Notas al Programa - Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid

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NOTAS AL PROGRAMA
Concierto del 29 de noviembre de 2010
(Teatros del Canal. Sala B)
Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid
Marta Mateu, soprano
Roman Trenkel, barítono
Michel Corboz, director
Johannes BRAHMS (1833-1897):
Ein deutches Requiem (Un réquiem alemán) Op. 45
1. Selig sind, Die da Leid tragen
Bienaventurados sean los que lloran
2. Denn alles Fleisch es ist wie Gras
Toda la carne es como la yerba
3. Herr, lehre doch mich, dass ein Ende mit
Señor hazme conocer mi fin y cual es el número de mis días
4. Wie lieblich sind deine Wohnungen
Cuan amables son tus moradas
5. Ihr habt nun Traurigkeit
Ahora vosotros también tenéis tristeza
6. Denn wir haben hie keine bleibende Statt
Aquí no tenemos lugar donde residir
7. Selig sind die Toten…
Bienaventurados sean los difuntos que murieron en el señor
Ein deutsches Requiem es la más importante y ambiciosa de las composiciones corales
de Johannes Brahms. Su génesis debe remontarse a la muerte de su querido amigo
y maestro Roberto Schumann el año 1856, pero tomó nuevo impulso a raíz de la
muerte de su madre, Johanna Henrika Nissen, acaecida en febrero de 1865. Respondiendo al pésame de Clara Schumann, Brahms expresaba: “Tu carta me ha
hecho sentir lo cerca que estás de mí; en momentos como éste se desea solamente a
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los amigos, pero cuando más pasa el tiempo, más siento la falta de mi adorada madre”. Siempre le había preocupado la muerte y le obsesionaban la caducidad e inestabilidad de las cosas de este mundo.
El Requiem se dio por terminado en 1866. Johann Herbeck dirigió al año siguiente, en Viena, los tres primeros movimientos. La expectación que había despertado el estreno era inmensa y, dos horas antes de comenzar la ejecución, el templo
estaba materialmente abarrotado. Cuando Brahms cruzó la nave junto a Clara
Schumann para ponerse al frente de los dos solistas, el coro y la orquesta, parecía
tranquilo y confiado, porque se había trabajado mucho y todo había ido bien en el
ensayo general.
Es curioso saber que en aquella memorable velada de Bremen, realmente decisiva para la carrera ascendente de Brahms en el ámbito de su país natal, el Requiem
se interrumpía al finalizar la cuarta parte para ofrecer un intermedio más asequible
y variado. Este intermedio, en aquella ocasión, estuvo integrado por unas intervenciones a solo del gran violinista Josef Joachim tocando Bach, Tartini y Abendlied, de
Schumann. Luego, la esposa de Joachim, Amalia, cantó el aria de El Mesías, I know
that my Redecmer liveth; a continuación, Joachim y Amalia interpretaban el aria para
contralto y violín obligado Erbarme dich, mein Gott, de la Pasión según San Mateo, de
Bach, y se terminaba con el Alleluia, del Mesías. Después, el Requiem continuaba,
pero no con el quinto movimiento, todavía inexistente, sino con los que hoy ocupan el sexto y el séptimo o último lugar. El fragmento quinto, un solo de soprano
iniciado por las palabras Ihr habt nun Taurigkeit (“Ahora vosotros también tenéis
tristeza”), le fue añadido al Requiem por Brahms, en memoria de su madre, un mes
después del estreno. Sería Reinecke quien daría, por vez primera, la obra completa,
tal como hoy la oímos, en Leipzig, durante el mes de febrero de 1869.
Pero volvamos a los orígenes del Requiem.
A lo largo de varios meses de incesante actividad, en diferentes lugares –
Karlsruhe, Winterthur, Zurich y Baden -, Brahms había ido forjando su obra monumental en base a la selección, que él mismo había efectuado, de textos bíblicos.
Las diferentes secuencias que integran las siete partes del Requiem están tomadas de
los Salmos, San Mateo, San Pedro, Santiago, Libro de la Sabiduría, Isaías, Epístolas
de San Pablo, San Juan, Eclesiastés y Apocalipsis de San Juan. Quiere esto decir que
el compositor espigó en la Biblia, a veces extractando una sola frase en apoyo de sus
propósitos, y, por tanto, su obra poco tiene que ver, en cuanto al mensaje, con la
tradicional Misa de Réquiem de la liturgia católica.
