Conferencia del Caballero de la Orden, don Jaime Antúnez A., 900

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900 AÑOS EN LA MIRADA DE HOY
Por Jaime Antúnez Aldunate
Texto de la conferencia pronunciada en la celebración de los 900 años de la
Soberana Orden de Malta, acto que tuvo lugar el lunes 7 de octubre, fiesta de
Nuestra Señora del Rosario, en el Aula Magna Manuel José Irarrázaval de la
Pontificia Universidad Católica de Chile.
Eminencia Reverendísima,
Excelentísimo Señor Nuncio Apostólico,
Autoridades y Srs. Embajadores
Señoras y Señores,
El tiempo es muchas veces una forma inadecuada y hasta caprichosa de
medir la duración. Lo que parece infinitamente largo a unos, dependiendo
de innumerables condiciones objetivas y subjetivas, parece súbito y breve
a otros. Podemos de cualquier modo estar seguros que la historia, aunque
milenaria, la recoge el Creador con una sola mirada; y que, por esto mismo,
no debemos entender tan sólo como una metáfora lo que dice el salmista,
cuando proclama que “para Dios mil años equivalen a un día”.
1
Con ese horizonte ante nuestros ojos, tenemos el gozo de reunirnos en
esta Aula Magna de la Pontificia Universidad Católica de Chile para
conmemorar y agradecer juntos, desde la mirada del cambiante y
conmocionado mundo en el que vivimos hoy, por los nueve siglos que ha
recorrido nuestra venerable Soberana Orden de San Juan de Jerusalén, de
Rodas y de Malta, desde que el Papa Pascual II le concediera el solemne
privilegio Pie postulatio voluntatis, el 15 de febrero de 1113. Con él, como
nos dijera Benedicto XVI en la última audiencia que concedió como pontífice
en la basílica de San Pedro, el 9 de febrero pasado, “la recién
nacida «hermandad hospitalaria» de Jerusalén, con el título de San Juan
Bautista, [fue puesta] bajo la tutela de la Iglesia, haciéndola soberana,
constituyéndola como una Orden de derecho eclesial, con el derecho a elegir
libremente a sus superiores sin interferencia por parte de otras autoridades
laicas o religiosas”.
La disponibilidad nuestra para realizar este acto conmemorativo y de
la Universidad para acogernos en este hermoso espacio –o más bien,
pensamos, la disposición de la Providencia- ha querido que él coincida con
el día 7 de Octubre, fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, luego llamada
de Nuestra Señora del Rosario, aniversario que trae al presente un momento
fuerte de la historia que recordamos. En efecto, en un día como hoy, de
1571, hace por tanto 442 años, 73 caballeros de la Orden, miembros de la
escuadra de Malta que sumó sus fuerzas a la gloriosa victoria de Lepanto,
entregaban sus vidas en un acto muy propio de la tuitio fidei, finalidad
primordial en la vida del caballero, junto con la del servicio a “nuestros
señores lo pobres”.
2
Como se sabe, en medio de discrepancias crecientes entre las naciones
cristianas –eran tiempos en que se resquebrajaba la unidad de la civitas
europea forjada en el Medievo en torno a la fe cristiana-- fue el Papa San
Pío V, miembro de la Orden de Santo Domingo (aquel que habiendo querido
conservar el uso de su hábito religioso, hizo que luego los papas vistieran
siempre de blanco…), fue él, digo, quien logro los acuerdos para llevar
adelante la defensa del continente, en esa hora muy difícil, cuando a las
dificultades internas vino a sumarse una grave amenaza externa. Tan
preocupante era el inminente asalto otomano a Europa, que el propio Papa
hubo de ser declarado jefe de la liga –garantizándose así la unidad de las
naciones- Marco Antonio Colonna general de los galeones y Don Juan de
Austria –caballero también de la Orden y medio hermano del rey Felipe II,
importante responsable de la empresa- su generalísimo. Las flotas cristiana y
turca, la más grande y poderosa del mundo, se encontraron en el puerto de
Lepanto al amanecer de ese 7 de Octubre para vivir uno de los grandes
momentos en la historia de la humanidad, del que dependía para Europa y su
cristiandad ya internamente escindida, la sobrevivencia de un modo de vida.
En la bandera de la nave capitana de la escuadra comandada por Don Juan
de Austria, ondeaba la Santa Cruz y el Santo Rosario.
San Pio V, consciente, como todo buen hijo de Santo Domingo, del
poder de la devoción al Rosario, pidió a toda la Cristiandad que ese día lo
tuviera en sus manos y que junto con el ayuno, lo rezara incesantemente, de
lo cual él fue el primer ejemplo. La milagrosa victoria cambió el rumbo de la
historia y con este triunfo se reforzó también, ciertamente y de modo
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intenso, la devoción al Santo Rosario. Desde el siglo XVIII, con Clemente XI,
paso a ser una fiesta universal. San Pio X la fijó en este día, el 7 de Octubre, y
proclamó lo siguiente: “Denme un ejército que rece el Rosario y vencerá al
mundo”. La convocatoria universal hecha por el Papa Francisco, hace
justamente un mes atrás, por la paz en Siria y el mundo, nos confirma en esta
certeza.
