NUEVA SOCIEDAD Número 42 Mayo - Junio p70-86

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NUEVA SOCIEDAD NRO.114 JULIO-AGOSTO 1991, PP. 84-93
Ciudad & ciudadanía. Análisis de
metrópolis del subdesarrollo
industrializado1
Kowarick, Lúcio
Lúcio Kowarick: Investigador brasileño (CEBRAP 1970-1975; CEDEC 1980-90).
Profesor Titular del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de San
Pablo. Autor de los siguientes libros, entre otros: Capitalismo y marginalidad urbana en América Latina, Las luchas sociales y la ciudad, Trabajo y vagancia.
La vivienda posee un rol estructurador en la condición y modo de vida de los trabajadores; sin embargo, su análisis no puede ser reducido a las así llamadas condiciones materiales objetivas.
De allí la necesidad de privilegiar la forma como grupos y sectores producen discursos plenos de significados y sentidos acerca de una realidad que sólo puede ser
entendida en tanto incluya su magnitud valorativa y simbólica.
En este sentido se discute la cuestión de la vivienda autoconstruida frente al arriendo en un conventillo o casa de vecindad - edificios estigmatizados como antros de
vicio e inmoralidad -. Estas dos figuras son contrastivas a partir del imaginario admitido alrededor de quien venció en la vida: el que con esfuerzo y perseverancia
construyó su vivienda. Finalmente el ensayo discute las relaciones entre espacio
privado - la casa - y el espacio público - la calle - considerando el contexto expoliador, excluyente y violento de ciudades como San Pablo.
Ser más o menos pobre depende de un conjunto de factores entre los cuales, el
triángulo formado por grado de instrucción, nivel de calificación profesional y
monto del ingreso constituye, como es obvio, el factor primordial. Pero este gran
farol que ilumina la condición material de vida está, a su vez, ligado a otros factores.
1
La idea de subdesarrollo industrializado fue inicialmente elaborada desde el punto de vista macroeconómico por Bresser Pereira (1977). Nosotros la retomamos con relación a las condiciones de vida
en las metrópolis (Kowarick y Campanario). El presente en sayo está profundamente inspirado en
la investigación realizada en el ámbito del CEDEC-DIESSE: Kowarick (coordinador), principalmente los capítulos de Bonduki y Silva Telles.
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El primero, de carácter histórico y con fuerte tradición cultural, es el factor biológico que habla respecto de la condición de sexo y edad; en las metrópolis del subdesarrollo industrializado el trabajo infantil, femenino y anciano, representa, en la
mayoría de las veces, una acentuada exclusión socioeconómica que se traduce en
niveles de remuneración más bajos, y en situaciones de subordinación en la medida en que su trabajo es percibido socialmente como accesorio y complementario.
El segundo, de carácter histórico y también coyuntural, se refiere a la dinámica económica, con sus momentos de expansión y recesión. Esta afirmación sólo es obvia
en apariencia, puesto que los retrocesos y los avances repercuten de manera diferente sobre los grupos, categorías o clases sociales, en función de la fuerza de sus
asociaciones sindicales y políticas para apropiarse de parte de la riqueza producida.
Es evidente, en este sentido, que en la sociedad brasileña la remuneración de la inmensa mayoría de los asalariados no acompañó los aumentos de la productividad
del trabajo o que, hasta en los momentos de expansión económica, haya habido deterioro, a veces, drástico, de los ingresos reales. O sea, además de la espiral inflacionaria que constituyó la trayectoria de los años 80, ya denominada de década más
que perdida, la sucesión de depresiones y crisis del período hizo que una mejoría
relativa en un año se perdiera totalmente en la siguiente etapa. Este hecho atestigua de forma evidente la frágil organización de los trabajadores de las fábricas,
bancos, oficinas, escuelas, tiendas u hospitales, para no hablar de las oficinas públicas, para defender el poder de compra de sus salarios. Las familias pobres de la
Gran San Pablo que en 1983 representaban 43%, decrecieron a un 26% como consecuencia del «boom» económico de 1986, y, al año siguiente, fruto de las falencias
del Plan Cruzado, la proporción volvió a ser la del inicio del período considerado,
año del auge de la crisis económica, cuando en la Región Metropolitana de San Pablo había más de un millón y medio de desempleados (Brandâo Lópes y Gottschalk).
