El accidente laboral en las distintas jurisdicciones

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J O R N A D A S
RESPONSABILIDAD
CIVIL Y SEGUROS
1 y 2 de febrero de 2008
P O N E N C I A
ZARAGOZA
El accidente laboral
en las distintas
jurisdicciones
Rubén BLASCO OBEDÉ
Magistrado de la Sección Primera de la Audiencia Provincial
de Zaragoza
Pa t r o c i n a d o r e s
Colaboradores
sabadellasseguradora
Mutua de Seguros y Reaseguros a P.F.
DISEÑO GRÁFICO
PREIMPRESIÓN
SEGUROS Y REASEGUROS A PRIMA FIJA
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El accidente laboral en las distintas jurisdicciones
Sumario
I. INTRODUCCIÓN .................................................................................
5
II. EL ACCIDENTE DE TRABAJO EN EL ÁMBITO PENAL. BREVE ESTUDIO ...................
6
•
Elementos del tipo penal ...................................................................
7
a) Objetivos ..................................................................................
7
b) Los sujetos ................................................................................
1. Sujeto activo .........................................................................
2. Sujeto pasivo .........................................................................
11
11
14
•
Comisión por imprudencia .................................................................
14
•
Concurso de delitos .........................................................................
15
•
El juicio de faltas ............................................................................
19
III. CONCURRENCIA DE CULPA DE LA VÍCTIMA ................................................
19
A) Su trascendencia .............................................................................
19
responsabilidad ..............................................................................
21
Conclusiones ..................................................................................
24
C) La culpa de la víctima y su relevancia en la calificación del accidente de trabajo
24
D) La imprudencia profesional ................................................................
26
E) Epílogo ........................................................................................
28
F) La embriaguez en el accidente de trabajo ..............................................
28
G) El suicidio .....................................................................................
31
IV. LA PLURALIDAD DE JURISDICCIONES .......................................................
35
•
La responsabilidad civil .....................................................................
35
a) Posición de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo ...............................
35
b) Posición de la Sala de lo Social y de la Sala de Conflictos ........................
37
c) Juicio Crítico .............................................................................
38
d) Conclusiones y propuesta de futuro ..................................................
42
Las sanciones por infracción del deber de seguridad ..................................
43
V. FICACIA DE LAS RESOLUCIONES DE OTROS ÓRGANOS ADMINISTRATIVOS
Y JURISDICCIONALES ..............................................................................
44
A) La jurisdicción Penal ........................................................................
44
B) La vía administrativa de la Autoridad Laboral ante el Instituto Nacional
de la Seguridad Social ......................................................................
45
C) La jurisdicción Contencioso-Administrativa y la Social ................................
45
•
Rubén Blasco Obedé
B) Principios de confianza, de la autopuesta en peligro o de la propia
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D) El recargo de prestaciones y la indemnización civil ...................................
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E) La jurisdicción Contencioso-Administrativa y la indemnización civil ...............
50
F) El orden Penal y el resto de jurisdicciones ..............................................
50
G) Propuestas de futuro ........................................................................
51
DE REPETICIÓN ....................................................................................
53
VII. BIBLIOGRAFÍA ................................................................................
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Rubén Blasco Obedé
VI. LAS MUTUAS ANTE LAS PRESTACIONES DE SEGURIDAD SOCIAL. POSIBILIDAD
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I. Introducción
No vamos a comenzar la exposición con una estadística de los accidentes de trabajo que se
producen en nuestro país, accidentes que por desgracia son muchos más de lo deseable. Como
ya conocéis, la protección de los derechos del trabajador en materia de seguridad e higiene abarca tres ámbitos: el penal con la criminalización de conductas, el administrativo con imposición
de sanciones por la autoridad laboral y el civil con el sistema indemnizatorio reparador de los
daños producidos por el accidente de trabajo. Los tres ámbitos son compatibles entre sí como
dispone el artículo 42 de la ley de Prevención Riesgos Laborales, según el cual el incumplimiento
por los empresarios de sus obligaciones en materia de prevención de riesgos laborales dará lugar a responsabilidades administrativas, así como, en su caso, a responsabilidades penales y a
las civiles por los daños y perjuicios que puedan derivarse de dicho incumplimiento.
Como nos dice la sentencia del Tribunal Supremo, Sala de Lo Penal, de 5 de septiembre de
2001, Ponente D. Joaquín Delgado García, la conciencia social y el disfrute de las comodidades
inherentes al desarrollo de los pueblos exigen el que hayan de tolerarse actividades que inevitablemente conllevan determinados riesgos; pero, como contrapeso ineludible de tal tolerancia, en cada una de esas actividades hay una serie de normas, escritas o no, que garantizan el
que puedan desarrollarse dentro de unos límites tolerables. El riesgo socialmente permitido ha
de estar controlado por la adopción de una serie de medidas que lo enmarcan para que no exceda de lo imprescindible. Un mayor desarrollo económico se corresponde con un mayor número
de actividades peligrosas y con una más exigente legislación protectora frente a éstas.
La raíz sociológica del accidente de trabajo se encuentra, como razona la generalidad de los
autores, en una minoración de los costes de la producción a cambio de una dejadez en el cumplimiento de las medidas de seguridad e higiene en el trabajo. Se trabaja sin ellas porque adoptarlas supone un incremento del coste económico del trabajo. Es compleja la normativa sobre
la materia, ciertamente, pero no es esa complejidad la que ocasiona los accidentes, pues leyendo
la resoluciones sobre la cuestión se comprueba que el accidente no se produjo por una problemática interpretación de la norma de aplicación, sino por lo antes expuesto. Los accidentes, por
ejemplo, por no facilitar o no usar el cinturón de seguridad devienen porque con el uso de ese
medio protector resulta imposible trabajar al mismo ritmo del que se alcanza al no utilizarlo.
La Ley de Prevención de Riesgos Laborales y la de Infracciones y Sanciones del Orden Social,
junto a los artículos 316 y 317 del Código Penal, son un claro ejemplo de prevención para evitar la producción del daño, aunque la realidad demuestra que el fin pretendido por estas normas no se ha conseguido. Son lo que FERNÁNDEZ ENTRALGO llama normas obstáculo o normas
barrera, ya que se adelantan o anticipan a la producción de un daño, porque la prohibición de
la simple conducta peligrosa o arriesgada frena u obstruye la eventual producción del daño que
podría ocasionar caso de darse tales conductas.
Rubén Blasco Obedé
En el ámbito de las relaciones laborales la actividad empresarial genera múltiples riesgos de
producción de daños en los trabajadores, lo que constituye uno de los problemas más graves en
todos los países industrializados: los accidentes de trabajo. Ello requiere una legislación protectora
del trabajador muy minuciosa en cuanto que regula todas y cada una de las actividades empresariales con mandatos y prohibiciones específicas tendentes a reducir al mínimo posible estos hechos que tan graves daños producen en los afectados y en sus familias, y en definitiva en
toda la sociedad.
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Desde el punto de vista penal, son muy pocos los procesos en los que se enjuicia tan solo el hecho al amparo de los artículos 316 y 317 del Código Penal, y del examen de las resoluciones dictadas en materia de prevención de riesgos laborales se comprueba que el proceso de inicia debido al siniestro, no a la mera inobservancia de las medidas de seguridad.
Los implicados y responsables en los diferentes órdenes y ámbitos, no son especialmente proclives a la utilización de los dos preceptos citados con exclusividad, es decir, antes de
que se haya producido el daño, por lo que la efectividad de ambos preceptos penales es escasa en cuanto a su labor preventiva. Prácticamente, no hay denuncias ante la jurisdicción
penal ni por parte de las organizaciones sindicales, ni por los trabajadores, ni por la
Inspección de Trabajo.
Es cierto que ha de regir el principio de intervención mínima y subsidiariedad en el derecho penal, pero una cosa es la aplicación de dicho principio, dirigido de manera especial
al legislador, y otra muy diferente no utilizar las figura penales establecidas a prevención de
un bien de interés general como es la seguridad en el trabajo.
Al margen del Derecho Penal, la persecución del accidente de trabajo se hace por medio de las sanciones administrativas, de la imposición de un recargo de las prestaciones de
Seguridad Social y mediante una indemnización complementaria que hoy se ventila ante la
Jurisdicción Civil y ante la Social.
Una nueva forma de luchar contra la lacra que supone el accidente laboral, es la contemplada en el Real Decreto 597/2007, de 4 de mayo, (BOE de 25 de mayo) sobre publicación de sanciones muy graves en materia de prevención de riesgos laborales, que no es más
que el desarrollo del artículo 40.2 de la Ley de Infracciones y Sanciones del Orden Social.
II. El accidente de trabajo en el ámbito penal.
II. Breve estudio
Este precepto del Código Penal de 1995 introduce una agravación en materia de penas.
Hasta ese año las penas imponer eran de arresto mayor y multa. El arresto mayor suponía
una prisión entre 1 y 6 meses y en la actualidad la pena de prisión fijada en el artículo 316
es de seis meses a tres años; igualmente la multa es muy superior a la que se establecía con
anterioridad a 1995. Esto da idea de que el legislador de este último año se ha hecho consciente de la gravedad del problema y pretende solucionarlo, como en muchas ocasiones,
mediante la imposición de unas penas relativamente graves que puedan inducir a los empresarios al cumplimiento de sus obligaciones laborales. Si se consiguió o no eso es otra
cuestión.
Rubén Blasco Obedé
La materia que vamos a ver se encuentra recogida en el artículo 316 del Código Penal,
según el cual los que con infracción de las normas de prevención de riesgos laborales y estando legalmente obligados, no faciliten los medios necesarios para que los trabajadores
desempeñen su actividad con las medidas de seguridad e higiene adecuadas, de forma que
pongan así en peligro grave su vida, salud o su integridad física, serán castigados con las
penas de prisión de seis meses a tres años y multa de seis a 12 meses.
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Elementos del tipo penal
a) Objetivos
Para que se dé el delito del artículo 316 del Código Penal, que es un delito de riesgo o
peligro concreto, es necesario que concurran tres elementos que a continuación vamos a
describir, siendo necesario que se den cada uno de ellos, pues no estaremos ante el delito
examinado con que falte uno. Estos requisitos son: 1.º- no facilitar los medios necesarios
para que los trabajadores desempeñen su actividad con las medidas de seguridad e higiene
adecuadas; 2.º- que se produzca una infracción de las normas de prevención de riesgos laborales; 3.º- que se ponga así en peligro grave la vida, salud o integridad física del trabajador. Si además, se produce una lesión o muerte del trabajador, ello integrará otra infracción
que se resolverá mediante la figura del concurso, que más adelante veremos.
El primero de los elementos de este delito es no facilitar los medios necesarios para
que los trabajadores desempeñen su actividad con las medidas de seguridad e higiene adecuadas. En este punto, los medios a los que se refiere el artículo 316 del Código Penal son
tanto materiales, como no materiales, y son tanto colectivos, como individuales. A manera
de ejemplo, se puede dar el elemento que estamos estudiando bien por no facilitar los medios materiales de protección, bien por no dar la formación adecuada al trabajador, por no
practicar los reconocimientos médicos prescritos legal o convencionalmente, por establecer
turnos sistemas de trabajo que produzcan el agotamiento, monotonía, etc. En definitiva, ha
de acudirse a las obligaciones sobre seguridad e higiene declaradas con carácter general o
especial y concreto en la normativa de aplicación, comenzando por la Ley de Prevención de
Riesgos Laborales en su artículo 14, para conocer cuáles integran esos medios, materiales o
inmateriales, a que se refiere el Código Penal.
El segundo de los elementos del tipo consiste en que se produzca un incumplimiento de las
normas laborales sobre prevención de riesgos laborales. Estas normas es claro que son la ley de
Prevención Riesgos Laborales, todos los numerosos Decretos y Órdenes ministeriales dictadas en
desarrollo de la misma en cuanto contienen normas para la seguridad e higiene en el trabajo,
las leyes sobre la materia que puedan dictarse y también los convenios colectivos. El artículo 1
de la citada Ley nos dice que la normativa sobre prevención de riesgos laborales está constituida
por la presente Ley, sus disposiciones de desarrollo o complementarias y cuantas otras normas,
legales o convencionales, contengan prescripciones relativas a la adopción de medidas preventivas
en el ámbito laboral o susceptibles de producirlas en dicho ámbito.
Por su parte, el artículo 5.2 de la Ley de Infracciones y Sanciones del Orden Social nos
dice que son infracciones laborales en materia de prevención de riesgos laborales las acciones u omisiones de los diferentes sujetos responsables que incumplan las normas legales,
reglamentarias y cláusulas normativas de los convenios colectivos en materia de seguridad
y salud en el trabajo sujetas a responsabilidad conforme a esta Ley.
Rubén Blasco Obedé
Como nos dice la sentencia del Tribunal Supremo de 26 de julio de 2000, el contenido
de la omisión se refiere a "no facilitar los medios necesarios para que los trabajadores desempeñen su actividad con las medidas de seguridad e higiene adecuadas", lo que equivale
también a una norma penal incompleta e indeterminada que ha de llenarse según el caso y
sus circunstancias, es decir, empíricamente, estableciéndose una suerte de relación de causalidad entre la falta de medios y el peligro grave para la vida, salud e integridad física.
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En definitiva, como nos dice la doctrina científica, integran la normativa sobre prevención de riesgos laborales, las normas legales, reglamentarias y convencionales teleológicamente dirigidas a la tutela de los objetivos proclamados por el artículo 2.1 en relación con
el 4.1 de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales.
Evidentemente, nos hallamos con un precepto penal en blanco, y la técnica del Código Penal Español ha sufrido críticas por la remisión a normas reglamentarias, pero lo cierto es que como afirma TERRADILLOS BASOCO la doctrina científica y la jurisprudencia considera ajustada al
principio de legalidad penal la remisión al reglamento siempre que concurran los tres requisitos siguientes: que sea el legislador quien adopta la decisión de tipificar penalmente las conductas;
que el precepto penal haga referencia expresa a la norma complementaria y que esta remisión
aparezca justificada en aras a la protección del bien jurídico que se trata de amparar. La sentencia de la Audiencia Provincial de Cuenca de 21 de febrero de 2001, nos dice que nos encontramos también, por lo tanto, ante la exégesis de una norma penal en blanco, técnica esta legislativa que aunque contestada desde diversos sectores doctrinales, ha sido reiteradamente
aceptada por el Tribunal Constitucional con tal de que, como sucede en este caso, la remisión
en el tipo penal a la norma de complemento resulte expresa, aparezcan definidos en el tipo penal el núcleo de la conducta típica y la pena, y la remisión a la norma extrapenal resulte justificada en atención al bien jurídico protegido.
La sentencia de 27 de julio de 2000 nos dice que también se trata de una norma penal en
blanco que se remite genéricamente a "las normas de prevención de riesgos laborales", especialmente, pero no sólo, a la Ley 31/1995, de 8/11, de Prevención de Riesgos Labores, sino a todas las dictadas en la materia con independencia de su rango jerárquico.
También ha suscitado problemas la remisión al convenio colectivo, aunque la doctrina y la
jurisprudencia han aceptado la misma, siendo significativo que los artículos 311 y 312 del Código Penal tipifican el ataque a derechos de los trabajadores reconocidos por disposiciones legales, convenios colectivos o contrato individual
No obstante, el Tribunal Supremo, en su sentencia de 29 de julio de 2002, Ponente el Excmo. Sr. D. Joaquín Jiménez García, nos dice que el elemento normativo del tipo se refiere a "...
la infracción de las normas de prevención de riesgos laborales...", lo que permite calificar el delito como tipo penal en blanco —en este sentido STS núm. 1360/98 de 12 de noviembre EDJ
1998/23347— de suerte que es la infracción de la normativa laboral la que completa el tipo, bien
entendido que no bastaría cualquier infracción administrativa para dar vida al tipo penal, porque esta exige en adecuado nexo de causalidad que la norma de seguridad infringida debe poner en "peligro grave su vida, salud o integridad física" la que nos envía a infracciones graves de
la normativa laboral que lleven consigo tal creación de grave riesgo.
Otra concepción en la línea de bastar para la integración del tipo penal cualquier infracción
de normas de seguridad extendería indebidamente la respuesta penal en niveles incompatibles
con el principio de mínima intervención y de seguridad jurídica. En definitiva, podemos concluir
que la integración del tipo penal con la normativa de la prevención de riesgos laborales, sólo debe ser en relación con la infracción de los más graves preceptos cuya omisión es capaz de ge-
Rubén Blasco Obedé
El artículo 316 exige que el riesgo creado sea grave, pero no requiere esa gravedad en la infracción; en consecuencia, sería suficiente una infracción leve de las medidas de seguridad establecidas legalmente, para integrar el delito si el riesgo producido es grave. Y a la inversa, en
un supuesto hipotético, no habría delito si con una infracción grave no se produjese el riesgo grave para la vida, salud o integridad física.
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nerar aquel grave peligro. Se está en consecuencia ante una infracción de una norma de seguridad que se ha reconvertido en tipo penal por la mayor lesividad que aquella infracción conlleva
para el bien jurídico de la vida, salud o integridad del colectivo de trabajadores. Esta teoría se
sigue por la mayor parte de nuestros tribunales.
La Ley de Infracciones y Sanciones del Orden Social establece la tipificación de las infracciones, y producida una de ellas la Administración procederá a calificarla según esa normativa. Ahora bien, al margen de lo que más adelante diremos, las decisiones de la
Autoridad Laboral no tienen carácter vinculante para el orden penal, sin perjuicio de que
puedan ser valoradas en el mismo como una prueba, si se quiere, cualificada. La Ley nos establece una prejudicialidad penal sobre la vía administrativa, no a la inversa, y así, el artículo 3 de la citada ley dice que: 2. en los supuestos en que las infracciones pudieran ser
constitutivas de ilícito penal, la Administración pasará el tanto de culpa al órgano judicial
competente o al Ministerio Fiscal y se abstendrá de seguir el procedimiento sancionador
mientras la autoridad judicial no dicte sentencia firme o resolución que ponga fin al procedimiento o mientras el Ministerio Fiscal no comunique la improcedencia de iniciar o proseguir actuaciones. 3. De no haberse estimado la existencia de ilícito penal, o en el caso de
haberse dictado resolución de otro tipo que ponga fin al procedimiento penal, la
Administración continuará el expediente sancionador en base a los hechos que los
Tribunales hayan considerado probados. Por tanto, entrando en acción la jurisdicción penal,
es a esta a la que corresponde dilucidar si se ha producido o no el hecho, y si la infracción
es o no grave a efectos penales.
En el proceso penal, estas actas servirán como denuncia del hecho delictivo, pero su verdadero valor vendrá dado con la ratificación en el plenario de las mismas por el Inspector de Trabajo y Seguridad Social que las levantó. En el enjuiciamiento criminal no pueden tener esa presunción de certeza y serán, en cualquier caso, una prueba documental privilegiada, caso de no
procederse a su ratificación, sin perjuicio del valor probatorio en cuanto a los datos objetivos
que contengan. Dicho esto, no puede desconocerse la constante remisión que las sentencias de
nuestros tribunales penales, incluso el Tribunal Supremo, hacen a las actas levantadas por la Inspección de Trabajo como prueba de la infracción cometida.
El tercero de los requisitos es la producción de un riesgo grave para la vida, la salud o
integridad física del trabajador. Para determinar cuándo nos encontramos ante un riesgo
grave, podemos acudir al artículo cuatro de la ley de prevención de riesgos laborales. En su
párrafo segundo dice que se entenderá como riesgo laboral la posibilidad de que un trabajador sufra un determinado daño derivado del trabajo. Para calificar un riesgo desde el punto
de vista de su gravedad, se valorarán conjuntamente la probabilidad de que se produzca un
Rubén Blasco Obedé
En relación con la actividad de la Inspección de Trabajo y Seguridad Social, el artículo
53 de la Ley de Infracciones y Sanciones del Orden Social nos dice que los hechos constatados por los referidos funcionarios de la Inspección de Trabajo y Seguridad Social que se formalicen en las actas de infracción observando los requisitos establecidos en el apartado anterior, tendrán presunción de certeza, sin perjuicio de las pruebas que en defensa de los
respectivos derechos e intereses puedan aportar los interesados. El mismo valor probatorio
se atribuye a los hechos reseñados en informes emitidos por la Inspección de Trabajo y
Seguridad Social, en los supuestos concretos a que se refiere la Ley Ordenadora de la
Inspección de Trabajo y Seguridad Social, consecuentes a comprobaciones efectuadas por la
misma, sin perjuicio de su contradicción por los interesados en la forma que determinen
las normas procedimentales aplicables.
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daño y la severidad del mismo. En consecuencia, riesgo grave será aquel en el que la probabilidad de que exista daño real sea muy elevada y en el que el resultado para la salud o integridad física del trabajador sea especialmente severo.
En definitiva, el delito se consuma cuando se dan los requisitos antes examinados, es
decir, de infracción de las normas laborales, no suministrar o no facilitar los medios tendentes a asegurar la prestación del trabajo y la producción de un riesgo grave. Con esos tres
elementos nos encontramos ante la artículo 316 del Código Penal que no precisa que se materialice la producción de un daño, decir, por ejemplo, es suficiente con que haya uno o varios trabajadores prestando sus servicios con un claro riesgo para su vida o integridad física
para que el delito del artículo 316 se entienda ya consumado. Es lo que penalmente se conoce como un delito del riesgo, como hemos dicho.
Como dice la sentencia del Tribunal Supremo de diecinueve de octubre de dos mil, la
teoría de la imputación objetiva es la que se sigue en la jurisprudencia de esta Sala para explicar la relación que debe mediar entre acción y resultado y vino a reemplazar una relación
de causalidad sobre bases exclusivamente naturales introduciendo consideraciones jurídicas, siguiendo las pautas marcadas por la teoría de la relevancia. En este marco la verificación de la causalidad natural será un límite mínimo, pero no suficiente para la atribución
del resultado.
Conforme a estos postulados, comprobada la necesaria causalidad natural, la imputación del resultado requiere además verificar: 1º Si la acción del autor ha creado un peligro
jurídicamente desaprobado para la producción del resultado; 2º Si el resultado producido
por dicha acción es la realización del mismo peligro (jurídicamente desaprobado) creado
por la acción.
Caso de faltar algunos de estos dos condicionantes complementarios de la causalidad
natural, se eliminaría la tipicidad de la conducta y, por consiguiente, su relevancia para el
derecho penal.
