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LA LIGA MEXICANA Y EL PRIMER MIEMBRO DEL SALÓN DE LA FAMA
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LA LIGA MEXICANA Y EL PRIMER
MIEMBRO DEL SALÓN DE LA FAMA
Es más difícil para los jugadores puertorriqueños o latinos. La gente no les quiere dar trabajo fuera del campo
de juego [haciendo comerciales]. Así que nadie los conoce. Haría mucho dinero en el béisbol si fuera un estadounidense blanco.
Roberto Clemente.1
Después de 1950, el alboroto por la integración del
béisbol se redujo a un susurro y luego desapareció. Muchísimos equipos seguían siendo blancos como la nieve.
La escalada de la Guerra Fría silenció a la mayoría de
las personas que de otro modo hubieran seguido en la
lucha. A quien debatía sobre el asunto de los derechos
civiles se le etiquetaba de “comunista” y se vio acosado
y hasta despedido de su trabajo. El procurador general
de los Estados Unidos publicó una lista de organizaciones “subversivas” que amenazaban la democracia de ese
país. ¡El primero en la lista era el Committee to End
Jim Crow in Baseball [Comité para terminar con la segregación contra los negros en el béisbol]!
1
Art Rust, Jr.: ob. cit. Las fuentes principales de este capítulo son
Thomas W. Gilbert, Roberto Clemente, Nueva York, Chelsea
House, 1991; Dan Gutman: ob. cit.; John Krich: ob. cit.; Michael Oleksak y Mary Adams Oleksak: ob. cit.; Benjamin G.
Rader: ob. cit.; Rob Ruck: ob. cit.
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Debido a las declaraciones sobre derechos civiles de
Harry Truman, los afronorteamericanos habían ayudado
a que fuera elegido presidente en 1948. Sin embargo, después de hacer pública una orden del Ejecutivo para la integración militar, dejó rápidamente de lado el asunto de la
igualdad racial, y el alto mando del ejército se resistió a
cumplir la orden. Unos cuantos afronorteamericanos recibieron asignaciones para ocupar puestos federales, pero
los linchamientos por la segregación racial no terminaron.
La economía cayó en picada hacia fines de la década
del 40; pero la guerra de Corea (1950-1953) hizo que
remontara de nuevo, conforme la industria de armamentos prosperaba. Corea había quedado dividida en dos
países después de la Segunda Guerra Mundial: Corea
del Norte, que estaba bajo la influencia soviética y china,
y Corea del Sur, dominada por los Estados Unidos. Las
tropas norteamericanas fueron enviadas para pelear junto con los sudcoreanos contra los norcoreanos y, finalmente, contra las tropas chinas. Pocos se atrevieron a
protestar. La guerra terminó en un estancamiento, con la
antigua frontera entre Corea del Norte y Corea del
Sur aún en pie. Sin embargo, 2 millones de coreanos
y 34 000 norteamericanos yacían en sus tumbas.2
La única buena noticia que surgió del conflicto coreano
fue la integración racial de las tropas norteamericanas
que pelearon en la guerra, lo cual sucedió cuando los
chinos casi echaron al mar a los batallones estadounidenses y refuerzos negros tuvieron que ser enviados al frente.
La economía también se recuperó durante la guerra, pero
no para beneficio de la mayoría de los latinos y afronor2
Para mayor información acerca de la guerra de Corea, ver
Howard Zinn: A people’s history of the United States, ed. cit.,
pp. 419-421.
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teamericanos. Estos siguieron sufriendo la discriminación severa en la vivienda y en el trabajo.
Cuando volvió la recesión, al final de la guerra, se
necesitaba un chivo expiatorio para justificar la falta de
empleos destinados a los veteranos de guerra que estaban
de regreso. El blanco eran ahora los trabajadores inmigrantes mexicanos. Agentes del Servicio de Inmigración y Naturalización y otros funcionarios policiales
invadieron sus barrios y sus lugares de trabajo en una
escandalosa redada patrocinada por el gobierno federal.
Se le llamó “Operación Espaldas Mojadas”. Más de
un millón de hombres, mujeres y niños fueron metidos
en camiones y embarcados a México sin siquiera tener
una audiencia. Un tercio de ellos eran ciudadanos norteamericanos.
Todo esto ocurría al mismo tiempo que los dueños de
ligas mayores trataban de hacer que los dueños del béisbol
mexicano obedecieran sus órdenes. Los mexicanos los
habían molestado en la década del 40, cuando varios de
sus jugadores pasaron a la Liga Mexicana de Béisbol
por un mejor salario. Desde entonces, los dueños habían
firmado acuerdos restrictivos con los demás países
beisboleros latinoamericanos, excepto México.
Este mal tenía raíces muy profundas en la historia de
las relaciones entre los dos países, que se remontaba a
tiempos tan lejanos como la creación de Texas hacia la
década del 30 del siglo XIX y la guerra entre México y los
Estados Unidos entre 1846 y 1848. De un día para otro,
el tratado que puso fin a la guerra convirtió aproximadamente a 100 000 mexicanos que vivían en el suroeste del
país en ciudadanos de los Estados Unidos. Tenían poco
tiempo para el béisbol: estaban demasiado ocupados lidiando con los colonizadores “anglos” que les quitaban
sus granjas y sus minas mediante engaños legales y violencia armada.
