre, no me culpéys si
en el fin baxo que le pongo, no espresare el mío. Mayormente que, siendo jurista yo, aunque obra
discreta, es agena de mi facultad, y quien lo supiese diría que no por recreación de mi principal
estudio, del qual yo más me precio, como es la verdad, lo fiziesse, antes distraído de los derechos,
en esta nueva lavor me entremetiesse. Pero aunque no acierten, sería pago de mi osadía. Asimismo
pensarían que no quinze días de unas vacaciones, mientra mis socios en sus tierras, en acabarlo me
detoviesse, como es lo cierto; pero aun más tiempo y menos accepto. Para desculpa de lo qual todo,
no sólo a vos, pero a quantos lo leyeren, offrezco los siguientes metros. E por que conoscáys donde
comiençan mis maldoladas razones [y acaban las de antiguo auctor], acordé que todo lo del antiguo
auctor fuesse sin división en un aucto o cena incluso, hasta el segundo aucto, donde dize:
«Hermanos míos», etc. Vale.
El autor, escusándose de su yerro en esta obra que escrivió, contra sí arguye y compara
1.
El silencio escuda y suele encobrir
la[s] falta[s] de ingenio y torpeza de lenguas;
blasón que es contrario, publica sus menguas
a[l] quien mucho habla sin mucho sentir.
Como [la] hormiga que dexa de yr
holgando por tierra con la provisión,
jactóse con alas de su perdición;
lleváronla en alto, no sabe dónde yr.
Prosigue
2.
El ayre gozando ageno y estraño,
rapina es ya hecha de aves que buelan;
fuerte más que ella, por cevo la llevan;
en las nuevas alas estava su daño.
Razón es que aplique a mi pluma este engaño,
no despreciando a los que me arguyen,
assí que a mí mismo mis alas destruyen,
nublosas y flacas, nascidas de ogaño.
Prosigue
3.
Donde ésta gozar pensaba volando,
o yo de screvir cobrar más honor,
del[o] uno [y] del otro nasció disfavor;
ella es comida y a mí están cortando
reproches, revistas y tachas. Callando
obstara y los daños de invidia y murmuros;
insisto remando, y los puertos seguros
atrás quedan todos ya quanto más ando.
Prosigue
4.
Si bien queréys ver mi limpio motivo,
a quál se endereça de aquestos estremos,
con qual participa, quién rige sus remos,
Apolo, Diana o Cupido altivo,
buscad bien el fin de aquesto que escrivo,
o del principio leed su argumento;
leeldo [y] veréys que, aunque dulce cuento,
amantes, que os muestra salir de cativo.
Comparación
5.
Como el doliente que píldora amarga
o la rescela o no puede tragar,
métenla dentro del dulce manjar,
engáñase el gusto, la salud se alarga,
desta manera mi pluma se embarga,
imponiendo dichos lascivos, rientes,
atrae los oídos de penadas gentes,
de grado escarmientan y arrojan su carga.
Buelve a su propósito
6.
Estando cercado de dubdas y antojos,
compuse tal fin que principio desata;
acordé [de] dorar con oro de lata
lo más fino tíbar que vi con mis ojos,
y encima de rosas sembrar mill abrojos.
Suplico, pues suplan discretos mi falta;
teman grosseros y en obra tan alta,
o vean y callen o no den enojos.
Prosigue dando razones por qué se movió a acabar esta obra
7.
Yo vi en Salamanca la obra presente;
movíme [a] acabarla por estas razones;
es la primera, que estó en vacaciones,
la otra, inventarla persona prudente,
y es la final ver la más gente
buelta y mesclada en vicios de amor;
estos amantes les pornán temor
a fiar de alcahueta ni falso sirviente.
8.
Y así que esta obra en e1 proceder
fue tanto breve, quanto muy sutil;
vi que portava sentencias dos mill;
en forro de gracias, lavor de plazer.
No hizo Dédalo cierto a mi ver
alguna más prima entretalladura,
si fin diera en esta su propia escriptura
Cota o Mena con su gran Saber.
9.
Jamás [yo] no vide en lengua romana,
después que me acuerdo, ni nadie la vido,
obra de estilo tan alto y sobido
en tusca ni griega ni en castellana.
No trae sentencia de donde no mana
loable a su autor y eterna memoria,
al qual Jesuchristo reciba en su gloria
por su passión sancta que a todos nos sana.
Amonesta a los que aman que sirvan a Dios y dexen las malas cogitaciones y vicios de amor
10.
Vosotros, los que amáys, tomad este enxemplo,
este fino arnés con que os defendáys;
bolved ya las riendas por que n'os perdáys;
load siempre a Dios visitando su templo.
Andad sobre aviso; no seáys dexemplo
de muertos y bivos y proprios culpados;
estando en el mundo yazéys sepultados;
muy gran dolor siento quando esto contemplo.
Fin
11.
[Olvidemos los vicios que así nos prendieron;
no confiemos en vana esperança.
Temamos aquél que espinas y lança,
açotes y clavos su sangre vertieron.
La su santa faz herida escupieron;
vinagre con hiel fue su potación;
a cada santo lado consintió un ladrón.
Nos lleve, le ruego, con los que creyeron.]
12.
0 damas, matronas, mancebos, casados,
notad bien la vida que aquéstos hizieron;
tened por espejo su fin qual huvieron,
a otro que amores dad vuestros cuydados.
Limpiad ya los ojos, los ciegos errados,
virtudes sembrando con casto bivir,
a todo correr devéys de huyr,
no os lance Cupido sus tiros dorados.
[Prólogo]
Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla, dize aquel gran sabio Eráclito en este
modo: «Omnia secundum litem fiunt». Sentencia a mi ver digna de perpetua y recordable memoria.
Y como sea cierto que toda palabra del hombre sciente esté preñada, desta se puede dezir que de
muy hinchada y llena quiere rebentar, echando de sí tan crescidos ramos y hojas, que del menor
pimpollo se sacaría harto fruto entre personas discreta. Pero como mi pobre saber no baste a más de
roer sus secas cortezas de los dichos de aquellos que por claror de sus ingenios merescieron ser
aprovados, con lo poco que de allí alcançare, satisfaré al propósito deste perbreve (pró)logo. Hallé
esta sentencia corroborada por aquel gran orador y poeta laureado, Francisco Petrarcha, diziendo:
«Sine lite atque offensione ni(hi)l genuit natura parens»: Sin lid y offensión ninguna cosa engendró
la natura, madre de todo. Dize más adelante: «Sic est enim, et sic propemodum universa testantur:
rapido stelle obviant firmamento; contraria invicem elementa confligunt; terrae tremunt; maria
fluctuant; aer quatitur; crepant flamme; bellum immortale venti gerunt; tempora temporibus
concertant; secum singula nobiscum omnia.» Que quiere decir: «En verdad assí es, y assí todas las
cosas desto dan testimonio: las estrellas se encuentran en el arrebatado firmamento del cielo, los
adversos elementos unos con otros rompen pelea, tremen las tierras, ondean los mares, el ayre se
sacude, suenan las llamas, los vientos entre sí traen perpetua guerra, los tiempos con tiempos
contienden y litigan entre sí, uno a uno y todos contra nosotros.» El verano vemos que nos aquexa
con calor demasiado, el invierno con frío y aspereza, assí que este nos paresce revolución temporal,
esto con que nos sostenemos, esto con que nos criamos y bevimos, si comiença a ensobervecerse
más de lo acostumbrado, no es sino guerra. Y quanto se ha de temer, manifiéstase por los grandes
terremotos y torvellinos, por los naufragios y encendios, assí celestiales como terrenales, por la
fuerça de los aguaduchos, por aquel bramar de truenos, por aquel temeroso ímpetu de rayos,
aquellos cursos y recursos de las nuves, de cuyos abiertos movimientos, para saber la secreta causa
de que proceden, no es menor la dissención de los filósofos en las escuelas, que de las ondas en la
mar. Pues entre los animales ningún género carece de guerra: pesces, fieras, aves, serpientes, de lo
qual todo una especie a otra persigue. El león al lobo, el lobo la cabra, el perro la liebre y, si no
paresciese conseja de tras el fuego, yo llegaría más al cabo esta cuenta. El elefante, animal tan
poderoso y fuerte, se espanta y huye de la vista de un suziuelo ratón, y aun de sólo oírle toma gran
temor. Entre las serpientes el vajarisco crió la natura tan ponçoñoso y conquistador de todas las
otras, que con su silvo las asombra y con su venida las ahuyenta y disparze, con su vista las mata.
La bívora, reptilia o serpiente enconada, al tiempo del concebir, por la boca de la hembra metida la
cabeça del macho y ella con el gran dulçor apriétale tanto que le mata, y quedando preñada, el
primer hijo rompe las yjares de la madre, por do todos salen y ella muerta queda; él quasi como
vengador de la paterna muerte. ¿Qué mayor lid, qué mayor conquista ni guerra que engendrar en su
cuerpo quien coma sus entrañas? Pues no menos dissensiones naturales creemos haver en los
pescados, pues es cosa cierta gozar la mar de tantas formas de pesces, quantas la tierra y el ayre cría
de aves y animalias y muchas más. Aristóteles y Plinio cuentan maravillas de un pequeño pece
llamado Echeneis, quanto sea apta su propriedad para diversos géneros de lides. Especialmente
tiene una que si allega a una nao o carraca, la detiene, que no se puede menear aunque vaya muy
rezio por las aguas, de lo cual haze Lucano mención, diziendo; «Non pupim retinens, Euro tendente
rudientes,/ In mediis Echeneis aquis.» «No falta allí el pece dicho Echeneis, que detiene las fustas,
quando el viento Euro estiende las cuerdas en medio de la mar.» ¡Oh natural contienda, digna de
admiración, poder más un pequeño pece que un gran navío con toda su fuerça de los vientos! Pues
si discurrimos por las aves y por sus menudas enemistades, bien affirmaremos ser todas las cosas
criadas a manera de contienda. Las más biven de rapina, como halcones y águilas y gavilanes. Hasta
los grosseros milanos insultan dentro en nuestras moradas los domésticos pollos y debaxo las alas
de sus madres los vienen a caçar. De una ave llamada Rocho, que nace en el índico mar de oriente,
se dize ser de grandeza jamás oída y que lleva sobre su pico fasta las nuves no sólo un hombre o
diez, pero un navío cargado de todas sus xarcías y gente. Y como los míseros navegantes estén assí
suspensos en el ayre, con el meneo de su buelo caen y reciben crueles muertes. ¿Pues qué diremos
entre los hombres a quien todo lo sobredicho es subjeto? ¿Quién explanará sus guerras, sus
enemistades, sus embidias, sus aceleramientos y movimientos y descontentamientos? ¿Aquel mudar
de trajes, aquel derribar y renovar edificios y otros muchos affectos diversos y variedades que desta
nuestra flaca humanidad nos provienen? Y pues es antigua querella y visitada de largos tiempos, no
quiero maravillarme si esta presente obra ha seído instrumento de lid o contienda a sus lectores para
ponerlos en differencias, dando cada uno sentencia sobre ella a sabor de su voluntad. Unos dezían
que era prolixa, otros breve, otros agradable, otros escura; de manera que cortarla a medida de
tantas y tan differentes condiciones a solo Dios pertenesce. Mayormente pues ella con toda las otras
cosas que al mundo son, van debaxo de la vandera desta notable sentencia, «que aun la mesma vida
de los hombres, si bien lo miramos, desde la primera edad hasta que blanquean las casas, es
batalla». Los niños con los juegos, los moços con las letras, los mancebos con los deleytes, los
viejos con mill especies de enfermedades pelean y estos papeles con todas las edades. La primera
los borra y rompe, la segunda no los sabe bien leer, la tercera, que es la alegre juventud y mancebía,
discorda. Unos les roen los huessos que no tienen virtud, que es la hystoria toda junta, no
aprovechándose de las particularidades, haziéndola cuento de camino; otros pican los donayres y
refranes comunes, loándolos con toda atención, dexando passar por alto lo que haze más al caso y
utilidad suya. Pero aquellos para cuyo verdadero plazer es todo, desechan el cuento de la hystoria
para contar, coligen la suma para su provecho, ríen lo donoso, las sentencias y dichos de
philósophos guardan en su memoria para trasponer en lugares convenibles a sus autos y propósitos.
Assí que quando diez personas se juntaren a oír esta comedia en quien quepa esta differencia de
condiciones, como suele acaescer, ¿quién negará que aya contienda en cosa que de tantas maneras
se entienda? Que aun los impressores han dado sus punturas, poniendo rúbricas o sumarios al
principio de cada auto, narrando en breve lo que dentro contenía; una cosa bien escusada según lo
que los antiguos escriptores usaron. Otros han litigado sobre el nombre, diziendo que no se avía de
llamar comedia, pues acabava en tristeza, sino que se llamase tragedia. El primer autor quiso darle
denominación del principio, que fue plazer, y llamóla comedia. Yo viendo estas discordias, entre
estos estremos partí agora por medio la porfía y llaméla tragicomedia. Assí que viendo estas
contiendas, estos díssonos y varios juyzios, miré a donde la mayor parte acostava y hallé que
querían que alargasse en el proceso de su deleyte destos amantes sobre lo qual fuy muy
importunado, de manera que acordé, aunque contra mi voluntad, meter segunda vez la pluma en tan
estraña lavor y tan agena de mi facultad, hurtando algunos ratos a mi principal estudio, con otras
horas destinadas para recreación, puesto que no han de faltar nuevos detractores a la nueva adición.
Síguese
la Comedia o Tragicomedia de Calisto y Melibea, compuesta en reprehensión de los locos
enamorados que, vencidos en su desordenado apetito, a sus amigas llaman y dizen ser su dios.
Assimismo hecho en aviso de los engaños de las alcahuetas y malos y lisonjeros sirvientes.
Argumento
Calisto fue de noble linage, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda criança dotado de
muchas gracias, de stado mediano. Fue preso en el amor de Melibea, muger moça muy generosa, de
alta y sereníssima sangre, sublimada en próspero estado, una sola heredera a su padre Pleberio, y de
su madre Alisa muy amada. Por solicitud de pungido Calisto, vencido el casto propósito della,
enterveniendo Celestina, mala y astuta mujer, con dos servientes del vencido Calisto, engañados y
por ésta tornados desleales, presa su fidelidad con anzuelo de codicia y de deleyte, vinieron los
amantes y los que les ministraron en amargo y desastrado fin. Para comienço de lo qual dispuso el
adversa Fortuna lugar oportuno donde a la presencia de Calisto se presentó la deseada Melibea.
[…]
Argumento del veynte e un auto
PLEBERIO, tornado a su cámara con grandísímo llanto, pregúntale ALISA, su muger, la causa de
tan súpito mal. Cuéntale la muerte de su hija MELIBEA, mostrándole el cuerpo della todo
fecho pedaços, y haziendo su planto, concluye.
ALISA, PLEBERIO
ALISA. ¿Qué es esto, señor Pleberio? ¿Por qué son tus fuertes alaridos? Sin seso estava adormida
del pesar que ove quando oí dezir que sentía dolor nuestra hija. Agora oyendo tus gemidos,
tus bozes tan altas, tus quexas no acostumbradas, tu llanto y congoxa de tanto sentimiento, en
tal manera penetraron mis entrañas, en tal manera traspassaron mi coraçón, assí abivaron mis
turbados sentidos, que el ya recebido pesar alancé de mí. Un dolor sacó otro, un sentimiento
otro. Dime la causa de tus quexas. ¿Por qué maldizes tu honrrada vejez? ¿Por qué pides la
muerte? ¿Por qué arrancas tus blancos cabellos? ¿Por qué hieres tu honrrada cara? ¿Es algún
mal de Melibea? Por Dios, que me lo digas, porque si ella pena, no quiero yo vivir.
PLEBERIO. ¡Ay, ay, noble mujer, nuestro gozo en el pozo; nuestro bien todo es perdido; no
queramos más bivir! Y por que el incogitado dolor te dé más pena, todo junto sin pensarle,
por que más presto vayas al sepulcro, por que no llore yo solo la pérdida dolorida de
entramos, vez allí a la que tú pariste y yo engendré, hecha pedaços. La causa supe della, más
la he sabido por estenso desta su triste sirviente. Ayúdame a llorar nuestra llagada
postremería. ¡O gentes que venís a mi dolor, o amigos y señores, ayudadme a sentir mi pena!
¡O mi hija y mi bien todo, crueldad sería que biva yo sobre ti! Más dignos eran mis sesenta
años de la sepultura, que tus veynte. Turbóse la orden del morir con la tristeza que te
aquexavas. O mis canas, salidas para aver pesar, mejor gozara de vosotras la tierra que de
aquellos ruvios cabellos que presentes veo; fuertes días me sobran para bivir; quexarme he de
la muerte; incusarla he su dilación, quanto tiempo me dexare solo después de ti. Fáltame la
vida, pues me faltó tu agradable compañía. O mujer mía, levántate de sobre ella, y si alguna
vida te queda, gástala conmigo en tristes gemidos, en quebrantamiento y sospirar, y si por
caso tu spíritu reposa con el suyo, si ya as dexado esta vida de dolor, ¿por qué quesiste que lo
passe yo todo? En esto tenés ventaja las hembras a los varones, que puede un gran dolor
sacaros del mundo sin lo sentir, o a lo menos perdéys el sentido, que es parte de descanso. ¡O
duro coraçón de padre! ¿cómo no te quiebras de dolor, que ya quedas sin tu amada heredera?
¿Para quién edifiqué torres; para quién adquirí honrras; para quién planté árboles, para quién
fabriqué navíos? ¡O tierra dura! ¿cómo me sostienes? ¿Adónde hallará abrigo mi
desconsolada vejez? ¡O fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes!
¿Por qué no executaste tu cruel yra, tus mudables ondas, en aquello que a ti es subjeto? ¿Por
qué no destruíste mi patrimonio; por qué no quemaste mi morada; por qué no asolaste mis
grandes heredamientos? Dexárasme aquella florida planta en quien tú poder no tenías;
diérasme, fortuna flutuosa, triste la moçedad con vejez alegre; no pervertieras la orden. Mejor
sufriera persecuciones de tus engaños en la rezia y robusta edad que no en la flaca
postremería. ¡O vida de congoxas llena, de miserias acompañada, o mundo, mundo! Muchos
mucho de ti dixieron, muchos en tus qualidades metieron la mano, a diversas cosas por oídas
te compararon. Yo por triste experiencia lo contaré, como a quien las ventas y compras de tu
engañosa feria no prósperamente sucedieron, como aquel que mucho ha hasta agora callado
tus falsas propiedades por no encender con odio tu yra, por que no me secasses sin tiempo
esta flor que este día echaste de tu poder. Pues agora sin temor, como quien no tiene qué
perder, como aquel a quien tu compañía es ya enojosa, como caminante pobre que sin temor
de los crueles salteadores va cantando en alta boz. Yo pensava en mi más tierna edad que eras
y eran tus hechos regidos por alguna orden. Agora, visto el pro y la contra de tus
bienandanças, me pareçes un laberinto de errores, un desierto spantable, una morada de fieras,
juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de spinas, monte
alto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, fuente de
cuydados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin provecho, dulce ponçoña, vana
esperança, falsa alegría, verdadero dolor. Cévasnos, mundo falso, con el manjar de tus
deleytes; al mejor sabor nos descubres el anzuelo; no lo podemos huyr, que nos tiene ya
caçadas las voluntades. Prometes mucho, nada no cumples. Échasnos de ti, porque no te
podamos pedir que mantengas tus vanos prometimientos. Corremos por los prados de tus
viciosos vicios muy descuydados, a rienda suelta; descúbresnos la celada quando ya no ay
lugar de bolver. Muchos te dexaron con temor de tu arrebatado dexar; bienaventurados se
llamarán quando vean el gualardón que a este triste viejo as dado en pago de tan largo
servicio. Quiébrasnos el ojo y úntanos con consuelo[s] el caxco. Hazes mal a todos por que
ningún triste se halle solo en ninguna adversidad, diziendo que es alivio a los míseros, como
yo, tener compañeros en la pena. Pues desconsolado viejo, ¡qué solo estoy! Yo fui lastimado
sin aver ygual compañero de semejante dolor, aunque más en mi fatigada memoria rebuelvo
presentes y passados. Que si aquella severidad y paciencia de Paulo Emilio me viniere a
consolar con pérdida de dos hijos muertos en siete días, diziendo que su animosidad obró que
consolasse él al pueblo romano y no el pueblo a él, no me satisfaze, que otros dos hijos le
quedavan dados en adopción. ¿Qué compañía me ternán en mi dolor aquel Pericles capitán
ateniense, ni el fuerte Xenofón, pues sus pérdidas fueron de hijos absentes de sus tierras? Ni
fue mucho no mudar su frente y tenerla serena, y el otro responder al mensajero que las tristes
albricias de la muerte de su hijo le venía a pedir, que no recibiesse él pena, que él no sentía
pesar. Que todo esto bien differente es a mi mal. Pues menos podrás dezir, mundo lleno de
males, que fuimos semejantes en pérdida aquel Anaxágoras y yo, que seamos yguales en
sentir y que responda yo, muerta mi amada hija, lo que él su único hijo, que dixo: «Como yo
fuesse mortal sabía que avía de morir el que yo engendrava». Porque mi Melibea mató a ssí
misma de su voluntad a mis ojos con la gran fatiga de amor que le aquexava; el otro
matáronle en muy lícita batalla. ¡O incomparable pérdida, o lastimado viejo, que quanto más
busco consuelos, menos razón hallo para me consolar! Que si el profeta y rey David al hijo
que enfermo llorava, muerto no quiso llorar, diziendo que era quasi locura llorar lo
irrecuperable, quedávanle otros muchos con que soldasse su llaga. Y yo no lloro triste a ella
muerta pero la causa desastrada de su morir. Agora perderé contigo, mi desdichada hija, los
miedos y temores que cada día me espavorecían. Sola tu muerte es la que a mí me haze seguro
de sospecha. ¿Qué haré quando entre en tu cámara y retraymiento y la halle sola? ¿Qué haré
de que no me respondas si te llamo? ¿Quién me podrá cobrir la gran falta que tú me hazes?
Ninguno perdió lo que yo el día de hoy, aunque algo conforme parescía la fuerte animosidad
de Lambas de Auria, duque de los athenienses, que a su hijo herido con sus braços desde la
nao echó en la mar; porque todas éstas son muertes que, si roban la vida, es forçado de
complir con la fama. Pero ¿quién forçó a mi hija [a] morir, sino la fuerte fuerça de amor?
Pues, mundo halaguero, ¿qué remedio das a mi fatigada vejez? ¿Cómo me mandas quedar en
ti conociendo tus falsías, tus lazos, tus cadenas y redes, con que pescas nuestras flacas
voluntades? ¿A dó me pones mi hija? ¿Quién acompañará mi desacompañada morada?
¿Quién terná en regalos mis años que caducan? ¡O amor, amor, que no pensé que tenías
fuerça ni poder de matar a tus sujectos! Herida fue de ti mi juventud. Por medio de tus brasas
passé ¿cómo me soltaste para me dar la paga de la huida en mi vejez? Bien pensé que de tus
lazos me avía librado quando los quarenta años toqué, quando fui contento con mi conyugal
compañera, quando me vi con el fruto que me cortaste el día de hoy. No pensé que tomavas
en los hijos la vengança de los padres, ni sé si hieres con hierro, ni si quemas con huego; sana
dexas la ropa; lastimas el coraçón. Hazes que feo amen y hermoso les paresca. ¿Quién te dio
tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fuesses, amarías a tus
sirvientes; si los amasses, no les darías pena; si alegres biviessen, no se matarían como agora
mi amada hija. ¿En qué pararon tus sirvientes y sus ministros? La falsa alcahueta Celestina
murió a manos de los más fieles compañeros que ella para tu servicio emponçoñado jamás
halló; ellos murieron degollados, Calisto despeñado. Mi triste hija quiso tomar la misma
muerte por seguirle. Esto todo causas. Dulce nombre te dieron, amargos hechos hazes. No das
yguales galardones; iniqua es la ley que a todos ygual no es. Alegra tu sonido, entristece tu
trato. Bienaventurados los que no conociste o de los que no te curaste. Dios te llamaron otros,
no sé con qué error de su sentido traídos. Cata que Dios mata los que crió; tú matas los que te
siguen. Enemigo de toda razón, a los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlos
metidos en tu congoxosa dança. Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué te riges sin
orden ni concierto? Ciego te pintan, pobre y moço. Pónente un arco en la mano con que tires a
tiento; más ciegos son tus ministros que jamás sienten ni veen el desabrido galardón que se
saca de tu servicio. Tu fuego es ardiente rayo que jamás haze señal do llega. La leña que gasta
tu llama son almas y vidas de humanas criaturas, las quales son tantas que de quién començar
pueda apenas me ocurre; no sólo de christianos mas de gentiles y judíos y todo en pago de
buenos servicios. ¿Qué me dirás de aquel Macías de nuestro tiempo, cómo acabó amando,
cuyo triste fin tú fuiste la causa? ¿Qué hizo por ti Paris? ¿Qué Helena? ¿Qué hizo
Ypermestra? ¿Qué Egisto? Todo el mundo lo sabe. Pues a Sapho, Ariadna, Leandro ¿qué
pago les diste? Hasta David y Salomón no quesiste dexar sin pena. Por tu amistad Sansón
pagó lo que meresció por creerse de quien tú le forçaste a darle fe. Otros muchos que callo
porque tengo harto que contar en mi mal. Del mundo me quexo porque en sí me crió, porque
no me dando vida no engendrara en él a Melibea; no nascida, no amara; no amando, cessara
mi quexosa y desconsolada postremería. O mi compañera buena y [o] mi hija despedagada,
¿por qué no quesiste que estorvasse tu muerte? ¿Por qué no oviste lástima de tu querida y
amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? [¿Por qué me dexaste,
quando yo te havía de dexar?] ¿Por qué me dexaste penado? ¿Por qué me dexaste triste y solo
in hac lacrimarum valle?
Concluye el auctor, aplicando la obra al propósito por que la hizo
1.
Pues aquí vemos quán mal fenecieron
aquestos amantes, huygamos su dança;
amemos a aquel que spinas y lança
açotes y clavos su sangre vertieron;
los falsos judíos su haz escupieron;
vinagre con hiel fue su potación;
por que nos lleve con el buen ladrón
de dos que a sus santos lados pusieron.
2.
No dudes ni ayas vergüença, lector,
narrar lo lascivo que aquí se te muestra,
que siendo discreto, verás ques la muestra
por donde se vende la honesta lavor,
de nuestra vil massa con tal lamedor
consiente coxquillas de alto consejo,
con motes y trufas del tiempo más viejo
scriptas abueltas le ponen sabor.
3.
Y assí no me juzgues por esso liviano
mas antes zeloso de limpio bivir;
zeloso de amar, temer y servir
al alto Señor y Dios soberano;
por ende si vieres turbada mi mano
turvias con claras mezclando razones,
dexa las burlas, qu'es paja y grançones
sacando muy limpio dentrellas el grano.
OCHO COMEDIAS Y OCHO ENTREMESES NUEVOS
Nunca representados.
COMPUESTAS POR Miguel de Cervantes Saavedra.
DIRIGIDAS A DON PEDRO FERNANDEZ
de Castro, Conde de Lemos, de Andrade
y de Villalba; Marqués de Sarria, Gentilhombre
de la Cámara de su Majestad, Comendador de
la Encomienda de Peñafiel y la Zarza, de la
Orden de Alcántara, Virrey, Gobernador y
Capitán general del Reino de Nápoles, y
Presidente del supremo Consejo
de Italia.
LOS TITULOS DE ESTAS OCHO COMEDIAS
y sus entremeses van en la cuarta hoja.
Año
CON PRIVILEGIO
EN MADRID, Por la viuda de Alonso Martín.
A costa de Juan de Villarroel, mercader de libros; véndense en
su casa, a la plazuela del Angel.
SUMA DEL PRIVILEGIO
Tiene privilegio Miguel de Cervantes Saavedra por diez años para imprimir estas ocho comedias y
entremeses. Su fecha del dicho privilegio en Valladolid, a veinticinco días del mes de julio de mil y
seiscientos y quince años. Pasó ante Hernando de Vallejo, escribano de Cámara.
SUMA DE LA TASA
Este libro de las Ocho comedias y entremeses de Miguel de Cervantes Saavedra, está tasado por los
señores del Consejo a cuatro maravedís cada pliego, que el dicho libro tiene sesenta y seis pliegos,
que, a razón de cuatro maravedís, monta doscientos y sesenta y cuatro maravedís. Su data en
Madrid, a veintidós días del mes de setiembre de mil y seiscientos y quince años, ante Hernando de
Vallejo, escribano de Cámara.
FE DE LAS ERRATAS
Estas Comedias, compuestas por Miguel de Cervantes Saavedra, corresponden con su original.
Dada en Madrid, a 13 de setiembre de 1615 años.
El Lic. Murcia de la Llana.
APROBACIÓN
Por mandado y comisión del señor doctor Cetina, vicario general en esta corte, he visto el libro de
Comedias y entremeses de Miguel de Cervantes no representadas y no hallo en él cosa contra
nuestra santa fe católica y buenas costumbres; antes, muchas entretenidas y de gusto. Este es mi
parecer, salvo, etc. En Madrid, 3 de julio 1615.
El Maestro Josef de Valdivielso.
PRÓLOGO AL LECTOR
No puedo dejar, lector carísimo, de suplicarte me perdones, si vieres que en este prólogo salgo
algún tanto de mi acostumbrada modestia. Los días pasados me hallé en una conversación de
amigos, donde se trató de comedias y de las cosas a ellas concernientes, y de tal manera las
sutilizaron y atildaron, que, a mi parecer, vinieron a quedar en punto de toda perfección. Tratóse
también de quién fue el primero que en España las sacó de mantillas, y las puso en toldo, y vistió de
gala y apariencia; yo, como el más viejo que allí estaba, dije que me acordaba de haber visto
representar al gran Lope de Rueda, varón insigne en la representación y en el entendimiento. Fue
natural de Sevilla, y de oficio batihoja, que quiere decir de los que hacen panes de oro; fue
admirable en la poesía pastoril, y en este modo, ni entonces ni después acá ninguno le ha llevado
ventaja; y aunque, por ser muchacho yo entonces, no podía hacer juicio firme de la bondad de sus
versos, por algunos que me quedaron en la memoria, vistos ahora en la edad madura que tengo,
hallo ser verdad lo que he dicho; y si no fuera por no salir del propósito de prólogo, pusiera aquí
algunos que acreditaran esta verdad. En el tiempo de este célebre español, todos los aparatos de un
autor de comedias se encerraban en un costal, y se cifraban en cuatro pellicos blancos guarnecidos
de guadamecí dorado, y en cuatro barbas y cabelleras, y cuatro cayados, poco más o menos. Las
comedias eran unos coloquios como églogas entre dos o tres pastores y alguna pastora;
aderezábanlas y dilatábanlas con dos o tres entremeses, ya de negra, ya de rufián, ya de bobo y ya
de vizcaíno: que todas estas cuatro figuras y otras muchas hacía el tal Lope con la mayor excelencia
y propiedad que pudiera imaginarse. No había en aquel tiempo tramoyas, ni desafíos de moros y
cristianos, a pie ni a caballo; no había figura que saliese o pareciese salir del centro de la tierra por
lo hueco del teatro, al cual componían cuatro bancos en cuadro y cuatro o seis tablas encima, con
que se levantaba del suelo cuatro palmos; ni menos bajaban del cielo nubes con ángeles o con
almas. El adorno del teatro era una manta vieja tirada con dos cordeles de una parte a otra, que
hacía lo que llaman vestuario, detrás de la cual estaban los músicos, cantando sin guitarra algún
romance antiguo. Murió Lope de Rueda, y por hombre excelente y famoso le enterraron en la
iglesia mayor de Córdoba (donde murió), entre los dos coros, donde también está enterrado aquel
famoso loco Luis López.
Sucedió a Lope de Rueda Navarro, natural de Toledo, el cual fue famoso en hacer la figura de un
rufián cobarde; éste levantó algún tanto más el adorno de las comedias, y mudó el costal de vestidos
en cofres y en baúles; sacó la música, que antes cantaba detrás de la manta, al teatro público; quitó
las barbas de los farsantes, que hasta entonces ninguno representaba sin barba postiza, e hizo que
todos representasen a cureña rasa, si no era los que habían de representar los viejos u otras figuras
que pidiesen mudanza de rostro; inventó tramoyas, nubes, truenos y relámpagos, desafíos y
batallas; pero esto no llegó al sublime punto en que está ahora.
Y esto es verdad que no se me puede contradecir, y aquí entra el salir yo de los límites de mi
llaneza: que se vieron en los teatros de Madrid representar Los tratos de Argel, que yo compuse, La
destrucción de Numancia y La batalla naval, donde me atreví a reducir las comedias a tres
jornadas, de cinco que tenían; mostré, o, por mejor decir, fui el primero que representase las
imaginaciones y los pensamientos escondidos del alma, sacando figuras morales al teatro, con
general y gustoso aplauso de los oyentes; compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta,
que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza:
corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas. Tuve otras cosas en que ocuparme, dejé la
pluma y las comedias, y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con
la monarquía cómica. Avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes; llenó el
mundo de comedias propias, felices y bien razonadas, y tantas, que pasan de diez mil pliegos los
que tiene escritos, y todas, que es una de las mayores cosas que puede decirse, las ha visto
representar, u oído decir, por lo menos, que se han representado; y si algunos, que hay muchos, han
querido entrar a la parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a la
mitad de lo que él solo.
Pero no por esto, pues no lo concede Dios todo a todos, dejen de tenerse en precio los trabajos del
doctor Ramón, que fueron los más después de los del gran Lope; estímense las trazas artificiosas en
todo extremo del licenciado Miguel Sánchez; la gravedad del doctor Mira de [A]mescua, honra
singular de nuestra nación; la discreción e innumerables conceptos del canónigo Tárrega; la
suavidad y dulzura de don Guillén de Castro; la agudeza de Aguilar; el rumbo, el tropel, el boato, la
grandeza de las comedias de Luis Vélez de Guevara, y las que ahora están en jerga del agudo
ingenio de don Antonio de Galarza, y las que prometen Las fullerías de amor, de Gaspar de Avila:
que todos éstos y otros algunos han ayudado a llevar esta gran máquina al gran Lope.
Algunos años ha que volví yo a mi antigua ociosidad, y, pensando que aún duraban los siglos donde
corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias; pero no hallé pájaros en los nidos de
antaño; quiero decir que no hallé autor que me las pidiese, puesto que sabían que las tenía, y así, las
arrinconé en un cofre, y las consagré y condené al perpetuo silencio. En esta sazón me dijo un
librero que él me las comprara, si un autor de título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía
esperar mucho, pero que del verso, nada; y, si va a decir la verdad, cierto que me dio pesadumbre el
oírlo, y dije entre mí: “O yo me he mudado en otro, o los tiempos se han mejorado mucho,
sucediendo siempre al revés, pues siempre se alaban los pasados tiempos”. Torné a pasar los ojos
por mis comedias, y por algunos entremeses míos que con ellas estaban arrinconados, y vi no ser
tan malas ni tan malos que no mereciesen salir de las tinieblas del ingenio de aquel autor a la luz de
otros autores menos escrupulosos y más entendidos. Aburríme, y vendíselas al tal librero, que las ha
puesto en la estampa como aquí te las ofrece; él me las pagó razonablemente; yo cogí mi dinero con
suavidad, sin tener cuenta con dimes ni diretes de recitantes. Querría que fuesen las mejores del
mundo, o a lo menos razonables; tú lo verás, lector mío; y si hallares que tienen alguna cosa buena,
en topando a aquel mi maldiciente autor, dile que se enmiende, pues yo no ofendo a nadie, y que
advierta que no tienen necedades patentes y descubiertas, y que el verso es el mismo que piden las
comedias, que ha de ser, de los tres estilos, el ínfimo, y que el lenguaje de los entremeses es propio
de las figuras que en ellos se introducen; y que para enmienda de todo esto le ofrezco una comedia
que estoy componiendo, y la intitulo El engaño a los ojos, que, si no me engaño, le ha de dar
contento. Y con esto, Dios te dé salud, y a mí paciencia.
Dedicatoria al Conde de Lemos.
Ahora se agoste o no el jardín de mi corto ingenio, que los frutos que él ofreciere, en cualquiera
sazón que sea, han de ser de V. E., a quien ofrezco el de estas comedias y entremeses, no tan
desabridos, a mi parecer, que no puedan dar algún gusto; y si alguna cosa llevan razonable, es que
no van manoseados ni han salido al teatro, merced a los farsantes, que, de puro discretos, no se
ocupan sino en obras grandes y de graves autores, puesto que tal vez se engañan. Don Quijote de la
Mancha queda calzadas las espuelas en su segunda parte para ir a besar los pies a V. E. Creo que
llegará quejoso, porque en Tarragona le han asendereado y malparado; aunque, por sí o por no, lleva
información hecha de que no es él el contenido en aquella historia, sino otro supuesto, que quiso ser
él, y no acertó a serlo. Luego irá el gran Persiles, y luego Las semanas del jardín, y luego la
segunda parte de La Galatea, si tanta carga pueden llevar mis ancianos hombros; y luego y siempre
irán las muestras del deseo que tengo de servir a V. E. como a mi verdadero señor, y firme y
verdadero amparo, cuya persona, etc.
Criado de V. Exc.,
Miguel de Cervantes Saavedra.
LOS NOMBRES DE ÉSTAS
comedias son los siguientes:
El gallardo español.
La casa de los celos
Los baños de Argel.
El rufián dichoso.
La gran sultana.
El laberinto de amor.
La entretenida.
Pedro de Urdemalas.
ENTREMESES
El juez de los divorcios
El retablo de las maravillas
Elección de los alcaldes de Daganzo.
La guarda cuidadosa.
El vizcaíno fingido.
El rufián viudo.
La cueva de Salamanca
El viejo celoso.
Entremés del viejo celoso
(Salen DOÑA LORENZA, y CRISTINA, su criada, y ORTIGOSA, su vecina)
LORENZA. Milagro ha sido éste, señora Ortigosa, el no haber dado la vuelta a la llave mi duelo, mi
yugo y mi desesperación. Éste es el primero dia, después que me casé con él, que hablo con
persona de fuera de casa. ¡Que fuera le vea yo desta vida a él y a quien con él me casó!
ORTIGOSA. Ande, mi señora doña Lorenza, no se queje tanto, que con una caldera vieja se compra
otra nueva.
LORENZA. Y aun con esos y otros semejantes villancicos o refranes me engañaron a mi. ¡Que
malditos sean sus dineros, fuera de las cruces, malditas sus joyas, malditas sus galas, y
maldito todo cuanto me da y promete! ¿De qué me sirve a mi todo aquesto, si en mitad de la
riqueza estoy pobre, y en medio de la abundancia, con hambre?
CRISTINA. En verdad, señora tia, que tienes razón; que más quisiera yo andar con un trapo atrás y
otro adelante, y tener un marido mozo, que yerme casada y enlodada con ese viejo podrido
que tomaste por esposo.
LORENZA. ¿Yo le tomé, sobrina? A la fe, diómele quien pudo, y yo, como muchacha, fui más
presta al obedecer que al contradecir; pero, si yo tuviera tanta experiencia destas cosas, antes
me tarazara la lengua con los dientes que pronunciar aquel si, que se pronuncia con dos letras
y da que llorar dos mil años; pero yo imagino que no fue otra cosa sino que habia de ser ésta,
y que las que han de suceder forzosamente, no hay prevención ni diligencia humana que las
prevenga.
CRISTINA. ¡Jesús, y del mal Viejo! Toda la noche: «Daca el orinal, toma el orinal, levántate,
Cristinica, y caliéntame unos paños, que me muero de la ijada; dame aquellos juncos, que me
fatiga la piedra.» Con más ungüentos y medicinas en el aposento que si fuera una botica; y yo,
que apenas sé vestirme, tengo de servirle de enfermera. ¡Pux, pux, pux, viejo clueco, tan
potroso como celoso, y el más celoso del mundo!
LORENZA. Dice la verdad mi sobrina.
CRISTINA. ¡Pluguiera a Dios que nunca yo la dijera en esto!
ORTIGOSA. Ahora bien, señora doña Lorenza; vuestra merced haga lo que le tengo aconsejado, y
verá cómo se halla muy bien con mi consejo. El mozo es como un ginjo verde; quiere bien,
sabe callar y agradecer lo que por él se hace; y pues los celos y el recato del viejo no nos dan
lugar a demandas ni a respuestas, resolución y buen ánimo: que, por la orden que hemos dado,
yo le pondré al galán en su aposento de vuestra merced y le sacaré, si bien tuviese el viejo
más ojos que Argos y viese más que un zahori, que dicen que vee siete estados debajo de la
tierra.
LORENZA. Como soy primeriza, estoy temerosa, y no querría, a trueco del gusto, poner a riesgo la
honra.
CRISTINA. Eso me parece, señora tía, a lo del cantar de Gómez Arias:
«Señor Gómez Arias,
Doleos de mí;
Soy niña y muchacha,
Nunca en tal me vi.»
LORENZA. Algún espíritu malo debe de hablar en ti, sobrina, según las cosas que dices.
CRISTINA. Yo no sé quién habla; pero yo sé que haría todo aquello que la señora Ortigosa ha
dicho, sin faltar punto.
LORENZA. ¿Y la honra, sobrina?
CRISTINA. ¿Y el holgamos, tía?
LORENZA. ¿Y si se sabe?
CRISTINA. ¿Y si no se sabe?
LORENZA. ¿Y quién me asegurará a mí que no se sepa?
ORTIGOSA. ¿Quién? La buena diligencia, la sagacidad, la industria; y, sobre todo, el buen ánimo y
mis trazas.
CRISTINA. Mire, señora Ortigosa, tráyanosle galán, limpio, desenvuelto, un poco atrevido, y, sobre
todo, mozo.
ORTIGOSA. Todas esas partes tiene el que he propuesto, y otras dos más, que es rico y liberal.
LORENZA. Que no quiero riquezas, señora Ortigosa; que me sobran las joyas, y me ponen en
confusión las diferencias de colores de mis muchos vestidos; hasta eso no tengo que desear,
que Dios le dé salud a Cañizares; más vestida me tiene que un palmito, y con más joyas que la
vedriera de un platero rico. No me clavara él las ventanas, cerrara las puertas, visitara a todas
horas la casa, desterrara della los gatos y los perros, solamente porque tienen nombre de
varón; que, a trueco de que no hiciera esto y otras cosas no vistas en materia de recato, yo le
perdonara sus dádivas y mercedes.
ORTIGOSA. ¿Que tan celoso es?
LORENZA. ¡Digo! Que le vendían el otro día una tapicería a bonísimo precio, y por ser de figuras
no la quiso, y compró otra de verduras por mayor precio, aunque no era tan buena. Siete
puertas hay antes que se llegue a mi aposento, fuera de la puerta de la calle, y todas se cierran
con llave; y las llaves no me ha sido posible averiguar dónde las esconde de noche.
CRISTINA. Tía, la llave de loba creo que se la pone entre las faldas de la camisa.
LORENZA. No lo creas, sobrina; que yo duermo con él, y jamás le he visto ni sentido que tenga
llave alguna.
CRISTINA. Y más, que toda la noche anda como trasgo por toda la casa; y si acaso dan alguna
música en la calle, les tira de pedradas porque se vayan. Es un malo, es un brujo, es un viejo,
que no tengo más que decir.
LORENZA. Señora Ortigosa, váyase, no venga el gruñidor y la halle conmigo, que sería echarlo a
perder todo; y lo que ha de hacer, hágalo luego; que estoy tan aburrida, que no me falta sino
echarme una soga al cuello, por salir de tan mala vida.
ORTIGOSA. Quizá con ésta que ahora se comenzará, se le quitará toda esa mala gana y le vendrá
otra más saludable y que más la contente.
CRISTINA. Así suceda, aunque me costase a mí dedo de la mano: que quiero mucho a mi señora
tía, y me muero de verla tan pensativa y angustiada en poder deste viejo, y reviejo, y más que
viejo; y no me puedo hartar de decille viejo.
LORENZA. Pues en verdad que te quiere bien, Cristina.
CRISTINA. ¿Deja por eso de ser viejo? Cuanto más, que yo he oído decir que siempre los viejos
son amigos de niñas.
ORTIGOSA. Así es la verdad, Cristina, y adiós, que, en acabando de comer, doy la vuelta. Vuestra
merced esté muy en lo que dejamos concertado, y verá cómo salimos y entramos bien en ello.
CRISTINA. Señora Ortigosa, hágame merced de traerme a mí un frailecico pequeñito con quien yo
me huelgue.
ORTIGOSA. Yo se lo traeré a la niña pintado.
CRISTINA. ¡Que no le quiero pintado, sino vivo, vivo, chiquito, como unas perlas!
LORENZA. ¿Y si lo vee tío?
CRISTINA. Diréle yo que es un duende, y tendrá dél miedo, y holgaréme yo.
ORTIGOSA. Digo que yo le trairé, y adiós.
(Vase ORTIGOSA)
CRISTINA. Mire, tía: si Ortigosa trae al galán y mi frailecico, y si señor los viere, no tenemos más
que hacer sino cogerle entre todos y ahogarle, y echarle en el pozo o enterrarle en la
caballeriza.
LORENZA. Tal eres tú, que creo lo harías mejor que lo dices.
CRISTINA. Pues no sea el viejo celoso, y déjenos vivir en paz, pues no le hacemos mal alguno, y
vivimos como unas santas.
(Éntranse) (Entran CAÑIZARES, Viejo, y UN COMPADRE suyo)
CAÑIZARES. Señor compadre, señor compadre: el setentón que se casa con quince, o carece de
entendimiento, o tiene gana de visitar el otro mundo lo más presto que le sea posible. Apenas
me casé con doña Lorencica, pensando tener en ella compañía y regalo, y persona que se
hallase en mi cabecera y me cerrase los ojos al tiempo de mi muerte, cuando me embistieron
una turba multa de trabajos y desasosiegos; tenía casa, y busqué casar; estaba posado, y
desposéme.
COMPADRE. Compadre, error fue, pero no muy grande; porque, según el dicho del Apóstol, mejor
es casarse que abrasarse.
CAÑIZARES. ¡Qué no había que abrasar en mí, señor compadre, que con la menor llamarada
quedara hecho ceniza! Compañía quise, compañía busqué, compañía hallé; pero Dios lo
remedie, por quien él es.
COMPADRE. ¿Tiene celos, señor compadre?
CAÑIZARES. Del sol que mira a Lorencita, del aire que le toca, de las faldas que la vapulan.
COMPADRE. ¿Dale ocasión?
CAÑIZARES. Ni por pienso, ni tiene por qué, ni cómo, ni cuándo, ni adónde: las ventanas, amén de
estar con llave, las guarnecen rejas y celosías; las puertas, jamás se abren: vecina no atraviesa
mis umbrales, ni los atravesará mientras Dios me diere vida. Mirad, compadre: no les vienen
los malos aires a las mujeres de ir a los jubileos ni a las procesiones, ni a todos los actos de
regocijos públicos; donde ellas se mancan, donde ellas se estropean, y adonde ellas se dañan,
es en casa de las vecinas y de las amigas. Más maldades encubre una mala amiga que la capa
de la noche; más conciertos se hacen en su casa y más se concluyen que en una semblea.
COMPADRE. Yo así lo creo; pero, si la señora doña Lorenza no sale de casa, ni nadie entra en la
suya, ¿de qué vive descontento mi compadre?
CAÑIZARES. De que no pasará mucho tiempo en que no caya Lorencica en lo que le falta; que
será un mal caso, y tan malo, que en sólo pensallo le temo, y de temerle me desespero, y de
desesperarme vivo con disgusto.
COMPADRE. Y con razón se puede tener ese temor, porque las mujeres querrían gozar enteros los
frutos del matrimonio.
CAÑIZARES. La mía los goza doblados.
COMPADRE. Ahí está el daño, señor compadre.
CAÑIZARES. No, no, ni por pienso; porque es más simple Lorencica que una paloma, y hasta
agora no entiende nada de sas filaterías; y adiós, señor compadre, que me quiero entrar en
casa.
COMPADRE. Yo quiero entrar allá, y ver a mí señora doña Lorenza.
CAÑIZARES. Habéis de saber, compadre, que los antiguos latinos usaban de un refrán, que decía:
Amicus us que ad aras, que quiere decir: «El amigo, hasta el altar»; infiriendo que el amigo ha
de hacer por su amigo todo aquello que no fuere contra Dios; y yo digo que mi amigo, us que
adportam, hasta la puerta; que ninguno ha de pasar mis quicios; y adiós, señor compadre, y
perdóneme.
(Éntrase CAÑIZARES)
COMPADRE. En mi vida he visto hombre más recatado, ni más celoso, ni más impertinente; pero
éste es de aquellos que traen la soga arrastrando y de los que siempre vienen a morir del mal
que temen.
(Éntrase el COMPADRE) (Salen DOÑA LORENZA y CRISTINA)
CRISTINA. Tía, mucho tarda tío, y más tarda Ortigosa.
LORENZA. Mas que nunca él acá viniese, ni ella tampoco, porque él me enfada, y ella me tiene
confusa.
CRISTINA. Todo es probar, señora tía; y, cuando no saliere bien, darle del codo.
LORENZA. ¡Ay, sobrina! Que estas cosas, o yo sé poco, o sé que todo el daño está en probarlas.
CRISTINA. A fe, señora tía, que tiene poco ánimo, y que si yo fuera de su edad, que no me
espantaran hombres armados.
LORENZA. Otra vez torno a decir, y diré cien mil veces, que Satanás habla en tu boca. Mas ¡ay!
¿cómo se ha entrado señor?
CRISTINA. Debe de haber abierto con la llave maestra.
LORENZA. ¡Encomiendo yo al diablo sus maestrías y sus llaves!
(Entra CAÑIZARES)
CAÑIZARES. ¿Con quién hablábades, doña Lorenza?
LORENZA. Con Cristinica hablaba.
CAÑIZARES. Miradlo bien, doña Lorenza.
LORENZA. Digo que hablaba con Cristina. ¿Con quién había de hablar? ¿Tengo yo, por ventura,
con quién?
CAÑIZARES. No querría que tuviésedes algún soliloquio con vos misma, que redundase en mi
perjuicio.
LORENZA. Ni entiendo esos circunloquios que decís, ni aun los quiero entender; y tengamos la
fiesta en paz.
CAÑIZARES. Ni aun las vísperas no querría yo tener en guerra con vos. ¿Pero quién llama a
aquella puerta con tanta priesa? Mira, Cristinica, quién es, y, si es pobre, dale limosna y
despídele.
CRISTINA. ¿Quién está ahí?
ORTIGOSA. La vecina Ortigosa es, señora Cristina.
CAÑIZARES. ¿Ortigosa y vecina? ¡Dios sea conmigo! Pregúntale, Cristina, lo que quiere, y dáselo,
con condición que no atraviese esos umbrales.
CRISTINA. ¿Y qué quiere, señora vecina?
CAÑIZARES. El nombre de vecina me turba y sobresalta. Llámala por su propio nombre, Cristina.
CRISTINA. Responda: ¿y qué quiere, señora Ortigosa?
ORTIGOSA. Al señor Cañizares quiero suplicar un poco, en que me va la honra, la vida y el alma.
CAÑIZARES. Decidle, sobrina, a esa señora, que a mí me va todo eso y más en que no entre acá
dentro.
LORENZA. ¡Jesús, y qué condición tan extravagante! ¿Aquí no estoy delante de vos? ¿Hanme de
comer de ojo? ¿Hanme de llevar por los aires?
CAÑIZARES. ¡Entre con cien mil Bercebuyes, pues vos lo queréis!
CRISTINA. Entre, señora vecina.
CAÑIZARES. ¡Nombre fatal para mi es el de vecina!
(Entra ORTIGOSA, y tray un guadamecí, y en las pieles de las cuatro esquinas han de venir
pintados Rodamonte, Mandricardo, Rugero y Gradaso; y Rodamonte venga pintado como
arrebozado)
ORTIGOSA. Señor mío de mi alma, movida y incitada de la buena fama de vuestra merced, de su
gran caridad y de sus muchas limosnas, me he atrevido de venir a suplicar a vuestra merced
me haga tanta merced, caridad y limosna y buena obra de comprarme este guadamecí, porque
tengo un hijo preso por unas heridas que dio a un tundidor, y ha mandado la Justicia que
declare el cirujano, y no tengo con qué paga-11e, y corre peligro no le echen otros embargos,
que podrían ser muchos, a causa que es muy travieso mi hijo; y querría echarle hoy o mañana,
si fuese posible, de la cárcel. La obra es buena, el guadamecí nuevo, y, con todo eso, le daré
por lo que vuestra merced quisiere darme por él; que en más está la monta, y como esas cosas
he perdido yo en esta vida. Tenga vuestra merced desa punta, señora mía, y descojámosle,
porque no vea el señor Cañizares que hay engaño en mis palabras; alce más, señora mia, y
mire cómo es bueno de caída y las pinturas de los cuadros parece que están vivas.
(Al alzar y mostrar el guadamecí, entra por detrás dél UN GALÁN, y, como CAÑIZARES ve los
retratos, dice:)
CAÑIZARES. ¡Oh, qué lindo Rodamonte! ¿Y qué quiere el señor rebozadito en mi casa? Aun si
supiese que tan amigo soy yo destas cosas y destos rebocitos, espantarse ía.
CRISTINA. Señor tío, yo no sé nada de rebozados; y si él ha entrado en casa, la señora Ortigosa
tiene la culpa; que a mí, el diablo me lleve si dije ni hice nada para que él entrase. No, en mi
conciencia; aun el diablo sería si mi señor tío me echase a mí la culpa de su entrada.
CAÑIZARES. Ya yo lo veo, sobrina, que la señora Ortigosa tiene la culpa; pero no hay de qué
maravillarme, porque ella no sabe mi condición, ni cuán enemigo soy de aquestas pinturas.
LORENZA. Por las pinturas lo dice, Cristinica, y no por otra cosa.
CRISTINA. Pues por esas digo yo. ¡Ay, Dios sea conmigo! Vuelto se me ha el ánima al cuerpo, que
ya andaba por los aires.
LORENZA. ¡Quemado vea yo ese pico de once varas! En fin, quien con muchachos se acuesta, etc.
CRISTINA. ¡Ay, desgraciada, y en qué peligro pudiera haber puesto toda esta baraja!
CAÑIZARES. Señora Ortigosa, yo no soy amigo de figuras rebozadas ni por rebozar. Tome este
doblón, con el cual podrá remediar su necesidad, y váyase de mi casa lo más presto que
pudiere; y ha de ser luego, y llévese su guadamecí.
ORTIGOSA. Viva vuestra merced más años que Matute el de Jerusalén, en vida de mi señora
doña..., no se cómo se llama, a quien suplico me mande, que la serviré de noche y de día, con
la vida y con el alma, que la debe de tener ella como la de una tortolica simple.
CAÑIZARES. Señora Ortigosa, abrevie y váyase, y no se esté agora juzgando almas ajenas.
ORTIGOSA. Si vuestra merced hubiere menester algún pegadillo para la madre, téngolos
milagrosos; y si para mal de muelas, sé unas palabras que quitan el dolor como con la mano.
CAÑIZARES. Abrevie, señora Ortigosa, que doña Lorenza, ni tiene madre, ni dolor de muelas; que
todas las tiene sanas y enteras, que en su vida se ha sacado muela alguna.
ORTIGOSA. Ella se las sacará, placiendo al cielo, porque le dará muchos años de vida; y la vejez es
la total destruición de la dentadura.
CAÑIZARES.~Aquí de Dios! ¿Que no será posible que me deje esta vecina? ¡Ortigosa, o diablo, o
vecina, o lo que eres, vete con Dios y déjame en mi casa!
ORTIGOSA. Justa es la demanda, y vuestra merced no se enoje, que ya me voy.
(Vase ORTIGOSA)
CAÑIZARES. ¡Oh, vecinas, vecinas! Escaldado quedo aun de las buenas palabras desta vecina, por
haber salido por boca de vecina.
LORENZA. Digo que tenéis condición de bárbaro y de salvaje; ¿Y qué ha dicho esta vecina para
que quedéis con la ojeriza contra ella? Todas vuestras buenas obras las hacéis en pecado
mortal. ¡Dístesle dos docenas de reales, acompañados con otras dos docenas de injurias, ¡boca
de lobo, lengua de escorpión y silo de malicias!
CAÑIZARES. No, no; a mal viento va esta parva. No me parece bien que volváis tanto por vuestra
vecina.
CRISTINA. Señora tía, éntrese allá dentro y desenój ese, y deje a tío, que parece que está enojado.
LORENZA. Así lo haré, sobrina, y aun quizá no me verá la cara en estas dos horas; y a fe que yo se
la dé a beber, por más que la rehuse.
(Éntrase DOÑA LORENZA)
CRISTINA. Tío, ¿no ve cómo ha cerrado de golpe? Y creo que va a buscar una tranca para asegurar
la puerta.
(DOÑA LORENZA, por dentro)
LORENZA. ¿Cristinica? ¿Cristinica?.
CRISTINA. ¿Qué quiere, tía?
LORENZA. ¡Si supieses qué galán me ha deparado la buena suerte! Mozo, bien dispuesto,
pelinegro y que le huele la boca a mil azahares.
CRISTINA. ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! ¿Está loca, tía?
LORENZA. No estoy sino en todo mi juicio; y en verdad que, si le vieses, que se te alegrase el
alma.
CRISTINA. ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! Ríñala, tío, porque no se atreva, ni aun burlando, a
decir deshonestidades.
CAÑIZARES. ¿Bobeas, Lorenza? ¡Pues a fe que no estoy yo de gracia para sufrir esas burlas!
LORENZA. Que no son sino veras; y tan veras, que en este género no pueden ser mayores.
CRISTINA. ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! Y dígame, tía, ¿está ahí también mi frailecito?
LORENZA. No, sobrina; pero otra vez vendrá, si quiere Ortigosa la vecina.
CAÑIZARES. Lorenza, di lo que quisieres, pero no tomes en tu boca el nombre de vecina, que me
tiemblan las cames en oírle.
LORENZA. También me tiemblan a mí por amor de la vecina.
CRISTINA. ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías!
LORENZA. ¡Ahora echo de ver quién eres, viejo maldito, que hasta aquí he vivido engañada
contigo!
CRISTINA. ¡Ríñala, tío; ríñala, tío; que se desvergüenza mucho!
LORENZA. Lavar quiero a un galán las pocas barbas que tiene con una bacía llena de agua de
ángeles, porque su cara es como la de un ángel pintado.
CRISTINA. ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! ¡Despedácela, tío!
CAÑIZARES. No la despedazaré yo a ella, sino a la puerta que la encubre.
LORENZA. No hay para qué; véla aquí abierta. Entre, y verá como es verdad cuanto le he dicho.
CAÑIZARES. Aunque sé que te burlas, sí entraré para de senojarte.
(Al entrar CAÑIZARES, dánle con una bacía de agua en los ojos; él vase a limpiar; acuden sobre
él CRISTINA y DOÑA LORENZA, y en este ínterin sale el galán y vase)
CAÑIZARES. ¡Por Dios, que por poco me cegaras, Lorenza! ¡Al diablo se dan las burlas que se
arremeten a los ojos!
LORENZA. ¡Mirad con quién me casó mi suerte, sino con el hombre más malicioso del mundo!
¡Mirad cómo dio crédito a mis mentiras, por su..., fundadas en materia de celos, que
menoscabada y asendereada sea mi ventura! ¡Pagad vosotros, cabellos, las deudas deste viejo!
¡Llorad vosotros, ojos, las culpas deste maldito! ¡Mirad en lo que tiene mi honra y mi crédito,
pues de las sospechas hace certezas, de las mentiras verdades, de las burlas veras y de los
entretenimientos maldiciones! ¡Ay, que se me arranca el alma!
CRISTINA. Tía, no dé tantas voces, que se juntará la vecindad.
ALGUACIL. (De dentro) ¡Abran esas puertas! Abran luego; si no, echarélas en el suelo.
LORENZA. Abre, Cristinica, y sepa todo el mundo mi inocencia y la maldad deste viejo.
CAÑIZARES. ¡Vive Dios, que creí que te burlabas, Lorenza! Calla.
(Entran el ALGUACIL y los MÚSICOS, y el BAILAR!N y ORTIGOSA)
ALGUACIL. ¿Qué es esto? ¿Qué pendencia es ésta? ¿Quién daba aquí voces?
CAÑIZARES. Señor, no es nada; pendencias son entre marido y mujer, que luego se pasan.
MÚSICOS. ¡Por Dios, que estábamos mis compañeros y yo, que somos músicos, aquí pared y
medio, en un desposorio, y a las voces hemos acudido, con no pequeño sobresalto, pensando
que era otra cosa!
ORTIGOSA. Y yo también, en mi ánima pecadora.
CAÑIZARES. Pues en verdad, señora Ortigosa, que si no fuera por ella, que no hubiera sucedido
nada de lo sucedido.
ORTIGOSA. Mis pecados lo habrán hecho; que soy tan desdichada, que, sin saber por dónde ni por
dónde no, se me echan a mí las culpas que otros cometen.
CAÑIZARES. Señores, vuestras mercedes todos se vuelvan norabuena, que yo les agradezco su
buen deseo; que ya yo y mi esposa quedamos en paz.
LORENZA. Sí quedaré, como le pida primero perdón a la vecina, si alguna cosa mala pensé contra
ella.
CAÑIZARES. Si a todas las vecinas de quien yo pienso mal hubiese de pedir perdón, sería nunca
acabar; pero, con todo eso, yo se le pido a la señora Ortigosa.
ORTIGOSA. Y yo le otorgo para aquí y para delante de Pero García.
MÚSICOS. Pues, en verdad, que no habemos de haber venido en balde: toquen mis compañeros, y
baile el bailarín, y regocíjense las paces con esta canción.
CAÑIZARES. Señores, no quiero música; yo la doy por recebida.
MÚSICOS. Pues aunque no la quiera.
(Cantan)
«El agua de por San Juan
Quita vino y no da pan.
Las riñas de por San Juan
Todo el año paz nos dan.
Llover el trigo en las eras,
Las viñas estando en cierne,
No hay labrador que gobierne
Bien sus cubas y paneras;
Mas las riñas más de veras,
Si suceden por San Juan,
Todo el añopaz nos dan.»
(Bailan)
«Por la canícula ardiente
Está la cólera a punto;
Pero, pasando aquel punto,
Menos activa se siente.
Y así, el que dice no miente
Que las riñas por San Juan
Todo el año paz nos dan.»
(Bailan)
«Las riñas de los casados
Como aquesta siempre sean,
Para que después se vean,
Sin pensar, regocijados.
Sol que sale tras nublados,
Es contento tras afán:
Las riñas de por San Juan,
Todo el año paz nos dan.»
CAÑIZARES. Porque vean vuesas mercedes las revueltas y vueltas en que me ha puesto una
vecina, y si tengo razón de estar mal con las vecinas.
LORENZA. Aunque mi esposo está mal con las vecinas, yo beso a vuesas mercedes las manos,
señoras vecinas.
CRISTINA. Y yo también; mas si mi vecina me hubiera traído mi frailecico, yo la tuviera por mejor
vecina; y adiós, señoras vecinas.
FIN
Entremés del RETABLO DE LAS MARAVILLAS
Miguel de Cervantes
Texto basado en la edición príncipe, EL RETABLO DE LAS MARAVILLAS en OCHO COMEDIAS Y OCHO ENTREMESES NUEVOS NUNCA REPRESENTADOS, COMPUESTAS POR MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA (Madrid: Viuda de Alonso Martín, 1615). Fue editado en forma electrónica por Vern G. Williamsen en 1996
Personas que hablan en él: •
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CHANFALLA La CHIRINOS RABELÍN GOBERNADOR Pedro CAPACHO BENITO Repollo JUAN Castrado Juana CASTRADA TERESA Repollo SOBRINO FURRIER de compañías Salen CHANFALLA y la CHIRINOS
CHANFALLA
No se te pasen de la memoria, Chirinos, mis advertimientos, principalmente los que te he dado para este nuevo embuste, que ha de salir tan a luz como el pasado del Llovista.
CHIRINOS
Chanfalla ilustre, lo que en mí fuere tenlo como de molde; que tanta memoria tengo como entendimiento, a quien se junta una voluntad de acertar a satisfacerte, que excede a las demás potencias. Pero dime: ¿de qué sirve este Rabelín que hemos tomado? Nosotros dos solos, ¿no pudiéramos salir con esta empresa?
CHANFALLA
Habíamosle menester como el pan de la boca, para tocar en los espacios que tardaren en salir las figuras del Retablo de las Maravillas.
CHIRINOS
Maravilla será si no nos apedrean por solo el Rabelín; porque tan desventurada criaturilla no la he visto en todos los días de mi vida.
Entra el RABELÍN
RABELÍN
¿Hase de hacer algo en este pueblo, señor autor? Que ya me muero porque vuesa merced vea que no me tomó a carga cerrada.
CHIRINOS
Cuatro cuerpos de los vuestros no harán un tercio, cuanto más una carga; si no sois más gran músico que grande, medrados estamos.
RABELÍN
Ello dirá; que en verdad que me han escrito para entrar en una compañía de partes, por chico que soy.
CHANFALLA
Si os han de dar la parte a medida del cuerpo, casi será invisible. Chirinos, poco a poco, estamos ya en el pueblo, y éstos que aquí vienen deben de ser, como lo son sin duda, el Gobernador y los Alcaldes. Salgámosles al encuentro, y date un filo a la lengua en la piedra de la adulación; pero no despuntes de aguda.
Salen el GOBERNADOR y BENITO Repollo, alcalde, JUAN Castrado, regidor, y Pedro CAPACHO, escribano
Beso a vuesas mercedes las manos: ¿quién de vuesas mercedes es el Gobernador deste pueblo?
GOBERNADOR
Yo soy el Gobernador; ¿qué es lo que queréis, buen hombre?
CHANFALLA
A tener yo dos onzas de entendimiento, hubiera echado de ver que esa peripatética y anchurosa presencia no podía ser de otro que del dignísimo Gobernador deste honrado pueblo; que, con venirlo a ser de las Algarrobillas, lo deseche vuesa merced.
CHIRINOS
En vida de la señora y de los señoritos, si es que el señor Gobernador los tiene.
CAPACHO
No es casado el señor Gobernador.
CHIRINOS
Para cuando lo sea; que no se perderá nada.
GOBERNADOR
Y bien, ¿qué es lo que queréis, hombre honrado?
CHIRINOS
Honrados días viva vuesa merced, que así nos honra; en fin, la encina da bellotas; el pero, peras; la parra, uvas, y el honrado, honra, sin poder hacer otra cosa.
BENITO
Sentencia ciceronianca, sin quitar ni poner un punto.
CAPACHO
Ciceroniana quiso decir el señor alcalde Benito Repollo.
BENITO
Siempre quiero decir lo que es mejor, sino que las más veces no acierto; en fin, buen hombre, ¿qué queréis?
CHANFALLA
Yo, señores míos, soy Montiel, el que trae el Retablo de las maravillas. Hanme enviado a llamar de la Corte los señores cofrades de los hospitales, porque no hay autor de comedias en ella, y perecen los hospitales, y con mi ida se remediará todo.
GOBERNADOR
Y ¿qué quiere decir Retablo de las maravillas?
CHANFALLA
Por las maravillosas cosas que en él se enseñan y muestran, viene a ser llamado Retablo de las maravillas; el cual fabricó y compuso el sabio Tontonelo debajo de tales paralelos, rumbos, astros y estrellas, con tales puntos, caracteres y observaciones, que ninguno puede ver las cosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no sea habido y procreado de sus padres de legítimo matrimonio; y el que fuere contagiado destas dos tan usadas enfermedades, despídase de ver las cosas, jamás vistas ni oídas, de mi retablo.
BENITO
Ahora echo de ver que cada día se ven en el mundo cosas nuevas. Y ¿que se llamaba Tontonelo el sabio que el retablo compuso?
CHIRINOS
Tontonelo se llamaba, nacido en la ciudad de Tontonela; hombre de quien hay fama que le llegaba la barba a la cintura.
BENITO
Por la mayor parte, los hombres de grandes barbas son sabiondos.
GOBERNADOR
Señor regidor Juan Castrado, yo determino, debajo de su buen parecer, que esta noche se despose la señora [Juana] Castrada, su hija, de quien yo soy padrino, y, en regocijo de la fiesta, quiero que el señor Montiel muestre en vuestra casa su Retablo.
JUAN
Eso tengo yo por servir al señor Gobernador, con cuyo parecer me convengo, entablo y arrimo, aunque haya otra cosa en contrario.
CHIRINOS
La cosa que hay en contrario es que, si no se nos paga primero nuestro trabajo, así verán las figuras como por el cerro de Úbeda. ¿Y vuesas mercedes, señores justicias, tienen conciencia y alma en esos cuerpos? ¡Bueno sería que entrase esta noche todo el pueblo en casa del señor Juan Castrado, o como es su gracia, y viese lo contenido en el tal Retablo, y mañana, cuando quisiésemos mostralle al pueblo, no hubiese ánima que le viese! No, señores; no, señores: ante omnia nos han de pagar lo que fuere justo.
BENITO
Señora autora, aquí no os ha de pagar ninguna Antona, ni ningún Antoño; el señor regidor Juan Castrado os pagará más que honradamente, y si no, el Concejo. ¡Bien conocéis el lugar, por cierto! Aquí, hermana, no aguardamos a que ninguna Antona pague por nosotros.
CAPACHO
¡Pecador de mí, señor Benito Repollo, y qué lejos da del blanco! No dice la señora autora que pague ninguna Antona, sino que le paguen adelantado y ante todas cosas, que eso quiere decir ante omnia.
BENITO
Mirad, escribano Pedro Capacho, haced vos que me hablen a derechas, que yo entenderé a pie llano; vos, que sois leído y escribido, podéis entender esas algarabías de allende, que yo no.
JUAN
Ahora bien, ¿contentarse ha el señor autor con que yo le dé adelantados media docena de ducados? Y más, que se tendrá cuidado que no entre gente del pueblo esta noche en mi casa.
CHANFALLA
Soy contento; porque yo me fío de la diligencia de vuesa merced y de su buen término.
JUAN
Pues véngase conmigo. Recibirá el dinero, y verá mi casa, y la comodidad que hay en ella para mostrar ese retablo.
CHANFALLA
Vamos; y no se les pase de las mientes las calidades que han de tener los que se atrevieren a mirar el maravilloso retablo.
BENITO
A mi cargo queda eso, y séle decir que, por mi parte, puedo ir seguro a juicio, pues tengo el padre alcalde; cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo rancioso tengo sobre los cuatro costados de mi linaje: ¡miren si veré el tal retablo!
CAPACHO
Todos le pensamos ver, señor Benito Repollo.
JUAN
No nacimos acá en las malvas, señor Pedro Capacho.
GOBERNADOR
Todo será menester, según voy viendo, señores Alcalde, Regidor y Escribano.
JUAN
Vamos, autor, y manos a la obra; que Juan Castrado me llamo, hijo de Antón Castrado y de Juana Macha; y no digo más en abono y seguro que podré ponerme cara a cara y a pie quedo delante del referido retablo.
CHIRINOS
¡Dios lo haga!
[Vanse] JUAN Castrado y CHANFALLA
GOBERNADOR
Señora autora, ¿qué poetas se usan ahora en la Corte de fama y rumbo, especialmente de los llamados cómicos? Porque yo tengo mis puntas y collar de poeta, y pícome de la farándula y carátula. Veinte y dos comedias tengo, todas nuevas, que se veen las unas a las otras, y estoy aguardando coyuntura para ir a la Corte y enriquecer con ellas media docena de autores.
CHIRINOS
A lo que vuesa merced, señor Gobernador, me pregunta de los poetas, no le sabré responder; porque hay tantos, que quitan el sol, y todos piensan que son famosos. Los poetas cómicos son los ordinarios y que siempre se usan, y así no hay para qué nombrallos. Pero dígame vuesa merced, por su vida: ¿cómo es su buena gracia? ¿cómo se llama?
GOBERNADOR
A mí, señora autora, me llaman el licenciado Gomecillos.
CHIRINOS
¡Válame Dios! ¿Y que vuesa merced es el señor licenciado Gomecillos, el que compuso aquellas coplas tan famosas de Lucifer estaba malo y tómale mal de fuera?
GOBERNADOR
Malas lenguas hubo que me quisieron ahijar esas coplas, y así fueron mías como del Gran Turco. Las que yo compuse, y no lo quiero negar, fueron aquellas que trataron del Diluvio de Sevilla; que, puesto que los poetas son ladrones unos de otros, nunca me precié de hurtar nada a nadie: con mis versos me ayude Dios, y hurte el que quisiere.
Vuelve CHANFALLA
CHANFALLA
Señores, vuesas mercedes vengan, que todo está a punto, y no falta más que comenzar.
CHIRINOS
¿Está ya el dinero in corbona?
CHANFALLA
Y aun entre las telas del corazón.
CHIRINOS
Pues doite por aviso, Chanfalla, que el Gobernador es poeta.
CHANFALLA
¿Poeta? ¡Cuerpo del mundo! Pues dale por engañado, porque todos los de humor semejante son hechos a la mazacona; gente descuidada, crédula y no nada maliciosa.
BENITO
Vamos, autor; que me saltan los pies por ver esas maravillas.
[Vanse] todos. Salen Juana CASTRADA y TERESA Repolla, labradoras: la una como desposada, que es la CASTRADA
CASTRADA
Aquí te puedes sentar, Teresa Repolla amiga, que tendremos el retablo enfrente; y, pues sabes las condiciones que han de tener los miradores del retablo, no te descuides, que sería una gran desgracia.
TERESA
Ya sabes, Juana Castrada, que soy tu prima, y no digo más. ¡Tan cierto tuviera yo el cielo como tengo cierto ver todo aquello que el retablo mostrare! ¡Por el siglo de mi madre, que me sacase los mismos ojos de mi cara, si alguna desgracia me aconteciese! ¡Bonita soy yo para eso!
CASTRADA
Sosiégate, prima; que toda la gente viene.
[Salen] el GOBERNADOR, BENITO Repollo, JUAN Castrado, Pedro CAPACHO, el autor y la autora, y el músico, y otra gente del pueblo, y un sobrino de BENITO, que ha de ser aquel gentilhombre que baila
CHANFALLA
Siéntense todos. El retablo ha de estar detrás deste repostero, y la autora también, y aquí el músico.
BENITO
¿Músico es éste? Métanle también detrás del repostero; que, a trueco de no velle, daré por bien empleado el no oílle.
CHANFALLA
No tiene vuesa merced razón, señor alcalde Repollo, de descontentarse del músico, que en verdad que es muy buen cristiano y hidalgo de solar conocido.
GOBERNADOR
¡Calidades son bien necesarias para ser buen músico!
BENITO
De solar, bien podrá ser; mas de sonar, abrenuncio.
RABELÍN
¡Eso se merece el bellaco que se viene a sonar delante de...!
BENITO
¡Pues, por Dios, que hemos visto aquí sonar a otros músicos tan...!
GOBERNADOR
Quédese esta razón en el de del señor Rabel y en el tan del Alcalde, que será proceder en infinito; y el señor Montiel comience su obra.
BENITO
Poca balumba trae este autor para tan gran retablo.
JUAN
Todo debe de ser de maravillas.
CHANFALLA
¡Atención, señores, que comienzo!
¡Oh tú, quienquiera que fuiste, que fabricaste este retablo con tan maravilloso artificio, que alcanzó renombre de las Maravillas por la virtud que en él se encierra, te conjuro, apremio y mando que luego incontinente muestres a estos señores algunas de las tus maravillosas maravillas, para que se regocijen y tomen placer sin escándalo alguno! Ea, que ya veo que has otorgado mi petición, pues por aquella parte asoma la figura del valentísimo Sansón, abrazado con las colunas del templo, para derriballe por el suelo y tomar venganza de sus enemigos. ¡Tente, valeroso caballero; tente, por la gracia de Dios Padre! ¡No hagas tal desaguisado, porque no cojas debajo y hagas tortilla tanta y tan noble gente como aquí se ha juntado!
BENITO
¡Téngase, cuerpo de tal, conmigo! ¡Bueno sería que, en lugar de habernos venido a holgar, quedásemos aquí hechos plasta! ¡Téngase, señor Sansón, pesia a mis males, que se lo ruegan buenos!
CAPACHO
¿Veisle vos, Castrado?
JUAN
Pues, ¿no le había de ver? ¿Tengo yo los ojos en el colodrillo?
GOBERNADOR
[Aparte] Milagroso caso es éste: así veo yo a Sansón ahora, como el Gran Turco; pues en verdad que me tengo por legítimo y cristiano viejo.
CHIRINOS
¡Guárdate, hombre, que sale el mesmo toro que mató al ganapán en Salamanca! ¡échate, hombre; échate, hombre; Dios te libre, Dios te libre!
CHANFALLA
¡échense todos, échense todos! ¡Húcho ho!, ¡húcho ho!, ¡húcho ho!
échanse todos y alborótanse
BENITO
El diablo lleva en el cuerpo el torillo; sus partes tiene de hosco y de bragado; si no me tiendo, me lleva de vuelo.
JUAN
Señor autor, haga, si puede, que no salgan figuras que nos alboroten; y no lo digo por mí, sino por estas mochachas, que no les ha quedado gota de sangre en el cuerpo, de la ferocidad del toro.
CASTRADA
Y ¡cómo, padre! No pienso volver en mí en tres días; ya me vi en sus cuernos, que los tiene agudos como una lesna.
JUAN
No fueras tú mi hija, y no lo vieras.
GOBERNADOR
[Aparte] Basta: que todos ven lo que yo no veo; pero al fin habré de decir que lo veo, por la negra honrilla.
CHIRINOS
Esa manada de ratones que allá va deciende por línea recta de aquellos que se criaron en el Arca de Noé; dellos son blancos, dellos albarazados, dellos jaspeados y dellos azules; y, finalmente, todos son ratones.
CASTRADA
¡Jesús!, ¡Ay de mí! ¡Ténganme, que me arrojaré por aquella ventana! ¿Ratones? ¡Desdichada! Amiga, apriétate las faldas, y mira no te muerdan; ¡y monta que son pocos! ¡Por el siglo de mi abuela, que pasan de milenta!
[TERESA]
Yo sí soy la desdichada, porque se me entran sin reparo ninguno; un ratón morenico me tiene asida de una rodilla. ¡Socorro venga del cielo, pues en la tierra me falta!
BENITO
Aun bien que tengo gregüescos: que no hay ratón que se me entre, por pequeño que sea.
CHANFALLA
Esta agua, que con tanta priesa se deja descolgar de las nubes, es de la fuente que da origen y principio al río Jordán. Toda mujer a quien tocare
en el rostro, se le volverá como de plata bruñida, y a los hombres se les volverán las barbas como de oro.
CASTRADA
¿Oyes, amiga? Descubre el rostro, pues ves lo que te importa. ¡Oh, qué licor tan sabroso! Cúbrase, padre, no se moje.
JUAN
Todos nos cubrimos, hija.
BENITO
Por las espaldas me ha calado el agua hasta la canal maestra.
CAPACHO
Yo estoy más seco que un esparto.
GOBERNADOR
[Aparte] ¿Qué diablos puede ser esto, que aún no me ha tocado una gota, donde todos se ahogan? Mas ¿si viniera yo a ser bastardo entre tantos legítimos?
BENITO
Quítenme de allí aquel músico; si no, voto a Dios que me vaya sin ver más figura. ¡Válgate el diablo por músico aduendado, y qué hace de menudear sin cítola y sin son!
RABELÍN
Señor alcalde, no tome conmigo la hincha; que yo toco como Dios ha sido servido de enseñarme.
BENITO
¿Dios te había de enseñar, sabandija? ¡Métete tras la manta; si no, por Dios que te arroje este banco!
RABELÍN
El diablo creo que me ha traído a este pueblo.
CAPACHO
Fresca es el agua del santo río Jordán; y, aunque me cubrí lo que pude, todavía me alcanzó un poco en los bigotes, y apostaré que los tengo rubios como un oro.
BENITO
Y aun peor cincuenta veces.
CHIRINOS
Allá van hasta dos docenas de leones rampantes y de osos colmeneros; todo viviente se guarde; que, aunque fantásticos, no dejarán de dar alguna pesadumbre, y aun de hacer las fuerzas de Hércules con espadas desenvainadas.
JUAN
Ea, señor autor, ¡cuerpo de nosla! ¿Y agora nos quiere llenar la casa de osos y de leones?
BENITO
¡Mirad qué ruiseñores y calandrias nos envía Tontonelo, sino leones y dragones! Señor autor, y salgan figuras más apacibles, o aquí nos contentamos con las vistas; y Dios le guíe, y no pare más en el pueblo un momento.
CASTRADA
Señor Benito Repollo, deje salir ese oso y leones, siquiera por nosotras, y recebiremos mucho contento.
JUAN
Pues, hija, ¿de antes te espantabas de los ratones, y agora pides osos y leones?
CASTRADA
Todo lo nuevo aplace, señor padre.
CHIRINOS
Esa doncella, que agora se muestra tan galana y tan compuesta, es la llamada Herodías, cuyo baile alcanzó en premio la cabeza del Precursor de la vida. Si hay quien la ayude a bailar, verán maravillas.
BENITO
¡ésta sí, cuerpo del mundo, que es figura hermosa, apacible y reluciente! ¡Hideputa, y cómo que se vuelve la mochac[h]a! Sobrino Repollo, tú que sabes de achaque de castañetas, ayúdala, y será la fiesta de cuatro capas.
SOBRINO
Que me place, tío Benito Repollo.
Tocan la zarabanda
CAPACHO
¡Toma mi abuelo, si es antiguo el baile de la Zarabanda y de la Chacona!
BENITO
Ea, sobrino, ténselas tiesas a esa bellaca jodía; pero, si ésta es jodía, ¿cómo ve estas maravillas?
CHANFALLA
Todas las reglas tienen excepción, señor Alcalde.
Suena una trompeta, o corneta dentro del teatro, y entra un FURRIER de compañías
FURRIER
¿Quién es aquí el señor Gobernador?
GOBERNADOR
Yo soy. ¿Qué manda vuesa merced?
FURRIER
Que luego al punto mande hacer alojamiento para treinta hombres de armas que llegarán aquí dentro de media hora, y aun antes, que ya suena la trompeta; y adiós.
[Vase]
BENITO
Yo apostaré que los envía el sabio Tontonelo.
CHANFALLA
No hay tal; que ésta es una compañía de caballos que estaba alojada dos leguas de aquí.
BENITO
Ahora yo conozco bien a Tontonelo, y sé que vos y él sois unos grandísimos bellacos, no perdonando al músico; y mirad que os mando que mandéis a Tontonelo no tenga atrevimiento de enviar estos hombres de armas, que le haré dar docientos azotes en las espaldas, que se vean unos a otros.
CHANFALLA
¡Digo, señor Alcalde, que no los envía Tontonelo!
BENITO
Digo que los envía Tontonelo, como ha enviado las otras sabandi[j]as que yo he visto.
CAPACHO
Todos las habemos visto, señor Benito Repollo.
BENITO
No digo yo que no, señor Pedro Capacho. No toques más, músico de entre sueños, que te romperé la cabeza.
Vuelve el FURRIER
FURRIER
Ea, ¿está ya hecho el alojamiento? Que ya están los caballos en el pueblo.
BENITO
¿Que todavía ha salido con la suya Tontonelo? ¡Pues yo os voto a tal, autor de humos y de embelecos, que me lo habéis de pagar!
CHANFALLA
Séanme testigos que me amenaza el Alcalde.
CHIRINOS
Séanme testigos que dice el Alcalde que lo que manda Su Majestad lo manda el sabio Tontonelo.
BENITO
Atontoneleada te vean mis ojos, plega a Dios todopoderoso.
GOBERNADOR
Yo para mí tengo que verdaderamente estos hombres de armas no deben de ser de burlas.
FURRIER
¿De burlas habían de ser, señor Gobernador? ¿Está en su seso?
JUAN
Bien pudieran ser atontonelados: como esas cosas habemos visto aquí. Por vida del autor, que haga salir otra vez a la doncella Herodías, porque vea este señor lo que nunca ha visto; quizá con esto le cohecharemos para que se vaya presto del lugar.
CHANFALLA
Eso en buen hora, y véisla aquí a do vuelve, y hace de señas a su bailador a que de nuevo la ayude.
SOBRINO
Por mí no quedará, por cierto.
BENITO
Eso sí, sobrino; cánsala, cánsala; vueltas y más vueltas; ¡vive Dios, que es un azogue la muchacha! ¡Al hoyo, al hoyo! ¡A ello, a ello!
FURRIER
¿Está loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta, y qué baile, y qué Tontonelo?
CAPACHO
Luego, ¿no vee la doncella herodiana el señor furrier?
FURRIER
¿Qué diablos de doncella tengo de ver?
CAPACHO
Basta: ¡de ex il[l]is es!
GOBERNADOR
¡De ex il[l]is es; de ex il[l]is es!
JUAN
¡Dellos es, dellos el señor furrier; dellos es!
FURRIER
¡Soy de la mala puta que los parió; y, por Dios vivo, que si echo mano a la espada, que los haga salir por las ventanas, que no por la puerta!
CAPACHO
Basta: ¡de ex il[l]is es!
BENITO
Basta: ¡dellos es, pues no ve nada!
FURRIER
Canalla barretina: si otra vez me dicen que soy dellos, no les dejaré hueso sano.
BENITO
Nunca los confesos ni bastardos fueron valientes; y por eso no podemos dejar de decir: ¡dellos es, dellos es!
FURRIER
¡Cuerpo de Dios con los villanos! ¡Esperad!
Mete mano a la espada y acuchíllase con todos; y el Alcalde aporrea al Rabellejo; y la CHERINOS descuelga la manta y dice
[CHIRINOS]
El diablo ha sido la trompeta y la ven[i]da de los hombres de armas; parece que los llamaron con campanilla.
CHANFALLA
El suceso ha sido extraordinario; la virtud del retablo se queda en su punto, y mañana lo podemos mostrar al pueblo; y nosotros mismos podemos cantar el triunfo desta batalla, diciendo: ¡vivan Chirinos y Chanfalla!
FIN DEL ENTREMÉS
MATEO ALEMÁN
Capítulo VIII
Gumán de Alfarache refiere la historia de los dos enamorados Ozmín y Daraja,
según se la contaron
Luego como acabaron de rezar, que fue muy breve espacio, cerraron sus breviarios y, metidos
en las alforjas, siendo de los demás con gran atención oído, comenzó el buen sacerdote la historia
prometida, en esta manera:
«Estando los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel sobre el cerco de Baza, fue tan
peleado, que en mucho tiempo dél no se conoció ventaja en alguna de las partes. Porque, aunque la
de los reyes era favorecida con el grande número de gente, la de los moros, habiendo muchos,
estaba fortalecida con la buena disposición del sitio.
»La reina doña Isabel asistía en Jaén preveniendo a las cosas necesarias; y el rey don Fernando
acudía personalmente a las del ejército. Teníalo dividido en dos partes: en la una plantada la
artillería y encomendada a los marqueses de Cádiz y Aguilar, a Luis Fernández Portocarrero, señor
de Palma, y a los comendadores de Alcántara y Calatrava, con otros capitanes y soldados; en la otra
estaba su alojamiento con los más caballeros y gente de su ejército, teniendo la ciudad en medio
cercada.
»Y si por dentro della pudieran atravesar, había como distancia de media legua de un real a el
otro; mas por serle impedido el paso, rodeaban otra media por la sierra y así distaban una legua. Y
porque con dificultad podían socorrerse, acordaron hacer ciertas cavas y castillos, que el Rey por su
persona muy a menudo visitaba. Y aunque los moros procuraban impedir no se hiciesen, los
cristianos lo apoyaban defendiéndolo valerosamente, sobre que cada día no pasó alguno sin que dos
o más veces escaramuzasen, habiendo de todas partes muchos heridos y muertos. Pero, porque la
obra no cesase, siendo tan importante, siempre con los que en ella trabajaban asistían de guarda
noche y día las compañías necesarias.
»Aconteció que, estando de guarda don Rodrigo y don Hurtado de Mendoza, Adelantado de
Cazorla, y don Sancho de Castilla, les mandó el Rey no la dejasen hasta que los condes de Cabra y
Ureña y el marqués de Astorga entrasen con la suya, para cierto efecto. Los moros, que, como dije,
siempre se desvelaban procurando estorbar la obra, subieron como hasta tres mil peones y
cuatrocientos caballos por lo alto de la sierra contra don Rodrigo de Mendoza. El Adelantado y don
Sancho comenzaron con ellos la pelea y, estando trabada, socorrieron a los moros otros muchos de
la ciudad. El rey don Fernando que lo vio, hallándose presente, mandó al conde de Tendilla que por
otra parte les acometiese, en que se trabó una muy sangrienta batalla para todos. Viendo el Rey al
conde apretado y herido, mandó al maestre de Santiago acometer por una parte, y al marqués de
Cádiz y duque de Nájera y a los comendadores de Calatrava y a Francisco de Bovadilla, que con sus
gentes acometiesen por donde estaba la artillería.
»Los moros sacaron contra ellos otra tercera escuadra y pelearon valentísimamente así ellos
como los cristianos. Y hallándose el Rey en esta refriega, visto por los del real, se armaron a mucha
priesa, yendo todos en su ayuda. Tanto fue el número de los que acudieron, que no pudiendo
resistirse los moros, dieron a huir y los cristianos en su alcance, haciendo gran estrago hasta
meterlos por los arrabales de la ciudad, adonde muchos de los soldados entraron y saquearon
grandes riquezas, cautivando algunas cabezas, entre las cuales fue Daraja, doncella mora, única hija
del alcaide de aquella fortaleza.
»Era la suya una de las más perfectas y peregrina hermosura que en otra se había visto. Sería
de edad hasta diez y siete años no cumplidos. Y siendo en el grado que tengo referido, la ponía en
mucho mayor su discreción, gravedad y gracia. Tan diestramente hablaba castellano, que con
dificultad se le conociera no ser cristiana vieja, pues entre las más ladinas pudiera pasar por una
dellas. El Rey la estimó en mucho, pareciéndole de gran precio. Luego la envió a la Reina su mujer,
que no la tuvo en menos y, recibiéndola alegremente, así por su merecimiento como por ser
principal decendiente de reyes, hija de un caballero tan honrado, como por ver si pudiera ser parte
que le entregara la ciudad sin más daños ni peleas, procuró hacerle todo buen tratamiento,
regalándola de la manera, y con ventajas, que a otras de las más llegadas a su persona. Y así no
como a cautiva, antes como a deuda, la iba acariciando, con deseo que mujer semejante y donde
tanta hermosura de cuerpo estaba no tuviera el alma fea.
»Estas razones eran para no dejarla punto de su lado, demás del gusto que recibía en hablar con
ella; porque le daba cuenta de toda la tierra por menor, como si fuera de más edad y varón muy
prudente por quien todo hubiera pasado. Y aunque los reyes vinieron después ajuntarse en Baza,
rendida la ciudad con ciertas condiciones, nunca la reina quiso deshacerse de Daraja, por la gran
afición que la tenía, prometiendo a el alcaide su padre hacerle por ella particulares mercedes.
Mucho sintió su ausencia, mas diole alivio entender el amor que los reyes la tenían, de donde les
había de resultar honra y bienes, y así no replicó palabra en ello.
»Siempre la reina la tuvo consigo y llevó a la ciudad de Sevilla, donde con el deseo que fuese
cristiana, para disponerla poco a poco sin violencia, con apacibles medios, le dijo un día:
»-Ya entenderás, Daraja, lo que deseo tus cosas y gusto. En parte de pago dello te quiero pedir
una cosa en mi servicio: que trueques esos vestidos a los que te daré de mi persona, para gozar de lo
que en el hábito nuestro se aventaja tu hermosura.
»Daraja le respondió:
»-Haré con entera voluntad lo que tu Alteza me manda. Porque habiéndote obedecido, si hay
algo en mí de alguna consideración, de hoy más estimaré por bueno, y lo será sin duda, que me lo
darán tus atavíos y suplirán mis faltas.
»-Todo lo tienes de cosecha -le replicó la reina- y estimo ese servicio y voluntad con que le
ofreces.
»Daraja se vistió a la castellana, residiendo en palacio por algunos días, hasta que de allí
partieron a poner cerco sobre Granada, que así por los trabajos de la guerra, como para irla
saboreando en las cosas de nuestra fe, le pareció a la reina sería bien dejarla en casa de don Luis de
Padilla, caballero principal muy gran privado suyo, donde se entretuviese con doña Elvira de
Guzmán, su hija doncella, a quienes encargaron el cuidado de su regalo. Y aunque allí lo recibía,
mucho sintió verse lejos de su tierra y otras causas que le daban mayor pena, mas no las descubrió;
que con sereno rostro, el semblante alegre, mostró que en ser aquél gusto de su Alteza lo estimaba
en merced y recebía por suyo.
»Esta doncella tenían sus padres desposada con un caballero moro de Granada, cuyo nombre
era Ozmín. Sus calidades muy conformes a las de Daraja: mancebo rico, galán, discreto y, sobre
todo, valiente y animoso, y cada una destas partes dispuesta a recebir un muy, y le era bien debido.
Tan diestro estaba en la lengua española, como si en el riñón de Castilla se criara y hubiera nacido
en ella. Cosa digna de alabanza de mozos virtuosos y gloria de padres, que en varias lenguas y
nobles ejercicios ocupan sus hijos. Amaba su esposa tiernamente. De modo idolatraba en ella que, si
se le permitiera, en altares pusiera sus estatuas. En ella ocupaba su memoria, por ella desvelaba sus
sentidos, della era su voluntad. Y su esposa, reconocida, nada le quedaba en deuda.
»Era el amor igual, como las más cosas en ellos y sobre todo un honestísimo trato en que se
conservaban. La dulzura de razones que se escribían, los amorosos recaudos que se enviaban, no se
pueden encarecer. Habíanse visto y visitado, pero no tratado sus amores a boca; los ojos parleros
muchas veces, que nunca perdieron ocasión de hablarse. Porque los dos, de muchos años antes -y
no muchos, pues ambos tenían pocos-, mas para bien hablar, desde su niñez se amaban y las visitas
eran a deseo. Enlazóse la verdadera amistad en los padres y amor en los hijos con tan estrechos
ñudos, que de conformidad todos desearon volverlo en parentesco y con este casamiento tuvo
efecto; pero en hora desgraciada y rigor de planeta, que apenas acabó de concluirse cuando Baza
fue cercada.
»Con esta revuelta y alborotos lo dilataron, aguardando juntarlos con más comodidad y alegría,
para solenizar con juegos y fiestas lo que aquélla pedía y casamiento de tan calificada gente.
»Daraja, ya dije quién era su padre. Su madre fue sobrina, hija de hermana, de Boabdelín, rey
de aquella ciudad, que había tratado el casamiento. Y Ozmín, primo hermano de Mahomet, rey que
llamaron Chiquito, de Granada.
»Pues, como sucediese al revés de sus deseos, mostrándose a todos la fortuna contraria,
estando Daraja en poder de los reyes y habiéndola dejado en Sevilla, luego que su esposo lo supo,
las exclamaciones que hizo, lástimas que dijo, suspiros que daba, efectos de tristeza que mostró, a
todos repartía y ninguno salía con pequeña parte. Mas como el daño fuese tan solo suyo y la pérdida
tan de su alma, tanto creció el dolor en ella, que brevemente le cupo parte al cuerpo, adoleciendo de
una enfermedad grave tan dificultosa de curar, cuanto lejos de ser conocida y los remedios distantes.
Crecían los efectos con indicios mortales, porque la causa crecía, sin ser a propósito las medicinas;
y lo peor, que el mal no se entendía, siendo lo más esencial de su reparo. Así de su salud los
afligidos padres ya tenían rendida la esperanza: los médicos la negaban, confirmándose con los
acidentes.
»Todos en esta pena y el enfermo casi en la última, se le representó una imaginación de que le
pareció sacar algún fruto y, aunque con riesgo, mas puesto en parangón del que tenía, no podía ser
otro mayor. Y con las ansias de la ejecución, procurando alcanzar ver a su querida esposa, cobró
aliento y algún esfuerzo, resistiendo animosamente las cosas que podían dañarle. Despidió las
tristezas y melancolías, pensaba solamente cómo tener salud. Con esto vino a cobrar mejoría, a
desesperación de todos los que le vieron llegar a tal punto. Dicen bien que el deseo vence al miedo,
tordella inconvenientes y allana dificultades. Y el alegría en el enfermo es el mejor jarabe y cordial
epíctima, y así es bien procurársela y, cuando alegre lo vieres, cuéntalo por sano.
»Luego comenzó a convalecer. Y apenas podía tenerse sobre sí, cuando preveniéndose, para
guía, de un moro lengua, que a los reyes de Granada sirvió mucho tiempo de espía, joyas y dineros
para el viaje, en un buen caballo morcillo, un arcabuz en el arzón de la silla, su espada y daga
ceñida, en traje andaluz, salieron de la ciudad una noche, atrochando por fuera de camino, como los
que sabían bien la tierra.
»Pasaron a vista del real y, habiéndolo dejado bien atrás, por sendas y veredas iban a Loja,
cuando cerca de la ciudad su avara suerte los encontró con un capitán de campaña, que andaba
recogiendo la gente que huyendo del ejército desamparaban la milicia. Pues como así los viese, los
prendió. Fingió el moro tener pasaporte, buscándolo ya en el seno, ya en la faltriquera y otras
partes; y como no lo hallase y los viese descaminados, tomando mala sospecha, los prendió para
volverlos al real.