El segundo requisito al que antes hacíamos referencia exige que el riesgo (no permitido)
creado por la acción sea el que se realiza en el resultado. Es en este segundo condicionante
de la imputación objetiva en el que se plantea la presencia de riesgos concurrentes para la
producción del resultado, cuestión en la que habrá que estar al riesgo que decididamente lo
realiza, como aquellos otros casos en los que no podrá sostenerse la realización del riesgo
en el resultado cuando la víctima se expone a un peligro que proviene directamente de su
propia acción, en cuyo caso el resultado producido se imputará según el principio de la «autopuesta en peligro» o «principio de la propia responsabilidad». Se trata de establecer los
Rubén Blasco Obedé
La creación de un peligro jurídicamente desaprobado está ausente cuando se trate de
riesgos permitidos, que excluyen la tipicidad de la conducta que los crea, y próximos a éstos los casos de disminución del riesgo, en los que el autor obra causalmente respecto de un
resultado realmente ocurrido, pero evitando a la vez la producción de un resultado más
perjudicial. Son de mencionar igualmente otros supuestos de ruptura de la imputación objetiva entre los que se pueden incluir los abarcados por el principio de confianza, conforme al
cual no se imputarán objetivamente los resultados producidos por quien ha obrado confiando en que otros se mantendrán dentro de los límites del peligro permitido, así como las exclusiones motivadas por lo que doctrinalmente se denomina la prohibición de regreso, referidas a condiciones previas a las realmente causales, puestas por quien no es garante de la
evitación de un resultado.
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casos en los que la realización del resultado es concreción de la peligrosa conducta de la
propia víctima que ha tenido una intervención decisiva.
En la jurisprudencia esta problemática ha sido considerada en parte a través de la figura de la «compensación de culpas» en los delitos imprudentes. En este sentido la STS de 511-1990 (RJ 1990\8667) establece que «para calibrar la respectiva relevancia de las conductas intervinientes (...) habrá de tenerse en cuenta que si uno de los factores o condiciones
se muestra como causa decisiva y eficiente del resultado, habrá de reputarse la actuación
de los demás intervinientes como accidental y fortuita...». Como resulta evidente que en
los casos de autopuesta en peligro y, por consiguiente, de autorresponsabilidad del lesionado, la participación de un tercero no debe ser punible.
b) Los sujetos
1. Sujeto activo
El artículo 1.2 del Estatuto de los Trabajadores define a los empresarios como aquellas
"personas físicas o jurídicas, o comunidades de bienes, que reciban la prestación de servicios". La doctrina entiende que la interpretación a la hora de definir quien es o no empresario debe ser generosa y considera como tal, en primer lugar, tanto a entes con personalidad
como al empresario individual y el social de naturaleza civil o mercantil, como el colectivo
(profesionales, partidos políticos, cooperativas, sindicatos, etc.), así como las entidades del
Derecho público (Estado, Comunidades Autónomas, Ayuntamientos, Diputaciones, etc.). En
segundo lugar, también calificaremos como empresario a los grupos sin personalidad como
las comunidades de bienes, pero que pueden ser beneficiarios de la actividad de servicio
prestada por los trabajadores.
El artículo 318 del Código Penal establece, en relación a la empresa, que se impondrá la
pena a los "administradores o encargados del servicio que hayan sido responsable de los mismos y a quienes, conociéndolos y pudiendo remediarlo, no hubieren adoptado medidas para
ello". Deberemos considerar como administrador o encargado a estos efectos no quienes
formalmente posean este título sino a quienes teniendo efectivamente la "capacidad resolutoria o de adopción de medidas, o que teniendo conocimiento de la situación no hubieren
tomado las decisiones correctoras oportunas".
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Como señala el artículo 316 sólo pueden ser sujetos activos de este delito las personas
que están legalmente obligadas de facilitar los medios de seguridad e higiene, y los artículos 4.2 y 19 del Estatuto de los Trabajadores, así como el artículo 14.1 de la Ley de
Prevención de Riesgos Laborales centran esta responsabilidad en la figura del empresario.
Al empresario corresponde, la adopción de cuantas medidas sean necesarias para la protección de la seguridad y la salud de los trabajadores, con las especialidades que se recogen en
la propia Ley de Prevención de Riesgos Laborales en materia de evaluación de riesgos, información, consulta y participación y formación de los trabajadores, actuación en casos de
emergencia y de riesgo grave e inminente, vigilancia de la salud, y mediante la constitución
de una organización y de los medios necesarios en los términos establecidos en la misma
Ley. El empresario deberá, además, intentar perfeccionar continuamente los niveles de protección existentes y realizar cuantos ajustes sean necesarios ante cualquier tipo de cambio
en las circunstancias que inciden en la realización del trabajo.
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Aunque la normativa laboral imputa al empresario la obligación de facilitar los medios
para trabajar con seguridad y lo constituye en el único responsable, la realidad enseña que
ciertamente es el primer responsable, pero no el único. A él le corresponde la observancia
de la generalidad de las obligaciones sobre seguridad e higiene en el trabajo, pero hay otros
partícipes, directa o indirectamente, en la ejecución de trabajo que comparten con el empresario la responsabilidad de velar para que se adopten algunas particulares medidas de
las que conforman la pléyade general y absoluta de las obligaciones de aquel, y por ello
pueden ser también responsables junto a él.
Como nos dice la sentencia de la Sala de Lo Penal de Tribunal Supremo de 26 de septiembre de 2001 solo afecta a los legalmente obligados a facilitarlas. Sin embargo, la mera
redacción no se interpreta inadecuadamente como excluyendo de obligación legal a quien,
por sus funciones de arquitecto técnico, ha de estar a pié de obra y obligado a controlar y
verificar que se cumplen los requisitos precisos para el buen fin de la misma y, entre ellos,
los de seguridad y protección de riesgos generados por la obra, porque, aunque no empresario, solo mediante su control y comprobaciones se puede evitar la omisión del empresario,
de tal modo que la omisión del actual recurrente constituyó una cooperación necesaria a la
comisión del delito y, por ello, ha de entendérsele sin lugar a dudas como autor también del
mismo delito, toda vez que, además concurren todos los elementos del tipo.
La Sentencia de la Audiencia Provincial de Toledo de 10 de octubre de 2005 nos dice que cabe citar la Sentencia de 20 de mayo de 1997, de la Audiencia Provincial de Madrid, donde se sostiene que desde hace tiempo la doctrina jurisprudencial viene declarando (STS. 12.5.1981) que
todas aquellas personas que desempeñen funciones de dirección o de mando en una empresa y
tanto sean superiores, intermedias o de mera ejecución, y tanto las que ejerzan reglamentariamente como de hecho, están obligadas a cumplir las normas destinadas al mantenimiento de
la seguridad del trabajo. Pues bien, a pesar de esa dicción, la imputación de responsabilidad a
los mandos intermedios -solos o con los que desempeñan funciones de dirección-, dependerá de
su actuación, por lo que ha de descenderse al caso concreto.
Entre los casos que por la doctrina y diversos autores se han podido identificar como posibles responsables encontramos a los encargados de obra que tienen entre otras funciones
la de actuar en representación del empresario, facilitar los medios necesarios para que los
trabajadores desempeñen su actividad en condiciones de seguridad, dirigir la realización de
la actividad del trabajador, etc. Los arquitectos técnicos que tienen, entre otras atribuciones, las de ordenar y dirigir la ejecución material de las obras e instalaciones, cuidando de
su control práctico de acuerdo con el proyecto que las define, así como controlar los siste-
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La sentencia de la Audiencia Provincial de Cuenca de 21 de febrero de 2001 reseña que
a este respecto conviene recordar que el propio Tribunal Supremo se ha encargado de señalar que en el mundo laboral todos los que ostentan mando o dirección técnicos o de ejecución y tanto se trate de mandos superiores como subalternos, están inexcusablemente obligados a cumplir cuantas prevenciones establece la legislación de trabajo para evitar accidentes laborales y para preservar y tutelar la vida, la seguridad y la integridad de los trabajadores (STS de 10-5-1980 [RJ 1980, 1906]), tanto si ejercen estas funciones reglamentariamente como si las actúan de hecho (STS de 30-3-1990 [RJ 1990, 2651]), incurriendo en responsabilidad criminal si en el cumplimiento de tales deberes se muestran remisos o indolentes y con dicha conducta causan o contribuyen a la causación de un resultado dañoso o a
una situación de grave peligro (STS de 12-5-1981 [RJ 1981, 2218]), doctrina ésta extrapolable al actual artículo 316 «por mor» de lo establecido en el ya comentado artículo 318.
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mas de protección, exigiendo el cumplimiento de las disposiciones vigentes sobre la seguridad en el trabajo. Los vigilantes de seguridad no tienen la obligación de "facilitar los medios
para que los trabajadores realizasen su actividad con la seguridad requerida por las normas
vigentes en la materia" como señala la antes citada sentencia nº 4/2000 de la Audiencia
Provincial de Teruel, pero sí que deben de "al menos, tratar de impedir" que se realicen trabajos cuando es manifiesto que de realizarse se podrá en peligro la vida, salud o integridad
física del trabajador.
La sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, Sección 2ª, de 20 de julio de 2006,
considera autor del delito previsto en el artículo 316 pues su posición como sujeto obligado
a prevenir los riesgos laborales es clara dada su condición de coordinador de seguridad de la
obra, cuyas funciones están definidas en el artículo 9 del R.D. 1627/1.997.
Hay otros títulos de imputación, que no pueden ser desarrollados en este trabajo, como
los referidos a las empresas de trabajo temporal, la cuestión de las contratas y subcontratas, arquitecto superior, etc.
A mi juicio, la figura delictiva estudiada podrá ser cometida con dolo directo o, y quizá
sea lo más probable, a título de dolo eventual. En lo casos, posibles pero considero que inexistentes hasta hoy, de omisión de las medidas de seguridad con la intención de que se
produzca la lesión o muerte del trabajador, nos encontraríamos, tocante al resultado, con
un delito de lesiones u homicidio doloso, en concurso con el delito del artículo 316. La sentencia de la Audiencia Provincial de Zamora a de 21 de noviembre de 2005 habla de la no
siempre fácil tarea de diferenciar, según el caso concreto, la línea divisoria que separa el
dolo eventual, forma en la que comúnmente se dará el tipo del artículo 316, de la culpa
consciente o con previsión.
Ahora bien, dentro de las posibles condenas en la esfera penal, hay que diferencias entre aquellos que son responsables del delito del artículo 316 ó del 317, y además, de la infracción calificable por el resultado dañoso, y aquellos otros que tan solo lo son por ésta ultima infracción, ya que habiendo incurrido en una conducta negligente colaboradora en la
producción del daño no venían obligados a proporcionar las medidas de seguridad e higiene
en el trabajo.
Un supuesto a considerar es el del trabajador que pone en peligro la vida, salud o integridad física de un compañero de trabajo. Al respecto, la sentencia de la Audiencia
Provincial de Soria de 18 de abril de 1.997 condenaba a un trabajador que teniendo más antigüedad y experiencia que otro finalmente accidentado no se apercibía de la necesidad de
proceder a desconectar la corriente previamente a realizar la tarea encomendada. La
Audiencia entiende que los "criterios de la lógica y las reglas generales de la experiencia"
deberían haber hecho que el trabajador con más antigüedad hubiese adoptado las medidas
que no adoptó su compañero de trabajo por ser de menor categoría profesional y experiencia. Esta infracción del deber objetivo de cuidado es la que actuó como causa del resultado
final y de la imputación que finalmente hizo la sala que condenó por una imprudencia leve
con resultado de muerte.
Rubén Blasco Obedé
Según la citada sentencia 279/2006, de la Audiencia Provincial de Madrid, de 20 de julio
de 2006, existió imprudencia en la conducta y fue determinante de la producción de un resultado fatal, pero dada su posición en la empresa y en la estructura jerárquica de la misma, y su cualificación profesional, no era la persona en la que recaía principalmente la obligación de prevenir los riesgos en el trabajo.
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En consecuencia, una persona podrá se condenado con uno de los siguientes pronunciamientos:
• Como autor de un delito del artículo 316 ó del 317, cuando no se haya producido un
resultado lesivo.
• Como autor de un delito del artículo 316 ó 317 y como autor, además, de un delito o
falta de imprudencia con resultado de lesiones o muerte, caso de haberse producido
unas u otra.
• Como autor solo de un delito de homicidio o lesiones por imprudencia, o de una falta
con tales resultados.
2. Sujeto pasivo
El sujeto pasivo de un delito es el titular del bien jurídico lesionado. En este delito es el
conjunto de los trabajadores entendido como sujeto colectivo. En caso de puesta en peligro
de la salud, la vida o la integridad física de personas distintas a los trabajadores no se está
incurriendo en un delito del artículo 316 sino en otro tipo de figuras como por ejemplo la
recogida en el artículo 350 del Código Penal, englobada en el Título XVII, Libro II de los delitos contra la seguridad colectiva.
El artículo 316 se refiere pues a los trabajadores desde la definición del Estatuto de los
Trabajadores, pero también ha de extenderse el concepto a quienes estén ligados por relaciones de carácter administrativo y estatutario al servicio de las administraciones públicas.
Es evidente que el régimen de estos dos últimos con el de los trabajadores es diferente, pero no dejan de ser empleados por cuenta ajena, que es el espíritu del artículo 316 cuando
define al sujeto pasivo. Por otro lado, dentro de la administración existen contratados laborales y sería absurdo aplicarles la norma a ellos y no a los funcionarios, que desempeñan la
misma labor, pero bajo un régimen de dependencia distinto.
Según la doctrina, también pueden ser sujeto pasivo los socios de trabajo de las cooperativas y los socios de las cooperativas de trabajo asociado, los socios trabajadores de las
Sociedades Anónimas Laborales, el servicio del hogar familiar, los penados en instituciones
penitenciarias, los estibadores portuarios, el personal de alta dirección, los deportistas profesionales (que constituyen un caso de cesión legal de trabajadores), los trabajadores minusválidos que prestan servicios en centros especiales de empleo, los representantes de comercio y los artistas en espectáculos públicos.
El artículo 317 del Código Penal, sanciona el delito del artículo anterior cometido por imprudencia grave. Caso de que no concurra esa imprudencia grave, el hecho de la infracción de
la deuda de seguridad resultará impune, salvo la penalidad del resultado lesivo si se hubiera producido. Se han esgrimido diversos criterios para determinar cuando nos hallamos ante una imprudencia grave y cuando no, pero de ellos no es posible extraer una doctrina unánime y se precisa el examen de los casos concretos para poder dilucidar el grado de la negligencia. Desde luego
que se debe entender que concurre la imprudencia grave en los casos de total ausencia de medidas de seguridad, pero también es factible su estimación cuando las establecidas sean claramente insuficientes o una mera apariencia de adopción de medidas de seguridad.
Rubén Blasco Obedé
Comisión por Imprudencia
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Como nos dice la sentencia de la Audiencia Provincial de Zamora de 21 de noviembre de
2005, antes citada, plantea la no siempre fácil tarea de diferenciar, según el caso concreto,
la línea divisoria que separa el dolo eventual, forma en la que comúnmente se dará el tipo
del artículo 316, de la culpa consciente o con previsión. En el presente caso de conformidad
con el respeto que merece el principio acusatorio la imprudencia cometida por la acusada
debe tildarse, como se hace correctamente en la resolución recurrida de grave, al haberse
omitido normas elementales de cuidado en cualquier contexto pero especialmente con relación a un trabajador temporal, no suficientemente habituado a la realización de estos trabajos (llevaba un mes en la empresa), y al que no se proporcionó una información suficiente sobre los serios riesgos que la realización de su trabajo, sin duda, entrañaba para su vida.
El Auto de la Audiencia Provincial de Vizcaya de 13 de octubre de 2005 nos considera
imprudencia leve, y por tanto falta, el hecho de que pese a que fueron facilitados a los trabajadores medios de seguridad, los mismos resultaron inviables para el trabajo encomendado, a saber la colocación de unos grilletes en un contenedor de 2,5 metros de altura, valiéndose para ello tan sólo de una escalera, conducta en la que no concurre el "plus" de omisión de deberes objetivos de cuidado y el "desvalor de acción" de especial intensidad, como
exige el artículo 316 de C.P. en los términos expuestos en el fundamento jurídico precedente y que tan sólo de un modo indiciario pudiera ser incardinable en el tipo imprudente pero
no de carácter grave sino por el contrario como una imprudencia contemplada en el artículo 621 del Código Penal, por lo que procederá la desestimación del recurso formulado.
Concurso de delitos
La cuestión se plantea cuando además del delito de los artículos 316 ó 317 se produce la
muerte o lesiones de uno o más trabajadores, supuesto nada excepcional en el ámbito judicial ya que es muy difícil que se incoe un proceso por el artículo 316 del Código Penal sin
haberse dado un resultado lesivo.
Como nos dice NICOLÁS GARCÍA RIVAS, son tres las hipótesis o soluciones: 1) entender
que el delito de homicidio o de lesiones absorbe en todo caso al delito de peligro y que se
trata siempre de un concurso de leyes.
3. Considerar que el delito contra la salud o contra la vida sanciona el daño a la persona del trabajador como tal persona (no como trabajador), mientras que el delito de peligro
sanciona la lesión de un bien jurídico colectivo como la seguridad en el trabajo con independencia de que el trabajador se encontrara solo y no existiera ese “excedente de riego”
antes referido.
La doctrina del Tribunal Supremo, recogida en sentencias como la de 1188/1999 de 14
de Julio, 4 de junio de 2002 y 25 de abril de 2005, esta última, del denominado caso
Ardystil, nos dice que “el delito contra la seguridad de los trabajadores apreciado en la sentencia de instancia es un delito de peligro que no requiere resultado lesivo, a diferencia de
la falta de imprudencia con resultado de lesiones apreciada igualmente en la instancia y,
por otra parte, son bien distintos los bienes jurídicos protegidos, y todo ello determina que
Rubén Blasco Obedé
2. considerar que el delito contra la salud o contra la vida únicamente absorbe al delito de peligro previamente cometido cuando el trabajador dañado era el único que se encontraba en la situación de riego, de manera que no cabe sancionar en concurso con el delito de homicidio de lesiones, un excedente de riesgo, y
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no se produzca la absorción que se postula en el motivo si junto a los resultados lesivos existen situaciones de riesgo en las que no ha producido resultado lesivo alguno limitándose a
una situación de peligro”.
“Así se ha pronunciado esta Sala, como es exponente la Sentencia 1036/2002, de 4 de junio, en la que se declara que el CP de 1995 ha mantenido, en lo esencial, la regulación del art.
348 bis a) del CP de 1973 procedente de la reforma de 1983. Responde a la idea de adelantar
la línea de intervención punitiva y tiene la estructura característica de un delito de omisión y
de peligro concreto grave, que lo configura autónomamente de los delitos de resultado y permite la compatibilidad entre ambos si el resultado lesivo se produce, aplicándose como regla general el principio de consunción del artículo 8.3º del vigente CP. Así lo estableció esta Sala en
la sentencia 1188/1999, de 14 de julio, al afirmar que si a consecuencia de la infracción de normas laborales se produce el resultado que se pretendía evitar (muerte o lesiones del trabajador) el delito de resultado absorberá al de peligro (art. 8.3º CP), como una manifestación lógica de la progresión delictiva, aunque se podría aplicar el concurso ideal de delitos cuando el
resultado producido constituye solamente uno de los posibles resultados de la conducta omisiva del responsable de las medidas de seguridad, y esto último es lo que ha sucedido en el supuesto
que examinamos en el presente recurso, ya que la situación de peligro que caracteriza el delito contra la seguridad de los trabajadores ha progresado hasta producir lesiones en los trabajadores cuya protección se pretendía adelantar a través del delito de peligro mencionado, sin
embargo, ha existido otros trabajadores cuya situación de grave peligro no se ha concretado en
resultado alguno, por lo que no procede apreciar la consunción manteniéndose ambas conductas delictivas con autonomía, en concurso ideal, cuyo castigo por separado es más favorable a
los acusados, acorde con lo que se dispone en el artículo 71 del Código Penal de 1973. Este extremo del motivo debe ser desestimado”.
En consecuencia, del examen de la doctrina anterior del Tribunal Supremo y de la doctrina de las Audiencias Provinciales se llega a las siguientes conclusiones:
b) Si son varios los trabajadores afectados y todos ellos resultan con lesiones o muertes, habrá tantos delitos o faltas como resultados y se aplicará el concurso ideal entre todas
las infracciones, incluida la del artículo 316 ó 317 si concurre.
c) Ahora bien, cuando se produzca un delito de lesiones por imprudencia del artículo
152.1 sancionado con pena de arresto de fin de semana, o una falta de imprudencia con resultado de muerte o lesiones, no podrá ser de aplicación el artículo 8.3 del Código Penal,
existiendo dos tesis, una la de sancionar los hechos por la vía del artículo 8.4 como concurso de normas, sancionándose la infracción mas grave, o mantener, como hace la sentencia
de la Audiencia Provincial de Madrid, Sección Tercera, de 8 de julio de 2004, la tesis del
concurso ideal entre todas las infracciones.
Rubén Blasco Obedé
a) Supuesto en que tan solo un trabajador es el afectado por la omisión de las medidas
de seguridad y por el resultado lesivo de muerte, es decir, cuando el delito de peligro del
artículo 316 ó 317 concurra con otro delito del artículo 142, será de aplicación el concurso
de normas. En la modalidad de la absorción o consunción, de forma que el delito más grave
absorberá al menos grave, como la doctrina de que lo más absorberá a lo menos en la progresión delictiva. Para el caso del delito de homicidio imprudente, como más grave y sancionado con pena de prisión de uno a cuatro años en el artículo 142, el mismo absorberá al
delito de riesgo del artículo 316 sancionado con pena de prisión de uno a tres años y multa,
y también al artículo 317 que impone la pena en un grado inferior al reseñado.
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d) Cuando además del resultado dañoso, muerte o lesiones, se haya producido una situación de riesgo para otros trabajadores, será de aplicación el concurso ideal de delitos,
penándose el delito del artículo 316 ó 317 y el delito de resultado por la vía del artículo 77
del Código Penal (por ejemplo sentencia de la Audiencia Provincial de Asturias, sección 2ª,
de 29-3-2007)
La importante Instrucción de la Fiscalía General del Estado 1/2001, de 9 de mayo, sobre
la actuación del Ministerio Fiscal en torno a la siniestralidad laboral, se adhiere a la nueva
corriente jurisprudencial. Poco después también la Dirección General de la Inspección de
Trabajo y Seguridad Social, en su Instrucción 104/2001, de14 de junio, sobre relaciones de
la Inspección de Trabajo y Seguridad Social con la Fiscalía General del Estado en materia de
ilícitos penales contra la seguridad y salud laboral, ha asumido expresamente la misma tesis, ordenando que en el acta de inspección se hagan constar no sólo los datos de los trabajadores lesionados, sino también los de otros trabajadores que se encontraran en la misma
situación en el momento del siniestro, aunque no resultaran lesionados, para que el
Ministerio Fiscal pueda valorar la concurrencia de concurso ideal de delitos.