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Para 1870, los mexicanos-norteamericanos se unieron a miles de trabajadores mexicanos importados para
construir las vías ferroviarias del país, sacar cobre de las
minas y recoger los cultivos en tierras que alguna vez habían sido suyas. Dentro de los campos mineros se les
segregaba en áreas llamadas Jim towns. Trabajaban por
lo que se llamaba “el sueldo mexicano”, o la mitad de lo
que se les pagaba a los blancos, y por más horas.
El béisbol al estilo moderno se había popularizado en
México desde que fue introducido por los cubanos y los
estadounidenses a fines del siglo XIX. Durante la dictadura de treinta y cinco años de Porfirio Díaz en México
(1876-1911), los magnates estadounidenses del ferrocarril, la minería y el petróleo llevaron trabajadores norteamericanos para super visar a los trabajadores
mexicanos mal pagados. A veces los estadounidenses
jugaban béisbol con los “lugareños”. Sin embargo, el
racismo generaba una constante disputa. Como señaló
el rico magnate petrolero Edward L. Doheny, los norteamericanos “llevaban armas” y trataron a los mexicanos con “un espíritu dominador”.3
La Revolución mexicana de 1910-1920 reemplazó
las pelotas de béisbol por balas. En algunas minas, los
trabajadores —antiguos jugadores— atacaron a sus supervisores norteamericanos. Antes de que todo terminara, aproximadamente 2 millones de mexicanos habían
perdido la vida en una guerra civil violenta, y los Estados
Unidos había invadido dos veces a México.
La Liga Mexicana de Béisbol no se estabilizó sino a
principios de la década del 20. Sus equipos jugaban partidos de exhibición contra equipos de las ligas negras, y
3
Jonathan C. Brown: “Foreign and native born workers in Porfirian
Mexico”, American Historical Review, junio de 1993, p. 790.
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de cuando en cuando contra los equipos de ligas mayores. Los equipos mexicanos también viajaron por Texas
y el suroeste de los Estados Unidos. Unos cuantos jugadores estrellas mexicanos jugaban en las ligas mayores
norteamericanas. Uno de ellos fue Baldomero Melo
Almada. Durante su carrera en las ligas mayores, que
duró siete años, Almada bateó para un promedio de .284.
Durante las décadas del 30 y del 40, las ligas de verano mexicana, venezolana y de la cuenca del Caribe en
general, atrajeron no solo a jugadores negros, sino también blancos. Esto era casi siempre porque pagaban mejores salarios y ofrecían una atmósfera menos racista. A
principios de la década del 40, el millonario veracruzano
Jorge Pasquel, y sus cuatro hermanos, contrataban estrellas de las ligas negras tales como Josh Gibson, Willie
Wells, Roy Campanella, Monte Irvin y Buck Leonard,
para jugar en la Liga Mexicana de Béisbol, que estaba
formada por seis equipos. Trataban bien a los hombres, y
hasta contrataban maestros para sus hijos.
Cuando dos jugadores afronorteamericanos que vivían
en México fueron reclutados por los Estados Unidos para
ayudar a la lucha contra los nazis en la Segunda Guerra
Mundial, Jorge Pasquel logró que regresaran mediante
una “transacción”. Utilizó sus contactos en el gobierno
para arreglar un préstamo de 80 000 trabajadores mexicanos a los Estados Unidos a cambio de los dos jugadores. Este tratado fue una parte poco conocida del
Programa Bracero, creado en 1942 por un tratado bilateral. Este se amplió rápidamente. Solo lo interrumpió la
Operación Espaldas Mojadas, y no terminó oficialmente hasta 1964. El tratado de los braceros proporcionó
trabajadores mexicanos para que ayudaran a que las líneas ferroviarias, las minas y las granjas funcionaran a
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toda su capacidad. Su principal administrador en los
Estados Unidos llamó después a este programa “esclavitud legalizada”.4
Terminada la Segunda Guerra Mundial, Pasquel se
deleitó mirando a todos los jugadores latinos que iban a
perder sus empleos al regresar de la guerra los jugadores
blancos. Se convirtió en el presidente de la Liga Mexicana y la amplió a ocho equipos. Para llenar las nuevas
plazas, reclutó a los principales jugadores latinos de las
ligas mayores que enfrentaban un descenso a las ligas
menores, incluido el jardinero puertorriqueño Luis
Olmo, de los Dodgers de Brooklyn. Trajo al cubano
Adolfo Luque, de 56 años de edad, para que entrenara
al equipo de Puebla.
Aproximadamente 13 jugadores blancos tomaron los
altos salarios que ofrecía Pasquel, y pasaron a la Liga
Mexicana de Béisbol, entre ellos estrellas como el cátcher
Mickey Owen, el short-stop Vern Stephens y el pítcher
Sal el Barbero Maglie. Pasquel se jactó de que pronto
invitaría a las superestrellas Ted Williams, Joe
DiMaggio, Stan Musial y Hank Greenberg. La madre
de Williams era parte mexicana y parte francesa, lo cual
lo convertía en mexicano en una cuarta parte. Había
bateado un promedio de .406 en 1941 y —como máximo bateador de las décadas del 40 y el 50— estaba
haciendo que el béisbol ardiera.5
El comisionado Chandler dispuso que los jugadores
que pasaran a México serían suspendidos del béisbol estadounidense si no regresaban a principios de la temporada de 1946, pero se beneficiaron con las “incursiones”
4
5
Rodolfo Acuña: Occupied America: a history of Chicanos, Nueva
York, Harper & Row, 3a. ed., 1988, p. 116.
