reforma del sistema de pensiones

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REFORMA
Reforma del sistema
de pensiones
Rocío Dívar Conde
Letrada de la Seguridad Social
Diciembre 2011
La Fundación Ciudadanía y Valores como institución independiente, formada por
profesionales de diversas áreas y variados planteamientos ideológicos, pretende a
través de su actividad crear un ámbito de investigación y diálogo que contribuya a
afrontar los problemas de la sociedad desde un marco de cooperación y concordia
que ayude positivamente a la mejora de las personas, la convivencia y el progreso
social
Las opiniones expresadas en las publicaciones pertenecen a sus autores, no representan el
pensamiento corporativo de la Fundación.
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Sobre la autora
Rocío Dívar Conde es licenciada en Derecho y Letrada de la Seguridad
Social. Actualmente está destinada en la Dirección Provincial del Instituto
Nacional de la Seguridad Social de Barcelona.
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REFORMA DEL SISTEMA DE PENSIONES
Rocío Dívar Conde
Letrada de la Seguridad Social
INTRODUCCIÓN
El objetivo de este ensayo es analizar la situación actual del sistema de la
Seguridad Social en España y proponer medidas de reforma que ayuden a
garantizar su viabilidad.
Algunas de las que se propondrán serán relativas a la corrección de
deficiencias de prestaciones concretas; podría decirse que sencillas desde un
punto de vista técnico y aplicables a corto plazo. Otras, por el contrario, tendrán
un calado más profundo, por ser propuestas de reforma que se referirán a la
estructura misma del sistema, como iremos viendo.
En su definición más clásica, la Seguridad Social es un sistema público de
protección ante situaciones de necesidad. En la mayoría de los casos estos
supuestos consisten en una ausencia de recursos relacionados con la
imposibilidad de realizar un trabajo; por causa de enfermedad, de maternidad,
o por haber llegado a la edad de retiro…
Ésta es la regla general que conviene subrayar; la Seguridad Social en España
tiene carácter profesional. Además de este carácter profesional, nuestro
sistema tiene carácter contributivo; los trabajadores aportan mensualmente una
cantidad económica en concepto de cuota, que sirve para sufragar el sistema,
así como su pensión futura.
Estas nociones básicas -y conocidas –nos llevan al tercer carácter clave del
sistema en España: nuestro sistema es un sistema de reparto puro.
Los sistemas de pensiones en derecho Comparado se dividen, haciendo un
resumen un tanto reduccionista, en dos grandes grupos: los sistemas de
capitalización y los sistemas de reparto. Cada uno de ellos puede presentarse
de forma pura, o bien combinando características de uno u otro.
Así, un sistema de reparto es aquél en el que la práctica totalidad de los
ingresos por cuotas se reparten en el pago de las prestaciones de los actuales
beneficiarios. Éste es el sistema que rige en España. Un modelo que tiene
como fundamento el principio de solidaridad y, dado su carácter mutualista,
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permite que la suma de las aportaciones de todos posibilite atender las
necesidades de quiénes tienen menos recursos.
Los sistemas de reparto presentan cómo problema fundamental la dificultad de
garantizar su sostenibilidad a largo plazo. Problemas que pueden derivar, sin
duda, de la escasez de fuentes de financiación en tiempos de crisis, pero
también de cuestiones tan complejas como las demográficas o el
envejecimiento de la población.
Un segundo modelo de sistema de pensiones es el denominado sistema de
capitalización. En este caso, las cuotas que se ingresan mensualmente por los
trabajadores se dirigen a engrosar -aunque no en su totalidad -una cuenta
personal que financiará su futura pensión. Se trata por lo tanto, de un sistema
de ahorro exclusivamente individual.
La principal crítica que puede hacerse a este sistema de capitalización puro es
que olvida por completo el principio de solidaridad, que está en la base de todo
sistema de Seguridad Social.