Para la interpretación del régimen de concurso en la materia estudiada, se puede acudir también a otros supuestos similares al ahora estudiado, uno de ellos es el relativo al
concurso entre los delitos de incendio y los de homicidio, asesinato o lesiones causados por
él, y en este punto es claro que el Tribunal Supremo se muestra dubitativo, sin que se pueda llegar por ahora a extraerse una doctrina clara. Bajo el sistema del Código derogado la
sentencia de uno de febrero de 1986 precisaba«que cuando el peligro potencial producido
por el incendio se convierte en un resultado lesivo real, procede aplicar, o bien la doctrina
del concurso de normas, con prevalencia del principio de especialidad cuando el incendio
ha sido intencionalmente provocado para producir el resultado que se produjo, constitutivo
de un delito más grave, o bien las normas del concurso ideal de delitos, con aplicación del
artículo 71 del Código Penal al darse el dolo directo en uno de ellos y el eventual en el otro.
El artículo 351 del vigente Código sanciona a los que provocaren un incendio que comporte un peligro grave para la vida o la integridad física de las personas…., y en su párrafo
segundo introducido por ley Orgánica 7/2000, determina que cuando no concurra tal peligro
para la vida o le integridad física para las personas, los hechos se castigarán como daños
previstos en el artículo 266 del Código Penal. La doctrina jurisprudencial, respecto del deli-
Rubén Blasco Obedé
En este mismo sentido en las conclusiones que se acordaron en la reunión de fiscales de
Siniestralidad celebrada en Ávila, días 26 y 27 de junio de 2007. Así, conclusión 28:
Concurso entre los delitos de riesgo y los imprudentes: Para la resolución del concurso entre
los delitos de riesgo y el delito imprudente de resultado se aplicarán los criterios establecidos en la Jurisprudencia del Tribunal Supremo, es decir, cuando el peligro concreto sólo haya afectado al trabajador víctima del delito de resultado se aplicará el artículo 8.3 CP resolviendo el concurso de normas a favor del delito de resultado; pero cuando el peligro haya afectado además a otros trabajadores existirá un concurso de delitos a resolver conforme a las reglas establecidas en el art. 77 CP. (Instrucción 1/2001 Fiscalía General del
Estado). No obstante, cuando la infracción de resultado sea calificada como falta, no se estimará que la falta de resultado absorbe el previo delito de peligro, porque no puede entenderse que la falta de imprudencia sea un precepto más amplio o complejo que el delito
de riesgo de los artículo 316 ó 317 CP, por lo que, en el supuesto de afectar el peligro únicamente al trabajador víctima del resultado, se deberá resolver aplicando el principio de alternatividad del artículo 8.4 CP.”) En la fiscalía de Zaragoza se aplica el Art. 8.4 del CP.
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to de incendios hoy tipificado en el artículo 351.1, recogida entre otras muchas en la sentencia de 6 de marzo de 2002 insiste en la inconfundible caracterización de riesgo abstracto, analizando sus elementos subjetivo y objetivo. Se dice en esa sentencia «que el delito
de incendio previsto en el art. 351 del CP se caracteriza por un elemento objetivo, consistente en la acción de aplicar fuego a una zona espacial, que comporta la creación de un peligro para la vida e integridad física de las personas, y por un elemento subjetivo, que estriba en el propósito de hacer arder dicha zona espacial, y en la conciencia del peligro para la
vida y para la integridad física de las personas originado. Esta Sala ha entendido que los
bienes jurídicos protegidos por el tipo penal del art. 351 del CP son tanto el patrimonio de
las personas, como la vida e integridad física de las mismas, y ha considerado que el peligro
para la vida e integridad física de la personas desencadenando por el fuego, a que se refiere el art. 351 del CP, no es el necesario y concreto (exigido en cambio para el delito de estragos en el art. 346 del CP), sino el potencial o abstracto.
La S. 412/2003, de 20 de marzo (RJ 2003\4042), estimó que intentar matar a una persona mediante incendio agrede un bien jurídico cuya protección penal aparece recogida en
toda su dimensión antijurídica y culpable por el tipo penal del asesinato del artículo 139.1
del Código Penal. La aplicación, además, del artículo 351 del Código Penal supondría una
vulneración del principio «non bis in idem» lo que haría incompatible la aplicación simultánea de ambos preceptos. La aplicación, sin embargo, de concurso ideal de ambos delitos
sería posible -dice esa sentencia- si advirtiéramos en el hecho una pluralidad de bienes jurídicos atacados y para responder penalmente a ese hecho sea necesario la aplicación de
los tipos penales en concurso para contemplar en su total dimensión la antijuridicidad de
la conducta.
En aquel caso se estimó que existió un solo hecho objeto de una única valoración jurídica, que constituía un concurso de normas por entenderse que el hecho lesionaba del mismo
modo las normas concurrente en su aplicación, por lo que el contenido del reproche quedaba cubierto en su integridad por una de esas normas concurrentes, de acuerdo con los criterios del artículo 8 del Código Penal.
La sentencia de 31 de enero de 2006, en su supuesto en que se prende fuego a la vivienda en la que hay otra persona, aplica los artículos 139 y 351 del Código Penal en concurso ideal de delitos.
En relación con la violencia doméstica y de género, el artículo 173 nos habla al regular
la violencia habitual que el delito que regula se sancionará sin perjuicio de las penas que
pudieran corresponder a los delitos o faltas en que se hubieran concretos los actos de violencia física o síquica. Igualmente en el delito de robo con violencia o intimidación del artículo 242, y otros supuestos contemplados en el Código Penal.
Rubén Blasco Obedé
La sentencia de 24 de mayo de 2004 en un incendio provocado que afectaba a un almacén y a la vivienda en la que acusado conocía que estaban durmiendo dos personas, con
aplicación del dolo eventual respecto del delito de asesinato, establece que los hechos son
constitutivos, por una parte, de dos delitos de asesinato intentado, tipificados en los artículos 139.1º y 16.1 del Código Penal, que absorbe el delito de peligro del artículos 351.1
del Código Penal. Además, otro de incendio del artículo 351 párrafo segundo, que remite a
la penalidad al artículo 26.6 del Código Penal. La concurrencia de ambos tipos penales lo
será de acuerdo a las normas que regulan el concurso ideal de delitos del artículo 77 del
Código Penal.
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El juicio de faltas
Como es obvio, las lesiones o muerte del trabajador pueden ser calificadas penalmente
como faltas de imprudencia, no concurriendo el delito del artículo 316 del Código Penal, y
son muchos los juicios de tal clase que se celebran en nuestros juzgados con la bendición de
las Audiencias Provinciales que ratifican en el recurso de apelación las resoluciones del instructor declarando el hecho falta. A mi juicio, la trascendencia de la materia a tratar, salvo
casos muy excepcionales, debe ser un motivo para el rechazo de la técnica referida ya que
el hecho merece ser estudiado en el juicio oral del procedimiento por delito, donde con mayor amplitud de los medios procesales pueda discutirse en su integridad, sin las limitaciones
del proceso para las infracciones leves, teniendo el Juzgador la capacidad para condenar
por delito o por falta y propiciando la intervención del Ministerio Fiscal, que puede no asistir en el juicio de faltas. Y esto, no quiere decirse que no pueda condenarse por una infracción leve, sino que la tipificación del hecho como tal debe hacerse, no en la fase instructora, sino en el plenario de un proceso por delito donde habrán de valorarse todas las circunstancias concurrentes para decidir la tipificación del hecho estudiado.
De otro lado, ha de tenerse en cuenta que si no existe denuncia de los perjudicados, la
declaración del hecho falta conduciría una absolución de no concurrir al juicio el Ministerio
Fiscal.
III. Concurrencia de culpa de la víctima
A) Su trascendencia
Es necesario, cualquiera que sea la jurisdicción en la que nos hallemos, tener en cuenta
varios supuestos o situaciones de las que pueden darse y que merecen un tratamiento diferenciado. Son:
b) Que el trabajador si bien no es compelido a prestar su actividad laboral en situación
de riesgo, lleva a cabo su trabajo sin la necesaria adopción de las medidas de seguridad con
conocimiento de la empresa que, en definitiva, consiente en esa situación, generalmente
por motivos de tipo económico. Piénsese en que existiendo el mecanismo de seguridad establecido para desatascar una máquina, esa operación se viene realizando sin utilizar dicho
mecanismo por el trabajador con el conocimiento y aprobación, siquiera tácita, del empleador o los encargados del servicio.
c) Que el trabajador lleve a cabo una actuación en forma prohibida expresamente por
la empresa, sin conocimiento puntual de la misma, causando por ello el accidente.
Piénsese, en el caso anterior, en el operario que desobedeciendo las órdenes dadas por los
responsables, y sin que estos tengan conocimiento del hecho, en lugar de utilizar el meca-
Rubén Blasco Obedé
a) Que el trabajador se vea obligado a realizar el trabajo sin las necesarias condiciones
de seguridad e higiene y el accidente se produzca precisamente por esa situación de riesgo.
El operario al que se le obliga a no utilizar el mecanismo de desatascado de una máquina
que contiene elementos cortantes, aplastantes, u otros capaces de causar daño, y al realizar la maniobra de limpieza o por un descuido sufre grave lesión.
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nismo de seguridad para el desatascado de la máquina lo hace con grave riesgo para su integridad y se produce el daño a evitar.
Evidentemente, los tres supuestos tienen notas características que los distinguen con
claridad. En ellos el trabajador presta su actividad laboral sin las necesarias condiciones de
seguridad, pero mientras que en los dos primeros, frente a una hipotética negligencia del
operario, es más relevante la falta de diligencia o el dolo del empleador a la hora de cumplir las medidas de prevención, en el tercer caso la conducta del operario es la única causante del daño, no obstante el comportamiento diligente del empresario poniendo a disposición de aquel todas las medidas de prevención, seguridad e higiene en el trabajo.
El Magistrado DANIEL DE ALONSO LASO nos dice que es por todos sabido el rechazo unánime a la idea de la compensación de culpas en el ámbito del Derecho Penal. Pero pese a
ello no es posible sustraerse a la tarea de valorar las conductas que de manera culposa concurran a la producción de un resultado lesivo.
En concreto, los efectos podrán ir desde la moderación del quantum de la indemnización (como ya pasara en la STS de 31 de diciembre de 1997), pasando por la degradación de
la culpa (STS de 30 de diciembre de 1994), o incluso, y excepcionalmente, a la total exoneración de la responsabilidad penal de alguno de los intervinientes.
En los inicios del problema, el Tribunal Supremo puso trabas a la aceptación del criterio
de la compensación de culpas, hoy mejor llamada concurrencia de culpas, basándose en la
teoría de que así como en el ámbito de la circulación los intervinientes parten de un plano
de igualdad, en el mundo laboral, sin embargo, esa igualdad no existe. Ello motivó que el TS
en sentencia de 21 de febrero de 1979 afirmara que «el trabajador ha de ser protegido hasta de su propia imprudencia profesional».
Ahora bien, parece evidente en nuestros días que es preciso huir de un indeseado régimen de responsabilidad objetiva que afecte de manera indiscriminada al empresario frente
al trabajador, por lo que diez años después en sentencia de 26 de diciembre de 1989 el TS
afirmara que «es lícito y obligado valorar las conductas concurrentes de todos los protagonistas del hecho, incluida la propia víctima».
La sentencia de 24 de marzo de 2006, Sección 23, de la Audiencia Provincial de Madrid,
considera la concurrencia de responsabilidad empresarial, no obstante el comportamiento
del trabajador que fácilmente podía conocer los riesgos de su actuación, aún admitiendo
que el propio lesionado accediese a la máquina, teniéndolo prohibido, ello no excluirá la
responsabilidad de los acusados, ni siquiera la minimizará hasta degradarla a una imprudencia leve, porque el resultado lesivo de la victima no es sino la realización efectiva del peligro generado por dichos apelantes, peligro que merece una desaprobación jurídica máxima,
habida cuenta que se ha creado a costa de incumplir una normativa laboral en materia de
riesgos laborales, cuya finalidad es prevenir y evitar daños corporales como los habidos.
Nos dice esa sentencia que los acusados, conociendo como conocían que en su empresa se
trabaja con una máquina potencialmente peligrosa para la integridad física de quien trabajase
con ella, entre cuyos dispositivos de seguridad, precisamente, para evitar ese peligro, se encontraba
una carcasa, y conociendo como conocían, también, que dicha carcasa se encontraba quitada,
permitieron que el trabajo se siguiese desarrollando en tales condiciones laborales, sin poner re-
Rubén Blasco Obedé
Con ello se consigue el efecto penalmente deseado y lógico de desplazar la cuestión
desde el plano de la culpabilidad al plano de la causalidad.
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medio a ello, no cabe duda que estaban sometiendo al trabajador a unos riesgos para su integridad física e infringiendo un deber de cuidado, por no adoptar las medidas adecuadas para neutralizar los riesgos implícitos en su actividad laboral, incluidos los que proviniesen de la propia
negligencia del trabajador, cumpliéndose con ello el requisito de imputación objetiva, habida
cuenta que el resultado lesivo producido no fue más que una realización concretada de un peligro creado por la inacción de los apelantes, que no cumplieron con una normativa laboral que
les obligaba a prevenir y evitar ese peligro.
De otro lado, la sentencia de la Audiencia Provincial de Huelva de 27 de febrero de 2006
acoge la imprudencia temeraria del trabajador y absuelve a los imputados, y ello porque
nos dice que sin interés particular alguno es que la falta de estas medidas colectivas no hubiera influido en la causa principal del accidente, sino solo en sus resultados, puesto que la
causa principal se debió a que el trabajador soltó el enganche de su dispositivo individual
de seguridad del anclaje que se instaló en el vértice de cubierta sobre la que trabajaba, lo
que hizo que al andar hacia atrás perdiese el equilibrio al pisar en el borde de la cubierta
que cedió, cayendo por ello al suelo, por lo tanto compartimos los razonamientos de la sentencia por lo antes expuesto, con lo que no existe prueba fehaciente de que la acusada haya incurrido en responsabilidad penal, ni por el delito contra los derechos de los trabajadores, ni por el delito de lesiones por imprudencia grave, pues ningún descuido grosero, como
requiere la jurisprudencia, es decir, falta del más elemental de los cuidados en relación al
resultado dañoso se ha podido evidenciar de su actuación en relación con sus funciones y la
actividad desarrollada por el trabajador.
De las dos sentencias citadas, que vienen a representar las dos posturas existentes sobre la materia, a mi juicio cabe deducir como principio general que cuando concurre infracción de medidas de seguridad creadoras de un riesgo y es precisamente ese riesgo el que
produce la lesión del trabajador, existirá siempre responsabilidad empresarial, sin perjuicio
de la valoración de la conducta del operario que, a priori, no podrá excluir la dicha responsabilidad.
La sentencia del Tribunal Supremo de 19 de octubre de 2000, Sala Penal, nos dice que
“son de mencionar igualmente otros supuestos de ruptura de la imputación objetiva entre
los que se pueden incluir los abarcados por el principio de confianza, conforme al cual no se
imputarán objetivamente los resultados producidos por quien ha obrado confiando en que
otros se mantendrán dentro de los límites del peligro permitido. Cuando se plantea la presencia de riesgos concurrentes para la producción del resultado, habrá que estar al riesgo
que decididamente lo realiza, como aquellos otros casos en los que no podrá sostenerse la
realización del riesgo en el resultado cuando la víctima se expone a un peligro que proviene
directamente de su propia acción, en cuyo caso el resultado producido se imputará según el
principio de la «autopuesta en peligro» o «principio de la propia responsabilidad». Se
trata de establecer los casos en los que la realización del resultado es concreción de la peligrosa conducta de la propia víctima que ha tenido una intervención decisiva.
En la jurisprudencia esta problemática ha sido considerada en parte a través de la figura de la «compensación de culpas» en los delitos imprudentes. En este sentido la STS de 5-
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B) Principios de confianza, de la autopuesta en peligro
B) o de la propia responsabilidad
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11-1990 establece que «para calibrar la respectiva relevancia de las conductas intervinientes (...) habrá de tenerse en cuenta que si uno de los factores o condiciones se muestra como causa decisiva y eficiente del resultado, habrá de reputarse la actuación de los demás
intervinientes como accidental y fortuita...». Como resulta evidente que en los casos de autopuesta en peligro y, por consiguiente, de autorresponsabilidad del lesionado, la participación de un tercero no debe ser punible.
Los citados principios, precisan para su aplicación y exoneración de responsabilidad,
que no exista una concausa por parte del empleador para la producción del evento dañoso,
y en su aplicación los Tribunales de cualquier orden jurisdiccional han de proceder siempre
con exquisita cautela y velando por el único interés a tutelar, el del trabajador.
Y así, a manera de ejemplo ilustrativo, en el caso enjuiciado por esa sentencia, al producirse un accidente por contacto con cables de alta tensión, la misma nos dice que no es la víctima la que se introduce voluntariamente, asumiendo el riesgo existente, en el peligro ya creado previamente por el acusado al ordenarles trabajar en las proximidades de unos cables de alta
tensión. Es el acusado y nadie más quien crea un peligro sobre la víctima que debería haber previsto, si hubiera adoptado las medidas de precaución y cautela exigibles y que le hubieran permitido tomar las medidas de seguridad imprescindibles para evitar el resultado, máxime cuanto se trata de un profesional de la construcción, con larga experiencia en obras como la que
se estaba realizando, sin que sea de recibo pretender achacar a la propia víctima, un joven
de dieciocho años y sin experiencia en trabajo alguno, el que no hubiera adoptado unas medidas de precaución que no le habían sido informadas cuando tampoco estaba impuesto del riesgo que corría al realizar el trabajo encomendado. Ni la víctima ha contribuido con una negligencia decisiva a la producción del resultado ni le puede ser aplicable el principio de la «autopuesta
en peligro» ni de la «propia responsabilidad».
En atención a la ejecución de esas tareas que no precisan de un especial adiestramiento, la sentencia de la Audiencia Provincial de Córdoba de 16-12-2005 absuelve a los acusados del delito que se les imputa basándose principalmente en la existencia de culpa exclusiva de la víctima por no haber adoptado las medidas de seguridad que evidentemente eran
muy elementales pues le bastaba con utilizar las herramientas que llevaba y que estaban
debidamente protegidas y en desconectar el interruptor diferencial, operaciones que, insistimos, eran muy elementales y conocidas por la víctima puesto que las había realizado anteriormente ese mismo día en situaciones similares.
Esta sentencia parte de la base de que, dadas las medidas de seguridad, la peligrosidad
de la operación efectuada sin aquellas era tan palpable que no podía disculparse la negligencia del operario al trabajar, por su exclusiva voluntad, sin hacer uso de tales medidas.
No obstante, la aplicación del principio de confianza es rechazada por una parte de la
doctrina científica y la de la jurisprudencia en el ámbito del accidente de trabajo, y ello
porque como nos dice el Auto de 9 de junio de 2006 de la Audiencia Provincial de Las Palmas
Rubén Blasco Obedé
En esta sentencia, si bien desde un punto de vista lógico puede entenderse que a nadie
se le escapa el peligro de trabajar bajo cables de alta tensión, se declara la responsabilidad
empresarial al ponderar la muy dispar experiencia de cada uno de los implicados, el empresario y el trabajador, el obligarle al segundo a trabajar bajo el riesgo claro y, también, la
falta de información, que si bien no hubiera sido necesaria, en principio, para una persona
de cierta edad, sí podía ser trascendente al tener en cuenta la edad del operario que contaba con 18 años.
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El accidente laboral en las distintas jurisdicciones
puede afirmarse que la norma de cuidado en el ámbito laboral no se rige por el denominado
principio de confianza, según el cual cada persona que actúa en un ámbito determinado debe confiar que el resto de personas, que actúan en el mismo ámbito, se desenvolverán de
forma diligente, sino que responde a las premisas del principio de desconfianza, según el
cual, el empresario que ostenta el poder jurídico de dirección y control, debe prever las
omisiones ordinarias de los trabajadores. De ahí que el artículo 15.4 de la Ley de Prevención
de Riesgos Laborales explicite que el principio de protección efectiva precisa que el empresario evalúe los riesgos laborales teniendo presentes las distracciones y las imprudencias no
temerarias de los trabajadores.
Igualmente, la sentencia de la Audiencia Provincial de Asturias de 2 de octubre 2003,
nos dice que como se sostiene por jurisprudencia reciente fundamentalmente en materia de
accidentes de trabajo (sentencias 22 setiembre de 1.999, 24 de abril de 2001 y 18 de marzo
de 2.002), la responsabilidad a efectos penales del autor de una infracción no ha de medirse en función de la aportación causal que la víctima haya tenido en el resultado producido,
dicha aportación únicamente será relevante para determinar la cuantía correspondiente a
la indemnización civil que haya de concedérsele y así poder distribuirse en proporción a la
intensidad de la culpa que cada uno aportó al fatal desenlace.
Exponente de la tesis opuesta a la aplicación del principio de confianza en el ámbito de
la Jurisdicción Social, la Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, Sala de Lo
Social, de fecha 14 de marzo de 2005 (AS 2005/880) nos dice que no es por desgracia infrecuente la conducta de muchos trabajadores de asumir riesgos que ponen en peligro su integridad física, con el afán de agilizar en beneficio de la empresa el proceso productivo y no
ralentizar la ejecución de las tareas que le son encomendadas, incluso aunque esto suponga
un evidente peligro para su persona, siendo precisamente este el motivo por el que es exigible al empresario la adopción de todas las medidas de seguridad necesarias para hacer imposible este tipo de prácticas y prevenir así los accidentes que pudiere provocar la distracción, exceso de confianza o incluso negligencia del trabajador, lo que en casos como el de
autos exige asegurarse de que el trabajador dispone de la formación e información necesaria para realizar sin riesgos sus tareas, y por supuesto, establecer los mecanismos de vigilancia y control con los que detectar la posible realización por su parte de conductas imprudentes.
Naturalmente, si esto es así en la esfera penal, también habrá de serlo con más motivo
en la civil y laboral. En esta, numerosas sentencias absuelven al empleador dada la culpa
del empleado o moderan el quantum de la indemnización en porcentajes que no es preciso
citar ya que son siempre subjetivos y difíciles de medir para ser tenidos a modo de ejemplo
por otros juzgados o tribunales.
Conclusiones
Según Mª TERESA CASTIÑEIRA, MARIONA LLOBET y RAQUEL MONTANER no hay un criterio
jurisprudencial homogéneo ni en relación con la relevancia que debe tener el comportamiento imprudente del trabajador, ni sobre el tratamiento que debe darse a la concurrencia
Rubén Blasco Obedé
Al amparo del artículo 114 del Código Penal podrá moderarse la responsabilidad civil, y,
a mi juicio, no solo ello, sino que igualmente podrá moderarse su responsabilidad penal para imputarla a título de falta, incluso hasta declarar su extinción, cuando concurra la culpa
exclusiva de la víctima o su conducta sea calificable como de un imprudencia temeraria.
