Descargar - Poder Judicial de la Provincia de Misiones

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La Comisión Nacional de los Derechos Humanos,
la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Quintana Roo y
la Secretaría de la Cultura del Estado de Quintana Roo
MODULO IV
-SEGURIDAD PÚBLICA Y DERECHOS HUMANOS, ACTUACIÓN DEL EJÉRCITO MEXICANO.
LEY GENERAL DEL SISTEMA NACIONAL DE SEGURIDAD PÚBLICA. PRINCIPIOS BÁSICOS
SOBRE EL EMPLEO DE LA FUERZA Y DE ARMAS DE FUEGO POR LOS FUNCIONARIOS
ENCARGADOS DE HACER CUMPLIR LA LEY, DETENCIÓN, DETENCIÓN ARBITRARIA.
CATEOS Y VISITAS DOMICILIARIAS ILEGALES, IMPORTANCIA EN LA PRESERVACIÓN DEL
LUGAR DE LOS HECHOS
VER PRESENTACIÓN POWER POINT
LOS DERECHOS
DE LAS PERSONAS
DETENIDAS
FASCÍCULO 7
MÉXICO, 2003
PREVENCIÓN DE LA VIOLENCIA,
ATENCIÓN A GRUPOS VULNERABLES
Y LOS DERECHOS HUMANOS
Primera edición: mayo, 2003
ISBN: 970-644-296-0
© Comisión Nacional
de los Derechos Humanos
Periférico Sur 3469,
esquina Luis Cabrera,
Col. San Jerónimo Lídice,
C. P. 10200, México, D. F.
Diseño de portada:
Flavio López Alcocer
Impreso en México
CONTENIDO
Presentación
Introducción
Los derechos humanos de los detenidos
Sergio García Ramírez
PRESENTACIÓN
El fin del siglo XX cierra un periodo de la historia de la humanidad que
será recordado por las guerras mundiales, los totalitarismos, la bomba
atómica, la “guerra fría” y otras expresiones de violencia. Fue también en
la segunda mitad de ese siglo cuando se configuró el nuevo orden mundial
y se desarrolló con gran vigor el derecho internacional de los derechos
humanos, pero estos logros no pudieron corregir la fragilidad de la
paz, el abuso a los más débiles y la falta de respeto a los derechos fundamentales.
La persistencia de los fenómenos de violencia en este contexto se originan
por distintos factores. Por un lado contemplamos actos de violencia
ligados a factores culturales y políticos como la xenofobia, la intolerancia
religiosa y más recientemente el aumento del terrorismo. Por otro
lado, persiste la violencia originada por situaciones de exclusión y
marginalidad social como el desempleo y la pobreza.
La violencia estructural ha afectado de manera alarmante a diversos
grupos de nuestra sociedad; sobre todo a aquellos colectivos humanos que
por sus características y condiciones se encuentra en situación de vulnerabilidad.
Los grupos más desfavorecidos en un sistema que genera permanentemente
relaciones de desigualdad y exclusión son las mujeres, los indígenas,
las niñas y los niños, los presos y detenidos, los enfermos y pacientes,
los migrantes, las personas de la tercera edad, los que viven con
el VIH o padecen sida y las personas que tienen alguna discapacidad,
entre otros.
Estos grupos sociales vulnerados por condiciones de pobreza, falta de
oportunidades laborales, desigualdades sociales y económicas, inequidades
de género, sufren la ausencia de oportunidades, lo que genera un
círculo vicioso de marginación, así como la escasa posibilidad de participar
y decidir en la estructura de una sociedad excluyente e inequitativa.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos, preocupada por estos
fenómenos, realizó durante el año 2000 el Ciclo de Conferencias y
Mesas Redondas tituladas “Prevención de la violencia, atención a grupos
vulnerables y los derechos humanos”. En dicha actividad participaron más
de 80 intelectuales mexicanos y extranjeros procedentes del mundo de la
academia, de las instituciones públicas y de las organizaciones sociales
para compartir con nosotros, de manera generosa y desinteresada, lo mejor
de su saber en esta materia, a fin de ofrecer alternativas de solución para
mejorar las condiciones de vida digna de cada uno de los grupos en situación
de vulnerabilidad. Este ejercicio se vio enriquecido con la participación
de los asistentes a estas conferencias y mesas redondas, que generaron
un proceso dialógico que permitió un intercambio respetuoso y
tolerante de las ideas.
Como resultado de este proceso, este Organismo nacional tiene el gusto
de presentar nueve fascículos organizados de manera tal que cada uno
de ellos abordará la problemática específica de alguno de los grupos sociales
que de manera más frecuente ven trastocados sus derechos fundamentales:
• Los derechos de los pueblos indígenas.
• Los derechos de las mujeres y los niños.
• Los derechos de las personas de la tercera edad.
• Los derechos de los pacientes.
• Los derechos de los migrantes.
• Los derechos de las personas con discapacidad.
• Los derechos de las personas detenidas.
• Los derechos de las personas con VIH y enfermos de sida.
• Los derechos de las minorías religiosas.
Este valioso material es una obra colectiva, y por eso mismo refleja una
gran pluralidad, pero sobre todo, aporta la mirada inteligente y crítica de
cada uno de sus autores. La diversidad de posturas permite abordar cada
tema desde un enfoque multidisciplinario, por lo que el lector tendrá la
posibilidad de acceder a una comprensión integral de las distintas problemáticas
que padecen en materia de derechos humanos los grupos vulnerables.
Por la calidad de los autores y el enfoque de derechos humanos de sus
exposiciones, todo aquel que acceda a estos fascículos encontrará uno de
los mejores diagnósticos elaborados en nuestro país sobre la difícil situación
que padecen estos grupos.
La posibilidad de garantizar el reconocimiento pleno de los derechos
humanos de toda persona, independientemente de sus condiciones y características,
pasa necesariamente por el conocimiento y reconocimiento
de las distintas problemáticas, del análisis serio y acucioso de las mismas,
y del compromiso ético y solidario de quienes estamos convencidos que
podemos modificar esta realidad transgresora, de que podemos y debemos
revertir los horrores cometidos en el siglo que recientemente concluyó:
hasta aquí nuestro modesto aporte como tributo a los grupos vulnerables.
José Luis Soberanes Fernández,
Presidente de la Comisión Nacional
de los Derechos Humanos
INTRODUCCIÓN
Las personas encarceladas forman parte de la sociedad, pese a que están
privadas de su libertad, sin embargo, esta condición no impide que conserven
la mayoría de sus derechos fundamentales. Esta actitud de defender
la dignidad de la persona constituye un hito decisivo en la prevención
de la criminalidad y en el fortalecimiento de la seguridad pública; por eso
afirmamos que la noción de los derechos de los detenidos constituye el
fundamento de toda política penal nacional, es decir, preventiva, que se
interesa por la seguridad pública y el bienestar de los ciudadanos, así como
por el respeto irrestricto de los derechos humanos.
Este fascículo está conformado por ocho magníficas contribuciones en
las que se privilegia el respeto de los derechos humanos de toda persona,
independientemente que esté privada de su libertad por obra de la justicia
penal, ya sea en su carácter de prisión preventiva o el de la prisión punitiva.
Así, iniciamos con Sergio García Ramírez, quien reconoce en su texto
“Los derechos humanos de los detenidos” que la justicia penal se ejerce
con gran imperio, con gran fuerza y, en ocasiones, con gran violencia
sobre las personas que han sido de alguna manera descalificadas previamente,
a las que se tilda como responsables de un delito; lo sean o no,
razón por la cual están sujetas a un procedimiento, y a las que se ve, por
lo tanto, como enemigos sociales que reciben la mayor presión del Estado
y de la sociedad.
José Antonio Mirón Reyes considera que la doctrina de los derechos
humanos en el ámbito carcelario no sólo no ha alcanzado su consolidación,
sino que tiene escasas repercusiones en el campo de la protección
de los derechos humanos de los internos. En su texto “Mecanismos de defensa
de los internos”, Mirón Reyes considera que el derecho penal en
nuestro sistema jurídico es considerado como un instrumento de represión
estatal, mediante el cual se pretende sancionar todas aquellas conductas
que ponen en riesgo la llamada convivencia social.
“Prisión y derechos humanos” es el título de la contribución de Antonio
Sánchez Galindo, quien hace un recorrido histórico de la institución
carcelaria desde el siglo XIX hasta nuestros días. Para este autor, es en
1871 cuando se estableció formalmente el sistema penitenciario en nuestro
país. En el siglo pasado, Porfirio Díaz inició la construcción de instalaciones
penitenciarias en las entidades federativas de Puebla, Jalisco y el
Distrito Federal.
En la actualidad, la situación del sistema penitenciario es complejo, ya
que atraviesa por problemas tales como la sobrepoblación, la corrupción,
la escasez presupuestal, el deterioro del principio de legalidad, la violación
a los derechos humanos y el endurecimiento penal entre otros.
Emma Mendoza Bremauntz aborda dos aspectos específicos del ámbito
de las libertades, como son la libertad de tránsito y la libertad de elegir
el lugar de residencia, dado que tienen expresa limitación en los instrumentos
internacionales, así como en la legislación interna. Bajo el título
de “La privación legal de la libertad y los derechos humanos”, nuestra autora
expone que en nombre de la seguridad nacional y el orden público se
imponen restricciones a estas dos libertades fundamentales del ser humano,
mismas que están previstas en el ordenamiento legal, poniendo en
entredicho términos como legitimidad y legalidad.
A su vez, Ignacio Carrillo Prieto afirma que en el México contemporáneo,
se ha puesto especial énfasis en la protección de los derechos humanos
y en el respeto irrestricto de las garantías individuales, lo que se
ha visto reflejado en la actuación de los Organismos Públicos de Protección
y Derechos Humanos. En su texto “Los derechos humanos y los
menores infractores” explica que los menores infractores no han quedado
ajenos a esta nueva tendencia de protección de derechos y garantías,
por ello, el antiguo sistema tutelar ha experimentado modificaciones que
favorecen el reconocimiento de principios universales que consagran
derechos básicos para los menores de edad.
José Luis Musi Nahmias aborda el tema “Derechos humanos y penitenciarismo
(algunas reflexiones)”. Según el autor, los derechos humanos
no pueden convertirse en expresiones teóricas, sino en instrumentos reales,
profundamente vivenciales, por lo que recomienda aplicar un sistema
de derechos en los espacios penitenciarios.
Para Elena Azaola G., el debate sobre la pertinencia del modelo tutelar,
y el otro, el garantista, ha acaparado la atención en los últimos 10 años.
Esta polémica ha entrampado la discusión y ha conducido a callejones sin
salida, en la medida en que se discute más acerca de las etiquetas y mucho
menos en torno a los contenidos y los problemas de fondo. En su texto
“Teoría y práctica en las instituciones para menores infractores”, expone
algunos puntos de vista acerca de los paradigmas que se disputan el demonio
del campo de la justicia de menores, y por otro lado, explica la incidencia
que éstos tienen sobre la practica de las instituciones para menores
infractores.
Por último, Óscar Rodríguez Álvarez, en su artículo “Los derechos de
los indígenas en prisión”, plantea algunos antecedentes de la prisión en
México, el marco jurídico del sistema penitenciario mexicano, para posteriormente
describir la problemática del indígena a partir de su detención.