Más información en Ed Linn: The life and turmoils of Ted Williams,
Nueva York, Harcourt Brace, 1993.
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de la Liga Mexicana. Empezaron por organizarse para
demandar mejores salarios, formando la American
Baseball Guild, antecedente del sindicato de jugadores
actuales. La Guild obtuvo un salario mínimo de 5 000
dólares y un plan de pensiones. Los jugadores amenazaron entonces con entablar demandas antitrust a menos
que sus compañeros suspendidos por jugar en México
fueran admitidos de nuevo en el béisbol organizado.
Chandler dio marcha atrás en 1949 y les permitió el regreso. Sal Maglie, cuyo pitcheo se había pulido gracias
a los consejos de Luque, regresó y ganó 59 juegos para
los Gigantes de Nueva York entre 1950 y 1953.
El béisbol estadounidense se aseguró de que no se repitieran los intentos. Ya en 1948 las ligas mayores habían comenzado a firmar contratos con las ligas caribeñas
para regular el movimiento de los jugadores y para
institucionalizar el béisbol de invierno. Las ligas caribeñas
se convirtieron en lo que hoy es “un campo de prueba
gratuito” para los jugadores prospectos de los equipos de
ligas mayores, una relación que más tarde “se formalizó
con la prohibición de contratar jugadores que tuvieran
más de cien días de experiencia en las ligas mayores”.6
En 1948 se organizó la primera serie de campeonato
latinoamericana. Los equipos participantes vinieron de
Cuba, Panamá, Venezuela y Puerto Rico. Un año después se le dio el nombre de Serie Mundial del Caribe y
dio a los buscadores del béisbol estadounidense una oportunidad de ver más de cerca a los mejores jugadores latinoamericanos. George Trautman, presidente de las ligas
menores de los Estados Unidos, lanzó la primera bola
del primer año de la serie en La Habana. La ganó el
equipo cubano de Almendares, entrenado por Fermín
6
Krich: ob. c it., p. 48.
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LATINOS EN EL BÉISBOL
Mike Guerra, cátcher de los Atléticos de Filadelfia y
originario de La Habana. El equipo de Almendares
incluía jugadores de ligas mayores tales como los jardineros Al Gionfriddo, Monte Irvine y Sam Jethroe. Con
frecuencia, otras estrellas norteamericanas, incluido a
Willie Mays, jugaron en la Serie Mundial del Caribe.
La serie terminó de momento en 1960, cuando los Estados Unidos rompió relaciones con Cuba debido a la
Revolución cubana (ver el capítulo 7).
La Liga Mexicana, a pesar de sus atractivos, no tenía
buenas finanzas. Durante la “irrupción” mexicana de la
década del 40, los Pasquel se habían sobregirado. No
tenían estadios suficientemente grandes para satisfacer la
demanda de boletos, y perdieron en algunas otras de sus
operaciones financieras. Aun así, no fue nada fácil para
los dueños de los clubes estadounidenses imponer los arreglos que se hicieron en el Caribe en un país tan grande
como México. En 1955, Jorge Pasquel murió en un
accidente aéreo. Cuando la Operación Espaldas Mojadas terminó, se llegó a un acuerdo entre los Estados
Unidos y México con respecto al béisbol. La Liga
Mexicana de verano se volvió parte del sistema de ligas
menores de los Estados Unidos, pero sus equipos no se
vincularon a ninguna organización de ligas mayores.
Cualquier equipo de ligas mayores tenía que comprar el
contrato de un jugador mexicano, práctica que continúa hasta hoy. Para desanimar a más potenciales Sal
Maglies, a los clubes mexicanos se les limitaba el número de jugadores estadounidenses a dos por equipo.
La mayor parte del tiempo, los propietarios mexicanos mantuvieron altos los precios de sus jugadores,
desanimando con ello a los compradores estadounidenses. Aun así, aproximadamente cuarenta jugadores mexicanos entraron a las ligas mayores después de 1955. Pero,
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debido al extendido racismo y los prejuicios antimexicanos
que había en los Estados Unidos, muchos jugadores,
como el rey del jonrón Héctor Espino, eligieron quedarse en casa.
En 1964, Espino jugó durante poco tiempo para un
equipo subsidiario de los Dodgers de Los Ángeles en
Jacksonville, Florida; y según los informes, era desdichado. El hombre que lo contrató, el ex propietario de los
Reyes del Azúcar de La Habana y famoso promotor de
béisbol, Bobby Maduro (ver el capítulo 6), se dio cuenta
de que el bateador mexicano de bolas largas “no se podía
adaptar a las cosas de aquí, a la comida, a la manera de
vivir, a nada”.7 En 1965, Espino se convirtió en un héroe
nacional de México, cuando se negó a unirse a los Cardenales de San Luis después de que compraron su contrato a los Sultanes de Monterrey. En vez de ello, jugó
durante 24 años en México, donde pegó 760 jonrones,
en dos ocasiones tuvo un promedio de bateo superior
a 400 y culminó su carrera con un promedio de .330 y
18 títulos de bateo. Amado por los mexicanos, vivió una
vida feliz y cómoda, y nunca se tuvo que preocupar por
convertirse en un trabajador inmigrante en un país extraño.
