Número 1 (enero-marzo 2015) - Ministerio de Asuntos Exteriores y

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1
ENERO-MARZO
01/2015
Las opiniones contenidas en los siguientes artículos sólo
compromenten a sus autores y no constituyen posiciones oficiales
del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación
Reflexión
para la
acción
José Manuel García-Margallo
MINISTRO DE ASUNTOS EXTERIORES Y DE COOPERACIÓN
Para actuar es preciso primero entender. Por eso, aunque la diplomacia es
eminentemente acción, requiere, para
ser eficaz, de una comprensión del entorno internacional en que se desarrolla.
Este boletín elaborado por la Oficina
de Análisis y Previsión del MAEC tiene vocación de contribuir a esta comprensión por una doble vía. Se trata,
por un lado, de facilitar a los actores de
la diplomacia española el acceso a las
tendencias actuales del pensamiento
en relaciones internacionales. Se trata, por otro lado, de servir de ventana
para que el pensamiento del MAEC se
asome fuera del ámbito puramente administrativo.
Por la primera razón se da a este boletín una amplia difusión dentro del
Ministerio. Por la segunda, está disponible en la página web del MAEC.
Espero que su lectura resulte provechosa y estimulante, tanto desde dentro como desde fuera de la diplomacia
española.
ARTÍCULO | ANÁLISIS | ENERO-MARZO 2015
2
Política exterior
española:
de la teoría
a la práctica
Ricardo López-Aranda
OFICINA DE ANÁLISIS Y PREVISIÓN
Con 2015 se inician dos
períodos significativos
para la política exterior
española: por un
lado, los cuatro años
de vigencia de la
Estrategia española
de acción exterior y,
por otro lado, los dos
años de presencia en el
Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas.
¿
Feliz coincidencia? Más bien parece
que se trata de dos procesos enlazados, uno, el de la Estrategia, que
establece un marco de referencia a largo
plazo, y el otro, la campaña y a la postre
elección al Consejo, que hace operativa en
lo inmediato esta visión global, es decir,
que existe un continuum entre la Estrategia, la campaña al Consejo y la actuación
que cabe esperar de nuestro país en dicho
órgano.
Objetivos
Se trata, quizá, de una coherencia necesaria, pues, en el fondo, una buena estrategia exterior no sólo se elabora, primero
se descubre, encuentra su raíz en las aspiraciones del propio país, en nuestro caso
en la adhesión a valores fundamentales,
como la democracia y la promoción de los
derechos humanos, en la preservación de
la paz y la seguridad internacionales, en
la protección de sus ciudadanos frente a
las amenazas que se ciernen contra ellos,
como el terrorismo o la criminalidad organizada, en la expansión de sus empresas
y por tanto del empleo, en la contribución
al desarrollo y a la lucha contra la pobreza, en la proyección de nuestra cultura, en
el engarce colectivo con el proyecto europeo y en nuestra vocación iberoamericana, mediterránea y atlántica.
Pero la Estrategia supone también una
puesta al día, una actualización de nuestros objetivos que tiene en cuenta los
desafíos presentes, algunos acuciantes,
como la refundación de la Unión Europea,
la revitalización de la diplomacia económica en el contexto de crisis global y el
valor de la imagen país en este ámbito, la
necesaria puesta al día de la gobernanza
global, tanto económica como de seguridad, el reto de estar más presentes en el
área Asia-Pacífico, hacia el que se desplaza el centro de gravedad económico del
planeta, y de responder eficazmente a desafíos como el cambio climático, la ciberseguridad o la seguridad marítima.
Todas estas cuestiones han estado muy
presentes en nuestra campaña al Consejo
de Seguridad y lo están en nuestro desempeño en el Consejo. Merece especial
mención a este respecto la atención prestada al vínculo existente entre seguridad
y cambio climático en amplias zonas del
planeta, nuestra sintonía con África Subsahariana, de la que nos consideramos un
representante más en el Consejo, o la especial atención que prestamos al fortalecimiento del estado de derecho.
Principios
La Estrategia exterior de un país, por otro
lado, no sólo se define en términos de
ARTÍCULO | ANÁLISIS | ENERO-MARZO 2015
objetivos, sino también de principios, de
formas de actuar, de ser. Viene delimitada por una idiosincrasia que en el caso de
España encuentra su raíz en nuestra tradición histórica, que ha hecho de nosotros
una nación con vocación universal, y en
nuestra historia reciente, nuestra transición a la democracia, que se proyecta en
nuestras relaciones internacionales y nos
lleva a tener presentes las diferentes sensibilidades en juego, a buscar el consenso
y a actuar con transparencia.
Esta idiosincrasia se ha reflejado también en nuestra campaña al Consejo de
Seguridad: nuestra vocación universal se
traduce en sentido de la responsabilidad
hacia la comunidad internacional en su
conjunto, mientras que nuestra manera de
hacer diplomacia nos ha permitido presentar como un activo a la comunidad internacional nuestra capacidad de tender puentes entre diferentes partes en conflicto, de
tener en cuenta diversos puntos de vista, y
de hacerlo sin una agenda oculta.
Ya en el Consejo de Seguridad, ese sentido de la responsabilidad ha sido recono-
3
cido por el resto de sus miembros, que nos
han asignado la tarea de presidir el comité
encargado de reforzar los regímenes existentes par evitar la proliferación de armas
de destrucción masiva y dos comités de
sanciones de importancia crucial para evitar la proliferación nuclear en Corea del
Norte y en Irán. Estamos además trabajando en el Consejo para incrementar la eficacia de las operaciones de mantenimiento
de la paz - en las que nuestros efectivos se
han granjeado un merecido prestigio - entre otros asuntos en los que nuestra trayectoria es conocida y apreciada.
En cuanto a nuestra capacidad para el
diálogo y nuestra voluntad de transparencia, se está traduciendo en un continuada labor para mejorar las capacidades
preventivas del Consejo, y en particular
los instrumentos de mediación, así como
en la revisión y mejora de sus métodos de
trabajo, cuestión que reviste una importancia capital para aumentar su representatividad, rendición de cuentas y eficacia,
y por ende para reforzar la legitimidad de
su actuación.