Pero no es la única crítica. Estos sistemas de capitalización plantean también
problemas como las dificultades de gestión que para el Estado puede suponer
la existencia de tantas cuentas individuales como trabajadores, o el riesgo
inflacionista entre otros.
Además, podríamos incluso hablar de un tercer modelo, que combinaría el
reparto y la capitalización. Existen ejemplos de distintos países de la Unión
Europea que, animados por importantes instituciones entre las que destaca la
OCDE, han procurado incluir a lo largo de la última década instrumentos que
permiten el desarrollo de medidas de ahorro individual que sirvan de
complemento para la pensión pública. De esta manera, han reforzado el
carácter de capitalización de sistemas inicialmente concebidos como de reparto
puro.
Podemos encontrar también ejemplos contrarios como el de Chile. Este país
partía de un sistema de cuentas personales y ha introducido un seguro
obligatorio y de carácter solidario, que ha venido a completar su sistema
anterior.
Pues bien, el sistema español es, como se ha dicho, de reparto puro. La
práctica totalidad de las cantidades ingresadas se destinan al pago de las
prestaciones de los actuales pensionistas. Con las cantidades sobrantes se
crea un fondo que sirve para hacer frente a complicaciones futuras. La
situación española es, por lo demás, bien conocida; el envejecimiento de la
población es un problema estructural al que no puede hacerse frente a corto
plazo. Para afrontar el pago de las pensiones es conveniente y necesario, que
aumente, y además de manera constante, la población activa, lo que se revela
harto complicado y no sólo en periodos de crisis.
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Éste es el contexto en el que debemos plantear las reformas del sistema,
prevenidos en cualquier caso, de que los defensores de uno y otro modelo son
irremediablemente detractores del contrario, lo que dificulta proponer
soluciones.
Realizado este breve análisis de la situación actual señalamos que, aunque no
es posible dar solución a todos los problemas que podamos plantearnos,
podremos proponer algunas reformas. Éstas respetarán siempre nuestro
sistema de reparto actual y se dirigirán; por un lado, a corregir defectos o
abusos de concretas prestaciones (nos centraremos en las de jubilación y
viudedad); y por otro, a plantear algunos cambios que tiendan a facilitar un
complemento a las pensiones públicas.
JUBILACIÓN
Comenzamos por la pensión de jubilación que es la mayor preocupación, tanto
para los beneficiarios del sistema como para sus gestores.
Esta pensión vitalicia se obtiene, como es sabido, cuando cumplida una
determinada edad, se produce el cese en la prestación de servicios, siempre
que se haya cotizado por un tiempo mínimo. El cálculo de la pensión se efectúa
atendiendo a las cotizaciones que el trabajador ha venido ingresando y puede
incrementarse en función del número de años trabajados.
La Ley General de la Seguridad Social (RD 1/1994, de 20 de junio) enumera
las distintas modalidades de jubilación que de manera fragmentaria,
desordenada incluso, se han ido incorporando a nuestra legislación. Se
completa con lo dispuesto en la Ley de jubilación gradual y flexible (Ley
35/2002, de 12 julio). Mención especial merece la Ley 27/2011 de 1 de agosto
sobre adecuación y modernización del sistema de la Seguridad Social. Esta
norma reciente, que no entrará en vigor hasta el 1 de enero de 2013, eleva la
edad de jubilación ordinaria de los 65 a los 67.
No obstante, la edad mínima puede ser rebajada en supuestos especiales que
agrupamos bajo el epígrafe jubilación anticipada. Lo único que tienen en
común es que el trabajador puede lucrar esta pensión antes de cumplir la edad
legal y siempre que se cumplan el resto de los requisitos que la ley exige.
Algunas tienen como fundamento la peculiaridad del trabajo que se
desempeña; otras fueron concebidas como medidas de fomento de empleo.
La legislación vigente distingue los supuestos siguientes; jubilación anticipada
por razón del grupo o actividad profesional, jubilación anticipada de
trabajadores discapacitados ,jubilación anticipada por tener la condición de
mutualista, jubilación anticipada sin tener la condición de mutualista, jubilación
parcial, jubilación especial a los 64 años, jubilaciones anticipadas desde el 1 de
enero de 2004, por expediente de regulación de empleo.
