Número I - Revista Excodra

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EXCODRA
REVISTA DE LITERATURA
(Y OTRAS ARTES)
Nº 1
(LO MALDITO)
Revista Excodra. Número I: Lo Maldito. Mayo, 2011. ISSN 2014-1998.
Rubén Darío Fernández
CARTA DE PRESENTACIÓN
Hace un año, o más, o menos... Escribí un texto sobre el malditismo, sobre autores
que sentía malditos, conversando conmigo mismo sobre qué era aquello de lo
maldito. Comencé como un relámpago que rompía la tarde y casi sin darme cuenta,
cuando se estaba extinguiendo el estruendo del trueno, lo terminamos. Y digo lo
terminamos porque por el camino se me unió Pablo Lozano Tellechea y el ruido se
hizo mayor, que lo maquetó y le dio otra dimensión a las palabras y a sus
significados. Se tituló Excodra, porque sentía que la mezcla de los diferentes escritos
que nacieron eran una literatura EXperiencial, COnceptual y DRAmática. Al
terminar, se me quedó en el pecho una mezcla de vacío y silencio que urgía rellenar.
Para tal labor de relleno, nació la idea de esta revista.
Más allá de los truenos y del deseo de continuar un ensayo sobre el malditismo
mediante el parir de esta revista, la idea de poder tener diferentes visiones sobre lo
maldito, ya era de por sí enriquecedora y muy atractiva. Y es entonces que este
primer número tiene la mencionada temática maldita. Nos fuimos poniendo en
contacto con amigos, conocidos y absolutos desconocidos para que nos derramaran
su arte, ya fuera literatura, pintura, fotografía o el que fuere, en este recipiente de
opiniones, de diferentes maneras de expresión y pensamiento, siempre con el
malditismo como telón de fondo.
El resultado de esta búsqueda de diferentes visiones sobre lo maldito, yo lo siento
como una gran caja de cartón abierta en mitad de una acera, con personas que
mirarán en su interior para indagar en sus tripas, con personas que se alejarán de ella
por pensarla un peligro, con personas que la otearán a lo lejos sin saber si acercarse, o
si no, con personas que patearán la caja asqueados y violentos, con personas que
cerrarán la caja y alejarán a sus niños, con personas que dejarán su firma en ella como
si fuera un beso, con personas que la mirarán y sólo verán un caja, y con personas que
ni siquiera se darán cuenta que allí, en mitad de una acera cualquiera, hay una caja de
cartón, abierta, que alberga más preguntas que respuestas.
RDF
ÍNDICE
Editorial
La moral y lo maldito
Ficción
QP, Rubén Darío Fernández
La culpa la tiene Dostoyevsky, Carmen de Agustín Pavón
La flamenca y Caravaggio, Carmen de Agustín Pavón
No ficción
Decálogo relativo al malditismo, Jordi Corominas i Julián
El malditismo según ellas, Patricia de Souza
Inicio del ensayo “Eva no tiene paraíso”, Patricia de Souza
Poesía
A mis demonios, Alejandra Guzzini
Sr Projarchin Bartleby, Rubén Darío Fernández
Fotografía
Ludovica Bastianini
Luigi Aloia
Marta Fernández Clemente
Entrevista + Aportación artística
Claudia Apablaza
Críticas y reseñas
“El golfo de los poetas” de Fernando Clemot
Editorial. Punto final
…
Colaboradores
EDITORIAL
La moral y lo maldito, de Arthur Rimbaud a Leopoldo María Panero.
O de 1854 a 1948. Casi un siglo de distancia entre ambos nacimientos. No es mucho
tiempo, en verdad, ni mucha la distancia que separa sus primeros llantos entre
Charleville (Francia) y Madrid (España), sólo unos mil quinientos kilómetros. Sin
embargo, entre ellos, hay un verdadero abismo que al mismo tiempo que los separa,
los une, los enlaza. Rimbaud ya murió, a los 37 años. LM Panero aún está vivo, a día
de hoy, 12 de agosto del 2010, residiendo en un psiquiátrico de Las Palmas de Gran
Canaria. Llama mi atención comparando sus biografías el que ambos fueron criados
en ambientes fuertemente autoritarios, y más por parte de madre que de padre,
aunque en el caso de LM Panero parece ser que el padre, además, era brutal en sus
palizas. El padre de LM Panero, militante de la Falange Española, murió cuando él
tenía catorce años. El padre de Rimbaud, militar y capitán de uno de los ejércitos
franceses que lucharon en Argel en aquellos tiempos, se fue de casa cuando él tenía
siete. LM Panero fue a la cárcel por su militancia antifranquista. Rimbaud
vagabundeó junto a Verlaine por las calles de París y Londres. Ambos fueron
homosexuales en épocas y lugares donde no era fácil serlo. A ambos les rechazaron
sus conciudadanos y familias, por sus estilos de vida. Ambos se entregaron al alcohol
y al escenario de las emociones rápidas y no aceptadas mayoritariamente por su
entorno. Cada uno a su manera y en su tiempo estuvieron fuera de la moral
imperante. Las sociedades, en el plano moral, se manejan en términos de aceptado y
rechazado, con toda una gradación repleta de matices entre ambos polos. Lo bueno y
lo malo. Rimbaud y Panero, desde el lado de la moral de sus sociedades respectivas,
danzaban en el extremo de lo malo. Lo maldito -lo que hay más allá de la moral al
uso. Hace sesenta años, en España, por ejemplo, que no se te ocurriera, siendo un
hombre, besar a otro hombre delante, y por ejemplo también, de una pareja de la
Guardia Civil. Hoy se hace, y no corre la sangre. Por esas mismas fechas y en la
época de Rimbaud que tampoco se te ocurriera decir que Dios no existe, o
simplemente, saltarte las misas de los domingos. O ir por la calle con una camiseta
donde apareciera una hoz y un martillo, así ejemplificando juvenilmente, o negarte a
hacer el servicio militar. Lo maldito ayer, no lo es hoy. Homosexualidad, ateísmo,
comunismo, no sé, pacifismo, insumisión, pensamientos contra-sistema, hoy, son otra
historia. El comunismo, es curioso, en poco tiempo pasó de ser lo malo a lo bueno a
lo malo otra vez, hoy ya no sé ve con tan buenos ojos como hace veinte años, y es
que han sabido maquillar muy bien de dictadores asesinos a los principales
comunistas, como el caso ahora de Fidel Castro. Con lo anterior quiero ejemplificar
lo relativo de la moral de una sociedad, la cual está determinada por quienes ostentan
el poder sobre las masas. Rimbaud y Panero se criaron, aunque con presiones
distintas, en las más estrictas morales cristianas. Hace tiempo escribí “donde hay
represión, hay explosión, y si no, que le pregunten al globo”. Moral y política son el
padre y la madre del malditismo. Y este hijo inesperado, en su lucha por cambiar de
padres, renueva los horizontes de lo posible.
Más allá de donde
aún se esconde la vida, queda
un reino, queda cultivar
como un rey su agonía,
hacer florecer como un reino
la sucia flor de la agonía:
yo que todo lo prostituí, aún puedo
prostituir mi muerte y hacer
de mi cadáver el último poema.
Lo escribió LM Panero.
Recuerdo la historia de la Francia hija primogénita de la Iglesia. Habría hecho,
villano, el viaje a tierra santa; tengo en la cabeza caminos por las llanuras suabas,
vistas de Bizancio, murallas de Solima; el culto de María, el enternecimiento por el
crucificado, se despiertan en mí entre mil hechicerías profanas. - Estoy sentado,
leproso, en los cacharros rotos y las ortigas, al pie de un muro roído por el sol.- Más
tarde, reitre, habría vivaqueado bajo las noches de Alemania. ¡Ah! Algo más: bailo
el aquelarre en un rojo calvero, con viejas y con niños.
No recuerdo más lejos que esta tierra y el cristianismo. Nunca me terminaría de ver
en ese pasado. Pero siempre solo, sin familia; incluso ¿qué lengua hablaba? No me
veo jamás en los consejos de Cristo; ni en los consejos de los señores,
-representantes de Cristo.
Y esto lo escribió Rimbaud.
Más allá de donde aún se esconde la vida queda cultivar como un reino la sucia flor
de la agonía. En este poema de Panero yo veo ese posicionamiento, o deseo de
posicionamiento, al otro lado de lo común, de lo ordinario, eso que queda por
cultivar, por explorar, por hacer presente, que está más allá de la moral al uso, lo
maldito, esa sucia flor de la agonía, que él pone inmensa como un reino, sucia desde
la óptica de su actualidad, flor por posibilidad de hermosura, y tal es la agonía, pues
parece nunca llegar allí donde se superan los extremos, y que de hecho ya sitúa esa
llegada tan lejos, que será en la muerte, donde su cadáver será su último poema.
Viene a ser un hacer hermoso lo horrendo (hermoso el poema, horrenda la muerte, el
cadáver), convertir lo malo en bueno, como alivio, tal vez, es posible, de dejar de
sentir que lo que él es según el baremo moral de la sociedad en que él vive, no sea
horrendo, malo, sino hermoso, bueno. En esta lucha con la moral, lo maldito, renueva
tal moral. Y Rimbaud, tal cual, sentado y leproso entre cachorros rotos y ortigas al pie
de un muro roído (se posiciona en lo feo, lo roto, lo que daña, lo derruido, al otro lado
de lo bienjuzgado), solo, sin familia, excluido, no se ve en la moral cristiana, la moral
de su tiempo, y desde allí, desde el otro lado de lo corriente, desde lo maldito, nos
escribe, poniendo en duda su tiempo (la duda, siempre y necesario primer escalón),
rompiendo los contornos de la moral en que creció.
Valgan estos dos breves ejemplos para situar a lo maldito como puerta a la
superación, a la ampliación, a la renovación de lo que se piensa y se hace, y a lo que
no.
Fragmento extraído del ensayo sobre el malditismo Excodra
FICCIÓN
QP
Queridísima Puta
Esta noche te estoy escribiendo porque me acuerdo de ti, lógicamente. Pero podría
acordarme de ti y no escribirlo. Si lo estoy haciendo, como aquello que nunca
hicimos, es porque te dije que escribiría un cuento con los minutos u horas de aquella
noche o mañana o tarde en que nos conocimos, y es ahora mismo que voy a empezar
a hacerlo, bastantes años después de aquello. Más bien sería por la mañana, tal vez
por la tarde, porque recuerdo que había sol y alguna gente del bar tomaba café y creo
recordar que antes estuve sentado a la mesa de unos viejos que comían algo, tomando
vino, porque me invitaron de su vino, pero no sé qué comían. Podía ser mediodía.
Pongamos que eran las doce del mediodía. Es posible que llevara un par de noches
sin dormir, igual sólo la noche anterior sin dormir, pero más posible es que fuera la
segunda noche sin dormir o la tercera, pues sólo en ese estado de fuera de mí y del
mundo es cuando visitaba una de esas calles de las putas para que me hicieran una
mamada o echar un polvo rápido antes de irme, por fin, a dormir. Antes ya habría
follado, seguramente, pero no iba por allí en busca de putas por no follar, por
necesitad fruto de la carencia de sexo, sino porque me encantaba rematar los días de
decadencia de aquella manera, pagando por tener un orgasmo. El por qué está claro,
no respondía a una carencia de sexo, sino a otro tipo de carencia, la carencia de
afecto. Putas, maricones y yonquis, en el imaginario que se formó en mi infancia, que
formaron en mi infancia, eran la lacra de la sociedad. Los asocié a “los sin afecto”, y
eso sí que no sé por qué. Antes, al igual que haber follado con algún ligue, también
habría estado con maricones, follando, claro, y con yonquis, tomando droga, por
supuesto. Pero las putas eran con quien de veras me sentía más a gusto. Lo que me
encantaba era hablar con ellas y ver cómo actuaban conmigo. Romper con esa falacia
autoimpuesta de que vivían sin cariño, sin afecto, sin amor, de que eran una especie
de no-humanos destinados a la corrupción de los hombres. Joder, sí, mi moral fue
totalmente apostólico-románica. No sé en qué punto de mi vida deseché todo lo
inducido en mi manera de tener que comportarme, pero fue a las bruscas, eso seguro.