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El accidente laboral en las distintas jurisdicciones
de culpas. Esto explica que casos iguales se resuelvan de maneras distintas y que casos distintos se califiquen del mismo modo.
Los criterios de imputación objetiva han de ser suficientes para resolver la mayoría de
los casos de concurrencia de culpas que se plantean ante los Tribunales.
El criterio que se está imponiendo en la jurisprudencia según el cual el empresario tiene el
deber de controlar que los trabajadores hagan uso de las medidas de seguridad puestas a su disposición y vigilar sus propias imprudencias, es distorsionador pues convierte casos de verdadera concurrencia de culpas en casos de responsabilidad exclusiva del empresario, y supuestos de
responsabilidad única del trabajador en supuestos de concurrencia de culpas.
En definitiva, en esta materia no puede decirse que exista una doctrina unánime, ni en
el Tribunal Supremo, ni en el resto de los Tribunales, si bien la tesis más asentada es la restrictiva a la aplicación de los principios de confianza y autopuesta en peligro. Será siempre
necesario indagar si ha existido o no omisión de medidas de seguridad por parte del empresario, y si esa omisión se ha dado y el daño se ha producido por el riesgo creado por dicha
omisión, la responsabilidad empresarial existirá siempre, incluso a título penal, sin perjuicio de que pueda valorarse la actuación del operario en el ámbito de indemnizatorio, pero
siempre sopesando las posibilidades que tenía de actuar o no con la falta de medidas, significando que será de difícil concurrencia la falta de medidas de seguridad creadoras del peligro en el trabajo y la imprudencia temeraria del trabajador, que precisaría de una actuación de este desprotegido por su propia voluntad y conciencia de las medidas proporcionadas por el empleador.
Pero es que, amen de lo dicho hasta ahora, ha de partirse de que la responsabilidad civil derivada del accidente laboral, exige naturalmente que se haya producido el mismo, y no podemos olvidar el artículo 115.4.b) de la Ley General de la Seguridad Social, según el cual no tendrán la consideración de accidente de trabajo los que sean debido a dolo o a imprudencia temeraria
del trabajador accidentado. Es decir, este precepto no solo no hace una exclusión de la responsabilidad empresarial en esos casos, sino que incluso llega a no considerar como accidente
laboral desde el punto de vista jurídico la lesión producida por las causas antes dichas. En consonancia, el artículo 15.4 de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales nos dice que la efectividad de las medidas preventivas deberá prever las distracciones o imprudencias no temerarias
que pudiera cometer el trabajador, con lo cual viene reafirmar la idea de que la responsabilidad empresarial cede ante la imprudencia temeraria del operario. En definitiva, el accidente de
trabajo producido exclusivamente por la imprudencia temeraria del trabajador, desde el punto de vista jurídico, no es que no genere responsabilidad empresarial, es que no tendrá la calificación de tal accidente.
FRANCISCO JAVIER SÁNCHEZ ICART nos dice que la exclusión de la consideración de accidente
de trabajo exige que la imprudencia temeraria se erija en causa única o, cuando menos, en causa eficiente del resultado dañoso, y tal es así que no faltan sentencias que de manera acertada, tanto en el campo penal como en el Social, consideran que aunque concurra imprudencia del
trabajador, si la empresa omitió medidas de seguridad, no se le exime de responsabilidad empresarial, siempre que esa omisión haya sido concausa para la producción del hecho lesivo.
Rubén Blasco Obedé
C) La culpa de la víctima y su relevancia en la calificación
C) del accidente de trabajo
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Así, la sentencia del TSJ de la Comunidad Autónoma del País Vasco de 22 de febrero de
2000 (AS 2000/773) nos dice que nuestro legislador ha querido excluir de la consideración
de accidente de trabajo aquel que sea debido a imprudencia temeraria del trabajador accidentado, dejándole sin la protección propia que dispensa nuestro sistema de Seguridad
Social a esos accidentes [art. 115-4 b) LGSS].
Es claro que la calificación de la imprudencia, tanto en el ámbito penal como en el civil
y laboral, dependerá de cada caso concreto, pero puede afirmarse que existirá esa imprudencia como temeraria en los supuestos en que concurra por parte del trabajador una trasgresión clara y consciente de las órdenes empresariales. Entre las calificaciones de temeraria de la imprudencia, podemos encontrar con habitualidad la de ser una inexcusable imprevisión del siniestro sin observar las más elementales medidas de precaución que el hombre
menos previsor adoptaría.
La sentencia del TSJ del País Vasco, de 22 de febrero de 2000 (AS 2000/773), nos habla
de la doctrina y criterios aplicativos que también permiten efectuar una distinción fundamental: la imprudencia temeraria requiere plena conciencia del grave riesgo y omisión querida de las pautas más elementales para evitar la producción del daño, no siendo equiparable a la falta de toma de conciencia de la gravedad del riesgo, la minusvaloración de éste o
el error en el modo adecuado de evitarlo, cuando la persona llega a esas valoraciones en
contra del parecer habitual del común de las personas.
La sentencia de 16 de octubre de 1992 del TSJ de la Comunidad Valenciana, Sala de Lo
Social, nos dice que jurisprudencialmente se ha establecido el concepto laboral de imprudencia temeraria, que es el que debe regir en esta materia al contemplarse una mejora
complementaria de la Seguridad Social que, por lo tanto, queda atraída hacia los conceptos
y criterios interpretativos propios de las prestaciones de Seguridad Social.
El Tribunal Central de Trabajo también ha establecido ese mismo concepto laboral de
imprudencia temeraria, y así, en Sentencias de 3-2-1988 (RTCT 1988\1611), dirá que la imprudencia temeraria requiere asumir libre y conscientemente un riesgo cierto, matizando
en Sentencia de 22-3-1988 (RTCT 1988\2451), que ese riesgo que se acepta voluntariamente
debe ser de excepcional gravedad y debido a circunstancias ajenas al trabajo, y especialmente, en Sentencia de 12-7-1988 (RTCT 1988\5125) contempla el supuesto de un conductor que en lugar de cruzar una vía férrea por la carretera, utilizó un camino cortado al tráfico por ambos lados y que atravesaba la vía por un lugar no autorizado, circunstancias que
condujeron a un accidente, entendiendo el Tribunal Central que los motivos de tal actuación del conductor eran principalmente laborales, ahorrar tiempo y camino, y estaban basados en la propia confianza equivocada del trabajador, de que esa conducta, que la propia
sentencia admite que implicaba infracción de reglamentos, no entrañaba un riesgo considerable, de donde concluye la citada sentencia que concurre una imprudencia profesional, pero en la que no se aprecia «ese desprecio del instinto de conservación y clara conciencia y
patente menosprecio del riesgo» que permitiría calificar la imprudencia de temeraria, por
Rubén Blasco Obedé
En el mismo sentido, respecto a la imprudencia temeraria, entre otras, la sentencia del
TSJ de Cataluña de 22 de diciembre de 1.998 para la cual, según constante doctrina, para
que concurra la imprudencia temeraria, es preciso que se observe una conducta que asuma
riesgos manifiestos, innecesarios y especialmente graves ajenos a la conducta usual de la
gente, de tal manera que la certeza de trasgresión de normas reglamentarias no puede calificar automáticamente la temeridad en el ámbito laboral.
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lo que el accidente debe ser calificado de laboral. Esta doctrina se recoge también en la
sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, de 20 de mayo de 1998 (AS
1998/2081)
La sentencia ya citada del TSJ del País Vasco de 22 de febrero de 2000, cita determinados casos en los que el Tribunal Supremo ha enjuiciado supuestos de accidentes de circulación sufridos por trabajadores que conducían el vehículo por razón del trabajo, en los que el
siniestro se debía a conducta imputable al conductor, con infracción de normas reglamentarias, como en el caso del que lo padece por saltarse un stop en Vigo (sentencia de 10 de mayo de 1988 [RJ 1988, 3595]), o el que es arrollado en un ceda el paso, cuando reduce la velocidad del vehículo, pero sin llegar a detenerlo (sentencia de 20 de noviembre de 1975, antes mencionada), calificándolos como accidente laboral por no constituir imprudencia temeraria. En la de 13 de mayo de 1975 (RJ 1975, 2539]) se niega esa calificación, por considerar que sí existe imprudencia temeraria, en el caso del que conduce un tractor sin disponer de permiso de circulación y dado que el empresario no le había autorizado para ello ni
constaba que tuviera habilidad.
La misma resolución afirma que en casos de accidentes de circulación para su consideración
como accidente de trabajo, se rechaza claramente la identificación entre imprudencia temeraria con imprudencia infractora de norma reglamentaria e, incluso, se llega a afirmar que ni tan
siquiera es equiparable la imprudencia temeraria en su configuración penal con la imprudencia
temeraria a la que se refiere el precepto regulador del accidente de trabajo, en criterio que se
asienta en la distinta finalidad que persiguen. Así, en palabras de la sentencia de 10 de mayo
de 1988 antes citada, la primera tiene por objeto proteger al colectivo social de los riesgos causados por conductas imprudentes, y la segunda sancionar con la pérdida de protección un riesgo específicamente cubierto, y esta diversidad de fines se traduce en que en este último supuesto,
según constante doctrina, para que concurra la imprudencia temeraria es preciso que se observe
una conducta que asuma riesgos manifiestos innecesarios y especialmente graves, ajenos a la
conducta usual de las gentes...
Respecto a casos ajenos a accidentes de circulación, merece la pena destacar el caso
enjuiciado en la sentencia de 4 de marzo de 1974 (RJ 1974, 1576), en la que niega que hubiera imprudencia temeraria en el caso del aprendiz que, tras limpiarse la grasa del mono
con gasolina, enciende un cigarrillo, prendiéndose éste y produciéndole quemaduras determinantes de su muerte, ya que faltaba un elemento vital para esa calificación: que fuera
voluntaria y consciente su exposición al riesgo.
En el ámbito laboral se considera vigente el artículo 6 del Texto Refundido de la Ley de
Accidentes de Trabajo de 1956, a cuyo tenor la imprudencia profesional, o sea la que es
consecuencia del ejercicio habitual de un trabajo y derivada de la confianza que este inspira, no exime de responsabilidad al patrono.
Y el artículo 115, párrafo 3, de la Ley General de la Seguridad Social, nos dice que no impedirá la calificación de un accidente como de trabajo, la imprudencia profesional que es consecuencia del ejercicio habitual de un trabajo y se deriva de la confianza que éste inspira.
En consecuencia, a la hora de determinar si nos hallamos o no ante un accidente de trabajo, hemos de distinguir entre la imprudencia temeraria y la imprudencia profesional,
Rubén Blasco Obedé
D) La imprudencia profesional
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pues la primera no dará lugar a la consideración jurídica de tal accidente y la segunda sí. La
distinción entre una y otra, en ocasiones, como es habitual en estos casos, puede ser difícil.
La doctrina de nuestros Tribunales, ha estimado digno de esa protección, manteniendo
la calificación de accidente laboral, a aquel en que concurre imprudencia profesional del
trabajador, estimando por tal aquella que es consecuencia del ejercicio habitual de un trabajo y se deriva de la confianza que éste inspira [art. 115.5 a) LGSS].
La distinción entre ambos tipos de imprudencia no siempre es fácil, pero como también
se afirma por la sentencia del TSJ del País Vasco, Sala de Lo Social, de 22 de febrero de
2000, sin embargo, la Sala de lo Social del Tribunal Supremo ha ido sentando una doctrina
que permite deslindar ambas figuras, al estar ante una regla vigente en nuestro ordenamiento jurídico desde el 1 de enero de 1967 de manera expresa (tácitamente, desde que en
la segunda década de este siglo se insertó un precepto expreso manteniendo la calificación
de accidente laboral al resultante de la imprudencia profesional del trabajador) y que ha
permitido fijar determinados criterios aplicativos. Conviene recordar una y otros, en lo que
puedan resultar convenientes para dirimir los recursos que analizamos.
En efecto, el Tribunal Supremo ha diferenciado claramente la imprudencia profesional
de la temeraria, por ejemplo en Sentencia de su Sala Social de 16-7-1985 (RJ 1985\3787),
indicando que debe reputarse temeraria la imprudencia cuando «el trabajador consciente y
voluntariamente contraría las órdenes recibidas del patrono, o las más elementales normas
de precaución, prudencia y cautela exigibles a toda persona normal».
Conviene señalar, como nos dice la repetida sentencia del TSJ del País Vasco, que finalmente,
que nunca se presume que un accidente de trabajo tiene causa en la imprudencia extraprofesional del trabajador, según doctrina constante del Tribunal Supremo puesta de manifiesto, entre otras muchas, en sus sentencias de 20 de marzo de 1963 (RJ 1963, 2530), 20 de marzo de 1964
(RJ 1964, 2786), 9 de noviembre de 1968 (RJ 1968, 4720) y 23 de octubre de 1971 (RJ 1971, 4690),
con especial mención a las de 15 de febrero de 1965 (RJ 1965, 1326), que viene referida a un
caso en que se imputaba que el accidente se debió a la embriaguez del trabajador, y a las de 11
de octubre de 1961 (RJ 1961, 3434) y 2 de octubre de 1952 (RJ 1952, 1796), en las que, respectivamente, se trataba de inducir esa circunstancia del hecho de que se encontrara gran cantidad de alcohol en la cavidad abdominal o de que los restos alimenticios hallados en el estómago
tenían olor vináceo y concurrían en persona con los estigmas propios de las personas alcohólicas. No hubo imprudencia temeraria (habría sido, a lo más, profesional), con lo que su muerte
ha de reputarse derivada de accidente laboral.
Rubén Blasco Obedé
Así, como reflejo de la primera, nada mejor que las propias palabras de la Sala, en su sentencia de 20 de noviembre de 1975 (RJ 1975, 4392), cuando menciona lo que califica como conclusión del criterio que resulta de las múltiples sentencias que ha dictado: se entiende como temeraria la imprudencia en que ha incidido el operario cuando en su actuar está poniendo de
manifiesto que, consciente de la situación en que se encuentra, acepta, por su sola voluntad,
la realización de un acto arriesgado e innecesario para su actividad laboral y que lleva a cabo
con menosprecio de cualquier cuidado que le aconsejase su evitación; por el contrario, será conducta imprudente profesional, aquella en que se incide cuando el trabajador, ante la inminencia del riesgo que acompaña a su actuación, se cree capaz de superarlo con la propia capacidad
y habilidad personal, o no le ha prestado la debida atención, por hallarse atenuada su voluntad,
y en su caso sus movimientos reflejos, por la repetición del mismo acto, la facilidad en que en
otras ocasiones lo ha superado felizmente, o porque confiaba en su suerte que le permitiría superarlo sin daño personal...
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E) Epílogo
La imprudencia penal no tiene el mismo sentido y causa que la laboral, y ello porque
como nos dice el Magistrado D FRANCISCO JAVIER S´NCHEZ ICART mientras la primera tiende a proteger los intereses colectivos y de terceros, en el ámbito laboral la imprudencia se
califica a la hora de valorar la conducta del trabajador lesionado en la producción de su
propia lesión.
El artículo 29.3 de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales contempla la responsabilidad de los trabajadores por el incumplimiento de las medidas de prevención ordenadas por
el empresario, como una responsabilidad exclusivamente disciplinaria.
En definitiva, cuando concurra una omisión de las medidas de seguridad y, además, la
culpa del trabajador, tan solo se producirá una exención de responsabilidad de aquel, si la
conducta del operario fue la única determinante el accidente; en caso contrario estaremos
frente a una compensación o concurrencia de culpas en el ámbito civil.
En muchas ocasiones, de la lectura de las diversas resoluciones emanadas de nuestros
tribunales se desprende que se utilizan conceptos equívocos. Así, es necesario diferenciar
los supuestos en que el empresario no proporciona los medios de seguridad precisos, y aquellos otros en que sí lo hace. Los primeros, por norma general, generarán responsabilidad
empresarial, que podrá ser tipificada como delito, y desde luego no podrá hablarse generalmente de una concurrencia de culpas cuando el operario trabaja sin esas medidas de seguridad, ya que lo hace en una situación de riesgo creada tan solo por el empleador.
Los segundos casos en los que si se proporcionan los medios de seguridad e higiene en el
trabajo, hay que distinguir también cuando el empresario, no obstante proporcionar los medios de protección, no adopta cautela alguna encaminada a que los mismos sean utilizados
por los trabajadores y consiente en su no uso, a pesar de conocerlo; en estos casos concurrirá responsabilidad empresarial, y podremos también considerar que nos hallamos ante la
posibilidad de una responsabilidad penal, ya que en realidad viene a equipararse al primero
de los supuestos contemplados.
Igualmente, habrán de valorarse las circunstancias concurrentes para la calificación del
hecho cuando se proporcionan medidas de seguridad, pero no todas ellas, siendo relevante
la indagación de cuáles han sido las omisiones que hayan dado lugar a la producción del
efecto lesivo.
F) La embriaguez en el accidente de trabajo
Dentro del examen de las causas productoras del accidente de trabajo, y en concreto
en la determinación de si existe o no imprudencia del trabajador, han de valorarse los supuestos en los que hay un ingesta de bebidas alcohólicas y, también en la actualidad, si la
hay de drogas tóxicas o estupefacientes.
Rubén Blasco Obedé
En tercer lugar, si proporcionados los medios y ordenando su uso, se produce una merma
o negligencia en esa vigilancia, será preciso examinar caso por caso para determinar si concurre responsabilidad penal o solo la civil, a ventilar en la jurisdicción social y, hoy dada la
anómala situación existente, también ante el orden civil, debiendo tenerse en cuenta la posibilidad de la imputación a título de falta en la producción del resultado lesivo.
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Como cuestión que sí puede decirse de forma genérica, el hecho de que en los análisis de
los lesionados o fallecidos aparezcan restos de drogas o alcohol, no autoriza sin más a entender
que el accidente de trabajo se ha producido a consecuencia de esa ingesta y que, por ello, ha
de imputárseles una imprudencia temeraria con las consecuencias gravosas que ello tiene desde el punto de vista de las prestaciones de Seguridad Social, etc., ya que es necesario demostrar que ese consumo había influido en la forma de actuar del operario, mermando sus facultades
psicofísicas, siendo causa colaboradora en la producción del resultado.
Como nos dice la sentencia del Tribunal Supremo, Sala de Lo Social, de 31 de marzo de
1999, ha de indicarse que inicialmente la Sala no puede hacer una declaración general, como en esencia se propugna, sobre si una determinada tasa de alcoholemia puede configurarse como la imprudencia que rompe la relación de causalidad. La imprudencia se configura en relación con las circunstancias de hecho que se dan en cada supuesto litigioso, y esas
circunstancias concurrentes son de apreciación inicial del juzgador en cada caso concreto,
para determinar si existe o no la causa de exclusión de la presunción de laboralidad.
Cierto es que, de antiguo, el Tribunal Supremo negó la calificación de accidente laboral
a aquel que se debiera a la embriaguez del trabajador (sentencias de 8 de julio de 1930 [RJ
1930-1931, 1085], y 15 de junio de 1962 [RJ 1962, 2459]), pero era en época en que no existía un precepto como el expuesto y que no venía dictado en base a estimar gravemente imprudente la conducta del trabajador, como lo pone de manifiesto que en su sentencia de 27
de febrero de 1948 (RJ 1948, 264), la Sala mantuviera la calificación de accidente laboral
en el caso de trabajador que, estando embriagado, cae, pero sin que constara que la caída
fuera fruto de ese concreto estado, como también lo hizo en el caso del accidente producido por un incendio, mientras el trabajador dormía, con un estado de ligera embriaguez
(sentencia de 26 de enero de 1962 [RJ 1962, 298]).
En el mismo sentido, la sentencia del TSJ de Cataluña de 22 de diciembre de 1998 para
la cual en la conducta del actor descrita en el inalterado relato fáctico de la sentencia im-
Rubén Blasco Obedé
Así, por ejemplo, la sentencia del Tribunal Superior del País Vasco de 22 de febrero de 2000
(AS 2000/773) mantiene una tesis restrictiva a la apreciación de la embriaguez como conducta
negligente concurrente, y así afirma que el hecho de que el trabajador hubiera ingerido alcohol en cantidades suficientes como para dar la tasa de alcohol en sangre que consta acreditada no altera la conclusión expuesta, pese a que no conste que normalmente bebía lo mismo, y
ello por una doble razón: en primer lugar, porque no se ha probado que esa concreta tasa fuera necesariamente expresiva de que su nivel de consciencia, equilibrio o reflejos estuviera alterado, sin que pueda presumirse, sin más, del hecho de que sobrepasara los niveles exigidos en
materia de conducción de vehículos de motor, y tampoco hay constancia de que, de hecho, el
alcohol que consumió repercutiera en sus facultades de percepción y reacción o en su sentido
del equilibrio, siendo significativo que los hechos probados no recojan dato alguno poniendo de
manifiesto que sus compañeros (o los empleados del bar) advirtieran que estuviera embriagado, como tampoco que le hicieran la más mínima advertencia de que no subiera o, cuando menos, de que anduviera con más cuidado del normal en las circunstancias exigidas por ese concreto trabajo, por lo que no cabe concluir que estuviera embriagado cuando se incorpora a trabajar
(en contra de lo que en los recursos se sostiene); a mayor abundamiento, porque de haber estado embriagado, tampoco se ha probado que la caída se debiera a esa circunstancia, sin que
ésta pueda presumirse, máxime en una materia que constituye una auténtica excepción a la regla general de protección y cuando, como aquí sucede, se parte de una previa presunción legal
que la atribuye al trabajo.
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pugnada no se observa la concurrencia de esas notas caracterizadoras de la imprudencia temeraria en el ámbito laboral, ni aun siquiera admitiendo hipotéticamente que el grado de
alcohol en sangre del causante fuera motivo del accidente de tráfico, pues la escasa velocidad a la que circulaba, unos 30 Km./hora contrarresta el posible efecto del alcohol en la
pérdida de reflejos; así como tampoco puede calificarse de imprudencia temeraria el no
llevar el casco puesto, pues la doctrina jurisprudencial mantenida en las sentencias ya mencionadas declara que la infracción de las normas de circulación no califica «per se» de temeraria la conducción, la cual sólo aparece cuando existe una conducta en claro menosprecio de la propia vida.
Declara accidente de trabajo, a pesar de una embriaguez, la sentencia dictada por la
Sala de lo Social de Santa Cruz de Tenerife del Tribunal Superior de Justicia de Canarias (AS
1994\4957), en la que se contempla el accidente sufrido por un trabajador con la categoría
profesional de Carretero Oficial de Primera, que con fecha 24 de abril de 1992 sufrió en su
centro de trabajo un accidente al aprisionarle la mano derecha un amasador que le produjo las fracturas que describe en dicha mano, aprisionándole el segundo dedo, que el accidente se produjo a primera hora de la mañana llegando al hospital sobre las 9.30 donde se
le practicó análisis detectándose 2,02 g/l de alcohol en sangre. La sentencia confirmó la
del Juzgado de lo Social que había estimado la demanda en reclamación por accidente de
trabajo.