Eficacia en la actuación
Una estrategia, por último, además de
coherente en los objetivos y en los principios, ha de establecer mecanismos que
garanticen su eficacia. La Estrategia de
acción exterior retoma la filosofía de la
norma de la que trae su causa, la Ley de
Acción y del Servicio Exterior del Estado,
cuyo enfoque abarca la multiplicidad de
actores que hoy en día, dentro de la Administración, contribuyen a conformar
la acción exterior del Estado, junto con
el Ministerio de Asuntos Exteriores y de
Cooperación, que según dicha Ley planifica y ejecuta la política exterior y coordina
la acción y el servicio exterior del Estado.
La Estrategia subraya la importancia
de potenciar nuevos instrumentos como
son la diplomacia pública (entre ellos, la
relación con los centros de pensamiento o
“Think Tanks”), la Marca España, los planes de comunicación y la diplomacia digital, necesarios para una acción exterior en
la que los ciudadanos, individualmente o
en grupo, juegan un papel cada vez mayor,
ARTÍCULO | ANÁLISIS | ENERO-MARZO 2015
y en la que se hace necesario gestionar redes sociales, junto con la tradicional relación con autoridades de otros países.
Pues bien, en pocas empresas como la
campaña al Consejo de Seguridad se ha
plasmado más claramente, primero, lo eficaz que puede ser la Administración española en su conjunto cuando se moviliza
de forma coordinada en una determinada
dirección, segundo, la capacidad de ser el
punto focal de esta coordinación que tiene
el Ministerio de Asuntos Exteriores y, tercero, la incorporación de los nuevos instrumentos de diplomacia pública o diplomacia digital a la diplomacia “tout court”.
La campaña para las elecciones al Consejo de Seguridad ha requerido en efecto
una coordinación en cuyo centro ha estado el Ministerio de Asuntos Exteriores,
pero que ha involucrado a otros departamentos ministeriales, otras administraciones públicas, a la sociedad civil, y a
los principales actores del arco político.
En efecto, nuestra campaña al Consejo, y
cabe esperar que nuestra presencia en el
mismo, ha constituido un verdadera política de Estado, iniciada por un gobierno
de color distinto al que la ha culminado.
Se han utilizado al máximo además los
mecanismos de coordinación existentes
dentro del propio Ministerio de Asuntos
Exteriores y se han puesto en pie nue-
4
vos instrumentos, como las reuniones de
coordinación semanales entre sus diferentes sectores, político, de cooperación,
europeo, consular, económico, las Casas,
en videoconferencia con la Misión en
Nueva York y en no pocas ocasiones con
la REPER UE.
Como complemento, la diplomacia pública (en la que cabe destacar la labor de las
Casas) y la diplomacia digital, a través de
una página web específica sobre la campaña, de la cuenta de Twitter de nuestra Misión en Nueva York, entre otros instrumentos, han permitido hacer llegar el mensaje
de España a un público más amplio.
En definitiva, con la campaña al Consejo
de Seguridad, el Ministerio de Exteriores,
y más allá, la Administración española, ha
mostrado un alto grado de motivación y
de coordinación interna, y ha sabido estar
a la altura de las circunstancias.
Tras la elección al Consejo, ese “tono
muscular” se ha mantenido. Se ha creado
una nueva Dirección General de Naciones
Unidas y Derechos Humanos, para reforzar nuestra capacidad de coordinación con
vistas a la presencia en el Consejo, pero
también más allá, como reflejo de la importancia que España otorga a la diplomacia
multilateral y al marco de Naciones Unidas. Además la campaña está sirviendo de
inspiración para organizar los métodos de
trabajo para la preparación de las sesiones
del Consejo de Seguridad, mediante reuniones y videoconferencias similares a las
llevadas a cabo entonces. Se trata de mantener el mismo compromiso del conjunto del
Ministerio, de la Administración y del país
en su globalidad, en este proyecto colectivo.
En definitiva, cabe esperar de nuestra
acción en el Consejo coherencia con lo
que somos, un país fiable y responsable,
dispuesto a contribuir con su cuota parte
de responsabilidad a la resolución de conflictos internacionales a menudo intratables, pero que hay que tratar de resolver.
Más allá del 1 de enero de 2017, cuando
finalice este período de presencia en el
Consejo de Seguridad, nuestro objetivo ha
de ser que además de disfrutar de la satisfacción del deber cumplido, mantengamos
los instrumentos y procedimientos al nivel
que nos habrá exigido nuestra presencia
en el Consejo, con una política exterior que
cubra una agenda verdaderamente global,
lo cual quiere decir mantener los mecanismos de coordinación creados en este
período, mantener la capacidad de definir
objetivos generales de política exterior
que estructuren el resto de nuestra acción
y mantener el impulso político, lo que entronca con al noción de política exterior
como política de Estado, que se plasma en
la Estrategia de Acción Exterior.
REVISTA DE LIBROS | ANÁLISIS | ENERO-MARZO 2015
5
Europa: poder,
afecto y utopía
Fidel Sendagorta
PODER Y DERECHO EN LA UNIÓN EUROPEA.
JOSÉ MARÍA DE AREÍLZA CARVAJAL, MADRID, CIVITAS/THOMSON REUTERS, 2014
E
l último libro de José María de
Areilza versa sobre el asunto al
que ha dedicado lo mejor de su
carrera académica: los avatares de la construcción europea. Su anterior ensayo formaba parte de una obra colectiva titulada
Europa después de Europa, dirigida por
Emilio Lamo de Espinosa, en la que sus
autores desgranaban con lucidez las debilidades de la Unión Europea en un mundo poseuropeo y propugnaban una nueva
proyección de Europa sobre el escenario
internacional. Se trataba de un proyecto
auspiciado por la Academia Europea de
Ciencias y Artes, convertida bajo la presidencia de José Angel Sánchez Asiaín en
un activo think tank dedicado al análisis
de los desafíos que plantea la integración
europea. La Academia celebra ahora sus
veinte años de existencia con un libro,
en el que bajo el título de Europa como
aspiración y como tarea, el historiador
Joaquín Rodríguez repasa la contribución
de esta institución a los grandes debates
europeos.