Resquebrajarse a uno mismo, cuesta, así que la explosión, viene a ser lo más fácil, o
al menos, lo más rápido y efectivo. Mejor una rojo que mil colorado. Y sí, probé de
cuanto supe prohibido. Pero los tres imaginarios de antes eran mis preferidos y el
primero de ellos el que me hacía sentirme, de aquel entonces, bastante vivo, muy
vivo, vivo, tanto que hasta lograba sentirme persona después de haber estado con una
puta. Supongo que por algo tan simple como por poder elegir lo que es lo bueno y lo
malo, y elegir lo considerado malo y tomarlo como normal o sentirlo natural ya era
un hecho liberador y personificador. Y el que fuera una mujer con sus dos pechos y su
coño y su lengua y su culo y sus palabras dulces y su cabello largo y su cintura
estrecha, pues lo hacía todo más sencillo, más natural para mí. La droga estaba bien,
los homosexuales estaban bien, pero las putas, las putas eran lo mejor que me sucedía
cuando me libraba de mis ataduras morales. Dos, tres, cuatro días me costaba
librarme de ellas. De las ataduras. No sé si era falta de desinhibidores o que yo era
muy duro de mollera, pero me costaba. La cuestión es que lo conseguía y así te
conocí y son gracias a ti estas líneas que ahora escribo.
No tengo ni la menor idea de cómo te llamabas, pero voy a describirte físicamente
como si la figura y silueta de cuerpo fueran tu nombre. Tu piel era marrón tirando a
negro. Tu pelo muy rizado, no muy largo, creo que llevabas una especie de rastas o
trenzas, no lo sé muy bien. Tus ojos marrones eran enormes y tus pupilas eran
grandes pero seguro que no tanto como lo debían de ser las mías. Tenías las pestañas
alargadas y curvadas, muy curvadas hacia arriba. Un par de tetas que debían ser
durísimas y un culo tanto o más prieto como tus tetas. Tus labios gruesos y carnosos y
dulces, o así sabían cuando me besaste al despedirnos. Vestías una cazadora negra de
cuero, creo. Pantalones vaqueros azules o negros o marrones o ni puta idea, pero eran
oscuros. Bajo la cazadora, un jersey de cuello alto. Su color, blanco, gris, no sé, más
claro que la cazadora. Y el blanco de tus ojos era un espectáculo de sinceridad. Nunca
había visto unos ojos tan limpios. Ni una jodida vena hasta el iris. Parecías de cera.
Sin duda, parecías de cera. Pero no lo eras y eras de carne y sentimientos y me gustó
mirarte, sin saber ni cómo te miraba, detrás del cristal del bar en que estaba
consumiéndome consumiendo cervezas y lo que terciara. Estabas tan buena como
cualquiera, seguro, pero tus ojos eran distintos, tu mirada. Era una mirada distinta.
Pero a ver, ya sabéis que la mirada de los sueños de cada uno es una mirada con luz
independiente de cada persona. Cada persona tiene unos ojos que lo enamoran. Tú
eras mi mirada, al menos esa noche en concreto, esa mañana o esa tarde o ese
mediodía en el que estábamos. Fuiste mi mediodía entre todos los mediodías del
mundo. Nunca sabré cómo nos pusimos a hablar. Bebía yo cerveza y tú pediste un
whisky. Me gustó tu decisión y lo pagué encantado así como los dos whiskies que nos
bebimos después. Comenzamos a hablar y fueron días, horas, minutos, no sé, una
eternidad, pero sé que tú viniste de una región de África que ahora no recuerdo el
nombre y que lo hiciste para ayudar a tu familia. Pero te prostituías y no te gustaba
mucho. Pero lo habías hecho y no te disgustaba. La gente que te administraba no te
trababa mal y a veces, me contaste, te corriste como en la infancia. Eso me chocó,
porque aquí, en la infancia, el correrse va más asociado a las carreras que uno hace en
colegio en la clase de gimnasia o a moverse en una fila hacia delante que a que te
metan por el coño una polla bien grande o bien pequeña pero que te la metan y sea o
no de tu amada persona o por dinero contante y sonante o por placer sin más. Tal vez
te expresaste mal y querías decir en tu adolescencia, pero sea como fuere, te corriste y
te gustó y no hay muchos trabajos en que a veces, después de todos los avatares,
tenga uno un orgasmo cojonudo mientras trabaja. Pensé y dije, o sólo lo pensé o sólo
te lo dije, que te pagaban por tener orgasmos. Tú reíste y me dijiste que también los
dabas. Recuerdo el beso tan sincero que me diste en los labios al despedirnos. Ese
beso lo valía todo.
Pero antes hablamos, o más bien te hablé y tú me escuchabas, sobre la dramaturga
Angélica Liddell, te conté que era una de las artistas más dolidas que había conocido,
que la notaba tan jodida, tal vez por una falta brutal de afecto, por un miedo horrendo
a ella misma al mirarse sus pensamientos y sus acciones, que por un lado me
enternecía pero por otro también me causaba indiferencia, quería que me causara
indiferencia. ¿Y por qué? Me preguntaste. No sé bien qué respondí, tal vez algo así
como que si podía sentir indiferencia por su dolor también podría sentirlo por el mío
propio. Algo por el estilo tuve que contestarte, pero tú ya ibas en tu segundo whisky y
yo en mi no sé cuantas cervezas con otro whisky para hacerte compañía y me
encontraba turbio que era como deseaba estar. Angélica crea con la destrucción, creo
que te dije de ella, que Angélica, odiaba tanto al mundo de lo mucho que lo amaba,
en fin, no sé lo que dije. No, no sería eso lo que pensaba, ahora pienso que cuando
alguien, ella en este caso, muestra su dolor no es sólo como descarga o para llamar la
atención, para concentrar la atención en la propia persona, sino para que también
sientan dolor como ella lo siente, para que todo el mundo esté igual de dolido que
como ella se siente, para tener algo que compartir, aunque sea lo peor de uno mismo,
lo que uno siente peor en sí. Algo así sentí cuando vi Anticristo de Lars von Trier, y
algo así siento cuando escribo determinadas cosas y siempre pienso en ese riesgo
inmanente que está en toda persona que se ha sentido agredida: convertirse en
agresor. Y es entonces que me pregunto, que te pregunté: Queridísima Puta, ¿por qué
el dolor apaga al dolor? No tengo idea, hermoso, me dijiste y acercaste tu boca a mi
oído, pero para el dolor yo receto un buen polvo. ¿De verdad no quieres follarme?
No, te contesté, bebamos, bebamos. Sentí tanto asco dentro de mí, sentí como ahora
siento tanto asco de mis pensamientos, de mi manera de ver la vida, que sólo podía
repetirme: bebamos, bebamos, bebamos.
RDF
La culpa la tiene Dostoyevsky
Veo en las noticias de las 9 que es el 25 aniversario de los Goonies y recuerdo que
todo el mundo dice que no tuve infancia. Sólo porque no vi esa película de niña, y
cuando intenté (me obligaron) verla de mayor, me dormí sin remedio. No creo que no
tuviera infancia, el problema es que la abandoné demasiado pronto. La culpa fue de
Dostoyevsky.
Recuerdo la sensación de desamparo que sufría cuando empecé a leer sus novelas a
los 12 años (porque ya nadie se preocupaba de proporcionarme "El barco de vapor",
sé que fue a los 12 porque sólo tuve un libro rojo): historias de personas sin familia,
con escasos amigos, que trabajaban cuando podían y por regla general nadie les
esperaba en casa: quizá algún día, por un encuentro fortuito, establecían contacto con
alguien, muy pocas veces tenían parejas o hijos, y sus relaciones siempre daban la
sensación de resquebrajarse sin remedio. Estaban siempre enfermos. Comían, cuando
podían, sopa de col con vodka. La vida era gris. Como cualquier adolescente, nunca
me lleve demasiado bien con mi familia, pero cuando aparcaba al príncipe Mishkin
en la estantería, y me dirigía a la cocina, tenía siempre un plato de comida en la mesa
(o en su defecto un filete en la nevera).
Me horroriza que la sensación de soledad descrita en aquellos libros sea real, y que el
hacerse adulto consista en esto: estar condenado a sobrevivir, trabajando cuando se
pueda y donde se pueda, y que lo único que nos espere a la hora de la cena sea una
sopa de tomate y una cerveza. Una vida gris, en la que el contacto humano se reduzca
a mirar al suelo del metro, y saber que todos los demás también miran al suelo. Una
vida para arrastrar crisis e infelicidad, y menos mal que no es epilepsia y ludopatía
como el pobre Fiodor.
Y sin embargo soy afortunada, porque no estoy sola. Aunque ahora viva sola la
mayor parte del tiempo, soy infinitamente afortunada de tener otra mitad (o, mejor,
otro entero). Y porque trabajo en lo que he elegido. Sólo me falta saber si lo que he
elegido es lo que quiero. O aprender de Sonia a aceptar la vida. Lástima que yo sea
más como Raskólnikov, y hasta que no mato a la vieja, no soy capaz de ello.
Casualidades de la vida. San Petersburgo en la tele...
(Pero la telaraña sigue ahí, por mucho que Macha la limpie.)
CdAP
La Flamenca y Caravaggio
Antes de sentarse, Rafael (me enteraría de su nombre después) cogió una servilleta de
la mesa, limpió muy por encima el taburete de eskay, se arremangó la falda y se
sentó, dejándola caer por fuera del taburete, con unas maneras de hombre que
contradecían su atuendo. Me recordó aquella película de los 70, Historia de O, y me
pregunté si lo hacía porque no se le arrugara el traje o porque le gustaba sentir el
eskay pegajoso en el culo.
Le costó relativamente poco darse cuenta de mi presencia.
Hacía poco que había llegado a la ciudad, vivía solo y no tenía demasiadas opciones
para un sábado por la noche. Había alquilado en el piso que quedaba justo sobre
aquel bar, sin saber que cada sábado iba a sufrir un espectáculo de cuplés, flamenco y
canción española en general en mi salón hasta altas horas. Harto de disfrutar del
show en directo sin haber pagado entrada, y sin poder concentrarme en leer, ver una
película o simplemente dormir, decidí contradecir a mi sentido común y bajar a
unirme a la fiesta. El local era igual de sórdido y mugriento por dentro que por fuera.
La España profunda en medio de Barcelona. Enseguida tuve la sensación de haber
viajado cuarenta años atrás en el tiempo y empecé a arrepentirme de mi decisión.
Aunque el bar estaba abierto a todos, parecía por lo relajado de los huéspedes
(muchos jubilados, ellos calvos y con corbata y jersey verde, ellas con tinte rubio,
cardados imposibles y perlas y dos retrasados mentales cuarentones, probablemente
los hijos de alguna de las parejas) que aquello era una fiesta privada. Reparé con
cierto alivio en que no era el único fuera de lugar: tres modernos cámara en mano,
una pareja de alemanes, por supuesto cámara en mano, y un chico quizá senegalés
ponían la nota discordante.
Apuré la cerveza en dos tragos y me disponía a largarme por donde había venido,
planeando la mejor dirección a seguir que me librase de una banda sonora de película
de Antonio Molina, cuando Rafael me invitó a sentarme a su lado. Me había bebido la
cerveza tan deprisa que mis reflejos se habían visto afectados, así que obedecí y me
senté. Me preguntó amablemente quien era, de donde venía, hacia donde iba. Llevaba
una peluca marrón que parecía hecha con pelo de perro, un sombrero cordobés y un
traje de flamenca rojo y negro; los labios pintados con poca fortuna, el carmín
haciendo estrías sobre su piel arrugada, el rímel en peligro de llegar a las mejillas.
Una imagen quizá ridícula llevada con una dignidad insuperable. Un par de días antes
un compañero de trabajo me dejó KO preguntándome de repente qué era para mí lo
maldito. Llevaba pensándolo desde entonces y no me ponía de acuerdo conmigo
mismo, no sé qué asociación de ideas me convenció de que Rafael era la persona
idónea para respondérmela.