LOS DERECHOS HUMANOS DE LOS DETENIDOS*
Sergio García Ramírez**
Cuando los derechos humanos, por una parte, y la reclusión, por la otra,
entran en contacto, nos encontramos en una de las áreas más complejas
y críticas para la aplicación de aquéllos. Difícilmente habría un espacio
más complicado, más azaroso, más arriesgado para los derechos humanos
que aquél en el que entran en la dialéctica la justicia penal y el individuo.
Es verdad que éstos se encuentran en riesgo en cualquier contacto
entre el particular y la administración pública, entre el ciudadano y el
gobernante, pero lo es más todavía que ese peligro crece desmesuradamente
cuando se trata de la justicia penal, que se vuelca sobre los sujetos
a los que llamamos detenidos.
La justicia penal se ejerce con gran imperio, con gran majestad, con
gran fuerza y, en ocasiones, con enorme violencia sobre personas que han
sido de alguna manera descalificadas previamente, a las que se tilda como
responsables de un delito, lo sean o no, razón por la cual están sujetas a
un procedimiento, y a las que se ve, por lo tanto, como enemigos sociales
que reciben la mayor presión del Estado y de la sociedad. Los pensamientos
de misericordia, ya no se diga de justicia, se retraen considerablemente
cuando se trata de delincuentes o de personas a las que la propia
sociedad considera sus enemigos. No se estima como tal al trabajador que
reclama sus derechos laborales ni, por supuesto, al joven que reclama sus
derechos educativos. Pero el rotulado como delincuente que reclama ciertos
derechos, no deja de ser, ante los ojos de la sociedad, un enemigo
peligroso que la ha ofendido y cuyos derechos humanos, por lo tanto,
* Versión grabada y revisada de la conferencia sustentada el 7 de septiembre del 2000 en
la CNDH, Ciudad de México.
** Consejero consultivo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
deben verse con cierta cautela, reticencia, o con un sentido reduccionista
y restrictivo, no con el sentido amplio y generoso con el que pueden analizarse
los derechos de los demás ciudadanos. De ahí que sean tan complicados
el abordaje y el manejo de los derechos de los detenidos.
Me referiré a las dos grandes vertientes de la privación de la libertad
por obra de la justicia penal, a saber: de una parte, la prisión preventiva,
que tiene que ver con el indiciado, el inculpado, el sujeto a proceso, y
de la otra, la presión punitiva que sufre el condenado, el sentenciado,
cuando no es impuesta ya como medida de cautela, que es la prisión preventiva,
sino como una consecuencia jurídica, social, política, moral del
delito cometido, que se supone ha quedado claramente establecido y, por
lo tanto, reclama la aplicación de una pena, consecuencia jurídica del
delito. Junto con la referencia a ambas vertientes intentaré una clasificación
de las reglas recogidas con más frecuencia en el constitucionalismo
reciente, particularmente el latinoamericano, a propósito de los
detenidos.
¿Qué es la prisión preventiva? Es de suyo una institución cuestionable
y cuestionada. Ya decía Beccaria, en su obra clásica, un par de siglos atrás,
que la preventiva es una pena que se anticipa a la pena misma. Se castiga
para ver si se debe castigar; se recluye para ver si se debe recluir; se restringe
un derecho para ver si se deben restringir los demás, y justamente
el derecho que se afecta es el que atañe a la libertad. He ahí, pues, la enorme
paradoja de la prisión preventiva: pena que se anticipa a la pena.
Por eso, debe entenderse que la prisión preventiva no ha de ser regla,
sino excepción. Es propio del sistema inquisitivo, desacreditado histórica
y éticamente, utilizarla con profusión, encarcelando mientras se desarrolla
el proceso. Sin embargo, el régimen acusatorio, el régimen mixto, los
sistemas procesales más recientes, más modernos, mejor trabajados bajo
el imperativo de los derechos humanos, ya no recogen la prisión preventiva
a modo de regla, sino como una excepción lamentable y dolorosa que
se quisiera disminuir.
El procedimiento penal se encuentra gobernado, actualmente, por una
presunción de inocencia que se contrapone a la antigua presunción de
culpabilidad que justificó tantos abusos y saqueos de los derechos individuales.
Esta presunción de inocencia ha sido estampada en muchos
ordenamientos, nacionales e internacionales (declaraciones, tratados,
convenios, pactos, etcétera). Sin embargo, no deja de ser una presunción
paradójica, porque, finalmente, aun cuando quisiéramos tratar al inculpado
como a un inocente, de hecho no le tratamos así. La prisión preventiva es
la mejor muestra de ello. Evidentemente, a un presunto inocente no se le
recluye, no se le priva de la libertad. Solamente se trata así a un presunto
culpable. No obstante, el hecho es que no se ha podido encontrar, hasta
el momento, por más esfuerzos realizados, por más benevolencia utilizada,
por más racionalidad empleada, un sucedáneo suficientemente persuasivo
y eficaz de la prisión preventiva, y la seguimos aplicando de buena o
de mala gana y, diríamos, con profusión.
Al menos, señalan los tratadistas y estudiosos de estos temas, habrá que
aplicar la prisión preventiva bajo un principio amplio de proporcionalidad.
Si la vamos a aceptar, si vamos a aceptar lo que parece inadmisible,
si vamos a mantener una institución que a primera vista parece y es injusta,
por lo menos hagámoslo con una regla de proporcionalidad que evite el
uso terrible, excesivo y desmesurado de algo que sabemos injusto.
Asegurémonos, primero, de que la prisión preventiva sea necesaria
en términos generales, pero también lo sea en el caso concreto, y para
ello recurramos al principio de intervención penal mínima del Estado
y de última ratio de las medidas punitivas. Que la prisión preventiva verdaderamente
se requiera en el caso concreto, implica que éste sólo se
pueda manejar con prisión preventiva. Si lo podemos hacer de alguna
otra manera, con libertad total o con libertad provisional bajo caución,
por ejemplo, preferiremos estas otras formas de retener al sujeto o de
confiar en él y asegurar su presencia en el juicio. Segundo, veamos que
dicha prisión sea realmente el medio idóneo para contrarrestar el peligro
que tratamos de evitar, es decir, que el sujeto se sustraiga a la acción
de la justicia; que pueda incurrir en nuevos delitos, o que presione,
ejerza amenaza o intimide a quienes participan en el juzgamiento:
el juez, el acusador, los testigos, los peritos. Asegurémonos de que sea
un medio idóneo para ello y de que no existan otros mecanismos más
confiables para obtener el mismo resultado. Y, finalmente, tratemos de
que sea proporcional en sentido estricto, tomando en cuenta la suerte que
espera al sujeto.
Hay un precepto que me parece elocuente sobre este último punto, que
es el artículo 238, párrafo segundo, del Código Procesal Penal de Costa
Rica. Este país, tan desarrollado en sus instituciones jurídicas y en sus
concepciones sobre los derechos humanos, estableció en aquella norma
que la privación de libertad durante el procedimiento deberá ser proporcional
a la pena que pudiera imponerse en el caso. Si dicha pena, por ejemplo,
no es privativa de libertad, la preventiva puede sustituirse por otra
medida cautelar que tampoco lo sea, y si lo es, debe traer consigo una
retención de corto tiempo; mal haríamos en aplicar, en el primer caso,
prisión preventiva, y en el segundo, una prisión preventiva prolongada,
que incluso pudiera exceder los límites de la prisión punitiva que aguarda
al sujeto en el caso de que sea declarado culpable.
Todo esto forma parte de la filosofía moderna sobre la prisión preventiva
y ha sido recogido por Naciones Unidas en diversas reglas, principios
y declaraciones; particularmente las emanadas, hace ya algunos años, del
Octavo Congreso de Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento
del Delincuente.
La operación de la prisión preventiva genera el fenómeno del preso sin
condena: la muy frecuente presencia en las cárceles, no solamente las
mexicanas, sino las del mundo entero, de reclusos que están ahí en espera
de ser sentenciados, de que se les juzgue o incluso, en ocasiones, de que
se les abra proceso.
Este fenómeno del preso sin condena tiene mucho que ver, por supuesto,
con el sistema procesal que se aplica en cada país. Se ha visto que los
sistemas procesales provenientes de la tradición continental europea —a
la que pertenecen, por cierto, tanto los procedimientos penales mexicanos
como la mayoría de los utilizados en la parte meridional de nuestro
continente—, por sus ritos y tipos de actuaciones, medios probatorios y
recursos, alientan o permiten más que los otros sistemas, los de ascendencia
anglosajona, la multiplicación de los presos sin condena. Con cierta
frecuencia el número de éstos es tan grande que llega a ser mayor que el
de los presos condenados, esto es, de quienes están recluidos en virtud de
una sentencia.
En nuestro país, según los datos de la CNDH y de la Secretaría de Gobernación,
el número de presos sin condena ha disminuido relativamente,
sobre todo en el orden judicial federal. La realidad es que el procedimiento
penal federal fluye con más celeridad, y en este sentido con mayor
justicia, que el procedimiento penal del orden común. Aún son muchos
los presos sin condena por delitos del orden común, mientras son cada vez
menos, aunque todavía sea significativo su número, los sujetos a procedimientos
del orden federal.
Evidentemente, aumenta el número de los presos sin condena en la
medida en que las leyes se modifican, las sanciones se vuelven más severas
y, como es el caso de nuestro país, se agregan delitos al catálogo
infinito de los calificados como graves, cuya presunta comisión impide
conceder al inculpado la libertad provisional.
En algunas ciudades se ha utilizado la prisión preventiva como medio
para contener a la delincuencia. En Nueva York, por ejemplo, una ciudad
a la que se cita como ejemplo de saneamiento criminal o de reducción de
los índices de criminalidad, algunos analistas de este fenómeno dicen:
“Procuramos tener a los infractores, presuntos o sentenciados, en las prisiones.
A ustedes parece gustarles que estén en las calles disfrutando de
libertad, absoluta o provisional. Nosotros preferimos que estén en las
calles los hombres honrados y los infractores o presuntos infractores en
las cárceles.”
Esta filosofía llena las prisiones de presos, tanto sin condena como
condenados.
Veamos ahora la otra vertiente: la prisión sancionadora. Sabemos bien
que la prisión preventiva apareció primero que aquélla, en términos generales,
en el derecho romano y después en el derecho medieval español
e italiano: no para escarmentar los yerros, decían las Siete Partidas, sino
para contener a los criminales mientras son juzgados. La prisión punitiva,
la privación de libertad como castigo y no como cautela, es más de
nuestro tiempo, sin que sea moderna. Data del final del medievo y el principio
del Renacimiento, se inspire, de alguna manera, en la vida de los
monasterios y en medidas dispuestas por el derecho canónico. Se ha dicho
que la prisión es una especie de monasterio involuntario. El enclaustramiento
voluntario es el estado de la vida religiosa, el encierro involuntario
y represivo es el estado del infractor que se ve sometido a un proceso
y después a una condena por el delito perpetrado.
Cuando surge la prisión como medio de sanción, la gran pregunta que
se formula, la misma que se ha hecho la filosofía penal en todos los tiempos,
sea frente a la prisión, que es la nueva pena, sea frente a las sanciones
tradicionales, es decir, la pena de muerte y otras de carácter humillante,
aflictivo y doloroso, es: ¿para qué sirven las penas?
Esta pregunta admite diversas respuestas. Toda la historia del derecho
penal se ha tejido en torno a ellas y al concepto del delito. Veamos algunas
de las finalidades que se quiere atender por medio de la prisión.
