De La Vivencia De SatisfacciÓn A La Cosa Freudiana

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"De La Vivencia De SatisfacciÓn A La Cosa Freudiana"
(*) Intervención En El Seminario Sobre Problemas Funda¬mentales Del Psicoanálisis Organizado Por La Escuela Freudiana
De Buenos Aires, Dictado En El Aula Magna De La Facultad De Filosofía Y Letras De La Universidad Nacional De Buenos
Aires, El Jueves 15 De Agosto De 1985.
Ricardo Rodríguez Ponte
Hoy Ricardo Rodríguez Ponte nos va a hablar del siguien¬te tema: De la vivencia de
satisfacción al problema de la cosa. Este tema, el tema de la cosa —das Ding, dice Freud, en
el Proyecto…—, tema retomado por Lacan en el Seminario de La ética…, es un término de Freud
que Lacan retoma para postular aquello perdido desde el comienzo, co¬mienzo que en
realidad nunca existió y que actúa co¬mo un Otro abso¬luto del sujeto, que aparece siempre
privado aspi¬rando a ese comien¬zo, sujeto que aspira siempre a reencontrar, a buscar, los
signos de la cosa. Esa cosa como hueco, hueco constitu¬yente del ser —dice La¬can—, que
según se puede leer en Tótem y tabú, de Freud, pretende llenarse con la religión, bordearse
con el arte o negarse con la ciencia. Sobre este tema, entonces, De la vi¬vencia de
satisfacción al problema de la cosa, nos va a hablar hoy Rodríguez Ponte. (1)
Bueno, en verdad Rolando ha dicho prácticamente lo esencial, así que no sé si limitarme a
hacer unas notas al pie o abrir el espacio a las pre¬guntas.
No obstante, su oportuna referencia al arte me permite recordar cómo fue que yo me llegué a
interesar nuevamente en la lectura de un texto que —por lo que he podido comprobar en un
relevamiento que hice en los últimos días entre mis alumnos de aquí y de allá— son muy pocos
los que lo han leído. Es el Proyecto…, de Freud. Justamen¬te, fue a partir de un trabajo de
investigación que empecé hace un tiempo, sobre el tema de la sublima¬ción (2) —de ahí lo
pertinente de la referencia al arte— ¬que fuí a parar al Seminario de La ética…, donde Lacan,
precisamente para hablar de la sublimación, da de ella una de¬finición que en principio parece
enigmática. Dice: “es elevar el objeto a la dignidad de la cosa”. Había ahí, a primera vista, un
problema: ¿cuál es entonces la diferencia entre el objeto y la cosa? ¿de qué obje¬to se trata
en esa diferencia? Porque en psicoanálisis hay muchos tipos de objeto, pero, si me permiten,
creo que a dos, fundamentales, se puede reducir el campo de los objetos.(3) Dos objetos que,
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en Lacan, re¬ciben los nombres de objeto a, por un lado, y de i’(a), por otro.
Creo que estos dos objetos, por otra parte, están indicados en Freud, por ejemplo en
Pulsiones y destinos de pulsión, cuando afirma que no podemos decir que la pulsión ame a su
objeto, puesto que amor y odio son relaciones del yo con sus objetos. Con lo cual me parece
que ahí Freud traza una división de aguas entre lo que podríamos lla¬mar los objetos del yo
(de los que, a par¬tir de la teoría del estadio del espejo de Lacan, podemos decir: los objetos
del yo son los otros-yo) y un ob¬jeto que es irreductible al yo, el objeto de la pulsión, que en
La¬can recibe el nombre de objeto a.
Decía entonces que, a partir de esta inquietud, volví nuevamen¬te a la lectura del Proyecto…,
y creo que pude hacer una lectura un poco diferente a las primeras que había hecho.
El Proyecto… plantea una serie de dificultades a la lectura, y creo que es por eso que, en
general, no se lo lee. Creo que hay dos riesgos que acechan a su lectura… Como ven, luego
de mi releva¬mien¬to estadístico, mi primera intención va a ser incitarlos a la lectura o
re¬lectura de este texto. Quiero decir que, retomando lo que en su mo¬mento Isidoro Vegh,
en este mismo lugar, planteó en cuanto a que en toda charla de este tipo hay riesgo de aburrir
a algunos o de apurar de¬masiado a otros, yo hoy elegí aburrir a algunos.
Respecto del Proyecto…, a veces la primera idea que surge es desestimarlo —el primero en
quien se ve esta postura es Ernest Jo¬nes—, puesto que se lo reduce a un escrito neurológico.
Es que, efecti¬vamente, la metafórica que reina en este texto es la neurológica: neu¬ronas,
cantidades, energías que circulan, barreras de contacto, facilita¬ciones —estos son algunos de
los términos que allí encontramos—. Para colmo, como para aumentar el malentendido, Freud,
en su genio, tuvo la dudosa fortuna de adelantarse a la histología neurológica de la época,
anticipando el concepto de sinapsis, que todavía no había sido descubierto. Strachey, por otra
parte, y con él la versión castellana de Amorrortu, confirma a su turno este malentendido
incluyendo el Pro¬yecto de psicología entre los escritos “prepsicoanalíticos” de Freud. Con lo
que parecen olvidarse que este texto fue escrito en 1895 luego de que Freud escribiera el
trabajo sobre Las neuropsicosis de defensa, por ejemplo, y todos los Estudios sobre la
histeria. O sea, cuando la experiencia clínica de Freud hacía rato que estaba puesta en juego,
re¬glándose ya su práctica por la regla fundamental.
Claro que, cuando se comienza a revalorizar el Pro¬yecto…, uno corre otro riesgo, que
consiste en creer que en el Proyecto… está toda la teoría psicoanalítica. Uno siente la
tentación de articular ahí todo, o casi todo. Es posible que yo también me tiente con eso, y por
eso me advierto a mí mismo de antemano, y de paso se los advierto a ustedes, de manera
que cuando lleguemos al tiempo de las preguntas no quera¬mos encontrar todo ahí. Evitemos
lo que Oscar Masotta llamaba a ve¬ces…
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Bueno, permítanme un paréntesis. Esta tarde me dijeron que hoy, en este mismo momento,
en algún lugar que no recuerdo, se está haciendo un homenaje a Oscar Masotta. Si es así,
aprovecho este mo¬mento para adherirme desde aquí a ese homenaje, pues es mucha la
deuda que tengo contraída con él. Ahora bien, si es cierto lo que me contaron —estoy
hablando por versiones de segunda o tercera ma¬no— este homenaje se llamaría “Los que
conocimos a Masotta”, lo que en¬tonces constituiría un buen ejemplo de cómo el sujeto
recibe su propio mensaje en forma invertida, pues un homenaje cuyo título es “Los que
conocimos a Masotta” es indudablemente un homenaje a los que co¬nocimos a Masotta.
Decía entonces, antes de este paréntesis, que el riesgo era caer en lo que Masotta llamaba a
veces “las preguntas de psicóloga”. Pero en esto, debo decir que no hay chauvinismo
masculino, pues cualquie¬ra puede hacer preguntas de psicóloga. Masotta decía que los
concep¬tos de la teoría son muy complicados, y que entonces hay que cons¬truirlos de a
poco y por partes. De ahí que los comparara —por ejem¬plo en el caso del complejo de Edipo—
al monstruo de Frankenstein, en que uno sale de noche a un cementerio a buscar una pierna,
otra no¬che uno va a una morgue a buscar el cerebro, y así, con mucho trabajo y con mucho
esfuerzo, uno va poco a poco armando los con¬ceptos. Entonces decía: “Uno se está
rompiendo todo para explicar cómo fun¬ciona el superyó en el homosexual masculino, por
ejemplo, ¿y en qué piensa la psicóloga todo el tiempo? — en cómo funciona el superyó en la
ho¬mosexual femenina”. Bueno, yo me voy a romper todo para dar¬les una versión del
Proyecto…, mi versión, pero espero que no preten¬dan que estén ahí todas las versiones y
lecturas posibles. Será tarea pa¬ra uste¬des, en todo caso. Al fin y al cabo, este Seminario es
un estímu¬lo para el trabajo en los carteles.