Pero la noción de condición de vida no se reduce a lo aquí expuesto. Además de
los procesos socioculturales y políticos que serán explicados en el transcurso de
este ensayo, vale la pena señalar la ausencia o precariedad de lo que sólo con ironía
puede denominarse políticas sociales compensatorias. Entre éstas se destacan los
irrisorios montos correspondientes al auxilio de desempleo, pensiones y jubilaciones, o subsidios con relación a elementos urbanos básicos, de los cuales es importante destacar los limitados e inoperantes programas de habitación popular.
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Tomando en cuenta lo que fue esbozado anteriormente, la directriz analítica de
este texto apunta a afirmar que la vivienda en las metrópolis del subdesarrollo industrializado constituye un factor primordial en la condición de vida de los trabajadores: núcleo de sociabilidad primaria donde se procesa la organización de la
unidad familiar, y donde son forjados, ejecutados o frustrados múltiples proyectos,
cargados de con secuencias materiales y plenos de significados simbólicos. A pesar
de su importancia, ellos no se reducen a la inserción de los miembros de la familia
en el mercado de trabajo, a la continuidad o interrupción de los estudios, a la construcción y continua ampliación y reforma de la casa propia y que sólo por facilidad
de expresión pueden ser designados como estrategia de sobrevivencia.
Estas observaciones permiten colocar una segunda preliminar analítica, que no
deja de tener pocas consecuencias en la interpretación de los procesos sociales. Se
trata de extender el concepto de condiciones de vida; reproducción de la fuerza de
trabajo no es apenas la materialidad objetiva que se deriva primordialmente del
proceso de venta de la fuerza de trabajo y de su desgaste que, en caso de las ciudades, también supone el acceso a los bienes de consumo colectivo.
No cabe aquí discutir la compleja trama que recorren los caminos que unen objetividad-subjetividad pero, simplemente, debe repetirse cuantas veces sea necesario,
que las así llamadas condiciones materiales objetivas - la explotación del trabajo y
la expoliación urbana - son sólo materias primas que alimentan las acciones de forma extremadamente variada: entre las condiciones materiales de vida y la acción
de grupos, categorías o clases hay todo un proceso de producción de experiencias
que no está, de antemano, tejido en la tela de las determinaciones estructurales 2 .
Esto significa decir que las condiciones materiales objetivas, de por sí, no constituyen el motor de las transformaciones sociales, pues lo que importa es el significado
que ellas pasan a tener para múltiples y frecuentemente opuestos actores históricos: justicia, dignidad, carencias, moralidad, son cuestiones históricamente producidas, para sólo mencionar las interpretaciones de Moore Jr., Weil, Heller y Thompson. A pesar de sus diferencias, el denominador común de estas miradas en el aná2
«Quiero dejar claro que no considero posible deducir las luchas sociales de las determinaciones
macroestructurales, puesto que hay una ligazón lineal entre precariedad de las condiciones de existencia y los embates llevados adelante por los contingentes afectados por él. Esto, porque, más allá
de una situación variable y común de exclusión socioeconómica, los conflictos se manifiestan de diversa manera y, sobre todo, las experiencias de lucha tienen trayectorias extremadamente dispares,
apuntando a intervalos y salidas para las cuales las condiciones estructurales objetivas constituyen,
en la mejor de las hipótesis, apenas un gran paño de fondo. No se trata de desconsiderarla, sino de
reconocer que, en sí, la pauperización y la expoliación son apenas materias primas que potencialmente alimentan los conflictos sociales: entre las contradicciones imperantes y las luchas propiamente dichas hay todo un proceso de producción de experiencia que no está, de antemano, tejida en
la tela de las determinaciones estructurales». Kowarick 1984.
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lisis del proceso de subordinación, insubordinación reside en privilegiar la forma
como los sujetos vivencian, interpretan, crean señales positivas o negativas, producen discursos plenos de significados y sentidos acerca de una determinada realidad
que sólo puede ser entendida cuando también es vista a través de su magnitud valorativa y simbólica.
En otros términos: la reproducción de la fuerza de trabajo no se agota en las ecuaciones de la funcionalidad de la explotación capitalista. A final de cuentas, categorías como niños, jóvenes y mujeres, cada cual a su manera y a su tiempo, son más
promisorias en su potencial de historicidad cuando son vistas por un ojo que no las
reduce al halo más débil de la cadena que engrana al ejército industrial de reserva
con la mano de obra afiliada a la producción.
