FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES MAESTRÍA EN DERECHOS HUMANOS Y DEMOCRACIA-SCJN V (Quinta) Promoción 2012-2014 LA OBLIGATORIEDAD PARA MÉXICO DE LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS. Tesis para obtener el grado de Maestría en Derechos Humanos y Democracia. Presenta: Salvador Mondragón Reyes Director de tesis: Juan Carlos Arjona Estévez Línea de Investigación: “Estado, democracia y derechos humanos” México, D.F. octubre de 2014 Agradezco a la Unidad de Igualdad de Género de la Suprema Corte de Justicia de la Nación la beca otorgada para la realización y culminación de la Maestría DIPLOMADO CURSADO: ARGUMENTACIÓN JURÍDICA. OCTUBRE 2014. 1 INTRODUCCIÓN (7) CAPÍTULO I MARCO TEÓRICO-JURÍDICO DE LA JURISPRUDENCIA I. ASPECTOS GENERALES (9). 1. La reforma constitucional mexicana de 2011 y su relación con la jurisprudencia fijada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. (9) 2. El Bloque de Constitucionalidad (14) 3. Control de Convencionalidad (16) 4. Control de Constitucionalidad (18) 5. Principio Pro Persona (19) 6. Jurisprudencia (20) 6.1. Argumentos que rechazan la fuerza vinculante de la jurisprudencia (24) 6.2. Argumentos que aceptan la fuerza vinculante de la jurisprudencia (25) II. DOS EJEMPLOS DE LA JURISPRUDENCIA DE LOS TRIBUNALES INTERNACIONALES (26) 1. Jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia (28) 2. Jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (34) 2 CAPÍTULO II OBLIGATORIEDAD DE LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE INTERAMERICAN DE DERECHOS HUMANOS I. ACERCA JURISPRUDENCIA DE DE LA LA OBLIGATORIEDAD CORTE DE LA INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS (39) II. MARCO NORMATIVO DE LA OBLIGATORIEDAD DE LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS (42) 1. Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (43) 2. Convención Americana sobre Derechos Humanos (45) 3. Reglamento de la Corte Interamericana sobre Derechos Humanos (49) 4. Sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (50) 4.1 En casos contenciosos (50) 4.1.1. Obligatoria para el estado que formó parte de la controversia (50) 4.1.2. Obligatoria para los estados que no formaron parte de la controversia pero no han aceptado la competencia contenciosa de la corte (51) 5. El valor de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos para los tribunales nacionales latinoamericanos (52) 5.1 Estados que no aceptan el carácter vinculante de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (53) 5.1.1 Venezuela (53) 6. Estados que aceptan el carácter vinculante de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (56) 6.1 Argentina (56) 6.2 Colombia (58) 3 6.3 Costa Rica (60) 6.4 Perú (60) CAPÍTULO III MÉXICO Y LA OBLIGATORIEDAD DE LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS I. MARCO NORMATIVO INTERNO (62) 1. Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (63) 2. Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el Caso Radilla Pacheco contra México (66) 3. 3. Expediente Varios 912/2010 (69) 4. 4. La evolución jurisprudencial (72) 5. 5. Contradicción de Tesis 293/2011 (75) 6. 6. Jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y la de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (78) III. EL BLOQUE JURISPRUDENCIA DE DE LA CONSTITUCIONALIDAD CORTE Y LA INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS (81). CONCLUSIONES (84) FUENTES DE INFORMACIÓN (86) 4 A Beny por su apoyo incondicional en cada paso que he dado en mi formación académica; a Salvador y Mariana por entender el sacrificio que implicó no estar a su lado mucho tiempo en este camino. A todos mis compañeros con los que compartí las clases en FLACSO, siempre fue ilustrativo avanzar a su lado en los cursos. A todos mis amigos y compañeros del Poder Judicial Federal que no pudieron estar en el curso, pero que sí lo están en los campos en que se dan las batallas para protegerlos. A todas aquellas personas que hicieron posible mi ingreso a FLACSO, a Adriana Ortega y en especial a Mónica Maccise Duayhe. 5 A la SCJN por su decidido apoyo para hacer posible estos cursos. A Yuria Saavedra por su guía invaluable durante un segmento del curso. En especial a Juan Carlos Arjona por su excelente disposición para estar atento a las inquietudes de sus alumnos y en particular de las mías, su cordura, su disciplina muchas veces no entendida, pero necesaria, y siempre solícito a dedicarme un espacio para ayudar a encontrar soluciones, por su crítica, guía y orientación cada vez que fue necesaria. A Sandra Serrano por su comprensión ante los obstáculos que se presentaron durante la elaboración de este trabajo y su apoyo para superarlos. 6 INTRODUCCIÓN. La sentencia dictada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos el 23 de noviembre de 2009 en el Caso Radilla Pacheco en contra del Estado mexicano, y posteriormente la reforma constitucional en nuestro país publicada en 2011, vinieron a convulsionar nuestro sistema jurídico, entre otros aspectos, en los parámetros de control en materia de derechos humanos de los actos del Estado. A partir de la citada reforma, el parámetro de control de los actos del Estado encuentra un soporte constitucional más sólido, ya que para predicar la validez de los actos estatales, deben observarse los derechos humanos previstos tanto en la Constitución, como en los tratados internacionales. Sin embargo, una de las preguntas que arroja esa afirmación, es si la jurisprudencia que se emite por parte de los órganos de control en materia de derechos humanos de los actos del Estado (como lo es la Corte Interamericana de Derechos Humanos, entre otros), también es un parámetro de control de los actos estatales y, como consecuencia, de observancia obligatoria para los Estados. En el presente trabajo analizaré, en primer lugar, algunas características de la institución jurídica denominada jurisprudencia, el porqué se predica de ella la obligatoriedad, para después analizar la que corresponde a algunos tribunales internacionales de derechos humanos, la forma en que los mismos y algunos tribunales nacionales la han adoptando, no sólo como un diálogo jurisprudencial, sino con el carácter obligatorio, mientras que otros han cuestionado esa característica; y por último, analizaré cuál ha sido la postura que ha adoptado el Estado mexicano. La obligatoriedad de la jurisprudencia que emite el citado tribunal interamericano ha sido aceptada en algunos países como Costa Rica o Argentina, en otros como México, si bien se ha aceptado por parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación esa obligatoriedad, lo cierto es que esa aceptación aún enfrenta algunas inconsistencias. En efecto, los criterios recientes emitidos por el Máximo Tribunal, en el que no obstante han aceptado la obligatoriedad de la jurisprudencia de la Corte Interamericana, aún generan cierta problemática, porque también ha sostenido que si la Constitución establece limitaciones, debemos preferir éstas por encima de cualquier otra regulación. 7 Esa conclusión genera confusión en la aplicación de la jurisprudencia de la Corte Interamericana, pues si a través de esta institución se establecen estándares mínimos de derechos humanos, pero rebasa las limitaciones a derechos humanos establecidos en la Constitución, entonces la obligatoriedad de la jurisprudencia se ve derrotada por esas limitaciones establecidas en la Constitución. Esta problemática no es privativa del Estado mexicano, pues en general los Estados, a través de sus tribunales constitucionales, paulatinamente han ido superando dudas semejantes, y algunos han terminado por adoptar la obligatoriedad de la jurisprudencia internacional de los derechos humanos. Me parece que el Estado mexicano se encuentra en esa ruta. En este trabajo sostengo que la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos es obligatoria, en particular, para los jueces de México. La metodología utilizada para llegar a esa conclusión es la dogmática jurídica, en tanto que atenderá a las normas, principios y conceptos jurídicos en abstracto, pero contextualizados en particular a determinados espacios geográficos. 8 CAPÍTULO I. MARCO TEÓRICO-JURÍDICO DE LA JURISPRUDENCIA. I. ASPECTOS GENERALES. 1. La reforma constitucional mexicana de 2011 y su relación con la jurisprudencia fijada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. La reforma constitucional en nuestro país en materia de derechos humanos de junio de 2011, llegó con la pretensión de remover profundas prácticas formales o procedimentales y sustanciales en materia de derechos humanos; dicha reforma confirma la importancia que tienen -y que debieron tener siempre- las personas y los derechos humanos. La reforma constitucional y su impacto debe leerse junto con las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (en adelante CorteIDH o tribunal interamericano), en particular la dictada el 23 de noviembre de 2009 en el Caso Radilla Pacheco contra el Estado mexicano, entre otras sentencias dictadas por el mencionado tribunal interamericano (principalmente en las que el estado mexicano ha sido parte),1 que Las sentencias de la CorteIDH en las que el Estado Mexicano ha sido parte son: Caso Jorge Castañeda Gutman contra Estados Unidos Mexicanos. Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas (Sentencia de 6 de agosto de 2008); Caso González y otras (Campo Algodonero) contra México. Excepción Preliminar, Fondo, reparaciones y costas (Sentencia de 16 de noviembre de 2009); el ya mencionado Caso Radilla Pacheco contra Estados Unidos Mexicanos. Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas (Sentencia de 23 de Noviembre de 2009); Caso Fernández Ortega y Otros contra México. Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas. (Sentencia de 30 de agosto de 2010); y, Caso Cabrera García y Montiel contra México. Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas (Sentencia de 26 de 1 9 han generado una forma diferente de entender y aplicar los mecanismos de control de los actos del Estado. Para este último propósito nuestra Carta Magna ha incluido expresamente principios que se desarrollaron, principalmente, al abrigo del derecho internacional de los derechos humanos, como lo son el de universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad, y principios hermenéuticos y de aplicación como lo es el pro persona, de interpretación de las normas relativas a los derechos humanos conforme a la propia Constitución y a los tratados internacionales en la materia de los que el Estado Mexicano sea parte. De esa manera todas las autoridades del País están obligadas a respetar los estándares mínimos de derechos humanos desarrollados tanto en el ámbito nacional como en el ámbito internacional. Si bien el “derecho internacional de los derechos humanos establece pautas mínimas a las que los estados se obligan” ( Manili, 2005: 47), la pregunta que surge aquí es si dentro de esos instrumentos o instituciones que establecen pautas mínimas se encuentra la jurisprudencia de la CoIDH. La pretensión en este trabajo no es referirme a todos los instrumentos o instituciones que generan ese piso mínimo de derechos humanos que deben garantizar los Estados; me centraré principalmente en analizar si la jurisprudencia de la CorteIDH en los casos contenciosos, se traduce en una institución que genere estándares mínimos obligatorios para los Estados, o puesto de otra manera, si la jurisprudencia que emite la CorteIDH, específicamente en los casos contenciosos, es o no obligatoria para los Estados, y concretamente para el Estado mexicano. La jurisprudencia ha sido ampliamente estudiada a partir de un enfoque general desde el ámbito interno, ya desde sede judicial o ya desde la teoría del derecho, y en menor medida en el ámbito internacional, y no ha sido unánime en cuanto a la obligatoriedad de la jurisprudencia que fija la CorteIDH en los casos contenciosos. En este trabajo analizaré la institución denominada jurisprudencia de la CorteIDH como referente obligatorio para resolver casos futuros. noviembre de 2010); Caso Rosendo Cantú y Otra contra México. Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones (Sentencia de 31 de agosto de 2010). 10 Para ello es importante establecer si la jurisprudencia mencionada forma parte del Bloque de Constitucionalidad, y si por tanto, sirve de parámetro para realizar el Control de Convencionalidad, y qué papel juega -si es que es así- en la aplicación del principio pro persona. En el caso de México, la reforma constitucional mencionada trajo consigo el replanteamiento de los pilares que conforman el Bloque de Constitucionalidad, y con ello los parámetros de control, ya que éstos no sólo están conformados por los derechos humanos contenidos en las normas jurídicas de origen nacional, como lo son las leyes o nuestra Constitución Nacional, sino también los contenidos en los tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte, como se lee del artículo 1º, párrafo primero, constitucional: “En los Estados Unidos Mexicanos, todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte…”. Luego entonces, los derechos humanos reconocidos por los tratados internacionales, al igual que los que se encuentran reconocidos por la Constitución, se convierten expresamente en parámetros de control constitucional y convencional en materia de derechos humanos que deben hacerse efectivos a la luz del principio pro persona (entre otros principios). La jurisprudencia de la CorteIDH como referente del control de convencionalidad y de constitucionalidad, ha sido analizado en sede interna de nuestro país, pero es necesario detectar los problemas que han enfrentado y enfrentan las conclusiones que se han dado al respecto; problemas que derivan, aunque no todos, de los diversos pronunciamientos hechos por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (en adelante SCJN). Por ejemplo, la Primera Sala ha sostenido: “Mediante reforma publicada en el Diario Oficial de la Federación el 10 de julio de 2011, se modificó el artículo 1º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, rediseñándose la forma en la que los órganos del sistema jurisdiccional mexicano deberán ejercer el control de constitucionalidad…Por tanto, se concluye que en el sistema jurídico mexicano actual, los jueces nacionales tanto federales como del orden común, están facultados para emitir 11 pronunciamiento en respeto y garantía de los derechos humanos reconocidos en la Constitución y en los tratados internacionales…”.(Tesis 1ª/J.18/2012). En esta tesis, la SCJN comienza por establecer que existe un rediseño de la forma en la que los órganos jurisdiccionales nacionales deben ejercer el control de convencionalidad. Después la misma Primera Sala de la SCJN señaló: “que todos los juzgadores deben preferir la observancia de los derechos humanos contenidos en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y en los tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte, aun en los casos donde existan disposiciones en contrario en cualquier norma inferior…” (Tesis 1ª. CCCLIX/2013). De este criterio se deriva el deber de los jueces de preferir la observancia de los derechos humanos sin importar el origen de la norma (nacional o internacional). Posteriormente, surgió la paradigmática tesis del Pleno de la SCJN derivada del expediente Varios 910/2011, en la que sostuvo: “De conformidad con lo dispuesto por el artículo 1º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, todas las autoridades del país, dentro del ámbito de sus competencias, se encuentran obligadas a velar no sólo por los derechos humanos contenidos en la Constitución Federal, sino también por aquellos contenidos en los instrumentos internacionales celebrados por el Estado Mexicano, adoptando la interpretación más favorable al derecho humano de que se trate, lo que se conoce en la doctrina como principio pro persona…”.(Tesis P. LXVII/2011). En relación con la fuerza vinculante de las sentencias de la CorteIDH, en la sentencia (de la que derivan estas tesis) dictada en el expediente citado en el párrafo anterior, se dijo que las resoluciones pronunciadas por aquella instancia internacional son: “…criterios vinculantes de la Corte Interamericana de Derechos Humanos establecidos en las sentencias en las que el Estado mexicano haya sido parte, y criterios orientadores de la jurisprudencia y precedentes de la citada Corte, cuando el Estado mexicano no haya sido parte…” (expediente Varios párr. 31). 12 Y por último, el Pleno de la SCJN al resolver la contradicción de tesis 293/2011 sostuvo que: “la fuerza vinculante de la jurisprudencia de la Corte Interamericana se desprende del propio mandato constitucional, pues el principio pro persona obliga a los jueces nacionales a resolver atendiendo a la interpretación más favorable a la persona…” lo anterior dijo la SCJN “…con independencia de que el Estado mexicano haya sido parte en el litigio, toda vez que dotan de contenido a los derechos humanos establecidos en la Convención Americana sobre Derechos Humanos…” (C.T. 293/2011, 63). De esta ejecutoria se desprende una evolución que va del criterio orientador a fuerza vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH; sin embargo, en la misma ejecutoria se sostuvo que “…la aplicación de dicha jurisprudencia deberá hacerse en términos de colaboración y no contradicción con la jurisprudencia nacional…” (C.T.293/2011, 64). Esta consideración pretende resolver el problema acerca de la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH, lo cierto es que sigue generando dudas sobre esa afirmación; la pregunta que surge de la misma ejecutoria es qué pasa si existe contradicción entre la jurisprudencia mencionada y la jurisprudencia nacional; y el problema se agrava cuando de la misma ejecutoria se vislumbra la posible solución que debe darse cuando la Constitución establezca una restricción al ejercicio de los derechos humanos, que pudiera también restringir los estándares mínimos derivados de la jurisprudencia de la CorteIDH, pues dice la ejecutoria en comento, en este caso debe estarse a dichas restricciones establecidas en la Constitución, esto sin olvidar que en nuestro sistema jurídico se ha incorporado a nivel constitucional el criterio hermenéutico denominado principio pro persona. Por tanto, el marco normativo de y para los derechos humanos que se reestructura a partir de la mencionada reforma, constituye un nuevo paradigma que viene a resolver -o pretende resolver- cierta problemática que debe quedar en el pasado, por ejemplo, acerca de la jerarquía que tienen los tratados frente a la Constitución, o de los parámetros que se utilizan para analizar la regularidad de los actos de la autoridad, que no sólo están compuestos (los parámetros) por la ley, la constitución; sino también por los derechos 13 humanos reconocidos en los tratados internacionales; ahora, si la jurisprudencia de la CorteIDH forma parte de esos parámetros y la intensidad del mismo, es el tema a desarrollar en este trabajo. Como se ve, el tema de la obligatoriedad de la jurisprudencia que fija la CorteIDH en los casos contenciosos aun no queda completamente resuelto, es por ello que este trabajo pretende dar cuenta de esa problemática, y asumir una postura al respecto. Para ello es necesario establecer qué se entiende por jurisprudencia desde de la teoría del derecho; no sin antes referirme brevemente a los conceptos afines al tema, como son: bloque de constitucionalidad que sirve de parámetro de control de la convencionalidad de los actos del Estado, y que deben ejercerse a la luz del principio pro homine. 2. El bloque de constitucionalidad. Los derechos humanos son el parámetro de control de los actos de los estados, estos derechos se encuentran -no sólo- en la Constitución; los tratados internacionales de derechos humanos también anidan esa clase de derechos que no se encuentran expresamente señalados en la Constitución. Esta afirmación trae consigo las preguntas: qué papel juegan éstos, y en qué nivel o cuál su lugar-si es que lo hay- se encuentran en relación con los que se están expresamente previstos en la Constitución. La Constitución en la actualidad ya no puede pensarse “como centro del que todo derivaba por irradiación a través de la soberanía del Estado en que se apoyaba, sino como centro sobre el que todo debe converger; es decir, más bien como centro a alcanzar que como centro del que partir” (Zagrebelsky, 1999: 14). Esta nueva visión de Constitución, implica que “no puede ni deben contener normas de detalle “ (Carbonell, 2008: 10). Ello no implica el abandono del concepto de supremacía constitucional, pues ésta justifica “el deber que pesa sobre las instituciones de respetar los límites formales y sustanciales que la Constitución establece”…”Que la Constitución es una norma suprema significa sólo, y no es poco, que la Constitución no puede ser violada por los poderes 14 públicos. No dice nada acerca de cuál haya de ser su contenido normativo óptimo o más razonable, ni tampoco acerca de cuándo y cómo puede o debe reformarse” (Prieto, 2009: 148-149). Partiendo de esa base doctrinal que entiende a la Constitución como norma suprema que es el centro a alcanzar, que no dice nada acerca de cuál debe ser su contenido normativo y que contiene normas abiertas; es posible aceptar que las normas constitucionales también se conforman por principios y valores2 “que no figuran directamente en el texto constitucional, pero a los cuales, la propia Constitución remite y que integran entonces el llamado ´Bloque de Constitucionalidad´”(Uprimny, 2008: 25). Estos valores y principios, luego, encuentran cabida tanto en la propia Constitución como en normas de carácter internacional. Los derechos humanos derivados del derecho surgen de instrumentos, normas o instituciones que conforman el llamado Bloque de Constitucionalidad: “Estas normas son esencialmente los estándares internacionales de derechos humanos” (Uprimny, 2008: 25). Así esos principios constitucionales nos acercan a lo que debe entenderse como bloque de constitucionalidad. “El Bloque de Constitucionalidad hace referencia a la existencia de normas constitucionales, o al menos supralegales, pero que no aparecen directamente en el texto constitucional…una Constitución puede ser algo más que el propio texto constitucional” (Uprimny, 2008: 31). De esa forma cuando los estándares mínimos de derechos humanos no están incorporados expresamente en la Constitución, pero sí por mandato de ésta “tienen rango constitucional” (Uprimny,2008: 32), y conforman todas ellas en un plano de igualdad el Bloque de Constitucionalidad; es decir, una vez que estos valores o principios se encuentran expresa o implícitamente en la Constitución, no puede hablarse de jerarquía entre los mismos: “Los textos constitucionales son diferentes de cualquier otro texto jurídico por su contenido normativo, ya que no se limitan a formular <<reglas>>, sino que proclaman<<principios>> y/o proclaman <<valores>>>” (Guastini, 2008: 55). 