Si uno recuerda lo primero que dice Freud en el Proyecto…, creo que la lectura del texto
cambia. El dice así:
La concepción cuantitativa se deriva directamente de ob¬servaciones clínico-patológicas, en
particular de las re¬lativas a las representaciones hiperintensas, tal como ocurren en la
histeria y en la neurosis obsesiva, donde, como veremos más adelante, el carácter cuantitativo
se desta¬ca con mayor claridad que en condiciones norma¬les. Procesos tales como los de
estimulación, sustitución, conversión y descarga, que son observados y descritos en relación
con dichos trastornos, inducen directamente a concebir la excitación neuronal como
cantidades fluen¬tes. (4)
Subrayar este punto, entonces, nos permite recordar algo esen¬cial, a saber: que cuando
Freud acá habla de neuronas no habla de neuronas, sino que, hablando de neuronas, está
tratando de dar cuenta de cosas que ocurren a nivel de su práctica, que es una práctica de
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pa¬labras. Freud, en este texto, yo diría, hace neurologería, así como La¬can dice que él
hace lingüistería. Creo que ésta es la única manera de sacar fru¬tos de una lectura del
Proyecto…, pues si se lo entiende como una suerte de delirio neurobiológico de Freud,
tratando de dar cuenta, a partir de un a priori, de qué es el aparato psíquico, perder el tiempo
en su lectura sería meramente una manera tediosa de hacer turismo.
Como no quiero extenderme demasiado, voy a tratar de reducir los conceptos a su mínimo,
para ir a lo esencial del desarrollo que hoy me propongo.
Como les decía, si uno empieza tomando como hipótesis de lec¬tura que lo que está en juego
en el Proyecto… es el intento de Freud de dar cuenta de lo real de su clínica, hay preguntas
que cambian de sen¬tido. De lo contrario uno, ante determinados callejones sin salida con los
que se encuentra, inmediatamente siente la tentación de impu¬tarle: “Pero bueno, Freud,
¿para qué par¬tiste del principio de inercia neuro¬nal?”. Es que de lo que está dando cuenta
Freud, como dice esta frase que les leí, es de algunos hechos clínicos, por ejemplo de la
repe¬tición, que él lee en el ataque histérico —como lo describe en la Carta 52—, del carácter
alucinatorio del sueño, es decir del hecho de que so¬ñamos con imágenes, o del costado
nostálgico con el que se manifiesta el de¬seo, como ansia de recuperación de algún paraíso
perdido y como an¬helo de reencuentro. Es de este tipo de problemas que parte la
con¬cep¬tualización freudiana.
En muchos de sus escritos que podemos llamar “metapsicológi¬cos”… y metapsicología, si
bien quiere decir “alejado de la experien¬cia”, en cambio no quiere decir que no tenga nada
que ver con la expe¬riencia, sino todo lo contrario, pues todos tenemos, lo sepamos o no, un
supuesto metapsicológico en todas y cada una de las intervenciones que realizamos en
nuestra práctica, por lo que, a este supuesto, convie¬ne que lo conozcamos… Les decía
entonces que, en la mayoría de sus escritos llamados “metapsicológicos” —como el Proyecto…
este que hoy nos ocupa, como el capítulo 7 de La interpretación de los sueños, como Los dos
principios del suceder psíquico, como todos los artícu¬los que componen la llamada
Metapsicología, de 1915-17, como La negación, como tantos otros—, Freud parte de la idea de
un “aparato”. Este aparato, que llamamos, con Freud, aparato psíquico, es un apara¬to en el
que ocurren procesos de los cuales podemos decir: tanto que son “gobernados” por
determinados principios —principios que van cambiando, sustituyéndose, a lo largo de la
elaboración freudiana—, como que reciben inteligibilidad a partir, precisamente, de esos
princi¬pios.
Justamente, estos son los dos sentidos que, en Aristóteles, toma la palabra principio. (5) Un
sentido que se identificaría a las “causas” aristotélicas —lo que rige un proceso—, y otro
sentido que lo asimila a la racionalidad que permite inteligir lo que está sucediendo.
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Bien, un principio del que parte Freud para concebir este apara¬to es el principio de la inercia
neuronal. Para ello, Freud parte de un supuesto que se demostrará decisivo a lo largo de toda
su conceptuali¬zación: el supuesto es que este aparato parte de un estado de reposo. Digo
que es un supuesto, porque está claro que el reposo como tal no es observable. Como
apuntaba Safouan por ahí, (6) basta ver un recién nacido para darse cuenta de que no es el
reposo lo que ahí encontra¬mos. No obstante, Freud parte de la idea de un reposo, el estado
de re¬poso psíquico, reposo al comienzo, pero también reposo al cual todo el funcionamiento
del aparato tenderá a retornar: llámese a esto “prin¬cipio de la inercia neuronal”, como en
1895, llámese a esto “pulsión de muerte”, como a partir de 1920.
Claro que, éste, es un reposo… perdido, e incluso imposible. Y creo que ésta sería —aunque no
es éste mi tema, hoy— una de las ma¬neras para pensar el goce del O¬tro. Pero voy a ir paso
a paso. Si grafi¬cáramos sobre un vector el funcionamiento del aparato a lo largo del tiempo
—y esto no tiene otro valor que el de un soporte intuitivo—, podríamos plantear un “momento
cero”, 0, que correspondería al esta¬do de reposo:
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figura 1
A este momento 0 podríamos identificarlo con otro modo de concep¬tualización, que está
también en Freud, que es el del momento del yo-real inicial. El yo-real inicial se rige por el
principio de la fuga, de la fuga de los estímulos, de tal modo que, cuando llegan los estímulos,
el aparato tiende a evitarlos o a descargarse de ellos. (7), (8) Este es el funcio¬namiento tipo
del aparato: si le llegan cantidades (Q), el aparato se li¬bera de las cantidades:
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figura 2
Mientras este circuito esté en funcionamiento, no se altera duradera¬mente el estado de
reposo. Claro, esta ma¬nera mía de hablar —“mien¬tras esté en funcionamiento”— ¬es, por lo
que acabo de decir, un con¬tra-sentido. Este es un momento teórico en la construcción del
aparato, no un momento “evolutivo” en la génesis del aparato.
Esta es otra hipótesis de lectura que me —y les— ¬planteo. Uste¬des saben que Freud escribe
el Proyecto…, al menos la Primera Parte, en el tren, a la vuelta de uno de sus encuentros con
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Wilhelm Fliess. Este dato, por otra parte banal, a mí sin embargo me resulta interesan¬te,
porque me permite pensar las cosas así: no se trata de que Freud es¬té contando,
discursivamente, argumentativamente, cómo es el aparato psíquico, sino que lo va pensando
a medida que lo describe, y enton¬ces el orden de la exposición de los conceptos es el orden
del pensa¬miento del propio Freud. Así lo leo yo. Me apoyo también en el hecho de que Freud
olvidó este trabajo, que se sorprendió mucho cuando —varios años más tarde— la princesa
Bonaparte le informó que lo había recuperado, comprándoselo a la viuda de Fliess. Es decir,
no era un texto destinado a la publicación, era como un soporte escriturario del pensamiento.
