================================================= ARQUITECTURA Y HABLA THE WORLD TRADE CENTER / EL VIAJE Menene Gras Balaguer Todo signo incluye o implica tres relaciones. En primer lugar, una relación interior; la que une un significante a su significado, luego, dos relaciones exteriores: la primera es virtual, une el signo a una reserva específica de otros signos, de la que se separa para insertarlo en el discurso; la segunda es actual, une el signo a los otros signos del enunciado que le preceden o le suceden (1) El título que encabeza este texto es doble, porque parece imposible hacer alusión a la arquitectura sin establecer un puente entre sus formas abstractas y el lenguaje, aunque se trate de especies diferentes y antagónicas; y porque, aquí, el discurso sobre esta relación analógica se establece intencionalmente, para derivar aplicaciones sobre un trabajo que se caracteriza por instrumentalizar la “fotografía”, para la obtención de unos resultados específicos. Paradójicamente, la “fotografía de arquitectura” se ha desarrollado en el ámbito que corresponde al arte contemporáneo, a causa del carácter relacional del conjunto de disciplinas artísticas, cuya evolución ha supuesto una revaloración de instrumentos y recursos, así como de sus expresiones, y una desviación que ha favorecido el acercamiento del arte o de las prácticas del arte a la vida. La conversión de la fotografía de arquitectura en un género dentro de la “fotografía”, en el sentido amplio del término, responde a la desaparición de la pintura de paisaje que, a partir del Barroco y del clasicismo barroco, alcanza una autonomía sin precedentes, culminando en el “paisaje romántico” y sus temas dominantes –devastación, desolación, soledad, ruinas- que caracterizan los lugares representados, en los que el sentimiento suplanta aquella racionalidad organizadora del clasicismo para ser expresión de la coincidencia entre los estados anímicos del sujeto y aquello que es objeto de su contemplación. Autonomía que conduce hasta su propia disolución, al convertirse en materia de experimentación para la abstracción tras prescindir del modelo. Cuando el paisaje sólo es extensión sin referentes, a no ser los propios y los de la misma pintura, se propone como superficie de registro, imagen que interpreta y se presta, a su vez, a ser interpretada. La fotografía, no obstante, no sólo reemplaza la pintura de paisaje, sino que transforma recíprocamente el paisaje que es objeto de representación, en la medida en que se trate de una fotografía que evita documentar o informar únicamente acerca de lo visto. La arquitectura es una forma de cultura y una forma de habla, por cuanto expresa y significa, en tanto que construcción sintáctica, cuya visibilidad es el resultado de su manifestación ostensible y las traducciones a las que se presta, con independencia de la función asignada. Si se invierte el discurso, no deja de ser válida la aproximación que se puede hacer al valor de esta modalidad de fotografía, según la cual el vínculo entre valor, función y razón de ser del arte conduce a abordar el problema de la arquitectura(2) La fotografía contemporánea que, en los límites de lo artístico, se aplica a lo arquitectónico, ha contribuido al desarrollo del pensamiento crítico, tanto en el arte como en la arquitectura. La fotografía traduce una mirada que explora y prolonga el desarrollo formal, haciendo pruebas que permiten variar las siluetas, los perfiles y la geometría de la materia edificada; vaciar o llenar, poblar o desocupar espacios que se alternan entre sí, sintéticos y simultáneamente expansivos. La imagen resultante ofrece la visión de una mirada que no cree en la objetividad de lo dado y revela la posibilidad de lo relativo, que caracteriza lo sensible. Esto permite elaborar una actitud crítica que se desvela en lo inmediato de la imagen captada, cuyo tratamiento es anterior y posterior, de manera que el resultado es siempre inconcluso. La fragmentación de la totalidad dada, a la que pertenecen los diferentes espacios o extensiones originadas a raíz de la particularidad a la que tiene acceso el ojo que mira, niega lo céntrico y promueve la disgregación. Las partes del supuesto todo al que aquéllas están unidas y en virtud del cual acceden a significar, al descomponerse, promueven el extravío de una mirada especulativa, la misma que las origina, que confunde lo que ve y lo que se podría ver. Cada parte gana en autonomía y libertad, cuando es capturada por separado y tiene como finalidad ser ella misma sin auxilio de ningún otro elemento compositivo. En esta orientación, la fotografía de arquitectura, cuando ésta es adoptada como género en las prácticas artísticas contemporáneas, puede optar a la finalidad de contribuir al desarrollo del pensamiento crítico, en un ámbito dominado básicamente por las técnicas de la construcción, el mercado y la función o destino del proyecto de que se trate. Arquitectura y habla se asocian, en virtud de su capacidad para articular los elementos de un lenguaje, sea cual sea su especificidad, de tal manera que es fácilmente imaginable cómo se convierten en escritura, al hacerse, prestándose así a la lectura y consiguiente interpretación. Esta reducción a categorías sintácticas y gramaticales de ambas autoriza a remontarse a los orígenes y fundamento de cualquier texto, cuya finalidad sea significar. De hecho, como explicaba De Fusco en los años 70, la consideración de la arquitectura como lenguaje se puede hacer derivar de la tensión existente entre forma y función, y la correspondiente crisis que ésta conlleva. Por el contrario, el establecimiento de una relación comparativa entre el estructuralismo lingüístico y una semiología de la arquitectura, ha propiciado no sólo el carácter lingüístico de esta última, sino que ésta se defina como “lenguaje” y lo que éste implica: su asociación a un sistema social y a un sistema de valores. La experiencia cotidiana nos induce a este reconocimiento, por la incorporación de la arquitectura al espacio significante en el que se efectúa la información y la comunicación. Este catálogo contiene la propuesta de Magdalena Correa consistente en un trabajo fotográfico sobre el edificio del WORLD TRADE CENTER de Barcelona y la video instalación EL VIAJE. Partiendo de la noción de deriva situacionista y de uno de los conceptos clave de las teorías del grupo sobre la relación entre el paisaje urbano y el sujeto que habita la ciudad, la psicogeografía(3), la artista emprendió los primeros registros del modelo. Si se adopta el nombre psicogeografía, en tanto que disciplina que explica el efecto del medio sobre el comportamiento y la red de articulaciones susceptible de establecerse entre ambos, Magdalena Correa trata de indagar estas supuestas relaciones entre el sujeto del habitar y el entorno, la arquitectura y el medio, con intención de mostrar sus componentes. No obstante, la exposición final del proyecto reúne únicamente una selección de la obra realizada, por cuanto era necesario restringir el número de ampliaciones a favor de los grandes formatos. El catálogo acoge más de un centenar de imágenes fotográficas, que sólo se podrán ver en el formato libro, salvo las que se han expuesto, y