Mientras tanto, diez de dieciséis clubes de béisbol todavía estaban a favor de la segregación en 1953. A fines
de la temporada de 1953, los Yanquis de Nueva York
por fin derribaron la barrera del color y pusieron al afronorteamericano Elston Howard y al puertorriqueño Vic
Powers en su lista. Al igual que Minnie Miñoso, Powers
provenía de una familia muy pobre. Su padre murió cuando tenía tan solo trece años. A la edad de dieciséis años,
Powers trabajó en un ingenio azucarero para ayudar a su
madre, que era costurera. Como Miñoso, Powers jugaba
7
Oleksak y Oleksak: ob. cit., p. 156.
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pelota dondequiera que encontraba a compañeros que
estuvieran dispuestos a lanzar o a batear. Para 1947 estaba jugando béisbol profesional en la liga de Puerto Rico,
con un salario de 250 dólares al mes. Localizado por un
scout de los Yanquis, fue enviado a jugar a un equipo
subsidiario canadiense, y en realidad nunca se le permitió jugar con los Yanquis.
Los Yanquis escogieron a Howard, de carácter suave,
como su hombre negro de muestra, aunque Powers tenía
un mejor promedio de bateo. Alguien dijo que era porque
Powers no aguantaba los insultos, devolvía golpe por golpe, se dice que salía con mujeres blancas, y era, como él
mismo reconoció más tarde, “el hotdog original”.8 En diciembre de 1953 los Yanquis transfirieron a Powers a los
Atléticos de Filadelfia. En doce temporadas, jugando con
seis equipos de ligas mayores, Powers bateó para .284.
Powers estaba conmocionado por la segregación de
los Estados Unidos. En Puerto Rico, los restaurantes
servían comida a cualquiera que tuviera el dinero para
pagar por ella. Powers pidió a su compañero de equipo,
Gary Bird, una explicación de la situación del sur, y
Bird le dijo: “Vic, ha sido de ese modo desde hace cien
años, y vamos a seguir así”. Powers le comentó a un
columnista: “Tengo que viajar en el mismo autobús con
los muchachos, y se detienen en la carretera a comer. Y
yo no puedo entrar. ¡Pero nunca nadie me trajo ni un
emparedado ni una hamburguesa! Me quedaba solo en
el autobús esperando, y después de comer, llegaban y
nadie me traía nada. Y eran mis amigos. Y jugábamos
juntos. Pero eran muy fríos”.
Algunas veces, para aminorar el dolor, Powers hacía
bromas acerca de sus experiencias. En una de las más
8
Tygiel: ob. cit., p. 297.
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famosa él dice: “Traté de comer en un restaurante y la
mesera me dijo: «Lo siento, no servimos a negros». Yo le
respondí: «No vengo a comer negros, yo lo que quiero es
arroz con frijoles»”.9
Fuera de bromas, Vic Powers nunca se recuperó de
su experiencia en el béisbol estadounidense. “La primera vez que fui a las ligas mayores, los pítchers te tiraban a la cabeza. ¡Y no usábamos cascos ni nada!”,
expresó. “En el béisbol uno tiene que pelear... Tienes
que hacer que te respeten”.10
Los casos de derechos civiles se habían venido dando
en las cortes durante décadas. Lo más que los latinos y
los afronorteamericanos podían hacer era obtener una que
otra victoria en las cortes locales. Finalmente, el 17 de
mayo de 1954, la Suprema Corte falló, en el caso Brown
v. the Board of Education, que la segregación en las escuelas públicas era anticonstitucional. Debido a que el
caso estaba dirigido específicamente a los afronorteamericanos, los latinos no estuvieron protegidos oficialmente
¡hasta 1973!11
Pocos pudieron haber pronosticado la tormenta de odio
y violencia que se extendió por todo el sur durante la
siguiente década. Se desató una oleada de pleitos y disparos y hasta asesinatos de personas de piel de color que
intentaban inscribir a sus hijos en las escuelas para blan9
10
11
Todas las citas son de Krich, pp. 85-86.
Ibídem, p. 87.
Los latinos ganaron un pequeño número de victorias en la corte en
un nivel local. Por ejemplo, en 1932, una corte de California ordenó la integración en las escuelas para los latinos en Lemon Grove,
en el condado de San Diego, y en 1947 una decisión similar de
integración para los latinos se ganó en el condado de Los Ángeles. Para la historia completa, ver James D. Cockcroft: Latinos in
the struggle for equal education, Nueva York, Franklin Watts, 1995.
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LATINOS EN EL BÉISBOL
cos. Los jugadores de béisbol latinos y negros vieron
empeorar rápidamente las condiciones de viaje. Eran también frecuentes las amenazas de muerte en contra de los
jugadores de piel oscura. Hank Aaron y el puertorriqueño
Félix Mantilla, contratados por Milwaukee en 1954 y
1956, respectivamente, para darle un título a los Bravos,
y el campeonato de la Serie Mundial de 1957, recibieron amenazas de muerte en Montgomery, Alabama. Años
después, en 1974, cuando rompió el récord de Babe Ruth
de jonrones, Aaron tuvo que contratar un guardaespaldas debido a las amenazas de muerte.
Lógicamente, la decisión de la Suprema Corte debió
haber convencido a todos los dueños del béisbol a abrir
las puertas de par en par a los jugadores negros y latinos,
pero eso no ocurrió. No se escuchó ni una palabra de los
Filis de Filadelfia ni de los Tigres de Detroit o de los
Medias Rojas de Boston. Durante toda la década del 50
solo el ocho por ciento de los jugadores de ligas mayores
eran afronorteamericanos o latinos de piel oscura, la
mayoría de los cuales fueron contratados al final de la
década cuando el movimiento de derechos civiles se había acelerado.
