3. COMUNIDAD DE BETANIA

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COMUNIDAD DE BETANIA : CASA DE ENCUENTRO; COMUNIDAD DE
AMOR; CORAZÓN DE HUMANIDAD
Invitados a entrar en Betania… CASA DE ENCUENTRO
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Casa abierta… así nos esperas, Señor… así Te esperamos…
Vamos a tener como trasfondo la invitación del Plan Global de la CLAR 2012-2015: Entrar en Betania, como
Casa de Encuentro, Comunidad de Amor y Corazón de Humanidad.
Entrar en Betania. Hagamos nuestra hoy esta invitación. Entremos en Betania. Dediquemos el día a entrar
en Betania, a estar ahí, a permanecer ahí. Como si fuera una larga contemplación, “como si presente me
hallase” [EE.EE. 114], dejando que tenga lugar el encuentro con el Señor, sin apuro.
Poder reconocernos:
…en las personas…
…en lo que dicen…
…en lo que hacen…
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Que lo de cada personaje me hable de mí. Como si cada una/o “me prestara” su propio lugar para
encontrarme con el Señor, trayendo lo mío a ese encuentro. Cada una/o me ayuda a tocar, me habla…
…de mis afanes, como Marta… lo que me viene llenando y ocupando el corazón y la vida… el “desvivirme”
por otras/os… encontrarme desde ahí con el Señor, poder contarle, escuchar lo que me dice…
…de nuestras propias pérdidas: personales, comunitarias, institucionales y más…
…de nuestras propias muertes y malos olores… encontrarme desde ahí con el Señor, sentir la fuerza de su
Palabra, dejarme despertar para el encuentro con Él…
…en la espera de Jesús… en su demora en llegar… encontrarme desde ahí con el Señor…
…en su llegada, su presencia…
…en que se haga el invitado en nuestra casa…
…dejarnos mirar por él, ponernos a la escucha, como María…
¿Qué va surgiendo en mí al “entrar en Betania”? Voy deteniéndome…
Lo que toco en mí al contemplar a los personajes… ¿Qué traigo al encuentro con el Señor hoy?
¿Qué necesito traer? ¿Qué deseo traer?
¿Hay alguna situación o vivencia que desee o necesite rezar especialmente en este Retiro?
Traerla, presentársela al Señor.
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Ser yo mismo Betania hoy… teniendo como trasfondo especialmente el primero de los textos, Lc 10, 38-42.
Casa abierta… La mesa, el encuentro, la comunicación… (¡el amor consiste en comunicación de las dos
partes! [EE.EE. 231])
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Quizá Jesús es el que me recibe a mí en Betania… el que me ofrece su cercanía, su amistad, su Palabra, el
espacio del encuentro con Él… darme tiempo para llegar a este encuentro más hondo, más personal con Él…
Quizá necesito que me “reúna”, me reunifique a mí mismo ahí en Betania, porque ando repartido por
muchos lugares, o me siento lejos…
Es tan propia de Dios esa promesa y esa acción de “reunificar lo disperso”: su pueblo, otros pueblos… y
también el pueblo que somos cada uno… como si insistiera continuamente en que nada quedara fuera: de
su mesa, del encuentro con Él… Podemos recordar ese deseo Suyo que nos llega a través de Miqueas: “Yo
te reuniré todo entero, Jacob; te traeré a mí, Israel…” (Mi 2, 12).
¿Cómo está mi casa…?
¿Cómo me viene ofreciendo el Señor su cercanía, su “hacerse el invitado” en mis propios
espacios? ¿Qué palabras me viene regalando en este tiempo…?
¿Qué espacios están siendo para mí Betania hoy?