2 15 “Dentro de esta institución del ´Bloque de Constitucionalidad´ no existe un sistema jerárquico y cada uno de los elementos es considerado en un plano de igualdad, lo que implica la necesidad de conciliar las distintas disposiciones y, por tanto, obliga a avanzar en la coherencia del sistema” (Nash, 2013: 75-76). Uprimny señala que el Bloque de Constitucionalidad tiene potencialidades y riesgos. Entre las primeras encontramos elementos que permiten tener una Constitución más dinámica y adaptable a los cambios históricos, porque los jueces como garantes de los derechos humanos, pueden atender a valores y principios que no están incluidos directamente en la Constitución; pero también implica riesgos, pues se puede generar “inseguridad jurídica, arbitrariedad judicial y afectación al principio democrático” (Uprimny, 2008: 36). Sin embargo este último advierte la importancia de esos estándares internacionales de derechos humanos, dado que el lenguaje de los derechos humanos es abierto; por lo que es muy útil tener en cuenta la jurisprudencia que han desarrollado instancias internacionales, y la respuesta a la pregunta si ésta es sólo un criterio doctrinario o tiene fuerza vinculante (Uprimny, 2008: 88). Volveré a esta pregunta más adelante, no sin antes señalar que no existe en la doctrina ni en la jurisprudencia una respuesta unánime. Aquí sólo resta señalar que este Bloque de Constitucionalidad es el instrumento para realizar el control de convencionalidad y de constitucionalidad. 3. Control de Convencionalidad. El control de convencionalidad es un concepto que ha surgido y se ha desarrollado al abrigo de la jurisdiccional internacional, concretamente de la CorteIDH: “El Control de Convencionalidad es un mecanismo de protección personal que ejerce la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en el evento de que el derecho interno (Constitución, ley, actos administrativos, jurisprudencia, prácticas administrativas o judiciales, etc.), es incompatible con la Convención Americana de Derechos Humanos u otros tratados –aplicables-, con el objeto de 16 aplicar la Convención u otro tratado, mediante un examen de confrontación normativo (derecho interno con el tratado, en un caso concreto…” (Rey, 2008: 46). El Control de Convencionalidad es de naturaleza instrumental y se traduce en un mecanismo a través del cual se confronta al tratado internacional en general, y en particular la Convención Americana de Derechos Humanos ( en adelante CADH) con el acto u omisión del Estado. Este mecanismo “tiene dos manifestaciones: una de carácter “concentrada” por parte de la Corte Interamericana, en sede internacional, y otra de carácter “difusa” por los jueces nacionales, en sede interna” (Ferrer, 2011: 368). El ejercicio del Control de Convencionalidad implica utilizar como parámetro en principio pero no sólo- a la CADH;3 en sede interna, entre otros, ha dicho la CorteIDH que: “los jueces y órganos vinculados a la administración de justicia en todos los niveles están en la obligación de ejercer ex officio un “control de convencionalidad” entre las normas internas y la Convención Americana, evidentemente en el marco de sus respectivas competencias y de las regulaciones procesales correspondientes. En esta tarea, los jueces y órganos vinculados a la administración de justicia deben tener en cuenta no solamente el tratado, sino también la interpretación que del mismo ha hecho la Corte Interamericana, intérprete última de la Convención Americana” (Corte IDH. Caso Cabrera García y Montiel contra México, párr. 225). Este pronunciamiento realizado por la CorteIDH acerca del control de convencionalidad en el ámbito interno, resulta muy importante para los efectos de este trabajo, pues establece que el parámetro para ejercer dicho mecanismo no sólo es el tratado internacional, sino que también se debe tener en cuenta la interpretación de la CorteIDH, es decir la jurisprudencia que fija la misma. También podría ser materia de control de convencionalidad algún otro tratado de derechos humanos si el Estado cuya responsabilidad se acusa, lo ha ratificado. En ese sentido también se ha sostenido por parte de la doctrina (Rey, 2008: 49) 3 17 El control de convencionalidad en sede interna frente a otro mecanismo semejante -control de constitucionalidad- encuentra su diferencia, en cuanto a que el primero de ellos atiende sí a los derechos humanos previstos en un tratado internacional y, en su caso, a la jurisprudencia de la CorteIDH, y el control de constitucionalidad atiende a un parámetro más amplio, pues además de esos instrumentos, acude a normas internas. Puesto de otra manera, el control de convencionalidad trae consigo un ejercicio instrumental por parte de la CorteIDH o de los jueces domésticos,4 en el que el parámetro bajo el cual se realiza el mismo es de contenido convencional, es decir, derechos humanos previstos en los tratados internacionales e interpretados por la jurisprudencia de la CorteIDH, aspecto éste último del que me ocuparé mas adelante. 4. Control de Constitucionalidad. La Constitución, como toda norma, debe ser respetada y susceptible de ser violentada, por lo cual necesita instrumentos que garanticen ese respeto y, en su caso, su reparación en caso de transgresión; esos instrumentos dan contenido al Control de Constitucionalidad. La aptitud del Control de Constitucionalidad es “garantizar las normas constitucionales” (Sánchez, 2012: 55); “Garantías de la Constitución significa, entonces, garantías de la regularidad de las normas inmediatamente subordinadas a la Constitución” (Kelsen, 1974: 474). A través del Control de Constitucionalidad se pretende garantizar las normas constitucionales. Este tipo de control es similar al de convencionalidad, en cuanto a que es de carácter instrumental que garantiza cierta clase de normas, aunque a diferencia del control de convencionalidad que se puede ejercer en sedes internacional (concentrado) e interna (difuso), el Control de Constitucionalidad se ejerce sólo en sede interna. Sólo me referiré a los jueces domésticos aunque ese tipo de control lo deben ejercer todos los órganos del estado, incluidos sus jueces (Corte IDH, Caso Gelman contra Uruguay, párr. 193). 4 18 “El Control de Constitucionalidad es una función jurídica que debe ser adscrita al orden constitucional y no a alguno de los dos órdenes inmediatamente subordinados a la Constitución… Es materia de control de la constitucionalidad, como veremos más adelante, todas las normas y actos, con alguna excepción, tanto de la Federación como de los Estados locales…” (Schmill, 2000: 26). Si el Control de Constitucionalidad garantiza la regularidad constitucional de los actos estatales, entonces garantiza la regularidad de cualquier acto estatal con los derechos humanos que se encuentren expresa o implícitamente en la Constitución.. 5. Principio Pro Persona. El principio pro persona (o pro homine) es un criterio hermenéutico o interpretativo de los derechos humanos; se trata de un principio que converge y transita por todo sistema que se lee en clave de derechos humanos. “A la luz del principio pro homine, que informa todo el derecho de los derechos humanos, debe acudirse a la norma más amplia, o a la interpretación extensiva, cuando se trata de reconocer derechos protegidos, e, inversamente, a la norma o a la interpretación más restringida cuando se trata de establecer restricciones permanentes al ejercicio de los derechos o su suspensión extraordinaria” (Pinto, 1997: 81). El principio pro persona como criterio hermenéutico de las normas que contienen derechos humanos, conduce al operador jurídico a acudir a aquélla que da una máxima protección cuando se trata de reconocer el alcance de un derecho, o bien a aquélla que es más restringida o más restrictiva cuando se pretende establecer restricciones a los derechos humanos. Dicho principio presupone una pluralidad de normas o interpretaciones de las mismas “el intérprete debe elegir aquélla norma que brinde una protección más favorable para la persona humana, en el sentido de darle mayor extensión posible a las que consagran derechos y el menor alcance posible a las que posibilitan restricciones, limitaciones o suspensiones” (Manili, 2005: 220-221). 19 Puesto de otra manera, se trata de qué norma o interpretación debe preferir el operador jurídico: si se trata de la extensión en el contenido y alcance de un derecho, por la norma o interpretación que lo haga con mayor amplitud; si se trata de las restricciones de un derecho, por la norma o interpretación que contenga menos restricciones. De esta manera, tenemos que el ejercicio del Control de Convencionalidad y Constitucionalidad que se realizan a la luz del criterio hermenéutico de derechos humanos denominado pro persona, entre otros, y bajo los parámetros contenidos en el Bloque de Constitucionalidad, arrojan la interrogante de cuáles son los elementos que integran éste último. Al parecer existe consenso en que los derechos humanos contenidos en las constituciones y tratados internacionales son elementos sólidos que conforman ese bloque; un elemento que no es considerado tan sólido, pero que desde mi punto de vista lo debe ser, es la jurisprudencia que fija la CorteIDH en los casos contenciosos. Con ello no quiero decir que no pueda existir jurisprudencia emitida por otros organismos internacionales de derechos humanos, que también deba integrar dicho Bloque de Constitucionalidad, o bien la emitida por la citada CorteIDH en otros mecanismos, como lo puede ser la que emite en las Opiniones Consultivas, o que siempre y sin ninguna reserva, deba aplicarse sin más dicha jurisprudencia, no obstante haya norma interna más favorable; sin embargo, el propósito de este trabajo se encuentra limitado a la que es fijada por el citado Tribunal Interamericano en los casos contenciosos. 6. Jurisprudencia. El vocablo jurisprudencia tiene -por lo menos- dos acepciones “una de ellas equivale a ciencia del derecho o teoría del orden jurídico positivo. En la otra, sirve para designar el conjunto de principios y doctrinas contenidas en las decisiones de los tribunales” (García, 1980: 68). No me referiré en este trabajo a la primera de esas acepciones, sino a aquélla que se identifica con los principios o doctrina judicial que emiten los tribunales. 20 La jurisprudencia en una acepción amplia es “la doctrina o criterios de interpretación del Derecho establecida por los tribunales, de cualquier clase o categoría, al decidir las cuestiones que se les someten” (Xiol, 2009: 81). La cuestión a debatir en esta parte del trabajo es si esa doctrina judicial o criterios de interpretación tienen fuerza vinculante para casos futuros; es decir si se puede “emancipar” del caso concreto (Laporta, 2009:16). La concepción del juez como mero aplicador de la ley, es decir “la idea de que la generalidad de las normas era prerrogativa del legislador y de que el juez era un mero aplicador de ellas a casos concretos mediante normas particulares es algo subyacente a la percepción común de la actividad judicial en nuestra cultura jurídica” (Laporta, 2009: 12). En el ámbito forense cuando hablamos de jurisprudencia, por regla general, nos referimos a la interpretación que de la norma jurídica hace el operador jurídico, concretamente el juez, para aplicarla en futuros casos, con la condición que sean semejantes, y en ocasiones, cuando el sistema jurídico así lo prevé, resulte obligatoria para otros jueces cuando tengan resolver casos también semejantes. La sentencia judicial en la que se realiza una interpretación y aplicación de la norma jurídica contribuye a confeccionar la coherencia y certeza del derecho, ya que la interpretación y aplicación de la norma jurídica en la sentencia judicial se convierte obligatoria para las partes en conflicto dada la categoría de cosa juzgada (me refiero a una sentencia inimpugnable); pero esa interpretación tiene efectos expansivos, pues una vez que el órgano jurisdiccional facultado por el derecho, en ejercicio de su actividad jurisdiccional interpreta el texto jurídico, el resultado de esta interpretación podría pasa a formar parte de la norma interpretada, que es una norma universal. La doctrina (Aguiló, 2000: 110) ha señalado que: “Afirmar de una decisión que satisface el requisito de universalidad (esto es, que es universalizable porque se funda en una norma universal) supone reconocer que esa decisión tiene implicaciones hacia el futuro… La universalidad presupone el compromiso de resolver del mismo modo todos los casos iguales al que se ha decidido”. Por lo que en casos subsecuentes y análogos (al caso del que emana la sentencia), debe aplicarse la misma interpretación, en atención a ese requisito de universalidad 21 “como condición de posibilidad de igualdad formal en el ámbito normativo… La igualdad formal supone que todos aquellos que se hallen en las mismas circunstancias relevantes deben ser tratados de la misma manera. En este contexto, pues, el compromiso que la universalidad supone hacia el futuro es el de la igualdad de trato” (Aguiló, 2000: 110). Así, “en la medida en que el Derecho objetivo haya permanecido estable (no haya cambiado) un juez que tiene que resolver un caso semejante a otro caso anterior ya resuelto se encuentra, so pena de incurrir en irracionalidad o arbitrariedad, exclusivamente ante las siguientes tres alternativas aceptables: a) Resolver el nuevo caso de la misma forma que el caso anterior. b) Mostrar que el nuevo caso, a pesar de sus semejanzas con el caso anterior, presenta alguna propiedad relevante que lo hace diferente del anterior y que por tanto, requiere una solución distinta. c) Mostrar que el caso anterior estuvo mal resuelto y que, en consecuencia, la norma universal aplicable no es la que allí se estableció sino otra alternativa, lo que supone resolver el nuevo caso de manera diferente” (Aguiló, 2000: 111). Lo anterior nos lleva a afirmar que el juez está obligado a seguir sus precedentes, de lo contrario se caería en la arbitrariedad o irracionalidad, pero ello no quiere decir que esa interpretación se convierta en una regla pétrea, pero si el juez decide dar una interpretación distinta a la norma jurídica, lo deberá justificar, y será esta nueva interpretación la que se torna obligatoria. Ello lleva a afirmar que “las normas del Derecho objetivo (las que el juez tiene el deber de aplicar) cambian una vez que el juez ha tenido que tomar decisiones para poder aplicarlas. La nueva norma (la que es producto de las transformaciones realizadas) junto con los criterios utilizados para justificarla, se incorporan al conjunto de normas que el juez tiene el deber de aplicar, que no es otra cosa que el Derecho objetivo” (Aguiló, 2000: 111). Entonces, si esta nueva norma universal (que surge de la interpretación que -de manera justificada- hace el juez del Derecho objetivo) tiene implicaciones hacia el futuro y genera el compromiso de seguir idéntica decisión en casos similares; esta norma universal 22 producto de la interpretación hecha en un caso concreto, es lo que en el ámbito judicial se denomina precedente o jurisprudencia, y es al concepto que me referiré en este trabajo. En esta búsqueda de la justificación del valor vinculante de la doctrina judicial, es inevitable asimilar a la jurisprudencia con la norma escrita (Xiol, 2009: 91). Esa implicación hacia el futuro de la interpretación y aplicación de la norma jurídica que vincula al propio tribunal que la realiza, también tiene efectos expansivos vinculantes hacia los jueces que emiten sentencias en instancias, generalmente inferiores por razón de grado, cuando el tribunal que emite la norma universal es el último intérprete de la misma. La fuerza vinculante de la jurisprudencia de los tribunales parte de algunos presupuestos: un sistema objetivo de selección de jueces, tomando en cuenta que éstos tienen un poder que se basa en sus conocimientos y experiencia (Casas, 2006: 27), y una necesaria argumentación en las sentencias; porque no se trata de atender sólo al aspecto formal relativo a la facultad de emitir sentencias que constituyan jurisprudencia con carácter vinculante, sino que sea debidamente justificada y persuasiva, que confiera una solución eficaz a un problema social, para así tenerla en cuenta en futuros casos como jurisprudencia vinculante para los tribunales inferiores (Ferreres, 2006: 80). Entonces la actividad jurisdiccional en la que se deciden conflictos, utiliza como vehículo la sentencia en la que justifica por qué arribó a esa conclusión, y esa justificación o argumentación que contiene la ratio decidendi da origen a la jurisprudencia, vinculante para casos subsecuentes y análogos. No es tarea fácil referirse a la fuerza vinculante de la jurisprudencia, pues como señala Bernal “La dificultad radica en las implicaciones filosóficas que le son relativas y en sus conexiones con otros conceptos fundamentales para el derecho, tales como los de la obligación jurídica, deber jurídico o validez jurídica” (Bernal, 2008: 207). Cada Estado y cada sistema jurídico establecen reglas conforme a las cuales se integra la jurisprudencia o si ésta es diferente al precedente judicial. En el caso de México, por ejemplo, la jurisprudencia y el precedente judicial (entendido como una sentencia aislada que no constituye jurisprudencia) son conceptos distintos. La jurisprudencia es una institución obligatoria prevista en el artículo 94, párrafo diez, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (en adelante CPEUM), y deja al legislador ordinario su regulación; por su parte la Ley de Amparo (en adelante LA) 23 establece que la jurisprudencia se establece por reiteración de criterios (cinco sentencias no interrumpidas, y con una votación calificada por la ley dependiendo el órgano que la emite); por contradicción (se requiere una sola sentencia que dilucide criterios discrepantes de otros órganos jurisdiccionales); y por sustitución ( de una jurisprudencia emitida por reiteración o por contradicción, se requiere una sola resolución y con la votación determinada por la ley) (LA, arts. 215 al 230). Un precedente judicial, entonces, es la sentencia emitida por un órgano jurisdiccional que no se encuentra en los casos antes mencionados, pero que se traduce en una norma universal para el propio juez que la emite, y que debe aplicarse a casos semejantes del que deriva el precedente. El carácter vinculante u obligatorio de la jurisprudencia emitida por los tribunales domésticos -en el caso de México- deriva de la propia norma constitucional; pero esta regulación no encuentra el mismo tratamiento en el derecho internacional de los derechos humanos, por lo que me ocuparé de explicar ese soporte teórico que, desde mi punto de vista, justifica la fuerza vinculante de la jurisprudencia de los tribunales internacionales, en particular de la CorteIDH. 6.1 Argumentos que rechazan la fuerza vinculante de la Jurisprudencia. Rechazar la fuerza vinculante de la jurisprudencia no es nada nuevo, sólo me referiré aquí a algunas de las objeciones a ello. Francisco Laporta da cuenta de algunos de esos argumentos, como ya he mencionado con antelación, y el punto de partida es considerar al juez como mero aplicador de la ley y la idea formal de legalidad, es un argumento recurrente para ello. De esta manera cierto sector de la doctrina negaba la calidad de fuente del derecho, ya que esta denominación sólo podría darse a una reglamentación vinculante para todos; además cuando “un tribunal interpreta la norma y produce una sentencia a través de esa interpretación, está poniendo de manifiesto cuál es el verdadero significado de esa norma; es decir no está añadiendo nada a la norma, sino revelando su auténtica significación”, y si los jueces son la boca de la ley, no se crean ninguna norma nueva, y por ello no necesitan tener fuerza vinculante (Laporta, 2009: pp.13, 21, 31, Ferreres, 2009: 67). 24 También Ferreres da cuenta de algunas de las objeciones que se dan a la fuerza vinculante de la jurisprudencia. El primero de ellos es que ese carácter vinculante de la jurisprudencia pertenece al sistema del common law y es ajeno al civil law (Ferreres, 2009: 57). Otra objeción, todas éstas referidas por Ferreres, parte de la Constitución Española, en la que se establece que los jueces están sometidos al imperio de la ley (respecto de la cual también dio cuenta Laporta, como ya se ha visto), y la expresión ley no incluye jurisprudencia (Ferreres, 2009: 57). La independencia judicial es otra razón que se da para negar ese carácter de la jurisprudencia, se ha dicho que “cada juez debe poder interpretar e integrar todos estos materiales según su propio criterio, y no según el criterio fijado por los tribunales superiores de la organización judicial, pues si el juez estuviera vinculado por la opinión de éstos, dejaría de ser un juez independiente” (Ferreres, 2009: 60). Otra razón para negar el carácter vinculante, de la que da cuenta el mismo autor, es que si la tuviera (fuerza vinculante), y el juez se apartara de la misma, a sabiendas, incurriría en imprudencia grave o ignorancia inexcusable y estaría dictando una sentencia ilegal o injusta (e incurriría en prevaricato). 