una impresión fotográfica sobre hule de 700x400 cms, que ha sido incluso objeto de una instalación por sí misma, y que se ha expuesto(4) sin aditivos. Este era, por lo tanto, imprescindible, por cuanto no es un accesorio ni un complemento más, sino que realmente forma parte del conjunto. Su interés reside obviamente en la información que aporta al respecto, pero, más aún, en el hecho de mostrar el proceso de trabajo seguido por la artista, y su esfuerzo para vencer la indefinición o la indeterminación de su relación con el modelo u objeto de estudio y exploración, para reutilizar sus códigos en función de la interpretación que antecede a toda nueva construcción lingüística. A las imágenes fotográficas que congelan lo dado en un instante único e irrepetible, ésta ha contrapuesto la imagen en movimiento reproduciendo un acontecer en el que ha estado involucrada durante todo el proceso, en el mismo lugar y sus alrededores, con la filmación nómada, aunque reiterativa, de escenas casuales. El proyecto que presenta Magdalena Correa es básicamente el resultado de un ejercicio de la mirada sobre la arquitectura. En este caso, de un edificio emblemático de los arquitectos Pei and Partners, emplazado en el puerto de Barcelona, en la zona de embarque y desembarco de cruceros y embarcaciones de pasaje. El lugar es también una zona que hasta ahora carecía de la función que desempeña en la actualidad. La construcción del edificio ha alterado la fisonomía urbana de este espacio neutro, cuya individualidad procedía del movimiento del entorno. Como dice Bertrand Tschumi, no hay espacio sin función, ni sin movimiento. Pero, en apariencia, éste es aleatorio o meramente circunstancial, a la vista del aspecto externo y de la inmovilidad propia de lo arquitectónico. Preceden, sin embargo, a estas consideraciones. una fascinación por la forma arquitectónica, como paradigma de forma estática e inalterable, susceptible de adoptar o revestir estructuras de formato diverso, a modo de figuras en las que el tiempo no se exhibe, pese a ser producto del movimiento y, por consiguiente, tiempo también ellas mismas. Cultura industrial, o más bien postindustrial, no es el único término para conjugar la experiencia individual y colectiva en la sociedad del bienestar que ha globalizado la pobreza y la violencia. Aunque sí indicativo de un paisaje en el que la arquitectura desempeña un importante papel, y a partir de lo cual cualquiera de sus representaciones recurriendo a otro lenguaje o medio expresivo adquiere una dimensión crítica de la que, de otro modo, carecería. Empleando esta perspectiva, las imágenes que conforman la propuesta mencionada proceden de una voluntad de apropiación del objeto secuestrado por el ojo de la cámara, para reconvertir una totalidad específica en fragmentos autónomos, que por sí mismos representan unidades de sentido, separadas de lo que les daba su anterior capacidad de significar. Esta fragmentación estimula una fabricación de arquitecturas, que, habiendo pertenecido a un todo ordenado y único, hacen proliferar la figuración y por lo tanto despliegan los signos a los que aquellas aluden. Ante el sentido único de aquel todo, la artista propone una descomposición que implica romper la unidad de lo que resulta impenetrable. La fisura que se crea favorece la transformación de aquella totalidad en otra cosa, o la multiplicación de la misma, que ya no podrá volver a ser ni representar lo que era, en una multitud de formas que vuelven a adquirir su significación autónomamente, separada de aquel conjunto en el que previamente era indiferenciable. Ella desintegra el cuerpo orgánico en que se respresenta, desuniendo lo que estaba integrado en una especie de superficie cerrada, al igual que un muro ciego. Sólo utiliza la cámara fotográfica, que es el instrumento mediante el cual consigue fracturar la realidad sensible, tal como se presenta ante la mirada inocua, para negarle aquel sentido de dirección única. El edificio del World Trade Center tiene unas propiedades específicas: su descripción formal requiere el inventario de su capacidad, su extensión, sus alturas, sus formas o volúmenes y su localización. Pero, esto se supone anticipado en la lectura anterior a la intervención sobre el mismo o en el mismo. Parece como si ninguno de sus aspectos pudiera darse sin una consideración previa acerca de su localización: ésta se puede considerar primordial, si se tiene en cuenta que el diseño se adapta al emplazamiento. El mar, o mejor dicho las aguas portuarias donde se encuentra, introduce el principio de formalización de las fachadas de los diferentes cuerpos del edificio. Para no romper la simetría de la zona, estos cuerpos recuerdan las proas y popas de las grandes embarcaciones, al igual que los remates invitan a considerar la asociación de los techos y terrazas con las cubiertas de los barcos. La función asignada al edificio no predetermina necesariamente el ensamblaje de volúmenes geométricos que lo componen. Aquella es plurivalente: la construcción se ha hecho en un emplazamiento céntrico del puerto de Barcelona, un lugar que amplía la zona habitable de las instalaciones portuarias, antes inexistente. Estos volúmenes albergan un hotel, El Gran Marina, y un conjunto de oficinas con una plaza en el centro, cuyo dinamismo se representa en una fuente, activada mecánicamente, para producir diferentes siluetas y jeroglíficos. El proyecto arquitectónico responde a una voluntad de activar esta zona de la ciudad, a la par que se modificaron las terminales de los barcos que navegan a las islas y se ordenó el tráfico portuario. El diseño del edificio es un sorprendente ejercicio geométrico, que da lugar a formas de formas redundantes, que multiplica la proyección de la luz sobre sus superficies. Fachadas austeras, pero intencionalmente inclinadas forzando las líneas rectas y desarrollando sombras de sombras, formas sólidas sólo en apariencia, porque desaparecen con la luz. La fotografía consigue modificar las formas supuestamente reales, por su solidez y materialidad, por cuanto son producto de la luz. Y ésta borra o hace aparecer formas que, a su vez, no coinciden siempre con las que se encuentran más cerca de la realidad, generando duplicidades o suprimiendo lo que se hace visible en aquellas condiciones que consideramos óptimas, para valorar su verdad o falsedad, aunque seamos víctimas de engaño. En el proyecto de Magdalena Correa sobre el World Trade Center coinciden la voluntad de mostrar el cambio del que es susceptible la materia formada a causa de la luz y el modo o modos en los que ésta se imprime sobre aquélla. Para captar las variaciones que llega a experimentar la materia, la artista ha visitado reiteradamente el edificio, con el fin de observar cómo la acción de la luz sobre las diferentes superficies transformaba su visibilidad, haciendo que ciertos aspectos de las mismas existieran o dejaran de existir respectivamente. Las visitas se han repetido a lo largo de más de un año, hasta lograr coincidir varias veces con el “instante” en el que se produce el milagro de la presencia de lo esperado. Sólo entonces, se ha intentado hacer la mudanza a la imagen fija, en la constancia de esta saturación instante