Entonces, Freud parte de ideas que pueden dar cuen¬ta de lo real de su experiencia, (9) y
luego aparecen nuevos conceptos para ir tratando de resolver los diferentes impases a los
que lo llevaron los primeros conceptos. ¿Se entiende cuál es mi idea? Bien, ésta es mi
hi¬pótesis de lectura.
Entonces, si es así, cuando yo hable en términos temporales, me estaré refiriendo siempre a
tiempos lógicos, a tiempos de un orden del pensamiento del aparato psíquico, y no a tiempos
“reales” de este apa¬rato psíquico. Es que este propio aparato psíquico no es como tal
“real”, sino un modelo, un modo de conceptualizar algo.
Decía entonces que mientras lleguen cantidades y dichas canti¬dades sean evacuadas o
evitadas, no hay ningún problema: se retorna al estado de reposo, y estamos en lo que, en los
términos del yo-real inicial, se llama “estímulos evitables”. Recordemos que el principio de la
fuga permitía escindir los espacios en dos: lo que se correspondía con los estímulos evitables
era lo exterior, lo externo, mientras que los estímulos inevitables, es decir aquellos de los que
es imposible fugar¬se porque es imposible fugarse de sí mismo —las pulsiones—, consti¬tuyen
lo interno. Claro que, como se trata de ten¬siones, un estímulo evitable es, como tal,
inexistente. (10) Sin embargo, hay estímulos que son, justamente, inevitables. Estos estímulos
inevitables, de los que no se puede fugar, son los que, en el Proyecto…, Freud llama las
deman¬das perentorias de las necesidades internas, las urgencias o apremios de la vida, en
alemán: Not des Lebens.
Entonces, cuando aparece el apremio de la vida, ya no se puede volver al reposo, porque
estos apremios constituyen una fuerza cons¬tante, una konstante Kraft. Con lo que aquí
Freud nos da, ya en el Pro¬yecto… mis¬mo, tres términos que luego aparecerán en la teoría
de las pulsiones, a saber: la fuerza constante —que es la caracterización de esencia de las
pulsiones en el texto Pulsiones y destinos de pulsión—, el esfuerzo o presión (Drang) —que es
uno de los cuatro componentes de la pulsión—, y por fin los “retoños pulsionales”, con lo que
es la propia palabra Trieb la que aparece en el texto.
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figura 3
Pongamos entonces como momento 1 del aparato —en el es¬quema que comenzamos a
hacer— el tiempo del “golpe” sobre el apa¬rato de las demandas perentorias de la necesidad,
o sea, de aquellos estímulos inevitables. Surge entonces un problema, que es el siguien¬te: a
partir de que hay estímulos inevitables, de los que uno no puede fugarse, el aparato no
sólamente no podrá ya retornar al estado de re¬poso del mo¬mento 0, sino que, además, se
verá obligado a conservar algo de esa excitación para poder responder a estos estímulos
inevita¬bles. De tal manera que lo que al principio era el principio de la iner¬cia neuronal, sin
cambiar el principio, pero modificándose por la “nue¬va” situación, va a aparecer como el
principio de constancia. En ver¬dad, en este tra¬bajo, en el Proyecto…, no aparece como
principio de constancia toda¬vía, aunque sí habla Freud de un “mantenimiento de la
constancia”, de una “tendencia a la constancia”; por otro lado, el prin¬cipio de constan¬cia
es como tal anterior a este texto, creo que su pri¬mera aparición, si mal no recuerdo, se
registra en una de las cartas que le envió Freud a Breuer antes de la Comunicación preliminar.
Tampo¬co aparece en es¬te texto el término que va a sustituir a este principio de constancia,
que es el de prin¬cipio de placer.
La idea es la siguiente… ¿Por qué digo que no se trata aquí, con el principio de constancia, de
una radical modificación del principio de la inercia neuronal? Porque, como dice Freud, ante el
aumento de cantidad el aparato se complejiza. ¿Qué quiere decir? Que si para este
funcionamiento inicial (cf. figura 2) nos bastaría con pensar todo el aparato psíquico como una
única neurona… Y digo una única neurona para no hablar de estímulo y respuesta, porque en
ver¬dad la respuesta implica ya una modificación respecto de lo que llega como estímulo,
mientras que acá la idea es que estas neuronas, como una facilitación, como un circuito de
flujo, hacen del aparato algo así como un cambio de conducción: la idea es que los estímulos
que lle¬gan son derivados directamente a la motilidad. Pero cuando hay estí¬mulos de los
que no se puede escapar ni se los puede derivar, entonces aparece que es ne¬cesario dar
intervención a mayor cantidad de neuro¬nas (algo así como, ante la insuficiencia del orificio de
escape del flu¬jo, construir un lago artificial). Insisto: cuando digo “neuronas”, tene¬mos que
pensar en lu¬gares, lugares que se articulan entre sí a partir de las barreras de con¬tacto, lo
que le permite decir a Lacan, en el Semina¬rio de La ética…, que esto no es otra cosa que la
red del significante. Lugares articula¬dos, en una estructura de red.
Entonces, compliquemos el aparato.
Este esquema que les voy a proponer —que me atrevo a propo¬nerles porque, cuando lo hice
por primera vez, alguien me dijo que le sirvió— es un invento mío:
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figura 4
Este aparato es el mismo que éste (cf. figura 2), salvo que complicado, complejizado a partir
de que le damos entrada a los estímulos inevita¬bles, a las Not des Lebens. Lo que
encontramos en él es que hay un polo del aparato que recibe los estímulos que vienen del
“mundo ex¬terno”. Por supuesto que decir “mundo externo” es una manera de ha¬blar,
porque este aparato no conoce el mundo externo, no conoce nin¬gún exterior —tampoco
ningún “interior”—, en este momento, y por lo que les dije anteriormente. Incluso, Freud da el
ejemplo que volverá a dar en Pulsiones y destinos de pulsión y en Más allá del principio de
placer, el de la vesícula viviente que se recubre de una superficie muerta. Es que la primera
manera de reducir los estímulos —antes de la fuga— es hacer que no lleguen, y entonces este
aparato se recubre como de un caparazón. Esto, en el Proyecto… —al menos en la tra¬ducción
de Rosenthal—, recibe el nom¬bre de “aparatos teleneurona¬les” —en otras traducciones:
“barreras de protección antiestímu¬los”— los que tienen una doble función: por una parte,
eliminar la mayor cantidad de estímulos, impidiendo que penetren en el aparato, y por otra
parte, para los que no pueden ser eliminados, para aquellos a los que se les da acogida,
funcionan como filtros.
Esto último es perfectamente compatible con lo que la fisiología dice de los órganos de los
sentidos, los que son, en verdad, analizado¬res sensoriales. Ustedes saben que se puede
establecer —esto lo des¬cubrió Hertz— ¬una continuidad entre las ondas hertzianas y las
lumi¬nosas, pero, por ejemplo, con el ojo sólo percibimos las ondas lumino¬sas y con el oído
sólo percibimos las ondas acústicas. ¿Por qué? Por¬que los sentidos son analizado¬res.