-¿Lo maldito? Lo primero que me trae a la cabeza son los curas de mi colegio, la
verdad es que aprendí bastantes cosas con ellos. Creo que la más importante fue que
Dios es un poco hijo de puta. Yo les preguntaba a los padres que por qué nos había
creado y nos había puesto en un mundo lleno de cosas buenas para castigarnos cada
vez que hiciéramos algo que nos diese gusto, y menudos capones que me llevaba, con
el anillo en forma de Cristo, hay que ver. Y aprendí que Dios te podía maldecir para
siempre con menos de nada, fíjate, con que te corrieras involuntariamente en sueños,
joder, a todos los chicos les pasa, ya estabas maldito como Onán. Claro, los curillas
se pensaban que éramos tontos y que no oíamos sus gemiditos en el confesionario
cuando nos peguntaban una y otra vez ¿Tú te tocas?, ¿Cuántas veces?, ¿Qué piensas
mientras lo haces?, creían que no sabíamos que los que se estaban tocando entonces
eran ellos. Y luego el tema de no comer animales que rumiasen pero no tuviesen la
pezuña partida, ni animales que no rumiasen pero tuviesen la pezuña partida, a ver
eso que lógica tenía, pero con eso también estabas sucio y maldito. Y si bebías leche
en un cuenco mitad de barro mitad de madera, tenías que ir al templo y sacrificar dos
pichones, y permanecías impuro hasta la tarde. No recuerdo bien estas normas, ha
pasado mucho, mucho tiempo. Yo como siempre fui maricón, recuerdo pasar el
tiempo buscando en la Biblia historias de mujeres, quería parecerme a ellas. Había
muy pocas, las mujeres son irrelevantes. Estaba Dina, hija de Jacob, a la que se
nombra sólo porque un príncipe enemigo la raptó. Luego, cuenta la Biblia, que se
enamoró de ella y fue a hacer las paces con sus hermanos, que serían los de las 12
tribus, aunque aún eran jovenzuelos y no las habían fundado, a decirles que se iba a
casar con ella. Estos cabrones, con eso de tener a Dios de su lado, les dieron el visto
bueno si se circuncidaban, el príncipe y todo el pueblo, y por la noche, cuando todos
habían pasado por la navaja y tenían el nabo dolorido, los hermanitos entraron a saco
y los mataron a todos. Claro, estaban malditos, habían tratado a su hermana como a
una prostituta, y Dios deseaba venganza. Luego estaba Rut, que no recuerdo que
hiciera nada más que ayudar a su suegra, muy poco interesante. Mi favorita era Judit.
Esa sí que era toda una mujer. Seguro que me ves aquí vestido de flamenca, y te
preguntas como es posible que sepa tantas cosas de religión. Es que yo no siempre fui
cantante, yo tuve una educación. Era muy listo y los padres me querían aprovechar
para el seminario. Yo aún no sabía que quería ser cantante, pero sí sabía que quería
ser maricón. Sí, claro, los curas también, pero ellos nunca salían de la celda sin su
sotana, por más que dentro se pusieran bragas y se dieran por el culo. Aquí donde me
ves tengo 72 años. Me han dado más palos que a una estera, imagínate, desde que salí
del seminario dando tumbos por el mundo he estado. Te decía, yo he tenido una vida
y una educación. Era tan listo y cantaba tan bien en el coro que los curas
convencieron a mis padres de que me internaran en el seminario, echa cuentas, en año
50, tenía yo 14 años, claro que para mi santa madre fue un alivio, porque ella ya sabía
desde siempre que su hijo era un poco maricón, y eso para una señora bien de Madrid
que había parido el día del glorioso alzamiento era demasiado duro. Y del seminario,
como era tan listo y tan guapo incluso me mandaron a Roma a estudiar. Allí es donde
vi por primera vez los cuadros de Caravaggio, ése sí que estaba maldito. Un día un
seminarista mayor que yo me invitó a ir con él a la Galleria Nazionale d’Arte Antica,
que en el año 51 expuso por primera vez el cuadro de Judit decapitando a Holofernes.
No puedes imaginarte qué impresión me dio. Judit arrugaba el entrecejo con una
mezcla de asco y pudor, mirando la sangre que salía a borbotones del pescuezo del
hombretón. Una hora me quedé pasmado memorizando cada detalle. Recuerdo sobre
todo los pendientes, el peinado y la blusa casi transparente de Judit, cómo me
imaginaba a mi mismo vestido así, del brazo de un hombre como el Merisi. Mira mis
pendientes, son iguales, perlas en forma de lágrima.- Y me mostraba los pendientes
de plástico que colgaban de unas ranuras demasiado largas de sus lóbulos- Luego me
aficioné a ir buscando sus cuadros. En muchas iglesias podías ver esas vírgenes, esas
magdalenas, esos santos, todos con los pies sucios, que no te extrañaba nada nada que
el pobre maricón llevará esa vida perra y acabara muriendo de aquella manera,
maldito…pero que maricón tan impresionante, que efebos en claroscuro pintaba, que
parecía que se iban a salir del cuadro con esas carnes virginales. No sé cómo el prior
se enteró de mi afición, y me cayó el sermón sobre los peligros de idolatrar las
imágenes, que deben ser contempladas únicamente como instrumentos de alabanza a
Dios; es más, algunas obras eran menos recomendables que otras, y el Caravaggio se
encontraba entre los que debía ser tomado con cautela. Sus modelos eran prostitutas:
utilizó la misma para Judit, para la Magdalena penitente y para Santa Catalina, eso
decía mucho sobre el poco respeto que tenía a las cosas santas. Tenía una fijación
morbosa por las decapitaciones, la sangre era oscuramente real; las cabezas
cercenadas, Holofernes, Juan el Bautista, Goliat, autorretratos. Ya había sufrido
bastantes capones, así que no pregunté por qué la Iglesia acumulaba los cuadros de un
pintor maldito. Ya ves, yo hubiera tenido una vida y una educación si no hubiera sido
porque a mi madre le dio por morirse en el año 60. Tuve que viajar de vuelta a
Madrid para el entierro y ahí se acabó mi vida, porque me enamoré de mi primo, que
esto de ser maricón debe de ser genético, ¿no crees? A veces pienso que no acabó,
sino que ahí es cuando realmente empezó mi vida. Yo no era feliz de cura. Sólo lo
pasaba bien cuando cantaba, cuando me obligaban a rezar notaba como un vacío en
las tripas, porque a la pregunta de para qué nos ha puesto Dios en el mundo lleno de
cosas buenas para castigarnos si hacemos algo que nos de gusto había dejado de
buscarle la respuesta, y en lugar de hacer como otros seminaristas, que se flagelaban
cuando tenían estos pensamientos malditos, pues yo prefería que me rompieran el
culo. Qué más quieres que te cuente, porque el resto de mi historia ha sido cantar e ir
de ciudad en ciudad, llevo cantando desde mucho antes de que se muriera Paco, claro
que entonces a veces acababan partiéndome la boca, menos mal que aquello se acabó
porque yo a mi edad, con todos los dientes postizos, ya no estoy para esas. Me
preguntabas qué es lo maldito y yo por los cerros de Úbeda, hijo mío. Creo que no sé
qué es lo maldito, porque según el humor del que me levanto, lo confundo con lo
bendito. Pero mira toda esta gente. A ellos seguro que les pasa lo mismo.
El camarero, gordo, con la camisa desabrochada, sudado como buen camarero, se
acerca a nosotros con dos copas en la mano y nos las llena de coñac.
-Olé, Rafael, menudo chico guapo te has buscado esta noche.
Los dos bebemos en silencio, esperando que acabe la actuación del gitano de la
camisa con chorreras. Entonces Rafael se levanta con brusquedad, sin enterarse de
que ha arrastrado el taburete con la falda, y reemplaza al gitano en el escenario.
Empieza a cantar Ojos verdes.
CdAP
NO FICCIÓN
Decálogo relativo al malditismo
El término maldito se usa con demasiada facilidad. A lo largo de este texto
desarrollaré varias apreciaciones que en ningún momento pretenden ser definitivas,
sólo un bosquejo de una temática confusa que muchos usan alterando su significado
para promocionarse con pomposa efectividad posmoderna.
En primer lugar creo que el concepto que nos concierne, observen que me pongo
serio y todo, siempre es a posteriori. Cualquier escritor puede ser maldito, sólo la
Historia selecciona y determina la identidad de los elegidos. Mi experiencia personal
indica que en pleno 2011 la entera sociedad lo es por la calamidad capitalista que nos
ha tocado vivir sin que movamos un dedo para derribarla, aunque si nos centramos en
lo literario comprobaremos que es un clásico lo de beber, drogarse y lamentarse por
tener poca fortuna en el mundillo. No me leen ni me aceptan, estoy perdido, mi obra
vale mucho más que la de esos pazguatos con éxito a los que el paso del tiempo suele
maltratar hasta caer en el pozo del olvido, que ignora tendencias. La frase sirve y
encierra en su esencia una actitud virginal, del que aún no ha toreado bastante en un
ruedo difícil, repleto de envidias, obstáculos y mecanismos que sólo valoramos
cuando hemos penetrado en el interior de la bestia y tenemos una mínima seguridad
de dominio en los procedimientos para publicar, difundir y explicar nuestras
creaciones.
Sin embargo, los hombres adoran lo anómalo porque están cansados de su propia
monotonía existencial. Ése, y no otro, es el motivo que genera atracción por lo
maldito, sin que la mayoría sepa muy bien que significa, pues lo que consumimos se
basa en etiquetas forjadas a lo largo de muchos decenios con unas premisas
esenciales que desgranaré a continuación en forma de mandamientos elementales.
El primero es la muerte. Aquiles fue el fundador. Morir joven y dejar un bonito
cadáver es garantía de inmortalidad. James Dean, Jim Morrison, Jean Vigo, John
Lennon, Joan Salvat- Papasseit, Francisco Casavella, Dylan Thomas, Jack Kerouac,
Egon Schiele, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain, Mariano José de Larra,
Alejandra Pizarnik. Esta categoría es de un hipócrita subido apto para adolescentes e
idealistas que prefieren no esforzarse en exceso en el intento de adaptar su mente a la
idolatría. Sí, gran parte del elenco mantuvo un nivel artístico más que notable, pero su
fama se debe a lo prematuro de su óbito, que dispara la magnitud hasta una escala
inaudita que provoca arcadas en los que conocen la verdadera trayectoria profesional
de los implicados. Lennon fue enorme durante los sesenta y en la década posterior fue
una caricatura de sí mismo eclipsada por Paul McCartney, a quien crítica y público
valoraban como el único Beatle en la brecha. El asesinato de su otrora socio conllevó
un cambio de opinión mundial que hizo del compositor de Eleanor Rigby un paria
con fama de blando, afirmación cretina que ninguneaba su decisiva aportación en el
período más brillante del cuarteto de Liverpool. Otro claro ejemplo seria el de Joan
Salvat-Papasseit, reconocido sólo tras expirar a los treinta años con su postrer libro
protegido bajo la almohada. Las sepulturas contienen semillas de horrenda celebridad
al no poder ser disfrutada por los vitoreados.
El segundo postulado es harto comprensible. Hay individuos que se avanzan a su
época. Arthur Rimbaud fue uno de ellos. Escribió sus poesías en el tránsito hacia la
edad adulta y luego se esfumó en lo que constituye la parte más interesante de su
andadura en este planeta. Pisó lugares ignotos para el hombre blanco, padeció las de
Caín y murió en el fracaso del bautizo para contentar a su familia justo en el instante
que algunos literatos parisinos empezaban a valorar su fenomenal fuerza
vanguardista, preludio de tantas cosas futuras. Oscar Wilde se le equipara por otros
motivos. El bufón dejó de ser gracioso y pagó su condena.
La tercera norma navega en aguas turbias. Deberíamos redefinir el concepto bohemia,
porque hoy en día cualquier ser que salga un martes o un jueves goza de esa
condición. Desde mi modesto criterio el único que merece tal apelativo fue Giacomo
Casanova, que no fue maldito porque si bien se quejó nunca bajó la cabeza ante la
adversidad. Viajó, inventó y logró el enorme hallazgo de ser pionero en explicar su
experiencia vital sin solemnidad, narrando para ser entendido para y desde la
cotidianidad. Sus sucesores depositaron intestinos e hígados en una urna legendaria
con múltiples rostros y establecimientos con bebidas espiritosas que a lo largo del
Ochocientos cimentaron una reputación que respiraba perdición por cada poro del
cuerpo. El siglo XX repitió axiomas desde la decadencia. No crean, tuve mi
temporada dedicada a devorar la divertida narrativa de Charles Bukowski. Terminaba
uno de sus manuscritos y al instante sentía la necesidad de comprar otro. La fiebre
pasó y aprendí. Las mujeres, el vino y los hipódromos son mejores en la realidad. El
sueño de idealizar produce despersonalización.