En consecuencia, dos son las posturas mantenidas por nuestros Tribunales. Una la de
considerar imprudencia temeraria y, por tanto, no accidente de trabajo, el accidente producido cuando el trabajador había ingerido alcohol y estar en intoxicación etílica, y la otra
que considera que si no obstante la embriaguez, la conducta del trabajador era normal y no
consta que influyera en el accidente, no podrá declarase la concurrencia de una imprudencia temeraria. Pero si el comportamiento es anormal y se manifiestan signos de embriaguez
y de ejecutar la actividad en condiciones de embriaguez, la consideración de la imprudencia temeraria será una conclusión lógica y necesaria.
Dada la trascendencia del hecho, es más razonable el acogimiento de la segunda postura.
Rubén Blasco Obedé
No obstante, el antes citado Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, en sentencia de
20 de mayo de 1998 (AS 1998/2081) examina un caso con una tasa de alcohol de 1,8 gramos
y afirma que debe operar la exclusión del art. 115.4 de la Ley General de la Seguridad
Social; existe un dato objetivo del grado de etanol en sangre mientras el trabajador está realizando actividades propias de su profesión, utilizando los mandos de la grúa incorporada
al camión; no se trata de una mera falta de atención, de un descuido o de algo imprevisible,
que permita calificar la imprudencia como simple, como mera omisión de la obligación de
poner toda la atención que la situación de peligro requiera, lo que eliminaría la existencia
de una intención voluntaria de correr el riesgo y, en consecuencia, impediría la calificación
temeraria. Por el contrario, la conducta debe calificarse como de imprudencia temeraria
desde el momento en que el causante, en esa condición de embriaguez, decide utilizar los
mandos del camión-grúa; en la Sentencia de esta Sala, ya citada de 30 mayo 1997 se declara que, pese a la gravedad de la calificación de temeridad si en algún caso ha de operar la
exclusión de accidente laboral por concurrir temeridad es en el supuesto de intoxicación
etílica. Por lo expuesto procede la desestimación del recurso y la confirmación de la sentencia de instancia.
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El accidente laboral en las distintas jurisdicciones
G) El suicidio
La muerte del trabajador no solo puede producirse por un hecho ajeno al mismo, sino
que también se ha dado por medio del suicidio, y así han sido estudiados diversos casos por
nuestros tribunales de justicia.
Si necesidad de especiales argumentaciones, puede decirse que el suicidio es un acto
voluntario perpetrado por la persona de manera unilateral y producido, generalmente, al
margen de cualquier tipo de infracción de medidas de seguridad o aprovechando de manera
deliberada e intencionada una omisión de las mismas. Debe pues examinarse si la muerte
por suicidio puede o no ser considerada como accidente de trabajo.
En primer término, partiendo de la base de que el suicidio es un acto voluntario que
provoca la muerte, que es el fin pretendido, a mi juicio ha de ser considerado como un accidente, pues al margen del proceso patológico de carácter mental que pueda sufrir el suicida, el hecho es violento en la generalidad de las ocasiones o, cuando menos, provocado
por un acto voluntario, como el envenenamiento. Se podrá discutir si es o no accidente laboral, pero en cualquier caso considero que sí es un accidente.
Contrario a la consideración como mero accidente, el TSJ de Andalucía, con sede en Sevilla, en sentencia 1091/2000, de 30 de marzo (AS. 2000/3313) nos dice que la controversia se centra, por tanto, en la determinación de si el suicidio es encuadrable o no en el concepto de accidente. Según el diccionario, por accidente debe entenderse «todo suceso que altera el orden
normal de las cosas, todo suceso fortuito, imprevisible, del que resulta un daño. El suicidio por
ahorcamiento, como todo acto por el que una persona se quita la vida, es un suceso imprevisto e imprevisible por no ser el final propio de ésta, pero no deja de ser un acto en el que interviene
la voluntad del accidentado -más si, como en el caso de autos, no ha quedado acreditada ninguna enfermedad mental previa-, lo que impide la afirmación de que se trata de algo fortuito
e imprevisible. A mayor abundamiento, como se destaca en la Sentencia del Tribunal Supremo
de 29 de diciembre de 1984 (RJ 1984, 6301) «la culpa con previsión se caracteriza por constituir la frontera entre la pura negligencia y el dolo eventual, comprendiendo hasta la simple omisión de cuidados, diligencia o cautelas propios de un normal padre de familia». Para el Tribunal
Supremo, la exigencia de prever hay que considerarla en la actividad normal del hombre medio
con relación a las circunstancias del momento. Y, según la Sentencia del Tribunal Supremo de
17 de diciembre de 1986 (RJ 1986, 7675), para calificar una conducta como culposa no sólo ha
de atenderse a la diligencia exigible, según las circunstancias de las personas, tiempo y lugar,
sino también al sector de la vida social en que la conducta se proyecta. Por consiguiente, no cabe calificar el suicidio como un accidente y, por ende, huelga valorar si merecería la consideración de laboral o no.
Favorable a la consideración de accidente, la sentencia de TSJ de Castilla La Mancha,
89/1999, de 25 de enero (AS 1999/159) afirma que efectivamente, conforme ya se señalara
por parte de la añeja Sentencia del Tribunal Supremo de 17-6-1903, el suicidio, a efectos
jurídicos, debe ser considerado como un evento accidental, por lo que, de conformidad con
el artículo 124.4 del Texto de la Ley General de la Seguridad Social de 20-6-1994, y en particular con el 174.1 de la misma norma del aseguramiento social, no sería exigible período
Rubén Blasco Obedé
Nuestra jurisprudencia ha sido en términos generales contraria a la consideración del
suicidio como un accidente de trabajo, ya que se ha entendido que este acto no era más
que un ejemplo de dolo y máximo exponente de la imprudencia temeraria.
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previo de cotización para tener derecho al acceso a la prestación, es decir, los 500 días dentro de los cinco años anteriores al fallecimiento reglamentariamente establecidos, cuando,
como ocurre en el caso, ha existido un accidente del que deriva la misma, aunque no sea de
trabajo. Por lo tanto, debe entenderse cumplimentada esa exigencia relacionada con la carencia.
Cabe recordar que ya una Resolución de 22 de septiembre de 1976 (RCL 1976, 2476 y
ApNDL 12447) de la Dirección General de Ordenación y Asistencia Sanitaria de la Seguridad
Social, resolviendo una consulta del servicio, estimó que el suicidio, en atención a las notas
de hecho que normalmente lo caracteriza, debe ser calificado como accidente, evitando la
exclusión de protección que determinaría la ausencia de la nota de involuntariedad del hecho, salvo excepciones notorias.
En la actualidad existen dos tendencias, siendo la favorable al acogimiento del suicidio
como accidente laboral la que se hace eco de la doctrina genérica de nuestro Tribunal
Supremo cuando dice que se ha aceptado definitivamente la doctrina de que «la aplicación
de la presunción de laboralidad del artículo 115.3 de la Ley General de la Seguridad Social
ha de hacerse no sólo a los accidentes de trabajo en sentido estricto o lesiones producidas
por la acción súbita y violenta de un agente exterior, sino también a las enfermedades o alteraciones de los procesos vitales que pueden surgir en el trabajo causadas por agentes patológicos internos o externos», para añadir que «para la destrucción de la presunción de laboralidad de la enfermedad de trabajo surgida en el tiempo y lugar de prestación de servicios la jurisprudencia exige que la falta de relación entre la lesión padecida y el trabajo realizado se acredite de manera suficiente, bien porque se trate de enfermedad que por su
propia naturaleza excluya la etiología laboral, bien porque se deduzcan hechos que desvirtúen dicho nexo causal».
La sentencia del TSJ de Cataluña de 3 de noviembre de 2000 nos recuerda que el
Tribunal Supremo admite dicho carácter de accidente laboral si el trastorno mental del que
derivó el suicidio se debió a alguna causa relacionada con el trabajo y no dice que dado que
el suicidio no aconteció en el lugar y tiempo de trabajo, y que el actor se encontraba de baja por enfermedad común, es necesario demostrar que el trastorno o patología mental que
sufría el fallecido y que fue el desencadenante de su autolisis, tenía su causa última en una
situación de estrés laboral. De forma que si la génesis de la enfermedad mental es laboral
estaremos ante un accidente de trabajo, como ya declaró la referida Sentencia del Tribunal
Supremo de 29 octubre 1970 (RJ 1970, 4336). En cambio, si el proceso depresivo o perturbación mental no puede imputarse directamente al trabajo o, al menos, estimarse agravado
por la situación laboral, no sería procedente la calificación de accidente laboral, como también expuso el Tribunal Supremo en Sentencia de 28 enero 1969 (RJ 1969, 406).
La sentencia de 30 de mayo de 2001 del Tribunal Superior de Cataluña, Sala de Lo
Social, declara accidente de trabajo el suicidio ya que resulta que el fallecimiento del trabajador fue consecuencia directa de la gravísima depresión en que vivía sumido y ésta tuvo
su origen e inicio en la decisión empresarial de cambiarle de puesto de trabajo, por lo que
Rubén Blasco Obedé
Esta tesis acepta la consideración del suicidio como accidente de trabajo cuando haya
existido un nexo causal entre el hecho mortal y el trabajo, aún en el supuesto de que pudiera haber existido, en ocasiones, una patología síquica previa, siempre que concurra ese
nexo indicado, pudiendo ser el suicidio una agravación del inicial padecimiento mental del
trabajador.
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el nexo causal entre enfermedad (y suicidio) y el trabajo ha quedado plenamente establecido, sin que la Mutua recurrente haya aportado prueba alguna que desvirtuará o rompiera tal
relación. (….) en el presente caso ha quedado claramente establecido que el inicio de la depresión del trabajador fue consecuencia del cambio de puesto de trabajo, que la misma degeneró en depresión mayor ante la falta de soluciones por parte del trabajador para enfrentar su nueva situación y su íntima convicción de que era la empresa y no él la que debía reconocer su dedicación, finalmente decidió resolver el conflicto en la única forma que su cerebro enfermo podía decidir.
La sentencia del TSJ de Cantabria, Sala de lo Social, de 16 de junio de 1993 acogiendo
la misma tesis, declara no haber existido accidente de trabajo ya que ninguna relación de
causalidad se acredita para fundamentar la calificación del accidente como laboral ni siquiera en atención a las circunstancias concurrentes; son precisamente éstas las que, y como apunta el Magistrado de instancia, evidencian la concurrencia de un acto libre y voluntario o una manipulación imprudente del arma, por parte del trabajador, máxime cuando y
como resulta del propio informe de la autopsia en sus conclusiones médicas, la muerte fue
violenta de etiología médico legal a descartar entre la suicida y la accidental, sin que pueda concluirse, por tanto, que el fatal suceso se deba a una simple imprudencia profesional.
Sentencia del TSJ de Cataluña, Sala de Lo Social, de 3 de octubre de 2002 nos dice que
la muerte es consecuencia de la circunstancia de que por la «intensidad horaria y de la especialidad médica, se había producido en la finada una fuerte carga emocional y de tensión»; y lo reitera en el hecho quinto al sostener que «el fallecimiento tuvo una clara relación causal con la prestación de servicios como residente en el Hospital Josep Trueta. Como
ya se indicó en trámites anteriores, la sobrecarga física y psíquica que tenía que soportar la
finada en el desarrollo de sus obligaciones laborales, había comportado la necesidad de
acudir a especialistas, que, además de diagnosticar los padecimientos expresados, le pautaron tratamiento farmacológico». A lo que puede añadirse que de los informes policiales y de
la Inspección de Trabajo obrantes en las actuaciones a los que se refiere el recurso, igualmente se desprende que la causa de la muerte no fue otra que el suicidio, no existiendo el
más mínimo indicio que pueda inducir a pensar que se trataba de un acto violento con in-
Rubén Blasco Obedé
Como casos en los que se declara el suicidio como accidente de trabajo, la Sentencia
del Tribunal Superior de Justicia de Castilla León, Sede en Valladolid, de fecha 30 de septiembre de 1997, nos dice que acreditado que ha sido el hecho de la difícil situación económica empresarial, que el demandante ostentaba la categoría de responsable de métodos y
sistemas de producción, que el trabajador se encontraba en situación de fuerte estrés laboral, por la situación económica empresarial, que asumió como personales los fracasos de los
proyectos de la empresa y que tal situación determinó el intento de suicidio acaecido el día
8 de julio de 1996, cuando se fue del centro de trabajo, compró una botella de arsénico y se
la bebió, sin duda la sentencia de instancia, al calificar tal evento como accidente de trabajo, no infringió lo dispuesto en los artículos 115.1 y 4, b) de la Ley de Seguridad Social,
Texto Refundido de 1994, y ello porque el intento de suicidio fue debido, conforme al inalterado relato de instancia, a la situación de estrés en que se encontraba como consecuencia
de la mala situación empresarial de la que se consideraba responsable, desencadenante de
situación de trastorno transitorio que excluye el dolo por parte del gerente. Existió, en consecuencia, relación de causalidad entre el trabajo desempeñado por el recurrido y la lesión
corporal sufrida, viniendo en aplicación lo dispuesto en el artículo 115.1 antes citado, tal y
como ya entendiera la jurisprudencia en su Sentencia de 29 octubre 1970 (RJ 1970\4336).
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tervención de terceros o de un simple accidente fruto de la negligencia o el descuido de la
fallecida; lo que en aplicación de la prueba de presunciones «existe un enlace preciso y directo según las reglas del criterio humano» para considerar que la causa de la muerte fue
un acto voluntario que llevó a la causante a arrojarse desde la ventana.
Ha tenido ya esta Sala ocasión de pronunciarse sobre esta cuestión en diferentes sentencias, en todas las cuáles se ha venido a reiterar el criterio de que el suicidio puede considerarse como accidente de trabajo, cuando queda probado que la situación emocional determinante de esta decisión se encuentra directamente relacionada con las condiciones laborales del trabajador que adopta tan drástica medida fruto de la angustia y tensión que su
vida laboral le produce.
La Sala del Tribunal Superior de Justicia de Castilla León, Sede en Valladolid, en sentencia de 16 de febrero de 2004 nos dice que el suicidio no es una enfermedad sino un evento
puntual. El proceso que terminó con el triste evento se inicia de forma determinante por el
trabajo que funciona como una causa exógena y supone una lesión corporal sufrida por el
trabajador con ocasión de su trabajo. Es decir, esta sala entiende que se ha producido la infracción denunciada y que no resulta relevante que el juez «a quo» afirme en su fundamentación jurídica que la finada no había perdido contacto con la realidad en todo momento,
pues ello implica que en concretos momentos sí y además sin perder el contacto con la realidad es evidente que la voluntad estaba condicionada de manera severa por su modo de ver
la realidad laboral.
FRANCISCO JAVIER S´NCHEZ ICART, Magistrado, nos dice que si la muerte no se ha causado de forma consciente y voluntaria por el trabajador, sino a través de una acción que
aunque materialmente realizada por él, no pueda serle imputada por deberse a un trastorno mental transitorio o permanente, se producirán dos consecuencias: a) no se aplicaría la
exclusión de la imprudencia temeraria, pues son hay voluntaria asunción de un riesgo; y b)
la lesión podría calificarse como accidente de trabajo si puede construirse una conexión
causal entre trabajo, trastorno mental y suicidio.
A mi juicio será difícil encontrar un suicidio en el que no exista un determinado trastorno mental o emocional o en palabras de la sentencia de 30 de mayo de 2001 del Tribunal
Superior de Cataluña un cerebro enfermo. La idea natural es la tendencia hacia la vida y la
exclusión de la muerte. El suicidio puede provenir de una enfermedad mental que aboca a
ello, de una situación depresiva y también por una situación de incompetencia o falta de
expectativas, y es en este campo en el que pueden darse el mayor número de suicidios derivados o relacionados con el trabajo. El no encontrar una salida frente a un trabajo desbordante que no es posible realizar, ya por exceso ya por falta de aptitud o competencia, y del
que no se encuentra otra forma humana de superar, salvo la situación de desempleo si es
que se tiene derecho a ella, y la situación laboral estresante por varios motivos como puede
ser un acoso o mobing, pueden abocar al suicidio por falta de expectativas de futuro y de
superación de la realidad.
En consecuencia, el suicidio, no obstante ser un acto voluntario, ha de ser considerado
a efectos laborales como un accidente, y si el mismo trae causa en el trabajo, será calificado como accidente laboral.
Rubén Blasco Obedé
Conclusión
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Lógicamente, desde esta perspectiva, no todo suicidio considerado accidente de trabajo puede desencadenar una responsabilidad empresarial, y sí solo podrá concurrir ésta
cuando la situación laboral generadora del fallecimiento sea imputable al empleador, debiendo, como es ya norma general, valorarse las circunstancias concurrentes en cada caso.
Una cosa es que por negligencia empresarial se produzca el estrés laboral y otra muy diferente que la propia esencia del trabajo y las concisiones individuales del trabajador acarreen el estrés generador del suicidio.
La cuestión más controvertida se planteará cuando el suicidio, no derivado de la actividad laboral, se haya perpetrado aprovechando situaciones de peligro generadas por infracción de las medidas de seguridad, pudiendo discutirse entonces si concurre o no responsabilidad empresarial. A mi juicio habrá que valorar la relación del trabajo desempeñado por el
suicida y la omisión de las medidas de seguridad, y cuando estas hayan creado un riesgo genérico para el trabajador en su prestación laboral, podrá haber responsabilidad cuando ese
riesgo se ha utilizado para el acto suicida. Si el trabajador utilizó una situación de riesgo
ajena a su trabajo, no habrá responsabilidad empresarial.
IV. La pluralidad de jurisdicciones
La responsabilidad civil
Ahora bien, esta es una cuestión que viene planteando desde hace varios años el problema generado por una duplicidad de jurisdicciones que atribuye la doble competencia para resolver las controversias en materia de responsabilidad civil derivadas de los accidentes
de trabajo cuando la cuestión no ha sido resuelta por la vía del proceso penal, bien por no
haber accedido a la misma el hecho lesivo, bien por haber recaído resolución que deja imprejuzgada la acción civil. Es la controversia por todos conocida sobre la competencia de
los órdenes civil y social de la jurisdicción para conocer de las pretensiones indemnizatorias
al margen de la Seguridad Social.
a) Posición de la Sala de Lo Civil de Tribunal Supremo
En un primer momento, la competencia para conocer de esas pretensiones indemnizatorias
venía atribuida al orden civil. En la actualidad la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo, sin lle-
Rubén Blasco Obedé
Es cuestión no discutible, recogida hoy en el artículo 127.3 de la Ley General de la
Seguridad Social, la compatibilidad de las indemnizaciones derivadas del sistema de protección de la Seguridad Social y las que puedan corresponder desde el punto de vista criminal o
civil. Por su parte, el artículo 42 de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales establece que
el incumplimiento por los empresarios de sus obligaciones en materia de prevención de riesgos laborales dará lugar a responsabilidades administrativas, así como, en su caso, a responsabilidades penales y a las civiles por los daños y perjuicios que puedan derivarse de dicho
incumplimiento y que las responsabilidades administrativas que se deriven del procedimiento sancionador serán compatibles con las indemnizaciones por los daños y perjuicios causados y de recargo de prestaciones económicas del sistema de la Seguridad Social que puedan
ser fijadas por el órgano competente de conformidad con lo previsto en la normativa reguladora de dicho sistema.
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gar a una línea sin fisuras, funda su competencia en diversos criterios que si no se pueden considerar unánimes, si son mayoritarios, y así sienta los siguientes argumentos:
1. La perfecta compatibilidad entre las indemnizaciones civiles y laborales, ya que como nos dirá la sentencia de 18 de abril de 2006, recogiendo resoluciones anteriores, las razones de pedir en el orden jurisdiccional civil y en social se basan en reglas que, no obstante ser concurrentes en el hecho físico, se apoyan en "hechos normativos diferenciados que
no se anulan entre sí ni se confunden", poniendo de relieve que la reglamentación especial
vigente en aquel momento ( Artículos 97.3 y 93.9 de la Ley de Seguridad Social, ahora artículo 127.3 LGSS) "no sólo no restringe el ámbito de aplicación de los artículos 1902 y 1903
CC, reguladores de la culpa extracontractual, sino que explícitamente viene suponiendo su
vigencia, al admitir expresamente que puedan derivarse del hecho cuestionado otras acciones que las regidas por la legislación laboral"
2. Que el hecho se haya producido al realizar el accidentado quehaceres laborales, y
así la sentencia de 16 de mayo de 2007 afirma que la línea mantenida por alguna sentencia
de la misma Sala está superada en la actualidad por una constante y reiterada jurisprudencia que toma como referencia para determinar la competencia entre uno y otro orden jurisdiccional él ámbito propio del contrato de trabajo y tal circunstancia no concurre en el supuesto enjuiciado, donde lo acontecido fue la producción de un resultado dañoso como consecuencia de un hecho realizado en los quehaceres laborales, lo cual excede de la órbita específica de dicho contrato, y remite su conocimiento al orden jurisdiccional civil por el carácter residual y extensivo del mismo, concretado en el artículo 9.2 de la LOPJ, y por el hecho de que la responsabilidad se demanda a través en los artículos 1.902 y 1.903 del CC por
culpa extracontractual o aquiliana (SSTS 11 de mayo de 2007, y las que en ella se citan), no
sin reconocer algunas soluciones contrarias de la Sala de Conflictos - sin valor de jurisprudencia- y de esta misma Sala anteriores a las que se citan.
4. La indemnidad del trabajador, y así este argumento lo utiliza la sentencia de 11 de
mayo de 2007 cuando afirma que esta Sala tiene declarado que, al ser patente la superación
del principio de indemnidad del empresario y de los límites de la reparación, dada la compatibilidad entre las indemnizaciones fundadas en la responsabilidad civil del empresario y
las prestaciones de la Seguridad Social originadas por el mismo supuesto de hecho -artículo
127.3 de la Ley de Seguridad Social de 1994 y artículo 97.3 de la Ley de Seguridad Social de
1974-, resulta aconsejable mantener, en garantía del principio de reparación íntegra del daño, la competencia del orden jurisdiccional civil para conocer la posible culpa del empresario fundada en los artículos 1902 y 1903 del Código Civil (STS de 8 de octubre de 2001 ).