6.2. Argumentos que aceptan la fuerza vinculante de la Jurisprudencia. Tal vez el argumento más recurrente para sostener esta postura es el argumento de autoridad; con base en el cual los tribunales inferiores deben dejar de lado sus convicciones personales acerca de la solución que merece un asunto, y se rijan por la opinión expresada por los tribunales que le son superiores (Ferreres, 2009: 44). Y en apoyo a ese argumento de autoridad: “el carácter vinculante de la jurisprudencia empuja al tribunal supremo en una dirección de imparcialidad y objetividad. En efecto, si el tribunal supremo, enfrentado a determinado supuesto respecto del que existe discusión, sabe que su decisión sienta jurisprudencia vinculante, tenderá a distanciarse de las particularidades del caso para ver los problemas que éste desde una perspectiva más general” (Ferreres, 2009: 46). 25 La fuerza vinculante de la jurisprudencia tiene la pretensión de unificar las respuestas jurídicas por razones que atienden a valores importantes: seguridad jurídica, igualdad (Ferreres, 2009: 45, 75; Xiol, 2009: 114; Aguiló, 2010: 110). Además, si se acepta que los jueces añaden algo a la norma interpretada, esto es que crean derecho y no descubren lo que la ley dice, entonces la jurisprudencia sí vincula (Laporta, 2009: 32). Estos son algunos de los argumentos que se han sostenido para negar o aceptar el carácter vinculante de la jurisprudencia, veamos como se ha desarrollado esta institución en los tribunales internacionales. II. DOS EJEMPLOS DE LA JURISPRUDENCIA DE TRIBUNALES INTERNACIONALES. Por mucho tiempo los derechos humanos fueron de dominio exclusivo interno de los Estados; sin embargo, “el desconocimiento y menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie para la conciencia de la humanidad” (Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos), así surge: “un sistema legal válido internacionalmente y con las Naciones Unidas como su estructura institucional esencial… El nuevo régimen global de derechos humanos, que se desarrolló a partir de la segunda guerra mundial y sigue haciéndolo desde entonces, establece instancias y mecanismos en derecho internacional externos, o mejor dicho, superiores, a los Estados individuales, los cuales deben controlar el estado de los derechos humanos dentro de los respectivos Estados” (Menke y Pollmann, 2010: 16-17). Las conflagraciones mundiales del siglo pasado, los conflictos internos en los Estados, las dictaduras, y en general la barbarie humana mostraron a la humanidad que la reserva doméstica de los derechos humanos fue insuficiente. De esa manera surge la necesidad de internacionalizar los derechos humanos y su protección. El tratado o convención internacional de derechos humanos emerge, en principio, de esos conflictos que exigen una protección internacional de las personas y de sus derechos humanos, aunque también surgen convenciones internacionales más generales (Villán, 2002: 379). 26 Estos tratados incorporan mecanismos de protección que han sido clasificados como no contenciosos, cuasi contenciosos y contenciosos, todos ellos, de carácter convencional, y parten del respeto hacia los Estados y su jurisdicción interna (Carta de las Naciones Unidas, Art. 2.7). Los mecanismos contenciosos son instrumentos de protección judicial de carácter universal, como la Corte Internacional de Justicia (en adelante CIJ), entre otros: “son los medios más idóneos para reclamar a un Estado en el plano internacional su responsabilidad por haber vulnerado una norma internacional de derechos humanos que les sea oponible…el arreglo judicial permite la tutela más estricta de los derechos lesionados, una interpretación autorizada de las normas jurídicas internacionales aplicables (es decir, la creación de una >>’jurisprudencia<<)” (Villán, 2002: 499). La tutela judicial de un tribunal internacional podría abarca reclamaciones por la responsabilidad internacional de un Estado al haber incurrido en una transgresión a una norma internacional de derechos humanos; esta tutela judicial trae consigo la aplicación e interpretación de normas internacionales de derechos humanos, que además de resolver el conflicto que se somete a su consideración, genera la jurisprudencia internacional, y en la práctica ha traído implicaciones hacia el futuro para el propio tribunal internacional y para los Estados que vía convencional han signado el tratado que se interpreta, incluidos, desde luego, los que han aceptado la competencia del tribunal internacional. Para establecer la vinculación o no de la jurisprudencia de un tribunal internacional en materia de derechos humanos, se debe partir de un conjunto de normas que sirven de parámetro de corrección de los actos del Estado; la cuestión a dilucidar es si la jurisprudencia que emiten dichos tribunales son o no parte de esos parámetros. Me referiré a continuación a la CIJ. Cabe aclarar que “el sistema universal carece de un tribunal de derechos humanos”, pero establece mecanismos en los que se ha reclamado responsabilidad por transgredirse normas de derechos humanos, ésta es la parte que interesa para los efectos de este trabajo. 27 1. Jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia. La Carta de las Naciones Unidas (en adelante CNU) (Art. 7.1) y el Estatuto de la Corte Internacional de Justicia (ECIJ, Art. 1) establecen que la CIJ será el órgano judicial principal de las Naciones Unidas (ECIJ, Art. 92), que tiene competencia para conocer de todos los litigios que las partes le sometan y a todos los asuntos previstos en la CNU o en los tratados y convenciones vigentes (ECIJ, Art. 36.1), y está diseñado para resolver sólo conflictos entre los Estados (ECIJ, Art. 34.1); para que la CIJ conozca de un litigio se requiere, por parte del Estado, la aceptación voluntaria de la jurisdicción de la CIJ, que podrá hacerse incondicionalmente o bajo condición de reciprocidad o por determinado tiempo (ECIJ, Art. 36.3). Lo que quiere decir que la CIJ no puede intervenir en la solución de conflictos ni decidir acerca de los derechos de un Estado si éste no ha otorgado su consentimiento para ello. La competencia de la CIJ no da cabida al individuo, y su jurisdicción contenciosa se limita a las controversias entre Estados (Villán, 2002: 499). La CIJ “no forma parte del sistema de derechos humanos de esta organización, por carecer de competencia específica en la materia” pero ha hecho pronunciamientos en materia de derechos humanos (O´Donell, 2007: 37). El catálogo de fuentes de las que echa mano la CIJ son: las convenciones internacionales, la costumbre internacional, los principios generales del derecho reconocidos por las naciones civilizadas, las decisiones judiciales y las doctrinas de los publicistas de mayor competencia de las distintas naciones (ECIJ, Art. 38); y la decisión de la CIJ no es obligatoria sino para las partes en litigio y respecto del caso que ha decidido (ECIJ, Art. 59). El artículo 38.1.c) del ECIJ establece que ésta tiene la función de decidir conforme al derecho internacional las controversias que le sean sometidas, para lo cual deberá de aplicar, entre otras fuentes, las decisiones judiciales como medio auxiliar para la determinación de las reglas de derecho; así lo ha leído la doctrina: “En la doctrina tradicional del Derecho Internacional las fuentes son los tratados, la costumbre y los principios generales del derecho. La doctrina de los publicistas y la jurisprudencia son medios auxiliares para la determinación de la regla de derecho” (Travieso, 1998: 18). 28 Así tenemos que “jurisprudencia y doctrina tienen una función subsidiaria que se cumple después de que se hayan considerado las normas de Derecho Internacional positivo y únicamente con la finalidad de perfilar su sentido y de construirlo”, por ello muchas de las sentencias tienen un valor muy coyuntural, pero “no ocurre lo mismo con otras sentencias que pueden llegar a ejercer una importante influencia en el desarrollo del Derecho Internacional” (Mariño, 2005: 422). En efecto, no obstante esa categoría de medio auxiliar que tiene la jurisprudencia en el ámbito internacional, me parece que en la práctica se ha redimensionado el valor y la influencia que tiene la misma en el ámbito internacional e interno, pues como se verá más adelante, particularmente los Estados han incorporado los estándares derivados de la jurisprudencia internacional a casos domésticos, pues si “el Estado no asume que debe acompañar la corriente del derecho internacional como lo prescriben las normas de ese régimen, recibirá la sanción de ese mismo ordenamiento por medio de la responsabilidad internacional del Estado” (Travieso, 2002: 26), y en esa corriente queda incluida la jurisprudencia internacional. Lo anterior sin desconocer su característica de medio auxiliar, o bien de subsidiaria, pues cuando las fuentes principales son oscuras o imprecisas, la jurisprudencia “tiene como función precisarlo, aclarar su contenido, o determinar su alcance, es decir, es una fuente interpretativa o cognitiva” (Romero, 2011: 80), pues la jurisprudencia internacional es la voz de los silencios, 5 la que da significado frente a las ambigüedades y vaguedades del lenguaje contenido en las normas internacionales. Del tratado internacional interpretado derivan estándares mínimos que se incorporan al conjunto de normas objetivas que el tribunal internacional tiene el deber de aplicar en casos subsecuentes y análogos. Al respecto la CIJ al referirse a consecuencias jurídicas derivadas de una situación de hecho determinada teniendo en cuenta los principios y normas de derecho internacional, argumentó que: “La Corte señala además que la falta de claridad en la redacción de una cuestión no podría privar a la Corte de su jurisdicción. En todo caso, en razón de tal “Sin duda, la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos es la voz de los silencios de la Convención Interamericana de Derechos Humanos” (Travieso, 1998: 21). 5 29 incertidumbre la Corte deberá precisar la interpretación que debe darse respecto de la cuestión, cosa que ha hecho con frecuencia. Por consiguiente, la Corte, como lo ha hecho a menudo en el pasado, tendrá que determinar los principios y las normas vigentes, interpretarlos y aplicarlos…, para dar así una respuesta con fundamento jurídico respecto de la cuestión planteada” (CIJ. Caso No. 148, párr. 1 a 12). Así, el primer elemento clave es el tratado o convenio internacional que vincula a las partes que forman parte del mismo, y establece para el futuro normas de conducta (Mariño, 2005: 291); y el segundo son los órganos internacionales facultados para interpretarlos y aplicarlos; de la combinación de estos elementos surgen figuras como la jurisprudencia que pretende acallar el silencio, la indeterminación, ambigüedad y vaguedad de la norma internacional; veamos como se han comportado los tribunales internacionales en cuanto a la obligatoriedad de la jurisprudencia internacional. Las decisiones o sentencias judiciales son un medio auxiliar para la determinación de las normas generales (Sorensen, 1994: 177). Sin embargo, se trata de decisiones judiciales que sólo obliga a las partes en litigio respecto del caso que ha decidido (ECIJ, Art. 59) (Torrecuadrada, 1997: 220-221), pero al contener interpretaciones por parte del último intérprete como lo es la CIJ, se traduce en una norma nueva y particular para el caso concreto, y como medio auxiliar o secundario genera reglas de derecho que justifican una subsecuente y análoga decisión de la Corte. En efecto, las decisiones de la CIJ tienen un efecto inter partes, efecto que deriva de la parte resolutiva o dispositiva, que no genera mayor comentario, pues definitivamente esa parte sólo puede obligar a las partes en conflicto; pero no puede interpretarse así en cuanto a la parte de la decisión judicial que contiene la ratio decidendi, que es la parte de la decisión judicial que debe aplicarse en casos sometidos a la CIJ (se entiende que son los posteriores a dicha decisión), pues la propia CIJ le da un peso relevante a esa ratio decidendi, al aplicar la jurisprudencia derivada de sus decisiones judiciales (que se han pronunciado en el pasado) a los casos subsecuentes sometidos a la Corte. Por ejemplo, en la causa relativa a las Plataformas Petroleras la CIJ justifica parte de su decisión en jurisprudencia de la misma, al señalar que “Es algo bien establecido en la jurisprudencia de la Corte que las Partes en una causa no pueden en el curso del 30 procedimiento ´transformar la controversia sometida a la Corte en una controversia que sería de diferente naturaleza´” (CIJ. Caso 145, párr. 103 a 116). En la causa relativa a Avena y otros nacionales mexicanos, la CIJ al referirse a la tercera excepción de los Estados Unidos respecto de la competencia de la Corte, la CIJ sostuvo que: “la Corte recuerda a este respecto, como lo hizo en la causa LaGrand, que, cuando existe competencia respecto de una controversia respecto de determinado asunto, no se necesita una base separada de competencia para que la Corte considere la reparación que una parte ha solicitado por la violación de la obligación (I.C.J. Reports 2001, pág. 485, párr. 48)” (CIJ. Caso 147, párr. 26 a 35). En la misma causa, la CIJ al referirse a la tercera conclusión final del Estado mexicano y el argumento de los Estados Unidos en relación con esa conclusión, señala que “La Corte observa que ya ha considerado la aplicación de la regla llamada de la ¨preclusión procesal¨ en la causa LeGrand, cuando la Corte abordó la cuestión de sus consecuencias para la aplicación del párrafo 2 del artículo 36 de la Convención de Viena”. (CIJ. Caso 147, párr. 107 a 114). En una diversa causa la CIJ nuevamente invoca su jurisprudencia como línea argumentativa para sustentar uno de sus fallos, como se lee de la siguiente transcripción: “La Corte señala que en su jurisprudencia ha hecho referencia a ¨su libertad para seleccionar el fundamento en que se basará su fallo¨” (CIJ. Caso 149, párr. 45 a 91). La CIJ ha seguido su jurisprudencia emitida en casos precedentes, lo que me lleva a afirmar que la interpretación que hace en los mismos ha tenido implicaciones hacia el futuro y como ya he mencionado, genera el compromiso de seguir idéntica decisión en casos similares. Por otra parte, la competencia de la CIJ se extiende a los litigios que las partes le sometan, y a todos los asuntos previstos en la CNU o en los tratados y convenciones vigentes (ECIJ, Art. 36.1). Los Estados partes en el ECIJ podrán declarar, en cualquier momento, que reconocen como obligatoria ipso facto y sin convenio especial, respecto a cualquier otro Estado que acepte la misma obligación, la jurisdicción de la CIJ en las controversias materia de su competencia (ECIJ, Art. 36.2). 31 La exigencia del consentimiento del Estado a someterse a la jurisdicción de la CIJ, implica prima facie que también se está sometiendo a las interpretaciones que haga ésta de las normas internacionales de las que también es parte, y por tanto son vinculantes para dicho Estado, ya que un eventual conflicto ante la CIJ entre Estados que no hayan formado parte del caso del que emana la jurisprudencia, si no hay razones de peso para cambiar de criterio y el caso es semejante, arrojará seguramente el mismo criterio ya sustentado por la Corte, lo que confirmaría que ya desde que fue emitida, es vinculante la jurisprudencia de la misma; de tal manera “todas las sentencias de la Corte de la Haya tienen alguna influencia en terceros Estados…De hecho, cuando la Corte dicta una decisión está determinando el Derecho Internacional aplicable a esa cuestión, lo cual ya, de alguna forma, repercute en terceros Estados y en toda la comunidad internacional” (Espaliú, 2000: 46). La jurisprudencia que ha fijado la CIJ, como fuente auxiliar, ha tenido impacto en otros tribunales internacionales y nacionales que han aplicado la jurisprudencia de la CIJ a manera de diálogo jurisprudencial, sin cuestionar si es o no obligatoria. Por ejemplo la CorteIDH en la OC-1/82 a propósito de la naturaleza de la competencia consultiva: “La Corte interpreta, tal como lo ha hecho la Corte Internacional de Justicia, que la competencia consultiva es de naturaleza permisiva y que comporta el poder de apreciar si las circunstancias en que se basa la petición son tales que la lleven a no dar una respuesta (Cfr. Interpretation of Peace Treaties, 1950 I.C.J)” (Corte IDH. OC-1/82, párr. 28). En relación a la naturaleza de los tratados sobre derechos humanos la CorteIDH estableció que: “La Corte debe enfatizar, sin embargo, que los tratados modernos sobre derechos humanos, en general, y, en particular, la Convención Americana, no son tratados multilaterales del tipo tradicional… Ideas similares acerca de la naturaleza de los tratados humanitarios modernos han sido sustentados por la Corte Internacional de Justicia…” (Corte IDH. OC-2/82, párr. 29, 30). En la OC-3/83 la CIDH y en torno una petición de que se abstenga de ejercer su competencia consultiva, sostuvo: 32 “Esta conclusión de la Corte coincide ampliamente con la jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia la cual ha rechazado reiteradamente toda petición de abstenerse de ejercer su competencia consultiva en situaciones en donde se alegue que, por existir una controversia sobre el punto, lo que se está pidiendo a la Corte es que se falle sobre un caso contencioso encubierto…) (Corte IDH. OC-3/83, párr. 40). O bien la misma CorteIDH al resolver un caso contra Perú se apoyó en la siguiente línea argumentativa: “ Al respecto, esta Corte ha señalado, en su Opinión Consultiva OC-2/82 de 24 de septiembre de 1982 denominada El Efecto de las Reservas Sobre la Entrada en Vigencia de la Convención Americana (artículos 74 y 75), que… 43. Dicho criterio coincide con la jurisprudencia convergente de otros órganos jurisdiccionales internacionales. Al respecto, la Corte Internacional de Justicia, en su Opinión Consultiva relativa a Reservas a la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio (1951), afirmó que ´en este tipo de tratados, los Estados contratantes no tienen intereses propios; solamente tienen, por encima de todo, un interés común: la consecución de los propósitos que son la razón de ser de la Convención´”. (Corte IDH. Caso del Tribunal Constitucional contra Perú, párr. 42 y 43). Otro ejemplo de diálogo jurisprudencial que acerca al tema de la vinculación de la jurisprudencia internacional lo tenemos en la SCJN, que en apoyo de una línea argumentativa sostenida en una de sus sentencias en torno a la asistencia consular, trajo a colación la jurisprudencia de la CIJ en los siguientes términos: “La importancia del derecho fundamental que venimos tratando ha sido reconocida por diversos tribunales internacionales, específicamente por la Corte Interamericana de Derechos Humanos y por la Corte Internacional de Justicia, curiosamente, como resultado de dos peticiones del gobierno de nuestro país… En esta misma línea, y también a petición del gobierno mexicano, la Corte Internacional de Justicia, en el llamado caso Avena, reconoció que el artículo 36 de la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares consagra un verdadero derecho fundamental para los individuos detenidos en el extranjero y que los Estados deben propiciar todas las 33 medidas posibles que otorgue su ordenamiento a fin de reparar a los extranjeros las violaciones a este derecho” (Amparo Directo en Revisión 517/2011, 83 y 85). Es cierto que las referencias a la jurisprudencia de la CIJ no está referida en clave de obligatoriedad, pero como antes mencioné, es un acercamiento a esa cualidad vinculante de la jurisprudencia. 2. La jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. El TEDH es un tribunal internacional-regional en derechos humanos. El 4 de noviembre de 1950 se adoptó en Roma el Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales y es “el más importante tratado internacional sobre derechos humanos de ámbito regional europeo” (Díez-Picazo, 2013:158). El citado Convenio también conocido como Convenio Europeo de Derechos Humanos (CEDH) dota al sistema regional europeo de protección jurisdiccional a través del TEDH, que desempeña el papel de “órgano jurisdiccional de salvaguardia de los derechos reconocidos por el Convenio Europeo” (Díez-Picazo, 2013:160), y se instituye con el fin de asegurar el respeto de los compromisos que resultan para las Altas Partes Contratantes del CEDH y sus Protocolos (CEDH, Art. 19). La competencia del TEDH deriva del CEDH, se extiende a todos los asuntos relativos a la interpretación y aplicación del mismo y de sus Protocolos que le sean sometidos; las sentencias que dicte el citado Tribunal serán motivadas, las Altas Partes Contratantes se comprometen a acatar las sentencias definitivas del TEDH en los litigios en que sean partes, y corresponde al Comité de Ministros velar por la ejecución de las sentencias del TEDH (CEDH, Arts. 32.1, 45.1 y 46). Entonces, en las sentencias del TEDH aplica el principio de la relatividad de la cosa juzgada, me refiero a que las sentencias son vinculantes y deben ser acatadas por los Estados que han sido declarados responsables por el TEDH; no me detendré en este tema, sino en uno diverso: el de la obligatoriedad de la jurisprudencia del TEDH, tanto para el tribunal mismo como para las Altas Partes Contratantes del citado Convenio que no formaron parte del litigio del que deriva la misma. 