1. La prisión primitiva sirve para retribuir; es una reacción frente al
delito cometido; se incurre en una hipótesis punible y se aplica, mecánicamente,
una punición. Esta es una concepción estrictamente
jurídica, y por cierto, contrariamente a lo que se suele suponer, no
es por fuerza brutal ni desmesurada, porque la retribución también
debe ser proporcional a la falta cometida. La pena taliónica, finalmente,
tiene la virtud o la ventaja, si alguna tiene, de que establece
una proporción entre el delito cometido y la medida que se aplica en
consecuencia: no es vida por ojo, sino ojo por ojo, diente por diente.
Esto también es aplicable a la prisión. La cuantía de la prisión
debe guardar proporción con el delito que se ha cometido; no sería
razonable aplicar una prisión muy prolongada por una falta leve o
por un delito ligero; en cambio, sí lo sería por una falta considerable
o por un delito muy grave.
2. La intimidación es uno de los objetivos más socorridos de la pena;
se encuentra, incluso, en la literatura clásica, en la obra de Beccaria,
a la cual ya he hecho referencia. Es quizá la más injusta de las finalidades
de la prisión en el caso concreto, porque se castiga para
amedrentar, pero no a quien ha delinquido, sino a la sociedad, como
una medida de prevención general, a fin de que los demás no delincan.
Se aplica a alguien un castigo no tanto por lo que hizo, sino para
que los demás no hagan algo que se quiere prevenir o evitar. En
consecuencia, ese castigo puede llegar a ser desmesurado para la
falta cometida, aunque razonable para evitar que otros encierran en
una falta semejante. Esta es una de las doctrinas que colocan en mayor
riesgo a los derechos humanos, en especial cuando se trata de la
pena privativa de la libertad.
3. El objetivo de la privación de la libertad es expiar las faltas o culpas.
Esta doctrina expiatoria, socrática y platónica, tiene una virtud
moral, una “eficacia química”: “La pena es la medicina del alma”,
dijo Platón; el alma se cura de las faltas que ha cometido aplicando
una pena.
4. La contención: la prisión sirve para detener, contener o mantener a
buen recaudo a los delincuentes, a los individuos agresivos, y preservar
así a los ciudadanos pacíficos e inocentes. Siguiendo esta doctrina
podríamos confinar en prisión a cualquiera que hubiese cometido
una falta, simplemente para tranquilidad del resto de los ciudadanos.
5. Quizá la más reciente de las teorías, y una de las más interesantes,
pero también colmada de peligros para el individuo, es la que postula
la readaptación social del condenado: un fin contemporáneo que
combina aspectos políticos, jurídicos, morales y terapeúticos. Primero
es necesario definir qué es la readaptación. Nos hemos acostumbrado
a reconocer que ésta, prevista en el Artículo 18 de nuestra
Constitución, es hoy el fin natural de la pena, y que es benigna o
benévola per se, pero la idea de readaptación, rehabilitación, recuperación,
repersonalización o conversión, tiene sus riesgos. Una cosa
es colocar a alguien en prisión, privarle de la libertad para instruirlo,
suplir sus deficiencias, curarlo si está enfermo, darle aptitud laboral
si no la tiene, y otra cosa es, y también ocurre, recluirlo para
convertirlo o transformarlo. Si extremamos esta pretensión modificaremos
la prisión y la destinaremos al lavado cerebral de los presos,
que arrojaría como producto a dóciles ciudadanos, si es que a
eso se le puede llamar ciudadano. Por ello los términos de readaptación,
rehabilitación, transformación o regeneración son resbaladizos.
La readaptación social puede llevar al mejor de los destinos, pero
también a algunos de los peores.
En nuestras constituciones, el tema de la prisión fue acogido en dos
series de normas que son familiares para quienes se ocupan de las cuestiones
inherentes a los derechos humanos, a saber: las de primera y las de
segunda generación.
De primera generación son las normas humanitarias que obligan al
Estado a retraerse, contenerse, no hacer, respetar, preservar, proteger;
normas dictadas para que las prisiones o las cárceles sean dignas, decorosas,
no se hostilice demasiado al preso, no se quebranten innecesariamente
otros derechos, además del derecho a la libertad. Se dispone cierta
benevolencia, piedad, condescendencia con los reclusos. Éstas son
normas que abundan en los textos constitucionales, sobre todo en los más
antiguos, aunque los más modernos las retienen.
La segunda generación de los derechos carcelarios, o de derechos humanos
si entendemos que aquí está entrañada también la existencia de
algunos de éstos, tiene que ver con una acción del Estado: que éste aproveche
el periodo de reclusión para algo más que mantener al individuo
privado de su libertad, que lo aproveche con un designio finalista: readap22
SERGIO GARCÍA RAMÍREZ
tar. El Estado tiene un poder de readaptación, rehabilitación, tutela, sobre
todo cuando se trata de menores infractores, pero también cuando
vienen al caso los adultos delincuentes. Entonces, en las normas de segunda
generación ya no hablamos sólo de trato, sino de tratamiento, con sus
ventajas y desventajas, sus riesgos y posibilidades.
Veamos algunas normas para ilustrar esta situación. En Argentina, cuya
Constitución es una de las más antiguas de nuestra América, el Artículo
18 dice: “Las cárceles de la nación serán sanas y limpias para seguridad
y no para castigo de los reos detenidos en ellas.” Y en Uruguay, el precepto
26 de la Constitución establece: “En ningún caso se permitirá que
las cárceles sirvan para mortificar y sí sólo para asegurar a los procesados
y penados.” Son normas de primera generación, humanitarias,
benevolentes, cuya letra recuerda casi el texto de las Siete Partidas: “No
están dadas las prisiones para causar enemiga a los presos, ni para mortificarlos,
sino para mantenerlos en buena custodia mientras son juzgados”.
Eso decían, poco más o menos, las disposiciones sobre la prisión en la
Séptima Partida.
Luego figuran las otras normas, más abundantes, finalistas, que se
asientan en múltiples constituciones modernas, en varias posteriores a la
primera guerra, y desde luego en la Constitución mexicana y en muchas
surgidas tras el fin de la segunda guerra, cuando se anima una nueva etapa
de la evolución constitucional.
En España, en la Constitución del 78, un texto muy estimable y estimado,
se previene que las penas privativas de libertad son para reeducación
y reinserción social. En Italia, en la Constitución del 47, inmediatamente
posterior a la conclusión de la segunda guerra, se afirma que las
penas son para readaptación del condenado. En Ecuador, el régimen penal
sirve para reeducar, rehabilitar y reintegrar socialmente. En México,
nuestro sistema penal fue establecido en 1917 para la regeneración del
delincuente, y a partir de 1964 para su readaptación social. En Panamá,
el sistema penitenciario está fundado en principios de seguridad, rehabilitación
y defensa social. En Paraguay, en Uruguay, en muchos otros
países, hay una amplia recepción de las normas de segunda generación,
de carácter finalista.
En algunos de los textos más avanzados y elaborados, entre aquellos
que incorporan una mayor preocupación por los valores, los bienes jurídicos,
y por una relación puntual y detallada entre el Estado y el indiviLOS
duo, se agregan a estas disposiciones y pretensiones reeducadoras y
readaptadoras algunos derechos adicionales. La Constitución española es,
en ese sentido, interesante y aleccionadora; agrega a la reeducación y a
la readaptación los derechos fundamentales constitucionales no expresamente
limitados por la sentencia, como trabajo remunerado, beneficios de
la seguridad social, acceso a la cultura, desarrollo integral de la personalidad.
Tenemos aquí un concepto de derechos humanos aplicado a los
detenidos mucho más rico que los tradicionalmente previstos en la mayoría
de las constituciones.
Otros textos fundamentales, en su parte relativa a derechos humanos,
garantías o derechos públicos subjetivos, como queramos llamar a estas
facultades o prerrogativas del ser humano, se refieren al otro tema del
binomio sancionador: las medidas de seguridad. En la evolución de los
sistemas penales hay dos parejas que son el delito y la pena, por una parte,
y la peligrosidad o situación de riesgo, con su correspondiente medida
de seguridad, por la otra. Lo primero queda firmemente asentado; lo
segundo se halla siempre sujeto a controversia. Algunos textos constitucionales
se refieren también a medidas de seguridad que tienen que ver
con el tema de la detención y la privación de libertad, pero ya no como
punición, sino como aseguramiento en la hipótesis de sujetos que pueden
ser concebidos como peligrosos.
La Constitución española también recoge medidas de seguridad con el
designio de reeducar y reinsertar socialmente; la italiana, que fue la primera
en referirse a esta materia, habla de medidas de seguridad sólo en
casos previstos por la ley, es decir, consagra el principio de legalidad. Esto
es muy importante tratándose de las medidas de seguridad. Estamos acostumbrados,
por supuesto, al principio de legalidad penal: no hay delito ni
pena sin ley que los prevenga, pero no estamos igualmente familiarizados
con este principio en materia de medidas de seguridad. En la historia
reciente del derecho, ha habido incursiones de la administración en el
ámbito de los derechos del particular, so pretexto de peligrosidad, sin
atenerse al principio de legalidad, simplemente mediante reglamentos, que
tienen otro rango jurídico. En Italia se asegura el principio de legalidad
para medidas de seguridad. En El Salvador se habla también de medidas
reeducativas o de readaptación para quienes por su actividad antisocial,
inmoral o dañosa —he aquí conceptos “peligrosos”—, revelen un estado
de peligro y ofrezcan riesgos inminentes para la sociedad y los individuos.
Hoy día, uno de los conjuntos internacionales más interesantes de normas
aplicables a estas cuestiones es el constituido por las reglas mínimas
de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y el Tratamiento de
los Delincuentes, de 1955, expedidas en ese año por el Congreso de Naciones
Unidas sobre esta especialidad y posteriormente enriquecidas con
otras declaraciones, principios o disposiciones, que concurren a integrar
el catálogo de instrumentos protectores del detenido.
Pasemos ahora a las reglas generales a propósito de la detención que se
desprenden de nuestras constituciones, sobre todo las de América Latina.
Recordemos qué es una Constitución: espacio normativo en el que se
acogen las decisiones políticas fundamentales. Estas no tienen que ver
solamente, aunque así haya sido en el origen, con la estructura del Estado,
la forma de distribuir los poderes o de moderarlos, sino especialmente
—y creo que ésa es la raíz de una Constitución— con los derechos del
individuo, la relación entre éste y el poder público —lo cual, a mi modo
de ver, es lo que justifica finalmente tanto a la sociedad como a la Constitución.
Esta última establece los patrones de más alto rango que gobiernan
la detención y la restricción de los derechos en general.
Entre las decisiones políticas fundamentales figura, ante todo, la preservación
del ser humano, según lo establecen algunas normas de la Constitución
de manera explícita y el resto del articulado constitucional, implícitamente.
Esa protección se vincula con la división de poderes; las
disposiciones sobre la distribución de planos de gobierno; las tutela a través
de procedimientos que contienen al Estado como el habeas corpus o
el juicio de amparo; el control jurisdiccional de los actos de autoridad, y
la democracia, otra decisión política fundamental de una nación moderna.
Desde luego, la Constitución mexicana tiene que ver con el bienestar,
los derechos, el horizonte y la realización de los seres humanos. La ley
suprema, en su conjunto, constituye el marco de los derechos humanos,
porque la asociación política, como dijo la declaración francesa de 1789,
se instituye para la protección de los derechos del ser humano, sus facultades
naturales, inalienables, imprescriptibles.
