ética, responsabilidad social y transparencia

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ÉTICA, RESPONSABILIDAD SOCIAL Y TRANSPARENCIA
5.0 HÁBITOS Y HABILIDADES: MODELANDO EL YO
“Si el yo mismo no vale mucho, entonces todos los placeres
son como vinos deliciosos en una boca con un regusto de hiel”.
Arthur Schopenhauer
5.1 Claves de la personalidad
Nacemos indefensos y dependientes de los demás. Paulatinamente nos convertimos en
adultos autónomos. No obstante, la plenitud biológica no siempre coincide con la madurez
o plenitud humana.
Decimos que una persona es madura cuando logra cierta estabilidad y armonía entre sus
pensamientos, afectos e impulsos. El inmaduro, en cambio, no ha logrado integrar ese
equilibrio. Vive a merced de sus impulsos y, por tanto, el mapa de su personalidad depende
más de la espontaneidad y del entorno, que de su propia elección. El inmaduro es como una
veleta sujeta al capricho de los vientos.
La relación entre temperamento, personalidad y carácter es constante en toda nuestra
existencia. Veremos qué papel tenemos en su desarrollo e integración.
La personalidad se define como el conjunto de características físicas, afectivas,
intelectuales y de la voluntad de un individuo que lo distinguen de los demás. Nuestra
personalidad se va configurando a partir de cualidades con las que contamos desde el
nacimiento y otras que se obtienen desde nuestro entorno familiar, social y cultural. Por
ejemplo, alguien puede nacer con una tendencia a enojarse fácilmente y, sin embargo,
ciertos entornos sociales o laborales le invitan a moderarse. Podemos sospechar que parte
de lo que somos proviene de la constitución natural y biológica con la que nacemos y,
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buena parte de nuestra personalidad la adquirimos por los mecanismos de adaptación que
vamos desarrollando según nuestro medio.
¿Hasta dónde somos lo que somos por un desarrollo de nuestras características innatas?
¿Hasta dónde influye el entorno social? Todos poseemos habilidades naturales que, de
manera latente, están ahí y pueden ser desarrolladas o no. Por ejemplo, es sabido que
algunas personas tienen una buena disposición para tocar algún instrumento musical. Sin
embargo, habrá quienes por cualquier cuestión nunca estudien música y desatiendan esa
capacidad.
Es innegable que tenemos la posibilidad para adquirir nuevos hábitos y habilidades que
modificarían de un modo u otro nuestra conducta. Algunos de éstos pueden desarrollarse
por libre decisión, como en el caso de quien opta por atenerse al estudio y entrega que se
requieren para ser un buen pianista. Otros, se deben a las circunstancias que nos rodean y
que nos influyen: Mozart, por ejemplo, nació en una familia de músicos y, por tanto, el
entorno facilitó el despliegue de su habilidad musical.
En esta combinación de lo innato y lo adquirido se va modelando nuestra personalidad. La
cultura y las costumbres de una nación también contribuyen con varios elementos para la
configuración de la personalidad. Esto quiere decir que, además del desarrollo de nuestra
personalidad individual, hay también factores que emergen de la tierra en la que nacimos. A
esto suele llamarse identidad nacional. Por ello puede hablarse de grupos sociales (culturas,
países, regiones, etc.) con una personalidad o identidad característica. Por ejemplo,
podemos decir, “los norteños son muy francos”, “los latinos son muy cálidos”, “los sajones
son muy fríos”, aun cuando dentro de esos mismos grupos haya diferentes personalidades.
La configuración de la personalidad se nos presenta como un proceso que integra diversas
variantes. El primer factor a considerar es la constitución inicial de todo ser humano, es
decir, lo que hay de innato en su conducta y sus reacciones emotivas. A esto se le denomina
temperamento.
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A pesar de que nadie elige su temperamento, es posible modelarlo. El carácter es este
conjunto de cualidades adquiridas que modifican la conducta. La interacción entre
temperamento y carácter integra la personalidad, modela el “yo” de cada quién.