privilegiado. que se deja crucial del Algunas imágenes no parecen mantener ninguna relación con el “modelo”, por cuanto la fragmentación llevada al límite es tal, que el resultado se hace irreconocible. Una buena parte de las fotografías que se han seleccionado son reproducciones abstractas, o invención de la artista, ya que su parecido con el modelo original es nulo. No obstante, sin éste, la fotografía no existiría. La artista juega contra el realismo fotográfico y potencia la fotografía infográfica, por llamar de alguna manera a esta fotografía que sólo se sirve del modelo como si se tratara de un artilugio para fabricar otras formas. Su desconocimiento es también un descubrimiento, que se prodiga en variaciones multiplicadas en el tiempo y en el espacio. La luz se proyecta como la forma sensible del tiempo, que actúa sobre la materia incentivando su transformación constante, aunque aquella, sin volver a ser la misma, puede recuperar sus diferentes estados y apariencia, cíclicamente, en relación a la regeneración misma de la luz. La materia, sea cual sea el material del que esté compuesta, se transforma también lentamente y de una manera casi imperceptible. Todas las unidades de tiempo, las horas, los minutos, los segundos, cuentan cuando se trata de observar la impresión de la luz sobre las superficies de las cosas. Nunca nada es igual. ¿Por qué las formas arquitectónicas? Además de las justificaciones aportadas sobre el valor lingüístico y estético de la arquitectura, aquéllas son desde hace tiempo objeto de observación para la artista, que no se limita a mirar, sino que interviene exteriormente interpretando lo que resulta inmediatamente visible. Esto fuerza el movimiento entre lo que está y lo que ya es y lo que llega a ser, mediante la traducción de lo real en el simulacro, durante el proceso de simulación correspondiente. La arquitectura se convierte para ella en un decorado, una construcción de espacio y un límite al caos, por cuanto es medida –la arquitectura implica medición y cálculo, al igual que proporción y equilibrio; tal vez el espacio no existiría como tal sin la arquitectura. Pero, la arquitectura es también, en sí misma, lenguaje, por cuanto es expresión significante, no verbal, ni idiomática. El carácter universal de sus formas abstractas favorece la comunicación en todos los ámbitos, y su aproximación a la escultura le ha permitido desde mediados del siglo XX reemplazar por así decir el interés por ésta. A pesar de su carácter funcional intrínseco, y sin el cual no se habría desarrollado y carecería de razón de ser, la arquitectura es un laboratorio experimental de la forma por la forma que ha ganado terreno a la escultura, y sus implicaciones son tales, que difícilmente ésta última se ha salvado de la acción de la anterior. Aunque, debe decirse, en su propio beneficio, por cuanto ha conseguido evolucionar hacia la “instalación”, favoreciendo el desprendimiento de los géneros, la mezcla y la supresión de las categorías que, tradicionalmente, los identificaban. Este trabajo que se presenta aquí no es una reproducción del ensamblaje de volúmenes articulados geométricamente, y menos aún un reportaje del edificio. Al contrario, se trata de adoptar el modelo, las formas ya existentes, y desarticular la estructura compacta que da la fisonomía a su figura. Esta descomposición da pie a figuras que no se conocen previamente, y que no se obligan a mantener ninguna coincidencia con el modelo. El resultado son frases inconexas, que no necesitan volver a articularse para resignificar de nuevo aquello que antes significaban. Lo que no puede obviarse es el precedente que aquélla establece, posibilitando la probabilidad del cambio o transformación de la que es susceptible. La producción fotográfica que se muestra responde a un ejercicio de contacto con el supuesto modelo en el transcurso de muchos días, y a distintas horas, para reconocer lugares comunes, en los que lo extraordinario se reproduce significativamente. Es el lugar del instante privilegiado, donde se produce algo que sólo ocupa un tiempo carencia. excluido del tiempo y de la La cultura arquitectónica cobra cada vez más relieve, a raíz del crecimiento de las grandes ciudades o centros urbanos de diferente formato. En idéntica proporción, parece que la conciencia arquitectónica ha propiciado un ver y un entender, a modo de reflexión un tanto genérica de lo que implica la arquitectura, cuando no se trata de críticos de arquitectura, arquitectos y urbanistas, o sociólogos. La arquitectura se ha socializado al punto que parece ineludible referirse a ella, cuando se hace referencia a la “ciudad” y cuando se viaja. La fisonomía de un lugar está determinada por la arquitectura implantada en el transcurso del tiempo, tenga o no carácter histórico, y por lo tanto sea cual sea su pertenencia a un estilo o época. La arquitectura significa, indica, señala, con unas connotaciones específicas, sin olvidar su justificación –la funcionalidad que la caracteriza. Esta finalidad se opone por su naturaleza a su aspecto artístico y estético, pero, por inexplicable que pueda parecer, las formas arquitectónicas son antes que nada formas, cuya apariencia significante está asociada a su capacidad lingüística y por consiguiente no sólo al universo formal y estético de cualquier lenguaje, sino del arte en general. La estética de las caligrafías orientales, por mencionar formas ininteligibles para Occidente, no se cierne únicamente sobre el aspecto externo de los diferentes caracteres que integran los alfabetos tradicionales, sino sobre su significatividad. Desde la perspectiva de lo artístico y estético de las formas arquitectónicas, la funcionalidad adyacente a las mismas no es exclusiva, permitiendo que otros elementos puedan caracterizarlas. Ocurre también con el “vestido”, cuya finalidad es la protección del cuerpo, pero la antropología de la indumentaria humana demuestra que, una vez cumplido el fin primordial del mismo, la variedad de la que éste es susceptible carece de límite. La exploración de las formas arquitectónicas, por idéntico motivo, no ha cesado ni cesará. De hecho, su comparación con elementos caligráficos de escrituras tradicionales ancestrales permite entender la importancia de lo estético, y en qué medida esto se integra entre los elementos que favorecen la valoración de sus variaciones internas y externas. La arquitectura es una variedad de escritura, y, en consecuencia, texto. La devolución de toda forma a una especie de texto conviene a las teorías de la interpretación contemporáneas, para ordenar el sentido de las proposiciones. El término se asocia con la escritura, con el lenguaje, y con la palabra, sea cual sea la apariencia que adopte una forma específica, por abstracta o inexplicable que sea. Que todo texto se remonte a la palabra, como unidad de medida recupera el sentido fundacional de la misma y permite explicar la apertura de la forma a otra cosa, a la cosa, que antes no existía. La traducción de la cosa en nombre configura el habla, que es el vehículo de comunicación por el cual se organiza el discurso. Ocurre de igual modo con las formas del arte, cuando éstas se presuponen como partes de un texto que se organiza