La cuarta premisa no es tal. ¿Saben? Hay malditos muy dignos, y lo son porque
nunca se bajan los pantalones ni renuncian a sus principios, es decir, su actitud no es
la antesala de la inserción en el mainstream. Charles Baudelaire era un dandy avant la
lettre que mantuvo relaciones extramatrimoniales con una prostituta mulata con
ostensible cojera que en nada le ayudó cuando fue denunciado por sus Flores del Mal,
madre de toda la poesía moderna. El francés paseaba por los Campos Elíseos con
elegancia, sin plantearse siquiera que el mañana lo juzgaría con ojos desviados. Era
un burgués que asistía a los salones de arte y publicaba sus impresiones en libros y
revistas. ¿Lo ven muy maldito? Su único pecado en el París de 1850 fue dejar caer el
laurel en el barro en las estribaciones de un burdel. Humanidad, coherencia. Jaime
Gil de Biedma entra en esta categoría por otros motivos. Nunca cejó en su empeño
lírico, que podía simultanear con sus correrías nocturnas y el despertarse para ir a la
Rambla a cumplir su cometido en la compañía de tabacos de Filipinas. Cumplía,
creaba y follaba sin ver alteradas sus dinámicas, como Diógenes en su barril.
Por supuesto no hay quinto malo, y al situarlo en la mitad del decálogo huele a
importante. El maldito no nace, lo hacen. Quien se atribuya sus cualidades será un
desgraciado que merecerá recibir quilos de tomate en la cabeza por sus pretensiones.
Etiquétese este razonamiento en la pueril creencia de querer comerse el mundo sin
haber captado con absoluta corrección sus coordenadas. Algunas generaciones muy
presentes en la actualidad se irán a pique por su comodidad al vender lo que no es y
simular rebeldía cuando sólo aspiran a ingresar en la órbita cultural de la seguridad,
aceptación de mercadillo, palmaditas en la espalda.
El sexto punto es una excepción. Algunos autores no son misántropos, simplemente
detestan la hipocresía que les rodea. J.D. Salinger era rarillo, nadie lo duda. Su
malditismo radica en rechazar las normas impuestas una vez consumado el triunfo
supremo de ser reconocido y admirado hasta los topes. Se inmiscuyeron en su
privacidad y renunció a presentar sus relatos y novelas. Le bastaba con escribirlas. El
resto era pura parafernalia y cinismo más que prescindible.
El séptimo pilar del castillo viola parte de los anteriores sin ser paradójica. Algunos
artistas luchan por el éxito y saben esperar la ocasión para que se valore su
precedente trabajo. Les demoiselles de Avignon de Pablo Picasso generaron estrépito
negativo entre sus amigos, felices por criticar la genialidad del malagueño, que
finalmente cumplió las predicciones y se asentó en el Olimpo de la pintura. Hay otros
casos parecidos, entre los que cabe mencionar el de James Joyce y hasta si me apuran
el de Enrique Vila-Matas, quien tardó más de una década en ser reconocido por su
prosa única e inimitable.
El octavo capítulo se relaciona con obras o actitudes políticamente incorrectas en su
período histórico. En 1969 Jim Morrison se sacó el pene en Miami y ahora quieren
perdonarle porque no se estila arremeter contra bestias aceptadas. Lo contrario acaece
con Petronio. Vivió en el siglo I, publicó el Satyricon y nadie puso el grito en el cielo
porque la bisexualidad formaba parte de la rutina romana. Retrocedemos como los
cangrejos y creemos tener más libertad por vulgaridades léxicas y arrojos pestilentes
de bazofias con supuesto carisma. Ya lo decía mi querido Salvat-Papasseit: escopiu a
la closca pelada dels cretins.
El noveno y el amor. Nadie se acuerda del pobre Alfred de Musset, y es una pena. Su
romance con George Sand le hundió en la miseria interior, y lo mismo sucedió con el
pobre Chopin, que para más inri era proclive a la enfermedad, otro valor en alza en
esto del malditismo. Cesare Pavese y su suicidio en el Hotel Roma de Turín también
forman parte de la saga por mucho que sus defensores no suelan defender la
elegancia de un intelectual comprometido.
Punto y final. El diez es póstumo y duele. Las librerías rebosan de papel, los críticos
establecen cánones irrefutables que encajan con el sentir del siglo. Los escritores se
llenan la boca con obras inmortales que nunca han leído, la vacuidad se estila y sella
la muerte del malditismo.
No.
Las buenas abejas siempre trabajan preparando su panal. Quizá no afloren a la
superficie, quizá no luzcan tanto en saraos y presentaciones. Pero están ahí, y
surgirán. Se lo aseguro.
JCiJ
El malditismo según ellas
Las palabras siempre tienen un sentido y esconden otro. El “malditismo”, en el caso
de los escritores, ha sido interpretado como una forma de marginalidad, no siempre
deseada, pero ha sido, a través de los siglos un valor agregado, una forma de pureza
que ha servido de aura a aquellos autores considerados como malditos. Ninguna
relación con la prestidigitación, el malditismo no se hereda, simplemente es una
consecuencia de una posición en el mundo, asumido a partir de una búsqueda de
libertad. El que consideremos como malditos a ciertos escritores (y escritoras), no
significa que no hayan sido recuperados por el cuerpo literario que los ha
estigmatizado como modelos, sino que también hemos creído que ese malditismo
tenía que ver con la voluntad del propio autor. Y hablo en masculino porque la
mayoría de autores que entran en esta categoría son hombres: Rimbaud, Baudelaire,
Artaud, Lautréamont, Dylan Thomas, Gérard de Nerval, Malcolm Lowry... Lo
curioso es que también consideremos “como malditas” a ciertas autoras que han
sufrido una marginalidad, un silencio, convirtiéndose en una presencia borrosa en la
historia de la literatura. Yo creo que habría que distinguir entre el malditismo como
una forma aristocrática (una vida en busca del exceso, de la caída), falocéntrica, y el
malditismo como fatalidad social.
En ese sentido, mi ensayo apunta a desgajar las relaciones que existen entre escritura
y verdad dentro de una situación en el mundo como una persona de sexo femenino
que escribe. Las mujeres que han escrito y que siguen escribiendo, no son malditas
por una decisión personal, sino que padecen una serie de circunstancias que las llevan
a enmudecer, a disfrazarse todo el tiempo de hombres (como George Sand), para
poder entrar en el mundo “masculino de la literatura”. Seamos precisas, las mujeres
no son sino una prótesis del patriarcado literario, por llamarlo de una manera. Por
eso, me parece importante, comprender que la marginalidad, estigmatizada como
malditismo, puede llevarnos a pensar que se trate de una condición elegida
libremente, cuando en realidad es un padecer, es una forma de castigo de parte de una
sociedad que de alguna forma no ha respetado el contrato social que la legitima, es
decir : la igualdad entre hombres y mujeres. Por eso, no es fácil aceptar una serie de
determinismos sobre las mujeres que han decidido escribir y publicar, que sean vistas
como un epifenómeno repetitivo, castrado por la ley y el logos masculino. Muchas
escritoras escriben desde los márgenes, es cierto, pero sin plantearse la pregunta de
cuál es el problema, y el enemigo más importante, el lenguaje. Este ensayo es una
protesta contra el adoctrinamiento, contra la estigmatización del malditismo como
justificación a una situación que debería producir reacciones, urticarias. Es esa raíz
rizoma que debemos explorar para poder comprender qué hacemos con nuestras
propuestas, cómo las podemos llevar adelante, y hacernos de nuevo esa pregunta
fundamental que algunos hombres han intentado contestar: ¿Qué es la literatura?
PdS
Inicio del ensayo “Eva no tiene paraíso” (Ediciones Altazor, 2011)
Siempre me ha parecido imposible no pensar en qué consiste el lenguaje y cómo
podemos hablar, comunicar, expresar, y convivir en grupo sin terminar enloqueciendo
o peleando. ¿Cómo es posible que pese a todas nuestra diferencias logremos un
mínimo de acuerdo y de consenso? Se me hace todavía más difícil comprender lo que
significa escribir, inventar un mundo, o representarlo con el lenguaje, y saber que es
nuestra marca como especie, nuestra humanidad. El lenguaje en su forma material
bruta está completamente desprovisto de sentido hasta ser una palabra hablada,
sentida, escrita y encarnada por alguien. Por eso, no puedo evitar pensar que toda
escritura está estrictamente ligada al deseo: deseo de vivir, de pensar, de señalarse.
Sin deseo en movimiento, no hay producción de signos, no hay lenguaje. Y no hay
comunicación. En mi caso, me pregunto cómo y cuándo me decidí a hablar. No tengo
memoria exacta de ello, sólo la convicción de que me invadía un enorme desarraigo.
El día en que empecé a alzar la voz y a señalarme no sólo como un cuerpo, sino
también como una cabeza, empezaron los problemas. Es decir, escribir es salir de la
clandestinidad para rescatar ese deseo, es una pelea frontal en el plano social para
ganar un espacio, una lucha por una identidad tan volátil como sujeta a leyes y reglas
que no nos pertenecen. El problema es que la identidad no es constante ni única, sino
que cambia todo el tiempo, es siempre un terreno en obras. El quién es importante en
este aspecto, quién nombra, quién señala, quién habla. Origen, nombre, sexo (género,
que al ser sexuado, hombre/mujer, se convierte en un problema político y deja de ser
solo gramatical). Y color de piel. Esas son las primeras señas de identidad para la que
se decide a hablar, lo siguiente, es decidir levantarse en armas.
Si escribir es un perpetuo movimiento, avanzar en la dirección de lo que hemos
elegido por la necesidad de dejar huella, es también una experiencia existencial
trascendente, inacabada e incompleta. Ahí reside la dimensión fenomenológica de la
obra como obra, de la escritura como fenómeno y como noumeno, y de allí mi idea de
otorgar al uso de la primera persona un sentido crítico y estructural en el texto. Esta
primera intuición me llevó a querer estudiar algunos trabajos escritos para integrarlos
en una comunidad de escritoreas que habrían vivido la escritura como una Huella1,
valor que va más allá de una simple ambición estética para hacer de la escritura una
forma de sobrevivencia, un modus vivendi. Algunas veces he pensado que sin
escritura, sin texto, nadie puede resistir el peso afectivo de la experiencia, y de ahí
que el psicoanálisis siga teniendo sentido como una forma de recorrer espacios
restringidos a la consciencia. Si esta idea se instaló en mí fue porque, a medida que
he ido hurgando en mi trabajo como escritora, las cuestiones relativas a las razones
mismas de la gestación de un texto no dejan de multiplicarse. En cualquier caso, una
cosa aparecía ante mis ojos como algo fundamental: el hecho de que la escritura es
sobre todo una forma de oponerse a la alienación, una resistencia, una diferenciación
no esencialista, y, por tanto, una marca de vida. Para mí esto significaba no sólo una
resistencia al efecto corrosivo del tiempo, sino también, y sobre todo, una rebelión
contra la condición de mujer (que se piensa como Persona) en un determinado medio
cultural y en una sociedad, lo que me acercaba por otra parte de todas las autoras que
habían sido conscientes que escribir es un acto de subversión público: Madame de
Stäel, Madame de Gemlis, Flora Tristán, Rosa de Luxemburgo, Simone de Beauvoir,
Colette… y una larga lista, pero también, de la frase de Lautréamont, que prescribió:
la poesía sería hecha por todos. Ese anatema de alguna manera es el signo de una
revolución estética y representa una toma de posición política en pleno siglo XIX:
banaliza la poesía (simplificándola como valor absoluto), y la coloca al alcance de
todos al prescindir de la división jerárquica entre el hombre y la mujer. Finalmente
esa expulsión de un determinismo biológico (institucionalizado como norma), nos
convierte en lo que somos realmente, parias en esencia, a la búsqueda de una
identidad que siempre se nos escapa. Esta intuición, influyó para que mi deseo de
trabajar sobre escrituras extraterritorriales comenzase a tomar forma. Entonces, he
pensado que la escritura, la marca, es un trabajo de sobrevivencia y de resistencia a la
1
Defino Huella como la Marca, la huella que transpira en la obra. De la misma manera que
coloco una “a” recostada sobre las “o” de los agentes masculinos, para evitar una división y
dar la impresión de un acompañamiento sin jerarquía.
desaparición, aunque esta afirmación contenga una contradicción evidente: escribir
consiste también en borrar la propia experiencia para que la marca escrita nos
entregue un nuevo sentido, un nuevo valor estético que se transformará muchas veces
en un valor moral (la lucha por la independencia de muchas mujeres que han escrito
conscientes de su situación en un mundo de dominación masculina, es un ejemplo).