Las elecciones al Parlamento europeo
del pasado mes de mayo han marcado un
nuevo hito en la creciente desafección
del electorado hacia el proyecto de integración europea. Partidos con programas
contrarios a la propia Unión Europea han
batido a las formaciones políticas mayoritarias en un país, como el Reino Unido,
que se interroga sobre su permanencia en
la Unión, pero también en Francia, uno de
los Estados fundadores del proyecto de
integración.
En un momento en el que prevalecen
los sentimientos en los debates europeos,
el libro de José María de Areilza nos sitúa en los argumentos de la razón. Pero
el autor sabe que las ideas necesitan del
motor de la emoción para ser verdaderamente movilizadoras. De ahí que su obra
empiece y termine con la inquietud por la
pérdida del horizonte utópico en el proyecto europeo y la apelación a recuperarlo
como condición esencial para que pueda
revitalizarse.
Pero, ¿no ha sido precisamente el exceso de utopía en la construcción europea lo
que ha llevado ahora a este golpe de péndulo en favor de la recuperación de la soberanía nacional? Lo cierto es que las elites europeas han pecado de arrogancia en
sus planteamientos integracionistas y no
han sabido detectar las resistencias que
iban fraguándose en amplios sectores sociales de algunos Estados miembros. Esta
rebelión inesperada estalla en los referendos de 2005 sobre la Constitución europea con el triunfo del «no» en Francia y en
Holanda. Y el malestar entonces todavía
difuso acaba articulándose políticamen-
te con propuestas contrarias a algunas
de las realizaciones más ambiciosas de
la construcción europea como el euro, la
libre circulación de personas o el espacio
Schengen. Entre medias, una severísima
crisis financiera había debilitado la lógica
de la soberanía compartida y ponía viento
en las velas de quienes propugnan la recuperación de la capacidad para controlar
los destinos de cada nación. Renace, pues,
en Europa el fantasma del nacionalismo,
esta vez para conjurar las amenazas reales
o imaginarias de la globalización, de la inmigración y de la transferencia de poder a
las instituciones de Bruselas.
En este debate tan decisivo para nuestro futuro se sitúa Poder y Derecho en la
Unión Europea. El libro, en sus dos primeros capítulos, es una guía para perplejos
del entramado institucional europeo, tan
exuberante como incomprensible para
el común de los ciudadanos. Pero también es una penetrante indagación sobre
los motivos de la actual desafección que
el autor asocia con el crecimiento incontrolado de las competencias de la Unión
Europea y con el persistente problema del
déficit democrático de las instituciones
comunitarias. En realidad, ambas cuestiones son indisociables: el paradigma de
una unión cada vez más estrecha implica
una vocación expansiva de las competencias comunitarias. Pero una vez que una
función estatal pasa a estar transferida a
Bruselas, los ciudadanos pierden la capacidad de controlar con su voto el ejercicio
REVISTA DE LIBROS | ANÁLISIS | ENERO-MARZO 2015
de esa competencia, sustraída ahora a la
supervisión directa de los parlamentos
nacionales.
Las soluciones que propone el autor
para estas deficiencias pasan, en primer
lugar, por una unión de competencias limitadas en la que la integración no es la
prioridad absoluta ni un objetivo en si
mismo. Cuánta integración y para qué
se convierten, así, en las preguntas clave
para abrir un debate necesario en cada
Estado miembro y Areilza no esconde su
respeto por la manera en que esta discusión pública se produce en Alemania,
al tiempo que brilla por su ausencia en
España. En segundo lugar, el ensayo propone dar entrada en el Parlamento europeo a representantes de los parlamentos
nacionales con el fin de que éstos puedan
ejercitar su función de control sobre las
competencias transferidas a la Unión Europea.
Además de estos importantes desafíos
para la Unión Europea en su conjunto, el
ensayo presta una atención muy especial
al caso español en el tercer capítulo. Hay
dos ideas que resultan especialmente pertinentes en la actualidad política de nues-
tro país. Una de ellas es que el Tratado de
Lisboa define un régimen antisecesión
que situaría a toda región que optara por
la independencia en una posición extramuros de la Unión Europea. En consecuencia, se vería obligada a solicitar la
adhesión en las condiciones fijadas para
cualquier país tercero. Pero, además de
este sistema legal, el autor recuerda a su
maestro Joseph Weyler cuando argumenta que la secesión es incompatible con el
espíritu del Tratado, ya que plantea una
contradicción fundamental con el principio mismo de la integración.
La segunda reflexión sobre España se
refiere a su papel en Europa. Si, en las
últimas décadas, Europa ha sido el gran
proyecto de la España contemporánea y
los gobiernos españoles más activos han
apostado siempre por un liderazgo basado en un sincero europeísmo, esta posición no sería ya sostenible en el nuevo
contexto europeo. En la medida en que
España quiera seguir influyendo en Bruselas, nuestros políticos no podrán mantener ya el lema de «más Europa» como
un mantra que encuentra cada vez menos
eco allende los Pirineos. La
6
definición de un nuevo europeísmo más
crítico y exigente constituye, así, la condición básica para recuperar nuestra capacidad de ser escuchados.
El libro acaba con una recapitulación de
los dilemas europeos a la luz de la reciente
crisis del euro, así como con una llamada
a reinventar un horizonte utópico como
pieza clave para devolver a los ciudadanos el afecto perdido hacia el proyecto
europeo. Por lo que se refiere a la primera
cuestión, el balance que hace el autor es
decididamente mixto. Por una parte, la
moneda común ha aguantado los embates de los mercados financieros y la lógica
proeuropea ha prevalecido en los cálculos
de los Estados miembros. Pero, por otra,
se ha puesto de manifiesto la contradicción entre la necesidad económica de
completar la Unión Monetaria con nuevas
transferencias de poderes y recursos que,
sin embargo, no son viables por la resistencia de los electorados a la cesión de
competencias y la consiguiente pérdida
de control político sobre ellas.