sintácticamente, y cuyo análisis requiere la instrumentalización de una especie de gramática comparada, para establecer un orden de interpretación de sus signos. Así, la fotografía de arquitectura no se puede disociar de éste u otros aspectos que se relacionan con el sentido de sus formas. En los últimos años, aunque la arquitectura haya sido siempre una construcción de sentido, la mundialización de la cultura y de los estilos arquitectónicos ha impuesto formas universales de concebir el espacio urbano de las grandes ciudades. El crecimiento demográfico y la densidad de población en los grandes núcleos han impuesto el modelo arquitectónico vertical, mediante el cual se ha reducido oportunamente la extensión, a expensas de la altura. La racionalización del espacio implica una calculada distribución del habitat para economizar el suelo disponible. Las ciudades modernas, aunque el concepto “moderno” no sea fácil de situar en el tiempo, a causa del abuso que se ha hecho del término, soportan el peso de los edificios que compiten en altura y volumen, como un símbolo que se identifica con el crecimiento económico y urbano, y simultáneamente con una sociedad policultural, en continuo movimiento y por lo tanto sujeta al cambio, a una velocidad que destruye la noción misma de espacio y presente, por cuanto éste acaba careciendo de extensión en el tiempo. La unión de fotografía y arquitectura no es reciente, como ya se ha dicho. Desde la década de los setenta, muchos artistas han recurrido al modelo arquitectónico para crear lugares nuevos, no existentes, o para trabajar con el espacio a partir de un referente simbólico de nuestra sociedad. Como ya describía en el catálogo “EL Museo”(5), al tratar de establecer una vinculación entre el proyecto de Magdalena Correa, basado en el estudio fotográfico de un edificio neoclásico de Santiago de Chile, antigua Academia de Bellas Artes, hoy transformado en Museo de Arte Contemporáneo, la fotografía de arquitectura se ha convertido en un género, en el que los elementos arquitectónicos se convierten en fundamento de formas virtuales, básicamente geométricas, y, por consiguiente, abstractas. Son muchos los paradigmas que muestran esta relación y también los teóricos, como Terence Riley, que hacen referencia a estas imágenes que responden a una fijación del modelo deliberada. Este modelo no es la figura ni el paisaje rural o idílico de la pintura barroca. No es tampoco una recreación de ninguno de los géneros pictóricos aceptados como tales y por lo que representan, ni remite a ninguna categoría específica. La fotografía de arquitectura se puede considerar como un género que se desarrolla con el crecimiento de las grandes ciudades y que es un producto de la evolución del entorno urbano y del valor que éste adquiere en nuestras vidas. Pero, recíprocamente, también se acusa la búsqueda de nuevos modelos en la historia de la fotografía reciente, para experimentar otros géneros y sobrevivir ante la inestabilidad e indeterminación cada vez mayor de sus límites a imitación de lo que ocurre en el campo de las artes visuales en general. La arquitectura es extensión, y en idéntica medida determina el espacio vivido. La adopción de sus construcciones como objeto de la fotografía es uno de los resultados de su presencia en la gran urbe. No sólo por la variada fisonomía que puede caracterizarla, sino también por lo que la determina y a su vez hace que determine en el espacio, imponiendo una resignificación del mismo. Para el proyecto de “EL MUSEO”, la artista simuló habitar el edificio, pese a su inhabitabilidad, y lo adoptó como objeto de captura durante mucho tiempo, convirtiendo su trabajo en una auténtica exploración de sus espacios. En ningún momento, pretendió establecer una prioridad con respecto a la historia misma del edificio, mediante la cual se hicieran explicables sus transformaciones. Más bien se trataba de un reconocimiento en base al cual se hiciera posible intervenir, no tanto para reproducir los espacios y elementos arquitectónicos varios, sino para construir fotográficamente de nuevo estos lugares. La fragmentación fue el instrumento para poder elaborar conceptualmente la desviación del sentido supuestamente originario, y evidenciar el carácter inestable de nuestra percepción. El procedimiento fue empleado metodológicamente para abordar un espacio construido, preso de su propia historia, que envejece en el abandono, pese a que sigue desempeñando su función. Por paradójico que pueda parecer, ésta es la de “museo de arte contemporáneo”, sin que, en ningún caso, su fisonomía mantenga analogía alguna con lo que ha de albergar supuestamente en su interior, o con la finalidad que tiene asignada. Las contradicciones del edificio se convirtieron en objeto de este trabajo, en virtud de la exploración de la mirada que insiste en su objeto, hasta descubrir todos los aspectos que aparecen ocultos a primera vista. La idea misma de “museo” y la operatividad del mismo fue revisada en estas fotografías que, sin proponerse como objetivo el documento, informaban sobre la situación de la conservación del patrimonio nacional, en el caso de un edificio tan característico del centro urbano de Santiago; y a la vez delataban los límites conceptuales del museo como tal, ante el desarrollo de la producción artística actual. Después de una larga expedición por el edificio, cuya extensión parecía ampliarse, a medida que proseguía la inspección, la artista empezó a ver formas en las que no hubiera reparado nunca de otro modo. Esto sucedió, a raíz de la exposición de un trabajo suyo en el mismo espacio sobre los bosques quemados de Olot, consistente en una instalación en la que reproducía bajo la bóveda de una carpa circular las imágenes del desastre causado por el incendio real que se produjo un año antes en la región. En el museo, la artista descubrió la arquitectura, si bien en algunas cajas de luz, ya había mostrado este interés por lo arquitectónico, como se percibe en la imagen de gran formato tomada en el interior de la cárcel abandonada de Santiago. La iluminación mediante neón blanco por la parte posterior reproduce el abandono y la devastación, las sombras y los volúmenes, haciendo sensibles las distancias. La primera incursión de la artista en el ámbito de la arquitectura y de los espacios públicos coincide con este proyecto, en el que la fotografía es el soporte específico para integrar el modelo en la producción artística. También es a través de la fotografía, cómo la artista asume la procesualidad de un trabajo al que da continuidad en los proyectos que suceden al de las cajas de luz, El Museo y The World Trade Center. Los primeros planos y la dilatación del fragmento hasta alcanzar la unidad, como una totalidad indivisible, constituyen la razón de ser de estas imágenes en detrimento de las grandes panorámicas mediante las que se pretende abarcar el conjunto de una edificación representada en otra totalidad, la que responde al modelo real. La artista tiende a acercarse cuanto puede a su objeto, hasta que el modelo parece irreductible a una unidad inferior, aunque necesita capturar también extensiones más amplias para hacer ver la referencia, o el lugar de donde procede la imagen