5.2 Temperamento, carácter, personalidad
Con frecuencia hemos escuchado expresiones como “mi novio es muy temperamental”, “mi
suegra tiene un carácter terrible”, “mi jefe tiene una personalidad conflictiva”, “la
personalidad de fulano es magnética” o incluso, “cuánta personalidad tiene fulano” o “se
reunirán grandes personalidades”. Tales expresiones tienen un fondo de verdad, pero son
algo confusas y con frecuencia nos hacen olvidar lo esencial. La personalidad es una tarea
que se construye a partir de tres elementos: el factor biológico, el entorno y la fuerza de la
voluntad.
El temperamento, del latín temperamentum, es la combinación de los elementos de un todo,
moderación, mesura, justa medida. También se usa para referirse a la forma de ser de cada
persona o constitución particular de cada individuo.
El temperamento es, ante todo, orgánico. Se nace con cierta disposición que explica
nuestras actitudes y reacciones espontáneas ante los estímulos del exterior. El
temperamento es herencia biológica.
El carácter, del latín character- eris, se refería antiguamente al estilo de un escritor. Es la
señal o marca que se imprime, pinta o esculpe en alguna obra. También es el conjunto de
cualidades o circunstancias propias de una cosa, de una persona o de una colectividad, que
la distingue de los demás por su modo de ser y de manifestarse. Cuando se habla de las
personas, el carácter es el resultado de una progresiva adaptación del temperamento frente a
las exigencias del ambiente. La obtención de un título universitario ha sido posible gracias
al carácter. Sólo de esa manera se pueden superar los obstáculos habituales en el estudio.
Así, los estudiantes con un temperamento disipado pueden disciplinarse forjando un
carácter que compense su dispersión.
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Personalidad, del latín persona-ae: máscara de actor. Es la diferencia individual que
distingue a un ser humano de otro. Los elementos de la personalidad son temperamento,
carácter, entorno y toda la trama de relaciones que esto conlleva.
5.2.1 La biología del temperamento
El temperamento es la suma de condiciones orgánicas que disponen nuestra conducta. Se
asienta en un conjunto de realidades biológicas: la propia morfología y fisiología corporal,
el sistema endócrino, la estructura del sistema nervioso central y del sistema autónomo.
En la conformación del temperamento intervienen tres factores: los hereditarios; los
congénitos, pero no hereditarios, que proceden de la nutrición durante la gestación; y los
exógenos que intervienen en el recién nacido y en su primera infancia, como la
alimentación, el clima y el entorno físico.
El factor preponderante es el genético. Los genes no determinan todo en el individuo, pero
sí proporcionan los cimientos sobre los cuales se construirá la personalidad. El
temperamento no es absolutamente determinante. Es el marco para la formación del
carácter. El papel del temperamento es tan considerable que las manifestaciones del
carácter y personalidad de quienes tienen un temperamento inquieto y uno tranquilo, serán
distintas. No quiere decir que unos sean mejores que otros, pero sí que su desarrollo vital
estará particularizado por este antecedente.
Durante el desarrollo embrionario del ser humano se forman millones de células que se
relacionan entre sí por ramificaciones llamadas axones. Estas conexiones forman el sistema
nervioso. Éste, para decirlo metafóricamente, es el material de construcción del
temperamento. La genética estudia los elementos de esa edificación, determinando el
patrón y hasta la calendarización del desarrollo humano. La genética ha avanzado tanto que
podemos conocer incluso el patrón del envejecimiento. La genética no puede controlar los
acontecimientos externos que frecuentemente tienen un efecto profundo sobre los procesos
internos del crecimiento y desarrollo. Por ejemplo, alguien puede estar genéticamente
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dispuesto a vivir setenta años, pero morir de cáncer a los cincuenta por un problema de
tabaquismo.
La información transmitida por los genes y la constitución orgánica participan en el
desarrollo biológico, psicológico y social del individuo. El medio ambiente puede influir de
modo muy importante. Sin embargo, en ocasiones, por favorable que sea el medio, el
individuo normal no llega a desarrollar al máximo todas sus potencialidades.