La casa propia, a su vez, proveniente del extremadamente penoso proceso de autoconstrucción, tampoco puede ser encarada apenas como un abrigo que protege a
los trabajadores contra la intemperie del sistema económico, ni, únicamente, como
modalidad que el capitalismo predatorio inventó en América Latina, para rebajar
los costos de la reproducción de la fuerza de trabajo. Esto es mucho más, pues si las
condiciones de vida no escapasen de las exigencias del proceso de acumulación, las
alternativas históricas de sumisión o revuelta contenido en las determinaciones
macroestructurales. Repitámoslo una vez más: las condiciones materiales objetivas
constituyen las fibras de las cuales el tejido permite múltiples colores y diseños.
Retomar la noción de expoliación urbana puede servir para aclarar el proceso de
producción de un discurso sobre una exclusión social (Kowarick 1979). Ella se refiere, inicialmente, a la ausencia o precariedad de los servicios de consumo colectivos que con el acceso a la tierra y a la habitación, se muestran como socialmente
necesarios a la reproducción urbana de los trabajadores. La idea allí contenida es
que no sólo existe la necesidad de tener acceso a agua potable o calles pavimentadas, clases de matemáticas, exámenes cardiológicos o endoscópicos; sino que ella
es una construcción histórica que deviene de las luchas sociales y, por lo tanto,
trasciende a una lógica que sería inmanente a la expansión del capitalismo en su
fase oligopólica3.
En este sentido, la expoliación urbana sólo puede ser entendida como una producción histórica que, al alimentarse de un sentimiento colectivo de exclusión, produce una percepción de que algo - un bien material o cultural - está fallando y es so3
Esto sería reducir los fondos públicos contenidos en los llamados salarios indirectos que caracterizan el Weltfare State a las necesidades de la economía oligopólica que se forjan después de la Segunda Guerra Mundial, inicialmente en los países más desarrollados. V. Oliveira 1988.
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cialmente necesario. De esta forma, la noción contiene la idea de que el proceso expoliativo resulta de una sumatoria de extorsiones, es decir, retirar o dejar de proveer a un grupo, categoría o clase lo que éstos consideran como derechos suyos. No
en la acepción propiamente de legislación positiva, sino en el sentido de una percepción colectiva según la cual existe legitimidad en la reivindicación de un beneficio y que su negación constituye una injusticia, indignidad, carencia o inmoralidad:
lo legítimo puede institucionalizarse y hasta transformarse en norma jurídica, lo
que sin duda es fruto de embates y debates políticos extremadamente importantes
en la dinámica de extensión de la ciudadanía; pero igualmente vital es el lento, oscilante y contradictorio proceso de desnaturalización de la violencia que impregna
la banalidad de lo cotidiano en las metrópolis del subdesarrollo industrializado.
Vivienda: el mundo del ciudadano privado
La vivienda es el mundo de la sociabilidad privada, lo que significa decir ayuda
mutua, peleas, rivalidades, preferencias, tristezas, alegrías, fastidios, planes, sueños, realizaciones. Por otro lado, es abrigo contra las tempestades del sistema económico. Pero también es el locus donde se condensa la producción de discursos en
los cuales la casa propia es valorizada en relación a la vivienda alquilada y donde
se diseña la llamada estrategia de sobrevivencia: quién sale para trabajar, quién se
queda para cuidar a los niños, quién viene a vivir, quién tiene prohibido el ingreso
en la casa.
La inserción en el mercado de trabajo es sin duda el punto crucial y hacer horas extras, vender vacaciones, cambiar de empleo, son opciones realizadas en la mayoría
de las veces dentro de márgenes extremadamente limitados, pero también cargadas de valorizaciones que no son apenas de cuño monetario. Por otro lado, el ciclo
de la vida y la composición sexual de la unidad familiar constituyen factores biológicos centrales en la configuración de las condiciones de vida. Pero ellos también
están cargados de valores, de los cuales el más dramático tal vez sea la determinación social de la condición de vejez para aquellos que aún poseen el pleno vigor de
su energía física y mental. O el aislamiento, la marginalización y desprestigio de la
existencia senil, la mayor parte de las veces en dependencia monetaria de hijos o
parientes. O, aún, la subremuneración del trabajo infantil, juvenil y de la mujer.