Bien, pongamos acá —por medio de esta gruesa flecha—, lle¬gando a este polo del aparato,
una gran canti¬dad de “cantidad”, como dice Freud. Al aparato logra entrar un poquito
menos, por obra, justa¬mente, de estos aparatos teleneuronales. De lo que entra, la mayor
par¬te es derivada a la motilidad, pero hay algo que no es derivado —esto es necesario por
algo que veremos inmediatamente—, y entonces apa¬rece un segundo sistema. Es el segundo
sistema, precisamente, el que tiene que “recordar” cómo uno puede fugarse de determinados
estímu¬los. Y entonces tenemos, si a este sistema primero, en relación con el “mundo
externo”, lo llamamos ? (fi), un segundo sistema que se lla¬mará ? (psi), al que ya llega
mucha menos cantidad —a partir de ?—. Ahora bien, todavía una más pequeñísima cantidad de
“cantidad”, o, según otro punto del Proyecto… —porque al respecto Freud se mues¬tra
vacilante—, simplemente el “período”, se transmite a otro sistema, el tercero, llamado ?
(omega), cuya única función es decir que lo que aparece como representación corresponde, o
no, a una percepción, es decir, da el “signo de realidad”. Sobre este último punto, Freud va a
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ser muy cambiante —hay textos, por ejemplo, donde esto va a ser fun¬ción del superyó, etc.—.
De todos modos, no es el tema de hoy.
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figura 5
Vean ustedes que si achatan estos dos campos de los ex¬tremos del aparato (cf. figura 4), es
decir, el extremo de ?, ligado a la percepción, y el extremo de ?, ligado a la conciencia,
obtienen el esquema de la “peineta”, del capítulo 7 de La interpretación de los sueños.
Ahora bien, hay estímulos —decíamos— que llegan directa¬mente a ?, que es lo que Freud va
a llamar “yo”, en este momento, sin la interposición de ninguna barrera antiestímulos como la
de los apara¬tos teleneuronales, y contra los cuales no hay defensa. Por otra parte, estos
estímulos, que vienen de la interioridad del “cuerpo”, endóge¬nos, constituyen una exigencia
constante. Y entonces Freud se ve obli¬gado a distinguir, dentro del siste¬ma ?, dos
porciones: una porción li¬gada a lo que llega del mundo exterior a partir de ?, y una porción
que recibe los estímulos constantes a partir del cuerpo. A esta porción de ? en relación a ? la
llama “manto” o “pallium”, según la traducción —Mantel-Neurone, escribe Freud—. Y a esta
otra porción la llama Kern, o sea “núcleo”; este es el núcleo del yo.
Esta palabra, Kern, tiene muchas resonancias para los lacania¬nos, porque Lacan la retoma
muchas veces, por ejemplo cuando re¬cuerda el der Kern unseres Wesens, “el núcleo de
nuestro ser”, con el que Freud, al final de La interpretación de los sueños, caracteriza al
deseo inconsciente. Por otra parte, es interesante porque esto del “nú¬cleo del yo” va a
reaparecer en otros textos freudianos; por ejemplo, en Psicología de las masas…, el núcleo del
yo va a ser el superyó, en El yo y el ello hace referencia a este último texto y dice que no, que
en verdad el núcleo del yo es el sistema percepción-conciencia, pero más tarde, en 1927, en
el artículo sobre El humor, vuelve a decir que el núcleo del yo es el su¬peryó. Hay para
entretenerse, entonces.
De todas maneras, mantengámonos con lo que plantea en El yo y el ello. ¿Se puede pensar,
a partir del Proyecto…, que hay alguna re¬lación entre el núcleo del yo ligado al sistema
percepción-conciencia, y este núcleo del yo que justamente es lo que no está ligado a la
per¬cepción? Bueno, yo creo que sí. Que sí, si pensamos en qué consiste la vivencia de
satisfacción.
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figura 6
Una cosa interesante es la siguiente. Que si acá escribimos M, como momento final del
aparato, aparece la paradoja esta: que todo el trabajo del aparato es el trabajo al servicio de
dejar de trabajar, en tanto que M es la vuelta lograda al estado de reposo que al comienzo
escribíamos como 0. Correcto, tiene que ver con el hombre, evidente¬mente.
Lo que quiero subrayar, entonces, es que estas dos porciones del yo, el manto y el núcleo,
uno ligado a la percepción, y siendo el otro el que inscribe la huella del golpe de las
necesidades internas… Cuando aparece esta cuestión del Not des Lebens, el apremio de la
vida, el apa¬rato va a tratar de reaccionar a estos estímulos de la misma manera que
reaccionaba a los estímulos evitables llegados desde ?, es decir, tratando de derivar la
excitación hacia la motilidad. Lo que, desde el observador —no desde el punto de vista del
aparato, si me permiten decirlo así—, se verá como llanto y pataleo. Esto es lo que Freud
des¬cribe como alteración interna. Esta alteración interna implica cierta descarga, pero ésta
no es suficiente, porque por más llanto y pataleo que haya, la urgencia vital lo que necesita es
el aporte de algo que no está a la disposición del sujeto. El modelo en el que Freud se detiene
es el de la mamada. Digamos que, si es cierto lo que dice el tango en cuanto a que “el que no
llora no mama”, de todos modos el llanto no alcanza para sustituir la mamada.
Ahora bien, si el modelo en el que Freud se detiene es el de la mamada, es interesante que,
en el mismo párrafo, ponga, como ejem¬plos de “alteración en el mundo externo” requerida
para la acción es¬pecífica, estas dos cosas: “aporte de alimento, aproximación del objeto
sexual”. (11) Digo que es interesante porque esto indica que aunque lo que está en juego en
la lactancia, en la satisfacción de la necesidad, se presente como más fácilmente modelizable,
en lo que está pensando Freud constantemente es en la cuestión del deseo en tanto éste,
para el psicoanálisis, es sexual.
Decía entonces que —y ahora sí retomamos el ejemplo del pe¬cho—, si en las necesidades
internas hay lo que desde el observador… Bueno, esto que digo así, “desde el observador”, es
importante, aun¬que comporte ahora un cierto desvío. Porque el problema que debe¬mos
tener en el horizonte de todo lo que digamos es que las palabras, para decirlo de algún modo,
“ontologizan”; es lo que los nominalistas de la Edad Media llamaban la suppositio: basta con
que hablemos, pa¬ra que inmediatamente supongamos que hay algo a lo cual nos referi¬mos
con lo que de¬cimos. (12) Basta con que hablemos para que esto pro¬duzca el supuesto de
un más allá, la suposición de un referente más allá del discurso, de ese “muro del lenguaje”,
como decía Lacan. Bue¬no, en verdad, no sólo los nominalistas se han preocupado por esta
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cuestión, sino que mi hijo de cinco años, que al parecer quedó muy in¬quieto a partir de que
vió una película sobre las aventuras de Superni¬ña, una vez me preguntó: “Papá, si existe la
palabra y no existe la cosa que nombra la palabra, ¿entonces qué pasa?”. Bueno, entonces
yo le expliqué ahí nomás qué es un universo discursivo y lo remití a la Teo¬ría de las
Ficciones de Bentham.
Entonces, aunque yo acá digo “necesidades”, “llanto”, “pata¬leo”, y todo lo demás, esto es
desde el punto de vista nuestro, que in¬troducimos nombres a medida que vamos
describiendo esta… No digo “esta experiencia”, porque en verdad esta experiencia como tal
es mí¬tica, es un tiempo necesario para pensar la constitución del aparato. Pero desde
“dentro del aparato”, por así decir, lo que hay es aumento de tensión y descarga de tensión,
sin embargo insuficiente para retor¬nar al estado de reposo. Esto es la alteración interna.