34 La característica de obligatoriedad de la jurisprudencia del TEDH para el mismo tribunal, se desprende de sus propias sentencias, que aunque no hacen alusión a esa característica, al considerarse como principios que deben aplicarse, sugiere esa característica (obligatoriedad). Así, al conocer de una demanda específica en la que se afirmó que la intervención de las comunicaciones telefónicas del demandante actualiza la violación al artículo 8 del CEDH, el TEDH parte de los principios generales derivados de su jurisprudencia, para aplicarlos en el caso concreto, como se ilustra con el siguiente segmento: “De la jurisprudencia del Tribunal se derivan los siguientes principios, pertinentes en este caso… b) Aplicación de estos principios en el presente caso…” (TEDH. Asunto Valenzuela Contreras contra España, párr. 46 y 47), lo que denota la calidad de vinculante para el propio tribunal de su jurisprudencia. Al resolver una denuncia acerca de la negativa de las autoridades a calificar de homicidio involuntario imputado a una persona, el ataque contra la vida del niño por nacer que llevaba en su seno, el TEDH consideró: “Recientemente, en circunstancias similares a las del asunto H. contra Noruega anteriormente citado, a propósito de la decisión de una mujer de interrumpir su embarazo y de la oposición del padre a tal acto, el Tribunal indicó <<que no tiene que resolver si el feto puede beneficiarse de una protección respecto a la primera frase del artículo 2 como ha sido interpretada>> por la jurisprudencia relativa a las obligaciones positivas del deber de protección de la vida ya que <<incluso suponiendo que en algunas circunstancias, el feto pueda ser considerado titular de derechos protegidos por el artículo 2 del Convenio (…) en este asunto (…) la interpretación del embarazo se efectuó conforme al artículo 5 de la Ley núm. 194 de 1978>>, y ésta establece un justo equilibrio entre los intereses de la mujer y la necesidad de garantizar la protección del feto (Boso contra Italia núm. 50490/1999, de 5 de septiembre de 2002). (TEDH. Asunto Vo contra Francia, párr. 79). Es importante mencionar que dentro del desarrollo de la argumentación de la sentencia referida, el TEDH analiza cuál es el estado de la jurisprudencia (párr. 75 a 80), es decir, la misma es uno de los puntos de partida para analizar un caso, y por lo tanto, una regla que el Tribunal sigue por estar vinculado a ella. 35 En un diverso asunto en el que el TEDH analiza acerca de la violación del artículo 6 del CEDH, también llama la atención que dedica una parte de la sentencia al análisis de los principios generales establecidos por la jurisprudencia del Tribunal, y a lo largo de los párrafos 96 a 102 los precisa; véase la siguiente transcripción a manera de ejemplo: “No le corresponde al Tribunal determinar, como cuestión de principio, qué tipos concretos de pruebas -por ejemplo, pruebas practicadas ilícitamente- pueden ser admitidos o si un demandante es culpable o no. La pregunta a responder es si el procedimiento en su conjunto, incluida la forma en que se obtuvo la prueba, fue equitativo, lo que implica un examen de la <<ilegalidad>> en cuestión y, en lo concerniente a la violación de otro derecho del Convenio, la naturaleza de la misma (ver, concretamente, Sentencias Khan contra Reino Unido, ap. 34, P.G. y J.H. contra Reino Unido, ap. 76, y Allan contra Reino Unido. (TEDH. Asunto Jalloh contra Alemania, párr. 95 a 102). Y aunque no siempre aglutina expresamente su jurisprudencia como sí lo hace en los casos anteriores, el TEDH al emitir sentencia en un caso similar a uno anterior, sigue la línea argumentativa del mismo, como sucedió en un caso en el que analizó un argumento sobre la violación al artículo 2 del CEDH, en el que el TEDH señaló: “Entre las disposiciones del Convenio que considera primordiales, el Tribunal, en su jurisprudencia, concede preeminencia al artículo 2…El artículo 2 protege el derecho a la vida, sin el cual el goce de ninguno de los demás derechos y libertades garantizados por el Convenio sería ilusorio. Define las circunstancias limitadas en la que está permitido infligir intencionadamente la muerte, y el Tribunal ha aplicado un control estricto cada vez que dichas excepciones son invocadas por los gobiernos demandados (Sentencia McCann y otros contra Reino Unido, op. cit., aps. 149-150). (TEDH. Asunto Pretty contra Reino Unido, párr. 37).6 El impacto de la jurisprudencia del TEDH va más allá de obligar a éste a seguirla en los casos subsecuentes que sean similares a aquél donde se generó la misma, y de vincular sólo a las partes que participaron en el litigio, pues: Los textos en español de las sentencias antes invocadas, se pueden consultar en Sarmiento, Mieres y Presno, 2007. 6 36 “La jurisprudencia emanada del convenio tiene, además, una influencia general más allá del caso concreto. En efecto, aunque una Sentencia determinada haya sido pronunciada en un supuesto concreto y afecte directamente sólo al Estado en cuestión, la misma Sentencia sirve también como guía para que los demás Estados estudien la compatibilidad de sus propios sistemas jurídicos con el Convenio. En muchas ocasiones esto ha hecho que un Estado que no era parte en un caso concreto, haya modificado sus leyes o su práctica judicial interna.” (Morte, 2004: 49). El TEDH analizó un caso en el que se planteó la compatibilidad del CEDH con la legislación de Irlanda del Norte, en relación con la pena a quien resultara responsable de relaciones sexuales consensuales entre hombres adultos (Caso Dudgeon contra Reino Unido e Irlanda del Norte). El impacto de la jurisprudencia del TEDH derivado de ese caso fue más allá de las partes en el litigio pues “Irlanda del Norte (1982), Ucrania (1991), Estonia (1992), Letonia (1992), Lituania (1993), Rusia (1993), Albania (1995), Moldavia (1995) y Chipre (1998) modificaron sus legislaciones penales tras la condena del TEDH.” (Borrillo, 2011: 7). En las sentencias del Tribunal Constitucional de España (en adelante TCE) también se ha visto el impacto de la jurisprudencia del TEDH. Así el TCE al analizar un caso vinculado con el derecho a la libertad personal, señaló como fundamentos, además de los constitucionales aplicables al caso, la jurisprudencia del TEDH como se lee a continuación: “Ciertamente, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, al interpretar los arts. 5.1 c) y 5.3 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales establece que la detención comprende la privación de libertad hasta el momento <<en que se ha decidido sobre el fundamento de la acusación, aunque sea solamente en primera instancia>>… Lo que sí obliga, por la vía que expresamente indica el art. 10.2 CE es a interpretar los preceptos de la misma relativos a esta institución (arts. 17.1 y 17.4) conforme al tenor de los citados artículos del Convenio y teniendo en cuenta los criterios elaborados por el Tribunal Europeo en su aplicación”. (STC 128/95, Fundamentos Jurídicos 2). 37 En un asunto diverso, en el que el TCE se enfrentó a la tarea de delimitar los derechos a la libertad de información, al honor, y otros más, dicho tribunal español acudió nuevamente a la jurisprudencia del TEDH para fundamentar su sentencia, como se ve de lo siguiente: “Ni siquiera de las circunstancias del caso podría deducirse que la información publicada haya puesto en peligro la imparcialidad y el prestigio de los Tribunales. Por ello seria aquí aplicable la afirmación del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de que <<incluso si se hubiera podido conducir a ciertas personas a formarse una opinión sobre el problema de la negligencia, ésta no hubiera tenido consecuencias adversas para la “autoridad judicial” >> (TEDH, caso The Sunday Times, sentencia 26 de abril de 1979, núm. 63). (STC 171/90, Fundamentos Jurídicos 9). De esa manera, Estados que no formaron parte del litigio del que emana han aplicado la jurisprudencia del TEDH, han seguido líneas argumentativas expuestas por el TEDH en su jurisprudencia, lo que lleva a sostener que existe una vinculación con la misma. En esta parte del trabajo he explicado el proceso de creación de la jurisprudencia, y los elementos que son necesarios para darle a ésta fuerza vinculante, y cómo los Estados que no han participado en el litigio del que emana la jurisprudencia de tribunales internacionales de derechos humanos la han aplicado como guía y sustento de las sentencias de sus tribunales, e incluso para la emisión de leyes, impacto que me parece importante, porque de no observar la jurisprudencia del tribunal internacional respectivo, en un hipotético caso en el futuro en el que fuera demandado ante el tribunal internacional que la emite, le llevaría a una sentencia de responsabilidad dada la interpretación ya realizada por el tribunal internacional en su jurisprudencia; en el capítulo siguiente me ocuparé específicamente de la vinculación de la jurisprudencia de la CorteIDH. 38 CAPÍTULO II. OBLIGATORIEDAD DE LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS. I. ACERCA DE LA OBLIGATORIEDAD DE LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE INTERAMERICANA DERECHOS HUMANOS. La pregunta de acerca de la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH es actual dado el impacto que ha tenido ésta en el los Estados, sumado a que no ha sido de unánime respuesta. Xiomara Lorena Romero Pérez se ha ocupado de analizar las razones dadas desde la perspectiva del Derecho Internacional Público para sostener el carácter vinculante y no vinculante de las resoluciones de la CorteIDH. En cuanto al carácter no vinculante señala que: “en el ámbito internacional, los sujetos del derecho internacional sólo asumen como vinculantes, y en algunas situaciones como obligatorias, las fuentes del Derecho Internacional Público. Por consiguiente, si una norma no está contenida o no se deriva de esas fuentes, ningún sujeto de derecho internacional, en especial los Estados, estaría dispuesto a reconocer un efecto vinculante u obligatorio de esos mandatos jurídicos” (Romero, 2011: 21); y el sustento es “la ausencia de una norma específica en la Convención Americana de Derechos Humanos que regule expresamente los efectos jurídicos de las sentencias de la Corte Interamericana respecto de los Estados americanos…” (Romero, 2011: 27). En cuanto a la costumbre internacional se argumenta que “no se ha consolidado una práctica por parte de los Estados tendientes a reconocer que los juicios y las decisiones de un tribunal internacional son vinculantes, más que en aquellos casos en los que el Estado haya sido parte en un proceso contencioso (Romero, 2011: 30). 39 Por lo que se refiere a la aplicación del principio pacta sunt servanda se estima que las resoluciones de la CorteIDH no tienen carácter vinculante a la generalidad de los Estados americanos, porque sólo se sujetan a los compromisos que adquirieron, y en el caso de la CADH no incluye el reconocimiento de efectos vinculantes de esas resoluciones judiciales (Romero; 2011: 40-41); y si se tiene en cuenta que las sentencias de los tribunales internacionales son doctrina, entonces constituyen una fuente auxiliar del derecho internacional público, y por ello carecen de vinculación para los operadores jurídicos (Romero 2011: 44). Por último, como argumento específico la citada autora sostiene que las sentencias de la CIDH tienen el efecto de cosa juzgada que sólo tienen un efecto inter partes (Romero, 2011: 45). Como argumentos para establecer la vinculación de las resoluciones de la CorteIDH establece que: “las autoridades públicas de los Estados americanos partes en la Convención Americana, deben aceptar el carácter vinculante de las resoluciones judiciales de la Corte Interamericana, puesto que ello contribuiría a garantizar los derechos y las libertades de ese tratado, debido a que en las resoluciones judiciales de ese tribunal internacional, se determina el contenido mínimo de las disposiciones de la Convención Americana, así como su interpretación y aplicación, en especial en lo relacionado con las prerrogativas que allí se consagran” (Romero, 2011: 53). Por lo que se refiere a la costumbre internacional menciona la autora mencionada que algunas autoridades locales de los Estados americanos partes de la CADH, y en especial sus tribunales, reconocen el carácter vinculante de las resoluciones del citado tribunal interamericano, lo que podría considerarse como una costumbre internacional a nivel regional por parte de los operadores o como un proceso inequívoco hacia la consolidación de esa costumbre (Romero, 2011: 61). Asimismo señala que una interpretación amplia del principio pacta sunt servanda lleva a estimar que los operadores jurídicos de los Estados Americanos partes en la CADH, no pueden limitarse a la literalidad de las disposiciones del tratado, sino que deben considerar las pautas fijadas por la CorteIDH como criterios mínimos de interpretación y aplicación de la misma (Romero, 2011: 74). 40 Amplitud que también debe atenderse de las sentencias de la CorteIDH como doctrina pero no como fuente auxiliar, sino secundaria a la que deben acudir necesariamente los operadores jurídicos cuando las fuentes principales del Derecho Internacional Público sean oscuras e imprecisas (Romero, 2011: 82). Como argumento específico señala la interpretación de una norma como lo es un tratado internacional, no sólo tiene un efecto inter partes, sino erga omnes, debido a la repercusión de casos futuros (Romero, 2011: 86). Hitters por su parte sostiene que las resoluciones de la CorteIDH “son atrapantes” no sólo para el caso juzgado, sino para casos similares, pues el incumplimiento de los tratados y de directivas de los órganos de la CADH, puede generar a la postre, la responsabilidad internacional del Estado (Hitters, 2008: 154-155). Héctor Fix Zamudio ha señalado que los criterios de la CorteIDH no son vinculantes para los jueces mexicanos, sino sólo orientadores, a menos que el Estado mexicano haya sido condenado, por que en atención al principio pro persona, los jueces pueden adoptar criterios más avanzados que los organismos internacionales (Fix Zamudio, 2013). Esta afirmación no implica una negación del carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH, porque se podría traducir en que sí es orientadora, pero los jueces domésticos le pueden dar una extensión mayor y más protector al derecho humano interpretado que el que le haya dado la CorteIDH, o dicho de otra manera, los jueces domésticos se encuentran orientados por la citada jurisprudencia, pero al arrojar ésta estándares mínimos, los jueces domésticos les pueden dar un alcance más amplio o más protector que el otorgado por el tribunal interamericano. Aquí encontramos un importante punto de partida para advertir la gran importancia que asume la actividad de los jueces domésticos en cuanto a la construcción de un eficaz sistema de protección de los derechos humanos, pues esa responsabilidad no sólo corresponde la CorteIDH, sino que también a los jueces domésticos; y así ambas instituciones (la CorteIDH y los jueces domésticos) se nutren recíprocamente y se involucran en un diálogo jurisprudencial en beneficio de ese sistema de protección, pues “este movimiento, ha comenzado a impactar las jurisdicciones nacionales, mediante la recepción de una jurisprudencia internacional más progresiva en materia de derechos humanos. A su vez, en no pocos casos, la jurisprudencia más 41 progresiva emanada de las jurisdicciones constitucionales también ha sido recepcionada por los órganos de protección internacional de los derechos humanos” (Ayala, 2001: 605). Pero no obstante que puede darse ese importante diálogo jurisprudencial, no elimina el carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH, sino sólo que sus estándares mínimos (obligatorios) pueden verse interpretados de una manera más amplia a favor de las personas y sus derechos humanos. II. MARCO NORMATIVO DE LA OBLIGATORIEDAD DE LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS. Ya he mencionado con antelación que aunque el contenido de la jurisprudencia de un tribunal no es pétreo, sí pretende el establecimiento “de reglas y pautas mínimamente claras y con vocación de estabilidad para la resolución de controversias futuras” (Ferreres 2009: 78) que vinculan al propio tribunal que las emite, y a los tribunales jerárquicamente inferiores; por lo que si aquél decide abandonar su jurisprudencia, debe dar razones que lo justifiquen. En el sistema interamericano de los derechos humanos, la jurisprudencia de los organismos que lo componen forma parte del sistema de protección de los mismos, si tomamos en cuenta que esa jurisprudencia conforma los estándares mínimos de los derechos humanos; estos estándares mínimos adquieren una fuerza vinculante de una intensidad mayor si la jurisprudencia emana del órgano judicial con el que cuenta el sistema, pues “la vinculación indirecta “erga omnes” hacia todos los Estados Parte de la Convención Americana implica aplicar el estándar interpretativo de efectividad de la norma convencional” (Ferrer, 2013: 275). El desarrollo de la jurisprudencia, en particular de los tribunales internacionales en materia de derechos humanos y de su fuerza vinculante ha sido lento e inacabado por naturaleza, pero ello no ha sido obstáculo para que el desarrollo de dicha institución se encuentre en un plano progresivo, entendido éste como: 42 “fenómeno en virtud del cual el régimen de protección internacional de los derechos humanos tiende a expandir su ámbito de modo continuado e irreversible, tanto en lo que se refiere al número y contenido de los derechos protegidos, como en lo que toca a la eficacia y el vigor de los procedimientos en virtud de los cuales órganos de la comunidad internacional pueden afirmar y salvaguardar su vigencia” (Nikken, 1987: 17-18). Esta expansión continuada e irreversible de la jurisprudencia se ha desarrollado de manera paulatina en diferentes ámbitos que involucran tanto a organismos nacionales como internacionales, entre otros, a las cortes constitucionales de las diversas naciones, como a los tribunales internacionales de derechos humanos. A continuación me ocuparé del marco jurídico que contiene las premisas normativas de la jurisprudencia de la CorteIDH. 1. Asamblea General de la Organización de Estados Americanos. La Asamblea General de la OEA (en adelante la Asamblea) es el órgano supremo que decide la acción y la política generales de la OEA (Carta de la OEA, Art. 54, inciso a), y es uno de los órganos que sirven de conducto para que dicha organización realice sus fines. La CorteIDH es el organismo jurisdiccional de la OEA y somete a la Asamblea en cada período de sesiones un informe sobre su labor en el año anterior(CADH, Art. 65) con base en el cual la Asamblea emite observaciones y recomendaciones, respecto de las cuales ha mostrado una constante preocupación en relación con la actividad de la CorteIDH; observaciones y recomendaciones que van desde las contribuciones que hacen los Gobiernos u organismos a esta última, a la importancia que en el Hemisferio tienen las sentencias pronunciadas por la misma; así tenemos que la Asamblea ha recomendado que debe exhortarse a los Estados miembros de la OEA, que aún no lo han hecho, para que de manera expedita consideren la aceptación de la competencia contenciosa de la CorteIDH; también la Asamblea recordó una regla que en su momento resultó un gran avance, y que se refiere a la eficacia de las sentencias de la CorteIDH, al reiterar que los fallos del citado tribunal interamericano son definitivas e inapelables, y que los Estados partes de la CADH 43 se comprometen a cumplir las decisiones de la referida Corte en los casos en que sean parte; también reafirmó el valor esencial de las labores de la CorteIDH para el perfeccionamiento de la promoción y defensa de los derechos humanos en el Hemisferio, de igual manera resaltó la importancia de la función consultiva de dicho tribunal para el desarrollo de la jurisprudencia interamericana; agregó que deben considerarse los medios para el mejor cumplimiento de las sentencias de la CorteIDH por parte de los Estados Miembros; y por último destacó la contribución e impacto que tiene la jurisprudencia interamericana tanto a nivel regional como nacional, lo que ha propiciado un acercamiento de la CorteIDH con las instituciones nacionales, la sociedad civil y otros actores sociales.7 En esta expansión continuada de la función y eficacia de la jurisprudencia de la CorteIDH ha sido importante la Asamblea, que ha destacado el desarrollo progresivo de la función y eficacia de las sentencias del citado tribunal interamericano, pues la Asamblea ha participado desde exhortar a los Estados que no habían aceptado la competencia contenciosa de la CorteIDH para que consideraran su aceptación, pasando por el pronunciamiento de la obligatoriedad de las sentencias dictadas por el citado tribunal para los Estados que son parte en una controversia, a la contribución e impacto de la jurisprudencia tanto a nivel regional como nacional; lo que interpretado a la luz del artículo 3 de la Carta de la OEA en cuanto a que los Estados miembros deben cumplir de buena fe sus obligaciones, nos muestran que para la Asamblea la jurisprudencia de la CorteIDH es más que una sentencia obligatoria para el caso concreto en el que se dicta la misma, sino que esa contribución e impacto significan, por lo menos, el diálogo jurisprudencial (Ayala, 2013: XIII)8 que tiene su punto de partida en la jurisprudencia del tribunal interamericano, y en esa preocupación se desprende que la misma jurisprudencia representa para la Asamblea un cierto grado de vinculación. Se ha mencionado en relación con la Asamblea General de la ONU que las resoluciones referidas a derechos humanos constituyen una interpretación auténtica de la Observaciones y recomendaciones algunas que se han emitido desde 1995 y reiterado cada año; como por ejemplo ver AG/RES. 1330 (XXV.O/95 aprobada el 9 de junio de 1995) y AG/RES. (XLIII-0/2018 aprobada el 5 de julio de 2013). 8 Entendido éste como “la interacción jurisprudencial entre tribunales de distintas jurisdicciones, con el resultado de un enriquecimiento mutuo en la construcción de soluciones equivalentes acordes a los principios universales del derecho democrático.” 