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Al adentrarnos hoy en Betania como CASA DE ENCUENTRO, los invito a tener presente la imagen de los
votos con la dimensión de “reconstrucción” teniendo como trasfondo las promesas de Dios en el Antiguo
Testamento:
Ese día Yo levantaré la casa de David, que está en ruinas, repararé sus brechas y restauraré sus
ruinas (Am 9, 11s)
Abran, reparen, despejen la ruta; ¡quiten todos los obstáculos del camino de mi pueblo! Que así dice
el Señor: Yo habito en lo sagrado y que está por sobre todo, y también estoy junto al humillado y me
acerco al de espíritu abatido… (Is 57, 14s)
Esta “reconstrucción” apunta, sobre todo, al espacio sagrado en el que Dios habita en medio del pueblo, que
hace que el pueblo viva seguro. Es donde se constituye más propiamente como “Su pueblo” (es decir, toca
identidad, pertenencia…!). La comprensión más obvia de este espacio sagrado: el Templo… Lentamente,
Israel va a ir evolucionando en su comprensión del “espacio en el que Dios habita”: es el pueblo mismo,
sobre todo mientras busca la justicia y se preocupa del más débil. Haciendo una lectura más personal, es
también el propio corazón…
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Desde estas imágenes, nuestros votos son, por una parte, ese compromiso vital de “abrir caminos, quitar
obstáculos”, para que Dios haga, Dios llegue a habitar, Dios reconstruya y repare… en nosotros mismos,
antes que nada, porque solo así podremos colaborar a la reconstrucción de otras y otros…
Y, al mismo tiempo, nos remiten a lo más hondo de nosotros mismos, como espacios privilegiados en el que
Dios mismo viene a habitar: nuestros afectos… nuestras seguridades e inseguridades… nuestras
capacidades y nuestros límites, del tipo que sean… nuestra libertad… ese espacio interior al que a veces ni
nosotros tenemos acceso, cuando andamos medio perdidos, pero que el Señor conoce tan bien… (y a veces
nos sorprende, cuando al llegar lo encontramos barriendo la casa, de pura confianza! [EE.EE. 330]).
Los votos son esos caminos por los que Dios viene llegando, hace ya tiempo, a habitar en nosotros… ¡y no
solo para nosotros, sino como vida –abundante, además– para otras y otros! Traer a la oración esos
caminos. Mirar desde esta óptica la propia vivencia de los votos, en estos años, en este último tiempo…
¿Qué obstáculos tengo que quitar hoy, para que Dios llegue, para que ocupe más Su lugar en mi
vida…? ¿Qué caminos está queriendo abrir para llegar a mí…?
¿En qué espacios míos siento hoy especialmente que el Señor quiere habitar…? ¿Hay puertas que
me cueste más abrirle? ¿De qué espacios dentro de mí me gustaría o necesito hablarle estos
días…? Recorrerlos con Él…
¿Qué me ha ayudado a que mi modo de vivir la castidad, la pobreza, la obediencia, sea camino
por el que Dios viene llegando a mi vida, se haga presencia y regalo para otras/os…? ¿Qué me
está impidiendo o poniendo trabas para que esto pase?
El ir quitando obstáculos, el que Dios vaya reconstruyendo a partir de nuestras “ruinas” y contando con
ellas… no es algo que pase una sola vez en la vida, sino algo que sigue pasando, que necesitamos que siga
pasando. Él sigue tomando la iniciativa… en cada uno, y también en el cuerpo apostólico: en la provincia, en
la comunidad…
Invitados a entrar en Betania… COMUNIDAD DE AMOR
 Nos seguimos adentrando en Betania… como comunidad de amor…
El texto que nos acompaña es el de Jn 11, 1-44 (Jesús resucita a Lázaro). Es un texto cargado de
imágenes, no pasemos de largo o demasiado rápido junto a ellas… el mosaico de Rupnik nos puede ir
ayudando. En algún momento nos hablarán… y, sobre todo, el Señor nos hablará en ellas…
Los invito, hoy especialmente, a la “ascesis” que supone esta fidelidad a la escucha honda. Porque toca
disponerse a esperar, a estar atentos, y en muchos momentos puede hacerse aburrido, duro, pesado.
Pero cuando llega la voz del Señor… ¡hace que valga la pena todo! No queramos llenarnos de palabras
nuestras, ni de ninguna otra persona tampoco. Busquemos Su voz… su Palabra para mí hoy…
Atrevámonos también a llegar enteros y en verdad al encuentro con el Señor y con esa Palabra que nos
quiere regalar.
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La comunidad es el lugar donde vivimos, donde somos… nos habla de nuestras identidades, las que
vamos aprendiendo y ensayando a lo largo de la vida, y de ese irse tejiendo nuestra propia identidad…
como don recibido, como fruto de la vida que se me da, de lo que va haciendo el Señor en mí
(contando, como diría Teilhard, con las circunstancias de la vida y con mi buena voluntad)…
La comunidad de Betania parece que acoge dos identidades (o las da a luz!): hay “hermanas/os”, y
“amigas/os”. El único “mérito” de Lázaro en el evangelio es el de ser amigo de Jesús… ¡ que no es poca
cosa! No se dice de él que lo siguiera, nada. Era un amigo, a cuya casa a Jesús le gustaba llegar. Y en
este texto es el amigo muerto, al que Jesús resucita, sin que él mismo haga nada… Esa es la identidad
que conocemos de él… Algo más nos podemos asomar a la identidad de las dos hermanas, por sus
diálogos con Jesús, la expresión mutua de sentimientos, etc. “Actividades” y “pasividades” que van
tejiendo nuestra identidad…
Y yo… ¿Cómo se viene forjando en mí esta identidad, en estos años…?