En cuanto a la revitalización del proyecto de integración mediante la asunción
de un nuevo idealismo, Areilza traza algunas pistas de futuro: la compatibilidad del
proyecto europeo con las democracias nacionales, la proyección de la Unión Europea en la escena internacional y la movilización de los jóvenes mediante un sistema
europeo de voluntariado. Si las dos primeras tienen una plena justificación política,
la última presenta un componente moral
propiamente metapolítico, ya que implica
el paso de una cultura que contempla al
ciudadano exclusivamente como sujeto
de derechos a otra que incluya también la entrega desinteresada al servicio de la comunidad.
La apelación final del ensayo a
un europeísmo de nueva generación se ilustra con la cita de
Goethe, siempre evocadora y sugerente: «Lo que has heredado de
tus padres tienes que merecerlo para
hacerlo tuyo». Y es que, como recuerda el
autor en las primeras líneas de esta obra,
no debe confundirse a la Unión Europea
con la civilización europea. En esta última
y en su legado moral se hallan las fuentes
en que acabará surgiendo esa visión idealista que proporcione a los jóvenes europeos la inspiración para escribir el próximo capítulo de ese gran relato que es el
proyecto de integración.
REVISTA DE REVISTAS INTERNACIONALES | ANÁLISIS | ENERO-MARZO 2015
7
S
Vuelve un tema recurrente: los límites del
poder estadounidense y las llamadas a que
Europa esté más presente en el ámbito de la
defensa.
El poder
americano
a debate
egún Robert Merry1, aunque EEUU
seguirá siendo el poder preeminente durante bastante tiempo, la
época en que la dominación era comúnmente asimilada está llegando a su fin.
Joseph Weiler2 y Javier Solana3 coinciden
en que el fin de esta época viene marcado
por un declive de poder relativo de Estados Unidos, mientras que Richard Haass4,
pone el acento en un desorden mundial en
aumento que, según afirma, hará echar de
menos el orden global posterior a la Guerra Fría, en el que Europa se veía resguardada por Estados Unidos.
El mundo evoluciona hacia un sistema
multipolar, caracterizado por el desorden
y la difusión de poder. Sin embargo, para
autores como Richard Haass o Robert
Kaplan5, no cabe exagerar el declive estadounidense, ya que no existe otra superpotencia que pueda adoptar dicho papel, e
incluso, según Kaplan, debido a una suerte de “destino manifiesto” dictado por la
geografía. Esa “obligación de liderar” ha
quedado también plasmada por la Estrategia de Seguridad Nacional Estadounidense de febrero de 20156.
Sin embargo, algunos autores apuntan
a una ausencia de líderes capaces de hacer frente a los desafíos impuestos por los
cambios globales. Robert Merry recuerda
que el “viejo orden” fue construido en
gran medida por las reformas introducidas por uno de los grandes líderes estadounidenses, F. D. Roosevelt. Hoy, cuando un nuevo orden debe reemplazar el
anterior, se necesitan líderes que lleven
a cabo las reformas necesarias. Merry, al
reseñar el libro de Aaron Miller “The End
of Greatness”, coincide con éste en que el
Presidente Obama no ha proporcionado
ese liderazgo, pues no ha abordado adecuadamente los problemas que están en
la raíz del incremento de la inestabilidad
global.
1. Merry, Robert W. Is Greatness Gone? The National
Interest, Núm. 135, Enero/Febrero 2015.
2. Weiler, Joseph H. Sonámbulos de Nuevo: Europa y
la “Pax Americana”. Política Exterior, Núm. 162, Noviembre/Diciembre 2014.
3. Solana, Javier. Más interdependientes, más responsables. Política Exterior, Núm. 163, Enero/febrero
2015.
4. Haass, Richard N. The Unraveling. Foreign Affairs,
N. 6, November/December 2014.
5. Kaplan, Robert D. Fated to Lead. The National Interest, Núm. 135, Enero/Febrero 2015
6. Grevi, Giovanni. Patient, Prudent, Strategic? The
2015 United States National Security Strategy. Policy
Brief of FRIDE. N.194. February 2015.
REVISTA DE REVISTAS INTERNACIONALES | ANÁLISIS | ENERO-MARZO 2015
Los nuevos acontecimientos globales
han propiciado, en efecto, un debate sobre
la política exterior de la Administración
Obama. Juan Tovar7 explica que continúa
en EE.UU. el debate ideológico entre los
que abogan por un enfoque realista en el
que la acción exterior queda circunscrita a la defensa de los intereses nacionales, y los que, desde un punto de partida
neoconservador o “liberal”, defienden la
necesidad de promover activamente en
diversos escenarios los valores e ideales
occidentales.
Desde una perspectiva realista, el diagnóstico de Richard Betts8 es que guerras
como la de Irak y Afganistán han dejado
tanto a la opinión pública como al Pentágono en un estado de “fatiga”, que genera
una mayor reticencia de Estados Unidos
a realizar operaciones militares sobre el
terreno, lo que le obliga a tener que plantearse cómo escoger mejor sus guerras y
cómo reestructurar su estrategia en las
intervenciones que lleve a cabo.9 También
para Haass, desde un enfoque realista, Estados Unidos tendría que rebajar sus ambiciones respecto al establecimiento de
modelos democráticos y a la pretensión
de resolver conflictos por todo el mundo.
Emergen asimismo dudas respecto a la
sostenibilidad de la supremacía militar de
Estados Unidos. De acuerdo con William
Lynn 10, la industria de defensa estadounidense ha perdido competitividad debido
a fenómenos como la globalización y el
surgimiento de empresas de capital privado que realizan fuertes inversiones en
altas tecnologías. Los sistemas de defensa
actualmente son más complejos e integrados. De ahí que una menor presencia
militar en territorio extranjero pueda ser
más efectiva si se complementa con buenas estructuras y sistemas de inteligencia,
tal como señalan Joshua Rovner y Caitlin
Talmadge con respecto a los países del
Golfo Pérsico.11 Sin embargo, en opinión
de Lynn, el Pentágono no se ha adaptado
a estos cambios estructurales, ya que no
8
pone los medios para aprovecharse de las
inversiones en investigación de las empresas punteras en alta tecnología ni de
las economías de escala que podría proporcionar una mayor cooperación internacional, lo que, sumado a una reducción
del presupuesto, hace que corra el riesgo
de perder su primacía en tecnologías de
defensa a nivel global.