7 44 carta de la ONU, un complemento y una guía autorizada (Manili, 2005:61); por lo que dadas las similitudes que guarda con la Asamblea de la OEA, también podemos decir que las observaciones y recomendaciones de ésta son una interpretación auténtica de la Carta de la OEA, un complemento y una guía autorizada para poder delinear una opinión acerca del carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH. Conforme a lo mencionado en este apartado, encontramos algunas premisas que nos permiten comenzar a delinear el carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH; entre ellas tenemos: la buena fe de los Estados parte para asumir su compromiso de respetar sus obligaciones, y el impacto que han tenido en los Estados las decisiones de la CorteIDH. 2. Convención Americana sobre Derechos Humanos. La CADH regula la organización y funcionamiento de la CorteIDH como órgano judicial autónomo del sistema interamericano de protección de derechos humanos, otorgándole competencia consultiva y competencia contenciosa. La primera de esas competencias tiene como finalidad coadyuvar al cumplimiento de los compromisos internacionales de los Estados de nuestro Continente en materia de protección de derechos humanos, así como al cumplimiento de las funciones de los distintos órganos de la OEA, y no puede desvincularse de los propósitos de la CADH; si la solicitud de una opinión consultiva se apartara de este fin implicaría el debilitamiento de la propia CADH y desnaturalizaría esta competencia de la CorteIDH. (Corte IDH, OC-1/82, párr. 25). Así lo ha dicho la CorteIDH: “la Convención, al permitir a los Estados Miembros y a los órganos de la OEA solicitar opiniones consultivas, crea un sistema paralelo al del artículo 62 y ofrece un método judicial alterno de carácter consultivo, destinado a ayudar a los Estados y órganos a cumplir y a aplicar tratados en materia de derechos humanos, sin someterlos al formalismo y al sistema de sanciones que caracteriza el proceso contencioso”. (Corte IDH, OC-3/83, párr. 43). La opinión consultiva se traduce en la resolución o respuesta que emite la CorteIDH a la correspondiente solicitud, y lo que me importa referir aquí son las consecuencias 45 jurídicas que trae consigo la interpretación que el citado tribunal realiza en la resolución y su respectiva vinculación, que como sucede en otros casos, es obligatoria para el propio tribunal y para los Estados parte de la CADH. Es cierto que la CADH no hace referencia al carácter vinculante de las resoluciones que se emiten en las opiniones consultivas (Malarino, 2011: 437), pero no parece lógico que si un Estado solicitó una opinión consultiva, posteriormente pretenda ignorar la interpretación que al respecto realizó la CorteIDH, pues de hacerlo seguramente comprometería su responsabilidad internacional, o que la misma CorteIDH ignore la vinculación de su precedente. Así por ejemplo, los argumentos contenidos en la respuesta que da la CorteIDH a la consulta que se somete a su jurisdicción, han servido de fundamento al propio tribunal interamericano para emitir posteriores opiniones, como sucedió, por ejemplo, al considerar que: “El cumplimiento de los requisitos examinados no significa necesariamente que el tribunal esté obligado a responder a la consulta. Al decidir si acepta o no una solicitud de opinión consultiva, la Corte debe tener presente consideraciones que trascienden los aspectos meramente formales y que se reflejan en los límites genéricos que el Tribunal ha reconocido al ejercicio de su función consultiva.” (CorteIDH, OC-16/99, párr. 31). En este párrafo la CorteIDH invoca criterios sustentados en la OC-1/82 y OC15/97. O bien al resolver un caso contencioso, como se ve en lo siguiente: “Por otro lado, el derecho a que se proteja la familia y a vivir con ella, reconocido en el artículo 17 de la Convención, conlleva que el Estado está obligado no sólo a disponer y ejecutar directamente medidas de protección de los niños, sino también a favorecer, de la manera más amplia, el desarrollo y la fortaleza del núcleo familiar”. (Corte IDH. Caso Gelman contra Uruguay, párr. 125). En este párrafo la CorteIDH invoca, entre otros, el criterio sostenido en la OC17/02, párr. 66. 46 Y esa misma tendencia se da en las sentencias de la CorteIDH cuando resuelve casos contenciosos, en los que recurrentemente motiva sus sentencias en su jurisprudencia emanada de otros casos contenciosos. Un ejemplo: “En este caso, como en otros, el Tribunal admite el valor probatorio de aquellos documentos presentados oportunamente por las partes que no fueron controvertidos ni objetados, ni cuya autenticidad fue puesta en duda”. (Corte IDH, Caso Radilla Pacheco contra Estados Unidos Mexicanos, párr. 70). En esta argumento la CorteIDH sigue y cita la jurisprudencia sostenida en los casos contenciosos Velásquez Rodríguez contra Honduras, párr. 140; Garibaldi contra Brasil, párr. 62; y Dacosta Cadogan contra Barbados, párr. 34. Por lo que respecta a Estados que no participaron en el procedimiento consultivo, no puede decirse que se encuentran en aptitud de ignorar esos criterios, que aunque no tienen para ellos un expreso efecto vinculante, no deja de ser una pauta al interpretar normas internacionales de derechos humanos; pues de hacerlo, es decir ignorar esos criterios o interpretar normas internacionales de derechos humanos en abierta contradicción con la pauta derivada de las opiniones consultivas, se ubicarían en una situación de riesgo de comprometer en el futuro su responsabilidad internacional. La CorteIDH ha señalado que: “en materia consultiva, la Corte no está llamada a resolver cuestiones de hecho para verificar su existencia, sino a emitir su opinión sobre la interpretación de una norma jurídica. La Corte, en este ámbito, cumple con una función asesora, de tal modo que sus opiniones ´no tienen el mismo efecto vinculante que se reconoce para sus sentencias en materia contenciosa” (Corte IDH. OC-3/83, párr. 32). De esta manera tenemos que si bien no existe disposición expresa acerca del carácter vinculante de la interpretación que hace la CorteIDH en las resoluciones emitidas en las opiniones consultivas, y que la propia CorteIDH ha reconocido que no tienen el mismo efecto vinculante, eso no quiere decir que lo niegue, simplemente ha señalado que no es el mismo (efecto vinculante). De lo contrario se rompería la calidad de generalidad que caracteriza a toda norma jurídica, como lo es el tratado internacional, pues tendría un significado para unos Estados (los que participaron en el proceso consultivo), y otra para los que no participaron en el 47 mismo, lo cual no es jurídicamente aceptable, ya que ello debilitaría el sistema jurídico interamericano de derechos humanos. En cuanto a la competencia contenciosa atribuida a la CorteIDH, la CADH faculta al citado tribunal para resolver los casos que le sean sometidos sobre la interpretación y aplicación de la misma; el grado de vinculación o de obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH puede analizarse desde una doble dimensión. La primera de ellas parte del artículo 68.1 de la CADH cuando establece que los Estados partes de la Convención se comprometen a cumplir la decisión de la Corte en todo caso en que sean partes; especificación en la que, como lo mencioné en párrafos anteriores, la Asamblea de la OEA ha puesto un énfasis especial, y ha sido un ingrediente que ha contribuido a la progresividad en la eficacia de las sentencias que emite la CorteIDH. Esta característica vinculante para los Estados parte de las sentencias de la CorteIDH pronunciadas en los casos contenciosos, atiende a una característica de toda sentencia judicial y deriva de una de sus principales cualidades, esto es, la sentencia es obligatoria para las partes que intervinieron en el conflicto. Una segunda dimensión de esta característica vinculante tiene que ver ya no con su parte resolutiva, sino con la ratio decidendi que sustenta la sentencia que emite la CorteIDH (que puede ser de responsabilidad o no del Estado); y la pregunta que de aquí surge es hasta qué punto esta parte de la sentencia, que constituye una interpretación de una norma internacional de derechos humanos es vinculante ya no sólo para los Estados que formaron parte del proceso contencioso, sino para los Estados que no lo fueron. Esa respuesta obliga a voltear hacia la regulación normativa del sistema interamericano de derechos humanos, en cuanto predica que los Estados partes de la OEA se comprometen a cumplir de buena fe sus obligaciones internacionales derivadas de los compromisos que al efecto contraen, estas normas que son interpretadas por el máximo intérprete jurisdiccional interamericano -CorteIDH-, y como resultado de la interpretación la norma de derechos humanos tiene un significado, ese significado atribuido por el órgano judicial autónomo de la OEA se torna obligatorio para los Estados que no formaron parte del procesos contencioso, pues como se ha sostenido al inicio de este trabajo, este significado forma parte de la norma interpretada, y el Estado de ninguna manera encuentra 48 autorización para incumplir con esas obligaciones derivadas de la norma internacional y de su interpretación. 3. Reglamento de la Corte Interamericana sobre Derechos Humanos. El Reglamento de la CorteIDH tiene por objeto regular la organización y funcionamiento de la misma (Reglamento de la CorteIDH, Art. 1). En el capítulo sexto regula el contenido de las sentencias. Las sentencias que en general pronuncian los tribunales reúnen varios requisitos que las normas jurídicas procesales se encargan de establecer. En el caso de las emitidas por la CorteIDH deben reunir, entre otros: una relación de los actos del procedimiento, la determinación de los hechos, los fundamentos de derecho y la decisión sobre el caso (Reglamento de la CorteIDH, Art. 65.1. c, d, f (y) g). Los primeros dos requisitos son importantes en el tema de la vinculación de la jurisprudencia, porque resultan útiles para entender el contexto en el que se emite la decisión que de origen a dicha jurisprudencia. Los fundamentos de derecho son las razones que justifican la decisión del caso; son razones que se traducen en interpretaciones y argumentaciones que le dan contenido a la ratio decidendi del caso. Esta parte de la sentencia en la que la CorteIDH justifica la decisión del caso es la que puede resultar vinculante para Estados que no participaron en el caso contencioso, si en ella se señala la interpretación que debe darse a normas internacionales de derechos humanos y establece estándares mínimos, ya que se trata de la interpretación hecha por el órganos jurisdiccional que tiene las atribuciones de ser el máximo intérprete de esas normas internacionales de derechos humanos. La parte decisoria de la sentencia no puede vincular a Estados distintos a los que formaron parte de la controversia, ya que en ella se contiene o una declaratoria de no responsabilidad o una condena especifica en contra del Estado que fue hallado responsable, por no cumplir con sus obligaciones derivadas de sus compromisos internacionales en materia de derechos humanos en un contexto determinado y desde luego vincula a un Estado si y sólo formó parte del proceso contencioso. 49 4. Sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. La CorteIDH puede emitir resoluciones o sentencias en medidas cautelares, opiniones consultivas y de fondo en casos contenciosos; como se ha delimitado desde el inicio de este trabajo, sólo me ocuparé de las sentencias de fondo dictadas en los casos contenciosos. 4.1. En casos contenciosos. Las sentencias en el caso contencioso deciden por regla general sobre la responsabilidad; en ella se determina si están o no acreditados los hechos, se proporcionan los fundamentos de derecho que son las razones que justifican la decisión; en ésta se concluye, por regla general, si el Estado acusado ante la Corte es o no responsable de transgredir derechos humanos, y, en su caso, el pronunciamiento de las reparaciones y costas, si procede. Puede suceder que la sentencia de fondo no contenga pronunciamiento de reparaciones y costas, caso en el cual la Corte fijará la oportunidad para su posterior decisión y determinará el procedimiento para ello (Reglamento de la CorteIDH, Art. 66.1). La supervisión de las sentencias de la CorteIDH se realiza mediante la presentación de informes estatales, pero la CorteIDH podrá requerir a otras fuentes que proporcionen información relevante sobre el caso que permitan apreciar el cumplimiento; una vez que el citado tribunal cuente con la información pertinente, determinará en qué estado de cumplimiento de lo resuelto se encuentra el caso, y emitirá las resoluciones que estime pertinentes (Reglamento de la CorteIDH, Art. 69). 4.1.1. Obligatoria para el estado que formó parte de la controversia. La parte decisoria de la sentencia en la que se determina la responsabilidad del Estado, la sentencia de reparaciones y la de supervisión se encuentran dirigidas a un destinatario en específico, y por tanto, es la parte que, en su caso, sólo resulta obligatoria para el Estado que formó parte de la controversia. 50 Ello es así porque en esas porciones de la sentencia se concluye acerca de si un Estado en específico incumplió o no con sus obligaciones internacionales en materia de derechos humanos, y su acatamiento por ese destinatario específico se encuentra necesariamente vinculado por las mismas, sin que se puedan alegar razones políticas o jurídicas de carácter interno para soslayar su cumplimiento; éste es una característica inherente a la naturaleza de la sentencia judicial. La CorteIDH al interpretar el artículo 63.1 ha señalado que “ninguna parte de este artículo hace mención ni condiciona las disposiciones de la Corte a la eficacia de los instrumentos de reparación existentes en el Derecho interno del Estado parte responsable de la infracción, de manera que aquélla no se establece en función de los defectos, imperfecciones o insuficiencias del Derecho nacional, sino con independencia del mismo” (Corte IDH. Caso Velásquez Rodríguez contra Honduras, párr. 30). De esa manera tenemos que sólo el Estado parte responsable de la infracción se encuentra vinculado por estas partes de la sentencia. 4.1.2 Obligatoria para los estados que no formaron parte de la controversia pero que han aceptado la competencia contenciosa de la corte. La parte que justifica la decisión se convierte en el segmento de la sentencia que proporciona mayores elementos para sostener el carácter vinculante de la jurisprudencia, pues es donde se atribuyen significados a la norma de derechos humanos y genera estándares mínimos en la materia, que deben ser observados en casos domésticos por los Estados que no formaron parte del caso contencioso, so riesgo de ver comprometida en el futuro su responsabilidad internacional. Admitir lo contrario sería admitir que la norma internacional de derechos humanos tendría un significado determinado y estándares mínimos para el Estado parte en el caso contencioso, y esa misma norma con significado y estándares mínimos diferentes para los Estados que no fueron parte en ese caso contencioso, lo que trae consigo una transgresión al principio de la generalidad de las normas jurídicas, al permitir se establecieran significados 51 y estándares mínimos diferentes para los Estados, lo que no pudiera transgredir la coherencia del sistema. La sentencia en principio vincula necesariamente al Estado que formó parte de la controversia, ya que en ella se determina la forma y términos en que debe reparar la violación cometida, aspecto que si bien en principio sólo incumbe al Estado que fue parte en el caso contencioso y fue declarado responsable de una violación de las obligaciones de carácter internacional en materia de derechos humanos, bien puede generar estándares mínimos que debe observar la CorteIDH en casos posteriores, y los Estados que no formaron parte del caso contencioso; ya que los jueces nacionales son los que ejercen el control de convencionalidad a nivel doméstico, y cuando ejercen dicho control, y determinan que hubo violaciones de derechos humanos, deberán resolver acerca de la reparación del daño que haya producido el acto sometido a cualquiera de esos controles, y en esa empresa si existe jurisprudencia de la CorteIDH que proporciona estándares mínimos en materia de reparaciones, se convierten estándares mínimos vinculantes para los Estados que no formaron parte del caso contencioso. 5. El valor de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos para los tribunales nacionales latinoamericanos. El valor vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH ha sido asimilado en forma distinta por los tribunales domésticos, la conducta asumida por los diversos Estados depende en gran medida del bajo o alto nivel democrático que han alcanzado los mismos, que se traduce en una condición importante para el desarrollo progresivo en el cumplimiento de las obligaciones de los Estados de prevenir, investigar, sancionar y reparar las violaciones a derechos humanos. Veamos a continuación algunas experiencias en cuanto obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH. 52 5.1. Estados que no aceptan el carácter vinculante de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. 5.1.1. Venezuela. Los derechos humanos se han convertido en el pilar más importante que da sustento a un sistema jurídico, político, económico y social que emana de un Estado democrático; las obligaciones internacionales en materia de derechos humanos, y la interpretación que de las mismas haga la CorteIDH contribuyen a establecer los estándares mínimos que todo Estado debe observar en favor de las personas. Sin embargo la afirmación anterior no ha dejado de tener sus contradictores, y ello ha dado lugar a cuestionar la validez de dicha afirmación. El caso venezolano resulta interesante en cuanto a la búsqueda de una teoría que sustente la vinculación de las sentencias de la CorteIDH, pues en principio ha privilegiado el derecho interno (concretamente el constitucional) frente al Derecho Internacional de los Derechos Humanos, y como consecuencia frente a la jurisprudencia de la CorteIDH. La Constitución venezolana en su artículo 23 señala que los tratados, pactos y convenciones relativos a derechos humanos suscritos y ratificados por Venezuela, tienen jerarquía constitucional y prevalecen en el orden interno, en la medida que contengan normas más favorables a las establecidas en la propia Constitución. No obstante la inclusión del principio pro persona en el numeral mencionado, ha señalado el Tribunal Supremo de Justicia que en caso de antinomia o colisión entre un tratado internacional de derechos humanos y la Constitución, deberá primar ésta, en cuanto que aquellos tienen sentido en la medida que la Constitución los acoja (Sentencia 1505Exp. 00-00743). En idéntico sentido se ha pronunciado la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia de la República Bolivariana de Venezuela (Sentencia 1942-Exp. 01-0415). Al respecto, en ésta última se argumentó que en materia de derechos humanos los Tratados, Pactos y Convenios relativos a derechos humanos suscritos y ratificados por Venezuela que resulten más favorables a las establecidas en la Carta Magna o en las leyes nacionales, adquieren rango constitucional, arrogándose la facultad de interpretar en qué 53 casos resulta más favorable esas normas; pero que si un organismo internacional (no se refiere en particular a la CorteIDH) aceptado legalmente por la República amparara violando derechos humanos de personas dentro del país, tal decisión tendría que ser rechazada aunque emane de organismos internacionales protectores de derechos humanos, ya que no hay nada (a menos que la Constitución lo autorice) por encima del Tribunal Supremo, y aún en este supuesto, la decisión que se contradiga con las normas constitucionales venezolanas, carece de aplicación en el país. Además señaló en la sentencia referida, que la ejecución de los fallos de los tribunales supranacionales no pueden menoscabar la soberanía del país, ni los derechos fundamentales de la república, por lo que esos fallos tendrán que adaptarse a la Constitución venezolana; que el respeto al derecho y jurisdicción internas son valores constantes para que proceda la decisión de los órganos jurisdiccionales, supranacionales, transnacionales o internacionales. Como se advierte de las sentencias comentadas, la Sala Constitucional venezolana considera que el derecho interno prima sobre el derecho internacional de derechos humanos, e incluso que las sentencias que no respeten los parámetros constitucionales no son ejecutables. Así procedió el Estado venezolano en relación con la sentencia de la CorteIDH dictada el 1 de septiembre de 2011, en la que declaró que el Estado venezolano violó diversos derechos previstos por la CADH en favor de uno de sus nacionales. En contra de esa sentencia que condenó al Estado venezolano, el Procurador General de la República y otros funcionarios promovieron una acción innominada de control constitucional, con los argumentos basados en el principio de supremacía constitucional y efectividad de las normas y principios constitucionales. La Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia de la República Bolivariana de Venezuela dictó sentencia en el expediente 11-1130 en la que precisa que se trata de un control innominado de constitucionalidad, por existir una aparente antinomia entre la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y la CADH, la Convención Americana contra la Corrupción y la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, producto de la pretendida inejecución de la sentencia de la CorteIDH ya mencionada.; y aunque reconoce la Sala Constitucional que no existe una disposición 54 expresa que contemple la modalidad del control concentrado de constitucionalidad, consideró pertinente invocar la sentencia 1077/2000, la cual sí prevé esta razón de procedencia de la interpretación constitucional, a los efectos de determinar el alcance e inteligencia de la ejecución de una decisión dictada por un organismo internacional con base en un tratado de jerarquía constitucional, ante la presunta antinomia entre la CADH y la Constitución Nacional. Para justificar esa decisión, la Sala Constitucional estableció que la Constitución Nacional no otorga a los tratados internacionales sobre derechos humanos rango “supraconstitucional”; que los estándares para dirimir un conflicto entre los principios y las normas, deben ser compatibles con el proyecto político de la Constitución Nacional, y no deben preferirse interpretaciones ideológicas que privilegien los derechos individuales a ultranza, o que acojan la primacía del orden jurídico internacional sobre el derecho nacional en detrimento de la soberanía del Estado, por lo que no puede ponerse un sistema de principios supuestamente absoluto y supra histórico por encima de la Constitución, y que no son aceptables las teorías que implican una limitación a la soberanía y a la autodeterminación nacional, so pretexto de valideces universales. Y concluyó la Sala Constitucional que es inejecutable el fallo de la CorteIDH de fecha 1 de septiembre de 2011, aunque con esa declaratoria, sigue diciendo la Sala Constitucional en su sentencia, no se trata de interpretar el contenido y alcance de la sentencia de la CorteIDH, ni de desconocer la CADH, sino de aplicar un estándar mínimo de adecuación del fallo al orden constitucional interno, en ejercicio de un control de convencionalidad (que la Sala Constitucional asume está haciendo) respecto de normas consagradas en otros tratados internacionales válidamente ratificados por Venezuela que no fueron analizados por la sentencia de la CorteIDH del 1 de septiembre de 2011. Como vemos en esta sentencia de la Sala Constitucional, el Estado venezolano sostuvo que de conformidad con lo dispuesto por el artículo 68.1 se encuentra comprometida a cumplir una decisión dictada en un caso en el que fue parte, pero revisa (aunque dice que no lo hace) la sentencia de la CorteIDH y la declara inejecutable por contradecir principios de su Constitución Nacional y otros tratados internacionales. Esta ha sido la tendencia adoptada por la Sala Constitucional, (Sentencia 1939- Exp. 08-1572) que tiende a darle primacía al derecho interno frente al internacional, y como 55 consecuencia, no reconoce la vinculación de la jurisprudencia de la CorteIDH, haya sido parte o no el Estado venezolano en un caso contencioso. 