Ahí reside la dimensión sacrificial de la escritura2. Nadie que desee acoger el rostro
de otra persona puede permanecer idéntica a sí misma. La división que se produce en
el interior sólo es perceptible en el instante en que se entra en contacto con la realidad
escrita. Porque si existe alguna forma de desdoblamiento, éste consiste en el hecho de
tener que utilizar un lenguaje que no poseemos completamente. Cuando Lacan habló
de la preponderancia del significante sobre el significado, lo vivido, frente al
concepto, o de la alienación estructural del sujeto que otorga un valor simbólico al
género, se refería justamente a esa despersonalización que se produce cuando se
escribe: ¿Qué poder tiene lo simbólico, que hace de ciertas cosas sensibles, signos de
sufrimiento? Es un trabajo con el subconsciente, es subterráneo, y tenemos que
descender hasta esas profundidades.
Sin embargo la realidad no me parece condenada a ser estereotipada ni impenetrable,
pues el lenguaje puede entregarnos una sensación de unidad coherente, lo que
llamamos sentido y que se traduce ulteriormente en un discurso inteligible. Si cada
significante se apropia de un nuevo significado (la dimensión fenomenológica del
proceso), que rechaza de plano toda idea metafísica de la identidad femenina, este
terreno no es del todo pantanoso. Es partiendo de este punto que empezaron a
interesarme ciertas nociones lingüísticas de Emile Benveniste sobre la subjetividad
del lenguaje, concretamente, su análisis de la utilización del pronombre personal en
primera persona, que participa en la construcción de un Yo, y de qué manera el
lenguaje, al representar la experiencia, se fusiona con ella al designarse justamente
como un Yo. No quise situarme del lado de otros escritoreas que pretenden que el
2
Esta idea de la escritura como acto de sacrificio, pertenece a René Girard, quien ha hablado
en numerosos textos sobre la importancia del « chivo expiatorio » como figura clave en la
formación de la tradición cultural Occidental.
lenguaje pueda separarse de su dimensión afectiva y existencial, para mí, la única
forma de no caer en una interpretación simplemente performativa de él, es decir, en
una “puesta en forma” práctica que hace que nos perdamos aún más dentro en un
discurso que ha sido preparado y legislado por otroas. Nunca inventamos nada, sino
que recibimos un lenguaje, un idioma con sus reglas, sus referencias, su capacidad de
representación y su poder político. El lenguaje es la huella de cada experiencia y
revela cosas que ignoramos hasta el momento en que el texto aparece ante nuestros
ojos, en el caso particular de las mujeres, nuestra condición política, social y
simbólica en una sociedad.
En la aparición de este texto-huella, nace para mí el Palincesto3, reconstrucción desde
el presente de un pasado que no se borra, endogamia forzada de la escritura. Es ahí
que la escritura revela sus llagas, sus rupturas y sus afasias susceptibles de ser
analizadas en un texto y así comprender mejor su contenido y su valor estético, pero
sobre todo, su valor humano. Un texto escrito en ciertas circunstancias, lleva
impresas las marcas vitales de su autor(a) y desenmascara al sujeto dejándoloa
desnudoa. Quiero decir que, aunque nunca podamos conocer toda la verdad de una
persona, ese desnudamiento, produce una desposesión, un vacío que inevitablemente
empuja a un alumbramiento, una nueva forma de mirarse que deja una huella en el
lenguaje.
Dos cosas me parecen relativamente claras: en cada escritura extraterritorial se
impone el uso de la primera persona y que éstas pueden ser estudiadas en el terreno
de la literatura comparada. No podemos separar, sin sentirnos responsables, la
dimensión de género, de la existencial, la fenomenológica, de la psicológica, y la
social de la política. Madame de Stäel, en su libro De la Alemania, que inicia el
romanticismo francés, y Sobre la literatura en sus relaciones con las instituciones
sociales, planteó claramente las divisiones sociales y políticas que se producen
3
El Palimpsesto tiene orígenes referenciales muy antiguos, utilizar un manuscrito antiguo para
escribir de nuevo sobre él, pero también se usa en arquitectura y sobre todo en literatura para
señalar un texto que se construye por destrucción y construcción sucesiva. Yo me permití el
neologismo Palincesto para marcar las relaciones de poder entre un idioma y otro, entre un género y
otro, las endogamias y los procesos de alienación con los contenidos dominantes.
cuando una mujer ejerce las letras. Además de la insumisión, escribir desde otro
territorio, se entra en contacto con otro idioma, destruyendo un mundo de
significados que hasta ese instante tenía el valor absoluto de verdad; es comprender
nuestra existencia como contingencia y cambio, más que sedentarismo y brillo fatuo
de una supuesta verdad.
PdS
POESÍA
A mis demonios
Señores de mi oscuridad, tenebrosos cancerberos del alma...
Mis días se enlutan encerrados detrás de enormes alas negras.
Angustiosas serpientes que me consumen.
He pasado la mitad de mi vida mirándolos con pavor, impotente y desolada sin poder
caminar por los pasillos oscuros de mi mente.
Demonios de mis rabias y terrores, de las locuras sin certezas. De mi sexo abatido y
renacido mil veces, orgasmos inmersos en la hiel de la ira.
Desoladores íncubos penetrándome sin tregua, ungiéndome de helada esperma para
parir nuevos terrores.
Desde la inmensidad de la noche y en la cornisa áspera de los tejados, las gárgolas de
piedra despertarán de su letargo inmortal.
¡Que salgan a la luz los recovecos y escondrijos de lo turbio! El invierno se alargó
demasiado y todo ha quedado sepultado bajo el manto inerte del miedo.
Y ya es tiempo de vivir.
Abriré las ventanas de mi mente, dejaré que el sol incendie las largas sombras y por
fin los veré deshacerse como nubarrones dispersos en negras bocanadas.
AG
Sr Projarchin Bartleby
-¿Qué es lo que te pesa de la vida, amigo? ¿Qué es eso que sólo calma el alcohol?
-Preferiría no vivir, pero he de hacerlo así, como una cuesta abajo que no se pudiera
evitar, sólo este descenso infatigable hacia más inclinada y descendiente pendiente.
No es fácil apartarse de la vida cuando nos aplasta, y créame que duele cuando duele
y el peso sigue ahí, presionando cada vértebra, oprimiendo corazón y riñones. La
opción de la negativa al movimiento siempre es atrayente cuando uno está cansado de
andar sin saber a dónde, es eso de pararse un momento a la vera del camino, y ver
tristemente, que la vida sigue aunque nuestros pasos dejen de hacer sus huellas en la
tierra que guarda sangre, lágrimas, heces y algún abrazo a partes iguales. La tierra nos
enterrará y así la pisamos cada día, cimentando nuestra losa, que serán nuestros
recuerdos, bajo los que cada uno morirá sin recordarlos el día del adiós, de la caricia
al tiempo que se para. Preferiría no hacerlo. Preferiría no seguir. Pero aún así, sigo. Y
seguiré. La cuesta abajo es ineludible. (Hace un descanso, acaba su lata, apura su
cigarro.) No olvidé en la maleta el cariño. No olvidé en la maleta el amor. No olvidé
en la maleta lo compartido. No olvidé lo que sentí agradable y eterno, no lo olvidé,
créeme, pero esta maleta tan cargada sólo hace que el descenso sea más rápido
empujados por su peso. Toda sonrisa pesa al saber que toda sonrisa, en un momento
dado, se apaga, así, tan débil, pensando en esos labios que se cierran y ese gesto que
queda serio, enmudece, se opaca, se torna también descenso. No olvidé en la maleta a
los hijos, carne de nuestro ser, corazón de tus pulsaciones. No olvidé en la maleta los
sueños. No olvidé en la maleta, la que cogí de aquel rincón donde vivía, los días por
vivir. No olvidé para nada lo hermoso, lo lindo. No lo olvidé, pero el camino es
cuesta abajo, y preferiría no moverme o subir la pendiente, en retroceso, y ver con
mis ojos de ahora lo que antes sentí por mis dedos. Me los arranco los dedos y
permanezco en el suelo, durante años, descendiendo.
-¿Qué es lo que te pesa de la vida, amigo?
-Pues eso, su peso.
RDF
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dez Clemente
EL ENCIERRO DE LA TELARAÑA
ORTIGA, LA BELLEZA DE UNA FLOR DEL MAL
CAMINANDO POR
R LOS MÁRGENES
ENTREVISTA + APORTACIÓN ARTÍSTICA
Claudia Apablaza, por RDF.
Hola Claudia, lo primero, queremos agradecerte el que hayas aceptado la invitación
para realizar la entrevista. Como sabes, este es el primer número de la Revista
Excodra, y la temática que hemos elegido para el arranque es lo maldito. Mis
preguntas irán encaminadas por este terreno, haciendo también un recorrido por tus
obras. Tras la entrevista se podrá leer un relato perteneciente a tu libro Autoformato
(Lom Ediciones, 2006).
ENTREVISTA a Claudia Apablaza
Para empezar, te pediría que me contestaras a la siguiente pregunta con la
primera impresión que te venga a la cabeza nada más formulártela: ¿Qué es
para ti lo maldito?
Lo maldito lo relaciono de inmediato con la pulsión de Tanatos, la pulsión de
destrucción de la cual venimos todos (o desde la cual nos constituimos), pero que
estamos intentando ligar para construir vida y forma.
¿Has sentido alguna vez que tus obras eran malditas? Y tú, ¿te has sentido
alguna vez maldita?
La verdad es que creo que todas las obras como tal la pulsión de vida, por su
intención constructiva; ahora bien, la temática o la forma puede derivar en maldita
como lo es en el caso de los poetas malditos: Rimbaud, Baudelaire, Verlaine,
Mallarmé, etc; que hacen de su vida una obra maldita, con tendencia a destruir lo
establecido, tanto en sus vidas como en sus obras. En ese sentido, me podría sentir
maldita al trabajar malditamente con las formas de la novela.
Recuerdo que lo primero que leí de ti fue el libro de relatos Autoformato, que
para mí es una verdadera joyita de la literatura, y que intuyo que aún no ha
empezado a hacer el recorrido que le corresponde, o tal vez sí, es decir, la
encuentro una obra de las denominadas de culto, que además sé que tuvo ciertas
críticas no muy constructivas desde plumas no muy sinceras, lo cual en cierto
modo es más un halago a tu obra que otra cosa. Me gustaría que me contaras
cómo recuerdas el tiempo en que la escribiste, y cómo te sentiste en su recepción.
El tiempo en que escribí AUTOFORMATO lo recuerdo un tiempo de mucha tensión,
de una necesidad de fuga enorme. No sé si era el trabajo, lo cotidiano. Fue una
válvula de escape para ese malestar. Cuando lo acabé fue cuando decidí irme de estos
lares y emprender el viaje que comencé por allá por el 2006 y que aún no termina.
¿Dónde crees que te desenvuelves mejor, en un relato o en una novela?
Creo que en el cuento, pero la novela aún me tienta mucho. Creo que tengo una lucha
feroz con la novela. El modelo de la novela del boom latinoamericano, las novelas
clásicas, la novela decimonónica se instala como un padre castrador y nos está
constantemente diciendo que la sigamos o que la destruyamos para siempre. Estoy en
esa disyuntiva. El cuento, en cambio no me tienta a destruirlo, más bien es un lugar
en el que descanso con mucha seguridad y bien, digámoslo, con bastante comodidad,
eso me hace a ratos sentir mal, ya que es como si estuviese siguiendo el decálogo de
Quiroga al pie de la letra.
Una pregunta que te habrán hecho mil veces: ¿Cuál ha sido el escritor/a que
crees que más te ha influenciado?
No tengo a uno en especial. La verdad es que más que un escritor en especial, me ha
influenciado la lectura constante y diversa. Desde literatura (narrativa, poesía, ensayo
literario) a psicología, psicoanálisis, filosofía, textos religiosos, etc. Ahora bien, si
puedo nombrar algunos nombres, pienso en Georges Perec, Enrique Vila-Matas,
Douglas Coupland, Mario Levrero, Josefina Vicens, Nicanor Parra, Ramón Gómez de
la Serna, Macedonio Fernández, Virgina Woolf, Wilcock, Juan Emar, María Luisa
Bombal, Clarice Lispector, Borges, etc.