La verdadera formación y educación de cada persona consistirá en conocer, en la medida de
lo posible, su temperamento. La labor de los educadores -padres de familia, maestros,
etcétera- es impulsar los aspectos favorables del temperamento y compensar sus elementos
desfavorables. Así es como se fortalece y encauza a la personalidad.
5.2.2 Carácter y medio ambiente
Los seres humanos no somos seres aislados. Incluso las personalidades retraídas o
ensimismadas se relacionan en algún momento con los demás y con el medio ambiente.
Nadie puede mantenerse completamente ajeno a lo exterior. Quien intentara aislarse,
comprometería su salud mental y sería un buen candidato para trastornos emocionales. Lo
que nos rodea nos afecta. Quizá no llegue a cambiarnos por completo o a determinarnos
irremediablemente. Sin embargo, es innegable la relación constante que guarda cada
individuo con su entorno. A los seres humanos nos afecta incluso la geografía. Por ejemplo,
cuando un nórdico viene a la Ciudad de México, es comprensible que su estado de ánimo
varíe porque, en efecto, el nivel del mar influye en el cansancio.
También al ser humano le influye el entorno familiar en el que nace y en el que se
desarrolla, así como el entorno cultural y social.
5.2.2.1 Socialización primaria: el núcleo familiar
El primer contacto social se da generalmente en la familia. En ella se encuentran elementos
importantes para la construcción del carácter de los individuos.
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Existen cualidades humanas específicas que necesitan ser apoyadas y desarrolladas en
cualquier familia. Por ejemplo, todo líder de familia es un formador de carácter, esté
consciente de ello o no. Su ejemplo determina muchos aspectos de la personalidad de los
individuos con quienes convive, desde elementos primordiales como el alimento, el vestido
y el lugar físico donde se vive, hasta hábitos y valores más profundos (el respeto, la
sociabilidad y una amplia gama de actitudes). De ahí que la formación del carácter por
parte de los líderes de las familias, condicione de manera casi decisiva la secuencia
posterior de la personalidad.
En toda familia debería procurarse cierta dosis de hábitos favorables. Es importante
fomentar en la familia la confianza, el respeto, el cariño, la fidelidad y la responsabilidad.
Lo más conveniente es que no falte ninguno de estos elementos.
El núcleo familiar es decisivo en la configuración de nuestra personalidad. En él se dan los
primeros parámetros de comportamiento que van más allá de la carga genética o hereditaria
que todos tenemos. Tales parámetros se aprenden por imitación o asimilación de hábitos,
costumbres y actitudes. Por ello, la herencia más importante de los padres no es el color de
los ojos o de la piel, sino los hábitos y valores que sea capaz de transmitir.
Además de las diversas variables que hemos considerado, nuestro “Yo” puede modelarse
por otros factores externos como la cultura o la sociedad en la que vivimos.
5.2.2.2 Socialización secundaria: el entorno social
El ser humano es más que su entorno familiar. Existen otros factores que también
intervienen en el carácter y, por ende, en la personalidad. Estado y sociedad determinan
parcialmente nuestros valores y acciones. Consciente o inconscientemente, las creencias,
costumbres, leyes y tradiciones, modelan el “yo”. En una sociedad donde los ciudadanos
están habituados a respetar las señales de tránsito, es más sencillo desarrollar una
personalidad ordenada y serena. Ni los peatones ni los conductores se sienten seguros para
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circular por calles y avenidas en donde no se respetan las señales de tránsito, el stress
aumenta y también las agresiones.
Los romanos eran conscientes del valor educativo de las leyes. Para un ciudadano de la
república romana era más fácil asumir sus responsabilidades que para un niño habituado a
mirar cómo su padre se pasa los altos y soluciona el asunto con una “gratificación”.