Se condensan también en un modelo de familia, ciertamente en crisis, pero seguramente todavía bastante presente, en la tradición machista de nuestra América: al
jefe masculino cabe el papel de proveedor de los bienes de consumo esenciales; a la
madre, las tareas domésticas en el caso de hijos pequeños y el trabajo obtenido y
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considerado como complementario, dentro o fuera del domicilio, cuando los hijos
ya mayores salen para la escuela - conjugando el estudio con tareas ocasionales -.
Modelo valorizado por una división etaria y sexual del trabajo, pleno de significaciones tradicionales, material y culturalmente en crisis, pues proveer para todos
constituye para la mano de obra empobrecida algo sólo realizable en casos excepcionales, lo que hace del llamado trabajo complementario una actividad importante
y permanente.
El ciclo y la composición de la unidad familiar van también, en buena medida a
condicionar dónde vivir: solteros y parejas jóvenes sin hijos, frecuentemente, en viviendas de alquiler, muchas veces en casas de vecindad o ranchos, como también
las personas de edad que no consiguieron, en el transcurso de sus vidas, construir
sus casas propias y no son aceptadas o no tienen hijos, yernos o nueras que les
quieran o puedan acoger.
La casa propia
Parejas jóvenes con hijos pequeños, por su parte, no raras veces viven en cuartos
cedidos, en los fondos de la casa paterna, reproduciendo por un momento a la familia extensa, paso importante para pasar al embrión en madera o hasta para el
rancho provisional erguido en algún loteamiento de las múltiples periferias: lejos
de las paradas del autobús, distante de los locales de empleo, con grandes declives,
sujeto a erosiones, circundado por calles siempre enlodadas o polvorientas, sin iluminación. El lote es casi siempre clandestino desde el punto de vista de la legislación urbanística, aunque es propio. En él, la familia con ayuda de los parientes,
amigos y coterráneos, en lo que irónicamente se llama tiempo libre, durante 25 ó 30
años, lentamente, se va ampliando o reformando una casa llena de significados. Y
este largo y tortuoso proceso de auto-construcción debe ser iniciado temprano,
cuando la familia es joven, volviéndose cada vez más improbable cuando avanza la
edad de su jefe.
Mucha tinta fue y continúa siendo gastada para pintar el cuadro negro de la autoconstrucción de viviendas. La rebaja del costo de la reproducción y la dilapidación
de la fuerza de trabajo provenientes del sobre-trabajo gratuito, así como la disparidad entre el valor cristalizado en la vivienda y su precio de mercado son temas recurrentes y consistentes (v. Pradilla Cabos 1982).
Sin negar la procedencia de estas afirmaciones, vale la pena, con todo, sugerir que
pueden existir nuevos horizontes teóricos a ser explotados: «Mi sueño es construir
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una casa; vivir alquilado sólo trae perjuicio...» Frases como ésta son repetidas miles
de veces en todas las ciudades brasileñas todos los días, hace por lo menos 40 ó 50
años, cuando la producción de viviendas de alquiler destinadas a los sectores pobres entra en declinación, al mismo tiempo en que adquiere activa importancia la
construcción de viviendas a manos de sus propietarios.
Frase llena de significados. En primer lugar, porque es posible afirmar que la mercancía habitación, hecha por el tortuosos y sacrificado proceso autoconstructivo, es
el único bien material cuyo precio aumenta al mismo tiempo en que es consumido:
ya sea a través del trabajo realizado en las constantes ampliaciones y mejorías, o
sea por la vía de bienhechurías urbanas que, bien o mal, con el tiempo, acaban alcanzando este o aquel loteamiento. No estoy diciendo que las mejoras inyectadas
en el tejido urbano por el poder público dejaron de causar la expulsión de muchos
habitantes de las zonas periféricas o que la valorización de los inmuebles no está en
el centro de la dinámica especulativa que favorece a pocos medios y grandes propietarios. Tampoco estoy afirmando que el valor pueda ser menor que el precio de
las viviendas autoconstruidas, no obstante considerando que esta relación pueda
ser extremadamente variable en el tiempo y en el espacio.