Ya sea con el argumento del declive de
la autoridad global estadounidense o el de
la adopción de una estrategia de “liderazgo desde atrás”, lo cierto es que se observa
un retraimiento de la voluntad de presencia militar sobre el terreno por parte
estadounidense. Esto tiene implicaciones
para la Unión Europea, a la que se advierte de la necesidad de asumir sus propias
responsabilidades y de tomar iniciativas
en política exterior y de defensa.
Consecuencias para Europa
En efecto, en las principales revistas estadounidenses sobre relaciones interna-
7. Tovar, Juan. La Crisis de la Política Exterior de Obama. Política Exterior, Núm. 162, Noviembre/Diciembre 2014.
8. Betts, Richard K. Pick Your Battles: Ending America’s Era of Permanent War. Foreign Affairs, N. 6, November/December 2014.
9. Boot, Max. More Small Wars; Counterinsurgency Is Here to Stay. Foreign Affairs, N. 6, November/December 2014.
10. Lynn, William J. The End of the Military Industrial Complex: How the Pentagon Is Adapting to Globalization. Foreign Affairs, N. 6, November/December 2014.
11. Rovner, Joshua and Talmadge, Caitlin. Less is More: The Future of the U.S. Military in the Persian Gulf. The Washington Quarterly, number 3, Fall 2014.
REVISTA DE REVISTAS INTERNACIONALES | ANÁLISIS | ENERO-MARZO 2015
cionales, pero también desde Europa, esta
reflexión sobre el supuesto declive de poder estadounidense viene acompañada de
un llamamiento, en el contexto de la crisis
de Ucrania, a un mayor compromiso europeo en materia de defensa. El fin de la pax
americana dejaría una Europa desprotegida pero consciente de sus carencias. Como
recuerdan Matthias Matthijs y Daniel
Kelemen12, durante dos décadas los países
de la Unión han prometido integrar sus
políticas de seguridad y defensa, sin llegar
nunca a cumplir estas declaraciones.
La seguridad que proporcionaba
EE.UU. ha provocado esta relajación en
cuanto a inversión en defensa, así como
una insuficiente coordinación en materia
de seguridad en Europa. Esto hace que
en el terreno de la defensa el conjunto
europeo sea menor que la suma de lo que
cada Estado aporta.13 También en el marco de la OTAN, a pesar de la insistencia
estadounidense en la cumbre de Gales de
septiembre 2014, los Estados europeos se
mostraron reticentes a aumentar el gasto
en defensa.14
La actitud europea en política de defensa pone de manifiesto según Weiler el
andar “somnoliento” de la UE en el marco
de nuevos escenarios internacionales que
exigirían una respuesta proactiva. Para
Weiler, si Europa quiere mantener su posición debe despertar y aprender a tomar
decisiones consecuentes con sus responsabilidades globales sin la tutela estadounidense.
Matthijs y Kelemen opinan que la Unión
Europea se ha mostrado inicialmente débil frente a lo que califican de agresión
rusa a Ucrania, a las puertas de Europa.
Eliot Cohen15 también critica a Occidente
por no haber reaccionado con la contundencia necesaria ante una anexión territorial dentro del propio continente europeo,
indicio de la vulnerabilidad de principios
fundamentales -como el de soberanía nacional e integridad territorial- que están
siendo relativizados al modularse las medidas contra Rusia debido a las pérdidas
económicas que pueda suponer en las
economías europeas.
Para Matthijs y Kelemen la debilidad de
la política exterior y de seguridad común
y la amenaza a los valores no son los únicos problemas, sino que otros retos, como
la situación económica, la desconfianza
en las instituciones y el euroescepticismo afectan también al proyecto europeo.
Para que la Unión Europea pueda “renacer” estos desafíos tienen que ser entendidos en su conjunto y pueden constituir
un revulsivo, favorecido por la llegada de
líderes competentes como los nuevos Presidentes de la Comisión y del Consejo Europeo, que se unen a la positiva labor del
Presidente del Banco Central Europeo en
el ámbito financiero. Consideran incluso
que la actuación rusa en Ucrania constituye una oportunidad para unir a los Estados miembros y puede ser el detonante
para que se desarrollen acciones concretas hacia la creación de una verdadera
política común de seguridad y de defensa.
Para Cohen, en una línea similar, la respuesta a la crisis europea debe ser material y espiritual: un aumento del gasto en
defensa y la recuperación de sus valores
fundamentales.
En el mismo sentido, un grupo de autores europeos16 llaman a la movilización de
la Política Exterior y de Seguridad Común
para contrarrestar el fin de la hegemonía
estadounidense, apostando por una política de seguridad y defensa efectiva y global.
Para ellos, la PESC es un ámbito de desarrollo esencial de la UE, tanto para unir
Europa como para posicionar a la UE en
el mundo. Es por tanto esencial definir
una política exterior más fuerte, unificada
y coherente. Federica Mogherini, como
Alta Representante de la PESC y Vicepresidenta de la Comisión, debe asumir un
papel protagonista para conseguir esta deseada política exterior común. Para ellos
Mogherini tiene que reforzar su posición
en la Unión y trabajar conjuntamente con
el Presidente del Consejo Europeo y con
la Comisión, así como coordinar a los Estados miembros, de manera que pueda ser
desarrollado un enfoque más global. La
Alta Representante debe también movili-
9
zar a los Estados en torno a políticas comunes y apoyarse en una SEAE con una
capacidad de análisis estratégico reforzada.
Por último, junto a estos autores, Javier
Solana alude también a las ventajas competitivas de la UE a nivel global, como su
naturaleza única, y apela a los valores y al
ejemplo de reconciliación e integración
que ofrece al mundo.
En definitiva, se hace un llamamiento
a que la UE asuma mayores responsabilidades y replantee su política común de
seguridad y de defensa, afrontando los retos creados por el nuevo posicionamiento
global estadounidense así como por los
cambios en el escenario internacional.