»Ozmín, sin alterarse alguna cosa, con libres palabras, aprovechándose del nombre del
caballero en cuyo poder estaba su esposa, fingió ser hijo suyo, llamándose don Rodrigo de Padilla,
y haber venido a traer un recaudo a los reyes de parte de su padre y cosas de Daraja; y por haber
adolecido, se volvía. Otrosí le afirmó haber perdido el pasaporte y el camino, y que para tornar a él
habían tomado aquella senda.
»Nada le aprovechaba, que todavía insistía, queriéndolos volver, y no lo entendían, que ni a él
se le diera una tarja que se fueran o volvieran. Sola fue su pretensión que un caballero tal como
representaba le quebrara los ojos con algunos doblones, que no hay firma de general que iguale al
sello real, y tanto más cuanto en más noble metal estuviere estampado. Para los maltrapillos y
soldados de tornillo tienen dientes y en ellos muestran su poder ejecutando las órdenes; que no en
quien pueden sacar algún provecho, que eso buscan.
»Ozmín, sospechando en lo que tantos fieros habían de parar, volvió a decirle:
»-No entienda, señor capitán, que me diera pena volver atrás otra vez ni diez, ni reiterar el
camino lo estimara en algo, si salud, como vee, no me faltara; mas pues consta la necesidad que
llevo, suplícole no reciba vejación semejante por el riesgo de mi vida.
»Y sacando del dedo una rica sortija, la puso en su mano, que fue como si echaran vinagre al
fuego, que luego le dijo:
»-Señor, Vuestra Merced vaya en buen hora, que bien se deja entender de hombre tan principal
que no se va con la paga del rey ni desamparara su campo menos que con la ocasión que tiene. Iréle
acompañando hasta Loja, donde le daré recaudo para que con seguridad pueda pasar adelante.
»Así lo hizo, quedando muy amigos; y habiendo reposado se despidieron, tomando cada uno
por su vía.
»Con estas y otras desgracias llegaron a Sevilla, donde por la relación que traía supo la calle y
casa donde Daraja estaba. Dio algunas vueltas a diferentes horas y en diversos días, mas nunca la
pudo ver; que, como no iba fuera ni a la iglesia, ocupaba todo el tiempo en su labor y recrearse con
su amiga doña Elvira.
»Viendo, pues, Ozmín la dificultad que tenía su deseo y la nota que daba, como en común la
dan en cualquier lugar los forasteros, que todos ponen los ojos en ellos deseando saber quiénes y de
dónde son, qué buscan y de qué viven, especialmente si pasean una calle y miran con cuidado a las
ventanas o puertas: de allí nace la invidia, crece la mormuración, sale de balde el odio, aunque no
haya interesados.
»Algo desto se comenzaba y fue forzoso, evitando el escándalo, cesar por algunos días. El
criado hacía el oficio como persona de poca cuenta. Mas no descubriéndosele camino, sólo se
consolaba con que las noches a deshora pasando por su calle abrazaba las paredes, besando las
puertas y umbrales de la casa.
»En esta desesperación vivió algún tiempo, hasta que por suerte llegó el que deseaba. Que
como su criado tuviese cuidado de dar algunas vueltas entre día, vio que don Luis hacía reparar
cierta pared, sacándola de cimientos. Asió de la ocasión por el copete, aconsejando a su amo que,
comprando un vestidillo vil, hiciese cómo entrar por peón de albañería. Parecióle bien, púsolo en
ejecución, dejó su criado por guarda de su caballo y hacienda en la posada, para valerse dello
cuando se le ofreciese, y así se fue a la obra. Pidió si había en qué trabajar para un forastero; dijeron
que sí. Bien es de creer que no se reparó de su parte en el concierto.
»Comenzó su oficio procurando aventajarse a todos; y aunque con disgustos que tenía no había
cobrado entera salud, sacaba -como dicen- fuerzas de flaqueza, que el corazón manda las carnes.
Era el primero que a la obra venía, siendo el postrero que la dejaba. Cuando todos holgaban,
buscaba en qué ocuparse. Tanto, que siendo reprehendido por ello de sus compañeros -que hasta en
las desventuras tiene lugar la invidia- respondía no poder estar ocioso. Don Luis, que notó su
solicitud, parecióle servirse dél en ministerios de casa, en especial del jardín. Preguntóle si dello se
le entendía; dijo que un poco, mas que el deseo de acertarle a servir haría que con brevedad supiese
mucho. Contentóse de su conversación y talle, porque de cualquiera cosa lo hallaba tan suficiente
como solícito.
»El albañir acabó los reparos y Ozmín quedó por jardinero. Que hasta este día nunca le había
sido posible ver a Daraja. Quiso su buena fortuna le amaneciese el sol claro, sereno y favorable el
cielo; y deshecho el nublado de sus desgracias, descubrió la nueva luz con que vio el alegre puerto
de sus naufragios. Y la primera tarde que ejercitó el nuevo oficio, vio que su esposa se venía sola
paseando por una espaciosa calle, toda de arrayanes, mosquetas, jazmines y otras flores, cogiendo
algunas dellas con que adornaba el cabello.
»Ya por el vestido la desconociera, si el original verdadero no concertara con el vivo traslado
que en el alma tenía. Y bien vio que tanta hermosura no podía dejar de ser la suya. Turbóse en verla
de hablarle y, tanto vergonzoso como empachado, al tiempo que pasaba bajó la cabeza, labrando la
tierra con un almocafre que en la mano tenía. Volvió a mirar Daraja el nuevo jardinero y, por un
lado del rostro, aquello que cómodamente pudo descubrir, se le representó a la imaginación el lugar
donde siempre la tenía, por la mucha semejanza de su esposo. De donde le vino una tan súbita
tristeza, que dejándose caer en el suelo, arrimada al encañado del jardín, despidió un ansioso suspiro
acompañado de infinitas lágrimas; y puesta la mano en la rosada mejilla, estuvo trayendo a la
memoria muchas que, si en cualquiera perseverara, pudiera ser verdugo de su vida. Despidiólas de
sí como pudo, con otro nuevo deseo de entretener el alma con la vista, engañándola con aquella
parte que de Ozmín le representaba. Levantóse temblando todo el cuerpo y el corazón alborotado,
volviendo a contemplar de nuevo la imagen de su adoración, que, cuanto más atentamente lo
miraba, más vivamente las transformaba en sí. Parecíale sueño y, viéndose despierta, temía ser
fantasma. Conociendo ser hombre, deseaba fuera el que amaba. Quedó perpleja y dudosa sin
entender qué fuese, porque la enfermedad lo tenía flaco y falto de las colores que solía; mas en lo
restante de faiciones, compostura de su persona y sobresalto lo averaban. El oficio, vestido y lugar
la despedían y desengañaban. Pesábale del desengaño, porfiando en su deseo sin poder abstenerse
de cobrarle particular afición por la representación que hacía. Y con la duda y ansias de saber quién
fuese, le dijo:
»-Hermano, ¿de dónde sois?
»Ozmín alzó la cabeza, viendo su regalada y dulce prenda, y, añudada la lengua en la garganta
sin poder formar palabra ni siendo poderoso a responderle con ella, lo hicieron los ojos, regando la
tierra con abundancia de agua que salía dellos, cual si de dos represas alzaran las compuertas: con
que los dos queridos amantes quedaron conocidos.
»Daraja correspondió por la misma orden, vertiendo hilos de perlas por su rostro. Ya quisieran
abrazarse, a lo menos decirse algunas dulces palabras y regalados amores, cuando entró por el
jardín don Rodrigo, hijo mayor de don Luis, que, enamorado de Daraja, siempre seguía sus pasos,
procurando gozar las ocasiones de estarla contemplando. Ellos, por no darle a entender alguna cosa,
Ozmín volvió a su labor y Daraja pasó adelante.
»Don Rodrigo conoció de su semblante triste y ojos encendidos novedad en su rostro.
Presumió si hubiera sido algún enojo y preguntóselo a Ozmín, el cual, aunque no se había bien
vuelto a cobrar del pasado sentimiento, mas ezforzándose por la necesidad que tenía dello, le dijo:
»-Señor, del modo que la viste la vi cuando aquí llegó, sin que conmigo hablase palabra, y, así,
no me lo dijo ni sé cuál sea su pasión. Especialmente que, siendo hoy el día primero que en este
lugar entré, ni a mí fuera lícito preguntarla ni a su discreción comunicármela.
»Con esto se fue de allí, con intención de saberlo de Daraja; mas, en cuanto en estas palabras
se entretuvo, ella se subió a largo paso por una escalera de caracol a sus aposentos y cerró tras de sí
la puerta.
»Algunas tardes y mañanas pasaban destas los amantes, gozando en algunas ocasiones algunas
flores y honestos frutos del árbol de amor, con que daban alivio a sus congojas, entreteniendo los
verdaderos gustos, deseando aquel tiempo venturoso que sin sombras ni embarazos pudieran
gozarse. No mucho ni con seguridad tuvieron este gusto; porque de la continuación extraordinaria y
verlos estar juntos hablándose en algarabía y ella escusarse para ello de la compañía de su amiga
doña Elvira, ya daba pesadumbre a todos los de casa, y a don Rodrigo rabioso cuidado, que se
abrasaba en celos, no de entender que el jardinero tratase cosa ilícita ni amores, mas ver que fuese
digno de entretenerse con tanta franqueza en su dulce conversación, lo cual no hacía con otro
alguno tan desenvueltamente.
»La mormuración, como hija natural del odio y de la invidia, siempre anda procurando cómo
manchar y escurecer las vidas y virtudes ajenas. Y así en la gente de condición vil y baja, que es
donde hace sus audiencias, es la salsa de mayor apetito, sin quien alguna vianda no tiene buen gusto
ni está sazonada. Es el ave de más ligero vuelo, que más presto se abalanza y más daño hace. No
faltó quien pasó la palabra de mano en mano, unos poniendo y otros componiendo sobre tanta
familiaridad, hasta llegar a lo llano la bola y a los oídos de don Luis la chisme, creyendo sacar dello
su acrecentamiento con honrosa privanza. Esto es lo que el mundo pratica y trata: granjear a los
mayores a costa ajena, con invenciones y mentiras, cuando en las verdades no hay paño de que
puedan sacar lo que desean. Oficio digno de aquellos a quien la propria virtud falta y por sus obras
ni persona merecen.
»Dioles don Luis oído atento a las bien compuestas y afeitadas palabras que le dijeron. Era
caballero prudente y sabio: no se las dejó estar paradas donde se las pusieron. Pasólas a la
imaginación, dejando lugar desocupado para que cupiesen las del reo. Abrió el oído, no lo consintió
cerrado, aunque algo se escandalizó. Muchas cosas pensaba, todas lejos de la cierta, y la que más lo
turbó fue sospechar si su jardinero era moro que con cautela hubiera venido a robar a Daraja.
Creyendo que así sería, cegóse luego; y lo que mal se considera, muchas veces y las más no ha
salido bien la ejecución por la puerta cuando el arrepentimiento se entra dentro en casa. Con este
pensamiento se resolvió a prenderlo.
»Él, sin resistirse, no mostrándose triste ni alterado, se consintió encerrar en una sala. Y
dejándolo con este seguro, fuese donde Daraja estaba, que ya con el alboroto de los ministros y
sirvientes lo sabía todo y aun de días antes lo había barruntado.
»Mostróse a don Luis muy agraviada, formando quejas, cómo en la bondad y limpieza de su
vida se hubiese puesto duda, dando puerta que con borrón semejante cada uno pensase lo que
quisiese y mejor se le antojase, pues habían abierto senda para cualquier mala sospecha.
»Estas y otras bien compuestas razones, con afecto de ánimo recitadas, hicieron a don Luis con
facilidad arrepentirse de lo hecho. Quisiera, según Daraja lo deshizo, nunca haber tratado de tal
cosa, indignándose contra sí mismo y contra los que lo impusieron en ello. Mas por no mostrarse
fácil y que sin mucha consideración se hubiese movido a cosa tan grave, disimulando su
arrepentimiento le dijo desta manera:
»-Bien creo y de cierto conozco, hija Daraja, la razón que tienes y lo mal que con término
semejante contra ti se ha procedido, sin haber primero examinado el ánimo de los testigos que han
en tu ofensa depuesto. Conozco tu valor, el de tus padres y mayores de quien deciendes. Conozco
que los méritos de tu persona sola tienen alcanzado de los reyes, mis señores, todo el amor que un
solo y verdadero hijo puede ganar de sus amorosos y tiernos padres, haciéndote pródigas y
conocidas mercedes. Con esto debes conocer que te pusieron en mi casa para que fueses en ella
servida con todo cuidado y diligencia en cuanto fuese tu voluntad, y que debo dar de ti la cuenta
conforme a la confianza que de mí se hizo. Por lo cual y por lo que mi deseo de tu servicio merece,
has de corresponder como quien eres, con el buen trato que a mi lealtad y a lo más referido se le
debe. No puedo ni quiero pensar pueda en ti haber cosa que desdiga ni degenere. Mas ha
engendrado un cuidado la familiaridad grande que con Ambrosio tienes -que este nombre se puso
Ozmín cuando entró a servir de peón-, acompañada de hablar en arábigo, para desear todos entender
lo que sea o cuál fue su principio, sin haberle antes tú ni yo visto ni conocido. Y esto satisfecho, a
muchos quitarás la duda y a mí un impertinente y prolijo desasosiego. Suplícote por quien eres nos
absuelvas esta duda, creyendo de mí que en lo que fuere posible seré siempre contigo en cuanto se
te ofrezca.
»Curiosamente estuvo atenta Daraja en lo que don Luis le decía, para poderle responder;
aunque su buen entendimiento ya se había prevenido de razones para el descargo, si algo se hubiera
descubierto. Mas en aquel breve término, dejando las pensadas, le fue necesario valerse de otras
más a propósito a lo que fue preguntada, con que fácilmente, dejándolo satisfecho, descuidase,
cautelando lo venidero, para gozarse con su esposo según solía; y dijo así:
»-Señor y padre mío, que así te puedo llamar: señor por estar en tu poder y padre por las obras
que de tal me haces; mal correspondiera con lo que soy obligada a las continuas mercedes que
recibo de sus Altezas por tus manos y con tus intercesiones en mi favor acrecientas, si no depositara
en el archivo de tu discreción mis mayores secretos, amparándolos con tu sombra y gobernándome
con tu cordura, y si con la misma verdad no dejara colmado tu deseo. Que, aunque traer a la
memoria cosas que me es forzoso recitarte, ha de ser para mí gran pesadumbre, y aun de no
pequeño martirio, con él te quiero pagar y dejar deudor de mi sentimiento, y de lo que me mandas,
asegurado. Ya, señor, habrás entendido quién soy, que te es notorio, y cómo mis desgracias o buena
suerte -que no puedo, hasta encerrar el fruto, viendo el fin de tantos trabajos, condenar lo uno ni
loar lo otro- me trajeron a tu casa, después de haberse tratado de casarme con un caballero de los
mejores de Granada, deudo muy cercano y descendiente de los reyes della. Este mi esposo, si tal
puedo llamarle, se crió, siendo como de seis o siete años, con otro niño cristiano cativo y de su
misma edad, que para su servicio y entretenimiento le compraron sus padres. Andaban siempre
juntos, jugaban juntos, juntos comían y dormían de ordinario, por lo mucho que se amaban. Ved si
eran prendas de amistad las que he referido. Así lo amaba mi esposo, como si su igual o deudo suyo
fuera. Dél fiaba su persona por ser muy valiente; era depósito de sus gustos, compañero de sus
entretenimientos, erario de sus secretos y, en sustancia, otro él. Ambos en todo tan conformes, que
la ley sola los diferenciaba; que, por la mucha discreción de ambos, nunca della se trataron por no
deshermanarse. Merecíalo bien el cativo -dije mal: mejor dijera hermano, y tal debiera llamarlo- por
su trato fiel, compuestas costumbres y ahidalgado proceder. Que si no conociéramos haber nacido
de humildes padres labradores, que con él fueron cativos en una pobre alquería, creyéramos por
cierto decendir de alguna noble sangre y generosa casa. Éste, habiéndose tratado de mis bodas, era
la estafeta de nuestros entretenimientos, que, como tan fiel, en otra cosa no se ocupaba. Traíame
papeles y, regalos, volviendo los retornos debidos a semejantes portes. Pues como Baza fuese
entregada y él estuviese allí, fue puesto en libertad con los más cativos que dentro se hallaron. Mal
sabré decir si el gozo de cobrarla fue tanto como el dolor de perdernos. Dél podrás fácilmente
saberlo, con lo mas que quisieres entender, porque es Ambrosio, el que en tu servicio tienes, que
para refrigerio de mis desdichas Dios fue servido que a él viniese. Sin pensar lo perdí y a caso lo he
vuelto a hallar: con él repaso los cursos de mis desgracias, después que en ellas me gradué; con él
alivio las esperanzas de mi enemiga suerte y entretengo la penosa vida, para engañar el cansancio
del prolijo tiempo. Si este consuelo, por ser en mi favor, te ofende, haz a tu voluntad, que será la
mía en cuanto la dispusieres.
»Don Luis quedó admirado y enternecido, tanto de la estrañeza como del caso lastimoso, según
el modo de proceder que en contarlo tuvo, sin pausa, turbación o accidente de donde pudiera
presumirse que lo iba componiendo. Demás que lo acreditó vertiendo de sus ojos algunas eficaces
lágrimas, que pudieran ablandar las duras piedras y labrar finos diamantes.
»Con esto fue suelto de la prisión Ambrosio, sin preguntarle alguna cosa, por no hacer ofensa
en ello a la información de Daraja. Sólo poniéndole los brazos en el cuello, con alegre rostro le dijo:
»-Agora conozco, Ambrosio, que debes tener principio de alguna valerosa sangre, y si éste
faltara, tú lo dieras por tus virtudes y nobleza. Que, según lo que de ti he sabido, en obligación te
estoy por ello, para hacerte de hoy más el tratamiento que mereces.
»Ozmín le dijo:
»-En ello, señor, harás como quien eres; y el bien que recibiere, podré preciarme siempre que
de tu largueza y casa me ha procedido.
»Con esto se le permitió que volviese al jardín con la misma familiaridad que primero y más
franca licencia. Las veces que querían se hablaban, sin que alguno en ello ya se escandalizase.
»En este intermedio, siempre tuvieron los reyes cuidado de saber de la salud y estado de las
cosas de Daraja, de que les era dado particular aviso. Holgaban de saberlo, encomendándola mucho
por sus cartas. Pudo tanto este favor, que por el deseo de privanza y méritos de la doncella, así don
Rodrigo como los más principales caballeros de aquella ciudad, deseaban fuese cristiana,
pretendiéndola por mujer. Mas como don Rodrigo la tuviese -como dicen- de las puertas adentro,
era entre los demás opositores el de mejor acción, al común parecer. El caso era llano, y la sospecha
verisímil; pues de su condición, costumbres y trato ella tenía hecha experiencia, y las ostentaciones
desta calidad no suelen ser de poco momento, ni el escalón más bajo haber uno hecho alarde
público de sus virtudes y nobleza, donde por ellas pretende ser conocido y aventajado. Mas como
los amantes tuviesen las almas trocadas y ninguno poseyese la suya, tan firmes estaban en amarse,
cuanto ajenos de ofenderse. Nunca Daraja dio lugar con descompostura ni otra causa que alguno se
le atreviese, aunque todos la adoraban. Cada uno buscaba sus medios y echaba redes con rodeos,
mas ninguno tenía fundamento.
»Visto por don Rodrigo cuán poco aprovechaban sus servicios, cuán en balde su trabajo y el
poco remedio que tenía, pues en tantos días pasados de continua conversación estaba como el
primero, vínole al pensamiento valerse de Ozmín, creyendo por su intercesión alcanzar algunos
favores. Y tomándolos por el más acertado medio, estando una mañana en el jardín le dijo:
»-Bien sabrás, Ambrosio hermano, las obligaciones que tienes a tu ley, a tu rey, a tu natural, a
el pan que de mis padres comes y al deseo que de tu aprovechamiento tenemos. Entiendo que, como
cristiano de la calidad que tus obras publican, has de corresponder a quien eres. Vengo a ti con una
necesidad que se me ofrece, de donde pende todo el acrecentamiento de mi honra y el rescate de mi
vida, que está en tu mano, si tratando con Daraja, entre las más razones la dispusieres con las
buenas tuyas a que, dejada la seta falsa que sigue, se quiera volver cristiana. Lo que dello podrá
resultar, bien te es notorio: a ella salvación, servicio a Dios, a los reyes gusto, honra en tu patria y a
mí total remedio. Porque pidiéndola por mujer vendré a casar con ella, y no será poco el útil que
sacarás deste viaje, que siéndote honroso te será juntamente provechoso, tanto cuanto puede
ponderar tu buen entendimiento; porque siendo de Dios galardonado por el alma que ganas, yo de
mi parte gratificaré con muchas veras la vida que me dieres con la buena obra y amistad que por
intercesión tuya recibiere. No dejes de favorecerme, pues tanto puedes, y donde tantas obligaciones
fuerzan juntas, no es justo serte importuno.
»Ya cuando tuvo acabada de hacer su exhortación, Ozmín le respondió lo siguiente:
»-La misma razón con que has querido ligarme, señor don Rodrigo, te obligará que creas
cuánto deseo que Daraja siga mi ley, a que con muchas veras, infinitas y diversas veces la tengo
persuadida. No es otro mi deseo sino el tuyo, y así haré la diligencia en causa propria, como en cosa
que soy tan interesado. Pero amando tan de corazón a su esposo y mi señor, tratar de volverla
cristiana es doblarle la pasión sin otro fruto alguno; que aún en ella viven algunas esperanzas que
podría mudarse la fortuna, dándose trazas como conseguir su deseo, Esto es lo que he sabido della y
siempre me ha dicho y lo en que la he visto firme. Mas para cumplir con lo que me mandas, no
obstante que no ha de ser de fruto, la volveré a hablar y a tratar dello, y te daré su respuesta.
»No mintió el moro palabra en cuanto dijo, si hubiera sido entendido; mas con el descuido de
cosa tan remota, creyó don Rodrigo no lo que quiso decir, sino lo que formalmente dijo. Y así,
engañado, llevó alguna confianza: que quien de veras ama, se engaña con desengaños.
»Ozmín quedó tan triste de ver al descubierto la instancia que en su daño se hacía, que casi
salía de juicio con el celo. De manera lo apretó, que de allí adelante no se le pudo más ver el rostro
alegre, pareciéndole lo imposible posible. Luchaba consigo mismo, imaginando que el nuevo
competidor, como poderoso en su tierra y casa, pudiera valerse de trazas y mañas con que impedirle
su intento, siendo cual era tanta su solicitud. Temíase no se la mudasen: que las muchas baterías
aportillan los fuertes muros y con secretas minas los prostran y arruinan. Con este recelo discurría
por el pensamiento a trágicos fines y funestos acaecimientos que se le representaban. Mucho los
temía y algo los creía, como perfecto amador. Viendo Daraja tantos días tan triste a su querido
esposo, deseaba con deseo saber la causa; mas ni él se la dijo ni trató alguna cosa de lo que con don
Rodrigo había pasado. Ella no sabía qué hacer ni cómo poderlo alegrar; aunque con dulces palabras,
dichas con regalada lengua, risueña boca y firme corazón, exageradas con los hermosos ojos que las
enternecían con el agua que dellos a ellas bajaban, así le dijo:
»-Señor de mi libertad, dios que adoro y esposo a quien obedezco, ¿qué cosa puede ser de tanta
fuerza que, estando viva y en vuestra presencia, en mi ofensa os atormente? ¿Podrá por ventura mi
vida ser el precio de vuestra alegría? ¿O cómo la tendréis, para que con ella salga mi alma del
infierno de vuestra tristeza, en que está atormentada? Deshaga el alegre ciclo de vuestro rostro las
nieblas de mi corazón. Si con vos algo puedo, si el amor que os tengo algo merece, si los trabajos en
que estoy a piedad os mueven, si no queréis que en vuestro secreto quede sepultada mi vida,
suplícoos me digáis qué os tiene triste.
»Aquí paró, que la ahogaba el llanto, haciendo en los dos un mismo efecto, pues no le pudo
responder de otro modo que con ardientes y amorosas lágrimas, procurando cada uno con las
proprias enjugar las ajenas, siendo todas unas por estar impedida la lengua.
»Ozmín, con la opresión de los suspiros, temiendo si los diera ser sentido, tanto los resistió
volviéndolos al alma, que le dio un recio desmayo, como si quedara muerto. No sabía Daraja qué
hacerse, con qué volverlo ni cómo consolarlo, ni pudo entender cuál pudiera ser ocasión de tanta
mudanza en quien estaba siempre alegre. Ocupábase limpiándole el rostro, enjugándole los ojos,
poniendo en ellos sus hermosas manos, después de haber mojado un precioso lienzo que en ellas
tenía, matizado de oro y plata con otras varias colores, entretejidas en ellas aljófares y perlas de
mucha estimación. Tanto se tranformaba en esta pena, tan ocupada con sus sentidos todos estaba en
remediarla, que, si se descuidara un poco más, los hallara don Rodrigo poco menos que abrazados;
porque Daraja le tenía la cabeza reclinada en su rodilla y él recostado en sus faldas en cuanto en sí
volvía. Y habiendo ya cobrado mejoría, queriendo despedirse, entró por el jardín.
»Daraja, con la turbación, se apartó como pudo, dejándose en el suelo el curioso lienzo, que
brevemente fue por su dueño puesto en cobro. Y viendo que don Rodrigo se acercaba, ella se fue y
ellos quedaron solos. Preguntále qué había negociado. Respondióle lo que siempre:
»-Tan firme la hallo en el amor de su esposo, que no sólo no será, como pretendes, cristiana,
pero que si lo fuera, por él dejara de serio, volviéndose mora: y a tal estremo llega su locura, el
amor de su ley y de su esposo. Habléle tu negocio, y a ti porque lo intentas y a mí porque lo trato
nos ha cobrado tal odio, que ha propuesto, si dello más le hablo, no verme, y a ti de verte venir se
fue huyendo. Así que no te canses ni en ello gastes tiempo, que será muy en vano.
»Entristecióseme mucho don Rodrigo de tan resuelta respuesta, dada con tal aspereza.
Sospechó que antes Ozmín era en su daño que de provecho; parecióle que a lo menos, cuando
Daraja la diera tan desabrida, él no debiera referirla con acción semejante, haciéndose casi dueño
del negocio. Y es imposible amor y consideración: tanto uno se desbarata más, cuanto más ama.
Representósele la muy estrecha amistad que se decía tener con su primero amo. Parecióle que aún
sería viva y no de creer haberse resfriado las cenizas de aquel fuego. Con este pensamiento
reforzado de pasión, se determinó echarlo de casa, diciéndole a su padre cuán dañoso era permitir,
donde Daraja estuviese, quien pudiera entretenerla con sus pasados amores ni hablarla dellos; en
especial, siendo la intención de sus Altezas volverla cristiana, y en cuanto Ambrosio allí estuviese,
lo tenía por dificultoso.
»-Hagamos -dijo-, señor, el ensaye con apartarlos unos días, en que veremos lo que resulta.
»No pareció mal a don Luis el consejo de su hijo, y luego, formando quejas de lo que no las
pudo haber -que al poderoso no hay pedirle causa y suele el capitán con sus soldados hacer con dos
ochos quince-, lo despidió de su casa, mandándole que aun por la puerta no pasase. Cogiólo de
sobresalto, que aun despedirse no pudo. Y obedeciendo a su amo, fingiendo menor dolor del que
sentía, sacó de allí el cuerpo, prenda que pudo, porque tenía dueño el alma en cuyo poder la dejó.
»Viendo Daraja tan súbita mudanza, creyó que la tristeza pasada hubiera nacido de la sospecha
de aquel nuevo suceso y que ya lo sabía. Con esto, juntándose un mal a otro, pesar a pesar y dolor a
dolores, careciendo de ver a su esposo, aunque la pobre señora disimulaba cuanto más podía, era
eso lo que más la dañaba. Llore, gima, suspire, grite y hable quien se viere afligido: que, cuando
con ello no quite la carga de la pena, a lo menos la hace menor, y mengua el colmo. Tan falta de
contento andaba, tan sin gusto y desabrida, cual se le conocía muy bien de su rostro y talle.
»No quiso el enamorado moro mudar estado; que, como antes andaba, tal se trató siempre, y en
hábito de trabajador seguía su trabajada suerte: en él había tenido la buena pasada y esperaba otra
con mejoría. Ocupábase ganando jornal en la parte que lo hallaba, yendo desta manera probando
ventura, si entrando en unas y otras partes oyese o supiese algo que le importase, que no por otro
interese, pues podía con larga mano gastar por muchos días de los dineros y joyas que sacó de su
casa. Mas así por lo dicho como por haberse dado a conocer en aquel vestido, teniendo franca
licencia y andar más desconocido, sin que sus disinios le pudieran ser desbaratados, perseveró en él
por entonces.
»Los caballeros mancebos que servían a Daraja, conociendo el favor que con ella Ozmín tenía
y que ya no servía en casa de don Luis, cada uno lo codició para sí por sus fines, que presto en todos
fueron públicos. Adelantóse don Alonso de Zúñiga, mayorazgo en aquella ciudad, caballero
mancebo, galán y rico, fiado que la necesidad y su dinero, por medios de Ambrosio, le darían
6ganado el juego. Mandólo llamar, concertóse con él, hízole ventajas conocidas, diole regaladas
palabras, comenzaron una manera de amistad -si entre señor y criado puede haberla, no obstante
que en cuanto hombres es compatible, pero su proprio nombre comúnmente se llama privanza-, con
que pasados algunos lances le vino a descubrir su deseo, prometiéndole grandes intereses; que todo
fue volverle a manifestar las heridas, refrescando llagas, y hacerlas mayores.
»Y si antes recelaba de uno, ya eran dos, y en poco espacio supo de muchos que el amo le
descubrió y los caminos por donde cada uno marchaba y de quién se valía. Díjole que otros no
quería ni buscaba más de su buena inteligencia, creyendo, como tenía cierto sería sola su intercesión
bastante a efetuarlo.
»No sabré decir ni se podrá encarecer lo que sintió verse hacer segunda vez alcahuete de su
esposa y cuánto le convenía pasar por todo con discreta disimulación. Respondióle con buenas
palabras, temeroso no le sucediera lo que con don Rodrigo. Y si con todos hubiera de arrojarse,
mucho le quedaba por andar, todo lo perdiera y de nada tuviera conocimiento. Paciencia y
sufrimiento quieren las cosas, para que pacíficamente se alcance el fin dellas.
»Fuelo entreteniendo, aunque se abrasaba vivo. Batallaba con varios pensamientos y, como por
varias partes le daban guerra y le tiraban garrochas, no sabía dónde acudir ni tras quién correr ni
para sus penas hallaba consuelo que lo fuese.
»La liebre una, los galgos muchos y buenos corredores, favorecidos de halcones caseros,
amigas, conocidas, banquetes, visitas, que suelen poner a las honras fuego; y en muchas casas que
se tienen por muy honradas, entran muchas señoras, que al parecer lo son, a dejarlo de ser, debajo
de título de visita, por las dificultades que en las proprias tienen, y otras por engaño, que de todo
hay, todo se pratica. Y para la gente principal y grave no se descuidó el diablo de otras tales
cobijaderas y cobijas.
»Todo lo temía y más a don Rodrigo, a quien él y los otros competientes tenían gran odio por
su arrogancia falsa. Cautelaba con ella, para que los otros desistiesen, desmayados en creer sería el
origen della los favores de Daraja. Hablábanle bien, queríanle mal. Vertíanle almíbar por la boca,
dejando en el corazón ponzoña. Metíanlo en sus entrañas, deseando vérselas despedazadas.
Hacíanle rostro de risa, y era la que suele hacer el perro a las avispas: que tal es todo lo que hoy
corre, y más entre los mejores.
»Volvamos a decir de Daraja los tormentos que padecía, el cuidado con que andaba para saber
de su esposo, dónde se fue, qué se hizo, si estaba con salud, en qué pasaba, si amaba en otra parte. Y
esto le daba más cuidado; porque, aunque las madres también lo tienen de sus hijos ausentes, hay
diferencia: que ellas temen la vida del hijo y la mujer el amor del marido, si hay otra que con
caricias y fingidos halagos lo entretenga. ¡Qué días tan tristes aquéllos, qué noches tan prolijas, qué
tejer y destejer pensamientos, como la tela de Penélope con el casto deseo de su amado Ulises!
»Mucho diré callando en este paso. Que para pintar tristeza semejante, fuera poco el ardid que
usó un pintor famoso en la muerte de una doncella, que, después de pintada muerta en su lugar,
puso a la redonda sus padres, hermanos, deudos, amigos, conocidos y criados de la casa, en la parte
y con el sentimiento que a cada uno en su grado podía tocarle; mas, cuando llegó a los padres,
dejóles por acabar las caras, dando licencia que pintase cada uno semejante dolor según lo sintiese.
Porque no hay palabras ni pincel que llegue a manifestar amor ni dolor de padres, sino solas algunas
obras que de los gentiles habemos leído. Así lo habré de hacer. El pincel de mi ruda lengua será
brochón grosero y ha de formar borrones. Cordura será dejar a discreción del oyente y del que la
historia supiere, cómo suelen sentirse pasiones cual ésta. Cada uno lo considere juzgando el corazón
ajeno por el suyo.
»Andaba tan triste, que las muestras exteriores manifestaban las interiores. Viéndola don Luis
en tal extremo de melancolía y don Rodrigo, su hijo, ambos por alegrarla ordenaron unas fiestas de
toros y juego de cañas; y por ser la ciudad tan acomodada para ello, brevemente tuvo efecto.
Juntáronse las cuadrillas, de sedas y colores diferentes cada una, mostrando los cuadrilleros en ellas
sus pasiones, cuál desesperado, cuál con esperanza, cuál cativo, cuál amartelado, cuál alegre, cuál
triste, cuál celoso, cuál enamorado. Pero la paga de Daraja igual a todos.
»Luego que Ozmín supo la ordenada fiesta y ser su amo cuadrillero, parecióle no perder
tiempo de ver su esposa, dando muestra de su valor señalándose aquel día. El cual, como fuese
llegado al tiempo que se corrían los toros, entró en su caballo, ambos bien aderezados. Llevaba con
un tafetán azul cubierto el rostro, y el caballo tapados los ojos con una banda negra. Fingió ser
forastero. Iba su criado delante con una gruesa lanza. Dio a toda la plaza vuelta, viendo muchas
cosas de admiración que en ella estaban.
»Entre todo ello, así resplandecía la hermosura de Daraja como el día contra la noche, y en su
presencia todo era tinieblas. Púsose frontero de su ventana, donde luego que llegó vio alterada la
plaza, huyendo la turba de un famoso toro que a este punto soltaron. Era de Tarifa, grande,
madrigado y como un león de bravo.
»Así como salió, dando dos o tres ligeros brincos se puso enmedio de la plaza, haciéndose
dueño della, con que a todos puso miedo. Encarábase a una y otra parte, de donde le tiraron algunas
varas y, sacudiéndolas de sí, se daba tal maña, que no consentía le tirasen otras desde el suelo,
porque hizo algunos lances y ninguno perdido. Y no se le atrevían a poner delante ni había quien a
pie lo esperase, aun de muy lejos. Dejáronlo solo: que otro más del enamorado Ozmín y su criado
no parecían allí cerca.
»El toro volvió al caballero, como un viento, y fuele necesario sin pereza tomar su lanza,
porque el toro no la tuvo en entrarle; y, levantando el brazo derecho -que con el lienzo de Daraja
traía por el molledo atado-, con graciosa destreza y galán aire le atravesó por medio del gatillo todo
el cuerpo, clavándole en el suelo la uña del pie izquierdo; y cual si fuera de piedra, sin más
menearse, lo dejó allí muerto, quedándole en la mano un trozo de lanza, que arrojó por el suelo, y se
salió de la plaza. Mucho se alegró Daraja en verlo, que cuando entró lo conoció por el criado, el
cual también lo había sido suyo, y después en el lienzo del brazo.
»Todos quedaron con general mormullo de admiración y alabanza, encareciendo el venturoso
lance y fuerzas del embozado. No se trataba otra cosa que ponderar el caso, hablándose los unos a
los otros. Todos lo vieron y todos lo contaban. A todos pareció sueño y todos volvían a referirlo:
aquél dando palmadas, el otro dando voces; éste habla de mano, aquél se admira, el otro se santigua;
éste alza el brazo y dedo, llena la boca y ojos de alegría; el otro tuerce el cuerpo y se levanta; unos
arquean las cejas; otros, reventando de contento, hacen graciosos matachines... Que todo para
Daraja eran grados de gloria.
»Ozmín se recogió fuera de la ciudad, entre unas huertas, de donde había salido, y, dejando el
caballo, trocado el vestido, con su espada ceñida, volviendo a ser Ambrosio se vino a la plaza.
Púsose a parte donde vía lo que deseaba y era visto de quien le quería más que a su vida. Holgaban
en contemplarse; aunque Daraja estaba temerosa, viéndole a pie, no le sucediese desgracia. Hízole
señas que se subiese a un tablado. Disimuló que no las entendía y estúvose quedo en tanto que los
toros se corrieron.
»Veis aquí, al caer de la tarde, cuando entran los del juego de cañas en la forma siguiente: lo
primero de todo trompetas, menestriles y atabales, con libreas de colores, a quien seguían ocho
acémilas cargadas con haces de cañas. Eran de ocho cuadrilleros que jugaban; cada una su repostero
de terciopelo encima, bordadas en él con oro y seda las armas de su dueño. Llevaban sobrecargas de
oro y seda con los garrotes de plata.
»Entraron tras esto docientos y cuarenta caballos de cuarenta y ocho caballeros, de cada uno
cinco, sin el que servía de entrada, que eran seis. Pero éstos, que entraron delante, de diestro, venían
en dos hileras de los dos puestos contrarios. Los primeros dos caballos, que iban pareados, a cada
cinco por banda, llevaban en los arzones a la parte de afuera colgando las adargas de sus dueños,
pintadas en ellos enigmas y motes, puestas bandas y borlas, cada uno como quiso. Los más caballos
llevaban solamente sus pretales de caxcabeles, y todos con jaeces tan ricos y curiosos, con tan
soberbios bozales de oro y plata, llenos de riquísima pedrería, cuanto se puede exagerar. Baste por
encarecimiento ser en Sevilla, donde no hay poco ni saben dél, y que los caballeros eran amantes,
competidores, ricos, mozos, y la dama presente.
»Esto entró por una puerta de la plaza, y, habiendo dado vuelta por toda en torno, salían por
otra que estaba junto a la por donde entraron: de manera que no se impedían los de la entrada con
los de la salida, y así pasaron todos.
»Habiendo salido los caballos entraron los caballeros, corriendo de dos en dos las ocho
cuadrillas. Las libreas, como he dicho; sus lanzas en las manos, que vibradas en ellas, parecían
juntar los cuentos a los hierros, y cada asta cuatro; animando con alaridos los caballos, que heridos
del agudo acicate volaban, pareciendo los dueños y ellos un solo cuerpo, según en las jinetas iban
ajustados. No es encarecimiento, pues en toda la mayor parte del Andalucía, como Sevilla, Córdoba,
Jerez de la Frontera, sacan los niños -como dicen- de las cunas a los caballos, de la manera que se
acostumbra en otras partes dárselos de caña. Y es cosa de admiración ver en tan tiernas edades tan
duros aceros y tanta destreza, porque hacerles mal tienen por su ordinario ejercicio.
»Dieron a la plaza la vuelta, corriendo por las cuatro partes della, y, volviendo a salir, hicieron
otra entrada como antes; pero mudados los caballos y embrazadas las adargas, y cañas en las manos.
»Partiéronse los puestos y seis a seis, a la costumbre de la tierra, se trabó un bien concertado
juego, que, habiendo pasado en él como un cuarto de hora, entraron de por medio algunos otros
caballeros a despartirlos, comenzando con otros caballos una ordenada escaramuza, los del uno y
otro puesto, tan puntual que parecía danza muy concertada, deque todos en mirarla estaban
suspensos y contentos.
»Ésta desbarató un furioso toro que soltaron de postre. Los de a caballo, con garrochones que
tomaron, comenzaron a cercarlo a la redonda, mas el toro estábase quedo sin saber a cuál acometer:
miraba con los ojos a todos, escarbando la tierra con las manos. Y estando en esto esperando su
suerte cada uno, salió de través un maltrapillo haciéndole cocos.
»Pocos fueron menester para que el toro, como rabioso, dejando los de a caballo, viniera para
él. Volvióse huyendo, y el toro lo siguió, hasta ponerse debajo de las ventanas de Daraja y adonde
Ozmín estaba; que, pareciéndole haberse acogido el mozuelo a lugar privilegiado y haciendo caso
de injuria de su dama y suya, si allí recibiera mal tratamiento, tanto por esto como abrasado de los
que allí habían querido señalar sus gracias, por medio de la gente salió contra el toro, que, dejando
al que seguía, se fue para él. Bien creyeron todos debía de ser loco quien con aquel ánimo arremetía
para semejante bestia fiera, y esperaban sacarlo de entre sus cuernos hecho pedazos.
»Todos le gritaban, dando grandes voces, que se guardase. De su esposa ya se puede considerar
cuál estaría, no sé qué diga, salvo que, como mujer, sin alma propria, ya el cuerpo no sentía de tanto
sentir. El toro bajó la cabeza para darle el golpe; mas fue humillársele al sacrificio, pues no volvió a
levantarla, que sacando el moro el cuerpo a un lado y con estraña ligereza la espada de la cinta, todo
a un tiempo, le dio tal cuchillada en el pescuezo, que, partiéndole los huesos del celebro, se la dejó
colgando del gaznate y papadas, y, allí quedó muerto. Luego, como si nada hubiera hecho,
envainando su espada, se salió de la plaza.
»Mas el poblacho novelero, tanto algunos de a caballo como gente de a pie, lo comenzaron a
cercar por conocerlo. Poníansele delante admirados de verlo; y tantos cargaron, que casi lo
ahogaban, sin dejarle menear el paso. En ventanas y tablados comenzaron otro nuevo mormullo de
admiración cual el primero, y en todos tan general alegría, y por haber sucedido cuando se acababan
las fiestas, que otra cosa no se hablaba más de en los dos maravillosos casos de aquella tarde,
dudando cuál fuese mayor y agradeciendo el buen postre que se les había dado, dejándoles el
paladar y boca sabrosa para contar hazañas tales por inmortales tiempos.
»Tuvo Daraja este día -como habéis visto- salteados los placeres, aguada la alegría, los bienes
falsos y los gustos desabridos. Apenas llegaba el contento de ver lo que deseaba, cuando al
momento la ejecutaba el temor del peligro. También la martirizaba el acordarse de no saber con cuál
ocasión otra vez lo vería ni cómo apacentaría su corazón, satisfaciendo la hambre de los ojos en los
manjares de su deseo. Y como el placer no llega adonde deja el pesar, no se le pudo conocer en el
rostro si las fiestas le hubiesen sido de entretenimiento, aunque le trataron dellas. Esto y quedar los
galanes algo más picados que antes, encendidos en la mucha hermosura de Daraja, deseosos cómo
más agradarla y ocasión con que volver a verla, con aquel orgullo a sangre caliente ordenaron una
justa, haciendo mantenedor a don Rodrigo.
»El cartel se publicó una de aquellas noches con gran aparato de músicas y hachas encendidas,
que las calles y plazas parecían arderse con el fuego. Fijáronlo en parte que a todos fuera notorio,
pudiendo ser leído.
»Había una tela puesta junto a la puerta que llaman de Córdoba, pegada con la muralla -que la
vi en mis tiempos y la conocí, aunque maltratada-, donde se iban a ensayar y corrían lanzas los
caballeros. Allí don Alonso de Zúñiga, como novel, también se ejercitaba, deseoso de señalarse por
la grande afición que a Daraja tenía.
»Temíase perder en la justa y así lo decía en la conversación públicamente, no porque el ánimo
ni fuerzas le faltasen; mas como la prática en las cosas hace a los hombres maestros dellas y con la
teórica sola se yerran los más confiados, él no quisiera errar, hallábase atajado y cuidadoso.
»Por otra parte, Ozmín deseaba tener de los enemigos los menos y, ya que él no podía justar ni
le fuera posible, quisiera entrara en la tela quien a don Rodrigo derribara la soberbia, por ser de
quien más se recelaba. Con este ánimo, y no de hacer a su amo servicio, le dijo:
»-Señor, si me das licencia para lo que quiero, diré lo que por ventura te podrá ser de algún
provecho en ocasión honrosa.
»Don Alonso, muy remoto y descuidado que le pudiera tratar de tales ejercicios, creyendo
antes fuesen cosas de sus amores, le dijo:
»-Ya tardas, que crecen el pensamiento y deseo hasta saberlo.
»-He visto -le dijo-, señor, que a la fiesta divulgada desta justa es forzoso que salgas. Y no me
maravillo, que donde el premio de glorioso nombre se atraviesa, los hombres anden temerosos con
la codicia de ganarlo. Yo, tu criado, te serviré, adiestrándote en lo que saber quisieres de ejercicios
de caballería, en breve tiempo y de manera que te sean de fruto mis leciones. No te admire ni
escandalice mi poca edad, que, por ser cosas en que me crié, tengo dellas alguna noticia.
»Holgóse don Alonso en oírlo y, agradeciéndoselo, dijo:
»-Si lo que ofreces cumples, a mucho me obligas.
»Ozmín le respondió:
»-Quien promete lo que no piensa cumplir, lejos está dello, entretiene y achaques busca; mas el
que está, como yo, donde no los puede haber, si no es loco, queda forzado a cumplir con obras más
de lo que prometen sus palabras. Manda, señor, apercebir las armas de tu persona y mía, que presto
conocerás cuánto más he tardado en ofrecerlo que me podré ocupar en salir desta deuda libre, y no
de la obligación de servirte.
»Mandó luego don Alonso aprestar lo necesario y, prevenido, se salieron a lugar apartado,
adonde aquel día y los más siguientes hasta el determinado de la justa se ocuparon en ejercicios
della. De modo que brevemente don Alonso estuvo en la silla tan firme y cierto en el ristre, sacando
la lanza con tan buen aire y llevando en ella tanta gracia, que parecía lo hubiera ejercitado muchos
años. A todo lo cual era de gran importancia -y así le ayudaban- su gentileza de cuerpo y buenas
fuerzas.
»De la destreza en subir a caballo en ambas sillas, del proceder en las leciones, del talle,
compostura, término, costumbres y habla de Ozmín le nació a don Alonso un pensamiento: ser
imposible llamarse Ambrosio ni ser trabajador, sino trabajado, según mostraba. Descubría por sus
obras un resplandor de persona principal y noble que por algún vario suceso anduviese de aquella
manera. Y no pudiendo reportarse sin salir deste cuidado, apartándolo a solas, en secreto le dijo:
»-Ambrosio, poco habrá que me sirves y a mucho me tienes obligado. Tan claro muestran
quién eres tus virtudes y trato, que no lo puedes encubrir. Con el velo del vil vestido que vistes y
debajo de aquesa ropa, oficio y nombre, hay otro encubierto. Claro entiendo por las evidencias que
tuyas he tenido, que me tienes o, por mejor decir, has tenido engañado; pues a un pobre trabajador
que representas, es dificultoso y no de creer sea tan general en todo y más en los actos de caballería
y siendo tan mozo. He visto en ti y entiendo que debajo de aquesos terrones y conchas feas está el
oro finísimo y perlas orientales. Ya te es notorio quién soy y a mí oscuro quién tú seas; aunque,
como digo, se conocen las causas de los efectos y no te me puedes encubrir. Yo prometo por la fe de
Jesucristo que creo y orden que de caballería mantengo, de serte amigo fiel y secreto, guardando el
que depositares en mí, ayudándote con cuanto de mi hacienda y persona pudiere. Dame cuenta de tu
fortuna, para que pueda en algo chancelar parte de las buenas obras de ti recibidas.
»Y Ozmín le respondió:
»-Tan fuertemente, señor, me has conjurado, así has apretado los husillos, que es forzoso sacar
de mi alma lo que otra opresión que los tornos de tu hidalgo proceder fuera imposible. Y
cumpliendo lo que me mandas, en confianza de quien eres y tienes prometido, sabrás de mí que soy
caballero natural de Zaragoza de Aragón. Es mi nombre Jaime Vives, hijo del mismo. Podrá haber
pocos años que, siguiendo una ocasión, fue cativo y en poder de moros por una cautelosa alevosía
de unos fingidos amigos. Y si lo causó su invidia o mi desdicha, es cuento largo. Sabréte decir que
estando en su poder me vendieron a un renegado, y para el tratamiento que me hizo, el nombre
basta. Metióme la tierra adentro hasta llevarme a Granada, donde me compró un caballero zegrí de
los principales della. Tenía un hijo de mi edad que se llamaba Ozmín, retrato mío, así en edad como
el talle, rostro, condición y suerte: que por parecerle tanto le puso más codicia de comprarme y
hacer buen tratamiento, causando entre nosotros mayor amistad. Enseñéle lo que pude y supe, según
lo aprendí de los míos en mi tierra y con la mucha frecuentación que en ella tenemos en semejantes
ejercicios, de que no saqué poco fruto; porque tratando con el hijo de mi amo dellos, aumenté lo que
sabía, que en otra manera pudiera ser los olvidara; y porque los hombres enseñando aprenden. De
aquí vino a resultar afinarse más en hijo y padre la afición que me tenían, fiando de mí sus personas
y hacienda. Este mozo estaba tratado casarse con Daraja, hija del alcaide de Baza, mi señora, que tú
tanto adoras. Llegó a punto de tener efecto, por haberlo tenido las capitulaciones, si el cerco y
guerras no lo impidieran. Fueles forzoso dilatarlo. Baza se rindió y quedaron suspensas estas bodas.
Como yo era el que privaba, iba y venía con presentes y regalos de una ciudad a otra. Acerté a estar
en Baza, por mi buena dicha, cuando vino a entregarse, y así cobré mi libertad con los más cativos
della. Quise volverme a mi tierra, faltóme dinero. Tuve noticia que estaba en esta ciudad un deudo
mío. Juntáronse dos cosas: el deseo de verla, por ser tan ilustre y generosa, y socorrer mi persona
para seguir mi camino. Estuve aquí mucho tiempo sin hallar a quien buscaba, porque las nuevas
dello fueron inciertas. Y salió cierta mi perdición, hallando lo que no busqué, como acontece de
ordinario. Íbame por la ciudad vagando con poco dinero y mucho cuidado; vi una peregrina
hermosura para mis ojos, cuando para los otros no lo sea: porque sólo es hermoso lo que agrada.
Entreguéle mis potencias, quedé sin alma, no supe más de mí ni cosa poseo que suya no sea. Ésta es
doña Elvira, hermana de don Rodrigo, hija de don Luis de Padilla, mi señor. Y como suelen decir
que de la necesidad nace el consejo, viéndome tan perdido en sus amores y sin remedio de cómo
podérselos manifestar con las calidades de mi persona, tomé por acuerdo acertado escribir mi
libertad a mi padre, y estaba en mil doblas empeñada, que me socorriera con ellas. Sucedió bien,
que habiéndomelas enviado y un criado con un caballo en que fuese, me valí de todo. Los primeros
días comencé a pasearle la calle, dando vueltas a todas horas; pero no la podía ver. De la
continuación en mi paseo nació en alguna gente cierta nota y me traían sobre ojos, de manera que
para desmentir las espías me convino el recato. Mi criado, a quien di parte de mis amores,
considerando algunas cosas me dio por consejo, como más en días, viendo que en casa de mi señor
andaba cierta obra, que comprando este vestido de trabajador y mudando el nombre, porque no se
supiera quién fuese, asentase por peón de albañilería. Púseme a pensar qué pudiera dello sucederme.
Mas como para el amor ni muerte hay casa fuerte, todo lo vencí, todo se me hizo fácil.
Determinéme y acerté. Acontecióme un caso no pensado, y fue que, acabada la obra, me recibieron
por jardinero en la misma casa. Fue tal entonces mi buena dicha, creció tanto mi luna y el colmo de
mi ventura, que el día primero que asenté la plaza y metí el pie dentro del jardín, fue hallarme con
Daraja. Si se admiró de verme, no menos yo de verla. Dímonos finiquito de nuestras vidas,
refiriendo nuestras desgracias, contándome las suyas y yo las mías y cómo los amores de su amiga
me tenían de aquel modo. Supliquéle que, pues tenía tan clara noticia de mis padres y mía y de la
sangre de nuestro linaje, me favoreciese con ella de modo que por su mano y buena intercesión
viniese con el santo matrimonio a gozar el fructo de mis esperanzas. Así me lo prometió y lo que
pudo cumplió. Mas, como sea tan avara mi fortuna, cuando más nuestros tiernos amores iban
cobrando alguna fuerza, quebráronse los pimpollos, la flor se secó de un áspero solano, royó un
gusano la raíz, con que todo se acabó. Salí desterrado de su casa sin decirme la causa, cayendo de la
más alta cumbre de bienes a la más ínfima miseria de males. El que de la lanzada mató el toro, el
que de una cuchillada rindió el otro, yo soy, que en su servicio lo hice. Bien me vio y conoció y no
poco se regocijó, que en el rostro se lo conocí, sus ojos me lo dijeron. Y si en esta ocasión fuera
posible, también me procurara señalar por el gusto de mi dama, que eternizara mis obras dando a
conocer quién soy, con lo que valgo. De no poder ejecutar este deseo reviento de tristeza. Si pudiera
comprarlo, diera en su cambio la sangre de mis venas. Ves aquí, señor, te he dicho todo el proceso
de mi historia y remate de desgracias.
»Don Alonso, acabándolo de oír, le echó los brazos encima, apretándolo estrechamente. Ozmín
porfiaba en tomarle las manos para besárselas; mas no se lo consintió, diciendo:
»-Estas manos y brazos en tu servicio se han de ocupar para merecer ganar las tuyas. No es
tiempo de cumplimientos ni que se altere de como hasta aquí, en tanto que tu voluntad ordene otra
cosa. Y no te ponga cuidado la justa, que en ella entrarás, no lo dudes...
»Otra vez quisiera Ozmín y arremetió a tomarle las manos, bajando la rodilla en el suelo. Don
Alonso hizo lo mismo, haciéndose muchas ofertas, con la fuerza de nueva amistad. Así pasaron
largas conversaciones aquellos días, hasta que llegó el de la justa, en que habían de señalarse.
»Ya dije de don Rodrigo cómo por su arrogancia era secretamente malquisto. Parecióle a don
Alonso haber hallado lo que deseaba, porque, justando Jaime Vives, estaba muy cierto el
descomponerlo, humillándole la soberbia.
»Ozmín, por su parte, también lo deseaba y, antes de ser hora de armarse, por ver entrar a
Daraja en la plaza, se anduvo de espacio por ella paseando, admirándose de verla tan bien
aderezada, tantas colgaduras de oro y seda cuantas no se pueden significar, tanta variedad en las
colores, tanta curiosidad en el ventanaje, tanta hermosura en las damas, riqueza de sus aderezos y
vestidos, concurso de tan ilustre gente, que toda junta parecía un inestimable joyel y cada cosa por
sí preciosa piedra engastada en él. Estaba la tela que, dividiendo la plaza en dos iguales partes,
atravesaba por medio della; el tablado de los jueces en lugar acomodado, y frontero las ventanas de
Daraja y doña Elvira. Las cuales, en dos blancos palafrenes enjaezados, con guarniciones de
terciopelo negro y chapería de plata, con mucho acompañamiento entraron, y dando vuelta por toda
la plaza, llegaron a su asiento. Luego, dejándola en él, se salió della Ozmín, porque ya querían
entrar los mantenedores, los cuales llegaron de allí a poco espacio, muy bien aderezados.
»Comenzaron a sonar los menestriles, trompetas y otros instrumentos, tañendo sin cesar hasta
que se pusieron en su puesto. Entraron justadores combatientes, y fue de los primeros don Alonso,
que, corridas las tres lanzas y muy bien, pues fueron de las mejores, luego se fue a su casa. Ya tenía
ganada licencia para un caballero amigo suyo, que fingió esperaba de Jerez de la Frontera, y estaba
Ozmín aguardando. Fuéronse a la tela juntos y apadrinólo don Alonso.
»Llevaba el moro las armas negras de todo punto, el caballo morcillo, sin plumas la celada y en
su lugar por ellas, hecha con gran curiosidad, una rosa del lienzo de Daraja: cierta señal, en que
luego por él fue conocido della. Púsose en el puesto y quiso la suerte que la primera lanza cupiese a
un ayudante del mantenedor. Hicieron señal, partieron de carrera; Ozmín tocó al contrario en la
vista, donde rompió la lanza; y volviéndole a dar de reencuentro con lo tieso della, lo sacó de la silla
dando con él en el suelo por las ancas del caballo; pero no le hizo más mal que el gran golpe de las
armas.
»Para las dos últimas lanzas entró don Rodrigo, el cual barreó la primera por cima del brazal
izquierdo del moro, quedando herido dél en el guardabrazo derecho, donde rompió la lanza por tres
partes. En la última desbarró don Rodrigo y Ozmín rompió la suya en la junta de la babera,
dejándole en ella un gran pedazo de astilla. Creyeron todos quedaba mal herido; mas defendióle el
almete no haberle hecho gran daño. Y así el moro, rotas las tres lanzas, salió con vitoria ufano, y
mucho más don Alonso por haberlo apadrinado, que no cabía de contento.
»Salieron de la plaza, fuese a desarmar a su casa sin dejarse conocer de otro alguno, y tomando
su ordinario vestido, salió por un postigo de la casa ocultamente, volviéndose a contemplar en su
Daraja y ver lo que en la justa pasaba. Púsose tan cerca de la dama, que casi se pudieran dar las
manos. Mirábanse el uno al otro; empero él siempre los ojos tristes y ella tristísimos, pensando qué
lo pudiera causar, que su vista no le hubiera alegrado. Estuvo confusa de haberle visto justar con
armas y caballo todo negro, señal entre ellos de mal agüero.
»Todo le causó profundísima melancolía, y tan de veras fue aposesionándose della, cargóle tan
pesadamente, que las fiestas no eran bien acabadas, cuando reventándole el corazón en el cuerpo,
quitándose de la ventana se fueron a la posada.
»Los que con ella estaban se admiraron cómo de alguna cosa no recebía contento y aun lo
murmuraban, sospechando cada uno aquello con que mejor se casaba su malicia. Don Luis, como
prudente caballero, en las partes que dello se trataba, satisfacía. Y así lo hizo a sus hijos aquella
noche, que les dijo:
»-El alma triste en los gustos llora. ¿Qué cosa puede alegrar al ausente de lo que bien quiere?
Los bienes tanto se estiman en más, cuanto se gozan con los conocidos y proprios. Entre estraños
puede haber holguras, pero no se sienten, y tanto más en el alma levantan el dolor, cuanto en las
ajenas veen más alegría. No la culpo ni me admiro; antes lo juzgo a su mucha prudencia y lo
atribuyo a cordura, que fuera lo contrario liviandad notoria. Hállase sin sus padres, lejos de su
esposo y, aunque libre, cativa en tierra estraña, sin saber de su remedio ni tener para ello medio.
Examine cada uno su pecho, póngase en el contrario puesto: sentirá lo que aquesto se siente; que no
lo haciendo así, es decir el sano al enfermo que coma.
»Pasada esta plática secreta entre ellos, trataron en público lo bien que lo hizo el jerezano, y
cómo, aunque desearon saber quién hubiese sido, nunca don Alonso dijo más de lo primero, y
creyeron ser verdad.
»Las tristezas de Daraja iban muy adelante. Ninguno las acertaba ni daba en el blanco ni aun al
terrero, de cuantos le asestaban. Todos juzgaban al revés, buscándole cuantos entretenimientos
podían darle; ninguno era capaz ni cuadraba en el círculo de sus deseos.
»Tenían en el Ajarafe la casa y hacienda de su mayorazgo, en un lugar aldea de Sevilla. Era el
tiempo templado, a vueltas de febrero. La caza y campo parece que alegran en tales días. Acordaron
irse a holgar allá una temporada, por no dejar de andar esta vereda y ver si pudieran divertirla de sus
tristezas. A esto parece que mostró algo más buen rostro, creyendo, si salía de la ciudad, habría en el
campo modos cómo ver y hablar a Ozmín. Aderezaron la recámara, y era cosa de alegría ver tanto
bullicio: cuál que lleva los galgos de traílla, cuál va con los podencos y hurona, cuáles llevan
halcones, cuál el búho, cuál su escopeta al hombro o la ballesta, otros con las acémilas cargadas;
todos iban de trulla, alborotados con la fiesta.
»Ya don Alonso lo sabía y había dicho a Ozmín que sus damas eran de campo a cierta huelga y
cómo se quedaban allá por entonces, no sabiendo cuándo volverían. No les pareció mal por dos
cosas: la una, que allá tendrían por ventura menos competidores para tratar sus amores; la otra,
mejor ocasión para no ser conocidos.
»Hacía las noches no claras ni muy oscuras, no frío ni calor, antes un agradable sosiego, con
serenidad apacible. Los dos enamorados amigos acordaron probar la mano y su buena ventura
caminando a ver sus damas. Vistiéronse de labradores; así salieron, al poner del sol, en dos rocines
y, antes de llegar a la aldea un cuarto de legua, se apearon en una casería, para que yendo a pie no
hubiese nota. Entonces les hubiera sucedido bien si la fortuna no rodara y les volviera las espaldas;
porque llegaron a tiempo que las damas estaban en un balcón, entretenidas en sus conversaciones.
»No se atrevió a llegar don Alonso, por no espantar la caza, y dijo al compañero que fuera solo
a negociar por ambos, que, pues doña Elvira lo amaba y Daraja lo conocía, no había de qué
recelarse. Así Ozmín poco a poco, con cuidadoso descuido, se fue paseando por delante, cantando
en tono bajo, como entre dientes, una canción arábiga, que para quien sabía la lengua eran los
acentos claros, y para la que no y estaba descuidada, le parecía el cantar de lala, lala...
»Doña Elvira dijo a Daraja:
»-Aun en esta gente bruta puso Dios dones de precio, si supiesen aprovecharse dellos. ¿No
consideras aquel salvaje, qué voz entonada y suave que tiene y va cantando la madre de los
cantares? Es como el agua que llueve en la mar sin provecho.
»-Agora sabes -dijo Daraja- que son las cosas todas como el sujeto en que están y así se
estiman. Estos labradores, por maravilla, si de tiernos no se trasplantan en vida política y los
injieren y mudan de tierras ásperas a cultivadas, desnudándolos de la rústica corteza en que nacen,
tarde o nunca podrán ser bien morigerados; y al revés, los que son ciudadanos, de político natural,
son como la viña, que, dejándola de labrar algunos años, da fruto, aunque poco; y si sobre ella
vuelven, reconociendo el regalo, rinde colmadamente el beneficio. Este que aquí canta, no será
poderoso un carpintero con hacha ni azuela para desalabearlo ni ponerlo de provecho. Pena me da
oírle aquel cantar de tórtola. Vámonos de aquí, si te parece, que es hora de acostarnos.
»Bien se habían entendido los amantes, ella el canto y él sus palabras y el fin con que las dijo.
Fuéronse las damas, quedándose Daraja un poco atrás y en arábigo le dijo que esperase. Él quedó
aguardando y, en tanto que volvía, se paseaba por aquella calle.
»La gente villana siempre tiene a la noble -por propiedad oculta- un odio natural, como el
lagarto a la culebra, el cisne al águila, el gallo al francolín, el lagostín al pulpo, el delfín a la ballena,
el aceite a la pez, la vid a la berza, y otros deste modo. Que si preguntáis deseando saber qué sea la
causa natural, no se sabe otra más de que la piedra imán atrae a sí el acero, el heliotropio sigue al
sol, el basilisco mata mirando, la celidonia favorece a la vista. Que así como unas cosas entre sí se
aman, se aborrecen otras, por influjo celeste: que los hombres no han alcanzado hasta hoy razón que
lo sea para ello. Que las cosas de diversas especies tengan esto no es maravilla, porque constan de
composiciones, calidades y naturaleza diversa, mas hombres racionales, los unos y los otros de un
mismo barro, de una carne, de una sangre, de un principio, para un fin, de una ley, de una dotrina,
todos en todo lo que es hombres tan una misma cosa, que todo hombre naturalmente ame a todo
hombre y en éstos haya este resabio, que aquesta canalla endurecida, más empedernida que nuez
galiciana, persiga con tanta vehemencia la nobleza, es grande admiración.
»Andábanse también paseando aquella noche unos mozuelos. Acertaron a ver a los forasteros y
en aquel punto, sin más causa ni razón, sin darles alguna ocasión, comenzaron a convocarse y,
ligados en tropa, vinieron diciendo: «¡Al lobo, al lobo!» Y desembrazando piedra menuda, como si
del cielo lloviera, los apedrearon de manera que les fue forzoso huir y no esperarlos; y así se
volvieron, que lugar no tuvo Ozmín para despedirse. Fuéronse donde estaban sus caballos, y en
ellos a la ciudad, con ánimo de volver la noche siguiente algo más tarde para no ser sentidos. De
poco les aprovechó, que si rayos del cielo cayeran y con ellos pensaran ser deshechos, había villano
en ellos que antes dejara la vida que de guardar el puesto sólo por hacer mal y daño. Pues apenas la
otra noche habían metido los pies en el pueblo, que junta una bandada de aquellos mozalbillos,
habiéndolos reconocido, cuál con honda, cuál a brazo, unos con azagayas, palos, chuzos, otros con
asadores, no dejando segura la pala o barredero del horno, como a perro que rabia, salieron a ellos.
»Pero halláronlos más apercebidos que la noche pasada. Porque aquesta ya traían buenas cotas,
cascos acerados y rodelas fuertes. De la una parte viérades pedradas, palos, alaridos; de la otra muy
recias cuchilladas; y de entrambas tanto alboroto, que con el ruido parecía hundirse el pueblo con la
trabada guerrilla. Descuidóse don Alonso y al atravesar de una calle le dieron una muy mala
pedrada en los pechos, de que cayó en tierra sin hallarse con fuerzas para volver más a la pelea; y
como pudo se fue retirando, en tanto que Ozmín se iba entrando con ellos la calle arriba,
haciéndoles mucho daño, porque algunos y no pocos quedaban heridos y tres muertos.
»Creciendo el alboroto, se convocó el pueblo todo. Tomáronle el paso, que no pudo huir,
aunque lo probó a hacer. Por otra parte llegó un destripaterrones y diole con una tranca de puerta en
un hombro, que lo hizo arrodillar. Mas no le valió ser hijo del alcalde, que antes que pudiera volver
a darle segundo, yéndose para él, de una cuchillada le partió la cabeza por medio, como si fuera de
cabrito, dejándole hecho un atún en la playa, rendida la vida en pago de su desvergüenza. Tantos
cargaron por una y otra banda, tanto lo acosaron, que no pudiéndose defender, quedó preso.
»Daraja y doña Elvira vieron el ruido desde su principio y el alboroto de la prisión, cómo le
ataron las manos atrás con un cordel, cual si fuera igual suyo. Unos y otros lo maltrataron, dándole
puñadas, rempujones y coces, haciéndole mil ignominiosas afrentas con que se vengaban del
rendido. ¡Qué cosa fea y torpe, sólo de semejantes villanos usada como propria!
»¿Qué os parece tal desgracia? ¿Cómo la sentiría la que adoraba su sombra? Esto por una
parte; heridos y muertos de la otra, y su honra en medio. Que habiendo de saber don Luis el caso,
forzoso preguntaría lo que buscaba Ambrosio en el aldea. En esta confusión sacó de la necesidad
consejo. Prevínose de una carta y cerrada la metió en un cofrecillo suyo, para cuando viniese don
Luis hacer con ella su descargo.
»Ya era el otro día amanecido y la gente no sosegaba. Habían enviado a la ciudad a dar noticia
del caso, para que se hiciese la información. Y venido el escribano, comenzaron a examinar testigos.
Acudió mucho número dellos, aun sin ser llamados, que los malos para el mal se convidan ellos
mismos y se hacen amigos los enemigos. Unos juraron que con Ozmín venían seis o siete; otros que
salieron de casa de don Luis y que de la ventana dijeron: «¡Matálos, matálos!»; otros que estando
los del pueblo seguros y quietos, les acometieron; otros que los fueron a sacar de sus casas con
desafío; sin haber hombre que jurase verdad.
»Líbreos Dios de villanos, que son tiesos como encinas y de su misma calidad. El fruto dan a
palos, y antes dejarán arrancarse de cuajo por la raíz, quedando destruidos y sus haciendas asoladas,
que dejarse doblar un poco. Y sin dan en perseguir, serán perjuros mil veces en lo que no les
importa una paja, sino sólo hacer mal. Y es lo malo y peor que piensan los desdichados que así se
salvan y por maravilla se confiesan de aquella ponzoña.
»Las muertes y heridas quedaron averiguadas y el hombre cargado de hierro a buen recaudo.
Don Luis, cuando lo supo, fue a la aldea; informóse de su hija; díjole lo pasado de la manera que
había sido. Preguntóselo a Daraja: díjole lo mismo y que ella envió a llamar a Ambrosio para darle
una carta que encaminase a Granada y, antes que le pudiera llegar a hablar, lo habían apedreado
estas dos noches, de modo que, sin habérsela dado, se le había quedado escrita.
»Don Luis le pidió se la enseñase para ver qué podría enviar a decir y a sus escusas ella hizo
como que le pesaba de darla. No fue necesario rogárselo mucho, pues otra cosa no deseaba, y,
sacándola de donde la tenía, dijo:
»-Doyla, porque se entienda mi verdad y no se sospeche que escribo cosas dignas de
esconderse.
»Don Luis la tomó y, queriéndola leer, vio que estaba en arábigo y no supo. Buscó después
quien la leyese, y lo que iba escrito era decir a su padre el cuidado en que vivía por saber de su
salud, que ella la tenía; y si el deseo de verle no lo impidiera, estaba la más contenta y acariciada de
don Luis que ninguno de sus hijos; y así le suplicaba que, en reconocimiento desta cortesía y buen
hospedaje, lo regalasen con un presente.
»Como en semejantes alborotos las dicciones crecen y cada uno canoniza su presunción según
se le antoja, murmuraban de don Luis y de la gente de su casa. A él se le subía la mostaza en las
narices; mas, como caballero cuerdo, tuvo a mejor disimular con algo y volver a la ciudad su casa y
gente.
»Cuando sucedieron estas cosas, ya Granada se había rendido con los partidos que sabemos por
las historias y aún oímos a nuestros padres. Entre los nobles que en ella quedaron fueron los dos
consuegros, Alboacén, padre de Ozmín, y el alcaide de Baza. Ambos pidieron el baptismo,
deseando ser cristianos; y siéndolo, el alcaide suplicó a los reyes le diesen licencia para ver a
Daraja, su hija. Siéndole otorgada, dijeron que le mandarían avisar cómo y cuándo sería. Alboacén,
creyendo que su hijo sería muerto o cautivo, hizo muchas diligencias para informarse donde
pudieran darle alguna nueva; mas nunca descubrió rastro suyo. Estaba tan triste por ello cuanto lo
pedía pérdida de tal hijo, solo, de padres principales y ricos. No lo sentía menos el alcaide, pues por
tan su verdadero hijo lo tenía como proprio padre, y por lo que Daraja sentiría cuando le diesen tan
pesarosas nuevas.
»Los reyes por su parte enviaron a Sevilla su mandado y que luego don Luis partiese adonde
estaban y trajese consigo a Daraja, con el respeto que dél confiaban. Vistas las cartas y entendida
esta orden, ella quedó fuera de sí, por serle forzoso en esta ocasión hacer ausencia, sin saber el fin
que había de tener y el estrecho en que dejaba el preso.
»Hallóse confusa, imaginativa y triste, llamándose mil veces desdichada sobre la misma
desdicha y la más lastimada de todas las mujeres. Queriendo atropellarlo todo y perder con su
esposo la vida, estuvo perpleja y casi determinada de hacer un atrocísimo yerro, en señal del casto y
verdadero amor que a Ozmín tenía; mas era de buen juicio, y corrigiendo sus crueles imaginaciones,
volviendo sobre sí determinó fiar sus desdichas en manos de Fortuna, su enemiga, esperando el fin
que les daba. Pues el último mal era la muerte, no quiso desesperarse. Mas no pudo la presa del
sufrimiento resistir un mar de lágrimas que le reventó de los ojos. Todos creyeron era de alegría de
volver a su natural y engañábanse todos. Cada uno la alentaba y alguno no la consolaba.
»Llegó don Rodrigo a despedirse della, y con el rostro bañado de las cristalinas corrientes de
aquellos divinos ojos, le dijo tales palabras:
»-Bien pudiera, señor don Rodrigo, persuadiros con abundancia de razones a las obras que de
vos en esta ocasión pretendo, y de suyo es cosa tan justa, que ni puedo dejar de pedirla ni vos de
concedérmela, por la mucha parte que tenéis en ella. Ya sabéis la obligación de hacer bien a cuanto
nos estreche, si como ley natural divina con todos habla y no hay bárbaro que la ignore. Esta tiene
tanta fuerza cuantas más razones se le allegan, entre las cuales una principal y no pequeña es a los
que dimos nuestro pan, y bastara para que, correspondiendo a quien sois, no fuera mi intercesión
necesaria. Mas lo que quiero con ella pediros es que, como sabéis, Ambrosio fue criado de vuestros
padres y de los míos. Tenémosle por ello particular deuda, y yo mayor, habiéndolo puesto por mi
culpa en la pena que padece, no teniendo él en ello causa suya más de mi proprio interese. De mi
mano está puesto en el peligro de que estoy hecha cargo. Si librarme queréis dél, si deseastes mi
gusto, si pretendéis obligarme al vuestro para que siempre quede agradecida, será que, cargando
sobre vuestro cuidado mi proprio deseo, acudáis a su libertad, que es la mía, con las veras que os lo
suplico. Don Luis, mi señor, antes que de aquí comigo parta, hará su posible diligencia con sus
amigos y deudos, para que los unos ayudados de los otros, en su ausencia me saquen libre desta
deuda...
»Don Rodrigo se lo prometió, y así se partieron. Como la pobre señora dejaba en tanto riesgo a
su querido esposo, sentía su pena, y tanto más cuanto más dél se alejaba, de manera que cuando a
Granada llegó, no parecía ser ella. Lleváronla luego a palacio, donde será bien que la dejemos y
volvamos al preso, a quien don Rodrigo favorecía con el ánimo que si fuera su hermano.
»Don Alonso, como escapó lastimado en los pechos, acostóse mal dispuesto; pero en sabiendo
que habían traído el preso a Sevilla, se levantó y sin sosegar momento solicitaba el pleito cual si
fuera suyo mismo. Mas, como las partes acusasen y fuesen mal intencionados los actores, los
muertos y heridos muchos, no lo pudieron defender que no fuese condenado a horca pública.
»Don Rodrigo se enojó de que a su padre y a él se perdiera el respeto, ahorcando sin culpa su
criado. Por otra parte, don Alonso defendía, diciendo no permitirse ni poder ser ahorcado un
caballero de noble sangre, tal como Jaime Vives, amigo suyo, que, cuando el delito fuera mayor, la
distancia de las calidades le salvara la vida, y en especial de muerte de horca, y debiera ser
degollado.
»La justicia quedó confusa, sin saber qué fuera el caso. Don Rodrigo lo llama criado y don
Alonso amigo; don Rodrigo defiende pidiendo por Ambrosio, y alega don Alonso por Jaime Vives,
caballero natural de Zaragoza, que en las fiestas de toros hizo las dos suertes de que toda la ciudad
era testigo; y en la justa, siéndole padrino, derribó al un mantenedor, señalando valerosamente su
persona. Era la diferencia tanta, los apellidos tan contrarios, las calidades alegadas tan distantes, que
para salir desta duda se resolvieron los jueces en tomar su declaración.
»Preguntáronle si era caballero. Respondió ser noble, de sangre real; pero no llamarse
Ambrosio ni Jaime Vives. Pídenle que diga su nombre y califique su persona. Respondió que no por
descubrirse escusara la pena y que, habiendo de morir indubitablemente, no era necesario decirlo ni
de importancia padecer una ni otra muerte. Rogáronle dijese si había sido el que don Alonso decía
que tan señalado anduvo en los toros y justa. Respondió ser así, pero no tenía los nombres que
decían.
»Y como tan de veras negase su linaje, pareciéndoles hombre de calidad, fuéronse deteniendo
algo con él para verificar quién fuese y por qué los dos caballeros lo defendían y en general toda la
ciudad deseaba su libertad y le estaban apasionados.
»Con esto despacharon a Zaragoza que se averiguara la verdad y supiera su nacimiento; mas
habiéndose gastado algunos días en ello y hecho muchas diligencias, no se descubrió quien dél
diese noticia ni supiera quién pudiera ser el caballero de su nombre ni señas. Traído este mal
despacho, aunque le importunaron sus amigos y la justicia le requirió diversas veces que se
calificara, jamás lo quiso hacer ni fue posible. Así pasados los términos, los jueces, muy contra su
voluntad, condolidos de tanta mocedad y valentía, no pudiendo dejar de hacer justicia, siendo con
importunación pedida de los contrarios, confirmaron la sentencia.
»Daraja ni sus padres no dormían en cuanto esto pasaba, que ya tenían hecha relación a sus
Altezas de todo el caso y estaban informados de la verdad. Dábanseles memoriales por momentos.
Daraja personalmente solicitaba la vida de su esposo, pidiéndola de merced y nada se respondía;
pero secretamente despacharon luego a don Luis con su real provisión a las justicias, para que, en el
estado que aquel pleito estuviese, originalmente con el preso se lo entregasen, que así convenía a su
servicio.
»Don Luis partió con mucha diligencia, como le fue mandado, y la pobre Daraja, padre y
suegro, se deshacían en lágrimas considerando la priesa que la justicia se daría en despachar al
pobre caballero y que a sus peticiones y merced suplicada se respondiese con tanto espacio. No
sabían qué decir de dilación semejante, sin darles alguna buena ni mala respuesta ni esperanza.
Causábales mucha pena, no alcanzaban lance con que remediarlo ni lo habían dejado por intentar,
porque temían sobre todo el peligro en la tardanza.
»En cuanto en esto vacilaban, ya -como dije don Luis caminaba muy apriesa y con mucho
secreto. Él entraba por las puertas de Sevilla; Ozmín salía por las de la cárcel a ser justiciado. Las
calles y plazas por donde lo pasaban estaban llenas de gente, todo el lugar con gran alboroto. No
había persona que no llorase, viendo un mancebo tan de buen talle y rostro, valiente y bienquisto
por los famosos hechos que públicamente hizo; y mayor dolor ponía que moría sin querer confesar.
Todos creían lo hacía por escapar o dilatar la vida. Mas palabra no hablaba ni tristeza mostraba en el
rostro; antes con semblante casi risueño iba mirando a todos. Paráronse con él un poco para
persuadirlo a que confesase y no quisiese así perder el alma con el cuerpo; a nada respondía y a
todo callaba.
»Estando así todos en esta confusión y la ciudad esperando el espectáculo triste, llegó don
Luis, apartando la gente, para impedir la ejecución. Los alguaciles creyeron era resistencia; pero
con el temor que le tenían, por ser arriscado y poderoso caballero, desamparando a Ozmín, con gran
alboroto fueron a dar cuenta de lo pasado a sus mayores. Ellos venían a saber qué pudiera causar
desacato semejante. Salióles don Luis al encuentro con el preso. Enseñóles la orden y recaudo de
los reyes, que con gran gusto fue dellos obedecida, y con mucho acompañamiento de todos los
caballeros de aquella ciudad y común alegría della llevaron a Ozmín a casa de don Luis, haciendo
aquella noche una galana máscara poniendo muchas hachas y luminarias en calles y ventanas por el
general contento. Y en señal de regocijo quisieran hacer fiestas públicas aquellos días, porque se
supo entonces quién era; mas don Luis no dio lugar a ello, que, guardando la instrución, se partió
con el preso luego por la mañana, llevándolo muy regalado.
»Habiendo llegado a Granada, lo tuvo consigo secretamente algunos días, hasta que sus Altezas
le mandaron lo llevase a palacio. Cuando lo pusieron en su presencia, holgaron de verlo; y
teniéndolo ante sí, mandaran salir a Daraja. Viéndose los dos en lugar semejante y tan ajenos dello,
podrás por tu pecho ser juez de la no pensada alegría que recibieron y lo que cada uno dellos
pudiera sentir. La reina se adelantó, diciéndoles cómo sus padres eran cristianos, aunque ya Daraja
lo sabía. Pidióles que, si ellos lo querían ser, les haría mucha merced; mas que el amor ni temor los
obligase, sino solamente el de Dios y de salvarse, porque de cualquier manera, desde aquel punto se
les daba libertad para que de sus personas y hacienda dispusiesen a su voluntad.
»Ozmín quisiera responder por todas las coyunturas de su cuerpo, haciéndose lenguas con que
rendir las gracias de tan alto beneficio, y, diciendo que quería ser baptizado, pidió lo mismo en
presencia de los reyes a su esposa. Daraja, que los ojos no había quitado de su esposo, teniéndolos
vertiendo suaves lágrimas, volviéndolos entonces con ellas a los reyes, dijo que, pues la divina
voluntad había sido darles verdadera luz trayéndolos a su conocimiento por tan ásperos caminos,
estaba dispuesta de verdadero corazón a lo mesmo y a la obediencia de los reyes, sus señores, en
cuyo amparo y reales manos ponía sus cosas.
»Así fueron baptizados, llamándolos a él Fernando y a ella Isabel, según sus Altezas, que
fueron los padrinos de pila y luego a pocos días de sus bodas, haciéndoles cumplidas mercedes en
aquella ciudad, adonde habitaron y tuvieron ilustre generación.»
Con gran silencio veníamos escuchando aquesta historia, cuando llegamos a vista de Cazalla,
que pareció haberla medido al justo, aunque más dilatada y con alma diferente nos la dijo de lo que
yo la he contado. El arriero -que estuvo mudo desde que se comenzó, aunque todos también lo
veníamos- ya habló y lo primero fue decir:
-Ea, señores, apéense, que he de ir por esta senda a los lagares.
Y a mí me dijo:
-¿Y el señor mancebito? Hagamos cuenta.
Aún este trago me quedaba por pasar -dije entre mí-, porque creí haber sido amistad lo pasado.
Cortéme, no supe qué responder otra cosa más de preguntarle qué le debía.
-Por la caballería de nueve leguas, deme lo que mandare, como estos señores. La mesa y
posada montó tres reales.
Hízoseme caro el vientre del machuelo. Demás que para pagarlo no había dinero. Díjele:
-Hermano, lo del escote veislo aquí; pero la caballería no la debo, que vos me convidastes con
ella sin pedírosla.
-Aun eso sería el diablo si quisiese haber venido caballero de balde -volvió a replicar.
Comenzamos a barajar sobre ello, pusiéronse los clérigos de por medio, condenáronme que
pagase la cebada de mi jumento de aquella noche; paguéla y hice balance de cuenta con la bolsa, sin
dejar en ella más de veinte maravedís, con que me ajusté aquella noche. El mozo se fue a su
hacienda; los clérigos y yo entramos en Cazalla, donde nos despedimos, yéndose cada uno por su
parte.
LOPE DE VEGA
EL ARTE NUEVO DE HACER COMEDIAS EN ESTE TIEMPO
(Dirigido a la Academia de Madrid)
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Mándanme, ingenios nobles, flor de España,
que en esta junta y Academia insigne,
en breve tiempo excederéis no sólo
a las de Italia, que envidiando a Grecia,
ilustró Cicerón del mismo nombre,
junto al Averno lago, sino Atenas,
adonde en su platónico Liceo,
se vio tan alta junta de filósofos,
que un arte de comedias os escriba
que al estilo del vulgo se reciba.
Fácil parece este sujeto, y fácil
fuera para cualquiera de vosotros
que ha escrito menos de ellas, y más sabe
del arte de escribirlas y de todo,
que lo que a mí me daña en esta parte
es haberlas escrito sin el arte.
No porque yo ignorase los preceptos,
gracias a Dios, que ya tirón gramático
pasé los libros que trataban de esto
antes que hubiese visto al sol diez veces
discurrir desde el Aries a los Peces.
Mas porque en fin, hallé que las comedias
estaban en España en aquel tiempo,
no como sus primeros inventores
pensaron que en el mundo se escribieran,
mas como las trataron muchos bárbaros
que enseñaron el vulgo a sus rudezas.
Y así introdujeron de tal modo
que quien con arte agora las escribe
muere sin fama y galardón, que puede
entre los que carecen de su lumbre
mas que razón y fuerza la costumbre.
Verdad es que yo he escrito algunas veces
siguiendo el arte que conocen pocos,
mas luego que salir por otra parte
veo los monstruos de apariencias llenos
adonde acude el vulgo y las mujeres
que este triste ejercicio canonizan,
a aquel hábito bárbaro me vuelvo,
y cuando he de escribir una comedia,
encierro los preceptos con seis llaves,
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saco a Terencio y Plauto de mi estudio
para que no me den voces, que suele
dar gritos la verdad en libros mudos,
y escribo por el arte que inventaron
los que el vulgar aplauso pretendieron
porque como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto.
Ya tiene la comedia verdadera
su fin propuesto como todo género
de poema o poesis, y este ha sido
imitar las acciones de los hombres,
y pintar de aquel siglo las costumbres:
También cualquiera imitación poética
se hace de tres cosas, que son, plática,
verso dulce, armonía y la música,
que en esto fue común con la tragedia,
sólo diferenciándola en que trata
las acciones humildes y plebeyas,
y la tragedia las reales y altas.
Mirad si hay en las nuestras pocas faltas.
Acto fueron llamadas, porque imitan
las vulgares acciones y negocios,
Lope de Rueda fue en España ejemplo
de estos preceptos y hoy se ven impresas
sus comedias de prosa tan vulgares
que introduce mecánicos oficios,
y el amor de una hija de un herrero,
de donde se ha quedado la costumbre
de llamar entremeses las comedias
antiguas, donde está en su fuerza el arte
siendo una acción, y entre plebeya gente,
porque entremés de rey jamás se ha visto,
y aquí se ve que el arte por bajeza
de estilo vino a estar en tal desprecio,
y el rey en la comedia para el necio.
Aristóteles pinta en su Poética
(puesto que escuramente su principio)
la contienda de Atenas, y Megara
sobre cuál de ellos fue inventor primero
los megarenses dicen que Epicarmo,
aunque Atenas quisiera que Magnetes,
Elio Donato dice que tuvieron
principio en los antiguos sacrificios;
da por autor de la tragedia Tespis,
siguiendo a Horacio que lo mismo afirma,
como de las comedias a Aristófanes,
Homero a imitación de la Comedia
la Odiséa compuso, mas la Ilíada
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de la tragedia fue famoso ejemplo,
a cuya imitación llamé epopeya
a mi Jerusalén y añadí trágica
y así a su Infierno, Purgatorio y Cielo
del célebre poeta Dante Aligero
llaman Comedia todos comunmente
y el Maneto en su prólogo lo siente.
Ya todos saben qué silencio tuvo
por sospechosa un tiempo la comedia,
y que de allí nació también la sátira
que siendo más crüel cesó más presto,
y dio licencia a la comedia nueva.
Los coros fueron los primeros luego
de las figuras se introdujo el número,
pero Menandro a quién siguió Terencio
por enfadosos despreció los coros.
Terencio fue más visto en los preceptos,
pues que jamás alzó el estilo cómico
a la grandeza trágica, que tantos
reprehendieron por vicioso en Plauto
porque en esto Terencio fue más cauto.
Por argumento, la tragedia tiene
la historia y la comedia el fingimiento,
por esto fue llamada planipedia
del argumento humilde pues la hacía
sin coturno y teatro el recitante.
Hubo comedias paliatas, mimos,
togatas, atelanas, tabernarias,
que también eran como agora varias.
Con ática elegancia los de Atenas
reprehendían vicios y costumbres
con las comedias y a los dos autores
del verso, y de la acción daban sus premios.
Por eso Tulio las llamaba espejo
de las costumbres, y una viva imagen
de la verdad, altísimo atributo,
en que corre parejas con la historia;
mirad si es digna de corona y gloria.
Pero ya me parece estáis diciendo,
que es traducir los libros y cansaros
pintaros esta máquina confusa.
Creed que ha sido fuerza que os trujese
a la memoria algunas cosas de éstas,
porque veáis que me pedís que escriba
arte de hacer comedias en España
donde cuánto se escribe es contra el arte;
y que decir como serán agora
contra el antiguo y qué en razón se funda
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es pedir parecer a mi experiencia,
no al arte porque el arte verdad dice
que el ignorante vulgo contradice.
Si pedís arte, yo os suplico, ingenios,
que leáis al doctísimo Utinense
Robortelo, y veréis sobre Aristóteles
ya parte en lo que escribe de comedia
cuánto por muchos libros hay difuso,
que todo lo de agora está confuso,
Si pedís parecer de las que agora
están en posesión, y que es forzoso
que el vulgo con sus leyes establezca
la vil quimera deste monstruo cómico,
diré [el] que tengo, y perdonad, pues debo
obedecer a quién mandarme puede,
que dorando el error del vulgo quiero
deciros de qué modo las querría,
ya que seguir el arte no hay remedio
en estos dos extremos dando un medio.
Elíjase el sujeto y no se mire,
(perdonen los preceptos) si es de reyes
aunque por esto entiendo que el prudente
Felipe, rey de España y señor nuestro,
en viendo un rey, en ella[s] se enfadaba,
o fuese el ver que al arte contradice,
o que la autoridad real no debe
andar fingida entre la humilde plebe.
Esto es volver a la comedia antigua
donde vemos que Plauto puso dioses
como en su Anfitrión lo muestra Jupiter.
Sabe Dios que me pesa de aprobarlo,
porque Plutarco hablando de Menandro
no siente bien de la comedia antigua,
mas pues del arte vamos tan remotos
y en España le hacemos mil agravios;
cierren los doctos esta vez los labios.
Lo trágico y lo cómico mezclado,
y Terencio con Séneca, aunque sea
como otro Minotauro de Pasife
harán grave una parte, otra ridícula,
que aquesta variedad deleita mucho.
Buen ejemplo nos da naturaleza,
que por tal variedad tiene belleza.
Adviértase que sólo este sujeto
tenga una acción, mirando que la fábula
de ninguna manera sea episódica,
quiero decir inserta de otras cosas,
que del primero intento se desvíen,
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ni que de ella se pueda quitar miembro
que del contexto no derriba el todo.
No hay que advertir que pase en el período
de un sol, aunque es consejo de Aristóteles
porque ya le perdimos el respeto,
cuando mezclamos la sentencia trágica
a la humildad de la bajeza cómica.
Pase en el menos tiempo que ser pueda,
si no es cuando el poeta escriba historia
en que hayan de pasar algunos años,
que estos podrá poner en las distancias
de los dos actos, o si fuere fuerza
hacer algún camino una figura,
cosa que tanto ofende quien lo entiende,
pero no vaya a verlas quien se ofende.
¡O, cuántos de este tiempo se hace cruces
de ver que han de pasar años en cosa
que un día artificial tuvo de término!
Que aun no quisieron darle el Matemático;
porque, considerando que la cólera
de un español sentado no se templa
si no le representan en dos horas,
hasta el final jüicio desde el Génesis,
yo hallo que si allí se ha de dar gusto,
con lo que se consigue es lo más justo.
El sujeto elegido escriba en prosa
y en tres actos de tiempo le reparta
procurando si puede en cada uno
no interrumpir el término del día.
El Capitán Virués, insigne ingenio,
puso en tres actos la comedia, que antes
andaba en cuatro, como pies de niño
que eran entonces niñas las comedias.
Y yo las escribí de once y doce años
de a cuatro actos y de a cuatro pliegos
porque cada acto un pliego contenía.
Y era que entonces en las tres distancias
se hacían tres pequeños entremeses,
y agora apenas uno, y luego un baile,
aunque el baile le es tanto en la comedia
que le aprueba Aristóteles, y tratan
Ateneo Platón, y Xenofonte
puesto que reprehende el deshonesto;
y por esto se enfada de Calípides,
con que parece imita el coro antiguo.
Dividido en dos partes el asunto,
ponga la conexión desde el principio
hasta que va ya declinando el paso;
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pero la solución no la permita
hasta que llegue a la postrera escena;
porque en sabiendo el vulgo el fin que tiene,
vuelve el rostro a la puerta y las espaldas
al que esperó tres horas cara a cara;
que no hay más que saber que en lo que para.
Quede muy pocas veces el teatro
sin persona que hable, porque el vulgo
en aquellas distancias se inquïeta,
y gran rato la fábula se alarga;
que, fuera de ser esto un grande vicio,
aumenta mayor gracia y artificio.
Comience pues y con lenguaje casto;
no gaste pensamientos ni conceptos
en las cosas domésticas, que sólo
ha de imitar de dos o tres la plática;
mas cuando la persona que introduce
persüade, aconseja, o disüade,
allí ha de haber sentencias y conceptos,
porque se imita la verdad sin duda,
pues habla un hombre en diferente estilo
del que tiene vulgar cuando aconseja,
persüade o aparta alguna cosa.
Diónos ejemplo Arístides retórico,
porque quiere que el cómico lenguaje
sea puro, claro, fácil, y aún añade
que se tome del uso de la gente,
haciendo diferencia al que el político;
porque serán entonces las dicciones
espléndidas, sonoras y adornadas.
No trai[g]a la escritura, ni el lenguaje
ofenda con vocablos exquisitos,
porque si ha de imitar a los que hablan,
no ha de ser por pancayas, por metauros,
hipogrifos, semones y centauros.
Si hablare el rey, imite cuanto pueda
la gravedad real; si el viejo hablare
procure una modestia sentenciosa;
describa los amantes con afectos
que muevan con extremo a quien escucha;
los [soliloquios] pinte de manera
que se transforme todo el recitante,
y con mudarse a sí, mude al oyente.
Pregúntese y respóndase a sí mismo,
y si formare quejas, siempre guarde
el divino decoro a las mujeres.
Las damas no desdigan de su nombre.
Y si mudaren traje, sea de modo
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que pueda perdonarse, porque suele
el disfraz varonil agradar mucho.
Guárdese de imposibles, porque es máxima
que sólo ha de imitar lo verosímil.
El lacayo no trate cosas altas,
ni diga los conceptos que hemos visto
en algunas comedias extranjeras;
y, de ninguna suerte, la figura
se contradiga en lo que tiene dicho.
Quiero decir, se olvide, como en Sófocles
se reprehende no acordarse édipo
del haber muerto por su mano a Layo.
Remátense las escenas con sentencia,
con donaire, con versos elegantes,
de suerte que al entrarse el que recita
no deje con disgusto el auditorio.
En el acto primero ponga el caso,
en el segundo enlace los sucesos
de suerte que hasta el medio del tercero
apenas juzgue nadie en lo que para.
Engañe siempre el gusto, y donde vea
que se deja entender alguna cosa
de muy lejos de aquello que promete.
Acomode los versos con prudencia
a los sujetos de que va tratando.
Las décimas son buenas para quejas;
el soneto está bien en los que aguardan;
las relaciones piden los romances,
aunque en octavas lucen por extremo.
Son los tercetos para cosas graves,
y para las de amor, las redondillas.
Las figuras retóricas importan
como repetición, o anadiplosis,
y en el principio de los mismos versos,
aquellas relaciones de la anáfora,
las ironías, y adubitaciones,
apóstrofes también y exclamaciones.
El engañar con la verdad es cosa
que ha parecido bien, como [lo] usaba
en todas sus comedias Miguel Sánchez,
digno por la invención de esta memoria.
Siempre el hablar equívoco ha tenido
y aquella incertidumbre anfibológica
gran lugar en el vulgo, porque piensa
que él sólo entiende lo que el otro dice.
Los casos de la honra son mejores,
porque mueven con fuerza a toda gente,
con ellos las acciones virtüosas,
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que la virtud es dondequiera amada;
pues que vemos, si acaso un recitante
hace un traidor, es tan odioso a todos
que lo que va a comprar no se lo vende,
y huye el vulgo de él cuando le encuentra.
Y si es leal, le prestan y convidan,
y hasta los principales le honran y aman,
le buscan, le regalan y le aclaman.
Tenga cada acto cuatro pliegos solos,
que doce están medidos con el tiempo,
y la paciencia de él que está escuchando.
En la parte satírica no sea
claro ni descubierto, pues que sabe,
que por ley se vedaron las comedias
por esta causa en Grecia y en Italia.
Pique sin odio, que si acaso infama,
ni espere aplauso ni pretenda fama.
éstos podéis tener por aforismos,
los que del arte no tratáis antiguo
que no da más lugar agora el tiempo;
pues lo que les compete a los tres géneros
del aparato que Vitrubio dice,
toca al autor como Valerio Máximo
Pedro Crinito, Horacio en sus Epístolas,
y otros los pintan con sus lienzos y árboles,
cabañas, casas y fingidos mármoles.
Los trajes nos dijera Julio Póllux,
si fuera necesario, que en España
es de las cosas bárbaras que tiene
la comedia presente recibidas,
sacar un turco un cuello de cristiano,
y calzas atacadas un romano.
Mas ninguno de todos llamar puedo
más bárbaro que yo, pues contra el arte
me atrevo a dar preceptos, y me dejo
lle[v]ar de la vulgar corriente adonde
me llamen ignorante Italia, y Francia.
Pero, ¿qué puedo hacer si tengo escritas
con una que he acabado esta semana
cuatrocientas y ochenta y tres comedias?
Porque fuera de seis, las demás todas
pecaron contra el arte gravemente.
Sustento en fin lo que escribí, y conozco
que aunque fueran mejor de otra manera,
no tuvieran el gusto que han tenido
porque a veces lo que es contra lo justo
por la misma razón deleita el gusto.