Como señalara Vic Powers, pocos jugadores blancos
estaban conscientes de la humillación que sufrían sus compañeros de piel oscura. Ni siquiera Hank Greenberg se
dio cuenta de la gravedad de la situación. Un día, en
1955, cuando su equipo bajó del autobús después de un
largo viaje, Greenberg vio que cinco jugadores negros se
quedaron por ahí en vez de tomar un taxi para llegar al
hotel en el que se hospedaría el equipo. Cuando les preguntó qué pasaba, por primera vez se dio cuenta de que
sus jugadores de piel oscura se alojaban en casas particulares, porque no eran bienvenidos en el hotel del centro
de la ciudad en el que se hospedaba el equipo. Cuando
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Greenberg escribió a los hoteles y amenazó con boicotearlos, cambiaron sus políticas.
En 1957, los Filis de Filadelfia finalmente contrataron
al short-stop John Kennedy del agonizante equipo de los
Monarcas de Kansas City y a Humberto Chico Fernández,
short-stop nacido en Cuba de veinticino años de edad, que
había sido contratado por los Dodgers el año anterior.
Kennedy fue relegado rápidamente a las ligas menores
después de una lesión en el hombro, y Fernández fue quien
se quedó con la posición de short-stop.
Los Tigres de Detroit se negaron a ceder, aunque
tenían candidatos de sobra en su sistema de sucursales.
Finalmente, un grupo de derechos civiles, el Briggs
Stadium Boycott Committee, declaró que organizarían
un boicot de los partidos de los Tigres si no se arreglaba
la situación. En 1958, los Tigres incluyeron en su equipo al tercera base puertorriqueño Ozzie Virgil, el cual
adquirieron en un intercambio con los Gigantes. El hijo
de Virgil creció y se convirtió en cátcher de los Filis y de
los Bravos en la década del 80.
Para 1959, ya se habían integrado 15 equipos, la
mayoría de manera simbólica. Solo los Medias Rojas de
Boston seguían sin ceder. Comenzando con un piquete
ante el Fenway Park —que se atrevía a llevar una pancarta que decía “El odio entre las razas es matar al béisbol
en Boston”—, el esfuerzo para concluir con la integración dio un paso más. Jackie Robinson condenó a los
Medias Rojas en un discurso que pronunció en Boston.
La NAACP y la Ministerial Alliance of Greater Boston
instaron a la comisión de Massachusetts en contra de la
discriminación a investigar al club beisbolero, diciendo
que tampoco había ningún negro o latino empleado en el
parque desempeñando otras tareas. La Comisión llevó
a cabo una audiencia pero retiró los cargos contra el equipo
112
LATINOS EN EL BÉISBOL
cuando se hicieron promesas de corregir la situación.
El jugador de cuadro Elijah Pumpsie Green fue llamado
de las ligas menores para cumplir la promesa.
Para fines de la década del 50, a medida que el Movimiento de Derechos Civiles del sur atrajo la atención del
país, los jugadores negros y latinos comenzaron a ejercer
más presión para cambiar las condiciones durante el entrenamiento de primavera en Florida. El campo de entrenamiento, tanto para los Cardenales de San Luis como
para los Yanquis, fue St. Petersburg, y la ciudad se benefició grandemente con el turismo que atrajeron los equipos. El sindicato de jugadores, rebautizado en 1953 como
la Major League Baseball Players Association, protestó
formalmente por la segregación en los hoteles y exigió
que los dueños de los clubes los presionaran. Los Yanquis se cambiaron a Fort Lauderdale, donde los hoteles
prometieron dar alojamiento a todo el equipo. Puesto que
no quería perder el negocio del béisbol completamente,
St. Petersburg quitó sus códigos de segregación en los
hoteles, al menos para los Cardenales y para el recién
constituido equipo de los Mets de Nueva York. Los latinos y los negros que vivían en la ciudad a lo largo del
año, desde luego, no tuvieron tanta suerte.
No fue sino hasta 1963 cuando Jackie Robinson, que
se había retirado en 1957, llamó a los dueños del béisbol
para que “instituyeran una norma que exigiera alojamiento
y servicios por igual para todos los jugadores en cualquier época”.12 El béisbol organizado siguió adelante;
pero, a medida que el Movimiento de Derechos Civiles
se extendió del sur al resto del país, el experimento que
comenzó con Jackie Robinson empezó a sacar vapor. La
década del 60 sería testigo de un juego de pelota com12
Tygiel: ob. cit., p. 319.
LA LIGA MEXICANA Y EL PRIMER MIEMBRO DEL SALÓN DE LA FAMA
113
pletamente nuevo. Para entonces, había un jardinero latino de color que sobresalía por encima de todos los jugadores de ligas mayores, blancos o no: Roberto Clemente.