No obstante, la alteración interna va a tener una importantísima función, dice Freud, porque, a
posteriori, claro, va a constituir la ma¬triz de la comunicación y la fuente de los principios
morales. Por otra parte, es interesante —yo no me he detenido a pensar demasiado en ello,
hasta ahora; en todo caso lo dejo como tarea para el que quiera retomarlo— preguntarse si hay
alguna posibilidad de articular esta al¬teración interna, que va a estar relacionada con el grito
y la entrada en el circuito de la demanda, con el concepto de la voz como superyó, en Lacan.
Freud, por supuesto, en este momento de su teoría no tenía en su haber el concepto de
superyó, que aparece recién en El yo y el ello, al menos como concepto articulado.
Bueno, ven ustedes a cuántos rodeos me veo obligado. No les extrañe entonces que termine
hablándoles de la pulsión.
Este aparato, entonces, en medio de la alteración interna, en me¬dio de lo que Freud llamaba
Hilflosigkeit, o sea, el estado de desampa¬ro, de indefensión, de desvalimiento, no podría
sobrevivir. Pero si las cosas andan bien, entonces habrá por ahí un Otro que hará
determina¬das cosas con esta alteración interna. Digamos que el Otro, este Otro en cuestión
—digamos simplemente la madre, en este caso—, se pone a delirar, es decir, atribuye
significación a lo que, como tal, no tiene significación alguna — porque este llanto y pataleo era
mera descarga de la tensión, alteración interna no sólo insuficiente sino también des¬provista
de significación. En términos de Peirce, esta alteración inter¬na sería algo así como un índice,
que implica una continuidad entre re¬ferentes, por ejemplo el humo y el fuego. El Otro, lo que
hace es transformar un índice en un signo (en todo caso, en un signo-índice), es decir, algo
que significa algo para él, y entonces “leerá” esta altera¬ción interna, las manifestaciones
sensibles de esta alteración interna, como un llamado dirigido a él, es decir, llamado al Otro.
Supongamos que el Otro lee algo así como “quiere la teta”, por ejemplo. Por supuesto, el
Otro lee esto así a partir de su propio deseo. Esto es un caso típico de economía, donde la
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oferta crea la demanda: para que haya pulsión oral tiene que haber una teta ofrecida, vale
de¬cir, un Otro que quiera hacerse chupar. Entonces, el movimiento ini¬cial es que el Otro
demanda la demanda del sujeto. El Otro, para la teoría, está castrado, está en falta (?), y por
eso es que lee, en nuestro caso, esta alteración interna como llamado, como demanda.
Cuando lee esto, entonces, como demanda, aporta el objeto de la necesidad. Cuando aporta
el objeto de la necesidad, aquí baja la tensión dentro del aparato, y se produce lo que Freud
llama vivencia de satisfacción, dejando esto como resto lo que luego —adelantándonos en el
Proyec¬to…— ¬llamará catexia desiderativa, es decir, la huella mnémica de es¬ta vivencia de
satisfacción.
Detengámonos un poco, antes de avanzar más, en qué cosas hi¬zo este Otro. Pero antes,
terminemos con la vivencia de satisfacción. A partir de que se ha producido, se va a
establecer una facilitación en¬tre tres grupos de neuronas: dos correspondientes al manto o
pallium, es decir a la porción variable del yo: una es la imagen mnémica del objeto —del objeto
cuya aparición fue acompañada de satisfacción—. No digo del objeto de la satisfacción. No
digo del objeto de la satisfac¬ción, porque ¿cuál es el objeto de la satisfacción? ¿el pecho?
¿la le¬che? ¿todo el Otro? Freud no lo dice. Pero esto es importante por lo que va a aparecer
luego, en el capítulo siguiente del Proyecto… En¬tonces, acá tenemos la ima¬gen mnémica
del objeto, correspondiente a la parte variable del yo. Luego tenemos otro grupo de neuronas
que ins¬cribe —también en la porción variable— los movimientos reflejos asociados a la
satisfacción. Y entre estos dos grupos de neuronas y las neuronas nucleares —de la porción
constante del yo, que son las que inscribieron el golpe de las demandas de la necesidad— se
establece una facilitación, de tal modo que, cuando una de ellas vuelva a cargar¬se, se
recargarán las otras. Freud…
[ … ] Si retomamos entonces en qué consiste la intervención del Otro, digamos que lo que
ocurrió es algo que rompe con el prejuicio feno¬menológico de la relación su¬jeto-objeto como
relación directa. ¿Por qué? Hagamos un pequeño esquema:
[GRAFICOS y SIMBOLOS: Consultar versión impresa en Biblioteca]
figura 7
Si pensamos a este sujeto (S), que —por lo que ustedes ya han visto en este Seminario—, si lo
escribo sin la tachadura es porque es un su¬jeto mítico, porque el único sujeto que conoce el
psicoanálisis es el su¬jeto dividido (ahora vamos a ver por qué), y si éste (ob.) es el objeto, el
objeto que calmaría la necesidad, ocurre que para que este sujeto lo¬gre este objeto tuvo que
produ¬cirse la alteración interna que, aunque no fuera ésa su intención, porque no hay
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intencionalidad en la altera¬ción interna —por lo que hemos dicho—, llamó la atención del Otro
capaz de aportar este objeto. Pero entonces, si tuvo que pasar por la al¬teración interna,
donde dicha alteración interna es “leída” por el Otro como demanda, este sujeto, entonces,
con ello ha ingresado al campo de la demanda. Quiere decir que, en una nueva tensión de
necesidad, cuando aparezca una falta, deberá volver a pasar por el desfiladero de la
demanda, por los significantes del Otro, para poder colmar esa falta, significantes del Otro que
le han significado esa falta misma. Enton¬ces, es como si la vía de la demanda hiciera como
un ganchito (cf. fi¬gura 8), como un anzuelo que levanta esta flecha con la que indicába¬mos
la relación sujeto-objeto como relación directa, la levanta y la in¬terrumpe, interrumpe el
acceso directo al objeto, y produce como sig¬nificación retroactiva la constitución de un sujeto
como dividido, ?, escindido por la demanda.
[GRAFICOS y SIMBOLOS: Consultar versión impresa en Biblioteca]
figura 8
Si reducimos la demanda a un mínimo de un par de significantes, S1 y S2, tenemos al sujeto,
?, dividido entre un significante y otro. S1 ? S2 es la línea de la demanda, a partir de los
significantes del Otro. Escri¬bimos por lo menos dos, dos significantes, para indicar que el
signifi¬cante no existe solo. Si en vez de la S con la que escribimos el sujeto mítico de la
necesidad, ponemos la ? (delta), tie¬nen ahí ustedes el gra¬fo 1 del escrito Subversión del
sujeto...