6. Estados que aceptan el carácter vinculante de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. 6.1. Argentina. “El orden jurídico vigente en la República se integra con normas jurídicas que poseen distinta jerarquía y distintos ámbitos de validez…En este contexto, los tratados, incluidos los relativos a los derechos humanos, siempre han gozado del carácter de ´ley suprema de la Nación´” (Pinto 2007: 121). La Constitución de la Nación Argentina, en su artículo 75 (punto 22) 9 establece las diversas Declaraciones, Convenciones y Pactos de derechos humanos que tienen jerarquía constitucional, y las que requieren del cumplimiento de requisitos formales para tener esa jerarquía. Para Argentina “el Derecho Internacional de los Derechos Humanos supone que la última instancia de que dispone el Estado, no el gobierno, para evitar su responsabilidad internacional en la materia es el Poder Judicial” (Pinto 2007: 123). “Artículo 75 – Corresponde al Congreso: … 22. … La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre; la Declaración Universal de Derechos Humanos; la Convención Americana sobre Derechos Humanos: el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y su Protocolo Facultativo; la Convención Sobre la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio; la Convención Internacional Sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial; la Convención Internacional Sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer; la Convención Contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos y degradantes; la Convención Sobre los Derechos del Niño; en las condiciones de su vigencia, tienen jerarquía constitucional, no derogan artículo alguna de la primera parte de esta Constitución y deben entenderse complementarios de los derechos y garantías por ella reconocidos. Sólo podrán ser denunciados en su caso, por el Poder Ejecutivo Nacional, previa aprobación de las dos terceras partes de la totalidad de los miembros de Cada Cámara. Los demás tratados y convenciones sobre derechos humanos, luego de ser aprobados por el Congreso, requerirán el voto de las dos terceras partes de la totalidad de los miembros de cada Cámara para gozar de la jerarquía constitucional”. 9 56 A partir de esa jerarquía de las normas de derechos humanos mencionadas en el artículo 75 constitucional, y el papel del poder judicial como último reducto para evitar la responsabilidad internacional, el Estado argentino ha interpretado de manera progresiva el tema de la vinculación de la jurisprudencia de la CorteIDH como medida para evitar la responsabilidad del mismo ante la comunidad internacional. Veamos algunos casos resueltos por la Corte Suprema Argentina (CSA) de los que se puede vislumbrar esta evolución progresiva. Un caso emblemático resuelto por la CSA es el Caso Ekmekdjian (7 de julio de 1992) en el que se resuelve acerca del derecho de réplica. 10 En esa ocasión la CSA consideró que la CADH contempla el derecho de respuesta o rectificación, que al ser ratificada por ese país resulta directamente operativa en el derecho interno; que el derecho internacional tiene primacía sobre el derecho interno, así reconocido por este último, y que la interpretación de la CADH (que haga la CSA) debe guiarse por la jurisprudencia de la CorteIDH. Posteriormente (A. 533. XXXVIII. Causa No. 259 C) la CSA estableció que “la traslación de las conclusiones de la Corte Interamericana en “Barrios Altos” al caso argentino resulta imperativa, si es que las decisiones del Tribunal internacional mencionado han de ser interpretadas de buena fe como pautas jurisprudenciales”. Así mismo, la CSA (S.1767. XXXVIII. Causa No. 17.768) sostuvo que tal como ha sido reconocido por esa Corte en diferentes oportunidades, la jurisprudencia de la CorteIDH, así como las directivas de la Comisión Interamericana, constituyen una imprescindible pauta de interpretación de los deberes y obligaciones derivados de la CADH. Posteriormente la propia CSA (M. 2334.XLII) sostuvo que la interpretación de la CADH debe guiarse por la jurisprudencia de la CorteIDH. Esa pauta o guía a que se refiere la Corte Argentina, dada la forma en que han quedado plasmadas en sus sentencias las sentencias pronunciadas por la CorteIDH, al parecer han considerado de alta intensidad el grado de vinculación de la mencionada jurisprudencia del tribunal interamericano, básicamente por que ello se traduce en una Se trata de una sentencia dictada antes de la reforma constitucional (concretamente del artículo 75 en la parte antes transcrita) de 1994, que otorga jerarquía constitucional a diversos tratados internacionales de derechos humanos. 10 57 medida para evitar la responsabilidad del Estado argentino ante la comunidad internacional, y porque las decisiones de un tribunal internacional han de interpretarse de buena fe como pautas jurisprudenciales. 6.2 Colombia. La Corte Constitucional Colombiana (CCC) también ha empleado una metodología interesante para aplicar con la jurisprudencia de la CorteIDH. En diversas sentencias de la citada CCC, se aplican los tratados internacionales de derechos humanos como una norma más que establece estándares mínimos en materia de derechos humanos, sin cuestionar -en principio- el nivel en el que se encuentran con referencia a la Constitución Colombiana. Así la CCC (S.T-568/99) estableció que los Estados que ratifican los instrumentos internacionales de derechos humanos, deben asegurarse que la organización o la legislación locales prevean mecanismos efectivos de protección de los derechos consagrados en los instrumentos internacionales; que los Estados deben abstenerse de legislar internamente en contra de los tratados ratificados en la materia, y apoya esta última afirmación en una resolución de la CorteIDH, en la que si bien no señala el grado de vinculación de la misma , la utiliza como línea argumentativa de su sentencia. En una diversa sentencia (S.T-1319/01) la propia CCC al analizar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás, o la protección de la seguridad nacional, el orden público o la moral públicas, atiende a la interpretación hecha por la CorteIDH en una opinión consultiva (OC- 5/85). Así mismo estableció que la Constitución dispone que la incorporación de los tratados de derechos humanos ratificados por Colombia; que esa CCC ha señalado que la jurisprudencia de las instancias internacionales de derechos humanos constituye una pauta relevante para interpretar el alcance de esos tratados y de los propios derechos constitucionales; para ello hizo referencia a una diversa sentencia de la propia CCC (C-010/00) en la que se sostuvo que la CorteIDH es el órgano judicial autorizado para interpretar autorizadamente la CADH, y concluye con una afirmación relevante para el tema que nos ocupa, al señalar que: 58 “ha de entenderse que, para efectos del presente caso, el bloque de constitucionalidad relativo a la libertad de expresión ha de estar integrado por las normas internacionales, en particular el Pacto de San José y la Convención Internacional de Derechos Civiles y Políticos, junto con las interpretaciones que de tales textos han presentado la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Corte Interamericana de Derechos Humanos y Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas”. Esta última calidad que la CCC atribuye a la CorteIDH (intérprete autorizada o auténtica de la CADH) también se destaca, entre otras, en las Sentencia C-370/06, C936/10 y C-442/11. En esta última sentencia la CCC reconoce que en distintas sentencias ha señalado el carácter vinculante de su jurisprudencia como interpretación auténtica de la CADH, 11 pero agrega que aunque el Caso Kimel contra Argentina que utilizan como fundamento los demandantes: “aunque constituye un precedente significativo en torno al alcance de la libertad de expresión y del principio de legalidad en la tipificación de los delitos de injuria y calumnia, esta decisión no puede ser trasplantada automáticamente al caso colombiano en ejercicio de un control de convencionalidad que no tenga en cuenta las particularidades del ordenamiento jurídico, especialmente la jurisprudencia constitucional y de la Corte Suprema de Justicia que han precisado notablemente el alcance de los elementos normativos de estos tipos penales…”. En el caso la CCC no niega el carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH, pues previamente reconoce esa calidad de dichas jurisprudencia, pero agrega un elemento importante en la aplicación de la jurisprudencia, consistente en el deber de tomar en cuenta las particularidades del ordenamiento jurídico interno. Como se ve de las referidas sentencias, se advierte un avance progresivo en la doctrina constitucional acerca del carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH al colocarla como columna integrante del bloque de constitucionalidad. 11 Página 57 (nota al pie número 54). 59 6.3. Costa Rica. La Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de Costa Rica también ha aportado elementos interesantes para analizar el carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH. Así tenemos que la Sala Constitucional argumentó: “No puede ocultarse que la propia Corte Interamericana de Derechos Humanos, en ocasiones parece distinguir entre los efectos de una opinión consultiva y una sentencia propiamente tal… En otras palabras pareciera que la Corte no ha querido otorgar a sus Opiniones la misma fuerza de una sentencia (producto de un caso contencioso)… y sin necesidad de llegar a conclusiones generales, más allá de lo que esta Sala tiene ahora para resolver, debe advertirse que si la Corte Interamericana de Derechos Humanos es el órgano natural para interpretar la Convención Americana de Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica), la fuerza de su decisión al interpretar la convención y enjuiciar leyes nacionales a la luz de esta normativa, ya sea en caso contencioso o en una mera consulta, tendrá -de principio- el mismo valor de la norma interpretada”. (Sentencia 2313-95). La sentencia antes referida hace alusión a una Opinión Consultiva generada por la propia Costa Rica, pero lo interesante la sentencia de la Sala Constitucional es que reconoce que la interpretación de la Convención tiene el mismo valor de la norma interpretada, lo que equivale a decir que la interpretación (jurisprudencia) es vinculante para el Estado de Costa Rica, y se debe entender que haya o no sido parte en el caso contencioso, ya que tiene el mismo valor que la norma interpretada. 6.4. Perú. El artículo 57, segundo párrafo, de la Constitución Política del Perú establece que cuando el tratado afecte disposiciones constitucionales debe ser aprobado por el mismo procedimiento que rige la reforma de la Constitución, antes de ser ratificado por el Presidente de la república; y la cuarta disposición transitoria dispone que las normas relativas a los derechos y a las libertades que la Constitución reconoce, se interpretan de 60 conformidad con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y con los tratados de derechos humanos ratificados por el Perú. El Tribunal Constitucional de Perú con base en esa cláusula interpretativa conforme al corpus iuris internacional de los derechos humanos, se ha ocupado del tema que aquí se analiza. Así el citado Tribunal Constitucional (S.Exp.0217-2002-HC-TC) estableció que la Constitución debe interpretarse de conformidad con los tratados internacionales en materia de derechos humanos de conformidad con los tratados internacionales en materia de derechos humanos suscritos por el Estado Peruano. En el fundamento número 2 señaló: “Tal interpretación, conforme con los tratados sobre derechos humanos, contiene, implícitamente, una adhesión a la interpretación que, de los mismos, hayan realizado los órganos supranacionales de protección de los atributos inherentes al ser humano y, en particular, el realizado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, guardián último de los derechos en la Región”. La cláusula hermenéutica conforme a los tratados prevista en la Constitución Peruana y con la interpretación que haya realizado, entre otros, la CorteIDH, se traduce en la aceptación de la obligatoriedad de la jurisprudencia del citado tribunal interamericano, independientemente de que el Perú haya o no formado parte del caso contencioso. 61 CAPÍTULO III. MÉXICO Y LA OBLIGATORIEDAD DE LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS. I. MARCO NORMATIVO INTERNO. En principio cabe señalar que el tránsito de un paradigma a otro en el contexto jurídico mexicano, implica determinar si el bloque de constitucionalidad (no como vocablo sino como concepto, independientemente del nombre que se le atribuya) se encuentra aceptado en nuestro País. Lo que resulta relevante para establecer el grado de intensidad - si es que lo hay en nuestro sistema jurídico- de la jurisprudencia de la CorteIDH como parámetro de control de los actos del Estado, y si ello es necesario para cumplimentar de manera eficaz las obligaciones del Estado de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos, y construir de manera sólida un sistema jurídico acorde con el Estado constitucional y democrático en que pretende erigirse nuestro país y “para desarrollar las condiciones estructurales necesarias para la realización, mantenimiento y avance de los derechos humanos” (Vázquez y Serrano 2012: 135). Dentro de este contexto, en el nuevo paradigma constitucional o, puesto de otra manera, el nuevo paradigma de los derechos humanos en el Estado mexicano, resulta importante determinar la existencia del bloque de constitucionalidad, y si dentro del contenido de éste queda incluida la jurisprudencia de la CorteIDH derivada de casos contenciosos (sin referirme en este trabajo a otro tipo de sentencias) aun cuando no haya sido parte en esos conflictos. Pasaré ahora a examinar las normas jurídicas de carácter doméstico de nuestros País que justifican la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH. Para ello comenzaré con la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (en adelante CPEUM o Constitución) como norma jurídica que establece, entre otras 62 instituciones, el catálogo de derechos humanos que dan cobertura a todas las personas que habitamos en México, los principios hermenéuticos por medio de los cuales se deberán interpretar los mismos, el procedimiento que debe seguirse para la celebración de los tratados internacionales, entre ellos, los de derechos humanos y la jurisprudencia de la SCJN. 1. Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. La CPEUM en su artículo 1º incorpora los derechos humanos reconocidos en los tratados internacionales de los que México sea parte; el 133 establece que la misma Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y los Tratados que estén de acuerdo con la misma, celebrados y que se celebren por el Presidente de la República, con aprobación del Senado, serán la Ley Suprema de la Unión. Así, la Constitución exige dos requisitos de validez de los tratados internacionales: uno de fondo o sustancial (que estén de acuerdo con la Constitución), y uno de forma o procedimental (que el tratado sea celebrado por el Presidente de la República, con aprobación del Senado). El requisito de fondo previsto por el propio artículo 133 constitucional debe interpretarse sistemáticamente con el artículo 1º de la misma, que establece que todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en la Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado mexicano sea parte; además, el principio pro persona como criterio hermenéutico que incorpora el mencionado artículo, obliga al operador jurídico preferir la protección más amplia, así al interpretar un derecho humano debe preferir la norma de derechos humanos que de una mayor protección a la persona, pues a través de dicho principio, junto con el de la interpretación conforme, el constituyente estableció que el operador jurídico debe decantarse por preferir la norma más protectora, se encuentre ya en la Constitución, ya en la norma internacional. El requisito de forma atiende a que los tratados internacionales celebrados por el Presidente de la República aprobados por el Senado. No me referiré a todos ellos, sino sólo a la CADH que es la norma internacional que regula el funcionamiento y competencia de la CorteIDH. 63 La CADH fue suscrita en San José de Costa Rica el 22 de noviembre de 1969 en la Conferencia Especializada Interamericana sobre Derechos Humanos; México la ratificó el 2 de marzo de 1981. Asimismo es importante recordar que la competencia contenciosa de la CorteIDH requiere aceptación expresa, y México la aceptó el 16 de febrero de 1998. De esa manera tenemos que México ha signado, entre otros tratados, la CADH, y ha aceptado la competencia contenciosa de la CorteIDH. Por otra parte, el artículo 133 constitucional ha sido la fuente para justificar la jerarquía normativa entre los ordenamientos normativos que rigen la vida social, política, económica y cultural de nuestro País. En este aspecto, se ha colocado a la Constitución en la cima de la pirámide normativa, y por debajo de ella todas las demás; la ubicación de los tratados internacionales en general ha sido materia de constante debate inclusive en la actualidad. La SCJN tiene su historia en ese debate. En un primer momento estimó que las leyes federales y los tratados internacionales tenían la misma jerarquía normativa, ambas desde luego ubicadas por debajo de la Constitución (Tesis P.C/92); posteriormente, reubicó los tratados internacionales para colocarlos por encima de las leyes federales y por debajo de la Constitución (P.LXXVII/99). Cabe señalar que al emitir dichos criterios la SCJN no hizo ninguna distinción respecto de los Tratados Internacionales en general y los que contienen normas de derechos humanos. La reforma al artículo 1º constitucional viene a minimizar ese debate en cuanto a la jerarquía de los derechos humanos que contienen los tratados internacionales, al introducir cláusulas hermenéuticas como el principio pro persona y el de interpretación conforme, éste último que obliga a todas las autoridades del país a interpretar los derechos humanos de conformidad con la propia Constitución y con los tratados internacionales de la materia; es decir, sin sugerir siquiera una probable jerarquía entre éstos últimos cuerpos normativos, propone un sistema que los integra en torno a los derechos humanos, pues ahora el citado artículo 1º Constitucional “ha permitido el reconocimiento de los tratados internacionales como normas de constitucionalidad” ( Caballero, 2013: 2 y 3). La premisa de la que se parte en este trabajo es que los derechos humanos son el núcleo en torno al cual gira el de bloque de constitucionalidad, y “el artículo 1º deja en claro que el género único son los derechos humanos, los cuales se encuentran, por una 64 parte, en el texto constitucional y, por la otra, en tratados internacionales de los que el Estado mexicano sea parte” (Carmona, 2011: 44). De esta manera, los tratados internacionales (además de la Constitución) son uno de los referentes que contienen derechos humanos, pero para tener el cuadro completo debo referirme a los organismos que se encargan de interpretar éstos -concretamente me referiré al producto de esa interpretación que hace la CorteIDH- que emiten jurisprudencia en la que dan contenido a los derechos humanos previstos en los tratados, y se traducen en estándares mínimos de derechos humanos que deben aplicar los jueces domésticos; de allí tenemos que los derechos humanos se interpretan de conformidad con la Constitución y los tratados internacionales de derechos humanos, que una vez que son interpretados, se genera la jurisprudencia que tiene efectos expansivos (Caballero, 2013: 25) en todas las autoridades domésticas del país. Al respecto se ha dicho que: “la narrativa constitucional mexicana se armoniza por fin con el esquema completo de vinculación con los tratados internacionales sobre derechos humanos en la mayoría de los Estados constitucionales, y que se encuentra definido por la siguiente ruta: la ratificación de los instrumentos; en su caso, la aceptación expresa de la competencia contenciosa de los tribunales a cargo de su aplicación e interpretación; la incorporación de los tratados al orden interno, a efecto de que puedan ser aplicados por los operadores jurídicos, y que contribuye a la adopción de disposiciones de derecho interno, como lo establece la Convención Americana sobre Derechos Humanos…; y en definitiva, un reconocimiento de la incidencia constitucional de estos tratados en razón de su contenido normativo, lo que se precisa, entre otros diseños, mediante una cláusula de interpretación conforme. Este criterio conlleva necesariamente al ejercicio hermenéutico, no sólo con respecto a las normas sobre derechos humanos consignadas en los tratados, sino con la jurisprudencia que se emite respecto de la interpretación de las mismas” (Caballero, 2011: 113). La jurisprudencia que emite la CorteIDH no aparece referida expresamente en el artículo 1º Constitucional, ni en ningún otro pero, parafraseando a José Luis Caballero, debe realizarse un ejercicio hermenéutico para llegar a esa conclusión, pues es incompleto el bloque si sólo atendiéramos a lo que dice la Constitución y los derechos humanos 65 previstos en los tratados internacionales, sin atender a la jurisprudencia de los órganos jurisdiccionales que son los intérpretes de los textos normativos contenidos en las mismas. De ahí que el artículo primero al ubicar a los derechos humanos en el centro del cuadro, se convierte en una premisa normativa fundamental que nos llevará a encontrar la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH, si aceptamos la premisa de que ésta al realizar interpretación al texto normativo establece estándares mínimos en materia de derechos humanos. 2. Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el Caso Radilla Pacheco contra México. La reforma constitucional de junio de 2011 aparece en un contexto en el que nuestro País se ve envuelto en una situación en la que imperan la inseguridad pública, el desempleo, un alto nivel de corrupción, el eminente retorno al poder del partido que ha gobernado durante décadas, la denuncia de graves violaciones a derechos humanos, como la tortura, las detenciones arbitrarias, el tortuoso camino para acceder a una justicia total y efectiva, entre otras; todo ello dentro de un marco jurídico en que México ya había aceptado la competencia contenciosa de la CorteIDH, y que ésta ya había dictado varias sentencias contra México, en las que lo había encontrado responsable de incurrir en violaciones de derechos humanos.12 De manera que dicha reforma constitucional debe leerse en conjunto con estos eventos, y en particular con las sentencias de la CorteIDH dictadas contra México. No me referiré aquí a todas ellas, que por sí contienen elementos que resultan de gran importancia para entender la evolución que en nuestro País ha tenido la jurisprudencia del citado tribunal internacional, sino sólo a la pronunciada en el Caso Radilla Pacheco por resultar paradigmática en el tema de la vinculación de la jurisprudencia de la CorteIDH a los A la fecha en que entró en vigor la reforma constitucional de 2011, la CoIDH había emitido seis sentencias contra el Estado mexicano: 1. Caso Castañeda Gutman (6 de agosto de 2008); 2. Caso González y Otras (“Campo Algodonero”) (16 de noviembre de 2009); 3. Caso Radilla Pacheco (23 de noviembre de 2009); 4. Caso Fernández Ortega y Otros (30 de agosto de 2010); 5. Caso Rosendo Cantú y Otra (31 de agosto de 2010); 6. Caso Cabrera García y Montiel Flores (26 de noviembre de 2010). 12 66 órganos de nuestro País, dado que fue la primera sentencia de la CorteIDH que se sometió al análisis por parte del Pleno de la SCJN, máxima autoridad judicial en nuestro País que tiene la facultad legal de, a su vez, emitir jurisprudencia en el ámbito doméstico que es obligatoria para todos los jueces nacionales; además, en el debate y sentencia que se emitió al respecto la SCJN arribó a un primer acercamiento en relación con el grado de vinculación que tienen la jurisprudencia de la CorteIDH. En relación con el asunto mencionado, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (la Comisión) sometió a la CorteIDH una demanda contra México por la presunta desaparición forzada del señor Rosendo Radilla Pacheco, que tuvo lugar el 25 de agosto de 1974 a manos de efectivos del Ejército en el Estado de Guerrero, México, por lo que solicitó (la Comisión) a la CorteIDH declarar la responsabilidad internacional del Estado mexicano por violación a diversos derechos consagrados en la CADH, entre otras Convenciones Internacionales. Entre las consideraciones jurídicas contenidas en la citada sentencia dictada por la CorteIDH en el caso Radilla Pacheco en relación con el tema que nos ocupa en este trabajo, el párrafo 339 señala lo siguiente: “En relación con las prácticas judiciales, este Tribunal ha establecido en su jurisprudencia que es consciente de que los jueces y tribunales internos están sujetos al imperio de la ley y, por ello, están obligados a aplicar las disposiciones vigentes en el ordenamiento jurídico. Pero cuando un Estado ha ratificado un tratado internacional como la Convención Americana, sus jueces, como parte del aparato del Estado, también están sometidos a ella, lo que les obliga a velar porque los efectos de las disposiciones de la Convención no se vean mermados por la aplicación de leyes contrarias a su objeto y fin, que desde un inicio carecen de efectos jurídicos. En otras palabras, el Poder Judicial debe ejercer un “control de convencionalidad” ex officio entre las normas internas y la Convención Americana, evidentemente en el marco de sus respectivas competencias y de las regulaciones procesales correspondientes. En esta tarea, el Poder Judicial debe tener en cuenta no solamente el tratado, sino también la 67 interpretación que del mismo ha hecho la Corte Interamericana, intérprete última de la Convención Americana.” (El resaltado es nuestro). Además en el párrafo 340 señaló: “De tal manera, es necesario que las interpretaciones constitucionales y legislativos referidas a los criterios de competencia material y personal de la jurisdicción militar en México se adecuen a los principios establecidos en la jurisprudencia de este tribunal, los cuales han sido reiterados en el presente caso.” (El resaltado es nuestro). De los párrafos extraídos de la sentencia comentada podemos establecer que la CorteIDH ha considerado: o Que no desconoce que los jueces nacionales deben observar el principio de legalidad (están sujetos al imperio de la ley), pero dentro de este principio de legalidad deben ubicarse los tratados internacionales ratificados por los Estados. Esto quiere decir que no se abandona el principio de legalidad, sólo que su contenido es más extenso. o Que dentro de esta extensión quedan comprendidos no sólo los tratados internacionales, sino también la interpretación que del mismo ha hecho la CorteIDH. o Que las interpretaciones constitucionales y legislativas (referidas en el caso a criterios de competencia material y personal de la jurisdicción en México) que hagan los jueces nacionales, se adecuen a la jurisprudencia de la CorteIDH. En estos dos últimos párrafos, la CorteIDH se decanta por dos criterios que son importantes para el tema que nos ocupa: por un lado que los jueces deben tener en cuenta no solamente el tratado sino la interpretación que la citada Corte hace del mismo; y desde este párrafo ya puede advertirse que la CorteIDH pretende sugerir (aunque no lo refiere expresamente) que su jurisprudencia es obligatoria para los jueces nacionales; por otro lado, la CorteIDH sostiene que las interpretaciones constitucionales y legislativas que hagan los jueces nacionales se deben adecuar a la jurisprudencia de la CorteIDH. Lo que equivale a decir que se introduce una interpretación conforme a esta última; lo anterior, y 68 aunque la CorteIDH no lo señala, debe así entenderse si y sólo si ésta resultan más favorables en la protección del derecho humano en cuestión. Esta sentencia dictada en el caso Radilla Pacheco constituye un importante fundamento para entender la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH, pues ésta ha sostenido que los jueces nacionales deben tener en cuenta no sólo el tratado sino también la jurisprudencia de la CorteIDH. 3. Expediente Varios 912/2010. Las sentencias dictadas por la CorteIDH contra México han evidenciado por un lado, que el Estado ha incumplido sus obligaciones contraídas en materia de derechos humanos, y por otra, que la garantía y protección de los derechos humanos han dejado de ser un tema exclusivo del ámbito interno, lo que nos lleva a dirigir la mirada en las sentencias que emite el tribunal interamericano con la finalidad de encontrar la interpretación que ha hecho de los tratados internacionales de derechos humanos aplicables en la región, estableciendo estándares mínimos en la materia que deben observar todas las autoridades del País. La sentencia dictada por la SCJN en cumplimiento a la sentencia de la CorteIDH en el caso Radilla Pacheco contra el Estado mexicano, implicó -entre otros temas- el análisis acerca de la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH. Un primer debate que se dio en el Pleno de la SCJN giró en torno a una consulta a trámite presentada por el entonces Presidente se ésta; en el Expediente Varios 489/2010 se realizó una primera votación,13 en la que se decidió que la SCJN sí puede analizar si le resultan obligaciones de la sentencia dictada en el caso Radilla Pacheco; posteriormente14 se determinó que si la sentencia de la CorteIDH determina obligaciones directas y específicas a cargo del Poder Judicial de la Federación (PJF), la SCJN motu proprio debe proceder a su cumplimiento; que para determinar si en una sentencia de la CorteIDH El 31 de agosto de 2010, se obtuvo una mayoría de 8 votos por 3 en contra. En sesiones de 6 y 7 de septiembre de 2010, se obtuvo una mayoría de 7 votos por 4 en contra. 13 14 69 pudieran existir obligaciones directas y específicas al PJF, el análisis de dicha sentencia debe realizarse atendiendo a la totalidad de la sentencia correspondiente.15 Los anteriores debates dieron lugar a la sentencia pronunciada el 14 de julio de 2011 por la SCJN en el Expediente Varios 912/2010 (en adelante 912/2010), 16 que se emitió como reacción a la ya mencionada sentencia dictada en el caso Radilla Pacheco por el tribunal interamericano y en cumplimiento de la misma. En dicha sentencia de la SCJN se dijo que: o Cuando el Estado mexicano ha sido parte en una controversia o litigio ante la CorteIDH, la sentencia que en el caso se emita, junto con todas sus consideraciones constituye cosa juzgada (párr. 15). o La “firmeza” vinculante de las sentencias de la CorteIDH deriva de la propia CADH (párr. 18). o Las sentencias de la CorteIDH en los casos en que el Estado mexicano ha figurado como parte, obligan a todos los órganos del Estado, al haber figurado éste como parte en un litigio en concreto (párr. 19). o La jurisprudencia de la CorteIDH que deriva de sentencias dictadas en los casos en que México no ha figurado como parte, tendrán el carácter orientador para todas las decisiones de los jueces mexicanos, siempre en aquello que sea más favorecedor a la persona (párr. 20). o Los jueces nacionales deben inicialmente observar los derechos humanos establecidos en la Constitución y en los tratados internacionales (de derechos humanos) de los que el estado mexicano sea parte, a los criterios emitidos por el PJF al interpretarlos, y acudir a los criterios interpretativos de la CorteIDH si es más favorecedor y procure una protección más amplia del derecho que se pretende proteger (párr. 21). Como se ve de los párrafos antes mencionados extraídos de la sentencia dictada en el Expediente Varios 912/2010, la SCJN estableció las columnas sobre las que descansa el bloque de constitucionalidad (este último vocablo no lo usó la Corte), o dicho de otra forma En las mismas sesiones del punto anterior, se obtuvo una mayoría de 8 votos contra 3. Estos datos se obtuvieron de la sentencia pronunciada en el Expediente Varios 912/2010. 16 Publicada en el Diario Oficial de la Federación el 4 de octubre de 2011. 15 70 los parámetros que deben atender las autoridades del Estado mexicano, y entre ellas los jueces nacionales al analizar la validez de un acto: los derechos humanos contenidos en la Constitución y en los tratados internacionales en los que México ha sido parte; los criterios emitidos por el PJF; y los criterios interpretativos de la CorteIDH, es decir, su jurisprudencia, esta última en dos dimensiones. Una primera se refiere a la emanada de los casos contenciosos en que México ha sido parte; en estas circunstancias la jurisprudencia de la Corte IDH es obligatoria para todas las autoridades del Estado mexicano. La segunda se refiere a la jurisprudencia que emana de los casos contenciosos en los que el Estado mexicano no ha sido parte; en esta dimensión, la jurisprudencia es orientadora para los jueces mexicanos si es más favorecedor y de más amplia protección del derecho humano que se pretende proteger. En cuanto a la primera dimensión la cuestión está zanjada, pues si el Estado mexicano es parte, la jurisprudencia que se emite en el caso la vincula. No es tan clara la situación cuando la SCJN argumenta que la jurisprudencia que emite la CorteIDH en casos contenciosos en que México no ha sido parte, la misma es orientadora para los jueces nacionales si es más favorecedora y protectora del derecho humano en cuestión, el vocablo “orientador” viene a complicar la intensión de la vinculación de la jurisprudencia, ya que es una palabra impregnada de vaguedad que deja a cada juez nacional la facultad de determinar el grado o la intensión del carácter orientador que le produce la jurisprudencia. No obstante este grado de vaguedad que coloca a la jurisprudencia en arenas movedizas en el escenario judicial, constituyó un gran avance en su momento por parte de nuestra SCJN, en el sentido de que la jurisprudencia de la CorteIDH sí es un parámetro para ejercer el control de convencionalidad. Sin embargo, me parece que esa vaguedad puede encontrar significado preciso en palabras propias de la SCJN, pues como el propio tribunal constitucional lo ha referido, si las sentencias de la CorteIDH dictadas contra el Estado mexicano son obligatorias y es uno de los parámetros para ejercer el control de convencionalidad (912/2010, párr. 319), y si en la sentencia pronunciada por la CorteIDH en el caso Radilla Pacheco en contra de México, que es obligatoria y vinculante para México, el citado tribunal interamericano sostuvo que los jueces nacionales no sólo deben atender a los tratados sino a su interpretación (jurisprudencia) hecha por el propio tribunal internacional, entonces es obligatorio que los 71 jueces nacionales al ejercer el control de convencionalidad deben atender no sólo a la normatividad interna, sino también a los tratados internacionales signados por México, y su interpretación hecha por la CorteIDH; esta última es obligatoria como estándar mínimo de control jurisdiccional (Silva, 2013: XXV). Este pronunciamiento hecho por la SCJN debe leerse bajo el principio de progresividad y no regresividad, lo que quiere decir que ya no hay marcha atrás. 4. La evolución jurisprudencial. El cambio de paradigma y el abandono de criterios formalistas como obstáculos que impidan un acceso efectivo a la tutela judicial efectiva, y apelar a criterios objetivos que permitan construir una estructura jurídica sólida que genere certeza, por una parte, a la persona para saber a qué atenerse en relación con sus derechos humanos, y por otra, al Estado cumplir con sus obligaciones de promover, respetar, proteger y garantizar esos derechos. Esta situación implica que los jueces nacionales, para resolver casos concretos en los que se encuentren involucrados derechos humanos, deben atender, a los previstos en la Constitución, los tratados internacionales de los que el Estado mexicano sea parte. Pero el camino hacia ese deseado sistema que de cobertura plena a las personas en perspectiva de derechos humanos ha encontrado un primer escollo, y es la propia jurisprudencia de la SCJN, que de conformidad con lo dispuesto por los artículos 217 de la Ley de Amparo en relación con el 94, párrafo décimo, Constitucional, es obligatoria para los jueces que se ubican, en el organigrama judicial, en un plano vertical descendente. Ello es así porque a lo largo del trabajo jurisdiccional de la SCJN encontramos un tribunal que por lo general se había mantenido en un camino conservador al justificar sus sentencias y jurisprudencia, en las que encontramos escasas referencias a la jurisprudencia emitida por organismos internacionales de derechos humanos, pero esa línea de argumentación comenzó a cambiar radicalmente desde la novena época del Semanario Judicial de la Federación, y con mayor énfasis en la decima época, en las que ya nos encontramos más frecuentemente con sentencias que incorporan jurisprudencia no sólo de la CorteIDH, sino de otros organismos internacionales de derechos humanos, e incluso 72 entablan un diálogo jurisprudencial con otras Cortes Constitucionales; esa incorporación en las resoluciones jurisdiccionales reflejan una aceptación (no un reconocimiento expreso de la vinculación) de la jurisprudencia de esos organismos internacionales, entre los que se encuéntrala CoIDH, y de una apertura, no de vinculación, a criterios de Cortes extranjeras, que al ser incorporadas adquieren el mismo valor que tiene la sentencia que los ha incorporado, al formar parte de los fundamentos y motivos de la misma. Así tenemos que la Primera Sala de la SCJN (A.D.R. 1624/2008) en la que resuelve un tema vinculado con el derecho humano de la persona indígena a la autoadscripción, y el derecho humano de tutela judicial efectiva, basa su argumentación, entre otros: en la Recomendación General No. 23 del Comité para la Eliminación de la discriminación Racial de las Naciones Unidas, resolución emitida en 1972 por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre la “Protección Especial de las Poblaciones Indígenas, Acción para Combatir el Racismo y la Discriminación Racial”,17 en jurisprudencia emitida por el TEDH (Caso Connors vs. El Reino Unido, pág. 37)18, y por la CoIDH, respecto de la cual señala que es “directamente relevante en nuestro ámbito jurídico, ha subrayado en jurisprudencia constante...”;19 y a pie de página (nota 13, pág. 37) cita resoluciones de la Comisión Africana, jurisprudencia de la Corte Suprema de Canadá y de la Corte Constitucional de África del Sur. La Primera Sala de la SCJN (A.R. 1780/2006, pág. 45), en la que analiza la aplicación del mínimo vital y hace referencia a la forma en que el derecho mínimo existencial o vital ha sido reconocido en otras latitudes, en la que expresamente alude a la Corte Constitucional Colombiana al dictar la sentencia C-776/2003 el 9 de septiembre de 2003, Corte esta última que - dice la SCJN -a su vez hace referencia a tres resoluciones del Tribunal Constitucional Alemán y a una decisión del Consejo Constitucional Francés. La misma Primera Sala de la SCJN (C.T. 75/2004, pág. 159) al analizar el concepto de domicilio hace referencia a la sentencia del Tribunal Constitucional Español (22/1984). De esta forma advertimos un incipiente pero importante reconocimiento de la jurisprudencia de la CorteIDH y otros organismos internacionales de derechos humanos y Ambas en la pág. 36 de la sentencia referida. En la que cita al TEDH. 19 Página 37, en la que cita varias sentencias del tribunal interamericano. 