La Constitución tiene carácter normativo, por supuesto. Hemos trascendido
la etapa en la que se consideró que era programática, es decir, una
declaración de principios cuyos contenidos fijaban horizontes a alcanzar
por parte del Estado y de la sociedad. Ahora entendemos que la Constitución
es la norma de normas, la primera de las normas, que tiene efica
cia jurídica y es vinculante para el Estado, pero también para los individuos
—algunos textos constitucionales, como el portugués o el español,
así lo dicen con toda claridad. Todas estas disposiciones, estos derechos,
obligan al Estado a expedir leyes que recojan obligaciones vinculantes
para el poder público. La Constitución misma es vinculante y, por lo tanto,
genera en favor de las personas derechos que son verdaderamente tales,
exigibles y reclamables mediante los procedimientos de carácter administrativo
o jurisdiccional que la propia Constitución previene. Éste es
el aparato constitucional que protege al ser humano, su escudo constitucional,
y dentro de él se encuentran previstos los derechos de los detenidos
y las disposiciones sobre prisión preventiva, analizados en primer
término, y acerca de prisión punitiva, el segundo de los asuntos tratados.
Desde luego, no todas las constituciones se refieren a esta materia con
la misma abundancia o detalle. Hay constituciones escuetas —como en
su momento lo fue, extraordinariamente, la de los Estados Unidos, hasta
la incorporación de las primeras enmiendas—; lo son, entre las cartas modernas,
la francesa y la alemana, que contienen breves catálogos que son
la quintaesencia de la organización del Estado y de los derechos de los
individuos. Hay otras sumamente detalladas, con un articulado prolijo. La
mexicana es una de éstas, pero no, ciertamente, de las más extensas; las
hay que duplican o triplican el articulado de la nuestra y desglosan con
gran detalle los derechos de los particulares y, entre ellos, los derechos de
los detenidos. Hagamos una revisión sucinta de este catálogo.
La prisión está sujeta a una definición central e histórica. Hoy día, la
prisión, la detención, la privación de libertad, la situación de detenido,
tienen que ver solamente con la perpetración de delitos, ya no con otro
género de ilícitos o de incumplimiento de obligaciones nos parece obvio
que así sea, pero durante largo tiempo, como relatan las crónicas sobre el
desarrollo de las cárceles, la prisión se aplicó también a los deudores por
diversos conceptos: a los fallidos; a los quebrados, no necesariamente
fraudulentos, y a los deudores en general. La obra de Howard, por ejemplo,
considerada clásica, sobre la situación de las prisiones al final del siglo
XVIII en Inglaterra y en Gales resulta conmovedora; desborda narraciones,
explicaciones, datos, estadísticas sobre la presencia de los deudores
en las cárceles. Hoy día, un principio básico resuelve: no hay prisión por
deudas. La prisión es únicamente la consecuencia de conductos punibles
de materia penal, esto es, delitos, y enlaza con investigaciones, procesos
y condenas. Éstos son los títulos constitucionalmente previstos para que
sea posible y legítimo aplicar una prisión. Ésta es ya una regla del derecho
constitucional universal.
En las constituciones se advierte además la presencia del principio de
intervención penal mínima. Existe una tendencia constitucional restrictiva
de la pena en general, que modera el sistema punitivo y, por supuesto,
como reflejo de ello, el uso de la prisión. En algunas constituciones, ciertamente
no la mayoría de ellas, hay presencia de la pena de muerte. Sin
embargo cuando se aborda el tema de la represión del delito se hace con
cierta contención o moderación que refleja el llamado derecho penal democrático,
frecuentemente recogido en estos ordenamientos. Esa tendencia
no siempre resulta bien servida por el desarrollo secundario. Podríamos
decir que la legislación mexicana es un buen ejemplo de cierta
inconsecuencia, pues nuestra Constitución milita en favor de la readaptación
social; no tiene simpatía por la pena privativa de libertad y cuando
se refiere a la prisión, trata de que sea moderada.
Hay, pues, un diseño penal constitucional de corte democrático y
restrictivo, basado en el principio de intervención mínima y moderación
del aparato punitivo. Esto no se traduce fielmente en la legislación secundaria,
sin que ello quiera decir que contravenga la letra de la Constitución,
pero no es del todo consecuente con su espíritu cuando multiplica
penas, desmesura la duración de éstas, particularmente de las restrictivas
de libertad, y transforma la benevolencia o racionalidad de la prisión deseada
aparentemente por la Constitución, en punición severa dentro de la
legislación secundaria. Esto establece, pues, una diferencia que puede
llegar a ser francamente incongruencia entre el texto constitucional y los
textos secundarios. No me refiero únicamente a México en esta relación
y en esta crítica, pero la legislación de nuestro país es un buen caso para
la reflexión de los constitucionalistas, penalistas, políticos y sociólogos
que se ocupan de los temas penales y penitenciarios.
La detención y la privación de libertad deben apoyarse en un razonable
y suficiente sustento inculpatorio, es decir, están prohibidas las pesquisas
y las detenciones para ver si se ha delinquido; debe estar claro que
se detiene cuando y porque se ha delinquido, al menos cuando hay elementos
suficientes para suponer que alguien ha cometido un delito. Esto
se relaciona con esa máxima muy socorrida y mencionada, obviamente
no en nuestra ley, pero sí en nuestra práctica, de que se investiga para
detener y no se detiene para investigar. Máxima que es otra de nuestras
ilusiones del procedimiento penal, en el que difícilmente podría campear
de manera absoluta, pues el enunciado de nuestra Constitución —modificado
en 1993 en aquella famosa reforma de ese año crucial en que culminaron
muchas de las mejores tendencias y se iniciaron otras de las
peores del penalismo constitucional— establece la posibilidad de que el
Ministerio Público retenga al detenido, en ciertos casos, hasta por 48
horas, plazo que puede duplicarse cuando se trate de delincuencia organizada.
En general, este enunciado reciente es visto con naturalidad por
la crítica. Me sumo a esta visión; me parece una modificación razonable,
no irracional, pero convengamos en que, siendo razonable este plazo
de detención acotada que puede decretar el Ministerio Público, pone de
manifiesto que se está deteniendo para concluir una averiguación y no
porque ya haya sido concluida. Así las cosas, también aquí caemos en una
contradicción.
La detención debe sujetarse a la ley. Hay un principio de legalidad en
el tema de la detención, lo mismo preventiva que punitiva. Pero al hablar
de la ley tenemos primero que desentrañar qué cosa es la ley, y para ello
debemos explorar los criterios nacionales e internacionales al respecto.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos se ha ocupado en establecer
a qué se llama ley. Al analizar la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, ese Tribunal ha considerado que ley significa norma
jurídica de carácter general, ceñida al bien común, emanada de los órganos
legislativos constitucionalmente previstos y democráticamente elegidos,
y elaborada según el procedimiento establecido por la constitución
para la formación de las leyes.
Así, ley no es necesariamente todo aquello a lo que se califica como
tal; es algo mucho más complejo; implica; mayor exigencia de la que
pudiera sugerir una definición tradicional. Por lo tanto, es importante saber
que cuando hablamos de un principio de legalidad —si reflexionamos en
este principio de legalidad a la luz de los criterios, las doctrinas, la jurisprudencia
internacional— debemos reconocer como ley sólo al ordenamiento
general congruente con el sistema democrático, expedido de acuerdo
con ciertas normas constitucionalmente previstas. No es verdadera ley
simplemente aquello que se califica como tal, aunque en algunos sistemas
jurídicos se hable de decreto-ley o de ley, cuando en el fondo se trata de
normas expedidas en situaciones de emergencia por gobiernos que no son
esencialmente democráticos y por autoridades que no son necesariamente
el Poder Legislativo, sino el Ejecutivo. Rechazaríamos, así, que esas
normas sean el adecuado fundamento de una detención, preventiva o
punitiva.
La detención también debe provenir de la orden de una autoridad
facultada para adoptar medidas de este carácter. En algunas constituciones
se habla simplemente de autoridad competente; en otras, de autoridad
a secas; en algunas más, de autoridad jurisdiccional o de autoridad jurisdiccional
competente, y hay casos en que se establecen salvedades, por
ejemplo, en favor de las autoridades administrativas. En el panorama
general se alude a la expedición de estas órdenes por una autoridad competente.
Hay excepciones, sin embargo, que son bien conocidas en el
constitucionalismo moderno. Una de ellas, la más extendida, es la
flagrancia. No se requiere de una orden de autoridad, competente para
detener a un sujeto cuando el delito es flagrante, es decir, cuando es actual
y evidente; en esos supuestos, cualquiera puede detener, sea una
autoridad administrativa o de otro tipo, sea un particular.
El sustento formal de la detención debe ser una orden escrita. No basta
la orden verbal de la autoridad competente fundada en la ley. Algunas constituciones
establecen que además de la orden escrita de la autoridad competente,
los responsables de la detención deben presentar identificación.
Quedan prohibidos los malos tratos, la tortura y la coacción innecesaria. La
detención debe ser una privación de la libertad, y nada más que eso. No
debe entrañar, salvo en casos de resistencia, un mal tratamiento adicional
a la pura y simple privación de libertad por breve plazo y con entrega
a la autoridad judicial. También es muy importante esta norma del breve
plazo para la detención y de la pronta entrega a la autoridad judicial que
va a conocer el proceso que se inicia a raíz de los hechos delictuosos supuestamente
cometidos.
En este aspecto nos enfrentamos igualmente a una serie de regulaciones
de carácter especial, e incluso excepcional, para lidiar con fenómenos
de criminalidad moderna que son sumamente graves o lesivos: concretamente,
el terrorismo y, en algunos lugares, el tráfico ilícito de drogas.
Las normas que ordenan una cortísima detención ante y por la autoridad
administrativa, antes de que ésta ponga al detenido a disposición del juzgador,
se modifican en casos de combate al terrorismo. Lo hemos visto
en algunos países americanos (como Chile y Perú) y europeos (en EspaLOS
ña hay mayor laxitud, incluso en el plano constitucional, no sólo en el
secundario, cuando se trata de enfrentar estos problemas).
Aquí surge la reflexión sobre la medida en qué es pertinente y admisible
erosionar garantías individuales o derechos humanos bajo la necesidad
o el pretexto, como se quiera plantear, de la lucha contra ciertas formas
de delincuencia sumamente graves.
El detenido no queda sujeto simplemente a lo que la autoridad quiera
hacer con él. De ahí que, como medida de garantía y protección del detenido,
deba informarse a ciertas autoridades y en todo caso a ciertas personas,
familiares, allegados, defensores, sobre el hecho mismo de la detención.
En este punto, nuestra regulación en materia de detención se ha visto
enriquecida por el Convenio de Viena sobre Relaciones Consulares, y por
la interpretación que ha hecho recientemente la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, recogiendo de manera precisa un planteamiento del
Estado mexicano. Me refiero a lo siguiente: además de dar cuenta de la
detención a la autoridad judicial y de permitir al detenido que se comunique
con una persona de su confianza, cuando se trate de un detenido
extranjero —sujeto más vulnerable que un detenido nacional— es importante
que actúe el servicio de protección consular. La Convención de
Viena sobre Relaciones Consulares prevé tanto el derecho que tiene el
detenido a comunicarse con su cónsul, como la facultad que asiste al
Estado que designa al cónsul de ser notificado de que un nacional suyo
se encuentra detenido, a fin de que pueda brindarle la protección consular
a su alcance.