Con esto tenemos los elementos, el mínimo número de elemen¬tos para pensar la
constitución del sujeto, que podemos definir así: un sujeto que parte originariamente
(míticamente) de la necesidad, por el hecho de tener que atravesar los significantes de la
demanda del Otro, se constituye como sujeto escindido por los significantes de dicha
de¬manda, con la consecuente pérdida, en ese ca¬mino, del objeto. Porque el objeto, ahora,
ya no va a ser más el objeto real, sino el objeto que aporta, o no, el buen querer de un
Otro-fantaseado-omnipotente. Ha¬ga¬mos una breve cita. En uno de sus Tres ensayos…,
Freud escribe:
Cuando la primerísima satisfacción sexual estaba toda¬vía co¬nectada con la nutrición, la
pulsión sexual tenía un objeto fuera del cuerpo propio: el pecho materno. Lo perdió sólo más
tarde, quizá justo en la época en que el niño pudo formarse la representación global de la
perso¬na a quien pertenecía el órgano que le dispensaba satis¬facción. Después la pulsión
sexual pasa a ser, regular¬mente, autoerótica. (13)
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Ahora bien, aunque hable en él de “la representación global de la persona”, si hay algo que
no se debe entender en este párrafo —que pertenece al capítulo 5 del tercer ensayo: El
hallazgo de objeto— es que en él Freud aluda a la percepción, pues está claro que la
percep¬ción global de la madre, como él dice, no puede implicar la alucina¬ción negativa del
seno. Entonces, ¿qué puede querer decir que el pe¬cho se pierde cuando se adquiere la
representación global de la madre? Quiere de¬cir que ahora el pecho ha pasado a ser una
“pertenencia” del Otro (“a quien pertenecía el órgano que le dispensa¬ba satisfacción”,
decía Freud). Dicho de otro modo, lo que sucede es que el seno, de objeto “real” de la
nece¬sidad que era (momento mítico: ahí no hay su¬jeto ni objeto), pasa a ser una
“pertenencia”, vale decir, un don (objeto simbólico, pérdida del objeto en tanto “real”,
après-coup), que la om¬nipotencia del Otro materno otorga o niega, símbolo de su amor,
obje¬to de la demanda. Es decir, el objeto como “real” se pierde para cons¬tituirse como
simbólico: símbolo del amor del Otro.
Es que, si somos literales en la lectura de la descripción que ha¬ce Freud de esto en el
Proyecto…, acá no sólamente se inscriben las imágenes del objeto cuya presencia fue
acompañada de la satisfacción y las de los movimientos reflejos asociados —en la parte
variable del yo—, sino que también se inscribe —en la parte constante, el núcleo del yo— la
condición necesitante del suje¬to, su condición carente.
Todo esto aparecerá en Lacan con dos fórmulas. Una es la que se escribe: ???, y se lee:
sujeto dividido por la demanda del Otro, que es la fórmula de la pulsión y del tesoro de los
sig¬nificantes; la otra es la que se escribe: ???, sujeto dividido —es una de las formas de leer
el rombo— por la pérdida del objeto al que por otra parte se identifica, que es la fórmula del
fantasma. Y luego, en el Seminario 17, sobre El revés del psicoanálisis, Lacan logrará articular
en una sóla fórmula los cuatro elementos mínimos de la constitución del sujeto: S1, S2, ? y ?:
S1 ? S2
?
?
?
?
fórmula del discurso del amo.
Si todo esto quedó claro, digamos que ahora Freud se empieza a preguntar qué pasa,
habiendo una catexia desiderativa, cuando surge una catexia perceptiva. Pueden pasar tres
cosas, dice Freud: 1) que coincidan to¬talmente, y a esto Freud no le da mucha pelota porque
es irrelevante, 2) que no coincidan para nada, lo que se reduce a lo que voy a decir ahora, y 3)
que coincidan parcialmente.
Veamos entonces la posibilidad de la coincidencia parcial. Es precisamente para analizar esta
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posibilidad —pues la hipótesis de la coincidencia completa lo haría innecesario— que Freud
plantea que, en verdad, la catexia desiderativa y la catexia perceptiva son comple¬jos de por
lo menos dos neuronas. Para el caso de la coincidencia to¬tal, por supuesto, hubiera
alcanzado con una sola. Freud, a estas cate¬xias, necesita plantearlas como complejos
precisamente para poder dar cuenta —como veremos— de similitudes y diferencias, al ser
ambos complejos compara¬dos; pero entonces, descartada la posibilidad de la coincidencia
completa, para luego restablecer la identidad de los com¬plejos —lo que será tarea del
pensamiento— ¬Freud introduce la dife¬rencia desde el vamos, en el in¬terior mismo del
complejo. El punto de apoyo de esta concepción es el distinto estatuto que tenían, en la
hue¬lla mnémica de la vivencia de satisfacción, las neuronas del núcleo y las neuronas del
manto. Vayamos paso a paso.
El hecho de la inscripción en los dos lugares diferenciados del yo —la porción variable y la
porción cons¬tante— va a ser decisivo, entonces, a efectos de teorizar la identidad del
pensamiento. La tesis es ésta: que la imposibilidad de la identidad de percepción… Como
di¬ce Safouan, (14) la identidad de percepción es imposi¬ble, porque no se trata de repetir la
percepción de la primera vez, sino con el cuño de aquella vez. Basta que haya una segunda
para que ahí surja la diferen¬cia. Esta es una de las razones. La otra, creo, es el doble lugar
en que se inscribe la vivencia de satisfacción, y las consecuencias que esto comporta.
Adelanto entonces la tesis, que se esclarecerá, espero, por lo que sigue: la imposibilidad de la
identidad de percepción es la razón de la identidad del pensamiento, el cual, por ser tributario
de la repeti¬ción, se de¬fine en principio como inconsciente.
Entonces, decíamos, para establecer la comparación entre los dos complejos, desiderativo y
perceptual, Freud necesita postular dos neuronas, cada complejo como compuesto por lo
menos por dos neu¬ronas, con lo cual, es curioso, porque el objetivo es lograr dar cuenta de
la identidad, pero para ello necesita postular la diferencia en el seno mismo del complejo.
Sea por ejemplo —dice Freud— un complejo desiderativo com¬puesto por las neuronas a y b, y
un complejo perceptivo compuesto por las neuronas a y c. Este es un caso de la coincidencia
parcial: co¬inciden en la a, y difieren en b y c. Este, dice Freud, es el “caso más común”, y da
origen a la búsqueda de la identidad. Pero —lo subrayo una vez más—, para que pueda
establecerse la identidad, primero debe establecerse la diferencia en el seno mismo del
complejo (es por este caso, decíamos, que Freud tuvo que postular un complejo de por lo
menos dos neuronas). Entonces Freud comenta:
Comparando este complejo W (perceptivo) con otros complejos W, se puede descomponerlo
en dos porciones: el primero, que por lo general permanece constante, es precisamente esa
neurona a, y el segundo es la neurona b, habitualmente variable. El lenguaje establecerá más
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tarde, para denomi¬nar este proceso de análisis, el térmi¬no “juicio” (Urteil)… (15)
Vale la pena subrayar aquí que Freud está llamando juicio a la esci¬sión, a la descomposición
del complejo en dos partes: una que caracte¬riza como constante y otra que caracteriza como
variable. Si ustedes siguen el recorrido del texto, verán cómo a lo largo del mismo se
man¬tiene esta distinción en dos partes, aunque sus denominaciones varíen. El párrafo que
leíamos continúa así:
El lenguaje establecerá más tarde, para denominar este proceso de análisis, el término
“juicio”, descubriendo al mismo tiempo la semejanza que realmente existe, por un lado, entre
el núcleo del yo y la porción constante del complejo perceptual, y por el otro, entre las catexias
cambiantes del pallium y la porción inconstante del com¬plejo perceptual; además, el lenguaje
calificará la neuro¬na a como “la cosa” (Ding), y la neurona b, como su ac¬tividad o atributo:
en suma, como su predicado. (16)
El famoso das Ding de Lacan, por supuesto, está extraído de este pá¬rrafo. Pero lo que me
parece más importante de retener y que quería subrayarles son las dos afirmaciones que
contiene este fragmento. La primera, que el juicio implica establecer una descomposición del
com¬plejo perceptual en dos partes: una que caracteriza como const¬ante, y que llama la
cosa, y otra caracterizada como una porción variable, a la que el lenguaje se refiere como los
atributos o predicados de la cosa. La segunda afirmación es que la parte constante del
complejo percep¬tual —es decir, la cosa— coincide con el núcleo del yo, mientras que el manto
o pallium, la región exterior del yo, la que conecta con la percepción, con ?, va a tener una
relación de semejanza con la parte variable del complejo perceptual.