resultante. En el World Trade Center, la artista ha hecho varias tomas del edificio completo, desde distintas perspectivas, y orientación, pero sin perder nunca de vista que lo que le interesa es proceder a la captura de formas que puede alterar y transformar a su voluntad. La fotografía “testimonio” no constituye la finalidad de su trabajo, porque no intenta la reproducción ideal del modelo, sino su negación, para optar a una construcción formal sin precedentes, que no está destinada a ser habitada, sino sólo a formar el espacio, entendiéndolo como extensión y volumen. De manera que muchas de estas formas se resuelven en formas geométricas, abstractas, que exhiben su complejidad en un orden semántico diferente del original y, en ocasiones, irreconocible. A propósito de la relación entre las imágenes expuestas y las que se muestran en el formato de este libro/catálogo, todas son el resultado de un proceso idéntico, por el que se han llegado a hacer más de 2000 tomas, a lo largo de varios meses, a distintas horas del día y estaciones del año, insistiendo en algunos elementos arquitectónicos, en particular, las fachadas, ventanas y terrazas. El exterior del edificio presenta el aspecto de una estructura que responde a un estilo y a un equilibrio, que no se reproduce igual interiormente debido al carácter plurifuncional de las distintas dependencias. La visibilidad de lo propiamente arquitectónico se da sobre todo externamente. El valor del edificio, por otra parte, no sólo tiene que ver con la presentación de sus fachadas, sino también con la ubicación, al lindar con el agua, en una zona portuaria, considerada un no-lugar urbano, y en el que parecía impensable extender la ciudad; y, especialmente, en el conjunto de estructuras y cuerpos ensamblados imitando la proa y la popa de las grandes embarcaciones, perfectamente simétricos y rodeando un patio central, que da cabida a la zona comercial. Del interior, sólo se han seleccionado algunos espacios, sea porque eran vistos desde el exterior; sea porque se han considerado zonas de paso o públicas, que tenían algún interés particular por el modo en que penetraba la luz exterior, o por ofrecer algún aspecto compositivamente viable para conseguir los efectos que la artista pretende alcanzar entre lo que convierte en objeto de la mirada y lo que en definitiva ésta puede capturar. Si esto es algo más que la fotografía de género y que la fotografía para documentar una arquitectura dada, ¿dónde o en qué reside su razón de ser y su finalidad? Esto se plantea ante la fotografía de arquitectura que en la reciente exposición de fotografía latinoamericana, MAPAS ABIERTOS(6), producida por La Virreina (Barcelona), en la que hay un apartado dedicado a este género y práctica artística, bajo el epígrafe “Escenarios”. A este nombre, responde la obra de artistas como Manuel Piña (“Deconstrucciones y utopías II”), Esteban Pastonno (Serie “Salamone”), Juan Traunik (“Santa Fé”),de Luis Molina-Pantín (de la serie “Inmobilia”), Luis Grimblat (de la serie “Pavillon”), Ludmila y Nelson (de la serie “Absolute Revolution”), Alexander Apóstol (“Residente Pulido”), Casio Vasconcelos, y Pablo Hare y Philippe Gruenberg (“Maison de France”). Juan Antonio Molina justifica la selección en base a la idea de que la misma necesidad de actualizar el lenguaje fotográfico ha impulsado el desarrollo de las nuevas tecnologías de representación en el ámbito urbano. Lo que aportan las imágenes expuestas es la presentación de decorados que podrían pasar inadvertidos y cobran, por su aislamiento, un valor que de otro modo no tendrían. Igualmente reciente es la exposición comisariada en el Museo Internacional de Arte Contemporáneo de Lanzarote, por Santiago B. Olmo, para la II Bienal de esta isla, bajo el título genérico de “Ciudad, Arte, Artesanía”, y el específico que él da a su exposición “El viaje (no) es inútil”. Con esta cobertura, agrupa a artistas representativos de lo que se puede denominar “fotografía de arquitectura” y que, según él, contribuyen al desarrollo de un pensamiento crítico(7). Se trata de Sergio Belinchón, Rubén Acosta, Alexander Apóstol, de nuevo, y Valentín Vallhonrat(8). En la reflexión, que precede a esta selección, Santiago B. Olmo opta por establecer una relación de causa/efecto entre el viaje turístico y la transformación de la ciudad. Parodiando el viaje turístico a los centros urbanos que no cesan de multiplicar su oferta cultural o comercial y la mundialización del viaje “organizado” mediante los grandes “tours”, Olmo se refiere a la espectacularidad de la arquitectura, identificándola con un teatro en el que la vida se organiza, como si estuviera predeterminada de antemano. El turismo internacional circula por los grandes paisajes urbanos, para revivir puntualmente la experiencia cotidiana de sus habitantes, durante la estancia casual que se origina al viajar. Las grandes ciudades se resuelven en composiciones de gran formato, que tratan de ampliarse sin cesar, y donde la yuxtaposición suele sustituir a la articulación de sus partes, que es el instrumento para la integración en el todo que su nombre pretende abarcar y definir. Pese a que la aceptación de la fotografía de arquitectura sea un hecho, en las prácticas artísticas habituales, y su divulgación no deje de multiplicar el número de aliados que redescubren continuamente el decorado urbano y arquitectónico en el que transcurren nuestras vidas, la construcción del discurso crítico correspondiente no está acabada, ni acabará mientras persista la producción de imágenes que reinventan el modelo. De ahí, la necesidad de recurrir a diferentes instrumentos para construir aquel discurso que pueda explicar, situar, justificar tales prácticas. En esta orientación, parece posible adoptar el concepto de “arquitectura reflectante”, a partir del concepto de “novela reflectante” utilizado por Roland Barthes en sus ensayos de crítica literaria(9). Este concepto puede aplicarse a la arquitectura convertida en imagen fotográfica, mediante la inversión del ojo que actúa desmaterializando su objeto para reinventarlo. Esta arquitectura reflectante se propone como texto, es decir, como escritura, que, obviamente, distorsiona el modelo que coincide con la supuesta realidad objetiva. Invirtiendo los términos, se diría que la capacidad “reflectante” de lo arquitectónico viene dado por la intervención exterior, mediante la cual se produce un movimiento de apropiación y transformación. Este gesto concluye en una reconversión del lenguaje-objeto percibido en un meta-lenguaje, un lenguaje “forzosamente artificial”, como describe Barthes, que autoriza a llevar a cabo la exploración del anterior con las implicaciones que se desprendan. Si se entiende a su vez que el meta-lenguaje es un lenguaje simbólico, resulta comprensible que pueda darse visibilidad a las relaciones y estructura de una lengua real, como en el caso del que se está hablando, donde se presupone la existencia de una arquitectura real y la de su imagen, merced a la fotografía, la cual supone la intervención de la mirada externa del sujeto que se aproxima a ella. Se trata de una mirada que investiga y explora lo que convierte en objeto de reproducción practicando la traducción