El cumplimiento generalizado de las leyes facilita la adquisición de hábitos y habilidades
individuales. En otras palabras, una sociedad cívica propicia la madurez de la personalidad.
Esto no quiere decir que no haya criminales en sociedades cívicas ni personas íntegras en
sociedades en circunstancias adversas. En muchas ocasiones la adversidad es un detonante
para que las personas reaccionen positivamente y modifiquen el entorno. Ese cambio
supone un desafío para la formación del carácter.
5.3 La inestabilidad del carácter
El carácter se construye a lo largo de toda la vida. No es ni absoluto ni definitivo. En otras
palabras, nunca superamos ni controlamos completamente todos los factores que afectan
nuestra personalidad. Siempre seremos vulnerables. Podemos fallar o mejorar. El carácter
es una tarea siempre abierta.
Configurar nuestra personalidad es complejo porque los seres humanos somos inestables.
Por ejemplo, los vaivenes emocionales nos pueden traicionar. Conformar la personalidad es
luchar contra estas inestabilidades: se trata de alinear nuestros impulsos, afectos y
pensamientos a un objetivo: la vida lograda. Para alcanzar este fin, “la vida lograda”, hace
falta que nuestro comportamiento sea regular y coherente, aunque no uniforme. De otra
manera, nuestra vida es un continuo ir y venir que nos lleva, ahora a alejarnos, ahora a
acercarnos, a lo que habíamos proyectado.
Los pensadores clásicos, como Platón y Hegel, por mencionar algunos, se percataron de
que es inherente a la condición humana un grado de incertidumbre y de inestabilidad. Los
seres humanos no somos máquinas que operan con una regularidad indefectible. La manera
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de propiciar que nuestras acciones no sean meros resultados de los factores externos o de la
espontaneidad anímica, son los hábitos y habilidades.
Éstos son disposiciones que
garantizan la consistencia del comportamiento. En última instancia, el carácter es un
conjunto organizado de hábitos y habilidades: orden, respeto, honestidad, disciplina,
cortesía y amabilidad.
5.4 Estabilidad, autoposesión y proyecto
En más de una ocasión, hemos estado cansados, molestos, poco animados. El típico lunes
por la mañana cuando se nos presenta una semana llena de trabajos y tareas y, para colmo,
la mañana es fría y lluviosa. Ante tal panorama caben dos posibilidades: quedarnos
dormidos y bien abrigados, o levantarnos y enfrentar la jornada.
Para la mayoría de nosotros, la primera opción es particularmente apetecible. Al menos en
el corto plazo, es más agradable la tibia y mullida cama que los sinsabores del trajín
cotidiano.
Desafortunadamente, nuestros impulsos y deseos espontáneos no siempre coinciden con la
trayectoria que nos hemos fijado para alcanzar una vida lograda. Para obtener un título
universitario es menester levantarse a tiempo no una, sino muchas veces, esté nublado o
brillando un sol infernal, estemos tristes o alegres. Si supeditamos nuestro comportamiento
a los impulsos y circunstancias de cada momento, de algo sí que podemos estar seguros: no
llegaremos a ningún lado o mejor dicho, llegaremos a donde los estímulos externos e
impulsos fisiológicos quieran llevarnos. Correríamos el riesgo de ser veletas sujetas al
vaivén del entorno y de la biología, seríamos individuos inconstantes y fácilmente
manipulables.
Para alcanzar una vida lograda, hace falta poseer un mínimo de bienes: alimentación,
vivienda, salud, son aspectos del bienestar que componen dicha vida. No es ningún secreto
que en México aún estamos lejos de generalizar el bienestar al que todos tenemos derecho.
La carencia de algunos bienes, sin embargo, no debe llevarnos a perder de vista un punto: si
no somos dueños de nosotros mismos, perderemos el resto de las satisfacciones.
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La expresión puede sonar más o menos cursi, pero no por ello deja de ser verdadera: el ser
humano tiene la rara capacidad de “extraviarse”. Cuando no gobernamos nuestro
temperamento a través de los hábitos, los acontecimientos externos y la fisiología terminan
gobernándonos, quedamos convertidos en las denostadas veletas.