Voy al punto: por caminos tortuosos la casa autoconstruida puede ser la mejor,
pues es la única posibilidad de inversión, en la medida en que los gastos de alquiler no llevan a ninguna forma de ahorro, además de la enorme inestabilidad de
esta forma de vivienda. Resta la favela que, pese a la creciente mercantilización del
alquiler de ranchos, del acceso al lote y de los materiales de construcción, continúa
siendo la opción más barata, pero, junto con la casa de vecindad - inquilinato o
conventillo - constituye el último reducto de la escala habitacional por las deterioradas condiciones materiales y simbólicas de existencia presentes en estas modalidades de habitación.
Repitiéndolo una vez más: no se está negando la expoliación urbana inherente a la
autoconstrucción, pero no se puede negar también que esta solución habitacional, a
diferencia de las otras señaladas anteriormente, después de un determinado momento puede representar un gasto monetario extremadamente bajo por parte de la
familia propietaria; restringido a los gastos de mantenimiento de la vivienda.
Como ya fue mencionado, su constante ampliación lleva varias décadas, fruto de
aquello que puede ser designado de trabajo cristalizado por el conjunto de la unidad familiar a lo largo de un tiempo que cubre a más de una generación: se trata de
un extenuante proyecto de vida, pero que frente a las demás alternativas habitacionales recompensa la energía desprendida a medida que se van acumulando bienes.
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Hasta en las fajas de remuneración más bajas, a medida que el tiempo avanza, las
casas pueden dejar de ser precarias para ganar una mejor condición de habitabilidad (Bonduki).
Victoria de una moralidad
Ya fue mencionado que la casa resulta apenas un abrigo contra las frecuentes tempestades del sistema económico, pero sin embargo no deja de serlo de todos modos; resulta significativo que las familias residentes en casas propias resisten mejor
a las crisis derivadas de enfermedades, accidentes de trabajo, desempleo o de la
condición de la vejez; circunstancias que frente a la situación de alquiler pueden representar una verdadera catástrofe personal y hasta familiar: no es por casualidad
que los habitantes de las favelas y de casas de vecindad provienen más frecuentemente de viviendas de alquiler que de la casa propia, pues varios estudios y observaciones llevan a afirmar que esta condición de vivienda permite arreglos más adecuados para enfrentar la dinámica expoliativa y empobrecedora de una metrópolis
como San Pablo, típica del subdesarrollo industrializado.
Además de cierta seguridad contra las llagas del sistema económico y de la acumulación material, la casa propia conduce más fácilmente a una configuración sociocultural apoyada en los símbolos emblemáticos de quien venció en la vida. Es la
victoria de una moralidad que valoriza a la familia unida, pobre aunque honesta, al
trabajo disciplinado, en fin, la victoria de la perseverancia que lleva a la conquista
de la propiedad. Es la respetabilidad del ciudadano privado que, con el esfuerzo
familiar, levantó las paredes y el techo que representan real y simbólicamente la
protección contra los peligros y violencias de la calle, la a ruidos tranquilidad de la
televisión dominical, la sociabilidad de la vida íntima y, al final, la esperanza de
mayor seguridad en la vejez.
Por otro lado, la ya mencionada situación de perjuicio, asociada a la casa alquilada,
tiene un fuerte fundamento real: los inquilinos cuando se encuentran desempleados o jubilados están más sujetos a la movilidad socioeconómica descendiente.
Son, también, fácilmente expulsados por los propietarios cuando no pueden pagar
los alquileres. Esto porque en las metrópolis del subdesarrollo industrializado, a
medida en que se baja la jerarquía de rendimientos, los derechos inherentes a la
Ley de Inquilinato tienden a ser substituidos por lo que puede llamarse «legislación de la selva urbana». Todo esto determina que la vivienda de alquiler sea un
espacio cultural poco valorizado, donde las frecuentes mudanzas tienden a desenraizar a las personas y, tal vez hasta a dificultar una consolidación más efectiva y
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afectiva de los lazos familiares, elemento básico para enfrentar al cotidiano expoliativo de nuestras ciudades.
Vale la pena insistir en los significados simbólicos de la vivienda. Hogar, privacidad. Sobre la casa propia se ilumina lo imaginario de la disciplina y del suceso
mientras que sobre las casas de vecindad cae la imagen de una pobreza culpable
del fracaso que necesita vivir amontonado, donde se mezclan edades y sexos. Considerados como locales que favorecen hábitos dudosos, rupturas y desorganización
familiar, espacio de promiscuidades, las habitaciones colectivas, con sus múltiples
y congestionados cubículos, son particularmente estigmatizadas como locales de
inmoralidad; de ahí el siguiente paso de sospecha de vicio y criminalidad4.