La Soberana Orden de San Juan de Jerusalén, dicha de Rodas y dicha
de Malta, hace particular honor a esta devoción llevando el Santo Rosario en
su escudo, que si ustedes observan, figura en torno a la cruz blanca sobre
fondo rojo.
Los hechos heroicos que reúnen en esta misma fecha el sacrificio con
su vida de 73 hermanos nuestros y la exaltación de Nuestra Señora del
Rosario, no son sin embargo un acontecimiento aislado. Su recuerdo se
entrelaza con similar sacrificio de muchos otros miembros de la Orden, que
desde el siglo XIV, cuando se creara en Rodas la escuadra sanjuanista, hasta
finales del siglo XVIII, cuando se abandona la isla de Malta, garantizaron la
libertad del Mar Mediterraneo, espacio crucial para la civilización de todos
los tiempos, pero particularmente de entonces. Precisamente seis años antes
de Lepanto, en 1565 –en lo que han denominado algunos historiadores el
“Stalingrado del siglo XVI”-- conducidas por su Gran Maestre, Jean de la
Valette, las fuerzas de mar y tierra de la Orden resistieron el inmenso asedio
sobre la isla de Malta, por cuatro largos meses, de una escuadra otomana
diez veces mayor. Solimán el Magnífico, dueño entonces de los mares del
oriente mediterráneo, había declarado en Constantinopla un año antes,
4
refiriéndose a la isla soberana de los Caballeros de Malta, que la aplastaría
sin piedad. Los caballeros y los habitantes de la isla lucharon por mar y por
tierra con la disposición de jamás darse por vencidos, lo que despertaría en
todas las naciones cristianas, muy pendientes y comprometidas con el
suceso, la admiración por el coraje, junto con el agradecimiento y el deseo
de emular tanto heroísmo. Era gente, ésta, habituada a fraguar la fortaleza y
la esperanza en el espíritu de la cruz. Bien podría decirse de su ejemplo lo
que escribe San Pablo a los filipenses: “Os mantenéis firmes en el mismo
espíritu y … lucháis juntos como un solo hombre por fidelidad al Evangelio,
sin el menor miedo a los adversarios” (Filip. 1, 27; 2, 11)
El asalto y toma de la isla de Malta habría supuesto un escenario muy
difícil de superar cuando llegase, poco más de un lustro después, la hora
decisiva de Lepanto. El desmantelamiento de esa amenaza por el valor y
sacrificio de los caballeros y de su Gran Maestre –el precioso puerto de La
Valeta lleva hasta hoy su nombre por Jean de la Valette-- es un
acontecimiento de imborrable relieve en la historia de la civilización cristiana,
en ese momento de transición de la Edad Media al mundo moderno.
Lo que he dicho al recordar esta conjunción de acontecimientos y
fechas –como algo de lo que diré en seguida-- no viene a propósito como un
simple recuento histórico. “La tradición y la memoria del pasado tienen que
ayudarnos a reunir el valor necesario para abrir espacios nuevos a Dios”, ha
dicho el Papa Francisco en una reciente entrevista. Y en su encíclica Lumen
Fidei (n.9) ha dicho todavía más. La misma fe, en cuanto respuesta a una
Palabra que la precede, es un acto de memoria, pero también es una
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memoria que no se queda en el pasado, sino que siendo memoria de una
promesa, abre al futuro. Es entonces una memoria de futuro, memoria futuri,
y está estrechamente ligada con la esperanza.
Así también lo vemos nosotros, los actuales miembros de la orden de
Malta, humildes herederos de esos héroes y mártires de los que he hecho
recuerdo. Su tuitio fidei, su sacrificio para la defensa de la fe –en las
circunstancias propias que requería su tiempo-- no fue un acto fijo o estático
en el tiempo, sino lleno de futuro, profunda memoria futuri, que nosotros
nos apresuramos a recoger para hacer nuestra, transmitir a la generación
presente que vive en un contexto de globalización y de mestizaje de
civilizaciones muy distinto de aquel, y legar acrecidas a las generaciones que
nos sucedan.
Nacimiento de la Orden hospitalaria de San Juan
De todos es sabido que la Orden, entonces más conocida como El Hospital
de Jerusalén, nace en Tierra Santa a fines del siglo XI. En efecto, hacia el año
1080 un grupo de mercaderes de la República de Amalfi, que por entonces
monopolizaba el comercio con Egipto y Siria, consigue licencia de los califas
fatimíes de Egipto para construir en Jerusalén, en la zona de Muristán, una
iglesia dedicada a Santa María y un hospital dedicado a San Juan Bautista,
sobre las ruinas del anterior fundado por Carlomagno; hospital que dirigía
un virtuoso y humilde frate llamado Gerardo. Siguiendo el modelo de su
vida, algunos de estos amalfitanos tomaron el hábito de la regla benedictina
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y adoptaron como emblema una cruz blanca de ocho ángulos, en recuerdo
Amalfi dicen algunos (lo cual podrá tal vez decir de su primer origen, no
lo sabemos), pero muy luego se asienta su significado, ya tradicional, que
atraviesa los siglos y que identifica esa cruz de ocho puntas con las ocho
bienaventurazas1. Allí encontraron a estos hermanos, al conquistar Jerusalén
en 1099, Godofredo de Bouillón y las huestes de la Primera cruzada.