17 18 73 un diálogo con otras cortes constitucionales, en las sentencias del Máximo Tribunal de nuestro País, y que generan -en la época en que se emitieron dichas sentencias- una sensación que la jurisprudencia de los organismos internacionales, particularmente de la CorteIDH, se puede convertir en un parámetro para analizar la convencionalidad de los actos del Estado al ser parte del bloque de constitucionalidad. Sin embargo, esa tendencia que parecía encaminada a reconocer, no sólo la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH, sino la de otros organismos internacionales de derechos humanos, y a entablar una diálogo jurisprudencial con otras cortes constitucionales, se vio opacada con una tesis aislada de la Segunda Sala de la SCJN (Tesis 2a. LXXV/2012) en la que al analizar el principio de supremacía constitucional señaló que la reforma constitucional de 2011 respeta el principio de supremacía constitucional, lo que no trae por sí mismo problema alguno, pero al justificar esa decisión el citado Cuerpo Colegiado argumentó que “las leyes y los tratados internacionales” (nuevamente deja entrever que las leyes y tratados internacionales se encuentran en la misma posición jerárquica) se encuentran en un plano jerárquicamente inferior al de la Constitución. Criterio que al ubicar a los tratados internacionales de derechos humanos por debajo de la Constitución, también sugiere que la jurisprudencia de la CorteIDH que interpreta esos tratados también tienen ese lugar, sin matizar incluso la existencia posible aplicación del principio pro persona que permitía ya abandonar esa situación. Esa temática también se dio entre diversos criterios sostenidos entre tribunales colegiados de circuito, lo que originó la Contradicción de Tesis 293/2011 (en adelante CT 293/2011), que fue resuelta en sesión de 28 de agosto de 2011 por el Pleno de mismo tribunal constitucional. Sin embargo, de la sesión en la que se discutió la misma 20 se desprende que en cuanto al posicionamiento de las normas sobre derechos humanos contenidos en los tratados internacionales en relación con la Constitución, se argumentó que éstas normas generales nacional e internacional no se leen ni se relacionan en términos de jerarquía, pero se concluyó con la afirmación que es contraria con la primera conclusión, y esa afirmación 20 Al cual se tiene acceso en la página electrónica de la SCJN. 74 se refiere a que cuando la Constitución establezca una restricción expresa al ejercicio de los derechos humanos, se deberá estar a lo que indica la norma constitucional. Es decir en los debates la SCJN concluyó que no existe relación jerárquica entre Constitución y tratados internacionales de derechos humanos, pero si la primera establece restricciones entonces debe estarse a éstas (es decir que no hay relación jerárquica pero si la hay, porque si la Constitución establece restricciones y los tratados internacionales no, entonces sí hay relación jerárquica porque hay que estar a lo que establece la Constitución). Y una segunda conclusión que deriva de los debates mencionados y que resulta relevante para nuestro tema, es que la jurisprudencia emitida por la CorteIDH es vinculante para todos los órganos jurisdiccionales, independientemente que el Estado mexicano haya sido parte en el litigio ante dicho tribunal, pues constituyen una extensión de los tratados internacionales que interpreta. Esta decisión es fundamental pues implica el reconocimiento de la SCJN de ese carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH, pero esta conclusión tiene que enfrentarse a la diversa que señala que si la Constitución establece restricciones, entonces debe estarse a éstas. Desde mi punto de vista la SCJN tendrá que reflexionar sobre esta última conclusión porque ello trae consigo un debilitamiento de la reforma constitucional de junio de 2011 que obliga a todos los jueces del País a interpretar los derechos humanos conforme a la Constitución y a los tratados internacionales de derechos humanos favoreciendo en todo momento a las personas la protección más amplia, por lo que aún cuando el tratado internacional y su interpretación por parte de la CorteIDH derivada de un caso contencioso, establezca estándares mínimos más protectores para la persona que la Constitución, no debe preferirse si ésta establece restricciones expresas, es decir, en este caso se debe preferir a esta última no obstante que aquéllos sean más protectores; conclusión que no es acorde con lo dispuesto por el artículo 1º constitucional, e implica una anulación de éste. Veamos como quedó argumentada la sentencia respectiva. 5. Contradicción de tesis 293/2011. 75 Como ya se mencionó la SCJN nuevamente tuvo la oportunidad de pronunciarse de manera directa, en relación con el tema de la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH, al resolver el 3 de septiembre de 2013 la denuncia de CT 293/2011. En esta ocasión el expediente derivó de una contradicción de criterios sostenidos por el Primer Tribunal Colegiado en Materias Administrativa y de Trabajo del Décimo Primer Circuito (en adelante Primer Tribunal), y los sostenidos por el Séptimo Tribunal Colegiado en Materia Civil del Primer Circuito (en adelante Séptimo Tribunal). El Séptimo Tribunal, entre otros criterios, siguió la postura adoptada en el Expediente Varios 912/2010, al considerar que: “las decisiones de la CorteIDH, misma que cuenta con competencia contenciosa, sirven como criterios orientadores para la interpretación y cumplimiento de las disposiciones protectoras de los derechos humanos” (CT 293/2013, 9). De esta postura emanó la tesis bajo el rubro “JURISPRUDENCIA INTERNACIONAL. SU UTILIDAD ORIENTADORA EN MATERIA DE DERECHOS HUMANOS”. Por su parte el Primer Tribunal en relación con el tema concluyó, que “las autoridades mexicanas quedan vinculadas a invocar la jurisprudencia de los tribunales internacionales, cuando se trate de la interpretación y cumplimiento de las disposiciones protectoras de los derechos humanos” (CT 293/2011, 12). Derivado de esa contradicción de criterios, la SCJN estableció en la CT 293 que sí existió contradicción de criterios en dos temas: “(i) la posición jerárquica de los tratados internacionales en materia de derechos humanos en relación con la Constitución; y (ii) el carácter de la jurisprudencia en materia de derechos humanos emitida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos” (C.T. 293/2011, 18). En cuanto al primer tema la SCJN concluyó: “las normas de derechos humanos contenidas en tratados internacionales y en la Constitución no se relacionan entre sí en términos jerárquicos. En efecto, una vez que un tratado es incorporado al orden jurídico, las normas de derechos humanos que éste contenga se integran al catálogo de derechos que funciona como un parámetro de regularidad constitucional, de tal suerte que dichas normas no pueden contravenir el principio de supremacía constitucional precisamente porque 76 forman parte del conjunto normativo respecto del cual se predica supremacía” (CT 293/2011, 51-52). Sin embargo, no obstante que los derechos humanos gozan de supremacía constitucional, se encuentren previstos ya en la Constitución, ya en un tratado internacional, y que el artículo 1º constitucional prima la interpretación pro persona, la SCJN agregó que “cuando en la Constitución haya una restricción expresa al ejercicio de los derechos humanos, se deberá estar a lo que indica la norma constitucional” (CT 213/2011, 53). Esta última interpretación resulta importante para entender también el carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH, volveré a esta afirmación más adelante. En relación con el segundo tema (el valor de la jurisprudencia emitida por la CorteIDH), la SCJN estableció: “la jurisprudencia interamericana se integra en un sistema de precedentes, según el cual todos los criterios interpretativos contenidos en una resolución dictada por la Corte Interamericana con motivo de un asunto de naturaleza contenciosa gozan de fuerza vinculante, sin necesidad que se siga un procedimiento formal distinto” (CT 213/2011, 56). Esa fuerza vinculante debe leerse en clave de progresividad -señaló la SCJN-, es decir, “como un estándar mínimo que debe ser recibido por los Estados que hayan reconocido la competencia contenciosa de la Corte Interamericana para ser aplicados directamente, en forma armónica con la jurisprudencia nacional, o para ser desarrollados o ampliados mediante jurisprudencia que resulte más favorecedora para las personas”, fuerza vinculante que debe extenderse a las sentencias de la CorteIDH en los casos en los que el Estado mexicano no haya sido parte (C.T. 213/2011, 56). Para llegar a esa conclusión, la SCJN partió de las siguientes premisas: o la jurisprudencia de la CorteIDH es una extensión de la CADH; o la CorteIDH es el intérprete último de la CADH; o la jurisprudencia de la CorteIDH se ha ido construyendo en una especie de línea evolutiva formada por sentencias que se encuentran interconectadas, por lo que la construcción de los derechos humanos reconocidos en la CADH se basa en la construcción de estándares que resultan aplicables “en todos los Estados de las Américas”. 77 La aplicación de la jurisprudencia de la CorteIDH debe atender al principio pro persona concluyó la SCJN (CT 213/2011, 59). Así tenemos que la SCJN pasó del carácter orientador al carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH, pero este criterio vinculante lo entendió no en un sentido fuerte, sino que en atención al principio pro persona, el juez doméstico tiene que comparar los estándares mínimos establecidos por la citada jurisprudencia y la doméstica, y aplicar el más favorecedor a la persona. El fundamento de la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH lo son los artículos 94, décimo párrafo, 107, fracción XIII, de la Constitución, y 217, primer párrafo, de la Ley de Amparo,21 ya que se trata de una regla emitida por el Pleno de la SCJN. Luego entonces, la jurisprudencia de la CorteIDH sí resulta vinculante para los jueces nacionales, pero si esa jurisprudencia encuentra una restricción expresa en la Constitución, entonces debe atenerse a ésta. 6. Jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y la de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Artículo 94. … La ley fijará los términos en que sea obligatoria la jurisprudencia que establezcan los Tribunales del Poder Judicial de la Federación y los Plenos de Circuito sobre la interpretación de la Constitución y normas generales, así como los requisitos para su interrupción y sustitución. Artículo 107. Las controversias de que habla el artículo 103 de esta Constitución, con excepción de aquellas en materia electoral, se sujetarán a los procedimientos que determine la ley reglamentaria, de acuerdo con las bases siguientes: … Fracción XIII. … (último párrafo) Las resoluciones que pronuncien el Pleno o las Salas de la Suprema Corte De Justicia de la Nación así como los Plenos de Circuito conforme a los párrafos anteriores, sólo tendrán el efecto de fijar la jurisprudencia y no afectarán las situaciones jurídicas concretas derivadas de las sentencias dictadas en los juicios en que hubiese ocurrido la contradicción; 21 Artículo 217. La jurisprudencia que establezca la Suprema Corte de Justicia de la Nación, funcionando en Pleno o en Salas, es obligatoria para éstas tratándose de la que decrete el pleno, y además para los Plenos de Circuito, los tribunales colegiados y unitarios de circuito, los juzgados de distrito, tribunales militares y judiciales del orden común de los Estados y del Distrito Federal, y tribunales administrativos y del trabajo, locales o federales. … 78 Como ya he mencionado, la jurisprudencia de la SCJN es obligatoria para todos los tribunales del País en forma vertical descendente, y la jurisprudencia de la CorteIDH también es obligatoria para todos los jueces del País como se vio en el punto anterior. Que sucede si éstas son contradictorias entre sí; una primera conclusión es que debemos atender a la que otorga mayor protección a la persona conforme al mandato contenido en el artículo 1º constitucional. Esto quiere decir que si la jurisprudencia de la CorteIDH es más protectora de la emitida por la SCJN los jueces nacionales deben atender a la primera. Pero esto no ha sido entendido así por los tribunales nacionales. La Segunda Sala de la SCJN (A.D.R. 2126/2012) al conocer un caso en que un tribunal inferior desaplicó la jurisprudencia sostenida por dicha Segunda Sala por contravenir el Convenio Relativo a la Discriminación en Materia de Empleo y Ocupación, estableció que no se puede desaplicar la jurisprudencia de la SCJN por no estar autorizada en ninguna disposición legal, nuevamente bajo el argumento de que si los derechos humanos encuentran una restricción en la Constitución, se debe atender a ésta. Este criterio es de singular importancia, porque si bien la SCJN no analizó la confrontación entre jurisprudencias, no queda duda que se decantaría por sostener que no puede preferirse la jurisprudencia de la CorteIDH frente a la de la SCJN, pues al sostener que no se puede desaplicar su jurisprudencia, deja en claro que bajo ninguna hipótesis los tribunales inferiores puedan preferir otra regla jurisprudencial distinta a la suya. Me parece que en estos casos los tribunales inferiores que se encuentran obligados por la jurisprudencia de la SCJN deben intentar la aplicación de la que resulte más favorable a la protección de la persona. La misma solución dada por la SCJN al resolver la CT 293/2011, es aplicable a este apartado, ya que al no existir jerarquías entre la Constitución y los tratados internacionales de derechos humanos, tampoco la debe haber entre las interpretaciones que los órganos competentes hacen de ambos ordenamientos, y debe atenderse en su caso a la interpretación que más favorezca a la persona, con la finalidad de hacer eficaz la reforma constitucional de junio de 2011. 79 Desde luego que esta última afirmación también enfrentará la polémica conclusión a la que llegó el Pleno de la SCJN al resolver la mencionada contradicción de tesis, en cuanto a que si la Constitución establece restricciones a los derechos humanos, entonces debe estarse a éstas; pero esa conclusión no puede subsistir, pues frente a la contradicción evidente en que incurrió el tribunal constitucional, debe atenderse a la conclusión basada en el artículo 1º constitucional, esto es, si hay restricciones en la Constitución y una protección más amplia en los tratados internacionales y su jurisprudencia sostenida por la CorteIDH, entonces debe estarse a ésta, insisto, ello con el propósito de lograr la eficacia de la norma constitucional reformada, y tomando en cuenta lo que el legislador racional quiso amparar, y desde mi punto de vista, pretendió darle la cobertura más amplia y protectora a la persona, pues no cabe duda que lo que pretendió el legislador con esta reforma fue lograr un mejoramiento de la vida humana, lo que se logra si damos a esta siempre la más amplia protección, aspecto que también sin duda debe ponderar el juez nacional. En un diverso debate que tuvo la SCJN al resolver la Contradicción de Tesis 299/2013, el Alto Tribunal del País analizó el tema de la jurisprudencia; en esta ocasión la cuestión a dilucidar consistió en determinar si la jurisprudencia de la SCJN podría ser objeto de control de constitucionalidad y convencionalidad ex officio a cargo de los jueces nacionales. La postura que prevaleció en las sesiones respectivas22 fue que los jueces nacionales no tienen potestad para decidir si una jurisprudencia de la SCJN puede ser inaplicada después de un análisis de convencionalidad, lo anterior con apoyo en los numerales que establecen la obligatoriedad de la jurisprudencia de la citada SCJN; sumado a que la última intérprete a nivel nacional lo es ésta última. La opinión contraria que sostuvo el Ministro José Ramón Cossío Díaz aceptaba el control constitucional y convencional ex officio de la jurisprudencia de la SCJN por parte de los jueces nacionales, dada la obligación que imponen los artículos 1º y 133 constitucionales, ya que los jueces deben preferir los derechos humanos contenidos en la Constitución a pesar de disposiciones en contrario, entre las que se encuentra la jurisprudencia 22 A la fecha de elaboración de este trabajo aun no se publica la tesis respectiva. 80 II. EL BLOQUE JURISPRUDENCIA DE DE LA CONSTITUCIONALIDAD CORTE Y INTERAMERICANA LA DE DERECHOS HUMANOS. De esta manera, tenemos que afirmar en esta parte del trabajo que en México sí existe un bloque de constitucionalidad, y que dentro de ese bloque tiene un lugar la jurisprudencia de la CorteIDH, ello equivale a decir que la jurisprudencia de la CorteIDH sí es obligatoria para todos los jueces del país. En efecto, como se ha visto en otra parte de este trabajo, la SCJN discutió sobre la existencia de dicho bloque de constitucionalidad, que prefirió no llamarlo así, pero sobre todo a los largo de la CT 912/2010 aceptó implícitamente que el bloque de constitucionalidad contiene normas que no aparecen directamente en el texto (Uprimny, 2008: 31); esas normas son concretamente además de las constitucionales, los tratados internacionales y la interpretación que se hace de ellos por parte del último intérprete, que en el caso lo es en el ámbito regional la CorteIDH. Esa postura acerca de la existencia del bloque de constitucionalidad, aunque con matices ya no lo ha abandonado la SCJN, y ello lleva a afirmar que expresamente esta última instancia en nuestro país ha aceptado, aunque no en un sentido fuerte, la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH. Me parece que es acertada la aceptación en un sentido no fuerte de la jurisprudencia de la CorteIDH, pero no sólo en el sentido que lo entiende la SCJN, ya que si bien es cierto que como lo refiere ésta, si la norma interna es más protectora que la jurisprudencia interamericana, debe preferirse a la primera en atención al principio pro persona, me parece que el no aceptar la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH cuando la CPEM establezca una restricción (que se entiende es menos protectora que la jurisprudencia), y que debe preferirse esta restricción, transgrede en primer lugar el mismo principio pro persona, que también se encuentra ubicado a nivel constitucional, y en segundo lugar, no puede invocar las disposiciones de su Derecho interno como justificación del incumplimiento de un tratado,23 y si la jurisprudencia es una interpretación de ese tratado, no se puede invocar la restricción prevista en el Derecho interno. 23 Artículo 27 de la Convención de Viena sobre el Derechos de los Tratados. 81 Visto de esa manera, se cumple con ese objetivo que se busca cuando el Estado mexicano signó el tratado internacional, y más aún cuando aceptó la competencia contenciosa de la CorteIDH, que es no dejar la protección de los derechos humanos exclusivamente para controles domésticos. Desde luego que no desconozco que la jurisprudencia ha sido catalogada como fuente auxiliar con una función subsidiaria (Mariño, 2005: 422); sin embargo, si la CorteIDH ha interpretado un tratado internacional en materia de derechos humanos, con lo cual ha establecido estándares mínimos de interpretación, un Estado que no atienda su jurisprudencia, potencialmente se encuentra expuesto a ser declarado responsable de violación de derechos humanos, si en un futuro llega como Estado responsable en un proceso ante la Corte citada; pero más aún, en lo inmediato deja de aplicar los estándares mínimos establecidos por el último intérprete del citado tratado En abono a la anterior afirmación tenemos que si bien la CPEU en su artículo 1º establece como norma hermenéutica de los derechos humanos a los tratados internacionales, no podemos separar la interpretación que se haga del mismo vía jurisprudencia, pues como lo señaló el Ministro Cossío Díaz en el debate de la CT 299/2013 (SCJN, 2014), la jurisprudencia no puede ser considerada como algo diferente a la norma jurídica, ya que el significado de los enunciados normativos o disposiciones jurídicas que derivan de ésta, tienen un carácter eminentemente normativo. De esa manera se cumple con el estándar interpretativo de la norma convencional (Ferrer, 2013: 275). También vale la pena recordar que países como Colombia han establecido en su jurisprudencia (C-442/11) que la jurisprudencia de la CorteIDH no puede ser trasplantada automáticamente al caso colombiano que no tenga en cuenta las particularidades del ordenamiento jurídico. Criterio de la Corte colombiana que me parece se encuentra acorde con la metodología utilizada para aplicar una jurisprudencia, toda vez que una jurisprudencia nunca podría aplicarse “a ciegas” sin tomar en cuenta el contexto y las peculiaridades del caso. Así tenemos que en el caso de México, este criterio no debilita la postura que he sostenido a lo largo de este trabajo, pues la jurisprudencia de la CorteIDH que constituye un soporte del Bloque de Constitucionalidad es obligatoria para todos los jueces nacionales, 82 pero esta obligatoriedad, que atiende al principio pro persona, lo que equivale a decir que si y sólo sien el ámbito nacional existe una norma más benéfica, entonces debe preferirse ésta. Y además, la jurisprudencia de la CorteIDH debe aplicarse atendiendo a las características del caso concreto, lo que quiere decir que no pueden ignorarse las diferencias relevantes que hagan inaplicable aquélla, lo que no elimina su calidad de obligatoriedad. 83 CONCLUSIONES. 1. La reforma constitucional de 2011 generó en México un cambio de paradigma en materia de derechos humanos; a partir de esa reforma, los medios de control a nivel doméstico deben leerse desde una perspectiva de derechos humanos. 2. La lectura desde los derechos humanos que deben hacer las autoridades que conforman el Estado mexicano, implica redimensionar los medios de control de los actos estatales y los parámetros de regularidad a los que deben ser sometidos. 3. Esos parámetros de control se han redimensionado, ya que el artículo 1º constitucional establece que los derechos humanos se interpretarán conforme a la Constitución y a los tratados internacionales. 4. Esas normas que expresamente establece la Constitución se ven acompañadas por normas implícitas, y el conjunto de todas ellas conforman el bloque de constitucionalidad. 5. El bloque de constitucional está compuesto por la Constitución, los tratados internacionales y la jurisprudencia del último intérprete de éstas. 6. No existe disposición expresa que disponga la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH como máximo intérprete en la región de los tratados internacionales de la materia, esta cualidad obedece a un criterio hermenéutico. 7. No todos los Estados que han aceptado la competencia contenciosa de la CorteIDH aceptan que la jurisprudencia de ésta sea obligatoria, pues Estados como Venezuela sostienen que lo que es obligatorio es el tratado internacional y no la interpretación que se haga de éste. 8. Pero hay otros Estados como Argentina, Colombia, Costa Rica, y recientemente México, que han aceptado la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH, aunque en el caso mexicano, esta obligatoriedad es de una intensidad baja. 9. El artículo 1º de la Constitución y las propias interpretaciones de la SCJN arrojan razones para sostener que la obligatoriedad de la jurisprudencia debe tener una 84 intensidad alta, y esa intensidad sólo puede ser derrotada por el principio pro persona. 85 FUENTES DE INFORMACIÓN. LIBROS. Aguiló Regla, Josep (2000). Teoría General de las Fuentes y del Orden Jurídico, España, Ariel. Ayala Corrao, Carlos M. 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