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Humana cur sit speculum comedia vitae
qua ve ferat juveni, commoda quae ve seni
quid praeter lepidosque sales, excultaque verba
et genus eloqui ipurius inde petas
quae gravia in mediis ocurrant lusibus, et quam
jucundis passim seria mixta iocis,
quam sint fallaces servi, quam improba semper
fraudeque et omni genis foemina plena dolis
quam miser infelix stultus, et ineptus amator
quam vix succedant quae bene coepta putes.
Oye atento, [y] del arte no disputes,
que en la comedia se hallará de modo
que oyéndola se pueda saber todo.
FIN
EL CABALLERO DE OLMEDO
Lope de Vega
Personas que hablan en ella:
Don ALONSO, caballero
Don RODRIGO
Don FERNANDO
Don PEDRO
El REY don Juan, el II
El CONDESTABLE
TELLO, criado gracioso
Doña INÉS, dama
Doña LEONOR
ANA, criada
FABIA, vieja hechicera y alcahueta
MENDO
Un LABRADOR
Una SOMBRA
CRIADOS
ACOMPAÑAMIENTO
GENTE
ACTO PRIMERO
Sale don ALONSO
ALONSO:
Amor, no te llame amor
el que no te corresponde,
pues que no hay materia adonde
no imprima forma el favor.
Naturaleza, en rigor,
conservó tantas edades
correspondiendo amistades;
que no hay animal perfeto
si no asiste a su conceto
la unión de dos voluntades.
De los espíritus vivos
de unos ojos procedió
este amor, que me encendió
con fuegos tan excesivos.
No me miraron altivos,
antes, con dulce mudanza,
me dieron tal confïanza,
que, con poca diferencia,
pensando correspondencia,
engendra amor esperanza.
Ojos, si ha quedado en vos
de la vista el mismo efeto,
amor vivirá perfeto,
pues fue engendrado de dos;
pero si tú, ciego dios,
diversas flechas tomaste,
no te alabes que alcanzaste
la victoria que perdiste
si de mí solo naciste,
pues imperfeto quedaste.
Salen TELLO, criado, y FABIA
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
FABIA:
ALONSO:
FABIA:
ALONSO:
FABIA:
ALONSO:
FABIA:
ALONSO:
FABIA:
¿A mí, forastero?
A ti.
Debe pensar que yo
soy perro de muestra.
No.
¿Tiene alguna achaque?
Sí.
¿Qué enfermedad tiene?
Amor.
Amor, ¿de quién?
Allí está,
y él, Fabia, te informará
de lo que quiere mejor.
Dios guarde tal gentileza.
Tello, ¿es la madre?
La propia.
¡Oh, Fabia! ¡Oh, retrato! ¡Oh, copia
de cuanto naturaleza
puso en ingenio mortal!
¡Oh, peregrino doctor,
y para enfermos de amor
Hipócrates celestial!
Dame a besar la mano,
honor de las tocas, gloria
del monjil.
La nueva historia
de tu amor cubriera en vano
vergüenza o respeto mío;
que ya en tus caricias veo
tu enfermedad.
Un deseo
es dueño de mi albedrío.
El pulso de los amantes
es el rostro. Aojado estás.
¿Qué has visto?
Un ángel.
¿Qué más?
Dos imposibles bastantes,
Fabia, a quitarme el sentido;
que es dejarla de querer
y que ella me quiera.
Ayer
te vi en la feria perdido
tras una cierta doncella,
que en forma de labradora
encubría el ser señora,
no el ser tan hermosa y bella;
que pienso que doña Inés
es de Medina la flor.
Acertaste con mi amor;
esa labradora es
fuego que me abrasa y arde.
Alto has picado.
ALONSO:
FABIA:
ALONSO:
Es deseo
de su honor.
Así lo creo.
Escucha, así Dios te guarde.
Por la tarde salió Inés
a la feria de Medina,
tan hermosa que la gente
pensaba que amanecía;
rizado el cabello en lazos,
que quiso encubrir la liga,
porque mal caerán las almas
si ven las redes tendidas.
Los ojos, a lo valiente,
iban perdonando vidas,
aunque dicen los que deja
que es dichoso a quien la quita.
Las manos haciendo tretas,
que como juego de esgrima
tiene tanta gracia en ellas,
que señala las heridas.
Las valonas esquinadas
en manos de nieve viva;
que muñecas de papel
se han de poner en esquinas.
Con la caja de la boca
allegaba infantería,
porque sin ser capitán,
hizo gente por la villa.
Los corales y las perlas
dejó Inés, porque sabía
que las llevaban mejores
los dientes y las mejillas.
Sobre un manteo francés
una verdemar basquiña,
porque tenga en otra lengua
de su secreto la cifra.
No pensaron las chinelas
llevar de cuantos la miran
los ojos en los listones,
las almas en las virillas.
No se vio florido almendro
como toda parecía;
que del color natural
son las mejores pastillas.
Invisible fue con ella
el amor, muerto de risa
de ver, como pescador,
los simples peces que pican.
Unos le ofrecieron sartas,
y otros arracadas ricas;
pero en oídos de áspid
no hay arracadas que sirvan.
Cuál da a su garganta hermosa
el collar de perlas finas;
pero como toda es perla,
poco las perlas estima;
yo, haciendo lengua los ojos,
FABIA:
ALONSO:
solamente le ofrecía
a cada cabello un alma,
a cada paso una vida.
Mirándome sin hablarme,
parece que me decía,
"No os vais, don Alonso, a Olmedo,
quedaos agora en Medina."
Creí me esperanza, Fabia;
salió esta mañana a misa,
ya con galas de señora,
no labradora fingida.
Si has oído que el marfil
del unicornio santigua
las aguas, así el cristal
de un dedo puso en la pila.
Llegó mi amor basilisco,
y salió del agua misma
templado el veneno ardiente
que procedió de su vista.
Miró a su hermana, y entrambas
se encontraron en la risa,
acompañando mi amor
su hermosura y mi porfía.
En una capilla entraron;
yo, que siguiéndolas iba,
entré imaginando bodas.
¡Tanto quien ama imagina!
Vime sentenciado a muerte,
porque el amor me decía,
"Mañana mueres, pues hoy
te meten en la capilla."
En ella estuve turbado;
ya el guante se me caía,
ya el rosario, que los ojos
a Inés iban y venías.
No me pagó mal. Sospecho
que bien conoció que había
amor y nobleza en mí;
que quien no piensa no mira,
y mirar sin pensar, Fabia,
es de ignorantes, y implica
contradicción que en un ángel
faltase ciencia divina.
Con este engaño, es efecto,
le dije a mi amor que escriba
este papel; que si quieres
ser dichosa y atrevida
hasta ponerle en sus manos,
para que mi fe consiga
esperanzas de casarme,
tan en esto amor me inclina,
el premio será un esclavo
con una cadena rica,
encomienda de esas tocas,
de mal casadas envidia.
Yo te he escuchado.
¿Y qué sientas?
FABIA:
TELLO:
FABIA:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
ALONSO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
Que a gran peligro te pones.
Excusa, Fabia, razones,
si no es que por dicha intentes
como diestro cirujano,
hacer la herida mortal.
Tello, con industria igual
pondré el papel en su mano,
aunque me cueste la vida,
sin interés, porque entiendas
que, donde hay tan altas prendas,
sola yo fuera atrevida.
Muestra el papel. (Que primero Aparte
lo tengo de aderezar.)
¿Con qué te podré pagar
la vida, el alma que espero,
Fabia, de esas santas manos?
¿Santas?
¿Pues, no, si han de hacer
milagros?
De Lucifer.
Todos los medios humanos
tengo de intentar por ti,
porque el darme esa cadena
no es cosa que me da pena,
con confïada nací.
¿Qué te dice el memorial?
Ven, Fabia, ven, madre honrada,
porque sepas mi posada.
Tello...
Fabia...
No hables mal;
que tengo cierta morena
de extremado talle y cara.
Contigo me contentara
si me dieras la cadena.
Vanse. Salen doña INÉS y doña LEONOR
INÉS:
LEONOR:
INÉS:
LEONOR:
Y todos dicen, Leonor
que nace de las estrellas.
De manera que sin ellas
¿no hubiera en el mundo amor?
Dime tú; si don Rodrigo
ha que me sirve dos años,
y su talle y sus engaños
son nieve helada conmigo,
y en el instante que vi
este galán forastero,
me dijo el alma, "Éste quiero."
Y yo lo dije, "Sea ansí."
¿Quién concierta y desconcierta
este amor y desamor?
Tira como ciego Amor,
yerra mucho, y poco acierta.
Demás, que negar no puedo,
aunque es de Fernando amigo
tu aborrecido Rodrigo,
INÉS:
LEONOR:
por quien obligada quedo
a intercederte por él,
que el forastero es galán.
Sus ojos causa me dan
para ponerlos en él,
pues pienso que en ellos vi
el cuidado que me dio,
para que mirase yo
con el que también le di.
Pero ya se habrá partido.
No le miro yo de suerte
que pueda vivir sin verte.
Sale ANA, criada
ANA:
Aquí, señora, ha venido
la Fabia... o la Fabiana.
INÉS:
¿Pues quién es esa mujer?
ANA:
Una que suele vender
para las mejillas grana,
y para la cara nieve.
INÉS:
¿Quieres tú que entre, Leonor?
LEONOR:
En casas de tanto honor
no sé yo cómo se atreve;
que no tiene buena fama;
mas, ¿quién no desea ver?
IN&Eacue;S:
Ana, llama esa mujer.
ANA:
Fabia, mi señora os llama.
Vase. Sale FABIA, con una canastilla
FABIA:
INÉS:
FABIA:
(¡Y cómo si yo sabía
Aparte
que me habías de llamar!)
¡Ay! Dios os deje gozar
tanta gracia y bizarría,
tanta hermosura y donaire;
que cada día que os veo
con tanta gala y aseo,
y pisar de tan buen aire,
os echo mil bendiciones;
y me acuerdo como agora
de aquella ilustre señora
que con tantas perfecciones
fue la fénix de Medina,
fue el ejemplo de lealtad.
¡Qué generosa piedad
de eterna memoria digna!
¡Qué de pobres la lloramos!
¿A quién no hizo mil bienes?
Dinos, madre, a lo que vienes.
¡Qué de huérfanas quedamos
por su muerte malograda!
La flor de las Catalinas
hoy la lloran mis vecinas;
no la tienen olvidada.
Y a mí, ¿qué bien no me hacía?
¡Qué en agraz se la llevó
INÉS:
FABIA:
LEONOR:
FABIA:
INÉS:
FABIA:
INÉS:
FABIA:
LEONOR:
FABIA:
la muerte! No se logró.
Aun cincuenta no tenía.
No llores, madre, no llores.
No me puedo consolar
cuando le veo llevar
a la muerte las mejores,
y que yo me quedo acá.
Vuestro padre, Dios le guarde,
¿está en casa?
Fue esta tarde
al campo.
Tarde vendrá.
Si va a deciros verdades,
mozas sois, vieja soy yo...
Más de una vez me fïó
don Pedro sus mocedades;
pero teniendo respeto
a la que pudre, yo hacía,
como quien se lo debía,
mi obligación. En efeto,
de diez mozas, no le daba
cinco.
¡Que virtud!
No es poco,
que era vuestro padre un loco;
cuanto veía, tanto amaba.
Si sois de su condición,
no admiro de que no estéis
enamoradas. ¿No hacéis,
niñas, alguna oración
para casaros?
No, Fabia.
Eso siempre será presto.
Padre que se duerme en esto,
mucho a sí mismo se agravia.
La fruta fresca, hijas mías,
es gran cosa, y no aguardar
a que la venga a arrugar
la brevedad de los días.
Cuantas cosas imagino,
dos solas, en mi opinión,
son buenas, viejas.
¿Y son?
Hija, el amigo y el vino.
¿Veisme aquí? Pues yo os prometo
que fue tiempo en que tenía
mi hermosura y bizarría
más de algún galán sujeto.
¿Quién no alababa mi brío?
¡Dichoso a quien yo miraba!
Pues, ¿qué seda no arrastraba?
¡Qué gasto, qué plato el mío!
Andaba en palmas, en andas.
Pues, ¡ay Dios!, si yo quería,
¿qué regalos no tenía
de esta gente de hopalandas?
Pasó aquella primavera,
INÉS:
FABIA:
LEONOR:
FABIA:
INÉS:
FABIA:
LEONOR:
FABIA:
LEONOR:
FABIA:
INÉS:
FABIA:
INÉS:
FABIA:
INÉS:
FABIA:
INÉS:
FABIA:
no entra un hombre por mi casa;
que como el tiempo se pasa,
pasa la hermosura.
Espera.
¿Qué es lo que traes aquí?
Niñerías que vender
para comer, por no hacer
cosas malas.
Hazlo ansí,
madre, y Dios te ayudará.
Hija, mi rosario y misa:
esto cuando estoy de prisa,
que si no...
Vuélvete acá.
¿Qué es esto?
Papeles son
de alcanfor y solimán.
Aquí secretos están
de gran consideración
para nuestra enfermedad
ordinaria.
Y esto, ¿qué es?
No lo mires, aunque estés
con tanta curiosidad.
¿Qué es, por tu vida?
Una moza,
se quiere, niñas, casar;
mas acertóla a engañar
un hombre de Zaragoza.
Hase encomendado a mí...
Soy piadosa... y en fin es
limosna, porque después
vivan en paz.
¿Qué hay aquí?
Polvos de dientes, jabones
de manos, pastillas, cosas
curiosas y provechosas.
¿Y esto?
Algunas oraciones.
¡Qué no me deben a mí
las ánimas!
Un papel
hay aquí.
Diste con él
cual si fuera para ti.
Suéltale. No le has de ver,
bellaquilla, curiosilla.
Deja, madre...
Hay en la villa
cierto galán bachiller
que quiere bien una dama;
prométeme una cadena
porque le dé yo, con pena
de su honor, recato y fama.
Aunque es para casamiento,
no me atrevo. Haz una cosa
por mí, doña Inés hermosa,
INÉS:
FABIA:
INÉS:
que es discreto pensamiento.
Respóndeme a este papel,
y diré que me la ha dado
su dama.
Bien lo has pensado
si pescas, Fabia, con él
la cadena prometida.
Yo quiero hacerte este bien.
Tantos los cielos te den,
que un siglo alarguen tu vida.
Lee el papel.
Allá dentro,
y te traeré respuesta.
Vase
LEONOR:
FABIA:
(¡Que buena invención!)
Aparte
(Apresta, Aparte
fiero habitador del centro,
fuego accidental que abrase
el pecho de esta doncella.)
Salen don RODRIGO y don FERNANDO
RODRIGO:
Hasta casarme con ella,
será forzoso que pase
por estos inconvenientes.
FERNANDO:
Mucho ha de sufrir quien ama.
RODRIGO:
Aquí tenéis vuestra dama.
FABIA:
(¡Oh necios impertinentes!
Aparte
¿Quién os ha traído aquí?)
RODRIGO:
Pero, ¡en lugar de la mía
aquella sombra!
FABIA:
Sería
gran limosna para mí;
que tengo necesidad.
LEONOR:
Yo haré que os pague mi hermana.
FERNANDO:
Si habéis tomado, señora,
o por ventura os agrada
algo de lo que hay aquí,
si bien serán cosas bajas
la que aquí puede traer
esta venerable anciana,
pues no serán ricas joyas
para ofreceros la paga,
mandadme que os sirva yo.
LEONOR:
No habemos comprado nada;
que es esta buena mujer
quien suele lavar en casa
la ropa.
RODRIGO:
¿Qué hace don Pedro?
LEONOR:
Fue al campo; pero ya tarda.
RODRIGO:
Mi señora, doña Inés...
LEONOR:
Aquí estaba... Pienso que anda
despachando esta mujer.
RODRIGO:
(Si me vio por la ventana
Aparte
FERNANDO:
¿quién duda que huyó por mí?
¿Tanto de ver se recata
quien más servirla desea?)
Ya sale.
Salga doña INÉS con un papel en la mano. [LEONOR le habla a ella]
LEONOR:
INÉS:
FABIA:
Mira que aguarda
por la cuenta de la ropa,
Fabia.
Aquí la traigo, hermana.
Tomad, y haced que ese mozo
la lleve.
¡Dichosa el agua
que ha de lavar, doña Inés,
las reliquias de la holanda
que tales cristales cubre!
[Finja que lee]
Seis camisas, diez toalla,
cuatro tablas de manteles,
dos cosidos de almohadas,
seis camisas del señor,
ocho sábanas. Mas basta;
que todo vendrá más limpio
que los ojos de la cara.
RODRIGO:
Amiga, ¿queréis feriarme
ese papel, y la paga
fïad de mí, por tener
de aquellas manos ingratas
letra siquiera en las mías?
FABIA:
¡En verdad que negociara
muy bien si os diera el papel!
Adiós hijas de mi alma.
Vase
RODRIGO:
Esta memoria aquí había
de quedar, que no llevarla.
LEONOR:
Llévala y vuélvela, a efeto
de saber si algo le falta.
INÉS:
Mi padre ha venido ya.
Vuesas mercedes se vayan
o le visiten; que siente
que nos hablen, aunque calla.
RODRIGO:
Para sufrir el desdén
que me trata de esta suerte,
pido al Amor y a la Muerte
que algún remedio me den.
Al Amor, porque tan bien
puede templar tu rigor
con hacerme algún favor;
a la Muerte, porque acabe
mi vida; pero no sabe
la Muerte, ni quiere Amor.
Entre la vida y la muerte
no sé qué medio tener,
pues Amor no ha de querer
que con tu favor acierte;
y siendo fuerza quererte,
quiere el Amor que te pida
que seas tú mi homicida.
Mata, ingrata, a quien te adora;
serás mi muerte, señora,
pues no quieres ser mi vida.
Cuanto vive de amor nace,
y se sustenta; de amor,
cuanto muere. Es un rigor
que nuestras vidas deshace.
Si al amor no satisface
mi pena, ni la hay tan fuerte
con que la muerte me acierte,
debo de ser inmortal,
pues no me hacen bien ni mal
ni la vida ni la muerte.
Vanse los dos
INÉS:
LEONOR:
INÉS:
LEONOR:
INÉS:
LEONOR:
INÉS:
LEONOR:
INÉS:
LEONOR:
INÉS:
¡Qué de necedades juntas!
¿No fue la tuya menor?
¿Cuándo fue discreto amor
si del papel me preguntas?
¿Amor te obliga a escribir
sin saber a quién?
Sospecho
que es invención que se ha hecho
para probarme a rendir
de parte del forastero.
Yo también lo imaginé.
Si fue ansí, discreto fue.
Leerle unos versos quiero.
"Yo vi la más hermosa labradora,
en la famosa feria de Medina,
que ha visto el sol adonde más se inclina
desde la risa de la blanca aurora.
Una chinela de color, que dora
de una columna hermosa y cristalina
la breve basa, fue la ardiente mina
que vuela el alma a la región que adora.
Que una chinela fue victoriosa,
siendo los ojos del amor enojos,
confesé por hazaña milagrosa.
Pero díjele dando los despojos:
`Si matas con los pies, Inés hermosa,
¿qué dejas para el fuego de tus ojos?'"
Este galán, doña Inés,
te quiere para danzar.
Quiere en los pies comenzar,
y pedir manos después.
¿Que respondiste?
Que fuese
esta noche por la reja
del huerto.
LEONOR:
INÉS:
LEONOR:
INÉS:
LEONOR:
INÉS:
LEONOR:
INÉS:
¿Quién te aconseja,
o qué desatino es ése?
No es para hablarle.
Pues, ¿qué?
Ven conmigo y lo sabrás.
Necia y atrevida estás.
¿Cuándo el amor no lo fue?
Huír de amor cuando empieza.
Nadie del primero huye,
porque dicen que le influye
la misma naturaleza.
Vanse. Salen don ALONSO, TELLO y FABIA
FABIA:
TELLO:
FABIA:
ALONSO:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
FABIA:
ALONSO:
FABIA:
ALONSO:
FABIA:
ALONSO:
TELLO:
Lee
Cuatro mil palos me han dado.
¡Lindamente negociaste!
Si tú llevaras los medios...
Ello ha sido disparate
que yo me atreviese al cielo.
Y que Fabia fuese el ángel
que al infierno de los palos
cayese por levantarte.
¡Ay, pobre Fabia!
¿Quién fueron
los crüeles sacristanes
del facistol de tu espalda?
Dos lacayos y tres pajes.
Allá he dejado las tocas
y el monjil hecho seis partes.
Eso, madre, no importara,
si a tu rostro venerable
no se hubieran atrevido.
¡Oh, qué necio fui en fïarme
de aquellos ojos traidores,
de aquellos falsos diamantes,
niñas que me hicieron señas
para engañarme y matarme!
Yo tengo justo castigo.
Toma este bolsillo, madre...
y ensilla, Tello; que a Olmedo
nos hemos de ir esta tarde.
¿Cómo, si anochece ya?
Pues, ¿qué? ¿Quieres que me mate?
No te aflijas, moscatel,
ten ánimo; que aquí trae
Fabia tu remedio. Toma.
¿Papel?
¡Papel!
No me engañes.
Digo que es suyo, en respuesta
de tu amoroso romance.
Hinca, Tello, la rodilla.
Sin leer no me lo mandes;
que aun temo que hay palos dentro,
pues en mondadientes caben.
ALONSO:
FABIA:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
"Cuidados de saber si sois quien presumo,
y deseando que lo seáis, os suplico que
vais esta noche a la reja del jardín de esta
casa, donde hallaréis atado el listón verde
de las chinelas, y ponéoslo mañana en el
sombrero para que os conozca."
¿Qué te dice?
Que no puedo
pagarte ni encarecerte
tanto bien.
De esta suerte
no hay que ensillar para Olmedo.
¿Oyen, señores rocines?
Sosiéguense, que en Medina
nos quedamos.
La vecina
noche, en los últimos fines
con que va expirando el día,
pone los helado pies.
Para la reja de Inés
aun importa bizarría;
que podrá ser que el amor
la llevase a ver tomar
la cinta. Voyme a mudar.
Vase
[…]
INÉS:
¡Qué vana fue mi esperanza!
¡Qué loco mi pensamiento!
¡Yo papel a don Rodrigo!
¿Y tú de Fernando celos!
¡Oh forastero enemigo!
¡Oh Fabia embustera!
Sale FABIA
FABIA:
INÉS:
FABIA:
INÉS:
Quedo;
que lo está escuchando Fabia.
Pues, ¿cómo, enemiga, has hecho
un enredo semejante?
Antes fue tuyo el enredo,
si en aquel papel escribes
que fuese aquel caballero
por un listón de esperanza
a las rejas de tu huerto,
y el ella pones dos hombres
que le maten, aunque pienso
que a no se haber retirado
pagaran su loco intento.
¡Ay, Fabia! Ya que contigo
llego a declarar mi pecho,
ya que a mi padre, a mi estado
y a mi honor pierdo el respeto,
dime, ¿es verdad lo que dices?
FABIA:
Que siendo ansí, los que fueron
a la reja le tomaron,
y por favor se le han puesto.
De suerte estoy, madre mía,
que no puedo hallar sosiego
si no es pensando en quien sabes.
(¡Oh, qué bravo efecto hicieron Aparte
los hechizos y conjuros!
La victoria me prometo.)
No te desconsueles, hija;
vuelve en ti, que tendrás presto
estado con el mejor
y más noble caballero
que agora tiene Castilla;
porque será por lo menos
el que por único llaman
"el caballero de Olmedo."
Don Alonso en un feria
te vio, labradora Venus,
haciendo las cejas arco
y flechas los ojos bellos.
Disculpa tuvo en seguirte,
porque dicen los discretos
que consiste la hermosura
en ojos y entendimiento.
En fin, en las verdes cintas
de tus pies llevastes presos
los suyos; que ya el amor
no prende por los cabellos.
Él te sirve, tú le estimas;
él te adora, tú le has muerto;
él te escribe, tú respondes;
¿quién culpa amor tan honesto?
Para él tienen sus padres,
porque es único heredero,
diez mil ducados de renta;
y aunque es tan mozo, son viejos.
Déjate amar y servir
del más noble, del más cuerdo
caballero de Castilla,
lindo talle, lindo ingenio.
El rey en Valladolid
grandes mercedes le ha hecho,
porque él solo honró las fiestas
de su real casamiento,
Cuchilladas y lanzadas
dio en los toros como un Héctor;
treinta precios dio a las damas
en sortijas y torneos.
Armado parece Aquiles
mirando de Troya el cerco;
con galas parece Adonis...
¡Mejor fin le den los cielos!
Vivirás bien empleada
en un marido discreto.
¡Desdichada de la dama
que tiene marido necio!
INÉS:
FABIA:
INÉS:
FABIA:
INÉS:
LEONOR:
INÉS:
FABIA:
¡Ay, madre! Vuélvesme loca.
Pero, ¡triste!, ¿cómo puedo
ser suya, si a don Rodrigo
me da mi padre don Pedro?
Él y don Fernando están
tratando mi casamiento.
Los dos haréis nulidad
la sentencia de ese pleito.
Está don Rodrigo allí.
Esto no te cause miedo,
pues es parte y no jüez.
Leonor, ¡no me das consejo?
¿Y estás tú para tomarle?
No sé; pero no tratemos
en público de estas cosas.
Déjame a mí tu suceso.
Don Alonso ha de ser tuyo;
que serás dichosa espero
con hombre que es en Castilla
"la gala de Medina,
la flor de Olmedo."
FIN DEL PRIMER ACTO
ACTO SEGUNDO
Salen TELLO y don ALONSO
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
Tengo el morir por mejor,
Tello, que vivir sin ver
Temo que se ha de saber
este tu secreto amor;
que con tanto ir y venir
de Olmedo a Medina, creo
que a los dos da tu deseo
que sentir, y aun que decir.
¿Cómo puedo yo dejar
de ver a Inés, si la adoro?
Guardándole más decoro
en el venir y el hablar;
que en ser a tercero día,
pienso que te dan, señor,
tercianas de amor.
Mi amor
ni está ocioso, ni ese enfría.
Siempre abrasa, y no permite
que esfuerce naturaleza
un instante su flaqueza,
porque jamás se remite.
Mas bien se ve que es león
amor; su fuerza, tirana;
pues que con esta cuartana
se amansa mi corazón.
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
Es esta ausencia una calma
de amor, porque si estuviera
adonde siempre a Inés viera,
fuera salamandra el alma.
¿No te cansa y te amohina
tanto entrar, tanto partir?
Pues yo, ¿qué hago en venir,
Tello, de Olmedo a Medina?
Leandro pasaba un mar
todas las noches, por ver
si le podía beber
para poderse templar;
pues si entre Olmedo y Medina
no hay, Tello, un mar, ¿qué me debe
Inés?
A otro mar se atreve
quien al peligro camina
en que Leandro se vio,
pues a don Rodrigo veo
tan cierto de tu deseo
como puedo estarlo yo;
que como yo no sabía
cuya aquella capa fue
un día que la saqué...
¡Gran necedad!
...como mía,
me preguntó, "Diga, hidalgo,
¿quién esta capa le dio?.
porque la conozco yo."
Respondí, "Si os sirve en algo,
daréla a un crïado vuestro."
Con esto, descolorido,
dijo, "Habíale perdido
de noche un lacayo nuestro;
pero mejor empleada
está en vos. Guardadla bien."
Y fuése a medio desdén,
puesta la mano en la espada.
Sabe que te sirvo, y sabe
que la perdió con los dos.
Advierte, señor, por Dios,
que toda esta gente es grave,
y que están en su lugar,
donde todo gallo canta.
Sin esto, también me espanta
ver este amor comenzar
por tantas hechicerías,
y que cercos y conjuros
no son remedios seguros
si honestamente porfías.
Fui con ella, que no fuera,
a sacar de un ahorcado
una muela; puse a un lado,
como Arlequín, la escalera.
Subió Fabia, quedé al pie,
y díjome el salteador;
"Sube, Tello, sin temor,
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
o si no, yo bajaré."
¡San Pablo! Allí me caí.
Tan sin alma vine al suelo,
que fue milagro del cielo
el poder volver en mí.
Bajó, desperté turbado
y de mirarme afligido,
porque, sin haber llovido
estaba todo mojado.
Tello, un verdadero amor
en ningún peligro advierte.
Quiso mi contraria suerte
que hubiese competidor,
y que trate, enamorado,
casarse con doña Inés;
pues, ¿qué he de hacer, si me ves
celoso y desesperado?
No creo en hechicerías,
que todas son vanidades;
quien concierta voluntades
son méritos y porfías.
Inés me quiere, yo adoro
a Inés, yo vivo en Inés;
todo lo que Inés no es
desprecio, aborrezco, ignoro.
Inés es mi bien; yo soy
esclavo de Inés; no puedo
vivir sin Inés; de Olmedo
a Medina vengo y voy.
porque Inés mi dueña es
para vivir o morir.
Sólo te falta decir,
"Un poco te quiero Inés."
¡Plega a Dios que por bien sea!
Llama, que es hora.
Ya voy.
Llama en casa de don PEDRO. ANA y doña INÉS, dentro de la casa
ALONSO:
TELLO:
ANA:
TELLO:
INÉS:
ANA:
¿Quién es?
¡Tan presto! Yo soy.
¿Está en casa Melibea?
Que viene Calisto aquí.
Aguarda un poco Sempronio.
¿Si haré falso testimonio?
¿Él mismo?
Señora, sí.
Abrase la puerta y entran don ALONSO y TELLO en casa de don PEDRO
INÉS:
ALONSO:
TELLO:
INÉS:
TELLO:
¡Señor mío!
Bella Inés,
esto es venir a vivir.
Agora no hay que decir,
"Yo te lo diré después."
¡Tello, amigo!
¡Reina mía!
INÉS:
ALONSO:
INÉS:
TELLO:
INÉS:
ALONSO:
Nunca, Alonso de mis ojos,
por haberme dado enojos
esta ignorante porfía
de don Rodrigo esta tarde
he estimado que me vieses.
[. . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . ..]
Aunque fuerza de obediencia
te hiciese tomar estado
no he de estar desengañado
hasta escuchar la sentencia.
Bien el alma me decía,
y a Tello se lo contaba
cuando el caballo sacaba,
y el sol los que aguarda el día,
que de alguna novedad
procedía mi tristeza,
viniendo a ver tu belleza,
pues me dices que es verdad.
¡Ay de mí si ha sido ansí!
No lo creas, porque yo
diré a todo el mundo no,
después que te dije sí.
Tú solo dueño has de ser
de mi libertad y vida;
no hay fuerza que el ser impida,
don Alonso, tu mujer.
Bajaba al jardín ayer,
y como por don Fernando
me voy de Leonor guardando,
a las fuentes, a las flores
estuve diciendo amores,
y estuve también llorando.
"Flores y aguas, les decía,
dichosa vida gozáis,
pues aunque noche pasáis,
veis vuestro sol cada día."
Pensé que me respondía
la lengua de una azucena
--¡qué engaños amor ordena!-"Si el sol que adorando estás
viene de noche, que es más,
Inés, ¿de qué tienes pena?"
Así dijo a un ciego un griego
que le contó mil disgustos,
"Pues tiene la noche gustos,
para qué te quejas, ciego?"
Como mariposa llego
a estas horas, deseosa
de tu luz... no mariposa,
fénix ya, pues de una suerte
me da vida y me da muerte
llama tan dulce y hermosa.
¡Bien haya el coral, amén,
de cuyas hojas de rosas,
palabras tan amorosas
salen a buscar mi bien!
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
INÉS:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
Y advierte que yo también,
cuando con Tello no puedo,
mis celos, mi amor, mi miedo
digo en tu ausencia a la flores.
Yo le vi decir amores
a los rábanos de Olmedo;
que un amante suele hablar
con las piedras, con el viento.
No puede mi pensamiento
ni estar solo ni callar;
contigo, Inés, ha de estar,
contigo hablar y sentir.
¡Oh, quién supiera decir
lo que te digo en ausencia!
Pero estando en tu presencia
aun se me olvida el vivir.
Por el camino le cuento
tus gracias a Tello, Inés,
y celebramos después
tu divino entendimiento.
Tal gloria en tu nombre siento,
que una mujer recibí
de tu nombre, porque ansí,
llamándola todo el día,
pienso, Inés, señora mía,
que te estoy llamando a ti.
Pues advierte, Inés discreta,
de los dos tan nuevo efeto,
que a él le has hecho discreto,
y a mí me has hecho poeta.
Oye una glosa a un estribo
que compuso don Alonso
a manera de responso,
si los hay en muerto vivo.
"En el valle a Inés
le dejé riendo.
Si la ves, Andrés,
dile cuál me ves
por ella muriendo."
¿Don Alonso la compuso?
Que es buena, jurarte puedo,
para poeta de Olmedo.
Escucha.
Amor lo dispuso.
Andrés, después que las bellas
plantas de Inés goza el valle,
tanto florece con ellas
que quiso el cielo trocalle
por sus flores sus estrellas.
Ya el valle es cielo, después
que su primavera es,
pues verá el cielo en el suelo
quien vio, pues, Inés es cielo,
"en el valle a Inés."
Con miedo y respeto estampo
el pie donde el suyo huella.
Que ya Medina del Campo
INÉS:
ALONSO:
INÉS:
ALONSO:
INÉS:
ALONSO:
no quiere aurora más bella
para florecer su campo.
Yo la vi de amor huyendo,
cuanto miraba matando,
su mismo desdén venciendo
y aunque me partí llorando,
"la dejé riendo."
Dile, Andrés, que ya me veo
muerto por volverla a ver,
aunque cuando llegues, creo
que no será menester;
que me habrá muerto el deseo.
No tendrás que hacer después
que a sus manos vengativas
llegues, si una vez la ves,
ni aun es posible que vivas
"si la ves, Andrés."
Pero si matarte olvida
por no hacer caso de ti,
dile a mi hermosa homicida
que por qué se mata en mí,
pues que sabe que es mi vida.
Dile, "Crüel, no le des
muerte si vengada estás,
y te ha de pesar después."
Y pues no me has de ver más,
"dile cuál me ves."
Verdad es que se dilata
el morir, pues con mirar
vuelve a dar vida la ingrata,
y así se cansa en matar,
pues da vida a cuantos mata;
pero muriendo o viviendo,
no me pienso arrepentir
de estarla amando y sirviendo;
que no hay bien como vivir
"por ella muriendo."
Si es tuya, notablemente
te has alargado en mentir
por don Alonso.
Es decir,
que mi amor en versos miente.
Pues, señora, ¿qué poesía
llegará a significar
mi amor?
¡Mi padre!
¿Ha de entrar?
Escondéos.
¿Dónde?
Ellos se entran, y sale don PEDRO
PEDRO:
INÉS:
Inés mía,
¡agora por recoger!
¿Cómo no te has acostado?
Rezando, señor, he estado,
por lo que dijiste ayer,
PEDRO:
INÉS:
PEDRO:
INÉS:
PEDRO:
INÉS:
PEDRO:
INÉS:
PEDRO:
rogando a Dios que me incline
a lo que fuere mejor.
Cuando para ti mi amor
imposible imagine,
no pudiera hallar un hombre
como don Rodrigo, Inés.
Ansí dicen todos que es
de su buena fama el nombre;
y habiéndome de casar,
ninguno en Medina hubiera,
ni en Castilla, que pudiera
sus méritos igualar.
¿Cómo habiendo de casarte?
Señor, hasta ser forzoso
decir que ya tengo esposo,
no he querido disgustarte.
¡Esposo! ¿Qué novedad
es ésta, Inés?
Para ti
será novedad; que en mí
siempre fue mi voluntad.
Y ya, que estoy declarada,
hazme mañana cortar
un hábito, para dar
fin a esta gala excusada;
que así quiero andar, señor,
mientras me enseñan latín.
Leonor te queda, que al fin
te dará nieto Leonor.
Y por mi madre te ruego
que en esto no me repliques,
sino que medios apliques
e mi elección y sosiego.
Haz buscar una mujer
de buena y santa opinión,
que me dé alguna lición
de lo que tengo de ser,
y un maestro de cantar,
que de latín sea también.
¿Eres tú quien habla, o quién?
Esto es hacer, no es hablar.
Por una parte, mi pecho
se enternece de escucharte,
Inés, y por otra parte,
de duro mármol le has hecho.
En tu verdad edad mi vida
esperaba sucesión;
pero si esto es vocación,
no quiera Dios que lo impida.
Haz tu gusto, aunque tu celo
en esto no intenta el mío;
que ya sé que el albedrío
no presta obediencia al cielo.
Pero porque suele ser
nuestro pensamiento humano
tan vez inconstante y vano,
y en condición de mujer,
que es fácil de persuadir,
tan poca firmeza alcanza,
que hay de mujer a mudanza
lo que de hacer a decir,
mudar las galas no es justo,
pues no pueden estorbar
a leer latín o cantar,
ni a cuanto fuere tu gusto.
Viste alegre y cortesana;
que no quiero que Medina,
si hoy te admirare divina,
mañana te burle humana.
Yo haré buscar la mujer
y quien te enseñe latín,
pues a mejor padre, en fin,
es más justo obedecer.
Y con esto, adiós te queda;
que para no darte enojos,
van a esconderse mis ojos
adonde llorarte pueda.
Vase, y salgan don ALONSO y TELLO
INÉS:
ALONSO:
INÉS:
ALONSO:
INÉS:
TELLO:
ALONSO:
Pésame de haberte dado
disgusto.
A mí no me pesa,
por el que me ha dado el ver
que nuestra muerte conciertas.
¡Ay, Inés! ¿Adónde hallaste
en tal desdicha, en tal pena,
tan breve remedio?
Amor
en los peligros enseña
una luz por donde el alma
posibles remedio vea.
Éste, ¿es remedio posible?
Como yo agora le tenga
para que este don Rodrigo
no llegue al fin que desea
bien sabes que breves males
la dilación los remedia;
que no dejan esperanza
si no hay segunda sentencia.
Dice bien, señor; que en tanto
que doña Inés cante y lea,
podéis dar orden los dos
para que os valga la Iglesia.
Sin esto, desconfïado
don Rodrigo, no hará fuerza
a don Pedro en la palabra,
pues no tendrá por ofensa
que le deje doña Inés
por quien dice que le deja.
También es linda ocasión
para que yo vaya en venga
con libertad a esta casa.
¡Libertad! ¿De qué manera?
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
INÉS:
TELLO:
ALONSO:
INÉS:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
Pues ha de leer latín,
¿no será fácil que pueda
ser yo quien venga a enseñarla?
Y verás, ¡con qué destreza
le enseño a leer tus cartas!
¡Qué bien me remedio piensas!
Y aún pienso que podrá Fabia
servirte en forma de dueña,
siendo al santa mujer
que con su falsa apariencia
venga a enseñarla.
Bien dices;
Fabia será mi maestra
de virtudes y costumbres.
¡Y qué tales serán ellas!
Mi bien, yo temo que el día,
que es amor dulce materia
para no sentir las horas,
que por los amantes vuelan,
nos halle tan descuidados,
que al salir de aquí me vean,
o que sea fuerza quedarme.
¡Ay Dios! ¿Qué dichosa fuerza!
Medina a la Cruz de Mayo
hace sus mayores fiestas.
Yo tengo que prevenir,
que, como sabes, se acercan;
que, fuera de que en la plaza
quiero que galán me veas,
de Valladolid me escriben
que el rey don Juan viene a verlas;
que en los montes de Toledo
le pide que se entretenga
el condestable estos días,
porque en ellos convalezca,
y de camino, señora,
que honre esta villa le ruega;
y así, es razón que le sirva
la nobleza de esta tierra.
Guárdete el cielo, mi bien.
Espera; que a abrir la puerta
es forzoso que yo vaya.
¡Ay, luz! ¡Ay, aurora necia,
de todo amante envidiosa!
Ya no aguardéis que amanezca.
¿Cómo?
Porque ya es de día.
Bien dices, si a Inés me muestras.
Pero, ¿cómo puede ser,
Tello, cuando el sol se acuesta?
Tú vas despacio, él aprisa;
apostaré que te quedas.
[…]
Vanse. Sale don ALONSO
ALONSO:
¡Ay, riguroso estado,
ausencia mi enemiga,
que dividiendo el alma,
puedes dejar la vida!
¡Cuán bien por tus efetos
te llaman muerte viva,
pues das vida al deseo,
y matas a la vista!
¡Oh, cuán piadosa fueras,
si al partir de Medina
la vida me quitaras
como el alma me quitas!
En ti, Medina, vive
aquella Inés divina,
que es honra de la corte
y gloria de la villa.
Sus alabanzas cantan
las aguas fugitivas,
las aves que la escuchan,
las flores que la imitan.
Es tan bella, que tiene
envidia de sí misma,
pudiendo estar segura
que el mismo sol la envidia,
pues no la ve más vella
por su dorada cinta,
ni cuando viene a España,
ni cuando va a las Indias.
Yo merecí quererla.
¡Dichosa mi osadía!
Que es merecer sus penas
calificar mis dichas.
Cuando pudiera verla,
adorarla y servirla,
la fuerza del secreto
de tanto bien me priva.
Cuando mi amor no fuera
de fe tan pura y limpia,
las perlas de sus ojos
mi muerte solicitan.
Llorando por mi ausencia
Inés quedó aquel día,
que sus lágrimas fueron
de sus palabras firma.
Bien sabe aquella noche
que pudiera ser mía.
Cobarde amor, ¿qué aguardas,
cuando respetos miras?
¡Ay, Dios, qué gran desdicha,
partir el alma y dividir la vida!
[...]
FIN DEL ACTO SEGUNDO
ACTO TERCERO
Suenan atabales y entran con lacayos y rejones don RODRIGO y don FERNANDO
RODRIGO:
FERNANDO:
RODRIGO:
FERNANDO:
RODRIGO:
FERNANDO:
RODRIGO:
FERNANDO:
RODRIGO:
FERNANDO:
RODRIGO:
FERNANDO:
RODRIGO:
FERNANDO:
RODRIGO:
FERNANDO:
Poca dicha.
Malas suertes.
¡Qué pesar!
¿Qué se ha de hacer?
Brazo, ya no puede ser
que en servir a Inés aciertes.
Corrido estoy.
Yo, turbado.
Volvamos a porfïar.
Es imposible acertar
un hombre tan desdichado.
Para él de Olmedo, en efeto,
guardó suertes la Fortuna.
No ha errado el hombre ninguna.
Que la ha de errar os prometo.
Un hombre favorecido,
Rodrigo, todo lo acierta.
Abrióle el amor la puerta,
y a mí, Fernando, el olvido.
Fuera de esto, un forastero
luego se lleva los ojos.
Vos tenéis justos enojos.
Él es galán caballero,
mas no para escurecer
los hombres que hay en Medina.
La patria me desatina;
mucho parece mujer
en que lo propio desprecia,
y de lo ajeno se agrada.
De ser de ingrata culpada
son ejemplos Roma y Grecia.
Dentro ruido de pretales y voces
VOZ 1:
VOZ 2:
¡Brava suerte!
¡Con qué gala
quebró el rejón!
FERNANDO:
¿Qué aguardamos?
Tomemos caballos.
RODRIGO:
Vamos.
VOZ 1:
Nadie en el mundo le iguala.
FERNANDO:
¿Oyes esa voz?
RODRIGO:
No puedo
sufrirlo.
FERNANDO:
Aun no lo encareces.
VOZ 2:
¡Vítor setecientas veces
el caballero de Olmedo!
RODRIGO:
¿Qué suerte quieres que aguarde,
Fernando, con estas voces?
FERNANDO:
Es vulgo, ¿no le conoces?
VOZ 1:
Dios te guarde, Dios te guarde.
RODRIGO:
¿Qué más dijeran al rey?
Mas bien hacen; digan, rueguen
que hasta el fin sus dichas lleguen.
FERNANDO:
Fue siempre bárbara ley
seguir aplauso vulgar
las novedades.
RODRIGO:
Él viene
a mudar caballo.
FERNANDO:
Hoy tiene
la Fortuna en su lugar.
Sale TELLO con rejón y librea, y don ALONSO
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
¡Valientes suertes, por Dios!
Dame, Tello, el alazán.
Todos el lauro nos dan.
¿A los dos, Tello?
A los dos;
que tú a caballo y yo a pie,
nos habemos igualado.
ALONSO:
¡Qué bravo, Tello, has andado!
TELLO:
Seis todo desjarreté,
como si sus piernas fueran
rábanos de mi lugar.
FERNANDO:
Volvamos, Rodrigo, a entrar,
que por dicha nos esperan,
aunque os parece que no.
RODRIGO:
A vos, don Fernando, sí;
a mí no, si no es que a mí
me esperan para que yo
haga suertes que me afrenten,
o que algún toro me mate,
o me arrastre o me maltrate
donde con risa lo cuenten.
Vanse los dos
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
Aquéllos te están mirando.
Ya los he visto envidiosos
de mis dichas y aun celosos
de mirarme a Inés mirando.
¡Bravos favores te ha hecho
con la risa! Que la risa
es lengua muda que avisa
de lo que pasa en el pecho.
No pasabas vez ninguna
que arrojar no se quería
del balcón.
¡Ay, Inés mía!
¡Si quisiese la Fortuna
que a mis padres les llevase
tal prenda de sucesión!
Sí harás, como la ocasión
de este don Rodrigo pase;
porque satisfecho estoy
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
de que Inés por ti se abrasa.
Fabia se ha quedado en casa;
mientras una vuelta doy
a la plaza, ve corriendo,
y di que esté prevenida
Inés, porque en mi partida
la pueda hablar; advirtiendo
que se esta noche no fuese
a Olmedo, me han de contar
mis padres por muerto, y dar
ocasión, si no los viese,
a esta pena, no es razón;
tengan buen sueño, que es justo.
Bien dices; duerman con gusto,
pues es forzosa ocasión
de temer y de esperar.
Yo entro.
Guárdete el cielo.
Vase don ALONSO
Pues puedo hablar sin recelo
a Fabia, quiero llegar.
Traigo cierto pensamiento
para coger la cadena
a esta vieja, aunque con pena
de su astuto entendimiento.
No supo Circe, Medea,
ni Hécate lo que ella sabe;
tendrá en el alma una llave
que de treinta vueltas sea.
Mas no hay maestra mejor
que decirle que la quiero,
que es el remedio primero
para una mujer mayor;
que con dos razones tiernas
de amores y voluntad,
presumen de mocedad,
y piensan que son eternas.
Acabóse. Llego, llamo.
Fabia... Pero soy un necio;
que sabrá que el oro precio,
y que los años desamo,
porque se lo ha de decir
el de las patas de gallo.
Sale FABIA
FABIA:
TELLO:
¡Jesús, Tello! ¿Aquí te hallo?
¡Qué buen modo de servir
a don Alonso! ¿Qué es esto?
¿Qué ha sucedido?
No alteres
lo venerable, pues eres
causa de venir tan presto;
que por verte anticipé
de don Alonso un recado.
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
¿Cómo ha andado?
Bien ha andado,
porque yo le acompañé.
¡Extremado fanfarrón!
Pregúntalo al rey, verás
cuál de los dos hizo más;
que se echaba del balcón
cada vez que yo pasaba.
¡Bravo favor!
Más quisiera
los tuyos.
¡Oh, quién te viera!
Esa hermosura bastaba
para que yo fuera Orlando.
¿Toros de Medina a mí?
¡Vive el cielo! Que les di
reveses, desjarretando,
de tal aire, de tal casta,
en medio de regocijo,
que hubo toro que me dijo,
"Basta, señor Tello, basta."
"No basta," le dije yo,
y eché de un tajo volado
una pierna en un tejado.
¿Y cuántas tejas quebró?
Eso al dueño, que no a mí.
Dile, Fabia, a tu señora,
que ese mozo que la adora
vendrá a despedirse aquí;
que es fuerza volverse a casa,
porque no piensen que es muerto
sus padres. Esto te advierto.
Y porque la fiesta pasa
sin mí, y el rey me ha de echar
menos, que en efeto soy
su toricida, me voy
a dar materia al lugar
de vítores y de aplauso,
si me das algún favor.
¿Yo favor?
Paga mi amor.
¿Que yo tus hazañas cause?
Basta, que no lo sabía.
¿Qué te agrada más?
Tus ojos.
Pues daréte mis antojos.
Por caballo, Fabia mía,
quedo confirmado ya.
Propio favor de lacayo.
Más castaño soy que bayo.
Mira cómo andas allá,
que esto de ne nos inducas
suelen causar los refrescos;
no te quite los gregüescos
algún mozo de San Lucas;
que será notable risa,
Tello, que donde lo vea
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
TELLO:
FABIA:
todo el mundo, un toro sea
sumiller de tu camisa.
Lo atacado y el cuidado
volverán por mi decoro.
Para un desgarro de un toro,
¿qué importa estar atacado?
Que no tengo a toros miedo.
Los de Medina hacen riza,
porque tiene ojeriza
con los lacayos de Olmedo.
Como ésos ha derribado,
Fabia, este brazo español.
Mas, ¿qué? ¿Te ha de dar el sol
adonde nunca te ha dado?
Vanse. Ruido de plaza y grita, y digan dentro
VOZ 1:
ALONSO:
VOZ 2:
VOZ 1:
VOZ 2:
VOZ 1:
¡Cayó don Rodrigo!
¡Afuera!
¡Qué gallardo, qué animoso
don Alonso le socorre!
Ya se apea don Alonso.
¡Qué valientes cuchilladas!
Hizo pedazos el toro.
Salgan los dos; y don ALONSO teniéndole
ALONSO:
RODRIGO:
ALONSO:
Aquí tengo yo caballo;
que los nuestros van furiosos
discurriendo por la plaza.
Ánimo.
Con vos le cobro.
La caída ha sido grande.
Pues no será bien que al coso
volváis; aquí habrá crïados
que os sirvan, porque yo torno
a la plaza. Perdonadme,
porque cobrar es forzoso
el caballo que dejé.
Vase y sale don FERNANDO
FERNANDO:
RODRIGO:
FERNANDO:
RODRIGO:
¿Qué es esto? ¡Rodrigo y solo!
¿Cómo estáis?
Mala caída,
mal suceso, malo todo;
pero más deber la vida
a quien me tiene celoso
y a quien la muerte deseo.
¡Que sucediese a los ojos
del rey y que viese Inés
que aquel su galán dichoso
hiciese el toro pedazos
por libraros!
Estoy loco.
No hay hombre tan desdichado,
Fernando, de polo a polo.
FERNANDO:
RODRIGO:
FERNANDO:
¡Qué de afrentas, qué de penas,
qué de agravios, qué de enojos,
qué de injurias, qué de celos,
qué de agüeros, qué de asombros!
Alcé los ojos a ver
a Inés, por ver si piadoso
mostraba el semblante entonces,
que, aunque ingrato, necio adoro;
y veo que no pudiera
mirar Nerón riguroso
desde la torre Tarpeya
de Roma el incendio, como
desde el balcón me miraba;
y que luego, en vergonzoso
clavel de púrpura fina
bañado el jazmín del rostro,
a don Alonso miraba;
y que por los labios rojos
pagaba en perlas el gusto
de ver que a sus pies me potro,
de la Fortuna arrojado
y de la suya envidioso.
Mas, ¡vive Dios!, que la risa,
primero que la de Apolo
alegre el oriente y bañe
el aire de átomos de oro,
se le ha de trocar en llanto,
si hallo al hidaguillo loco
entre Medina y Olmedo.
Él sabrá ponerse en cobro.
Mal conocéis a los celos.
¿Quién sabe que no son monstruos?
Mas lo que ha de importar mucho
no se ha pensar tan poco.
Vanse. Salen el REY, el CONDESTABLE y criados
REY:
Tarde acabaron las fiestas;
pero ellas han sido tales
que no las he visto iguales.
CONDESTABLE: Dije a Medina que aprestas
para mañana partir;
mas tiene tanto deseo
de que veas el torneo
con que te quiere servir,
que me ha pedido, señor,
que dos días se detenga
vuestra alteza.
REY:
Cuando venga,
pienso que será mejor.
CONDESTABLE:
Haga este gusto a Medina
vuestra alteza.
REY:
Por vos sea,
aunque el infante desea,
con tanta prisa camina,
estas visitas de Toledo
para el día concertado.
CONDESTABLE: Galán y bizarro ha estado
el caballero de Olmedo.
REY:
¡Buenas suertes, condestable!
CONDESTABLE: No sé en él cuál es mayor,
la ventura o el valor,
aunque es el valor notable.
REY:
Cualquiera cosa hace bien.
CONDESTABLE: Con razón le favorece
vuestra alteza.
REY:
Él lo merece
y que vos le honréis también.
Vanse. Salen don ALONSO y TELLO, de noche
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
Mucho habemos esperado,
ya no puedes caminar.
Deseo, Tello, excusar
a mis padres el cuidado.
A cualquier hora es forzoso
partirme.
Si hablas a Inés,
¿qué importa, señor, que estés
de tus padres cuidadoso?
Porque os ha de hallar el día
en esas rejas.
No hará;
que el alma me avisará
como si no fuera mía.
Parece que hablan en ellas,
y que es en la voz Leonor.
Y lo dice el resplandor
que da el sol a las estrellas.
LEONOR en la reja
LEONOR:
ALONSO:
LEONOR:
¿Es don Alonso?
Yo soy.
Luego mi hermana saldrá,
porque con mi padre está
hablando en las fiestas de hoy.
Tello puede entrar; que quiere
daros un regalo Inés.
Quítase de la reja
ALONSO:
TELLO:
Entra, Tello.
Si después
cerraren y no saliere,
bien puedes partir sin mí;
que yo te sabré alcanzar.
Ábrese la puerta de casa de don PEDRO, entra TELLO, y vuelve doña LEONOR a la reja
ALONSO:
LEONOR:
¿Cuándo, Leonor, podré entrar
con tal libertad aquí?
Pienso que ha de ser muy presto,
porque mi padre de suerte
te encarece, que a quererte
tiene el corazón dispuesto.
Y porque se case Inés,
en sabiendo vuestro amor,
sabrá escoger lo mejor,
como estimarlo después.
Sale doña INÉS a la reja
INÉS:
LEONOR:
INÉS:
ALONSO:
INÉS:
LEONOR:
¿Con quién hablas?
Con Rodrigo.
Mientes, que mi dueño es.
Que soy esclavo de Inés,
al cielo doy por testigo.
No sois sino mi señor.
Ahora bien, quiéroos dejar;
que es necedad estorbar
sin celos quien tiene amor.
Retírase
INÉS:
ALONSO:
INÉS:
ALONSO:
INÉS:
ALONSO:
¿Cómo estáis?
Como sin vida.
Por vivir os vengo a ver.
Bien había menester
la pena de esta partida
para templar el contento
que hoy he tenido de veros,
ejemplo de caballeros,
y de las damas tormento.
De todas estoy celosa;
que os alabasen quería,
y después me arrepentía,
de perderos temerosa.
¡Qué de varios pareceres!
¡Qué de títulos y nombres
os dio la envidia en los hombres,
y el amor en las mujeres!
Mi padre os ha codiciado
por yerno para Leonor,
y agradecióle mi amor,
aunque celosa, el cuidado;
que habéis de ser para mí
y así se lo dije yo,
aunque con la lengua no,
pero con el alma sí.
Mas, ¡ay! ¿Cómo estoy contenta
si os partís?
Mis padres son
la causa.
Tenéis razón;
mas dejadme que lo sienta.
Yo lo siento, y voy a Olmedo,
dejando el alma en Medina.
No sé cómo parto y quedo.
Amor la ausencia imagina,
los celos, señora, el miedo.
INÉS:
ALONSO:
Así parto muerto y vivo,
que vida y muerte recibo.
Mas, ¿qué te puedo decir,
cuando estoy para partir,
puesto ya el pie en el estribo?
Ando, señoras, estos días,
entre tantas asperezas
de imaginaciones mías,
consolado en mis tristezas
y triste en mis alegrías.
Tengo, pensando perderte,
imaginación tan fuerte,
y así en ella vengo y voy,
que me parece que estoy
con las ansias de la muerte.
La envida de mis contrarios
temo tanto, que aunque puedo
poner medios necesarios,
estoy entre amor y miedo
haciendo discursos varios.
Ya para siempre me privo
de verte, y de suerte vivo,
que mi muerte presumiendo,
parece que estoy diciendo,
"Señora, aquésta te escribo."
Tener de tu esposo el nombre
amor y favor ha sido;
pero es justo que me asombre,
que amado y favorecido
tenga tal tristeza un hombre.
Parto a morir, y te escribo
mi muerte, si ausente vivo,
porque tengo, Inés, por cierto
que si vuelvo será muerto,
pues partir no puedo vivo.
Bien sé que tristeza es;
pero puede tanto en mí,
que me dice, hermosa Inés;
"Si partes muerto de aquí,
¿cómo volverás después?
Yo parto, y parto a la muerte,
aunque morir no es perderte;
que si el alma no se parte,
¿cómo es posible dejarte,
cuanto más volver a verte?
Pena me has dado y temor
con tus miedos y recelos;
si tus tristezas son celos,
ingrato ha sido tu amor.
Bien entiendo tus razones;
pero tú no has entendido
mi amor.
Ni tú, que han sido
estas imaginaciones
sólo un ejercicio triste
del alma, que me atormenta,
no celos; que fuera afrenta
INÉS:
del hombre, Inés, que me diste.
De sueños y fantasías,
si bien falsas ilusiones,
han nacido estas razones,
que no de sospechas mías.
Leonor vuelve.
LEONOR sale a la reja
LEONOR:
ALONSO:
¿Hay algo?
Sí...
¿Es partirme?
A doña INÉS
LEONOR:
INÉS:
ALONSO:
Claro está.
Mi padre se acuesta ya,
y me preguntó por ti.
Vete, Alonso, vete. Adiós.
No te quejes, fuerza es.
¿Cuándo querrá Dios, Inés,
que estemos juntos los dos?
Retíranse doña INÉS [y doña LEONOR]
Aquí se acabó mi vida,
que es lo mismo que partirme.
Tello no sale, o no puede
acabar de despedirse.
Voyme; que él me alcanzará.
Al entrar don ALONSO, una SOMBRA con una máscara negra y sombrero, y puesta la mano en
el puño de la espada, se le ponga delante
ALONSO:
SOMBRA:
ALONSO:
SOMBRA:
ALONSO:
¿Qué es esto? ¿Quién va? De oírme
no hace caso. ¿Quién es? Hable.
¡Que un hombre me atemorice
no habiendo temido a tantos!
¿Es don Rodrigo? ¿No dice
quién es?
Don Alonso.
¿Cómo?
Don Alonso.
No es posible.
Mas otro será, que yo
soy don Alonso Manrique.
Si es invención, meta mano.
Volvió la espalda.
Vase la SOMBRA
Seguirle
desatino me parece.
¡Oh, imaginación terrible!
Mi sombra debió de ser,
mas no; que en forma visible
dijo que era don Alonso.
Todas son cosas que finge
la fuera de la tristeza,
la imaginación de un triste.
¿Qué me quieres, pensamiento,
que con mi sombra me afliges?
Mira que temer sin causa
es de sujetos humildes.
O embustes de Fabia son,
que pretende persuadirme
porque no me vaya a Olmedo,
sabiendo que es imposible.
Siempre dice que me guarde,
y siempre que no camine
de noche, sin más razón
de que la envidia me sigue.
Pero ya no puede ser
que don Rodrigo me envidie,
pues hoy la vida me debe;
que esta deuda no permite
que un caballero tan noble
en ningún tiempo la olvida.
Antes pienso que ha de ser
para que amistad confirme
desde hoy conmigo en Medina;
que la ingratitud no vive
en buena sangre, que siempre
entre villanos reside.
En fin, es la quinta esencia
de cuantas acciones viles
tiene la bajeza humana
pagar mal quien bien recibe.
Vase. Salen don RODRIGO, don FERNANDO, MENDO y LAÍN
RODRIGO:
FERNANDO:
RODRIGO:
Hoy tendrán fin mis celos y su vida.
Finalmente, ¿venís determinado?
No habrá consejo que su muerte impida,
después que la palabra me han quebrado.
Ya se entendió la devoción fingida,
ya supe que era Tello, su crïado,
quien le enseñaba aquel latín que ha sido
en cartas de romance traducido.
¡Qué honrada dueña recibió en su casa
don Pedro en Fabia! ¡Oh, mísera doncella!
Disculpo tu inocencia, si te abrasa
fuego infernal de los hechizos de ella.
No sabe, aunque es discreta, lo que pasa
y así el honor de entrambos atropella.
¡Cuántas casas de nobles caballeros
han infamado hechizos y terceros!
Fabia, que puede transponer un monte;
Fabia, que puede detener un río,
y en los negros ministros de Aqueronte
tiene, como en vasallos, señorío;
Fabia, que de este mar, de este horizonte,
al abrasado clima, al norte frío
puede llevar a un hombre por el aire,
FERNANDO:
RODRIGO:
FERNANDO:
RODRIGO:
MENDO:
RODRIGO:
FERNANDO:
RODRIGO:
FERNANDO:
le da liciones. ¿Hay mayor donaire?
Por la misma razón yo no tratara
de más venganza.
¡Vive Dios, Fernando,
que fuera de los dos bajeza clara!
No la hay mayor que despreciar amando.
Si vos podéis, yo no.
Señor, repara
en que vienen los ecos avisando
de que a caballo alguna gente viene.
Si viene acompañado, miedo tiene.
No lo creas, que es mozo temerario.
Todo hombre con silencio esté escondido.
Tú, Mendo, el arcabuz, si es necesario,
tendrás detrás de un árbol prevenido.
¡Qué inconstante es el bien, qué loco y vario!
Hoy a vista de un rey salió lucido,
admirado de todos a la plaza,
y, ¡ya tan fiera muerte le amenaza!
Escóndense y salga don ALONSO
ALONSO:
Lo que jamás he tenido,
que es algún recelo o miedo,
llevo caminando a Olmedo.
Pero tristezas han sido.
Del agua el manso rüido
y el ligero movimiento
de estas ramas con el viento,
mi tristeza aumentan más.
Yo camino, y vuelve atrás
mi confuso pensamiento.
De mis padres el amor
y la obediencia me lleva,
aunque ésta es pequeña prueba
del alma de mi valor.
Conozco que fue rigor
el dejar tan presto a Inés...
¡Qué escuridad! Todo es
horror, hasta que el aurora
en las alfombras de Flora
ponga los dorados pies.
Allí cantan. ¿Quién será?
Mas será algún labrador
que camina a su labor.
Lejos parece que está.
Pero acercándose va.
Pues, ¡cómo! ¡Lleva instrumento,
y no es rústico el acento,
sino sonoro y süave!
¡Qué mal la música sabe,
si está triste el pensamiento!
Canten desde lejos en el vestuario y véngase acercando la voz como que camina
VOZ:
"Que de noche le mataron
al caballero,
ALONSO:
VOZ:
la gala de Medina,
la flor de Olmedo."
¡Cielos! ¿Qué estoy escuchando?
Si es que avisos vuestros son,
ya que estoy en la ocasión,
¿de qué me estás informando?
Volver atrás, ¿cómo puedo?
Invención de Fabia es,
que quiere, a ruego de Inés,
hacer que no vaya a Olmedo.
"Sombras le avisaron
que no saliese,
y le aconsejaron
que no se fuese
el caballero
la gala de Medina,
la flor de Olmedo."
Sale un LABRADOR
ALONSO:
LABRADOR:
ALONSO:
LABRADOR:
ALONSO:
LABRADOR:
ALONSO:
LABRADOR:
ALONSO:
LABRADOR:
ALONSO:
LABRADOR:
ALONSO:
LABRADOR:
¡Hola, buen hombre, el que canta!
¿Quién me llama?
Un hombre soy
que va perdido.
Ya voy.
([Agora] todo me espanta.)
Aparte
¿Dónde vas?
A mi labor.
¿Quién esa canción te ha dado,
que tristemente has cantado?
Allá en Medina, señor.
A mí me suelen llamar
el caballero de Olmedo,
y yo estoy vivo.
No puedo
deciros de este cantar
más historia ni ocasión,
de que a una Fabia la oí.
Si os importa, ya cumplí
con deciros la canción.
Volved atrás. No paséis
de este arroyo.
En mi nobleza,
fuera ese temor bajeza.
Muy necio valor tenéis.
Volved, volved a Medina.
Ven tú conmigo.
No puedo.
Vase
ALONSO:
¡Qué de sombras finge el miedo!
¡Qué de engaños imagina!
Oye, escucha. ¿Dónde fue,
que apenas sus pasos siento?
¡Ah, labrador! Oye, aguarda.
"Aguarda," responde el eco.
¡Muerto yo! Pero es canción
que por algún hombre hicieron
de Olmedo, y los de Medina
en este camino han muerto.
A la mitad dél estoy.
¿Qué han de decir si me vuelvo?
Gente viene... No me pesa;
si allá van, iré con ellos.
Salgan don RODRIGO y don FERNANDO y su gente
RODRIGO:
ALONSO:
FERNANDO:
ALONSO:
RODRIGO:
ALONSO:
RODRIGO:
ALONSO:
FERNANDO:
ALONSO:
¿Quién va?
Un hombre. ¿No me ves?
Deténgase.
Caballeros,
si acaso necesidad
los fuerza a pasos como éstos,
desde aquí a mi casa hay poco;
no habré menester dineros
que de día y en la calle
se los doy a cuantos veo
que me hacen honra en pedirlos.
Quítase las armas luego.
¿Para qué?
Para rendillas.
¿Saben quién soy?
El de Olmedo,
el matador de los toros,
que viene arrogante y necio
a afrentar los de Medina,
el que deshonra a don Pedro
con alcahuetes infames.
Si fuérades a lo menos
nobles vosotros, allá,
pues tuvistes tanto tiempo,
me hablárades, y no agora,
que solo a mi casa vuelvo.
Allá en las rejas adonde
dejastes la capa huyendo,
fuera bien, y no en cuadrilla
a media noche, soberbios.
Pero confieso, villanos,
que la estimación os debo,
que aun siendo tantos, sois pocos.
Riñan
RODRIGO:
Yo vengo a matar, no vengo
a desafíos; que entonces
te matara cuerpo a cuerpo.
A MENDO
Tírale.
Disparen dentro
ALONSO:
Traidores sois;
pero sin armas de fuego
no pudiérades matarme.
¡Jesús!
Cae
FERNANDO:
¡Bien lo has hecho, Mendo!
Vanse don RODRIGO, don FERNANDO y su gente
ALONSO:
¡Qué poco crédito di
a los avisos del cielo!
Valor propio me ha engañado,
y muerto envidias y celos.
¡Ay de mí! ¿Qué haré en un campo
tan solo?
Sale TELLO
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
TELLO:
ALONSO:
Pena me dieron
estos hombres que a caballo
van hacia Medina huyendo.
Si a don Alonso habían visto
pregunté; no respondieron.
¡Mala señal! Voy temblando.
¡Dios mío, piedad! ¡Yo muero!
Vos sabéis que fue mi amor
dirigido a casamiento.
¡Ay, Inés!
De lastimosas
quejas siento tristes ecos.
Hacia aquella parte suenan.
No está del camino lejos
quien las da. No me ha quedado
sangre. Pienso que el sombrero
puede tenerse en el aire
solo en cualquiera cabello.
¡Ah, hidalgo!
¿Quién es?
¡Ay, Dios!
¿Por qué dudo lo que veo?
Es mi señor. ¡Don Alonso!
Seas bien venido, Tello.
¿Cómo, señor, si he tardado?
¿Cómo, si a mirarte llego
hecho una fiera de sangre?
¡Traidores, villanos, perros;
volved, volved a matarme;
pues habéis, infames, muerto
el más noble, el más valiente,
el más galán caballero
que ciñó espada en Castilla!
Tello, Tello, ya no es tiempo
más que de tratar del alma.
Ponme en tu caballo presto
y llévame a ver mis padres.
TELLO:
¡Qué buenas nuevas les llevo
de las fiestas de Medina!
¿Qué dirá aquel noble viejo?
¿Qué hará tu madre y tu patria?
¡Venganza, piadosos cielos!
Llévase a don ALONSO. Salen don PEDRO, doña INÉS, doña LEONOR, y FABIA
INÉS:
PEDRO:
LEONOR:
PEDRO:
LEONOR:
PEDRO:
¿Tantas mercedes ha hecho?
Hoy mostró con su real
mano, heroica y liberal,
la grandeza de su pecho.
Medina está agradecida,
y por la que he recibido
a besarla os he traído.
¿Previene ya su partida?
Sí, Leonor, por el infante,
que aguarda al rey en Toledo.
En fin, obligado quedo;
que por merced semejante
más por vosotras lo estoy,
pues ha de ser vuestro aumento.
Con razón estás contento.
Alcaide de Burgos soy.
Besad la mano a su alteza.
Aparte a FABIA
INÉS:
FABIA:
INÉS:
FABIA:
INÉS:
PEDRO:
INÉS:
PEDRO:
LEONOR:
PEDRO:
(¡Ha de haber ausencia, Fabia!
Más la Fortuna te agravia.
No en vano tanta tristeza
he tenido desde ayer.
Yo pienso que mayor daño
te espera, si no me engaño,
como suele suceder;
que en las cosas por venir
no puede haber cierta ciencia.
¿Qué mayor mal que la ausencia,
pues es mayor que morir?)
Ya, Inés, ¿qué mayores bienes
pudiera yo desear,
si tú quisieras dejar
el propósito que tienes?
No porque yo le hago fuerza;
pero quisiera casarte.
Pues tu obediencia no es parte
que mi propósito tuerza.
Me admiro de que no entiendas
la ocasión.
Yo no la sé.
Pues yo por ti la diré,
Inés, como no te ofendas.
No la casas a su gusto.
¡Mira qué presto!
Mi amor
se queja de tu rigor,
porque, a saber tu disgusto,
LEONOR:
PEDRO:
LEONOR:
PEDRO:
LEONOR:
PEDRO:
INÉS:
PEDRO:
INÉS:
FABIA:
no la hubiera imaginado.
Tiene inclinación Inés
a un caballero, después
que el rey de una cruz le ha honrado;
que esto es deseo de honor,
y no poca honestidad.
Pues si él tiene calidad
y tú le tienes amor,
¿quién ha de haber que replique?
Cásate en buen hora, Inés.
Pero, ¿no sabré quién es?
Es don Alonso Manrique.
Albricias hubiera dado.
¿El de Olmedo?
Sí, señor.
Es hombre de gran valor
y desde agora me agrado
de tan discreta elección;
que si el hábito rehusaba,
era porque imaginaba
diferente vocación.
Habla, Inés, no estés ansí.
Señor, Leonor se adelanta;
que la inclinación no es tanta
como ella te ha dicho aquí.
Yo no quiero examinarte,
sino estar con mucho gusto
de pensamiento tan justo
y de que quieras casarte.
Desde agora es tu marido;
que me tendré por honrado
de un yerno tan estimado,
tan rico y tan bien nacido.
Beso mil veces tus pies.
Loca de contento estoy.
Fabia.
(El parabién te doy,
Aparte
si no es pésame después.)
Salen el REY, el CONDESTABLE y gente, don RODRIGO, y don FERNANDO
LEONOR:
PEDRO:
INÉS:
PEDRO:
REY:
PEDRO:
REY:
INÉS:
REY:
¡El rey!
Llegad a besar
su mano.
¡Qué alegre llego!
Dé vuestra alteza los pies,
por la merced que me ha hecho
del alcaidía de Burgos,
a mí y a mis hijas.
Tengo
bastante satisfacción
de vuestro valor, don Pedro,
y de que me habéis servido.
Por lo menos lo deseo.
¿Sois casadas?
No, señor.
¿Vuestro nombre?
INÉS:
Inés.
REY:
¿Y el vuestro?
LEONOR:
Leonor.
CONDESTABLE:
Don Pedro merece
tener dos gallardos yernos,
que están presentes, señor,
y que yo os pido por ellos
los caséis de vuestra mano.
REY:
¿Quién son?
RODRIGO:
Yo, señor, pretendo
con vuestra licencia, a Inés.
FERNANDO:
Y yo a su hermana le ofrezco
la mano y la voluntad.
REY:
En gallardos caballeros
emplearéis vuestras dos hijas,
don Pedro.
PEDRO:
Señor, no puedo
dar a Inés a don Rodrigo,
porque casada la tengo
con don Alonso Manrique,
el caballero de Olmedo,
a quien hicistes merced
de un hábito.
REY:
Yo os prometo
que la primera encomienda
sea suya.
Aparte los dos
RODRIGO:
FERNANDO:
REY:
(¡Extraño suceso!
Ten prudencia.)
Porque es hombre
de grandes merecimientos.
Dentro
TELLO:
Dejadme entrar.
REY:
¿Quién da voces?
CONDESTABLE: Con la guarda un escudero
que quiere hablarte.
REY:
Dejadle.
CONDESTABLE: Viene llorando y pidiendo
justicia.
REY:
Hacerla es mi oficio.
Eso significa el cetro.
Sale TELLO
TELLO:
Invictísimo don Juan,
que del castellano reino,
a pesar de tanta envidia,
gozas el dichoso imperio;
con un caballero anciano
vine a Medina, pidiendo
justicia de dos traidores;
pero el doloroso exceso
en tus puertas le ha dejado,
si no desmayado, muerto.
Con esto yo, que le sirvo,
rompí con atrevimiento
tus guardas y tus oídos;
oye, pues te puso el cielo
la vara de la justicia
en tu libre entendimiento,
para castigar los malos
y para premiar los buenos;
la noche de aquellas fiestas
que a la Cruz de Mayo hicieron
caballeros de Medina,
para que fuese tan cierto
que donde hay cruz hay pasión,
por dar a sus padres viejos
contento de verle libre
de los toros, menos fieros
que fueron sus enemigos,
partió de Medina a Olmedo,
don Alonso, mi señor,
aquel ilustre mancebo
que mereció tu alabanza,
que es raro encarecimiento.
Quedéme en Medina yo,
como a mi cargo estuvieron
los jaeces y caballos,
para tener cuenta de ellos.
Ya la destocada noche,
de los dos polos en medio,
daba a la traición espada,
mano al hurto, pies al miedo,
cuando partí de Medina;
y al pasar un arroyuelo,
puente y señal del camino,
veo seis hombres corriendo
hacia Medina, turbados,
y, aunque juntos, descompuestos.
La luna, que salió tarde,
menguado el rostro sangriento,
me dio a conocer los dos;
que tal vez alumbra el cielo
con las hachas de sus luces
el más oscuro silencio,
para que vean los hombres,
de las maldades los dueños,
porque a los ojos divinos
no hubiese humanos secretos.
Paso adelante, ¡ay de mí!,
y envuelto en su sangre veo
a don Alonso expirando.
Aquí, gran señor, no puedo
ni hacer resistencia al llanto,
ni decir el sentimiento.
En el caballo le puse
tan animoso, que creo
que pensaban sus contrarios
que no le dejaban muerto.
REY:
INÉS:
PEDRO:
INES:
A Olmedo llegó con vida
cuanto fue bastante, ¡ay cielo!,
para oír la bendición
de dos miserables viejos,
que enjugaban las heridas
con lágrimas y con besos.
Cubrió de luto su casa
y su patria, cuyo entierro
será el del fénix, señor;
después de muerto viviendo
en las lenguas de la fama,
a quien conserven respeto
la mudanza de los hombres
y los olvidos del tiempo.
¡Extraño caso!
¡Ay de mí!
Guarda lágrimas y extremos,
Inés, para nuestra casa.
...........
Lo que de burlas te dije,
señor, de veras te ruego.
Y a vos, generoso rey,
de esos viles caballeros
os pido justicia.
A TELLO
REY:
Dime,
pues pudiste conocerlos,
¿quién son esos dos traidores?
¿Dónde están? ¡Que vive el cielo,
de no me partir de aquí
hasta que los deje presos!
TELLO:
Presentes están, señor;
don Rodrigo es el primero,
y don Fernando el segundo.
CONDESTABLE: El delito es manifiesto,
su turbación lo confiesa.
RODRIGO:
Señor, escucha...
REY:
¡Prendedlos!
Y en un teatro mañana
cortad sus infames cuellos;
fin de la trágica historia
del caballero de Olmedo.
FIN DE LA COMEDIA
EL BURLADOR DE SEVILLA,
de Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)
Personas que hablan en ella:
Don DIEGO Tenorio, viejo
Don JUAN Tenorio, su hijo
CATALINÓN, lacayo
El REY de Nápoles
El Duque OCTAVIO
Don PEDRO Tenorio, tío
El Marqués de la MOTA
Don GONZALO de Ulloa
El REY de Castilla, ALFONSO XI
FABIO, criado
ISABELA, Duquesa
TISBEA, pescadora
BELISA, villana
ANFRISO, pescador
CORIDÓN, pescador
GASENO, labrador
BATRICIO, labrador
RIPIO, cirado
Doña ANA de Ulloa
AMINTA, labradora
ACOMPAÑAMIENTO
CANTORES
GUARDAS
CRIADOS
ENLUTADOS
MÚSICOS
PASTORES
PESCADORES
ACTO PRIMERO
Salen don JUAN Tenorio e ISABELA, duquesa
ISABELA
JUAN
ISABELA
JUAN
Duque Octavio, por aquí
podrás salir más seguro.
Duquesa, de nuevo os juro
de cumplir el dulce sí.
Mi gloria, ¿serán verdades
promesas y ofrecimientos,
regalos y cumplimientos,
voluntades y amistades?
Sí, mi bien.
Quiero sacar
ISABELA
una luz.
JUAN
ISABELA
JUAN
ISABELA
JUAN
ISABELA
JUAN
ISABELA
JUAN
ISABELA
Pues, ¿para qué?
Para que el alma dé fe
del bien que llego a gozar.
Mataréte la luz yo.
¡Ah, cielo! ¿Quién eres, hombre?
¿Quién soy? Un hombre sin nombre.
¿Que no eres el duque?
No.
¡Ah de palacio!
Detente.
Dame, duquesa, la mano.
No me detengas, villano.
¡Ah del rey! ¡Soldados, gente!
Sale el REY de Nápoles, con una vela en un candelero
REY
ISABELA
REY
JUAN
REY
ISABELA
¿Qué es esto?
¡Favor! ¡Ay, triste,
que es el rey!
¿Qué es?
¿Qué ha de ser?
Un hombre y una mujer.
(Esto en prudencia consiste.)
¡Ah de mi guarda! Prendé
a este hombre.
¡Ay, perdido honor!
Sale don PEDRO Tenorio, embajador de España, y GUARDA
PEDRO
REY
¿En tu cuarto, gran señor
voces? ¿Quién la causa fue?
Don Pedro Tenorio, a vos
esta prisión os encargo.
Si ando corto, andad vos largo.
Mirad quién son estos dos.
Y con secreto ha de ser,
que algún mal suceso creo;
porque si yo aquí los veo,
no me queda más que ver.
Vase el REY
PEDRO
JUAN
Prendedle.
¿Quién ha de osar?
Bien puedo perder la vida;
mas ha de ir tan bien vendida
que a alguno le ha de pesar.
Aparte
PEDRO
JUAN
PEDRO
Matadle.
¿Quién os engaña?
Resuelto en morir estoy,
porque caballero soy.
El embajador de España
llegue solo, que ha de ser
él quien me rinda.
Apartad;
a ese cuarto os retirad
todos con esa mujer.
Vanse los otros
JUAN
PEDRO
JUAN
PEDRO
JUAN
PEDRO
JUAN
PEDRO
Ya estamos solos los dos;
muestra aquí tu esfuerzo y brío.
Aunque tengo esfuerzo, tío,
no le tengo para vos.
Di quién eres.
Ya lo digo.
Tu sobrino.
¡Ay, corazón,
que temo alguna traición!
¿Qué es lo que has hecho, enemigo?
¿Cómo estás de aquesta suerte?
Dime presto lo que ha sido.
¡Desobediente, atrevido!
Estoy por darte la muerte.
Acaba.
Tío y señor,
mozo soy y mozo fuiste;
y pues que de amor supiste,
tenga disculpa mi amor.
Y pues a decir me obligas
la verdad, oye y diréla.
Yo engañé y gocé a Isabela
la duquesa.
No prosigas,
tente. ¿Cómo la engañaste?
Habla quedo, y cierra el labio.
Fingí ser el duque Octavio.
No digas más. ¡Calla! ¡Baste!
Perdido soy si el rey sabe
este caso. ¿Qué he de hacer?
Industria me ha de valer
en un negocio tan grave.
Di, vil, ¿no bastó emprender
con ira y fiereza extraña
tan gran traición en España
JUAN
PEDRO
JUAN
PEDRO
JUAN
PEDRO
JUAN
PEDRO
JUAN
PEDRO
JUAN
con otra noble mujer,
sino en Nápoles también,
y en el palacio real
con mujer tan principal?
¡Castíguete el cielo, amén!
Tu padre desde Castilla
a Nápoles te envió,
y en sus márgenes te dio
tierra la espumosa orilla
del mar de Italia, atendiendo
que el haberte recibido
pagaras agradecido,
y estás su honor ofendiendo.
¡Y en tan principal mujer!
Pero en aquesta ocasión
nos daña la dilación.
Mira qué quieres hacer.
No quiero daros disculpa,
que la habré de dar siniestra,
mi sangre es, señor, la vuestra;
sacadla, y pague la culpa.
A esos pies estoy rendido,
y ésta es mi espada, señor.
Álzate, y muestra valor,
que esa humildad me ha vencido.
¿Atreveráste a bajar
por ese balcón?
Sí atrevo,
que alas en tu favor llevo.
Pues yo te quiero ayudar.
Vete a Sicilia o Milán,
donde vivas encubierto.
Luego me iré.
¿Cierto?
Cierto.
Mis cartas te avisarán
en qué para este suceso
triste, que causado has.
Para mí alegre dirás.
Que tuve culpa confieso.
Esa mocedad te engaña.
Baja por ese balcón.
(Con tan justa pretensión,
gozoso me parto a España).
Vase don JUAN y entra el REY
PEDRO
Ejecutando, señor,
Aparte
REY
PEDRO
REY:
PEDRO
REY
PEDRO
REY:
lo que mandó vuestra alteza,
el hombre...
¿Murió?
Escapóse
de las cuchillas soberbias.
¿De qué forma?
De esta forma:
aun no lo mandaste apenas,
cuando sin dar más disculpa,
la espada en la mano aprieta,
revuelve la capa al brazo,
y con gallarda presteza,
ofendiendo a los soldados
y buscando su defensa,
viendo vecina la muerte,
por el balcón de la huerta
se arroja desesperado.
Siguióle con diligencia
tu gente. Cuando salieron
por esa vecina puerta,
le hallaron agonizando
como enroscada culebra.
Levantóse, y al decir
los soldados, "¡Muera, muera!",
bañado con sangre el rostro,
con tan heroica presteza
se fue, que quedé confuso.
La mujer, que es Isabela,
--que para admirarte nombro-retirada en esa pieza,
dice que fue el duque Octavio
quien, con engaño y cautela,
la gozó.
¿Qué dices?
Digo
lo que ella propia confiesa.
¡Ah, pobre honor! Si eres alma
del hombre, ¿por qué te dejan
en la mujer inconstante,
si es la misma ligereza?
¡Hola!
Sale un CRIADO
CRIADO
REY
¿Gran señor?
Traed
delante de mi presencia
esa mujer.
PEDRO
Ya la guardia
viene, gran señor, con ella.
Trae la GUARDA a ISABELA
ISABELA
REY
ISABELA
REY
ISABELA
REY
ISABELA
REY
¿Con qué ojos veré al rey?
Idos, y guardad la puerta
de esa cuadra. Di, mujer,
¿qué rigor, qué airada estrella
te incitó, que en mi palacio,
con hermosura y soberbia,
profanases sus umbrales?
Señor...
Calla, que la lengua
no podrá dorar el yerro
que has cometido en mi ofensa.
¿Aquél era del duque Octavio?
Sí, señor.
No importan fuerzas,
guardas, crïados, murallas,
fortalecidas almenas,
para amor, que la de un niño
hasta los muros penetra.
Don Pedro Tenorio, al punto
a esa mujer llevad presa
a una torre, y con secreto
haced que al duque le prendan;
que quiero hacer que le cumpla
la palabra, o la promesa.
Gran señor, volvedme el rostro.
Ofensa a mi espalda hecha,
es justicia y es razón
castigalla a espaldas vueltas.
Vase el REY
PEDRO
ISABELA
Vamos, duquesa.
(Mi culpa
no hay disculpa que la venza,
mas no será el yerro tanto
si el duque Octavio lo enmienda).
Vanse todos. Salen el duque OCTAVIO, y RIPIO su criado
RIPIO
OCTAVIO
¿Tan de mañana, señor,
te levantas?
No hay sosiego
que pueda apagar el fuego
que enciende en mi alma Amor.
Aparte
RIPIO
OCTAVIO
RIPIO
OCTAVIO
RIPIO
OCTAVIO
RIPIO
OCTAVIO
RIPIO
OCTAVIO
RIPIO
Porque, como al fin es niño,
no apetece cama blanda,
entre regalada holanda,
cubierta de blanco armiño.
Acuéstase. No sosiega.
Siempre quiere madrugar
por levantarse a jugar,
que al fin como niño juega.
Pensamientos de Isabela
me tienen, amigo, en calma;
que como vive en el alma,
anda el cuerpo siempre en vela,
guardando ausente y presente,
el castillo del honor.
Perdóname, que tu amor
es amor impertinente.
¿Qué dices, necio?
Esto digo,
impertinencia es amar
como amas. ¿Vas a escuchar?
Sí, prosigue.
Ya prosigo.
¿Quiérete Isabela a ti
¿Eso, necio, has de dudar?
No, mas quiero preguntar,
¿Y tú no la quieres?
Sí.
Pues, ¿no seré majadero,
y de solar conocido,
si pierdo yo mi sentido
por quien me quiere y la quiero?
Si ella a ti no te quisiera,
fuera bien el porfïalla,
regalalla y adoralla,
y aguardar que se rindiera;
mas si los dos os queréis
con una mesma igualdad,
dime, ¿hay más dificultad
de que luego os desposéis?
Eso fuera, necio, a ser
de lacayo o lavandera
la boda.
Pues, ¿es quien quiera
una lavandriz mujer,
lavando y fregatrizando,
defendiendo y ofendiendo,
los paños suyos tendiendo,
regalando y remendando?
Dando, dije, porque al dar
no hay cosa que se le iguale,
y si no, a Isabela dale,
a ver si sabe tomar.
Sale un CRIADO
CRIADO
OCTAVIO
El embajador de España
en este punto se apea
en el zaguán, y desea,
con ira y fiereza extraña,
hablarte, y si no entendí
yo mal, entiendo es prisión.
¿Prisión? Pues, ¿por qué ocasión?
Decid que entre.
Entra Don PEDRO Tenorio con guardas
PEDRO
OCTAVIO
PEDRO
OCTAVIO
PEDRO
OCTAVIO
PEDRO
OCTAVIO
PEDRO
Quien así
con tanto descuido duerme,
limpia tiene la conciencia.
Cuando viene vueselencia
a honrarme y favorecerme,
no es justo que duerma yo.
Velaré toda mi vida.
¿a qué y por qué es la venida?
Porque aquí el rey me envió.
Si el rey mi señor se acuerda
de mí en aquesta ocasión,
será justicia y razón
que por él la vida pierda.
Decidme, señor, qué dicha
o qué estrella me ha guïado,
que de mí el rey se ha acordado?
Fue, duque, vuestra desdicha.
Embajador del rey soy.
De él os traigo una embajada.
Marqués, no me inquieta nada.
Decid, que aguardando estoy.
A prenderos me ha envïado
el rey. No os alborotéis.
¿Vos por el rey me prendéis?
Pues, ¿en qué he sido culpado?
Mejor lo sabéis que yo,
mas, por si acaso me engaño,
escuchad el desengaño,
y a lo que el rey me envió.
Cuando los negros gigantes,
plegando funestos toldos
OCTAVIO
PEDRO
OCTAVIO
ya del crepúsculo huían,
unos tropezando en otros,
estando yo con su alteza,
tratando ciertos negocios,
porque antípodas del sol
son siempre los poderosos,
voces de mujer oímos,
cuyos ecos medio roncos,
por los artesones sacros
nos repitieron "¡Socorro!"
A las voces y al rüido
acudió, duque, el rey propio,
halló a Isabela en los brazos
de algún hombre poderoso;
mas quien al cielo se atreve
sin duda es gigante o monstruo.
Mandó el rey que los prendiera,
quedé con el hombre solo.
Llegué y quise desarmalle,
pero pienso que el demonio
en él formó forma humana,
pues que, vuelto en humo, y polvo,
se arrojó por los balcones,
entre los pies de esos olmos,
que coronan del palacio
los chapiteles hermosos.
Hice prender la duquesa,
y en la presencia de todos
dice que es el duque Octavio
el que con mano de esposo
la gozó.
¿Qué dices?
Digo
lo que al mundo es ya notorio,
y que tan claro se sabe,
que a Isabela, por mil modos,
[presa, ya lo ha dicho al rey].
Con vos, señor, o con otro,
esta noche en el palacio,
la habemos hallado todos.
Dejadme, no me digáis
tan gran traición de Isabela,
mas... ¿si fue su amor cautela?
Proseguid, ¿por qué calláis?
(Mas, si veneno me dais
a un firme corazón toca,
y así a decir me provoca
que imita a la comadreja,
Aparte
PEDRO
OCTAVIO
PEDRO
OCTAVIO
PEDRO
OCTAVIO
PEDRO
OCTAVIO
que concibe por la oreja,
para parir por la boca.
¿Será verdad que Isabela,
alma, se olvidó de mí
para darme muerte? Sí,
que el bien suena y el mal vuela.
Ya el pecho nada recela,
juzgando si son antojos,
que por darme más enojos,
al entendimiento entró,
y por la oreja escuchó,
lo que acreditan los ojos.)
Señor marqués, ¿es posible
que Isabela me ha engañado,
y que mi amor ha burlado?
Parece cosa imposible.
¡Oh mujer, ley tan terrible
de honor, a quien me provoco
a emprender! Mas ya no toco
en tu honor esta cautela.
¿Anoche con Isabela
hombre en palacio? Estoy loco.
Como es verdad que en los vientos
hay aves, en el mar peces,
que participan a veces
de todos cuatro elementos;
como en la gloria hay contentos,
lealtad en el buen amigo,
traición en el enemigo,
en la noche oscuridad,
y en el día claridad,
y así es verdad lo que digo.
Marqués, yo os quiero creer,
ya no hay cosa que me espante,
que la mujer más constante
es, en efecto, mujer.
No me queda más que ver,
pues es patente mi agravio.
Pues que sois prudente y sabio
elegid el mejor medio.
Ausentarme es mi remedio.
Pues sea presto, duque Octavio.
Embarcarme quiero a España,
y darle a mis males fin.
Por la puerta del jardín,
duque, esta prisión se engaña.
¡Ah veleta, ah débil caña!
A más furor me provoco,
y extrañas provincias toco,
huyendo de esta cautela.
Patria, adiós. ¿Con Isabela
hombre en palacio? Estoy loco.
Vanse todos. Sale TISBEA, pescadora, con una caña
de pescar en la mano
TISBEA
Yo, de cuantas el mar,
pies de jazmín y rosas,
en sus riberas besa,
con fugitivas olas,
sola de amor exenta,
como en ventura sola,
tirana me reservo
de sus prisiones locas.
Aquí donde el sol pisa
soñolientas las ondas,
alegrando zafiros
las que espantaba sombras,
por la menuda arena,
unas veces aljófar,
y átomos otras veces
del sol, que así le adora,
oyendo de las aves
las quejas amorosas,
y los combates dulces
del agua entre las rocas,
ya con la sutil caña,
que el débil peso dobla
del tierno pececillo,
que el mar salado azota,
o ya con la atarraya,
que en sus moradas hondas
prende en cuantos habitan
aposentos de conchas,
seguramente tengo
que en libertad se goza
el alma, que amor áspid
no le ofende ponzoña.
En pequeñuelo esquife,
ya en compañía de otras,
tal vez al mar le peino
la cabeza espumosa.
Y cuando más perdidas
querellas de amor forman,
como de todos río
envidia soy de todas.
Dichosa yo mil veces,
Amor, pues me perdonas,
si ya por ser humilde
no desprecias mi choza.
Obeliscos de paja
mi edificio coronan,
nidos, si no a cigüeñas,
a tortolillas locas.
Mi honor conservo en pajas
como fruta sabrosa,
vidrio guardado en ellas
para que no se rompa.
De cuantos pescadores
con fuego Tarragona
de piratas defiende
en la argentada costa,
desprecio soy, encanto,
a sus suspiros sorda,
a sus ruegos terrible,
a sus promesas roca.
Anfriso, a quien el cielo,
con mano poderosa,
prodigó un cuerpo y alma
dotado en gracias todas,
medido en las palabras,
liberal en las obras,
sufrido en los desdenes,
modesto en las congojas,
mis pajizos umbrales,
que heladas noches ronda,
a pesar de los tiempos
las mañanas remoza,
pues con los ramos verdes,
que de los olmos corta,
cubiertos amanecen
de flores sin lisonjas.
Ya con vigüelas dulces,
y sutiles zampoñas,
músicas me consagra,
y todo no le importa,
porque en tirano imperio
vivo de amor señora,
que halla gusto en sus penas,
y en sus infiernos gloria.
Todas por él se mueren,
y yo, todas las horas,
le mato con desdenes,
de amor condición propia;
querer donde aborrecen,
despreciar donde adoran,
que si le alegran muere,
y vive si le oprobian.
En tan alegre día,
segura de lisonjas,
mis juveniles años
amor no los malogra;
que en edad tan florida,
Amor, no es suerte poca,
no ver, tratando en redes,
las tuyas amorosas.
Pero, necio discurso,
que mi ejercicio estorbas,
en él no me diviertas
en cosa que no importa.
Quiero entregar la caña
al viento, y a la boca
del pececillo el cebo.
¡Pero al agua se arrojan
dos hombres de una nave,
antes que el mar la sorba,
que sobre el agua viene,
y en un escollo aborda!
Como hermoso pavón
hacen las velas ola,
adonde los pilotos
todos los ojos pongan.
Las olas va escarbando,
y ya su orgullo y pompa
casi la desvanece,
agua un costado toma.
Hundióse, y dejó al viento
la gavia, que la escoja
para morada suya,
que un loco en gavias mora.
Dentro gritos de "¡Que me ahogo!"
Un hombre al otro aguarda,
que dice que se ahoga.
¡Gallarda cortesía,
en los hombros le toma!
Anquises le hace Eneas
si el mar está hecho Troya.
Ya nadando, las aguas
con valentía corta,
y en la playa no veo
quien lo ampare y socorra.
Daré voces. ¡Tirso,
Anfriso, Alfredo, hola!
Pescadores me miran,
plega a Dios que me oigan,
mas milagrosamente
ya tierra los dos toman,
sin aliento el que nada,
con vida el que le estorba.
Saca en brazos CATALINÓN a don JUAN, mojados
¡Válgame la Cananea,
y qué salado es el mar!
Aquí puede bien nadar
el que salvarse desea,
que allá dentro es desatino
donde la muerte se fragua.
Donde Dios juntó tanta agua
¿no juntara tanto vino?
Agua, y salada. Extremada
cosa para quien no pesca.
Si es mala aun el agua fresca,
¿qué será el agua salada?
¡Oh, quién hallara una fragua
de vino, aunque algo encendido!
Si del agua que he bebido
hoy escapo, no más agua.
Desde hoy abrenuncio de ella,
que la devoción me quita
tanto, que aun agua bendita
no pienso ver, por no vella.
¡Ah señor! Helado y frío
está. ¿Si estará ya muerto?
Del mar fue este desconcierto,
y mío este desvarío.
¡Mal haya aquél que primero
pinos en el mar sembró
y el que sus rumbos midió
con quebradizo madero!
¡Maldito sea el vil sastre
que cosió el mar que dibuja
con astronómica aguja,
causando tanto desastre!
¡Maldito sea Jasón,
y Tifis maldito sea!
Muerto está. No hay quien lo crea.
¡Mísero Catalinón!
¿Qué he de hacer?
TISBEA
Hombre, ¿qué tienes?
CATALINÓN En desventura iguales,
CATALINÓN
pescadora, muchos males,
y falta de muchos bienes.
Veo, por librarme a mí,
sin vida a mi señor. Mira
si es verdad.
TISBEA
No, que aun respira.
CATALINÓN ¿Por dónde, por aquí?
TISBEA
Sí,
pues, ¿por dónde...?
CATALINÓN
Bien podía
respirar por otra parte.
TISBEA
Necio estás.
CATALINÓN
Quiero besarte
las manos de nieve fría.
TISBEA
Ve a llamar los pescadores
que en aquella choza están.
CATALINÓN ¿Y si los llamo, ¿vendrán?
TISBEA
Vendrán presto, no lo ignores.
¿Quién es este caballero?
CATALINÓN Es hijo aqueste señor
del camarero mayor
del rey, por quien ser espero
antes de seis días Conde
en Sevilla, a donde va,
y adonde su alteza está,
si a mi amistad corresponde.
TISBEA
¿Cómo se llama?
CATALINÓN
Don Juan
Tenorio.
TISBEA
Llama mi gente.
CATALINÓN Ya voy.
Vase CATALINÓN. Coge en el regazo TISBEA a don JUAN
TISBEA
JUAN
TISBEA
JUAN
Mancebo excelente,
gallardo, noble y galán.
Volved en vos, caballero.
¿Dónde estoy?
Ya podéis ver,
en brazos de una mujer.
Vivo en vos, si en el mar muero.
Ya perdí todo el recelo
que me pudiera anegar,
pues del infierno del mar
salgo a vuestro claro cielo.