Se ha hablado bastante de tu primera novela Diario de las especies, que la
verdad ha sido muy bien recibida. Sobre todo he podido leer que lo que más
destacaban era que estaba construida en formato de blog, siendo así, en cierta
medida, hija de tu tiempo, reflejando tu contexto en forma y fondo. A mí,
además de llamarme la atención el leer una novela así, también me dejó
pensando en la de papeles que uno mismo puede representar, pues te metes en el
pellejo de diferentes personalidades, lo cual en cierta medida, en el proceso de la
escritura de la novela, es una manera de verse uno mismo desde diferentes
ópticas, y entonces, al hilo de esto y por jugar un poco con las ópticas, la
recepción y las visiones de uno mismo sobre sí mismo ¿qué crees que dirían de tu
novela Rimbaud, Virginia Woolf y Roberto Bolaño?
Sabes que creo que a Rimbaud le gustaría mucho ya que nacimos el mismo día, el 20
de Octubre. Prefiero no hablar de Bolaño, porque sabes que en Chile hay mucho
escritor que anda ficcionando que Bolaño le habló, dijo tal cosa de él, le mandó una
coma o un punto por email y cosas un poco vergonzosas. Virginia se enojaría ya que
bueno, como dice mi próximo libro SIEMPRE TE CREÍSTE LA VIRGINIA
WOOLF.
Después de Diario de las especies publicas EME/A (La tristeza de la no-historia),
en la cual consigues, a mi modo de ver, según va encaminándose la novela hacia
su fin, mostrar la tristeza en estado depurado, sólo tristeza, recuerdo cómo al
principio de la novela es el humor lo que predomina para dar paso hasta el final
a la precipitación de lo triste, es algo así como si le pusieras un filtro a la vida y
en un vasito recogieras la esencia de la tristeza. No te preguntaré cómo lo has
conseguido -aunque bien podrías contarlo- pero sí te preguntaré dos cosas: ¿si la
novela hubiera seguido el camino inverso, de la tristeza al buen humor, se habría
titulado EME/A (La alegría de la no-historia)? Y, ¿cómo se te ocurrió la idea de
la no-historia?
La idea de la no historia es una idea que debe circular en la cabeza de muchos
escritores, primero por la constante posibilidad de fracasar ante sí mismos y su propia
escritura. Siempre pienso en la idea de que no lograré el texto y por tanto la historia
que intento narrar. Esa es la base del título, si te fijas, hay una mujer intentando
contar algo y se le hace difícil esa narración, por lo que sólo presenta imágenes o
fragmentos dispersos del mismo. Por otro lado está la imposibilidad de una relación
amorosa, aunque es una falacia, no existe la no historia, es una tontería pensarlo así.
Siempre hay historia, sea lograda o fracasada.
Aunque el camino del texto hubiese ido de la tristeza al humor, creo que jamás le
pondría a un libro mío la palabra alegría en su título. Se e vinieron imágenes horribles
a la cabeza con la propuesta.
¿Cuál será tu próxima publicación?
Dos libros. Un libro que trabajé con la artista visual Francisca Yáñez, por la editorial
chilena Los libros del Snark. El libro se llama LA MÁQUINA DE KIRIBATI
SEGÚN GO, O y GLE. Luego en noviembre publicaré por editorial La Calabaza del
Diablo el libro de cuentos SIEMPRE TE CREÍSTE LA VIRGINIA WOOLF.
¿Qué artista piensas, a bote pronto, al que la historia no le ha hecho justicia? ¿Y
de un contemporáneo?
No creo mucho en la justicia del tiempo, creo más bien en el trabajo constante y en
los fenómenos parapsíquicos. Por cierto, leí un libro muy bello acerca de esos
fenómenos, un libro escrito por el narrador uruguayo Mario Levrero: Manual de
Parapsicología.
Si quisieras y pudieras cambiar un hecho histórico ¿cuál sería?
Todos los que estén relacionados directamente a la destrucción masiva y el atentado a
los derechos humanos, como el Holocausto, Hiroshima, Nagasaki, las dictaduras
latinoamericanas, las matanzas religiosas, etc.
Y para terminar, cuando lees un nuevo libro, ¿qué buscas en su lectura? Es
decir, ¿qué te hace seguir leyendo libros? Y, ¿qué te empuja a seguir
escribiendo?
Me interesa mucho enfrentarme a diario a nuevas éticas y estéticas; formas de
abordar lo humano (y lo divino). Busco en los libros puntos de vista y las formas que
tiene un creador para representar ese punto de vista. Eso en libros que leo y también
en libros que trabajo como una oportunidad de profundizar y sostener un aprendizaje
constante.
APORTACIÓN ARTÍSTICA
Ellos bailan al ritmo de la lavadora (Extraído de “Autoformato”, Lom Ediciones,
2006.)
ELLOS son dos personas: ÉL y ELLA.
La primera oración es simple. ¿O no?
La segunda oración es la siguiente: Ellos bailan al ritmo de la lavadora.
La tercera, la siguiente: Ellos se murieron.
Estas dos últimas oraciones son un poco más complejas. Intentaré explicarlas lo
mejor posible. Comenzaré, por lo tanto, y de esta forma, el cuento. (¿O ya habrá
comenzado? Bueno, eso da lo mismo. No es necesario que nos pongamos
extremadamente bizantinos. ¿O no?)
Ella tiene el pelo corto. Él tiene el pelo largo. Ambos son delgados. A ellos les gusta
mucho bailar.
Ellos no tienen radio. Tampoco tienen TV, ni tampoco vecinos que escuchen la
música fuerte. Tampoco les gusta salir a discotecas, ni a bares con música que les
traiga recuerdos que ellos no quieren que se les vengan a sus cabezas (recuerdos
asquerosos que, necesariamente, después tienen que salir a flote para poder terminar
de contar el cuento). Tienen susto, a veces de las cosas que piensan. Por lo tanto,
tampoco han tomado la opción (válida, por lo demás) de bailar recordando canciones
ni entonándolas en voz alta (como pensar, por ejemplo: Like a Virgin, sssssh ty, Like
a Viiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiirgin... tanana na. Sólo la enuncio como ejemplo. Podría ser
cualquier canción)
Entonces, tenemos que les queda una sola opción en sus vidas: bailar al ritmo de la
lavadora.
El día está cálido. Ellos han terminado de cenar. Tienen mucha ropa sucia. Él le
propone que laven la ropa. ¿Bailaremos, además?, dice ella. ¿Quieres? Por supuesto.
Necesito sacarme la grasa del cuerpo, sudar, que se vaya el recuerdo del día,
eliminando esa pasta que a uno le queda cuando está en la calle. Yo también lo
necesito, dice él. Ok. Estamos, entonces. Ellos recolectan sus ropas inmundas:
polerones, blue jeans, poleras, calzones, sostenes, calzoncillos y calcetines.
Ella pone la ropa en el canasto. Él la mira y siente que comenzará a sonar esa
musiquilla. Esa que los lleva a mover sus cuerpos. Él ve que ella no ha puesto sus
camisas y le dice: ¿podrías poner además mis camisas? Ella le dice: Ok. Él dice, oh,
gracias, así el ritmo será más excitante, con un olor diferente. Yo también así lo creo,
dice ella. Bueno, esperemos a tener una velada espectacular, le dice él. Así será, dice
ella. Oh, genial, dicen al unísono (supongo que todos saben lo que es al unísono. Si
no lo saben, búsquenlo en un diccionario de sinónimos y antónimos).
Aprieta On. Suena piiiiiiiiiiiiiiii. Él siente una escalofrío en su espalda. Uf. Sabe que
será una tarde ejemplar, inolvidable. Ella aprieta ahora el botón de Temperatura del
agua. Lo deja en Fría. Luego Cantidad de agua: Extra. Piiiiiiiiiiiiiiiiiii, nuevamente.
Uf, se excita. Déjame a mí también apretar algo. Oh, sí, por favor, amor, hazlo. Él
apreta la función Proceso. Selecciona las cuatro: Remojo completo, enjuage, lavado y
centrifugado. Él siente otro escalofrío en su espalda. Ya viene, uf, ya vendrá. Él dice,
uf, ¡ya comienza! Ahí voy, dice ella. Uf. Y se acercan porque saben que comenzará el
baile y la lavadora y ella pone Start y comienza: Shak, shak, shak, shak... Shak, shak,
shak, shak. Shak, shak. Shak, shak, shak, shak... Oh, siiiiii. Shak, shak, shak, shak.
Shak, shak. (Este es –para los que no hayan entendido- el ruido de la lavadora. Es la
mejor imitación que puedo hacer de esta situación. Lo siento mucho si no les gusta
mi imitación.) Entonces: shak, shak, shak, shak... Shak, shak, shak, shak. Shak, shak.
Shak, shak, shak, shak... Shak, shak, shak, shak. Shak, sha. Uf... ¡Eso!, eso es amor,
ey, ¡Eso es! ¡Así! ¡Así es, amor, dale, amor mío, eso es, dale! ¡Oh, sí! Shak, shak,
shak, shak... Shak, shak, shak, shak. Shak, shak. Shak, shak, shak, shak. Ellos bailan
y transpiran ellos dicen me encanta, ellos dicen sí, así es, ellos mueven sus cuerpos
sudados. Ellos ensayan nuevos pasos, Shak, shak, oh sí, shak, oh, oh. Me encanta.
¡Nos amamos! Ellos sólo hacen pasos con ángulos bien definidos. Shak, shak, shak.
Cortan el movimiento con una tendencia a hacer figuras geométricas. Por ejemplo,
con las piernas hacen triángulos, con las manos aletean y ponen los brazos en
posición de pájaro, dejan el movimiento en una posición semi-estática por diez
segundos aprox., lo que parece definir una figura geométrica. No se toman de las
manos en ningún momento porque eso le resta valor a la estética del baile que ellos
han definido o alcanzado a lograr... Y (volviendo a ellos, y entre paréntesis) Shak,
shak, shak, shak... Shak, shak, shak, shak. Shak, shak. Shak, shak, shak, shak... Shak,
shak, shak, shak. Shak, shak. La lavadora suena piiii, tata chachacha y ellos Shak,
shak, shak, shak... Shak, shak, shak, shak. Shak, shak. Shak, shak, shak, shak... Shak,
shak, shak, shak. Shak, shak. Piiiiiiiiiiiiiiiiii. Shak, shak, shak, shak... Aleteos.
Aleteos. Aleteos. Shak, shak, shak, shak. Shak, shak. Shak, shak, shak, shak... Shak,
shak, shak, shak. Shak, shak. Rectángulos, triángulos isóceles, escalenos, alas de
pájaro tiesas, rodillas flectadas. Rodillas que si uno las observa por atrás son ángulos
de
setenta
grados
aprox.
Nunca
hay
círculos
ni
semi-círculos.
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, tatatatatataatata. Shak, shak, shak, shak... Shak, shak, shak,
shak. Shak, shak. Shak, shak, shak, shak... Shak, shak, shak, shak. Oh, sí, oh, sí,
amor. Esto es genial. Shak, shak. No hablan, no dicen nada, sólo cierran los ojos e
imaginan las flechas imaginarias que cortan sus cuerpos y le dan forma a las figuras
geométricas que recaen en sobre ellos y definen la estética del baile. Miles de flechas
que ellos asumen cortan sus movimientos y definen los pasos que ellos manifiestan
libremente en el baño. Están excitados, están muy calientes, están en pelotas, y Shak,
shak, shak, shak... Shak, shak, shak, shak. Piiiiiiiii, ya ha lavado, estrujado, ahora está
en enjuague. Centrifugado. Oh, oh... Eso amor. ¡Lo hemos logrado! Eso, amor mío.
¡Eso es! ¡Lo hemos logrado! ¡Oh, sí!
Han terminado. Están agotados. Quieren ir a la cama, quieren dormir. Quieren ir a
descansar porque mañana les toca un nuevo día.
Se van a acostar. Siguen con su vida normal al día siguiente y por los restantes doce
días que vienen. Ellos se van a trabajar. Él va a su oficina de corredor de propiedades
(esto se me olvidó comentarlo al principio). Ella se dedica a algo que enuncio más
adelante. Ellos siguen llegando a su casa todas las tardes a la misma hora. Ellos lavan
su ropa, bailan, comen y duermen igual que siempre. Cada vez están más diestros en
el baile.