¿Qué “actividades” y “pasividades” me van marcando más significativamente?
¿Quién soy? ¿Quién me siento llamado a ser?
¿En qué momento vital me encuentro hoy?
¿Cómo va siendo mi camino de aprender a ser hermano, amigo…?
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La comunidad nos habla también de nuestras pertenencias… y de nuestra más radical pertenencia… ahí
donde se va tejiendo lo que somos…
Las hermanas del relato hacen una lectura muy honda y de fe de la muerte de Lázaro. No se trata solo
de no haber podido vencer una enfermedad física. Cada una de ellas se lo declara a Jesús, en cuanto él
aparece: “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto…”. Quiere decir que Lázaro –y, con él,
la comunidad– no habría muerto si Jesús hubiera estado ahí. No solo es Lázaro el muerto, sino se
presenta aquí a una comunidad que tiene la muerte en su interior. Tanto, que ya “huele mal”…
¿Qué espacios vienen siendo para mí “comunidad de amor” en este tiempo?
¿Qué espacios, en cambio, me significan muerte: no como la de Jesús, entrega libre de la vida,
para que otras/os tengan vida, sino sepulcros cerrados, mal olor, ausencia, dolor…?
¿Cómo se vienen tejiendo mis pertenencias en estos años…?
¿Mi pertenencia más honda? ¿Cómo me la viene regalando el Señor? ¿Cómo le vengo
respondiendo yo?
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Entre identidad y pertenencia se da uno de esos flujos de mutua influencia, en que es imposible sacar
uno de los términos: vamos siendo –contrariamente a lo que muchas veces podemos pensar– en la
medida en que vamos perteneciendo… y, al mismo tiempo, solo pertenecemos de verdad cuando
somos quienes somos…
Lo que soy, cómo soy, el modo en que se realiza mi ser (pensamientos, sentimientos, acciones,
omisiones…) va construyendo mis pertenencias de una determinada manera. Y, al mismo tiempo, esas
pertenencias van configurando mi ser…
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Este centro personal, hecho de conciencia, de intelecto, de corazón, de libertad, de voluntad –como
“sede”, quizá, de lo más hondo de la persona– no lo tenemos siempre a mano ni está siempre listo
para responder con libertad a la Voz del Señor.
A lo largo de la vida va siendo necesario –y es lo que hace Dios en nosotros– rescatar ese centro de la
persona… en el que Dios mismo habita… darnos cuenta de Su presencia ahí en lo más hondo de
nosotros… que Su Voz nos despeje de otras voces, de otros apremios, que nos sacan de ese centro,
nos confunden y nos hacen errar en el camino (los reclamos y huellas de nuestras heridas, nuestras
necesidades no domesticadas, el modo en que nos afectan las expectativas y juicios de otras personas,
los miedos que vamos arrastrando…). Necesitamos que Dios haga Suyo nuestro centro, lo más hondo
de lo que somos.
Y aprender, también nosotros, a vivir desde él. No podemos renunciar a vivir desde él, aunque nos
perdamos a veces… Este aprendizaje es parte esencial de nuestra formación para la misión, para la
vida a la que estamos llamados. Y vivir, en ese centro, con el Dios –siempre mayor– que nos habita.
Renunciar a vivir desde ese centro es renunciar a cualquier posibilidad de discernimiento… y también a
toda posibilidad de verdadera humanización y realización. Es viviendo desde ese centro que vamos
siendo más auténticamente nosotros mismos (identidad), no en la defensa cerrada de nuestros miedos
y necesidades, sino en la libertad de la que se sabe alcanzada y sostenida más allá de sí misma… Es
viviendo desde ese centro que podemos construir relaciones que se van alimentando de la elección
libre de amar, de perdonar, de no poseer, de cuidar la vida en la otra persona… Es viviendo desde ese
centro que podemos vincularnos profundamente sin dejar de ser nosotros mismos (pertenencia).