Éste es un tema de gran interés para los mexicanos por nuestra relación
con los Estados Unidos de América. La gran cantidad de mexicanos en
ese país, las circunstancias de esta presencia, el hecho de que con cierta
frecuencia haya detenidos de nuestra nacionalidad en poder de autoridades
norteamericanas y el escasísimo aprecio a este derecho de asistencia
consular, motivaron que el gobierno mexicano planteara ante la Corte
Interamericana —no como un asunto contencioso entre México y los Estados
Unidos, lo cual hubiera sido jurídicamente imprecedente, porque
este país no es parte en la Convención Americana sobre Derechos Humanos,
sino como un asunto consultivo—, las siguientes preguntas: ¿La no
observancia de esta norma de la Convención de Viena constituye una
violación de derechos humanos? Si esto es así, ¿altera el debido proceso
legal y, por lo tanto, tiene repercusión en la sentencia que se hubiese
impuesto, sobre todo si se trata de una sentencia a pena de muerte, el hecho
de no haberse observado semejante disposición de la Convención de
Viena?
Ante este planteamiento —reiteramos: como opinión consultiva, no
como asunto contencioso— la Corte Interamericana respondió: “Sí se trata
de un derecho humano.” Los derechos humanos tienen un sentido expansivo.
No podemos suponer que sean solamente aquellos recogidos en un
solo ordenamiento; otros instrumentos, aunque no tengan como propósito
establecer derechos humanos, pueden agregar algunos a los ya existentes.
Tal es el caso de la Convención de Viena, que evidentemente no es
un tratado sobre derechos humanos, sino acerca de relaciones consulares
entre Estados, en cuyo articulado, sin embargo, puede haber y de hecho
hay algún derecho humano adicional a los considerados en otros
ordenamientos.
Además, la Corte Interamericana agregó que el menoscabo de ese otro
derecho humano derivado de la Convención de Viena entraña una violación
al principio del debido proceso legal, porque ese derecho ha sido
instituido para colocar al extranjero en condiciones de equidad frente a
la justicia ajena, cuyos ritos no conoce, cuya legislación no entiende, cuyo
idioma no le es accesible. Ése es el propósito de la protección consular.
Mientras el objetivo de la intervención del abogado es generar una específica
situación de tutela de derechos, el objeto de la intervención del
cónsul es contribuir a esa tutela, a ese necesario equilibrio, a esa recta
justicia en favor de la justicia misma y, por lo pronto, en favor del inculpado.
Por ello, desconocer ese derecho viola el principio del debido proceso
legal.
Ha habido otros asuntos del mismo tenor ventilados ya no ante una corte
de derechos humanos, sino ante la Corte de Justicia Internacional, como
controversia entre Estados: un caso paraguayo y otro alemán. El primero,
finalmente, se diluyó ante la Corte de La Haya, porque el Estado paraguayo
resolvió desistirse de la demanda que había intentado contra los
Estados Unidos de América por la detención, procesamiento y ejecución
de un ciudadano paraguayo al que no se le había hecho conocer el derecho
a recurrir a su cónsul. Los Estados Unidos de América dio algunas
explicaciones, satisfacciones y disculpas; y el Estado paraguayo estimó
pertinente desistirse y, por lo tanto, el litigio no culminó en sentencia. Pero
se mantiene, no tengo conocimiento de que se haya fallado ya, un caso
contencioso entre Alemania y los Estados Unidos de América, en el que
aquel Estado demandó al segundo por una violación de la norma sobre
asistencia consular en agravio de dos ciudadanos alemanes también procesados
y condenados a muerte; uno de ellos fue ejecutado sin haberse
observado la disposición de la Convención de Viena.*
Todo esto se menciona en relación con el deber estatal con el tema de
informar la causa de informar acerca de la detención y los derechos del
detenido a quienes corresponda: cónsul, familiares, allegados o, desde
luego, defensores.
La jurisprudencia anglosajona, particularmente la norteamericana, ha
sido muy dinámica en el reconocimiento del derecho que asiste a un sujeto
privado de su libertad a ser informado sobre las facultades, beneficios,
derechos y prerrogativas que le otorga la ley, para que pueda hacerlas
valer; en otras palabras, para que esos derechos no simplemente existan
en la norma, sino se trasladen a la práctica.
El detenido debe contar con la posibilidad de recurrir a un intérprete.
El problema de quien no conoce el idioma, sobre todo si es miembro de un
grupo étnico indígena, es que además de ese desconocimiento, puede
hallarse en una situación de extrañeza cultural con respecto al sistema de
justicia ante el que comparece. Una cosa es la ignorancia de un idioma y
otra, la extrañeza cultural. El norteamericano monolingüe puede ignorar
el castellano, pero no necesariamente es un extraño a la cultura que produce
y comprende la legislación que se aplicará; el indígena, en cambio,
puede ser, además de ignorante del idioma, extraño a los conceptos culturales
en los que radica el sistema de justicia al que se halla sujeto. La
mera traducción no genera un equilibrio total, aunque evidentemente
contribuye a mejorar la situación del detenido.
El detenido y el procesado tienen derecho, en general, al silencio. Este
tema está imbricado con las características del interrogatorio por parte de
la autoridad; vienen al caso el tema de la confesión —uno de los temas
procesales revisados por la reforma constitucional de 1993— el acceso a
un defensor y el acceso a un familiar.
* El Tribunal Internacional de Justicia de La Haya condenó a Estados Unidos por la violación
de derechos de los ciudadanos alemanes condenados a muerte y ejecutados, así como
por la inobservancia de obligaciones ante Alemania.
La detención debe hacerse en un local oficialmente destinado a ella, en
aras de una plena seguridad jurídica. En nuestro país ha venido creciendo
la institución del arraigo llamado domiciliario, que resulta ser, más que
arraigo, que desde luego no es domiciliario, un sucedáneo de la privación
procesal de la libertad; es una especie de detención anticipada o ampliada
con el piadoso nombre de arraigo, pero que no tiene mucho de éste y
sí mucho de detención.
En nuestra Constitución, la incomunicación está claramente proscrita
en todo caso: la breve, la prolongada, la cruel y la incruenta. Pero en el
sistema constitucional internacional hay previsiones sobre la posibilidad
de incomunicación breve y rodeada de ciertas garantías.
También está prohibido el traslado arbitrario de los detenidos a lugares
distintos de aquellos en donde deben hallarse según el mandato de la
autoridad que ordena la detención.
El examen médico del detenido es otro tema que algunas constituciones
han regulado.
Es importante reflexionar sobre la publicidad de la detención y la exhibición
del detenido. La publicidad es un aliado de la justicia. La participación
del pueblo en el sistema de justicia, sea porque juzgue, como en
el jurado, sea porque observe, como en las salas de audiencia o a través
de los grandes medios de comunicación, contribuye a la recta justicia; pero
también puede favorecer la injusticia cuando expone como culpable, ante
los ojos de la opinión pública, a quien es presuntamente inocente. Se trata
de un arma de doble filo, y seguramente por ello la Constitución de
Guatemala, entre otras, prohíbe a las autoridades policiales que han realizado
una captura, exhibir al sujeto capturado con uniforme de detenido
o en condiciones que acrediten esa detención antes de que sea presentado
ante su juez. Aquí aparece un principio de moderación de la exposición
del sujeto ante el público, tomando en cuenta la naturaleza de este
hecho y las consecuencias que puede acarrear.
El control judicial es otro de los grandes temas de la detención. Su
propósito es proteger al detenido frente a todos los actos de autoridad, pero
muy particularmente con respecto a la privación de libertad, a través de
medios históricamente acreditados, como el habeas corpus, entre nosotros
absorbido en el sistema del juicio de amparo. En muchos países, sin
embargo, aquél tiene identidad propia, y el juicio de amparo sirve a otros
fines, aunque ambos son instrumentos de garantía, a título de control ju
dicial. El habeas corpus se destina fundamentalmente a la protección de
la libertad. Por cierto, las constituciones nacionales, así como los tratados
internacionales que se ocupan de los estados de excepción, aquellos
en que es posible suspender ciertos derechos, suelen considerar que no son
suspendibles los derechos de garantía judicial. Es decir, no son suspendibles
el amparo y el habeas corpus porque entonces quedaría en suspenso,
automáticamente, todo el aparato de tutela del individuo. Bastaría
con suspender el habeas corpus o el amparo para que todo lo demás
decayera, en la medida en que no habría manera de proteger ningún derecho
por medio de la tutela jurisdiccional. Esto se relaciona directamente
con el caso de los detenidos, porque el habeas corpus está dirigido precisamente
a la protección de la libertad.
Finalmente, la contrapartida de la detención preventiva, que es la libertad
provisional, es otro de los temas constitucionalmente explorados y,
quizá, uno de los más estudiados. Si revisamos el desarrollo de nuestra
Constitución Política de 1917, en lo que concierne a asuntos de justicia
penal, encontraremos que la institución más frecuentemente reelaborada
ha sido la libertad provisional, que se refleja en la prisión preventiva.
Prisión preventiva y libertad provisional son las dos caras de una misma
y difícil moneda, probablemente porque en estas instituciones entran en
intenso conflicto los diversos intereses que se agitan en el procedimiento
penal: el de la sociedad que demanda seguridad; el de la víctima u ofendido
por el delito, que exige resarcimiento y justicia, por supuesto, y el
del delincuente o presunto infractor, que reclama la plenitud de su libertad
y de otros derechos mientras se acredita, si ello sucede, su responsabilidad
penal.
Termino aquí mis reflexiones que han sido, lo reconozco, muy someras
y apresuradas. El tema de la detención en el Derecho nacional e internacional
es de enorme importancia. El derecho a la libertad es quizá el
segundo gran rubro entre los grandes derechos —el primero, obviamente,
es el derecho a la vida, sin el cual todo lo demás decae—, uno de los
más explorables y explorados por las constituciones y por los tratados
internacionales dentro del régimen de los derechos humanos.
• La Comisión Nacional de los Derechos Humanos,
• la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Quintana Roo y
• la Secretaría de la Cultura del Estado de Quintana Roo
- SEGURIDAD PÚBLICA Y DERECHOS
HUMANOS, ACTUACIÓN DEL EJÉRCITO
MEXICANO. LEY GENERAL DEL SISTEMA
NACIONAL DE SEGURIDAD PÚBLICA.
PRINCIPIOS
BÁSICOS
SOBRE
EL
EMPLEO DE LA FUERZA Y DE ARMAS DE
FUEGO
POR
LOS
FUNCIONARIOS
ENCARGADOS DE HACER CUMPLIR LA
LEY,
DETENCIÓN,
DETENCIÓN
ARBITRARIA.
CATEOS
Y
VISITAS
DOMICILIARIAS
ILEGALES,
IMPORTANCIA EN LA PRESERVACIÓN
DEL LUGAR DE LOS HECHOS
Objetivo:
Al finalizar el módulo los asistentes comprenderán lo que
es la seguridad pública y los derechos humanos que
deben de respetarse, identificarán la actuación del
ejército mexicano, comprenderán el contenido de la Ley
General del Sistema Nacional de Seguridad Pública, y
los Principios Básicos sobre el Empleo de la Fuerza y
de Armas de Fuego por los funcionarios encargados de
hacer cumplir la ley, las detención, detención arbitraria
y los cateos y visitas domiciliarias ilegales, así como
identificarán la importancia en la preservación del lugar
de los hechos.