Bueno, aquí —no lo voy a desarrollar ahora porque, si no, no termino más— me parece que hay
un lugar muy interesante para arti¬cular con textos freudianos posteriores. En primer lugar, es
cierto que todavía estamos muy lejos del yo de la segunda tópica, pero recorde¬mos que es
justamente en El yo y el ello donde Freud vuelve a hablar del núcleo del yo, ligándolo al
sistema P-Cc. Lo que vuelve aún más interesante la confrontación, porque si bien aquí se
trata de lo que ocu¬rre con el complejo perceptual, la Cosa —como veremos más adelan¬te—
es justamente aquello que escapa a la representación. En segundo lugar —y salteo algunos
pasos—, vale la pena confrontar este párrafo con La negación, en la medida en que el símbolo
no, condición del pensamiento, de “lo in¬telectual”, es consecuencia —en este artículo— de la
expulsión, Ausstossung; y justamente, lo que vamos a encontrar ahora en las sucesivas
definiciones que Freud irá dando de la Cosa, es que la Cosa es residuo de la judicación, el
residuo del juicio, es lo ina¬similable, lo incomparable. Bueno, esta articulación hoy no la voy a
hacer (mañana tampoco, tengo que terminar en cinco mi¬nutos).
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Para terminar, entonces, decía que la diferencia en el seno mis¬mo del complejo desiderativo
es lo que posibilita la diferenciación en¬tre el complejo desiderativo y el complejo perceptivo.
E, incluso, es condición de que se logre, por medio de la “actividad del pensamien¬to”,
establecer la identidad. Pero una identidad que no anula la dife¬rencia, sino que se funda en
la diferencia —lo que es una manera de decir que en el psicoanálisis se trata de la
identificación, y no de la identidad—. Freud da el ejemplo de un lactante (como no tenemos
más tiempo, los remito a ese fragmento del Proyecto…): el pecho de frente, el pecho de perfil,
el pecho con el pezón, el pecho sin el pe¬zón... ¿Qué es —para decirlo cortazarianamente— lo
que hace de to¬dos los pechos el pecho? Lo que hace de todos los pechos el pecho es que
ningún pecho es la Cosa. Porque estos pechos de perfil, de frente, con y sin el pezón, etc.,
corresponden a la parte variable del complejo.
Voy a recordar un cuento de Borges, conocido seguramente por todos, que es Funes el
memorioso. Este señor tenía una memoria tal que, para recordar un día, tardaba un día, dado
que recordaba ese día con absolutamente todos sus detalles. Y entonces, cuando Borges
defi¬ne lo que ahí llama “el vertiginoso mundo de Funes”, dice:
Este, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas genera¬les, platónicas. No sólo le costaba
comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispa¬res de diversos
tamaños y diversas formas; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil)
tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el
espejo, sus propias ma¬nos, lo sorprendían cada vez. (17)
Ahora retomemos lo que decíamos del pecho. Lo que hace de todos los pechos el pecho, es
decir, lo que funda el pecho en su identi¬dad, es que ninguno de los pechos —sus
identificaciones— es la Cosa; los pechos se identifican en su diferencia con la Cosa. Pensar,
identifi¬car, implica, como condición, la pérdida de lo real (también podría¬mos decir: la
pérdida de la identidad). “Dormir es distraerse del mun¬do”, comenta Borges, pero también
pensar: “Pensar es olvidar diferen¬cias, es generalizar, abstraer”. El lenguaje que se propone
Funes —re¬lean ese texto— es lo contrario de un lenguaje, puesto que se pro¬pone como un
lenguaje sin pérdida, sin resto. Es aún más absurdo que el lenguaje sin equívocos que se
propone la ciencia. El único lenguaje que merece el nombre de tal es el que hace de la
palabra el lecho de Procusto de lo real. Este Procusto, ustedes saben, era un famoso la¬drón
de la mitología griega, que tenía una curiosa manía: cuando cap¬turaba a un viajero —en esa
época se viajaba mucho, a pie—, aparte de robarle, lo acostaba en un lecho especial. En
verdad, tenía dos le¬chos, uno largo y otro corto, pero para mi apólogo me conviene más
considerar el corto. Lo acostaba en su le¬cho, y a la parte del cuerpo del viajero que quedaba
afuera, se la cortaba.
Decía entonces que el único lenguaje que merece el nombre de tal es el que hace de la
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palabra el lecho de Procusto de lo real: lo que no entra, cae afuera, pero, inversamente, que
algo caiga afuera es con¬dición para que algo pueda ser atrapado en sus mallas. No es sólo
que el significante haga caer lo real, es también que sólo si cae lo real pue¬de haber
significante. La realidad de Funes es una realidad loca, pues¬to que no puede simbolizarla, es
decir, no se puede despegar de ella. No es que perdió lo real, es que él está perdido en lo
real, no puede perder lo real.
Ahora bien, la referencia al espejo de Funes, en ese párrafo que les cité de Borges, nos
permitiría pasar al próximo capítulo, que es uno de los más lacanianos del Proyecto…, y del
que me vaya limitar a leerles un párrafo, nada más:
Supongamos que el objeto presentado por la percepción sea similar al propio sujeto: que sea,
en efecto un seme¬jante.
—lo que Lacan escribe i’(a)—.
En tal caso, el interés teórico que se le dedica queda ex¬plicado también por el hecho de que
un objeto semejante fué, al mismo tiempo, su primer objeto satisfaciente, su primer objeto
hostil y también su única fuerza auxiliar. De ahí que sea en sus semejantes donde el ser
humano aprende por primera vez a (re)conocer. Los complejos perceptivos emanados por
estos sus semejantes serán, entonces, en parte nuevos e incomparables, como por ejemplo
sus rasgos, en la esfera visual; pero otras per¬cepciones visuales (los movimientos de sus
manos, por ejemplo) coincidirán en el sujeto con su propio recuerdo de impresiones visuales
muy similares emanadas del pro¬pio cuerpo, recuerdos con los cuales se hallarán asocia¬dos
otros recuerdos de movimientos experimentados por él mismo.
—hay que subrayar esta palabra: propio, todo el tiempo—.
Igualmente ocurrirá con otras percepciones del objeto; así, por ejemplo, cuando éste emita un
grito, evocará el recuerdo del propio grito del sujeto y, con ello, el de sus propias vivencias
dolorosas. De tal manera, el complejo del semejante se dividirá en dos porciones, una de las
cuales da la impresión de ser una estructura constante que persiste coherente como una cosa
(Ding), mientras que la otra puede ser comprendida
—acá no dice “variable”—
por medio de la actividad de la memoria, es decir, redu¬cida a una información sobre el propio
cuerpo del suje¬to. (18)
Entonces, si subrayamos todo el tiempo la palabra propio, en este párrafo que les he leído,
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creo que se puede establecer aquí la dife¬rencia entre i’(a), la ima¬gen del semejante con la
cual me identifico como yo (moi) en el estadio del espejo, y aquello que en el semejante es
irreductible al yo, pero que esta imagen no obstante recubre, viste: el objeto a. No digo ahora
que el objeto a —aunque hay muchos auto¬res que lo afirman, y entre ellos algunos muy
respetables, como Sa¬fouan— es la Cosa; digo que: como Lacan trata la Cosa en el
Semina¬rio de La ética del psicoanálisis, en ese lugar sí es pensable la asimila¬ción entre la
Cosa y el objeto a. Nada más.
PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]
[ … ] digo que, si hacemos con todas las referencias que hace Freud a la Cosa en el
Proyecto…, que es lo que hice yo, una suerte de grilla, donde de un lado pondría¬mos lo que
va a definir como la Cosa, y del otro lado pondríamos lo que va a definir como los predicados
de la Cosa, nos encontraríamos entonces, de un mismo lado, con palabras como “constante”,
“inasimilable”, “incomprensible”, “incomparable”, y del otro lado con palabras como
“variable”, “comprensible”, “asimi¬lable”, etc. Es a partir de estas distintas predicaciones
que se puede es¬tablecer la diferencia entre estos dos objetos que mencionaba: el a co¬mo
real, y el i’(a) como imaginario. Y, por otro lado, su articulación, porque el objeto a, en esta
última cita que les ofrecí, insisto, si subra¬yamos todo el tiempo la palabra “propio”, tenemos
ahí una indicación a retomar con el estadio del espejo, con lo que la Cosa aparece enton¬ces
como no especular en el corazón, en el núcleo mismo de lo espe¬cular, lo cual permite
articular con el objeto a como no especulariza¬ble, y, al mismo tiempo, como condición de la
especularidad misma, porque, como dice Freud, es el soporte de los predicados. Al mismo
tiempo, esto habría que relacionarlo con lo que Freud plantea en La negación, el concepto de
Ausstossung, donde la Ausstossung implica abrir el campo a la objetalidad. (19) Lo mismo, el
punto en el que Freud indica que función del examen de realidad es distinguir la
representa¬ción, lo que es mera representación, die blosse Vorstellung, y lo que está más allá
de la representación, que es la Cosa, das Ding. Pero con¬dición para hacer esta diferencia,
dice Freud, es que se hayan perdido los objetos que antaño causaron satisfacción; es decir, la
condición es la castración.
[el resto de las preguntas falta en la grabación]
NOTAS:
Presentación de Rolando H. Karothy.
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Uno de cuyos hitos fue un trabajo escrito en colaboración. Cf. Judith JAMSCHON, Liliana
NEGRO, Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, La sublimación: de y hacia “El yo y el ello”,
publicado en Cuántas aperturas permite un retorno (a Freud): Inhi¬bición, síntoma y angustia
– El yo y el ello, Escuela Freudiana de Buenos Aires, Ficha Nº 18, serie II.
Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, Cierre con el objeto, en Rolando H. KAROTHY - Ricardo
E. RODRÍGUEZ PONTE, Lacan y la Clínica Freudiana. De la falta de ob¬jeto al objeto falta,
ficha nº 15.
Sigmund FREUD, Proyecto de una psicología para neurólogos. En Obras Com¬pletas, tomo
22, Santiago Rueda Editor, Buenos Aires, 1956, p. 379. Siempre que no se indique lo
contrario, se citará según esta versión del Proyecto…, cuyo tra¬ductor es Ludovico Rosenthal.
— Añado aquí, y lo haré en las siguientes notas, por ser hoy una fuente más accesible, la
referencia a la edición de Amorrortu de las Obras Completas: “[1.] (a.) Primera proposición
principal: la concepción cuantitativa. Está extraída directamente de observaciones
patológico-clínicas, en particular aquellas en que se trata de unas representaciones
hiperintensas, como en la histeria y en la neurosis obsesiva, donde, como se demostrará, el
carácter cuan¬titativo resalta con más pureza que en el caso normal. Procesos como
estímulo, sustitución, conversión, descarga, que allí se podrían describir, sugirieron de una
manera directa la concepción de la excitación neuronal como cantidades fluyen¬tes.” (cf.
O.C., AE, I, pp. 339-340)
ARISTÓTELES, Metafísica, libro quinto. Editorial Iberia, Barcelona, 1971.
Moustafá SAFOUAN, El ser y el placer, Ediciones Petrel, Barcelona, 1982.
Cf. Los dos principios del suceder psíquico, Pulsiones y destinos de pulsión, La negación,
etc...
Cf. el Seminario citado en 1, particularmente las clases 1, 2, 3, 4 y 15.
Para dar sólo un ejemplo de esto, el principio de la inercia neuronal, como mode¬lo de una
evacuación completa de la energía psíquica, sólo es concebible en el campo de las
representaciones, como anticipo de lo que luego la teoría llamará desplazamiento,
transferencia, incluso conversión. Sólo se sostiene en una teoría que intente dar cuenta de lo
que sucede en los sueños o en los síntomas.
Jacques LACAN, Le Séminaire, livre XI, Les quatre concepts fondamentaux de la
psychanalyse, Seuil, 1973, p. 217.
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op. cit. en 4, p. 400.
Rolando KAROTHY, Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, David SUSEL, De la “sup¬positio” al
sujeto supuesto saber, en Suplemento de las Notas, 3, Escuela Freudia¬na de Buenos Aires,
Bs. As., 1984.
Sigmund FREUD, Tres ensayos de teoría sexual, en Obras Completas, Volumen 7,
Amorrortu editores, Buenos Aires, 1978.
Moustafá SAFOUAN, De la estructura en psicoanálisis. Contribución a una teo¬ría de la
carencia. En ¿Qué es el estructuralismo?, Editorial Losada, Buenos Ai¬res, 1971.
op. cit. en 4, p. 410. — “El complejo-percepción se descompondrá, por compa¬ración con
otros complejos-percepción, en un ingrediente neurona a, justamente, que las más de las
veces permanece idéntico, y en un segundo, neurona b, que casi siempre varía. Después el
lenguaje creará para esta descomposición el término jui¬cio {Urteil; «parte primordial»}…” (cf.
O.C., AE, I, p. 373).
op. cit. en 4, p. 410. — “Después el lenguaje creará para esta descomposición el término
juicio {Urteil; «parte primordial»}, y desentrañará la semejanza que de hecho existe entre el
núcleo del yo y el ingrediente constante de percepción [por un lado], las investiduras
cambiantes dentro del manto [págs. 360 y 368] y el in¬grediente inconstante [por el otro]; la
neurona a será nombrada la cosa del mundo {Ding}, y la neurona b, su actividad o propiedad
—en suma su predicado—.” (cf. O.C., AE, I, p. 373).
Jorge Luis BORGES, Funes el memorioso, en Ficciones, Emecé Editores, Bue¬nos Aires,
1966.
op. cit. en 4, p. 413. — “Supongamos ahora que el objeto que brinda la percep¬ción sea
parecido al sujeto, a saber un prójimo. En este caso, el interés teórico se explica sin duda por
el hecho de que un objeto como este es simultáneamente el primer objeto-satisfacción y el
primer objeto hostil, así como el único poder auxi¬liador. Sobre el prójimo, entonces, aprende
el ser humano a discernir. Es que los complejos de percepción que parten de este prójimo
serán en parte nuevos e in¬comparables —p. ej., sus rasgos en el ámbito visual—; en cambio,
otras percep¬ciones visuales —p. ej., los movimientos de sus manos— coincidirán dentro del
sujeto con el recuerdo de impresiones visuales propias, en un todo semejantes, de su cuerpo
propio, con las que se encuentran en asociación los recuerdos de movi¬mientos por él mismo
vivenciados. Otras percepciones del objeto, además —p. ej., si grita— despertarán el recuerdo
del gritar propio y, con ello, de vivencias pro¬pias de dolor. Y así el complejo del prójimo se
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separa en dos componentes, uno de los cuales impone una ensambladura constante, se
mantiene reunido como una co¬sa del mundo, mientras que el otro es comprendido por un
trabajo mnémico, es decir, puede ser reconducido a una noticia del cuerpo propio.” (cf. O.C.,
AE, I, pp. 376-377).
cf. op. cit. en 3.
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