Un espantoso huracán
dio con mi nave al través,
para arrojarme a esos pies,
que abrigo y puerto me dan,
TISBEA
JUAN
TISBEA
y en vuestro divino oriente
renazco, y no hay que espantar,
pues veis que hay de amar a mar
una letra solamente.
Muy grande aliento tenéis
para venir sin aliento,
y tras de tanto tormento,
mucho contento ofrecéis;
pero si es tormento el mar,
y son sus ondas crüeles,
la fuerza de los cordeles,
pienso que os hacen hablar.
Sin duda que habéis bebido
del mar la ración pasada,
pues por ser de agua salada
con tan grande sal ha sido.
Mucho habláis cuando no habláis,
y cuando muerto venís,
mucho al parecer sentís,
plega a Dios que no mintáis.
Parecéis caballo griego,
que el mar a mis pies desagua,
pues venís formado de agua,
y estáis preñado de fuego.
Y si mojado abrasáis,
estando enjuto, ¿qué haréis?
Mucho fuego prometéis,
plega a Dios que no mintáis.
A Dios, zagala, pluguiera
que en el agua me anegara,
para que cuerdo acabara,
y loco en vos no muriera;
que el mar pudiera anegarme
entre sus olas de plata,
que sus límites desata,
mas no pudiera abrasarme.
Gran parte del sol mostráis,
pues que el sol os da licencia,
pues sólo con la apariencia,
siendo de nieve abrasáis.
Por más helado que estáis,
tanto fuego en vos tenéis,
que en este mío os ardéis,
plega a Dios que no mintáis.
Salen CATALINÓN, CORIDÓN y ANFRISO, pescadores
CATALINÓN Ya vienen todos aquí.
TISBEA
Y ya está tu fuego vivo.
Con tu presencia recibo
el aliento que perdí.
CORIDÓN
¿Qué nos mandas?
TISBEA
Coridón,
Anfriso, amigos...
CORIDÓN
Todos
buscamos por varios modos
esta dichosa ocasión.
Di qué nos mandas, Tisbea,
que por labios de clavel
no lo habrás mandado a aquél
que idolatrarte desea,
apenas, cuando al momento,
sin reservar llanto, o sierra,
surque el mar, are la tierra,
tale el fuego y pare el viento.
TISBEA
¡Oh, qué mal me parecía
estas lisonjas ayer,
y hoy echo en ellas de ver
que sus labios no mentían!
Estando, amigos, pescando
sobre este peñasco, vi
hundirse una nave allí,
y entre las olas nadando
dos hombres, y compasiva
di voces que nadie oyó;
y en tanta aflicción llegó
libre de la furia esquiva
del mar, sin vida a la arena,
de éste en los hombros cargado,
un hidalgo, ya anegado;
y envuelta en tan triste pena,
a llamaros envïé.
ANFRISO
Pues aquí todos estamos,
manda que en tu gusto hagamos,
lo que pensado no fue.
TISBEA
Que a mi choza los llevemos
quiero, donde agradecidos
reparemos sus vestidos
y a ellos los regalemos,
que mi padre gusta mucho
de esta debida piedad.
CATALINÓN Extremada es su beldad.
JUAN
Escucha aparte.
CATALINÓN
Ya escucho.
JUAN
Si te pregunta quién soy,
di que no sabes.
CATALINÓN
¿A mí
JUAN
quieres advertirme aquí
lo que he de hacer?
JUAN
Muerto voy
por la hermosa pescadora.
Esta noche he de gozalla.
CATALINÓN ¿De qué suerte?
JUAN
Ven y calla.
CORIDÓN
Anfriso, dentro de un hora
los pescadores prevén
que canten y bailen.
ANFRISO
Vamos,
y esta noche nos hagamos
rajas, y paños también.
JUAN
Muerto soy.
TISBEA
¿Cómo, si andáis?
JUAN
Ando en pena, como veis.
TISBEA
Mucho habláis.
JUAN
Mucho encendéis.
TISBEA
Plega a Dios que no mintáis.
Vanse todos
Salen don GONZALO de Ulloa y el REY don Alfonso de Castilla
REY
GONZALO
REY
GONZALO
REY
GONZALO
REY
GONZALO
REY
¿Cómo os ha sucedido en la embajada,
comendador mayor?
Hallé en Lisboa
al rey don Juan tu primo, previniendo
treinta naves de armada.
¿Y para dónde?
Para Goa me dijo, mas yo entiendo
que a otra empresa más fácil apercibe;
a Ceuta, o Tánger pienso que pretende
cercar este verano.
Dios le ayude,
y premie el cielo de aumentar su gloria.
¿Qué es lo que concertasteis?
Señor, pide
a Cerpa, y Mora, y Olivencia, y Toro,
y por eso te vuelve a Villaverde,
al Almendral, a Mértola, y Herrera
entre Castilla y Portugal.
Al punto
se firman los conciertos, don Gonzalo;
mas decidme primero cómo ha ido
en el camino, que vendréis cansado,
y alcanzado también.
Para serviros,
nunca, señor, me canso.
¿Es buena tierra
Lisboa?
La mayor ciudad de España.
Y si mandas que diga lo que he visto
de lo exterior y célebre, en un punto
en tu presencia te podré un retrato.
REY
Gustaré de oíllo. Dadme silla.
GONZALO
Es Lisboa una octava maravilla.
De las entrañas de España,
que son las tierras de Cuenca,
nace el caudaloso Tajo,
que media España atraviesa.
Entra en el mar Oceano,
en las sagradas riberas
de esta ciudad por la parte
del sur; mas antes que pierda
su curso y su claro nombre
hace un cuarto entre dos sierras
donde están de todo el orbe
barcas, naves, caravelas.
Hay galeras y saetías,
tantas que desde la tierra
para una gran ciudad
adonde Neptuno reina.
A la parte del poniente,
guardan del puerto dos fuerzas,
de Cascaes y Sangián,
las más fuertes de la tierra.
Está de esta gran ciudad,
poco más de media legua,
Belén, convento del santo
conocido por la piedra
y por el león de guarda,
donde los reyes y reinas,
católicos y cristianos,
tienen sus casas perpetuas.
Luego esta máquina insigne,
desde Alcántara comienza
una gran legua a tenderse
al convento de Jabregas.
En medio está el valle hermoso
coronado de tres cuestas,
que quedara corto Apeles
cuando pintarlas quisiera,
porque miradas de lejos
parecen piñas de perlas,
que están pendientes del cielo,
en cuya grandeza inmensa
se ven diez Romas cifradas
GONZALO
en conventos y en iglesias,
en edificios y calles,
en solares y encomiendas,
en las letras y en las armas,
en la justicia tan recta,
y en una Misericordia,
que está honrando su ribera,
y pudiera honrar a España,
y aun enseñar a tenerla.
Y en lo que yo más alabo
de esta máquina soberbia,
es que del mismo castillo,
en distancia de seis leguas,
se ven sesenta lugares
que llega el mar a sus puertas,
uno de los cuales es
el Convento de Odivelas,
en el cual vi por mis ojos
seiscientas y treinta celdas,
y entre monjas y beatas,
pasan de mil y doscientas.
Tiene desde allí a Lisboa,
en distancia muy pequeña,
mil y ciento y treinta quintas,
que en nuestra provincia Bética
llaman cortijos, y todas
con sus huertos y alamedas.
En medio de la ciudad
hay una plaza soberbia,
que se llama del Ruzío,
grande, hermosa, y bien dispuesta,
que habrá cien años y aun más
que el mar bañaba su arena,
y agora de ella a la mar,
hay treinta mil casas hechas,
que perdiendo el mar su curso,
se tendió a partes diversas.
Tiene una calle que llaman
Rúa Nova, o calle nueva,
donde se cifra el oriente
en grandezas y riquezas,
tanto que el rey me contó
que hay un mercader en ella,
que por no poder contarlo,
mide el dinero a fanegas.
El terrero, donde tiene
Portugal su casa regia
tiene infinitos navíos,
REY
varados siempre en la tierra,
de sólo cebada y trigo,
de Francia y Ingalaterra.
Pues, el palacio real,
que el Tajo sus manos besa,
es edificio de Ulises,
que basta para grandeza,
de quien toma la ciudad
nombre en la latina lengua,
llamándose Ulisibona,
cuyas armas son la esfera,
por pedestal de las llagas,
que, en la batalla sangrienta,
al rey don Alfonso Enríquez
dio la majestad inmensa.
Tiene en su gran Tarazana
diversas naves, y entre ellas
las naves de la conquista,
tan grandes, que de la tierra
miradas, juzgan los hombres
que tocan en las estrellas.
Y lo que de esta ciudad
te cuento por excelencia,
es, que estando sus vecinos
comiendo, desde las mesas,
ven los copos del pescado
que junto a sus puertas pescan
que, bullendo entre las redes,
vienen a entrarse por ellas.
Y sobre todo el llegar
cada tarde a su ribera
más de mil barcos cargados
de mercancías diversas,
y de sustento ordinario,
pan, aceite, vino y leña,
frutas de infinita suerte,
nieve de sierra de Estrella,
que por las calles a gritos,
puesta sobre las cabezas,
la venden; mas, ¿qué me canso?,
porque es contar las estrellas,
querer contar una parte
de la ciudad opulenta.
Ciento y treinta mil vecinos
tiene, gran señor, por cuenta,
y por no cansarte más,
un rey que tus manos besa.
Más estimo, don Gonzalo,
escuchar de vuestra lengua
esa relación sucinta,
que haber visto su grandeza.
¿Tenéis hijos?
GONZALO
Gran señor,
una hija hermosa y bella,
en cuyo rostro divino
se esmeró naturaleza.
REY
Pues yo os la quiero casar
de mi mano.
GONZALO
Como sea
tu gusto, digo, señor,
que yo la acepto por ella;
pero ¿quién es el esposo?
REY
Aunque no está en esta tierra,
es de Sevilla, y se llama
don Juan Tenorio.
GONZALO
Las nuevas
voy a llevar a doña Ana.
[¡Qué ilustre esposo le espera!]
REY
Id en buena hora, y volved,
Gonzalo, con la respuesta.
Vanse todos. Salen don JUAN Tenorio y CATALINÓN
Esas dos yeguas prevén,
pues acomodadas son.
CATALINÓN Aunque soy Catalinón,
soy, señor, hombre de bien,
que no se dijo por mí,
"Catalinón es el hombre,"
que sabes que aquese nombre
me asienta al revés aquí.
JUAN
Mientras que los pescadores
van de regocijo y fiesta,
tú las dos yeguas apresta,
que de sus pies voladores,
sólo nuestro engaño fío.
CATALINÓN ¿Al fin pretendes gozar
a Tisbea?
JUAN
Si el burlar
es hábito antiguo mío,
¿qué me preguntas, sabiendo
mi condición?
CATALINÓN
Ya sé que eres
castigo de las mujeres.
JUAN
Por Tisbea estoy muriendo,
que es buena moza.
CATALINÓN
Buen pago
JUAN
a su hospedaje deseas.
Necio, lo mismo hizo Eneas
con la reina de Cartago.
CATALINÓN
Los que fingís y engañáis
las mujeres de esa suerte,
lo pagaréis en la muerte.
JUAN
¡Qué largo me lo fiáis!
Catalinón con razón
te llaman.
CATALINÓN
Tus pareceres
sigue, que en burlar mujeres
quiero ser Catalinón.
Ya viene la desdichada.
JUAN
Vete, y las yeguas prevén.
CATALINÓN Pobre mujer, harto bien
te pagamos la posada.
JUAN
Vase CATALINÓN y sale TISBEA
TISBEA
JUAN
TISBEA
JUAN
TISBEA
JUAN
TISBEA
JUAN
TISBEA
JUAN
TISBEA
JUAN
El rato que sin ti estoy
estoy ajena de mí.
Por lo que finges ansí,
ningún crédito te doy.
¿Por qué?
Porque si me amaras
mi alma favorecieras.
Tuya soy.
Pues, di, ¿qué esperas?
¿O en qué, señora, reparas?
Reparo en que fue castigo
de amor el que he hallado en ti.
Si vivo, mi bien, en ti,
a cualquier cosa me obligo,
aunque yo sepa perder
en tu servicio la vida,
la diera por bien perdida,
y te prometo de ser
tu esposo.
Soy desigual
a tu ser.
Amor es rey
que iguala con justa ley
la seda con el sayal.
Casi te quiero creer,
mas sois los hombres traidores.
¿Posible es, mi bien, que ignores
mi amoroso proceder?
Hoy prendes con tus cabellos
mi alma.
TISBEA
JUAN
TISBEA
JUAN
TISBEA
JUAN
TISBEA
JUAN
TISBEA
JUAN
TISBEA
JUAN
Ya a ti me allano,
bajo la palabra y mano
de esposo.
Juro, ojos bellos,
que mirando me matáis,
de ser vuestro esposo.
Advierte,
mi bien, que hay Dios y que hay muerte.
¡Qué largo me lo fiáis!
Ojos bellos, mientras viva
yo vuestro esclavo seré,
ésta es mi mano y mi fe.
No seré en pagarte esquiva.
Ya en mí mismo no sosiego.
Ven, y será la cabaña
del amor que me acompaña,
tálamo de nuestro fuego.
Entre estas cañas te esconde,
hasta que tenga lugar.
¿Por dónde tengo de entrar?
Ven, y te diré por dónde.
Gloria al alma, mi bien, dais.
Esa voluntad te obligue,
y si no, Dios te castigue.
¡Qué largo me lo fiáis!
Vanse y salen CORIDÓN, ANFRISO, BELISA y MÚSICOS
CORIDÓN
ANFRISO
BELISA:
CORIDÓN
BELISA:
CORIDÓN
ANFRISO
BELISA:
ANFRISO
Ea, llamad a Tisbea,
y las zagalas llamad,
para que en la soledad
el huésped la corte vea.
¡Tisbea, Lucindo, Antandra!
No vi cosa más crüel,
triste y mísero de aquél
que en su fuego es salamandra.
Antes que el baile empecemos,
a Tisbea prevengamos.
Vamos a llamarla.
Vamos.
A su cabaña lleguemos.
¿No ves que estará ocupada
con los huéspedes dichosos,
de quien hay mil envidiosos?
Siempre es Tisbea envidiada.
Cantad algo mientras viene,
porque queremos bailar.
¿Cómo podrá descansar
cuidado que celos tiene?
Cantan
MÚSICOS
"A pescar sale la niña,
tendiendo redes,
y en lugar de pececillos,
las almas prende."
Sale TISBEA
TISBEA
¡Fuego, fuego, que me quemo,
que mi cabaña se abrasa!
Repicad a fuego, amigos,
que ya dan mis ojos agua.
Mi pobre edificio queda
hecho otra Troya en las llamas,
que después que faltan Troyas,
quiere amor quemar cabañas;
mas si amor abrasa peñas,
con gran ira, fuerza extraña,
mal podrán de su rigor
reservarse humildes pajas.
¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!
Amor, clemencia, que se abrasa el alma.
Ay choza, vil instrumento
de mi deshonra, y mi infamia,
cueva de ladrones fiera,
que mis agravios amparas.
Rayos de ardientes estrellas
en tus cabelleras caigan,
porque abrasadas estén,
si del viento mal peinadas.
¡Ah falso huésped, que dejas
una mujer deshonrada!
Nube que del mar salió,
para anegar mis entrañas.
¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!
Amor, clemencia, que se abrasa el alma.
Yo soy la que hacía siempre
de los hombres burla tanta.
¡Que siempre las que hacen burla,
vienen a quedar burladas!
Engañóme el caballero
debajo de fe y palabra
de marido, y profanó
mi honestidad y mi cama.
Gozóme al fin, y yo propia
le di a su rigor las alas,
en dos yeguas que crïé,
con que me burló y se escapa.
Seguidle todos, seguidle,
mas no importa que se vaya,
que en la presencia del rey
tengo de pedir venganza.
¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!
Amor, clemencia, que se abrasa el alma.
Vase TISBEA
Seguid al vil caballero.
Triste del que pena y calla,
mas vive el cielo que en él
me he de vengar de esta ingrata.
Vamos tras ella nosotros,
porque va desesperada,
y podrá ser que ella vaya
buscando mayor desgracia.
CORIDÓN
Tal fin la soberbia tiene,
su locura y confïanza
paró en esto.
CORIDÓN
ANFRISO
Dentro se oye gritando TISBEA "¡Fuego, fuego!"
ANFRISO
CORIDÓN
TISBEA
Al mar se arroja.
Tisbea, detente y para.
¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!
Amor, clemencia, que se abrasa el alma.
FIN DEL ACTO PRIMERO
ACTO SEGUNDO
Salen el REY y don Diego TENORIO, el viejo
REY
TENORIO
REY
TENORIO
¿Que esto pasa?
Señor, esto me escribe
de Nápoles don Pedro, que le hallaron
con dama en el palacio; y apercibe
remedio en este caso.
¿Y le dejaron
con vida?
Por don Pedro, señor, vive,
que, sin que se supiese, le ausentaron;
REY
TENORIO
REY
TENORIO
REY
TENORIO
REY
TENORIO
REY
TENORIO
REY
y la dama, inocente de este agravio
agresor hizo de esto al duque Octavio,
y ya en Sevilla está.
Sí; mas ¿qué haremos
con Gonzalo de Ulloa, que le había
tratado el casamiento?
Bien podremos
poner remedio, pues el tiempo envía
ocasión, y en la mano la tenemos;
que el duque Octavio remediar podría
el yerro de don Juan, pues que su casa
a la de don Gonzalo llega, y pasa.
No me parece mal, como no inquiete
al duque la pasión que de Isabela,
con el amor que tuvo, nos promete,
en cuya confusión hoy se desvela.
Pues la ocasión tenemos del copete,
asirla, que es ligera y siempre vuela;
y viene a ser aquéste el mejor medio
que a dos casos como éstos da remedio.
Y ¿adónde esté ese loco?
Jamás niego
a vuestra alteza cosa que pretenda
saber; y cuando aquí pende el sosiego
de don Juan, y con esto el yerro enmienda,
por quien se acabe el encendido fuego
que él comenzó, es ya justo que lo entienda,
señor. Tu alteza, ya en Sevilla asiste,
y así encubierto está mientras se viste.
Pues decidle que de ella salga al punto,
que pienso que es travieso, y la pasea,
porque el remedio de esto venga junto.
A Lebrija se irá.
Mi enojo vea
en el destierro.
Quedará difunto
cuando lo sepa.
Lo que digo sea
sin falta.
El duque Octavio es el que viene.
Decid que llegue, que licencia tiene.
Sale el duque OCTAVIO, de camino
OCTAVIO
A esos pies, gran señor, un peregrino
mísero y desterrado, ofrece el labio,
juzgando por más fácil el camino
en vuestra gran presencia, el duque Octavio.
REY
OCTAVIO
REY
OCTAVIO
Huyendo vengo el fiero desatino
de una mujer, el no pensado agravio
de un caballero, que la causa ha sido
de que así a vuestros pies haya venido.
Ya, duque Octavio, sé vuestra inocencia,
y al rey escribiré que os restituya
en vuestro estado, puesto que el ausencia
que hicisteis, algún daño os atribuya.
Yo os casaré en Sevilla, con licencia
del rey, y con perdón y gracia suya
que puesto que Isabela un ángel sea,
mirando la que os doy, ha de ser fea.
Comendador mayor de Calatrava
es Gonzalo de Ulloa, un caballero
a quien el moro por temor alaba,
que siempre es el cobarde lisonjero.
Éste tiene una hija, en quien bastaba
en dote la virtud, que considero,
después de la beldad, que es maravilla
y el sol de las estrellas de Sevilla.
Ésta quiero que sea vuestra esposa.
Cuando yo este viaje le emprendiera
sólo a eso, mi suerte era dichosa,
sabiendo yo que vuestro gusto fuera.
Hospedaréis al duque, sin que cosa
en su regalo falte.
Quien espera
en vos, señor, saldrá de premios lleno.
Primero Alfonso sois, siendo el onceno.
Vanse el REY y don Diego TENORIO, y sale RIPIO
RIPIO
OCTAVIO
RIPIO
¿Qué ha sucedido?
Que he dado
el trabajo recibido,
conforme me ha sucedido,
desde hoy por bien empleado.
Hablé al rey, vióme y honróme,
César con él César fui,
pues vi, peleé y vencí,
y ya hace que esposa tome
de su mano, y se prefiere
a desenojar al rey
en la fulminada ley.
Con razón el nombre adquiere
de generoso en Castilla.
¿Al fin te llegó a ofrecer
mujer?
OCTAVIO
Sí, amigo, y mujer
de Sevilla, que Sevilla
da, si averiguarlo quieres,
porque de oíllo te asombres,
si fuertes y airosos hombres,
también gallardas mujeres.
Un manto tapado, un brío,
donde un puro sol se esconde,
si no es en Sevilla, ¿adónde
se admite? El contento mío
es tal que ya me consuela
en mi mal.
Salen CATALINÓN y don JUAN
Señor, detente,
que aquí está el duque, inocente
sagitario de Isabela,
aunque mejor le diré
capricornio.
JUAN
Disimula.
CATALINÓN Cuando le vende, le adula.
JUAN
Como a Nápoles dejé
por envïarme a llamar
con tanta prisa mi rey,
y como su gusto es ley,
no tuve, Octavio, lugar
de despedirme de vos
de ningún modo.
OCTAVIO
Por eso,
don Juan amigo, os confieso,
que hoy nos juntamos los dos
en Sevilla.
JUAN
¿Quién pensara,
duque, que en Sevilla os viera;
¿vos Puzol, vos la Ribera,
desde Parténope clara
dejáis? Aunque es un lugar
Nápoles tan excelente,
por Sevilla solamente
se puede, amigo, dejar.
OCTAVIO
Si en Nápoles os oyera,
y no en la parte en que estoy,
del crédito que ahora os doy
sospecho que me riera.
Mas, llegándola a habitar,
es, por lo mucho que alcanza
corta, cualquier alabanza
CATALINÓN
que a Sevilla queráis dar,
¿quién es el que viene allí?
JUAN
El que viene es el marqués
de la Mota.
OCTAVIO
Descortés
es fuerza ser.
JUAN
Si de mí
algo hubiereis menester,
aquí espada y brazo está.
CATALINÓN (Y si importa gozará
en su nombre otra mujer,
que tiene buena opinión).
OCTAVIO
De vos estoy satisfecho.
CATALINÓN Si fuere de algún provecho,
señores, Catalinón,
vuarcedes continuamente
me hallarán para servillos.
RIPIO
¿Y dónde?
CATALINÓN
En los Pajarillos,
tabernáculo excelente.
Aparte
Vanse OCTAVIO y RIPIO y salen el marqués de la MOTA y su
CRIADO
Todo hoy os ando buscando,
y no os he podido hallar.
¿Vos, don Juan, en el lugar,
y vuestro amigo penando
en vuestra ausencia?
JUAN
Por Dios,
amigo, que me debéis
esa merced que me hacéis.
CATALINÓN (Como no le entreguéis vos
moza o cosa que lo valga,
bien podéis fïaros de él,
que en cuanto a esto es crüel,
tiene condición hidalga).
JUAN
¿Qué hay de Sevilla?
MOTA
Está ya
toda esta corte mudada.
JUAN
¿Mujeres?
MOTA
Cosa juzgada.
JUAN
¿Inés?
MOTA
A Bejel se va.
JUAN
Buen lugar para vivir
la que tan dama nació.
MOTA
El tiempo la desterró
a Bejel.
JUAN
Irá a morir.
MOTA
Aparte
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
¿Constanza?
Es lástima vella
lampiña de frente y ceja,
llámala el portugués vieja,
y ella imagina que bella.
Sí, que velha en portugués
suena "vieja" en castellano.
¿Y Teodora?
Este verano
se escapó del mal francés
por un río de sudores,
y está tan tierna y reciente
que anteayer me arrojó un diente
envuelto entre muchas flores.
¿Julia, la del Candilejo?
Ya con sus afeites lucha.
¿Véndese siempre por trucha?
Ya se da por abadejo.
¿El barrio de Cantarranas
tiene buena población?
Ranas las más de ellas son.
¿Y viven las dos hermanas?
Y la mona de Tolú
de su madre Celestina,
que les enseña doctrina.
¡Oh, vieja de Belcebú!
¿Cómo la mayor está?
Blanca, y sin blanca ninguna.
Tiene un santo a quien ayuna.
¿Agora en vigilias da?
Es firme y santa mujer.
¿Y esotra?
Mejor principio
tiene; no desecha ripio.
Buen albañir quiere ser.
Marqués, ¿qué hay de perros muertos?
Yo y don Pedro de Esquivel
dimos anoche uno crüel,
y esta noche tengo ciertos
otros dos.
Iré con vos,
que también recorreré
ciertos nidos que dejé
en huevos para los dos.
¿Qué hay de terrero?
No muero
en terrero, que enterrado
me tiene mayor cuidado.
¿Cómo?
Un imposible quiero.
Pues, ¿no os corresponde?
Sí,
me favorece y me estima.
JUAN
¿Quién es?
MOTA
Doña Ana, mi prima,
que es recién llegada aquí.
JUAN
Pues, ¿dónde ha estado?
MOTA
En Lisboa,
con su padre en la embajada.
JUAN
¿Es hermosa?
MOTA
Es extremada,
porque en doña Ana de Ulloa
se extremó Naturaleza.
JUAN
¿Tan bella es esa mujer?
¡Vive Dios que la he de ver!
MOTA
Veréis la mayor belleza
que los ojos del sol ven.
JUAN
Casaos, si es tan extremada.
MOTA
El rey la tiene casada
y no se sabe con quién.
JUAN
¿No os favorece?
MOTA
Y me escribe.
CATALINÓN (No prosigas, que te engaña
el gran burlador de España).
JUAN
Quien tan satisfecho vive
de su amor, ¿desdichas teme?
Sacadla, solicitadla,
escribidla, y engañadla,
y el mundo se abrase y queme.
MOTA
Agora estoy esperando
la postrer resolución.
JUAN
Pues no perdáis la ocasión,
que aquí os estoy aguardando.
MOTA
Ya vuelvo.
CATALINÓN
Señor cuadrado,
o señor redondo, adiós.
CRIADO
Adiós.
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
Vanse el marqués de la MOTA y su CRIADO
JUAN
Pues solos los dos,
amigo, habemos quedado,
los pasos sigue al marqués,
que en el palacio se entró.
Vase CATALINÓN, habla por una reja una MUJER
Aparte
MUJER
JUAN
MUJER
JUAN
MUJER
Ce, ¿a quién digo?
¿Quién llamó?
Si sois prudente y cortés,
y su amigo, dadle luego
al marqués este papel;
mirad que consiste en él
de una señora el sosiego.
Digo que se lo daré,
soy su amigo y caballero.
Basta, señor forastero,
adiós.
Vase la MUJER
JUAN
Ya la voz se fue.
¿No parece encantamiento
esto que agora ha pasado?
A mí el papel ha llegado
por la estafeta del viento.
Sin duda que es de la dama
que el marqués me ha encarecido.
Venturoso en esto he sido.
Sevilla a voces me llama
el burlador, y el mayor
gusto que en mí puede haber
es burlar una mujer
y dejarla sin honor.
Vive Dios que le he de abrir,
pues salí de la plazuela.
Mas ¿si hubiese otra cautela?
Gana me da de reír.
Ya está abierto el papel,
y que es suyo es cosa llana,
porque aquí firma doña Ana.
Dice así: "Mi padre infiel
en secreto me ha casado,
sin poderme resistir.
No sé si podré vivir,
porque la muerte me ha dado.
Si estimas, como es razón,
mi amor y mi voluntad,
y si tu amor fue verdad,
muéstralo en esta ocasión.
Porque veas que te estimo,
ven esta noche a la puerta,
que estará a las once abierta,
donde tu esperanza, primo,
goces, y el fin de tu amor.
Traerás, mi gloria, por señas
de Leonorilla y las dueñas
una capa de color.
Mi amor todo de ti fío,
y adiós." ¡Desdichado amante!
¿Hay suceso semejante?
Ya de la burla me río.
Gozaréla, vive Dios,
con el engaño y cautela
que en Nápoles a Isabela.
Sale CATALINÓN
Ya el marqués viene.
Los dos
aquesta noche tenemos
que hacer.
CATALINÓN
¿Hay engaño nuevo?
JUAN
¡Extremado!
CATALINÓN
No lo apruebo.
Tú pretendes que escapemos
una vez, señor, burlados;
que el que vive de burlar,
burlado habrá de escapar
pagando tantos pecados
de una vez.
JUAN
¿Predicador
te vuelves, impertinente?
CATALINÓN La razón hace al valiente.
JUAN
Y al cobarde hace el temor.
El que se pone a servir,
voluntad no ha de tener,
y todo ha de ser hacer,
y nada ha de ser decir.
Sirviendo, jugando estás,
y si quieres ganar luego,
haz siempre, porque en el juego
quien más hace, gana más.
CATALINÓN Y también quien hace y dice
topa y pierde en cualquier parte.
JUAN
Esta vez quiero avisarte
porque otra vez no te avise.
CATALINÓN
Digo que de aquí adelante
lo que me mandes haré,
y a tu lado forzaré
un tigre y un elefante;
guárdese de mí un prior
que si me mandas que calle,
CATALINÓN
JUAN
y le fuerce, he de forzalle
sin réplica, mi señor.
Sale el marqués de la MOTA
JUAN
CATALINÓN
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
Calla, que viene el marqués.
¿Pues, ha de ser el forzado?
Para vos, marqués me han dado
un recado harto cortés,
por esa reja, sin ver
el que me lo daba allí.
Sólo en la voz conocí
que me lo daba mujer.
Dícete al fin, que a las doce
vayas secreto a la puerta,
que estará a las once abierta,
donde tu esperanza goce
la posesión de tu amor,
y que llevases por señas
de Leonorilla y las dueñas,
una capa de color.
¿Qué decís?
Que este recado
de una ventana me dieron,
sin ver quién.
Con él pusieron
sosiego en tanto cuidado.
¡Ay, amigo, sólo en ti
mi esperanza renaciera!
Dame esos pies.
Considera
que no está tu prima en mí.
¿Eres tú quien ha de ser
quien la tiene de gozar,
y me llegas a abrazar
los pies?
Es tal el placer
que me ha sacado de mí.
¡Oh sol, apresura el paso!
Ya el sol camina al ocaso.
Vamos, amigo, de aquí,
y de noche nos pondremos;
loco voy.
Bien se conoce,
mas yo bien sé que a las doce
harás mayores extremos.
¡Ay, prima del alma, prima,
que quieres premiar mi fe!
CATALINÓN
(¡Vive Cristo que no dé
una blanca por su prima!)
Vase el marqués de la MOTA, y sale don DIEGO
DIEGO
¡Don Juan!
CATALINÓN
Tu padre te llama.
JUAN
¿Qué manda vueseñoría?
DIEGO
Verte más cuerdo quería,
JUAN
DIEGO
JUAN
DIEGO
JUAN
DIEGO
más bueno, y con mejor fama.
¿Es posible que procuras
todas las horas mi muerte?
¿Por qué vienes de esa suerte?
Por tu trato, y tus locuras.
Al fin el rey me ha mandado
que te eche de la ciudad,
porque está de una maldad
con justa causa indignado.
Que aunque me lo has encubierto,
ya en Sevilla el rey lo sabe,
cuyo delito es tan grave,
que a decírtelo no acierto.
¿En el palacio real
traición, y con un amigo?
Traidor, Dios te dé el castigo
que pide delito igual.
Mira que aunque al parecer
Dios te consiente, y aguarda,
tu castigo no se tarda,
y que castigo ha de haber
para los que profanáis
su nombre, y que es juez fuerte
Dios en la muerte.
¿En la muerte?
¿Tan largo me lo fiáis?
De aquí allá hay larga jornada.
Breve te ha de parecer.
Y la que tengo de hacer,
pues a su alteza le agrada,
agora, ¿es larga también?
Hasta que el injusto agravio
satisfaga el duque Octavio,
y apaciguados estén
en Nápoles de Isabela
los sucesos que has causado,
en Lebrija retirado,
por tu traición y cautela,
quiere el rey que estés agora,
Aparte
CATALINÓN
DIEGO
pena a tu maldad ligera.
(Si el caso también supiera
de la pobre pescadora,
más se enojara el buen viejo).
Pues no te venzo y castigo
con cuanto hago y cuanto digo,
a Dios tu castigo dejo.
Aparte
Vase don DIEGO
Fuése el viejo enternecido.
Luego las lágrimas copia,
condición de viejos propia,
vamos, pues ha anochecido,
a buscar al marqués.
CATALINÓN
Vamos,
y al fin gozarás su dama.
JUAN
Ha de ser burla de fama.
CATALINÓN Ruego al cielo que salgamos
de ella en paz.
JUAN
¡Catalinón,
en fin!
CATALINÓN
Y tú, señor, eres
langosta de las mujeres;
¡y con público pregón!
Porque de ti se guardara,
cuando a noticia viniera
de la que doncella fuera,
fuera bien se pregonara:
"Guárdense todos de un hombre,
que a las mujeres engaña,
y es el burlador de España."
JUAN
Tú me has dado gentil nombre.
CATALINÓN
JUAN
Sale el marqués de la MOTA, de noche, con MÚSICOS y pasea el tablado, y se entran cantando
"El que un bien gozar espera
cuando espera desespera."
JUAN
¿Qué es esto?
CATALINÓN
Música es.
MOTA
Parece que habla conmigo
el poeta. ¿Quién es?
JUAN
Amigo.
MOTA
¿Es don Juan?
JUAN
¿Es el marqués?
MOTA
¿Quién puede ser sino yo?
JUAN
Luego que la capa vi
que érades vos conocí.
MOTA
Cantad, pues don Juan llegó.
MÚSICOS
"El que un bien gozar espera
cuando espera desespera."
JUAN
¿Qué casa es la que miráis?
MOTA
De don Gonzalo de Ulloa.
JUAN
¿Dónde iremos?
MOTA
A Lisboa.
JUAN
¿Cómo, si en Sevilla estáis?
MOTA
¿Pues aqueso os maravilla?
¿No vive con gusto igual
lo peor de Portugal
en lo mejor de Sevilla?
JUAN
¿Dónde viven?
MOTA
En la calle
de la Sierpe, donde ves
a Adán vuelto en portugués;
que en aqueste amargo valle
con bocados solicitan
mil Evas; que aunque dorados,
en efecto, son bocados
con que las vidas nos quitan.
CATALINÓN
Ir de noche no quisiera
por esa calle crüel,
pues lo que de día en miel
de noche lo dan en cera.
Una noche, por mi mal,
la vi sobre mí vertida,
y hallé que era corrompida
la cera de Portugal.
JUAN
Mientras a la calle vais,
yo dar un perro quisiera.
MOTA
Pues cerca de aquí me espera
un bravo.
JUAN
Si me dejáis,
señor marqués, vos veréis
cómo de mí no se escapa.
MOTA
Vamos, y poneos mi capa
para que mejor lo deis.
JUAN
Bien habéis dicho; venid
y me enseñaréis la casa.
MOTA
Mientras el suceso pasa,
la voz y el habla fingid.
¿Veis aquella celosía?
JUAN
Ya la veo.
MOTA
Pues llegad,
y decid "Beatriz," y entrad.
JUAN
¿Qué mujer?
MOTA
Rosada, y fría.
CATALINÓN
Será mujer cantimplora.
MÚSICOS
En Gradas os aguardamos.
Adiós, marqués.
¿Dónde vamos?
Adonde la burla agora;
ejecute.
CATALINÓN
No se escapa
nadie de ti.
JUAN
El trueco adoro.
CATALINÓN Echaste la capa al toro.
JUAN
No, el toro me echó la capa.
MOTA
JUAN
CATALINÓN
JUAN
Vanse don JUAN y CATALINÓN
MOTA
MÚSICO
MOTA
MÚSICO
MOTA
MÚSICO
MOTA
MÚSICO
MOTA
MÚSICOS
La mujer ha de pensar
que soy yo.
¡Qué gentil perro!
Esto es acertar por yerro.
Todo este mundo es errar,
que está compuesto de errores.
El alma en las horas tengo,
y en sus cuartos me prevengo
para mayores favores.
¡Ay, noche espantosa y fría,
para que largos los goce,
corre veloz a las doce,
y después no venga el día!
¿Adónde guía la danza?
Cal de la Sierpe guïad.
¿Qué cantaremos?
Cantad
lisonjas a mi esperanza.
"El que un bien gozar espera,
cuando espera desespera."
Vanse, y dice doña ANA dentro
ANA
JUAN
ANA
¡Falso, no eres el marqués!
¡Que me has engañado!
Digo
que lo soy.
Fiero enemigo,
mientes, mientes.
Sale el comendador don GONZALO, medio desnudo, con espada y rodela
GONZALO
ANA
La voz es
de doña Ana la que siento.
¿No hay quien mate este traidor
homicida de mi honor?
GONZALO
ANA
¿Hay tan grande atrevimiento?
"Muerto honor" dijo, ¡ay de mí!;
y es su lengua tan liviana,
que aquí sirve de campana.
¡Matadle!
Salen don JUAN y CATALINÓN, con las espadas desnudas
¿Quién está aquí?
La barbacana caída
de la torre de ese honor
que has combatido, traidor,
donde era alcaide la vida.
JUAN
Déjame pasar.
GONZALO
¿Pasar?
Por la punta de esta espada.
JUAN
Morirás.
GONZALO
No importa nada.
JUAN
Mira que te he de matar.
GONZALO
¡Muere, traidor!
JUAN
De esta suerte
muero yo.
CATALINÓN
Si escapo de ésta,
no más burlas, no más fiesta.
GONZALO
¡Ay, que me has dado la muerte!
Mas, si el honor me quitaste,
¿de qué la vida servía?
JUAN
¡Huye!
GONZALO
Aguarda, que es sangría,
con que el valor me aumentaste;
mas no es posible que aguarde...
Seguirále mi furor,
que es traidor, y el que es traidor
es traidor porque es cobarde.
JUAN
GONZALO
Entran muerto a don GONZALO, y sale el marqués de la MOTA y MÚSICOS
MOTA
Presto las doce darán
y mucho don Juan se tarda,
¡fiera pensión del que aguarda!
Salen don JUAN y CATALINÓN
JUAN
MOTA
JUAN
MOTA
JUAN
¿Es el marqués?
¿Es don Juan?
Yo soy, tomad vuestra capa.
¿Y el perro?
Funesto ha sido;
al fin, marqués, muerto ha habido.
CATALINÓN Señor, del muerto te escapa.
MOTA
¿Burlásteisla?
JUAN
Sí, burlé.
CATALINÓN (Y aun a vos os ha burlado).
JUAN
Caro la burla ha costado.
MOTA
Yo, don Juan, lo pagaré,
porque estará la mujer
quejosa de mí.
JUAN
Las doce
darán.
MOTA
Como mi bien goce
nunca llegue a amanecer.
JUAN
Adiós, marqués.
CATALINÓN
Muy buen lance
el desdichado hallará.
JUAN
Huyamos.
CATALINÓN
Señor, no habrá
aguilita que me alcance.
Vanse don JUAN y CATALINÓN
MOTA
MÚSICO
Vosotros os podéis ir
todos a casa, que yo
he de ir solo.
Dios crïó
las noches para dormir.
Vanse los MÚSICOS y dicen dentro
VOCES
MOTA
¿Vióse desdicha mayor,
y vióse mayor desgracia?
¡Válgame Dios! Voces oigo
en la plaza del alcázar.
¿Qué puede ser a estas horas?
Un hielo me baña el alma.
Desde aquí parece todo
una Troya que se abrasa,
porque tantas hachas juntas
paren gigantes de llamas.
Mas una escuadra de luces
se acerca a mí, ¿Por qué anda
el fuego emulando al sol,
dividiéndose en escuadras?
Quiero preguntar lo que es.
Sale don DIEGO Tenorio, y la guarda con hachas
DIEGO
MOTA
¿Qué gente?
Gente que aguarda
Aparte
DIEGO
MOTA
DIEGO
MOTA
DIEGO
MOTA
saber de aqueste alboroto
la ocasión.
Ésta es la capa
que dijo el comendador
en las postreras palabras.
Préndanle.
¿Prenderme a mí?
Volved la espada a la vaina,
que la mayor valentía
es no tratar de las armas.
¿Cómo al marqués de la Mota
hablan ansí?
Dad la espada,
que el rey os manda prender.
¡Vive Dios!
Sale el REY y acompañamiento
REY
DIEGO
MOTA
REY
MOTA
DIEGO
MOTA
DIEGO
MOTA
REY
En toda España
no ha de caber, ni tampoco
en Italia, si va a Italia.
Señor, aquí está el marqués.
¿Vuestra alteza a mí me manda
prender?
Llevadle y ponedle
la cabeza en una escarpia.
¿En mi presencia te pones?
¡Ah, glorias de amor tiranas,
siempre en el pasar ligeras
como en el vivir pesadas!
Bien dijo un sabio, que había
entre la boca y la taza
peligro; mas el enojo
del rey me admira y espanta.
¿No sabré por qué voy preso?
¿Quién mejor sabrá la causa
que vueseñoría?
¿Yo?
Vamos.
Confusión extraña.
Fulmínesele el proceso
al marqués luego, y mañana
le cortarán la cabeza.
Y al comendador, con cuanta
solemnidad y grandeza
se da a las personas sacras
y reales, el entierro
se haga; en bronce y piedra párea,
DIEGO
REY
un sepulcro con un bulto
le ofrezcan, donde en mosaicas
labores, góticas letras
den lenguas a su venganza.
Y entierro, bulto y sepulcro
quiero que a mi costa se haga;
¿dónde doña Ana se fue?
Fuése al sagrado doña Ana
de mi señora la reina.
Ha de sentir esta falta
Castilla. Tal capitán
ha de llorar Calatrava.
Vanse todos
Sale BATRICIO desposado, con AMINTA, GASENO, viejo, BELISA y pastores MÚSICOS
"Lindo sale el sol de Abril,
por trébol y torongil;
y aunque le sirva de estrella,
Aminta sale más bella."
BATRICIO
Sobre esta alfombra florida,
adonde en campos de escarcha
el sol sin aliento marcha
con su luz recién nacida,
os sentad, pues no convida
al tálamo el sitio hermoso.
AMINTA
Cantadle a mi dulce esposo
favores de mil en mil.
MÚSICOS
"Lindo sale el sol de Abril,
por trébol y torongil;
y aunque le sirva de estrella,
Aminta sale más bella."
GASENO
Ya, Batricio, os he entregado
el alma y ser en mi Aminta.
BATRICIO
Por eso se baña y pinta
de más colores el prado.
Con deseos la he ganado,
con obras le he merecido.
MÚSICOS
Tal mujer y tal marido
viva juntos años mil.
"Lindo sale el sol de Abril,
por trébol y torongil;
y aunque le sirva de estrella,
Aminta sale más bella."
BATRICIO
No sale así el sol de oriente
como el sol que al alba sale,
que no hay sol que al sol se iguale
de sus niñas y su fuente,
MÚSICOS
MÚSICOS
AMINTA
MÚSICOS
a este sol claro y luciente
que eclipsa al sol su arrebol;
y ansí cantadle a mi sol
motetes de mil en mil.
"Lindo sale el sol de Abril,
por trébol y torongil;
y aunque le sirva de estrella,
Aminta sale más bella."
Batricio, aunque lo agradezco,
falso y lisonjero estás;
mas si tus rayos me das
por ti ser luna merezco.
Tú eres el sol por quien crezco,
después de salir menguante,
para que al Alba te cante
la salva en tono sutil.
"Lindo sale el sol de Abril,
por trébol y torongil;
y aunque le sirva de estrella,
Aminta sale más bella."
Sale CATALINÓN, de camino
Señores, el desposorio
huéspedes ha de tener.
GASENO
A todo el mundo ha de ser
este contento notorio.
¿Quién viene?
CATALINÓN
Don Juan Tenorio.
GASENO
¿El viejo?
CATALINÓN
No ése, don Juan.
BELISA: Será su hijo el galán.
BATRICIO
Téngolo por mal agüero;
que galán y caballero
quitan gusto, y celos dan.
Pues, ¿quién noticia les dio
de mis bodas?
CATALINÓN
De camino
pasa a Lebrija.
BATRICIO
Imagino
que el demonio le envió;
mas ¿de qué me aflijo yo?
Vengan a mis dulces bodas
del mundo las gentes todas;
mas, con todo, un caballero
en mis bodas... Mal agüero.
GASENO
Venga el Coloso de Rodas,
venga el Papa, el Preste Juan,
CATALINÓN
y don Alfonso el onceno
con su corte, que en Gaseno
ánimo y valor verán.
Montes en casa hay de pan,
Guadalquivides de vino,
Babilonias de tocino,
y entre ejércitos cobardes
de aves, para que las lardes,
el pollo y el palomino.
Venga tan gran caballero
a ser hoy en Dos Hermanas
honra de estas nobles canas.
BELISA: Es hijo del camarero
mayor.
BATRICIO
Todo es mal agüero
para mí, pues le han de dar
junto a mi esposa lugar.
Aun no gozo, y ya los cielos
me están condenando a celos.
Amor, sufrir y callar.
Sale don JUAN Tenorio
Pasando acaso he sabido
que hay bodas en el lugar,
y de ellas quise gozar,
pues tan venturoso he sido.
GASENO
Vueseñoría ha venido
a honrallas y engrandecellas.
BATRICIO
Yo que soy el dueño de ellas
digo entre mí que vengáis
en hora mala.
GASENO
¿No dais
lugar a este caballero?
JUAN
Con vuestra licencia quiero
sentarme aquí.
JUAN
Siéntase junto a la novia
Si os sentáis
delante de mí, señor,
seréis de aquesa manera
el novio.
JUAN
Cuando lo fuera
no escogiera lo peor.
GASENO
¡Que es el novio!
JUAN
De mi error
e ignorancia perdón pido.
CATALINÓN ¡Desventurado marido!
BATRICIO
Corrido está.
No lo ignoro,
mas, si tiene de ser toro,
¿qué mucho que esté corrido?
No daré por su mujer,
ni por su honor un cornado.
¡Desdichado tú, que has dado
en manos de Lucifer!
JUAN
¿Posible es que vengo a ser,
señora, tan venturoso?
Envidia tengo al esposo.
AMINTA
Parecéisme lisonjero.
BATRICIO
Bien dije que es mal agüero
en bodas un poderoso.
JUAN
Hermosas manos tenéis
para esposa de un villano.
CATALINÓN Si al juego le dais la mano,
vos la mano perderéis.
BATRICIO
Celos, muerte no me deis.
GASENO
Ea, vamos a almorzar,
porque pueda descansar
un rato su señoría.
JUAN
CATALINÓN
Tómale don JUAN la mano a la novia
¿Por qué la escondéis?
No es mía.
Ea, volved a cantar.
¿Qué dices tú?
¿Yo? Que temo
muerte vil de esos villanos.
JUAN
Buenos ojos, blancas manos,
en ello me abraso y quemo.
CATALINÓN Almagrar y echar a extremo;
con ésta cuatro serán.
JUAN
Ven, que mirándome están.
BATRICIO
¿En mis bodas caballero?
¡Mal agüero!
GASENO
Cantad.
BATRICIO
Muero.
CATALINÓN Canten, que ellos llorarán
MÚSICOS
"Lindo sale el sol de Abril,
por trébol y torongil;
y aunque le sirva de estrella,
Aminta sale más bella."
JUAN
AMINTA
GASENO
JUAN
CATALINÓN
FIN DE LA SEGUNDA JORNADA
ACTO TERCERO
Sale BATRICIO pensativo
BATRICIO
Celos, reloj de cuidados,
que a todas las horas dais
tormentos con que matáis,
aunque andéis desconcertados;
celos, del vivir desprecios
con que ignorancias hacéis,
pues todo lo que tenéis
de ricos, tenéis de necios,
dejadme de atormentar,
pues es cosa tan sabida,
que cuando amor me da vida,
la muerte me queréis dar.
¿Qué me queréis, caballero,
que me atormentáis ansí?
Bien dije, cuando le vi
en mis bodas: "Mal agüero."
¿No es bueno que se sentó
a cenar con mi mujer,
y a mí en el plato meter
la mano no me dejó?
Pues cada vez que quería
metella, la desvïaba,
diciendo a cuanto tomaba:
"Grosería, grosería."
No se apartó de su lado
hasta cenar, de manera
que todos pensaban que era
yo padrino, él desposado.
Y si decirle quería
algo a mi esposa, gruñendo
me la apartaba, diciendo:
"Grosería, grosería."
Pues llegándome a quejar
a algunos me respondían,
y con risa me decían:
"No tenéis de qué os quejar.
Eso no es cosa que importe,
no tenéis de qué temer,
callad, que debe de ser
uso de allá en la corte."
Buen uso, trato extremado,
más no se usara en Sodoma;
que otro con la novia coma,
y que ayune el desposado.
Pues el otro bellacón,
a cuanto comer quería,
"¿Esto no coméis?," decía.
"No tenéis, señor, razón."
Y de delante, al momento
me lo quitaba. Corrido
estoy, pienso que esto ha sido
culebra, y no casamiento.
Ya no se puede sufrir
ni entre cristianos pasar;
y acabando de cenar
con los dos, ¿mas que a dormir
se ha de ir también, si porfía,
con nosotros, y ha de ser
el llegar yo a mi mujer
"Grosería, grosería?"
Ya viene, no me resisto,
aquí me quiero esconder,
pero ya no puede ser,
que imagino que me ha visto.
Sale don JUAN Tenorio
Batricio.
Su señoría,
¿qué manda?
JUAN
Haceros saber...
BATRICIO
Mas que ha de venir a ser
alguna desdicha mía.
JUAN
Que ha muchos días, Batricio,
que a Aminta el alma le di,
y he gozado...
BATRICIO
¿Su honor?
JUAN
Sí.
BATRICIO
Manifiesto y claro indicio
de lo que he llegado a ver;
que si bien no le quisiera,
nunca a su casa viniera;
al fin, al fin es mujer.
JUAN
Al fin, Aminta celosa,
o quizá desesperada
de verse de mí olvidada,
y de ajeno dueño esposa,
esta carta me escribió
enviándome a llamar,
y yo prometí gozar
JUAN
BATRICIO
lo que el alma prometió.
Esto pasa de esta suerte,
dad a vuestra vida un medio,
que le daré sin remedio,
a quien lo impida la muerte.
BATRICIO
Si tú en mi elección lo pones,
tu gusto pretendo hacer,
que el honor y la mujer
son males en opiniones.
La mujer en opinión,
siempre más pierde que gana,
que son como la campana
que se estima por el son,
y ansí es cosa averiguada,
que opinión viene a perder,
cuando cualquiera mujer
suena a campana quebrada.
No quiero, pues me reduces
el bien que mi amor ordena,
mujer entre mala y buena,
que es moneda entre dos luces.
Gózala, señor, mil años,
que yo quiero resistir,
desengañar y morir,
y no vivir con engaños.
Vase BATRICIO
JUAN
Con el honor le vencí,
porque siempre los villanos
tienen su honor en las manos,
y siempre miran por sí;
que por tantas variedades,
es bien que se entienda y crea,
que el honor se fue al aldea
huyendo de las ciudades.
Pero antes de hacer el daño
le pretendo reparar.
A su padre voy a hablar,
para autorizar mi engaño.
Bien lo supe negociar;
gozarla esta noche espero,
la noche camina, y quiero
su viejo padre llamar.
Estrellas que me alumbráis,
dadme en este engaño suerte,
si el galardón en la muerte,
tan largo me lo guardáis.
Vase don JUAN. Salen AMINTA y BELISA
BELISA
AMINTA
BELISA
AMINTA
BELISA
AMINTA
Mira que vendrá tu esposo.
Entra a desnudarte, Aminta.
De estas infelices bodas
no sé qué siento, Belisa.
Todo hoy mi Batricio ha estado
bañando en melancolía,
todo en confusión y celos.
¡Mira qué grande desdicha!
Di, ¿qué caballero es éste
que de mi esposo me priva?
La desvergüenza en España
se ha hecho caballería.
Déjame, que estoy sin seso,
déjame, que estoy perdida.
¡Mal hubiese el caballero
que mis contentos me quita!
Calla, que pienso que viene;
que nadie en la casa pisa
de un desposado tan recio.
Queda a Dios, Belisa mía.
Desenójale en los brazos.
Plega a los cielos que sirvan
mis suspiros de requiebros,
mis lágrimas de caricias.
Vanse AMINTA y BELISA. Salen don JUAN, CATALINÓN y GASENO
JUAN
GASENO
JUAN
GASENO
JUAN
Gaseno, quedad con Dios.
Acompañaros querría
por dalle de esta ventura
el parabién a mi hija.
Tiempo mañana nos queda.
Bien decís, el alma mía
en la muchacha os ofrezco.
Mi esposa decid.
Vase GASENO
Tú, ensilla,
Catalinón.
CATALINÓN
¿Para cuándo?
JUAN
Para el alba que de risa
muerta ha de salir mañana
de este engaño.
CATALINÓN
Allá en Lebrija,
señor, nos está aguardando
otra boda. Por tu vida
que despaches presto en ésta.
JUAN
La burla más escogida
de todas ha de ser ésta.
CATALINÓN Que saliésemos querría
de todas bien.
JUAN
Si es mi padre
el dueño de la justicia,
y es la privanza del rey,
¿qué temes?
CATALINÓN
De los que privan
suele Dios tomar venganza,
si delitos no castigan,
y se suelen en el juego
perder también los que miran.
Yo he sido mirón del tuyo
y por mirón no querría
que me cogiese algún rayo,
y me trocase en cecina.
JUAN
Vete, ensilla, que mañana
he de dormir en Sevilla.
CATALINÓN ¿En Sevilla?
JUAN
Sí.
CATALINÓN
¿Qué dices?
Mira lo que has hecho, y mira
que hasta la muerte, señor,
es corta la mayor vida;
y que hay tras la muerte imperio.
JUAN
Si tan largo me lo fías,
vengan engaños.
CATALINÓN
¡Señor!
JUAN
Vete, que ya me amohinas
con tus temores extraños.
CATALINÓN Fuerza al turco, fuerza al scita,
al persa, y al caramanto,
al gallego, al troglodita,
al alemán y al Japón,
al sastre con la agujita
de oro en mano, imitando
continuo a la blanca niña.
Vase CATALINÓN
JUAN
La noche en negro silencio
se extiende, y ya las cabrillas
entre racimos de estrellas
el polo más alto pisan.
Yo quiero poner mi engaño
por obra, el amor me guía
a mi inclinación, de quien
no hay hombre que se resista.
Quiero llegar a la cama.
Aminta.
Sale AMINTA, como que está acostada
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
¿Quién llama a Aminta?
¿Es mi Batricio?
No soy
tu Batricio.
Pues, ¿quién?
Mira
de espacio, Aminta, quién soy.
¡Ay de mí! Yo soy perdida.
¿En mi aposento a estas horas?
Éstas son las horas mías.
Volvéos, que daré voces,
no excedáis la cortesía
que a mi Batricio se debe,
ved que hay romanas Emilias
en Dos Hermanas también,
y hay Lucrecias vengativas.
Escúchame dos palabras,
y esconde de las mejillas
en el corazón la grana,
por ti más preciosa y rica.
Vete, que vendrá mi esposo.
Yo lo soy. ¿De qué te admiras?
¿Desde cuándo?
Desde agora.
¿Quién lo ha tratado?
Mi dicha.
¿Y quién nos casó?
Tus ojos.
¿Con qué poder?
Con la vista.
¿Sábelo Batricio?
Sí,
que te olvida.
¿Que me olvida?
Sí, que yo te adoro.
¿Cómo?
Con mis dos brazos.
Desvía.
¿Cómo puedo, si es verdad
que muero?
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
¡Qué gran mentira!
Aminta, escucha y sabrás,
si quieres que te la diga
la verdad, si las mujeres
sois de verdades amigas.
Yo soy noble caballero,
cabeza de la familia
de los Tenorios antiguos,
ganadores de Sevilla.
Mi padre, después del rey,
se reverencia y se estima
en la corte, y de sus labios
penden las muertes y vidas.
Torciendo el camino acaso,
llegué a verte, que amor guía
tal vez las cosas, de suerte
que él mismo de ellas se admira.
Víte, adoréte, abraséme,
tanto que tu amor me obliga
a que contigo me case.
Mira qué acción tan precisa.
Y aunque lo murmure el reino,
y aunque el rey lo contradiga,
y aunque mi padre enojado
con amenazas lo impida,
tu esposo tengo de ser,
dando en tus ojos envidia
a los que viere en su sangre
la venganza que imagina.
Ya Batricio ha desistido
de su acción, y aquí me envía
tu padre a darte la mano.
¿Qué dices?
No sé qué diga,
que se encubren tus verdades
con retóricas mentiras.
Porque si estoy desposada,
como es cosa conocida,
con Batricio, el matrimonio
no se absuelve, aunque él desista.
En no siendo consumado,
por engaño o por malicia,
puede anularse.
Es verdad;
mas ¡ay Dios!, que no querría
que me dejases burlada,
cuando mi esposo me quitas.
Ahora bien, dame esa mano,
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
AMINTA
JUAN
y esta voluntad confirma
con ella.
¿Que no me engañas?
Mío el engaño sería.
Pues jura que cumplirás
la palabra prometida.
Juro a esta mano, señora,
infierno de nieve fría,
de cumplirte la palabra.
Jura a Dios, que te maldiga
si no la cumples.
Si acaso
la palabra y la fe mía
te faltare, ruego a Dios
que a traición y a alevosía,
me dé muerte un hombre muerto.
(Que vivo, Dios no permita).
Pues con ese juramento
soy tu esposa.
Al alma mía
entre los brazos te ofrezco.
Tuya es el alma y la vida.
¡Ay, Aminta de mis ojos!,
mañana sobre virillas
de tersa plata, estrelladas
con clavos de oro de Tíbar,
pondrás los hermosos pies,
y en prisión de gargantillas
la alabastrina garganta,
y los dedos en sortijas
en cuyo engaste parezcan
estrellas las amatistas;
y en tus orejas pondrás
transparentes perlas finas.
A tu voluntad, esposo,
la mía desde hoy se inclina.
Tuya soy.
(¡Qué mal conoces
al burlador de Sevilla!)
Aparte
Vanse don JUAN y AMINTA. Salen ISABELA y FABIO, de camino
ISABELA
FABIO
Que me robase el sueño
la prenda que estimaba, y más quería...
¡Oh, riguroso empeño
de la verdad! ¡Oh, máscara del día!
¡Noche al fin tenebrosa,
antípoda del sol, del sueño esposa!
¿De qué sirve, Isabela,
ISABELA
FABIO
ISABELA
FABIO
la tristeza en el alma y en los ojos,
si amor todo es cautela
y en campos de desdenes causa enojos,
y el que se ríe agora,
en breve espacio desventuras llora?
El mar está alterado,
y en grave temporal, riesgo se corre;
el abrigo han tomado
las galeras, duquesa, de la torre
que esta playa corona.
¿Adónde estamos, Fabio?
En Tarragona.
Y de aquí a poco espacio
daremos en Valencia, ciudad bella,
del mismo sol palacio,
divertiráse algunos días en ella;
y después a Sevilla
irás a ver la octava maravilla.
Que si a Octavio perdiste
más galán es don Juan, y de notorio
solar. ¿De qué estás triste?
Conde dicen que es ya don Juan Tenorio,
el rey con él te casa,
y el padre es la privanza de su casa.
No nace mi tristeza
de ser esposa de don Juan, que el mundo
conoce su nobleza;
en la esparcida voz, mi agravio fundo,
que esta opinión perdida
he de llorar mientras tuviere vida.
Allí una pescadora
tiernamente suspira, y se lamenta,
y dulcemente llora.
Acá viene sin duda, y verte intenta.
Mientras llamo a tu gente,
lamentaréis las dos más dulcemente.
Vase FABIO, y sale TISBEA
TISBEA
Robusto mar de España,
ondas de fuego, fugitivas ondas,
Troya de mi cabaña,
que ya el fuego por mares y por ondas
en sus abismos fragua
y en el mar forma por las llamas de agua,
¡maldito el leño sea
que a tu amargo cristal halló camino,
y, antojo de Medea,
ISABELA
TISBEA
ISABELA
TISBEA
ISABELA
TISBEA
tu cáñamo primero, o primer lino
aspado de los vientos,
para telas de engaños e instrumentos!
¿Por qué del mar te quejas
tan tiernamente, hermosa pescadora?
Al mar formo mil quejas.
Dichosa vos, que en su tormento agora
de él os estás riendo.
También quejas del mar estoy haciendo.
¿De dónde sois?
De aquellas
cabañas que miráis del viento heridas,
tan victorioso entre ellas,
cuyas pobres paredes, desparcidas,
van en pedazos graves,
dándole mil graznidos ya las aves.
En sus pajas me dieron
corazón de fortísimo diamante,
mas las obras me hicieron
de este monstruo que ves tan arrogante
ablandarme, de suerte
que al sol la cera es más robusta y fuerte.
¿Sois vos la Europa hermosa,
que esos toros os llevan?
A Sevilla
llévanme a ser esposa
contra mi voluntad.
Si mi mancilla
a lástima os provoca,
y si injurias del mar os tienen loca,
en vuestra compañía
para serviros como humilde esclava
me llevad, que querría,
si el dolor o la afrenta no me acaba,
pedir al rey justicia
de un engaño crüel, de una malicia.
Del agua derrotado
a esta tierra llegó un don Juan Tenorio
difunto y anegado;
amparéle, hospedéle en tan notorio
peligro, y el vil huésped
víbora fue a mi planta en tierno césped.
Con palabra de esposo,
la que de nuestra costa burla hacía,
se rindió al engañoso.
¡Mal haya la mujer que en hombres fía!
Fuése al fin y dejóme,
mira si es justo que venganza tome.
ISABELA
TISBEA
ISABELA
TISBEA
ISABELA
TISBEA
¡Calla, mujer maldita!
¡Vete de mi presencia, que me has muerto!
Mas, si el dolor te incita
no tienes culpa tú. Prosigue, ¿es cierto?
Tan claro es como el día.
¡Mal haya la mujer que en hombres fía!
Pero sin duda el cielo
a ver estas cabañas me ha traído,
y de ti mi consuelo
en tan grave pasión ha renacido
para venganza mía.
¡Mal haya la mujer que en hombres fía!
¡Que me llevéis os ruego
con vos, señora, a mí y a un viejo padre,
porque de aqueste fuego
la venganza me dé que más me cuadre,
y al rey pida justicia
de este engaño y traición, de esta malicia!
Anfriso, en cuyos brazos
me pensé ver en tálamo dichoso,
dándole eternos lazos,
conmigo ha de ir, que quiere ser mi esposo.
Ven en mi compañía.
¡Mal haya la mujer que en hombres fía!
Vanse ISABELA
Salen don JUAN y CATALINÓN
Todo en mal estado está.
¿Cómo?
Que Octavio ha sabido
la traición de Italia ya,
y el de la Mota ofendido
de ti justas quejas da,
y dice que fue el recado
de su prima le diste
fingido y disimulado,
y con su capa emprendiste
la traición que la ha infamado.
Dicen que viene Isabela
a que seas su marido,
y dicen...
JUAN
Calla.
CATALINÓN
Una muela
en la boca me has rompido.
JUAN
Hablador, ¿quién te revela
tanto disparate junto?
CATALINÓN ¿Disparate?
JUAN
Disparate.
CATALINÓN
JUAN
CATALINÓN
y TISBEA
Verdades son.
No pregunto
si lo son, cuando me mate
Octavio, ¿estoy yo difunto?
¿No tengo manos también?
¿Dónde me tienes posada?
CATALINÓN En calle oculta.
JUAN
Está bien.
CATALINÓN La iglesia es tierra sagrada.
JUAN
Di que de día me den
en ella la muerte. ¿Viste
al novio de Dos Hermanas?
CATALINÓN Allí le vi, ansiado y triste.
JUAN
Aminta estas dos semanas
no ha de caer en el chiste.
CATALINÓN Tan bien engañada está
que se llama doña Aminta.
JUAN
Graciosa burla será.
CATALINÓN Graciosa burla, y sucinta,
mas ella la llorará.
CATALINÓN
JUAN
Descúbrese un sepulcro de don GONZALO de Ulloa
¿Qué sepulcro es éste?
Aquí
don Gonzalo está enterrado.
JUAN
Éste es a quien muerte di.
Gran sepulcro le han labrado.
CATALINÓN Ordenólo el rey ansí.
¿Cómo dice este letrero?
JUAN
"Aquí aguarda del Señor
el más leal caballero
la venganza de un traidor".
Del mote reírme quiero.
Y, ¿habéisos vos de vengar,
buen viejo, barbas de piedra?
CATALINÓN No se las podrá pelar
quien barbas tan fuertes medra.
JUAN
Aquesta noche a cenar
os aguardo en mi posada;
allí el desafío haremos,
si la venganza os agrada,
aunque mal reñir podremos,
si es de piedra vuestra espada.
CATALINÓN Ya, señor, ha anochecido,
vámonos a recoger.
JUAN
Larga esta venganza ha sido;
si es que vos la habéis de hacer,
JUAN
CATALINÓN
importa no estar dormido,
que si a la muerte aguardáis
la venganza, la esperanza
agora es bien que perdáis,
pues vuestro enojo, y venganza,
tan largo me lo fiáis.
Vanse don JUAN y CATALINÓN. Ponen la mesa dos criados
Quiero apercibir la mesa
que vendrá a cenar don Juan.
CRIADO 2
Puestas las mesas están.
¡Qué flema tiene si empieza!
Ya tarda como solía
mi señor, no me contenta;
la bebida se calienta,
y la comida se enfría.
Mas ¿quién a don Juan ordena
este desorden?
CRIADO 1
Entran don JUAN y CATALINÓN
JUAN
¿Cerraste?
CATALINÓN Ya cerré como mandaste.
JUAN
¡Hola, tráiganme la cena!
CRIADO 2
Ya está aquí.
JUAN
Catalinón,
siéntate.
Yo soy amigo
de cenar de espacio.
JUAN
Digo
que te sientes.
CATALINÓN
La razón
haré.
CRIADO 1
También es camino
éste, si cena con él.
JUAN
Siéntate.
CATALINÓN
Un golpe dentro
Golpe es aquél.
Que llamaron imagino.
Mira quién es.
CRIADO 1
Voy volando.
CATALINÓN ¿Si es la justicia, señor?
JUAN
Sea, no tengas temor.
CATALINÓN
JUAN
Vuelve el CRIADO huyendo
¿Quién es? ¿De qué estás temblando?
De algún mal da testimonio.
Mal mi cólera resisto.
Habla, responde, ¿qué has visto?
¿Asombróte algún demonio?
Ve tú, y mira aquella puerta,
presto, acaba.
CATALINÓN
¿Yo?
JUAN
Tú, pues,
acaba, menea los pies.
CATALINÓN A mi abuela hallaron muerta,
como racimo colgada,
y desde entonces se suena
que anda siempre su alma en pena,
tanto golpe no me agrada.
JUAN
Acaba.
CATALINÓN
¡Señor, si sabes
que soy un Catalinón!
JUAN
Acaba.
CATALINÓN
Fuerte ocasión.
JUAN
¿No vas?
CATALINÓN
¿Quién tiene las llaves
de la puerta?
CRIADO 2
Con la aldaba
está cerrada no más.
JUAN
¿Qué tienes? ¿Por qué no vas?
CATALINÓN Hoy Catalinón acaba.
Mas, ¿si las forzadas vienen
a vengarse de los dos?
CATALINÓN
JUAN
Llega CATALINÓN a la puerta, y viene corriendo,
cae y levántase
¿Qué es eso?
¡Válgame Dios,
que me matan, que me tienen!
JUAN
¿Quién te tiene? ¿Quién te mata?
¿Qué has visto?
CATALINÓN
Señor, yo allí
vide, cuando luego fui,
quién me ase, quién me arrebata.
Llegué, cuando después ciego,
cuando vile, juro a Dios,
habló, y dijo, ¿quién sois vos?
Respondió, respondí. Luego,
Topé y vide...
JUAN
¿A quién?
CATALINÓN
No sé.
JUAN
¡Como el vino desatina!
JUAN
CATALINÓN
Dame la vela, gallina,
y yo a quien llama veré.
Toma don JUAN la vela, y llega a la puerta, sale al encuentro don GONZALO, en la forma que estaba en el sepulcro,
y don JUAN se retira atrás turbado, empuñando la espada, y en la otra la vela, y don GONZALO hacia él con pasos
menudos, y al compás don JUAN, retirándose, hasta estar en medios del teatro
¿Quién va?
Yo soy.
¿Quién sois vos?
Soy el caballero honrado
que a cenar has convidado.
JUAN
Cena habrá para los dos,
y si vienen más contigo,
para todos cena habrá,
ya puesta la mesa está.
Siéntate.
CATALINÓN
¡Dios sea conmigo,
San Panuncio, San Antón!
Pues ¿los muertos comen? Di.
Por señas dice que sí.
JUAN
Siéntate, Catalinón.
CATALINÓN
No señor, yo lo recibo
por cenado.
JUAN
Es desconcierto.
¿Qué temor tienes a un muerto?
¿Qué hicieras estando vivo?
Necio y villano temor.
CATALINÓN Cena con tu convidado,
que yo, señor, ya he cenado.
JUAN
¿He de enojarme?
CATALINÓN
Señor,
¡vive Dios que huelo mal!
JUAN
Llega, que aguardando estoy.
CATALINÓN Yo pienso que muerto soy
y está muerto mi arrabal.
JUAN
GONZALO
JUAN
GONZALO
Tiemblan los CRIADOS
Y vosotros, ¿qué decís
y qué hacéis? Necio temblar.
CATALINÓN Nunca quisiera cenar
con gente de otro país.
¿Yo, señor, con convidado
de piedra?
JUAN
Necio temer.
Si es piedra, ¿qué te ha de hacer?
CATALINÓN Dejarme descalabrado.
JUAN
Háblale con cortesía.
JUAN
¿Está bueno? ¿Es buena tierra
la otra vida? ¿Es llano o sierra?
¿Préciase allá la poesía?
CRIADO 1
A todo dice que sí
con la cabeza.
CATALINÓN
¿Hay allá
muchas tabernas? Sí habrá,
si Noé reside allá.
JUAN
¡Hola, dadnos de cenar!
CATALINÓN Señor muerto, ¿allá se bebe
con nieve?
CATALINÓN
Baja la cabeza don GONZALO
JUAN
Así que allá hay nieve;
buen país.
Si oír cantar
queréis, cantarán.
Baja la cabeza don GONZALO
Sí, dijo.
CRIADO 1
JUAN
CATALINÓN
Cantad.
Tiene el señor muerto
buen gusto.
CRIADO 1
Es noble por cierto,
y amigo de regocijo.
Cantan dentro
"Si de mi amar aguardáis,
señora, de aquesta suerte,
el galardón a la muerte,
¡qué largo me lo fiáis!"
CATALINÓN
O es sin duda veraniego
el señor muerto, o debe ser
hombre de poco comer.
Temblando al plato me llego.
MÚSICOS
Bebe
MÚSICOS
Poco beben por allá,
yo beberé por los dos.
Brindis de piedra, por Dios,
menos temor tengo ya.
"Si este plazo me convida
para que serviros pueda,
pues larga vida me queda,
dejad que pase la vida.
Si de mi amor aguardáis,
señora, de aquesta suerte,
el galardón a la muerte,
¡qué largo me lo fiáis!"
CATALINÓN
¿Con cuál de tantas mujeres
como has burlado, señor,
hablan?
JUAN
De todas me río,
amigo, en esta ocasión.
En Nápoles a Isabela
burlé.
CATALINÓN
Ésa ya no es hoy
burlada, porque se casa
contigo, como es razón.
Burlaste a la pescadora
que del mar te redimió,
pagándole el hospedaje
en moneda de rigor.
Burlaste a doña Ana...
JUAN
Calla,
que hay parte aquí que lastó
por ella, y vengarse aguarda.
CATALINÓN Hombre es de mucho valor,
que él es piedra, tú eres carne,
no es buena resolución.
GONZALO hace señas, que se quite la mesa, y queden solos
Hola, quitad esa mesa,
que hace señas que los dos
nos quedemos, y se vayan
los demás.
CATALINÓN
Malo, por Dios,
no te quedes, porque hay muerto
que mata de un mojicón
a un gigante.
JUAN
Salíos todos,
a ser yo Catalinón.
Vete.
JUAN
Vanse, y quedan los dos solos, y hace señas que cierre la puerta
¿Qué cierre la puerta?
Ya está cerrada, y ya estoy
aguardando lo que quieres,
sombra, fantasma o visión.
Si andas en pena, o si buscas
alguna satisfacción,
aquí estoy, dímelo a mí,
que mi palabra te doy
de hacer todo lo que ordenes.
¿Estás gozando de Dios?
¿Eres alma condenada
o de la eterna región?
¿Díte la muerte en pecado?
Habla, que aguardando estoy.
Paso, como cosa del otro mundo
¿Cumplirásme una palabra
como caballero?
JUAN
Honor
tengo, y las palabras cumplo,
porque caballero soy.
GONZALO
Dame esa mano, no temas.
JUAN
¿Eso dices? ¿Yo temor?
Si fueras el mismo infierno
la mano te diera yo.
GONZALO
Dale la mano
GONZALO
JUAN
GONZALO
JUAN
GONZALO
JUAN
GONZALO
JUAN
GONZALO
JUAN
Bajo esa palabra y mano
mañana a las diez, te estoy
para cenar aguardando.
¿Irás?
Empresa mayor
entendí que me pedías.
Mañana tu huésped soy.
¿Dónde he de ir?
A la capilla.
¿Iré solo?
No, id los dos,
y cúmpleme la palabra
como la he cumplido yo.
Digo que la cumpliré,
que soy Tenorio.
Y yo soy
Ulloa.
Yo iré sin falta.
Yo lo creo. Adiós.
Adiós.
Va a la puerta
GONZALO
Aguarda, te alumbraré.
No alumbres, que en gracia estoy.
Vase GONZALO muy poco a poco, mirando a don JUAN, y don JUAN a él, hasta que desaparece, y queda don
JUAN con pavor
JUAN
¡Válgame Dios! Todo el cuerpo
se ha bañado de un sudor
helado, y en las entrañas
se me ha helado el corazón.
Un aliento respiraba,
organizando la voz
tan frío, que parecía
infernal respiración.
Cuando me tomó la mano
de suerte me la abrasó,
que un infierno parecía
más que no vital calor.
Pero todas son ideas
que da a la imaginación
el temor; y temer muertos
es más villano temor.
Si un cuerpo con alma noble,
con potencias y razón,
y con ira, no se teme,
¿quién cuerpos muertos temió?
Iré mañana a la iglesia,
donde convidado estoy,
porque se admire y espante
Sevilla de mi valor.
Vase don JUAN
Sale el REY, don DIEGO Tenorio, y acompañamiento
REY
DIEGO
REY
DIEGO
REY
DIEGO
REY
DIEGO
REY
¿Llegó al fin Isabela?
Y disgustada.
Pues ¿no ha tomado bien el casamiento?
Siente, señor, el nombre de infamada.
De otra causa precede su tormento,
¿dónde está?
En el convento está alojada
de las Descalzas.
Salga del convento
luego al punto, que quiero que en palacio
asista con la reina, más de espacio.
Si ha de ser con don Juan el desposorio,
manda, señor, que tu presencia vea.
Véame, y galán salga, que notorio
quiero que este placer al mundo sea.
Conde será desde hoy, don Juan Tenorio,
de Lebrija, él la mande y la posea;
que si Isabela a un duque corresponde,
ya que ha perdido un duque, gane un conde.
DIEGO
REY
DIEGO
REY
DIEGO
REY
DIEGO
REY
DIEGO
REY
Todos por la merced, tus pies besamos.
Merecéis mi favor tan dignamente,
que si aquí los servicios ponderamos,
me quedo atrás con el favor presente.
Paréceme, don Diego, que hoy hagamos
las bodas de doña Ana juntamente.
¿Con Octavio?
No es bien que el duque Octavio
sea el restaurador de aqueste agravio.
Doña Ana, con la reina, me ha pedido
que perdone al marqués, porque doña Ana,
ya que el padre murió, quiere marido,
porque si le perdió, con él le gana.
Iréis con poca gente, y sin rüido
luego a hablalle, a la fuerza de Trïana,
por su satisfacción, y por su abono,
de su agraviada prima, le perdono.
Ya he visto lo que tanto deseaba.
Que esta noche han de ser, podéis decille,
los desposorios.
Todo en bien se acaba;
fácil será el marqués el persuadille,
que de su prima amartelado estaba.
También podéis a Octavio prevenille.
Desdichado es el duque con mujeres,
son todas opinión, y pareceres.
Hanme dicho que está muy enojado
con don Juan.
No me espanto, si ha sabido
de don Juan el delito averiguado
que la causa de tanto daño ha sido.
El duque viene.
No dejéis mi lado,
que en el delito sois comprehendido.
Sale el duque OCTAVIO
OCTAVIO
REY
OCTAVIO
REY
OCTAVIO
Los pies, invicto rey, me dé tu alteza.
Alzad, duque, y cubrid vuestra cabeza.
¿Qué pedís?
Vengo a pediros,
postrado ante vuestras plantas,
una merced, cosa justa,
digna de serme otorgada.
Duque, como justa sea,
digo que os doy mi palabra
de otorgárosla. Pedid.
Ya sabes, señor, por cartas
REY
OCTAVIO
DIEGO
REY
DIEGO
OCTAVIO
DIEGO
OCTAVIO
DIEGO
OCTAVIO
de tu embajador, y el mundo
por la lengua de la fama
sabe, que don Juan Tenorio,
con española arrogancia,
en Nápoles, una noche,
para mí noche tan mala,
con mi nombre profanó
el sagrado de una dama.
No pases más adelante,
ya supe vuestra desgracia,
en efecto. ¿Qué pedís?
Licencia que en la campaña
defienda cómo es traidor.
Eso no, su sangre clara
es tan honrada.
Don Diego...
¿Señor?...
¿Quién eres, que hablas
en la presencia del rey
de esta suerte?
Soy quien calla
porque me lo manda el rey,
que si no, con esta espada
te respondiera.
Eres viejo.
Yo he sido mozo en Italia,
a vuestro pesar un tiempo.
Ya conocieron mi espada
en Nápoles y en Milán.
Tienes ya la sangre helada,
no vale "fui," sino "soy."
Empuña don DIEGO
DIEGO
REY
OCTAVIO
REY
Pues fui, y soy.
Tened, basta,
bueno está. Callad don Diego,
que a mi persona se guarda
poco respeto, y vos, duque,
después que las bodas se hagan,
más de espacio me hablaréis.
Gentilhombre de mi cámara
es don Juan, y hechura mía,
y de aqueste tronco rama.
Mirad por él.
Yo lo haré,
gran señor, como lo mandas.
Venid conmigo, don Diego.
DIEGO
OCTAVIO
REY
OCTAVIO
¡Ay hijo, qué mal me pagas
el amor que te he tenido!
Duque...
Gran señor...
Mañana
vuestras bodas han de hacer.
Háganse, pues tú lo mandas.
Vase el REY y don DIEGO, y salen GASENO y AMINTA
GASENO
OCTAVIO
AMINTA
OCTAVIO
AMINTA
OCTAVIO
AMINTA
OCTAVIO
GASENO
OCTAVIO
GASENO
AMINTA
GASENO
OCTAVIO
GASENO
OCTAVIO
GASENO
Este señor nos dirá
dónde está don Juan Tenorio.
Señor, ¿Si está por acá
un don Juan, a quien notorio
ya su apellido será?
Don Juan Tenorio diréis.
Sí, señor, ese don Juan.
Aquí está. ¿Qué le queréis?
Es mi esposo ese galán.
¿Cómo?
Pues, ¿no lo sabéis
siendo del Alcázar vos?
No me ha dicho don Juan nada.
¿Es posible?
Sí, por Dios.
Doña Aminta es muy honrada
cuando se casen los dos,
que cristiana vieja es
hasta los huesos, y tiene
de la hacienda el interés
y a su virtud aun le aviene
más bien que un conde, un marqués.
Casóse don Juan con ella,
y quitósela a Batricio.
Decid cómo fui doncella
a su poder.
No es jüicio
esto, ni aquesta querella.
(Ésta es burla de don Juan,
y para venganza mía
éstos diciéndola están.)
¿Qué pedís al fin?
Querría,
porque los días se van,
que se hiciese el casamiento,
o querellarme ante el rey.
Digo que es justo ese intento.
Y razón, y justa ley.
Aparte
OCTAVIO
AMINTA
OCTAVIO
AMINTA
OCTAVIO
GASENO
OCTAVIO
Medida a mi pensamiento
ha venido la ocasión;
en el Alcázar tenemos
bodas.
¿Si las mías son?
Quiero, para que acertemos
valerme de una invención.
Venid donde os vestiréis,
señora, a lo cortesano,
y a un cuarto del rey saldréis
conmigo.
Vos de la mano
a don Juan me llevaréis.
(Que de esta suerte es cautela).
El arbitrio me consuela.
(Éstos venganza me dan
de aqueste traidor don Juan
y el agravio de Isabela.
Vanse todos. Salen don JUAN y CATALINÓN
¿Cómo el rey te recibió?
Con más amor que mi padre.
¿Viste a Isabela?
También.
¿Cómo viene?
Como un ángel.
¿Recibióte bien?
El rostro
bañado de leche, y sangre,
como la rosa que al alba
revienta la verde cárcel.
CATALINÓN ¿Al fin esta noche son
las bodas?
JUAN
Sin falta.
CATALINÓN
Si antes
hubieran sido, no hubieras
engañado a tantas antes.
Pero tú tomas esposa,
señor, con cargas muy grandes.
JUAN
Di, ¿comienzas a ser necio?
CATALINÓN Y podrás muy bien casarte
mañana, que hoy es mal día.
JUAN
Pues ¿qué día es hoy?
CATALINÓN
Es martes.
JUAN
Mil embusteros y locos
dan en esos disparates.
Sólo aquél llamo mal día,
CATALINÓN
JUAN
CATALINÓN
JUAN
CATALINÓN
JUAN
CATALINÓN
JUAN
Aparte
Aparte
acïago y detestable,
en que no tengo dineros,
que los demás es donaire.
CATALINÓN Vamos, si te has de vestir,
que te aguardarán y es tarde.
JUAN
Otro negocio tenemos
que hacer, aunque nos aguarden.
CATALINÓN ¿Cuál es?
JUAN
Cenar con el muerto.
CATALINÓN Necedad de necedades.
JUAN
¿No ves que di mi palabra?
CATALINÓN ¿Y cuando se la quebrantes,
qué importa? ¿Habrá de pedirte
una figura de jaspe
la palabra?
JUAN
Podrá el muerto
llamarme a voces infame.
CATALINÓN Ya está cerrada la iglesia.
JUAN
Llama.
CATALINÓN
¿Qué importa que llame?
¿Quién tiene de abrir, que están
durmiendo los sacristanes?
JUAN
Llama a ese postigo.
CATALINÓN
Abierto
está.
JUAN
Pues entra.
CATALINÓN
¡Entre un fraile
con hisopo y con estola!
JUAN
Sígueme y calla.
CATALINÓN
¿Que calle?
JUAN
Sí.
CATALINÓN Ya callo. Dios en paz
de estos convites me saque.
Entran por una puerta y salen por otra
¡Qué oscura que está la iglesia,
señor, para ser tan grande!
¡Ay de mí! ¡Tenme, señor,
porque de la capa me asen!
Sale don GONZALO como de antes y encuéntrase con ellos
JUAN
GONZALO
CATALINÓN
GONZALO
¿Quién es?
Yo soy.
Muerto estoy.
El muerto soy, no te espantes,
no entendí que me cumplieras
la palabra, según haces
de todos burla.
¿Me tienes
en opinión de cobarde?
GONZALO
Sí, que aquella noche huíste
de mí, cuando me mataste.
JUAN
Huí de ser conocido,
mas ya me tienes delante,
di presto lo que me quieres.
GONZALO
Quiero a cenar convidarte.
CATALINÓN Aquí excusamos la cena,
que toda ha de ser fiambre
pues no parece cocina
[si al convidado le mate].
JUAN
Cenemos.
GONZALO
Para cenar
es menester que levantes
esa tumba.
JUAN
Y si te importa
levantaré esos pilares.
GONZALO
Valiente estás.
JUAN
Tengo brío,
y corazón en las carnes.
CATALINÓN Mesa de Guinea es ésta,
pues, ¿no hay por allá quien lave?
GONZALO
Siéntate.
JUAN
¿A dónde?
CATALINÓN
Con sillas
vienen ya dos negros pajes.
JUAN
Salen dos enlutados con sillas
¿También acá se usan lutos
y bayeticas de Flandes?
GONZALO
Siéntate tú.
CATALINÓN
Yo, señor,
he merendado esta tarde.
Cena con tu convidado.
GONZALO
Ea, pues, ¿he de enojarme?
No repliques.
CATALINÓN
No replico.
Dios en paz de esto me saque.
¿Qué plato es éste, señor?
GONZALO
Este plato es de alacranes
y víboras.
CATALINÓN
¡Gentil plato
para el que trae buena hambre!
¿Es bueno el vino, señor?
GONZALO
Pruébale.
¡Hiel y vinagre
es este vino!
GONZALO
Este vino
exprimen nuestros lagares
¿No comes tú?
JUAN
Comeré
si me dieses áspid a áspid
cuanto el infierno tiene.
GONZALO
También quiero que te canten.
CATALINÓN
Canten
"Adviertan los que de Dios
juzgan los castigos tarde,
que no hay plazo que no llegue
ni deuda que no se pague."
CATALINÓN Malo es esto, vive Cristo,
que he entendido este romance,
y que con nosotros habla.
JUAN
Un hielo el pecho me parte.
MÚSICOS
Canten
"Mientras en el mundo viva,
no es justo que diga nadie
qué largo me lo fiáis
siendo tan breve el cobrarse."
CATALINÓN ¿De qué es este guisadillo?
GONZALO
De uñas.
CATALINÓN
De uñas de sastre
será, si es guisado de uñas.
JUAN
Ya he cenado, haz que levanten
la mesa.
GONZALO
Dame esa mano.
No temas, la mano dame.
JUAN
¿Eso dices? ¿Yo temor?
¡Que me abraso! No me abrases
con tu fuego.
GONZALO
Aquéste es poco
para el fuego que buscaste.
Las maravillas de Dios
son, don Juan, investigables,
y así quiere que tus culpas
a manos de un muerto pagues,
y así pagas de esta suerte
las doncellas que burlaste.
Ésta es justicia de Dios,
quien tal hace, que tal pague.
JUAN
Que me abraso, no me aprietes,
MÚSICOS
con la daga he de matarte,
mas, ¡ay, que me canso en vano
de tirar golpes al aire!
A tu hija no ofendí,
que vio mis engaños antes.
GONZALO
No importa, que ya pusiste
tu intento.
JUAN
Deja que llame
quien me confiese y absuelva.
GONZALO
No hay lugar, ya acuerdas tarde.
JUAN
¡Que me quemo! ¡Que me abraso!
Muerto soy.
Cae muerto don JUAN
No hay quien se escape,
que aquí tengo de morir
también por acompañarte.
GONZALO
Ésta es justicia de Dios,
quien tal hace, que tal pague.
CATALINÓN
Húndese el sepulcro con don JUAN, y don GONZALO, con mucho ruido, y sale CATALINÓN arrastrando
CATALINÓN
¡Válgame Dios! ¿Qué es aquesto?
Toda la capilla se arde,
y con el muerto he quedado,
para que le vele y guarde
Arrastrando como pueda,
iré a avisar a su padre,
san Jorge, san Agnus Dei,
sacadme en paz a la calle.
Vase CATALINÓN. Sale el REY, don DIEGO
y acompañamiento
DIEGO
REY
Ya el marqués, señor, espera
besar vuestros pies reales.
Entre luego y avisad
al conde, porque no aguarde.
Salen BATRICIO y GASENO
¿Dónde, señor, se permiten
desenvolturas tan grandes?
Que tus crïados afrenten
a los hombres miserables.
REY
¿Qué dices?
BATRICIO
Don Juan Tenorio,
alevoso y detestable,
BATRICIO
la noche del casamiento,
antes que le consumase,
a mi mujer me quitó,
testigos tengo delante.
Salen TISBEA e ISABELA
TISBEA
REY
ISABELA
Si vuestra alteza, señor,
de don Juan Tenorio no hace
justicia, a Dios y a los hombres,
mientras viva he de quejarme.
Derrotado le echó el mar,
díle vida y hospedaje,
y pagóme esta amistad
con mentirme y engañarme
con nombre de mi marido.
¿Qué dices?
Dice verdades.
Salen AMINTA y el duque OCTAVIO
AMINTA
REY
AMINTA
REY
¿Adónde mi esposo está?
¿Quién es?
Pues, ¿aún no lo sabe?
El señor don Juan Tenorio,
con quien vengo a desposarme,
porque me debe el honor,
y es noble, y no ha de negarme.
Manda que nos desposemos.
Prendedle luego y matadle.
Sale el marqués de la MOTA
MOTA
REY
DIEGO
REY
Pues es tiempo, gran señor,
que a luz verdades se saquen,
sabrás que don Juan Tenorio
la culpa que me imputaste
cometió, que con mi capa
pudo él crüel engañarme
de que tengo dos testigos.
¿Hay desvergüenza tan grande?
En premio de mis servicios
haz que le prendan, y pague
sus culpas, porque del cielo
rayos contra mí no bajen,
siendo mi hijo tan malo.
¿Esto mis privados hacen?
Sale CATALINÓN
y acompañamiento
Escuchad, oíd, señores,
el suceso más notable
que en el mundo ha sucedido,
y en oyéndolo matadme.
Don Juan, del comendador
haciendo burla una tarde,
después de haberle quitado
las dos prendas que más valen,
tirando al bulto de piedra
la barba por ultrajarle,
a cenar le convidó.
¡Nunca fuera a convidarle!
Fue el bulto, y le convidó
y agora, porque no os canse,
acabando de cenar
entre mil presagios graves
de la mano le tomó
y le aprieta hasta quitalle
la vida, diciendo "Dios
me manda que así te mate,
castigando tus delitos.
¡Quién tal hace, que tal pague!"
REY
¿Qué dices?
CATALINÓN
Lo que es verdad,
diciendo antes que acabase,
que a doña Ana no debía
honor, que lo oyeron antes
del engaño.
MOTA
Por las nuevas
mil albricias quiero darte.
REY
¡Justo castigo del cielo!
Y agora es bien que se casen
todos, pues la causa es muerta,
vida de tantos desastres.
OCTAVIO
Pues ha enviudado Isabela,
quiero con ella casarme.
MOTA
Yo con mi prima.
BATRICIO
Y nosotros
con las nuestras, porque acabe
"El convidado de piedra."
REY
Y el sepulcro se traslade
en San Francisco en Madrid
para memoria más grande.
CATALINÓN
FIN DE LA COMEDIA
LA VIDA ES SUEÑO
Pedro Calderón de la Barca
Personas que hablan en ella:
ROSAURA, dama
SEGISMUNDO, príncipe
CLOTALDO, viejo
ESTRELLA, infanta
CLARÍN, gracioso
BASILIO, rey de Polonia
ASTOLFO, infante
GUARDAS
SOLDADOS
MÚSICOS
ACTO PRIMERO
[…]
Descúbrese SEGISMUNDO con una cadena y la luz vestido de pieles
SEGISMUNDO: ¡Ay mísero de mí, y ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
-dejando a una parte, cielos,
el delito del nacer-,
¿qué más os pude ofender,
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que no yo gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma,
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que dejan en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
-gracias al docto pincel-,
cuando, atrevido y crüel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huída;
¿y teniendo yo más vida,
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegios tan süave
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?
ROSAURA:
Temor y piedad en mí
sus razones han causado.
ACTO SEGUNDO
ÚLTIMA ESCENA
[…]
Vase el rey BASILIO
CLOTALDO:
(Enternecido se ha ido
el rey de haberle escuchado).
Como habíamos hablado
de aquella águila, dormido,
tu sueño imperios han sido;
mas en sueños fuera bien
entonces honrar a quien
te crïó en tantos empeños,
Segismundo, que aun en sueños
Aparte
no se pierde el hacer bien.
Vase CLOTALDO
SEGISMUNDO: Es verdad; pues reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos;
y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte!
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
de estas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
BALTASAR GRACIÁN
EL CRITICÓN
DON LORENZO FRANCÉS DE URRITIGOYTI
Dignísimo Deán de la Santa Iglesia de Sigüenza
Esta Tercera Parte del discurso de la vida humana, que retrata la vejez, ¿a quién mejor la pudiera yo
dirigir que a un señor anciano tan grave, entendido y prudente? Y está tan lejos de ser inadvertencia
esta dirección, que blasona de industrioso obsequio. Mucho ha que comenzó v.m. a lograr
madureces. Suelen alterarse los tiempos y entrarse unos en la jurisdicción de los otros: el otoño se
muda en invierno, y la primavera usurpa porción del estío. Así, en algunos, la vejez se suele
adelantar y tomar gran parte de la varonil, y ésta de la mocedad.
Describe este último de mis Críticos una sazonada vejez sin decrepitud, copiada de la perfecta de
v.m. Ésta es la idea de prendas autorizadas bien conocidas, no bastantemente estimadas. Mas
desconfiando mi pluma de poder sacar el cumplido retrato de las muchas partes, de los heroicos
talentos que en v.m. depositaron con emulación la naturaleza favorable y la industria diligente, he
determinado valerme de la traza de aquel ingenioso pintor que, empeñado en retratar una perfección
a todas luces grande y viendo que los mayores esfuerzos del pincel no alcanzaban a poderla copiar
toda junta con los cuatro perfiles (pues si la pintaba del un lado se perdían las perfecciones de los
otros), discurrió modo cómo poder expresarla enteramente. Pintó, pues, el aspecto con la debida
valentía, y fingió a las espaldas una clara fuente en cuyos cristalinos reflejos se veía la otra parte
contraria con toda su graciosa gentileza; puso al un lado un grande y lucido espejo en cuyos fondos
se lograba el perfil de la mano derecha, y al otro un brillante coselete donde se representaba el de la
izquierda. Y con tan bella invención pudo ofrecer a la vista todo aquel relevante agregado de
bellezas; que tal vez la grandeza del objeto suele adelantar la valentía del concepto.
Así yo, por no perder perfecciones, por no malograr realces, y tantos como en v.m. admiro (unos
propios, otros ajenos, aunque ninguno extranjero), después de haber copiado lo virtuoso, lo
prudente, lo docto, lo entendido, lo apacible, lo generoso, lo plausible, lo noble, lo ilustre que en v.
m. luce y no se afecta, quiero carearle con una no fingida, sino verdadera fuente de sus esclarecidos
padres, el señor Martín Francés, ornamento de su casa, esplendor de esta imperial ciudad de
Zaragoza por su virtud, generosidad, cordura y capacidad, que todo en él fue grande, y de una
madre ejemplo de christianas y nobles matronas, cuya bondad se conoció bien en el fruto que dio de
tantos y tan insignes hijos, que pudo con más razón decir lo que la otra romana: Mis galas, mis
joyas, mis arreos, son mis hijos.
Pondré luego al lado derecho, no un espejo sólo, sino cuatro, de cuatro hermanos dedicados todos a
Dios en las más ilustres iglesias catedrales de España: el ilustrísimo señor don Diego Francés,
obispo de Barbastro, espejo de ilustrísimos prelados en lo santo de su vida, en lo vigilante de su
celo, en lo docto de sus estampados escritos y en lo caritativo de sus muchas limosnas; sea el
segundo el señor arcipreste de Valpuesta, en la santa iglesia de Burgos, espejo también de
prebendados, ya en la cátedra, ya en el púlpito, ya en la silla, asistiendo con ejemplar puntualidad al
divino culto sin perdonar día, no perdonándole sus achaques una hora de alivio; el tercero (que
pudiera ser primero) es el señor arcediano de Zaragoza, aquel gran bienhechor de todos, de nobles
con consejos, de pobres con limosnas y asistencias de regidor mayor del Hospital General, de
eclasiásticos con ejemplos, de sabios con libros que publican las prensas, con las suntuosas iglesias
que les ha erigido, con capillas que ha ilustrado y fundado, nacido al fin para bien de todos, y de
todas maneras venerable; sea corona religiosa el muy reverendo padre fray Tomás Francés, antorcha
brillante de la religión seráfica, esparciendo rayos, ya de su mucha doctrina en los púlpitos (de que
dan testimonio dos Cuaresmas, que predicó en este Hospital Real de Zaragoza, palenque de los
mayores talentos), ya de su mucha teología en tantos años de cátedra, ya de su erudición en sus
impresos libros, ya de su prudencia en los cargos y prelacias que ha obtenido, y secretario que fue
de dos generales de su orden, doblada prueba de sus muchos méritos.
Al otro lado fijaré un coselete de otros tres hermanos seglares, nobles caballeros: don Martín y don
Marcial y don Pablo, que también supieron hermanar lo lucido con lo christiano. Ni son menos de
ver los lejos de sobrinos canónigos y seglares caballeros. Pero lo que yo más suelo celebrar es que
todos, por lo christiano y por lo caballeroso, han sido los más plausibles héroes de su patria y de su
siglo.
Con esto queda coronado el retrato de blasones y de prendas, que todas van a parar en v. m. como
en su primer centro, a quien el cielo lo espere y prospere.
De v. m. su más afecto estimador, LORENÇO GRACIÁN.