1 Ley Federal de
Responsabilidades Administrativas
y los Derechos Humanos
• En el ámbito de su competencia, serán autoridades facultadas para
aplicar la presente Ley:
• I.- Las Cámaras de Senadores y Diputados del Congreso de la
Unión;
• II.- La Suprema Corte de Justicia de la Nación y el Consejo de la
Judicatura Federal;
• III.- La Secretaría de la Función Pública;
• IV.- El Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa;
• V.- Los tribunales de trabajo y agrarios;
• VI.- El Instituto Federal Electoral;
• VII.- La Auditoría Superior de la Federación;
• VIII.- La Comisión Nacional de los Derechos Humanos;
• IX.- El Banco de México, y
X.- Los demás órganos jurisdiccionales e instituciones que
determinen las leyes
Introducción
• Derechos Humanos nos pertenecen por ser
personas y por la vida tan triste que ha tenido el
hombre sobre la faz de la tierra, no se otorgan se
tienen por ser seres humanos. Derecho a ser tratado
BIEN, EN ESPECIAL POR TODOS LOS QUE
TRABAJAN PARA EL GOBIERNO.
• Las Garantías las otorga el Estado, la Constitución,
es el reconocimiento de esos derechos humanos, y
se llevan a cabo a través de servicios y funciones
públicas.
• Se llama garantía porque todo el que presta un
servicio o función público lo tiene que hacer de
forma: profesional, eficiente, legalidad, honradez,
objetividad, respeto a los derechos humanos , CON
CALIDAD, si no “QUE SE DEDIQUE A OTRA COSA”.
• Artículo 108.
• Son servidores públicos:
• Los representantes de elección popular,
• Los miembros del poder judicial federal y del poder
judicial del distrito federal,
• Los funcionarios y empleados y,
• En General, a toda persona que desempeñe un empleo,
cargo o comisión de cualquier naturaleza en el congreso
de la unión, en la asamblea legislativa del distrito federal
o en la administración pública federal o en el distrito
federal,
• Los servidores públicos de los organismos a los que
esta constitución otorgue autonomía, quienes serán
responsables por los actos u omisiones en que incurran
en el desempeño de sus respectivas funciones.
• Artículo 102
• B. El congreso de la Unión y las legislaturas de
las entidades federativas, en el ámbito de sus
respectivas competencias, establecerán
organismos de protección de los derechos
humanos que ampara el orden jurídico
mexicano, los que conocerán de quejas en
contra de actos u omisiones de naturaleza
administrativa provenientes de cualquier
autoridad o servidor publico, con excepción de
los del poder judicial de la federación, que violen
estos derechos.
• La principal problemática que enfrentamos es en materia de
Seguridad Pública.
• El Doctor Soberanes en su último informe señaló:
• …
• “Hoy, enfrentamos nuevos retos. Es urgente poner un alto a la
criminalidad desbordada porque está amenazada la paz social.
Las situaciones que enfrentamos han obligado al Estado a
hacer uso de las Fuerzas Armadas en tareas policiales que no
son de su competencia. Esa presencia debe ser temporal,
como lo ha señalado el propio titular del Ejecutivo Federal.
No hagamos de lo excepcional una rutina, a menos que
aceptemos que se desdibuje el proyecto nacional trazado por
nuestra Constitución, lo cual, estoy seguro, nadie desea”...
• SEGUNDO INFORME ESPECIAL DE LA COMISIÓN NACIONAL
DE LOS DERECHOS HUMANOS SOBRE EL EJERCICIO
EFECTIVO DEL DERECHO FUNDAMENTAL A LA SEGURIDAD
PÚBLICA EN NUESTRO PAÍS (VER MATERIAL
PROPORCIONADO).
• La protección de la seguridad pública es un derecho
reconocido en diversos instrumentos jurídicos del ámbito
internacional en materia de derechos humanos incorporados al
sistema jurídico mexicano como Ley Suprema de toda la Unión,
de conformidad con lo dispuesto en el artículo 133 de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; en el
ámbito nacional, dicha Constitución General de la República
reconoce un catálogo de derechos fundamentales que buscan
garantizar, entre otros aspectos:
•
•
•
•
•
la seguridad personal,
la vida,
la libertad,
la propiedad, y
una adecuada procuración e impartición de justicia.
•
2 Concepto de Seguridad Pública
•
Derecho humano a la seguridad pública - Garantía de Seguridad Pública
• Artículo 21 de la Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos:
• La seguridad pública es una función a cargo de la
Federación, el Distrito Federal, los Estados y los
Municipios, que comprende la prevención de los
delitos; la investigación y persecución para hacerla
efectiva, así como la sanción de las infracciones
administrativas, en los términos de la ley, en las
respectivas competencias que esta Constitución
señala. La actuación de las instituciones de
seguridad pública se regirá por los principios de
legalidad, objetividad, eficiencia, profesionalismo,
honradez y respeto a los derechos humanos
reconocidos en esta Constitución.
• Las instituciones de seguridad pública serán de
carácter civil, disciplinado y profesional.
• Concepto de Seguridad Pública
• La seguridad pública es un derecho humano al
que todos nos hemos hecho acreedores por
vivir en sociedad,
• La seguridad pública implica que todos tenemos
el derecho a vivir en paz, que las autoridades
que trabajan para cumplir este derecho y
encargadas de ello deben de evitar y prevenir
la comisión de delitos y las faltas
administrativas que determinen las leyes,
• Las autoridades federales, estatales y
municipales, los servidores públicos
que trabajan para cumplir este derecho
pueden coadyuvar entre sí
• La seguridad pública significa que se
debe de Garantizar, mantener y
restablecer el orden y la paz públicos,
salvaguardar la integridad de las
personas, así como prevenir la
comisión de delitos.
• La seguridad pública implica que las
autoridades encargadas de llevarla a cabo
participen, en auxilio de las autoridades
competentes,
en
la
investigación
y
persecución de delitos, en la detención de
personas o en el aseguramiento de bienes
que sean objeto, instrumento o producto de
un delito, en aquellos casos en que sea
formalmente requerida, cumpliendo sin
excepción los requisitos previstos en los
ordenamientos constitucionales y legales
aplicables;
Implica la seguridad pública llevar a
cabo el practicar detenciones o
aseguramientos en los casos de
flagrancia, en los términos de ley y
poner a disposición de las autoridades
ministeriales
o
administrativas
competentes, a las personas detenidas
o los bienes que se hayan asegurado o
que estén bajo su custodia, con
estricto cumplimiento de los plazos
constitucional
y
legalmente
establecidos;
cuando así lo
soliciten las autoridades locales y
municipales
competentes,
en
la
protección de la integridad física de las
personas y en la preservación de sus
bienes, en situaciones de peligro,
cuando se vean amenazadas por
disturbios u otras situaciones que
impliquen violencia o riesgo inminente;
prevenir la comisión de delitos; así
como garantizar, mantener y restablecer
la paz y el orden públicos;
Así
como
colaborar,
Los
habitantes
deben de
gozar de este
DERECHO
HUMANO
si no se
cumple
la Seguridad
Pública
se violan
los Derechos
Humanos
de los
habitantes
De las Víctimas
u
ofendidos
Formalidades Para
Procurar Justicia
NADIE ES CULPABLE
HASTA QUE NO SE
LE PRUEBE LO CONTRARIO
Derecho
Humano
A la
Seguridad
Pública
Parte
Informativo
Defensa
Personal
Inculpado
Derechos
Humanos
Durante la
Detención
(Arbitraria)
Retención
Ilegal
Desaparición
Forzada de
Personas
•
•
•
•
•
•
•
•
•
•
•
•
•
No. Registro: 192,080
Jurisprudencia
Materia(s): Constitucional
Novena Época
Instancia: Pleno
Fuente: Semanario Judicial de la Federación y su
Gaceta
XI, Abril de 2000
Tesis: P./J. 38/2000
Página: 549
EJÉRCITO, ARMADA Y FUERZA AÉREA. SU
PARTICIPACIÓN EN AUXILIO DE LAS AUTORIDADES
CIVILES ES CONSTITUCIONAL (INTERPRETACIÓN
DEL
ARTÍCULO 129 DE LA CONSTITUCIÓN).
• La interpretación histórica, armónica y lógica del
artículo 129 constitucional, autoriza considerar
que las fuerzas armadas pueden actuar en
auxilio de las autoridades civiles, cuando éstas
soliciten el apoyo de la fuerza con la que
disponen.
• Por esta razón, el instituto armado está
constitucionalmente facultado para actuar en
materias de seguridad pública en auxilio de las
autoridades competentes y la participación en el
Consejo Nacional de Seguridad Pública de los
titulares de las Secretarías de la Defensa
Nacional y de Marina,
•
•
•
•
•
•
•
Acción de inconstitucionalidad 1/96
No. Registro: 192,079
Jurisprudencia
Materia(s): Constitucional
Novena Época
Instancia: Pleno
Fuente: Semanario Judicial de la Federación y
su Gaceta
• XI, Abril de 2000
• Tesis: P./J. 39/2000
• Página: 556
•
•
•
•
SEGURIDAD PÚBLICA. LA PARTICIPACIÓN DE LOS
SECRETARIOS DE LA DEFENSA NACIONAL Y DE MARINA
EN EL CONSEJO NACIONAL DE SEGURIDAD PÚBLICA, NO
VIOLA EL ARTÍCULO 21 CONSTITUCIONAL.
• La interpretación gramatical y causal teleológica de la
adición del artículo 21 constitucional, publicada en el
Diario Oficial de la Federación el 31 de diciembre de
1994, en cuanto dispone la coordinación de la
Federación, el Distrito Federal, los Estados y los
Municipios en un Sistema Nacional de Seguridad
Pública, lleva a la conclusión de que el precepto no
excluye a ninguna autoridad que, de acuerdo con sus
atribuciones, tenga alguna relación con ella y que su
propósito es lograr una eficiente coordinación entre
todas las autoridades de los tres niveles de gobierno,
para lograr dicha seguridad pública en todas sus
dimensiones, entre ellas, enfrentar con mayor capacidad
la delincuencia organizada.
• LEY GENERAL DEL SISTEMA
NACIONAL DE SEGURIDAD
PÚBLICA.
Artículo 12.- El Consejo Nacional estará integrado por:
I.
II.
III.
IV.
V.
VI.
VII.
VIII.
IX.
El Presidente de la República, quien lo presidirá;
El Secretario de Gobernación;
El Secretario de la Defensa Nacional;
El Secretario de Marina;
El Secretario de Seguridad Pública;
El Procurador General de la República;
Los Gobernadores de los Estados;
El Jefe del Gobierno del Distrito Federal, y
El Secretario Ejecutivo del Sistema.
• LEY GENERAL DEL SISTEMA
NACIONAL DE SEGURIDAD PÚBLICA.
• Artículo 1.- La presente Ley es reglamentaria
del Artículo 21 de la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos en materia de
Seguridad Pública y tiene por objeto regular la
integración, organización y funcionamiento del
Sistema Nacional de Seguridad Pública, así
como establecer la distribución de competencias
y las bases de coordinación entre la Federación,
los Estados, el Distrito Federal y los Municipios,
en esta materia.
• Artículo 2.- La seguridad pública es una función a cargo
de la Federación, el Distrito Federal, los Estados y los
Municipios, que tiene como fines:
• A) salvaguardar la integridad y derechos de las
personas, así como preservar las libertades, el orden y
la paz públicos y comprende la prevención especial y
general de los delitos,
• B) la investigación para hacerla efectiva, la sanción de
las infracciones administrativas, así como la
investigación y la persecución de los delitos y
• C) la reinserción social del individuo, en términos de
esta Ley, en las respectivas competencias establecidas
en la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos.