Ciudadanía y viejas formas de asentamiento
La década de los 80 en San Pablo trajo transformaciones de gran significación socio-espacial: los niveles de pobreza disminuyeron más en las zonas periféricas de la
ciudad, no obstante los contingentes de baja remuneración continúan siendo más
numerosos en las áreas más externas del municipio. Esto ocurrió porque, por un
conjunto de factores - aumento del precio de la tierra, del tiempo y costo de los
transportes colectivos, de una legislación más rigurosa con relación al parcelamiento del suelo, y de la propia pauperización - la autoconstrucción, que fue la modalidad dominante de vivienda en los años 50-70, en épocas más recientes, sufrió, si no
un agotamiento, por lo menos una reversión considerable. Por otro lado, la casa de
vecindad adquirió un incremento digno de atención: sus habitantes sumaban 1,7
millones en 1980, excediendo los tres millones al final del decenio - 28% de los habitantes de San Pablo. De ahí que la pobreza crezca relativamente más en el centro
de la ciudad, barrios en los cuales el incremento demográfico fue también, por primera vez, después de varias décadas, igual a aquel verificado en las zonas periféricas 5(Rolnik et al.).
4
A pesar de no exclusivos, los discursos construidos acerca de la intimidad en la vivienda parecen
tener un fuerte poder en la separación de lo que es tenido como orden y desorden social: «Llama la
atención en todo esto la noción de «trabajador honesto», de «jefe de familia responsable» o de «pobre ordenado», está cargada de un contenido de moral que hace referencia a una noción de orden
de vida legítimo construido enteramente desde la perspectiva de la vida privada» (Silva Telles
1990). Las favelas continúan siendo también estigmatizadas como áreas de vicio, vagancia y delincuencia. Pero por lo menos en el caso de San Pablo, esta visión parece haber sido mas fuerte en los
años 70. Las organizaciones reivindicatorias y los programas de urbanización de las favelas, desarrolladas en los años 80, disminuyeron este imaginario discriminatorio que paso a caer, a mi entender, particularmente sobre las casas de vecindad de las áreas centrales de la ciudad.
5
En cuanto al incremento demográfico, las tasas anuales de crecimiento geométrico fueron: en el
anillo interior del municipio, que corresponde a las zonas más centrales de la ciudad: 1.26% entre
1970-80, saltando para 3,36% entre 1980-87; en los mismos períodos, el aumento en las zonas periféricas fue de 7,42% disminuyendo para 3,78% en la década de los 80 (Rolnik et al. p. 37).
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No se trata de analizar en este ensayo los nuevos derroteros de la desigualdad en
San Pablo Con todo, puede ser conveniente alertar sobre el hecho de que este nuevo patrón que reproduce viejas formas de asentamiento urbano, propias de los primeros tiempos de la industrialización, tal vez sea una modalidad de expansión que
va a reflejarse en otras metrópolis brasileñas y latinoamericanas donde la autoconstrucción de viviendas encuentre crecientes obstáculos para efectivarse de forma
masiva.
Tal hecho deberá tener significativas consecuencias socioculturales y políticas,
pues representa para millones de personas el término del sueño de la casa propia,
y la consiguiente permanencia en cubículos de alquiler o en ranchos de favelas. Es
decir, como dijimos anteriormente, está haciendo crisis una extendida trayectoria
de vida extremadamente dominante en las décadas pasadas, apoyada en el esfuerzo y en las recompensas materiales y simbólicas de la conquista de la propiedad
privada. Con todo, esta indagación sólo puede permanecer en el campo de las preguntas que deben esperar por investigaciones más sistemáticas y abarcadoras, incluso porque vivir en casas propias o en casas de vecindad puede constituir condiciones de vida extremadamente dispares no sólo entre sí, sino también dentro de la
misma situación de vivienda.
No obstante esto, la expansión y consolidación en masa de una modalidad extremadamente expoliativa de habitación, marcada por la falta de higiene y de privacidad, por la inestabilidad en la continuidad de estadía donde ciertamente es más
frecuente la ley de la selva urbana; una modalidad de vivienda socialmente bastante desvalorizada, foco especial de la atención policial y de un discurso que discrimina estos edificios como núcleos de degeneración, la acumulación de personas en
las casas de vecindad de las áreas centrales de la ciudad constituye el contrapunto
del proceso anterior y que, ciertamente, también ha tenido y tendrá enorme peso
material y simbólico sobre los que allí habitan.