Contratado por Pittsburgh en 1955, Clemente se convirtió en el primer latino postulado al Salón de la Fama. Para
la mayoría de los columnistas y aficionados al béisbol, él
sigue ocupando hasta hoy una clase aparte. Willie Stargell,
su compañero de equipo afroamericano en los Piratas y en
el Salón de la Fama, más tarde lo recordó como “el mejor
jugador en cualquier posición de las ligas mayores”.13
En 18 temporadas, durante las cuales jugó frecuentemente con lesiones en la espalda, los hombros o las piernas, Clemente acumuló un promedio de bateo de por
vida de 317 y un promedio de slugging de 475. Sin
embargo, esos fueron los años en los que la bola rápida y
el pitcheo “controlado” fueron el nombre del juego, y los
promedios de bateo del béisbol disminuyeron. Clemente
fue uno de los pocos jugadores en la historia del béisbol
que ganó cuatro títulos de bateo. Fue el único jugador en
la historia que conectó imparables en todos los partidos
de serie mundial en los que participó. También fue el
primer jugador del siglo XX que conectó 10 imparables
en dos partidos consecutivos contra los Dodgers, en el
punto más alto de la emocionante carrera por el título de
1970. Como muchas estrellas latinas, Clemente lo podía
todo. Conocido por sus cañonazos lanzados desde el jardín, ganó doce Guantes de Oro, incluidos seis en forma
consecutiva (1961-1966).
Todavía en la cúspide de su carrera, a la edad de 38
años, Clemente bateó .312 en 1972, durante su décimoctava temporada en las grandes ligas. Entró a su casi
último partido de verano buscando su hit número 3 000.
13
Gilbert: ob. cit., p. 25.
114
LATINOS EN EL BÉISBOL
Ello lo colocaría junto a otros diez inmortales del béisbol,
incluidos sus contemporáneos afronorteamericanos Willie
Mays (el tercer mejor anotador de carreras) y Hank
Aaron (quien rompió el récord de jonrones de Ruth tres
años después).
El silencio se hizo entre la multitud expectante el día en
que Clemente se paró ante el plato. Luego Clemente se
agachó para golpear una curva que le lanzó el zurdo Jon
Matlack, de los Mets de Nueva York, y la pelota dio de
aire en la pared izquierda del jardín central para un doblete
que puso de pie al público —el hit número 3 000 de su
carrera. Los aficionados se pusieron de pie y lo ovacionaron
hasta que Clemente les lanzó su casco de batear.
El padre de Roberto, Melchor Clemente, trabajaba
en un ingenio de azúcar. La madre, Luisa Walker, trabajaba haciendo limpieza. Clemente nunca olvidó las palabras de su padre dichas mientras señalaba a un hombre
que manejaba un auto de ensueño: “Él no es mejor que
tú”.14 Como muchos puertorriqueños, el joven Roberto
amaba el béisbol. A los catorce años jugaba en los terrenos baldíos utilizando un palo como bate y una lata como
pelota. Su talento era obvio para el comerciante arrocero
Roberto Marín, quien entrenaba al equipo de sóftbol
que formaron sus trabajadores. “Nunca se ponchaba.
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Montones de latas por todo el
campo”.15 Marín le dio a Roberto un uniforme de la
compañía de arroz Sello Rojo.
Para cuando tenía diecisiete años, el talento de Roberto había llamado la atención de un scout de medio
tiempo que trabajaba para los Dodgers de Brooklyn,
Pedrín Zorrilla, propietario de los Cangrejeros de
14
15
Ibídem, pp. 29-30.
Ibídem, p. 33.
LA LIGA MEXICANA Y EL PRIMER MIEMBRO DEL SALÓN DE LA FAMA
115
Santurce. Zorrilla invitó al principal scout de jugadores
latinoamericanos, Al Campanis, para que le echara un
vistazo a Clemente en los entrenamientos. Campanis
quedó profundamente impresionado, pero las ligas mayores no podían contratar legalmente a un jugador menor de edad sin el consentimiento de sus padres. El padre
de Roberto firmó un contrato con los Dodgers con una X.
Más tarde, los Bravos de Miwaukee triplicaron la oferta
de los Dodgers, que consistía en 5 000 dólares como
salario anual y un bono de 10 000, y entonces Roberto le
pidió a su mamá que lo aconsejara. “Debes mantener tu
palabra”, le dijo.
Los Dodgers enviaron a Roberto a Montreal. Trataron de evitar que los scout lo vieran manteniéndolo en la
banca de Montreal tanto como fuera posible. Durante el
invierno de 1954-1955, llevó a Santurce —equipo que
tenía en sus filas a Willie Mays y a otras estrellas de
grandes ligas— a su tercer campeonato consecutivo en la
Serie Mundial del Caribe.
Sin embargo, los Dodgers no pudieron esconder un
talento tan grande como el de Clemente de un ladino
como Branch Rickey, que entonces era el presidente de
los Piratas de Pittsburgh. En una época en que los jugadores blancos exigían grandes bonos para firmar, Rickey
envió a su buscador principal, Howie Haak, a buscar
jugadores latinos más baratos. Haak estaba contento
porque ya no tenía que hacer que los cubanos firmaran
“esa falsa forma que decía que sus antepasados eran blancos”.16 Haak localizó enseguida a Clemente. Las normas de reclutamiento le dieron la oportunidad de escoger
primero a los equipos que terminaban en los últimos lugares, y así, los Piratas, que siempre quedaban en último
16
Krich: ob. cit., p. 157.
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lugar, reclutaron a Clemente, quien dijo que “ni siquiera sabía dónde estaba Pittsburgh”.17
Al menos no estaba en el sur de la segregación racial.
Aún así, Roberto descubrió que el racismo también prosperaba en el norte. Como dijo después a 44 000 aficionados, la mayoría de ellos puertorriqueños, en el Shea
Stadium de los Mets, en la Noche de Roberto Clemente: “En los primeros años, la segregación nos frustró...