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Tras la aprobación de la Ley 27/2011, todos estos supuestos quedan reducidos
a dos modalidades de acceso: la que tiene su origen en un cese en el trabajo
por causa no imputable al trabajador; y la que se deriva de la propia voluntad
del interesado. En el primero de los casos, la edad de acceso a la jubilación se
anticipa a los 61 años; y en el segundo, a los 63. No entrará en vigor, como
decimos, hasta el 1 enero de 2013.
La “jubilación flexible” es posiblemente la figura más interesante de todas las
que contempla la legislación de jubilación y sin embargo es la que menos
incidencia ha tenido en la práctica. Se trata de aquellos casos en los que,
habiéndose accedido a la jubilación ordinaria, se permite compatibilizar la
pensión con la realización de un trabajo a tiempo parcial. El trabajador percibe
la pensión, aunque minorada, y continúa trabajando. Es una medida realmente
útil dado que, se alarga la vida activa de un trabajador que por otro lado
continúa cotizando lo que supone que continúe aumentando la cuantía de su
pensión.
En supuestos como la jubilación anticipada, como ya se ha señalado, se
adelanta la edad de acceso a la pensión, cuando se cumplen el resto de
exigencias legales. Parece una figura razonable, aunque debe limitarse de
manera estricta a ciertos colectivos como los trabajadores desarrollan
actividades más penosas.
Distinto es el supuesto de la prejubilación. En estos casos se produce un cese
en el trabajo cuando todavía no se reúnen todos los requisitos de acceso a la
jubilación ordinaria o anticipada. Generalmente se procede al despido de un
trabajador y éste pasa a percibir prestación de desempleo, a la que se suma
una retribución mensual que la empresa se compromete a pagar.
Esta modalidad, de la que se ha abusado en los últimos años de una manera
alarmante, no obtiene el rechazo de algunos trabajadores porque en muchos
casos mantienen unos ingresos mensuales muy similares a los que percibían
cuando trabajaban.
Todas estas prácticas son costosísimas para el erario público. No faltan
quienes defienden que el percibo de esta pensión supone la aplicación de
coeficientes reductores que son un ahorro para el Estado. No es así. Lo cierto
que no hay sistema que aguante bolsas de trabajadores expulsados del
mercado de trabajo a edades tan tempranas teniendo en cuenta que por un
lado, dejan de cotizar, y por otro, pasan a percibir pensiones vitalicias a cargo
del sistema.
Por ello, entendemos que deben suprimirse medidas de este tipo y proponerse
precisamente las contrarias; las que vayan dirigidas a la prolongación de la vida
activa y a desincentivar la jubilación anticipada.
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En cualquier caso, la regulación de la pensión de jubilación que brevemente
hemos analizado es particularmente rígida en España, si la comparamos con
los países de nuestro entorno. Principalmente, porque no se concede ningún
peso a la propia autonomía del trabajador y no se le incentiva para que opte
por aumentar la cuantía de las cuotas o alargar voluntariamente su vida laboral.
Respecto la primera de estas cuestiones, es la legislación la encargada de
establecer una cuantía fija que, en concepto de cuota, debe abonar cada
trabajador. Sería beneficioso para la flexibilidad del sistema que esa cuota sea
mínima y de ingreso obligatorio, pero que nada impida que los trabajadores
puedan elegir un aumento en su cotización. Ello supone que, si las cosas no
empeoran, pueda aumentar su pensión futura y, además que pueda disminuir
su cotización para permitírsele superar épocas de mayor dificultad o gasto.