No cabe duda de que es una gran falacia cualquier ligazón mecánica entre tipo de
vivienda y base de articulación de determinadas concepciones sociales o políticas,
porque además de muchos otros procesos intervinientes, los múltiples sectores de
las áreas centrales de la ciudad son dispares en relación a sus patrones de renta y
grados de deterioro urbano, como en lo que concierne a las dinámicas diurnas y
nocturnas de su vida cotidiana.
Con todo, vivir en habitaciones colectivas representa, sin duda, una evidente condición discriminatoria para la existencia. De esta forma, tal vez no sea descabellada
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la afirmación de que estos edificios de vivienda constituyen núcleos capaces de dinamizar la producción de percepciones de carácter más colectivo. En este sentido,
ya se relacionó el apoyo a interpelaciones políticas de cuño autoritario moralista, el
janismo de los años 80, con formas de inserción urbana presentes en algunos barrios situados «del otro lado de la ciudad». Se trata de una identidad social fuertemente marcada por el resentimiento que proviene de un trazo inferiorizador del
status como consecuencia de una residencia «mal localizada» (Pierucci 1989).
Así, parece plausible suponer que la forma de vida en las casas de vecindad difícilmente será un atributo neutro en la articulación de las llamadas concepciones del
mundo. Sin duda, los reflejos sociales y políticos de esta discriminatoria situación
de habitabilidad irán a depender de los embates y debates que atravesarán los escenarios de esta ciudad, donde en sus áreas más céntricas se concentra una creciente masa de personas. Por ahora poco se puede decir acerca de sus matrices discursivas, pero es posible que ellas no excedan apenas de una situación habitacional
marcadamente insalubre y promiscua, donde impera la ley de la selva urbana: lo
que puede ser designado como estigmatización de status de ciudadano como morador urbano, que se condensa en la dimensión imaginaria que promueve una lectura de la casa de vecindad en tanto germen de dudosa moralidad y foco de transgresión, es algo que puede tener un peso considerable en la construcción de las
identidades y percepciones de sus habitantes.
Ciudadano privado, subciudadano público
Hay más conocimientos acumulados acerca de los procesos socioculturales y políticos ligados a la autoconstrucción de la vivienda realizada en las zonas periféricas
desprovistas de bienhechurías públicas; pero en este punto también se debe tener
cuidado al generalizar, porque, entre otras cosas, las múltiples zonas y barrios de la
ciudad tienen diversas experiencias como las luchas llevadas adelante por movimientos sociales y partidos políticos, esto para no hablar de la presencia de la Iglesia y de la propia acción del Estado.
Con todo, dentro de esta enorme diversidad social que se esconde por detrás de la
casa autoconstruida, resurge con pleno vigor lo que antes fue llamado ciudadano
privado; aquel que, con su esfuerzo y perseverancia venció, pues levantó durante
muchos y penosos años su propia casa. Núcleo de sociabilidad basada en contactos
primarios, la familia, ella encarna la realización de un proyecto individual de existencia: la seguridad real y simbólica de la propiedad.
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Entretanto, hay que decir que la idea de «ciudadano privado» es una paradoja,
pues los términos contenidos en el binomio son incompatibles entre sí. El concepto
de ciudadanía apela a destinos y proyectos históricamente compartidos, a procesos
de conquista colectivos, al principio de alternidad basado en una concepción de
universalidad cuyo fundamento es el derecho a tener derechos: «ciudadanía» apela
a la condición de cosa pública (Arendt 1989). Al contrario, privado tanto significa
particular como restricto; que habla respecto a pocos y que alude a lo aislado, lo
oculto, como una condición de exclusión, pérdida o privación. En ambas acepciones el término constituye la inversión de los principios de extensión de la ciudadanía.
Pero la incompatibilidad de los términos tiene su razón de ser: nos volvemos ciudadanos privados - impregnados por la moralidad naturalizada de la cual nos habla Da Matta (1987, p. 21) al caracterizar a la ética del mundo de la casa - porque en
el espacio público «somos rigurosamente 'subciudadanos'».