5. De los argumentos estriba en que se invoque la concurrencia de culpa extracontractual o aquiliana, como afirma la anterior sentencia al decir que la demanda no se funde en
el incumplimiento de las obligaciones del empresario derivadas del contrato de trabajo sino
Rubén Blasco Obedé
3. El artículo 2.a de la Ley de Procedimiento Laboral habla de que será competente la
jurisdicción social para conocer de las cuestiones que se susciten entre empresarios y trabajadores como consecuencia del contrato de trabajo, salvo lo dispuesto en ley concursal, por
lo cual como entienden que el derecho y deber de seguridad no deriva de dicho contrato, su
examen queda fuera del ámbito competencial de la jurisdicción social, ya que el artículo 2
no le da un encaje dentro de la misma, viniendo apoyado también este argumento por el artículo 25.1º de la Ley Orgánica del Poder Judicial que también habla de la competencia sobre derechos y obligaciones derivados del contrato de trabajo.
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en la culpa extracontractual del artículo 1902 del Código Civil. La sentencia de 18 de mayo
de 2006 dice por lo tanto, debe quedar claro que para determinar que, en cuanto las consecuencias civiles derivadas del accidente laboral. puede entablarse una reclamación complementaria a la del orden social, ésta deba basarse inexorablemente para su amparo por normas meramente civiles, por tanto excluidas ya las laborales, concretamente en derecho común, las de los artículos 1902 y 1903 del código civil.
6. Diferencias de criterio.- No obstante lo anterior, hemos de decir que a pesar de las
de numerosas sentencias de la Sala de Lo Civil por mantener la tesis expuesta, no han faltado ni faltan sentencias que sostiene la competencia del orden social y así, como nos dice la
sentencia de 18 de abril de 2006, no han faltado sentencias que han venido a recoger la
doctrina en la que trataron de deslindar con mayor precisión la competencia del orden jurisdiccional laboral frente al civil por razón de la naturaleza de la infracción o de la posible
subsunción del hecho dañoso, señalando al efecto que el incumplimiento por el empresario
de las obligaciones inherentes a la relación laboral ha de determinar la competencia del orden jurisdiccional social (Sentencias de 24 de diciembre de 1997, de 10 de febrero de 1998,
de 24 de enero de 1998, con cita de los Autos de la Sala de conflictos de 23 de diciembre de
1993 y 4 de abril de 1994, de 20 de marzo y 23 de julio de 1998 de 21 de diciembre de 2000,
de 30 de junio de 2005, de 6 de marzo de 2006), y entre tales incumplimientos habría que
situar la violación de la normativa general de prevención, pues nos encontraríamos aquí con
una responsabilidad contractual que determinaría la competencia del orden jurisdiccional
social (Sentencias de 11 de febrero y de 26 de mayo de 2000, en que se rectificaba la línea
seguida por las de 4 de junio de 1993, 7 de marzo de 1994 y 6 de febrero de 1996, entre
otras).
Esta doctrina está mantenida por las sentencias más cercanas de 4 de mayo y 28 de septiembre de 2006. Las sentencias citadas de la Sala de Lo Civil nos dicen que cuando el elemento culposo radica en el incumplimiento por parte de la empresa del contrato laboral
perfeccionado con el trabajador, por incumplir aquella las normas de seguridad e higiene
del trabajo, la jurisdicción competente para reclamar esas responsabilidades es la jurisdicción laboral o social y hay que entender que las indemnizaciones se derivan de una culpa
contractual y no la que se pretende en el procedimiento, la extracontractual o aquiliana.
b) Posición de la Sala de lo Social y de la Sala de Conflictos
1. En la relación jurídico-laboral entre empresario y trabajador, la responsabilidad tiene un marcado carácter contractual al derivarse el daño precisamente de un contrato de
trabajo, cuyo contenido no participa de la naturaleza de ningún otro contrato.
2. Normativamente la obligación general de prevención forma parte del contrato de
trabajo, como se desprende de los artículos 4.2.d) consagrando el derecho de los trabajadores a su integridad física "en la relación de trabajo" y 19.1 "derecho a una protección eficaz en materia de seguridad..." del Estatuto de los trabajadores, y del artículo 14 de la Ley
de Prevención de Riesgos Laborales, el cual establece, en clara lógica contractual, el derecho del trabajador a una "protección eficaz en materia de seguridad y salud en el trabajo"
(apartado 1), el correspondiente deber empresarial de adoptar "cuantas medidas sean nece-
Rubén Blasco Obedé
La tesis opuesta, sostenida por la Sala de Conflictos y la Sala Cuarta del Tribunal
Supremo se basa, en síntesis, como nos dice el Auto de 28 de febrero de 2007 de la primera,
en los siguientes argumentos:
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sarias para la protección de la seguridad y salud de los trabajadores" (apartado 2), afirmando que "el empresario deberá cumplir las obligaciones establecidas en la normativa sobre
prevención de riesgos laborales" (apartado 3), siendo conveniente recordar, que conforme
al artículo 1.255 del Código Civil, el contenido del contrato no sólo comprende lo dispuesto
en sus cláusulas, sino lo que prevén como obligatorio las normas estatales imperativas.
3. Esta obligación, impuesta ex lege, debe implicar que la no observancia de las normas
garantizadoras de la seguridad en el trabajo, por el empleador, constituye un incumplimiento del contrato de trabajo, contrato que es el parámetro esencial para determinar y delimitar la competencia del orden jurisdiccional laboral, conforme prescriben los artículos 9.5 de
la Ley Orgánica del Poder Judicial y 2 de la Ley de Procedimiento Laboral.
Esta tesis se recoge, entre otras, en la sentencia de la Sala de lo Social de 22 de junio
de 2005.
Y esta competencia se proclama también para conocer del ejercicio de acciones de repetición de la empresa frente al trabajador o de éste frente a la empresa, tal y como se desprende
de la sentencia de 26 de enero de 2006, que estudia un caso en el que el trabajador ha sido condenado por la jurisdicción penal como autor de un falta de imprudencia y a título de responsable civil directo a indemnizar por los daños causados por un accidente laboral, quedando condenada la empleadora como responsable civil subsidiaria del artículo 124.4 del Código Penal. Al
margen de la cuestión de fondo, la Sala de lo Social declara la competencia de ese orden para
conocer de la acción de regreso ejercitada por el trabajador condenado ya que el daño trae causa de un ilícito laboral entendido como la infracción de una norma individual o colectiva, o de
una regla de la autonomía privada o de la costumbre, añadiendo que las obligaciones laborales
cuyo incumplimiento genera la responsabilidad civil litigiosa puede derivar tanto de lo pactado
como de lo impuesto por la ley.
En definitiva, acoge la doctrina minoritaria de la Sala de Lo Civil.
c) Juicio crítico
Como nos dice la Exposición de Motivos de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales, al insertarse esta Ley en el ámbito específico de las relaciones laborales, se configura como una referencia legal mínima en un doble sentido: el primero, como Ley que establece un marco legal
a partir del cual las normas reglamentarias irán fijando y concretando los aspectos más técnicos de las medidas preventivas; y, el segundo, como soporte básico a partir del cual la negociación
colectiva podrá desarrollar su función específica. En este aspecto, la Ley y sus normas reglamentarias constituyen legislación laboral, conforme al artículo 149.1.7ª de la Constitución.
Así, su artículo 2 nos dice que las disposiciones de carácter laboral contenidas en esta
Ley y en sus normas reglamentarias tendrán en todo caso el carácter de Derecho necesario
mínimo indisponible, pudiendo ser mejoradas y desarrolladas en los convenios colectivos.
Y el artículo 3 modificado por Ley 31/2006 sienta que esta Ley y sus normas de desarrollo serán de aplicación tanto en el ámbito de las relaciones laborales reguladas en el texto
refundido de la Ley del Estatuto de los Trabajadores...,
Rubén Blasco Obedé
Si la cuestión pudiera ser discutible en un momento anterior, la mayoría de los autores
entienden que tras la publicación de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales el panorama
legal ha cambiado sustancialmente. Desde esa publicación ya no puede decirse que el deber
de seguridad es algo ajeno a la prestación laboral.
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Por último, el artículo 14 nos refiere que los trabajadores tienen derecho a una protección eficaz en materia de seguridad y salud en el trabajo. El citado derecho supone la existencia de un correlativo deber del empresario de protección de los trabajadores frente a
los riesgos laborales. Este deber de protección constituye, igualmente, un deber de las
Administraciones públicas respecto del personal a su servicio. Los derechos de información,
consulta y participación, formación en materia preventiva, paralización de la actividad en
caso de riesgo grave e inminente y vigilancia de su estado de salud, en los términos previstos en la presente Ley, forman parte del derecho de los trabajadores a una protección eficaz en materia de seguridad y salud en el trabajo.
Es decir, que la normativa sobre prevención de riesgos laborales, ya de rango legal, ya
reglamentario, integra un derecho mínimo, al que no puede renunciar el trabajador conforme a dicha norma y al artículo 3 del Estatuto de los Trabajadores.
La citada normativa, y el derecho a la seguridad en el trabajo, es indisponible y por lo tanto forma parte de la relación laboral, que nace siempre por medio del contrato de trabajo, escrito o verbal, contrato que bajo pena de nulidad no puede ir en contra de ella. No es que el derecho a la seguridad en el trabajo sea algo a pactar o no pactar, lo que sucede es que no necesita
pacto, ya que es un derecho del operario y un deber del empleador, que por ello no precisa ser
recogido en las cláusulas contractuales, salvo que sea para mejorarlo.
Los argumentos de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo no pueden ser menos convincentes si se estudian con rigor y no son más que el deseo de erigirse como el Tribunal ordenador de la mayor parcela posible de la responsabilidad civil, cuando ésta es algo que, derivada de hechos calificables bajo las diferentes ramas del derecho, es enjuiciada por los diversos órdenes jurisdiccionales. La hay en la esfera penal, en la social o laboral, en la civil y
en la contencioso-administrativa.
No existe una responsabilidad civil y otra laboral. No. Existe una responsabilidad civil
derivada de un ilícito penal, la derivada de un ilícito laboral y la que procede de un ilícito
administrativo o civil. Es la naturaleza del ilícito la que determina la competencia para conocer de esa responsabilidad civil que genera. Por eso hay que rechazar alguna expresión
contenida en alguna sentencia de la Sala de Lo Social de que nos hallamos ante una responsabilidad laboral, o no estrictamente civil, como la de 26 de enero de 2006.
Y este error conceptual es el que lleva a la Sala de Lo Civil a efectuar pronunciamientos
como los estudiados, ya que afirma que para conocer de las cuestiones relativas al accidente de trabajo se deben alegar normas civiles como el artículo 1903. El incumplimiento de
normas civiles genera ilícitos civiles a ventilar en la jurisdicción civil. El incumplimiento de
normas laborales genera ilícitos laborales a ventilar en el orden social. Los artículos del
Rubén Blasco Obedé
Que el artículo 42.1 de la Ley 31/1995, de 8 de noviembre, de Prevención de Riesgos
Laborales, determine que el incumplimiento por los empresarios de sus obligaciones en materia de prevención de riesgos laborales dará lugar a la responsabilidad administrativa, así
como en su caso, a responsabilidades penales y a las civiles por los daños y perjuicios que
puedan derivarse de dicho incumplimiento, y el artículo 127. de la Ley General de la
Seguridad Social, en nada permiten a la Sala de lo Civil entender que esa responsabilidad civil es competencia propia, ya que la expresión “responsabilidad civil” se utiliza por la ley en
el significado genérico de responsabilidad pecuniaria frente al perjudicado, y esta se enjuicia por los órganos penales, con los que naturalmente no se entra en discusión, y por los de
la Jurisdicción Social y Contencioso Administrativa.
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El accidente laboral en las distintas jurisdicciones
Código Civil citados por la Sala de lo Civil sirven para los ilícitos civiles, no para los generados en la siniestralidad laboral.
Afirmar que tan solo en la vía civil puede obtenerse una reparación íntegra del daño es
algo que no se sostiene. Una cosa es que la jurisdicción social tenga un enfoque diferente y
otra dicha afirmación, siendo claro que la discrepancia de criterios, o que los tribunales de
lo Social sean más cicateros puede solventarse mediante una regulación legal, pero nunca
atribuyéndose otra jurisdicción una competencia que no le corresponde.
En material social existen varios bloques normativos que regulan realidades diferentes.
Así, un bloque contempla las relaciones de trabajo, otro la Seguridad Social, otro la concertación colectiva, etc. El artículo 127.3 de la Ley General de la Seguridad Social está en el
bloque correspondiente a la misma y por ello lo que viene a decir es que con las prestaciones que en ella se reconocen, en supuestos de responsabilidad empresarial no se agotan las
posibilidades de reparación del daño, que podrán entablarse con base en otros grupos normativos.
La Jurisdicción Civil tiene aplicar las normas sobre seguridad e higiene en el trabajo;
por ello, afirmar como afirma que la acción ha de basarse en normas exclusivamente civiles, es un argumento insostenible.
Por otro lado, el artículo 9.5 de la Ley General de la Seguridad Social habla de que los
Tribunales de lo Social conocerán de las pretensiones que se promueven dentro de la rama
social del derecho, por lo que el artículo 2 de la Ley de Procedimiento Laboral al circunscribir la competencia a las controversias derivadas del contrato de trabajo, va contra esta norma de superior rango.
Por ello, la obligación de prestar la seguridad necesaria, caso de que se entendiera que
no deriva del contrato de trabajo, cosa que se niega, integra siempre una normativa laboral, como es innegable. Pero es que, en la generalidad de los contratos de trabajo hay remisión completa a las normas que rigen la relación laboral, que, una vez más, ha de decirse
que nace del contrato o pacto entre las partes, cuya simple existencia, aunque sea verbal,
hace entrar en juego toda la legislación social para regular su ejecución. El trabajador se
obliga a la prestación laboral y ello con base en la legislación social.
Debe entenderse que el daño causado en un accidente de trabajo cuando concurre omisión
por parte del empresario de las medidas de seguridad legalmente establecidas, se deriva de un
incumplimiento de las obligaciones que constituyen contenido esencial del contrato de trabajo, pues los deberes y derechos que los constituyen no sólo nacen del concierto de voluntades
producido entre las partes, puesto que el artículo 3 del Estatuto de los Trabajadores enuncia las
fuentes de la relación laboral y establece en su apartado 1º que tales derechos y obligaciones
se regulan por las disposiciones legales y reglamentarias del Estado, por los convenios colectivos, por la voluntad de las partes y por los usos y costumbres.
Desde este enfoque constituye obligación del empresario adoptar las correspondientes
medidas de seguridad e higiene en el trabajo, bajo el llamado deber de protección que le
corresponde y que se garantiza en el artículo 40.2 de la Constitución Española, teniendo derecho el trabajador a su integridad física y a una adecuada política de seguridad e higiene
según los artículos 4.2 d) y 19.1 del Estatuto de los Trabajadores. Para la efectividad de es-
Rubén Blasco Obedé
Por su especial interés en este punto, se reseña la sentencia del Tribunal Supremo, Sala
de Lo Civil, de 4 de mayo de 2006, Ponente el Excmo. Sr. D. Clemente Auger, que nos dice:
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te derecho, el empresario debe cumplir las prescripciones legales sobre esta materia que
vienen impuestas por el Pacto internacional de derechos económicos, sociales y culturales
asumido por el Estado Español (Boletín Oficial del Estado de 30 de Abril de 1977), el
Convenio número 155 de la Organización Internacional de Trabajo de 22 de Junio de 1981,
la Directiva de la Comunidad Económica Europea 1982/501, de 24 de Julio, sobre riesgo de
accidentes graves y el artículo 118. A, añadido al Tratado constitutivo de la Comunidad por
el Acta Única de 17 de Febrero de 1986, en desarrollo del cual se aprobó la Directiva Marco
1989/391 que versa sobre la obligación empresarial de garantizar la seguridad y la salud de
los trabajadores en todos los aspectos laborales y la adopción de las medidas preventivas
necesarias para evitar o reducir los posibles riesgos de accidentes laborales.
Las prescripciones de estas normas forman parte esencial del contenido del contrato de
trabajo y su observancia viene dispuesta por los preceptos antes mencionados, en relación
con lo dispuesto en el artículo 1090 del Código Civil sobre las obligaciones derivadas de la
ley, al mismo tiempo que por su incorporación al contrato de trabajo, de tal manera que su
incumplimiento se encuadra en los artículos 1101 y siguientes del Código Civil, lo que impone entender que esta reclamación está comprendida dentro de la rama social del derecho y
de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 9.5 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, la competencia para su conocimiento se debe atribuir al Juzgado de lo Social. En este sentido se
pronuncia la Sentencia de la Sala de lo Social de 3 de Mayo de 1995.
Hoy, con el panorama actual, en términos generales, puede decirse que cualquiera de las
dos ramas de la jurisdicción, social o civil, luchan por mantener su competencia para conocer
sobre la responsabilidad civil. La Jurisdicción es improrrogable en cuanto a la materia y, sin embargo, al particular se le deja la opción entre elegir la civil o la social, con las consecuencias que
en cuanto a procedimiento, recursos y órganos judiciales conlleva. Es un caso anómalo al extremo,
que va contra el principio de que las normas procesales son de derecho público e indisponibles,
salvo las excepciones señaladas en la ley, y permite que el trabajador, o sus causahabientes, puedan elegir, no solo el órgano, con lo que supone según lo dicho, sino también incluso las normas
de aplicación, aunque la jurisdicción civil no tiene otra solución que acudir a la normativa sobre seguridad e higiene en el trabajo, como es obvio.
Los órganos judiciales han de crear y dar seguridad jurídica en la aplicación del derecho
y por ello deben sentar criterios unívocos que generen igualdad de trato en los casos iguales, y esto es un claro ejemplo de todo lo contrario, precisamente en el Tribunal que ha de
velar por que eso se produzca en el ámbito estatal.
El Magistrado D. Aurelio Desdentado Bonete, en su trabajo sobre “La Unificación de
Doctrina y el Tribunal Supremo. La Experiencia del Orden Social”, nos dice que aboga por
crear un cauce que permita la unificación de doctrina entre órdenes jurisdiccionales cuando
esa unificación no se produce naturalmente y concluye que es necesario un instrumento que
nos permita unificar la jurisprudencia entre órdenes jurisdiccionales para que no se produz-
Rubén Blasco Obedé
Que sobre el mismo hecho, con la finalidad de obtener el mismo fin y la misma normativa de aplicación, la competencia entre uno u otro orden jurisdiccional estribe en el nombre
que se le dé a la acción y a la invocación o no de preceptos civiles de la culpa extracontractual, es algo que repugna a cualquier análisis serio de la cuestión. Y no digamos nada sobre
el argumento relativo a que la jurisdicción civil repara mejor el daño. Que eso sea un argumento para sostener la competencia es algo que no precisa mayores comentarios pues carece del más mínimo apoyo legal.
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can situaciones como la que hoy existe en las reclamaciones por responsabilidad civil en los
accidentes de trabajo o la que se produjo en las reclamaciones por daños en la prestación
pública de la asistencia sanitaria.
A favor de la competencia del orden social y del establecimiento del citado mecanismo
unificador de doctrina se pronuncian las Conclusiones del Seminario organizado por el
Consejo General del Poder Judicial celebrado los días 18,19 y 20 de abril de 2005, en
Oviedo.
d) Conclusiones y propuestas de futuro
• No existe una responsabilidad civil y otra laboral. Existe una responsabilidad civil que
puede derivar de un ilícito civil o de un ilícito laboral. La responsabilidad civil deriva
del incumplimiento de normas civiles; la laboral de la trasgresión de normas laborales.
• En definitiva, cuando se reclama frente al empresario una indemnización por un accidente de trabajo que se ha producido como consecuencia de la infracción de una
obligación de seguridad, según resulta de los propios términos de la demanda, la
competencia corresponde al Orden Social de la Jurisdicción porque lo verdaderamente importante es que el daño se imputa a un ilícito laboral y no civil, que puede derivar tanto de lo pactado como de lo impuesto por la ley, y entonces nos hallamos dentro de "la rama social del Derecho" a efectos de lo dispuesto en el artículo 9.5 de la
Ley Orgánica del Poder Judicial. El Orden Jurisdiccional Civil únicamente opera
cuando el daño sobrevenido no se produce con motivo u ocasión del trabajo, sino que
se vincula a una conducta del empleador ajena al contenido obligacional del contrato de trabajo
• No es necesaria la creación de unos jueces especializados en siniestralidad laboral,
como ha sucedido con otras materias como la llamada violencia de género por cuestiones políticas, pero debe residenciarse definitivamente la competencia para conocer la cuestión en los jueces y tribunales de Lo Social, que son quienes conocen, interpretan y aplican las normas laborales y conocen el mundo de la empresa desde el
punto de vista del trabajador y los mecanismos de producción y están en contacto
con otros estamentos y organismos del mundo laboral como la Inspección de Trabajo.
• Ahora bien, la solución la problema no ha de venir por la vía doctrinal o jurisprudencial y ha de hacerse mediante una reforma legislativa que en la cuestión examinada
establezca en la forma adecuada la competencia de la Jurisdicción Social,
• Ha de modificarse la regulación sobre la eficacia de las resoluciones de la Sala de
Conflictos del Tribunal Supremo, que han de ser vinculantes y crear doctrina “erga
omnes”, no solo para el caso concreto. Es una Sala que se puede tildar de inútil, no
por la labor desarrollada por quienes la componen, sino por la limitada eficacia de
sus resoluciones y a ello contribuye de manera reiterada la Sala Primera del Tribunal
Rubén Blasco Obedé
• Además, la complejidad de la normativa sobre salud laboral requiere una dedicación,
sino especifica, sí que impida la dispersión de los posibles órganos con competencia
sobre la materia. En lo tocante a la formación, es mucho más fácil que se imparta a
los miembros de la Carrera Judicial que integran una rama determinada que a todos
ellos.
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Supremo. Desde el punto de vista legal sus decisiones no tienen ese carácter vinculante, pero su espíritu y finalidad sí que lo reclaman. La realidad no precisa de mayores comentarios y exige una reforma legal.
Las sanciones por infracción del deber de seguridad
Pero es que nos encontramos igualmente con una duplicidad de jurisdicciones, la social
y la contencioso-administrativa, para el supuesto de las actas de infracción y la sanción correspondiente. Las actas generan por sí solas el recargo de las prestaciones de Seguridad
Social pero su impugnación se lleva a los tribunales de lo contencioso administrativo, mientras que la impugnación de ese recargo se tramita por los Juzgados de Lo Social. El objeto
del debate de fondo es el mismo, si ha existido o no infracción de medidas de seguridad y es
posible dictar sentencias contradictorias en una y otra jurisdicción, sin que sea de apreciar
en modo alguno la litispendencia o la cosa juzgada, aunque ha habido intentos doctrinales
por hacerlo.