de un lenguaje a otro lenguaje, del vacío de palabra a la palabra. O, lo que es lo mismo, de un vacío materialmente ocupado a una imagen en la que se supone haberse alcanzado la representación del anterior por medio del símbolo. La actuación de la artista ha consistido en abarcar esta exploración del objeto material que activa como modelo y construir la imagen del mismo recurriendo a otro lenguaje, al igual que un intérprete. Así, inició la propuesta, cuya recepción corresponderá a cualquier lector que desee internarse en el laberinto de su comprensión. La fotografía de arquitectura tantas veces nombrada aquí, tal como se orienta en el ámbito propiamente artístico, es básicamente especulativa. El ojo que la fabrica es un ojo mental que reorganiza el espacio convertido en su objeto y distribuye lo que le interesa capturar. La intervención supone una descomposición y una reconstrucción en términos análogos a los que convierten el estructuralismo en una metodología operativa para el análisis y los resultados del mismo. Entre estos dos “tiempos”, según Roland Barthes(10), se produce algo nuevo, que se desvela en el trayecto entre los dos movimientos inherentes a la actividad correspondiente de descomposición y reconstrucción de lo que es objeto de análisis. Las teorías de la interpretación contemporáneas parten de esta conversión de lo dado en otra cosa, entendiendo que lo primero puede adquirir cualquier forma, cuya percepción sensible implica, por el mismo carácter de ésta, una mudanza del significante al significado, en cuyo trayecto se produce el cambio de algo a otra cosa. Esto ayuda a entender cómo se socializa el principio creativo de esta actividad que, por último, corresponde por un igual al artista y al receptor, es decir a los dos sujetos de la relación que se establece mediante el lenguaje. Desde Umberto Eco a George Steiner, el primero por su aproximación al fenómeno de la interpretación; el segundo por la localización de los sujetos del habla y la relación entre los mismos, la operación interpretativa se ha hecho procesual y se reproduce en toda actividad de percepción y práctica lingüística, porque todo es lenguaje. Tanto Eco en “La producción de signos” o en “Los límites de la interpretación”, como Clement Greenberg, R. Rorty, J Culler o Ludwig Gresz, perfilan el movimiento de apertura del signo a lo que todavía no es o no puede ser sin la intervención del sujeto que ejecuta el traslado de algo a otra cosa. El concepto de arquitectura reflectante puede ser, pués, un buen recurso para hacer referencia a las representaciones de lo arquitectónico en su diversidad aparente, de tal manera que la fotografía que adopta la arquitectura por objeto, en el territorio del arte, admite que aquella es una forma de caligrafía significante. Por sí misma, la arquitectura “refleja” o es un reflejo del modo en cómo se organiza una sociedad; pero, a su vez, la arquitectura ordena el mundo y lo territorializa. La ciudad es un producto de la arquitectura que habita un espacio y que simultáneamente es susceptible de ser habitada. No hay ciudad sin arquitectura o arquitecturas que fabrican la habitabilidad de los espacios en los que se organiza la vida y la actividad humana. La conciencia del valor semántico y semiótico de lo arquitectónico está también en el inicio de los planteamientos situacionistas sobre la necesidad de unir la experimentación que debe caracterizar a los lenguajes arquitectónicos actuales, la revolución urbana y la revolución social. Contra la ciudad occidental básicamente geológica, aquellos sólo entendían efectiva la transformación radical de las condiciones de vida, si ésta abordaba lo cotidiano, implicando al individuo, el único sujeto real del espacio/tiempo urbanos, cuya transformación debía ser integral(11). Unos años después, Renato de Fusco iniciaba la reflexión semiológica sobre la arquitectura, en “L´Idea di Architectura” (1964), y, posteriormente, en “Arquitectura como mass médium. Notas para una semiología arquitectónica” (1967). Las contribuciones de R. de Fusco, Umberto Eco y G.K. Koenig a la semantización de la arquitectura con la consiguiente aplicación del análisis estructuralista a lo arquitectónico supuso una aportación imprescindible para la teoría crítica, imponiendo una analítica que trataba de aproximar las distancias entre arquitectura y sociedad, y entre arquitectura y arte, con el fin de poder apreciar la morfología de lo arquitectónico en función del valor comunicativo del sistema de signos correspondiente. El edificio del World Trade Center construido en Barcelona tiene una forma peculiar de inserción en el paisaje de la ciudad, por tratarse de una zona portuaria, que ha experimentado una interesante transformación en la última década, junto a la de todo el litoral de la ciudad, desde el final de las instalaciones portuarias, cercanas al aeropuerto hasta el actual edificio del Forum de las Culturas. No es un edificio periférico, sino que, a pesar de su singular ubicación al borde del mar, como si se tratara de una gran embarcación, extiende el tejido urbano hasta el límite natural de la parte más oriental de la misma. La planta del edificio y la curvatura de las fachadas invoca su analogía con la arquitectura de los grandes trasatlánticos que atracan justo en los muelles contiguos, y desembarcan el pasaje en su interior, por pasarelas que desembocan en el mismo. La descripción técnica del edificio indica la existencia de cuatro estructuras análogas que se ensamblan entre sí, como piezas de un rompecabezas, que se unen sin adosarse, manteniendo su autonomía. Cada uno de los cuerpos se recorta perfectamente, como si pudiera existir sin los otros tres, si bien se reproduce la ilusión de continuidad que unifica ópticamente el conjunto. Es un solo edificio, pero el análisis morfológico del mismo revela la estructura fragmentada que caracteriza la totalidad. Cada fragmento representa este todo, por ser igual a los otros tres, y a la vez es espejo de todos los demás. Esta reciprocidad repercute en la morfología de la estructura acabada, y en la visión que se tiene ante las tres fachadas que dan a mar y la cuarta presidida por una explanada rectangular, a modo de avenida, que facilita el acceso al patio central con su monumento efímero de aguas danzantes y sonoras formando una cruz a base de dos diagonales que se cruzan y alternan su presencia. El proyecto firmado por Henry N. Cobb, John L. Sullivan y José Bruguera (este último para el hotel –El Gran Marina- que ocupa uno de los cuatro cuerpos, que mira a la ciudad y al patio interior central), del equipo Pei and Partners, se concluyó en 1999 y según sus autores fue diseñado con intención de mantener la silueta del litoral. Ocupando un área de 11.600m2, incluyendo el patio interior rodeado de un pasillo cubierto, el formato del edificio, en lo concerniente a su altura, es proporcional al de las construcciones de la zona. Se ha querido respetar el entorno y su configuración, evitando las estridencias. No obstante, el complejo arquitectónico resultante no pasa desapercibido, pese a su aislamiento o separación del resto de edificios más próximos destinados a viviendas o a servicios. En el inventario de edificios de