HACE AHORA 900 AÑOS –como fuera referido al comienzó- , el
15 de febrero de 1113, el Papa Pascual II, desde Benevento, dirigía al
hermano Gerardo la Bula Pie postulatio voluntatis en la que concede diversos
privilegios a aquella «verdadera casa de Dios» —como la llama— la cual toma
bajo su protección. En esta bula, carta fundacional de la Orden, se mencionan
los bienes que los hermanos poseían en diversos lugares, tales como Asti,
Bari, Tarento y Messina, así como en la misma ciudad de Jerusalén, lo cual
nos pone en claro que la Orden que entonces nacía estaba ya extendida por
el occidente cristiano como cierta hermandad. Pocos años después, en 1118,
moría el beato Gerardo y era elegido su sucesor Raimundo de Puy, quien
llamándose «maestre y siervo de los pobres de Cristo y guardián del hospital
de San Juan de Jerusalén», estableció la primera regla de la Orden, aprobada
por el Papa Calixto II en 1120, que se inspiraba en la de San Agustín. Según la
regla, todos los frailes debían pronunciar los tres votos religiosos de pobreza,
1
Es interesante, a la luz de la historia de la Orden de Malta, consignar aquí las palabras del Beato Papa
Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris Missio (n.91), con relación a las ocho bienaventuranzas y a la
misión apostólica: “El misionero es el hombre de las bienaventuranzas. Jesús instruye a los Doce, antes
de mandarlos a evangelizar, indicándoles los caminos de la misión: pobreza, mansedumbre, aceptación
de los sufrimientos y persecuciones, deseo de justicia y de paz, caridad; es decir, les indica precisamente
las bienaventuranzas, practicadas en la vida apostólica (cf. Mt 5, 1 – 12). Viviendo las bienaventuranzas
el misionero experimenta y demuestra concretamente que el reino de Dios ya ha venido y que él lo ha
acogido”.
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castidad y obediencia, la cual implicaba una obligación especial de “ser siervo
y esclavo de nuestros señores los enfermos».
Ya en este origen está la principal diferencia que nuestra Orden
de San Juan de Jerusalén nos ofrece respecto a todas las demás órdenes
militares de la cristiandad. En efecto, la Orden de San Juan nace como una
institución religiosa dedicada únicamente a las actividades hospitalarias y,
tan sólo después, cuando hubo que hacer frente a las necesidades defensivas
del reino cruzado de Jerusalén, fue adquiriendo, a imitación de otras, una
actividad verdaderamente militar. Es entonces cuando va a aparecer el
llamado «cuarto voto», el ejercicio de las armas para la defensa de las casas
de la Orden, de los cristianos y de los peregrinos, lo cual vino a determinar el
carácter militar junto al religioso, tras la donación, en 1137, por el rey Fulco
de Jerusalén, de la estratégica fortaleza de Beit Jibelin en la ruta de Ascalón a
Hebrón. En 1153, veremos ya así a los hospitalarios participar en el asedio de
Ascalón, hasta su definitiva conquista.
Interesa constatar que las actividades militares no se van a
mencionar en los estatutos –y asimismo muy brevemente-- sino hasta 1182,
y luego hasta el capítulo general de 1206. Anteriormente, sin embargo, hay
distintos testimonios de que la Orden sostenía a personas ajenas, instruidas
en el arte de la guerra, es decir, a mercenarios. En el contexto bélico de la
época, esta actividad defensiva era considerada como otra parte más de las
obligaciones caritativas de los caballeros, lo que se llamaba el «combate al
servicio de los pobres», e importa destacar que el Papa Alejandro III, en 1178,
recordará a los caballeros que no deberán alzar la espada «salvo cuando el
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estandarte de la cruz sea alzado para la defensa del reino o para el asedio de
alguna plaza pagana».
Visto en la perspectiva de estos 900 años, una de las cosas que
más sorprenden de esta historia es la rápida expansión de la Orden por el
occidente cristiano. En efecto, muy poco tiempo después de su fundación,
en los años 1102 y 1103, descubrimos ya la presencia en la península ibérica
de freires sanjuanistas recolectando limosnas para ayudar al hospital de
Jerusalén. Y en 1113 se documenta la primera donación a la Orden, realizada
por la reina doña Urraca, de la aldea de Paradinas, entre Salamanca y Arévalo
–confirmada luego por los obispos de Toledo, Salamanca, León y Palenciadescribiéndose así al beneficiario: «a la Santa casa del hospital de San Juan
Bautista que está construida en la Santa ciudad de Jerusalén para la obra
de los pobres». Este hito ibérico constituye para nosotros espiritualmente
un antecedente remoto de nuestras asociaciones iberoamericanas, aunque
todavía pasarían cuatro siglos antes que el gentilhombre y capitán de los
mares, Antonio de Pigaffetta –el más antiguo nexo entre Chile y la Orden,
a la que luego se integraría— acompañase a Hernando de Magallanes en
su periplo en torno al mundo, descubriendo el estrecho que comunica el
Atlántico con el Pacífico.