El Libro Blanco de la Justicia elaborado por el Consejo General del Poder Judicial contempló este problema y derivada de una de sus propuestas o planteamientos, por la vía normativa se pretendió eliminar esta duplicidad de competencias y la ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la Jurisdicción de lo Contencioso-Administrativo en su Disposición
Adicional Quinta modificó el artículo 3 de la Ley de Procedimiento Laboral para dar competencia a la Jurisdicción Social en el conocimiento de toda clase de pretensiones sobre las
resoluciones administrativas que impusieran sanciones por todo tipo de infracciones del orden social, con excepción de las actas de liquidación y de las de infracción referidas a recaudación de cuotas de la Seguridad Social.
Esta disposición debió entrar en vigor el 14 de diciembre de 1999, lo que no sucedió, ya
que la ley 50/1998, de 30 de Diciembre, de Medidas Fiscales, Administrativas y del Orden
Social añadió un párrafo tercero al artículo 3 de la Ley de de Procedimiento Laboral por el
que ordenaba al Gobierno que en un plazo de nueve meses remitiría un proyecto de ley para incorporar a la Ley de Procedimiento Laboral las modalidades y especialidades procesales
correspondientes a los supuestos de la nueva competencia.
El apartado 2 del Artículo 3 de la Ley de Procedimiento Laboral queda en la actualidad
como sigue: 2.
a) Las resoluciones administrativas relativas a la imposición de cualesquiera sanciones
por todo tipo de infracciones de orden social, con las excepciones previstas en la letra b)
del apartado 1 de este artículo.
b) Las resoluciones administrativas relativas a regulación de empleo y actuación administrativa en materia de traslados colectivos.
3. En el plazo de nueve meses desde la entrada en vigor de esta Ley, el Gobierno remitirá a las Cortes Generales un proyecto de Ley para incorporar a la Ley de Procedimiento
Laboral las modalidades y especialidades procesales correspondientes a los supuestos del
anterior número 2. Dicha Ley determinará la fecha de entrada en vigor de la atribución a la
Jurisdicción del Orden Social de las materias comprendidas en el número 2 de este artículo.
Rubén Blasco Obedé
2. Los Órganos Jurisdiccionales del Orden Social conocerán de las pretensiones sobre:
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Dicha ley fijaría la fecha de entrada en vigor de las nuevas competencias. Como el proyecto de ley no llegó elaborarse, la nueva atribución de competencias ha quedado sin efecto, y ello por motivos ocultos de tipo político y no por problemas técnicos.
V. Eficacia de las resoluciones de otros órganos
V. administrativos y jursidiccionales
Como venimos afirmando, en materia de accidentes de trabajo se plantea de manera
normal la existencia de una pluralidad de jurisdicciones, y así mientras la sanción administrativa por falta de medidas de seguridad se impugna ante la contencioso-administrativa, el
recargo es enjuiciado por la jurisdicción Social, y la reclamación de una indemnización derivada del accidente por dicha jurisdicción o ahora también por la civil. Así mismo, puede suceder, y de hecho ha sucedido, que tramitado el asunto por la vía penal, hayan recaído ya
resoluciones firmes respecto de la infracción o del recargo de prestaciones. Se plantea la
aplicación o no de la eficacia de la cosa juzgada, que en general no parece claramente dibujada en este tipo de procesos.
A) La Jurisdicción Penal
En relación con el orden penal, el artículo 3 de la Ley de Infracciones y Sanciones del
Orden Social, nos regula el principio de “non bis in idem” del que ya se ha hablado en este
foro en ocasiones anteriores y de la prejudicialidad penal respecto del expediente administrativo que se incoe y ello al decir:
1. No podrán sancionarse los hechos que hayan sido sancionados penal o administrativamente, en los casos en que se aprecie identidad de sujeto, de hecho y de fundamento.
2. En los supuestos en que las infracciones pudieran ser constitutivas de ilícito penal, la
Administración pasará el tanto de culpa al órgano judicial competente o al Ministerio Fiscal
y se abstendrá de seguir el procedimiento sancionador mientras la autoridad judicial no dicte sentencia firme o resolución que ponga fin al procedimiento o mientras el Ministerio
Fiscal no comunique la improcedencia de iniciar o proseguir actuaciones.
4. La comunicación del tanto de culpa al órgano judicial o al Ministerio Fiscal o el inicio
de actuaciones por parte de éstos, no afectará al inmediato cumplimiento de las medidas
de paralización de trabajos adoptadas en los casos de riesgo grave e inminente para la seguridad o salud del trabajador, a la efectividad de los requerimientos de subsanación formulados, ni a los expedientes sancionadores sin conexión directa con los que sean objeto de
las eventuales actuaciones jurisdiccionales del orden penal.
A mi juicio, la prejudicialidad penal viene establecida también por la Ley de
Enjuiciamiento Criminal, al amparo de su artículo 114 al decir que promovido juicio crimi-
Rubén Blasco Obedé
3. De no haberse estimado la existencia de ilícito penal, o en el caso de haberse dictado resolución de otro tipo que ponga fin al procedimiento penal, la Administración continuará el expediente sancionador en base a los hechos que los Tribunales hayan considerado
probados.
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nal en averiguación de un delito o falta, no podrá seguirse pleito sobre el mismo hecho, suspendiéndose, si lo hubiere, en el estado en que se hallare, hasta que recaiga sentencia firme en la causa criminal. Esto, supone que en trámite el proceso criminal, no solo debería
quedar suspendido el procedimiento administrativo respecto de la sanción, sino también el
pleito relativo al recargo de las prestaciones de Seguridad Social y, desde luego, aquel en el
que se ventile la responsabilidad civil.
Ahora bien, la realidad es que en el ámbito social no rige la prejudicialidad penal por la
sola circunstancia de discutirse el mismo hecho ante los Tribunales de lo criminal, ya que el
artículo 86.1 de la Ley de Procedimiento Laboral nos dice que en ningún caso se suspenderá
el procedimiento por seguirse causa criminal sobre los hechos debatidos. Es decir, el proceso ya iniciado ante Lo Social no podrá suspenderse por el criminal, y por ello la misma norma nos dice después que si cualquier otra cuestión prejudicial penal diera lugar a sentencia
absolutoria por inexistencia del hecho o por no haber participado el sujeto en el mismo,
quedará abierta contra la sentencia dictada por el Juez o Sala de lo Social la vía del recurso
de revisión regulado en la Ley de Enjuiciamiento Civil. En consecuencia, ha de estarse en la
vía social a éste precepto que pone remedido a la disparidad de decisiones sobre el mismo
hecho. No se paraliza el proceso laboral y la prejudicialidad penal actúa a posteriori en los
casos dichos por la norma citada.
La interrupción de la prescripción en el ejercicio de acciones civiles, tanto en materia
de exigencia del recargo, con la indemnizatoria por daños y perjuicios es claro que se producirá con el pleito penal, no existiendo duda sobre ello.
B) La vía administrativa ante la Autoridad Laboral
B) y ante el Instituto Nacional de la Seguridad Social
C) la Jurisdicción de lo Contencioso-Administrativa y la Social
El artículo 42.5 de la Ley de Infracciones y Sanciones del Orden Social nos dice que la declaración de hechos probados que contenga una sentencia firme del orden jurisdiccional contencioso-administrativo, relativa a la existencia de infracción a la normativa de prevención de
riesgos laborales, vinculará al orden social de la jurisdicción, en lo que se refiere al recargo,
en su caso, de la prestación económica del sistema de Seguridad Social. Pues bien, esta vinculación viene a ser ciertamente ineficaz, y ello porque la Jurisdicción de lo Social es mucho más
Rubén Blasco Obedé
Como ya sabemos, el acta levantada por la Inspección de Trabajo y Seguridad Social declarando la infracción de medidas de seguridad en el trabajo, al margen de su firmeza, es el
título suficiente para iniciar un nuevo expediente a tramitar por el Instituto Nacional de la
Seguridad Social a los efectos de declarar la procedencia e importe del recargo de sus prestaciones. Ambos procedimientos siguen caminos diferentes y, producida la impugnación del
acta y la sanción correspondiente ante la Autoridad Laboral, su tramitación generalmente
será mucho más lenta que la que siga la imposición del recargo de prestaciones, pudiendo
darse resoluciones también contradictorias. Por principio, el Instituto Nacional de la
Seguridad Social seguirá una tramitación mucho más rápida y si llegara a declararse por la
Autoridad Laboral inexistente la omisión de las medidas, la decisión del INSS. podría estar
ya en ese momento impugnándose ante la Jurisdicción Social.
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rápida que la Contencioso-Administrativa y en la generalidad de los casos la previsión legal es
inoperante ya que al dictarse la primera sentencia en la vía administrativa en muy posible que
la cuestión del recargo esté resuelta por sentencia firme en la vía social.
A mi juicio, este precepto, texto literal antes obrante en la Ley de Prevención de
Riesgos Laborales, constituye una verdadera prejudicialidad para la vía social, entablado el
proceso contencioso-administrativo, desde luego en materia de recargo de prestaciones, resultando que dicha prejudicialidad no aparece recogida por la Ley de Procedimiento Laboral
que tan solo se refiere al posible delito de falsedad en su artículo 86, lo que lleva a no ser
aplicada por los juzgados y tribunales de Lo Social. El artículo viene a declarar que la jurisdicción realmente entendida para poder decidir si se ha dado o no la infracción de las medidas de seguridad que da lugar al recargo es la jurisdicción contencioso-administrativa, y a lo
que ella diga es a lo que habrá de atenerse el orden social de la jurisdicción. En mi opinión,
la jurisdicción social no debería proseguir el enjuiciamiento del proceso de recargo hasta
tanto no recayera resolución firme en aquella vía contenciosa. Esto, dado el funcionamiento de nuestros tribunales dilataría la efectividad del recargo de prestaciones pues su decisión en la vía social se retrasaría de forma que generaría una verdadera injusticia. De no
darse esa prejudicialidad se tiene el peligro de producirse sentencias contradictorias y el
problema se plantea cuando el orden contencioso resuelve declarando no haber lugar a la
sanción por no haberse dado infracción de medidas de seguridad y el orden Social ha efectuado declaración en contrario.
No falta razón a nuestros órganos judiciales cuando alegan la inexistencia de un precepto procesal que imponga la obligación de paralizar el proceso ante lo Social mientras se tramita el proceso contencioso-administrativo, lo que les impide proceder a tal paralización o
suspensión del juicio por esta causa no contemplada en el artículo 83 de la ley de
Procedimiento Laboral, que tiene como uno de sus principios básicos el de la celeridad conforme a su artículo 74.1. Hoy, tan solo la existencia de una sentencia firme en el orden
Contencioso-Administrativo determinaría la vinculación del Tribunal de Lo Social a dicha
sentencia en cuanto a los hechos probados.
A mi juicio, la ley de Procedimiento Laboral, respecto de los hechos probados de la sentencia de lo Contencioso-Administrativo, debería contener, referido a dicha sentencia, un
precepto similar al artículo 86.3 cuando nos dice que si cualquier otra cuestión prejudicial
penal diera lugar a sentencia absolutoria por inexistencia del hecho o por no haber participado el sujeto en el mismo, quedará abierta contra la sentencia dictada por el Juez o Sala
de lo Social la vía del recurso de revisión regulado en la Ley de Enjuiciamiento Civil. Hoy no
existe tal precepto y por tanto, ni puede darse la prejudicialidad ni puede ser paralizado el
juicio laboral sobre el recargo de prestaciones con base en el artículo 42.5 de la LISOS.
La sentencia dictada en Social después contradicha por la del orden Contencioso no
puede ser atacada de forma alguna, ya que se habrán pasado los plazos de impugnación ante el Tribunal Constitucional y el recurso de revisión no cabe tampoco conforme a la Ley de
Enjuiciamiento Civil al que se remite el artículo 234 de la Ley de Procedimiento Laboral. El
precepto indicado de la Ley de Infracciones y Sanciones del Orden Social queda en la práctica en efectiva inaplicación y serán contados los casos en que surta efecto.
Rubén Blasco Obedé
Producida esa sentencia firme, deberá surtir efecto en el proceso laboral cualquiera
que sea el momento procesal en que se encuentre el mismo, antes de sentencia firme, claro está.
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De otro lado, el citado precepto hace referencia a los hechos probados de la sentencia
de Lo Contencioso Administrativo cuando las dictadas en esta rama de la Jurisdicción no
contienen un antecedente con el relato fáctico, a diferencia de lo que sucede en Lo Social o
la Jurisdicción Penal, por lo que habrá de sacarse ese relato del contenido de la resolución
del orden Contencioso.
Asimismo, la aplicación de este precepto debería llevar a considerar que el trabajador
debe ser parte en el proceso contencioso-administrativo, ya que tiene un interés legítimo
en defender la existencia de infracción de las medidas de seguridad de cara al proceso ante
Lo Social. En este sentido, hay que estar al Auto del Tribunal Constitucional 76/2004, de 9
de marzo, que viene a declarar la constitucionalidad del artículo 42.5 de la LISOS.
Dicha norma debería producir la interrupción de la prescripción a los efectos de la reclamación del recargo de las prestaciones. Referida a hechos acaecidos en un momento legislativo anterior al vigente, la sentencia dictada por la Sala de lo Social del Tribunal
Superior de Justicia de Madrid el 20 de febrero de 2006 (AS 2006/748), tras estimar que el
plazo prescriptivo empieza a correr cuando termina el proceso penal que se siga por esos
hechos, concluye que el transcurso de la prescripción no se vio interrumpido, posteriormente, por el procedimiento contencioso-administrativo seguido para impugnar la sanción administrativa impuesta con motivo de esos hechos, procedimiento que finalizó por sentencia
en la que se estimó prescrita la infracción. Y así, nos dice que iniciado tan repetido expediente sobre recargo de prestaciones económicas por falta de medidas de seguridad en 28
de mayo de 1992, y aunque en aplicación del artículo 54.3 de la Ley General del Sistema de
1974, actual 43.3 de la de 1994, permaneciera interrumpida la prescripción con motivo de
las actuaciones penales que finalizaron en sentencia del Juzgado de lo Penal núm. 1 de los
de Sevilla de 10 de febrero de 1995, ni la impugnación en vía administrativa de la sanción
impuesta a la empresa por la Autoridad Laboral, ni la ulterior demanda ContenciosoAdministrativa que terminó en sentencia firme de la Sala de lo Contencioso-Administrativo
del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, con sede en Sevilla, fechada en 9 de mayo de
2002, gozaron de virtualidad suficiente para mantener vigente la aludida interrupción, por
lo que si la resolución acordando el recargo frente a la que se alza la parte actora data de
26 de marzo de 2004, es claro que la facultad para hacerlo estaba afectada de prescripción
cuando, al cabo, fue ejercitada por la Autoridad competente, lo que determina el acogimiento de este motivo y, con él, del recurso.
Al margen del precepto indicado, el artículo 43.2 de la Ley General de la Seguridad
Social, cuando habla de las prestaciones, establece que la prescripción se interrumpirá por
las causas ordinarias del artículo 1973 del Código Civil y, además, por la reclamación ante
la Administración de la Seguridad Social o el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, así
como en virtud de expediente que tramite la Inspección de Trabajo y Seguridad Social en
relación con el caso de que se trate.
Cierto que tratándose de un recargo no podemos hablar de una prestación de Seguridad
Social, pero sí de un incremento de la misma con su doble condición de sanción y de indemnización, y por ello la impugnación del acta de la que sin más deriva la imposición del recargo y la sanción impuesta con base en ella debería interrumpir la tramitación administrativa de ese recargo, enlazando con la impugnación del acta y sanción ante la vía contencio-
Rubén Blasco Obedé
La tesis contraria la sostiene la sentencia dictada por la Sala de lo Social del Tribunal
Superior de Justicia de Cataluña el día 7 de mayo de 2004.
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so-administrativa, cuyos hechos probados vincularán a la Jurisdicción Social y debería producir esa misma interrupción de la prescripción, e incluso la excepción de litis pendencia.
Pero es que, a mi juicio, carece igualmente de sentido desde el punto de vista de la
igualdad, que impugnada el acta de infracción de la que deriva una sanción administrativa
cuya ratificación o no será decidida en última instancia por el tribunal que tiene para ello
competencia preferente por la vía del precepto dicho, dicha acta esté produciendo ya efectos administrativos en otro ámbito como es el del recargo que se decide y ventila ante otros
órganos administrativos y otra rama de la jurisdicción. Es decir, no solo es posible la disparidad de criterios en el orden judicial, sino también en el administrativo.
D) El recargo de prestaciones y la indemnización civil
Como hemos dicho, pueden coexistir o ser sucesivos los dos procesos en los que se ventila el recargo de las prestaciones de Seguridad Social en los que parte demandada es siempre el Instituto Nacional de la Seguridad Social, y la reclamación de la indemnización civil
ventilada entre trabajador, o herederos, y empresario, ya ante la jurisdicción social, ya ante la laboral, y la doctrina en general se inclina por no considerar de aplicación el instituto
de la cosa juzgada cuando uno de los procesos ya ha concluido con resolución firme, ni la
posibilidad de invocarse la litispendencia entre uno y otro proceso cuando ambos coexisten,
pero la realidad innegable es que en esta situación existe el peligro de dictarse resoluciones
contradictorias, lo que debe ser evitado por el ordenamiento jurídico.
El propio Tribunal Supremo, en su Sentencia de 29 mayo 1995 (RJ 1995\4455), vino a declarar un concepto amplio de la cosa juzgada al decir que «la jurisprudencia no exige que el
pleito nuevo sea una reproducción exacta de otro procedimiento para aplicar la presunción
legal (de cosa juzgada), pues no es necesario que la identidad se produzca respecto de todos los componentes de los dos procesos, sino que, aunque en alguno no concurra la más
perfecta identidad es bastante con que se produzca una declaración precedente que actúe
como elemento condicionante y prejudicial de la resolución que ha de dictarse en el mismo
juicio».
Y la sentencia del Tribunal Constitucional 158/1985, de 26 de noviembre (BOE 301) da
una solución al problema desde la perspectiva de la unidad jurisdiccional del Estado y de la
concordancia de sus decisiones; la sentencia estudia los siguientes hechos: con ocasión de
Rubén Blasco Obedé
A título de doctrina general ha ser de aplicación, cuando proceda, la expuesta por la
sentencia del TSJ de la Región de Murcia de 2 de marzo de 1999 (AS. 1999/1235) que nos habla de una posible vinculación al existir la misma causa de pedir, sin aplicación de la doctrina de cosa juzgada, pues si bien es cierto que el pleito sobre recargo de prestaciones de
Seguridad Social seguido a instancia de la parte actora y en el que recayó Sentencia desestimatoria del Juzgado de lo Social Número Tres de Murcia, de fecha 31-1-1995, pronunciamiento absolutorio que sería después confirmado por Sentencia de esta misma Sala de fecha
13-11-1996, no ha generado el efecto de cosa juzgada respecto de la presente litis, al no ser
coincidentes en ambos procesos, ni la identidad de los litigantes, ni la pretensión formulada
(recargo de prestaciones en el primer proceso, indemnización por daños y perjuicios en el
segundo), sí poseen en cambio una misma causa de pedir (la producción de un daño imputable al empresario por incumplimiento de la deuda de seguridad y salud que aquél había contraído al suscribir el contrato de trabajo).
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un accidente con resultados mortales en la Empresa recurrente, fue ésta sancionada por la
Dirección Provincial de Trabajo y Seguridad Social, confirmando el acta levantada por la
Inspección por supuesta infracción del artículo 10, en relación con los 138-6 y 9 de la
Ordenanza General de Seguridad e Higiene en el Trabajo (OGSHT). Recurrida la resolución
correspondiente en vía contencioso-administrativa el Tribunal competente dictó Sentencia
por la que anuló la resolución impugnada, declarando que no habían existido tales infracciones, y que el accidente había sido fortuito e imprevisible. Paralelamente, la
Dirección Provincial del Instituto Nacional de Seguridad Social (INSS), impuso a la Empresa
el recargo del 30 por 100 de las prestaciones causadas por los dos fallecidos, invocando el
artículo 93 de la Ley General de la Seguridad Social. Recurridas estas resoluciones ante la
jurisdicción laboral de la Magistratura de Trabajo las confirmó. Interpuestos los correspondientes recursos de suplicación, el Tribunal Central de Trabajo los desestimó, confirmando
aquellas Sentencias. En las suyas, dicho Tribunal afirmó que existieron las infracciones
denunciadas de los mismos preceptos de la OGSHT antes citados.
Sentado lo anterior, es preciso determinar el sentido y el alcance del amparo a otorgar.
La doctrina establecida en las Sentencias antes citadas, y que aquí se reitera y se adapta al
caso concreto planteado, implica la necesidad de arbitrar medios para evitar contradicciones entre las decisiones judiciales referidas a los mismos hechos y para remediarlos si se
han producido. Ello supone que si existe una resolución firme dictada en un orden jurisdiccional, otros órganos judiciales que conozcan del mismo asunto deberán también asumir como ciertos los hechos declarados tales por la primera resolución, o justificar la distinta
apreciación que hacen de los mismos. Conviene insistir en que esta situación no supone la
primacía o la competencia específica de una jurisdicción, que sólo se produciría cuando así
lo determine el ordenamiento jurídico, como ocurrirá, por ejemplo, cuando una decisión
tenga carácter prejudicial respecto a otra. Fuera de esos casos, lo que cuenta es que el
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Y frente a esos hechos, la sentencia del Tribunal Constitucional declara que si el respeto a la independencia de cada órgano judicial es principio básico de nuestro ordenamiento
jurídico, no es menos cierto que unos mismos hechos no pueden existir y dejar de existir para los órganos del Estado (STC núm. 77/1983, de 3 de octubre), y que esta negación del
principio de contradicción vulnera el derecho a la tutela judicial efectiva consagrado en el
art. 24-1 de la Constitución Española. Con gran claridad lo ha expresado la STC núm.
62/1984, de 21 de mayo (RTC 1984\64), que hace superfluos más comentarios sobre el tema: «(...) a los más elementales criterios de la razón jurídica repugna aceptar la firmeza de
distintas resoluciones judiciales en virtud de las cuáles resulte que unos mismos hechos ocurrieron y no ocurrieron, o que una misma persona fue su autor y no lo fue. Ello vulneraría,
en efecto, el principio de seguridad jurídica que, como una exigencia objetiva del ordenamiento, se impone al funcionamiento de todos los órganos del Estado en el artículo 9 número. 3, de la Constitución Española. Pero, en cuanto dicho principio integra también la expectativa legítima de quienes son justiciables a obtener para una misma cuestión una respuesta inequívoca de los órganos encargados de impartir justicia, ha de considerarse que
ello vulneraría, asimismo, el derecho subjetivo a una tutela jurisdiccional efectiva, reconocido por el art. 24-1 de la CE, pues no resulta compatible la efectividad de dicha tutela y la
firmeza de pronunciamientos judiciales contradictorios. Frente a estos, por tanto, ha de reconocerse la posibilidad de emprender la vía de amparo constitucional, en el supuesto de
que ningún otro instrumento procesal ante la jurisdicción ordinaria hubiera servido para reparar la contradicción.»