CENSURA
DEL P. PREDICADOR FR. ESTEVAN SAN[Z]
Este libro intitulado el Criticón, Tercera parte, que ha compuesto Lorenzo Gracián y v. m. me
remite para la censura, he visto con particular atención y hallo que se exime de toda por el concepto
grande que tiene adquirido el autor en la estimación de los más doctos con sus ingeniosos escritos,
que son el Héroe, el Político, el Discreto, el Arte de Ingenio, la Primera y Segunda parte del
Criticón y ésta, que es la Tercera, en que se excede a sí mismo en las metáforas, símiles, ejemplos,
transformaciones, moralidades y alusiones de que usa diestramente para la reprehensión de los
vicios y séquito de la virtud, objeto a que se dirigen las doce Crisis que construyen la primorosa
fábrica deste cuerpo escrito, en quien soñando diestramente, deleita con dulzura, imitando al médico
perito que, no pudiendo con remedios agrios restituir la sanidad al enfermo, recurre a los dulces
para atraer con lo suave a la ejecución de lo útil: tal vez vale el arte donde la fuerza no vale. En fin,
es tanto el acierto con que escribe, que cada letra parece un parto estudioso de su mayor atención,
con que se asegura de lapso culpable en la enseñanza christiana. Y así le juzgo por digno de la
licencia que pide, salvo, etc.
En este Convento de la Vitoria de Madrid, en 6 de mayo de 1657.
Fr. Estevan San[z.]
Nos el Doct. D. Pedro Fernández de Parga y Gayoso, Canónigo Lectoral de la S. Iglesia Apostólica
Metropolitana de Santiago y Vicario desta Villa de Madrid y su partido, etc., por la presente y por lo
que a Nos toca, damos licencia para que se imprima y venda un libro intitulado Tercera Parte del
Criticón, compuesto por Lorenzo Gracián, atento que de la censura del P. F. Estevan Sánchez, a
quien le remitimos, parece que no contiene cosa contra nuestra santa fe católica y buenas
costumbres.
Dado en Madrid, a 5 de mayo de 1657.
Doctor Parga. Por su mandado, Juan Bapt. Bravo.
AL QUE LEYERE
A los grandes hombres nada les satisface sino lo mucho; por eso no depreco yo lectores grandes,
convido sólo al benigno y gustoso, y le presento este tratado de la senectud con particular novedad.
Nadie censura que las cosas no se hagan, pero sí que no se hagan bien; pocos dicen por qué no se
hizo esto o aquello, pero sí por qué se ha hecho mal. Confieso que hubiera sido mayor acierto el no
emprender esta obra, pero no lo fuera ya el no acabarla: eche el sello esta tercera parte a las otras.
Muchos borrones toparás, sí lo quisieres acertar: haz de todos uno. Para su enmienda te dejo las
márgenes desembarazadas, que suelo yo decir que se introdujeron para que el sabio letor las vaya
llenando de lo que olvidó o no supo el autor, para que corrija él lo que erró éste. Sola una cosa
quisiera que me estimases, y sea el haber procurado observar en esta obra aquel magistral precepto
de Horacio, en su inmortal Arte de todo discurrir, que dice: Denique sit quod vis simplex dumtaxat
et unum. Cualquier empleo del discurso y la invención, sea lo que quisieres, o épica o cómica u
oratoria, se ha de procurar que sea una, que haga un cuerpo, y no cada cosa de por sí, que vaya
unida, haciendo un todo perfecto.
También he atendido en esta tercera parte huir del ordinario tope de los más autores, cuyas primeras
partes suelen ser buenas, las segundas ya flaquean, y las terceras de todo punto descaecen. Yo he
afectado lo contrario, no sé si lo habré conseguido: que la segunda fuese menos mala que la
primera, y esta tercera que la segunda.
Dijo un grande lector de una obra grande que sólo le hallaba una falta, y era el no ser o tan breve
que se pudiera tomar de memoria, o tan larga que nunca se acabara de leer: si no se me permitiere lo
último por lo eminente, sea por lo cansado y prolijo. Otras más breves obras te ofrezco, y aunque no
puedo lo que franqueaba a sus apasionados el erudito humanista y insigne jurisperito Tiraquelo sí
aquello de un librillo en cada un año redituará mi agradecimiento. —Vale.
TERCERA PARTE
CRISI CUARTA
El Mundo descifrado
Es Europa vistosa cara del mundo, grave en España, linda en Inglaterra, gallarda en Francia,
discreta en Italia, fresca en Alemania, rizada en Suecia, apacible en Polonia, adamada en Grecia y
ceñuda en Moscovia.
Esto les decía a nuestros dos fugitivos peregrinos un otro en lo raro, que le habían ganado cuando
perdido él a su Adevino.
—Tenéis buen gusto —les decía—, nacido de un buen capricho, en andaros viendo mundo y más en
sus cortes, que son escuelas de toda discreta gentileza. Seréis hombres tratando con los que lo son,
que eso es propiamente ver mundo; porque advertid que va grande diferencia del ver al mirar, que
quien no entiende no atiende: poco importa ver mucho con los ojos si con el entendimiento nada, ni
vale el ver sin el notar. Discurrió bien quien dijo que el mejor libro del mundo era el mismo mundo,
cerrado cuando más abierto; pieles extendidas, esto es, pergaminos escritos llamó el mayor de los
sabios a esos cielos, iluminados de luces en vez de rasgos, y de estrellas por letras. Fáciles son de
entender esos brillantes caracteres, por más que algunos los llamen dificultosos enigmas. La
dificultad la hallo yo en leer y entender lo que está de las tejas abajo, porque como todo ande en
cifra y los humanos corazones estén tan sellados e inescrutables, Asegúroos que el mejor letor se
pierde. Y otra cosa, que si no lleváis bien estudiada y bien sabida la contracifra de todo, os habréis
de hallar perdidos, sin acertar a leer palabra ni conocer letra, ni un rasgo ni un tilde.
—¿Cómo es eso —replicó Andrenio—, que el mundo todo está cifrado?
—Pues ¿agora recuerdas con eso? ¿Agora te desayunas de una tan importante verdad, después de
haberle andado todo? ¡Qué buen concepto habrás hecho de las cosas!
—¿De modo que todas están en cifra?
—Dígote que sí, sin exceptuar un ápice. Y para que lo entiendas, ¿quién piensas tú que era aquel
primer hijo de la Verdad de quien todos huían, y vosotros de los primeros?
—¿Quién había de ser —respondió Andrenio— sino un monstruo tan fiero, un trasgo tan
aborrecible, que aun me dura el espanto de haberle visto?
—Pues hágote saber que era el Odio, el primogénito de la Verdad: ella le engendra, cuando los otros
le conciben, y ella le pare con dolor ajeno.
—Aguarda —dijo Critilo—, y aquel otro hijo también de la Verdad tan celebrado de lindo, que no
tuvimos suerte de verle ni tratarle, ¿quién era?
—Ése es el postrero, el que llega tarde. A ése os quiero yo llevar agora para que le conozcáis y
gocéis de su buen trato, discreción y respeto.
—¡Pero, qué no tuviésemos suerte de ver la Verdad —se lamentaba Andrenio— ni aun esta vez,
estando tan cerca especialmente en su elemento, que dicen es muy hermosa, no me puedo consolar!
—¿Cómo que no la viste? —replicó el Descifrador, que así dijo se llamaba—. Ése es el engaño de
muchos, que nunca conocen la Verdad en sí mismos, sino en los otros; y así verás que alcanzan lo
que le está mal al vecino, al amigo, lo que debieran hacer, y lo dicen y lo hablan; y para sí mismos,
ni saben ni entienden. En llegando a sus cosas, desatinan; de modo que en las cosas ajenas son unos
linces y en las suyas unos topos: saben cómo vive la hija del otro y en qué pasos anda la mujer del
vecino, y de la suya propia están muy ajenos. Pero ¿no viste alguna de tantas bellísimas hembras
que por allí discurrían?
—Sí, muchas, y bien lindas.
—Pues todas ésas eran Verdades, cuanto más ancianas más hermosas, que el tiempo, que todo lo
desluce, a la Verdad la embellece.
—Sin duda —añadió Critilo— que aquella coronada de álamo, como reina de los tiempos, con
hojas blancas de los días y negras de las noches, era la Verdad.
—La misma.
—Yo la besé —dijo Andrenio— la una de sus blancas manos, y la sentí tan amarga que aún me dura
el sinsabor.
—Pues yo —dijo Critilo— la besé la otra al mismo tiempo y la hallé de azúcar. Mas qué linda
estaba y muy de día; todos los treinta y tres treses de hermosura se los conté uno por uno: ella era
blanca en tres cosas, colorada en otras tres, crecida en tres, y así de los demás. Pero, entre todas
estas perfecciones, excedía la de la pequeña y dulce boca, brollador de ámbar.
—Pues a mí —replicó Andrenio— me pareció toda al contrario, y aunque pocas cosas me suelen
desagradar, ésta por extremo.
—Paréceme —dijo el Descifrador— que vivís ambos muy opuestos en genio; lo que al uno le
agrada, al otro le descontenta.
—A mí —dijo Critilo— pocas cosas me satisfacen del todo.
—Pues a mí —dijo Andrenio— pocas dejan de contentarme, porque en todas hallo yo mucho
bueno, y procuro gozar dellas, tales cuales son, mientras no se topan otras mejores. Y éste es mi
vivir, al uso de los acomodados.
—Y aun necios —replicó Critilo.
Interpúsose el Descifrador:
—Ya os dije que todo cuanto hay en el mundo pasa en cifra: el bueno, el malo, el ignorante y el
sabio. El amigo le toparéis en cifra, y aun el pariente y el hermano, hasta los padres y hijos, que las
mujeres y los maridos es cosa cierta, cuanto más los suegros y cuñados: el dote fiado y la suegra de
contado. Las más de las cosas no son las que se leen: ya no hay entender pan por pan, sino por
tierra, ni vino por vino, sino por agua, que hasta los elementos están cifrados en los elementos: ¡qué
serán los hombres! Donde pensaréis que hay sustancia, todo es circunstancia, y lo que parece más
sólido es más hueco, y toda cosa hueca, vacía. Solas las mujeres parecen lo que son, y son lo que
parecen.
—¿Cómo puede ser eso —replicó Andrenio—, si todas ellas de pies a cabeza, no son otro que una
mentirosa lisonja?
—Yo te lo diré: porque las más parecen malas, y realmente que lo son. De modo que es menester
ser uno muy buen letor para no leerlo todo al revés, llevando muy manual la contracifra para ver si
el que os hace mucha cortesía quiere engañaros, si el que besa la mano, querría morderla, si el que
gasta mejor prosa os hace la copla, si el que promete mucho cumplirá nada, si el que ofrece ayudar
tira a descuidar, para salir él con la pretensión. La lástima es que hay malísimos letores, que
entienden C por B, y fuera mejor D por C. No están al cabo de las cifras ni las entienden, no han
estudiado la materia de intenciones, que es la más dificultosa de cuantas hay. Yo os confieso
ingenuamente que anduve muchos años tan a ciegas como vosotros, hasta que tuve suerte de topar
con este nuevo arte de descifrar, que llaman de discurrir los entendidos.
—Pues, dime —preguntó Andrenio—, éstos que vamos encontrando ¿no son hombres en todo el
mundo, y aquellas otras no son bestias?
—¡Qué bien lo entiendes! —le respondió en pocas palabras y mucha risa—. ¡Eh!, que no lees cosa
a derechas. Advierte que los más, que parecen hombres, no lo son, sino diptongos.
—¿Qué cosa es diptongo?
—Una rara mezcla. Diptongo es un hombre con voz de mujer, y una mujer que habla como hombre;
diptongo es un marido con melindres, y la mujer con calzones; diptongo es un niño de sesenta años,
y uno sin camisa crujiendo seda; diptongo es un francés inserto en español, que es la peor mezcla de
cuantas hay; diptongo hay de amo y mozo.
—¿Cómo puede ser eso?
—Bien mal, un señor en servicio de su mismo criado. Hasta de ángel y de demonio le hay, serafín
en la cara y duende en el alma. Diptongo hay de sol y de luna en la variedad y belleza; diptongo
toparéis de sí y de no, y diptongo es un monjil forrado de verde. Los más son diptongos en el
mundo, unos compuestos de fieras y hombres, otros de hombres y bestias; cuál de político y raposo,
y cuál de lobo y avaro; de hombre y gallina muchos bravos, de hipógrifos muchas tías, y de lobas
las sobrinas, de micos y de hombres los pequeños, y los agigantados de la gran bestia. Hallaréis los
más vacíos de sustancia y rebutidos de impertinencia, que conversar con un necio no es otro que
estar toda una tarde sacando pajas de una albarda. Los indoctos afectados son buñuelos sin miel, y
los podridos, bizcochos de galera. Aquel tan tieso cuan enfadoso es diptongo de hombre y estatua, y
destos toparéis muchos; aquel otro que os parece un Hércules con clava no es sino con rueca, que
son muchos los diptongos afeminados. Los peores son los caricompuestos de virtud y de vicio, que
abrasan el mundo (pues no hay mayor enemigo de la verdad, que la verisimilitud), así como los de
hipócrita malicia. Veréis hombres comunes injertos en particulares, y mecánicos en nobles. Aunque
veáis algunos con vellocino de oro, advertid que son borregos, y que los Cornelios son ya Tácitos, y
los Lucios, Apuleyos. Pero ¿qué mucho?, si aun en las mismas frutas hay diptongos, que compraréis
peras y comeréis manzanas, y compraréis manzanas y os dirán que son peras. ¿Qué os diré de las
paréntesis aquellas que ni hacen ni deshacen en la oración, hombres que ni atan ni desatan? No
sirven sino de embarazar el mundo. Hacen algunos número de cuarto conde y quinto duque en sus
ilustres casas, añadiendo cantidad, no calidad, que hay paréntesis del valor y digresiones de la fama.
¡Oh cuántos destos no vinieron a propósito ni a tiempo!
—De verdad —dijo Critilo— que me va contentando este arte de descifrar, y aun digo que no se
puede dar un paso sin él
—¿Cuantas cifras habrá en el mundo? —preguntó Andrenio.
—Infinitas, y muy dificultosas de conocer, mas yo prometo declararos algunas, digo las corrientes,
que todas sería imposible. La mas universal entre ellas y que ahorca medio mundo, es el &c.
—Ya la he oído usar algunas veces —dijo Andrenio—, pero nunca había reparado como ahora ni
me daba por entendido
—¡Oh que dice mucho y se explica poco! No habéis visto estar hablando dos y pasar otro: «¿Quien
es aquél?» «¿Quién? Fulano.» «No lo entiendo.» «¡Oh válgame Dios!, dice el otro: aquel que…
etcétera» «¡Oh!, sí, sí ya lo entiendo.» Pues eso es el etcétera. «¿Aquella otra quien es?» «¿Qué, no
la conocéis?» «Aquélla es la que… etcétera.» «Sí, sí ya doy en la cuenta.» «Aquél es cuya
hermana… etcétera.» «No digáis mas, que ya esto al cabo.» Pues eso es el etcétera Enfadase uno
con otro y dícele: «¡Quite allá, que es un… etcétera! ¡Vayase para una… etcétera.» Entiéndense mil
cosas con ella, y todas notables. Reparad en aquel monstruo casado con aquel ángel. ¿Pensareis que
es su marido?
—¿Pues qué había de ser?
—¡Oh qué lindo! Sabed que no lo es.
—¿Pues qué?
—No se puede decir: es ¡un etcétera!
—¡Válgate por la cifra, y quién había de dar con ella!
—Aquella otra, que se nombra tía, no lo es.
—¿Pues qué?
—Etcétera. La otra por doncella, el primo de la prima, el amigo del marido; ¡eh, que no lo son, por
ningún caso! No son sino etcétera. El sobrino del tío, que no lo es, sino etcétera, digo sobrino de su
hermano. Hay cien cosas a esta traza que no se pueden explicar de otra manera, y así echamos un
etcétera cuando queremos que nos entiendan sin acabarnos de declarar. Y os aseguro que siempre
dice mucho mas de lo que se pudiera expresar. Hombre hay que habla siempre por etcétera y que
llena carta de ellas; pero si no van preñadas, son sencillas y otras tantas necedades. Por eso conocí
yo uno, que le llamaron el Licenciado de etcétera, así como a otro el licenciado del chiste. Reparad
bien, que os prometo que casi todo el mundo es un etcétera.
—Gran cifra es ésta —decía Andrenio—, abreviatura de todo lo malo y lo_peor. Dios nos libre de
ella y de que caiga sobre nosotros. ¡Que preñada y que llena de alusiones! ¡Qué de historias que
toca, y todas raras! Yo la repasare muy bien.
—Pues pasemos adelante —dijo el Descifrador—. Otra os quiero enseñar que es más dificultosa, y
por no ser tan universal, no es tan común, pero muy importante.
—¿Y cómo la llaman?
—Qutildeque. Es menester gran sutileza para entenderla, porque incluye muchas y muy enfadosas
impertinencias, y se descifra por ella la necia afectación. ¿No oís aquel que habla con eco,
escuchándose las palabras con pocas razones?
—Sí, y aun parece hombre discreto.
—Pues no lo es, sino un afectado, un presumido, y, en una palabra, él es un qutildeque. Notad aquel
otro que se compone y hace los graves y los tiesos, aquel otro que afecta misterios y habla por
sacramentos, aquél que va vendiendo secretos.
—Parecen grandes hombres.
—Pues no lo son, sino que lo querrían parecer; no son sino figuras en cifra de qutildeque. Reparad
en aquel atusadillo que se va paseando la mano por el pecho, y diciendo: «¡Qué gran hombre se cría
aquí, qué prelado, qué presidente!» Pues aquel otro que no le pesa haber nacido, también es
qutildeque. El atildado, estáse dicho, el mirlado, el abemolado y que habla con la voz flautada, con
tonillo de falsete, el ceremonioso, el espetado, el acartonado, y otros muchos de la categoría del
enfado, todos estos se descifran por la qutildeque.
—¡Qué docto se quiere ostentar aquél! —dijo Andrenio—. ¡Qué bien vende lo que sabe!
—Señal que es ciencia comprada, y no inventada. Y advierte que no es letrado; más tiene de
qutildeque, que de otras letras. Todos estos atildados afectan parecer algo, y al cabo son nada. Y si
acertáis a descifrarlos, hallaréis que no son otro que figuras en cifra de qutildeque.
—¡Aguarda!, ¿y aquellos otros —dijo Andrenio—, tan alzados y dispuestos, que parece los puso en
zancos la misma naturaleza o que su estrella los aventajó a los demás, y así los miran por encima
del hombro y dicen?: «¡Ah de abajo!, ¿quién anda por esos suelos?», éstos sí que serán muy
hombres, pues hay tres y cuatro de los otros en cada uno dellos.
—¡Oh qué mal que lees! —le dijo el Descifrador—. Advierte que lo que menos tienen es de
hombres. Nunca verás que los muy alzados sean realzados, y aunque crecieron tanto, no llegaron a
ser personas. Lo cierto es que no son letras ni hay que saber en ellos, según aquel refrán: «Hombre
largo, pocas veces sabio.»
—Pues ¿de qué sirven en el mundo?
—¿De qué? De embarazar. Éstos son una cierta cifra, que llaman zancón, y es decir que no se ha de
medir uno por las zancas, no por cierto, sino por la testa; que de ordinario lo que echó en éstos la
naturaleza en gambas, les quitó de cerbelo; lo que les sobra de cuerpo, les hace falta de alma.
Levantan los desproporcionados tercios el cuerpo, mas no el espíritu; quédaseles del cuello abajo,
no pasa tan arriba; y así veréis que por maravilla les llega a la boca, y se les conoce en la poca
sustancia con que hablan. Mira qué trancos da aquel zancón que por allí pasa, las calles y plazas
anexia, y con todo eso, anda mucho y discurre poco.
—¡Oh lo que abarca aquel otro de suelo! —ponderaba Andrenio.
—Sí, pero cuán poquito de cielo, y aunque tal alto, muy lejos está de tocar con la coronilla en las
estrellas. Destos tales zancones toparéis muchos en el mundo; tendréislos en lo que son llevando la
contracifra. Por otra parte, veréis que se paga mucho el vulgo de ellos, y más cuanto más
corpulentos. Creyendo que consiste en la gordura la sustancia, miden la calidad por la cantidad, y
como los ven hombres de fachada, conciben dellos altamente; llena mucho una gentil presencia; por
poco que favorezca el espíritu, parece uno doblado, y más si es hombre de puesto. Pero ya digo, por
lo común ellos, bien descifrados, no son otro que zancones.
—Según eso —dijo Andrenio—, aquellos otros sus antípodas, aquellos pequeños, y por otro
nombre ruincillos (que por maravilla escapan de ahí), aquellos que hacen del hombre porque no lo
son, siquiera por parecerlo, semilla de títeres, moviéndose todos, que ni paran ni dejan parar,
amasados con azogue, que todos se mueven, hechos de goznes, gente de polvorín, picantes granos;
aquel que se estira porque no le cabe el alma en la vaina; el otro gravecillo que afecta el ser persona
y nunca sale de personilla, con poco se llena; chimenea baja y angosta toda es humos; todos estos sí
que serán letras.
—De ningún modo, digo que no lo son.
—¿Pues qué?
—Añadiduras de letras, puntillos de íes y tildes de enes. Por eso es menester guardarles los aires,
que siempre andan en puntillos y de puntillas; ni hay mucho que fiar ni que confiar de personeta, ni
de sus otros consonantes. Son chiquitos y poquitos y menuditos, y así dice el catalán: Poca cosa
para forsa. Yo conocí un gran ministro, que jamás quiso hablar con ningún hombre muy pequeño,
ni les escuchaba. Llevan el alma en pena: si andan, no tocan en tierra, porque van de puntillas, y si
se sientan, ni tocan ni en cielo ni en tierra. Tienen reconcentrada la malicia, y así tienen malas
entrañuelas; son de casta de sabandijas pequeñas, que todas pican que matan. Al fin, ellos son
abreviaturas de hombres y cifra de personillas. Otra cifra me olvidaba que os importará mucho el
conocerla, la más platicada y la menos sabida; entiéndense mil cosas en ella, y todas muy al
contrario de lo que pintan, y por eso se han de leer al revés. ¿No veis aquél del cuello torcido?
¿Pensaréis que tiene muy recta la intención?
—Claro es eso —respondió Andrenio.
—¿Creeréis que es un beato?
—Y con razón.
—Pues sabed que no lo es.
—¿Pues qué?
—Un alterutrum.
—¿Qué cosa es alterutrum?
—Una gran cifra que abrevia el mundo entero, y todo muy al contrario de lo que parece. Aquel de
las grandes melenas ¿bien pensaréis que es un león?
—Yo por tal le tengo.
—En lo rapante ya podría, pero aténgome más a las plumas de gallina que tremola que a las
guedejas que ondea. Aquel otro de la barba ancha y autorizada, ¿creerás tú que tiene de mente lo
que de mentón?
—Téngole por un Bártulo moderno.
—Pues no es sino un alterutrum, un semicapro lego, de quien decía un mecánico: «Pruébeme el
señor licenciado que es letrado, que al punto sacaré de la vecindad mi herrería.» ¡Qué brava
hazañería hace aquel otro de ministro! Y cuando más celoso del servicio real, entonces hace el suyo
de plata, que no es sino un alterutrum que, de achaque de gorrón de Salamanca, come hoy lo que
entonces ayunó, los veinte mil de renta, cuando se están comiendo de sarna los mayores soldados y
los primogénitos de la fama la delinean. Prométoos que está lleno el mundo de estos alterutrunes,
muy otros de lo que se muestran, que todo pasa en representación: para unos comedia, cuando para
otros tragedia. El que parece sabio, el que valiente, el entendido, el celoso, el beato, el cauto más
que casto, todos pasan en cifra de alterutrum. Observadle bien, que si no, a cada paso tropezaréis en
ella: estudiad la contracifra de suerte que no a todo vestido de sayal tengáis por monje, ni el otro
porque roce seda dejará de ser mico. Toparéis brutos en doradas salas y bestias que volvieron de
Roma borregos felpados de oro; al oficial veréis en cifra de caballero, al caballero de título, al título,
de grande, al grande, en la de príncipe. Cubre hoy el pecho con la espada roja el que ayer con el
mandil; lleva el nieto la insignia verde, y llevó el abuelo el babador amarillo; jura éste a fe de
caballero, y pudiera de gentil. Cuando oigáis a uno prometerlo todo, entended alterutrum, que dará
nada; y cuando responda el otro a vuestra súplica un sí, sí duplicado, creed alterutrum, que dos
afirmaciones niegan, así como dos negaciones afirman; esperad más de un no, no, que de un
doblado sí, sí. Cuando al pagar dice el médico no, no, habla en cifra y toma en realidad. Cuando os
dijere el otro: «Señor, veámonos» es decir que no os le pongáis delante. El «Yo iré a vuestra casa»
es lo mismo que no pondrá los pies en ella. «Aquí está mi casa» es atrancar las puertas. Y cuando el
otro dice: «¿Habéis menester algo?», bien descifrado es lo mismo que decir: «Pues idlo a buscar.» Y
cuando dice: «Mirad si se os ofrece alguna cosa», entonces echa otro ñudo a la bolsa. A esta traza
habéis de descifrar los más apretados cumplimientos: «Todo soy vuestro», entended que es muy
suyo. «¡Oh lo que me alegro de veros!», y más de aquí a veinte años. «Mandadme algo», entended
que en testamento. Créeselo todo el otro necio, y en llegando la contracifra de la ocasión se halla
engañado. Otras muchas hay que llaman de arte mayor: ésas son muy dificultosas, quedarán para
otra ocasión.
—Ésas —replicó Critilo, que a todo había callado— me holgara yo saber en primer lugar; porque
estas otras que nos has dicho, los niños las aprenden en la cartilla.
—Ahí verás —dijo el Descifrador— que aun comenzando tan temprano a estudiarlas, tarde llegan a
entenderlas; a los niños los destetan con ellas, y los hombres las ignoran. Estudiad por agora éstas y
platicad las contracifras, que esas otras yo os ofrezco explicároslas en el arte de discurrir para que
haga pareja con la de concebir.
Desta suerte divertidos, se hallaron sin advertir en medio de una gran plaza, emporio célebre de la
apariencia y teatro espacioso de la ostentación, del hacer parecer las cosas, muy frecuentado en esta
era para ver las humanas tropelías y las tramoyas tan introducidas. Hoy vieron a la una y otra acera
a varias oficinas, aunque tenidas por mecánicas, nada vulgares, y más para los entendidos y
entendedores. En una estaban dorando cosas varias, yerros de necedades, con tal sutileza que
pasaban plaza de aciertos: doraban albardas, estatuas, terrones, guijarros y maderos, hasta
muladares y albañales. Parecían muy bien de luego, pero con el tiempo caíaseles el oro y
descubríase el lodo.
—Basta —dijo Critilo— que no es todo oro lo que reluce.
—Aquí sí —respondió el Descifrador— que hay que discurrir y bien que descifrar. Creedme que
por más que se quieran dorar los desaciertos, ellos son yerros y lo parecerán después. Querernos
persuadir que el matar un príncipe, y por su mano, ¡horrible hazaña!, a sus nobilísimos cuñados, por
solas vanas sospechas, entristeciendo todo el reino, que fue celo de justicia: díganle al que tal
escribe que es querer dorar un yerro. Defender que el otro rey no fue cruel ni se ha de llamar así,
sino el justiciero: díganle al que tal estampa que tiene pequeña mano para tapar la boca a todo el
mundo. Decir que el perseguir los propios hijos y hacerles guerra, encarcelarlos y quitarles la vida,
que fue obligación y no pasión: respóndaseles que por más que los quieran dorar con capa de
justicia, siempre serán yerros. Publicar que el dejamiento y remisión que ocasionó más muertes de
grandes y de señores que la misma crueldad, que eso nació de bondad y de clemencia: díganle al
que eso escribe que es querer dorar un yerro. Pero poco importa, que el tiempo deslucirá el oro y
sobresaldrá el hierro y triunfará la verdad.
Confitaban en otra varias frutas ásperas, acedas y desabridas, procurando con el artificio desmentir
lo insulso y lo amargo. Sacáronles una gran fuente destos dulces, que no sólo no recusaron, pero la
lograron, diciendo era debido a su vejez; cebóse en ellos Andrenio, celebrándolos mucho, mas el
Descifrador, tomando uno en la mano:
—¿Veis —dijo— qué bocado tan regalado éste? ¡Pues si supiésedes lo que es!
—¿Qué ha de ser —dijo Andrenio— sino un terrón de azúcar de Candia?
—Pues sabed que fue un pedazo de una insulsa calabaza, sin el picante moral y sin el agrio satírico.
Este otro que cruje entre los dientes era un troncho de lechuga. Mirad lo que puede el artificio y qué
de hombres sin sabor y sin saber se disfrazan desta suerte, y tan celebrados por grandes hombres:
confitan su agria condición y su aspereza a los principios, azucaran otros el no y el mal despacho,
enviando al pretendiente, si no despachado, no despechado. Esta otra era una naranja palaciega, tan
amarga en la corteza como agria en lo interior; atended qué dulce se vende con el buen modo:
¡quién tal creyera! Éstas eran guindas intratables, y hanlas conficionado de suerte que son regalo.
Ésta era flor de azahar, que ya hasta los azares se confitan y son golosina, y hay hombres tan
hallados con ellos como Mitrídates con el veneno. Aquel tan apetitoso era un pepino, escándalo de
la salud, y aquel otro un almendruco, que hay gustos que se ceban en un poco de madera. De modo
que andan unos a cifrar, y otros a descifrar y dar a entender.
Junto a éstos estaban los tintoreros, dando raros colores a los hechos. Usaban de diferentes tintas
para teñir del color que querían los sucesos, y así daban muy bien color a lo más mal hecho y
echaban a la buena parte lo mal dicho, haciendo pasar negro por blanco y malo por bueno:
historiadores de pincel, no de pluma, dando buena o mala cara a todo lo que querían. Trabajaban los
contraolores, dándole bueno al mismo cieno y desmintiendo la hediondez de sus costumbres y el
mal aliento de la boca con el almizcle y el ámbar.
Solos a los sogueros celebró mucho el Descifrador, por andar al revés de todos.
En llegando aquí se sintieron tirar del oído, y aun arrebatarles la atención. Miraron a un lado y a
otro, y vieron sobre un vulgar teatro un valiente decitore rodeado de una gran muela de gente, y
ellos eran los molidos; teníalos en son de presos aherrojados de las orejas, no con las cadenillas de
oro del Tebano, sino con bridas de hierro. Éste pues, con valiente parola, que importa el saberla
bornear, estaba vendiendo maravillas.
—¡Agora quiero mostraros —les decía— un alado prodigio, un portento del entender! Huélgome de
tratar con personas entendidas, con hombres que lo son; pero también sé decir que el que no tuviere
un prodigioso entendimiento, bien puede despedirse desde luego, que no hará concepto de cosas tan
altas y sutiles. ¡Alerta, pues, mis entendidos!, que sale un águila de Júpiter que habla y discurre
como tal, que se ríe a lo Zoilo y pica a lo Aristarco; no dirá palabra que no encierre un misterio, que
no contenga un concepto con cien alusiones a cien cosas: todo cuanto dirá serán profundidades y
sentencias.
—Éste —dijo Critilo—, sin duda, será algún rico, algún poderoso, que si él fuera pobre nada valiera
cuanto dijera: que se canta bien con voz de plata y se habla mejor con pico de oro.
—¡Ea! —decía el Charlatán—, tómense la honra los que no fueren águilas en el entender, que no
tienen que atender. ¿Qué es esto? ¿Ninguno se va, nadie se mueve?
El caso fue que ninguno se dio por entendido, de desentendido; antes, todos, por muy entendedores;
todos mostraron estimarse mucho y concebir altamente de sí. Comenzó ya a tirar de una grosera
brida y asomó el más estólido de los brutos, que aun el nombrarle ofende.
—¡He aquí —exclamó el Embustero— un águila a todas luces en el pensar, en el discurrir! Y
ninguno se atreva a decir lo contrario, que sería no darse por discreto.
—Sí, ¡juro a tal! —dijo uno—, que yo le veo las alas, y ¡qué altaneras!; yo le cuento las plumas, y
¡qué sutiles que son! ¿No las veis vos? —le decía al del lado.
—¡Pues no —respondía él—, y muy bien!
Mas otro hombre de verdad y de juicio decía:
—Juro como hombre de bien que yo no veo que sea águila ni que tenga plumas, sino cuatro pies
zompos y una cola muy reverenda.
—¡Ta, ta!, no digáis eso —le replicó un amigo—, que os echáis a perder, que os tendrán por un gran
etcétera. ¿No advertís lo que los otros dicen y hacen? Pues seguid el corriente.
—¡Juro a tal —proseguía otro varón también de entereza—, que no sólo no es águila, sino antípoda
de ella! Digo que es un grande etcétera.
—Calla, calla —le dio del codo otro amigo—, ¿queréis que todos se rían de vos? No habéis de decir
sino que es águila, aunque sintáis todo lo contrario, que así hacemos nosotros.
—¿No notáis —gritaba el Charlatán— las sutilezas que dice? No tendrá ingenio quien no las note y
observe.
Y al punto saltó un bachiller diciendo:
—¡Qué bien, qué gran pensar! ¡La primera cosa del mundo! ¡Oh qué sentencia! Déjenmela escribir:
lástima es que se les pierda un ápice.
Disparó en esto la portentosa bestia aquel su desapacible canto, bastante a confundir un concejo,
con tal torrente de necedades que quedaron todos aturdidos, mirándose unos a otros.
—¡Aquí, aquí, mis entendidos! —acudió al punto el ridículo Embustero—, ¡aquí de puntillas! ¡Esto
sí que es decir! ¿Hay Apolo como éste? ¿Qué os ha parecido de la delgadeza en el pensar, de la
elocuencia en el decir? ¿Hay más discreción en el mundo?
Mirábanse los circunstantes, y ninguno osaba chistar ni manifestar lo que sentía y lo que de verdad
era, porque no le tuviesen por un necio; antes, todos comenzaron a una voz a celebrarle y aplaudirle.
—A mí —decía una muy ridicula bachillera— aquel su pico me arrebata, no le perderé día.
—Voto a tal —decía un cuerdo, así, bajito— que es un asno en todo el mundo, pero yo me guardaré
muy bien de decirlo.
—¡Pardiez —decía otro—, que aquello no es razonar, sino rebuznar! Pero mal año para quien tal
dijese. Esto corre por agora, el topo pasa por lince, la rana por canario, la gallina pasa plaza de león,
el grillo de jilguero, el jumento de aguilucho ¿Qué me va a mí en lo contrario? Sienta yo conmigo y
hable yo con todos, y vivamos, que es lo que importa.
Estaba apurado Critilo de ver semejante vulgaridad de unos y artificio de otros.
—¿Hay tal dar en una necedad? —ponderaba.
Y el socarrón del Embustero, a sombra de su nariz de buen tamaño, se estaba riendo de todos y
solemnizaba a parte, como paso de comedia:
—¡Cómo que te los engaño a todos éstos! ¿Qué más hiciera la encandiladora? Y les hago tragar cien
disparates.
Y volvía a gritar:
—¡Ninguno diga que no es así, que sería calificarse de necio!
Con esto se iba reforzando más el mecánico aplauso. Y hacía lo que todos Andrenio; pero Critilo,
no pudiéndolo sufrir, estaba que reventaba, y volviéndose a su mudo Descifrador le dijo:
—¿Hasta cuándo éste ha de abusar de nuestra paciencia, y hasta cuándo tú has de callar? ¿Qué
desvergonzada vulgaridad es ésta?
—¡Eh!, ten espera —le respondió— hasta que el tiempo lo diga; él volverá por la verdad, como
suele. Aguarda que este monstruo vuelva la grupa, y entonces oirás lo que abominarán dél estos
mismos que le admiran.
Sucedió puntualmente que al retirarse el Embustero [con] aquel su diptongo de águila y bestia, tan
mentida aquélla cuan cierta ésta, al mismo instante comenzaron unos y otros a hablar claro:
—¡Juro —decía uno— que no era ingenio, sino un bruto!
—¡Qué brava necedad la nuestra! —dijo otro.
Conque se fueron animando todos y decían.
—¿Hay tal embuste?
—De verdad que no le oímos decir cosa que valiese, y le aplaudíamos: al fin, él era un jumento, y
nosotros merecemos la albarda.
Mas ya en esto volvía a salir el Charlatán prometiendo otro mayor portento:
—¡Agora sí —decía— que os propongo no menos que un famoso gigante, un prodigio de la fama!
¡Fueron sombra con él Encelado y Tifeo! Pero también digo que el que le aclamare gigante será de
buena ventura, porque le hará grandes honras y amontonará sobre él riquezas, los mil y los diez mil
de renta, la dignidad, el cargo, el empleo. Mas el que no le reconociere jayán, desdichado dél; no
sólo no alcanzará merced alguna, pero le alcanzarán rayos y castigos. ¡Alerta todo el mundo, que
sale, que se ostenta! ¡Oh cómo se descuella!
Corrió una cortina y apareció un hombrecillo que aun encima de una grulla no se divisara. Era como
del codo a la mano, una nonada, pigmeo en todo, en el ser y en el proceder.
—¿Qué hacéis que no gritáis?, ¿cómo no le aplaudís? Vocead, oradores; cantad, poetas; escribid,
ingenios; decid todos: ¡el famoso, el eminente, el gran hombre!
Estaban todos atónitos y preguntábanse con los ojos: «Señores, ¿qué tiene éste de gigante? ¿Qué le
veis de héroe?»
Mas ya la runfla de los lisonjeros comenzó a voz en grito a decir:
—¡Sí, sí, el gigante, el gigante, el primer hombre del mundo! ¡Qué gran principe tal! ¡Qué bravo
mariscal aquél! ¡Qué gran ministro fulano!
Llovieron al punto doblones sobre ellos. Componían los autores, no ya historias, sino panegíricos,
hasta el mismo Pedro Mateo; comíanse los poetas las uñas para hacer pico. No había hombre que se
atreviese a decir lo contrario; antes, todos, al que más podía, gritaban:
—¡El gigante, el máximo, el mayor! —esperando cada uno un oficio y un beneficio, y decían en
secreto, allá en sus interioridades—: ¡Qué bravamente que miento, que no es crecido, sino un
enano! Pero, ¿qué he de hacer? ¡Mas no sino andaos a decir lo que sentís, y medraréis! Deste modo
visto yo, y como y bebo y campo, y me hago gran hombre, mas que sea él lo que quisiere. Y aunque
pese a todo el mundo, él ha de ser gigante.
Trató Andrenio de seguir el corriente y comenzó a gritar:
—¡El gigante, el gigante, el gigantazo!
Y al punto granizaron sobre él dones y doblones, y decía: —¡Esto sí que es saber vivir!
Estaba deshaciéndose Critilo y decía:
—Yo reventaré si no hablo.
—No hagas tal —le dijo el Descifrador—, que te pierdes. Aguarda a que vuelva las espaldas el tal
gigante y verás lo que pasa.
Así fue, que al mismo punto que acabó de hacer su papel de gigante y se retiró al vestuario de las
mortajas, comenzaron todos a decir:
—¡Qué bobería la nuestra! ¡Eh, que no era gigante, sino un pigmeo, que ni fue cosa ni valió nada!
Y dábanse el cómo unos a otros.
—¡Qué cosa es —dijo Critilo— hablar de uno en vida, o después de muerto! ¡Qué diferente
lenguaje es el de las ausencias! ¡Qué gran distancia hay del estar sobre las cabezas o bajo los píes!
No pararon aquí los embustes del Sinón moderno; antes, echando por la contraria, sacaba hombres
eminentes, gigantes verdaderos, y los vendía por enanos y que no valían cosa, que eran nada y
menos que nada. Y todos daban en que sí, y habían de pasar por tales, sin que osasen chistar los
hombres de juicio y de censura. Sacó la fénix y dio en decir que era un escarabajo, y todos que sí,
que lo era, y hubo de pasar por tal. Pero donde se acabó de apurar Critilo fue cuando le vio sacar un
grande espejo y decir con desvergonzado despejo:
—¡Veis aquí el cristal de las maravillas! ¿Qué tenía que ver con éste el del Faro? Si ya no es el
mismo, pues hay tradición que sí y lo atestiguó el célebre don Juan de Espina, que le compró en
diez mil ducados y le metió al lado del ayunque de Vulcano. Aquí os le pongo delante, no tanto para
fiscal de vuestras fealdades cuanto para espectáculo de maravillas. Pero es de advertir que el que
fuere villano, mal nacido, de mala raza, hombre vil, hijo de ruin madre, el que tuviere alguna
mancha en su sangre, el que le hiciere feeza su esposa bella (que las más lindas suelen salir con
tales fealdades), aunque él no lo supiera, pues basta que todos le miren como al toro, ni los simples
ni los necios, no tienen que llegarse a mirar, porque no verán cosa. ¡Alto, que le descubro, que le
careo! ¿Quien mira? ¿Quién ve?
Comenzaron unos y otros a mirar, y todos a remirar, y ninguno veía cosa. Mas, ¡oh fuerza del
embuste!, ¡oh tiranía del artificio!, por no desacreditarse cada uno, porque no le tuviesen por
villano, mal nacido, hijo de etcétera, o tonto o mentecato, comenzaron a decir mil necedades de
marca:
—¡Yo veo, yo veo! —decía uno.
—¿Qué ves?
—La misma fénix con sus plumas de oro y su pico de perlas.
—Yo veo —decía otro— resplandecer el carbunclo en una noche de diciembre.
—Yo oigo —decía otro— cantar el cisne.
—Yo —dijo un filósofo— la armonía de los cielos al moverse.
Y se lo creyeron algunos simples. Hombre hubo que dijo que veía el mismo ente de razón, tan claro
que le podía tocar con las manos.
—Yo veo el punto fijo de la longitud del orbe.
—Yo las partes proporcionales.
—Y yo las indivisibles —dijo un secuaz de Zenón.
—Pues yo la cuadratura del círculo.
—¡Más veo yo! —gritaba otro.
—¿Qué cosa?
—¿Qué cosa? El alma en la palma, por señas, que es sencillísima.
—Nada es todo eso, cuando yo estoy viendo un hombre de bien en este siglo, quien hable verdad,
quien tenga conciencia, quien obre con entereza, quien mire más por el bien público que por el
privado.
A esta traza decían cien imposibles. Y con que todos sabían que no sabían, y creían que no veían ni
decían verdad, ninguno osaba declararse por no ser el primero a romper el yelo. Todos agraviaban la
verdad y ayudaban al triunfo de la mentira.
—¿Para cuándo aguardas tú —le dijo Critilo a su Descifrador— esa tu habilidad, si aquí no la
sacas? ¡Ea!, acaba ya de descifrarnos este embeleco al uso: dinos, por tu vida, ¿quién es este insigne
embustero?
—Éste es… —le respondió.
Mas al pronunciar esta sola palabra, al mismo punto que le vio mover los labios el famoso
Tropelista (que en todo aquel rato no había apartado los ojos dél, temiendo se les descifrase sus
embustes y diese con todo su artificio al traste), comenzó a echar por la boca espeso humo,
habiendo antes engullido grosera estopa, y vomitó tanto que llenó todo aquel claro hemisferio de
confusión; y cual suele la jibia, notable pececillo, cuando se ve a riesgo de ser pescado, arrojar gran
cantidad de tinta que tiene recogida en sus senillos y muy guardada para su ocasión, con que
enturbia las aguas y oscurece los cristales y escapa del peligro, así éste comenzó a esparcir tinta de
fabulosos escritores, de historiadores manifiestamente mentirosos: tanto, que hubo un autor francés
entre éstos que se atrevió a negar la prisión del rey Francisco en Pavía, y diciéndole cómo escribía
una tan desvergonzada mentira, respondió:
—¡Eh!, que de aquí a docientos años tan creído seré yo como ellos. Por lo menos, causaré razón de
dudar y pondré la verdad en disputa, que desta suerte se confunden las materias.
No paraba de arrojar tinta de mentiras y fealdades, espeso humo de confusión, llenándolo todo de
opiniones y pareceres, con que todos perdieron el tino. Y sin saber a quién seguir ni quién era el
que decía la verdad, sin hallar a quién arrimarse con seguridad, echó cada uno por su vereda de
opinar, y quedó el mundo bullendo de sofisterías y caprichos. Pero el que quisiere saber quién
fuese este embustero político, prosiga en leer la crisi siguiente.
Noches lúgubres
José Cadalso
[Nota preliminar: Edición digital a partir de la edición del Correo de Madrid, número 319, pp. 2562-2568; número
322, pp. 2590-2592; número 323, 2597-2599; y número 325, pp. 2614-2616; (diciembre, 1789 - enero, 1790)]
PERSONAJES
TEDIATO.
LORENZO.
NIÑO.
LA JUSTICIA.
SEPULTURERO.
CARCELERO.
Noche primera
TEDIATO y un SEPULTURERO
Diálogo
TEDIATO.-¡Qué noche! La oscuridad, el silencio pavoroso, interrumpido por los lamentos que se
oyen en la vecina cárcel, completan la tristeza de mi corazón. El cielo también se conjura
contra mi quietud, si alguna me quedara. El nublado crece. La luz de esos relámpagos..., ¡qué
horrorosa! Ya truena. Cada trueno es mayor que el que le antecede, y parece producir otro más
cruel. El sueño, dulce intervalo en las fatigas de los hombres, se turba. El lecho conyugal,
teatro de delicias; la cuna en que se cría la esperanza de las casas; la descansada cama de los
ancianos venerables; todo se inunda en llanto..., todo tiembla. No hay hombre que no se crea
mortal en este instante... ¡Ay, si fuese el último de mi vida, cuán grato sería para mí! ¡Cuán
horrible ahora! ¡Cuán horrible! Más lo fue el día, el triste día que fue causa de la escena en
que ahora me hallo.
Lorenzo no viene. ¿Vendrá, acaso? ¡Cobarde! ¿Le espantará este aparato que Naturaleza le
ofrece? No ve lo interior de mi corazón... ¡Cuánto más se horrorizaría! ¿Si la esperanza del
premio le traerá? Sin duda..., el dinero... ¡Ay, dinero, lo que puedes! Un pecho sólo se te ha
resistido... Ya no existe... Ya tu dominio es absoluto... Ya no existe el solo pecho que se te ha
resistido.
Las dos están al caer... Ésta es la hora de cita para Lorenzo... ¡Memoria! ¡Triste memoria!
¡Cruel memoria! Más tempestades formas en mi alma que nubes en el aire. También ésta es la
hora en que yo solía pisar estas mismas calles en otros tiempos muy diferentes de éstos. ¡Cuán
diferentes! Desde aquélla a éstos todo ha mudado en el mundo; todo, menos yo.
¿Si será de Lorenzo aquella luz trémula y triste que descubro? Suya será. ¿Quién sino él, y
en este lance, y por tal premio, saldría de su casa? Él es. El rostro pálido, flaco, sucio, barbado
y temeroso; el azadón y pico que trae al hombro, el vestido lúgubre, las piernas desnudas, los
pies descalzos, que pisan con turbación; todo me indica ser Lorenzo, el sepulturero del templo,
aquel bulto, cuyo encuentro horrorizaría a quien le viese. Él es, sin duda; se acerca;
desembózome, y le enseño mi luz. Ya llega. ¡Lorenzo! ¡Lorenzo!
LORENZO.- Yo soy. Cumplí mi palabra. Cumple ahora tú la tuya: ¿el dinero que me prometiste?
TEDIATO.-Aquí está. ¿Tendrás valor para proseguir la empresa, como me lo has ofrecido?
LORENZO.-Sí; porque tú también pagas el trabajo.
TEDIATO.-¡Interés, único móvil del corazón humano! Aquí tienes el dinero que te prometí. Todo se
hace fácil cuando el premio es seguro; pero el premio es justo una vez ofrecido.
LORENZO.-¡Cuán pobre seré cuando me atreví a prometerte lo que voy a cumplir! ¡Cuánta miseria
me oprime! Piénsala tú, y yo... harto haré en llorarla. Vamos.
TEDIATO.-¿Traes la llave del templo?
LORENZO.-Sí; ésta es.
TEDIATO.-La noche es tan oscura y espantosa.
LORENZO.-Y tanto, que tiemblo y no veo.
TEDIATO.-Pues dame la mano y sigue; te guiaré y te esforzaré.
LORENZO.-En treinta y cinco años que soy sepulturero, sin dejar un solo día de enterrar alguno o
algunos cadáveres, nunca he trabajado en mi oficio hasta ahora con horror.
TEDIATO.-Es que en ella me vas a ser útil; por eso te quita el cielo la fuerza del cuerpo y del
ánimo. Ésta es la puerta.
LORENZO.-¡Que tiemble yo!
TEDIATO.-Anímate... Imítame.
LORENZO.-¿Qué interés tan grande te mueve a tanto atrevimiento? Paréceme cosa difícil de
entender.
TEDIATO.-Suéltame el brazo. Como me lo tienes asido con tanta fuerza, no me dejas abrir con esta
llave... Ella parece también resistirse a mi deseo... Ya abre, entremos.
LORENZO.-Sí..., entremos... ¿He de cerrar por dentro?
TEDIATO.-No; es tiempo perdido y nos pudieran oír. Entorna solamente la puerta porque la luz no
se vea desde afuera si acaso pasa alguno..., tan infeliz como yo, pues de otro modo no puede
ser.
LORENZO.-He enterrado por mis manos tiernos niños, delicias de sus mayores; mozos robustos,
descanso de sus padres ancianos; doncellas hermosas, y envidiadas de las que quedaban vivas;
hombres en lo fuerte de su edad, y colocados en altos empleos; viejos venerables, apoyos del
Estado... Nunca temblé. Puse sus cadáveres entre otros muchos ya corruptos, rasgué sus
vestiduras en busca de alguna alhaja de valor; apisoné con fuerza y sin asco sus fríos
miembros, rompiles las cabezas y huesos; cubrilos de polvo, ceniza, gusanos y podre, sin que
mi corazón palpitase..., y ahora, al pisar estos umbrales, me caigo..., al ver el reflejo de esa
lámpara me deslumbro..., al tocar esos mármoles me hielo..., me avergüenzo de mi flaqueza.
No la refieras a mis compañeros. ¡Si lo supieran, harían mofa de mi cobardía!
TEDIATO.-Más harían de mí los míos, al ver mi arrojo. ¡Insensatos, qué poco saben!... ¡Ah! Me
serían tan odiosas por su dureza como yo sería necio en su concepto por mi pasión.
LORENZO.-Tu valor me alienta. Mas ¡ay, nuevo espanto! ¿Qué es aquello? Presencia humana
tiene... Crece conforme nos acercamos... Otro fantasma más le sigue... ¿Qué será? Volvamos
mientras podemos; no desperdiciemos las pocas fuerzas que aún nos quedan... Si aún
conservamos algún valor, válganos para huir.
TEDIATO.-¡Necio! Lo que te espanta es tu misma sombra con la mía, que nacen de la postura de
nuestros cuerpos respecto de aquella lámpara. Si el otro mundo abortase esos prodigiosos
entes, a quienes nadie ha visto, y de quienes todos hablan, sería el bien o el mal que nos
traerían siempre inevitables. Nunca los he hallado; los he buscado.
LORENZO.-¡Si los vieras!
TEDIATO.-Aún no creería a mis ojos. Juzgara tales fantasmas monstruos producidos por una
fantasía llena de tristeza. ¡Fantasía humana, fecunda sólo en quimeras, ilusiones y objetos de
terror! La mía me los ofrece tremendos en estas circunstancias... Casi bastan a apartarme de
mi empresa.
LORENZO.-Eso dices porque no los has visto; si los vieras, temblaras aún más que yo.
TEDIATO.-Tal vez en aquel instante, pero en el de la reflexión me aquietara. Si no tuviese miedo de
malgastar estas pocas horas, las más preciosas de mi vida, y tal vez las últimas de ella, te
contara con gusto cosas capaces de sosegarte...; pero dan las dos... ¡Qué sonido tan triste el de
esa campana! El tiempo urge. Vamos, Lorenzo.
LORENZO.-¿Adónde?
TEDIATO.-A aquella sepultura; sí, a abrirla.
LORENZO.-¿A cuál?
TEDIATO.-A aquélla.
LORENZO.-¿A cuál? ¿A aquella humilde y baja? Pensé que querías abrir aquel monumento alto y
ostentoso, donde enterré pocos días ha al duque de Faustotimbrado, que había sido muy
hombre de palacio y, según sus criados me dijeron, había tenido en vida el manejo de cosas
grandes. Figuróseme que la curiosidad o interés te llevaba a ver si encontrabas algunos
papeles ocultos, que tal vez se enterrasen con su cuerpo. He oído, no sé dónde, que ni aun los
muertos están libres de las sospechas y aun envidias de los cortesanos.
TEDIATO.-Tan despreciables son para mí muertos como vivos, en el sepulcro como en el mundo,
podridos como triunfantes, llenos de gusanos como rodeados de aduladores... No me
distraigas... Vamos, te digo otra vez, a nuestra empresa.
LORENZO.-No; pues al túmulo inmediato a ése, y donde yace el famoso indiano, tampoco tienes
que ir; porque aunque en su muerte no se le halló la menor parte de caudal que se le suponía,
me consta que no enterró nada consigo, porque registré su cadáver: no se halló siquiera un
doblón en su mortaja.
TEDIATO.-Tampoco vendría yo de mi casa a su tumba por todo el oro que él trajo de la infeliz
América a la tirana Europa.
LORENZO.-Sí será, pero no extrañaría yo que vinieses en busca de su dinero. Es tan útil en el
mundo...
TEDIATO.-Poca cantidad, sí, es útil, pues nos alimenta, nos viste y nos da las pocas cosas
necesarias a la breve y mísera vida del hombre; pero mucha es dañosa.
LORENZO.-¡Hola! ¿Y por qué?
TEDIATO.-Porque fomenta las pasiones, engendra nuevos vicios y a fuerza de multiplicar delitos
invierte todo el orden de la Naturaleza; y lo bueno se sustrae de su dominio sin el fin
dichoso... Con él no pudieron arrancarme mi dicha. ¡Ay! Vamos.
LORENZO.-Sí, pero antes de llegar allá hemos de tropezar en aquella otra sepultura, y se me eriza
el pelo cuando paso junto a ella.
TEDIATO.-¿Por qué te espanta esa más que cualquiera de las otras?
LORENZO.-Porque murió de repente el sujeto que en ella se enterró. Estas muertes repentinas me
asombran.
TEDIATO.-Debiera asombrarte el poco número de ellas. Un cuerpo tan débil como el nuestro,
agitado por tantos humores, compuesto de tantas partes invisibles, sujeto a tan frecuentes
movimientos, lleno de tantas inmundicias, dañado por nuestros desórdenes y, lo que es más,
movido por una alma ambiciosa, envidiosa, vengativa, iracunda, cobarde y esclava de tantos
tiranos..., ¿qué puede durar? ¿Cómo puede durar? No sé cómo vivimos. No suena campana
que no me parezca tocar a muerto. A ser yo ciego, creería que el color negro era el único de
que se visten... ¿Cuántas veces muere un hombre de un aire que no ha movido la trémula
llama de una lámpara? ¿Cuántas de una agua que no ha mojado la superficie de la tierra?
¿Cuántas de un sol que no ha entibiado una fuente? ¡Entre cuántos peligros camina el hombre
el corto trecho que hay de la cuna al sepulcro! Cada vez que siento el pie, me parece hundirse
el suelo, preparándome una sepultura... Conozco dos o tres hierbas saludables; las venenosas
no tienen número. Sí, sí..., el perro me acompaña, el caballo me obedece, el jumento lleva la
carga..., ¿y qué? El león, el tigre, el leopardo, el oso, el lobo e innumerables otras fieras nos
prueban nuestra flaqueza deplorable.
LORENZO.-Ya estamos donde deseas.
TEDIATO.-Mejor que tu boca, me lo dice mi corazón. Ya piso la losa, que he regado tantas veces
con mi llanto y besado tantas veces con mis labios. Ésta es. ¡Ay, Lorenzo! Hasta que me
ofreciste lo que ahora me cumples, ¡cuántas tardes he pasado junto a esta piedra, tan inmóvil
como si parte de ella fuesen mis entrañas! Más que sujeto sensible, parecía yo estatua,
emblema del dolor. Entre otros días, uno se me pasó sobre ese banco. Los que cuidan de este
templo, varias veces me habían sacado del letargo, avisándome ser la hora en que se cerraban
las puertas. Aquel día olvidaron su obligación y mi delirio: fuéronse y me dejaron. Quedé en
aquellas sombras, rodeado de sepulcros, tocando imágenes de muerte, envuelto en tinieblas, y
sin respirar apenas, sino los cortos ratos que la congoja me permitía, cubierta mi fantasía, cual
si fuera con un negro manto de densísima tristeza. En uno de estos amargos intervalos, yo vi,
no lo dudes, yo vi salir de un hoyo inmediato a ése un ente que se movía, resplandecían sus
ojos con el reflejo de esa lámpara, que ya iba a extinguirse. Su color era blanco, aunque algo
ceniciento. Sus pasos eran pocos, pausados y dirigidos a mí... Dudé... Me llamé cobarde... Me
levanté..., y fui a encontrarle... El bulto proseguía, y al ir a tocarle yo, y él a mí..., óyeme...
LORENZO.-¿Qué hubo, pues?
TEDIATO.-Óyeme... Al ir a tocarle yo y él horroroso vuelto a mí, en aquel lance de tanta
confusión... apagose del todo la luz.
LORENZO.-¿Qué dices? ¿Y aún vives?
TEDIATO.-Sí; y con grande atención.
LORENZO.-En aquel apuro, ¿qué hiciste? ¿Qué pudiste hacer?
TEDIATO.-Me mantuve en pie, sin querer perder el terreno que había ganado a costa de tanto arrojo
y valentía. Era invierno. Las doce serían cuando se esparció la oscuridad por el templo; oí la
una..., las dos..., las tres..., las cuatro... Siempre haciendo el oído el mismo oficio de la vista.
LORENZO.-¿Qué oíste? Acaba, que me estremezco.
TEDIATO.-Una especie de resuello no muy libre. Procurando tentar, conocí que el cuerpo del bulto
huía de mi tacto. Mis dedos parecían mojados en sudor frío y asqueroso; y no hay especie de
monstruo, por horrendo, extravagante e inexplicable que sea, que no se me presentase. Pero
¿qué es la razón humana si no sirve para vencer a todos los objetos y aun a sus mismas
flaquezas? Vencí todos estos espantos. Pero la primera impresión que hicieron, el llanto
derramado antes de la aparición, la falta de alimento, la frialdad de la noche y el dolor que
tantos días antes rasgaba mi corazón, me pusieron en tal estado de debilidad, que caí
desmayado en el mismo hoyo de donde había salido el objeto terrible. Allí me hallé por la
mañana en brazos de muchos concurrentes piadosos que habían acudido a dar al Criador las
alabanzas y cantar los himnos acostumbrados. Lleváronme a mi casa, de donde volví en breve
al mismo puesto. Aquella misma tarde hice conocimiento contigo y me prometiste lo que
ahora va a finalizar.
LORENZO.-Pues esa misma tarde eché menos en casa (poco te importará lo que voy a decirte, pero
para mí es el asunto de más importancia), eché menos un mastín que suele acompañarme, y no
pareció hasta el día siguiente. ¡Si vieras qué ley me tiene! Suele entrarse conmigo en el
templo, y mientras hago la sepultura, ni se aparta un instante de mí. Mil veces, tardando en
venir los entierros, le he solido dejar echado sobre mi capa, guardando la pala, el azadón y
demás trastos de mi oficio.
TEDIATO.-No prosigas, me basta lo dicho. Aquella tarde no se hizo el entierro. Te fuiste, el perro
se durmió dentro del hoyo mismo. Entrada ya la noche se despertó, nos encontramos solos él y
yo en la iglesia (mira qué causa tan trivial para un miedo tan fundado al parecer), no pudo salir
entonces, y lo ejecutaría al abrir las puertas y salir el sol, lo que yo no pude ver por causa de
mi desmayo.
LORENZO.-Ya he empezado a alzar la losa de la tumba. Pesa infinito. ¡Si verás en ella a tu padre!
Mucho cariño le tienes cuando por verle pasas una noche tan dura... Pero ¡el amor de hijo!
Mucho merece un padre.
TEDIATO.-¡Un padre! ¿Por qué? Nos engendran por su gusto, nos crían por obligación, nos educan
para que los sirvamos, nos casan para perpetuar sus nombres, nos corrigen por caprichos, nos
desheredan por injusticia, nos abandonan por vicios suyos.
LORENZO.-Será tu madre... Mucho debemos a una madre.
TEDIATO.-Aún menos que al padre. Nos engendran también por su gusto, tal vez por su
incontinencia. Nos niegan el alimento de la leche, que Naturaleza las dio para este único y
sagrado fin, nos vician con su mal ejemplo, nos sacrifican a sus intereses, nos hurtan las
caricias que nos deben y las depositan en un perro o en un pájaro.
LORENZO.-¿Algún hermano tuyo te fue tan unido que vienes a visitar los huesos?
TEDIATO.-¿Qué hermano conocerá la fuerza de esta voz? Un año más de edad, algunas letras de
diferencia en el nombre, igual esperanza de gozar un bien de dudoso derecho y otras cosas
semejantes imprimen tal odio en los hermanos que parecen fieras de distintas especies y no
frutos de un vientre mismo.
LORENZO.-Ya caigo en lo que puede ser: aquí yace sin duda algún hijo que se te moriría en lo más
tierno de su edad.
TEDIATO.-¡Hijos! ¡Sucesión! Éste que antes era tesoro con que Naturaleza regalaba a sus
favorecidos, es hoy un azote con que no debiera castigar sino a los malvados. ¿Qué es un hijo?
Sus primeros años..., un retrato horrendo de la miseria humana. Enfermedad, flaqueza,
estupidez, molestia y asco... Los siguientes años..., un dechado de los vicios de los brutos,
poseídos en más alto grado..., lujuria, gula, inobediencia... Más adelante, un pozo de horrores
infernales..., ambición, soberbia, envidia, codicia, venganza, traición y malignidad; pasando
de ahí... Ya no se mira el hombre como hermano de los otros, sino como a un ente
supernumerario en el mundo. Créeme, Lorenzo, créeme. Tú sabrás cómo son los muertos,
pues son el objeto de tu trato...; yo sé lo que son los vivos... Entre ellos me hallo con
demasiada frecuencia... Éstos son..., no..., no hay otros; todos a cual peor... Yo sería peor que
todos ellos si me hubiera dejado arrastrar de sus ejemplos.
LORENZO.-¡Qué cuadro el que pintas!
TEDIATO.-La Naturaleza es el original; no adulo, pero tampoco la agravio. No te canses, Lorenzo.
Nada significan esas voces que oyes de padre, madre, hermano, hijo y otras tales; y si
significan el carácter que vemos en los que así se llaman, no quiero ser ni tener hijo, hermano,
padre, madre, ni me quiero a mí mismo, pues algo he de ser de todo esto.
LORENZO.-No me queda que preguntarte más que una cosa; y es, a saber, si buscas el cadáver de
algún amigo.
TEDIATO.-¿Amigo? ¿Eh? ¿Amigo? ¡Qué necio eres!
LORENZO.-¿Por qué?
TEDIATO.-Sí; necio eres, y mereces compasión, si crees que esa voz tenga el menor sentido.
¡Amigos! ¡Amistad! Esa virtud sola haría feliz a todo el género humano. Desdichados son los
hombres desde el día que la desterraron o que ella los abandonó. Su falta es el origen de todas
las turbulencias de la sociedad. Todos quieren parecer amigos; nadie lo es. En los hombres, la
apariencia de la amistad es lo que en las mujeres el afeite y composturas. Belleza fingida y
engañosa... Nieve que cubre un muladar... Darse las manos y rasgarse los corazones; ésta es la
amistad que reina. No te canses; no busco el cadáver de persona alguna de los que puedes
juzgar. Ya no es cadáver.
LORENZO.-Pues si no es cadáver, ¿qué buscas? Acaso tu intento sería hurtar las alhajas del templo,
que se guardan en algún soterráneo, cuya puerta te se figura ser la losa que empiezo a levantar.
TEDIATO.-Tu inocencia te sirva de excusa. Queden en buena hora esas alhajas establecidas por la
piedad y trabaja con más brío.
LORENZO.-Ayúdame; mete esotro pico por allí y haz fuerza conmigo.
TEDIATO.-¿Así?
LORENZO.-Sí, de este modo. Ya va en buen estado.
TEDIATO.-¿Quién me diría dos meses ha que me había de ver en este oficio? Pasáronse más aprisa
que el sueño, dejándome tormento al despertar, desapareciéronse como humo que deja las
llamas abajo y se pierde en el aire. ¿Qué haces, Lorenzo?
LORENZO.-¡Qué olor! ¡Qué peste sale de la tumba! No puedo más.
TEDIATO.-No me dejes; no me dejes, amigo. Yo solo no soy capaz de mantener esta piedra.
LORENZO.-La abertura que forma ya da lugar para que salgan esos gusanos que se ven con la luz
de mi farol.
TEDIATO.-¡Ay, qué veo! Todo mi pie derecho está cubierto de ellos. ¡Cuánta miseria me anuncian!
En éstos, ¡ay!, ¡en éstos se ha convertido tu carne! ¡De tus hermosos ojos se han engendrado
estos vivientes asquerosos! ¡Tu pelo, que en lo fuerte de mi pasión llamé mil veces no sólo
más rubio, sino más precioso que el oro, ha producido esta podre! ¡Tus blancas manos, tus
labios amorosos se han vuelto materia y corrupción! ¡En qué estado estarán las tristes reliquias
de tu cadáver! ¡A qué sentido no ofenderá la misma que fue el hechizo de todos ellos!
LORENZO.-Vuelvo a ayudarte, pero me vuelca ese vapor... Ahora empieza. Más, más, más; ¿qué
lloras? No pueden ser sino lágrimas tuyas las gotas que me caen en las manos... ¡Sollozas! ¡No
hablas! Respóndeme.
TEDIATO.-¡Ay! ¡Ay!
LORENZO.-¿Qué tienes? ¿Te desmayas?
TEDIATO.-No, Lorenzo.
LORENZO.-Pues habla. Ahora caigo en quién es la persona que se enterró aquí... ¿Eras pariente
suyo? No dejes de trabajar por eso. La losa está casi vencida, y por poco que ayudes, la
volcaremos, según vemos. Ahora, ahora, ¡ay!
TEDIATO.-Las fuerzas me faltan.
LORENZO.-Perdimos lo adelantado.
TEDIATO.-Ha vuelto a caer.
LORENZO.-Y el sol va saliendo, de modo que estamos en peligro de que vayan viniendo las gentes
y nos vean.
TEDIATO.-Ya han saludado al Criador algunas campanas de los vecinos templos en el toque
matutino. Sin duda lo habrán ya ejecutado los pájaros en los árboles con música más natural y
más inocente y, por tanto, más digna. En fin, ya se habrá desvanecido la noche. Sólo mi
corazón aún permanece cubierto de densas y espantosas tinieblas. Para mí nunca sale el sol.
Las horas todas se pasan en igual oscuridad para mí. Cuantos objetos veo en lo que llaman día,
son a mi vista fantasmas, visiones y sombras cuando menos...; algunos son furias infernales.
Razón tienes. Podrán sorprendernos. Esconde ese pico y ese azadón. No me faltes mañana a la
misma hora y en el propio puesto. Tendrás menos miedo, menos tiempo se perderá. Vete, te
voy siguiendo.
Objeto antiguo de mis delicias... ¡Hoy objeto de horror para cuantos te vean! Montón de huesos
asquerosos... ¡En otros tiempos conjunto de gracias! ¡Oh tú, ahora imagen de lo que yo seré en
breve! Pronto volveré a tu tumba, te llevaré a mi casa, descansarás en un lecho junto al mío;
morirá mi cuerpo junto a ti, cadáver adorado, y expirando incendiaré mi domicilio, y tú y yo
nos volveremos ceniza en medio de las de la casa.
I_2_I_4_
Noche segunda
TEDIATO, la JUSTICIA y después un CARCELERO
Diálogo
TEDIATO.-¡Qué triste me ha sido ese día! Igual a la noche más espantosa me ha llenado de pavor,
tedio, aflicción y pesadumbre. ¡Con qué dolor han visto mis ojos la luz del astro, a quien
llaman benigno los que tienen el pecho menos oprimido que yo! El sol, la criatura que dicen
menos imperfecta imagen del Criador, ha sido objeto de mi melancolía. El tiempo que ha
tardado en llevar sus luces a otros climas me ha parecido tormento de duración eterna... ¡Triste
de mí! Soy el solo viviente a quien sus rayos no consuelan. Aun la noche, cuya tardanza me
hacía tan insufrible la presencia del sol, es menos gustosa, porque en algo se parece al día. No
está tan oscura como yo quisiera. ¡La luna! ¡Ah, luna! Escóndete, no mires en este puesto al
más infeliz mortal.
¡Que no se hayan pasado más que dieciséis horas desde que dejé a Lorenzo! ¿Quién lo
creyera? ¡Tales han sido para mí! Llorar, gemir, delirar... Los ojos fijos en su retrato, las
mejillas bañadas en lágrimas, las manos juntas pidiendo mi muerte al cielo, las rodillas
flaqueando bajo el peso de mi cuerpo, así desmayado; sólo un corto resuello me distinguía de
un cadáver. ¡Qué asustado quedó Virtelio, mi amigo, al entrar en mi cuarto y hallarme de esa
manera! ¡Pobre Virtelio! ¡Cuánto trabajaste para hacerme tomar algún alimento! Ni fuerza en
mis manos para tomar el pan, ni en mis brazos para llevarlo a la boca, si alguna vez llegaba.
¡Cuán amargos son bocados mojados con lágrimas! Instante..., me mantuve inmóvil. Se fue
sin duda cansado... ¿Quién no se cansa de un amigo como yo, triste, enfermo, apartado del
mundo, objeto de la lástima de algunos, del menosprecio de otros, de la burla de muchos?
¡Qué mucho me dejase! Lo extraño es que me mirase alguna vez. ¡Ah, Virtelio! ¡Virtelio!
Pocos instantes más que hubieses permanecido mío, te hubieran dado fama de amigo
verdadero. Pero ¿de qué te serviría? Hiciste bien en dejarme; también te hubiera herido la
mofa de los hombres. Dejar a un amigo infeliz, conjurarte con la suerte contra un triste,
aplaudir la inconstancia del mundo, imitar lo duro de las entrañas comunes, acompañar con tu
risa la risa universal, que es eco de los llantos de un mísero... Sigue, sigue... Éste es el camino
de la fortuna... Adelántate a los otros: admirarán tu talento. Yo le vi salir... Murmuraba de la
flaqueza de mi ánimo. La Naturaleza sin duda murmuraba de la dureza del suyo. Éste es el
menos pérfido de todos mis amigos; otros ni aun eso hicieron. Tediato se muere, dirían unos;
otros repetirían: se muere Tediato. De mi vida y de mi muerte hablarían como del tiempo
bueno o malo suelen hablar los poderosos, no como los pobres a quien tanto importa el
tiempo. La luz del sol, que iba faltando, me sacó del letargo cruel. La tiniebla me traía el
consuelo que arrebata a todo el mundo. Todo el consuelo que siente toda la naturaleza al
parecer el sol, le sentí todo junto al ponerse. Dije mil veces preparándome a salir: bienvenida
seas, noche, madre de delitos, destructora de la hermosura, imagen del caos de que salimos.
Duplica tus horrores; mientras más densas, más gustosas me serán tus tinieblas. No tomé
alimento; no enjugué las lágrimas; púseme el vestido más lúgubre; tomé este acero, que será...,
¡ay!, sí; será quien consuele de una vez todas mis cuitas. Vine a este puesto; espero a Lorenzo.
Desengañado de las visiones y fantasmas, duendes, espíritus y sombras, me ayudará con
firmeza a levantar la losa; haré el robo... ¡El robo! ¡Ay! Era mía; sí, mía; yo, suyo. No, no, la
agravio; me agravio: éramos uno. Su alma, ¿qué era sino la mía? La mía, ¿qué era sino la
suya? Pero ¿qué voces se oyen? Muere, muere, dice una de ellas. ¡Qué me matan!, dice otra
215
voz. Hacia mí vienen corriendo varios hombres. ¿Qué haré? ¿Qué veo? El uno cae herido al
parecer... Los otros huyen retrocediendo por donde han venido. Hasta mis plantas viene
batallando con las ansias de la muerte. ¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Quiénes son los que te
siguen? ¿No respondes? El torrente de sangre que arroja por boca y por herida me mancha
todo... Es muerto, ha expirado asido de mi pierna. Siento pasos a este otro lado. Mucha gente
llega; el aparato es de ser comitiva de la justicia.
JUSTICIA.-Pues aquí está el cadáver, y ese hombre está ensangrentado, tiene la espada en la mano,
y con la otra procura desasirse del muerto, parece indicar no ser otro el asesino. Prended a ese
malvado. Ya sabéis lo importante de este caso. El muerto es un personaje cuyas calidades no
permiten el menor descuido de nuestra parte. Sabéis los antecedentes de este asesinato que se
proponían. Atadle. Desde esta noche te puedes contar por muerto, infame. Sí, ese rostro, lo
pálido de su semblante, su turbación, todo indica, o aumenta los indicios que ya tenemos... En
breve tendrás muerte ignominiosa y cruel.
TEDIATO.-Tanto más gustosa... Por extraño camino me concede el cielo lo que le pedí días ha con
todas mis veras...
JUSTICIA.-¡Cuál se complace con su delito!
TEDIATO.-¡Delito! Jamás le tuve. Si lo hubiera tenido, él mismo hubiera sido mi primer verdugo,
lejos de complacerme en él. Lo que me es gustosa es la muerte... Dádmela cuanto antes, si os
merezco alguna misericordia. Si no sois tan benigno, dejadme vivir; ése será mi mayor
tormento. No obstante, si alguna caridad merece un hombre, que la pide a otro hombre,
dejadme un rato llegar más cerca de ese templo, no por valerme de su asilo, sino por ofrecer
mi corazón a...
JUSTICIA.-Tu corazón en que engendras maldades.
TEDIATO.-No injuries a un infeliz; mátame sin afrentarme. Atormenta mi cuerpo, en quien tienes
dominio, no insultes una alma que tengo más noble..., un corazón más puro..., sí, más puro,
más digna habitación del Ser Supremo, que el mismo templo en que yo quería... Ya nada
quiero... Haz lo que quieras de mí... No me preguntes quién soy, cómo vine aquí, qué hacía,
qué intentaba hacer, y apuren los verdugos sus crueldades en mí; las verás todas vencidas por
mi fineza.
JUSTICIA.-Llevadle aprisa, no salgan al encuentro sus compañeros.
TEDIATO.-Jamás los tuve: ni en la maldad, porque jamás fui malo; ni en la bondad, porque
ninguno me ha igualado en lo bueno. Por eso soy el más infeliz de los hombres. Cargad más
prisiones sobre mí. Ministros feroces: ligad más esos cordeles con que me arrastráis cual
víctima inocente. Y tú, que en ese templo quedas, únete a tu espíritu inmortal, que exhalaste
entre mis brazos, si lo permite quien puede, y ven a consolarme en la cárcel, o a desengañar a
mis jueces. Salga yo valeroso al suplicio o inocente al mundo. ¡Pero no! Agraviado o
vindicado, muera yo, muera yo y en breve.
JUSTICIA.-Su delito le turba los sentidos; andemos, andemos.
TEDIATO.-¿Estamos ya en la cárcel?
JUSTICIA.-Poco falta.
TEDIATO.-Quien encuentre la comitiva de la justicia llevando a un preso ensangrentado, pálido,
mal vestido, cargado de cadenas que le han puesto y de oprobios que le dicen, ¿qué dirá? Allá
va un delincuente. Pronto lo veremos en el patíbulo; su muerte será horrorosa, pero saludable
espectáculo. ¡Viva la justicia! Castíguense los delitos. Arránquese de la sociedad los que
turben su quietud. De la muerte de un malvado se asegura la vida de muchos buenos. Así irán
diciendo de mí; así irán diciendo. En vano les diría mi inocencia. No me creerían; si la jurara,
me llamarían perjuro sobre malvado. Tomaría por testigos de mi virtud a esos astros; darían su
giro sin cuidarse del virtuoso que padece ni del inicuo que triunfa.
JUSTICIA.-Ya estamos en la cárcel.
TEDIATO.-Sepulcro de vivos, morada de horror, triste descanso en el camino del suplicio, depósito
216
de malhechores, abre tus puertas; recibe a este infeliz.
JUSTICIA.-Este hombre quede asegurado; nadie le hable. Ponedle en el calabozo más apartado y
seguro; doblad el número y peso de los grillos acostumbrados. Los indicios que hay contra él
son casi evidentes. Mañana se le examinará. Prepáresele el tormento por si es tan obstinado
como inicuo. Eres responsable de este preso, tú, carcelero. Te aconsejo que no le pierdas de
vista. Mira que la menor compasión que para con él puedes tener es tu perdición.
CARCELERO.-Compasión yo, ¿de quién? ¿De un preso que se me encarga? No me conocéis. Años
ha que soy carcelero, y en el discurso de ese tiempo he guardado los presos que he tenido
como si guardara fieras en las jaulas. Pocas palabras, menos alimento, ninguna lástima, mucha
dureza, mayor castigo y continua amenaza. Así me temen. Mi voz entre las paredes de esta
cárcel es como el trueno entre montes. Asombra a cuantos la oyen. He visto llegar facinerosos
de todas las provincias, hombres a quienes los dientes y las canas habían salido entre muertes
y robos... Los soldados, al entregármelos, se aplaudían más que de una batalla que hubiesen
ganado. Se alegraban de dejarlos en mis manos más que si de ellas sacaran el más precioso
saqueo de una plaza sitiada muchos meses; y todo esto no obstante..., a pocas horas de estar
bajo mi dominio han temblado los hombres más atroces.
JUSTICIA.-Pues ya queda asegurado; adiós otra vez.
CARCELERO.-Sí, sí; grillos, cadenas, esposas, cepo, argolla, todo le sujetará.
TEDIATO.-Y más que todo mi inocencia.
CARCELERO.-Delante de mí no se habla; y si el castigo no basta a cerrarte la boca, mordazas hay.
TEDIATO.-Haz lo que quieras; no abriré mis labios. Pero la voz de mi corazón..., aquella voz que
penetra el firmamento, ¿cómo me privarás de ella?
CARCELERO.-Éste es el calabozo destinado para ti. En breve volveré.
TEDIATO.-No me espantan sus tinieblas, su frío, su humedad, su hediondez; no el ruido que han
hecho los cerrojos de esa puerta, no el peso de mis cadenas. Peor habitación ocupa ahora...
¡Ay, Lorenzo! Habrás ido al señalado puesto, no me habrás hallado. ¡Qué habrás juzgado de
mí! Acaso creerás que miedo, inconstancia... ¡Ay! No, Lorenzo; nada de este mundo ni del
otro me parece espantoso, y constancia no me puede faltar, cuando no me ha faltado ya sobre
la muerte de quien vimos ayer cadáver medio corrompido. Me acometieron mil desdichas:
ingratitud de mis amigos, enfermedad, pobreza, odio de poderosos, envidia de iguales, mofa
de parte de mis inferiores... La primera vez que dormí, figuróseme que veía el fantasma que
llaman fortuna. Cual suele pintarse la muerte con una guadaña que despuebla el universo,
tenía la fortuna una vara con que volvía a todo el globo. Tenía levantado el brazo contra mí.
Alcé la frente, la miré. Ella se irritó; o me sonreí, y me dormí; segunda vez se venga de mi
desprecio. Me pone, siendo yo justo y bueno, entre facinerosos hoy; mañana tal vez entre las
manos del verdugo; éste me dejará entre los brazos de la muerte. ¡Oh muerte!, ¿por qué dejas
que te llamen daño, el mayor de ellos, el último de todos? ¡Tú, daño! Quien así lo diga, no ha
pasado lo que yo.
¡Qué voces oigo (¡ay!) en el calabozo inmediato! Sin duda hablan de morir. ¡Lloran! ¡Van
a morir, y lloran! ¡Qué delirio! Oigamos lo que dice el mísero insensato que teme burlar de
una vez todas sus miserias. No, no escuchemos. Indignas voces de oírse son las que articula el
miedo al aparato de la muerte.
¡Ánimo, ánimo, compañero! Si mueres dentro del breve plazo que te señalan, poco tiempo
estarás expuesto a la tiranía, envidia, orgullo, venganza, desprecio, traición, ingratitud... Esto
es lo que dejas en el mundo. Envidiables delicias dejas por cierto a los que se queden en él; te
envidio el tiempo que me ganas; el tiempo que tardaré en seguirte.
Ha callado el que sollozaba, y también dos voces que le acompañaban, una hablándole
de... Sin duda fue ejecución secreta. ¿Si se llegarán ahora los ejecutores a mí? ¡Qué gozo! Ya
se disipan todas las tinieblas de mi alma. Ven, muerte, con todo tu séquito. Sí, ábrase esa
puerta; entren los verdugos feroces manchados aún con la sangre que acaban de derramar a
217
una vara de mí. Si el ser infeliz es culpa, ninguno más reo que yo. ¡Qué silencio tan espantoso
ha sucedido a los suspiros del moribundo! Las pisadas de los que salen de su calabozo, las
voces bajas con que se hablan, el ruido de las cadenas que sin duda han quitado al cadáver, el
ruido de la puerta estremece lo sensible de mi corazón, no obstante lo fuerte de mi espíritu.
Frágil habitación de una alma superior a todo lo que Naturaleza puede ofrecer, ¿por qué
tiemblas? ¿Ha de horrorizarme lo que desprecio? ¡Si será sueño esta debilidad que siento! Los
ojos se me cierran, no obstante la debilidad que en ellos ha dejado el llanto. Sí; reclínome.
Agradable concurso, música deliciosa, espléndida mesa, delicado lecho, gustoso sueño
encantarán a estas horas a alguno en el tropel del mundo. No se envanezca, lo mismo tuve yo;
y ahora... una piedra es mi cabecera, una tabla mi cama, insectos mi compañía. Durmamos.
Quizá me despertará una voz que me diga. Ven al tormento; u otra que me diga: Ven al
suplicio. Durmamos. ¡Cielos! Si el sueño es imagen de la muerte... ¡Ay! Durmamos.
¡Qué pasos siento! Una corta luz parece que entra por los resquicios de la puerta. La abren;
es el carcelero, y le siguen dos hombres. ¿Qué queréis? ¿Llegó por fin la hora inmediata a la
de mi muerte? ¡Me la vais a anunciar con semblante de debilidad y compasión o con rostro de
entereza y dominio!
CARCELERO.-Muy diferente es el objeto de nuestra venida. Cuando me aparté de ti, juzgué que a
mi vuelta te llevarían al tormento, para que en él declarases los cómplices del asesinato que se
te atribuía; pero se han descubierto los autores y ejecutores de aquel delito. Vengo con orden
de soltarte. Ea, quítenle las cadenas y grillos: libre estás.
TEDIATO.-Ni aun en la cárcel puedo gozar del reposo que ella me ofrece en medio de sus horrores.
Ya iba yo acomodando los cansados miembros de mi cuerpo sobre esta tarima, ya iba
tolerando mi cabeza lo duro de esa piedra, y me vienes a despertar, ¿y para qué? Para decirme
que no he de morir. Ahora sí que turbas mi reposo... Me vuelves a arrojar otra vez al mundo, al
mundo de donde se ausentó lo poco bueno que había en él. ¡Ay! Decidme, ¿es de día?
CARCELERO.-Aún faltará una hora de noche.
TEDIATO.-Pues voyme. Con tantas contingencias como ofrece la suerte, ¿qué sé yo si mañana nos
volveremos a ver?
CARCELERO.-Adiós.
TEDIATO.-Adiós. Una hora de noche aún falta. ¡Ay! Si Lorenzo estuviese en el paraje de la cita,
tendríamos tiempo para concluir nuestra empresa; se habrá cansado de esperarme.
Mañana, ¿dónde le hallaré? No sé su casa. Acudir al templo parece más seguro. Pasareme
ahora por el atrio. ¡Noche!, dilata tu duración; importa poco que te esperen con impaciencia el
caminante para continuar su viaje y el labrador para seguir su tarea. Domina, noche, domina, y
más y más sobre un mundo que por sus delitos se ha hecho indigno del sol. Quede aquel astro
alumbrando a hombres mejores que los de estos climas. Mientras más dure tu oscuridad, más
tiempo tendré de cumplir la promesa que hice al cadáver encima de su tumba, en medio de
otros sepulcros, al pie de los altares y bajo la bóveda sagrada del templo. Si hay alguna cosa
más santa en la tierra, por ella juro no apartarme de mi intento; si a ello faltase yo, si a ello
faltase... ¿Cómo había de faltar?
Aquella luz que descubro será..., será acaso la que arde alumbrando a una imagen que está
fija en la pared exterior del templo. Adelantemos el paso. Corazón, esfuérzate, o saldrás en
breve victorioso de tanto susto, cansancio, terror, espanto y dolor, o en breve dejarás de
palpitar en ese miserable pecho. Sí, aquélla es la luz; el aire la hace temblar de modo que tal
vez se apagará antes que yo llegue a ella. Pero ¿por eso he de temer la oscuridad? Antes debe
serme más gustosa. Las tinieblas son mi alimento. El pie siente algún obstáculo... ¿Qué será?
Tentemos. Un bulto, y bulto de hombre. ¿Quién es? Parece como que sale de un sueño.
¡Amigo! ¿Quién es? Si eres algún mendigo necesitado que de flaqueza has caído, y duermes
en la calle por faltarte casa en que recogerte y fuerzas para llegarte a un hospital, sígueme; mi
casa será tuya; no te espanten tus desdichas; muchas y grandes serán, pero te habla quien las
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pasa mayores. Respóndeme, amigo... Desahóguese en mi pecho el tuyo; tristes como tú busco
yo; sólo me conviene la compañía de los míseros; harto tiempo viví con los felices. Tratar con
el hombre en la prosperidad es tratarle fuera del mismo. Cuando está cargado de penas,
entonces está cual es: cual Naturaleza lo entrega a la vida, y cual la vida le entregará a la
muerte; cual fueron sus padres, y cuales serán sus hijos. Amigo, ¿no respondes? Parece joven
de corta edad. Niño, ¿quién eres? ¿Cómo has venido aquí?
NIÑO.-¡Ay, ay, ay!
TEDIATO.-No llores; no quiero hacerte mal. Dime, ¿quién eres? ¿Dónde viven tus padres? ¿Sabes
tu nombre? ¿Y el de la calle en que vives?
NIÑO.-Yo soy... Mire usted... Vivo... Venga usted conmigo para que mi padre no me castigue. Me
mandó quedar aquí hasta las dos, y ver si pasaba alguno por aquí muchas veces, y que fuera a
llamarle. Me he quedado dormido.
TEDIATO.-Pues no temas; dame la manita, toma ese pedazo de pan que me he hallado, no sé cómo,
en el bolsillo y llévame a casa de tu padre.
NIÑO.-No está lejos.
TEDIATO.-¿Cómo se llama tu padre? ¿Qué oficio tiene? ¿Tienes madre y hermanos? ¿Cuántos
años tienes tú y cómo te llamas?
NIÑO.-Me llamo Lorenzo, como mi padre. Mi abuelo murió esta mañana. Tengo ocho años, y seis
hermanos más chicos que yo. Mi madre acaba de morir de sobreparto. Dos hermanos tengo
muy malos con viruelas, otro está en el hospital, mi hermana se desapareció desde ayer de
casa. Mi padre no ha comido en todo hoy un bocado de la pesadumbre.
TEDIATO.-¿Lorenzo dices que se llama tu padre?
NIÑO.-Sí, señor.
TEDIATO.-¿Y qué oficio tiene?
NIÑO.-No sé cómo se llama.
TEDIATO.-Explícame lo que es.
NIÑO.-Cuando uno se muere, y lo llevan a la iglesia, mi padre es quien...
TEDIATO.-Ya te entiendo; sepulturero, ¿no es verdad?
NIÑO.-Creo que sí, pero aquí estamos ya en casa.
TEDIATO.-Pues llama, y recio.
SEPULTURERO.-¿Quién es?
NIÑO.-Abra usted, padre; soy yo y un señor.
SEPULTURERO.-¿Quién viene contigo?
TEDIATO.-Abre, que soy yo.
SEPULTURERO.-Ya conozco la voz. Ahora bajaré a abrir.
TEDIATO.-¡Qué poco me esperabas aquí! Tu hijo te dirá dónde le he hallado. Me ha contado el
estado de tu familia. Mañana nos veremos en el mismo puesto para proseguir nuestro intento,
y te diré por qué no nos hemos visto esta noche hasta ahora. Te compadezco tanto como a mí
mismo, Lorenzo, pues la suerte te ha dado tanta miseria y te la multiplica en tus deplorables
hijos... Eres sepulturero... Haz un hoyo muy grande, entiérralos todos ellos vivos, y sepúltate
con ellos. Sobre tu losa me mataré y moriré diciendo: Aquí yacen unos niños tan felices ahora
como eran infelices poco ha, y dos hombres, los más míseros del mundo.
I_3_
219
Noche tercera
TEDIATO y el SEPULTURERO
Diálogo
TEDIATO.-Aquí me tienes, fortuna, tercera vez expuesto a tus caprichos. Pero ¿quién no lo está?
¿Dónde, cuándo, cómo sale el hombre de tu imperio? Virtud, valor, prudencia, todo lo
atropellas. No está más seguro de tu rigor el poderoso en su trono, el sabio en su estudio, que
el mendigo en su muladar, que yo en esta esquina lleno de aflicciones, privado de bienes, con
mil enemigos por fuera y un tormento interior, capaz por sí solo de llenarme de horrores,
aunque todo el orbe procura mi felicidad.
¿Si será esta noche la que ponga fin a mis males? La primera, ¿de qué me sirvió? Truenos,
relámpagos, conversación con un ente que apenas tenía la figura humana, sepulcros, gusanos y
motivos de cebar mi tristeza en los delitos y flaqueza de los hombres. Si más hubiera sido mi
mansión al pie de la sepultura, ¿cuál sería el éxito de mi temeridad? Al acudir al templo el
concurso religioso, y hallarme en aquel estado, creyendo que... ¿Qué hubieran creído?
Gritarían: Muera ese bárbaro que viene a profanar el templo con molestia de los difuntos y
desacato a quien los crió.
La segunda noche.... ¡ay!, vuelve a correr mi sangre por las venas con la misma turbación
que anoche. Si no has de volver a mi memoria para mi total aniquilación, huye de ella, ¡oh,
noche infausta! Asesinato, calumnia, oprobios, cárcel, grillos, cadenas, verdugos, muerte y
gemidos... Por no sentir mi último aliento, huya de mí un instante la tristeza; pero apenas se
me concede gozar el aire, que está libre para las aves y brutos, cuando me vuelve a cubrir con
su velo la desesperación. ¿Qué vi? Un padre de familias, pobre, con su mujer moribunda, hijos
parvulillos y enfermos, uno perdido, otro muerto aun antes de nacer, y que mata a su madre
aun antes de que ésta le acabe de producir. ¿Qué más vi? ¡Qué corazón el mío, qué inhumano,
si no se partió al ver tal espectáculo!... Excusa tiene... Mayores son sus propios males, y aún
subsiste. ¡Oh Lorenzo! ¡Oh! Vuélveme a la cárcel, Ser Supremo, si sólo me sacaste de ella
para que viese tal miseria en las criaturas.
Esta noche, ¿cuál será? ¡Lorenzo, Lorenzo infeliz! Ven, si ya no te detiene la muerte de tu
padre, la de tu mujer, la enfermedad de tus hijos, la pérdida de tu hija, tu misma flaqueza. Ven:
hallarás en mí un desdichado que padece no sólo sus infortunios propios, sino los de todos los
infelices a quienes conoce, mirándolos a todos como hermanos; ninguno lo es más que tú.
¿Qué importa que nacieras en la mayor miseria y yo en cuna más delicada? Hermanos nos
hace un superior destino, corrigiendo los caprichos de la suerte que divide en arbitrarias clases
a los que somos de una misma especie: todos lloramos..., todos enfermamos..., todos morimos.
El mismo horroroso conjunto de cosas de la noche antepasada vuelve a herir mi vista con
aquella dulce melancolía... Aquel que allí viene es Lorenzo... Sí, Lorenzo. ¡Qué rostro! Siglos
parece haber envejecido en pocas horas; tal es el objeto del pesar, semejante al que produce la
alegría o destruye nuestra débil máquina en el momento que la hiere o la debilita para siempre
al herirnos en un instante.
LORENZO.-¿Quién eres?
TEDIATO.-Soy el mismo a quien buscas... El cielo te guarde.
LORENZO.-¿Para qué? ¿Para pasar cincuenta años de vida como la que he pasado lleno de
infortunios..., y cuando apenas tengo fuerzas para ganar un triste alimento... hallarme con
tantas nuevas desgracias en mi mísera familia, expuesta toda a morir con su padre en las más
espantosas infelicidades? Amigo, si para eso deseas que me guarde el cielo, ¡ah!, pídele que
220
me destruya.
TEDIATO.-El gusto de favorecer a un amigo debe hacerte la vida apreciable, si se conjuraran en
hacértela odiosa todas las calamidades que pasas. Nadie es infeliz si puede hacer a otro
dichoso. Y, amigo, más bienes dependen de tu mano que de la magnificencia de todos los
reyes. Si fueras emperador de medio mundo..., con el imperio de todo el universo, ¿qué
podrías darme que me hiciese feliz? ¿Empleos, dignidades, rentas? Otros tantos motivos para
mi propia inquietud y para la malicia ajena. Sembrarías en mi pecho zozobras, recelos,
cuidados, tal vez ambición y codicia..., y en los de mis amigos..., envidia. No te deseo con
corona y cetro para mi bien... Más contribuirás a mi dicha con ese pico, ese azadón..., viles
instrumentos a otros ojos..., venerables a los míos... Andemos, amigo, andemos.
221
José María Blanco White
El alcázar de Sevilla
[Nota preliminar: Edición digital a partir de la de Vicente Llorens en José Mª Blanco White,
Antología de obras en español (Barcelona, Labor, 1971, pp. 295-310); y cotejada con la edición
crítica de Ignacio Prat, en Luisa de Bustamante o La huérfana española en Inglaterra y otras
narraciones (Barcelona, Labor, 1975, pp. 151-168).]
Mi paseo favorito, cuando me hallaba de estudiante en Sevilla, era el Alcázar, antigua residencia
de los reyes moros y cristianos que fijaron su corte en aquella capital. Los árabes empezaron a
edificar este palacio, a poco trecho de la principal mezquita, convertida después de catedral. Pedro
el Cruel lo reedificó en más vastas dimensiones, por los años de 1360. El tirano de Castilla quiso
que aquel edificio sirviese al mismo tiempo de palacio y de fortaleza, y para esto alzó, en la parte
que mira a la ciudad, una muralla, que, aunque oculta en el día por las casas labradas en los tiempos
siguientes, hace ver cuánto tiene que temer aquel a quien todos temen.
Las puertas de este circuito indican los límites de la antigua Sevilla, sin que se crea que me sirvo
de este epíteto en el sentido de los anticuarios. Poco o nada me importan las fechas históricas, antes
bien, por los malos ratos que me han dado durante el curso de la vida, procuro borrarlas cuanto
antes de mi memoria. Ni siquiera he tomado en las manos un solo libro de los que contienen la
historia de mi ciudad nativa. ¿Qué más libros que el Alcázar? Para mí era aquél un sitio de encanto.
Los cantos tradicionales que tantas veces había oído en los dulces labios que me enseñaron el habla
de Castilla habían producido este efecto en mi imaginación. Dábaseme un bledo de sus actuales
habitantes, ni veía otros en el Alcázar que las sombras de los moros y españoles que habían residido
allí en las eras del amor y de la caballería.
Y por cierto compadezco al andaluz joven que, al entrar un día de verano por la puerta de los
Monteros y al mirar las filigranas arabescas del palacio, al pasar por los salones del jardín, y de allí
a las caballerizas reales, por fin al guarecerse de los rayos del sol, ardiente pero vivificante, en el
laberinto de calles moriscas que están detrás del Alcázar, puede oír con indiferencia aquellas
sabrosas narraciones que el lenguaje del hombre no puede trasladar de las creaciones de la fantasía,
aquellas pláticas dulces que mecieron mi niñez y que jamás borrará de mi memoria el tiempo.
Bajando estoy el valle de la vida, y todavía se fijan mis pensamientos en aquellas calles estrechas,
sombrías y silenciosas, donde respiraba el aire perfumado que venía como revoloteando de las
vecinas espesuras, donde los pasos retumbaban en los limpios portales de las casas, donde todo
respiraba contentamiento y bienandanza, modesto bienestar ensanchado por la alegría y por la
mesura de los deseos, honrada mediocridad que no se atraía el respeto por la opulencia ni por el
poder, sino por el pundonor heredado. Ya empiezan a desvanecerse, como meras ilusiones, los
objetos que me rodean, y no sólo los recuerdos, sino las sensaciones externas que recibí en aquella
época bienhadada se despiertan como realidades en mi fantasía. ¿Qué es lo que queda de las cosas
humanas sino estos vestigios mentales, estas impresiones penosas y profundas que, como heridas
mal cerradas en el corazón del desterrado, echan sangre cada vez que se las examina?
222
La entrada a los jardines del Alcázar es un corredor largo, bajo y estrecho, cuya oscuridad realza
el efecto de la luz y del espacio, que se ofrecen de golpe al espectador cuando pasa la puerta de
hierro del primer terrado. Para un inglés lo único que puede tener de agradable este espectáculo es
la novedad. Todo lo que se presenta a la vista, hasta las plantas y las flores, tiene un aspecto
artificial y afectado. Las tijeras del jardinero conservan en perpetua simetría las altas paredes de
arrayán, que sirven de vallados a los cuadros de flores, divididos en compasadas secciones. Los
grupos de alhucema, boje y tomillo forman grotescos dibujos de animales, divisas y escudos de
armas. El suelo de las calles es de ladrillo; una reja de hierro separa cada una de las divisiones,
señaladas con los nombres de la Reina, el Príncipe, la Alcoba, el Laberinto y el jardín de las Damas.