Las personas que nunca se enfrentan a estos problemas
no tienen ni idea de qué clase de sufrimiento pueden representar”.18
El promedio que Clemente obtuvo de .311 y otras
impactantes estadísticas de 1956 hicieron que Rickey
enviara a Haak a varios países latinoamericanos. Durante las siguientes décadas, Howie Haak contrató docenas de estrellas latinas, incluidas el segunda base
panameño Rennie Stennett (con promedio de bateo
de por vida de 274), al jardinero venezolano Tony
Armas (252) y al cátcher dominicano Tony Peña (273).
La manera espectacular de jugar de Clemente año tras
año ayudó a sacar a los Piratas del sótano hasta colocarlos
en un campeonato de serie mundial en 1960. Sin embargo, los columnistas de béisbol, muchos de los cuales se
sentían perturbados por el creciente número de latinos y
negros en las ligas mayores, rehusaron votar por Clemente
para el premio del jugador más valioso. Como protesta,
Roberto no quiso usar su anillo de serie mundial.
Durante la mayor parte de su carrera, Clemente fue
muy apreciado por los aficionados perspicaces, pero no
era tratado con mucho respeto por los funcionarios del
béisbol o por la prensa. Los columnistas de deportes se
17
18
Gilbert: ob. cit., p. 52.
Ibídem, p. 58.
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negaban a utilizar su nombre real en sus historias, y lo
llamaban Bob o Bobby. Clemente sufrió los prejuicios
raciales dobles, los infligidos a los negros y los infligidos
a los latinos. Un escritor lo enfureció al llamarlo “un
hotdog puertorriqueño”. Otro dijo que no era un “buen
jugador de equipo”. Otros más le aplicaban el estereotipo latino estándar y lo tildaban “de temperamento violento” y “emocional”. Muchos lo ridiculizaban como un
“hipocondriaco”, cargo que con frecuencia le imputaba
su entrenador, Danny Murtaugh.
Desde el principio Clemente se defendió. Denunció
regularmente a los columnistas de deportes, a los opositores y hasta a los compañeros de equipo por sus actos de
racismo. Cuando los compañeros blancos gritaban ofensas de tipo racial a los opositores negros, él y su compañero de equipo cubano, Román Mejías, “desafiábamos
al resto del equipo en la caseta —no les caíamos bien a
muchos de los jugadores porque no éramos blancos”.19
Cuando se ridiculizó su acento en la prensa, Clemente
les sugirió a los reporteros que empezaran a aprender
algo de español.
En 1964, diez años después de entrar al béisbol de los
Estados Unidos, Roberto Clemente se casó con Vera
Cristina Zabala, empleada de banco en Puerto Rico. Se
mudó con Vera a una nueva y espaciosa casa en Río
Piedras, un barrio de clase media en las afueras de San
Juan. Los tres hijos de los Clemente nacieron en la Isla,
por insistencia de Roberto. Compró una casa cerca de la
suya para sus padres. Clemente nunca perdió la visión
de sus raíces en el barrio. Con frecuencia pasaba su tiempo fuera de temporada haciendo cerámica, imaginando
una industria nacional casera de cerámica como la ayuda
19
Ibídem, pp. 64-65.
118
LATINOS EN EL BÉISBOL
posible para vencer los problemas de desempleo que había
en Puerto Rico. También comenzó a planear un enorme
complejo deportivo para la ciudad capital de San Juan. Se
llamaría Ciudad Deportiva, y sería gratis para toda la gente, con hincapié en la recreación para los niños pobres.
Clemente se quejaba con frecuencia con su esposa,
Vera, acerca de la mala publicidad para los latinos: “Si
juegan bien, la prensa no los menciona. Pero si hacen
algo malo, ¡lo ponen en primera plana!”20 Durante la
febril carrera por el título en 1966, Roberto explicó pacientemente a los mismos reporteros que tanto lo denigraron: “El jugador latinoamericano no tiene el
reconocimiento que merece. Tampoco el jugador negro,
a menos que haga algo realmente espectacular, como
Willie Mays. Estamos satisfechos con nosotros mismos,
sí. Pero después de que termina la temporada, nadie se
preocupa por nosotros... Juan Marichal [jugador dominicano] es uno de los mejores lanzadores del juego, pero
¿se le invita a los banquetes? Alguien dice que vivimos
demasiado lejos. Esa es una excusa despreciable. Yo
soy ciudadano norteamericano, pero algunas personas
actúan como si pensaran que vivo en algún lugar de la
selva. Para esa gente somos extraños, extranjeros”.21
No fue hasta el año de 1966, cuando sobrepasó la
marca de los 2 000 hits y empujó 119 carreras, que
Roberto Clemente ganó finalmente el galardón como el
jugador más valioso de la Liga Nacional. Para entonces, su bateo espectacular, sus rápidos giros en círculo
en el jardín, y sus tiros de bala a home hicieron leyenda.
A Clemente también se le dio el galardón de jugador
más valioso por su singular desempeño en la serie mun20
21
Krich: ob. cit., p. 98.
Gilbert: ob. cit., pp. 83-84.