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Estado, a través de uno de sus órganos jurisdiccionales, ha declarado la existencia o inexistencia de unos hechos, y no cabe, por las razones expresadas anteriormente, que otro órgano jurisdiccional del mismo Estado desconozca dicha declaración. Naturalmente, para que
un órgano judicial tome en cuenta una resolución firme de otro órgano es preciso que tenga
conocimiento oficial de la misma, porque se halla incorporada al proceso que ante él se tramita, y, naturalmente, también el órgano judicial que haya de resolver en segundo lugar podrá razonadamente desechar la identidad de situaciones cuando la contradicción sea sólo
aparente, o existan razones que justifiquen una diversa apreciación de los hechos. No se
trata, pues, de que una jurisdicción haya de aceptar siempre de forma mecánica lo declarado por otra jurisdicción, sino que una distinta apreciación de los hechos debe ser motivada
de acuerdo por otra parte con la reiteradísima doctrina de este Tribunal Constitucional, según la cual el derecho a la tutela judicial efectiva comprende, entre otros, el de obtener
una resolución fundada en derecho. Cuando resulta que, en principio, la resolución que un
órgano judicial va a dictar puede ser contradictoria con la ya dictada por otro órgano, el
que pronuncia la segunda debe exponer las razones por las cuáles, a pesar de las apariencias, tal contradicción no existe a su juicio.
En conclusión, a mi juicio, en los procesos por recargo de prestaciones y reclamación de
indemnización civil, en aras del principio de seguridad jurídica, y mientras se mantenga la
actual situación, debe ser valorada cuidadosamente la resolución firme en primer lugar dictada, sin quebrar el derecho de defensa y de tutela judicial efectiva de la parte que no lo
fue en el primero de los procesos, debiendo el segundo tribunal ser cauteloso antes de dictar una resolución contraria a la primera, lo que exige una fundamentación clara, concluyente y convincente que justifique la diferencia de criterio, que siempre puede aparecer en
el funcionamiento normal de la Administración de Justicia, pero que debe evitarse que sea
“normal” en ese funcionamiento al dejarse llevar por un cierto individualismo de los jueces
y un sentimiento mal entendido de la independencia de no vinculación por resoluciones anteriores dictadas en procesos diferentes.
Una cosa es que un hecho pueda ser interpretado con diferentes criterios en cuanto a
sus consecuencias jurídicas, según la normativa de aplicación, y otra muy diferente que
aplicando una misma normativa el hecho se declare o existente y como inexistente a la vez,
lo que por absurdo ha de ser rechazado.
Pero es que, amen de lo dicho, entra en juego también la vía contencioso administrativa, en la que se decidirá si existe o no infracción de medidas de seguridad, al igual que en
proceso indemnizatorio ventilado ante el orden social o el civil, y ante ello hay que repetir
los mismos argumentos hasta aquí referidos.
F) El orden Penal y el resto de jurisdicciones
Esta doctrina será de imposible aplicación cuando el enjuiciamiento se lleve a cabo por
la jurisdicción penal, y ello porque las personas contra las que se dirija directamente lo serán individuales y no habrán intervenido en el procedimiento administrativo ni en el de recargo, amen de que la presunción de inocencia que les ampara no permitiría nunca una condena basada en anteriores sentencias por las que se impusiera una sanción administrativa o
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E) La Jurisdicción Contencioso-Administrativa y la indemnización civil
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el recargo de las prestaciones, sin perjuicio de que las mismas sí pueden ser valoradas como
documentales con el conjunto de la actividad probatoria. No obstante, si que esas resoluciones judiciales pueden tener un mayor valor cuando se trataran de sentencias que no dieran lugar a la sanción o al recargo, y ello para fundar una absolución en la vía penal.
La Audiencia Provincial de Zaragoza, Sección Penal, en relación con las resoluciones anteriores, ya firmes, dictadas por otros órganos jurisdiccionales o por el Instituto Nacional de
la Seguridad Social, considera que deben ser tenidas en cuenta sin violación del principio de
tutela judicial efectiva para ninguna de la partes. Así, entiende que en todo caso han de
ser consideradas como prueba documental cualificada, y afirma que hubo infracción de
medidas de seguridad causantes del accidente, así lo entendió la Inspección de Trabajo, la
Autoridad Administrativa al sancionar y el Instituto Nacional de la Seguridad Social, no pudiendo desconocerse tampoco que tanto la jurisdicción social como la contencioso administrativa han declarado que se produjo dicha infracción y que de la misma fue consecuencia
el accidente, pues de lo contrario en modo alguno el orden social hubiera confirmado el recargo impuesto a la empleadora ni el Tribunal de lo Contencioso la sanción, aunque eso sí
minorándola, pero no dejándola sin efecto. Aquellas resoluciones administrativas y estas
sentencias no pueden constituir una excepción de cosa juzgada, ni tampoco vinculación alguna para el Tribunal penal, menos aún en cuanto no han declarado responsabilidades personales para los acusados en el presente, pero no pueden desconocerse y dejar de valorarse como una prueba más, documental eso sí, pero ciertamente cualificada. Los contenidos de unas y otras no pueden decidir si la infracción tiene o no entidad penal, pero sí
constituyen una prueba clara de que dicha infracción existió.
Ciertamente, que en esta cuestión ha de llegarse a una tesis contraria a la antes expuesta por la naturaleza del enjuiciamiento criminal que, en cualquier caso, ha de ser el
determinante del que pueda producirse en los demás órdenes jurisdiccionales, como hemos
visto. Por eso, en su supuesto en que se invoca la sentencia dictada por un Tribunal Superior
de Justicia, Sala de Social, la sentencia de la Sala Segunda del Tribunal Supremo de 10 de
abril de 2001 pone de manifiesto que como dice la de 12 de diciembre de 1994, en ningún
caso un órgano judicial puede estar vinculado, en el enjuiciamiento de determinados hechos, por lo resuelto por otro órgano judicial que haya podido conocer de ellos por la razón
que sea, citando anterior doctrina jurisprudencial. Esta tesis, se comparte exclusivamente
respecto del enjuiciamiento ante la jurisdicción penal, manteniéndose lo dicho en otros
apartados de esta ponencia.
En definitiva, como se ha dicho, el ordenamiento jurídico ha de arbitrar sistemas correctores de los efectos negativos que se desprendan de su normal funcionamiento. A mi entender ha de arbitrarse un mecanismo que, aunque si se quiere no encaje dentro de la cosa
juzgada, si impida que, como nos dice el Tribunal Constitucional, puedan declararse unos
hechos como existentes y como inexistentes al mismo tiempo y con las consiguientes consecuencias jurídicas de cada una de esas declaraciones, que es la raíz del problema, al margen de quienes intervienen en el proceso como partes, y si hoy no existe tal mecanismo ha
de ser establecido por la ley con eficacia real, y ello exige:
a) La determinación de un único orden jurisdiccional para el conocimiento de todos los
procesos derivados del accidente de trabajo, al margen claro está del penal. Es decir, para
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G) Propuestas de futuro
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conocer de la impugnación de las actas y sanciones por infracción de las normas de seguridad e higiene en el trabajo, el proceso por recargo de prestaciones y la reclamación de la
indemnización civil contra el responsable de la infracción. Como ya hemos dicho anteriormente, dicho orden jurisdiccional habrá de ser el social.
b) Preferencia del procedimiento administrativo ante la Autoridad Laboral sobre la infracción de las medidas de seguridad en relación con el expediente por recargo de prestaciones tramitado por el INSS.
c) La determinación de un único proceso en el que estén todas las partes implicadas:
Administración laboral sancionadora, Instituto Nacional de la Seguridad Social, empresa y
demás infractores y el trabajador, o sus herederos, y en el que se discuta con eficacia de
cosa juzgada y vinculante la existencia o inexistencia de infracción de medidas de seguridad. Este proceso pondría fin a la controversia caso de declarar la inexistencia de infracción
de medidas de seguridad.
d) Posteriores procesos en los que, partiendo de los hechos probados en el antes referido, se ventilen las consecuencias de la infracción, caso de que existiera, bien en lo concerniente a la sanción a imponer, bien la cuantía del recargo, bien en el importe de la indemnización.
La tesis expuesta, puede suponer, en teoría, un incremento de la litigiosidad ya que en
cada accidente nos encontraríamos con un proceso más caso de declararse la infracción de
medidas de seguridad, pero ello evitaría sin duda que una misma cuestión se decida en escenarios diferentes con posibles decisiones contrarias, cosa no querida por el ordenamiento
jurídico y, desde luego, repudiada por la conciencia social. Pero esta litigiosidad se vería
mermada con los casos en que se declarase la inexistencia de la infracción, y ciertamente,
declara ésta el resto de procesos perderían una buena parte de su complejidad.
Puede parecer descabellada o atrevida esta teoría, que podría llevarse a sus últimas
consecuencias y precisaría de cambios legislativos que podían cambiar el panorama en la
materia, pero en realidad está en el espíritu del artículo 42.5 de la Ley de Infracciones y
Sanciones del Orden Social que la recoge tímidamente, sin que se haya atrevido el legislador a dar la solución definitiva al problema.
Desde un punto de vista teórico dichas personas no podrían ser llamadas a un proceso
laboral, pero la realidad es que la discusión frente a ellas es la misma, es decir, decidir si
han tomado parte o no en la infracción del deber de seguridad del empresario y su participación no puede ser examinada al margen del proceso en el que se decidiera si concurre o
no esa infracción en el empleador. A mi juicio, lo trascendente es la voluntad legislativa de
dar un tratamiento unitario al accidente de trabajo, y esa voluntad puede llevar a que la
norma jurídica determine que la responsabilidad de tales personas se ventile en el proceso
laboral al que hemos hecho referencia en las anteriores conclusiones, y ello porque, en
cualquier caso, de lo que hablamos es de si se ha violado o no una disposición de carácter
laboral como es la normativa de seguridad e higiene en el trabajo. Considero que ese es el
Rubén Blasco Obedé
No obstante, la tesis expuesta ofrece la problemática de los procesos en los que son llamadas como demandados personas ajenas a la relación laboral, como promotores, arquitectos, aparejadores, mandos intermedios, etc. y a los que sí sería susceptible de aplicar la
culpa extracontractual y respecto de los cuáles no hay un vínculo o nexo de unión con el
trabajador afectado.
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núcleo para determinar la jurisdicción y el proceso único en el que se decida sobre si se ha
producido o no la repetida infracción del deber de seguridad, no faltando alguna sentencia
de la Sala de Lo Social del Tribunal Supremo que así lo ha manifestado, aunque sin exponer
argumentos sobre ello.
En definitiva, con el panorama actual, los Juzgados y Tribunales deben hacer el esfuerzo de aunar criterios en los términos expuestos por la sentencia del Tribunal Constitucional,
abandonando individualismos jurisdiccionales y procurando dar una única solución a la cuestión controvertida.
Esta doctrina será de imposible aplicación cuando el enjuiciamiento se lleve a cabo por
la jurisdicción penal, sin perjuicio de lo antes dicho sobre este punto.
VI. Las mutuas ante las prestaciones de Seguridad
VI. Social. Posibilidad de repetición
Se suscita la cuestión de si las Mutuas de Accidentes de Trabajo y Enfermedades Profesionales de la Seguridad Social pueden repetir contra el responsable del siniestro o su asegurador
las prestaciones que hayan satisfecho a consecuencia de un accidente de trabajo. La doctrina
general de nuestros Tribunales se manifiesta en sentido contrario y en mi opinión es esa solución
negativa la que ha de adoptarse, con base en los siguientes argumentos:
a) Las Mutuas, al igual que el Instituto Nacional de la Seguridad Social, asumen la obligación de hacer efectivas determinadas prestaciones del sistema Público de Seguridad
Social en virtud de la relación jurídica pública que nace con la preceptiva afiliación y alta al
sistema, y esas prestaciones las satisfacen en contraprestación también a las cuotas abonadas por los empresarios y trabajadores.
b) El derecho de repetición ha de estar especialmente previsto por la ley para que pueda ser ejercitado. Así lo está en el artículo 43 de la ley del Contrato de Seguro para los daños y en el 82 respecto del seguro de personas. Y en la Ley General de la Seguridad Social se
regula para el supuesto de anticipo de prestaciones en los casos de responsabilidad empresarial y en el artículo 127.3 para los casos que ahora nos afectan, por lo que pasamos a estudiar ese precepto desde diversas perspectivas.
c) Comenzamos por los antecedentes legislativos. El primero de ellos lo encontramos
en el Decreto de 22 de Junio de 1.956, que aprueba el Texto Refundido de la Legislación de
Accidentes de Trabajo y el Reglamento para su aplicación, resultando que el artículo 53 del
Rubén Blasco Obedé
La relación que une a las gestoras y mutuas con los beneficiarios del sistema puede asimilarse a la relación entre la aseguradora y el asegurado, pero la realidad es que su normativa no es ni la Ley del Contrato de Seguro ni el Texto Refundido de la Ley de
Responsabilidad Civil y Seguro en la Circulación de Vehículos de motor, tal como disponen
los artículos artículo 4.3 de la Ley General de la Seguridad Social y el 1.2 de la Ley de
Ordenación de los Seguros Privados. Cumplen sus obligaciones de satisfacer las correspondientes prestaciones en los términos y extensión señalados en las normas de Seguridad
Social y en las condiciones establecidas por ellas y por la Jurisprudencia emanada de los órganos de la jurisdicción Social. Tan solo se rigen por esas normas, no por otras.
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Texto Refundido determinaba que la calificación de accidente del trabajo de un hecho no
obsta para que puedan ejercitarse por el perjudicado las oportunas acciones civiles o criminales por negligencia. El asegurador tendrá derecho preferente a recuperar del responsable civil por pleito o causa criminal el importe de las prestaciones satisfechas. En consonancia con ello, el artículo 189 del Reglamento del citado Texto Refundido determinaba que
cuando con ocasión o por consecuencia del trabajo se produzca un accidente por culpa o
negligencia exigibles civilmente, o constitutivas de delito o falta, le Entidad aseguradora o
el patrono, en su caso, cumplirán sin demora las obligaciones relativas a la asistencia médico farmacéutica y al abono de las indemnizaciones procedentes, que serán exigibles
inmediatamente por el trabajador o sus derechohabientes, sin perjuicio de las acciones simultáneas que procedan contra los responsables civil o criminalmente. Si estos fuesen condenados, la indemnización se aplicará, en primer término, a reintegrar a la Entidad aseguradora o al patrono del coste de la asistencia sanitaria o indemnizaciones que hubiere
satisfecho, entregando el exceso, si lo hubiere, a la víctima del accidente o sus derechohabientes. Para ejecutar este derecho preferente a la recuperación por parte de las entidades aseguradoras, se reconoce a éstas la plena facultad para que puedan personarse directamente en los procedimientos con todos los derechos que las Leyes de Enjuiciamiento
vigentes conceden a los perjudicados.
d) Los textos de La Ley General de la Seguridad Social de 1966 y 1.974, en su artículo
97.3 regularon idéntico supuesto que los preceptos antes citados, y contenían una redacción, en cuanto a la forma, muy similar a la del artículo 189 del Reglamento de Accidentes
de Trabajo, si bien haciendo extensiva la regulación también a las prestaciones no derivadas de dichos accidentes, lo que pasó, con las consiguientes cambios en cuanto al nombre
de los organismos de la Seguridad Social, al artículo 127.3 en el que se reconoce la obligatoriedad de la Gestora, servicios comunes o Mutua de satisfacer al trabajador la prestación
correspondiente, así como el derecho a repetir contra el tercero responsable del accidente
y a personarse, para ello, en los procesos civiles o penales, o a instarlos, como terceros perjudicados, al amparo del artículo 104 del Código Penal, pero esto, y aquí está la diferencia
sustancial de fondo, tan solo respecto de las prestaciones sanitarias, no para ninguna otra,
y ello al decir que con independencia de las acciones que ejerciten los trabajadores o sus
causahabientes, el Instituto Nacional de la Salud y, en su caso, las Mutuas, tendrán derecho
a reclamar al tercero responsable o, en su caso, al subrogado legal o contractualmente en
sus obligaciones, el coste de las prestaciones sanitarias que hubiesen satisfecho. Igual derecho se reconoce al empresario
Es decir, en 1956 el derecho de resarcimiento de las entidades de la Seguridad Social lo
era tanto de la asistencia sanitaria como de las prestaciones económicas, y desde 1966 tan
solo para la primera, surgiendo la duda de si ello se ha debido o no a un olvido del legislador, lo que se rechaza. La claridad de los preceptos no deja lugar a dudas de cual fue la intención del legislador, y sostener la tesis contraria no es más que traspasar los límites legales establecidos.
Rubén Blasco Obedé
Por tanto, la normativa reguladora de los accidentes de trabajo citada reconocía la condición de perjudicada a la Aseguradora y le otorgaba la facultad de repetir contra el causante del accidente respecto de los gastos de asistencia sanitaria y de las indemnizaciones satisfechas, no olvidándose que la citada norma habla genéricamente de indemnizaciones cuando se refieren a las compensaciones que se dan a los trabajadores por incapacidad
temporal o permanente y otras
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e) Desde el punto de vista sistemático del artículo 127.3, resulta que en su primer párrafo ordena el pago inmediato de la prestación, identificada en abstracto como la prestación de la Seguridad Social, cualquiera que sea, por la gestora, servicio común o mutua; y
en su segundo párrafo regula el derecho de repetición por la prestación sanitaria que concede, no a la gestora en general, sino solo al INSALUD, no menciona tampoco al servicio común, y sí a la mutua o el empresario. Es decir, otorga el derecho de repetición a los entes
que dan prestación sanitaria, no al INSS o al servicio común, mencionados en el primer párrafo, que no dan dicha asistencia. Es decir, hay una coherencia interna, pues cuando habla
de conceder la prestación de Seguridad Social habla de todos los organismos que la dan, pero cuando se refiere a la repetición lo hace solo para la prestación sanitaria y menciona como titulares de ese derecho únicamente a los entes que la proporcionan. Aún partiendo de
la diferente naturaleza jurídica del Instituto Nacional de la Seguridad Social respecto de las
Mutuas de Accidentes, si se pretendiera la repetición por las prestaciones económicas no
tendría sentido dejar fuera del derecho repetición al INSS.
f) Reconocer el derecho de repetición sobre las prestaciones sanitarias y no respecto de
las demás, no es un capricho tampoco. Dada la compatibilidad de las prestaciones de
Seguridad Social con las indemnizaciones exigibles a los responsables del accidente o a los
subrogados legal o contractualmente, junto a la indemnización por los días de baja abonada
por la aseguradora, el trabajador percibe la incapacidad temporal del INSS, Mutua o empresario. El baremo indemnizatorio contiene igualmente una indemnización por las secuelas
permanentes y un factor de corrección que va en función, entre otras cosas, del grado de
incapacidad producido. Es decir, solo hay una prestación que por naturaleza no es susceptible de ser abonada por dos vías diferentes, y es la sanitaria. La ley opta porque se dé a cargo de la aseguradora. De acogerse la tesis contraria, esa aseguradora pagaría dos veces la
incapacidad temporal y las demás prestaciones económicas, lo que es absurdo. Hoy hay un
baremo indemnizatorio tasado y vinculante y no puede la aseguradora satisfacer indemnizaciones no recogidas en ese baremo.
g) Por su parte, el Código Penal establece en su artículo 109 que la ejecución de un hecho descrito por la ley como delito o falta obliga a reparar, en los términos previstos en las
leyes, los daños y perjuicios por él causados. Pues bien, la Ley General de la Seguridad
Social, base normativa de las relaciones jurídicas de Seguridad Social en base a las cuáles la
Mutua satisface una prestación o subsidio de Incapacidad Temporal, determina que, en este
caso, las Mutuas, no pueden resarcirse frente al responsable penal de dicha prestación abonada a la víctima o perjudicado por el hecho criminal, por lo que el reconocimiento de ese
derecho quebranta, así mismo, el mandato reparador del citado precepto 109 del Código
Penal.
Rubén Blasco Obedé
Si estudiamos la Ley 50/1.980, de 8 de Octubre, que no es de aplicación, el seguro del
accidente de trabajo tendría la consideración de seguro de personas, y nos encontramos
con que el artículo 82 de la citada norma (nunca el 43) establece que en los seguros de personas el asegurador, aún después de pagada la indemnización, no puede subrogarse en los
derechos que en su caso correspondan al asegurado contra un tercero como consecuencia
del siniestro. Se exceptúa de lo dispuesto en el párrafo anterior lo relativo a los gastos de
asistencia sanitaria. Es decir, que la Ley del Contrato de Seguro viene a corroborar lo dicho
al margen de ella y en base a la normativa de Seguridad Social, cuya artículo 127.3 es coherente también con el resto del ordenamiento jurídico.
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h) Desde otro punto de vista, quienes abonan prestaciones de seguridad social no aparecen en la relación de perjudicados establecida por los Baremos indemnizatorios para la
circulación, ni antes ni ahora tras la publicación del nuevo texto refundido de la ley de
Responsabilidad Civil y Seguro en la Circulación de Vehículos de Motor. El artículo 127.3 de
la Ley General de la Seguridad Social habla, no de que sean perjudicados, sino de que tendrán la condición de perjudicado, el INSALUD, mutua o empresario, condición que se les
atribuye, no por la propia naturaleza de las cosas sino como concesión legal, y casi desde
una perspectiva procesal para concederles en un supuesto concreto una legitimación procesal de la que carecen en la materia estudiada.
Las Gestoras, Mutuas o empresario cuando satisfacen una prestación, cualquiera que
sea, no se subrogan en la posición de otro. En los supuestos examinados no actúan satisfaciendo una deuda del causante del accidente, lo hacen cumpliendo una obligación propia
que les nace de la relación jurídica de Seguridad Social. No abonan la prestación por un tercero, lo que sí hacen en el caso de responsabilidad empresarial al anticipar la prestación.
Rubén Blasco Obedé
i) Por último, añadir que en contra de la tesis que se sostiene carece de virtualidad la
sentencia del Tribunal Supremo de 24 de marzo de 2001, pues la misma si bien acoge la tesis contraria, lo hace en un recurso extraordinario de error judicial, para cuya estimación se
precisa una resolución que provoque un verdadero desajuste entre ella y la realidad fáctica
o la normativa legal aplicable, desajuste que ha de ser palmario, patente, manifiesto y del
que no pueda hacerse cuestión por su equivocidad de un modo objetivo, no resolviendo por
tanto el Tribunal Supremo la cuestión litigiosa dentro de un juicio ordinario, lo que hace
que su sentencia, a los efectos de crear jurisprudencia, no tenga una virtualidad vinculante.
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El accidente laboral en las distintas jurisdicciones
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