La madurez no consiste en seriedad o amargura. Madurez significa el gobierno de las
emociones, afectos, pensamientos e impulsos. Gobernar no es aniquilar, es dirigir. El ser
humano maduro es como un velero que aprovecha los vientos externos, a veces en contra,
para dirigirse a donde él quiere. La personalidad es íntegra cuando la vida es un camino
pensado y no una especie de ruleta o juego de dados. El individuo que llega tarde al trabajo
dependiendo de si padeció insomnio o si amaneció lloviendo, no gobierna su vida, está
jugando a los dados con ella. Si es día de suerte y hay sol, irá a trabajar; si es día aciago y
hace frío, se quedará a dormir.
Ciertamente llevar una vida al estilo de la ruleta o los dados posee algún atractivo. El
problema es que con un modelo así no caben planes ni proyectos y cualquier lugar al que se
llegue será suficiente.
Aparentemente este individuo es libre, dueño de sus actos. La práctica nos muestra que tal
actitud esconde a personas de carácter débil “de poca personalidad”, que terminan
siguiendo la trayectoria que marcan los agentes exteriores. El drogadicto, por ejemplo, está
a merced de su adicción, destruye su vida, ya no es dueño de ella. El traficante, las drogas,
son los señores de su vida. Este es un caso extremo, pero en medio existe toda una gama de
abdicaciones, de entregas del propio yo al entorno, a la herencia, a la manipulación. El
carácter armado a partir de virtudes es la mejor manera de lograr la autoposesión, es la
única manera de saber que no llegaremos a donde no quisimos llegar. Autoposeernos no
garantiza que alcanzaremos infaliblemente nuestras metas. La vida no es una ruleta, pero
tampoco es un juego de ajedrez. Siempre persiste algún margen de error. Los hábitos
reducen este margen y permiten sobrellevar los fracasos.
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5.4.1 Trastornos psiquiátricos
La inestabilidad emocional o la falta de hábitos y fortaleza de la personalidad pueden tener
consecuencias graves. Existe una serie de trastornos patológicos de la personalidad que
requiere de intervención médica y profesional. Cuando alguien padece cualquiera de estos
trastornos, su voluntad está tan debilitada que a menudo no será capaz de salir adelante por
sus propios medios. Sólo los expertos pueden diagnosticar estos trastornos. Lo que aquí
presentamos es sólo un esbozo a manera de ilustración.
Las fobias, las obsesiones son ejemplos de patología. En estos casos el fóbico o el obsesivo,
vive en un mundo sin armonía. Podríamos decir que el sujeto es esclavo de sí mismo. La
lista de trastornos es enorme. Mencionaremos sólo algunos:
La paranoia sucede cuando hay desconfianza y suspicacia general ante el entorno y, por
tanto, se considera la intención de los demás como maliciosa. El paranoico cree, sin ningún
fundamento, que todos los que se relacionan con él lo van a engañar o a traicionar. También
el albergar rencores y no olvidar los insultos, injurias o desprecios, y ser incapaz de
perdonar y de reconocer que los otros son falibles, es una forma de paranoia.
La esquizofrenia consiste en la disociación de las funciones psicológicas, dando como
resultado lo que se llama doble o múltiple personalidad. Entonces el individuo se comporta
de una manera en un contexto y de otra completamente distinta en otro.
El narcisismo ocurre cuando la personalidad está exaltada por la necesidad de ser admirada.
Esto conduce a la falta de empatía con los demás. El narcisista es antisocial ya que nadie es
digno de ser su amigo, nadie es digno de relacionarse con él por no estar a su nivel. La
arrogancia o soberbia puede desembocar en esta patología, exagerando la importancia de
los logros personales como si nadie más pudiera hacerlos, o despreciando el éxito de los
demás.