Pei and Partners, éste no es una excepción, ni tampoco se podría considerar como paradigma único de un modo de hacer arquitectura. Tampoco se trata aquí de establecer una valoración acerca de su singularidad, cuando en definitiva lo que se cuestiona es la relación entre la presencia arquitectónica del edificio y la reflexión que propone la imagen fotográfica de la misma. Pero, sí se puede hacer una salvedad en lo que respecta al establecimiento de analogías entre este conjunto arquitectónico y el World Trade Center de Baltimore, del mismo equipo de arquitectos. Este edificio de treinta pisos, construido en 1977, veinte años antes, tiene una base pentagonal, y está ubicado en la zona portuaria comercial de la ciudad de Baltimore (EEUU), en el puerto de Maryland. En la descripción de sus características, se expone la intención de conservar la silueta del litoral y las características arquitectónicas y urbanas de la zona, al igual que se repite en el proyecto de Barcelona. No se trata aquí de hacer el análisis comparativo de la morfología y sintáxis de ambas construcciones, pero sí puede tener cierto interés nombrar la existencia de una obra realizada por el mismo grupo de arquitectos y que tiene una ubicación análoga, aunque sea en otro país y en otra ciudad. El World Trade Center de Barcelona es un edificio que se divisa a distancia, por hallarse en una zona de escasa densidad urbana y porque la arquitectura más próxima es una arquitectura en tránsito, es decir que se desplaza, por tratarse de las grandes embarcaciones, que hacen la ruta trasatlántica o local. El mismo edificio, por el lado sur, recibe en sus instalaciones al pasaje que llega a la ciudad para permanecer unas horas antes de reembarcar y trasladarse a otros lugares. Delante, un amplio paseo poco frecuentado, porque aquél limita con el mar. La única parte destinada a vivienda es la oriental, donde se sitúa el hotel, cuyas ventanas miran a la ciudad. El paisaje del final de las Ramblas, que es el sur de Barcelona, aunque en la realidad coincida con el área más oriental del centro urbano, es contemplado desde allí como si se tratara de otra ciudad. La visión altera su objeto en proporción a la distancia entre los dos puntos: aquel en el que se sitúa el sujeto de la mirada y el que corresponde con el antiguo límite del centro urbano, en el que se han ido operando transformaciones tanto en lo relativo al aprovechamiento de su superficie como en arquitectónico propiamente dicho, y en racionalización del espacio disponible. lo la Como se ha mencionado al principio, el trabajo realizado por Magdalena Correa se desdobla en dos proyectos que se han concebido integrados en uno solo, si bien pueden exponerse separadamente, sin peligro a la escisión ni a la división de la obra tal como se ha concebido. El primero de ellos es el que encabeza el título “The World Trade Center”, manteniendo el nombre del edificio de Pei and Partners; y el segundo es la video instalación “El Viaje”, consistente en la reproducción de la imagen en movimiento capturada en el entorno urbano inmediato, que rodea el mencionado edificio. Este entorno lo constituyen por tres de sus lados las aguas portuarias; y el resto es un espacio vacío concebido a modo de plaza o zona de tránsito por la que circula el transeúnte que se acerca al complejo o al pasaje que desembarca de los grandes trasatlánticos que atracan en los muelles adyacentes. El edificio está rodeado de agua, y su particularidad cabe también atribuirse a su forma de aparición, como una península de hormigón flotante, expuesta sobre el mar, a la vez que la fachada más occidental mira a la ciudad precedida de una plaza rectangular alargada, que la separa del resto de las instalaciones donde se ubica el estacionamiento de los barcos procedentes de las islas. El propio edificio acaba pareciendo una falsa embarcación, permanentemente atracada, por imitar la estructura de los grandes cruceros. Tal vez en estos aspectos estriba fundamentalmente su peculiar fisonomía. Las características más relevantes de la estructura arquitectónica no son por tanto indisociables del diseño urbanístico puesto en práctica en la zona. Sobre la viabilidad y conveniencia del mismo, se podría organizar un debate semejante al que tendría cabida a propósito de cualquier otro espacio urbano transformado en las dos últimas décadas o en vías de transformación, en la ciudad. Cualquier intervención en este ámbito ha de ser susceptible de análisis, por cuanto repensar la arquitectura en la ciudad se considera imprescindible, en idéntica medida que toda reflexión sobre el espacio urbano y las condiciones de vida en el mismo es una reflexión política, en la que el sujeto del habitar y el ciudadano son una sola y misma persona. EL VIAJE es una video instalación que comprende la proyección sobre tres pantallas de un acontecer no programado, que mantiene una relación con la forma arquitectónica, por cuanto sucede alrededor del edificio del World Trade Center, en la medida en que el interior y el exterior de un edificio se comunican intercambiando funciones. Lo que transcurre alrededor de un edificio no se puede separar completamente de lo que ocurre en el interior del mismo. La arquitectura imprime sus caracteres en el paisaje, y, recíprocamente, el paisaje, la finalidad significante del mismo, por mucho que aquella pueda considerarse aislada. En todas las ciudades se fabrican islas de cemento y hormigón, pero siempre acaban por marcar el paisaje tanto como son marcadas por este último. La fisonomía de un edificio obviamente configura el paisaje, pero éste no deja a su vez de configurar cualquier injerto arquitectónico colocado en sus estribaciones. El video es un proyecto que nace de estas reflexiones, que anteceden a los reiterados desplazamientos a la zona para las tomas fotográficas del edificio. La continua observación del modelo desde distintas distancias, a diferentes horas del día y bajo la luz más fría o más cálida según la estación, está en el origen de este ejercicio de apropiación del paisaje. Lo que rodea el edificio es tan importante como el edificio mismo, no sólo por contribuir a su fisonomía, sino porque los elementos sintácticos que articulan la arquitectura y la superficie sobre la que se implanta se encuentran en el espacio constitutivo del entorno. El proyecto fue pensado con la intención de acompañar la imagen fija de la fotografía con la imagen en movimiento, teniendo en cuenta que la visibilidad completa del edificio no podía darse a no ser mostrando la movilidad que caracteriza la morfología estática que es inherente a lo arquitectónico. Este trabajo tiene el valor del experimento realizado con la cámara de video sobre el lugar o lugares circundantes al edificio. Pero, más que esto, la organización de las imágenes en movimiento, que preside un audio único y una palabra que registra la voz de la artista, recitando. Se trata del fragmento de un poema de Cristina Peri Rossi, titulado EL VIAJE(12), al que este video debe el título, del libro “Estado de Exilio”(13), donde aquella describe qué fue su primer viaje, un viaje de exilio, donde no existía el término destino, un viaje a la nada, tras salir de un país en el que había arriesgado