Respecto al retraso voluntario en la edad de jubilación, los beneficios que
pueden derivarse no requieren mucha explicación. Implica que ese trabajador
se mantiene en el mercado aportando cuotas al sistema y, además, no se
convierte en acreedor del mismo con derecho a pensión vitalicia. Esta medida
es sencillamente prioritaria por los beneficios que se obtienen desde el punto
de vista económico y porque sería de aplicación voluntaria. Su implantación no
entraña además grandes dificultades desde el punto de vista técnico.
No obstante, sin beneficios reales en su futura pensión nadie decide continuar
trabajando.
VIUDEDAD
Abordamos ahora el estudio de la pensión de viudedad que puede definirse
como una renta vitalicia a la que tiene derecho una persona cuando, por la
muerte de su cónyuge, surge una necesidad económica.
Todos los textos legales de reforma de esta materia (y son muchos) se refieren
a la urgencia de una reforma profunda de la pensión de viudedad que, sin
embargo, no se afronta. Éste es uno de los casos en los que el legislador
español ha actuado de manera particularmente incoherente, dado que todos
los textos legales que han reformado esta pensión expresan en su Exposición
de Motivos una intención, y terminan recogiendo en el articulado soluciones
que se alejan de esas manifestaciones.
Ya el Pacto de Toledo (aprobado el 6 de abril de 1995) configuró esta
prestación económica como renta de sustitución. También se subraya este
carácter en todos los textos de actualización del Pacto que ha aprobado la
Comisión de seguimiento del Congreso de los Diputados.
Las sucesivas reformas, y particularmente la emprendida por la Ley de
Medidas de Seguridad Social de 4 de diciembre de 2007, han ampliado el
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campo de protección de la pensión de viudedad que puede resumirse
brevemente como sigue:
En primer lugar, tienen derecho a la pensión de viudedad, las personas
que, tras el fallecimiento de su cónyuge acrediten los requisitos que la ley
exige.
En segundo lugar, esta protección se extiende a los supuestos de
separación y divorcio exigiéndose que se acredite dependencia económica
de la persona fallecida. En estos casos se reduce a los supuestos en los
que, tras la sentencia de divorcio, se reconozca pensión compensatoria al
ex cónyuge sobreviviente. La Ley prevé en este punto una lógica
excepción, la de las mujeres víctimas de la violencia de género que se
hayan visto obligadas por este motivo a renunciar a cualquier tipo de
compensación económica.
Por último, se reconoce pensión de viudedad en supuestos de pareja de
hecho. La Ley General de la Seguridad Social enumera los requisitos
necesarios y remite también a la legislación específica de las Comunidades
Autónomas sobre la materia.
Sobre este último aspecto, cabe resaltar las complicaciones que se derivan de
la inexistencia de una ley de ámbito nacional que regule esta materia y
establezca unas notas comunes mínimas. En la práctica, las normas
autonómicas que han regulado esta institución lo han hecho de dos formas
distintas: exigiendo inscripción en un Registro Público, o por el contrario, no
exigiendo ningún acto jurídico para acreditar su existencia. Las primeras se han
denominado parejas de hecho “de derecho”, porque se prevén ciertas
exigencias de constitución y publicidad. Las segundas reconocen una realidad
de hecho de acuerdo con requisitos más laxos lo que dificulta, a efectos
probatorios, distinguir algunos casos de fraude.
Al margen de lo anterior y de acuerdo con lo expresado, la pensión de
viudedad debe adaptarse a las directrices del Pacto de Toledo, así como a
nuestra propia realidad social. De esta manera, tal como se expresa en este
fragmento del Documento que el Gobierno remitió a la Comisión de
Seguimiento del Pacto de Toledo en enero de 2010: “(…) Cuestión bien distinta
es la posibilidad de analizar, para los nacidos en las últimas décadas, la
conveniencia de asignar rentas vitalicias cuando las convivencias familiares
han sido breves y no existen descendientes.
(...) Por ello la conveniencia de estudiar si en estos casos, y una vez alcanzada
esa nueva situación de la sociedad, no se adecua mejor a esa realidad social la
posibilidad de una indemnización en pago único, o de una prestación temporal,
tal y como está en el propio mandado de la Comisión parlamentaria en octubre
de 2003, cuando sugería una reformulación integral de la pensión de
viudedad.”