Para cumplir con estas responsabilidades, como afirman Matthijs y Kelemen,
los líderes europeos deben demostrar un
firme compromiso con la economía, la seguridad y la democracia europeas, y hacer
ver que Europa es más fuerte cuanto más
unida.
12. Matthijs, Matthias y Kelemen, Daniel. Europe Reborn: How to Save the European Union from Irrelevance. Foreign Affairs, N. 1, January/February 2015.
13. Weiler, Op. cit.
14. Dempsey, Judy. ¿Qué le espera a la OTAN? Política Exterior, Núm. 162, Noviembre/diciembre 2014.
15. Cohen, Eliot. The ‘Kind of Thing’ Crisis. The American Interest. Núm. 3 January-February 2015
16. Keohane, Lehne, Speck y Techau. Por una nueva ambición europea. Política Exterior, Núm. 163, Enero/febrero 2015.
Con la colaboración de Ana Sánchez Canales y Blanca Moreno Fontela
ARTÍCULO | ANÁLISIS | ENERO-MARZO 2015
10
Tayip
Erdogan y el
Descubrimiento
del Nuevo
Mundo
Luiz Zaballa
A
finales del año pasado, el Presidente de Turquía tuvo la audacia
de hacer la siguiente declaración
pública: ‘Los musulmanes descubrieron
América, no Cristóbal Colón. Marinos
musulmanes llegaron a América en 1178.
El propio Colón menciona en sus memorias la existencia de una mezquita en
lo alto de una colina a lo largo de la costa cubana.’ ¿Qué fundamento tiene esta
afirmación? Y, más generalmente, ¿cómo
afectan las alegaciones de descubrimientos precolombinos a la imagen de España
como nación histórica? El objeto de este
artículo es intentar responder brevemente a estas dos preguntas.
La primera de ellas no presenta especial dificultad. La declaración de Erdogan
se basa, al parecer, en la obra del controvertido historiador musulmán Youssef
Mroueh, según el cual la cita de Colón
probaría que el Islam ya estaba extendido por América en aquella época. Pero
cuando se acude al texto original de Colón, el Diario de a Bordo (compendiado
por Bartolomé de las Casas), se encuentra
sólo una referencia a esa mezquita, en la
entrada del 29 de octubre de 1492, en la
que, describiendo las montañas de la costa cubana, señala que ‘una de ellas tiene
encima otro montecillo a manera de una
hermosa mezquita’. Eso es todo; una figura literaria. Por si hiciera falta corroborar
esta lectura, cabría apuntar el hecho de
que en su relato Colón no se detiene ni
un instante a considerar las implicaciones
de una supuesta presencia musulmana en
las tierras que acababa de reclamar para
Castilla.
¿Qué habría llevado Erdogan a validar
una teoría pseudohistórica de esta naturaleza? Los que siguen de cerca la vida
política de Turquía y la carrera política
de su Presidente apuntan a su estrategia
política consistente en posicionarse como
abanderado de la cultura islámica frente a
sus oponentes, de orientación más secular. También apuntan a su aspiración de
erigirse en líder político del mundo islámico en general, lo que le llevaría a apelar
a la grandeza histórica del Islam a escala
global. El objetivo inmediato de su declaración sobre el descubrimiento de América sería la construcción de una mezquita
en Cuba para satisfacer los deseos de la
minoría musulmana de la isla, y así lo expresó abiertamente justo después de la citada declaración, pronunciada, por cierto,
en un encuentro de líderes musulmanes
latinoamericanos, lo que permite situar
las palabras de Erdogan en el contexto de
sus pretensiones políticas.
Hay otra vía por la que se ha pretendido
atribuir a un musulmán el descubrimiento del Nuevo Mundo, y es el supuesto viaje
de la Gran Flota china, que bajo el mando
del almirante musulmán Zheng He, habría
recorrido toda la costa asiática y africana,
hasta alcanzar las Islas Canarias, para ser
llevado desde allí al Caribe por los mismos
vientos que impulsaron a Colón. Esta es,
al menos, la historia que cuenta el autor
iglés Gavin Menzies en su libro 1421: The
Year China Discovered America, publicado en 2002, y del que ha conseguido vender más de un millón de ejemplares.
Menzies es un historiador aficionado,
además de un gran fabulador. Su libro ha
sido literalmente demolido por el mundo académico, tanto de Occidente como
de China. El fundamento de su tesis es la
capacidad tecnológica china, que siglos
antes había inventado la brújula, y que
durante la dinastía Ming desarrolló la industria naval más avanzada del mundo.
Todo ello es cierto, pero los historiadores
chinos niegan la existencia de cualquier
documento que acredite que la Gran Flota
de Zheng He navegase más allá del Cabo
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de Buena Esperanza, descartando radicalmente que pudieran adentrarse en el
océano, ya que los chinos desconocían
los conceptos latitud y longitud, e incluso
ignoraban el hecho de que la Tierra fuese
esférica hasta que se lo enseñaron los misioneros jesuitas en el siglo XVI. Menzies
admite que sus teorías carecen de base
documental, pero lo atribuye enteramente a la quema de archivos ordenada por
el Emperador para poner fin a la era de
expansión naval china. La extraordinaria acogida comercial de un libro de esta
naturaleza pone de relieve, en todo caso,
la existencia de una gran receptividad
popular, especialmente en el mundo anglosajón, a cualquier tesis que oscurezca
el protagonismo español en el descubrimiento del Nuevo Mundo.
Algo semejante puede observarse con la
acogida académica y mediática de la teoría del descubrimiento de América por los
vikingos, alrededor del año 1.000, que sin
embargo se reconoce generalmente como
un hecho establecido, hasta el punto de
estar penetrando ya los libros de texto
norteamericanos. La tesis tiene su origen
en varias sagas islandesas que narran los
viajes por mar desde Groenlandia a una
tierra al oeste (supuestamente Terranova)
donde crecían los viñedos, y a la que se dio
por este motivo el nombre de Vinland. El
problema radicaba en calibrar la credibilidad histórica de unos textos tradicionalmente considerados como pertenecientes
al género literario, aunque narrasen hechos históricos.