Pero un día cualquiera (digo cualquiera porque lo importante es el hecho) pasa una
cosa terrible en la vida de ellos. (Una cosa que ya nos lleva hacia la tercera oración
que enuncié en el principio. Vamos a esta situación primero, luego a la oración). La
situación es la siguiente:
La lavadora se hecha a perder.
La sucesión de actos tiene un orden (los enumeraré para que se entienda mejor, sólo
con fines pedagógicos, recordar que los fenómenos son indivisibles en la realidad,
como nos dice el gran teórico Martin Grakmil):
1. Pasó un ratón y se comió un cable de la lavadora.
2. Nadie vio al ratón.
Bueno, ella llegó a casa después de su trabajo (ahora sí lo puedo contar, sucede que
antes se me había olvidado escribirlo y no quería modificar el texto. Ella trabaja en
una casa comercial vendiendo tarjetas para comprar en cuotas. Algunos estúpidos se
inscriben y cuando firman su inscripción esbozan una mueca y piensan: Oh, qué
felicidad; pero pasado unos meses, lloran porque no han podido pagar los productos
comprados y les han subido los intereses o los han puesto en Dicom y esbozan un
puchero y dicen: Oh, la vida es terrible; otros dicen: Oh, son todos unos ladrones.
Bueno, además, debo agregar que ella tiene un jefe que es también su amante. Pero
mejor esa parte la dejamos para otro momento, que podría también ser nunca).
Cuando llegó a su casa, se preparó unos espirales con atún y crema. Él llegó y sintió
el olor a comida. Pensó menos mal mi mujer ha cocinado. Le diré que después yo me
encargo de lavar la ropa sucia. Y bueno, como bajativo le digo que bailemos, pero
que pongamos poca ropa en la lavadora, porque estoy algo cansado.
Él le plantea la idea, a la vez que le agradece que haya cocinado su plato favorito.
Ella se muestra muy feliz porque han reconocido su labor, y le encanta la idea de
bailar un rato al ritmo de la lavadora; aunque sea poca ropa. Se abrazan y dicen: ¿Qué
estamos esperando? ¡Vamos! ¡Oh, sí! ¡Vamos a bailar al ritmo de la lavadora!
Juntaron la ropa sucia. Ella se sacó los calzones que había usado durante dos días,
porque no se había hecho el tiempo para lavar. Él buscó los calzoncillos que había
usado esa semana, los calcetines y sólo dos camisas. Ella se desnudó, quería bailar
desnuda hoy. Él se entusiasmó y también se desnudó (de todas formas sabían
perfectamente que aunque estuviesen desnudos debían respetar la lógica de los
movimientos que definieron desde que se fueron a vivir juntos; es decir, tenían el
siguiente lema: aunque estemos desnudos, debemos respetar los movimientos
geométricos. Eso significa que no puede haber roce si bailamos desnudos. Si nos
calentamos demasiado, debemos dejar que la lavadora funcione sola y nos debemos ir
a la cama. No podemos profanar nuestro baile. No podemos tener sexo frente a la
lavadora. Ella nos entrega su ritmo y debemos respetar su condición de máquina de
lavar).
Ya desnudos, ella dijo: bueno, amor, me gustaría que esta vez tú encendieras la
lavadora. Ok, cariño, me encanta encender yo la lavadora, es una sensación única, es
como si yo tuviese el poder y tú me deberás seguir en mis movimientos. Así, es amor.
El que enciende la lavadora, en cierta medida define el baile. Gracias, amor, te amo.
Yo también, te amo. Vamos entonces a comenzar. Oh, sí, vamos. Él se dispuso a
apretar entre. Levantó su mano como una flecha, la bajó lentamente y apretó ON y no
pasó nada. Nuevamente: ON. Y no pasó nada. Muchas veces ahora: ON, ON, ON.
Oh, no, ¿qué sucede? No sé amor, intenta nuevamente. ON, ON, ON,
ONONONONONONONONON. ¡Oh, noooooooooooo! ¡Oh, noooooooooo! ¿Qué
pasa, qué pasa, amor? ¡Alguien ayúdenos, por favor, alguien ayúdenos! ¡Oh, no!
Tuvieron terror. Tuvieron mucho miedo. Pensaron de inmediato que comenzarían a
sentir en sus cabezas melodías. Melodías extrañas. Nuevamente ON y nada. Terror de
las melodías en sus cabezas. Les daba mucho horror que viniesen melodías como las
de Laurie Anderson, por ejemplo: Biiiiiiiig Science (esta última palabra se pronuncia
zayiens) Tuvieron horror de recordar cosas asquerosas como las que vieron una vez
cuando visitaron un club nocturno en que se excitaron tanto con la música que se
metieron a una cabina con mucha gente. Y peor aun , tenían más horror de recordar
un episodio horroroso que vivieron. Oh, nooooooo. ¡Yo no quiero eso! Tienen miedo
por algo que les sucedió una vez en que a ella se le vino una melodía a la cabeza
después de haber estado en esa cabina con mucha gente. Una cosa horrible que le
sucedió una vez. Ellos temían porque volviese a pasar. ¡Oh no!, se escuchaban
lamentos. ¡Por favor no! ¡Oh, noooooo! ¡Yo no quiero eso nooooo! ¡Yo tampoco!
¡Por favor, yo quiero bailar sólo al ritmo de la lavadora, no quiero recordar nada más!
Tranquila dijo él. Invocaremos a las fuerza de la naturaleza. ¡Hazlo ya!, grito ella.
Que no quiero volver a vivir aquello. Yo no quiero ser una carnicera. ¡Yo no quiero
ver carne molida! ¡Hazlo ya, hazlo! Ok. Vamos, debes sentarte en el suelo, poner tus
piernas en esta posición, que se llama la posición del Loto. Ahora debes repetir la
palabra OM y centrar toda la energía de tu mente en la imagen de la nada, hasta que
tu mente quede en blanco. De esa forma superarás todo, olvidarás todas las imágenes
que tu conciencia rechace. ¿Pero como, qué es eso? ¿Qué es eso? ¡Hazlo ya! ¡Lo
haces o...! Ok, tranquilo.
Comenzaron:
Ommmmmmmmm
Ommmmmmmmm
Ommmmmm
Ommmmmm
¡No puedo más! ¡Debes hacerlo!
Siguieron:
Ommmmmmmmm
Ommmmmmm
Ommmmmmmmm
Ommmmmmmmm
Ommmmmmmmm
Ommmmmmmmm
Ommmmmmmm
Ommmmmmmmm
Ommmmmmmmm
Ommmmmmmmmmm
Continuaron así durante algunos minutos. Ella no está acostumbrada a las prácticas
zen, ella no está acostumbrada a las prácticas orientales, sólo a los artefactos, a su
regalona que la salvó de los recuerdos. Om, om, om, om. Ella sólo está acostumbrada
a lo occidental. Ella encontró la respuesta a todos sus males en lavadora. Ella se
superó a sí misma con la lavadora. Ella llegó a una perfección de la ejecución de los
ángulos que nunca nadie había logrado con su lavadora. Ella es todo con la lavadora,
ella es nadie sin la lavadora. Ella va a morir si la lavadora no enciende. Ella es casi la
lavadora.
Lo siento, no puedo, lo siento. Me están atacando las canciones que no quiero, están
viniendo a mi cabeza miles de canciones y estoy recordando lo más cerdo. Esto es
horrible. Quiero mi lavadora. ¡Oh, no! ¡Malditos! ¡¿Quién se comió el cable?! Om,
Ommmmmm, Ommmmmm, por favor, hazlo: OMMMMMMM, Ommmmmmm. Por
favor, hazlo. Ommmm, Like a Viiiiiiiiiiiiiirgin... Así es el ritmo del chachacha, Like a
Viiiiiiiirgin... Somos culpables de este amor escandaloso, que en fuego mismo de
pasión alimentó... Ommmmmmmm... No culpes a la noche, no culpes a la luna...
Ommmm... We are the world, we are de children... Nooooooo
Amor, no pienses, sólo Ommmm, sólo Ommmmm. Pero no, ella cagó. A su cabeza
vino el recuerdo de la guagua muerta, de la guagua dentro de la lavadora. Nooooo. Su
guagua en la lavadora. Qué cerdo. Sangre, carne molida. Y vino el recuerdo y las
canciones de cuna y recordó cuando la metieron a la lavadora viva, porque no los
dejaba follar, porque gritaba mucho, chillaba. Y pusieron la música muy fuerte y plaf,
metieron a la guagua a la lavadora para que se callara. Y Shak, shak, shak. Y la
música estaba muy fuerte y la guagua no lloró más. Like a Viiiiiiiiiiiiiiiiiiiirgin.
Sangre. Carne molida. Mucho cloro para que se ponga blanca la guagua.
Transparente. Y nooooooo, amor. Necesito escuchar sólo la lavadora. Vienen los
recuerdos. ¡Tengo miedo de la carne molida!
Ella se levantó. No soportaba más. Abrió su boca enorme y gritó:
¡No soporto más esta situación! ¡Necesito mi lavadora! Él se incorporó a la escena y
dijo: ¡Yo también! ¡Alguien ayúdenos! ¡Oh, sí! (Gritaban ambos diferentes cosas. Acá
sólo enuncio algunas) ¡SOS! ¡Por favor! ¡Tenemos miedo! ¡Oh, noooooo, compasión!
(Estaban cada vez más aterrados) ¡Ahhhhhhhhhhhhh! ¡Ohhhhhhhhhhhhhhhh! ¡SOS!
¡SOS! ¡Ohhhhhhh! ¡Moriremos! Ohhhhhhhhhhhhh
Ambos comenzaron a temblar. Sudaban. A ella se le comenzó a desfigurar el rostro.
¡Qué horrible amor! ¡Esto es el infierno, estás horrible! ¡No me mires, eres un
monstruo! ¡Tú también! ¡Tienes una cara asquerosa! Oh, nooooooooooooooo. Y
comenzaron a golpearse, a mutilarse, a pegarse patadas. Mucha música, horror,
horror. Mucha música en sus cabezas. Horror. ¡Qué cerdo! Necesitamos la lavadora.
Oh. Golpes, gritos, sudor. Sangre, dientes que vuelan. Pelo, se muerden, se sacan los
ojos, no ven, cuchillos de la cocina. Un palo. Sangre. Carne molida.
Así, dejaron de sonar sus órganos, de funcionar sus articulaciones. O sus almas se
fueron al cielo. O, tal vez puede ser: se reencarnaron en animales domésticos, en
bichos exóticos, en montañas. (Esto depende de las creencias que uno tenga. Se
entiende que los médicos-ateos, pensarán en que dejaron de funcionar sus órganos.
Los cristianos, que sus almas se fueron al cielo. Los charlatanes, que se reencarnaron
en entes de la naturaleza).
Bueno, en fin, para terminar, quisiera volver a la oración número tres: Ellos se
murieron.
Bueno, esa era la historia que constaba de tres oraciones. ¿Se habrá entendido?
CA
CRITICAS Y RESEÑAS
El golfo de los Poetas, Fernando Clemot. Ediciones Barataria, Colección Bárbaros,
2009.
No acabo de encontrarme con esta novela. Digamos encontrarme cara a cara, dejar
que me hable con absoluta libertad, o más bien con absoluta claridad. Este texto, eso
sí, está cargado de perlas. Además van en racimos. Así como aparece una, van
cayendo otras a su lado. Transcribo unas representantes de ellas: “Protégete de la
belleza como de la enfermedad. Lo sabían, nadie podrá perdonar tu hermosura, no
sabes cuántos peligros encierra.” “La juventud no es más que un tibio ensayo de la
vida.” “Probablemente no sea el hombre más que una oscura edad en el largo
devenir de los huesos.” “Un día, una tarde, pueden resumir una vida:
Remordimientos, deseo, fiebre.” “Te escuchan porque vienes del otro lado del dolor.”
Cada una de ellas en su contexto multiplica por cien su fuerza, sin duda. (Hay que
leerlo, pues.) Hay muchas más, muchísimas más y para todos los gustos, como ésta:
“No hay mejor espejo para reconocerte que la expresión ajena.” (No la comparto,
pero seguro que a muchos lectores esta expresión les hará mella.)