Chipre (1291), Rodas (1310), Malta (1530), Roma (1834)
Tras la caída de San Juan de Acre y la pérdida de Tierra Santa en 1291, la
Orden Hospitalaria de San Juan trasladó su sede y su hospital a la isla de
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Chipre, donde ya estaba presente desde 1210. Fieles a su misión hospitalaria
los caballeros construyen nuevos establecimientos y dada la posición
estratégica de la isla se inicia también aquí su larga historia naval, con una
todavía pequeña flota que protege a los peregrinos en la ruta marítima hacia
Tierra Santa. Un número importante de nuevos miembros, provenientes de
toda Europa, siguen aumentando sus filas y contribuyendo al fortalecimiento
de la Orden, así como de su territorialidad. El puerto de Famagusta, la ciudad
de Nicosia y numerosas Encomiendas pasan a su dominio. La creciente
inestabilidad de Chipre aconseja, no obstante, que los Hospitalarios busquen
establecer en la isla de Rodas una base más adecuada para la sede de
la Orden de San Juan, manteniendo siempre su presencia en territorio
chipriota, hasta cuando hayan de volver de su nuevo enclave.
En 1307, los Caballeros de la Orden de San Juan desembarcan en
Rodas, completando la adquisición y la instalación de su sede en la isla en
1310. Constituía ésta un lugar estratégico que conectaba los mundos de
oriente y occidente. La nueva instalación coincide providencialmente con el
momento en que la defensa del mundo cristiano pide la organización de una
gran fuerza naval. La Orden presta este servicio y construye una
importantísima flota, que asume muchos desafíos y que, como ya dijimos,
asegura la libertad de las aguas marítimas, principalmente del Mediterráneo
oriental en su comienzo, luego de todo este Mar. La independencia de la
Orden de otras naciones, otorgada mediante decreto pontificio, y su derecho
universalmente reconocido a mantener y desplegar fuerzas armadas y
nombrar embajadores, le dan a partir de esta época la base de su soberanía
internacional.
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Es pleno siglo XIV y llegan caballeros a Rodas de todas partes de
Europa. Para evitar cualquier roce y fomentar la unidad interna de estos hijos
de un continente que sufre divisiones, sabiamente se agrupan no por
naciones, sino que por Lenguas, en conformidad con los idiomas que hablan.
Hubo inicialmente siete grupos de Lenguas: Provenza, Auvernia, Francia,
Italia, Aragón (con Navarra), Inglaterra (con Escocia e Irlanda) y Alemania;
posteriormente se agrega un octavo grupo, el de Castilla y Portugal. Cada
Lengua incluía Prioratos o Grandes Prioratos, Bailiajes y Encomiendas. La
Orden era gobernada por su Gran Maestre (Príncipe de Rodas) junto con el
Consejo; acuñaba su propia moneda y mantenía relaciones diplomáticas con
otros Estados. Los principales cargos eran concedidos a representantes de
Lenguas siempre distintas, evitándose cualquier hegemonía nacional. La sede
de la Orden, el Convento, estaba integrada por miembros religiosos de
diversas proveniencias. En 1311 –apenas un año después de haber
oficializado su residencia en la isla- tiene lugar la instalación del primer
hospital de la Orden en Rodas, que alcanza muy pronto una extensa
reputación. Los hospitalarios, en contacto con el mundo árabe, desarrollan
una medicina más avanzada que la del resto de Europa. Se ponen en práctica
aquí usos y costumbres nuevos para la época, como las camas individuales,
separadas incluso por cortinas, el cambio de sabanas tres veces por semana
para los hospitalizados, entre otras muchas prevenciones higénicas
completamente inusuales en ese tiempo. Los caballeros acompañaban dos
veces al día a los médicos para ayudar en las curaciones a los enfermos, tarea
a la que concurre también el Gran Maestre. Este servicio no era, como en
nuestro tiempo, carente de peligros. Príncipe de la cristiandad, pero sobre
11
todo fiel servidor de “nuestros señores los enfermos”, el Gran Maestre Roger
des Pins muere en 1365 por la peste que contrae atendiendo enfermos en el
hospital. Desde Rodas la red de hospitales “modernos”, en el sentido que
provistos de equipamientos y usos no acostumbrados, se extiende por la
región oriental del Mediterráneo con la creación de nuevos establecimientos.
Así en Corinto, Negroponte y Saint-Samson. Cuando la Orden de Malta
desarrolla hoy su acción asistencial a través de hospitales especializados en la
cura de lepra en Senegal y Camboya, cuando trabaja con 350 centros de
salud en el inmenso territorio de la República Democrática del Congo,
cuando instala un Hospital en el norte de Haití, único en la región, no deja de
mirar con agradecimiento ese innovador ejemplo que dieron sus
antepasados.
Los más de dos siglos de permanencia en las fortificaciones de Rodas y
su acción hospitalaria y defensiva en el entorno geográfico, constituían entre
tanto una espina demasiado dolorosa para el Imperio Otomano. Después de
la caída de Constantinopla en 1453, nada se le resiste en esa zona geográfica
salvo Rodas. Las hostilidades y sitios se suceden hasta que, con la ofensiva
conducida por el propio Soliman, que adviene a la cabeza del imperio en
1520, al que acompañan 200 mil soldados en 400 embarcaciones, se alcanza
el objetivo. El 1° de enero de 1523, los caballeros acompañados por cuatro
mil habitantes de Rodas que no querían someterse, embarcan llevando
archivos, reliquias, tesoros y armamentos, unos rumbo a Messina,
repartiéndose luego entre Sicilia y Creta, hasta su definitiva instalación el
año 1530 en la isla de Malta, por concesión del Emperador Carlos V,
aprobada por el Papa Clemente VII.