La dependencia se genera por una fuerte incapacidad de estar solo. Una necesidad
enfermiza generalizada de que alguien se haga cargo de la vida del dependiente. En casos
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extremos el individuo es incapaz de tomar las propias decisiones y de asumir cualquier tipo
de responsabilidad, porque todo depende de otros.
Podríamos continuar con una larga enumeración de trastornos. En resumen, en todos estos
casos existe una desarticulación en la personalidad del individuo.
5.4.2 La manipulación y la ausencia de actitud crítica
Estamos irremediablemente inmersos en la publicidad. Es imposible ignorar la cantidad de
productos que se anuncian en nuestro entorno. La mayoría de esas promociones nos
presentan los productos como algo tan imprescindible, que no tenerlos sería sinónimo de
degradación. Todos sabemos que no es verdad. No por tener determinado automóvil o
marca de ropa, nuestra felicidad está garantizada.
Además de los trastornos mencionados en el apartado anterior, podemos identificar también
trastornos en la personalidad ocasionados por el entorno social. Es lo que se puede
denominar manipulación por sistemas políticos o económicos.
La fuerza de los medios de comunicación es evidente. Recordemos aquella narración
radiofónica de Orson Wells. Mientras el locutor leía el libro “La Guerra de los Mundos”,
muchos radioescuchas se alteraron creyendo que realmente nos invadían los extraterrestres.
La anécdota es elocuente: la fuerza persuasiva de los medios logró alarmar a las personas
que no distinguieron entre ficción y realidad. Ésa era la intención de Wells, y lo consiguió.
Somos testigos de cómo un mal uso de los medios de comunicación los convierte en una
herramienta efectiva de manipulación. El típico caso de manipulación mediática es el
nacionalsocialismo. Fue Goebels, el ministro de información de Hitler, quien afirmó: “una
mentira repetida mil veces, termina siendo verdad”.
La manipulación se contrarresta con autenticidad, con criterio, con reflexión. Estas
actitudes exigen carácter y una personalidad autónoma.
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Martín Heidegger, filósofo alemán, señaló que la búsqueda de lo fundamental en la
existencia humana se ve obstaculizada por lo que denominó existencia inauténtica. Ésta
consiste en un sometimiento del individuo ante lo social. Éste deja de actuar por su propia
iniciativa o convicción, y se deja llevar por una inercia impersonal que determina sus
acciones, gustos y metas. El individuo se aliena y pierde su personalidad: vive como “se”
vive, piensa como “se” piensa, se viste como “se” viste, etcétera. En él no hay nada
auténtico, nada que haya salido de su propia identidad, de su propia personalidad. Es un
error creer que para tener personalidad hay que ir en contra de los valores socialmente
aceptados. Ante la ausencia de originalidad, de identificación personal, de autoposesión, de
carácter, resulta más efectivo asumir una actitud creativa y crítica, pero siempre
propositiva.
El mismo Heidegger enunció algunas características de la impersonalidad: 1) La falsa
curiosidad que se refleja en un desmedido afán de novedad por la novedad misma; 2) La
charlatanería que consiste en hablar de las cosas sin una verdadera comprensión,
simplemente repitiendo lo que se dice, y lo que se oye; y 3) La ambigüedad que es cuando
ignoramos lo que se comprende y lo que no se comprende.
A fin de cuentas todas estas características no son más que una falta de actitud crítica.
5.4.3 Los vicios
Nadie nace vicioso. Los vicios son hábitos adquiridos por la repetición de actos
inconvenientes. Los vicios dañan la personalidad y, tarde o temprano, tienen un influjo
negativo en la vida social. Por eso mismo, los vicios no se adquieren deliberadamente. Se
desarrollan de modo inadvertido actuando recurrentemente en un mismo sentido.
No es común encontrar a una persona que quiera ser alcohólica, por poner un ejemplo. Pero
alguien sí puede desear beber y volver a beber, de tal manera que esa repetición provoque
una tendencia nueva en la persona. Tal tendencia puede arraigarse tanto que descontrole
todos los aspectos de la vida. Vale la pena hacer notar la importancia que tiene la propia
voluntad del individuo para poder salir de ese abismo, sin soslayar la ayuda externa que
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pueda recibir. Sólo queriendo dejar de ser vicioso se puede iniciar el camino de
rehabilitación.