Se trata, pues, de una gran oda u oratorio fúnebre, en la que el compositor ha
querido meditar sobre la tristeza y brevedad de la vida, pero abriendo puertas a la
esperanza para los que conservan la fe. Los textos hacen referencia a la muerte, sí,
pero Brahms ha elegido aquellos que la presentan como signo feliz y glorioso
anuncio de una vida nueva, en la que lo mortal será vencido eternamente.
En este sentido, el compositor ha buscado la oposición a la idea católica de la
muerte como implacable y angustiosa amenaza ante la posibilidad de sufrir la ira de
Dios, y ha creado una dulce y serena, a la par que profunda oración. Plegaria severa,
pausada, sin los fáciles dramatismos del Réquiem católico. Los colores se esfuman.
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En todo caso queda el rojo tostado, como una tierra de Siena, del que habló Adolfo
Salazar.
Comienza la obra sin emplear los violines, y sombríos tonos de la cuerda grave
preparan con solemnidad el “Bienaventurados sean los afligidos” y termina con el
sereno “Bienaventurados sean desde ahora los que mueren en el Señor...”.
Bruckner, al igual que Wolf, tenía a Brahms como un magnífico artesano de la
música, pero con un temperamento frígido de protestante, incapaz de vibrar ante el
hecho religioso. Se llegó incluso a tachar de ateo al Réquiem alemán, escrito en lengua germana y no en latín, diciendo que en él estaba ausente la idea clave de la redención mediante el sacrificio de Jesucristo. Y es cierto que Brahms, aunque era
asiduo lector del Antiguo y del Nuevo Testamento, no se adscribió jamás a ningún
credo religioso ni a dogma alguno. Por eso eligió libremente, al modo luterano, sus
textos, cuando quiso filosofar musicalmente sobre aspectos metafísicos de nuestra
existencia. Pero ¡Cuánta emoción para los espíritus agobiados! ¡Qué reconfortante
su mensaje para los hombres que todavía luchan y sufren aquí, en esta vida terrenal!
En verdad, tenía razón el maestro cuando consideraba igualmente válido el título de “Réquiem humano” para su obra, aunque lo de alemán vaya bien a una obra
que corona la gloriosa tradición nacida en Heinrich Schütz. Conjugando lo polifónico, en su faceta contrapuntística, y lo melódico como elemento más apto para
conmover al oyente, Brahms se liga al pasado coral de su país, incluso en el recurso
de ilustrar literalmente con música ciertas inflexiones y significados del texto. Por
ejemplo, cuando el coro, en el segundo tiempo, canta las palabras “Morgenregen
und Abendregen” mientras el arpa, la flauta y el pizzicato de las cuerdas imitan el
caer de la lluvia. Por cierto, este segundo tiempo, con su misteriosa y solemne marcha fúnebre, es uno de los más bellos pasajes salidos de la pluma de Brahms. En la
tercera parte, el barítono canta la angustiosa petición “Señor, hazme conocer mi fin
y cuál es el número de mis días”.
La imponente fuga final, con el pedal de “re” en el timbal, estuvo a punto de
costar a Brahms el fracaso de la obra en su primera audición parcial vienesa, pues el
timbalero golpeó con tal fuerza como para obtener un efecto molesto y contraproducente.
La serenidad y el sentimiento más profundo domina en los movimientos cuarto
y quinto, mientras el sexto es predominantemente enérgico y brillante. Se ha dicho
que la fuga culminante tiene una amplitud, dinamismo y magnificencia dignas del
mejor Händel.
La última parte nos lleva otra vez al plácido clima que envuelve toda la obra,
acorde con la finalidad consoladora del mensaje brahmsiano. El tema principal del
primer tiempo reaparece, esta vez iluminado por una aureola de armonía y paz sobrenaturales. Brahms será, a partir del estreno del Requiem, el genio indiscutible de
la nueva música alemana y Ein deutsches Requiem figurará, desde entonces, como una
cumbre, junto a la Misa solemnis, de Beethoven.
Andrés Ruiz Tarazona
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