12
El siglo XVI no sólo supone para la Orden la ya referida amenaza que
viene de oriente, sino también los problemas originados en occidente por la
Reforma. En Escandinavia, Países Bajos, Suiza y Alemania varios prioratos son
secularizados o pasan a la Reforma. En Inglaterra, Enrique VIII confisca todos
los bienes de los Hospitalarios, pues se niegan a reconocerlo como jefe de la
Iglesia de esa nación.
Ya nos hemos referido al Gran Asedio a la isla de Malta en 1565 y a la
garantía de libertad en el mar que supone en todos estos siglos la escuadra
maltesa. Con posterioridad al quebranto de ese asedio adviene un gran
desarrollo arquitectónico en la isla, cuya reconocida belleza es hasta hoy
apreciable. Y en continuidad con las tareas hospitalarias emprendidas en
Rodas, la Orden funda allí hospitales como la famosa “Sagrada Enfermería”2 –
verdadero antepasado del reputado y equipado actual “Hospital de la
Sagrada Familia” en Belén, única maternidad de la región que atiende a
palestinos tanto cristianos como musulmanes-- se crea también [en Malta]
una escuela de anatomía y posteriormente una facultad de medicina. Se
desarrolla a su impulso, de manera importante, la oftalmología y la
farmacología. Por fin, luego de más de dos siglos de benéfica presencia en la
isla, Napoleón pone fin a su dominio. Se abre entonces un periodo de
incertidumbre –con pasajes verdaderamente novelescos en la Rusia del zar
Pablo I- hasta que en 1834 encuentra su sede definitiva en la ciudad de los
Papas, donde permanece hasta hoy radicada en el Palacio Magistral, en la
2
La “Sagrada Enfermería” se componía de once salas, la principal de las cuales medía 162 mts. De largo,
por nueve de ancho y nueve de alto. Poseía una capilla para la adoración del Santísimo Sacramento,
dispensarios, una lavandería una biblioteca y una sala para los oficiales de servicio. Fue célebre por la calidad
de su quirófano y por las cirugías que allí de realizaron.
13
cercanía de Piazza Spagna, y la Villa Magistral, en la colina del Aventino,
frente a la abadía de San Anselmo, sede del Abad primado de la Orden de
San Benito, patriarca del monacato occidental que ilumina su inicial
constitución religiosa. La misión hospitalaria inicial de los caballeros, vuelve a
partir de entonces a ser la ocupación primordial de la Orden, cuya presencia
se despliega con importancia a partir de la primera y de la segunda Guerra
Mundial, llegándose con ella hasta las regiones más apartadas del mundo.
Así, por ejemplo, con la acción que en nuestros días desarrolla Malteser
International, interviniendo en catástrofes naturales y conflictos bélicos,
haciéndose presente en 20 países de África, Asia y América, lugares en que
desarrolla hoy más de un centenar de proyectos, operados en un 90 por
ciento con personal local.
Portadora de un ideal medieval, la Orden de Malta pudo haber
sucumbido con la Revolución francesa y su extensión a todo el Viejo
Continente, frente a una modernidad que la tornaba anacrónica a los ojos de
muchos. Pero su alma se ha mostrado hasta ahora, por la gracia de Dios,
indestructible. Si la fortaleza de sus galeras no hacen parte ya de su vida, la
Orden de Malta es hoy conocida en los cinco continentes y el número de sus
miembros es bien mayor que en sus antiguos tiempos de esplendor.
Institución soberana, religiosa y hospitalaria, vive en el mundo moderno
como nunca antes, según el binomio Fe y Caridad legado por su fundador.
14
¿Qué es y qué no es la Orden de Malta?
Vistos sumariamente estos trazos de nuestra historia, detengámonos a
considerar, aunque sea brevemente –y cito aquí el primer artículo, primer
parágrafo, de sus últimas Constituciones aprobadas en 1997-- qué es y qué
no es esta “Soberana y Militar Orden Hospitalaria de los Caballeros de San
Juan de Jerusalén, llamada de Rodas, llamada de Malta, nacida del grupo
de los Hospitalarios del Hospital de San Juan de Jerusalén, obligada por las
circunstancias a añadir a los primeros deberes asistenciales una actividad
militar para la defensa de los peregrinos de Tierra Santa y de la civilización
cristiana en Oriente, soberana, sucesivamente, en las islas de Rodas y luego
de Malta”.
El contexto de la modernidad, provisto de códigos tan distintos de
aquellos prevalecientes cuando nació la Orden y en todo su primer tiempo,
nos exige meditar en esto.