• El Estado desarrollará políticas en
materia de prevención social del
delito con carácter integral, sobre las
causas que generan la comisión de
delitos y conductas antisociales, así
como programas y acciones para
fomentar en la sociedad valores
culturales y cívicos, que induzcan el
respeto a la legalidad y a la
protección de las víctimas.
Artículo 3.- La función de Seguridad Pública
se realizará en los diversos ámbitos de
competencia
por
conducto
de
las
Instituciones Policiales, del Ministerio
Público, de las instancias encargadas de
aplicar las infracciones administrativas, de
los responsables de la prisión preventiva y
ejecución de penas, de las autoridades
competentes en materia de justicia para
adolescentes, así como por las demás
autoridades que en
razón de sus
atribuciones deban contribuir directa o
indirectamente al objeto de esta Ley.
Artículo 6.- Las Instituciones de Seguridad
Pública
serán
de
carácter
civil,
disciplinado y profesional, su actuación se
regirá además, por los principios de
legalidad,
objetividad,
eficiencia,
honradez, y respeto a los derechos
humanos reconocidos por la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Deberán
fomentar
la
participación
ciudadana y rendir cuentas en términos de
ley.
Artículo 10.- El Sistema se integrará por:
I. El Consejo Nacional de Seguridad Pública, que será la instancia
superior de coordinación y definición de políticas públicas;
II. La Conferencia Nacional de Procuración de Justicia;
III. La Conferencia Nacional de Secretarios de Seguridad Pública o
sus equivalentes;
IV. La Conferencia Nacional del Sistema Penitenciario;
V. La Conferencia Nacional de Seguridad Pública Municipal;
VI. Los Consejos Locales e Instancias Regionales, y
VII. El Secretariado Ejecutivo del Sistema.
3. OBLIGACIONES DE LOS SERVIDORES PÚBLICOS DE LAS
INSTITUCIONES EN MATERIA DE SEGURIDAD PÚBLICA
Artículo 40.- Con el objeto de garantizar el cumplimiento de los
principios constitucionales de legalidad, objetividad, eficiencia,
profesionalismo, honradez y respeto a los derechos humanos,
los integrantes de las Instituciones de Seguridad Pública se
sujetarán a las siguientes obligaciones:
I. Conducirse siempre con dedicación y disciplina, así como con
apego al orden jurídico y respeto a las garantías individuales y
derechos humanos reconocidos en la Constitución;
II. Preservar la secrecía de los asuntos que por razón del
desempeño de su función conozcan, en términos de las
disposiciones aplicables;
III. Prestar auxilio a las personas amenazadas por
algún peligro o que hayan sido víctimas u ofendidos
de algún delito, así como brindar protección a sus
bienes y derechos. Su actuación será congruente,
oportuna y proporcional al hecho;
IV. Cumplir sus funciones con absoluta imparcialidad
y sin discriminación alguna;
V. Abstenerse en todo momento de infligir o tolerar
actos de tortura, aún cuando se trate de una orden
superior o se argumenten circunstancias especiales,
tales como amenaza a la Seguridad Pública, urgencia
de las investigaciones o cualquier otra; al
conocimiento de ello, lo denunciará inmediatamente
ante la autoridad competente;
VI. Observar un trato respetuoso con todas las
personas, debiendo abstenerse de todo acto arbitrario
y de limitar indebidamente las acciones o
manifestaciones que en ejercicio de sus derechos
constitucionales y con carácter pacífico realice la
población;
VII. Desempeñar su misión sin solicitar ni aceptar
compensaciones, pagos o gratificaciones distintas a
las previstas legalmente. En particular se opondrán a
cualquier acto de corrupción y, en caso de tener
conocimiento de alguno, deberán denunciarlo;
VIII. Abstenerse de ordenar o realizar la detención de
persona alguna sin cumplir con los requisitos
previstos en los ordenamientos constitucionales y
legales aplicables;
IX. Velar por la vida e integridad física de las personas
detenidas;
X. Actualizarse en el empleo de métodos de
investigación que garanticen la recopilación
técnica
y
científica
de
evidencias;
XI. Utilizar los protocolos de investigación y
de cadena de custodia adoptados por las
Instituciones
de
Seguridad
Pública;
XII. Participar en operativos y mecanismos de
coordinación con otras Instituciones de
Seguridad Pública, así como brindarles, en su
caso, el apoyo que conforme a derecho
proceda;
XIII. Preservar, conforme a las disposiciones
aplicables, las pruebas e indicios de
probables hechos delictivos o de faltas
administrativas de forma que no pierdan su
calidad probatoria y se facilite la correcta
tramitación
del
procedimiento
correspondiente;
XIV. Abstenerse de disponer de los bienes
asegurados para beneficio propio o de
terceros;
XV. Someterse a evaluaciones periódicas para
acreditar el cumplimiento de sus requisitos de
permanencia, así como obtener y mantener vigente la
certificación respectiva;
XVI. Informar al superior jerárquico, de manera
inmediata, las omisiones, actos indebidos o
constitutivos de delito, de sus subordinados o iguales
en categoría jerárquica;
XVII. Cumplir y hacer cumplir con diligencia las
órdenes que reciba con motivo del desempeño de sus
funciones, evitando todo acto u omisión que produzca
deficiencia en su cumplimiento;
XVIII. Fomentar la disciplina, responsabilidad,
decisión, integridad, espíritu de cuerpo y
profesionalismo, en sí mismo y en el personal
bajo su mando;
XIX. Inscribir las detenciones en el Registro
Administrativo de Detenciones conforme a las
disposiciones aplicables;
XX. Abstenerse de sustraer, ocultar, alterar o
dañar información o bienes en perjuicio de las
Instituciones;
XXI. Abstenerse, conforme a las disposiciones
aplicables, de dar a conocer por cualquier medio a
quien no tenga derecho, documentos, registros,
imágenes, constancias, estadísticas, reportes o
cualquier otra información reservada o confidencial
de la que tenga conocimiento en ejercicio y con
motivo de su empleo, cargo o comisión;
XXII. Atender con diligencia la solicitud de informe,
queja o auxilio de la ciudadanía, o de sus propios
subordinados, excepto cuando la petición rebase su
competencia, en cuyo caso deberá turnarlo al área
que corresponda
XXIII. Abstenerse de introducir a las instalaciones de
sus instituciones bebidas embriagantes, sustancias
psicotrópicas, estupefacientes u otras sustancias
adictivas de carácter ilegal, prohibido o controlado,
salvo cuando sean producto de detenciones, cateos,
aseguramientos u otros similares, y que previamente
exista la autorización correspondiente;
XXIV. Abstenerse de consumir, dentro o fuera del
servicio, sustancias psicotrópicas, estupefacientes u
otras sustancias adictivas de carácter ilegal,
prohibido o controlado, salvo los casos en que el
consumo de los medicamentos controlados sea
autorizado mediante prescripción médica, avalada por
los servicios médicos de las Instituciones;
XXV. Abstenerse de consumir en las
instalaciones de sus instituciones o en
actos
del
servicio,
bebidas
embriagantes;
XXVI. Abstenerse de realizar conductas
que desacrediten su persona o la
imagen de las Instituciones, dentro o
fuera del servicio;
XXVII. No permitir que personas ajenas a
sus
instituciones
realicen
actos
inherentes a las atribuciones que tenga
encomendadas. Asimismo, no podrá
hacerse acompañar de dichas personas
al realizar actos del servicio, y
XXVIII. Los demás que establezcan las
disposiciones legales aplicables.
Art. 41.- Además de lo señalado en el Artículo
anterior, los integrantes de las Instituciones
Policiales, tendrán específicamente las obligaciones
siguientes:
I. Registrar en el Informe Policial Homologado los
datos de las actividades e investigaciones que realice;
II. Remitir a la instancia que corresponda la
información recopilada, en el cumplimiento de sus
misiones o en el desempeño de sus actividades, para
su análisis y registro. Asimismo, entregar la
información que le sea solicitada por otras
Instituciones de Seguridad Pública, en los términos
de las leyes correspondientes;
III. Apoyar a las autoridades que así se
lo soliciten en la investigación y
persecución de delitos, así como en
situaciones de grave riesgo, catástrofes
o desastres;
IV. Ejecutar los mandamientos judiciales
y ministeriales;
V. Obtener y mantener actualizado su
Certificado Único Policial;
VI. Obedecer las órdenes de los superiores
jerárquicos o de quienes ejerzan sobre él funciones
de mando y cumplir con todas sus obligaciones,
realizándolas conforme a derecho;
VII. Responder, sobre la ejecución de las órdenes
directas que reciba, a un solo superior jerárquico, por
regla general, respetando preponderantemente la
línea de mando;
VIII. Participar en operativos de coordinación con
otras corporaciones policiales, así como brindarles,
en su caso, el apoyo que conforme a derecho
proceda;
IX. Mantener en buen estado el armamento,
material, municiones y equipo que se le
asigne con motivo de sus funciones, haciendo
uso racional de ellos sólo en el desempeño
del servicio;
X. Abstenerse de asistir uniformado a bares,
cantinas, centros de apuestas o juegos, u
otros centros de este tipo, si no media orden
expresa para el desempeño de funciones o en
casos de flagrancia, y
XI. Las demás que establezcan las
disposiciones legales aplicables.
Siempre que se use la fuerza pública se
hará de manera racional, congruente,
oportuna y con respeto a los derechos
humanos.
Para tal efecto, deberá apegarse a las
disposiciones normativas y
administrativas aplicables, realizándolas
conforme a derecho.
Artículo 43.- La Federación, el Distrito Federal y los Estados,
establecerán en las disposiciones legales correspondientes que los
integrantes de las Instituciones Policiales deberán llenar un Informe
Policial Homologado que contendrá, cuando menos, los siguientes
datos:
I. El área que lo emite;
II. El usuario capturista;
III. Los Datos Generales de registro;
IV. Motivo, que se clasifica en;
a) Tipo de evento, y
b) Subtipo de evento.
V. La ubicación del evento y en su caso, los caminos;
VI. La descripción de hechos, que deberá detallar modo, tiempo y
lugar, entre otros datos.
VII. Entrevistas realizadas, y
VIII. En caso de detenciones:
a) Señalar los motivos de la detención;
b) Descripción de la persona;
c) El nombre del detenido y apodo, en su caso;
d) Descripción de estado físico aparente;
e) Objetos que le fueron encontrados;
f) Autoridad a la que fue puesto a disposición, y
g) Lugar en el que fue puesto a disposición.
El informe debe ser completo, los hechos
deben describirse con continuidad,
cronológicamente y resaltando lo
importante; no deberá contener
afirmaciones sin el soporte de datos o
hechos reales, por lo que deberá evitar
información de oídas, conjeturas o
conclusiones ajenas a la investigación.
Artículo 44.- Las legislaciones de la
Federación, el Distrito Federal y los
estados establecerán las sanciones
aplicables al incumplimiento de los deberes
previstos en esta ley, los procedimientos y
los órganos competentes que conocerán de
éstos. Las sanciones serán al menos, las
siguientes:
a) Amonestación;
b) Suspensión, y
c) Remoción.
4 Fundamentos Constitucionales de la
seguridad Pública y procuración de Justicia
de la seguridad pública y procuración de
justicia
Siempre trae en tu mente que:
• ART. 17
• ART. 21
• ART. 22
• Artículo 17. Ninguna persona podrá
hacerse justicia por sí misma, ni ejercer
violencia para reclamar su derecho.