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Así es. Aunque ninguna reforma debe afectar a las pensiones ya reconocidas,
no parece acorde con nuestro tiempo una pensión que en algunos casos se
reconoce con independencia del nivel de rentas del sobreviviente y que
además, excepción dentro del sistema, es compatible con cualquier otra
pensión.
La incorporación de la mujer al mercado de trabajo, permitirá en el futuro que la
pensión de jubilación se convierta en su fuente principal de ingresos y la
pensión vitalicia de viudedad, debería
entonces reconocerse sólo en
supuestos de verdadera necesidad económica.
Por el contrario, es la viudedad temporal, que la Ley General de la Seguridad
Social ya contempla, la que debería generalizarse a nuestro juicio. Se trata de
una pensión mensual que se percibe durante los dos años siguientes al
fallecimiento del cónyuge o pareja de hecho, lo que permitiría reponerse
económicamente, sin dar derecho a una pensión de por vida.
Puede estudiarse también la conveniencia de una prestación de pago único a
elección del viudo o la viuda con los límites máximos que establezca la
legislación.
Por último, cabe hacer una reflexión sobre la pensión de orfandad. La norma
prevé que esta pensión se reduzca cuando se reconozca, respecto de un
mismo causante, pensión de viudedad. Esta disposición tiene sentido cuando la
persona beneficiaria de la viudedad es el padre o la madre del menor con
derecho a orfandad, porque se tienen en cuenta los ingresos de toda la unidad
familiar. Pero, como hemos señalado, la pensión de viudedad se reconoce en
supuestos de separación y divorcio, lo que supone que, en algunos casos, la
pensión de orfandad puede verse reducida por el reconocimiento de una
pensión de viudedad a una persona ajena a la familia del huérfano. Por ello,
consideramos, que la reducción de la pensión de orfandad sólo debe
producirse una vez acreditado que ambos beneficiarios conviven en el mismo
hogar familiar. Y también cabe señalar que, si como proponemos, se redujera
el reconocimiento de pensiones vitalicias de viudedad, se convierte en
inaplazable la revisión de las cuantías de la pensión de orfandad,
completamente desfasadas de acuerdo con el momento actual, puesto que
estamos ante una prestación con una justificación innegable: el auxilio
económico a quien ha perdido a su padre o madre.
PREVISIÓN SOCIAL COMPLEMENTARIA
Después de este estudio breve sobre alguna de las prestaciones del sistema,
tal y como hemos anunciado, procede profundizar en instrumentos que
permitan introducir complementos a nuestras pensiones públicas.
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Para quienes entiendan que esta cuestión encierra preocupaciones no
justificadas haremos de nuevo algunas precisiones.
En la actualidad, España dedica al pago de las pensiones alrededor del 9% de
su producto interior bruto. Esta cifra es ligeramente superior al promedio de la
OCDE, según se documenta en su último estudio sobre pensiones
(www.ocede.org y Pensions at a Glance 2011). No obstante, si se introducen
ciertas correcciones como consecuencia de datos demográficos llegamos
prácticamente a igualarnos con los países de nuestro entorno.
Esta organización ha valorado positivamente la última reforma aprobada en
España y ha llegado a señalar que el aumento de la edad de jubilación a los 67
años puede llegar a suponer una reducción hasta el 3.5% del PIB. Pero
también alerta de una cuestión preocupante: la pobreza entre personas
mayores aumenta particularmente en nuestro país. Un alto número de
personas perciben pensiones mínimas por haber cotizado poco tiempo, y su
cuantía es sensiblemente inferior al salario del último trabajo que
desempeñaron. Se señala que el rápido crecimiento de España antes de la
crisis dejó atrás a las personas de edad avanzada y precisa que el hecho de
tener una vivienda en propiedad “ha mitigado, al menos en parte, el diferencial
de ingresos de los jubilados españoles frente al resto de la OCDE”.