Nos dice también ese primer parágrafo de las Constituciones de 1997,
que ésta “… es una orden religiosa seglar, tradicionalmente militar, de
caballería y nobiliaria”.
a) Una orden religiosa seglar
En cuanto a este primer rasgo de su fisonomía, definida en sus
Constituciones [el de orden religiosa seglar], pensamos que destaca aquí
la ya casi milenaria modernidad de la hermandad san juanista. En efecto,
15
podemos decir que la identidad de la Orden se entiende bien, como en
ningún otro documento del Magisterio Ordinario o Extrordinario de la
Iglesia, a la luz del capítulo IV de la Constitución Lumen gentium del
Concilio Vaticano II, dedicada a la vocación de los laicos. Trátase [la LG] de
una inmensa y rica novedad magisterial -saludada y vivida con gozo por
toda la Iglesia en estos últimos 50 años, desde que se proclamara- que los
miembros de la Orden, de acuerdo a las condiciones culturales de cada
época, han hecho genuinamente suya ya a través de 900 años. Se
consigna en la mencionada Constitución, por primera vez de modo
magisterial, que los Pastores son conscientes de que Cristo no los puso
para que por sí solos se hagan cargo de toda la misión de la Iglesia, sino
que han de reconocer distintos carismas, de manera que los laicos
colaboren en la tarea común de salvación (n.30). Estos, “juntando sus
fuerzas han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo”, dice
Lumen gentium, impregnando “de valores morales toda la cultura y las
realizaciones humanas” (n.36). A lo largo de siglos, estos religiosos
seglares –“laicos consagrados” se les llamaría comúnmente hoyprecisamente lo que han hecho es juntar “sus fuerzas para sanear las
estructuras y las condiciones del mundo”, más aun, incorporados a Cristo
por el bautismo “consagran el mundo mismo a Dios”, como nos encarga
hacer el Concilio (LG n.34). Nos atrevemos a decir –siguiendo en esto la
interpretación de Benedicto XVI a la escatología de San Pablo- que
luchando los caballeros por que acabe la injusticia en el mundo, por
nueve siglos se hacen espiritualmente eco, a través de la oración y de la
acción, de esa plegaria surgida en las primeras comunidades cristianas del
16
área de Palestina: Maranà thà! “Señor nuestro, ¡ven!” (1 Co. 16, 26) y que
hacemos hoy también nuestra.
En noviembre del año pasado, en el fiesta de San Martín de Tours,
S.S.Benedicto XVI firmó la Carta apostólica en forma motu proprio Intima
Ecclesiae natura, que tiene el importante y en cierto modo urgente
propósito de señalar a los cristianos de este tiempo, fuertemente
secularizado, que la actividad caritativa en la Iglesia debe evitar el riesgo
de diluirse en una acción asistencial filantrópica. Llamado éste que
reforzó el Papa Francisco, de manera fuerte y clara, al día siguiente de su
elección, en la misa con los Cardenales en la Capilla Sixtina: “Podemos
caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no
confesamos a Jesucristo, acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no
la Iglesia, Esposa del Señor”, dijo el Santo Padre en su primera homilía
como nuevo Pontífice.
Contra todos los vientos y todas la mareas, éste es precisamente el
testimonio, varias veces centenario, invariable e irrenunciable, que se
expresa en el servicio realizado por la Soberana Orden de Malta.
No en vano el origen de su obra asistencial se encuentra en la
peregrinación (asistiendo a los peregrinos que llegaban a Jerusalén en el
siglo XI), lo cual, además del sentido escatológico que supone el amor a la
idea de peregrinar –se peregrina porque se pasa por este mundo, camino
al definitivo encuentro con nuestro Creador, no nos quedamos en él-para la Orden tenía y ha tenido siempre esta peregrinación por objetivo
concreto asistir a las personas que en ese tránsito se veían materialmente
17
necesitadas. Hasta hoy los grandes centros de peregrinación en el mundo:
Roma, Santiago de Compostela, Lourdes y Guadalupe en nuestra América
morena, son objeto de la particular atención y devoción de los miembros
de la Orden de Malta; sus “cuarteles generales” o sus habituales lugares
masivos de congregación, casi se podría decir. Debe mencionarse, en
este sentido, la importancia que reviste cada año, a comienzos de mayo,
la peregrinación mundial por cuatro días a Lourdes, que congrega una
población de siete mil miembros de la Orden, entre caballeros y damas,
más tres mil enfermos trasladados allí para ponerse a los pies de la
Virgen Inmaculada y sumergirse en las benditas aguas de ese santuario.
Quien haya tenido el privilegio de verlo y vivirlo, puede dar con gratitud
testimonio de haber participado en una auténtica epifanía de la caridad,
que ilumina ininterrumpidamente esos cuatro días de peregrinación
mariana. Sobra decir que están todos ustedes invitados a vivir esa
maravillosa experiencia, uniéndose en aquella peregrinación anual a
Lourdes a las asociaciones de caballeros de Malta del mundo entero.
La espiritualidad de estos religiosos seglares que son los caballeros de
Malta, tiene como epicentros la Eucaristía -con particular énfasis en la
adoración eucarística-; la lectio divina o meditación de la Sagrada
Escritura, con especial atención a la oración del breviario; y la devoción a
la Santísima Virgen y a los patronos y santos de la Orden.
Icono histórico, que representa por siglos el corazón de la piedad
mariana maltesa, es Nuestra Señora de Filermo, imagen encontrada en
Rodas y que la tradición atribuye al pincel del evangelista San Lucas, quien
18
gozaba del talento de pintor y quien conoció a la Santísima Virgen.