Sin lugar a dudas, en contraposición a la seguridad del espacio privado - la casa la violencia del espacio público - la calle - es una de las principales características
del día a día de las metrópolis del subdesarrollo industrializado: en ellas el espacio
publico constituye la negación de la ciudadanía. Es la banalidad de la violencia cotidiana de las horas derrochadas en el trayecto que une la casa al lugar de empleo,
es el ritmo, la jornada de trabajo y la remuneración resultante; esto para no hablar
del descarte precoz de la fuerza de trabajo o sobre los asaltos, estupros, asesinatos
y la impunidad y truculencia de la acción policial. Además de la violencia en éstos
y en otros innumerables aspectos, el espacio público es sinónimo de irrespeto y de
miedo. Miedo de enfermarse, de quedar desempleado, accidentado o atropellado,
preso, torturado, miedo de ser tachado de marginal o entrar en los caminos de la
criminalidad. Irrespeto en las filas; de las burocracias; a los peatones y consumidores por parte de aquellos que son social y económicamente superiores - «¿usted
sabe con quién está hablando?»6.
La desigualdad de hecho frente a la ley destruye la creencia en los derechos básicos
y en la propia idea de justicia. En el ámbito del sistema político la apropiación privada de la cosa pública socava las concepciones más elementales de República.
Desmoraliza las reglas y los valores inherentes a las instituciones democráticas y
hace del juego político partidario algo distante, cuando no excluyente, sucio e inmoral; percepciones que tienen un amplio grado de fundamentación en una sociedad de largo amparo autoritario, clientelístico y oligárquico como la brasileña; el
6
Un texto esencial: Da Matta 1975. Cf. también O'Donnell.
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espacio público continúa regido por los «principios de la cordialidad» como nos
enseña Buarque, cuya fundamentación, lejos de estructurarse en reglas explícitas y
universales, se basa en criterios de inclusión y exclusión de derechos y deberes
marcados por el favoritismo y, por lo tanto, por la arbitrariedad y la violencia7
Así, la organización familiar diseñada en torno a la casa propia es vista como un
resguardo contra los atropellos, los temores y violencias que caracterizan la vida en
las calles. Claro está que las luchas que se emprenden en los barrios y en el mundo
del trabajo representan avances reivindicatorios y organizativos importantes en la
defensa y conquista de derechos básicos. Pero, por otra parte, no se puede negar
que muchos alistamientos políticos, embates por mejoras urbanas o huelgas, representan también experiencias de decepción. descrédito o hasta derrota. En este sentido, también debe ser recordado el fuerte y arraigado título que cae sobre las clases trabajadoras tenidas y habidas como desordenadas o contestatarias en los momentos en que luchan para conquistar sus reivindicaciones. Por eso el temor de las
causas públicas, la valorización de lo privado como espacio de seguridad. Por eso
«el encapsulamiento de la vida social» en la sociabilidad primaria de la familia8 .
La casa propia - esfuerzo acumulado durante muchos años, símbolo de victoria constituye un refugio de características eminentemente defensivas en metrópolis
del subdesarrollo industrializado, cuya característica básica es hacer del espacio
público un espacio eminentemente excluyente y violento. Así, debido a la condición generalizada de subciudadanía, la adquisición de una imagen de moralidad y
dignidad tiende a cristalizarse a partir de los valores y símbolos edificados en torno a proyectos individuales: es el primado del ciudadano privado.
¿Proyecto tradicionalista, conservador? Tal vez si, tal vez no. Pero indiscutiblemente un proyecto todavía masivo y en crisis y, por lo tanto, de enormes consecuencias
socioculturales y políticas.
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Para una interpretación acerca de la actualidad brasileña ver también Reis.
Vale la larga cita: «... ese encapsulamiento en el universo privado de la familia registra y traduce en
el plano simbólico las condiciones imperantes en una sociedad en que el capital socava... las posibilidades de constitución de una vida pública que se abra inclusive para la vida política y sindical, en
que anida una concepción corporativa y restricta de ciudadanía, ... una tradición en la cual la política es vista como asunto privado,...la criminalización, estigmatización de las clases trabajadoras, periódicamente transfiguradas, en momentos de movilización popular, huelguista o sindical, en las
«clases peligrosas» a ser reprimidas y combatidas» (Silva Telles, p. 415).
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NUEVA SOCIEDAD NRO.114 JULIO-AGOSTO 1991, PP. 84-93
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Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad Nº 114 JulioAgosto de 1991, ISSN: 0251-3552, <www.nuso.org>.
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