No obstante, también subraya que, aunque la sostenibilidad del sistema
español pasa, irremediablemente por alargar la vida laboral esto no es
suficiente. Insiste -repetidamente, y en los informes de varios años –en la
necesidad de establecer dos pilares básicos:
1. Una pensión mínima gestionada por el Estado, es decir nuestro sistema de
reparto.
2. El fortalecimiento -debería decir instauración –de mecanismos de
capitalización que refuercen esas pensiones.
El artículo 41 de la Constitución Española dispone que los “poderes públicos
mantendrán un régimen público de Seguridad social para todos los ciudadanos
que garantice la asistencia y prestaciones sociales suficientes en situaciones
de necesidad, especialmente en caso de desempleo”. Y añade, “la asistencia y
prestaciones complementarias serán libres”.
Este precepto constitucional es el que fundamenta las críticas de algunos a la
introducción de cualquier novedad en el sistema, por entender que sólo prevé
el sistema de reparto como posible.
Sin embargo, a nuestro juicio, esto no puede defenderse. Una de las palabras
clave de ese mandato es “suficientes”. La suficiencia del sistema es también su
fundamento y justifica, cuando menos, la discusión y debate de nuevas
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medidas. En cualquier caso, el último inciso de este precepto se refiere a las
prestaciones sociales complementarias y se limita a decir que “serán libres”.
El Pacto de Toledo también recogió las directrices que debían presidir el
desarrollo de esta prestación social complementaria. Se limita a señalar por un
lado, la necesidad de impulsar estos mecanismos de protección social que
tengan carácter colectivo; y por otro lado, invita a que esto se realice en el
marco de la negociación colectiva.
Lo cierto es que estos planes han tenido un desarrollo prácticamente nulo en
España. Se limitan a trabajadores de grandes empresas, y con más vigor hace
años, al ámbito de la Administración Pública. Tampoco es alentador el
panorama de los planes privados de pensiones.
En la actualidad, de nuevo según la OCDE, los activos acumulados no superan
el 7% del PIB; el promedio de los países OCDE es del 60%.
Es necesario que estos planes de pensiones, preferiblemente los de carácter
colectivo, se vean favorecidas por medidas de fiscalidad que ayuden a su
desarrollo necesario, para que se conviertan en verdadero complemento de la
pensión de jubilación que se percibe del Sistema Publico de la Seguridad
Social.
EL MODELO AUSTRIACO
Merece un apartado especial. El modelo austriaco ha sido objeto de discusión
en fechas recientes por la inclusión en el programa electoral del Partido
Popular de una mención al mismo. Para algunos autores es el sistema ideal y
consiste fundamentalmente en la introducción de un nuevo sistema de
indemnización por despido.
Antes de detallar en qué consiste, se hace necesaria una consideración previa.
Nuestro sistema de Seguridad Social es, como ya se ha dicho, profesional y
contributivo. Es decir, las prestaciones del sistema están siempre relacionadas
con el ejercicio de un trabajo y del salario del trabajador se retrae una cantidad
que se aporta a un fondo, la cuota.
Es por ello que este sistema austriaco no sólo supone un cambio en la
estructura jurídica de nuestras relaciones laborales sino que, como se verá,
tiene relación directa con las pensiones futuras. De ahí, que resulte interesante
al menos su exposición.
A través de la denominada “mochila austriaca”, el empresario aporta
mensualmente una cantidad fija a una cuenta personal del trabajador y estas
aportaciones constituyen una especie de salario diferido. Esas cantidades se
van acumulando y pueden ser retiradas por el trabajador en caso de ser
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despedido. El Estado garantiza el 100% de las aportaciones. Si se trata de un
cese voluntario en el trabajo se puede acceder después del lapso de tiempo
que legalmente se determine (que en el caso estudiado, Austria, es de cinco
años).