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Ni las circunstancias más extremas pueden quitarnos la posibilidad de situarnos en la vida desde eso
más hondo donde Dios mismo habita en nosotros. Ni las más extremas. Es gracia pedida y recibida…
Mirando a Jesús… su tremenda libertad para vivirlo todo… para vivir el éxito y el fracaso… la fama y el
abandono… las relaciones, en medio de una sociedad cargada de prejuicios sociales y religiosos…
Testimonio de Dietrich Bonhoeffer…
Nuestras propias elecciones de mayor libertad, en circunstancias adversas…
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A este “centro personal”, a lo más hondo de Marta y de María, apela Jesús, cuando pregunta: ¿crees?
¿Crees en mí? ¿Crees de verdad que Yo soy tu resurrección y tu vida?
Así a mí, a nosotros hoy…
Y esa fe pide acciones, elecciones, pide expresarse: “saquen la piedra”.
Es un acto comunitario: si bien es Jesús el que llama a Lázaro fuera de la tumba, la comunidad está
implicada en la resurrección del hermano… tiene que correr las piedras… sacar las vendas… dejar
caminar libremente… Es como una liturgia de confianza en el Señor, en lo que Él hace…
¿Dónde (en qué situaciones, vivencias, relaciones…) me pide el Señor que “crea en Él” y saque la
piedra que esconde la muerte?
¿De qué me hablan esas vendas, el sepulcro, el mal olor…?
¿Qué saltos de confianza me mueve a dar hoy el Señor?
¿En qué espacios de mi vida siento resonar su voz, diciéndome con fuerza: “Sal fuera”?
¿Vivo desde ese “centro personal”, desde eso más hondo de mí donde Él mismo me habita?
¿A qué plenitud aspiro? ¿Es la que Él me promete o la que yo me construyo?
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Ir relacionando, entretejiendo, entonces… dejar que nuevamente los personajes del texto, así como las
figuras e imágenes, nos hablen de nosotros mismos, de nuestra vivencia de los votos, de la relación
con el Señor y con las y los demás.
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Miremos sobre todo a Jesús hoy día… su manera de vivir: las relaciones, las elecciones que hace, las
renuncias que le suponen… lo que le llena el corazón y la vida… todo… su manera de amar… de ser
pobre… obediente… y que en eso el mismo Señor nos vaya hablando… nos lleve a más, en el amor, en
la vivencia de nuestra consagración…
Entonces quizá hoy podemos tener a la vista el capítulo II (Consagración), mientras contemplamos a
Jesús y nos dejamos llevar a más por Él. Reconocer los rasgos suyos que esas formas concretas de
nuestras Constituciones y Estatutos tratan de reproducir, porque ese es el sentido hondo de nuestras
prácticas, no se trata de cumplir por cumplir. En poder situarnos en la clave y el la corriente viva del
sentido de nuestros votos está no solo la posibilidad de vivirlos como camino de plenitud, de libertad,
de alegría –como, de hecho, están planteados– sino también de ir aportando a nuevas concreciones,
que los hagan hoy más transparentes y significativos, en nuestros contextos.
Invitados a entrar en Betania… CORAZÓN DE HUMANIDAD
…Delante del Señor… como Él mismo se nos va regalando… y como “Eterno Señor de todas las cosas”…
…es el momento de “hacernos acompañar” por esos hombres y mujeres que nos preceden y acompañan en
el camino de la fe y del seguimiento de Jesús, testigos a través de quienes el Señor nos mueve a más…
podemos personalizar esa “corte celestial” de la que habla Ignacio…
…Insistiendo en el o los coloquios, a lo largo del día, “según que en sí sintiere”, es decir, con la propia
materia, lo que se viene moviendo en mí, sobre todo aquella o aquellas elecciones que el Señor pueda estar
inspirando, en clave de magis: “Dejar que el CARISMA sea en nosotros pasión que se transforme en abrazo
compasivo a todos los dolores y aliente la vida”... “Vivir con mayor radicalidad nuestra CONSAGRACIÓN,
ocupándonos de los intereses del Corazón de Jesús y renovando en lo cotidiano nuestro «sí, lo quiero a toda
costa»” (C.G. XIX).
 Texto: Jn 12, 1-11.