En el centro de este último se ven dos filas de bailarines formados de arrayán, excepto las cabezas y
las manos, que son de madera pintada; lo demás del cuerpo y el traje son de planta viva. En una de
las extremidades se ve una banda de músicos, de la misma planta, con harpas, pífanos y panderetas,
y dos salvajes colosales, con enormes clavas en las manos, nacidos de las mismas raíces y
alimentados por la misma sustancia, están a la entrada a guisa de centinelas.
No faltan viajeros remilgados y descontentadizos que miran estos objetos con afectado desdén;
los andaluces, empero, adoctrinados por el clima y por las cualidades de la tierra que habitan, no
buscan delicias rurales en el recinto de una ciudad, ni bosques majestuosos en llanuras tostadas, ni
césped aterciopelado debajo de una atmósfera ardiente, que no dejaría trazas de verdor si no fuera
por la tenacidad de algunas plantas y por los arroyos artificiales que las riegan; lo que anhelan es la
frescura de la sombra, la fragancia de las auras, los murmullos de las fuentes, el hálito de los
naranjos, que casi trastorna los sentidos, la espesa, aunque invisible, nube de esencias que las rosas
exhalan, los suspiros del vendaval y los muy más suaves flauteos del ruiseñor. Estos placeres son
harto diferentes de los que se gozan en la fría y vasta soledad de un parque, pero ¡oh, cuánto realce
les da la misteriosa estrechez de un jardín morisco!
Anegado en estas sensaciones, solía yo pasar horas enteras en cierto rincón favorito, de donde
podía oír a mis anchas el copioso raudal que de la boca de un león, con plácido susurro, se deslizaba
a una dilatada alberca, y no hubiera cambiado los altos muros, incrustados de rústicos arabescos en
su parte superior y forrados en la inferior de espesas varas de naranjos y limoneros, por el más
grandioso de los parques que después he visto y he aprendido a admirar en Inglaterra. En aquel
bienhadado asilo, casi solo, porque, si no es dos o tres días en el año, pocos son los concurrentes a
los jardines del Alcázar, oyendo el ruido de las tijeras de los jardineros, que, cortando las fibras del
boje y del arrayán, las forzaba a exhalar por doquiera sus esencias perfumadas, mi imaginación se
gozaba en su propio recogimiento, como el ave criada en una pajarera, que nada desea de lo que
está más allá de sus alambres. Y en verdad que en aquellos países sólo puede saborearse la libertad
entre los altos muros y los fuertes cerrojos; sólo por estos medios puede el hombre ponerse al abrigo
de los tiranuelos que dominan la Iglesia y el Estado. Así lo conocieron los reyes que edificaron y
aumentaron el Alcázar y que procuraron rodearse de guardias y de muros para alejarse más y más
de las miradas curiosas del público. Yo, que no disfrutaba otros placeres que los que me
suministraba mi imaginación, no pasaba jamás debajo de las amenazantes clavas de los gigantes sin
deleitarme en pensar que suspendían el golpe en mi favor y que estaban prontos a descargarlo sobre
el primero que osase profanar la escena de mis sabrosas ilusiones.
Sin embargo, de cuando en cuando, venían algunas gentes del campo a ver los jardines del
Alcázar, que forman una de las más interesantes curiosidades de Sevilla, y, aunque en efecto su
presencia me molestaba, por otro lado me divertía sobremanera el juego de las fuentes, que en estas
223
ocasiones hacen lucir los jardineros, cuando se les da una propina. Porque es menester que sepa el
lector que los paseos enladrillados y los muros cubiertos de incrustaciones rústicas, de conchas y de
corales, ocultan un sin número de conductos, que están en comunicación con un depósito de agua
colocado a mayor altura. Así que, sólo con dar vuelta a una llave, se ve salir una infinidad de
chorrillos de agua, que suben a la altura de ocho o diez pies y cuya proyección conserva la línea del
artimaño o figura que los arroja. Los que salen del suelo forman una especie de bóveda, debajo de la
cual puede uno pasearse libremente sin recibir más que algunas gotas. Antes había órganos
hidráulicos, que sonaban cuando se daba curso al agua, mas de esto lo único que queda en el día es
un trompetero, cuyo sonido es muy suave y que parece salir de debajo de tierra. La singularidad de
estos amaños y la frescura que esparce a la redonda esta lluvia artificial están en perfecta armonía
con el carácter peculiar de la escena. Yo, por mi parte, jamás gocé de semejante espectáculo sin que
mis pensamientos se vigorizasen, y sin que recibiese nuevos deleites mi fantasía.
En una de estas ocasiones trabé conocimiento con un excelente hombre, verdadero modelo de los
caballeros de Sevilla, en época en que empezaban a afinarse los modales de los españoles y poco
antes de que se generalizase la franqueza moderna, tan opuesta a la cortés gravedad y pausada
urbanidad de nuestros antepasados. Llamábase don Antonio Montesdeoca, y era hombre de aquellos
que sólo usaban el fraque a la francesa en los días de ceremonia o para asistir a alguna fiesta de
Iglesia. Su traje ordinario era la pomposa capa española, de seda oscura en verano y de paño del
mismo color en invierno. Cubría su cabeza una redecilla de seda negra, con una cálifa de colgajos
en su extremidad, a manera de la que sirve de adorno a las pandorgas que remontan los muchachos.
El sombrero de castor blanco tendría sus diez pulgadas de ala circular, sin que excediesen de tres o
cuatro las de la altura de la copa. Era alto, delgado, derecho, y llevaba siempre sobre el pecho el
brazo izquierdo, como si sostuviese la toledana, sin la cual ningún gentilhombre salía por las tardes
hace sesenta años. Nos conocíamos de nombre, pero no más, así que cuando me encontraba con él,
en las calles del Alcázar, lo saludaba quitándome el sombrero, según la usanza de la antigua
cortesanía española, que mis padres me habían enseñado. No tardamos en trabar conversación. D.
Antonio me dijo que conocía a mi familia, y me preguntó la causa de mis frecuentes visitas al
jardín, no quedando poco sorprendido al ver la semejanza de nuestras aficiones, en tan diferentes
edades. Desde esta primera conversación, muchas veces platicábamos a la sombra del mismo árbol.
Tenía buen caudal de noticias acerca del Alcázar y de las otras antigüedades de Sevilla. Yo
escuchaba con el más vivo interés cuanto me decía acerca de los tiempos pasados, y, recordando lo
que más profunda impresión dejó en mi memoria, voy a anotarlo aquí para satisfacción de mis
lectores.
Había en los jardines un sitio que desde mi niñez me inspiraba cierta curiosidad con sus
vislumbres de pavor. Es una sala subterránea, lóbrega y profunda, sostenida por filas de columnas
dobles, débilmente iluminada por unas lucanas abiertas en el techo y cerrada por fuertes puertas de
hierro como si su destino hubiera sido el servir de calabozo. En medio se ve una fuente de mármol,
seca en la actualidad, pero que tuvo agua en su tiempo, como lo denotan los conductos que todavía
se descubren en su parte superior. La tradición de su primer destino se conserva en el nombre de los
Baños de Doña María Padilla. Fue esta señora, si hemos de creer a la voz común, querida de Pedro
el Cruel desde su más temprana juventud hasta su muerte, y blanco de los tiros del partido que
colocó en el trono al bastardo Enrique de Trastámara, que mató con sus propias manos al rey su
hermano, después de la batalla de Montiel. Tal era, sin embargo, la belleza de María, tal la bondad
de su corazón y tales las prendas de su alma, que aun las crónicas escritas durante el reinado del
usurpador hablan de ella con respeto, a pesar de los desatinos conservados en las tradiciones
populares de Sevilla, hijos de la malicia y de la calumnia. Una vez que entré en los baños, gracias a
224
la protección de mi amigo don Antonio, preguntóme éste si había oído muchas historias acerca de
María Padilla.
-Muchas -le respondí-, porque ésta es la comidilla de los muchachos de Sevilla, y, entre otras, no
pocas veces he oído hablar del coche de fuego en que aquella señora suele dar sus paseos nocturnos
por las calles de la ciudad y del descaro con que se ofrecía a las miradas del público en estos
mismos baños.
- ¡Qué absurdo y qué maldad! -me respondió don Antonio- Insoportable me es la calumnia, aun
cuando se dirija a personas que han desaparecido siglos ha del teatro del mundo. María Padilla, si
he de decir verdad, es uno de mis personajes históricos favoritos. El amor desinteresado que
profesaba a Pedro le hizo llevar con paciencia la nota de concubina, siendo, como lo era, la
verdadera y legítima reina de Castilla. Poco después de su muerte, se presentaron a las Cortes de
Sevilla las pruebas más indudables de este casamiento, y nadie negaría hoy este hecho, si su
autenticidad no hubiera puesto tan grave obstáculo a la usurpación de Enrique. En galardón de sus
virtudes y padecimientos, la Providencia le ahorró el pesar de presenciar los últimos años del
reinado de Pedro y la humillación de postrarse a los pies del asesino de su marido, por más que los
romances digan lo contrario. Pedro casi tuvo la suerte que merecía, y, con todo eso, no faltan
motivos que excusan en cierto modo su tiranía. Era niño cuando ocupó el trono, y desde el principio
alzáronse y lidiaron entre sí dos facciones que querían hacerlo víctima de su ambición. Su infame y
perversa madre exasperó su índole, de suyo violenta, y la convirtió en descubierta ferocidad. La
turba de bastardos de Pedro no estaban lejos de merecer la muerte que les dio el frenético tirano, y,
con todo, María, a quien ellos aborrecían, hizo cuanto pudo por salvarlos. Grande debió de ser el
poder de sus gracias, pues que enfrenaron durante toda su vida a un hombre de tan desbocadas
pasiones. Mas Pedro, que, en la fiebre de la juventud y seducido por los protervos rivales de María,
trató muchas veces de romper los lazos que a ella lo ligaban, volvía de nuevo a ella, declarando que
era la más amable de las mujeres. ¿Veis aquella hermosa galería, sostenida en grupos de pequeñas
columnas, que pasa sobre los muros de la ciudad, al fin de estos jardines?
-Sí -respondí yo-; por ella comunica el Alcázar con la Torre del Oro, que está a orillas del río.
-En aquella torre -continuó mi amigo- estuvo algún tiempo una de las rivales que suscitaron a
María sus enemigos. Llamábase Aldonza Coronel, hermana de la célebre María Coronel, fundadora
del convento de Santa Clara, la misma que, por evitar los peligros que amenazaban su virtud,
desfiguró su hermosura del modo más horroroso. Su cuerpo se conserva en una urna de cristales, en
el sillón principal del coro del convento. Pues bien, Aldonza, más frágil que su hermana, vino a la
corte a echarse a los pies del rey y a implorar el perdón de su marido, Alvar Pérez de Guzmán, que
había sido declarado traidor. El rey quedó prendado de su hermosura, y los enemigos de María
fomentaron aquella inclinación, que tan funesta fue a la que la había inspirado. María yacía
abandonada en el Alcázar, mientras la infiel esposa de Alvar Pérez atraía toda la corte a la Torre del
Oro. El triunfo de Aldonza fue pasajero. La resignación de María volvió a encender el afecto del
rey, y Aldonza tuvo que ir a sepultar su ignominia en el convento que su hermana había fundado
para poner la virtud de las mujeres al abrigo de la corrupción de los tiempos.
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También se han atribuido al influjo directo de María el mal trato y la muerte de Blanca de
Borbón, que era, en la opinión pública, reina legítima de Castilla. No hay duda que contribuyó en
gran parte a aquella bárbara acción el invencible apego del monarca a sus primeros amores: pero la
causa principal de los infortunios de Blanca fue la conducta de la reina madre, que, bajo el pretexto
de defenderla, daba rienda suelta a su ambición. El amor que María profesaba a Pedro era
acendradísimo. A tal punto había llegado este afecto que, durante una de las épocas en que Pedro se
mostró frío e inconstante, María consiguió una bula de Roma para fundar un monasterio, de que el
Papa la nombró abadesa. Poseía, sin embargo, ciudades y estados, a que hubiera podido retirarse
para vivir en fastuosa independencia. Pero volvamos a los baños, que da lástima verlos tan
degradados y perdidos. En los tiempos de mi juventud aún conservaban la forma que les había dado
el arquitecto árabe, porque esta pieza era la única que se mantenía intacta como la habían dejado los
moros. Lo que es ahora una tenebrosa mazmorra era entonces un naranjal, de las mismas
dimensiones que el patio que se ha construido encima. Las ramas de los árboles subían hasta el
nivel del palacio. Estas filas de columnas sostenían dos corredores, que se cruzaban en ángulos
rectos, que daban entrada al gran salón y formaban un agradabilísimo paseo que dominaba los
cuadros del jardín. No puede haber mayor delicia en un clima caliente que la que se goza en un
espacioso baño, sombreado por árboles frondosos, perfumado por fragantes flores, abierto a la luz y
al aire, y excavado, por decirlo así, como una gruta en medio de un palacio.
Pregunté una vez a don Antonio cuál era su opinión acerca del carácter de Pedro el Cruel.
-Escritores ha habido en estos tiempos -respondió- que han pintado aquel monarca como un
hombre severo en demasía, mas no lo bastante para merecer el título que le ha dado la historia. Ya
os he contado pruebas de su ferocidad, y añadiré que en los últimos años de su reinado fue traidor y
pérfido para con sus amigos, y monstruo sediento de sangre para con sus contrarios. Aún en sus
mejores días solía dar rienda suelta a implacables odios, aunque entonces su carácter parecía ser una
mezcla de ingenuidad y amor a la justicia. Ya habéis visto en una de las calles de esta ciudad el
busto de Pedro el Cruel, que indica el sitio en que monarca hizo una muerte, en un encuentro casual
que tuvo una noche en que iba paseándose solo y disfrazado. Según cuenta la tradición, jamás se
hubiera tenido noticia del autor del delito si no hubiera sido por una vieja que, al oír el ruido de las
espadas, se asomó, con un candil en la mano a la ventana. Regirse inmediatamente, asustada, sin ver
el rostro al hombre que había muerto a su adversario. Examinada al día siguiente por los jueces,
declaró que el homicida no podía ser otro que el rey, a quien había descubierto por el bien conocido
crujido de sus rodillas. Pedro oyó la acusación sin turbarse y sin contradecir ni ultrajar a la vieja. No
pudiendo, sin embargo, remover las sospechas que había excitado aquel suceso, mandó que se
colocase su busto en la calle en que había ocurrido, a la manera que se ponen las cabezas de los
malhechores en la escena de sus crímenes. Todavía se da el nombre del Candilejo a la calle que da
enfrente del busto del rey, en memoria de la que sacó la vieja cuando oyó el rumor de la pendencia.
Cuál era el estado de la moral pública en aquellos tiempos y cuánta la ineficacia de las leyes
contra los poderosos, se puede inferir de otra historia que nos han conservado los cronistas de
Sevilla. A los principios del reinado de Pedro había en la catedral un prebendado que quería seducir
a una hermosa mujer, casada con un menestral. Las frecuentes visitas del amante despertaron los
celos del marido, el cual le intimó que no pusiese los pies en su casa. El clérigo, creyéndose
insultado, montó en cólera y despachó al marido al otro mundo. Enseguida tomó sagrado en la
catedral, y de allí a poco fue puesto en libertad por el arzobispo, que se contentó con imponerle una
pena ligera. Un hijo del muerto, que, aunque joven y pobre, tenía sentimientos elevados, se presentó
226
ante el rey, en el sitio en que éste solía dar audiencia a sus vasallos, que era un espacio abierto,
rodeado de bancos de piedra y situado en la inmediación de una de las puertas de palacio. Esta
especie de terrado se conservaba todavía a mediados del siglo XVII. El huérfano se quejó
amargamente del arzobispo que había dejado sin castigo al asesino de su padre. Pedro lo oyó con
gran atención, lo llamó aparte y le preguntó si se sentía con valor para vengar su ofensa, a lo que el
joven respondió que aquello era lo que con más vehemencia deseaba. «Pues bien, díjole el rey,
hazlo así, y ven enseguida a implorar mi protección». El mancebo no se lo dejó decir dos veces,
sino que en la primera ocasión hizo con el prebendado lo que éste había hecho con su padre.
Acogióse a palacio, fue entregado a la justicia y se señaló día para hacerle la causa. Pedro oyó en el
tribunal al abogado del arzobispo contra el preso, y preguntó cuál había sido la sentencia impuesta
por la Curia al prebendado. 'La suspensión a divinis, respondió el letrado, por el término de un año'.
'¿Qué oficio tienes?', preguntó el monarca entonces al reo. 'Zapatero', repuso éste. 'Vistos los autos,
continuó el rey, fallamos que el reo estará privado de hacer zapatos por el término de un año'».
Otro día quise saber la opinión de don Antonio acerca de una gran serpiente que en cierta
ocasión había acometido a Pedro el Cruel.
-No estáis en el cuento -me respondió mi amigo-. Lo de la serpiente es una hechicería que
algunos escritores del siglo XIV achacan a María Padilla. Dicen, pues, que el regalo de boda que
Blanca de Borbón hizo a Pedro fue un hermoso tahalí que agradó sobremanera el rey. María, según
aquellos escritores, temerosa de perder el cariño de Pedro, puso el tahalí en manos de un judío,
famoso nigromante, y, después que éste lo hubo hechizado, lo volvió a poner entre las demás
alhajas. Al día siguiente, Pedro recibió en su corte a los grandes que venían a darle la enhorabuena
por su matrimonio, y, de repente, en lugar del hermoso tahalí, con que se adornó en esta ocasión, se
vio una espantosa serpiente, que, con el don de la reina, desapareció en un momento de la vista de
los circunstantes. Añaden que, desde aquel suceso, Pedro no pudo sufrir el aspecto de Blanca.
-Lástima es -dije yo- que no se forme una colección de los cuentos de hechicería que se
conservan por la tradición en estos países.
-Cierto es -respondió don Antonio-, y también lo es que esta parte de la ciudad podría
suministrar abundantes datos a esa obra. Después de la conquista de Sevilla, se destinaron para
habitación de los moros que quisieron quedarse todas las calles que están al sudeste del Alcázar.
Otro barrio, como sabéis, ha conservado el nombre de Judería. Los moros y los judíos eran mucho
más instruidos que los españoles, ocupados entonces únicamente en la guerra, y esta superioridad
los expuso muchas veces a las sospechas de sus ignorantes vecinos. Los únicos médicos que había a
la sazón en España eran, según creo, judíos y moros, y, como la medicina se da la mano con la
química, las redomas, los alambiques y los hornillos de un laboratorio no podían menos de
confirmar las preocupaciones de los españoles acerca del poder sobrenatural de la magia.
Contribuían a mantener estos errores algunos impostores, que, viéndose ya sospechados, procuraban
sacar partido de la credulidad y del miedo del vulgo. Acuérdome que en una de las comedias de
Lope de Rueda sale un morisco, a quien todos consultan como el mágico titular del pueblo.
Después, cuando los descendientes de los moriscos españoles fueron expulsados de la Península de
un modo tan cruel e impolítico, prevaleció la idea de que habían dejado muchos tesoros ocultos y de
que los guardaban por medios sobrenaturales. Eran entonces tan comunes como en algunas partes
de Alemania los cuentos de tesoros encantados. Justamente tenemos enfrente una casa que, en mis
227
mocedades, estuvo mucho tiempo desierta, porque, según decían, se aparecía todas las noches en
ella el alma en pena de una mora, condenada a guardar un tesoro.
-Sé cuál es la casa -dije yo entonces-, pero el nombre que tiene de Casa del Duende me da a
entender que la historia de que se trata pertenece a la parte ridícula del mundo de los espectros.
-Nada de eso -respondió mi amigo-. La historia, falsa o verdadera, es trágica e interesante. Voy a
contárosla.
Entre las desventuradas familias de moriscos españoles que se vieron forzados a salir de España
por los años de 1610, se contaba la de un rico labrador, dueño de esa misma casa de que hemos
hablado. Como el objeto principal del gobierno en la expulsión de los moriscos fue evitar que se
llevasen consigo sus riquezas, muchos de ellos las enterraron, esperando en mejores tiempos el
permiso de volver de África a sus antiguos hogares. Mulei Hasem había mandado construir una
bóveda debajo del ancho zaguán de su casa. Tomó sus precauciones para que nada echasen de ver
sus vecinos; depositó en la bóveda una gran cantidad de perlas y oro, y hizo conjurar el sitio por
otro morisco, diestro en el arte diabólica.
La envidia de los españoles y las graves penas fulminadas contra los expulsos que volviesen a la
península, estorbaron a Mulei Hasem todas las ocasiones de recobrar su tesoro. Murió, confiando
aquel importante secreto a su hija única, que, nacida y criada en Sevilla, estaba perfectamente
enterada del sitio en que habían quedado las riquezas. Casóse Fátima, y quedó viuda, con una hija, a
quien enseñó la lengua española, a fin de que en lo sucesivo pasase por natural de aquel país.
Aguijoneada por la pobreza, aumentóse su deseo de recuperar la opulencia de su padre, y, sin poder
refrenar su anhelo, se embarcó con su hija Zuleima en un corsario, y desembarcó, a escondidas de
los habitantes, en una cala de las inmediaciones de Huelva. Vistiéronse madre e hija al uso del país,
tomaron nombres cristianos y se dirigieron a Sevilla, pretextando, para mayor disimulo, el
cumplimiento de un voto en un famoso santuario, dedicado a la Virgen, que se halla cerca de
Moguer. No es del caso entrar en los pormenores de las diligencias y artificios de que se valieron
Fátima y Zuleima, para ingerirse en la casa en que estaban cifradas todas sus esperanzas. Baste
decir que se acomodaron en ella de criadas y que se granjearon el afecto de los amos, a lo que
contribuyeron en gran manera las gracias de Zuleima, que a la sazón tenía 14 años, y que no
necesitaba de otros medios para cautivar el cariño de cuantos la tratasen que su lindeza y atractivo.
Cuando Fátima creyó que había llegado el tiempo de dar cumplimiento a sus planes, preparó a su
hija con las instrucciones necesarias para apoderarse del tesoro, de que no había cesado de hablarle
desde su niñez. Llegó el invierno; la gente de la casa se mudó al piso principal, según se acostumbra
en Sevilla, y Fátima pidió el permiso de habitar los cuartos bajos en compañía de su hija. A
mediados de diciembre, cuando las lluvias continuas anunciaban una próxima crecida del
Guadalquivir y no había alma viviente que pusiese los pies en la calle después de oraciones, Fátima
hizo los preparativos que debían ayudarla en la empresa que había meditado. Hízose de una cuerda
y de un canasto, y, cerca de las doce de la noche señalada para llevar adelante la hechicería, se
dirigió a tientas hacia el zaguán, llevando por la mano a Zuleima, que temblaba como la hoja en el
árbol. Dan las doce en el reloj de la catedral, cuyo sonido, en las calladas horas de la noche,
retumbaba en todos los ámbitos de la ciudad. Dos minutos después se oyeron los melancólicos
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golpeos de la plegaría, y, cuando éstos cesaron, quedó todo en el más profundo silencio, que, de
cuando en cuando, interrumpían los aguaceros y las ráfagas. Fátima, desasiéndose de las frías
manos de Zuleima, hirió un pedernal, encendió un cabo de vela verde, de una pulgada de largo, y lo
colocó en una linterna. Apenas dieron los primeros rayos de luz en el pavimento, cuando se abrió
éste, cerca de donde estaban la madre y la hija. «Zuleima, única prenda de mi vida, dijo Fátima, si
tuvieras bastante fuerza para sostenerme, no te daría yo el trabajo de entrar en la bóveda. Pero no
temas. Nada hay en ella sino oro y alhajas. Aunque hay una escalera por la que puedes bajar hasta el
fondo, es demasiado perpendicular, y será más conveniente que yo te sostenga con la cuerda».
«Madre mía, respondió temblando la muchacha, la sangre se me hiela en las venas al ver esa
espantosa bóveda; mas no importa; os he dado palabra de ayudaros y la cumpliré. Atadme bien el
puño. Cuidado, que vais a sostener todo el peso de mi cuerpo. ¡Piadoso Alá! ¡Mis pies resbalan!
¡Madre mía! ¡Madre mía! ¡No me dejéis a oscuras!»
Al descolgarse en la bóveda, cuya altura era como la del cuerpo de Zuleima, sus pies resbalaron,
en efecto, en una de las piedras que sobresalían en el muro, y el ruido de las monedas que se
deslizaron al golpe reanimó las desfallecientes esperanzas de la madre. «Aquí está la canasta, le
dice, llénala de oro; busca las alhajas. No moveré la linterna. Bien, hija mía; otra canasta y no más.
No quiero exponerte más tiempo. Todavía hay vela para cinco minutos. Pero... ¡Dios mío!, el pabilo
está nadando en cera derretida. La cuerda... ¿dónde está?... La cuerda... busca la escalera... hacia
este lado».
Oyóse un quejido lastimero. Lanzábalo la cuitada Zuleima, sepultada ya en montones de oro.
Volvió a quedar todo en tinieblas. La infeliz madre buscaba a tientas la boca de la bóveda, pero en
vano. Había cesado el encanto, y el suelo había vuelto a su estado primitivo. Hiérelo repetidas veces
con el pie, y más crece su angustia, cuando un eco pavoroso retumba en la concavidad cerrada para
siempre. Golpea con fuerza sobre los guijarros del piso, hasta que sus manos se entumecen.
Arrójase casi exánime al suelo y, cuando recobra por algunos momentos el sentido, oye en lo
profundo la voz plañidera de su hija: ¡Madre, mía, madre mía, no me dejéis a oscuras! Fátima
permanece por un instante inmóvil. De pronto, abandonada a un frenético despecho, deja caer
violentamente la cabeza sobre las piedras, y allí la encontraron al siguiente día, yerta e inanimada.
Dicen que Fátima se aparece, cierta noche del mes de diciembre, a los que incautamente y sin
saber su historia pasan por el zaguán del encanto. Dos grandes figuras negras la obligan, a pesar de
todos sus esfuerzos, a sentarse sobre la bóveda, con una canasta llena de oro a los pies. Ella procura
desasirse de sus robustos brazos, para taparse los oídos, a fin de no oír las voces que suenan sin
cesar por espacio de una hora: ¡Madre mía, madre mía, no me dejéis a oscuras!
229
José de Espronceda
El estudiante de Salamanca
Parte primera
Sus fueros, sus bríos, sus premáticas, su voluntad.
Quijote.- Parte primera.
Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
temerosas voces suenan
informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas,
y pavorosas fantasmas
entre las densas tinieblas
vagan, y aúllan los perros
amedrentados al verlas:
En que tal vez la campana
de alguna arruinada iglesia
da misteriosos sonidos
de maldición y anatema,
que los sábados convoca
a las brujas a su fiesta.
El cielo estaba sombrío,
no vislumbraba una estrella,
silbaba lúgubre el viento,
y allá en el aire, cual negras
fantasmas, se dibujaban
las torres de las iglesias,
y del gótico castillo
las altísimas almenas,
donde canta o reza acaso
temeroso el centinela.
Todo en fin a media noche
reposaba, y tumba era
de sus dormidos vivientes
la antigua ciudad que riega
el Tormes, fecundo río,
nombrado de los poetas,
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5
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20
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30
35
la famosa Salamanca,
insigne en armas y letras,
patria de ilustres varones,
noble archivo de las ciencias.
Súbito rumor de espadas
cruje y un ¡ay! se escuchó;
un ay moribundo, un ay
que penetra el corazón,
que hasta los tuétanos hiela
y da al que lo oyó temblor.
Un ¡ay! de alguno que al mundo
pronuncia el último adiós.
El ruido
cesó, 50
un hombre
pasó
embozado,
y el sombrero
recatado
a los ojos
se caló.
Se desliza
y atraviesa
junto al muro
de una iglesia
y en la sombra
se perdió.
Una calle estrecha y alta,
la calle del Ataúd
cual si de negro crespón
lóbrego eterno capuz
la vistiera, siempre oscura
y de noche sin más luz
que la lámpara que alumbra
una imagen de Jesús,
atraviesa el embozado
la espada en la mano aún,
que lanzó vivo reflejo
al pasar frente a la cruz.
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Cual suele la luna tras lóbrega nube
con franjas de plata bordarla en redor,
y luego si el viento la agita, la sube
disuelta a los aires en blanco vapor:
Así vaga sombra de luz y de nieblas,
mística y aérea dudosa visión,
ya brilla, o la esconden las densas tinieblas
231
80
cual dulce esperanza, cual vana ilusión.
La calle sombría, la noche ya entrada,
la lámpara triste ya pronta a expirar,
que a veces alumbra la imagen sagrada
y a veces se esconde la sombra a aumentar.
El vago fantasma que acaso aparece,
y acaso se acerca con rápido pie,
y acaso en las sombras tal vez desparece,
cual ánima en pena del hombre que fue,
al más temerario corazón de acero
recelo inspirara, pusiera pavor;
al más maldiciente feroz bandolero
el rezo a los labios trajera el temor.
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Mas no al embozado, que aún sangre su espada
destila, el fantasma terror infundió,
y, el arma en la mano con fuerza empuñada,
osado a su encuentro despacio avanzó.
Segundo don Juan Tenorio,
alma fiera e insolente,
irreligioso y valiente,
altanero y reñidor:
Siempre el insulto en los ojos,
en los labios la ironía,
nada teme y toda fía
de su espada y su valor.
Corazón gastado, mofa
de la mujer que corteja,
y, hoy despreciándola, deja
la que ayer se le rindió.
Ni el porvenir temió nunca,
ni recuerda en lo pasado
la mujer que ha abandonado,
ni el dinero que perdió.
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Ni vio el fantasma entre sueños
del que mató en desafío,
ni turbó jamás su brío
recelosa previsión.
Siempre en lances y en amores,
siempre en báquicas orgías,
mezcla en palabras impías
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un chiste y una maldición.
En Salamanca famoso
por su vida y buen talante,
al atrevido estudiante
le señalan entre mil;
fuero le da su osadía,
le disculpa su riqueza,
su generosa nobleza,
su hermosura varonil.
Que en su arrogancia y sus vicios,
caballeresca apostura,
agilidad y bravura
ninguno alcanza a igualar:
Que hasta en sus crímenes mismos,
en su impiedad y altiveza,
pone un sello de grandeza
don Félix de Montemar.
Bella y más segura que el azul del cielo
con dulces ojos lánguidos y hermosos,
donde acaso el amor brilló entre el velo
del pudor que los cubre candorosos;
tímida estrella que refleja al suelo
rayos de luz brillantes y dudosos,
ángel puro de amor que amor inspira,
fue la inocente y desdichada Elvira.
Elvira, amor del estudiante un día,
tierna y feliz y de su amante ufana,
cuando al placer su corazón se abría,
como el rayo del sol rosa temprana;
del fingido amador que la mentía,
la miel falaz que de sus labios mana
bebe en su ardiente sed, el pecho ajeno
de que oculto en la miel hierve el veneno.
Que no descansa de su madre en brazos
más descuidado el candoroso infante,
que ella en los falsos lisonjeros lazos
que teje astuto el seductor amante:
Dulces caricias, lánguidos abrazos,
placeres ¡ay! que duran un instante,
que habrán de ser eternos imagina
la triste Elvira en su ilusión divina.
Que el alma virgen que halagó un encanto
con nacarado sueño en su pureza,
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todo lo juzga verdadero y santo,
presta a todo virtud, presta belleza.
Del cielo azul al tachonado manto,
del sol radiante a la inmortal riqueza,
al aire, al campo, a las fragantes flores,
ella añade esplendor, vida y colores.
Cifró en don Félix la infeliz doncella
toda su dicha, de su amor perdida;
fueron sus ojos a los ojos de ella
astros de gloria, manantial de vida.
Cuando sus labios con sus labios sella
cuando su voz escucha embebida,
embriagada del dios que la enamora,
dulce le mira, extática le adora.
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175
Parte segunda
...Except the hollow sea's.
Mourns o'er the beauty of the Cyclades.
Byron.- Don Juan, canto 4. LXXII.
Está la noche serena
de luceros coronada,
terso el azul de los cielos
como transparente gasa.
Melancólica la luna
va trasmontando la espalda
del otero: su alba frente
tímida apenas levanta,
y el horizonte ilumina,
pura virgen solitaria,
y en su blanca luz süave
el cielo y la tierra baña.
Deslízase el arroyuelo,
fúlgida cinta de plata
al resplandor de la luna,
entre franjas de esmeraldas.
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Argentadas chispas brillan
entre las espesas ramas,
y en el seno de las flores
tal vez se aduermen las auras.
Tal vez despiertas susurran,
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y al desplegarse sus alas,
mecen el blanco azahar,
mueven la aromosa acacia,
y agitan ramas y flores
y en perfumes se embalsaman:
Tal era pura esta noche,
como aquella en que sus alas
los ángeles desplegaron
sobre la primera llama
que amor encendió en el mundo,
del Edén en la morada.
¡Una mujer! ¿Es acaso
blanca silfa solitaria,
que entre el rayo de la luna
tal vez misteriosa vaga?
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Blanco es su vestido, ondea
suelto el cabello a la espalda.
Hoja tras hoja las flores
que lleva en su mano, arranca.
Es su paso incierto y tardo,
inquietas son sus miradas,
mágico ensueño parece
que halaga engañoso el alma.
Ora, vedla, mira al cielo,
ora suspira, y se para:
Una lágrima sus ojos
brotan acaso y abrasa
su mejilla; es una ola
del mar que en fiera borrasca
el viento de las pasiones
ha alborotado en su alma.
Tal vez se sienta, tal vez
azorada se levanta;
el jardín recorre ansiosa,
tal vez a escuchar se para.
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Es el susurro del viento
es el murmullo del agua,
no es su voz, no es el sonido
melancólico del arpa.
Son ilusiones que fueron:
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240
Recuerdos ¡ay! que te engañan,
sombras del bien que pasó...
Ya te olvidó el que tú amas.
Esa noche y esa luna
las mismas son que miraran
indiferentes tu dicha,
cual ora ven tu desgracia.
¡Ah! llora sí, ¡pobre Elvira!
¡Triste amante abandonada!
Esas hojas de esas flores
que distraída tú arrancas,
¿sabes adónde, infeliz,
el viento las arrebata?
Donde fueron tus amores,
tu ilusión y tu esperanza;
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deshojadas y marchitas,
¡pobres flores de tu alma!
Blanca nube de la aurora,
teñida de ópalo y grana,
naciente luz te colora,
refulgente precursora
de la cándida mañana.
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Mas ¡ay! que se disipó
tu pureza virginal,
tu encanto el aire llevó
cual la aventura ideal
que el amor te prometió.
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Hojas del árbol caídas
juguetes del viento son:
Las ilusiones perdidas
¡ay! son hojas desprendidas
del árbol del corazón.
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¡El corazón sin amor!
Triste páramo cubierto
con la lava del dolor,
oscuro inmenso desierto
donde no nace una flor!
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Distante un bosque sombrío,
el sol cayendo en la mar,
en la playa un aduar,
y a los lejos un navío
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viento en popa navegar;
óptico vidrio presenta
en fantástica ilusión,
y al ojo encantado ostenta
gratas visiones, que aumenta
rica la imaginación.
285
Tú eres, mujer, un fanal
transparente de hermosura:
¡Ay de ti! si por tu mal
rompe el hombre en su locura
tu misterioso cristal.
290
Mas ¡ay! dichosa tú, Elvira,
en tu misma desventura,
que aun deleites te procura,
cuando tu pecho suspira,
tu misteriosa locura:
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Que es la razón un tormento,
y vale más delirar
sin juicio, que el sentimiento
cuerdamente analizar,
fijo en él el pensamiento.
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Vedla, allí va que sueña en su locura,
presente el bien que para siempre huyó.
Dulces palabras con amor murmura:
Piensa que escucha al pérfido que amó.
Vedla, postrada su piedad implora
cual si presente la mirara allí:
Vedla, que sola se contempla y llora,
miradla delirante sonreír.
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310
Y su frente en revuelto remolino
ha enturbiado su loco pensamiento,
como nublo que en negro torbellino
encubre el cielo y amontona el viento.
Y vedla cuidadosa escoger flores,
y las lleva mezcladas en la falda,
y, corona nupcial de sus amores,
se entretiene en tejer una guirnalda.
Y en medio de su dulce desvarío
triste recuerdo el alma le importuna
y al margen va del argentado río,
y allí las flores echa de una en una;
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315
320
y las sigue su vista en la corriente,
una tras otras rápidas pasar,
y confusos sus ojos y su mente
se siente con sus lágrimas ahogar:
Y de amor canta, y en su tierna queja
entona melancólica canción,
canción que el alma desgarrada deja,
lamento ¡ay! que llaga el corazón.
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330
¿Qué me valen tu calma y tu terneza,
tranquila noche, solitaria luna,
si no calmáis del hado la crudeza,
ni me dais esperanza de fortuna?
¿Qué me valen la gracia y la belleza,
y amar como jamás amó ninguna,
si la pasión que el alma me devora,
la desconoce aquel que me enamora?
Lágrimas interrumpen su lamento,
inclinan sobre el pecho su semblante,
y de ella en derredor susurra el viento
sus últimas palabras, sollozante.
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......................................................
......................................................
......................................................
......................................................
Murió de amor la desdichada Elvira,
cándida rosa que agostó el dolor,
süave aroma que el viajero aspira
y en sus alas el aura arrebató.
Vaso de bendición, ricos colores
reflejó en su cristal la luz del día,
mas la tierra empañó sus resplandores,
y el hombre lo rompió con mano impía.
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350
Una ilusión acarició su mente:
Alma celeste para amar nacida,
era el amor de su vivir la fuente,
estaba junto a su ilusión su vida.
Amada del Señor, flor venturosa,
llena de amor murió y de juventud:
Despertó alegre una alborada hermosa,
y a la tarde durmió en el ataúd.
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355
Mas despertó también de su locura
al término postrero de su vida,
y al abrirse a sus pies la sepultura,
volvió a su mente la razón perdida.
¡La razón fría! ¡La verdad amarga!
¡El bien pasado y el dolor presente!...
¡Ella feliz! ¡que de tan dura carga
sintió el peso al morir únicamente!
Y conociendo ya su fin cercano,
su mejilla una lágrima abrasó;
y así al infiel con temblorosa mano,
moribunda su víctima escribió:
«Voy a morir: perdona si mi acento
vuela importuno a molestar tu oído:
Él es, don Félix, el postrer lamento
de la mujer que tanto te ha querido.
La mano helada de la muerte siento...
Adiós: ni amor ni compasión te pido...
Oye y perdona si al dejar el mundo,
arranca un ¡ay! su angustia al moribundo.
»¡Ah! para siempre adiós. Por ti mi vida
dichosa un tiempo resbalar sentí,
y la palabra de tu boca oída,
éxtasis celestial fue para mí.
Mi mente aún goza la ilusión querida
que para siempre ¡mísera! perdí...
¡Ya todo huyó, desapareció contigo!
¡Dulces horas de amor, yo las bendigo!
»Yo las bendigo, sí, felices horas,
presentes siempre en la memoria mía,
imágenes de amor encantadoras,
que aún vienen a halagarme en mi agonía.
Mas ¡ay! volad, huid, engañadoras
sombras, por siempre; mi postrero día
ha llegado: perdón, perdón, ¡Dios mío!,
si aún gozo en recordar mi desvarío.
»Y tú, don Félix, si te causa enojos
que te recuerde yo mi desventura;
piensa están hartos de llorar mis ojos
lágrimas silenciosas de amargura,
y hoy, al tragar la tumba mis despojos,
concede este consuelo a mi tristura;
estos renglones compasivo mira;
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y olvida luego para siempre a Elvira.
»Y jamás turbe mi infeliz memoria
con amargos recuerdos tus placeres;
goces te dé el vivir, triunfos la gloria,
dichas el mundo, amor otras mujeres:
Y si tal vez mi lamentable historia
a tu memoria con dolor trajeres,
llórame, sí; pero palpite exento
tu pecho de roedor remordimiento.
»Adiós por siempre, adiós: un breve instante
siento de vida, y en mi pecho el fuego
aún arde de mi amor; mi vista errante
vaga desvanecida... ¡calma luego,
oh muerte, mi inquietud!... ¡Sola... expirante!...
Ámame: no, perdona: ¡inútil ruego!
¡Adiós! ¡adiós! ¡tu corazón perdí!
-¡Todo acabó en el mundo para mí!»
Así escribió su triste despedida
momentos antes de morir, y al pecho
se estrechó de su madre dolorida,
que en tanto inunda en lágrimas su lecho.
Y exhaló luego su postrer aliento,
y a su madre sus brazos se apretaron
con nervioso y convulso movimiento,
y sus labios un nombre murmuraron.
Y huyó su alma a la mansión dichosa,
do los ángeles moran... Tristes flores
brota la tierra en torno de su losa,
el céfiro lamenta sus amores.
Sobre ella un sauce su ramaje inclina,
sombra le presta en lánguido desmayo,
y allá en la tarde, cuando el sol declina,
baña su tumba en paz su último rayo...
Parte tercera
CUADRO DRAMÁTICO
Sarg. ¿Tenéis más que parar?
Franco. Paro los ojos.
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Los ojos si, los ojos: que descreo
Del que los hizo para tal empleo.
Moreto. San Franco de Sena.
PERSONAS
D. FÉLIX DE MONTEMAR
D. DIEGO DE PASTRANA
SEIS JUGADORES
En derredor de una mesa
hasta seis hombres están,
fija la vista en los naipes,
mientras juegan al parar;
y en sus semblantes se pintan
el despecho y el afán:
Por perder desesperados,
avarientos por ganar.
Reina profundo silencio,
sin que lo rompa jamás
otro ruido que el del oro,
o una voz para jurar.
Pálida lámpara alumbra
con trémula claridad,
negras de humo las paredes
de aquella estancia infernal.
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Y el misterioso bramido
se escucha del huracán,
que azota los vidrios frágiles
con sus alas al pasar.
ESCENA I
JUGADOR PRIMERO El caballo aún no ha salido.
JUGADOR SEGUNDO ¿Qué carta vino?
JUGADOR PRIMERO
La sota.
JUGADOR SEGUNDO Pues por poco se alborota.
JUGADOR PRIMERO Un caudal llevo perdido:
¡Voto a Cristo!
No juréis,
que aún no estáis en la agonía.
JUGADOR PRIMERO No hay suerte como la mía.
JUGADOR SEGUNDO ¿Y como cuánto perdéis?
JUGADOR PRIMERO Mil escudos y el dinero
que don Félix me entregó.
JUGADOR SEGUNDO
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455
¿Dónde anda?
¡Qué sé yo!
No tardará.
JUGADOR TERCERO
Envido.
JUGADOR PRIMERO
Quiero.
JUGADOR SEGUNDO
JUGADOR PRIMERO
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ESCENA II
Galán de talle gentil,
la mano izquierda apoyada
en el pomo de la espada,
y el aspecto varonil:
470
Alta el ala del sombrero
porque descubra la frente,
con airoso continente
entró luego un caballero.
(Al que entra.)
Don Félix, a buena hora
habéis llegado.
D. FÉLIX
¿Perdisteis?
JUGADOR PRIMERO El dinero que me disteis
y esta bolsa pecadora.
JUGADOR SEGUNDO Don Félix de Montemar
debe perder. El amor
le negara su favor
cuando le viera ganar.
D. FÉLIX (Con desdén.) Necesito ahora dinero
y estoy hastiado de amores.
JUGADOR PRIMERO
480
(Al corro, con altivez.)
Dos mil ducados, señores,
por esta cadena quiero.
485
(Quítase una cadena que lleva al pecho.)
JUGADOR TERCERO Alta ponéis la tarifa.
D. FÉLIX (Con altivez.) La pongo en lo que
merece.
Si otra duda se os ofrece,
decid.
(Al corro.)
Se vende y se rifa.
JUGADOR CUARTO
D. FÉLIX
242
(Aparte.)
¿Y hay quién sufra tal afrenta?
Entre cinco están hallados.
A cuatrocientos ducados
490
os toca, según mi cuenta.
Al as de oros. Allá va.
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(Va echando cartas, que toman los jugadores en silencio.)
Uno, dos...
(Al perdidoso.)
Con vos no cuento.
JUGADOR PRIMERO Por el motivo lo siento.
JUGADOR TERCERO ¡El as! ¡El as! Aquí está.
JUGADOR PRIMERO Ya ganó.
D. FÉLIX
Suerte tenéis.
A un solo golpe de dados
tiro los dos mil ducados.
JUGADOR TERCERO ¿En un golpe?
JUGADOR PRIMERO (A D. Félix.)
Los perdéis.
D. FÉLIX
Perdida tengo yo el alma,
y no me importa un ardite.
JUGADOR TERCERO Tirad.
D. FÉLIX
Al primer embite.
JUGADOR TERCERO Tirad pronto.
D. FÉLIX
Tened calma:
Que os juego más todavía,
y en cien onzas hago el trato,
y os lleváis este retrato
con marco de pedrería.
JUGADOR TERCERO ¿En cien onzas?
D. FÉLIX
¿Qué dudáis?
JUGADOR PRIMERO (Tomando el retrato.)
¡Hermosa mujer!
JUGADOR CUARTO
No es caro:
D. FÉLIX
¿Queréis pararlas?
JUGADOR TERCERO
Las paro.
Más ganaré.
D. FÉLIX
Si ganáis (Se registra todo.)
No tengo otra joya aquí.
JUGADOR PRIMERO (Mirando el retrato.)
Si esta imagen respira...
D. FÉLIX
A estar aquí la jugara
a ella, al retrato y a mí.
JUGADOR TERCERO Vengan los dados.
D. FÉLIX
Tirad.
JUGADOR SEGUNDO Por don Félix, cien ducados.
JUGADOR CUARTO En contra van apostados.
JUGADOR QUINTO Cincuenta más. Esperad,
no tiréis.
JUGADOR SEGUNDO
Van los cincuenta.
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510
515
JUGADOR PRIMERO Yo,
sin blanca, a Dios le ruego
por don Félix.
JUGADOR QUINTO
Hecho el juego.
JUGADOR TERCERO ¿Tiro?
D. FÉLIX
Tirad con sesenta
de a caballo.
(Todos se agrupan con ansiedad alrededor de la mesa. El tercer jugador tira los dados.)
¿Qué ha salido?
¡Mil demonios, que a los dos
nos lleven!
D. FÉLIX (Con calma al PRIMERO.)
¡Bien, vive Dios!
Vuestros ruegos me han valido.
Encomendadme otra vez,
don Juan, al diablo; no sea
que si os oye Dios, me vea
cautivo y esclavo en Fez.
JUGADOR TERCERO Don Félix, habéis perdido
sólo el marco, no el retrato,
que entrar la dama en el trato
vuestra intención no habrá sido.
D. FÉLIX
¿Cuánto dierais por la dama?
JUGADOR TERCERO Yo, la vida.
D. FÉLIX
No la quiero.
Mirad si me dais dinero,
y os la lleváis.
JUGADOR TERCERO
¡Buena fama
lograréis entre las bellas
cuando descubran altivas,
que vos las hacéis cautivas,
para en seguida vendellas!
D. FÉLIX
Eso a vos no importa nada.
¿Queréis la dama? Os la vendo.
JUGADOR TERCERO Yo de pinturas no entiendo.
D. FÉLIX (Con cólera.) Vos habláis con demasiada
altivez e irreverencia
de una mujer... ¡y si no!...
JUGADOR TERCERO De la pintura hablé yo.
TODOS
Vamos, paz; no haya pendencia.
D. FÉLIX (Sosegado.) Sobre mi palabra os juego
mil escudos.
JUGADOR TERCERO
Van tirados.
D. FÉLIX
A otra suerte de esos dados;
y al diablo les prenda fuego.
JUGADOR CUARTO
JUGADOR SEGUNDO
ESCENA III
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545
Pálido el rostro, cejijunto el ceño,
y torva la mirada, aunque afligida,
y en ella un firme y decidido empeño
de dar la muerte o de perder la vida,
un hombre entró embozado hasta los ojos,
sobre las juntas cejas el sombrero:
Víbrale el rostro al corazón enojos,
el paso firme, el ánimo altanero.
Encubierta fatídica figura.sed de sangre su espíritu secó,
emponzoñó su alma la amargura,
la venganza irritó su corazón.
Junto a don Félix llega- y desatento
no habla a ninguno, ni aun la frente inclina;
y en pie delante de él y el ojo atento,
con iracundo rostro le examina.
Miró también don Félix al sombrío
huésped que en él los ojos enclavó,
y con sarcasmo desdeñoso y frío
fijos en él los suyos, sonrió.
Buen hombre, ¿de qué tapiz
se ha escapado, -el que se tapaque entre el sombrero y la capa
se os ve apenas la nariz?
D. DIEGO
Bien, don Félix, cuadra en vos
esa insolencia importuna.
D. FÉLIX (Al TERCER JUGADOR sin hacer caso de D. DIEGO.)
Perdisteis.
JUGADOR TERCERO
Sí. La fortuna
se trocó: tiro y van dos.
560
565
570
575
D. FÉLIX
580
(Vuelve a tirar.)
Gané otra vez.
(Al embozado.) No he entendido
qué dijisteis, ni hice aprecio
de si hablasteis blando o recio
cuando me habéis respondido.
D. DIEGO
A solas hablar querría.
D. FÉLIX
Podéis, si os place, empezar,
que por vos no he de dejar
tan honrosa compañía.
Y si Dios aquí os envía
para hacer mi conversión,
no despreciéis la ocasión
de convertir tanta gente,
mientras que yo humildemente
aguardo mi absolución.
D. DIEGO (Desembozándose con ira.)
D. FÉLIX
245
590
595
600
Don Félix, ¿no conocéis
a don Diego de Pastrana?
D. FÉLIX
A vos no, mas sí a una hermana
que imagino que tenéis.
D. DIEGO
¿Y no sabéis que murió?
D. FÉLIX
Téngala Dios en su gloria.
D. DIEGO
Pienso que sabéis su historia,
y quién fue quien la mató.
D. FÉLIX (Con sarcasmo.)
¡Quizá alguna calentura!
D. DIEGO
¡Mentís vos!
D. FÉLIX
Calma, don Diego,
que si vos os morís luego,
es tanta mi desventura,
que aún me lo habrán de achacar,
y es en vano ese despecho,
si se murió, a lo hecho, pecho,
ya no ha de resucitar.
D. DIEGO
Os estoy mirando y dudo
si habré de manchar mi espada
con esa sangre malvada,
o echaros al cuello un nudo
con mis manos, y con mengua,
en vez de desafiaros,
el corazón arrancaros
y patearos la lengua.
Que un alma, una vida, es
satisfacción muy ligera,
y os diera mil si pudiera
y os las quitara después.
Juego a mi labio han de dar
abiertas todas tus venas,
que toda su sangre apenas
basta mi sed a calmar.
¡Villano!
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(Tira de la espada; todos los jugadores se interponen.)
Fuera de aquí
a armar quimera.
D. FÉLIX (Con calma, levantándose.)
Tened,
don Diego, la espada, y ved
que estoy yo muy sobre mí,
y que me contengo mucho,
no sé por qué, pues tan frío
en mi colérico brío
vuestras injurias escucho.
D. DIEGO (Con furor reconcentrado y con la espada desnuda.)
Salid de aquí; que a fe mía,
TODOS
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D. FÉLIX
que estoy resulto a mataros,
y no alcanzara a libraros
la misma virgen María.
Y es tan cierta mi intención,
tan resuelta está mi alma,
que hasta mi cólera calma
mi firme resolución.
Venid conmigo.
Allá voy;
pero si os mato, don Diego,
que no me venga otro luego
a pedirme cuenta. Soy
con vos al punto. Esperad
cuente el dinero... uno... dos...
645
650
(A D. DIEGO .)
D. DIEGO
D. FÉLIX
D. DIEGO
D. FÉLIX
D. DIEGO
D. FÉLIX
D. DIEGO
(Con voz solemne.)
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Son mis ganancias; por vos
pierdo aquí una cantidad
considerable de oro
que iba a ganar... ¿y por qué?
Diez... quince... por no sé qué
cuento de amor...¡un tesoro
perdido!... voy al momento.
Es un puro disparate
empeñarse en que yo os mate;
lo digo, como lo siento.
Remiso andáis y cobarde
y hablador en demasía.
Don Diego, más sangre fría:
para reñir nunca es tarde,
y si aún fuera otro el asunto,
yo os perdonara la prisa:
pidierais vos una misa
por la difunta, y al punto...
¡Mal caballero!
Don Diego,
mi delito no es gran cosa.
Era vuestra hermana hermosa:
la vi, me amó, creció el fuego,
se murió, no es culpa mía;
y admiro vuestro candor,
que no se mueren de amor
las mujeres de hoy en día.
¿Estáis pronto?
Están contados.
Vamos andando.
¿Os reís?
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Pensad que a morir venís.
(D. FÉLIX sale tras de él, embolsándose el dinero con indiferencia.)
Son mil trescientos ducados.
ESCENA IV
Los jugadores.
Este don Diego Pastrana
es un hombre decidido.
Desde Flandes ha venido
sólo a vengar a su hermana.
JUGADOR SEGUNDO ¡Pues no ha hecho mal disparate!
Me da el corazón su muerte.
JUGADOR TERCERO ¿Quién sabe? Acaso la suerte...
JUGADOR CUARTO
Me alegraré que lo mate.
JUGADOR PRIMERO
685
690
Parte cuarta
Salió en fin de aquel estado, para caer en el dolor más sombrío, en la más desalentada desesperación y en la mayor
amargura y desconsuelo que pueden apoderarse de este pobre corazón humano, que tan positivamente choca y se
quebranta con los males, como con vaguedad aspira en algunos momentos, casi siempre sin conseguirlo, a tocar los
bienes ligeramente y de pasada.
Miguel de los Santos Álvarez. La protección de un sastre.
Spiritus quidem promptus est;
caro vero infirma.
(S. Marc. Evang.)
Vedle, don Félix es, espada en mano,
sereno el rostro, firme el corazón;
también de Elvira el vengativo hermano 695
sin piedad a sus pies muerto cayó.
Y con tranquila audacia se adelanta
por la calle fatal del Ataúd;
y ni medrosa aparición le espanta,
ni le turba la imagen de Jesús.
700
La moribunda lámpara que ardía
trémula lanza su postrer fulgor,
y en honda oscuridad, noche sombría
la misteriosa calle encapotó.
Mueve los pies el Montemar osado
248
705
en las tinieblas con incierto giro,
cuando ya un trecho de la calle andado,
súbito junto a él oye un suspiro.
Resbalar por su faz sintió el aliento,
y a su pesar sus nervios se crisparon;
mas pasado el primero movimiento,
a su primera rigidez tornaron.
«¿Quién va?», pregunta con la voz serena,
que ni finge valor, ni muestra miedo,
el alma de invencible vigor llena,
fiado en su tajante de Toledo.
710
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Palpa en torno de sí, y el impío jura,
y a mover vuelve la atrevida planta,
cuando hacia él fatídica figura,
envuelta en blancas ropas, se adelanta. 720
Flotante y vaga, las espesas nieblas
ya disipa y se anima y va creciendo
con apagada luz, ya en las tinieblas
su argentino blancor va apareciendo.
Ya leve punto de luciente plata,
astro de clara lumbre sin mancilla,
el horizonte lóbrego dilata
y allá en la sombra en lontananza brilla.
Los ojos Montemar fijos en ella,
con más asombro que temor la mira;
tal vez la juzga vagarosa estrella
que en el espacio de los cielos gira.
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Tal vez engaño de sus propios ojos,
forma falaz que en su ilusión creó,
o del vino ridículos antojos
que al fin su juicio a alborotar subió.
Mas el vapor del néctar jerezano
nunca su mente a trastornar bastara,
que ya mil veces embriagarse en vano
en frenéticas órgias intentara.
«Dios presume asustarme: ¡ojalá fuera,
-dijo entre sí riendo- el diablo mismo!
que entonces, vive Dios, quién soy supiera
el cornudo monarca del abismo.»
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740
Al pronunciar tan insolente ultraje
la lámpara del Cristo se encendió:
y una mujer velada en blanco traje,
ante la imagen de rodillas vio.
«Bienvenida la luz» -dijo el impío-.
«Gracias a Dios o al diablo»; y con osada,
firme intención y temerario brío,
el paso vuelve a la mujer tapada.
Mientras él anda, al parecer se alejan
la luz, la imagen, la devota dama,
mas si él se para, de moverse dejan:
y lágrima tras lágrima, derrama
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de sus ojos inmóviles la imagen.
Mas sin que el miedo ni el dolor que inspira
su planta audaz, ni su impiedad atajen,
rostro a rostro a Jesús, Montemar mira. 760
-La calle parece se mueve y camina,
faltarle la tierra sintió bajo el pie;
sus ojos la muerta mirada fascina
del Cristo, que intensa clavada está en él.
Y en medio el delirio que embarga su mente,
y achaca él al vino que al fin le embriagó,
la lámpara alcanza con mano insolente
del ara do alumbra la imagen de Dios,
y al rostro la acerca, que el cándido lino
encubre, con ánimo asaz descortés;
mas la luz apaga viento repentino,
y la blanca dama se puso de pie.
Empero un momento creyó que veía
un rostro que vagos recuerdos quizá,
y alegres memorias confusas, traía
de tiempos mejores que pasaron ya.
Un rostro de un ángel que vio en un ensueño,
como un sentimiento que el alma halagó,
que anubla la frente con rígido ceño,
sin que lo comprenda jamás la razón.
Su forma gallarda dibuja en las sombras
el blanco ropaje que ondeante se ve,
y cual si pisara mullidas alfombras,
deslízase leve sin ruido su pie.
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Tal vimos al rayo de la luna llena
fugitiva vela de lejos cruzar,
que ya la hinche en popa la brisa serena,
que ya la confunde la espuma del mar.
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También la esperanza blanca y vaporosa
así ante nosotros pasa en ilusión,
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y el alma conmueve con ansia medrosa
mientras la rechaza la adusta razón.
D. FÉLIX «¡Qué!
¿sin respuesta me deja?
¿No admitís mi compañía?
¿Será quizá alguna vieja
devota?... ¡Chasco sería!
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En vano, dueña, es callar,
ni hacerme señas que no;
he resuelto que sí yo,
y os tengo que acompañar.
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Y he de saber dónde vais
y si sois hermosa o fea,
quién sois y cómo os llamáis.
Y aun cuando imposible sea,
y fuerais vos Satanás,
con sus llamas y sus cuernos,
hasta en los mismos infiernos,
vos delante y yo detrás,
hemos de entrar, ¡vive Dios!
Y aunque lo estorbara el cielo,
que yo he de cumplir mi anhelo
aun a despecho de vos:
y perdonadme, señora,
si hay en mi empeño osadía,
mas fuera descortesía
dejaros sola a esta hora:
y me va en ello mi fama,
que juro a Dios no quisiera
que por temor se creyera
que no he seguido a una dama.»
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Del hondo del pecho profundo gemido,
crujido del vaso que estalla al dolor,
que apenas medroso lastima el oído,
pero que punzante rasga el corazón;
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gemido de amargo recuerdo pasado,
de pena presente, de incierto pesar,
mortífero aliento, veneno exhalado
del que encubre el alma ponzoñoso mar;
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Gemido de muerte lanzó y silenciosa
la blanca figura su pie resbaló,
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cual mueve sus alas sílfide amorosa
que apenas las aguas del lago rizó.
¡Ay el que vio acaso perdida en un día
la dicha que eterna creyó el corazón,
y en noche de nieblas, y en honda agonía
en un mar sin playas muriendo quedó!...
Y solo y llevando consigo en su pecho,
compañero eterno su dolor crüel,
el mágico encanto del alma deshecho,
su pena, su amigo y amante más fiel
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miró sus suspiros llevarlos el viento,
sus lágrimas tristes perderse en el mar,
sin nadie que acuda ni entienda su acento,
el cielo y el mundo a su mal...
Y ha visto la luna brillar en el cielo
serena y en calma mientras él lloró,
y ha visto los hombres pasar en el suelo
y nadie a sus quejas los ojos volvió,
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y él mismo, la befa del mundo temblando,
su pena en su pecho profunda escondió, 850
y dentro en su alma su llanto tragando
con falsa sonrisa su labio vistió!!!...
¡Ay! quien ha contado las horas que fueron,
horas otro tiempo que abrevió el placer,
y hoy solo y llorando piensa cómo huyeron
con ellas por siempre las dichas de ayer;
y aquellos placeres, que el triste ha perdido,
no huyeron del mundo, que en el mundo están,
y él vive en el mundo do siempre ha vivido,
y aquellos placeres para él no son ya!! 860
¡Ay! del que descubre por fin la mentira,
¡Ay! del que la triste realidad palpó,
del que el esqueleto de este mundo mira,
y sus falsas galas loco le arrancó...
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¡Ay! de aquel que vive solo en lo pasado...!
¡Ay! del que su alma nutre en su pesar,
las horas que huyeron llamara angustiado,
las horas que huyeron jamás tornarán...
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Quien haya sufrido tan bárbaro duelo,
quien noches enteras contó sin dormir 870
en lecho de espinas, maldiciendo al cielo,
horas sempiternas de ansiedad sin fin;
quien haya sentido quererse del pecho
saltar a pedazos roto el corazón;
crecer su delirio, crecer su despecho;
al cuello cien nudos echarle el dolor;
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ponzoñoso lago de punzante hielo,
sus lágrimas tristes, que cuajó el pesar,
reventando ahogarle, sin hallar consuelo,
ni esperanza nunca, ni tregua en su afán. 880
Aquel, de la blanca fantasma el gemido,
única respuesta que a don Félix dio,
hubiera, y su inmenso dolor, comprendido,
hubiera pesado su inmenso valor.
D. FÉLIX «Si buscáis
algún ingrato,
yo me ofrezco agradecido;
pero o miente ese recato,
o vos sufrís el mal trato
de algún celoso marido.
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»¿Acerté? ¡Necia manía!
Es para volverme loco,
si insistís en tal porfía;
con los mudos, reina mía,
yo hago mucho y hablo poco.»
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Segunda vez importunada en tanto,
una voz de süave melodía
el estudiante oyó que parecía
eco lejano de armonioso canto:
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De amante pecho lánguido latido,
sentimiento inefable de ternura,
900
suspiro fiel de amor correspondido,
el primer sí de la mujer aún pura.
«Para mí los amores acabaron:
todo en el mundo para mí acabó:
los lazos que a la tierra me ligaron,
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el cielo para siempre desató»,
dijo su acento misterioso y tierno,
que de otros mundos la ilusión traía,
eco de los que ya reposo eterno
gozan en paz bajo la tumba fría.
910
Montemar, atento sólo a su aventura,
que es bella la dama y aun fácil juzgó,
y la hora, la calle y la noche oscura
nuevos incentivos a su pecho son.
-Hay riesgo en seguirme. -Mirad ¡qué reparo!
-Quizá luego os pese. -Puede que por vos.
-Ofendéis al cielo. -Del diablo me amparo.
-Idos, caballero, ¡no tentéis a Dios!
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-Siento me enamora más vuestro despego,
y si Dios se enoja, pardiez que hará mal: 920
véame en vuestros brazos y máteme luego.
-¡Vuestra última hora quizá esta será!...
Dejad ya, don Félix, delirios mundanos.
-¡Hola, me conoce! -¡Ay! ¡Temblad por vos!
¡Temblad, no se truequen deleites livianos
en penas eternas! -Basta de sermón,
que yo para oírlos la cuaresma espero;
y hablemos de amores, que es más dulce hablar;
dejad ese tono solemne y severo,
que os juro, señora, que os sienta muy mal;
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930
la vida es la vida: cuando ella se acaba,
acaba con ella también el placer.
¿De inciertos pesares por qué hacerla esclava?
Para mí no hay nunca mañana ni ayer.
Si mañana muero, que sea en mal hora
o en buena, cual dicen, ¿qué me importa a mí?
Goce yo el presente, disfrute yo ahora,
y el diablo me lleve si quiere al morir.
-¡Cúmplase en fin tu voluntad, Dios mío!-,
la figura fatídica exclamó:
Y en tanto al pecho redoblar su brío
siente don Félix y camina en pos.
Cruzan tristes calles,
plazas solitarias,
arruinados muros,
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935
940
945
donde sus plegarias
y falsos conjuros,
en la misteriosa
noche borrascosa,
maldecida bruja
con ronca voz canta,
y de los sepulcros
los muertos levanta.
Y suenan los ecos
de sus pasos huecos
en la soledad;
mientras en silencio
yace la ciudad,
y en lúgubre son
arrulla su sueño
bramando Aquilón.
Y una calle y otra cruzan,
y más allá y más allá:
ni tiene término el viaje,
ni nunca dejan de andar,
y atraviesan, pasan, vuelven,
cien calles quedando atrás,
y paso tras paso siguen,
y siempre adelante van;
y a confundirse ya empieza
y a perderse Montemar,
que ni sabe a dó camina,
ni acierta ya dónde está;
y otras calles, otras plazas
recorre y otra ciudad,
y ve fantásticas torres
de su eterno pedestal
arrancarse, y sus macizas
negras masas caminar,
apoyándose en sus ángulos
que en la tierra, en desigual,
perezoso tronco fijan;
y a su monótono andar,
las campanas sacudidas
misteriosos dobles dan;
mientras en danzas grotescas
y al estruendo funeral
en derredor cien espectros
danzan con torpe compás:
y las veletas sus frentes
bajan ante él al pasar,
los espectros le saludan,
y en cien lenguas de metal,
oye su nombre en los ecos
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de las campanas sonar.
Mas luego cesa el estrépito,
y en silencio, en muda paz
todo queda, y desaparece
de súbito la ciudad:
palacios, templos, se cambian
en campos de soledad,
y en un yermo y silencioso
melancólico arenal,
sin luz, sin aire, sin cielo,
perdido en la inmensidad,
tal vez piensa que camina,
sin poder parar jamás,
de extraño empuje llevado
con precipitado afán;
entretanto que su guía
delante de él sin hablar,
sigue misterioso, y sigue
con paso rápido, y ya
se remonta ante sus ojos
en alas del huracán,
visión sublime, y su frente
ve fosfórica brillar,
entre lívidos relámpagos
en la densa oscuridad,
sierpes de luz, luminosos
engendros del vendaval;
y cuando duda si duerme,
si tal vez sueña o está
loco, si es tanto prodigio,
tanto delirio verdad,
otra vez en Salamanca
súbito vuélvese a hallar,
distingue los edificios,
reconoce en dónde está,
y en su delirante vértigo
al vino vuelve a culpar,
y jura, y siguen andando
ella delante, él detrás.
«¡Vive Dios!, dice entre sí,
o Satanás se chancea,
o no debo estar en mí
o el málaga que bebí
en mi cabeza aún humea.
»Sombras, fantasmas, visiones...
Dale con tocar a muerto
y en revueltas confusiones,
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danzando estos torreones
al compás de tal concierto.
»Y el juicio voy a perder
entre tantas maravillas,
que estas torres llegué a ver,
como mulas de alquiler,
andando con campanillas.
»¿Y esta mujer quién será?
Mas si es el diablo en persona,
¿a mí qué diantre me da?
Y más que el traje en que va
en esta ocasión, le abona.
1.045
1.050
»Noble señora, imagino
que sois nueva en el lugar:
andar así es desatino;
o habéis perdido el camino,
o esto es andar por andar.
»Ha dado en no responder,
que es la más rara locura
que puede hallarse en mujer,
y en que yo la he de querer
por su paso de andadura».
1.055
1.060
En tanto don Félix a tientas seguía,
delante camina la blanca visión,
1.065
triplica su espanto la noche sombría,
sus hórridos gritos redobla Aquilón.
Rechinan girando las férreas veletas,
crujir de cadenas se escucha sonar,
las altas campanas, por el viento inquietas
pausados sonidos en las torres dan.
1.070
Rüido de pasos de gente que viene
a compás marchando con sordo rumor,
y de tiempo en tiempo su marcha detiene,
y rezar parece en confuso son.
1.075
Llegó de don Félix luego a los oídos,
y luego cien luces a lo lejos vio,
y luego en hileras largas divididos,
vio que murmurando con lúgubre voz,
enlutados bultos andando venían;
y luego más cerca con asombro ve,
que un féretro en medio y en hombros traían
257
1.080
y dos cuerpos muertos tendidos en él.
Las luces, la hora, la noche, profundo,
infernal arcano parece encubrir.
1.085
Cuando en hondo sueño yace muerto el mundo,
cuando todo anuncia que habrá de morir
al hombre, que loco la recia tormenta
corrió de la vida, del viento a merced,
cuando una voz triste las horas le cuenta,
y en lodo sus pompas convertidas ve,
forzoso es que tenga de diamante el alma
quien no sienta el pecho de horror palpitar,
quien como don Félix, con serena calma
ni en Dios ni en el diablo se ponga a pensar.
1.090
1.095
Así en tardos pasos, todos murmurando,
el lúgubre entierro ya cerca llegó,
y la blanca dama devota rezando,
entrambas rodillas en tierra dobló.
Calado el sombrero y en pie, indiferente
el féretro mira don Félix pasar,
y al paso pregunta con su aire insolente
los nombres de aquellos que al sepulcro van.
Mas ¡cuál su sorpresa, su asombro cuál fuera,
cuando horrorizado con espanto ve
que el uno don Diego de Pastrana era,
y el otro, ¡Dios santo!, y el otro era él...!
1.100
1.105
Él mismo, su imagen, su misma figura,
su mismo semblante, que él mismo era en fin:
y duda y se palpa y fría pavura
1.110
un punto en sus venas sintió discurrir.
Al fin era hombre, y un punto temblaron
los nervios del hombre, y un punto temió;
mas pronto su antigua vigor recobraron,
pronto su fiereza volvió al corazón.
1.115
-Lo que es, dijo, por Pastrana,
bien pensado está el entierro;
mas es diligencia vana
enterrarme a mí, y mañana
me he de quejar de este yerro.
1.120
Diga, señor enlutado,
¿a quién llevan a enterrar?
258
-Al estudiante endiablado
don Félix de Montemar»-,
respondió el encapuchado.
1.125
-Mientes, truhán. -No por cierto.
-Pues decidme a mí quién soy,
si gustáis, porque no acierto
cómo a un mismo tiempo estoy
aquí vivo y allí muerto.
1.130
-Yo no os conozco. -Pardiez,
que si me llego a enojar,
tus burlas te haga llorar
de tal modo, que otra vez
conozcas ya a Montemar.
1.135
¡Villano!... mas esto es
ilusión de los sentidos,
el mundo que anda al revés,
los diablos entretenidos
en hacerme dar traspiés.
1.140
¡El fanfarrón de don Diego!
De sus mentiras reniego,
que cuando muerto cayó,
al infierno se fue luego
contando que me mató.
1 .145
Diciendo así, soltó una carcajada,
y las espaldas con desdén volvió:
se hizo el bigote, requirió la espada,
y a la devota dama se acercó.
Con que, en fin, ¿dónde vivís?,
que se hace tarde, señora.
-Tarde, aún no; de aquí a una hora
lo será. -Verdad decís,
será más tarde que ahora.
1.150
Esa voz con que hacéis miedo,
de vos me enamora más:
yo me he echado el alma atrás;
juzgad si me dará un bledo
de Dios ni de Satanás.
1.155
-Cada paso que avanzáis
lo adelantáis a la muerte,
don Félix. ¿Y no tembláis,
y el corazón no os advierte
que a la muerte camináis?
1.160
259
Con eco melancólico y sombrío
dijo así la mujer, y el sordo acento,
sonando en torno del mancebo impío,
rugió en la voz del proceloso viento.
1.165
Las piedras con las piedras se golpearon,
bajo sus pies la tierra retembló,
1.170
las aves de la noche se juntaron,
y sus alas crujir sobre él sintió:
y en la sombra unos ojos fulgurantes
vio en el aire vagar que espanto inspiran,
siempre sobre él saltándose anhelantes: 1.175
ojos de horror que sin cesar le miran.
Y los vio y no tembló: mano a la espada
puso y la sombra intrépido embistió,
y ni sombra encontró ni encontró nada;
sólo fijos en él los ojos vio.
1.180
Y alzó los suyos impaciente al cielo,
y rechinó los dientes y maldijo,
y en él creciendo el infernal anhelo,
con voz de enojo blasfemado dijo:
«Seguid, señora, y adelante vamos:
tanto mejor si sois el diablo mismo,
y Dios y el diablo y yo nos conozcamos,
y acábese por fin tanto embolismo.
1.185
»Que de tanto sermón, de farsa tanta,
juro, pardiez, que fatigado estoy:
1.190
nada mi firme voluntad quebranta,
sabed en fin que donde vayáis voy.
»Un término no más tiene la vida:
término fijo; un paradero el alma;
ahora adelante.» Dijo, y en seguida
camina en pos con decidida calma».
Y la dama a una puerta se paró,
y era una puerta altísima, y se abrieron
sus hojas en el punto en que llamó,
que a un misterioso impulso obedecieron;
y tras la dama el estudiante entró;
ni pajes ni doncellas acudieron;
y cruzan a la luz de unas bujías
fantásticas, desiertas galerías.
260
1.195
1.200
Y la visión como engañoso encanto,
por las losas deslizase sin ruido,
toda encubierta bajo el blanco manto
que barre el suelo en pliegues desprendido;
y por el largo corredor en tanto
sigue adelante y síguela atrevido,
y su temeridad raya en locura,
resuelto Montemar a su aventura.
Las luces, como antorchas funerales,
lánguida luz y cárdena esparcían,
y en torno en movimientos desiguales
las sombras se alejaban o venían:
arcos aquí ruinosos, sepulcrales,
urnas allí y estatuas se veían,
rotas columnas, patios mal seguros,
yerbosos, tristes, húmedos y oscuros.
Todo vago, quimérico y sombrío,
edificio sin base ni cimiento,
ondula cual fantástico navío
que anclado mueve borrascoso viento.
En un silencio aterrador y frío
yace allí todo: ni rumor, ni aliento
humano nunca se escuchó; callado,
corre allí el tiempo, en sueño sepultado.
Las muertas horas a las muertas horas
siguen en el reloj de aquella vida,
sombras de horror girando aterradoras,
que allá aparecen en medrosa huida;
ellas solas y tristes moradoras
de aquella negra, funeral guarida,
cual soñada fantástica quimera,
1.235
vienen a ver al que su paz altera.
1.205
1.210
1.215
1.220
1.225
1.230
Y en él enclavan los hundidos ojos
del fondo de la larga galería,
que brillan lejos, cual carbones rojos,
y espantaran la misma valentía:
1.240
y muestran en su rostro sus enojos
al ver hollada su mansión sombría,
y ora en grupos delante se aparecen,
ora en la sombra allá se desvanecen.
Grandiosa, satánica figura,
alta la frente, Montemar camina,
espíritu sublime en su locura,
provocando la cólera divina:
fábrica frágil de materia impura,
261
1.245
el alma que la alienta y la ilumina,
con Dios le iguala, y con osado vuelo
se alza a su trono y le provoca a duelo.
Segundo Lucifer que se levanta
del rayo vengador la frente herida,
alma rebelde que el temor no espanta,
hollada sí, pero jamás vencida:
el hombre en fin que en su ansiedad quebranta
su límite a la cárcel de la vida,
y a Dios llama ante él a darle cuenta,
y descubrir su inmensidad intenta.
1.250
1.255
1.260
Y un báquico cantar tarareando,
cruza aquella quimérica morada,
con atrevida indiferencia andando,
mofa en los labios, y la vista osada;
y el rumor que sus pasos van formando, 1.265
y el golpe que al andar le da la espada,
tristes ecos, siguiéndole detrás,
repiten con monótono compás.
Y aquel extraño y único rüido
que de aquella mansión los ecos llena, 1.270
en el suelo y los techos repetido,
en su profunda soledad resuena;
y expira allá cual funeral gemido
que lanza en su dolor la ánima en pena,
que al fin del corredor largo y oscuro
salir parece de entre el roto muro.
1.275
Y en aquel otro mundo, y otra vida,
mundo de sombras, vida que es un sueño,
vida, que con la muerte confundida,
ciñe sus sienes con letal beleño;
1.280
mundo, vaga ilusión descolorida
de nuestro mundo y vaporoso ensueño,
son aquel ruido y su locura insana,
la sola imagen de la vida humana.
Que allá su blanca misteriosa guía
de la alma dicha la ilusión parece,
que ora acaricia la esperanza impía,
ora al tocarla ya se desvanece:
blanca, flotante nube, que en la umbría
noche, en alas del céfiro se mece;
su airosa ropa, desplegada al viento,
semeja en su callado movimiento:
humo süave de quemado aroma
262
1.285
1.290
que al aire en ondas a perderse asciende,
rayo de luna que en la parda loma,
cual un broche su cima al éter prende;
silfa que con el alba envuelta asoma
y al nebuloso azul sus alas tiende,
de negras sombras y de luz teñidas,
entre el alba y la noche confundidas.
1.295
1.300
Y ágil, veloz, aérea y vaporosa,
que apenas toca con los pies el suelo,
cruza aquella morada tenebrosa
la mágica visión del blanco velo:
imagen fiel de la ilusión dichosa
1.305
que acaso el hombre encontrará en el cielo.
Pensamiento sin fórmula y sin nombre,
que hace rezar y blasfemar al hombre.
Y al fin del largo corredor llegando,
Montemar sigue su callada guía,
1.310
y una de mármol negro va bajando
de caracol torcida gradería,
larga, estrecha y revuelta, y que girando
en torno de él y sin cesar veía
suspendida en el aire y con violento,
veloz, vertiginoso movimiento.
Y en eterna espiral y en remolino
infinito prolóngase y se extiende,
y el juicio pone en loco desatino
a Montemar que en tumbos mil desciende.
Y, envuelto en el violento torbellino,
al aire se imagina, y se desprende,
y sin que el raudo movimiento ceda,
mil vueltas dando, a los abismos rueda:
y de escalón en escalón cayendo,
blasfema y jura con lenguaje inmundo,
y su furioso vértigo creciendo,
y despeñado rápido al profundo,
los silbos ya del huracán oyendo,
ya ante él pasando en confusión el mundo,
ya oyendo gritos, voces y palmadas,
y aplausos y brutales carcajadas;
llantos y ayes, quejas y gemidos,
mofas, sarcasmos, risas y denuestos,
y en mil grupos acá y allá reunidos,
viendo debajo de él, sobre él enhiestos,
hombres, mujeres, todos confundidos,
con sandia pena, con alegres gestos,
263
1.315
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que con asombro estúpido le miran
y en el perpetuo remolino giran.
1.340
Siente, por fin, que de repente para,
y un punto sin sentido se quedó;
mas luego valeroso se repara,
abrió los ojos y de pie se alzó;
y fue el primer objeto en que pensara
la blanca dama, y alrededor miró,
y al pie de un triste monumento hallóla,
sentada en medio de la estancia, sola.
Era un negro solemne monumento
que en medio de la estancia se elevaba, 1.350
y a un tiempo a Montemar, ¡raro portento!,
una tumba y un lecho semejaba:
ya imaginó su loco pensamiento
que abierta aquella tumba le aguardaba;
ya imaginó también que el lecho era
tálamo blando que al esposo espera.
Y pronto, recobrada su osadía,
y a terminar resuelto su aventura,
al cielo y al infierno desafía
con firme pecho y decisión segura:
a la blanca visión su planta guía,
y a descubrirse el rostro la conjura,
y a sus pies Montemar tomando asiento,
así la habló con animoso acento:
1.345
1.355
1.360
«Diablo, mujer o visión,
que, a juzgar por el camino
que conduce a esta mansión,
eres puro desatino
o diabólica invención:
1.365
»Siquier de parte de Dios,
siquier de parte del diablo,
¿quién nos trajo aquí a los dos?
Decidme, en fin, ¿quién sois vos?
y sepa yo con quién hablo:
1.370
»Que más que nunca palpita
resuelto mi corazón,
cuando en tanta confusión,
y en tanto arcano que irrita,
me descubre mi razón.
1.375
»Que un poder aquí supremo,
invisible se ha mezclado,
1.380
264
poder que siento y no temo,
a llevar determinado
esta aventura al extremo.»
Fúnebre
1.385
llanto
de amor,
óyese
en tanto
en son
1.390
flébil, blando,
cual quejido
dolorido
que del alma
se arrancó;
cual profundo
¡ay! que exhala
moribundo
corazón.
1.395
Música triste,
lánguida y vaga,
que a par lastima
y el alma halaga;
dulce armonía
que inspira al pecho
melancolía,
como el murmullo
de algún recuerdo
de antiguo amor,
a un tiempo arrullo
y amarga pena
del corazón.
Mágico embeleso,
cántico ideal,
1.400
que en los aires vaga
y en sonoras ráfagas
aumentando va:
sublime y oscuro,
rumor prodigioso,
sordo acento lúgubre,
eco sepulcral,
músicas lejanas,
de enlutado parche
redoble monótono,
cercano huracán,
que apenas la copa
del árbol menea
1.415
265
1.405
1.410
1.420
1.425
y bramando está:
olas alteradas
de la mar bravía,
en noche sombría
los vientos en paz,
y cuyo rugido
se mezcla al gemido
del muro que trémulo
las siente llegar:
pavoroso estrépito,
infalible présago
de la tempestad.
Y en rápido crescendo,
los lúgubres sonidos
más cerca vanse oyendo
y en ronco rebramar;
cual trueno en las montañas
que retumbando va,
cual rujen las entrañas
de horrísono volcán.
Y algazara y gritería,
crujir de afilados huesos,
rechinamiento de dientes
y retemblar los cimientos,
y en pavoroso estallido
las losas del pavimento
separando sus junturas
irse poco a poco abriendo,
siente Montemar, y el ruido
más cerca crece, y a un tiempo
escucha chocarse cráneos,
ya descarnados y secos,
temblar en torno la tierra,
bramar combatidos vientos,
rugir las airadas olas,
estallar el ronco trueno,
exhalar tristes quejidos
y prorrumpir en lamentos:
todo en furiosa armonía,
todo en frenético estruendo,
todo en confuso trastorno,
todo mezclado y diverso.
Y luego el estrépito crece
confuso y mezclado en un son,
que ronco en las bóvedas hondas
tronando furioso zumbó;
y un eco que agudo parece
266
1.430
1.435
1.440
1.445
1.450
1.455
1.460
1.465
1.470
del ángel del juicio la voz,
en triple, punzante alarido,
medroso y sonoro se alzó;
sintió, removidas las tumbas,
crujir a sus pies con fragor
chocar en las piedras los cráneos
con rabia y ahínco feroz,
romper intentando la losa,
y huir de su eterna mansión,
los muertos, de súbito oyendo
el alto mandato de Dios.
1.475
1.480
1.485
Y de pronto en horrendo estampido
desquiciarse la estancia sintió,
y al tremendo tartáreo rüido
cien espectros alzarse miró:
de sus ojos los huecos fijaron
y sus dedos enjutos en él;
y después entre sí se miraron,
y a mostrarle tornaron después;
1.490
y enlazadas las manos siniestras,
con dudoso, espantado ademán
1.495
contemplando, y tendidas sus diestras
con asombro al osado mortal,
se acercaron despacio y la seca
calavera, mostrando temor,
con inmóvil, irónica mueca
inclinaron, formando enredor.
Y entonces la visión del blanco velo
al fiero Montemar tendió una mano,
y era su tacto de crispante hielo,
y resistirlo audaz intentó en vano:
1.500
1.505
galvánica, cruel, nerviosa y fría,
histérica y horrible sensación,
toda la sangre coagulada envía
agolpada y helada al corazón...
Y a su despecho y maldiciendo al cielo,
de ella apartó su mano Montemar,
y temerario alzándola a su velo,
tirando de él la descubrió la faz.
¡Es su esposo!, los ecos retumbaron,
¡La esposa al fin que su consorte halló! 1.515
Los espectros con júbilo gritaron:
267
1.510
¡Es el esposo de su eterno amor!
Y ella entonces gritó: ¡Mi esposo! Y era
(¡desengaño fatal!, ¡triste verdad!)
una sórdida, horrible calavera,
1.520
la blanca dama del gallardo andar...
Luego un caballero de espuela dorada,
airoso, aunque el rostro con mortal color,
traspasado el pecho de fiera estocada,
aún brotando sangre de su corazón,
1.525
se acerca y le dice, su diestra tendida,
que impávido estrecha también Montemar:
-Al fin la palabra que disteis, cumplida;
doña Elvira, vedla, vuestra esposa es ya.
-Mi muerte os perdono. Por cierto, don Diego,
repuso don Félix tranquilo a su vez,
me alegro de veros con tanto sosiego,
que a fe no esperaba volveros a ver.
En cuanto a ese espectro que decís mi esposa,
raro casamiento venísme a ofrecer:
su faz no es por cierto ni amable ni hermosa,
mas no se os figure que os quiera ofender.
1.530
1.535
Por mujer la tomo, porque es cosa cierta,
y espero no salga fallido mi plan,
que en caso tan raro y mi esposa muerta, 1.540
tanto como viva no me cansará.
Mas antes decidme si Dios o el demonio
me trajo a este sitio, que quisiera ver
al uno o al otro, y en mi matrimonio
tener por padrino siquiera a Luzbel:
1.545
Cualquiera o entrambos con su corte toda,
estando estos nobles espectros aquí,
no perdiera mucho viniendo a mi boda...
Hermano don Diego, ¿no pensáis así?
Tal dijo don Félix con fruncido ceño,
en torno arrojando con fiero ademán
miradas audaces de altivo desdeño,
al Dios por quien jura capaz de arrostrar.
El carïado, lívido esqueleto,
los fríos, largos y asquerosos brazos,
le enreda en tanto en apretados lazos,
268
1.550
1.555
y ávido le acaricia en su ansiedad:
y con su boca cavernosa busca
la boca a Montemar, y a su mejilla
la árida, descarnada y amarilla
junta y refriega repugnante faz.
1.560
Y él, envuelto en sus secas coyunturas,
aún más sus nudos que se aprieta siente,
baña un mar de sudor su ardida frente
y crece en su impotencia su furor;
pugna con ansia a desasirse en vano,
y cuanto más airado forcejea,
tanto más se le junta y le desea
el rudo espectro que le inspira horror.
Y en furioso, veloz remolino,
y en aérea fantástica danza,
que la mente del hombre no alcanza
en su rápido curso a seguir,
los espectros su ronda empezaron,
cual en círculos raudos el viento
remolinos de polvo violento
y hojas secas agita sin fin.
Y elevando sus áridas manos,
resonando cual lúgubre eco,
levantóse con su cóncavo hueco
semejante a un aullido una voz:
pavorosa, monótona, informe,
que pronuncia sin lengua su boca,
cual la voz que del áspera roca
en los senos el viento formó.
1.570
1.575
1.580
1.585
«Cantemos, dijeron sus gritos,
la gloria, el amor de la esposa,
que enlaza en sus brazos dichosa,
por siempre al esposo que amó:
su boca a su boca se junte,
y selle su eterna delicia,
suave, amorosa caricia
y lánguido beso de amor.
»Y en mutuos abrazos unidos,
y en blando y eterno reposo,
la esposa enlazada al esposo
por siempre descansen en paz:
y en fúnebre luz ilumine
sus bodas fatídica tea,
es brinde deleites y sea
a tumba su lecho nupcial.»
269
1.565
1.590
1.595
1.600
Mientras, la ronda frenética
que en raudo giro se agita,
más cada vez precipita
su vértigo sin ceder;
más cada vez se atropella,
más cada vez se arrebata,
y en círculos se desata
violentos más cada vez:
y escapa en rueda quimérica,
y negro punto parece
que en torno se desvanece
a la fantástica luz,
y sus lúgubres aullidos
que pavorosos se extienden,
los aires rápidos hienden
más prolongados aún.
Y a tan continuo vértigo,
a tan funesto encanto,
a tan horrible canto,
a tan tremenda lid;
entre los brazos lúbricos
que aprémianle sujeto,
del hórrido esqueleto,
entre caricias mil:
Jamás vencido el ánimo,
su cuerpo ya rendido,
sintió desfallecido
faltarle, Montemar;
y a par que más su espíritu
desmiente su miseria
la flaca, vil materia
comienza a desmayar.
Y siente un confuso,
loco devaneo,
languidez, mareo
y angustioso afán:
y sombras y luces
la estancia que gira,
y espíritus mira
que vienen y van.
Y luego a lo lejos,
flébil en su oído,
eco dolorido
lánguido sonó,
270
1.605
1.610
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1.620
1.625
1.630
1.635
1.640
1.645
cual la melodía
que el aura amorosa,
y el aura armoniosa
de noche formó:
y siente luego
su pecho ahogado
y desmayado,
turbios sus ojos,
sus graves párpados
flojos caer:
la frente inclina
sobre su pecho,
y a su despecho,
siente sus brazos
lánguidos, débiles,
desfallecer.
Y vio luego
una llama
que se inflama
y murió;
y perdido,
oyó el eco
de un gemido
que expiró.
Tal, dulce
suspira
la lira
que hirió,
en blando
concepto,
del viento
la voz,
leve,
breve
son.
En tanto en nubes de carmín y grana
su luz el alba arrebolada envía,
y alegre regocija y engalana
las altas torres al naciente día;
sereno el cielo, calma la mañana,
1.685
blanda la brisa, trasparente y fría,
vierte a la tierra el sol con su hermosura
rayos de paz y celestial ventura.
Y huyó la noche y con la noche huían
271
1.650
1.655
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1.665
1.670
1.675
1.680
sus sombras y quiméricas mujeres,
y a su silencio y calma sucedían
el bullicio y rumor de los talleres;
y a su trabajo y a su afán volvían
los hombres y a sus frívolos placeres,
algunos hoy volviendo a su faena
de zozobra y temor el alma llena:
¡Que era pública voz, que llanto arranca
del pecho pecador y empedernido,
que en forma de mujer y en una blanca
túnica misteriosa revestido,
aquella noche el diablo a Salamanca
había en fin por Montemar venido!...
Y si, lector, dijerdes ser comento,
como me lo contaron, te lo cuento.
272
1.690
1.695
1.700
José de Esponceda
"Canción del pirata"
Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín. La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Stambul.
«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
»Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
»Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
»Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.
»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
»A la voz de "¡barco viene!" es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar.
Que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
»En las presas
yo divido
lo cogido
por igual.
Sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival. »Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
»Sentenciado estoy a muerte.
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna entena
quizá en su propio navío.
»Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo sacudí.
»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
»Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
»Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar
»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar».
EL DUQUE DE RIVAS
DON ÁLVARO Y
LA FUERZA DEL SINO
PERSONAS
DON ÁLVARO.
EL MARQUÉS DE CALATRAVA.
DON CARLOS DE VARGAS,
su hijo.
DON ALFONSO DE VARGAS, ídem.
DOÑA LEONOR, ídem.
CURRA, criada.
PRECIOSILLA, gitana.
UN CANÓNIGO.
EL PADRE GUARDIÁN DEL CONVENTO DE
LOS ÁNGELES.
EL HERMANO MELITÓN, portero del mismo.
PEDRAZA y OTROS OFICIALES.
UN CIRUJANO DE EJÉRCITO.
UN CAPELLÁN DE REGIMIENTO.UN
ALCALDE.
UN ESTUDIANTE.
MESONERO.
LA MOZA DEL MESÓN.
EL TÍO TRABUCO, arriero.
EL TÍO PACO, aguador.
EL CAPITÁN PREBOSTE.
UN SARGENTO.UN ORDENANZA A CABALLO.
Soldados españoles.
Arrieros.
Lugareños.
Lugareñas.
ACTO III
Escena III
El teatro representa una selva muy
oscura. Aparece al fondo DON
ÁLVARO, solo, vestido de capitán de
granaderos, se acerca lentamente, y dice
con gran agitación.
DON ÁLVARO
(Solo)
¡Qué carga tan insufrible
es el ambiente vital
para el mezquino mortal
que nace en signo terrible!
¡Qué eternidad tan horrible
895
la breve vida! Este mundo,
¡qué calabozo profundo
para el hombre desdichado
a quien mira el cielo airado
con su ceño furibundo!
900
Parece, sí, que a medida
que es más dura y más amarga,
más extiende, más alarga
el destino nuestra vida.
Si nos está concedida
905
sólo para padecer,
y debe muy breve ser
la del feliz, como en pena
de que su objeto no llena,
¡terrible cosa es nacer!
910
Al que tranquilo, gozoso,
vive entre aplausos y honores,
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso;
cuando es más fuerte y brioso,
915
la muerte sus dichas huella,
sus venturas atropella;
y yo, que infelice soy,
yo, que buscándola voy,
no pudo encontrar con ella.
920
Mas ¿cómo la he de obtener,
¡desventurado de mí!,
pues cuando infeliz nací,
nací para envejecer?
Si aquel día de placer
925
(que uno solo he disfrutado),
Fortuna hubiese fijado,
¡cuán pronto muerte precoz
con su guadaña feroz
mi cuello hubiera segado!
930
Para engalanar mi frente,
allá en la abrasada zona,
con la espléndida corona
del imperio de Occidente,
amor y ambición ardiente
935
me engendraron de concierto;
pero con tal desacierto,
con tan contraria Fortuna,
que una cárcel fue mi cuna
y fue mi escuela el desierto.
Entre bárbaros crecí,
y en la edad de la razón,
940
DON JUAN TENORIO. JOSÉ ZORRILLA
ACTO TERCERO
Panteón de la familia Tenorio. Como estaba en el acto primero de la segunda parte,
menos las estatuas de doña Inés y de don Gonzalo, que no están en su lugar.
ESCENA PRIMERA
Don Juan, embozado y distraído, entra en la escena lentamente:
DON JUAN Culpa mía no fue: delirio insano
me enajenó la mente acalorada.
Necesitaba víctimas mi mano
que inmolar a mi de desesperada,
y al verlos en mitad de mi camino
presa les hice allí de mi locura.
¡No fui yo, vive Dios! ¡Fue su destino!
Sabían mi destreza y mi ventura.
¡Oh! Arrebatado el corazón me siento
por vértigo infernal..., mi alma perdida
va cruzando el desierto de la vida
cual hoja seca que arrebata el viento.
Dudo..., temo..., vacilo..., en mi cabeza
siento arder un volcán..., muevo la planta
sin voluntad, y humilla mi grandeza
un no sé qué de grande que me espanta.
(Un momento de pausa)
¡Jamás mi orgullo concibió que hubiere
nada más que el valor...! Que se aniquila
el alma con el cuerpo cuando muere
creí..., mas hoy mi corazón vacila.
¡Jamás creí en fantasmas...! ¡Desvaríos!
Mas del fantasma aquel, pese a mi aliento,
los pies de piedra caminando siento
por doquiera que voy, tras de los míos.
¡ Oh! Y me trae a este sitio irresistible
misterioso poder...
(Levanta la cabeza y ve que no está en el pedestal la estatua de don Gonzalo)
¡Pero qué veo!
Falta de allí su estatua...! Sueño horrible,
déjame de una vez... No, te creo.
Sal, huye de mi mente fascinada,
fatídica ilusión..., estás en vano
con pueriles asombros empeñada
en agotar mi aliento sobrehumano.
Si todo es ilusión, mentido sueño,
nadie me ha de aterrar con trampantojos;
si es realidad, querer es necio empeño
aplacar de los cielos los enojos.
No; sueño o realidad, del todo anhelo
vencerle o que me venza; y si piadoso
busca tal vez mi corazón el cielo,
que le busque más franco y generoso.
La efigie de esa tumba me ha invitado
a venir a buscar prueba más cierta
de la verdad en que dudé obstinado...
Heme aquí, pues: Comendador, despierta.
[Llama al sepulcro del Comendador. Este sepulcro se cambia en una mesa que parodia
horriblemente la mesa en que cenaron en el acto anterior don Juan, Centellas y
Avellaneda. En vez de las guirnaldas que cogían en pabellones sus manteles, de sus
flores y lujoso servicio, culebras, huesos y fuego, etc. (A gusto del pintor) Encima de
esta mesa aparece un plato de ceniza, una copa de fuego y un reló de arena. Al
cambiarse este sepulcro, todos las demás se abren y dejan paso a las osamentas de las
personas que se suponen enterradas en ellos, envueltas en sus sudarios. Sombras,
espectros y espíritus pueblan el fondo de la escena. La tumba de doña Inés permanece]
ESCENA DOÑA INÉS
Don Juan, La estatua de don Gonzalo, las sombras
ESTATUA Aquí me tienes, don Juan,
y he aquí que vienen conmigo
los que tu eterno castigo
de Dios reclamando están.
DON JUAN ¡Jesús!
ESTATUA
¿Y de qué te alteras,
si nada hay que a ti te asombre,
y para hacerte eres hombre
platos con sus calaveras?
DON JUAN ¡Ay de mi!
ESTATUA
¿Qué? ¿El corazón
te desmaya?
DON JUAN
No lo sé;
concibo que me engañé:
no son sueños... ¡ellos son!
(Mirando a los espectros)
Pavor jamás conocido
el alma fiera me asalta,
y aunque el valor no me falta,
me va faltando el sentido.
ESTATUA Eso es, don Juan, que se va
concluyendo tu existencia,
y el plazo de tu sentencia
está cumpliéndose ya.
DON JUAN ¿Qué dices?
DON GONZALO
Lo que hace poco
que doña Inés te avisó,
lo que te he avisado yo,
y lo que olvidaste loco.
Mas el festín que me has dado
debo volverte, y así
llega, don Juan, que yo aquí
cubierto te he preparado.
DON JUAN ¿Y qué es lo que ahí me das?
DON GONZALO Aquí fuego, allí ceniza.
DON JUAN El cabello se me eriza.
ESTATUA Te doy lo que tú serás.