Después de las magistrales lecciones sobre San Juan Bautista -nuestro
patrono principal, del que toma la Orden su nombre original- recibidas en
innumerables ocasiones por ese verdadero doctor en la figura del
Precursor que es el Cardenal Jorge Medina, uno de nuestros capellanes,
nada debería yo agregar, salvo recomendar la lectura de esas
conferencias u homilías, que se pueden encontrar en el sitio web de la
Asociación chilena de la Orden. Junto a la devoción mayor al Bautista, está
asimismo la que profesamos a los veinte santos y beatos de la orden,
figuras muchas de ellas insignes en la historia de nuestra civilización.
Comenzando por nuestro fundador, el beato Gerardo, en el siglo XI;
pasando por San Nuno Alvarez Pereira, héroe de la independencia del
Portugal en el siglo XIV, canonizado por Benedicto XVI; y el emperador
Carlos de Austria, último monarca de la ilustrísima dinastía austrohúngara, beatificado por Juan Pablo II y consagrado por ese santo
pontífice como verdadero modelo de gobernante y hombre de paz. Hoy
nos conmueve saber –y no podríamos dejar aquí de mencionarlo- que la
Congregación para la Causa de los Santos haya tan rápidamente
confirmado en las virtudes heroicas y declarado Siervo de Dios, abriendo
así paso a su proceso de canonización, a nuestro anterior Gran Maestre,
Fra Andrew Berthie, fallecido recién en 2008, cuya visita a nuestra
Asociación en Santiago permanece como un recuerdo imborrable.
19
b) Una orden tradicionalmente militar
Seguramente es el aspecto histórico militar de la Soberana Orden de
Malta aquel que más han destacado las artes. Allí están los famosos
retratos de caballeros de Malta salidos de la mano del Tiziano o del
Caravaggio, para sólo mencionar dos grandes nombres de la historia de
la pintura. Hay también los grandes frescos y tapicerías que recuerdan
grandes batallas navales de la escuadra maltesa y otros que representan
sus navíos. Existen, asimismo en el ámbito de las artes plásticas, los
preciosos grabados que ilustran la historia de la medicina y que registran
la adelantada, prolija y abnegada tarea hospitalaria de los caballeros
a través de los siglos, siendo de destacar que el artista los vio, a los
caballeros, en estos menesteres, más como disciplinados militares que
como monjes. Están, por su parte, las creaciones arquitectónicas, con
sus fortalezas militares célebres en la historia, monumentos únicos como
el Crac de los caballeros, obra de nueve siglos, declarada por la Unesco
Patrimonio de la Humanidad (“el castillo más admirable del mundo”
escribió el autor británico T.E. Lawrence), hoy desgraciadamente víctima
de importantes averías a causa de la guerra civil en Siria; o las murallas de
Rodas, un ejemplo inigualable de arquitectura militar en los siglos XIV y
XV, muy bien conservadas hasta nuestros días.
En fin, como podemos ver, este rostro militar, que vino a agregarse
como un cuarto voto de servicio a los necesitados en la historia de esta
orden religiosa seglar -haciendo de los humildes hospitalarios también
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heroicos soldados, es para muchos –si bien no lo único-- lo que
principalmente les identifica.
Como fuera dicho, la Orden no tiene ya ninguna tarea militar que
cumplir. Pero ese espíritu de milicia que le dio un sello indeleble a su
existencia, se ve en este tiempo abocado al deber –como se lo indicó el
Beato Papa Juan Pablo II a los caballeros en su último encuentro con el
capítulo de la Orden, en la basílica de San Pedro-- de sostener “la noble
batalla por la defensa y el desarrollo de la persona humana”. Lo cual
podría entenderse, modernamente, como la vivencia del agapé, según lo
explica luminosamente Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est.
La naturaleza apolítica de la Orden de Malta, su neutralidad e
imparcialidad, le ha permitido asumir los servicios médicos de las
misiones de paz de la ONU en Afganistán, los Balcanes, Kuwait, Timor
Oriental, Centroamérica, y en general intervenir en misiones de asistencia
allí donde otras organizaciones se ven muchas veces imposibilitadas por
sus compromisos. Su presencia de hoy junto a los refugiados sirios, a
través de la gran Asociación del Líbano, rinde honor a su actualizado
servicio a la Pax Christiana.
c) Una orden nobiliaria y de caballería
Como muy bien señala el Presidente de nuestra asociación, don Raúl
Irarrazaval, en el escrito que se nos ha entregado, “el primer escalón de la
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Orden es la nobleza de espíritu; le sigue la nobleza de la virtud; finalmente
está la nobleza de la santidad, objetivo final de todos sus miembros”.