El contexto: la cercanía de la pascua… la persecución (Jn 11, 57; 12, 10s)… ese sentimiento como de
despedida… es el mismo de la última comida con sus discípulas/os, el de la eucaristía… el contexto de la
entrega, del amor hasta el extremo… de esos tiempos en que nos toca –o estamos
invitados/desafiados– a “estirar el amor”…
- Los gestos de María… ¡de tanto amor! Y de un amor tan respetuoso del otro, tan delicado… que no se
apropia de él en ningún sentido, ni tampoco pide “ser apropiada”… Gestos de ternura, cercanía,
gratitud, reconocimiento… ¡Un amor que se vuelca entero!
- El perfume… ¡una libra de nardo puro! ¡300 monedas de plata! Eso puede ser muy bien la vida entera
de alguien… La vida hacia atrás: los esfuerzos, los sacrificios, tanta vida gastada… Y la vida hacia
delante: las posibilidades, los sueños… Está toda la vida de la mujer en ese perfume que derrama entero
sobre los pies de Jesús…
- Los gestos de María, por el amor que entrañan, por la totalidad que expresan, parecen sintonizar y
acercarse a los de Jesús mismo, a su lógica de toda la vida (en la manera de vivirlo todo) y a los gestos
de su pascua: esto es mi cuerpo… esta es mi sangre… el lavado de los pies… el amor hasta el extremo…
la entrega de la vida…
- Y el contraste: las preocupaciones y juicios de Judas… “aparentemente” tan en sintonía con lo de Jesús:
aliviar el sufrimiento de las y los más pobres…
-
Y yo… mis propios contextos y circunstancias vitales… ¿Dónde me siento llamado a “estirar el
amor”, a un amor más grande?
¿Qué gestos… qué perfume… son los de mi relación con Jesús hoy día, los de mi vivencia de
reconocerlo como mi Amor, mi Señor…?
¿Dónde y cómo se me cuelan otros criterios, otros intereses… que aunque
parezcan buenos le quitan verdad y radicalidad a la vida que el Señor me llama
En el contraste de lógicas y gestos entre María y Judas, en el texto de Juan, lo hondo que está en juego no
es solo el destino económico de los bienes, como pretende decir Judas, sino la participación en la entrega de
Jesús. Y Jesús así lo ve y así lo aclara: “Déjala… ella lo ha guardado para mi sepultura…”. Es el “a toda
costa” lo que está en juego en estos gestos… La verdad de nuestra consagración. Su totalidad y radicalidad.
¿Por dónde se me va jugando hoy la llamada a participar más hondamente en la entrega de
Jesús?
Mirando mi propia vivencia de la castidad, la pobreza, la obediencia… ¿qué me dice el Señor?
¿Qué mueve en mí?
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Un amor desinteresado y extremo a todas, aun a aquellas por las que se sentía marginada, herida…
Ahí hay una castidad que deja que Dios habite no solo en la propia capacidad de amar, sino incluso en
aquello que podría amenazarla: la soledad, la sensación de inutilidad, la inseguridad, el dolor y las
heridas que causan el rechazo y la marginación… dejando que Dios brote justamente ahí, como fuente
de vida para otras/os…
Un desposeimiento de sí hasta el extremo, abrazando el anonadamiento, el despojo del que era objeto:
de poder, credibilidad, afecto…
Ahí hay una pobreza que no pacta con la injusticia, y al mismo tiempo reconoce que Dios crea una
justicia que va más allá de nuestras propias medidas, fronteras, categorías… que se abre a la gratuidad
y a la desmesura de Su amor…
Una pobreza que se hace búsqueda de reconciliación en primera persona, porque acepta despojarse
hasta del daño recibido…
Una pobreza que es abrazo de los límites y pobrezas: personales, comunitarios, congregacionales,
eclesiales…
- Buscando y queriendo siempre “solo y solo la voluntad de Dios, y siempre”
Ahí hay una obediencia que se reconoce y sitúa como parte de un cuerpo… en las relaciones… las
mediaciones… en la vivencia de la misión…
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Ir integrando la propia materia… sobre todo traer aquellas situaciones de mi vida en las que sienta que el
Señor me está queriendo llevar a más, moviéndome a hacer elección en ellas… Rezarlas, durante el día…
hacer elección… ofrecerla… ¡Esta es mi renovación también.
 Dar tiempo a la recogida… a agradecer…
Y a preguntarme: de lo vivido, ¿qué es importante que lleve a la mediación de obediencia? Para seguir
caminando, en fidelidad a la vida y gracia recibidas…
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