DON JUAN ¡Fuego y ceniza he de ser!
ESTATUA Cual los que ves en redor:
en eso para el valor,
la juventud y el poder..
DON JUAN Ceniza, bien; ¡pero fuego!
DON GONZALO El de la ira omnipotente
do arderás eternamente
por tu desenfreno ciego.
DON JUAN ¿Conque hay otra vida más
y otro mundo que el de aquí?
¿Conque es verdad, ¡ay de mí!,
lo que no creí jamás?
¡Fatal verdad que me hiela
la sangre en el corazón!
Verdad que mi perdición
solamente me revela.
¿Y ese reló?
DON GONZALO
Es la medida
de tu tiempo.
DON JUAN ¡Expira ya!
ESTATUA Sí: en cada grano se va
un instante de tu vida.
DON JUAN ¿Y ésos me quedan no más?
ESTATUA Sí.
DON JUAN ¡Injusto Dios! Tu poder
me haces ahora conocer
cuando tiempo no me das
de arrepentirme.
ESTATUA
Don Juan,
un punto de contrición
da a un alma la salvación,
y ese punto aún te le dan...
DON JUAN ¡Imposible! ¡En un momento
borrar treinta años malditos
de crímenes y delitos!
ESTATUA Aprovéchale con tiento,
(Tocan a muerto)
porque el plazo va a expirar.
y las campanas doblando
por ti están, y están cavando
la fosa en que te han de echar.
(Se oye a lo lejos el oficio de difuntos)
DON JUAN ¿Conque por mi doblan?
DON GONZALO
Sí.
DON JUAN ¿Y esos cantos funerales?
ESTATUA Los salmos penitenciales,
que están cantando por ti.
(Se ve pasar por la izquierda luz de hachones, y rezan dentro)
DON JUAN ¿Y aquel entierro que pasa?
DON GONZALO Es el tuyo.
DON JUAN
¡Muerto yo!
DON GONZALO El capitán te mató
a la puerta de tu casa.
DON JUAN Tarde la luz de la fe
penetra en mi corazón,
pues crímenes mi razón
a su luz tan sólo ve.
Los ve... y con horrible afán,
porque al ver su multitud
ve a Dios en la plenitud
de su ira contra don Juan.
¡Ah! Por doquiera que fui
la razón atropellé,
la virtud escarnecí
y a la justicia burlé,
y emponzoñé cuanto vi.
Yo a las cabañas bajé,
y a los palacios subí,
y los claustros escalé;
pues tal mi vida fue,
no, no hay perdón para mí.
Mas ¡ah! estáis todavía
(A los fantasmas)
con quietud tan pertinaz!
Dejadme morir en paz
a solas con mi agonía.
Mas con esa horrenda calma,
¿qué me auguráis, sombras fieras?
¿Qué esperan de mí?
(A la estatua de Don Gonzalo)
ESTATUA
Que mueras,
para llevarse tu alma.
Y adiós, don Juan; ya tu vida
toca a su fin, y pues vano
todo fue, dame la mano
en señal de despedida.
DON JUAN ¿Muéstrasme ahora amistad?
ESTATUA Si; que injusto fui contigo,
y Dios me manda tu amigo
volver a la eternidad.
DON JUAN Toma, pues.
DON GONZALO Ahora, don Juan,
pues desperdicias también
el momento que te dan,
conmigo al infierno ven.
DON JUAN ¡Aparta, piedra fingida!
Suelta, suéltame esa mano,
que aun queda el último grano
en el reló de mi vida.
Suéltala, que si es verdad
que un punto de contrición
da a un alma la salvación
de toda una eternidad,
yo, Santo Dios, creo en Ti;
si es mi maldad inaudita,
tu piedad es infinita...
¡Señor, ten piedad de mí!
ESTATUA Ya es tarde.
(Don Juan se hinca de rodillas, tendiendo al cielo la mano que le deja libre la estatua.
Las sombras, esqueletos, etc., can a abalanzarse sobre él, en cuyo momento se abre la
tumba de doña Inés y aparece ésta. Doña Inés toma la mano que don Juan tiende al
cielo)
ESCENA III
Don Juan, la estatua de don Gonzalo, doña Inés, sombras, etc.
DOÑA INÉS
¡No! Heme ya aquí,
don Juan; mi mano asegura
esta mano que a la altura
tendió tu contrito afán,
y Dios perdona a don Juan
Al pie de mi sepultura.
DON JUAN ¡Dios clemente! ¡doña Inés!
DOÑA INÉS Fantasmas, desvaneceos:
su fe nos salva..., volveos
a vuestros sepulcros pues.
La voluntad de Dios es:
de mi alma con la amargura
purifiqué su alma impura,
y Dios concedió a mi afán
la salvación de don Juan
al pie de la sepultura.
DON JUAN ¡Inés de mi corazón!
DOÑA INÉS Yo mi alma he dado por ti
y Dios te otorga por mí
tu dudosa salvación.
Misterio es que en comprensión
no cabe de criatura,
y sólo en vida más pura
los justos comprenderán
que el amor salvó a don Juan
al pie de la sepultura.
Cesad, cantos funerales;
(Cesa la música y salmodia)
callad, mortuorias campanas;
(Dejan de tocar a muerto)
ocupad, sombras livianas,
vuestras urnas sepulcrales;
(Vuelven los esqueletos a sus tumbas, que se cierran)
volved a los pedestales,
animadas esculturas;
(Vuelven las estatuas a sus lugares)
y las celestes venturas
en que los justos están
empiecen para don Juan
en las mismas sepulturas.
(Las flores se abren y dan paso a varios angelitos que rodean a doña Inés y a don Juan,
derramando sobre ellos flores y perfumes, y al son de la música dulce y lejana se
ilumina el teatro con luz de aurora. Doña Inés cae sobre un lecho de flores, que
quedará a la vista, en lugar de su tumba, que desaparece)
ESCENA ULTIMA
Doña Inés, don Juan, los ángeles
DON JUAN ¡Clemente Dios, gloria a Ti!
Mañana a los sevillanos
aterrará el creer que a manos
de mis víctimas caí.
Mas es justo; quede aquí
al universo notorio
que, pues me abre el purgatorio
un punto de penitencia,
es el Dios de la clemencia
el Dios de Don Juan Tenorio.
(Cae don Juan a los pies de doña Inés, y mueren ambos. De sus bocas salen sus almas
representadas en dos brillantes llamas, que se pierden en el espacio al son de la
música. Cae el telón)
FIN DEL DRAMA
La cruz del Diablo
de Gustavo Adolfo Bécquer
Que lo creas o no, me importa bien poco.
Mi abuelo se lo narró a mi padre, mi padre me lo ha referido a mí, y yo te lo cuento
ahora, siquiera no sea más que por pasar el rato. El crepúsculo comenzaba a
extender sus ligeras alas de vapor sobre las pintorescas orillas del Segre, cuando,
después de una fatigosa jornada, llegamos a Bellver, término de nuestro viaje.
Bellver es una pequeña población situada a la falda de una colina, por detrás de la
cual se ven elevarse, como las gradas de un colosal anfiteatro de granito, las
empinadas y nebulosas crestas de los Pirineos.
Los blancos caseríos que la rodean, salpicados aquí y allá sobre una ondulante
sabana de verdura, parecen a lo lejos un bando de palomas que han abatido su
vuelo para apagar su sed en las aguas de la ribera.
Una pelada roca, a cuyos pies tuercen éstas su curso, y sobre cuya cima se notan
aún remotos vestigios de construcción, señala la antigua línea divisoria entre el
condado de Urgel y el más importante de sus feudos.
A la derecha del tortuoso sendero que conduce a este punto, remontando la
corriente del río y siguiendo sus curvas y frondosas márgenes, se encuentra una
cruz.
El asta y los brazos son de hierro; la redonda base en que se apoya, de mármol, y la
escalinata que a ella conduce, de oscuros y mal unidos fragmentos de sillería.
La destructora acción de los años, que ha cubierto de orín el metal, ha roto y
carcomido la piedra de este monumento, entre cuyas hendiduras crecen algunas
plantas trepadoras que suben enredándose hasta coronarlo, mientras una vieja y
corpulenta encina la sirve de dosel.
Yo había adelantado algunos minutos a mis compañeros de viaje y deteniendo mi
escuálida cabalgadura, contemplaba en silencio aquella cruz, muda y sencilla
expresión de las creencia y la piedad de otros siglos. Un mundo de ideas se agolpó
a mi imaginación en aquel instante. Ideas ligerísimas sin forma determinada, que
unían entre sí, como un visible hilo de luz, la profunda soledad de aquellos lugares,
el alto silencio de la naciente noche y la vaga melancolía de mi espíritu.
Impulsado de un sentimiento religioso, espontáneo e indefinible, eché
maquinalmente pie a tierra, me descubrí y comencé a buscar en el fondo de mi
memoria una de aquellas oraciones que me enseñaron cuando niño; una de
aquellas oraciones que, cuando más tarde se escapan involuntarias de nuestros
labios, parece que aligeran el pecho oprimido y semejantes a las lágrimas, alivian el
dolor, que también toma estas formas para evaporarse.
Ya había comenzado a murmurarla, cuando de improviso sentí que me sacudían con
violencia por los hombros. Volví la cara: un hombre estaba al lado mío.
Era una de nuestros guías, natural del país, el cual, con una indescriptible expresión
de terror pintada en el rostro, pugnaba por arrastrarme consigo y cubrir mi cabeza
con el fieltro que aun tenía en mis manos.
Mi primera mirada, mitad de asombro, mitad de cólera, equivalía a una
interrogación enérgica, aunque muda.
El pobre hombre, sin cejar en su empeño de alejarme de aquel sitio, contestó a ella
con estas palabras, que entonces no pude comprender, pero en las que había un
acento de verdad que me sobrecogió:
-¡Por la memoria de su madre! ¡Por lo más sagrado que tenga en el mundo,
señorito, cúbrase usted la cabeza y aléjese más que de prisa de esta cruz! ¡Tan
desesperado está usted que, no bastándole la ayuda de Dios, recurre a la del
demonio!
Yo permanecí un rato mirándole en silencio. Francamente, creí que estaba loco; pero
él prosiguió con igual vehemencia:
-Usted busca la frontera; pues bien: si delante de esa cruz le pide usted al cielo que
le preste ayuda, las cumbres de los montes vecinos se levantarán en una sola
noche hasta las estrellas invisibles, sólo por que no encontremos la raya en toda
nuestra vida.
Yo no pude menos que sonreírme.
-¿Se burla usted?...¿Cree acaso que esa es una cruz santa, como la del porche de
nuestra iglesia?...
-¿Quién lo duda?
-Pues se engaña usted de medio a medio; porque esa cruz, salvo lo que tiene de
Dios, esta maldita...; esa cruz pertenece a un espíritu maligno, y por eso la llaman
La cruz del Diablo.
-¡La cruz del diablo!- repetí, cediendo a sus instancias, sin darme cuenta a mi
mismo del involuntario temor que comenzó a apoderarse de mi espíritu, y que me
rechazaba como una fuerza desconocida de aquel lugar-. ¡La cruz del Diablo!
¡Nunca ha herido mi imaginación una amalgama más disparatada de dos ideas tan
absolutamente enemigas!... ¡Una cruz...y del diablo! ¡ Vaya, vaya! ¡Fuerza será que
en llegando a la población me expliques este monstruoso absurdo.
Durante este corto diálogo, nuestros camaradas que habían montado sus
cabalgaduras, se nos reunieron al pie de la cruz; yo les explique en breves palabras
lo que acababa de sucederme: monte nuevamente en mi rocín, y las campanas de
la parroquia llamaban lentamente a la oración cuando nos apeamos en el más
escondido y lóbrego de los paradores de Bellver. Las llamas rojas y azules se
enroscaban chisporroteando a lo largo del grueso tronco de encina que ardía en el
ancho hogar; nuestras sombras, que se proyectaban temblando sobre los
ennegrecidos muros, se empequeñecían o tomaban formas gigantescas, según la
hoguera despedía resplandores más o menos brillantes; el vaso de saúco, ora vacío,
ora lleno, y no de agua como cangilón de noria había dado tres veces la vuelta en
derredor del circulo que formábamos junto al fuego, y todos esperaban con
impaciencia la historia de La cruz del Diablo, que a guisa de postres de la frugal
cena que acabábamos de consumir se nos había prometido, cuando nuestro guía
tosió por dos veces, se echó al coleto un ultimo trago de vino, limpióse con el revés
de la mano la boca y comenzó de este modo:
-Hace mucho tiempo, mucho tiempo, yo no sé cuánto, pero los moros ocupaban la
mayor parte de España, se llamaban condes nuestros reyes, y las villas y aldeas
pertenecían en feudo a ciertos señores que, a su vez, prestaban homenaje a otros
más poderosos, cuando acaeció lo que voy a referir a ustedes.
Concluida esta breve introducción histórica, el héroe de la fiesta guardó silencio
durante algunos segundos, como para coordinar sus recuerdos, y prosiguió así:
-Pues es el caso que en aquel tiempo remoto esta villa y algunas otras formaban
parte del patrimonio de un noble barón, cuyo castillo señorial se levantó por
muchos siglos sobre la cresta del peñasco que baña el Segre, del cual toma su
nombre.
Aún testifican la verdad de mi relación algunas informes ruinas que, cubiertas de
jaramago y musgo, se alcanzan a ver sobre su cumbre desde el camino que
conduce a este pueblo.
No sé si, por ventura o desgracia, quiso la suerte que este señor, a quien por su
crueldad detestaban sus vasallos, y por sus malas cualidades ni el rey admitía en la
corte, ni sus vecinos en el hogar, se aburriese de vivir solo con su mal humor y sus
ballesteros en lo alto de la roca en que sus antepasados colgaron su nido de piedra.
Devanábase noche y día los sesos en busca de alguna distracción propia de su
carácter, lo cual era bastante difícil después de haberse cansado, como ya lo
estaba, de mover guerra a sus vecinos, apalear a sus servidores y ahorcar a sus
súbditos.
En esta ocasión, cuentan las crónicas que se le ocurrió, aunque sin ejemplar, una
idea feliz.
Sabiendo que los cristianos de otras poderosas naciones se prestaban partir juntos
con una formidable armada a un país maravilloso para conquistar el sepulcro de
Nuestro Señor Jesucristo, que los moros tenían en su poder, se determinó a marchar
en su seguimiento.
Si realizó esta idea con objeto de purgar sus culpas, que no eran pocas, derramando
su sangre en tan justa empresa, o con el de transplantarse a un punto donde sus
malas mañas no conociesen, se ignora; pero la verdad del caso es que, con gran
contentamiento de grandes y chicos, de vasallos y de iguales, allegó cuanto dinero
pudo, redimió a sus pueblos del señorío mediante una gruesa cantidad, y no
conservando de propiedad suya más que el peñón del Segre y las cuatro torres del
castillo, herencia de sus padres, desapareció de la noche a la mañana.
La comarca entera respiró en libertad durante algún tiempo, como si despertara de
una pesadilla.
Ya no colgaban de los árboles de sus sotos, en vez de frutos, racimos de hombres;
las muchachas del pueblo no temían al salir con su cántaro a la cabeza a tomar
agua de la fuente del camino, ni los pastores llevaban sus rebaños al Segre por
sendas impracticables y ocultas, temblando encontrar a cada revuelta de la trocha
a los ballesteros de su muy amado señor.
Así transcurrió el espacio de tres años; la historia del Mal caballero, que sólo por
este nombre se le conocía, comenzaba a pertenecer al exclusivo dominio de las
viejas, que en las eternas veladas del invierno las relataban con voz hueca y
temerosa a los asombrados chicos: las madres asustaban a los pequeñuelos
incorregibles o llorones diciéndoles: <<¡Que viene el señor del Segre!>>, cuando
he aquí que no sé si un día o una noche, si caído del cielo o abortado de los
profundos, el temido señor apareció efectivamente y, como suele decirse, en carne
y hueso, en mitad de sus antiguos vasallos.
Renuncio a describir el efecto de esta desagradable sorpresa. Ustedes se lo podrán
figurar, mejor que yo pintarlo, sólo con decirles que tornaba reclamando sus
vendidos derechos; que si malo se fue, peor volvió, y si pobre y sin crédito se
encontraba antes de partir a la guerra, ya no podía contar con más recursos que su
despreocupación, su lanza y una media docena de aventureros tan desalmados y
perdidos como su jefe.
Como era natural, los pueblos se resistieron a pagar tributos que a tanta costa
habían redimido; pero el señor puso fuego a sus heredades, a sus alquerías y a sus
mieses.
Entonces apelaron a la justicia del rey; pero el señor se burló de las cartas-leyes de
los condes soberanos, las clavó en el postigo de sus torres y colgó a los faraútes de
una encina.
Exasperados, y no encontrando otra vía de salvación, por último, se pusieron de
acuerdo entre si, se encomendaron a la Divina Providencia y tomaron las armas;
pero el señor reunió a sus secuaces, llamó en su ayuda al diablo, se encaramó a su
roca y se preparó a la lucha.
Esta comenzó terrible y sangrienta. Se peleaba con todas armas, en todos sitios y a
todas horas, con la espada y el fuego, en la montaña y en la llanura, en el día y
durante la noche. Aquello no era pelear para vivir: era vivir para pelear.
Al caso, triunfó la causa de la justicia. oigan ustedes cómo:
Una noche oscura, muy oscura, en que no se oía ni un rumor en la tierra ni brillaba
un solo astro en el cielo, los señores de la fortaleza, engreídos por una reciente
victoria, se repartían el botín y, ebrios con el vapor de los licores, en mitad de la
boca y estruendosa orgía, entonaban sacrílegos cantares en loor de su infernal
patrono.
Como dejo dicho, nada se oía en derredor del castillo, excepto el eco de las
blasfemias, que palpitaban perdidas en el sombrío seno de la noche, como palpitan
las almas de los condenados envueltas en los pliegues del huracán de los infiernos.
Ya los descuidados centinelas habían fijado algunas veces sus ojos en la villa, que
reposaba silenciosa, y se habían dormido sin temor a una sorpresa, apoyados en el
grueso tronco de sus lanzas, cuando he aquí que algunos aldeanos, resueltos a
morir y protegidos por la sombra, comenzaron a escalar el enhiesto peñón del
Segre, a cuya cima tocaron a punto de medianoche.
Una vez en la cima, lo que faltaba por hacer fue obra de poco tiempo: los centinelas
salvaron de un solo salto el valladar que separa al sueño de la muerte; el fuego,
aplicado con teas de resina al puente y al rastrillo, se comunicó con la rapidez del
relámpago a los muros, y los escaladores, favorecidos por la confusión y abriéndose
paso entre las llamas, dieron fin con los habitantes de aquella guarida en un abrir y
cerrar los ojos. Todos perecieron.
Cuando el cercano día comenzó a blanquear las altas copas de los enebros,
humeaban aún los calcinados escombros de las desplomadas torres; y a través de
sus anchas brechas, chispeando al herirla la luz, y colgada de uno de los negros
pilares de la sala del festín, era fácil divisar la armadura del temido jefe, cuyo
cadáver, cubierto de sangre y de polvo, yacía entre los desgarrados tapices y las
calientes cenizas, confundido con los de sus oscuros compañeros.
El tiempo pasó; comenzaron los zarzales a rastrear por los desiertos patios, la
hiedra a enredarse en los oscuros machones y las campanillas azules a mecerse
colgadas de las ruinosas almenas. Los desiguales soplos de la brisa, el graznido de
las aves nocturnas y el rumor de los reptiles que se deslizaban entre las altas
hierbas, turbaban sólo de vez en cuando el silencio de la muerte de aquel lugar
maldecido; los insepultos huesos de sus antiguos moradores blanqueaban al rayo
de la luna, y aún podía verse el haz de armas del señor del Segre colgado del negro
pilar de la sal de festín.
Nadie osaba tocarle; pero corrían mil fábulas acerca de aquel abandonado objeto,
causa incesante de hablillas y terrores para los que le miraban llamear durante el
día, herido por la luz del sol, o creían percibir en las altas horas de la noche el
metálico son de sus piezas, que chocaban entre si cuando las movía el viento, con
un gemido prolongado y triste.
A pesar de todos los cuentos que a propósito de la armadura se fraguaron, y que en
voz baja se repetían unos a otros los habitantes de los alrededores, no pasaban de
cuentos, y el único mal positivo que de ello resultó se redujo entonces a una dosis
de miedo más que regular, que cada uno de por sí se esforzaba en disimular lo
posible, haciendo, como decirse suele, de tripas corazón.
Si de aquí no hubiera pasado la cosa, nada se habría perdido. Pero el diablo, que a
lo que parece no se encontraba satisfecho de su obra, sin duda con el permiso de
Dios, y a fin de hacer purgar a la comarca algunas culpas, volvió a tomar cartas en
el asunto.
Desde este momento las fábulas, que hasta aquella época no pasaron de un rumor
vago y sin viso alguno de verosimilitud, comenzaron a tomar consistencia y a
hacerse de día en día más probables.
En efecto, hacía algunas noches que todo el pueblo había podido observar un
extraño fenómeno.
Entre las sombras, a lo lejos, ya subiendo las retorcidas cuestas del peñón del
Segre, ya vagando entre las ruinas del castillo, ya cerniéndose, al aparecer, en los
aires, se veían correr, cruzarse, esconderse y tornar a aparecer para alejarse en
distintas direcciones, unas luces misteriosas y fantásticas, cuya procedencia nadie
sabia explicar.
Esto se repitió por tres o cuatro noches durante el intervalo de un mes, y los
confusos aldeanos esperaban, ansiosos, el resultado de aquellos conciliábulos
diabólicos que ciertamente no se hizo aguardar mucho, cuando tres o cuatro
alquerías incendiadas, varias reses desaparecidas y los cadáveres de algunos
caminantes despeñados en los precipicios pusieron en alarma todo el territorio en
diez leguas a la redonda.
Ya no quedó duda laguna. Una banda de malhechores se albergaba en los
subterráneos del castillo.
Estos, que sólo se prestaban al principio muy de tarde en tarde y en determinados
puntos del bosque que aún en el día se dilata a lo largo de la ribera, concluyeron
por ocupar casi todos los desfiladeros de las montañas, emboscarse en los caminos,
saquear los valles y descender como un torrente a la llanura, donde, a este quiero,
a este no quiero, no dejaban títere con cabeza.
Los asesinatos se multiplicaban, las muchachas desaparecían, los niños eran
arrancados de las cunas, a pesar de los lamentos de sus madres, para servirlos en
diabólicos festines, en que, según la creencia general, los vasos sagrados sustraídos
de las profanadas iglesias servían de copa.
El terror llegó a apoderarse de los ánimos en un grado tal, que al toque de
oraciones nadie se aventuraba a salir de su casa, en la que no siempre se creían
seguros de los bandidos del peñón.
Mas ¿quiénes eran estos? ¿De dónde habían venido? ¿Cuál era el nombre de su
misterioso jefe? He aquí el enigma que todos querían explicar y que nadie podía
resolver hasta entonces, aunque se observase, desde luego, que la armadura del
señor feudal había desaparecido del sitio que antes ocupara y posteriormente
varios labradores hubiesen afirmado que el capitán de aquella desalmada gavilla
marchaba a su frente, cubierto con una que, de no ser la misma, se le asemejaba
en un todo.
Cuanto queda repetido, si se le despoja de esa parte de fantasía con que el miedo
abulta y completa sus creaciones favoritas, nada tiene en si de sobrenatural y
extraño.
¿Qué cosa más corriente en unos bandidos que las ferocidades con que estos se
distinguían, ni más natural que el apoderarse su jefe de las abandonadas armas del
señor del Segre?
Sin embargo, algunas revelaciones hechas antes de morir por uno de sus secuaces,
prisionero en las últimas refriegas, acabaron de colmar la medida, preocupando el
ánimo de los más incrédulos. Poco más o menos, el contenido de su confesión fue
éste:
<<-Yo -dijo- pertenezco a una noble familia. Los extravíos de mi juventud, mis locas
prodigalidades y mis crímenes, por último, atrajeron sobre mi cabeza la cólera de
mis deudos y la maldición de mi padre, que me desheredó al expiar. Hallándome
solo y sin recursos de ninguna especie, el diablo, sin duda, debió sugerirme la idea
de reunir algunos jóvenes que se encontraban en una situación idéntica a la mía,
los cuales, seducidos con la promesa de un porvenir de disipación, libertad y
abundancia, no vacilaron un instante en suscribir a mis designios. Estos se reducían
a formar una banda de jóvenes de buen humor, despreocupados y poco temerosos
del peligro, que desde allí en adelante vivirían alegremente del producto de su valor
y a costa del país, hasta tanto que Dios se sirviera disponer de cada uno de ellos
conforme a su voluntad, según hoy a mi me sucede. Con esto objeto, señalamos
esta comarca para teatro de nuestras expediciones futuras y escogimos como punto
el más a propósito para nuestras reuniones el abandonado castillo del Segre, lugar
seguro no tanto por su posición fuerte y ventajosa como por hallarse defendido
contra el vulgo por las supersticiones y el miedo. Congregados una noche bajo sus
ruinosas arcadas, alrededor de una hoguera que iluminaba con su rojizo resplandor
las desiertas galerías, trabóse una acalorada disputa sobre cual de nosotros había
de ser elegido jefe. Cada uno alegó sus méritos: yo expuse mis derechos; ya los
unos murmuraban entre si con ojeadas amenazadoras, ya los otros, con voces
descompuestas por la embriaguez, habían puesto la mano sobre el pomo de sus
puñales para dirimir la cuestión, cuando de repente oímos un extraño crujir de
armas acompañado de pisadas huecas y sonantes, que de cada vez se hacían más
distintas. Todos arrojamos a nuestro alrededor una inquieta mirada de desconfianza;
nos pusimos de pie y desnudamos nuestros aceros, determinados a vender caras
las vidas; pero no pudimos por menos de permanecer inmóviles al ver adelantarse
con paso firme e igual un hombre de elevada estatura, completamente armado de
la cabeza al pie y cubierto el rostro con la visera del casco, el cual, desnudando su
montante, que dos hombres podrían apenas manejar, y poniéndose sobre uno de
los carcomidos fragmentos de las rotas arcadas, exclamo con una voz hueca y
profunda, semejante al rumor de una caída de aguas subterráneas: “Si alguno de
vosotros se atreve a ser el primero mientras yo habite en el castillo del Segre, que
tome esa espada, signo del poder”. Todos guardamos silencio, hasta que,
transcurrido el primer momento de estupor, le proclamamos a grandes voces
nuestro capitán, ofreciéndole una copa de nuestro vino, la cual rehusó por señas
acaso por no descubrirse la faz, que en vano procuramos distinguir a través de las
rejillas de hierro que la ocultaba a nuestros ojos. No obstante, aquella noche
pronunciamos el más formidable de los juramentos, y a la siguiente dieron principio
nuestras nocturnas correrías. En ellas, nuestro misterioso jefe marcha siempre
delante de todos. Ni el fuego le ataja, ni los peligros le intimidan, ni las lágrimas le
conmueven. Nunca despliega sus labios; pero cuando la sangre humea en nuestras
manos, como cuando los templos se derrumban calcinados por las llamas; cuando
las mujeres huyen espantadas entre las ruinas, y los niños arrojan gritos de dolor, y
los ancianos perecen a nuestros golpes, contesta con una carcajada de feroz alegría
a los gemidos, las imprecaciones y los lamentos. Jamás se desnuda de sus armas ni
abate la visera de su casco después de la victoria, ni participa del festín, ni se
entrega al sueño. Las espadas que le hieren se hunden entre las piezas de su
armadura, y ni le causan la muerte ni se retiran teñidas en sangre; el fuego
enrojece su espaldar y su cota, y aún prosigue impávido entre las llamas, buscando
nuevas víctimas; desprecia el oro, aborrece la hermosura y no le inquieta la
ambición. Entre nosotros, unos le creen un extravagante; otros, un noble arruinado,
que por un resto de pudor se tapa la cara, y no falta quien se encuentra convencido
de que es el mismo diablo en persona.>>
El autor de estas revelaciones murió con la sonrisa de la mofa en los labios y sin
arrepentirse de sus culpas. Varios de sus iguales le siguieron en diversas épocas al
suplicio; pero el temible jefe, a quien continuamente se unían nuevos prosélitos, no
cesaba en sus desastrosas empresas.
Los infelices habitantes de la comarca, y de cada vez más aburridos y
desesperados, no acertaban ya con la determinación que debería tomarse para
concluir de un todo con aquel orden de cosas, cada día más insoportable y triste.
Inmediato a la villa, y oculto en el fondo de un espeso bosque, vivía a esta sazón,
en una pequeña ermita dedicada a San Bartolomé, un santo hombre, de costumbres
piadosas y ejemplares, a quien el pueblo tuvo siempre en olor de santidad merced a
sus saludables consejos y acertadas predicciones.
Este venerable ermitaño, a cuya prudencia y proverbial sabiduría encomendaron los
vecinos de Bellver la resolución de este difícil problema, después de implorar la
misericordia divina por medio de su santo patrono, que, como ustedes no ignoraran,
conoce al diablo muy de cerca y en más de una ocasión le ha atado bien corto, les
aconsejó que se emboscasen durante la noche al pie del pedregoso camino que
sube serpenteando por la roca en cuya cima se encontraba el castillo,
encargándoles al mismo tiempo que, ya allí, no hiciesen uso de otras armas para
aprehenderlo que de una maravillosa oración que les hizo aprender de memoria y
con lo cual aseguraban las crónicas que San Bartolomé había hecho al diablo su
prisionero.
Púsose en práctica el proyecto, y su resultado excedió a cuantas esperanzas se
habían concebido, pues aún no iluminaba el sol del otro día la alta torre de Bellver,
cuando sus habitantes, reunidos en grupos en la plaza mayor, se contaban unos a
otros, con aire de misterio, cómo aquella noche, fuertemente atado de pies y
manos, y a los lomos de una poderosa mula, había entrado en la población el
famoso capitán de los bandidos del Segre.
De que artes se valieron los acometedores de esta empresa para llevarla a término,
ni nadie se lo acertaba a explicar ni ellos mismos podían decirlo; pero el hecho era
que, gracias a la oración del santo o al valor de sus devotos, la cosa había sucedido
tal como se refería.
Apenas la novedad comenzó a extenderse de boca en boca y de casa en casa, la
multitud se lanzó a las calles con ruidosa algazara y corrió a reunirse a las puertas
de la prisión. La campana de la parroquia llamó a consejo, y los vecinos más
respetables se juntaron en capítulo, y todos aguardaban ansiosos la hora en que el
reo había de comparecer anta sus improvisados jueces.
Estos, que se encontraban autorizados por los condes de Urgel para administrarse
por si mismos pronta y severa justicia sobre aquellos malhechores, deliberaron un
momento, pasado el cual mandaron comparecer al delincuente a fin de notificarle
su sentencia.
Como dejo dicho, así en la plaza mayor como en las calles por donde el prisionero
debía atravesar para dirigirse al punto en que sus jueces se encontraban, la
impaciente multitud hervía como un apiñado enjambre de abejas. Especialmente en
la puerta de la cárcel, la conmoción popular tomaba de cada vez mayores
proporciones. Y ya los animados diálogos, los sordos murmullos y los amenazadores
gritos comenzaban a poner en cuidado a sus guardas, cuando, afortunadamente,
llegó la orden de sacar al reo.
Al aparecer éste bajo el macizo arco de la portada de su prisión, completamente
vestido de todas armas y cubierto el rostro con la visera, un sordo y prolongado
murmullo de admiración y de sorpresa se elevó de entre las compactas masas del
pueblo, que se abrían con dificultad para dejarle paso.
Todos habían reconocido en aquella armadura la del señor del Segre; aquella
armadura objeto de las más sombrías tradiciones mientras se la vio suspendida de
los arruinados muros de la fortaleza maldita.
Las armas eran aquellas, no cabía duda alguna. Todos habían visto flotar el negro
penacho de su cimera en los combates que un tiempo trabaran contra su señor;
todos lo habían visto agitarse al soplo de la brisa del crepúsculo, a par de la hiedra
del calcinado pilar en que quedaron colgadas a la muerte de su dueño. Mas ¿quién
podría ser el desconocido personaje que entonces las llevaba? Pronto iba a saberse.
Al menos, así se creía. Los sucesos dirán cómo esta esperanza queda frustrada a la
manera de otras muchas y por qué de este solemne acto de justicia, del que debía
aguardarse el completo esclarecimiento de la verdad, resultaron nuevas y más
inexplicables confusiones.
El misterioso bandido penetró al fin en la sala del Concejo, y un silencio profundo
sucedió a los rumores que se elevaran de entre los circunstantes al oír resonar bajo
las latas bóvedas de aquel recinto el metálico son de sus acicates de oro. Uno de los
que componían el tribunal, con voz lenta e insegura, le preguntó su nombre, y todos
prestaron el oído con ansiedad para no perder una sola palabra de su respuesta;
pero el guerrero se limitó a encoger sus hombros ligeramente, con un aire de
desprecio e insulto que no pudo menos de irritar a sus jueces, los que se miraron
entre si sorprendidos.
Tres veces volvió a repetirle la pregunta, que otras tantas obtuvo semejante o
parecida contestación.
-¡Que se levante la visera! ¡Que se descubra! ¡Que se descubra! -comenzaron a
gritar los vecinos de la villa presentes al acto-. ¡Que se descubra! ¡Veremos si se
atreve entonces a insultarnos con su desdén como ahora la hace protegido por el
incógnito!
-Descubríos -repitió el mismo que anteriormente le dirigiera la palabra.
El guerrero permaneció impasible.
-Os lo mando en el nombre de nuestra autoridad.
La misma contestación.
-En el de los condes soberanos.
Ni por esas.
La indignación llegó a su colmo, hasta el punto que uno de sus guardas, lanzándose
sobre el reo, cuya pertinacia en callar bastaría a apurar la apariencia de un santo, le
abrió violentamente la visera. Un grito de general sorpresa se escapó del auditorio,
que permaneció por un instante herido de un inconcebible estupor.
La cosa no era para menos. El casco, cuya férrea visera se veía en parte levantada
hasta la frente, en parte caída sobre la brillante gola de acero, estaba vacío...,
completamente vacío.
Cuando pasaba ya el primer momento de terror, quisieron tocarle, la armadura se
estremeció ligeramente y, descomponiéndose en piezas, cayó al suelo con un ruido
sordo y extraño.
La mayor parte de los espectadores, a la vista del nuevo prodigio, abandonaron
tumultuosamente la habitación y salieron despavoridos a la plaza.
La nueva se divulgó con la rapidez del pensamiento entre la multitud que
aguardaba impaciente el resultado del juicio, y fue tal la alarma, la revuelta y la
vocería, que ya a nadie cupo duda sobre lo que de pública voz se aseguraba; esto
es, que el diablo, a la muerte del señor del Segre, había heredado los feudos de
Bellver.
Al fin se apaciguó el tumulto y decidióse volver a un calabozo la maravillosa
armadura.
Ya en él, despacháronse cuatro emisarios que, en representación de la atribulada
villa, hiciesen presente el caso al conde de Urgel y al arzobispo, los que no tardaron
muchos días en tornar con la resolución de estos personajes, resolución que como
suele decirse, era breve y compendiosa. -Cuélguese -les dijeron- la armadura en la
plaza mayor de la villa, que si el diablo la ocupa, fuerza le será el abandonarla o
ahorcarse con ella.
Encantados los habitantes de Bellver con tan ingeniosa solución, volvieron a
reunirse en consejo, mandaron levantar una horca en la plaza y cuando ya la
multitud ocupaba sus avenidas, se dirigieron a la cárcel por las armas, en
corporación y con toda la solemnidad que la importancia del caso requería.
Cuando la respetable comitiva llegó al macizo arco que daba entrada al edificio, un
hombre pálido y descompuesto se arrojó al suelo en presencia de los aturdido
circunstantes, exclamando con las lágrimas en los ojos:
-¡Perdón, señores, perdón!
-¡Perdón! ¿Para quién? -dijeron algunos-. ¿Para el diablo que habita dentro de la
armadura del señor del Segre?
-Para mí -prosiguió con voz trémula el infeliz, en quien todos reconocieron al alcaide
de las prisiones-, para mí... Porque las armas... han desaparecido.
Al oír estas palabras el asombro se pintó en el rostro de cuantos se encontraban en
el pórtico, que, mudos e inmóviles, hubieran permanecido en la posición en que se
encontraban dios sabe cuánto si la siguiente relación del guardián no las hubiera
hecho agruparse en su alrededor para escuchar con avidez.
-Perdonadme, señores -decía el pobre alcaide-, perdonadme y yo no os ocultare
nada; si quiera sea en contra mía.
Todos guardaban silencio, y el prosiguió así:
-Yo no acertaré nunca a dar la razón; pero es le caso que la historia de las armas
vacías me pareció siempre una fábula tejida en favor de algún noble personaje a
quien tal vez altas razones de conveniencia pública no permitían descubrir ni
castigar. En esta creencia estuve siempre, creencia en que no podía menos de
confirmarme la inmovilidad en que se encontraban desde que por segunda vez
tornaron a la cárcel traídas del Concejo. En vano una noche y otra, deseando
sorprender su misterio, si misterios en ellas había, me levantaba poco a poco y
aplicaba e oído a los intersticios de la ferrada puerta de su calabozo: ni un rumor se
percibía. En vano procure observarlas a través de un pequeño agujero producido en
el muro. Arrojadas sobre un poco de paja, y en uno de los mas oscuros rincones,
permanecían un día y otro descompuestas e inmóviles. Una noche, por último,
aguijoneado por la curiosidad y deseando convencerme por mi mismo de que aquel
objeto de terror nada tenía de misterioso, encendí un linterna, bajé a las prisiones,
levanté sus dobles aldabas y, no cuidando siquiera (tanta era mi fe en que todo no
pasaba de un cuento) de cerrar las puertas tras mí, penetré en el calabozo. Nunca
lo hubiera hecho. Apenas anduve unos pasos, las luz de mi linterna se apagó por sí
sola y mis dientes comenzaron a chocar y mis cabellos a erizarse. Turbando el
profundo silencio que me rodeaba, había oído como un ruido de hierros que se
removían y chocaban al unirse entre las sombras. Mi primer movimiento fue
arrojarme a las puertas para cerrar el paso; pero al asir sus hojas sentí sobre mis
hombros una mano formidable cubierta con un guantelete, que, después de
sacudirme con violencia, me derribó sobre el dintel. Allí permanecí hasta la mañana
siguiente, que me encontraron mis servidores falto de sentido y recordando sólo
que después de mi caída había creído percibir confusamente como una pisadas
sonoras, la compás de las cuales resonaba un rumor de espuelas, que poco a poco
se fue alejando hasta perderse.
Cuando concluyó el alcaide reinó un silencio profundo al que se siguió luego un
infernal concierto de lamentaciones, gritos y amenazas.
Trabajo costó a los más pacíficos el contener al pueblo que, con la novedad, pedía a
grandes voces la muerte del curioso autor de su nueva desgracia.
Al cabo logróse apaciguar el tumulto y comenzaron a disponerse a una nueva
persecución. Esta obtuvo también un resultado satisfactorio.
Al cabo de algunos días, la armadura volvió a encontrarse en poder de sus
perseguidores. Conocida la fórmula, y mediante la ayuda de San Bartolomé, la cosa
no era ya muy difícil.
Pero aun quedaba algo por hacer, pues en vano, a fin de sujetarla, la colgaron de
una horca; en vano emplearon la más exquisita vigilancia con el objeto de quitarle
toda ocasión de escarparse por esos mundos. En cuanto a las desunidas armas
veían dos dedos de luz se encajaban y, piano pianito, volvían a tomar el trote y a
emprender de nuevo sus excursiones por montes y llanos, que era una bendición
del cielo. Aquello era el cuento de nunca acabar.
En tan angustiosa situación, los vecinos se repartieron entre si las piezas de la
armadura, que acaso por centésima vez se encontraba en sus manos, y rogaron al
piadoso eremita que un día los iluminó con sus consejos decidiera lo que debí
hacerse con ella.
El santo barón ordenó al pueblo una penitencia general. Se encerró por tres días en
el fondo de la caverna que le servía de asilo, y al cabo de ellos dispuso que se
fundieses las diabólicas armas, y con ellas y algunas sillares del castillo del Segre se
levantase una cruz.
La operación se llevó a término, aunque no sin que nuevos y aterradores prodigios
llenasen de pavor al ánimo de los consternados habitantes de Bellver.
En tanto que las piezas arrojadas a las llamas comenzaban a enrojecerse, largos y
profundos gemidos parecían escarparse de la ancha hoguera, de entre cuyos
troncos saltaban como si estuvieran vivas y sintiesen la acción del fuego. Una
tromba de chispas rojas, verdes y azules danzaban en la cúspide de sus encendidas
lenguas y se retorcía crujiendo como si una legión de diablos cabalgando sobre
ellas, pugnasen por libertar a sus señor de aquel tormento.
Extraña, horrible fue la operación en tanto que la candente armadura perdía su
forma para tomar la de una cruz. Los martillos caían resonando con un espantoso
estruendo sobre el yunque, al que veinte trabajadores vigorosos sujetaban las
barras del hirviente metal, que palpitaba y gemía al sentir los golpes.
Ya se extendían los brazos del signo de nuestra redención, ya comenzaba a
formarse la cabecera, cuando la diabólica y encendida masa se retorcía de nuevo
como una convulsión espantosa y, rodeándose al cuerpo de los desgraciados que
pugnaban por desasirse de sus abrazos de muerte, se enroscaba en anillos como
una culebra o se contraía en zigzag como un relámpago.
El constante trabajo, la fe, las oraciones y el agua bendita consiguieron, por último,
vencer al espíritu infernal y la armadura se convirtió en una cruz.
Esa cruz es la que hoy habéis visto, y a la cual se encuentra sujeto el diablo, que le
presta su nombre. Ante ella, ni las jóvenes colocan en el mes de mayo ramilletes de
lirios, ni los pastores se descubren al pasar, ni los ancianos se arrodillan, bastando
apenas las severas amonestaciones del clero para que los muchachos no la
apedreen.
Dios ha cerrado sus oídos a cuantas plegarias se le dirigen en su presencia. En el
invierno, los lobos se reúnen en manadas junto al enebro que la protege para
lanzarse sobre las reses; los bandidos esperan a su sombra a los caminantes, que
entierran a su pie después que los asesinan, y cuando la tempestad se desata, los
rayos tuercen su camino para liarse, silbando, al asta de esa cruz y romper los
sillares de su pedestal.
Niebla
XXXI
de Miguel de Unamuno
Aquella tempestad del alma de Augusto terminó, como en terrible calma, en
decisión de suicidarse. Quería acabar consigo mismo, que era la fuente de sus
desdichas propias. Mas antes de llevar a cabo su propósito, como el náufrago que
se agarra a una débil tabla, ocurriósele consultarlo conmigo, con el autor de todo
este relato. Por entonces había leído Augusto un ensayo mío en que, aunque de
pasada, hablaba del suicidio, y tal impresión pareció hacerle, así como otras cosas
que de mí había leído, que no quiso dejar este mundo sin haberme conocido y
platicado un rato conmigo. Emprendió, pues, un viaje acá, a Salamanca, donde hace
más de veinte años vivo, para visitarme.
Cuando me anunciaron su visita sonreí enigmáticamente y le mandé pasar a mi
despacho-librería. Entró en él como un fantasma, miró a un retrato mío al óleo que
allí preside a los libros de mi librería, y a una seña mía se sentó, frente a mí.
Empezó hablándome de mis trabajos literarios y más o menos filosóficos,
demostrando conocerlos bastante bien, lo que no dejó, ¡claro está!, de halagarme, y
en seguida empezó a contarme su vida y sus desdichas. Le atajé diciéndole que se
ahorrase aquel trabajo, pues de las vicisitudes de su vida sabía yo tanto como él, y
se lo demostré citándole los más íntimos pormenores y los que él creía más
secretos. Me miró con ojos de verdadero terror y como quien mira a un ser
increííble; creí notar que se le alteraba el color y traza del semblante y que hasta
temblaba. Le tenía yo fascinado.
–¡Parece mentira! –repetía–, ¡parece mentira! A no verlo no lo creería... No sé si
estoy despierto o soñando...
–Ni despierto ni soñando –le contesté.
–No me lo explico... no me lo explico –añadió–; mas puesto que usted parece saber
sobre mí tanto como sé yo mismo, acaso adivine mi propósito...
–Sí –le dije–, tú –y recalqué este tú con un tono autoritario–, tú, abrumado por tus
desgracias, has concebido la diabólica idea de suicidarte, y antes de hacerlo,
movido por algo que has leído en uno de mis últimos ensayos, vienes a
consultármelo.
El pobre hombre temblaba como un azogado, mirándome como un poseído miraría.
Intentó levantarse, acaso para huir de mí; no podía. No disponía de sus fuerzas.
–¡No, no te muevas! –le ordené.
–Es que... es que... –balbuceó.
–Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
–¿Cómo? –exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
–Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? –le pregunté.
–Que tenga valor para hacerlo –me contestó.
–No –le dije–, ¡que esté vivo!
–¡Desde luego!
–¡Y tú no estás vivo!
–¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto? –y empezó, sin darse clara
cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo.
–¡No, hombre, no! –le repliqué–. Te dije antes que no estabas ni despierto ni
dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
–¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! –me
suplicó consternado–, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta
tarde, que temo volverme loco.
–Pues bien; la verdad es, querido Augusto –le dije con la más dulce de mis voces–,
que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco
muerto, porque no existes...
–¿Cómo que no existo? ––exclamó.
–No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un
producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que
de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un
personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu
secreto.
Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas
perforadoras que parecen atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a
mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue
recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba
arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una
sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
–Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra
precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice.
–Y ¿qué es lo contrario? –le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.
–No sea, mi querido don Miguel –añadió–, que sea usted y no yo el ente de ficción,
el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser
un pretexto para que mi historia llegue al mundo...
–¡Eso más faltaba! –exclamé algo molesto.
–No se exalte usted así, señor de Unamuno –me replicó–, tenga calma. Usted ha
manifestado dudas sobre mi existencia...
–Dudas no –le interrumpí–; certeza absoluta de que tú no existes fuera de mi
producción novelesca.
–Bueno, pues no se incomode tanto si yo a mi vez dudo de la existencia de usted y
no de la mía propia. Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una sino varias
veces ha dicho que don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que
Cervantes?
–No puedo negarlo, pero mi sentido al decir eso era...
–Bueno, dejémonos de esos sentires y vamos a otra cosa. Cuando un hombre
dormido a inerte en la cama sueña algo, ¿qué es lo que más existe, él como
conciencia que sueña, o su sueño?
–¿Y si sueña que existe él mismo, el soñador? –le repliqué a mi vez.
–En ese caso, amigo don Miguel, le pregunto yo a mi vez, ¿de qué manera existe él,
como soñador que se sueña, o como soñado por sí mismo? Y fíjese, además, en que
al admitir esta discusión conmigo me reconoce ya existencia independiente de sí.
–¡No, eso no!, ¡eso no! –le dije vivamente–. Yo necesito discutir, sin discusión no
vivo y sin contradicción, y cuando no hay fuera de mí quien me discuta y contradiga
invento dentro de mí quien lo haga. Mis monólogos son diálogos.
–Y acaso los diálogos que usted forje no sean más que monólogos...
–Puede ser. Pero te digo y repito que tú no existes fuera de mí...
–Y yo vuelvo a insinuarle a usted la idea de que es usted el que no existe fuera de
mí y de los demás personajes a quienes usted cree haber inventado. Seguro estoy
de que serían de mi opinión don Avito Carrascal y el gran don Fulgencio...
–No mientes a ese...
–Bueno, basta, no le moteje usted. Y vamos a ver, ¿qué opina usted de mi suicidio?
–Pues opino que como tú no existes más que en mi fantasía, te lo repito, y como no
debes ni puedes hacer sino lo que a mí me dé la gana, y como no me da la real
gana de que te suicides, no te suicidarás. ¡Lo dicho!
–Eso de no me da la real gana, señor de Unamuno, es muy español, pero es muy
feo. Y además, aun suponiendo su peregrina teoría de que yo no existo de veras y
usted sí, de que yo no soy más que un ente de ficción, producto de la fantasía
novelesca o nivolesca de usted, aun en ese caso yo no debo estar sometido a lo que
llama usted su real gana, a su capricho. Hasta los llamados entes de ficción tienen
su lógica interna...
–Sí, conozco esa cantata.
–En efecto; un novelista, un dramaturgo, no pueden hacer en absoluto lo que se les
antoje de un personaje que creen; un ente de ficción novelesca no puede hacer, en
buena ley de arte, lo que ningún lector esperaría que hiciese... –Un ser novelesco tal
vez...
–¿Entonces?
–Pero un ser nivolesco...
–Dejemos esas bufonadas que me ofenden y me hieren en lo más vivo. Yo, sea por
mí mismo, según creo, sea porque usted me lo ha dado, según supone usted, tengo
mi carácter, mi modo de ser, mi lógica interior, y esta lógica me pide que me
suicide...
–¡Eso te creerás tú, pero te equivocas!
–A ver, ¿por qué me equivoco?, ¿en qué me equivoco? Muéstreme usted en qué
está mi equivocación. Como la ciencia más difícil que hay es la de conocerse uno a
sí mismo, fácil es que esté yo equivocado y que no sea el suicidio la solución más
lógica de mis desventuras, pero demuéstremelo usted. Porque si es difícil, amigo
don Miguel, ese conocimiento propio de sí mismo, hay otro conocimiento que me
parece no menos difícil que el...
–¿Cuál es? –le pregunté.
Me miró con una enigmática y socarrona sonrisa y lentamente me dijo:
–Pues más difícil aún que el que uno se conozca a sí mismo es el que un novelista o
un autor dramático conozca bien a los personajes que finge o cree fingir...
Empezaba yo a estar inquieto con estas salidas de Augusto, y a perder mi
paciencia.
–E insisto –añadió– en que aun concedido que usted me haya dado el ser y un ser
ficticio, no puede usted, así como así y porque sí, porque le dé la real gana, como
dice, impedirme que me suicide.
–¡Bueno, basta!, ¡basta! –exclamé dando un puñetazo en la camilla– ¡cállate!, ¡no
quiero oír más impertinencias...! ¡Y de una criatura mía! Y como ya me tienes harto
y además no sé ya qué hacer de ti, decido ahora mismo no ya que no te suicides,
sino matarte yo. ¡Vas a morir, pues, pero pronto! ¡Muy pronto!
–¿Cómo? –exclamó Augusto sobresaltado–, ¿que me va usted a dejar morir, a
hacerme morir, a matarme?
–¡Sí, voy a hacer que mueras!
–¡Ah, eso nunca!, ¡nunca!, ¡nunca! –gritó.
–¡Ah! –le dije mirándole con lástima y rabia–. ¿Conque estabas dispuesto a matarte
y no quieres que yo te mate? ¿Conque ibas a quitarte la vida y te resistes a que te
la quite yo?
–Sí, no es lo mismo...
–En efecto, he oído contar casos análogos. He oído de uno que salió una noche
armado de un revólver y dispuesto a quitarse la vida, salieron unos ladrones a
robarle, le atacaron, se defendió, mató a uno de ellos, huyeron los demás, y al ver
que había comprado su vida por la de otro renunció a su propósito.
–Se comprende –observó Augusto–; la cosa era quitar a alguien la vida, matar un
hombre, y ya que mató a otro, ¿a qué había de matarse? Los más de los suicidas
son homicidas frustrados; se matan a sí mismos por falta de valor para matar a
otros...
–¡Ah, ya, te entiendo, Augusto, te entiendo! Tú quieres decir que si tuvieses valor
para matar a Eugenia o a Mauricio o a los dos no pensarías en matarte a ti mismo,
¿eh?
–¡Mire usted, precisamente a esos... no!
–¿A quién, pues?
–¡A usted! –y me miró a los ojos.
–¿Cómo? –exclamé poniéndome en pie–, ¿cómo? Pero ¿se te ha pasado por la
imaginación matarme?, ¿tú?, ¿y a mí?
–Siéntese y tenga calma. ¿O es que cree usted, amigo don Miguel, que sería el
primer caso en que un ente de ficción, como usted me llama, matara a aquel a
quien creyó darle ser... ficticio?
–¡Esto ya es demasiado –decía yo paseándome por mi despacho–, esto pasa de la
raya! Esto no sucede más que...
–Más que en las nivolas –concluyó él con sorna.
–¡Bueno, basta!, ¡basta!, ¡basta! ¡Esto no se puede tolerar! ¡Vienes a consultarme, a
mí, y tú empiezas por discutirme mi propia existencia, después el derecho que
tengo a hacer de ti lo que me dé la real gana, sí, así como suena, lo que me dé la
real gana, lo que me salga de...
–No sea usted tan español, don Miguel...
–¡Y eso más, mentecato! ¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de
educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español
sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero
creer es una España celestial y eterna y mi Dios un Dios español, el de Nuestro
Señor Don Quijote, un Dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y
su verbo fue verbo español...
–Bien, ¿y qué? –me interrumpió, volviéndome a la realidad.
–Y luego has insinuado la idea de matarme. ¿Matarme?, ¿a mí?, ¿tú? ¡Morir yo a
manos de una de mis criaturas! No tolero más. Y para castigar tu osadía y esas
doctrinas disolventes, extravagantes, anárquicas, con que te me has venido,
resuelvo y fallo que te mueras. En cuanto llegues a tu casa te morirás. ¡Te morirás,
te lo digo, te morirás!
–Pero ¡por Dios!... –exclamó Augusto, ya suplicante y de miedo tembloroso y pálido.
–No hay Dios que valga. ¡Te morirás!
–Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir...
–¿No pensabas matarte?
–¡Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno, que no me mataré, que no me
quitaré esta vida que Dios o usted me han dado; se lo juro... Ahora que usted quiere
matarme quiero yo vivir, vivir, vivir...
–¡Vaya una vida! –exclamé.
–Sí, la que sea. Quiero vivir, aunque vuelva a ser burlado, aunque otra Eugenia y
otro Mauricio me desgarren el corazón. Quiero vivir, vivir, vivir...
–No puede ser ya... no puede ser...
–Quiero vivir, vivir... y ser yo, yo, yo...
–Pero si tú no eres sino lo que yo quiera...
–¡Quiero ser yo, ser yo!, ¡quiero vivir! –y le lloraba la voz.
–No puede ser... no puede ser...
–Mire usted, don Miguel, por sus hijos, por su mujer, por lo que más quiera... Mire
que usted no será usted... que se morirá.
Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:
–¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
–¡No puede ser, pobre Augusto –le dije cogiéndole una mano y levantándole–, no
puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué
hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me
olvida que pasó por tu mente la idea de matarme...
–Pero si yo, don Miguel...
–No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto
acabes por matarme tú.
–Pero ¿no quedamos en que...?
–No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está ya escrito y no
puedo volverme atrás. Te morirás. Para lo que ha de valerte ya la vida...
–Pero... por Dios... –No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
–¿Conque no, eh? –me dijo–, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la
niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque
no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don
Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que
salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera;
se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin
quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos,
todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo
que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro
ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto
Pérez, que su víctima...
–¿Víctima? –exclamé.
–¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir!, ¡usted también se morirá! El que crea
se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y
morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues!
Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó
extenuado al pobre Augusto.
Y le empujé a la puerta, por la que salió cabizbajo. Luego se tanteó como si dudase
ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.
Federico García Lorca
Bodas de sangre
(1932-1934)
Tragedia en tres actos y siete cuadros
Personajes
LA MADRE
LA NOVIA
LA SUEGRA
LA MUJER DE LEONARDO
LA CRIADA
LA VECINA
MUCHACHAS
LEONARDO
EL NOVIO
EL PADRE DE LA NOVIA
LA LUNA
LA MUERTE (COMO MENDIGA)
LEÑADORES
MOZOS
Acto Primero
Cuadro Primero
(Habitación pintada de amarillo.)
NOVIO (Entrando.) Madre.
MADRE ¿Qué?
NOVIO Me voy.
MADRE ¿Adónde?
NOVIO A la viña. (Va a salir.)
MADRE Espera.
NOVIO ¿Quiere algo?
MADRE Hijo, el almuerzo.
NOVIO Déjelo. Comeré uvas. Deme la navaja.
MADRE ¿Para qué?
NOVIO (Riendo.) Para cortarlas.
MADRE (Entre dientes y buscándola.) La navaja,
la navaja... Malditas sean todas y el
bribón que las inventó.
NOVIO Vamos a otro asunto.
MADRE Y las escopetas y las pistolas y el cuchillo más pequeño, y hasta las azadas y
los bieldos de la era.
NOVIO Bueno.
MADRE Todo lo que puede cortar el cuerpo de un hombre. Un hombre hermoso, con
su flor en la boca, que sale a las viñas o va a sus olivos propios, porque son de él,
heredados...
NOVIO (Bajando la cabeza) Calle usted.
MADRE ... y ese hombre no vuelve. O si vuelve es para ponerle una palma encima o
un plato de sal gorda para que no se hinche. No sé cómo te atreves a llevar una navaja
en tu cuerpo, ni cómo yo dejo a la serpiente dentro del arcón.
NOVIO ¿Está bueno ya?
MADRE Cien años que yo viviera, no hablaría de otra cosa. Primero tu padre; que me
olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego tu hermano. ¿Y es justo y puede ser
que una cosa pequeña como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que
es un toro? No callaría nunca. Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y
hasta en las puntas del pelo.
NOVIO (Fuerte.) ¿Vamos a acabar?
MADRE No. No vamos a acabar. ¿Me puede alguien traer a tu padre? ¿Y a tu
hermano? Y luego el presidio. ¿Qué es el presidio? ¡Allí comen, allí fuman, allí tocan
los instrumentos! Mis muertos llenos de hierba, sin hablar, hechos polvo; dos hombres
que eran dos geranios... Los matadores, en presidio, frescos, viendo los montes...
NOVIO ¿Es que quiere usted que los mate?
MADRE No... Si hablo es porque... ¿Cómo no voy a hablar viéndote salir por esa
puerta? Es que no me gusta que lleves navaja. Es que... que no quisiera que salieras al
campo.
NOVIO (Riendo.) ¡Vamos!
MADRE Que me gustaría que fueras una mujer. No te irías al arroyo ahora y
bordaríamos las dos cenefas y perritos de lana.
NOVIO (Coge de un brazo a la Madre y ríe.) Madre, ¿y si yo la llevara conmigo a las viñas?
MADRE ¿Qué hace en las viñas una vieja? ¿Me ibas a meter debajo de los pámpanos?
NOVIO (Levantándola en sus brazos.) Vieja, revieja, requetevieja.
MADRE Tu padre sí que me llevaba. Eso es buena casta. Sangre. Tu abuelo dejó un
hijo en cada esquina. Eso me gusta. Los hombres, hombres; el trigo, trigo.
NOVIO ¿Y yo, madre?
MADRE ¿Tú, qué?
NOVIO ¿Necesito decírselo otra vez?
MADRE (Seria.) ¡Ah!
NOVIO ¿Es que le hace mal?
MADRE No.
NOVIO ¿Entonces?
MADRE No lo sé yo misma. Así, de pronto, siempre me sorprende. Yo sé que la
muchacha es buena. ¿Verdad que sí? Modosa. Trabajadora. Amasa su pan y cose sus
faldas, y siento sin embargo, cuando la nombro, como si me dieran una pedrada en la
frente.
NOVIO Tonterías.
MADRE Más que tonterías. Es que me quedo sola. Ya no me quedas más que tú y
siento que te vayas.
NOVIO Pero usted vendrá con nosotros.
MADRE No. Yo no puedo dejar aquí solos a tu padre y a tu hermano. Tengo que ir
todas las mañanas, y si me voy es fácil que muera uno de los Félix, uno de la familia de
los matadores, y lo entierren al lado. ¡Y eso sí que no! ¡Ca! ¡Eso sí que no! Porque con
las uñas los desentierro y yo sola los machaco contra la tapia.
NOVIO (Fuerte.) Vuelta otra vez
MADRE Perdóname. (Pausa.)¿Cuánto tiempo llevas en relaciones?
NOVIO Tres años. Ya pude comprar la viña.
MADRE Tres años. ¿Ella tuvo un novio, no?
NOVIO No sé. Creo que no. Las muchachas tienen que mirar con quién se casan.
MADRE Sí. Yo no miré a nadie. Miré a tu padre, y cuando lo mataron miré a la pared
de enfrente. Una mujer con un hombre, y ya está.
NOVIO Usted sabe que mi novia es buena.
MADRE No lo dudo. De todos modos siento no saber cómo fue su madre.
NOVIO ¿Qué mas da?
MADRE (Mirándolo.) Hijo.
NOVIO ¿Qué quiere usted?
MADRE ¡Que es verdad! ¡Que tienes razón! ¿Cuándo quieres que la pida?
NOVIO (Alegre) ¿Le parece bien el domingo?
MADRE (Seria.) Le llevaré los pendientes de azófar, que son antiguos, y tú le compras...
NOVIO Usted entiende más...
MADRE Le compras unas medias caladas, y para ti dos trajes... ¡Tres! ¡No te tengo
más que a ti!
NOVIO Me voy. Mañana iré a verla.
MADRE Sí, sí, y a ver si me alegras con seis nietos, o los que te dé la gana, ya que tu
padre no tuvo lugar de hacérmelos a mí.
NOVIO El primero para usted.
MADRE Sí, pero que haya niñas. Que yo quiero bordar y hacer encaje y estar
tranquila.
NOVIO Estoy seguro de que usted querrá a mi novia.
MADRE La querré. (Se dirige a besarlo y reacciona.) Anda, ya estás muy grande para
besos. Se los das a tu mujer. (Pausa. Aparte.) Cuando lo sea.
NOVIO Me voy.
MADRE Que caves bien la parte del molinillo, que la tienes descuidada.
NOVIO ¡Lo dicho!
MADRE Anda con Dios.
(Vase el Novio. La Madre queda sentada de espaldas a la puerta. Aparece en la puerta una Vecina
vestida de color oscuro, con pañuelo a la cabeza.)
Pasa.
VECINA ¿Cómo estás?
MADRE Ya ves.
VECINA Yo bajé a la tienda y vine a verte. ¡Vivimos tan lejos!...
MADRE Hace veinte años que no he subido a lo alto de la calle.
VECINA Tú estás bien.
MADRE ¿Lo crees?
VECINA Las cosas pasan. Hace dos días trajeron al hijo de mi
brazos cortados por la máquina. (Se sienta.)
MADRE ¿A Rafael?
VECINA Sí. Y allí lo tienes. Muchas veces pienso que tu hijo y
vecina con los dos
el mío están mejor
donde están, dormidos, descansando, que no expuestos a quedarse inútiles.
MADRE Calla. Todo eso son invenciones, pero no consuelo.
VECINA ¡Ay!
MADRE ¡Ay! (Pausa.)
VECINA (Triste.) ¿Y tu hijo?
MADRE Salió.
VECINA ¡Al fin compró la viña!
MADRE Tuvo suerte.
VECINA Ahora se casará.
MADRE (Como despertando y acercando su silla a la silla de la Vecina.) Oye.
VECINA (En plan confidencial.) Dime.
MADRE ¿Tú conoces a la novia de mi hijo?
VECINA ¡Buena muchacha!
MADRE Sí pero...
VECINA Pero quien la conozca a fondo no hay nadie. Vive sola con su padre allí, tan
lejos, a diez leguas de la casa más cercana. Pero es buena. Acostumbrada a la soledad.
MADRE ¿Y su madre?
VECINA A su madre la conocí. Hermosa. Le relucía la cara como a un santo; pero a mí
no me gustó nunca. No quería a su marido.
MADRE (Fuerte.) Pero ¡cuántas cosas sabéis las gentes!
VECINA Perdona. No quise ofender; pero es verdad. Ahora, si fue decente o no, nadie
lo dijo. De esto no se ha hablado. Ella era orgullosa.
MADRE ¡Siempre igual!
VECINA Tú me preguntaste.
MADRE Es que quisiera que ni a la viva ni a la muerta las conociera nadie. Que fueran
como dos cardos, que ninguna persona les nombra y pinchan si llega el momento.
VECINA Tienes razón. Tu hijo va le mucho.
MADRE Vale. Por eso lo cuido. A mí me habían dicho que la muchacha tuvo novio
hace tiempo.
VECINA Tendría ella quince años. Él se casó ya hace dos años, con una prima de ella,
por cierto. Nadie se acuerda del noviazgo.
MADRE ¿Cómo te acuerdas tú?
VECINA ¡Me haces unas preguntas!
MADRE A cada uno le gusta enterarse de lo que le duele. ¿Quién fue el novio?
VECINA Leonardo.
MADRE ¿Qué Leonardo?
VECINA Leonardo el de los Félix.
MADRE (Levantándose.) ¡De los Félix!
VECINA Mujer, ¿qué culpa tiene Leonardo de nada? Él tenía ocho años cuando las
cuestiones.
MADRE Es verdad... Pero oigo eso de Félix y es lo mismo (entre dientes) Félix que
llenárseme de cieno la boca (escupe) y tengo que escupir, tengo que escupir por no matar.
VECINA Repórtate; ¿qué sacas con eso?
MADRE Nada. Pero tú lo comprendes.
VECINA No te opongas a la felicidad de tu hijo. No le digas nada. Tú estas vieja. Yo,
también. A ti y a mí nos toca callar.
MADRE No le diré nada.
VECINA (Besándola.) Nada.
MADRE (Serena.) ¡Las cosas!...
VECINA Me voy, que pronto llegará mi gente del campo.
MADRE ¿Has visto qué día de calor?
VECINA Iban negros los chiquillos que llevan el agua a los
MADRE Adiós
segadores. Adiós, mujer.
(La Madre se dirige a la puerta de la izquierda. En medio del camino se detiene y lentamente se
santigua.)
Cuadro Segundo
(Habitación pintada de rosa con cobres y ramas de flores populares. En el Centro, una mesa con
mantel. Es la mañana.)
(Suegra de Leonardo con un niño en brazos. Lo mece. La Mujer en la otra esquina, hace punto de
media.)
SUEGRA
MUJER (Bajo)
SUEGRA
MUJER
SUEGRA
MUJER
Nana, niño, nana
del caballo grande
que no quiso el agua.
El agua era negra
dentro de las ramas.
Cuando llega al puente
se detiene y canta.
¿Quién dirá, mi niño,
lo que tiene el agua,
con su larga cola
por su verde sala?
Duérmete clavel,
que el caballo no quiere beber.
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
Las patas heridas,
las crines heladas,
dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaban al río.
¡Ay, cómo bajaban!
La sangre corría
más fuerte que el agua.
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
No quiso tocar
la orilla mojada
su belfo caliente
con moscas de plata.
A los montes duros
sólo relinchaba
con el río muerto
sobre la garganta.
¡Ay caballo grande
que no quiso el agua!
¡Ay dolor de nieve,
caballo del alba!
SUEGRA
¡No vengas! Detente,
cierra la ventana
con ramas de sueños
y sueños de ramas.
MUJER
Mi niño duerme.
SUEGRA
Mi niño se calla.
MUJER
Caballo, mi niño
tiene una almohada.
SUEGRA
Su cuna de acero.
MUJER
Su colcha de holanda.
SUEGRA
Nana, niño nana.
MUJER
¡Ay caballo grande
que no quiso el agua!
SUEGRA
¡No vengas, no entres!
Vete de la montaña.
Por los valles grises
donde está la jaca.
MUJER (Mirando.) Mi niño se duerme.
SUEGRA
Mi niño descansa.
MUJER (Bajito.) Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
SUEGRA (Levantándose y muy bajito.)
Duérmete rosal,
que el caballo se pone a llorar.
(Entran al niño. Entra Leonardo.)
LEONARDO ¿Y el niño?
MUJER Se durmió.
LEONARDO Ayer no estuvo bien. Lloró por la noche.
MUJER (Alegre.) Hoy está como dalia. ¿Y tú? ¿Fuiste a casa del herrador?
LEONARDO De allí vengo ¿Querrás creer? Llevo más de dos meses
poniendo
herraduras nuevas al caballo y siempre se le caen. Por lo visto se las arranca con las
piedras.
MUJER ¿Y no será que lo usas mucho?
LEONARDO No. Casi no lo utilizo.
MUJER Ayer me dijeron las vecinas que te habían visto al limite de los llanos.
LEONARDO ¿Quién lo dijo?
MUJER Las mujeres que cogen las alcaparras. Por cierto que me sorprendió. ¿Eras tú?
LEONARDO No. ¿Qué iba a hacer yo allí, en aquel secano?
MUJER Eso dije. Pero el caballo estaba reventando de sudar.
LEONARDO ¿Lo viste tú?
MUJER No. Mi madre.
LEONARDO ¿Está con el niño?
MUJER Sí ¿Quieres un refresco de limón?
LEONARDO Con agua bien fría.
MUJER ¿Cómo no viniste a comer?...
LEONARDO Estuve con los medidores del trigo. Siempre entretienen.
MUJER (Haciendo el refresco y muy tierna.) ¿Y lo pagan a buen precio?
LEONARDO El justo.
MUJER Me hace falta un vestido y al niño una gorra de lazos
LEONARDO (Levantándose.) Voy a verlo.
MUJER Ten cuidado, que está dormido
SUEGRA (Saliendo.) Pero ¿quién da esas carreras al caballo? Está abajo
tendido, con los
ojos desorbitados como si llegara del fin del mundo.
LEONARDO (Agrio.) Yo.
SUEGRA Perdona; tuyo es.
MUJER (Tímida.) Estuvo con los medidores del trigo.
SUEGRA Por mí, que reviente. (Se sienta. Pausa.)
MUJER El refresco. ¿Está frío?
LEONARDO Sí.
MUJER ¿Sabes que piden a mi prima?
LEONARDO ¿Cuándo?
MUJER Mañana. La boda será dentro de un mes. Espero que vendrán a invitarnos.
LEONARDO (Serio.) No sé.
SUEGRA La madre de él creo que no estaba muy satisfecha con el casamiento.
LEONARDO Y quizá tenga razón. Ella es de cuidado.
MUJER No me gusta que penséis mal de una buena muchacha.
SUEGRA Pero cuando dice eso es porque la conoce. ¿No ves que fue tres años novia
suya? (Con intención.)
LEONARDO Pero la dejé. (A su Mujer.) ¿Vas a llorar ahora?
MUJER ¡Quita! (Le aparta bruscamente las manos de la cara.) Vamos a ver al niño.
(Entran abrazados. Aparece la Muchacha, alegre. Entra corriendo.)
MUCHACHA Señora.
SUEGRA ¿Qué pasa?
MUCHACHA Llegó el novio a la tienda y ha comprado todo lo mejor que había.
SUEGRA ¿Vino solo?
MUCHACHA No, con su madre. Seria, alta. (La imita.) Pero ¡qué lujo!
SUEGRA Ellos tienen dinero.
MUCHACHA ¡Y compraron unas medias caladas!... ¡Ay, qué medias! ¡El sueño de las
mujeres en medias! Mire usted: una golondrina aquí (Señala el tobillo), un barco aquí
(Señala la pantorrilla), y aquí una rosa (Señala el muslo).
SUEGRA ¡Niña!
MUCHACHA ¡Una rosa con las semillas y el tallo! ¡Ay! ¡Todo en seda!
SUEGRA Se van a juntar dos buenos capitales.
(Aparecen Leonardo y su Mujer.)
MUCHACHA Vengo a deciros lo que están comprando.
LEONARDO (Fuerte) No nos importa.
MUJER Déjala.
SUEGRA Leonardo, no es para tanto.
MUCHACHA Usted dispense. (Se va llorando)
SUEGRA ¿Qué necesidad tienes de poner a mal con las gentes?
LEONARDO No le he preguntado su opinión. (Se sienta)
SUEGRA Está bien. (Pausa.)
MUJER (A Leonardo.) ¿Qué te pasa? ¿Qué idea te bulle por dentro
de la cabeza? No me
dejes así sin saber nada...
LEONARDO Quita.
MUJER No. Quiero que me mires y me lo digas.
LEONARDO Déjame. (Se levanta.)
MUJER ¿Adónde vas, hijo?
LEONARDO (Agrio.) ¿Te puedes callar?
SUEGRA (Enérgica, a su hija.) ¡Cállate! (Sale Leonardo.) ¡El niño!
(Entra y vuelve a salir con él en brazos. La Mujer ha permanecido de pié, inmóvil.)
Las patas heridas,
las crines heladas,
dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaban al río.
¡Ay, cómo bajaban!
La sangre corría mas
fuerte que el agua.
MUJER (Volviéndose lentamente y como soñando.)
SUEGRA
MUJER
SUEGRA
Duérmete clavel,
que el caballo se pone a beber.
Duérmete rosal,
que el caballo se pone a llorar.
Nana, niño nana.
¡Ay caballo grande
que no quiso el agua!
MUJER (Dramática.)
¡No vengas, no entres!
¡Vete a la montaña!
¡Ay dolor de nieve,
caballo del alba!
SUEGRA (Llorando.)
Mi niño duerme...
MUJER (Llorando y acercándose lentamente.)
SUEGRA
Mi niño descansa...
Duérmete, clavel,
que el caballo se pone a beber.
MUJER (Llorando y apoyándose sobre la mesa.)
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
Cuadro Tercero
(Interior de la cueva donde vive la Novia . Al fondo, una cruz de grandes flores rosa. Las puertas
redondas con cortinas de encaje y lazos rosa. Por las paredes de material blanco y duro, abanicos
redondos, jarros azules y pequeños espejos.)
CRIADA Pasen... (Muy afable, llena de hipocresía humilde. Entran el Novio y su Madre. La Madre
viste de raso negro y lleva mantilla de encaje. El Novio , de pana negra con gran cadena de oro.) ¿Se
quieren sentar? Ahora vienen. (Sale.)
(Quedan madre e hijo sentados, inmóviles como estatuas. Pausa larga.)
MADRE ¿Traes reloj?
NOVIO Sí. (Lo saca y lo mira.)
MADRE Tenemos que volver a tiempo.
NOVIO Pero estas tierras son buenas.
¡Qué lejos vive esta gente!
MADRE Buenas; pero demasiado solas. Cuatro horas de camino y ni una casa ni un
árbol.
NOVIO Éstos son los secanos.
MADRE Tu padre los hubiera cubierto de árboles.
NOVIO ¿Sin agua?
MADRE Ya la hubiera buscado. Los tres años que estuvo casado conmigo, plantó diez
cerezos. (Haciendo memoria.) Los tres nogales del molino, toda una viña y una planta que
se llama Júpiter, que da flores encarnadas, y se secó (Pausa.)
NOVIO (Por la novia.) Debe estar vistiéndose.
(Entra el Padre de la novia. Es anciano, con el cabello blanco reluciente. Lleva la cabeza inclinada.
La Madre y el Novio se levantan y se dan las manos en silencio.)
PADRE ¿Mucho tiempo de viaje?
MADRE Cuatro horas. (Se sientan.)
PADRE Habéis venido por el camino más largo.
MADRE Yo estoy ya vieja para andar por las terreras del río.
NOVIO Se marea. (Pausa.)
PADRE Buena cosecha de esparto.
NOVIO Buena de verdad
PADRE En mi tiempo, ni esparto daba esta tierra. Ha sido necesario
castigarla y hasta
llorarla, para que nos dé algo provechoso.
MADRE Pero ahora da. No te quejes. Yo no vengo a pedirte nada.
PADRE (Sonriendo.) Tú eres más rica que yo. Las viñas valen un capital. Cada pámpano
una moneda de plata. Lo que siento es que las tierras... ¿entiendes?... estén separadas. A
mí me gusta todo junto. Una espina tengo en el corazón, y es la huertecilla ésa metida
entre mis tierras, que no me quieren vender por todo el oro del mundo.
NOVIO Eso pasa siempre.
PADRE Si pudiéramos con
veinte pares de bueyes traer tus viñas aquí y ponerlas en la
ladera. ¡Qué alegría!...
MADRE ¿Para qué?
PADRE Lo mío es de ella y lo tuyo de él. Por eso. Para verlo todo junto. ¡Que junto es
una hermosura!
NOVIO Y sería menos trabajo.
MADRE Cuando yo me muera, vendéis aquello y compráis aquí al lado.
PADRE Vender, ¡vender!, ¡bah! Comprar, hija, comprarlo todo. Sí yo hubiera tenido
hijos hubiera comprado todo este monte hasta la parte del arroyo. Porque no es buena
tierra; pero con brazos se la hace buena, y como no pasa gente no te roban los frutos y
puedes dormir tranquilo. (Pausa.)
MADRE Tú sabes a lo que vengo.
PADRE Sí.
MADRE ¿Y qué?
PADRE Me parece bien. Ellos lo han hablado.
MADRE Mi hijo tiene y puede.
PADRE Mi hija también.
MADRE Mi hijo es hermoso. No ha conocido mujer. La honra más limpia que una
sábana puesta al sol.
PADRE Qué te digo de la mía. Hace las migas a las tres, cuando el lucero. No habla
nunca; suave como la lana, borda toda clase de bordados y puede cortar una maroma
con los dientes.
MADRE Dios bendiga su casa
PADRE Que Dios la bendiga.
(Aparece la Criada con dos bandejas. Una con copas y la otra con dulces.) Madre (Al hijo.)
¿Cuándo queréis la boda?
NOVIO El jueves próximo.
PADRE Día en que ella cumple veintidós años justos.
MADRE ¡Veintidós años! Esa edad tendría mi hijo mayor si viviera. Que viviría
caliente y macho como era, si los hombres no hubieran inventado las navajas.
PADRE En eso no hay que pensar.
MADRE Cada minuto. Métete la mano en el pecho.
PADRE Entonces el jueves. ¿No es así?
NOVIO Así es.
PADRE Los novios y nosotros iremos en coche hasta la iglesia, que está muy lejos, y
el acompañamiento en los carros y en las caballerías que traigan.
MADRE Conformes.
(Pasa la Criada.)
PADRE Dile
que ya puede entrar, (A la Madre.) Celebraré mucho que te guste.
(Aparece la Novia. Trae las manos caídas en actitud modesta y la cabeza baja.)
MADRE Acércate. ¿Estás
NOVIA Sí, señora.
contenta?
PADRE No debes estar seria. Al fin y al cabo ella va a ser tu madre.
NOVIA Estoy contenta. Cuando he dado el sí es porque quiero darlo.
MADRE Naturalmente. (Le coge la barbilla.) Mírame.
PADRE Se parece en todo a mi mujer.
MADRE ¿Sí?¡Qué hermoso mirar! ¿Tú sabes lo que es casarse, criatura?
NOVIA (Seria.) Lo sé.
MADRE Un hombre, unos hijos y una pared de dos varas de ancho para todo lo demás.
NOVIO ¿Es que falta otra cosa?
MADRE No. Que vivan todos, ¡eso! ¡Que vivan!
NOVIA Yo sabré cumplir.
MADRE Aquí tienes unos regalos.
NOVIA Gracias.
PADRE ¿No tomamos algo?
MADRE Yo no quiero. (Al Novio.) ¿Y tú?
NOVIO Tomaré. (Toma un dulce. La Novia toma otro.)
PADRE (Al Novio.) ¿Vino?
MADRE No lo prueba.
PADRE ¡Mejor! (Pausa. Todos están de pie.)
NOVIO (A la Novia.) Mañana vendré.
NOVIA ¿A qué hora?
NOVIO A las cinco.
NOVIA Yo te espero.
NOVIO Cuando me voy de tu lado siento un despego grande y así como un nudo en la
garganta.
NOVIA Cuando seas mi marido ya no lo tendrás.
NOVIO Eso digo yo.
MADRE Vamos. El sol no espera. (Al Padre.) : ¿Conformes
PADRE Conformes.
MADRE (A la Criada.) Adiós, mujer.
CRIADA Vayan ustedes con Dios.
(La Madre besa a la Novia
en todo?
y van saliendo en silencio.)
MADRE (En la puerta.) Adiós, hija. (La Novia contesta con la mano.)
PADRE Yo salgo con vosotros. (Salen.)
CRIADA Que reviento por ver los regalos.
NOVIA (Agria.) Quita.
CRIADA ¡Ay, niña, enséñamelos!
NOVIA No quiero.
CRIADA Siquiera las medias. Dicen que son todas caladas. ¡Mujer!
NOVIA ¡Ea, que no!
CRIADA ¡Por Dios! Está bien. Parece como si no tuvieras ganas de casarte.
NOVIA (Mordiéndose la mano con rabia.) ¡Ay!
CRIADA Niña, hija, ¿qué te pasa? ¿Sientes dejar tu vida de reina? No pienses
agrias. ¿Tienes motivos? Ninguno. Vamos a ver los regalos. (Coge la caja.)
NOVIA (Cogiéndola de las muñecas.) Suelta.
CRIADA ¡Ay, mujer!
NOVIA Suelta, he dicho.
en cosas
CRIADA Tienes más fuerza que un hombre.
NOVIA ¿No he hecho yo trabajos de hombre? ¡Ojalá
CRIADA ¡No hables así!
NOVIA Calla he dicho. Hablemos de otro asunto.
fuera!
(La luz va desapareciendo de la escena. Pausa larga.)
CRIADA ¿Sentiste anoche un caballo?
NOVIA ¿A qué hora?
CRIADA A las tres.
NOVIA Sería un caballo suelto de la manada.
CRIADA No. Llevaba jinete.
NOVIA ¿Por qué lo sabes?
CRIADA Porque lo vi. Estuvo parado en tu ventana. Me chocó mucho.
NOVIA ¿No sería mi novio? Algunas veces ha pasado a esas horas.
CRIADA No.
NOVIA ¿Tú le viste?
CRIADA Sí.
NOVIA ¿Quién era?
CRIADA Era Leonardo.
NOVIA (Fuerte.) ¡Mentira! ¡Mentira! ¿A qué viene aquí?
CRIADA Vino.
NOVIA ¡Cállate! ¡Maldita sea tu lengua!
(Se siente el ruido de un caballo.)
CRIADA (En la ventana.) Mira,
NOVIA ¡Era!
(Telón rápido)
asómate. ¿Era?
Acto Segundo
Cuadro Primero
(Zaguán de casa de la Novia. Portón al fondo. Es de noche. La Novia sale con enaguas blancas encañonadas,
llenas de encajes y puntas bordadas y un corpiño blanco, con los brazos al aire. La Criada, lo mismo.)
CRIADA Aquí te acabaré de peinar.
NOVIA No se puede estar ahí dentro del calor.
CRIADA En estas tierras no refresca ni al amanecer.
(Se sienta la Novia en una silla baja y se mira en un espejito de mano. La Criada la peina.)
NOVIA Mi madre era de un sitio donde había muchos árboles. De tierra rica.
CRIADA ¡Así era ella de alegre!
NOVIA Pero se consumió aquí.
CRIADA El sino.
NOVIA Como nos consumimos todas. Echan fuego las paredes. ¡Ay! No tires demasiado.
CRIADA Es para arreglarte mejor esta onda. Quiero que te caiga sobre la frente. ( La Novia se mira en
el espejo.) ¡Qué hermosa estás! ¡Ay! (La besa apasionadamente.)
NOVIA (Seria.) Sigue peinándome.
CRIADA (Peinándola.) ¡Dichosa tú que vas a abrazar a un hombre, que lo vas a besar, que vas a
sentir su peso!
NOVIA Calla.
CRIADA Y lo mejor es cuando te despiertes y lo sientas al lado y que él te roza los hombros con su
aliento, como con una plumilla de ruiseñor.
NOVIA (Fuerte.) ¿Te quieres callar?
CRIADA ¡Pero niña! ¿Una boda, qué es? Una boda es esto y nada más. ¿Son los dulces? ¿Son los
ramos de flores? No. Es una cama relumbrante y un hombre y una mujer.
NOVIA No se debe decir.
CRIADA Eso es otra cosa ¡Pero es bien alegre!
NOVIA O bien amargo.
CRIADA El azahar te lo voy a poner desde aquí hasta aquí, de modo que la corona luzca sobre el
peinado. (Le prueba un ramo de azahar.)
NOVIA (Se mira en el espejo.) Trae. (Coge el azahar, lo mira y deja caer la cabeza, abatida.)
CRIADA ¿Qué es esto?
NOVIA Déjame.
CRIADA No son horas de ponerse triste. (Animosa.) Trae el azahar. (La Novia tira el azahar.) ¡Niña!
¿Qué castigo pides tirando al suelo la corona? ¡Levanta esa frente! ¿Es que no te quieres casar?
Dilo. Todavía te puedes arrepentir. (Se levanta.)
NOVIA Son nublos. Un mal aire en el centro, ¿quién no lo tiene?
CRIADA ¿Tú quieres a tu novio?
NOVIA Lo quiero.
CRIADA Sí, sí, estoy segura.
NOVIA Pero éste es un paso muy grande.
CRIADA Hay que darlo.
NOVIA Ya me he comprometido.
CRIADA Te voy a poner la corona.
NOVIA (Se sienta.) Date prisa, que ya deben ir llegando.
CRIADA Ya llevarán lo menos dos horas de camino.
NOVIA ¿Cuánto hay de aquí a la iglesia?
CRIADA Cinco leguas por el arroyo, que por el camino
hay el doble.
(La Novia se levanta y la Criada se entusiasma al verla.)
Despierte la novia
la mañana de la boda.
¡Qué los ríos del mundo
lleven tu corona!
NOVIA (Sonriente.)Vamos.
CRIADA (La besa entusiasmada y baila alrededor.)
Que despierte
con el ramo verde
del laurel florido.
¡Que despierte
por el tronco y la rama
de los laureles!
(Se oyen unos aldabonazos.)
NOVIA ¡Abre! Deben ser los primeros convidados. (Entra. La Criada abre sorprendida.)
CRIADA ¿Tú?
LEONARDO Yo. Buenos días.
CRIADA ¡El primero!
LEONARDO ¿No me han convidado?
CRIADA Sí.
LEONARDO Por eso vengo.
CRIADA ¿Y tu mujer?
LEONARDO Yo vine a caballo. Ella se acerca por el camino.
CRIADA ¿No te has encontrado a nadie?
LEONARDO Los pasé con el caballo.
CRIADA Vas a matar al animal con tanta carrera.
LEONARDO ¡Cuando se muera muerto está! (Pausa.)
CRIADA Siéntate. Todavía no se ha levantado nadie.
LEONARDO ¿Y la novia?
CRIADA Ahora mismo la voy a vestir.
LEONARDO ¡La novia! ¡Estará contenta!
CRIADA (Variando de conversación.) Y el niño?
LEONARDO ¿Cuál?
CRIADA Tu hijo.
LEONARDO (Recordando como soñoliento.)¡Ah!
CRIADA ¿Lo traen?
LEONARDO No. (Pausa. Voces cantando muy lejos.)
VOCES
¡Despierte la novia
la mañana de la boda!
Despierte la novia
a mañana de la boda.
CRIADA Es la gente. Vienen lejos todavía.
LEONARDO (Levantándose.) La novia llevará una corona grande, no? No debía ser tan grande. Un
poco más pequeña le sentaría mejor. ¿Y trajo ya el novio el azahar que se tiene que poner en el
pecho?
NOVIA (Apareciendo todavía en enaguas y con la corona de azahar puesta.) o trajo.
CRIADA (Fuerte.) o salgas así.
NOVIA. Qué más da? (Seria.) ¿Por qué preguntas si trajeron el azahar? ¿Llevas intención?
LEONARDO Ninguna. ¿Qué intención iba a tener? (Acercándose.) Tú, que me conoces, sabes que no
la llevo. Dímelo. ¿Quién he sido yo para ti? Abre y refresca tu recuerdo. Pero dos bueyes y una
mala choza son casi nada. Ésa es la espina.
NOVIA ¿A qué vienes?
LEONARDO A ver tu casamiento.
NOVIA ¡También yo vi el tuyo!
LEONARDO Amarrado por ti, hecho con tus dos manos. A mí me pueden matar, pero no me
pueden escupir. Y la plata, que brilla tanto, escupe algunas veces.
NOVIA ¡Mentira!
LEONARDO No quiero hablar, porque soy hombre de sangre y no quiero que todos estos cerros
oigan mis voces.
NOVIA Las mías serían más fuertes.
CRIADA Estas palabras no pueden seguir. Tú no tienes que hablar de lo pasado. (La Criada mira a las
LEONARDO
puertas presa de inquietud.)
NOVIA Tiene razón. Yo
no debo hablarte siquiera. Pero se me calienta el alma de que vengas a
verme y atisbar mi boda y preguntes con intención por el azahar. Vete y espera a tu mujer en la
puerta.
LEONARDO ¿Es que tú y yo no podemos hablar?
CRIADA (Con rabia.) o; no podéis hablar.
LEONARDO Después de mi casa miento he pensado noche y día de quién era la culpa, y cada vez
que pienso sale una culpa nueva que se come a la otra; ¡pero siempre hay culpa!
NOVIA Un hombre con su caballo sabe mucho y puede mucho para poder estrujar a una muchacha
metida en un desierto. Pero yo tengo orgullo. Por eso me caso. Y me encerraré con mi marido, a
quien tengo que querer por encima de todo.
LEONARDO El orgullo no te servirá de nada. (Se acerca)
NOVIA ¡No te acerques!
LEONARDO Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima. ¿De qué
me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y dejarte despierta noches y noches? ¡De nada! ¡Sirvió para
echarme fuego encima! Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad,
no es verdad. ¡Cuando las cosas llegan a los centros no hay quien las arranque!
NOVIA (Temblando.) o puedo oírte. No puedo oír tu voz. Es como si me bebiera una botella de anís
y me durmiera en una colcha de rosas. Y me arrastra, y sé que me ahogo, pero voy detrás.
CRIADA (Cogiendo a Leonardo por las solapas.) Debes irte ahora mismo!
LEONARDO Es la última vez que voy a hablar con ella. No temas nada.
NOVIA Y sé que estoy loca y sé que tengo el pecho podrido de aguantar, y aquí estoy quieta por
oírlo, por verlo menear los brazos.
LEONARDO No me quedo tranquilo si no te digo estas cosas. Yo me casé. Cásate tú ahora.
CRIADA (A Leonardo.) Y se casa!
VOCES Cantando más cerca.)
¡Despierte la novia
NOVIA
la mañana de la boda!
¡Despierte la novia!
(Sale corriendo a su cuarto.)
CRIADA Ya está aquí la gente. (A Leonardo.) No te vuelvas a acercar
LEONARDO Descuida. (Sale por la izquierda. Empieza a clarear el día.)
MUCHACHA 1.ª (Entrando.)
Despierte la novia
la mañana de la boda;
ruede la ronda
y en cada balcón una corona.
¡Despierte la novia!
VOCES
CRIADA (Moviendo algazara.)
Que despierte
con el ramo verde
del amor florido.
¡Que despierte
por el tronco y la rama
de los laureles!
MUCHACHA 2.ª (Entrando.)
Que despierte
con el largo pelo,
camisa de nieve,
botas de charol y plata
y jazmines en la frente.
CRIADA
¡Ay, pastora,
que la luna asoma!
MUCHACHA 1.ª ¡Ay, galán,
deja su sombrero por el olivar!
MOZO 1.º (Entrando con el sombrero en alto.)
Despierte la novia,
que por los campos viene
rodando la boda,
con bandejas de dalias
y panes de gloria.
VOCES
¡Despierte la novia!
MUCHACHA 2.ª La novia
se ha puesto su blanca corona,
y el novio
se la prende con lazos de oro.
CRIADA
Por el toronjil
la novia no puede dormir.
MUCHACHA 3.ª (Entrando.)
Por el naranjel
el novio le ofrece cuchara y mantel.
(Entran tres Convidados.)
a ella.
¡Despierta, paloma!
El alba despeja
campanas de sombra.
CONVIDADO
La novia, la blanca novia,
hoy doncella,
mañana señora.
MUCHACHA 1.ª Baja, morena,
arrastrando tu cola de seda.
CONVIDADO
Baja, morenita,
que llueve rocío la mañana fría
MOZO 1.º
Despertad, señora, despertad,
porque viene el aire lloviendo azahar.
CRIADA
Un árbol quiero bordarle
lleno de cintas granates
y en cada cinta un amor
con vivas alrededor.
VOCES
Despierte la novia.
MOZO 1.º
¡La mañana de la boda!
CONVIDADO
La mañana de la boda
qué galana vas a estar
pareces, flor de los montes,
la mujer de un capitán.
MOZO 1.º
PADRE (Entrando.)
MUCHACHA 3.ª
CRIADA
MOZO 2.º
CRIADA
MUCHACHA 1.ª
MUCHACHA 2.ª
MUCHACHA 1.ª
CRIADA
MOZO 1.º
CRIADA
La mujer de un capitán
se lleva el novio
¡Ya viene con sus bueyes
por el tesoro!
El novio
parece la flor del oro;
cuando camina,
a sus plantas se agrupan las clavelinas
¡Ay mi niña dichosa!
Que despierte la novia.
¡Ay mi galana!
La boda está llamando
por las ventanas.
Que salga la novia.
¡Que salga, que salga!
¡Que toquen y repiquen
las campanas!
¡Que viene aquí! ¡Que sale ya!
¡Como un toro, la boda
levantándose está!
(Aparece la Novia. Lleva un traje negro mil novecientos, con caderas y larga cola rodeada de gasas plisadas y
encajes duros. Sobre el peinado de visera lleva la corona de azahar. Suenan las guitarras. Las Muchachas besan a la
Novia.)
MUCHACHA 3.ª ¿Qué esencia
te echaste en el pelo?
NOVIA (Riendo.) Ninguna.
MUCHACHA 2.ª (Mirando el traje) La tela es de lo
MOZO 1.º ¡Aquí está el novio!
NOVIO ¡Salud!
MUCHACHA 1.ª (Poniéndole una flor en la oreja.)
que no hay.
El novio
parece la flor del oro.
MUCHACHA 2.ª ¡Aires de sosiego
le manan los ojos!
(El Novio se dirige al lado de la Novia.)
NOVIA ¿Por qué te pusiste esos zapatos?
NOVIO Son más alegres que los negros.
MUJER DE LEONARDO (Entrando y besando a la Novia.) ¡Salud! (Hablan todas con algazara.)
LEONARDO (Entrando como quien cumple un deber.)
La mañana de casada
la corona te ponemos.
MUJER
¡Para que el campo se alegre
con el agua de tu pelo!
MADRE (Al Padre.) ¿También están ésos aquí?
PADRE Son familia. ¡Hoy es día de perdones!
MADRE Me aguanto, pero no perdono.
NOVIO ¡Con la corona da alegría mirarte!
NOVIA ¡Vámonos pronto a la iglesia!
NOVIO ¿Tienes prisa?
NOVIA Sí. Estoy deseando ser tu mujer y quedarme sola contigo, y no oír más voz que la tuya.
NOVIO ¡Eso quiero yo!
NOVIA Y no ver más que tus ojos. Y que me abrazaras tan fuerte, que aunque me llamara mi
madre, que está muerta, no me pudiera despegar de ti.
NOVIO Yo tengo fuerza en los brazos. Te voy a abrazar cuarenta años seguidos.
NOVIA (Dramática, cogiéndolo del brazo.) ¡Siempre!
PADRE ¡Vamos pronto! ¡A coger las caballerías y los carros! Que ya ha salido el sol.
MADRE ¡Que llevéis cuidado! No sea que tengamos mala hora.
(Se abre el gran portón del fondo. Empiezan a salir.)
CRIADA (Llorando.)
Al salir de tu casa,
blanca doncella,
acuérdate que sales
como una estrella...
MUCHACHA 1.ª Limpia de cuerpo y ropa,
al salir de tu casa para la boda.
(Van saliendo.)
¡El aire pone flores
por las arenas!
MUCHACHA 3.ª ¡Ay la blanca niña!
CRIADA
CRIADA
Aire oscuro el encaje
de su mantilla
(Salen. Se oyen guitarras, palillos y panderetas. Quedan solos Leonardo y su Mujer.)
MUJER Vamos.
LEONARDO ¿Adónde?
MUJER A la iglesia. Pero no vas en el caballo. Vienes conmigo.
LEONARDO ¿En el carro?
MUJER ¿Hay otra cosa?
LEONARDO Yo no soy hombre para ir en carro.
MUJER Y yo no soy mujer para ir sin su marido a un casamiento. ¡Que no puedo más!
LEONARDO ¡Ni yo tampoco!
MUJER ¿Por qué me miras así? Tienes una espina en cada ojo.
LEONARDO ¡Vamos!
MUJER No sé lo que pasa. Pero pienso y no quiero pensar. Una cosa sé. Yo ya estoy despachada.
Pero tengo un hijo. Y otro que viene. Vamos andando. El mismo sino tuvo mi madre. Pero de aquí
no me muevo. (Voces fuera.)
VOCES
(¡Al salir de tu casa
para la iglesia,
acuérdate que sales
como una estrella!)
MUJER (Llorando.)
¡Acuérdate que sales
como una estrella!
Así salí yo de mi casa también. Que me cabía todo el campo en la boca.
LEONARDO (Levantándose.) Vamos.
MUJER ¡Pero conmigo!
LEONARDO Sí. (Pausa.) ¡Echa a andar! (Salen.)
VOCES
Al salir de tu casa
para la iglesia,
acuérdate que sales
como una estrella.
(Telón lento)
Cuadro Segundo
(Exterior de la cueva de la Novia. Entonación en blancos, grises y azules fríos. Grandes chumberas. Todos
sombríos plateados. Panorama de mesetas color barquillo, todo endurecido como paisaje de cerámica popular.)
CRIADA (Arreglando en una mesa copas y bandejas.)
Giraba;
giraba la rueda
y el agua pasaba;
porque llega la boda,
que se aparten las ramas
y la luna se adorne
por su blanca baranda.
(En voz alta.)
¡Pon los manteles!
(En voz patética) Cantaban,
cantaban los novios
y el agua pasaba.