El protagonista de esta novela, Leo Carver, es un escritor en las horas más bajas de su
carrera y de su vida. Además de un alcoholismo incipiente, padece pérdidas de
memoria reciente, por lo que hace uso de unas libretas donde va apuntando el
transcurrir de sus días, como forma, es de pensar, de preservar su identidad. (¿Habría
identidad sin memoria?) Con su mujer, una amiga de su mujer y su hija, pasará unos
días de vacaciones en una costa italiana, el golfo de los Poetas, con la finalidad de
poner en orden un margen de tiempo de su juventud, que parece ser que hace de ancla
para la satisfactoria sucesión de sus días.
En cuanto a su desarrollo, y a mi pesar, la novela se me asemeja a un muelle que a
fuerza de estirarlo perdió su fuerza, su tensión. Aunque esto que digo tampoco es
demasiado cierto, pues precisamente el que uno desee seguir encontrando las perlas
que va lanzando Fernando Clemot por el golfo de los Poetas, es una tensión, una
intriga, que no nos deja aparcar la lectura hasta nueva orden, al irnos encontrando
con, al menos para mí, demasiado espacio repetido que alarga los desenlaces. Lo que
se extendió demasiado, entonces, fue la tensión. A mí me hubiera encantado esta
historia en una novela más breve, o incluso en un relato corto. Entonces habría sido
como un buen disparo a bocajarro.
Sin embargo, como contrapunto al tempo de la novela, Fernando Clemot escribe sin
rodeos morales, con absoluta libertad para los sentimientos, para el interior humano.
Deja libre a la bestia como quien libera una paloma de su encierro. Hay mucho
mérito en ello, y eso sí se lo agradecí en la lectura. Es una escritura visceral, pero que
también reflexiona.
Al escribir esto se me aclara el porqué la novela no me hablaba con libertad, con
claridad, con franqueza. Por un lado, hay sentimientos humanos fuera de la jaula. Y
por otro, una distancia, que se me hizo grande, entre los portadores de los
sentimientos -cada uno de los personajes- y los sentimientos mismos. Creo que la
edad de los personajes es la clave de que no encajen algunas piezas. Hay sentimientos
de la juventud extrapolados a la edad madura, casi a una vejez, a un fin de camino,
que no acaban de encajar. Al menos, al que suscribe, claro. Cada lectura es un mundo
y esta es la mía.
De la trama, no diré ni mú. Sólo que se reconoce mucho trabajo en ella, muchas idas
y venidas para encontrar los enlaces adecuados. (Aunque a veces, con tanta distancia
textual entre enlaces, que igual se echa de menos un texto más rebajado.)
En global, la novela merece y mucho su lectura, ya sea para ir desenterrando las
perlas, para ir recibiendo más de una bofetada, para notar cómo se nos activa, por
momentos, los flujos interiores del deseo o para meditar sobre la memoria y sus
recovecos, sus embustes y sus carencias.
Ojo, su lectura tanto puede abrir llagas en la carne de más de uno, como hacerlas
cerrar.
RDF
EDITORIAL. PUNTO FINAL
...
...y es que ahora me reclama ese sujeto poético dentro del sujeto poético, para que lo
lleve a un sujeto maldito dentro del sujeto maldito, y para que dé un paso adelante y
pase del sujeto maldito al predicado maldito: el verbo maldito, la acción maldita, la
consecuencia maldita (o la maldita consecuencia de ser sujeto maldito). Todo esto
late bajo lo genérico, claro, como predicado poético, y más allá, como verbo. Pero
aquí estamos entre malditos, así que iré a lo particular que nos ocupa y además, nos
preocupa... porque como leí en un artículo, el arte (la vida, en realidad) se mueve en
los límites que van señalando estos sujetos malditos que comentamos (no sólo los que
aquí se nombran, sino además muchas personas que con sus actos van rompiendo y
creando los horizontes en los que luego nos moveremos, horizontes morales,
políticos, artísticos, lingüísticos, y así no agoto la lista, por supuesto). Lo que atenta
contra las zonas limítrofes siempre genera rechazo y resistencia por la parte limitada,
porque produce distorsión en la estabilidad del sistema. Desestabiliza. Es un hecho.
Los límites nos definen, y atentar contra los límites es atentar contra nuestra
identidad. Recuerdo ahora algo que comentaba hace tiempo, que los malditos eran
sujetos catártico-liberadores-focalizadores de pasiones reprimidas. Una especie de
chivos expiatorios... Pues justamente nos muestran nuestros límites: límites que
rompen y que amplían, ofreciéndose sin buscarlo (o sí) como sujetos que sirven tanto
para la idolatración como la condena, pues ambas, como expresiones extremas que
son, en este caso, expresan lo mismo desde predicados opuestos, poniendo de
manifiesto lo mismo: que nuestros límites no tienen límite.
Extraído del ensayo sobre el malditismo Excodra
COLABORADORES
Carmen de Agustín Pavón (València, 1980) es
Licenciada en Biología y Doctora en Neurociencias por la
Universitat de València, falso cerebro en fuga en Cambridge
durante un par de años y rescatada ahora para la causa de la
investigación española en Barcelona. Es una escritora
frustrada, que ganó un par de concursos de literatura en el
instituto y cuando creció decidió suplir su falta de talento
literario con la publicación de artículos científicos (el más
famoso, pero no el mejor, lleva por título Sex versus sweet:
opposite effects of opioid drugs on the reward of sucrose
and sexual pheromones, del que se hicieron eco importantes
diarios como el Qué, el 20minutos y el Faro de Vigo y otros
medios, como la Ser y Radio Caracol Miami) y un blog en el
que vierte sus pataletas unas cuatro veces al mes
(http://www.carmenalaromana.blogspot.com). El 31 de
marzo del 2011, suyo fue el relato del día en el concurso de
relatos cortos de Transports Metropolitans de Barcelona, y
para de contar.
Jordi Corominas i Julián nació en
Barcelona el 28 de abril de 1979. Licenciado en
Humanidades por la Universidad Pompeu
Fabra, desarrolla varias actividades en el mundo
literario. Como narrador ha publicado dos
novelas en catalán (Una dona que sap jugar amb
els peus y Colors, ambas publicadas en Abadia
Editors), una biografia en italiano (Macrina la
madre) y a finales de 2011 publicará en
Barataria su primer libro de relatos, El
mayordomo de la muerte. Asimismo tuvo la
idea y coeditó la antologia Matar en Barcelona,
publicada en 2009 por Alpha Decay. A nivel
poético ha publicado la suite Paseos
Simultáneos (Vitruvio, 2010) y a lo largo de los
próximos meses espera sacar al mercado
Oceanografías y en e-book Loopoesía(s),
poemas que sirven para articular su show
multidisciplinar Loopoesia, que dirige junto a
Laura Fillola. Por otra parte Corominas
desarrolla una intensa labor crítica en revistas,
entre las que destaca su labor de coeditor en
panfletocalidoscopio.com y sus constantes
escritos en Revista de Letras, Culturamas,
Literaturas, Benzina, Serra d'Or y otros medios
nacionales e internacionales. Asimismo trabaja
en la radio, hasta el año pasado en Cadena SER
y desde 2011 en Radio Nacional en Catalunya
en el programa Wonderland. Puedes visitarlo
aquí: http://www.corominasijulian.blogspot.com
Patricia de Souza (Cora-Cora, Perú, 1964) Ha
publicado varias novelas, libros de relatos y ensayos en
España, Perú y México: Cuando llegue la noche (Lima,
Jaime Campodónico, 1995); La mentira de un fauno
(Madrid, Lengua de Trapo, 1999); El último cuerpo de
Úrsula (Barcelona, Seix Barral, 2000); (Lima, [sic], 2009);
Stabat Mater (Madrid, Debate, 2001); Electra en la ciudad
(Madrid, Alfaguara, 2006); Aquella imagen que transpira
(Lima, Sarita Cartonera, 2006); Ellos dos (Lima, Editorial
San Marcos, 2007); ( México, Editorial Jus, 2009); Erótika,
escenas de la vida sexual (México, Editorial Jus, 2008);
(Barcelona, Barataria, 2009); Eva no tiene paraíso (Lima,
Ediciones Altazor, 2011) y la revista literaria de l'NRF
(Gallimard) publicó su texto corto Désert. Escribe para
diferentes periódicos en Madrid y actualmente reside entre
Francia y América. http://palincestos.blogspot.com/
Alejandra Guzzini, hasta los 13 años fui
sencillamente Sandra, un diminutivo italiano de
mi nombre original, pero, que nunca me gustó.
Así que a los 13 años cuando comencé mi
educación secundaria, pasé a recuperar mi
nombre original. Nací en Buenos Aires, bajo la
dictadura, y me fui de mi país bajo dictadura
también 26 años después. Vivo en España
desde el año 1983, y aquí en esta tierra yerma y
pequeña (Las Palmas de Gran Canaria) me sentí
acogida y cuidada. Mi país, sencillamente, me
dio la espalda. Escribo desde siempre, no sé si
bien o mal, pero, es mi salvoconducto para
poder ser. Hace aproximadamente un año, y con
el apoyo incondicional de una amiga mía, me
atreví a publicar una pequeña reseña poética de
mi historia dentro de la literatura. En Junio del
2010 salieron mis primeros "Fragmentos del
espejo" http://espiral-literaria.org/. Fue una
experiencia enriquecedora y que de alguna
forma cambió mi vida. Sin pretensiones, sin
anhelos que fueran más allá de "ser leída".
Participo desde hace muchos años en una web
literaria: www.grupobuho.es. Esta página fue
mi primera incursión pública, donde expuse lo
que escribo. Ahora en la actualidad, intento
incursionar en diferentes estilos, sin apuros, sin
agobios, simplemente por el mero placer de
sentir que quedan huellas.
Ludovica Bastianini es Licenciada en la
Facultad de Conservación del Patrimonio
Artístico, realizó los Cursos de Dibujo y de
Ilustración en la Escuela Comix de Nápoles y
publicó con las Editoriales "L'isola dei ragazzi"
y "Larcher editore", además fue premiada en el
Concurso Fotográfico "Cucu tete", sobre la
relación entre la ciudad y los niños. Ahora
estudia la especialización universitaria de
Historia del Arte Contemporáneo en la
Universidad Suor Orsola Benincasa de Nápoles,
participando también en el Curso Profesional de
Fotografía de Autor en el Instituto Idep de
Barcelona. Parte de sus obras pueden ser vistas
aquí:
http://www.flickr.com/photos/ludovicabastianini/
Luigi Aloia nació en Junio 1982 en
Napoli, tierra de vulcanos y
contradicciones. Ha vivido ahí hasta
Septiembre 2010 cuando se fue a
Barcelona, donde trabaja como
investigador en Biología Molecular. Se
dedica a la fotografía desde hace unos
años pensando que cada día encuentra
buenas fotos que nunca sacará. Por eso
está buscando aún como rellenar este
espacio vacío.
http://www.flickr.com/dovesonofinito/
Marta Fernández Clemente nació en
Madrid, pero es marinera de puerto en puerto.
Licenciada en Ciencias Ambientales y
estudiando el mar ahora en Barcelona. Fotógrafa
de alma, alma de fotógrafa, su cámara se ha
convertido en compañera de la vida. Ha
retratado sus viajes por mar y por desierto,
lugares y sobre todo sus gentes, haciendo
especial hincapié en el conflicto del Pueblo
Saharaui. Aquí puedes verlo:
http://www.flickr.com/photos/37348468@N03/
Claudia Apablaza (Chile, 20 de octubre de
1978) Estudió Psicología e hizo estudios de Literatura
en la Universidad de Chile y un postgrado en
Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de
Barcelona. Ha publicado el libro de
relatos Autoformato (Lom ediciones, Chile, 2006), y
las novelas Diario de las especies (Lanzallamas,
Chile; Jus ediciones, DF, México, 2008; Barataria,
España, 2010) y EME/A (Altazor, Perú; Cuarto
Propio, Chile, 2010). También el fanzine S(s) y la no
historia por La Picadora de Papel (2008); y el
libro Hija ilegal: De Bolaño a Nicanor (Santa Muerte
Cartonera, México, 2009). Actualmente es encargada
de la colección de vanguardias latinoamericanas
Humo hacia el sur, de Ediciones Barataria y profesora
del Laboratorio de Escritura de Barcelona. Acaba de
publicar su libro La máquina de Kiribati según Go, O
y Gle, por Los libros del Snark, en coautoría con la
artista visual Francisca Yáñez. Su blog es
http://www.claudiaapablaza.blogspot.com
Imagen Portada: Angelica Liddell
LO MALDITO
NÚMERO I
MAYO 2011
REVISTA EXCODRA
http://www.excodra.com
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