El reconocimiento general de la credibilidad histórica de los hechos relativos a
Vinland se precipitó en 1965, cuando una
comisión académica de la Universidad de
Yale y el British Museum certificó en un
acto público la validez de un mapamundi
trazado a mediados del siglo XV, en el que
aparecían porciones de tierra atribuibles
a Terranova, y sobre las que figuraba el
nombre de Vinland. No se afirmaba que
el mapa en su totalidad fuera trazado por
los vikingos, pero se presuponía que la
representación de Groenlandia y Vinland
estaba basada en mapas vikingos ya desaparecidos. En todo caso, la visible concordancia entre este mapa y las narraciones
vikingas vino a confirmar para muchos la
validez de las sagas como textos históricos.
No faltaron voces expertas que cuestionaran la autenticidad del mapa, así
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como la conclusión de la historicidad de
las sagas en relación con este hecho, pero
fueron acalladas en 1968, cuando dos arqueólogos noruegos, Helge Ingstad y
Anne Stine, desvelaron el hallazgo de una
serie de objetos inequívocamente vikingos (como clavos, encendedores de jaspe,
etc.) en las ruinas canadienses de L’Anse
aux Meadows (Terranova) que venían investigando desde 1961. Dado su valor para
acreditar definitivamente la presencia
vikinga en América del Norte, el asentamiento fue reconocido por la UNESCO
como Patrimonio de la Humanidad en
1978.
No es posible sustraerse a las implicaciones de este reconocimiento sobre la
imagen nacional de España, que tradicionalmente ha venido cifrando su singularidad histórica en el hecho de haber
descubierto el Nuevo Mundo, y que por
este motivo tiene el 12 de octubre como
fecha de su fiesta nacional. Ya hay generaciones de personas que han aprendido en
el colegio y en los documentales televisivos que fueron los vikingos quienes realmente descubrieron América, por lo que
a menudo perciben España como un país
fatuo que se resiste a aceptar los hechos y
se obstina en arrogarse un mérito histórico que no le corresponde. Cuando a esto
se le añade—como es habitual—la vieja
retórica de la crueldad de la conquista, la
imagen histórica de España queda verdaderamente desgastada.
Un ejemplo de este daño, así como de
sus implicaciones diplomáticas, lo ofrece el ex-Presidente de Francia Jacques
Chirac en un libro de entrevistas sobre su
vida política publicado en 2007, titulado
L’Inconnue à L’Elysée. Ahí afirma que ‘no
fue Colón quien descubrió América, sino
los vikingos’ que llegaron a ese territorio
‘cinco siglos antes’. Refiriéndose a 1492 y
los hechos que le sucedieron, afirma que
‘no fue un gran momento de la Historia’,
añadiendo: ‘No siento admiración por
esas hordas que fueron a destruir’. Revela
incluso su negativa a participar en la celebración de ese acontecimiento, y que en
alguna ocasión eso le valió una llamada de
‘sorpresa’ del rey Juan Carlos.
Ante esta realidad, en particular las
alegaciones de descubrimiento previo
del Nuevo Mundo, ya sea por parte de europeos o de asiáticos, medio-orientales,
africanos, o polinesios—que de todo esto
hay—convendría que desde España se evi-
taran estos 3 posibles errores:
1. Desdeñar estas tesis a priori, o tomarlas con ironía. No hay motivo para ello. La
historia está repleta de travesías en las que
las embarcaciones fueron arrastradas por
corrientes o tormentas a enormes distancias. La población de la Isla de Pascua, por
ejemplo, es de origen polinesio, lo que implica una navegación ininterrumpida de
varios miles de kilómetros. Incluso en el
caso del viaje de 1492, el historiador Juan
López de Velasco escribió unas décadas
después que Colón pudo haber contado
con un conocimiento previo de América
gracias a dos marineros españoles que
habían sido arrastrados a ese continente
por una tempestad, y que luego le habrían
confiado su secreto. Lo escribió desde su
posición de Cosmógrafo Mayor del Consejo de Indias, lo que hacía de él una de las
personas mejor informadas de las expediciones españolas de la época.
2. No investigar estas tesis. No ha ninguna obligación de fiarse del rigor o de la
honestidad de investigadores o centros
extranjeros, y el propio método científico
exige revisar todos los hallazgos con el debido escepticismo.
La tesis de los vikingos, por ejemplo,
ha quedado debilitada por el reciente
descubrimiento de que el famoso mapa
de Vinland no era más que un elaborado
fraude, lo que ha podido acreditarse mediante estudios de tinta. El pergamino en
que estaba dibujado, en cambio, sí era del
siglo XV, aparentemente procedente de
un robo masivo en los archivos de la Catedral de Zaragoza en 1950. Además, quien
ha destapado todo esto es el investigador
independiente escocés John Paul Floyd,
y no ninguna institución del establishment académico, lo que deja seriamente
en cuestión su disposición o su capacidad
para revisar y tamizar los supuestos descubrimientos científicos, especialmente
tratándosse de un asunto de tanta trascendencia como éste.
Cuando uno observa con detenimiento
el mapa de Vinland se sorprende del trazo
perfecto de las costas, sin que pueda percibirse la menor erosión en un periodo de
cinco siglos, lo que invita a preguntarse
dónde estaban mirando los expertos de
Yale y el British Museum cuando proclamaron su autenticidad a los cuatro vientos. Más grave aún es el hecho de haber
atribuido el dibujo de las costas noratlánticas a un pueblo como el vikingo que no
ARTÍCULO | ANÁLISIS | ENERO-MARZO 2015
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Mapa de Vinland. “Siglo XV”
sabía hacer mapas, y no hizo uno solo en
toda su historia.
Y si el descubrimiento del mapa sirvió
para reforzar la confianza en la historicidad de las sagas, la posterior revelación del fraude cartográfico ha venido a
debilitarla, como es natural. Se trata, en
realidad, de una confianza escasamente
fundada, como cabe deducir del hecho
de que fuesen narraciones de transmisión
oral desde el siglo XI hasta el siglo XIII,
y sólo entonces comenzaran a escribirse.
No sorprende, por tanto, que haya contradicciones entre ellas, como es el hecho de
que la Saga de los Groenlandeses mencione varias expediciones a Vinland, y la Saga
de Erik el Rojo las agrupe en una sola.