Sin duda que permanece fuertemente arraigado en el imaginario de la
mayoría de las personas ajenas o lejanas a la Orden de Malta la idea –
heredera de los tiempos en que ésta se constituía como organismo casi
exclusivamente vinculado a la aristocracia de la sangre- un estereotipo,
por decirlo con humor, algo proustiano del perfil del miembro de la
Orden. Aunque más que alguno entre sus miembros, a través de su
actitud, haya dado pie a esta equivocación, hay que decir eso, que se
trata, ayer como hoy, de una profunda equivocación. El adocenamiento
del Côté de Guermantes ¡por favor! nada tiene que ver con el espíritu de
la Orden de Malta y a nadie cuerdo se le podría haber pasado por la
mente reclutar en ese entorno cultural nuevos caballeros o damas
malteses… Y espero yo no haber fracasado en mostrar que, si en tiempos
pasados fue la pertenencia a la nobleza una condición, hoy no vigente,
para pertenecer a la Orden, tanto ayer bajo esa condición, como hoy sin
ella, es la nobleza de espíritu y de comportamiento, que sitúa los deberes
por sobre los derechos, la que ha prevalecido tradicionalmente en la
Orden, ya sea en la incorporación de sus miembros, ya en la elección de
sus autoridades. Pues nobleza en su más profundo sentido es –y de ello
dan muestra los 79 Grandes Maestres de la Orden de San Juan de
Jerusalén, de Rodas y de Malta en estos nueve siglos-- disponerse para
asumir más responsabilidades que los otros; ser consciente de que
existimos para defender la gloria de Dios y la dignidad otorgada por Él a
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toda persona; saber estar donde se encuentra el peligro; combatir las
malas inclinaciones en el entorno mas primero en uno mismo. Esta
actitud, esencialmente noble, se materializa para los caballeros y damas
de la Orden en la responsabilidad social, en la lealtad con la fe y con la
Iglesia, en la disponibilidad y compromiso para sostener la tradición
cristiana y en el ser consecuente con ella en la vida personal y en la
relación con el mundo en general.
En resumen, la sencillez, como expresión de honda fidelidad a una
identidad de hidalguía espiritual, que busca lo genuinamente noble, y el
silencio interior, propio del alma religiosa y orante, moldeada en los
Instrumentos de las Buenas Obras enseñados por la regla de San Benito3,
son la armadura de esta noble caballería.
Caballería al servicio de Dios y de Su Reino que no se conduce ya hoy
con la espada, sino con la palabra y con esos instrumentos de las buenas
obras, en público y en privado, en respuesta a la indiferencia, al sarcasmo,
a la calumnia –no ha faltado quienes se empeñan en crear una “leyenda
3
De los 74 Instrumentos que señala el Santo Patriarca, por su mayor relación con el espíritu de la Orden de
Malta, fijamos la atención en los siguientes: Lo primero, amar al Señor Dios de todo corazón, con toda el
alma y con todas las fuerzas / Después al prójimo como a sí mismo / Honrar a todos los hombres / No hacer
a otro lo que no quiere que se le haga / Negarse a sí mismo para seguir a Cristo / Aliviar a los pobres / Vestir
al desnudo / Visitar al enfermo / Ayudar en la tribulación / Consolar al afligido / Hacerse extraño a los actos
del siglo / No anteponer nada al amor de Cristo / No satisfacer la ira / No guardar resentimiento / No tener
dolo en el corazón / No dar la paz falsa / No abandonar la caridad / Decir la verdad con el corazón y con la
boca / No devolver mal por mal / No hacer injuria, sino soportar pacientemente las que le hicieren / Amar a
los enemigos / No devolver maldición a los que lo maldicen, sino más bien bendecirlos / Sufrir persecución
por la justicia / No ser soberbio / Ni murmurador / Poner su esperanza en Dios / Velar a toda hora por los
actos de su vida / No amar el hablar mucho / No amar la mucha o disoluta risa / Oír con gusto la lecturas
santas / Darse frecuentemente a la oración / No odiar a nadie / Huir la vanagloria / Venerar a los ancianos /
Amar a los más jóvenes / Orar en amor de Cristo por los enemigos / No desesperar nunca de la misericordia
de Dios.
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negra” sobre la Orden de Malta4-- y en general a todas las adversidades.
El caballero lucha por ser recto, fuerte y claro, distinguido y generoso,
simultáneamente serio y alegre. La vocación de servicio de esta caballería
–una vez más destaca aquí la modernidad en el carisma de la Orden, cuya
opción preferencial ha sido históricamente el servicio a “nuestros señores
los pobres”-- la llevará siempre al lado del enfermo, el solitario, el no
valente, en estrecha conformidad con lo pedido por Juan Pablo II a los
carismas laicales a través su memorable Exhortación Apostólica
Christifideles Laici.
Tanto el Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud en Rio de
Janeiro, como nuestro arzobispo Monseñor Ricardo Ezzati en el reciente
Tedeum, han llamado a fijar la atención en los desvalidos de los dos
extremos de la existencia, los niños recién nacidos y los por nacer de un
lado, y del otro, los ancianos, “el buen vino de la humanidad” como los
bautizó el Santo Padre. Nos reconforta que estas dos preocupaciones
sean precisamente los acentos preferentes en la atención a “nuestros
señores los pobres” que desarrolla Orden en Chile a través de las obras de
la Fundación Auxilio Maltés.
En un espíritu de recapitulación y solidaridad con esta memoria futuri
de nueve siglos, están todos ustedes invitados, queridos y distinguidos
amigos de la Orden de San Juan de Jerusalén, dicha de Rodas y dicha de
Malta, a sumar sus fuerzas y a generosamente participar en esta noble y
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Trátase de un problema en parte importante debido a la proliferación –principalmente a partir del exilio
ruso en el siglo XIX- de falsas órdenes. Estas, con fines pecuniarios y otros, usurpan el nombre de San
Juan y de Malta, dando origen a innumerables juicios civiles y canónicos, y en consecuencia, a acciones
denigratorias de la Orden y sus miembros.
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gran empresa cristiana.
Muchas gracias.
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