la vida por una causa política. El mar es el poema, y ella navega encima de la palabra como la única tabla de salvación en la que se apoya. Pero el mar es siempre la mar, la inmensidad, la eternidad, aunque también el Mal, cuya universalidad es igualmente infinita. Después de la larga travesía del Atlántico, la escritora llega al puerto de Barcelona, una ciudad que nunca antes había visitado, y donde no sabía qué le esperaba. La elección del poema responde a la idea de dar un sentido a la imagen en movimiento, y a la voluntad de compartir la experiencia de la diáspora, que la artista personalmente conoce también, aunque desde otra mirada y movida por otras vivencias. No obstante, en ambos casos, se produce la separación y la crisis de identidad, en la que se radicaliza la tensión entre el ser de algún lugar y estar en otro lugar, donde lo vivido se transforma diariamente en virtud de la ósmosis que se produce entre el sujeto de la experiencia y el sujeto del habitar, confundiendo por último lo que somos. Esta incursión en el video ha supuesto para la artista concebir un espacio en movimiento, dejar fluir la acción ante el ojo de la cámara, para obtener varias horas de grabación útil y después poder seleccionar aquellas imágenes que daban contenido al guión. El resultado: escenas breves e instantáneas de un acontecer casual, que responde a la reiterada contemplación de escenas de la vida cotidiana. No obstante, la espera para que lo casual multiplicara las coincidencias entre lo que se quiere que ocurra y lo que sucede realmente ha sido larga. A su vez, el hecho de construir la imagen en movimiento, con el fin de exhibirla sobre tres pantallas perfectamente sincronizadas, requería una estructura previa de fragmentación e integración que en ningún caso estaba dada, sino que exigía una rigurosa reconversión de lo real aparente para hacerlo verosímil. Incorporar un discurso narrativo a este material, visto y revivido, mediante la apropiación en bruto y posterior adaptación en tres secuencias, que multiplican simultaneamente los efectos visuales desde el principio hasta el fin, ha implicado el desarrollo de estrategias que la artista ponía en práctica por primera vez. Para la obtención de las imágenes que se han sometido experimentalmente a un espacio/tiempo característico del discurso cinematográfico, se ha necesitado intervenir antes y después sobre el material grabado. Primero, efectuando el desplazamiento por tierra y mar, a pie, o sobre los remolcadores que salen a buscar a las grandes embarcaciones que requieren su ayuda para entrar en las aguas portuarias. La artista ha pasado muchas horas efectuando estos recorridos, a la espera de que se produjera fortuitamente la sorpresa, en un mar no siempre dócil, y en ocasiones bastante inhóspito. A continuación, componiendo las imágenes registradas y haciendo el montaje de las tres secuencias, con la incorporación del sonido. La elección de las Suites para Cello de Bach(14) no ha sido gratuita; éstas impregnan la imagen saturando el color e intensificando el sentido de todo lo que se deja acontecer en los tres paisajes, que alternativamente se convierten en uno sólo por el que se desplaza el mismo vehículo o la misma embarcación, traspasando las tres pantallas. Los fragmentos escogidos se distribuyen entre silencios y pausas en las que se deja oír el ruido real del mar, y de voces anónimas o procedentes de los mismos lugares que se muestran. La figura humana hace aparición, sin saber que está siendo objeto del ojo intruso que la observa, realizando acciones cotidianas que pasarían inadvertidas, de no ser por la observación de la artista y su interés en construir un relato poco descriptivo, cuya fuerza reside más que en la integración de las tres secuencias(15), en la simbiosis de imagen, palabra y sonido, en las que la mirada se pierde y sucumbe a los falsos horizontes que carecen de límite. Notas (1) (2) (3) (4) (5) (6) (7) (8) Roland Barthes, en La imaginación del signo, publicado en “Ensayos críticos” (Ed. Seix barral, Barcelona, 1967). Renato de Fusco, Arquitectura como mass medium. Notas para una semiología arquitectónica (Ed. Anagrama, col. Argumentos, 14. Barcelona, 1970). El concepto de psicogeografía fue definido en el primer boletín de la Internacional Situacionista (París, 1958), como el “estudio de los efectos precisos del medio geográfico, conscientemente organizado o no, actuando directamente sobre el comportamiento afectivo de los individuos”. Por extensión, también nombraban al psicogeográfo y lo psicogeográfico. Galería Visor (Valencia), enero, 2004 Catálogo realizado a raíz de la Exposición EL MUSEO de Magdalena Correa, que tuvo lugar en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago de Chile, MEIAC (Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo)y Convento de San Agustín (Barcelona), en el año 2000. En el catálogo MAPAS ABIERTOS (Ed. Lunweg, Barcelona, 2003), se puede apreciar la dimensión de los trabajos expuestos precedidos de la justificación de los comisarios. En el catálogo de la II Bienal de Lanzarote, del MIAC (Museo Internacional de Arte Contemporáneo, 2003) Las obras seleccionadas por Santiago B. Olmo son muy significativas de la (9) (10) (11) (12) (13) (14) propuesta teórica que argumenta la exposición. Se trata de la serie “Ciudades efímeras” de S. Belinchón, los “desiertos urbanos” de Rubén Acosta, la serie “Residente Pulido” del venezolano Alexander Apóstol, de la serie “Alrededor del Sueño” de Angel Marcos y de “Moonlight” de Valentín Vallhonrat. Roland Barthes, obra cit. Roland Barthes, obra cit. En Formulario para un urbanismo nuevo, publicado en el primer boletín de la Internacional Situacionista (obra cit.). “La arquitectura es el medio más simple de articular el tiempo y el espacio, de modular la realidad y de hacer soñar. No se trata sólo de articulación y de modulación plásticas, expresión de una belleza pasajera. Sino de una modulación influyente, que se inscribe en la curva eterna de los deseos humanos y de los progresos en la realización de estos deseos”. El fragmento del poema es el siguiente: “Mi primer viaje/fue el del exilio/quince días de mar/sin parar/la mar constante/la mar antigua/la mar continua/la mar,el mal/Quince días de agua/sin luces de neón/sin calles sin aceras/sin ciudades/sólo la luz/de algún barco en fugitiva/Quince días de mar / e incertidumbre/no sabían adónde iba/no conocía el puerto de destino/sólo sabía aquello que dejaba”. El fragmento se repite en el apartado destinado a la reproducción de las imágenes del video; para una mejor visibilidad, se ha impreso sobre la imagen de un mar inconmensurable, donde la palabra no es alterada por la presencia de ningún otro elemento del paisaje. Cristina Peri Rossi, Estado de Exilio, XVIII Prenio Internacional Unicaja de Poesía Rafael Alberti (Colección Visor de Poesía, Visor Libros, Madrid, 2003). Son las Suite n. 1 en G, BWV 1007 (Preludio), la Duite n.4 en E flat, BWB 1010 (Preludio) y de la Suite n.4 en E flat BWV 1010 (Bourrées I-III). (15) Cada una de las secuencias se ha compuesto por separado antes de integrarse con las otras dos restantes, y tiene una duración de 8 minutos, de modo que las tres juntas suman 24 minutos.