Pero, sobre todo, se hace extremadamente
difícil defender la historicidad de un texto
trufado de elementos necesariamente ficticios, como es la referencia a los supuestos ‘viñedos’ de Vinland, una planta que
no existía en la América precolombina.
Sólo quedan, por tanto, las ruinas de
L’Anse aux Meadows, que en sí mismas
no pueden atribuirse concluyentemen-
te a los vikingos (las edificaciones ahora
visibles son reconstrucciones para el turismo), lo que les diferencia del material
mobiliario encontrado en ellas, que no
parece admitir discusión. Pero el material
mobiliario tiene, para los arqueólogos, un
valor probatorio menor, precisamente por
ser mobiliario, es decir, por haber podido
ser transportado al asentamiento en cuestión, algo que no habría podido hacerse,
por ejemplo, con una gran piedra con inscripciones rúnicas como las que existen
en otros asentamientos vikingos. Y no se
trata de suspicacia, sino de escepticismo
metodológico, exigible a todo científico,
tanto más tratándose de supuestos vestigios vikingos en Norteamérica, que tienen una larga historia de fraudes.
A la luz de esta receptividad excesiva,
incluso patológica, a las teorías alternativas al descubrimiento de 1492—y muy
especialmente a la alternativa noreuropea—que no se produce sólo a nivel popular, sino también institucional, resulta
imprudente, e incluso ingenuo, confiar en
que instituciones extranjeras diluciden
la verdad, sobre todo tratándose de una
cuestión que afecta a intereses nacionales, y muy singularmente el interés nacional de España. El CSIC, por ejemplo,
que ha investigado importantes símbolos
nacionales—como la Dama de Elche, que
había sido denunciado como fraude por
un investigador estadounidense—podría
interesarse también por este asunto de
especial significación para nuestro país,
ya fuera directamente o a través de alguna
institución colaboradora.
3. No hacer valer debidamente el significado de la palabra descubrimiento. En
el mundo anglosajón resulta común referirse al viaje de Colón como el “descubrimiento” de América, usando comillas
(incluso empleando air bunnies en el discurso oral), ya sea porque se da por buena
la teoría vikinga, o porque se entiende que
fueron los propios amerindios quienes
realmente descubrieron el Nuevo Mundo.
Pero eso supone hacer una violencia inaceptable al concepto de descubrir. Descubrir no significa simplemente percibir
o experimentar algo, sino alcanzar una
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comprensión plena de su significación, y
darla a conocer al mundo. Es algo que no
hicieron los amerindios, ni los vikingos
en su caso, ni siquiera el propio Cristóbal
Colón. Fue una labor colectiva desempeñada por España y Portugal, fundamentalmente, en la que, a lo largo de un siglo
o siglo y medio, se conoció y se dio a conocer al mundo la geografía, la orografía,
la hidrografía, la meteorología, la mineralogía, la flora, la fauna, y la oceanografía
circundante del hemisferio americano. Y
a eso habría que sumar el conocimiento
etnográfico y antropológico de los propios pueblos americanos, hasta el punto
de que uno de los grandes estudiosos de
estos pueblos, el jesuita José de Acosta,
llegó a identificar en 1590 su ascendencia asiática, e incluso su migración como
pequeñas sociedades de cazadores que
atravesaron lo que actualmente se conoce
como el Estrecho de Bering (siendo ésta la
concepción que hoy se tiene de su origen,
una vez desacreditada la teoría polinesia).
Cuando se entiende el descubrimiento de
este modo, se comprende fácilmente que
se trata de un gran descubrimiento científico, el mayor descubrimiento científico
de la Historia, con enorme diferencia.
El historiador Felipe Fernández-Armesto hace una distinción conceptual
que resulta especialmente significativa en
este contexto. Divide la secuencia de todos los desplazamientos humanos en dos
grandes procesos históricos: el proceso de
divergencia, por el que las poblaciones se
dispersan en busca de nuevos entornos
naturales, perdiendo progresivamente la
comunicación con los antiguos vecinos; y
el posterior proceso de convergencia, por
el que se establecen nuevos vínculos de
comunicación entre poblaciones humanas, generalmente mediante la superación
de obstáculos naturales que las mantenían
separadas. Las grandes exploraciones
ibéricas de los siglos XV y XVI pueden
entenderse, en este sentido, como la culminación histórica de un largo proceso
de convergencia, en el que finalmente se
superó el extraordinario obstáculo natural del océano.
Ese proceso es, además, de carácter
acumulativo, ya que los nuevos vínculos
suelen unir a diversas poblaciones previamente vinculadas entre sí. Se abre, de
este modo, un espacio creciente de comunicación humana que acaba generando un
acervo común de conocimiento del mun-
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do. Así, el descubrimiento de una nueva
tierra, o de una nueva población, se entiende como una incorporación adicional
al acervo de conocimiento común de la
Humanidad en proceso de convergencia.
A la luz de esta concepción histórica, se
puede deducir que hubo dos momentos
trascendentales en la Historia del Nuevo
Mundo: el de su poblamiento por gente
procedente de Siberia hace unos 15.000
años, como parte del proceso de divergencia; y el de su descubrimiento por gente
procedente de Iberia en los siglos XV y
XVI, como parte del proceso de convergencia. Todos los demás supuestos descubrimientos son hechos de importancia
menor, e incluso anecdóticos.
A modo de conclusión, cabría señalar
únicamente que no es realista rechazar de
antemano las teorías alternativas sobre el
descubrimiento del Nuevo Mundo, como
tampoco es realista ignorarlas, porque objetivamente producen una erosión de la
imagen exterior de España, precisamente
en aquello que constituye su mayor singularidad histórica. La única defensa realista
consiste en tener una disposición abierta
ante estas tesis, comprobarlas científicamente y, en última instancia, emplear todos los medios disponibles (red cultural,
AECID, etc.) para divulgar una concepción del descubrimiento que haga justicia
a su realidad histórica, haciendo de paso
que su verdadera significación sea invulnerable a las teorías alternativas existentes, o que puedan surgir en el futuro.
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