Hemos puesto un ejemplo dramático como el alcoholismo. El ejercicio de la libertad
implica alternativas constructivas y destructivas. Tenemos tantas posibilidades de
realización como de vicio.
Aparentemente la adquisición de vicios podría confundirse con un reforzador ejercicio de la
libertad. “Yo bebo, porque yo quiero, y por lo tanto soy libre de beber”. Sin embargo, es
todo lo contrario a un fortalecimiento auténtico de la libertad. El daño más grave que nos
hacemos es la pérdida de decisión, de autodominio. Esa pérdida puede ser tan extrema que
alguien puede querer dejar de beber y no puede dejar de hacerlo. Esto realmente mutila la
libertad, no la acrecienta. Afortunadamente el ser humano puede superar sus vicios.
En un sentido amplio, también podemos hablar de vicios sociales. Se trata de prácticas
comunes en una determinada sociedad. El individuo los repite o hace suyos por la misma
fuerza social. Aun en esos casos, la libertad mantiene un margen de respuesta ante la
presión social. Por ejemplo, es frecuente dar dinero a un agente de tránsito para que nos
“perdone” la infracción. “Todos lo hacen”, podríamos pensar. “No pasa nada. Es común y
corriente”. “Sí, está mal” diríamos, “pero como todos lo practican no podemos evitarlo”. La
fuerza de la costumbre social no debe menospreciarse. Por eso son tan importantes líderes
positivos que rompan con la inercia de esos vicios sociales. La importancia de esta figura la
estudiaremos más adelante.
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Bibliografía recomendada
1. Aristóteles: Ética a Nicómaco, UNAM, México, 1994.
2. Boutot, A.: Heidegger, Cruz O., México, 1991.
3. Buber, M.: ¿Qué es el hombre?, Fondo de Cultura Económica, México, 1991.
4. Campbell, K.: Cuerpo y mente, UNAM, México, 1987.
5. De Botton, A.: Las consolaciones de la filosofía, Taurus, Madrid, 2001.
6. Dujou, N.: Atención, depresión, todo para evitarla, Ediciones Mensajero, Bilbao, s/f.
7. Eccles, J.: La evolución del cerebro: creación de la conciencia, Labor, Barcelona, 1992.
8. Goleman, D.: Inteligencia emocional, Vergara, México, 2000.
9. Heidegger, M.: Ser y tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, 1983.
10. Jonas, H.: El principio vida. Hacia una biología filosófica, Trotta, Madrid, 2000.
11. Linton, R.: Cultura y personalidad, Fondo de Cultura Económica, México, 1965.
12. López, I.: El descubrimiento de la intimidad, Aguilar, Madrid, 1952.
13. Lotz, J. B.: La meditación en la vida diaria, Guadalupe, Buenos Aires, 1966.
14. Marinoff, L.: Más Platón y menos Prozac, Ediciones B. S. A., Barcelona, 2000.
15. Pittaluga, G.: Temperamento, carácter y personalidad, Fondo de Cultura Económica,
México, 1992.
16. Platón: Apología, Gredos, Madrid, 2000.
17. Rogers, C.: El proceso de convertirse en persona, Paidós, Buenos Aires, 1961.
18. Séneca: Tratados morales, UNAM, México, 1946.
19. Séneca: Cartas morales, UNAM, México, 1953.
20. Sófocles: Antígona, Gredos, Madrid, 2000.
21. Tillich, P.: El coraje de existir, Estela, Barcelona, 1969.
22. Voltes, P.: Errores y fraudes de la ciencia y de la técnica, Planeta, Barcelona, 1995.
23. Wells, H. G.: La guerra de los mundos, Bruguera, Barcelona, 1981.
24. Williams, B.: Problemas del yo, UNAM, México, 1986.
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