Si el trabajador fallece esas cantidades son para sus herederos. La cantidad
sobrante en el momento de la jubilación se convierte en un complemento de la
pensión pública que por otro lado puede obtenerse en pagos mensuales o bien
retirarse de una sola vez, aunque en este último caso se paga un impuesto.
Por otro lado, la gestión de esas cantidades se encomienda a entidades
especializadas que invierten el dinero para conseguir rendimientos de capital. Y
recordamos, como ya se ha dicho, que el Estado garantiza el 100% de las
aportaciones.
Esta mochila o hucha se constituye con las aportaciones empresariales
realizadas a este fondo particular y vienen finalmente a sustituir la
indemnización por despido lo que implica que éste deje de ser tan costoso para
el empresario cuando tiene que afrontarlo en su modalidad actual de pago
único. Tanto trabajadores como empresarios continuarían pagando las cuotas
al sistema público, en la cuantía que se determine, por lo que el sistema de
reparto seguiría siendo el pilar fundamental.
Se aplica tanto a trabajadores indefinidos como a quienes tienen un trabajo
temporal. El cambio de puesto de trabajo no supone pérdida de antigüedad.
Los sindicatos austriacos apoyaron la medida porque era de aplicación
universal, para todos los trabajadores. Entendieron que el mercado de trabajo
obtenía así mayores cuotas de flexibilidad. Tras su puesta en marcha, la
principal crítica es que ha encarecido el empleo en algunos sectores, y el
mayor elogio que ha favorecido que las Pymes puedan afrontar un despido sin
sufrir graves problemas de liquidez.
El mayor peligro es, sin duda, que se eliminan trabas para el despido, lo que
intenta corregirse a través de una legislación adecuada. La principal medida
sería la imposición de sanciones al empresario que incumpla su obligación de
abono de estas cantidades.
Una vez analizado de forma somera el modelo austriaco, cabe dar una opinión
al respecto. Si bien resulta atractiva la idea de vincular el trabajo, el cese y el
despido a cantidades que pertenecen al trabajador y pueden beneficiarle para
aumentar la pensión de jubilación, esto podría tener un efecto devastador sobre
los trabajadores más desprotegidos. Por ello, si no se puede lograr que la
legislación evite al máximo estos efectos perversos, la opción más lógica sería
fortalecer el sistema de prestaciones complementarias, a través de planes
colectivos como más arriba se ha dicho.
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CONCLUSIONES
Concluimos enumerando algunas de nuestras propuestas que, de acuerdo con
lo expuesto, estarían orientadas a procurar el fortalecimiento y la
racionalización de nuestro sistema público de pensiones.
Prolongar la vida activa con incentivos que alienten a trabajar más allá
de la edad legal de jubilación.
Potenciar la autonomía del trabajador flexibilizando, sólo por exceso, la
cuota mínima.
Introducir formulas de cálculo de la pensión que guarden relación directa
con el número de años trabajados.
Reducir al máximo los casos de jubilación anticipada.
Potenciar la figura de las prestaciones sociales complementarias
fomentando los planes colectivos o de empresa así como los de carácter
individual. Aumentar los beneficios fiscales y adoptar medidas de
protección, garantizando al menos parte de esas cantidades.
Abordar la regulación de la pensión de viudedad de acuerdo con las
directrices del Pacto de Toledo.
Profundizar aún más en la separación de fuentes de financiación de las
pensiones contributivas y no contributivas. Éstas últimas se financian por
los Presupuestos Generales del Estado y no con cuotas, pero deben
configurarse –y reconocerse por la sociedad –como ayudas especiales
que no son prestaciones de seguridad social sino servicios sociales.
Transparencia, reforzando la información sobre expectativas de pensión
futura a los trabajadores mediante un informe anual y personalizado.
La Seguridad Social española se ha convertido en una de las
administraciones europeas con menos costes de gestión. A pesar de
ello, también en este caso pueden hacerse avances como continuar el
proceso de homogeneización de los Regímenes Especiales con el
Régimen General.
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