• Toda persona tiene derecho a que se le
administre justicia por tribunales que estarán
expeditos para impartirla en los plazos y términos
que fijen las leyes, emitiendo sus resoluciones de
manera pronta, completa e imparcial. Su servicio
será gratuito, quedando, en consecuencia,
prohibidas las costas judiciales.
• Artículo 21
• …
• La imposición de las penas, su
modificación y duración son propias y
exclusivas de la autoridad judicial.
• Artículo 22. Quedan prohibidas las
penas de muerte, de mutilación, de
infamia, la marca, los azotes, los
palos, el tormento de cualquier
especie, la multa excesiva, la
confiscación de bienes y cualesquiera
otras
penas
inusitadas
y
trascendentales. Toda pena deberá
ser proporcional al delito que sancione
y al bien jurídico afectado.
Delitos que puede cometer un policía en
ejercicio de su trabajo:
EL DELITO DE TORTURA
• Art. 3o. de la Ley Federal para Prevenir y
Sancionar la Tortura:
“Comete el delito de tortura el servidor público
que, con motivo de sus atribuciones, inflija a una
persona dolores o sufrimientos graves, sean
físicos o psíquicos con el fin de obtener, del
torturado o de un tercero, información o una
confesión o castigarla por un acto que haya
cometido o se sospeche ha cometido o
coaccionarla para que realice o deje de realizar
una conducta determinada.”
DESAPARICION FORZADA
• Comete el delito de desaparición forzada
de personas, el servidor público que,
independientemente
que
haya
participado en la detención legal o ilegal
de una o varias personas, propicie o
mantenga dolosamente su ocultamiento
bajo cualquier forma de detención.
• PENALIDAD
(artículo 4):
• 3 a 12 años de prisión,
• 200 a 500 días de multa,
• Inhabilitación para el desempeño de
cualquier empleo, cargo o comisión hasta
por dos tantos del lapso de privación de
libertad impuesta.
• Pago a la víctima o a sus familiares, de los
gastos de asesoría legal, médicos,
funerarios, de rehabilitación o de
cualquier otra índole.
• Reparación del daño.
Principales objetivos de la detención
• Impedir que la persona cometa o
continúe cometiendo un acto ilegal.
• Permitir la realización de
investigaciones en relación con un acto
delictivo.
• Llevar a una persona ante la autoridad
competente.
Detención arbitraria
• Cuando un servidor público, en
ejercicio de sus funciones, se excede
en la aplicación de la fuerza pública y
actúa más allá de las atribuciones que
la normatividad lo permite, violentando
con su conducta los Derechos
Humanos y las garantías individuales
que nuestro régimen jurídico establece.
• DERECHOS HUMANOS DURANTE LA
DETENCIÓN:
• 1.- Ser informado:
• a) porqué se le detiene, NUNCA POR
MARCADO NERVIOSISMO O SOSPECHA
• b) identificarse el oficial,
• c) preguntarle sus datos y en caso de no
hablar español anotarlo para que en el
momento oportuno se le designe un traductor,
• d) indicar que tiene derecho a asesoría jurídica
en caso de delitos, tendrá la asistencia de un
defensor, para que su declaración sea válida
• e) avisar a parientes o amigos,
• f) en caso de asistencia médica tratar de que
se le proporcione,
• g) a no ser obligado a declarar.
• h) a no ser incomunicado, intimidado o
torturado,
• i) no ser retenido por el Policía o por el MP
éste último por más de 48 horas,
• j) ninguna detención ante autoridad judicial
podrá exceder de 72 horas,
• k) sólo por algún delito que merezca pena
corporal, se hará acreedor a prisión
preventiva y
• l) la detención será en un sitio distinto del
lugar en donde estén las personas
sentenciadas.
• PRINCIPIOS BÁSICOS SOBRE EL EMPLEO
DE LA FUERZA Y DE ARMAS DE FUEGO
POR LOS FUNCIONARIOS ENCARGADOS DE
HACER CUMPLIR LA LEY
• Los Funcionarios Encargados de hacer cumplir
la ley, en el desempeño de sus funciones,
utilizarán en la medida de lo posible medios no
violentos antes de recurrir al empleo de la
fuerza y de armas de fuego. Podrán utilizar la
fuerza y armas de fuego solamente cuando
otros medios resulten ineficaces o no garanticen
de ninguna manera el logro del resultado
previsto.
• Cuando el empleo de las armas de fuego sea
inevitable, los funcionarios encargados de hacer
cumplir la ley:
• a) Ejercerán moderación y actuarán en
proporción a la gravedad del delito y al objetivo
legítimo que se persiga;
• b) Reducirán al mínimo los daños y lesiones y
respetarán y protegerán la vida humana;
• c) Procederán de modo que se preste lo antes
posible asistencia y servicios médicos a las
personas heridas o afectadas;
• d) Procurarán notificar lo sucedido, a la mayor
brevedad posible, a los parientes o amigos
íntimos de las personas heridas o afectadas.
Controles que debe de demostrar un policía ante un
detenido:
• Control Verbal – Compasión a la víctima y al
inculpado.
• Control Manual, cuando el sujeto no es cooperarte
• Esposamiento – está permitido
• Uso de la Fuerza y de Armas de Fuego en caso de
excepción cuando esté en peligro la vida del propio
policía, la víctima o el inculpado.
• Jurisprudencia
• Criterios de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación
• y Tribunales Colegiados en Materia Penal
Excluyente de legítima defensa – pueda surtir efectos es menester que
concurran entre otros requisitos, el inherente a que la agresión además de
ilegítima y actual, debe ser inevitable.
Inexistencia de la legítima defensa – cuando ya se había consumado el ataque y
el peligro que se pretende la motivaron, no puede considerarse como
legítima defensa ni exime de responsabilidad penal al agente activo del
delito.
Miedo grave y legítima defensa no pueden coexistir – estas excluyentes de
responsabilidad no pueden coexistir pues mientras la primera se refiere a
hechos ilícitos cometidos mediante un estado psicológico nulificador de la
capacidad de entender y de querer tanto la actividad como el resultado por
parte del sujeto activo, en la legítima defensa se requiere la repulsa de una
agresión injusta, violenta, sin derecho, de la cual se derive un peligro
inminente, por consecuencias, en el desarrollo de algún hecho de carácter
penal, sería incoherente hablar de la existencia de ambas figuras en un solo
acontecimiento.
• Suprema Corte de Justicia de la Nación
• Jurisprudencia
Excluyentes, Pruebas – Las excluyentes de responsabilidad no deben
presumirse, y sólo operan a favor de un encausado cuando se hallan
fehacientemente probadas.
Legítima defensa, exceso – Si el daño causado al inculpado fue de
notoria poca importancia comparado con el que causó, pues las
lesiones que le fueron ocasionadas por su naturaleza se clasificaron
como de aquellas que tardan en sanar menos de quince días y no
ponen en peligro la vida, o sea, que no tuvieron la gravedad
necesaria o el quejoso no corrió el peligro inminente de perder la
vida, como para que repeliera la agresión disparando un arma de
fuego en cinco ocasiones hasta dejar inerte al agresor, es claro que
existió en la legítima defensa no sólo por la desproporción en el
arma empleada, sino también por haber sido innecesario el disparo
de cinco proyectiles sobre cuerpo del atacante, ya que con UNA
SOLA LESIÓN producida por el disparo del arma de fuego hubiera
BASTADO para detener la agresión y por ende para eludir el peligro
de daño a su integridad personal.
Código Penal Federal
CAPITULO IV
• Causas de exclusión del delito
• Artículo 15.- El delito se excluye cuando:
• IV.- Se repela una agresión real, actual o
inminente, y sin derecho, en protección de
bienes jurídicos propios o ajenos, siempre
que exista necesidad de la defensa y
racionalidad de los medios empleados y no
medie provocación dolosa suficiente e
inmediata por parte del agredido o de la
persona a quien se defiende.
Artículo 16.- Al que se exceda en los casos de
defensa legítima, estado de necesidad,
cumplimiento de un deber o ejercicio de un
derecho a que se refieren las fracciones IV, V,
VI del artículo 15, se le impondrá la pena del
delito culposo.
Artículo 60.- En los casos de delitos culposos
se impondrá hasta la cuarta parte de las penas
y medidas de seguridad asignadas por la ley al
tipo básico del delito doloso, con excepción de
aquéllos para los que la ley señale una pena
específica. Además, se impondrá, en su caso,
suspensión hasta de diez años, o privación
definitiva de derechos para ejercer profesión,
oficio, autorización, licencia o permiso.
• Registro No. 171739
• Localización:
Novena Época
Instancia: Primera Sala
Fuente: Semanario Judicial de la
Federación y su Gaceta
XXVI, Agosto de 2007
Página: 224
Tesis: 1a./J. 21/2007
Jurisprudencia
Materia(s): Penal
• LA INTROMISIÓN DE LA AUTORIDAD EN UN
DOMICILIO SIN ORDEN JUDICIAL. EFICACIA
DE LAS ACTUACIONES REALIZADAS Y DE
LAS PRUEBAS OBTENIDAS, CUANDO ES
MOTIVADA POR LA COMISIÓN DE UN
DELITO EN FLAGRANCIA.
• Las probanzas que se obtengan como
consecuencia del allanamiento de un
domicilio por parte de la autoridad policial en
caso de flagrancia tienen eficacia probatoria,
aun cuando no exista orden de cateo.
• CATEOS Y VISITAS DOMICILIARIAS
• Así, las pruebas que se obtengan a
partir de un cateo que no cumpla con
los requisitos establecidos en el octavo
párrafo del artículo 16 constitucional,
carecen de eficacia probatoria, ello con
independencia de la responsabilidad en
que las autoridades que irrumpan en el
domicilio pudieran incurrir;
• pues tratándose de flagrante delito, con fundamento
en que la demora puede hacer ilusoria la
investigación del delito y la aplicación de las penas,
la autoridad policial no requiere necesariamente
orden de cateo para introducirse en el domicilio
particular en el que se está ejecutando el delito, ya
que en ese caso, el propio artículo 16 constitucional
señala expresamente una excepción al respecto al
permitir a cualquier particular, y con mayor razón a
la autoridad, detener al indiciado, además de que el
Estado -como garante de los bienes de la sociedaddebe actuar de inmediato en casos de flagrancia; por
lo que en esas condiciones, los medios de prueba
obtenidos como consecuencia de la intromisión de
la autoridad a un domicilio sin contar con orden de
cateo, motivada por la comisión de un delito en
flagrancia, tienen eficacia probatoria, ya que al
tratarse de hipótesis distintas, a efecto de
determinar su valor probatorio, no se aplican las
mismas reglas que tratándose de un cateo
precedido por una investigación ministerial.
• la autoridad policial en caso de flagrancia,
ésta debe contar con datos ciertos o
válidos que motiven la intromisión al
domicilio sin orden de cateo, los cuales
deben aportarse en el proceso en caso de
consignarse la averiguación
correspondiente a efecto de que el Juez
tenga elementos que le permitan llegar a
la convicción de que efectivamente se
trató de flagrancia, pues de no acreditarse
tal situación, las pruebas recabadas
durante dicha intromisión, carecen de
eficacia probatoria.
Ejercicio indebido de la función pública
• Bibliografía:
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Cultura Económica. México 2006
• Gabino Fraga, Derecho Administrativo, ed. Porrúa, México 2007
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