LA LIGA MEXICANA Y EL PRIMER MIEMBRO DEL SALÓN DE LA FAMA
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dial de 1971: un promedio de bateo de .414; .759 de
promedio en slugging; 12 imparables, incluidos dos
jonrones y un triple, y dos atrapadas milagrosas en el
jardín. Después, encaró a las cámaras de televisión y se
convirtió en el primer jugador latino que hablara español
ante un gran público en los Estados Unidos: “Antes de
decir cualquier otra cosa, quiero decir algo en español a
mi madre y a mi padre. «En este, el momento más grande de mi vida, les pido la bendición»”.22
Los aficionados del béisbol sentían que Clemente era
único en su aprecio por las personas sin las cuales el
negocio del béisbol se caería en pedazos: los aficionados
mismos. Una vez dijo: “Creo que le debemos algo a la
gente que nos ve. Trabajan duro para ganarse su dinero”.23 Y le gustaba interrumpir cualquier entrevista
aburrida diciendo: “Amo a la gente pobre, a los trabajadores, a las minorías, a los que sufren. Tienen una perspectiva diferente de la vida”.24
Cuando los aficionados de Pittsburgh organizaron
una Noche de Roberto Clemente en 1970, presentaron
a una delegación de Puerto Rico que llevaba un rollo
con 300 000 firmas de los residentes isleños. Después del partido, Clemente derramó lágrimas explicando
que “Si no fuera por estos aficionados, no sé qué hubiera sido de mí”.25
La manera en que veía a Roberto Clemente el resto
del mundo cambió dramáticamente en diciembre de 1972.
Dos días antes de Navidad un devastador terremoto
sacudió Nicaragua, destruyendo el centro de Managua y
llevándose miles de vidas. Clemente, que había estado
22
23
24
25
Ibídem, p. 25. (La frase en cursivas está en español en el original.)
Ibídem, p. 103.
Krich: ob. cit., p. 40.
Gilbert: ob. cit., p. 102.
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un mes antes en Nicaragua, como mánager del equipo
puertorriqueño en los Mundiales, comenzó al instante
a unir esfuerzos en Puerto Rico para las víctimas del
temblor. Fue personalmente de puerta en puerta en Río
Piedras pidiendo donaciones. Para fin de la semana tenía suficientes víveres como para llenar un viejo avión
de carga DC7 donado por una compañía de San Juan.
Roberto quería ir él mismo a Nicaragua con los víveres, porque sabía que el dictador de ese país, el general Anastasio Somoza, estaba desviando la ayuda dada
a los damnificados del temblor para él y sus ayudantes
corruptos. Ya había recibido una llamada telefónica de
Somoza informándole que solo se aceptaría “dinero y
comida”. En la tarde de año nuevo en que la salida del
DC 7 se retrasó debido a problemas mecánicos, los amigos de Roberto y su esposa Vera le rogaron que no se
fuera. “Los bebés se están muriendo allá —les dijo—.
Necesitan estas cosas. Voy a ir y voy a distribuir los víveres yo mismo”.26
Finalmente, después de las nueve de la noche, el avión
consiguió despegar, con Roberto y cuatro personas más
a bordo. De repente, uno de los motores empezó a fallar
y el piloto comunicó por radio que iba a regresar a San
Juan. Algunos testigos vieron cómo el avión se ladeó hacia la izquierda y cayó al océano. Los buzos encontraron
después los restos del piloto, pero ningún rastro de Clemente. Después de cinco días de buceo, el amigo y compañero de equipo de Clemente, Manny Sanguillén, el
cátcher panameño que hizo un arte de conectar hits con
malos lanzamientos (con un promedio vitalicio de 296),
abandonó la búsqueda, pues vio muchos tiburones grandes y no creía que hubiera ninguna esperanza.
26
Ibídem, p. 98.
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La nación estaba de luto, por lo que el día de la toma
de posesión del gobernador recién elegido se pospuso. El
gobernador electo de Puerto Rico dijo: “Nuestro pueblo
ha perdido una de sus grandes glorias”.27 Las donaciones
para el proyecto favorito de Clemente, la Ciudad Deportiva, empezaron a aparecer, y hoy es una realidad.
Irónicamente, el dictador de Nicaragua utilizó algunos de los fondos de ayuda para los damnificados para
volver a construir el Estadio Somoza, una instalación para
béisbol de 30 000 asientos que fue destruida por el temblor. Después de que la Revolución de Nicaragua de 1979
derribó a la dinastía Somoza, los nicaragüenses homenajearon a Clemente bautizando un estadio de béisbol en
Masaya con su nombre.
La trágica muerte de Clemente impactó a los entusiastas del béisbol de todo el mundo. Los funcionarios de
este deporte renunciaron al período normal de espera de
cinco años después del último partido de un jugador para
permitir que los columnistas de béisbol eligieran a Roberto Clemente para el Salón de la Fama el 20 de marzo
de 1973. Fue casi un acto simbólico de contrición por
parte del béisbol estadounidense y de la prensa. El homenaje a Clemente compensó parcialmente el trato miserable que se le dio, no solo a él sino a la gran cantidad de
latinos de piel oscura.
El Commissioner’s Award, dado tradicionalmente a
los jugadores ejemplares, obtuvo entonces un nuevo nombre: se llamó Premio Roberto Clemente, como reconocimiento al trabajo humanitario del héroe. Quienes
conocieron mejor a Clemente dicen que fue lo que
Roberto más hubiera deseado. Algo especial se fue sin
duda del béisbol con la muerte de Roberto. Muchos
27
Gilbert: ob. cit., p. 100.
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amigos y aficionados latinos todavía dicen: “Me hace
falta Roberto Clemente”. Y un gran número de aficionados no hablantes de español todavía piensan lo mismo en inglés: “I miss Roberto Clemente”.
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