Porque llega la boda,
que relumbre la escarcha
y se llenen de miel
las almendras amargas.
(En voz alta.) ¡Prepara el vino!
(En voz poética.) Galana.
Galana de la tierra,
mira cómo el agua pasa.
Porque llega tu boda,
recógete las faldas
y bajo el ala del novio
nunca salgas de tu casa.
Porque el novio es un palomo
con todo el pecho de brasa
y espera el campo el rumor
de la sangre derramada.
Giraba,
giraba la rueda
y el agua pasaba.
¡Porque llega tu boda,
deja que relumbre el agua!
MADRE (Entrando.) ¡Por fin!
PADRE ¿Somos los primeros?
CRIADA No. Hace rato llegó Leonardo con su mujer. Corrieron como demonios. La mujer llegó
muerta de miedo. Hicieron el camino como si hubieran venido a caballo.
PADRE Ése busca la desgracia. No tiene buena sangre.
MADRE ¿Qué sangre va a tener? La de toda su familia. Mana de su bisabuelo, que empezó
matando, y sigue en toda la mala ralea, manejadores de cuchillos y gente de falsa sonrisa.
PADRE ¡Vamos a dejarlo!
CRIADA ¿Cómo lo va a dejar?
MADRE Me duele hasta la punta de las venas. En la frente de todos ellos yo no veo más que la
mano con que mataron a lo que era mío. ¿Tú me ves a mí? ¿No te parezco loca? Pues es loca de no
haber gritado todo lo que mi pecho necesita. Tengo en mi pecho un grito siempre puesto de pie a
quien tengo que castigar y meter entre los mantos. Pero se llevan a los muertos y hay que callar.
Luego la gente critica. (Se quita el manto.)
PADRE Hoy no es día de que te acuerdes de esas cosas.
MADRE Cuando sale la conversación, tengo que hablar. Y hoy más. Porque hoy me quedo sola en
mi casa.
PADRE En espera de estar acompañada.
MADRE Ésa es mi ilusión: los nietos. (Se sientan.)
PADRE Yo quiero que tengan muchos. Esta tierra necesita brazos que no sean pagados. Hay que
sostener una batalla con las malas hierbas, con los cardos, con los pedruscos que salen no se sabe
dónde.
Y estos brazos tienen que ser de los dueños, que castiguen y que dominen, que hagan brotar las
simientes. Se necesitan muchos hijos.
MADRE ¡Y alguna hija! ¡Los varones son del viento! Tienen por fuerza que manejar armas. Las
niñas no salen jamás a la calle.
PADRE (Alegre.) Yo creo que tendrán de todo.
MADRE Mi hijo la cubrirá bien. Es de buena simiente. Su padre pudo haber tenido conmigo
muchos hijos.
PADRE Lo que yo quisiera es que esto fuera cosa de un día. Que en seguida tuvieran dos o tres
hombres.
MADRE Pero no es así. Se tarda mucho. Por eso es tan terrible ver la sangre de una derramada por
el suelo. Una fuente que corre un minuto y a nosotros nos ha costado años. Cuando yo llegué a ver a
mi hijo, estaba tumbado en mitad de la calle. Me mojé las manos de sangre y me las lamí con la
lengua. Porque era mía. Tú no sabes lo que es eso. En una custodia de cristal y topacios pondría yo
la tierra empapada por ella.
PADRE Ahora tienes que esperar. Mi hija es ancha y tu hijo es fuerte.
MADRE Así espero. (Se levantan.)
PADRE Prepara las bandejas de trigo.
CRIADA Están preparadas.
MUJER de Leonardo (Entrando.) ¡Que sea para bien!
MADRE Gracias.
LEONARDO ¿Va a haber fiesta?
PADRE Poca. La gente no puede entretenerse.
CRIADA ¡Ya están aquí!
(Van entrando invitados en alegres grupos. Entran los novios cogidos del brazo. Sale Leonardo.)
NOVIO En ninguna boda se vio tanta gente.
NOVIA (Sombría.) En ninguna.
PADRE Fue lucida.
MADRE Ramas enteras de familias han venido.
NOVIO Gente que no salía de su casa.
MADRE Tu padre sembró mucho y ahora lo recoges tú.
NOVIO Hubo primos míos que yo ya no conocía.
MADRE Toda la gente de la costa.
NOVIA (Alegre.) Se espantaban de los caballos. (Hablan.)
MADRE (A la Novia.) ¿Qué piensas?
NOVIA No pienso en nada.
MADRE Las bendiciones pesan mucho. (Se oyen guitarras.)
NOVIA Como plomo.
MADRE (Fuerte.) Pero no han de pesar. Ligera como paloma debes ser.
NOVIA ¿Se queda usted aquí esta noche?
MADRE No. Mi casa está sola.
NOVIA ¡Debía usted quedarse!
PADRE (A la Madre.) Mira el baile que tienen formado. Bailes de allá de la
(Sale Leonardo y se sienta. Su Mujer detrás de él, en actitud rígida.)
orilla del mar.
MADRE Son los primos de mi marido. Duros como piedras para la danza.
PADRE Me alegra verlos. ¡Qué cambio para esta casa! (Se va.)
NOVIO (A la Novia.) ¿Te gustó el azahar?
NOVIA (Mirándole fija.) Sí.
NOVIO Es todo de cera. Dura siempre. Me hubiera gustado que llevaras en todo el vestido.
NOVIA No hace falta. (Mutis Leonardo por la derecha.)
MUCHACHA 1.ª Vamos a quitarte los alfileres.
NOVIA (Al Novio.) Ahora vuelvo.
MUJER ¡Que seas feliz con mi prima!
NOVIO Tengo seguridad.
MUJER Aquí los dos; sin salir nunca y a levantar la casa. ¡Ojalá yo viviera también así de lejos!
NOVIO ¿Por qué no compráis tierras? El monte es barato y los hijos se crían mejor.
MUJER No tenemos dinero. ¡Y con el camino que llevamos!
NOVIO Tu marido es un buen trabajador.
MUJER Sí, pero le gusta volar demasiado. Ir de una cosa a otra. No es hombre tranquilo.
CRIADA ¿No tomáis nada? Te voy a envolver unos roscos de vino para tu madre, que a ella
le
gustan mucho.
NOVIO Ponle tres docenas.
MUJER No, no. Con media tiene bastante.
NOVIO Un día es un día.
MUJER (A la Criada.) ¿Y Leonardo?
CRIADA No lo vi.
NOVIO Debe estar con la gente.
MUJER ¡Voy a ver! (Se va.)
CRIADA Aquello está hermoso.
NOVIO ¿Y tú no bailas?
CRIADA No hay quien me saque.
(Pasan al fondo dos Muchachas; durante todo este acto el fondo será un animado cruce de figuras.)
NOVIO (Alegre.) Eso se llama no entender. Las viejas frescas como tú bailan mejor que las jóvenes.
CRIADA Pero ¿vas a echarme requiebros, niño? ¡Qué familia la tuya! ¡Machos entre los machos!
Siendo niña vi la boda de tu abuelo. ¡Qué figura! Parecía como si se casara un monte.
NOVIO Yo tengo menos estatura.
CRIADA Pero el mismo brillo en los ojos. ¿Y la niña?
NOVIA Quitándose la toca.
CRIADA ¡Ah! Mira. Para la medianoche, como no dormiréis, os he preparado jamón, y unas copas
grandes de vino antiguo. En la parte baja de la alacena. Por si lo necesitáis.
NOVIO (Sonriente.) No como a media noche.
CRIADA (Con malicia.) Si tú no, la novia. (Se va.)
MOZO 1.º (Entrando.) ¡Tienes que beber con nosotros!
NOVIO Estoy esperando a la novia.
MOZO 2.º ¡Ya la tendrás en la madrugada!
MOZO 1.º ¡Que es cuando más gusta!
MOZO 2.º Un momento.
NOVIO Vamos.
(Salen. Se oye gran algazara. Sale la Novia. Por el lado opuesto salen dos Muchachas corriendo a encontrarla.)
MUCHACHA 1.ª ¿A quién diste el primer alfiler, a mí o a ésta?
NOVIA No me acuerdo.
MUCHACHA 1.ª A mí me lo diste aquí.
MUCHACHA 2.ª A mí delante del altar.
NOVIA (Inquieta y con una gran lucha interior.) No sé nada.
MUCHACHA 1.ª Es que yo quisiera que tú ...
NOVIA (Interrumpiendo.) Ni me importa. Tengo mucho que pensar.
MUCHACHA 2.ª Perdona. (Leonardo Cruza al fondo.)
NOVIA (Ve a Leonardo.) Y estos momentos son agitados.
MUCHACHA 1.ª ¡Nosotras no sabemos nada!
NOVIA Ya lo sabréis cuando os llegue la hora. Estos pasos son pasos que cuestan
MUCHACHA 1.ª ¿Te has disgustado?
NOVIA No. Perdonad vosotras.
MUCHACHA 2.ª ¿De qué? Pero los dos alfileres sirven para casarse, ¿verdad?
NOVIA Los dos.
MUCHACHA 1.ª Ahora, que una se casa antes que otra.
NOVIA ¿Tantas ganas tenéis?
MUCHACHA 2.ª (Vergonzosa.) Sí.
NOVIA ¿Para qué?
MUCHACHA 1.ª Pues... (Abrazando a la segunda.)
mucho.
(Echan a correr las dos. Llega el Novio y muy despacio abraza a la Novia por detrás.)
NOVIA (Con gran sobresalto.) ¡Quita!
NOVIO ¿Te asustas de mí?
NOVIA ¡Ay! ¿Eras tú?
NOVIO ¿Quién iba a ser? (Pausa.) Tu padre o yo.
NOVIA ¡Es verdad!
NOVIO Ahora que tu padre te hubiera abrazado más blando.
NOVIA (Sombría.) ¡Claro!
NOVIO (La abraza fuertemente de modo un poco brusco.) Porque es viejo.
NOVIA (Seca.) ¡Déjame!
NOVIO ¿Por qué? (La deja.)
NOVIA Pues... la gente. Pueden vernos. (Vuelve a cruzar al fondo la Criada, que no mira a los novios.)
NOVIO ¿Y qué? Ya es sagrado.
NOVIA Sí, pero déjame.... Luego.
NOVIO ¿Qué tienes? ¡Estás como asustada!
NOVIA No tengo nada. No te vayas. (Sale la mujer de Leonardo.)
MUJER No quiero interrumpir...
NOVIO Dime.
MUJER ¿Paso por aquí mi marido?
NOVIO No.
MUJER Es que no lo encuentro, y el caballo no está tampoco en el establo.
NOVIO (Alegre.) Debe estar dándole una carrera. (Se va la Mujer inquieta. Sale la Criada.)
CRIADA ¿No andáis satisfechos de tanto saludo?
NOVIO Ya estoy deseando que esto acabe. La novia está un poco cansada.
CRIADA ¿Qué es eso, niña?
NOVIA ¡Tengo como un golpe en las sienes!
CRIADA Una novia de estos montes debe ser fuerte. (Al Novio.) Tú eres el único que la puedes
curar, porque tuya es. (Sale corriendo.)
NOVIO (Abrazándola.) Vamos un rato al baile. (La besa.)
NOVIA (Angustiada.) No. Quiero echarme en la cama un poco.
NOVIO Yo te haré compañía.
NOVIA ¡Nunca! ¿Con toda la gente aquí? ¿Qué dirían? Déjame sosegar un momento.
NOVIO ¡Lo que quieras! ¡Pero no estés así por la noche!
NOVIA (En la puerta.) A la noche estaré mejor.
NOVIO ¡Que es lo que yo quiero! (Aparece la Madre.)
MADRE Hijo.
NOVIO ¿Dónde anda usted?
MADRE En todo ese ruido. ¿Estás contento?
NOVIO Sí.
MADRE ¿Y tu mujer?
NOVIO Descansa un poco. ¡Mal día para las novias!
MADRE ¿Mal día? El único bueno. Para mí fue como una herencia. (Entra la Criada y se dirige al
cuarto de la Novia.) Es la roturación de las tierras, la plantación de árboles nuevos.
NOVIO ¿Usted se va a ir?
MADRE Sí. Yo tengo que estar en mi casa.
NOVIO Sola.
MADRE Sola no. Que tengo la cabeza llena de cosas y de hombres y luchas.
NOVIO Pero luchas que ya no son luchas.
(Sale la Criada rápidamente; desaparece corriendo por el fondo.)
MADRE Mientras una vive, lucha.
NOVIO ¡Siempre la obedezco!
MADRE Con tu mujer procura estar
cariñoso, y si la notaras infatuada o arisca, hazle una caricia
que le produzca un poco de daño, un abrazo fuerte, un mordisco y luego un beso suave. Que ella no
pueda disgustarse, pero que sienta que tú eres el macho, el amo, el que manda. Así aprendí de tu
padre. Y como no lo tienes, tengo que ser yo la que te enseñe estas fortalezas.
NOVIO Yo siempre haré lo que usted mande.
PADRE (Entrando.) ¿Y mi hija?
NOVIO Está dentro.
MUCHACHA 1.ª ¡Vengan los novios, que vamos a bailar la rueda!
MOZO 1.º (Al Novio.) Tú la vas a dirigir.
PADRE (Saliendo.) ¡Aquí no está!
NOVIO ¿No?
PADRE Debe haber salido a la baranda.
NOVIO ¡Voy a ver! (Entra.)
(Se oye algazara y guitarras.)
MUCHACHA 1.ª ¡Ya han empezado! (Sale.)
NOVIO (Saliendo.) No está.
MADRE (Inquieta.) ¿No?
PADRE ¿Y dónde pudo haber ido?
CRIADA (Entrando.) ¿Y la niña, dónde está?
MADRE (Seria.) No lo sabemos.
(Sale el Novio. Entran tres invitados.)
PADRE (Dramático.) Pero ¿no está en el baile?
CRIADA En el baile no está.
PADRE (Con arranque.) Hay mucha gente. ¡Mirad!
CRIADA ¡Ya he mirado!
PADRE (Trágico.) ¿Pues dónde está?
NOVIO (Entrando.) Nada. En ningún sitio.
MADRE (Al Padre.) ¿Qué es esto? ¿Dónde está tu hija?
(Entra la mujer de Leonardo.)
MUJER ¡Han huido! ¡Han huido! Ella y Leonardo. En el caballo. ¡Iban abrazados, como una
exhalación!
PADRE ¡No es verdad! ¡Mi hija, no!
MADRE ¡Tu hija, sí! Planta de mala madre, y él, también él. ¡Pero ya es la mujer de mi hijo!
NOVIO (Entrando.) ¡Vamos detrás! ¿Quién tiene un caballo?
MADRE ¿Quién tiene un caballo ahora mismo, quién tiene un caballo? Que le daré todo lo que
tengo, mis ojos y hasta mi lengua...
VOZ Aquí hay uno.
MADRE (Al hijo.) ¡Anda! ¡Detrás! (Sale con dos mozos.) No. No vayas. Esa gente mata pronto y
bien...; ¡pero sí, corre, y yo detrás!
PADRE No será ella. Quizá se haya tirado al aljibe.
MADRE Al agua se tiran las honradas, las limpias; ¡ésa, no! Pero ya es mujer de mi hijo. Dos
bandos. Aquí hay dos bandos. (Entran todos.) Mi familia y la tuya. Salid todos de aquí. Limpiarse el
polvo de los zapatos. Vamos a ayudar a mi hijo. (La gente se separa en dos grupos.) Porque tiene gente;
que son sus primos del mar y todos los que llegan de tierra adentro. ¡Fuera de aquí! Por todos los
caminos. Ha llegado otra vez la hora de la sangre. Dos bandos. Tú con el tuyo y yo con el mío.
¡Atrás! ¡Atrás!
329
Acto Tercero
Cuadro Primero
(Bosque. Es de noche. Grandes troncos húmedos. Ambiente oscuro. Se oyen dos violines.)
(Salen tres Leñadores.)
LEÑADOR 1.º ¿Y los han encontrado?
LEÑADOR 2.º No. Pero los buscan por todas partes.
LEÑADOR 3.º Ya darán con ellos.
LEÑADOR 2.º ¡Chisss!
LEÑADOR 3.º ¿Qué?
LEÑADOR 2.º Parece que se acercan por todos los caminos a la vez.
LEÑADOR 1.º Cuando salga la luna los verán.
LEÑADOR 2.º Debían dejarlos.
LEÑADOR 1.º El mundo es grande. Todos pueden vivir en él.
LEÑADOR 3.º Pero los matarán.
LEÑADOR 2.º Hay que seguir la inclinación; han hecho bien en huir.
LEÑADOR 1.º Se estaban engañando uno a otro y al final la sangre pudo más.
LEÑADOR 3.º ¡La sangre!
LEÑADOR 1.º Hay que seguir el camino de la sangre.
LEÑADOR 2.º Pero sangre que ve la luz se la bebe la tierra.
LEÑADOR 1.º ¿Y qué? Vale más ser muerto desangrado que vivo con ella podrida.
LEÑADOR 3.º Callar.
LEÑADOR 1.º ¿Qué? ¿Oyes algo?
LEÑADOR 3.º Oigo los grillos, las ranas, el acecho de la noche.
LEÑADOR 1.º Pero el caballo no se siente.
LEÑADOR 3.º No.
LEÑADOR 1.º Ahora la estará que riendo.
LEÑADOR 2.º El cuerpo de ella era para él y el cuerpo de él para ella.
LEÑADOR 3.º Los buscan y los matarán.
LEÑADOR 1.º Pero ya habrán mezclado sus sangres y serán como dos cántaros vacíos,
como dos
arroyos secos.
LEÑADOR 2.º Hay muchas nubes y será fácil que la luna no salga.
LEÑADOR 3.º El novio los encontrará con luna o sin luna. Yo lo vi
salir. Como una estrella furiosa.
La cara color ceniza. Expresaba el sino de su casta.
LEÑADOR 1.º Su casta de muertos en mitad de la calle.
LEÑADOR 2.º ¡Eso es!
LEÑADOR 3.º ¿Crees que ellos lograrán romper el cerco?
LEÑADOR 2.º Es difícil. Hay cuchillos y escopetas a diez leguas a la redonda.
LEÑADOR 3.º Él lleva un buen caballo.
LEÑADOR 2.º Pero lleva una mujer.
LEÑADOR 1.º Ya estamos cerca.
LEÑADOR 2.º Un árbol de cuarenta ramas. Lo cortaremos pronto.
LEÑADOR 3.º Ahora sale la luna. Vamos a darnos prisa.
330
(Por la izquierda surge una claridad.)
LEÑADOR 1.º
LEÑADOR 2.º
LEÑADOR 1.º
LEÑADOR 2.º
LEÑADOR 3.º
LEÑADOR 1.º
¡Ay luna que sales!
Luna de las hojas grandes.
¡Llena de jazmines la sangre!
¡Ay luna sola!
¡Luna de las verdes hojas!
Plata en la cara de la novia.
¡Ay luna mala!
Deja para el amor la oscura rama.
¡Ay triste luna!
¡Deja para el amor la rama oscura!
(Salen. Por la claridad de la izquierda aparece la Luna. La Luna es un leñador joven con la cara blanca. La escena
adquiera un vivo resplandor azul.)
LUNA
Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrir tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales,
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada,
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente, que se derrame
por los montes de mi pecho;
331
dejadme entrar, ¡ay, dejadme!
(A las ramas.)
No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.
(Desaparece entre los troncos, y vuelve la escena a su luz oscura. Sale una anciana totalmente cubierta por tenues
paños verdeoscuros. Lleva los pies descalzos. Apenas si se le verá el rostro entre los pliegues. Este personaje no figura
en el reparto.)
MENDIGA
Esa luna se va y ellos se acercan.
De aquí no pasan. El rumor del río
apagará con el rumor de troncos
el desgarrado vuelo de los gritos.
Aquí ha de ser, y pronto. Estoy cansada.
Abren los cofres, y los blancos hilos
aguardan por el suelo de la alcoba
cuerpos pesados con el cuello herido.
No se despierte un pájaro y la brisa,
recogiendo en su falda los gemidos,
huya con ellos por las negras copas
o los entierre por el blando limo.
(Impaciente.)
¡Esa luna, esa luna!
(Aparece la Luna. Vuelve la luz azul intensa.)
LUNA
MENDIGA
LUNA
MENDIGA
LUNA
Ya se acercan.
Unos por la cañada y otros por el río.
Voy a alumbrar las piedras. ¿Qué necesitas?
Nada.
El aire va llegando duro, con doble filo.
Ilumina el chaleco y aparta los botones,
que después las navajas ya saben el camino.
Pero que tarden mucho en morir. Que la sangre
me ponga entre los dedos su delicado silbo.
¡Mira que ya mis valles de ceniza despiertan
332
MENDIGA
LUNA
MENDIGA
en ansia de esta fuente de chorro estremecido!
No dejemos que pasen el arroyo. ¡Silencio!
¡Allí vienen! (Se va. Queda la escena oscura.)
De prisa. Mucha luz. ¿Me has oído?
¡No pueden escaparse!
(Entran el Novio y Mozo
1.º La Mendiga se sienta y se tapa con el manto.)
NOVIO Por aquí.
MOZO 1.º No los encontrarás.
NOVIO (Enérgico.) ¡Sí los encontraré!
MOZO 1.º Creo que se han ido por otra vereda.
NOVIO No. Yo sentí hace un momento el galope.
MOZO 1.º Sería otro caballo.
NOVIO (Dramático.) Oye. No hay más que un caballo
en el mundo, y es éste. ¿Te has enterado? Si
me sigues, sígueme sin hablar.
MOZO 1.º Es que quisiera...
NOVIO Calla. Estoy seguro de encontrármelos aquí. ¿Ves este brazo? Pues no es mi brazo. Es el
brazo de mi hermano y el de mi padre y el de toda mi familia que está muerta. Y tiene tanto poderío,
que puede arrancar este árbol de raíz si quiere. Y vamos pronto, que siento los dientes de todos los
míos clavados aquí de una manera que se me hace imposible respirar tranquilo.
MENDIGA (Quejándose.) ¡Ay!
MOZO 1.º ¿Has oído?
NOVIO Vete por ahí y da la vuelta.
MOZO 1.º Esto es una caza.
NOVIO Una caza. La más grande que se puede hacer.
(Se va el Mozo. El Novio se dirige rápidamente hacia la izquierda y tropieza con la Mendiga, la Muerte.)
MENDIGA ¡Ay!
NOVIO ¿Qué quieres?
MENDIGA Tengo frío.
NOVIO ¿Adónde te diriges?
MENDIGA (Siempre quejándose como una mendiga.) Allá lejos...
NOVIO ¿De dónde vienes?
MENDIGA De allí ... , de muy lejos.
NOVIO ¿Viste un hombre y una mujer que corrían montados en un caballo?
MENDIGA (Despertándose.) Espera... (Lo mira.) Hermoso galán. (Se levanta.) Pero
mucho más hermoso
si estuviera dormido.
NOVIO Dime, contesta, ¿los viste?
MENDIGA Espera... ¡Qué espaldas más anchas! ¿Cómo no te gusta estar tendido sobre ellas y no
andar sobre las plantas de los pies que son tan chicas?
NOVIO (Zamarreándola.) ¡Te digo si los viste! ¿Han pasado por aquí?
MENDIGA (Enérgica.) No han pasado; pero están saliendo de la colina. ¿No lo oyes?
NOVIO No.
MENDIGA ¿Tú no conoces el camino?
NOVIO ¡Iré sea como sea!
MENDIGA Te acompañaré. Conozco esta tierra.
NOVIO (Impaciente.) ¡Pues vamos! ¿Por dónde?
333
MENDIGA (Dramática.)
¡Por allí!
(Salen rápidos. Se oyen lejanos dos violines que expresan el bosque. Vuelven los Leñadores. Llevan las hachas al
hombro. Pasan lentos entre los troncos.)
LEÑADOR 1.º
LEÑADOR 2.º
LEÑADOR 1.º
LEÑADOR 3.º
LEÑADOR 2.º
LEÑADOR 1.º
¡Ay muerte que sales!
Muerte de las hojas grandes.
¡No abras el chorro de la sangre!
¡Ay muerte sola!
Muerte de las secas hojas.
¡No cubras de flores la boda!
¡Ay triste muerte!
Deja para el amor la rama verde.
¡Ay muerte mala!
¡Deja para el amor la verde rama!
(Van saliendo mientras hablan. Aparecen Leonardo y la Novia.)
LEONARDO
NOVIA
LEONARDO
NOVIA
LEONARDO
NOVIA
LEONARDO
NOVIA
LEONARDO
NOVIA
LEONARDO
NOVIA
¡Calla!
Desde aquí yo me iré sola.
¡Vete! Quiero que te vuelvas.
¡Calla, digo!
Con los dientes,
con las manos, como puedas,
quita de mi cuello honrado
el metal de esta cadena,
dejándome arrinconada
allá en mi casa de tierra.
Y si no quieres matarme
como a víbora pequeña,
pon en mis manos de novia
el cañón de la escopeta.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!
¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!
Ya dimos el paso; ¡calla!
porque nos persiguen cerca
y te he de llevar conmigo.
¡Pero ha de ser a la fuerza!
¿A la fuerza? ¿Quién bajó
primero las escaleras?
Yo las bajé.
¿Quién le puso
al caballo bridas nuevas?
Yo misma. Verdá.
¿Y qué manos
me calzaron las espuelas?
Estas manos, que son tuyas,
pero que al verte quisieran
334
LEONARDO
NOVIA
LEONARDO
quebrar las ramas azules
y el murmullo de tus venas.
¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!
Que si matarte pudiera
te pondría una mortaja
con los filos de violetas.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!
¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!
Porque yo quise olvidar
y puse un muro de piedra
entre tu casa y la mía.
Es verdad. ¿No lo recuerdas?
Y cuando te vi de lejos
me eché en los ojos arena.
Pero montaba a caballo
y el caballo iba a tu puerta.
Con alfileres de plata
mi sangre se puso negra,
y el sueño me fue llenando
las carnes de mala hierba.
Que yo no tengo la culpa,
que la culpa es de la tierra
y de ese olor que te sale
de los pechos y las trenzas.
¡Ay qué sinrazón! No quiero
contigo cama ni cena
y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera,
porque me arrastras y voy,
y me dices que me vuelva
y te sigo por el aire
como una brizna de hierba.
He dejado a un hombre duro
y a toda su descendencia
en la mitad de la boda
y con la corona puesta.
Para ti será el castigo
y no quiero que lo sea.
¡Déjame sola! ¡Huye tú!
No hay nadie que te defienda.
Pájaros de la mañana
por los árboles se quiebran.
La noche se está muriendo
en el filo de la piedra.
Vamos al rincón oscuro
donde yo siempre te quiera,
que no me importa la gente
335
ni el veneno que nos echa.
(La abraza fuertemente.)
NOVIA
Y yo dormiré a tus pies
para guardar lo que sueñas.
Desnuda, mirando al campo,
(Dramática.)
LEONARDO
como si fuera una perra,
¡porque eso soy! Que te miro
y tu hermosura me quema.
Se abrasa lumbre con lumbre.
La misma llama pequeña
mata dos espigas juntas.
¡Vamos!
(La arrastra.)
NOVIA
LEONARDO
¿Adónde me llevas?
Adonde no puedan ir
estos hombres que nos cercan.
¡Donde yo pueda mirarte!
NOVIA (Sarcástica.)
LEONARDO
Llévame de feria en feria,
dolor de mujer honrada,
a que las gentes me vean
con las sábanas de boda
al aire, como banderas.
También yo quiero dejarte
si pienso como se piensa.
Pero voy donde tú vas.
Tú también. Da un paso. Prueba.
Clavos de luna nos funden
mi cintura y tus caderas.
(Toda esta escena es violenta, llena de gran sensualidad.)
NOVIA
LEONARDO
NOVIA
LEONARDO
NOVIA
LEONARDO
¿Oyes?
Viene gente.
¡Huye!
Es justo que yo aquí muera
con los pies dentro del agua
y espinas en la cabeza.
Y que me lloren las hojas,
mujer perdida y doncella.
Cállate. Ya suben.
¡Vete!
Silencio. Que no nos sientan.
336
Tú delante. ¡Vamos, digo!
(Vacila la Novia.)
NOVIA
¡Los dos
LEONARDO (Abrazándola.)
NOVIA
juntos!
¡Como quieras!
Si nos separan, será
porque esté muerto.
Y yo muerta.
(Salen abrazados.)
(Aparece la Luna muy despacio. La escena adquiere una fuerte luz azul. Se oyen los dos violines. Bruscamente se
oyen dos largos gritos desgarrados, y se corta la música de los violines. Al segundo grito aparece la Mendiga y queda
de espaldas. Abre el manto y queda en el centro como un gran pájaro de alas inmensas. La Luna se detiene. El telón
baja en medio de un silencio absoluto.)
Cuadro Último
(Habitación blanca con arcos y gruesos muros. A la derecha y a la izquierda escaleras blancas. Gran arco al fondo
y pared del mismo color. El suelo será también de un blanco reluciente. Esta habitación simple tendrá un sentido
monumental de iglesia. No habrá ni un gris, ni una sombra, ni siquiera lo preciso para la perspectiva.)
(Dos Muchachas vestidas de azul oscuro están devanando una madeja roja.)
MUCHACHA 1.ª
MUCHACHA 2.ª
NIÑA (Cantando)
MUCHACHA 1.ª
NIÑA
MUCHACHA 2.ª
NIÑA (Yéndose.)
MUCHACHA 2.ª
Madeja, madeja,
¿qué quieres hacer?
Jazmín de vestido,
cristal de papel.
Nacer a las cuatro,
morir a las diez.
Ser hilo de lana,
cadena a tus pies
y nudo que apriete
amargo laurel.
¿Fuisteis a la boda?
No.
¡Tampoco fui yo!
¿Qué pasaría
por los tallos de las viñas?
¿Qué pasaría
por el ramo de la oliva?
¿Qué pasó
que nadie volvió?
¿Fuisteis a la boda?
Hemos dicho que no.
¡Tampoco fui yo!
Madeja, madeja,
337
¿qué quieres cantar?
MUCHACHA 1.ª Heridas de cera,
dolor de arrayán.
Dormir la mañana,
de noche velar.
NIÑA. (En la puerta.) El hilo tropieza
con el pedernal.
Los montes azules
lo dejan pasar.
Corre, corre, corre,
y al fin llegará
a poner cuchillo
y quitar el pan.
(Se va)
Madeja, madeja,
¿qué quieres decir?
MUCHACHA 1.ª Amante sin habla.
Novio carmesí.
Por la orilla muda
tendidos los vi.
MUCHACHA 2.ª
(Se detiene mirando madeja.)
NIÑA (Asomándose a la puerta.)
Corre, corre, corre,
el hilo hasta aquí.
Cubiertos de barro
los siento venir.
¡Cuerpos estirados,
paños de marfil!
(Se va.)
(Aparecen la Mujer y la Suegra de Leonardo. Llegan angustiadas.)
MUCHACHA 1.ª ¿Vienen ya?
SUEGRA (Agria.) No sabemos.
MUCHACHA 2.ª ¿Qué contáis de la boda?
MUCHACHA 1.ª Dime.
SUEGRA (Seca.) Nada.
MUJER
Quiero volver para saberlo
SUEGRA (Enérgica.)
Tú, a tu casa.
Valiente y sola en tu casa.
A envejecer y a llorar.
Pero la puerta cerrada.
Nunca. Ni muerto ni vivo.
Clavaremos las ventanas.
Y vengan lluvias y noches
todo.
338
MUJER
SUEGRA
sobre las hierbas amargas.
¿Qué habrá pasado?
No importa.
Échate un velo en la cara.
Tus hijos son hijos tuyos
nada más. Sobre la cama
pon una cruz de ceniza
donde estuvo su almohada.
(Salen.)
MENDIGA (A la puerta.)
NIÑA
Un pedazo de pan, muchachas.
¡Vete!
(Las Muchachas se agrupan.)
MENDIGA
NIÑA
MUCHACHA 1.ª
MENDIGA
¿Por qué?
Porque tú gimes: vete.
¡Niña!
¡Pude pedir tus ojos! Una nube
de pájaros me sigue; ¿quieres uno?
¡Yo me quiero marchar!
NIÑA
MUCHACHA 2.ª (A la Mendiga.)
¡No le hagas caso!
MUCHACHA 1.ª ¿Vienes por el camino del arroyo?
MENDIGA
¡Por allí vine!
MUCHACHA 1.ª (Tímida.)
MENDIGA
¿Puedo preguntarte?
Yo los vi; pronto llegan: dos torrentes
quietos al fin entre piedras grandes,
dos hombres en las patas del caballo.
Muertos en la hermosura de la noche.
(Con delectación.)
MUCHACHA 1.ª
MENDIGA
Muertos, sí, muertos.
¡Calla, vieja, calla!
Flores rotas los ojos, y sus dientes
dos puñados de nieve endurecida.
Los dos cayeron, y la novia vuelve
teñida en sangre falda y cabellera.
Cubiertos con dos mantas ellos vienen
sobre los hombros de los mozos altos.
Así fue, nada más. Era lo justo.
Sobre la flor del oro, sucia arena.
(Se va. Las Muchachas inclinan la cabeza y rítmicamente van saliendo.)
MUCHACHA 1.ª
Sucia arena.
339
MUCHACHA 2.ª
NIÑA
Sobre la flor del oro.
Sobre la flor del oro
traen a los muertos del arroyo.
Morenito el uno,
morenito el otro.
¡Qué ruiseñor de sombra vuela y gime
sobre la flor del oro!
(Se va. Queda la escena sola. Aparece la Madre con una Vecina. La Vecina viene llorando.)
MADRE Calla.
VECINA No puedo.
MADRE Calla, he dicho. (En la puerta.)
¿No hay nadie aquí? (Se lleva las manos a la frente.) Debía
contestarme mi hijo. Pero mi hijo es ya un brazado de flores secas. Mi hijo es ya una voz oscura
detrás de los montes. (Con rabia a la Vecina.) ¿Te quieres callar? No quiero llantos en esta casa.
Vuestras lágrimas son lágrimas de los ojos nada más, y las mías vendrán cuando yo esté sola, de las
plantas de los pies, de mis raíces, y serán más ardientes que la sangre.
VECINA Vente a mi casa; no te quedes aquí.
MADRE Aquí. Aquí quiero estar. Y tranquila. Ya todos están muertos. A medianoche dormiré,
dormiré sin que ya me aterren la escopeta o el cuchillo. Otras madres se asomarán a las ventanas,
azotadas por la lluvia, para ver el rostro de sus hijos. Yo no. Yo haré con mi sueño una fría paloma
de marfil que lleve camelias de escarcha sobre el camposanto. Pero no; camposanto no, camposanto
no: lecho de tierra, cama que los cobija y que los mece por el cielo. (Entra una mujer de negro que se
dirige a la derecha y allí se arrodilla. A la Vecina.) Quítate las manos de la cara. Hemos de pasar días
terribles. No quiero ver a nadie. La tierra y yo. Mi llanto y yo. Y estas cuatro paredes. ¡Ay! ¡Ay! (Se
sienta transida.)
VECINA Ten caridad de ti misma.
MADRE (Echándose el pelo hacia atrás.) He
de estar serena. (Se sienta.) Porque vendrán las vecinas y no
quiero que me vean tan pobre. ¡Tan pobre! Una mujer que no tiene un hijo siquiera que poderse
llevar a los labios.
(Aparece la Novia. Viene sin azahar y con un manto negro.)
VECINA (Viendo a la Novia con rabia.) ¿Dónde vas?
NOVIA Aquí vengo.
MADRE (A la vecina.) ¿Quién es?
VECINA ¿No la reconoces?
MADRE Por eso pregunto quién es. Porque tengo que no reconocerla, para no clavarla mis dientes
en el cuello. ¡Víbora! (Se dirige hacia la Novia con ademán fulminante; se detiene. A la Vecina.) ¿La ves? Está
ahí y está llorando, y yo quieta sin arrancarle los ojos. No me entiendo. ¿Será que yo no quería a mi
hijo? Pero ¿y su honra? ¿Dónde está su honra? (Golpea a la Novia. Esta cae al suelo.)
VECINA ¡Por Dios! (Trata de separarlas.)
NOVIA (A la Vecina.) Déjala; he venido para que me mate y que me lleven con ellos. (A la Madre.)
Pero no con las manos; con garfios de alambre, con una hoz, y con fuerza, hasta que se rompa en
mis huesos. ¡Déjala! Que quiero que sepa que yo soy limpia, que estaré loca, pero que me pueden
enterrar sin que ningún hombre se haya mirado en la blancura de mis pechos.
MADRE Calla, calla; ¿qué me importa eso a mí?
NOVIA ¡Porque yo me fui con el otro, me fui! (Con angustia.) Tú también te hubieras ido. Yo era
una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la
340
que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí
el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y yo corría con tu hijo que era como un niñito de
agua, frío, y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar y que dejaban
escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha acariciada por el fuego. Yo no
quería, ¡óyelo bien!, yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro
me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre,
siempre, siempre, aun que hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de
los cabellos! (Entra una vecina.)
MADRE Ella no tiene la culpa, ¡ni yo! (Sarcástica.) ¿Quién la tiene, pues? ¡Floja, delicada, mujer de
mal dormir es quien tira una corona de azahar para buscar un pedazo de cama calentado por otra
mujer!
NOVIA ¡Calla, calla! Véngate de mí; ¡aquí estoy! Mira que mi cuello es blando; te costará menos
trabajo que segar una dalia de tu huerto. Pero ¡eso no! Honrada, honrada como una niña recién
nacida. Y fuerte para demostrártelo. Enciende la lumbre. Vamos a meter las manos: tú, por tu hijo;
yo, por mi cuerpo. Las retirarás antes tú. (Entra otra vecina.)
MADRE Pero ¿qué me importa a mí tu honradez? ¿Qué me importa tu muerte? ¿Qué me importa a
mí nada de nada? Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos; bendita sea la
lluvia, porque moja la cara de los muertos. Bendito sea Dios, que nos tiende juntos para descansar.
(Entra otra vecina.)
NOVIA Déjame llorar contigo.
MADRE Llora. Pero en la puerta.
(Entra la Niña. La Novia queda en la puerta. La Madre, en el centro de la escena.)
MUJER (Entrando y dirigiéndose a la izquierda.)
MADRE
MUJER
NOVIA
Era hermoso jinete,
y ahora montón de nieve.
Corría ferias y montes
y brazos de mujeres.
Ahora, musgo de noche
le corona la frente.
Girasol de tu madre,
espejo de la tierra.
Que te pongan al pecho
cruz de amargas adelfas;
sábana que te cubra
de reluciente seda,
y el agua forme un llanto
entre tus manos quietas.
¡Ay, que cuatro muchachos
llegan con hombros cansados!
¡Ay, qué cuatro galanes
traen a la muerte por el aire!
Vecinas.
MADRE
NIÑA (En la puerta)
MADRE
MUJERES
Ya los traen.
Es lo mismo.
La cruz, la cruz.
Dulces clavos,
341
NOVIA
MADRE
NOVIA
MADRE
dulce cruz,
dulce nombre
de Jesús.
Que la cruz ampare a muertos y vivos.
Vecinas, con un cuchillo,
con un cuchillito,
en un día señalado, entre las dos y las tres,
se mataron los dos hombres del amor.
Con un cuchillo,
con un cuchillito
que apenas cabe en la mano,
pero que penetra fino
por las carnes asombradas,
y que se para en el sitio
donde tiembla enmarañada
la oscura raíz del grito.
Y esto es un cuchillo,
un cuchillito
que apenas cabe en la mano;
pez sin escamas ni río,
para que un día señalado, entre las dos y las tres,
con este cuchillo,
se queden dos hombres duros
con los labios amarillos.
Y apenas cabe en la mano,
pero que penetra frío
por las carnes asombradas
y allí se para, en el sitio
donde tiembla enmarañada
la oscura raíz del grito.
(Las vecinas, arrodilladas en el suelo, lloran.)
342
Ramón Gómez de la Serna
Greguerías
Como daba besos lentos duraban más sus amores.
Los rosales son poetas que quisieron ser rosales.
Donde el tiempo está más unido al polvo es en las bibliotecas.
A veces un beso no es más que chewing gum compartido.
Un chino inventó al gato.
La bufanda es para los que bufan de frío.
La reja es el teléfono de más corto hilo para hablar de amor.
El langostino huele a todo el mar.
Los botones flojos son llanto de botones.
Si vais a la felicidad llevad sombrilla.
Nerviosismo de la ciudad: no poder abrir el paquetito de azúcar para el café.
Amor es despertar a una mujer y que no se indigne.
Daba besos de segunda boca.
Escribir es que le dejen a uno llorar y reír a solas.
Cuando se vierte un vaso de agua en la mesa se apaga la cólera de la conversación.
Los ladrillos saben esperar
Las palmeras se levantan más temprano que los demás árboles.
Soda: agua con hipo.
La morcilla es un chorizo lúgubre.
El hielo se ahoga en el agua.
Con el monóculo, el ojo se vuelve reloj.
Nutria: una rata con gabán de señora.
Los ríos no saben su nombre.
Las latas de sardinas se abren con ganzúa.
El primer beso es un robo.
La mecedora nació para nodriza.
Los haikai son telegramas poéticos.
Por los ojos del caballo se asoma la noche al día.
Los auriculares son las gafas ahumadas de los oídos.
Al caer la estrella se le corre un punto a la media de la noche.
Venecia es el sitio en que navegan los violines.
El reloj es una bomba de tiempo, de más o menos tiempo.
El reloj del capitán de barco cuenta las olas.
Cuando una mujer te plancha la solapa con la mano ya estás perdido.
Trueno: caída de un baúl por las escaleras del cielo.
343
Ramón María del Valle-Inclán
ESCENA DUODÉCIMA
de
Luces de bohemia
Rinconada en costanilla y una iglesia barroca por fondo. Sobre las campanas negras, la luna
clara. DON LATINO y MAX ESTRELLA filosofan sentados en el quicio de una puerta. A lo largo de
su coloquio, se torna lívido el cielo. En el alero de la iglesia pían algunos pájaros. Remotos
albores de amanecida. Ya se han ido los serenos, pero aún están las puertas cerradas.
Despiertan las porteras.
MAX: ¿Debe estar amaneciendo?
DON LATINO: Así es.
MAX: ¡Y que frío!
DON LATINO: Vamos a dar unos pasos.
MAX: Ayúdame, que no puedo levantarme. ¡Estoy aterido!
DON LATINO: ¡Mira que haber empeñado la capa!
MAX: Préstame tu carrik, Latino.
DON LATINO: ¡Max, eres fantástico!
MAX: Ayúdame a ponerme en pie.
DON LATINO: ¡Arriba, carcunda!
MAX: ¡No me tengo!
DON LATINO: ¡Qué tuno eres!
MAX: ¡Idiota!
DON LATINO: ¡La verdad es que tienes una fisonomía algo rara!
MAX: ¡Don Latino de Hispalis, grotesco personaje, te inmortalizaré en una novela!
DON LATINO: Una tragedia, Max.
MAX: La tragedia nuestra no es tragedia.
344
DON LATINO: ¡Pues algo será!
MAX: El Esperpento.
DON LATINO: No tuerzas la boca, Max.
MAX: ¡Me estoy helando!
DON LATINO: Levántate. Vamos a caminar.
MAX: No puedo.
DON LATINO: Deja esa farsa. Vamos a caminar.
MAX: Échame el aliento. ¿Adónde te has ído, Latino?
DON LATINO: Estoy a tu lado.
MAX: Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey
del pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey Apis. Lo
torearemos.
DON LATINO: Me estás asustando. Debías dejar esa broma.
MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes
clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
DON LATINO: ¡Estás completamente curda!
MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido
trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta, Mi
estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO: ¿Y dónde está el espejo?
345
MAX: En el fondo del vaso.
DON LATINO: ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX: Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la
vida miserable de España.
DON LATINO: Nos mudaremos al callejón del Gato.
MAX: Vamos a ver qué palacio está desalquilado. Arrímame a la pared. ¡Sacúdeme!
DON LATINO: No tuerzas la boca.
MAX: Es nervioso. ¡Ni me entero!
DON LATINO: ¡Te traes una guasa!
MAX: Préstame tu carrik.
DON LATINO: ¡Mira cómo me he quedado de un aire!
MAX: No me siento las manos y me duelen las uñas. ¡Estoy muy malo!
DON LATINO: Quieres conmoverme, para luego tomarme la coleta.
MAX: Idiota, llévame a la puerta de mi casa y déjame morir en paz.
DON LATINO: La verdad sea dicha, no madrugan en nuestro barrio.
MAX: Llama.
DON LATINO DE HISPALIS, volviéndose de espaldas, comienza a cocear en la puerta. El eco de
los golpes tolondrea por el ámbito lívido de la costanilla, y como en respuesta a una
provocación, el reloj de la iglesia da cinco campanadas bajo el gallo de la veleta.
MAX: ¡Latino!
DON LATINO: ¿Qué antojas? ¡Deja la mueca!
MAX: ¡Si Collet estuviese despierta!... Ponme en pie para darle una voz.
DON LATINO: No llega tu voz a ese quinto cielo.
MAX: ¡Collet! ¡Me estoy aburriendo!
DON LATINO: No olvides al compañero.
MAX: Latino, me parece que recobro la vista. ¿Pero cómo hemos venido a este entierro? ¡Esa
346
apoteosis es de París! ¡Estamos en el entierro de Víctor Hugo! ¿Oye, Latino, pero cómo vamos
nosotros presidiendo?
DON LATINO: No te alucines, Max.
MAX: Es incomprensible cómo veo.
DON LATINO: Ya sabes que has tenido esa misma ilusión otras veces.
MAX: ¿A quién enterramos, Latino?
DON LATINO: Es un secreto que debemos ignorar.
MAX: ¡Cómo brilla el sol en las carrozas!
DON LATINO: Max, si todo cuanto dices no fuese una broma, tendría una significación
teosófica... En un entierro presidido por mí, yo debo ser el muerto... Pero por esas coronas, me
inclino a pensar que el muerto eres tú.
MAX: Voy a complacerte. Para quitarte el miedo del augurio, me acuesto a la espera. ¡Yo soy el
muerto! ¿Qué dirá mañana esa canalla de los periódicos?, se preguntaba el paria catalán.
MÁXIMO ESTRELLA se tiende en el umbral de su puerta. Cruza la costanilla un perro golfo que
corre en zigzag. En el centro, encoge la pata y se orina. El ojo legañoso, como un poeta,
levantado al azul de la última estrella.
MAX: Latino, entona el gori-gori.
DON LATINO: Si continúas con esa broma macabra, te abandono.
MAX: Yo soy el que se va para siempre.
DON LATINO: Incorpórate, Max. Vamos a caminar.
MAX: Estoy muerto.
DON LATINO: ¡Que me estás asustando! Max, vamos a caminar. Incorpórate, ¡no tuerzas la
boca, condenado! ¡Max! ¡Max! ¡Condenado, responde!
MAX: Los muertos no hablan.
DON LATINO: Definitivamente, te dejo.
MAX: ¡Buenas noches!
DON LATINO DE HISPALIS se sopla los dedos arrecidos y camina unos pasos encorvándose bajo
su carrik pingón, orlado de cascarrias. Con una tos gruñona retorna al lado de MAX ESTRELLA.
Procura incorporarle hablándole a la oreja.
347
DON LATINO: Max, estás completamente borracho y sería un crimen dejarte la cartera
encima, para que te la roben. Max, me llevo tu cartera y te la devolveré mañana.
Finalmente se eleva tras de la puerta la voz achulada de una vecina. Resuenan pasos dentro
del zaguán. DON LATINO se cuela por un callejón.
LA VOZ DE LA VECINA: ¡Señá Flora! ¡Señá Flora! Se le han apegado a usted las mantas de la
cama.
LA VOZ DE LA PORTERA: ¿Quién es? Esperarse que encuentre la caja de mixtos.
LA VECINA: ¡Señá Flora!
LA PORTERA: Ahora salgo. ¿Quién es?
LA VECINA: ¡Está usted marmota! ¿Quién será? ¡La Cuca, que se camina al lavadero!
LA PORTERA: ¡Ay, qué centella de mixtos! ¿Son horas?
LA VECINA: ¡Son horas y pasan de serlo!
Se oye el paso cansino de una mujer en chanclas. Sigue el murmullo de las voces. Rechina la
cerradura, y aparecen en el hueco de la puerta dos mujeres: La una, canosa, viva y agalgada,
con un saco de ropa cargado sobre la cadera. La otra, jamona, refajo colorado, pañuelo pingón
sobre los hombros, greñas y chancletas. El cuerpo del bohemio resbala y queda acostado sobre
el umbral al abrirse la puerta.
LA VECINA: ¡Santísimo Cristo, un hombre muerto!
LA PORTERA: Es Don Max el poeta, que la ha pescado.
LA VECINA: ¡Está del color de la cera!
LA PORTERA: Cuca, por tu alma, quédate a la mira un instante, mientras subo el aviso a
Madama Collet.
LA PORTERA sube la escalera chancleando. Se la oye renegar. LA CUCA, viéndose sola, con aire
medroso, toca las manos del bohemio y luego se inclina a mirarle los ojos entreabiertos bajo la
frente lívida.
LA VECINA: ¡Santísimo Señor! ¡Esto no lo dimana la bebida! ¡La muerte talmente representa!
¡Señá Flora! ¡Señá Flora! ¡Que no puedo demorarme! ¡Ya se me voló un cuarto de día! ¡Que se
queda esto a la vindicta pública, señá Flora! ¡Propia la muerte!
348
Antonio Machado
Retrato
(Campos de Castilla)
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—;
mas recibí la flecha que me asignó Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Por tierras de España
(Campos de Castilla)
El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
349
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—;
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
Recuerdos
(Campos de Castilla)
¡Oh Soria! , cuando miro los frescos naranjales
cargados de perfume, y el campo enverdecido,
abiertos los jazmines, maduros los trigales,
azules las montañas y el olivar florido;
Guadalquivir corriendo al mar entre vergeles;
y al sol de abril los huertos colmados de azucenas,
y los enjambres de oro, para libar sus mieles
dispersos en los campos, huir de sus colmenas;
yo sé la encina roja crujiendo en tus hogares,
barriendo el cierzo helado tu campo empedernido;
y en sierras agrias sueño— ¡Urbión, sobre pinares!
¡Moncayo blanco, al cielo aragonés erguido!—.
Y pienso: Primavera, como un escalofrío
irá a cruzar el alto solar del romancero,
350
ya verdearán de chopos las márgenes del río.
¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero?
Tendrán los campanarios de Soria sus cigüeñas,
y la roqueda parda más de un zarzal en flor;
ya los rebaños blancos, por entre grises peñas,
hacia los altos prados conducirá el pastor.
¡Oh, en el azul, vosotras, viajeras golondrinas
que vais al joven Duero, zagales y merinos,
con rumbo hacia las altas praderas numantinas,
por las cañadas hondas y al sol de los caminos;
hayedos y pinares que cruza el ágil ciervo;
montañas, serrijones, lomazos, parameras,
en donde reina el águila, por donde busca el cuervo
su infecto expoliario; menudas sementeras
cual sayos cenicientos; casetas y majadas
entre desnuda roca; arroyos y hontanares
donde a la tarde beben las yuntas fatigadas;
dispersos huertecillos, humildes abejares! ...
¡Adiós, tierra de Soria; adiós el alto llano
cercado de colinas y crestas miliares,
alcores y roquedas del yermo castellano,
fantasmas de robledos y sombras de encinares!
En la desesperanza y en la melancolía
de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva.
Tierra de alma, toda, hacia la tierra mía,
por los floridos valles, mi corazón te lleva.
En el tren, abril de 1912
Sonetos escritos en una noche de bombardeo en Rocafort (Valencia):
II El poeta recuerda las tierras de Soria
Y a su perfil zancudo en el regato,
en el azul el vuelo de ballesta,
sobre el aneho nido de ginesta,
En torre, torre y torre, el garabato
de la cigüeña... En la memoria mia,
Tu recuerdo a traición ha florecido;
y hoy comienza tu campo empedernido
El sueño verde de la tierra fria,
Soria pura, entre montes de violeta.
Di tu, avión marcial, si el alto Duero
A donde vas recuerda a su poeta,
al revivir su rojo Romancero ;
¿ es, otra vez, Cain, sobre el planeta,
bajo tus alas, moscardón guerrero?.
IV La muerte del niño herido
Otra vez en la noche... es el martillo
De la fiebre en las sienes bien vendadas
351
Del niño. _ Madre, ¡el pájaro amarillo !
¡Las mariposas negras y moradas!
_ Duerme, hijo mio. Y la manita oprime
La madre, junto al Pecho. _ ¡Oh, flor de fuego !
¿Quién ha de helarte, flor de sangre, dime?
Hay en la pobre alcoba olor a espliego;
Fuera, la oronda luna que blanquea
Cúpula y torre a la ciudad sombria
Invisible avión moscardonea.
_ ¿Duermes, oh dulce flor de sangre mia?
El cristal del balcón repiquetea
_ ¡Oh, fria , fria, fria , fria, fria!
El crimen fue en Granada
(La Guerra)
Publicado inicialmente en 1937, en la revista Ayuda, sobre el fusilamiento de Federico
García Lorca
I EL CRIMEN
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
-sangre en la frente y plomo en las entrañas-.
...Que fue en Granada el crimen
sabed -¡pobre Granada-, en su Granada...
II EL POETA Y LA MUERTE
Se le vio caminar sólo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
-Ya el sol en torre y torre; los martillos
en yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
"Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
352
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!"
III
Se le vio caminar...
Labrad amigos,
de piedra y sueño, en la Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
Rafael Alberti
MARINERO EN TIERRA [1923-1924]
PRÓLOGO
SUEÑO DEL MARINERO
Yo, marinero en la ribera mía,
posada sobre un cano y dulce río
que da su brazo a un mar de Andalucía,
sueño en ser almirante de navío,
para partir el lomo de los mares
al sol ardiente y a la luna fría.
¡Oh los yelos del sur! ¡Oh las polares
islas del norte! ¡Blanca primavera,
desnuda y yerta sobre los glaciares,
cuerpo de roca y alma de vidriera!
¡Oh estío tropical, rojo, abrasado,
bajo el plumero azul de la palmera!
Mi sueño, por el mar condecorado,
va sobre su bajel, firme, seguro,
de una verde sirena enamorado,
concha del agua allá en su seno oscuro.
¡Arrójame a las ondas, marinero:
–Sirenita del mar, yo te conjuro!
Sal de tu gruta, que adorarte quiero,
sal de tu gruta, virgen sembradora,
a sembrarme en el pecho tu lucero.
Ya está flotando el cuerpo de la aurora
en la bandeja azul del océano
y la cara del cielo se colora
353
de carmín. Deja el vidrio de tu mano
disuelto en la alba urna de mi frente,
alga de nácar, cantadora en vano
bajo el vergel azul de la corriente.
¡Gélidos desposorios submarinos,
con el ángel barquero del relente
y la luna del agua por padrinos!
El mar, la tierra, el aire, mi sirena,
surcaré atado a los cabellos finos
y verdes de tu álgida melena.
Mis gallardetes blancos enarbola,
¡oh marinero!, ante la aurora llena
¡y ruede por el mar tu caracola!
1
A UN CAPITÁN DE NAVÍO
Homme libre, toujours tu chériras la mer!
CH. BAUDELAIRE
SOBRE tu nave –un plinto verde de algas marinas,
de moluscos, de conchas, de esmeralda estelar–,
capitán de los vientos y de las golondrinas,
fuiste condecorado por un golpe de mar.
Por ti los litorales de frentes serpentinas,
desenrollan al paso de tu arado un cantar:
–Marinero, hombre libre, que las mares declinas,
dinos los radiogramas de tu estrella Polar.
Buen marinero, hijo de los llantos del norte,
unión de mediodía, bandera de la corte
espumosa del agua, cazador de sirenas;
todos los litorales amarrados, del mundo,
irnos que nos lleves en el surco profundo
de tu nave, a la mar, rotas nuestras cadenas.
A FEDERICO GARCÍA LORCA. POETA DE GRANADA
(1924)
I
(Otoño)
EN ESTA NOCHE en que el puñal del viento
acuchilla el cadáver del verano,
yo he visto dibujarse en mi aposento
354
tu rostro oscuro de perfil gitano.
Vega florida. Alfanjes de los ríos,
tintos en sangre pura de las flores.
Adelfares. Cabañas. Pradeños.
Por la sierra, cuarenta salteadores.
Despertaste a la sombra de una oliva,
junto a la pitiflor de los cantares.
Tu alma de tierra y aire fue cautiva...
Abandonando, dulce, sus altares,
quemó ante ti una anémona votiva
la musa de los cantos populares.
II
(Primavera)
TODAS mis novias, las de mar y tierra
–Amaranta, Coral y Serpentina,
Trébol del agua. Rosa y Leontina–,
verdes del sol, del aire, de la sierra;
contigo, abiertas por la ventolina,
coronándote están sobre las dunas,
de amarantos, corales y de lunas
de tréboles del agua matutina.
¡Vientos del mar, salid, y, coronado
por mis novias, mirad al dulce amigo
sobre las altas dunas reclinado!
¡Peces del mar, salid, cantad conmigo:
–Pez azul yo te nombro, al desabrigo
del aire, pez del monte, colorado!
III
(Verano)
SAL TÚ, bebiendo campos y ciudades,
en largo ciervo de agua convertido,
hacia el mar de las albas claridades,
del martín-pescador mecido nido;
que yo saldré a esperarte amortecido,
hecho junco, a las altas soledades,
herido por el aire y requerido
por tu voz, sola entre las tempestades.
Deja que escriba, débil junco frío,
355
mi nombre en esas aguas corredoras,
que el viento llama, solitario, río.
Disuelto ya en tu nieve el nombre mío,
vuélvete a tus montañas trepadoras,
ciervo de espuma, rey del monterío.
EL HERIDO
–DAME tu pañuelo, hermana,
que vengo muy mal herido.
–Dime qué pañuelo quieres,
si el rosa o color de olivo.
–Quiero un pañuelo bordado,
que tenga en sus cuatro picos
tu corazón dibujado.
EL AVIADOR
–MADRE, ha muerto el caballero
del aire, que fue mi amor.
Y en el mar dicen que ha muerto
de teniente aviador.
¡En el mar!
¡Qué joven, madre, sin ser
todavía capitán!
NANA DEL NIÑO MUERTO
BARQUERO yo de este barco,
sí, barquero yo.
Aunque no tenga dinero,
sí, barquero yo.
Rema, niño, mi remero.
No te canses, no.
Mira ya el puerto lunero,
mira, miraló.
NANA DEL NIÑO MALO
¡A LA MAR, si no duermes,
que viene el viento!
356
Ya en las grutas marinas
ladran sus perros.
¡Si no duermes, al monte!
Vienen el búho
y el gavilán del bosque.
Cuando te duermas:
¡al almendro, mi niño,
y a la estrella de menta!
NANA DE LA CIGÜEÑA
QUE no me digan a mí
que el canto de la cigüeña
no es bueno para dormir.
Si la cigüeña canta
arriba en el campanario,
que no me digan a mí
que no es del cielo su canto.
NANA DE LA TORTUGA
VERDE, lenta, la tortuga.
¡Ya se comió el perejil,
la hojita de la lechuga!
¡Al agua, que el baño está
rebosando!
¡Al agua
pato!
Y sí que nos gusta a mí
y al niño ver la tortuga
tontita y sola nadando.
NANA DE LA CABRA
LA CABRA te va a traer
un cabritillo de nieve
para que juegues con él.
Si te chupas el dedito,
no te traerá la cabra
su cabritillo.
NANA DE CAPIRUCHO
SI TE LLAMAN Capirucho,
tú a nadie le digas nada,
357
porque el capirucho puede
estar lleno de avellanas,
de ajonjolí, de grageas
y de lo que el niño sabe...
Si te llaman Capirucho,
no se lo digas a nadie.
NANA DE NEGRA-FLOR
YA LA FLOR de la noche
duerme la nana,
con la frente caída
y las alas plegadas.
Negra-flor, no despiertes,
hasta que la alborada
te haga flor del corpiño
de la mañana.
Negra-flor, no despiertes,
hasta que el aire
en su corpiño rosa
te haga de encaje.
[EL MAR. LA MAR]
EL MAR. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?
[GIMIENDO POR VER EL MAR]
GIMIENDO por ver el mar,
un marinerito en tierra
iza al aire este lamento:
¡Ay mi blusa marinera!
Siempre me la inflaba el viento
al divisar la escollera.
358
SALINERO
...Y YA ESTARÁN los esteros
rezumando azul de mar.
¡Dejadme ser, salineros,
granito del salinar!
¡Qué bien, a la madrugada,
correr en las vagonetas
llenas de nieve salada,
hacia las blancas casetas!
Dejo de ser marinero,
madre, por ser salinero.
LLAMADA
ZUMBÓ el lamento del mar,
cuando me habló por teléfono.
Yo, en la llanura.
¡Qué lejos la novia del litoral!
Saltó del norte a levante.
Dejó un mar por otro mar.
¡El mar de las Baleares!
[BRANQUIAS QUISIERA TENER]
BRANQUIAS quisiera tener
porque me quiero casar.
Mi novia vive en el mar
y nunca la puedo ver.
Madruguera, plantadora,
allá en los valles salinos.
¡Novia mía, labradora
de los huertos submarinos!
¡Yo nunca te podré ver
jardinera en tus jardines
albos del amanecer!
EL MAR MUERTO
I
MAÑANITA fría.
¡Se habrá muerto el mar!
La nave que yo tenía
ya no podrá navegar.
359
–Mañanita fría,
¿lo amortajarán?
–Los pueblos de tu ribera
–naranja del mediodía–,
entre laureles y olivas.
–Mañanita fría,
¿quién lo enterrará?
–Marinero, tres estrellas
muy dulces: las Tres Marías.
II
NO SABE que ha muerto el mar
la esquila de los tranvías
–tirintín–de la ciudad.
No lo sabe nadie, nadie.
¡Mejor, si nadie lo sabe!
Ni tú, verde cochecillo,
que hacia la verdulería
llevas tu tintinear.
No lo sabe nadie, nadie.
¡Mejor, si nadie lo sabe!
Ni tú, joven vaquerillo,
que llevas tus dos vaquitas
tan de mañana a ordeñar.
No lo sabe nadie, nadie.
¡Mejor, si nadie lo sabe!
RIBERA
OJOS míos, ¿quién habría
detrás de la celosía?
¿Alguna niña bordando
amores de contrabando
para la marinería?
¡Ojitos que estáis mirando,
abrid vuestra celosía,
que estoy de amores penando!
Ojos míos, ¿quién habría
360
detrás de la celosía?
MAR
EN LAS noches, te veo
como una colgadura
del mirabel del sueño.
Asomadas a ella,
velas como pañuelos
me van diciendo adiós
a mí, que estoy durmiendo.
[¡QUIÉN CABALGARA EL CABALLO!]
¡QUIÉN cabalgara el caballo
de espuma azul de la mar!
De un salto,
¡quién cabalgara la mar!
¡Viento, arráncame la ropa!
¡Tírala, viento, a la mar!
De un salto,
quiero cabalgar la mar.
¡Amárrame a tus cabellos,
crin de los vientos del mar!
De un salto,
quiero ganarme la mar.
[YA SE FUE LA MARINERA]
YA SE fue la marinera
que a ver vino al marinero,
nacida en la Normandía
y desterrada al mar Muerto.
Como ofrenda le traía
sus dos senos grises, yertos,
una manzana podrida
y un pez con cinco agujeros.
361
Mar muerta tiene que ser
la que no da frutos buenos,
sirena de Normandía,
flotando sobre el mar Muerto.
SI YO NACÍ CAMPESINO]
SI YO nací campesino,
si yo nací marinero,
¿por qué me tenéis aquí,
si este aquí yo no lo quiero?
El mejor día, ciudad
a quien jamás he querido,
el mejor día –¡silencio!–
habré desaparecido.
[SI MI VOZ MURIERA EN TIERRA]
SI MI voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!
362
Miguel de Hernández.
Viento del pueblo (Poesía en la guerra)
Al soldado internacional caído en España
Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras,
una esparcida frente de mundiales cabellos,
cubierta de horizontes, barcos y cordilleras,
con arena y con nieve, tú eres uno de aquellos.
Las patrias te llamaron con todas sus banderas,
que tu aliento llenara de movimientos bellos.
Quisiste apaciguar la sed de las panteras,
y flameaste henchido contra sus atropellos.
Con un sabor a todos los soles y los mares,
España te recoge porque en ella realices
tu majestad de árbol que abarca un continente.
A través de tus huesos irán los olivares
desplegando en la tierra sus más férreas raíces,
abrazando a los hombres universal, fielmente.
Aceituneros
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.
Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.
Andaluces de Jaén,
363
aceituneros altivos,
decidme en el alma, ¿quién
amamantó los olivos?
Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa de sudor.
No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.
Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.
¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de las lomas.
Visión de Sevilla
¿Quién te verá, ciudad de manzanilla,
amorosa ciudad, la ciudad más esbelta,
que encima de una torre llevas puesto: Sevilla?
Dolor a rienda suelta:
364
la ciudad de cristal se empaña, cruje.
Un tormentoso toro da una vuelta
al horizonte y al silencio, y muge.
Detrás del toro, al borde de su ruina,
la ciudad que viviera
bajo una cabellera de mujer soleada,
sobre una perfumada cabellera,
la ciudad cristalina
yace pisoteada.
Una bota terrible de alemanes poblada
hunde su marca en el jazmín ligero,
pesa sobre el naranjo aleteante:
y pesa y hunde su talón grosero
un general de vino desgarrado,
de lengua pegajosa y vacilante,
de bigotes de alambre groseramente astado.
Mirad, oíd: mordiscos en las rejas,
cepos contra las manos,
horrores reluciendo por las cejas,
luto en las azoteas, muerte en los sevillanos.
Cólera contenida por los gestos,
carne despedazada ante la soga,
y lágrimas ocultas en los tiestos,
en las roncas guitarras donde un pueblo se ahoga.
Un clamor de oprimidos,
de huesos que exaspera la cadena,
de tendones talados, demolidos
por un cuchillo siervo de una hiena.
Se nubló la azucena,
la airosa maravilla:
patíbulos y cárceles degüellan los gemidos,
la juventud, el aire de Sevilla.
Amordazado el ruiseñor, desierto
el arrayán, el día deshonrado,
tembloroso el cancel, el patio muerto
y el surtidos, en medio, degollado.
¿Qué son las sevillanas
de claridad radiante y penumbrosa?
Mantillas mustias, mustias porcelanas
violadas a la orilla de la fosa.
365
Con angustia y claveles oprime sus ventanas
la población de abril. La cal se altera
eclipsada con rojo zumo humano.
Guadalquivir, Guadalquivir, espera:
¡no te lleves a tanto sevillano!
Primero de mayo de 1937
No sé qué sepultada artillería
dispara desde abajo los claveles,
ni qué caballería
cruza tronando y hace que huelan los laureles.
Sementales corceles,
toros emocionados,
como una fundición de bronce y hierro,
surgen tras una crin de todos lados,
tras un rendido y pálido cencerro.
Mayo los animales pone airados:
la guerra más se aíra,
y detrás de las armas los arados
braman, hierven las flores, el sol gira.
Hasta el cadáver secular delira.
Los trabajos de mayo:
escala su cenit la agricultura.
Aparece la hoz igual que un rayo
inacabable en una mano oscura.
A pesar de la guerra delirante,
no amordazan los picos sus canciones,
y el rosal da su olor emocionante
porque el rosal no teme a los cañones.
Mayo es hoy más colérico y potente:
lo alimenta la sangre derramada,
la juventud que convirtió en torrente
su ejecución de lumbre entrelazada.
Deseo a España un mayo ejecutivo,
vestido con la enterna plenitud de la era.
El primer árbol es su abierto olivo
366
y no va a ser su sangre la postrera.
La España que hoy no se ara, se arará toda entera.
Pasionaria
Moriré como el pájaro: cantando,
penetrado de pluma y entereza,
sobre la duradera claridad de las cosas.
Cantando ha de cogerme el hoyo blando,
tendida el alma, vuelta la cabeza
hacia las hermosuras más hermosas.
Una mujer que es una estepa sola
habitada de aceros y criaturas,
sube de espuma y atraviesa de ola
por este municipio de hermosuras.
Dan ganas de besar los pies y la sonrisa
a esta herida española,
y aquel gesto que lleva de nación enlutada,
y aquella tierra que de pronto pisa
como si contuviera la tierra en la pisada.
Fuego la enciende, fuego la alimenta:
fuego que crece, quema y apasiona
desde el almendro en flor de su osamenta.
A sus pies, la ceniza más helada se encona.
Vasca de generosos yacimientos:
encina, piedra, vida, hierba noble,
naciste para dar dirección a los vientos,
naciste para ser esposa de algún roble.
Sólo los montes pueden sostenerte
grabada estás en tronco sensitivo,
esculpida en el sol de los viñedos.
El minero descubre por oírte y por verte
las sordas galerías del mineral cautivo,
y a través de la tierra les lleva hasta tus dedos.
Tus dedos y tus uñas fulgen como carbones,
amenazando fuego hasta a los astros
porque en mitad de la palabra pones
una sangre que deja fósforo entre sus rastros.
367
Claman tus brazos que hacen hasta espuma
al chocar contra el viento:
se desbordan tu pecho y tus arterias
porque tanta maleza se consuma,
porque tanto tormento,
porque tantas miserias.
Los herreros te cantan al son de la herrería,
Pasionaria el pastor escribe en la cayada
y el pescador a besos te dibuja en las velas.
Oscuro el mediodía,
la mujer redimida y agrandada,
naufragadas y heridas las gacelas
se reconocen al fulgor que envía
tu voz incandescente, manantial de candelas.
Quemando con el fuego de la cal abrasada,
hablando con la boca de los pozos mineros,
mujer, España, madre en infinito,
eres capaz de producir luceros,
eres capaz de arder de un solo grito.
Pierden maldad y sombra tigres y carceleros.
Por tu voz habla España la de las cordilleras,
la de los brazos pobres y explotados,
crecen los héroes llenos de palmeras
y mueren saludándote pilotos y soldados.
Oyéndore batir como cubierta
de meridianos, yunques y cigarras,
el varón español sale a su puerta
a sufrir recorriendo llanuras de guitarras.
Ardiendo quedarás enardecida
sobre el arco nublado del olvido,
sobre el tiempo que teme sobrepasar tu vida
y toca como un ciego, bajo un puente
de ceño envejecido,
un violín lastimado e impotente.
Tu cincelada fuerza lucirá eternamente,
fogosamente plena de destellos.
Y aquel que de la cárcel fue mordido
terminará su llanto en tus cabellos.
368
Euzkadi
Italia y Alemania dilataron sus velas
de lodo carcomido,
agruparon, sembraron sus luctuosas telas,
lanzaron las arañas más negras de su nido.
Contra España cayeron y España no ha caído.
España no es un grano,
ni una ciudad, ni dos, ni tres ciudades.
España no se abarca con la mano
que arroja en su terreno puñados de crueldades.
Al mar no se lo tragan los barcos invasores,
mientras existe un árbol el bosque no se pierde,
una pared perdura sobre un solo ladrillo.
España se defiende de reveses traidores,
y avanza, y lucha, y muerde
mientras le quede un hombre de pie como un cuchillo.
Si no se pierde todo no se ha perdido nada.
En tanto aliente un español con ira
fulgurante de espada,
¿se perderá? ¡Mentira!
Mirad, no lo contrario que sucede,
sino lo favorable que promete el futuro,
los anchos porvenires que allá se bambolean.
El acero no cede,
el bronce sigue en su color y duro,
la piedra no se ablanda por más que la golpean.
No nos queda un varón, sino millones,
ni un corazón que canta: ¡soy un muro!,
que es una inmensidad de corazones.
En Euzkadi han caído no sé cuántos leones
y una ciudad por la invasión deshechos.
Su soplo de silencio nos anima,
y su valor redobla en nuestros pechos
atravesando España por debajo y encima.
No se debe llorar, que no es la hora,
hombres en cuya piel se transparenta
la libertad del mar trabajadora.
369
Quien se para a llorar, quien se lamenta
contra la piedra hostil del desaliento,
quien se pone a otra cosa que no sea el combate,
no será un vencedor, será un vencido lento.
Español, al rescate
de todo lo perdido.
¡Venceré! has de gritar sobre cada momento
para no ser vencido.
Si fuera un grano lo que nos quedara,
España salvaremos con un grano.
La victoria es un fuego que alumbra nuestra cara
desde un remoto monte cada vez más cercano.
El hombre acecha
Llamo al toro de España
Alza, toro de España: levántate, despierta.
Despiértate del todo, toro de negra espuma,
que respiras la luz y rezumas la sombra,
y concentras los mares bajo tu piel cerrada.
Despiértate.
Despiértate del todo, que te veo dormido,
un pedazo del pecho y otro de la cabeza:
que aún no te has despertado como despierta un toro
cuando se le acomete con traiciones lobunas.
Levántate.
Resopla tu poder, despliega tu esqueleto,
enarbola tu frente con las rotundas hachas,
con las dos herramientas de asustar a los astros,
de amenazar al cielo con astas de tragedia.
Esgrímete.
Toro en la primavera más toro que otras veces,
en España más toro, toro, que en otras partes.
Más cálido que nunca, más volcánico, toro,
370
que irradias, que iluminas al fuego, yérguete.
Desencadénate.
Desencadena el raudo corazón que te orienta
por las plazas de España, sobre su astral arena.
A desollarte vivo vienen lobos y águilas
que han envidiado siempre tu hermosura de pueblo.
Yérguete.
No te van a castrar: no dejarás que llegue
hasta tus atributos de varón abundante,
esa mano felina que pretende arrancártelos
de cuajo, impunemente: pataléalos, toro.
Víbrate.
No te van a absorber la sangre de riqueza,
no te arrebatarán los ojos minerales.
La piel donde recoge resplandor el lucero
no arrancarán del toro de torrencial mercurio.
Revuélvete.
Es como si quisieran arrancar la piel al sol,
al torrente la espuma con uña y picotazo.
No te van a castrar, poder tan masculino
que fecundas la piedra; no te van a castrar.
Truénate.
No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás
si no es para escarbar sangre y furia en la arena,
unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas
abalanzarse luego con decisión de rayo.
Abalánzate.
Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado,
y en el granito fiero paciste la fiereza:
revuélvete en el alma de todos los que han visto
la luz primera en esta península ultrajada.
Revuélvete.
Partido en dos pedazos, este toro de siglos,
este toro que dentro de nosotros habita:
371
partido en dos mitades, con una mataría
y con la otra mitad moriría luchando.
Atorbellínate.
De la airada cabeza que fortalece el mundo,
del cuello como un bloque de titanes en marcha,
brotará la victoria como un ancho bramido
que hará sangrar al mármol y sonar a la arena.
Sálvate.
Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.
Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.
Atorbellínate, toro: revuélvete.
Sálvate, denso toro de emoción y de España.
Sálvate.
372
Federico García Lorca.
Diván del Tamarit
Gacela del amor imprevisto
Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.
Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.
Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen ''siempre'',
''siempre, siempre'': jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.
Gacela del amor desesperado
La noche no quiere venir
para que tu no vengas,
ni yo pueda ir.
Pero yo iré,
aunque un sol de alacranes me coma la sien.
Pero tu vendrás
con la lengua quemada por la lluvia de sal.
El día no quiere venir
para que tu no vengas,
ni yo pueda ir.
Pero yo iré
entregando a los sapos mi mordido clavel.
Pero tu vendrás
373
por las turbias cloacas de la oscuridad.
Ni la noche ni el día quieren venir
para que por ti muera
y tú mueras por mí.
Gacela del recuerdo del amor
No te lleves tu recuerdo.
Déjalo solo en mi pecho,
temblor de blanco cerezo
en el martirio de enero.
Me separa de los muertos
un muro de malos sueños.
Doy pena de lirio fresco
para un corazón de yeso.
Toda la noche, en el huerto
mis ojos, como dos perros.
Toda la noche, corriendo
los membrillos de veneno.
Algunas veces el viento
es un tulipán de miedo,
es un tulipán enfermo,
la madrugada de invierno.
Un muro de malos sueños
me separa de los muertos.
La niebla cubre en silencio
el valle gris de tu cuerpo.
Por el arco del encuentro
la cicuta está creciendo.
Pero deja tu recuerdo
déjalo solo en mi pecho.
374
Casida del herido por el agua
Quiero bajar al pozo
quiero subir los muros de Granada
para mirar el corazón pasado
por el punzón oscuro de las aguas.
El niño herido gemía
con una corona de escarcha.
Estanques, aljibes y fuentes
levantaban al aire sus espadas
¡Ay qué furia de amor! ¡qué hiriente filo!
¡qué nocturno rumor! ¡qué muerte blanca!
¡Qué desiertos de luz iban hundiendo
los arenales de la madrugada!
El niño estaba solo
con la ciudad dormida en la garganta.
Un surtidor que viene de los sueños
lo defiende del hambre de las algas.
El niño y su agonía, frente a frente
eran dos verdes lluvias enlazadas.
El niño se tendía por la tierra
y su agonía se curvaba.
Quiero bajar al pozo
quiero morir mi muerte a bocanadas
quiero llenar mi corazón de musgo
para ver al herido por el agua.
Casida de la muchacha dorada
La muchacha dorada
se bañaba en el agua
y el agua se doraba.
Las algas y las ramas
en sombra la asombraban,
y el ruiseñor cantaba
por la muchacha blanca.
Vino la noche clara,
turbia de plata mala,
con peladas montañas
bajo la brisa parda.
La muchacha mojada
375
era blanca en el agua
y el agua, llamarada.
Vino el alba sin mancha,
con cien caras de vaca,
yerta y amortajada
con heladas guirnaldas.
La muchacha de lágrimas
se bañaba entre llamas,
y el ruiseñor lloraba
con las alas quemadas.
La muchacha dorada
era una blanca garza
y el agua la doraba.
Romancero Gitano
Romance de la Luna, Luna
La luna vino a la fragua
Con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
-Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
- Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
-Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
-Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
376
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya,
ay, como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.
Preciosa y el aire
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse
glorietas de caracoles y ramas de pino verde.
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente.
-Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerte.
El viento-hombrón la persigue
377
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantas las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.
¡Preciosa, corre, preciosa, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por donde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
Preciosa, llena de miedo,
entre en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura de aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.
Thamar y Amnón
La luna gira en el cielo
sobre las sierras sin agua
mientras el verano siembra
rumores de tigre y llama.
Por encima de los techos
nervios de metal sonaban.
Aire rizado venía
con los balidos de lana.
La sierra se ofrece llena
de heridas cicatrizadas,
o estremecida de agudos
cauterios de luces blancas.
Thamar estaba soñando
pájaros en su garganta
378
al son de panderos fríos
y cítaras enlunadas.
Su desnudo en el alero,
agudo norte de palma,
pide copos a su vientre
y granizo a sus espaldas.
Thamar estaba cantando
desnuda por la terraza.
Alrededor de sus pies,
cinco palomas heladas.
Amnón, delgado y concreto,
en la torre la miraba,
llenas las ingles de espuma
y oscilaciones la barba.
Su desnudo iluminado
se tendía en la terraza,
con un rumor entre dientes
de flecha recién clavada.
Amnón estaba mirando
la luna redonda y baja,
y vio en la luna los pechos
durísimos de su hermana.
Amnón a las tres y media
se tendió sobre la cama.
Toda la alcoba sufría
con sus ojos llenos de alas.
La luz, maciza, sepulta
pueblos en la arena parda,
o descubre transitorio
coral de rosas y dalias.
Linfa de pozo oprimida
brota silencio en las jarras.
En el musgo de los troncos
la cobra tendida canta.
Amnón gime por la tela
fresquísima de la cama.
Yedra del escalofrío
cubre su carne quemada.
Thamar entró silenciosa
en la alcoba silenciada,
color de vena y Danubio,
turbia de huellas lejanas.
Thamar, bórrame los ojos
con tu fija madrugada.
Mis hilos de sangre tejen
volantes sobre tu falda.
Déjame tranquila, hermano.
379
Son tus besos en mi espalda
avispas y vientecillos
en doble enjambre de flautas.
Thamar, en tus pechos altos
hay dos peces que me llaman,
y en las yemas de tus dedos
rumor de rosa encerrada.
Los cien caballos del rey
en el patio relinchaban.
Sol en cubos resistía
la delgadez de la parra.
Ya la coge del cabello,
ya la camisa le rasga.
Corales tibios dibujan
arroyos en rubio mapa.
Oh!, qué gritos se sentían
por encima de las casas!
Qué espesura de puñales
y túnicas desgarradas.
Por las escaleras tristes
esclavos suben y bajan.
Émbolos y muslos juegan
bajo las nubes paradas.
Alrededor de Thamar
gritan vírgenes gitanas
y otras recogen las gotas
de su flor martirizada.
Paños blancos enrojecen
en las alcobas cerradas.
Rumores de tibia aurora
pámpanos y peces cambian.
Violador enfurecido,
Amnón huye con su jaca.
Negros le dirigen flechas
en los muros y atalayas.
Y cuando los cuatro cascos
eran cuatro resonancias,
David con unas tijeras cortó
las cuerdas del arpa.
380
Gabriel Celaya
LA POESIA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades:
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quienes somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
381
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: Poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: Lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.
ESPAÑA EN MARCHA
Nosotros somos quien somos.
¡Basta de Historia y de cuentos!
¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos.
Ni vivimos del pasado,
ni damos cuerda al recuerdo.
Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos.
Somos el ser que se crece.
Somos un río derecho.
Somos el golpe temible de un corazón no resuelto.
Somos bárbaros, sencillos.
Somos a muerte lo ibero
que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero.
De cuanto fue nos nutrimos,
transformándonos crecemos
y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto.
¡A la calle! que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.
No reniego de mi origen
382
pero digo que seremos
mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo.
Españoles con futuro
y españoles que, por serlo,
aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno.
Recuerdo nuestros errores
con mala saña y buen viento.
Ira y luz, padre de España, vuelvo a arrancarte del sueño.
Vuelvo a decirte quién eres.
Vuelvo a pensarte, suspenso.
Vuelvo a luchar como importa y a empezar por lo que empiezo.
No quiero justificarte
como haría un leguleyo,
Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso.
España mía, combate
que atormentas mis adentros,
para salvarme y salvarte, con amor te deletreo.
DESPEDIDA
Quizás, cuando me muera,
dirán: Era un poeta.
Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia.
Quizás tú no recuerdes
quién fui, mas en ti suenen
los anónimos versos que un día puse en ciernes.
Quizás no quede nada
de mí, ni una palabra,
ni una de estas palabras que hoy sueño en el mañana.
Pero visto o no visto,
pero dicho o no dicho,
yo estaré en vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos!
Yo seguiré siguiendo,
yo seguiré muriendo,
seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.
383
EPÍLOGO
Y al fin reina el silencio.
Pues siempre, aún sin quererlo,
guardamos un secreto.
384
Rubén Darío
"El triunfo de Calibán" (1)
No, no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son enemigos míos, son los aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros. Así se estremece hoy todo noble corazón, así protesta todo digno hombre que algo conserve de la leche de la Loba (2).
Y los he visto a esos yankees, en sus abrumadoras ciudades de hierro y piedra y las horas que entre ellos he vivido las he pasado con una vaga angustia. Parecíame sentir la opresión de una montaña, sentía respirar en un país de cíclopes, comedores de carne cruda, herreros bestiales, habitadores de casas de mastodontes. Colorados, pesados, groseros, van por sus calles empujándose y rozándose animalmente, a la caza del dollar. El ideal de esos calibanes está circunscrito a la bolsa y a la fábrica. Comen, comen, calculan, beben whisky y hacen millones. Cantan ¡Home, sweet home! y su hogar es una cuenta corriente, un banjo, un negro y una pipa. Enemigos de toda idealidad, son en su progreso apoplético, perpetuos espejos de aumento; pero su Emerson bien calificado está como luna de Carlyle; su Whitman con sus versículos a hacha, es un profeta demócrata, al uso del Tío Sam; y su Poe (3), su gran Poe, pobre cisne borracho de pena y de alcohol, fue el mártir de su sueño en un país en donde jamás será comprendido. En cuanto a Lanier (4), se salva de ser un poeta para pastores protestantes y para bucaneros y cowboys, por la gota latina que brilla en su nombre.
"¡Tenemos ­­ dicen ­­ todas las cosas más grandes del mundo!" En efecto, estamos allí en el país de Brobdingnag (5): tienen el Niágara, el puente de Brooklyn, la estatua de la Libertad, los cubos de veinte pisos, el cañón de dinamita, Vanderbilt, Gould (6), sus diarios y sus patas. Nos miran, desde la torre de sus hombros, a los que no nos ingurgitamos de bifes y no decimos all right, como a seres inferiores. París es el guignol (7) de esos enormes niños salvajes. Allá van a divertirse y a dejar los cheques; pues entre ellos, la alegría misma es dura y la hembra, aunque bellísima, de goma elástica.
Miman al inglés ­­ but English you know? ­­ como el parvenu (8) al caballero de distinción gentilicia.
Tienen templos para todos los dioses y no creen en ninguno; sus grandes hombres como no ser Edison, se llaman Lynch, Monroe, y ese Grant cuya figura podéis confrontar en Hugo, en El año terrible (9). En el arte, en la ciencia, todo lo imitan y lo contrahacen, los estupendos gorilas colorados. Mas todas las rachas de los siglos no podrán pulir la enorme Bestia.
No, no puedo estar de parte de ellos, no puedo estar por el triunfo de Calibán.
Por eso mi alma se llenó de alegría la otra noche, cuando tres hombres representativos de nuestra raza fueron a protestar en una fiesta solemne y simpática, por la agresión del yankee contra la hidalga y hoy agobiada España.
El uno era Roque Saenz Peña, el argentino cuya voz en el Congreso panamericano opuso al slang fanfarrón de Monroe una alta fórmula de grandeza continental (10), y demostró en su propia casa al piel roja que hay quienes velan en nuestras repúblicas por la asechanza de la boca del bárbaro.
Saenz Peña habló conmovido en esta noche de España, y no se podía menos que evocar sus 385
triunfos de Washington. ¡Así debe haber sorprendido al Blaine (11) de las engañifas, con su noble elocuencia, al Blaine y todos sus algodoneros, tocineros y locomoteros!
En este discurso de la fiesta de La Victoria (12) el estadista volvió a surgir junto con el varón cordial. Habló repitiendo lo que siempre ha sustentado, sus ideas sobre el peligro que entrañan esas mandíbulas de boa todavía abiertas tras la tragada de Tejas; la codicia del anglosajón, el apetito yankee demostrado, la infamia política del gobierno del Norte; lo útil, lo necesario que es para las nacionalidades españolas de América estar a la expectativa de un estiramiento del constrictor.
Sólo una alma ha sido tan previsora sobre este concepto, tan previsora y persistente como la de Saenz Peña: y esa fue ­­ ¡curiosa ironía del tiempo! ­­ la del padre de Cuba libre, la de José Martí. Martí no cesó nunca de predicar a las naciones de su sangre que tuviesen cuidado con aquellos hombres de rapiña, que no mirasen en esos acercamientos y cosas panamericanas, sino la añagaza y la trampa de los comerciantes de la yankería. ¿Qué diría hoy el cubano al ver que so color de ayuda para la ansiada Perla, el monstruo se la traga con ostra y todo?
En el discurso de que trato he dicho que el estadista iba del brazo con el hombre cordial. Que lo es Saenz Peña lo dice su vida. Tal debía aparecer en defensa de la más noble de las naciones, caída al bote de esos yangüeses, en defensa del desarmado caballero que acepta el duelo con el Goliat dinamitero y mecánico.
En nombre de Francia, Paul Groussac. Un reconfortante espectáculo el ver a ese hombre eminente y solitario, salir de su gruta de libros (13), del aislamiento estudioso en que vive, para protestar también por la injusticia y el material triunfo de la fuerza. No es orador el maestro, pero su lectura concurrió y entusiasmó, sobre todo al elemento intelectual de la concurrencia. Su discurso, de un alto decoro literario como todo lo suyo, era el arte vigoroso y noble ayudando a la justicia. Y [ha] de oírse decir: "¿Qué? ¿Es éste el hombre que devora vivas las gentes? ¿Este es el descuartizador? ¿Es éste el condestable de la crueldad?"
Los que habéis leído su última obra (14), concentrada, metálica, maciza, en que juzga al yankee, su cultura adventicia, su civilización, sus instintos, sus tendencias y su peligro, no os sorprenderíais al escucharle en esa hora en que habló después de oírse la Marsellesa. Sí, Francia debía de estar de parte de España. La vibrante alondra gala no podía sino maldecir el hacha que ataca una de las más ilustres cepas de la vena latina. Y al grito de Groussac emocionado: "¡Viva España con honra!" nunca brotó mejor de pechos españoles esta única respuesta: "¡Viva Francia!"
Por Italia el señor Tarnassi. En una música manzoniana, entusiasta, ferviente, italiana, expresó el voto de la sangre del Lacio; habló en él la vieja madre Roma, clarineó guerreramente, con bravura, sus decasílabos. Y la gran concurrencia se sintió sacudida por tan llameante "squillo di tromba (15)".
Pues bien; todos los que escuchamos a esos tres hombres, representantes de tres grandes naciones de raza latina, todos pensamos y sentimos cuán justo era ese desahogo, cuán necesaria esa actitud y vimos palpable la urgencia de trabajar y luchar porque la Unión latina no siga siendo una fatamorgana (16) del reino de Utopía, pues los pueblos, sobre las políticas y los intereses de otra especie, sienten, llegado el instante preciso, la oleada de la 386
sangre y la oleada del común espíritu. ¿No veis como el inglés se regocija con el triunfo del norteamericano, guardando en la caja del Banco de Inglaterra, los antiguos rencores, el recuerdo de las bregas pasadas? ¿No veis como el yankee, demócrata y plebeyo, lanza sus tres ¡hurras¡ y canta el God save the Queen, cuando pasa cercano un barco que lleve al viento la bandera del inglés? Y piensan juntos: "El día llegará en que, los Estados Unidos e Inglaterra sean dueños del mundo."
De tal manera la raza nuestra debiera unirse, como se une en alma y corazón, en instantes atribulados; somos la raza sentimental, pero hemos sido también dueños de la fuerza. El sol no nos ha abandonado y el renacimiento es propio de nuestro árbol secular.
Desde Méjico hasta la Tierra del Fuego hay un inmenso continente en donde la antigua semilla se fecunda, y prepara en la savia vital, la futura grandeza de nuestra raza; de Europa, del universo, nos llega un vasto soplo cosmopolita que ayudará a vigorizar la selva propia. Mas he ahí que del Norte, parten tentáculos de ferrocarriles, brazos de hierro, bocas absorbentes.
Esas pobres repúblicas de la América Central ya no será con el bucanero Walker con quien tendrán que luchar, sino con los canalizadores yankees de Nicaragua; Méjico está ojo atento, y siente todavía el dolor de la mutilación; Colombia tiene su istmo trufado de hulla y fierro norteamericano; Venezuela se deja fascinar por la doctrina de Monroe y lo sucedido en la pasada emergencia con Inglaterra, sin fijarse en que con doctrina de Monroe y todo, los yankees permitieron que los soldados de la reina Victoria ocupasen el puerto nicaragüense de Corinto; en el Perú hay manifestaciones simpáticas por el triunfo de los Estados Unidos; y el Brasil, penoso es observarlo, ha demostrado más que visible interés en juegos de daca y toma con el Uncle Sam.
Cuando lo porvenir peligroso es indicado por pensadores dirigentes, y cuando a la vista está la gula del Norte, no queda sino preparar la defensa.
Pero hay quienes me digan: "¿No ve usted que son los más fuertes? ¿No sabe usted que por ley fatal hemos de perecer tragados o aplastados por el coloso? ¿No reconoce usted su superioridad?" Sí, ¿cómo no voy a ver el monte que forma el lomo del mamut? Pero ante Darwin y Spencer no voy a poner la cabeza sobre la piedra para que me aplaste el cráneo la gran Bestia.
Behemot (17) es gigantesco; pero no he de sacrificarme por mi propia voluntad bajo sus patas, y si me logra atrapar, al menos mi lengua ha de concluir de dar su maldición última, con el último aliento de vida. Y yo que he sido partidario de Cuba libre, siquier fuese por acompañar en su sueño a tanto soñador y en su heroísmo a tanto mártir, soy amigo de España en el instante en que la miro agredida por un enemigo brutal, que lleva como enseña la violencia, la fuerza y la injusticia.
"Y usted ¿no ha atacado siempre a España?" Jamás. España no es el fanático curial, ni el pedantón, ni el dómine infeliz, desdeñoso de la América que no conoce; la España que yo defiendo se llama Hidalguía, Ideal, Nobleza; se llama Cervantes, Quevedo, Góngora, Gracián, Velázquez; se llama el Cid, Loyola, Isabel; se llama la Hija de Roma, la Hermana de Francia, la Madre de América.
¡Miranda preferirá siempre a Ariel; Miranda es la gracia del espíritu; y todas las montañas de piedras, de hierros, de oros y de tocinos, no bastarán para que mi alma latina se 387
prostituya a Calibán!
[Publicado originalmente en la Revista Iberoamericana: Carlos Jáuregui. "Calibán: icono del 98. A propósito de un artículo de Rubén Darío" y "El triunfo de Calibán" (Edicion y notas). Balance de un siglo (1898­1998). Número Especial, Coordinación de Aníbal González. Revista Iberoamericana 184­185 (1998): 441­455.]
Edición y notas de Carlos Jáuregui University of Pittsburgh
Notas
1. El Tiempo, Buenos Aires, 20 de mayo de 1898. El artículo también se publicó con el encabezado "Rubén Darío combatiente" en El Cojo Ilustrado de Caracas (1 de octubre de 1898) cuya copia, en comparación con el texto de El Tiempo, reproducido en Escritos inéditos (1938) y el publicado en El Modernismo visto por los modernistas (1980), sirvió para efectos de esta edición. He modernizado la ortografía y corregido algunos errores de las ediciones de Mapes y de Gullón que el lector que quiera comparar los tres trabajos advertirá. 2. El uso de las mayúsculas se reprodujo en los casos en que parecía significativo. Sobre el discurso de la latinidad ver nota número 15 en la introducción. 3. En Los raros (1894­96) ya había anticipado a Calibán. Ver introducción. 4. Sidney Clopton Lanier (1842­1881), poeta de Georgia, inspirado en Byron, Tennyson y los románticos que condenaba, desde sus sentimientos ético­religiosos, los males que el espíritu comercial traía a la sociedad. 5. País de gigantes en Gulliver's Travels de Jonathan Swift (1726). Comparación que también usa Groussac: "Estamos como Gulliver en el reino de Brobdingnag" (Del Plata al Niágara 337). En el texto de El Cojo Ilustrado aparece la errata "Dorbdinac". 6. Se refiere al magnate de ferrocarriles y especulador Jay Gould (1836­1892) que causó el "Black Friday" (Septiembre 24, 1869) con sus maniobras con el precio del oro, y a quien Martí criticara agriamente como "gran monopolizador. . . sobre la espalda del trabajador" y "millonario duro y desdeñoso" (10: 84­86; 423). 7. Guignol es el nombre de una marioneta francesa creada en Lyon a finales del siglo XVII; para la época en que Darío escribe guignol era el nombre que se le daba a los cabarets que presentaban shows decadentes y en este sentido parece usarse en el texto. A partir 1897 vino a nombrar el teatro del horror con efectos o trucos especiales. Resulta poco probable, aunque no imposible, que Darío ya estuviera al tanto del éxito de este teatro. 8. Parvenu significa "advenedizo." Es paradójico que Darío critique este deslumbramiento norteamericano con los ingleses y para hacerlo use una palabra en francés. 9. L'année terrible (1872) de Víctor Hugo. En "A Roosevelt" (1905) repite la idea: "Ya Hugo a Grant lo dijo: Las estrellas son vuestras." Hugo había atacado a Grant en varios artículos. Gullón corrige el texto como: "en el niño terrible" (405). 10.
Roque Saenz Peña (1851­1914), presidente de la Argentina (1910­1914). Contradictor de Blaine durante la Conferencia internacional americana (1890), donde opuso a la doctrina Monroe y su slogan "América para los americanos," la fórmula: "Sea la América para la humanidad" (Martí 6: 81; Arellano 84). 388
11.
James G. Blaine (1830­1893) empresario de ferrocarriles y candidato presidencial por el partido Republicano en 1884; sirvió como Secretario de Estado durante las administraciones de Garfield (1881­1883) y Harrison (1889­1893) en las que fue portavoz de los intereses norteamericanos para Latinoamérica y cabeza visible de la ingerencia política y económica de los Estados Unidos en el área bajo la política del "Pan­Americanism." Las opiniones de Darío estaban influenciadas por Martí quien veía en Blaine encarnada la codicia imperialista de los magnates republicanos. De Blaine decía el cubano "A su país si lo tuviera en las manos, le pondría buques por espuelas y un ejército por caballo, y lo echaría en son de conquista por todos los ámbitos de la tierra," . . . "Blaine que no habla de poner en orden su casa sino de entrarse por las ajenas so pretexto de tratados de comercio y paz" (10: 53, 199). 12.
El 2 de mayo de 1898, bajo el patrocinio del Club español de Buenos Aires, Groussac, Tarnassi y Saenz­Peña pronunciaron sus conferencias a propósito de la guerra entre EE.UU. y España, en el teatro La Victoria. 13.
Era director de la Biblioteca Nacional. 14.
Se refiere a De la Plata al Niágara (1897). 15.
Toque de trompeta. 16.
Fatamorgana: espejismo que se veía en el estrecho de Mesina y se atribuía a Morgana hermana del rey Arturo. 17.
Animal monstruoso descrito por Job (40:15­24). 
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