Beatriz González «Los Suicidas del Sisga», 1965, óleo sobre tela, 1.20X1.00 mts, fotografía cortesía de la artista. P ara nadie resulta extraño hoy el nombre de Beatriz González (Bucaramanga, 1938) en Colombia. Al menos para nadie que tenga alguna relación con las artes plásticas. Su importancia en esta área es innegable: como artista inteligente, como trabajadora incansable en el campo del rescate y la conservación del patrimonio cultural colombiano, actualmente se desempeña como curadora del Museo Nacional de Colombia, o bien como persona muy ligada a la reflexión sobre los problemas que plantea el que hacer artístico, su validez y su legitimidad. En su obra plástica ha explorado diferentes técnicas y formas de expresión en dibujos, pinturas al óleo, acrílico o colores industriales, utilizando objetos variados, muebles, y diversas superficies bidimensionales y tridimensionales, que sirven de soporte y vehículo para sus elaboradas creaciones intelectuales y estéticas. Inicialmente se dedicó a la reflexión sobre problemas más específicamente visuales en reelaboraciones personales de obras de la historia del arte que sintetiza en planos blandos y color. Paralelamente trabaja temas extraídos de la crónica local o nacional, a partir de fotografías de prensa, algunos con contenido político o contestatario muy ligado a la realidad del país, otros a partir de lo cotidiano o doméstico en donde se acerca a lo popular, a las vidas de personas simples que en ocasiones excepcionales son sujeto de noticias de prensa, en especial de las paginas sensacionalistas. Este es el caso de la obra que ocupa nuestra portada «Los suicidas del Sisga» de la cual reproducimos la versión original que mereció un premio especial en el XVII Salón Nacional de Artistas y que se conserva en el Museo de Arte Moderno La Tertulia de Cali. La artista realiza esta obra a partir de una deslucida fotografía de prensa que ilustra el relato de lo sucedido a estos personajes que se toman una fotografía antes de suicidarse arrojándose a la laguna del Sisga. La pintora al referirse a esta obra dice: "no fue la historia, ni el tema, ni las anécdotas lo que me entusiasmó, sino la gráfica del periódico: aparecen las imágenes planas, casi sin sombra. El espacia está dado por las pequeñas deformaciones y desplazamientos de los rasgos. Estas imágenes se adaptan y corroboraban la idea que yo venía desarrollando en pintura: aquella de que el espacio puede lograrse con figuras planas y recortadas. En las cara quise utilizar el gris de la fotografía y las líneas discontinuas propias de ese tipo de fotografía tipográfica". La pintura muestra a la pareja de campesinos que posa vestida para la ocasión, el con sombrero de fieltro y chaqueta, ella con vestido de manga larga y pañolón sobre su cabeza. Parecería que buscan crear la imagen de cómo desearían ser recordados por aquellos que los conocieron. Se muestran de frente con sus rostros francos y decididos, miran, al fotógrafo, a la artista, a nosotros, con un asomo de timidez y arrojo y con una medio sonrisa "¿para el retrato?, ¿por la convicción de lograr desafiar su destino?; nos permiten entrar y compartir con ellos este momento intimo que precede a su suicidio romántico. La decisión estaba tomada, a punto de consumarse el pacto suicida que los llevaría juntos a otra vida posible ante su amor imposible. En la fotografía las siluetas de los novios se funden sin solución de continuidad en un segundo plano con sus manos entrelazadas por delante de un ramo de flores blancas (¿alusivas a la pureza de su amo!?), a la manera de "bouquet" de novia o arreglo funerario que los novios preparan en su duelo anticipado. Se trata de un suicidio planeado punto por punto que va mas allá del llegar juntos al fondo de la laguna del Sisga depositaria de sus cuerpos y sus ilusiones; sin sospechar que se convertirían en una imagen arquetipica del arte de nuestro país. María Clara Martínez R. Rev. Col. Psiquiatría, Vol. XXVII, No. 4, 1998.