Diego Tatián Baruch Tatián, Diego Baruch . - 2a ed. - Adrogué : Ediciones La Cebra, 2015. 84 p. ; 21,5x14,5 cm. ISBN 978-987-28096-2-1 1. Filosofía Argentina Contemporánea. CDD 194 © Diego Tatián 2012, 2015 [email protected] www.edicioneslacebra.com.ar Editor Cristóbal Thayer Esta primera reimpresión de 400 ejemplares de Baruch se terminó de imprimir en el mes de abril de 2015 en Talleres Gráficos Su Impres, Tucumán 1480, Ciudad Autónoma de Buenos Aires Queda hecho el depósito que dispone la ley 11.723 ÍNDICE Presentación Miguel Valderrama ..................................................7 I. Lecturas 1. ¿Una autobiografía fantástica?....................................................13 Miguel Vicuña 2. La cita académica y sus otros .....................................................43 Nelly Richard 3. Experiencia y tiempo, traición y secreto ..................................55 Pablo Oyarzún II. Escrituras 1. Patricio Marchant: Escenas de escritura, cuerpo y devaluación......................................................69 Cecilia Sánchez 2. Vacilaciones/Intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres)....................................................81 René Baeza 3. Ex –autos. Autógrafos para Patricio Marchant ......................113 Andrés Ajens 4. Desahogo en los nombres..........................................................131 Guadalupe Santa Cruz III. Intersecciones 1. Efecto de madre. Filosofía y psicoanálisis...............................141 Alejandra Castillo 2. La literatura como cuestión de realidad en Patricio Marchant.......................................................149 Andrea Kottow 5 3. Mater Musicalis. Ostinato de la separación............................161 Cristóbal Durán 4. El cisma. Apuntes sobre filosofía y poesía en Patricio Marchant.......................................................177 Jorge Polanco IV. Motivos 1. La raza de M. a P. y la raza de M. A. P. ..................................191 André Menard 2. Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant...................203 Sergio Villalobos-Ruminott 3. La falta en Marchant...................................................................229 Rodrigo Naranjo 4. Envíos y desvíos sobre árboles y madres................................235 Mauricio Barría V. Lemas 1. Marchant Wake...........................................................................249 Miguel Valderrama 2. Que eso somos: poemas que otros escribieron ......................261 Nadia Prado 3. El efecto Marchant... ¿Una literatura menor?.........................279 Braulio Rojas 4. Belleza que guarda la Universidad...........................................291 Ernesto Feuerhake 5. El diálogo no se interrumpe con la muerte.............................303 Lenin Pizarro Participantes...................................................................................309 PRESENTACIÓN Patricio Marchant ha sido un filósofo poco leído. El número de estudios dedicados a su obra no superan la veintena de títulos. En las revistas especializadas de filosofía puede contarse solo un dossier dedicado a su trabajo. En efecto, la revista Nombrada, de la Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS, en su primer número, presentó un conjunto de seis textos abocados a discutir diversos aspectos de la obra de Marchant. Fuera de la filosofía pueden nombrarse una serie de artículos publicados en la revista de literatura Vértebra, y el monográfico consagrado a Sobre árboles y madres que, con el título de “Poética de lo inconsciente”, el Magíster en Psicoanálisis de la Universidad Diego Portales dio a leer en Cuadernos de psicoanálisis. A fines del año 2009, bajo el sello editorial La Cebra, y al cuidado de Cristóbal Thayer, salió a la luz en Buenos Aires una segunda edición de Sobre árboles y madres1. La primera edición, impresa en Santiago de Chile en 1984, hacía más de dos décadas que no se encontraba disponible en librerías. De ahí que luego de la publicación de Escritura y temblor2, libro póstumo que recopila casi en su totalidad los artículos y textos inéditos escritos por Patricio Marchant entre 1979 y 1990, bien puede afirmarse que la reciente presentación bonaerense de Sobre árboles y madres viene a cerrar una década de esfuerzos destinados a recuperar el pensamiento de Marchant para las nuevas generaciones. En 1. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, Buenos Aires, La Cebra, 2010. 2. Patricio Marchant, Escritura y temblor, edición de Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago de Chile, Cuarto propio, 2000. 7 Miguel Valderrama lo principal, el corpus marchantiano está establecido. Pendiente quedará para la discusión el orden del discurso que estas ediciones cifran pacientemente en cada una de sus páginas. Pendiente quedará, también, la publicación de algunos textos sueltos del filósofo chileno, así como la serie de conferencias que dictó en 1982 en el seminario del Taller de Artes Visuales (TAV), dirigido por Francisco Brugnoli y Virginia Errázuriz. Más allá de esta importante labor editorial, que expresa, sin duda, esfuerzos individuales y colectivos notables, Marchant ha sido un filósofo poco leído. De esto se quejaba el propio Marchant al observar las escasas recensiones de que había sido objeto su lectura de la poesía chilena. Los pocos estudios críticos publicados tras la aparición del libro no fueron favorables. Todos ellos coincidían en presentar Sobre árboles y madres como un texto fantástico, “de-generado” (Miguel Vicuña), un “centón novela” (Patricio Guzmán), o un libro que “poco o nada” tenía que ver con la “poesía chilena” (Enrique Lihn). Marchant leyó en cada una de estas reseñas “resentimiento”, “ceguera”, “total incomprensión”, “ilegibilidad”. Después de la crítica inicial, se impuso el silencio. Un silencio que se identificó, principalmente, con la institución filosófica. Así, cabría advertir, las dos revistas más importantes de filosofía publicadas en el país, la Revista de Filosofía, de la Universidad de Chile, y el Anuario de Filosofía, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, no reseñaron en su momento el libro de Marchant y, posteriormente, no han publicado un solo artículo referido a su trabajo. Y esto, aún cuando Pablo Oyarzún se atrevió a advertir que Sobre árboles y madres es “un libro (y debe destacarse la palabra) como no ha habido otro en la producción filosófica chilena”3. Un libro que, entre otras cosas, lleva a cabo “una reflexión esencial —y localizada: quiero decir: acá— sobre el discurso de la filosofía y sobre la filosofía como escritura”4. Y sin embargo, a pesar de este silencio, “afortunadamente Patricio Marchant es un pensador que ya no será olvidado, ni denegado, ni deformado”. La sentencia es de Juan Manuel Garrido, 3. Pablo Oyarzún, “Cuestión de estilos”, El dedo de Diógenes. La anécdota en filosofía, Santiago de Chile, Dolmen, 1996, p. 127 n. 4. Ibídem. 8 Presemtación y parece anunciar —en su salvaje optimismo— un destino para la escritura marchantiana en el siglo5. Un destino que bien puede presentarse como herencia y legado de la deconstrucción en América Latina. Al menos, esa fue la confesada espera con que Marchant buscó responder en su momento a los críticos. “Un ensayo deconstructivo —escribió— debe despertar en todas partes, especialmente en Chile, resistencias conscientes y, sobre todo, inconscientes, profundas”6. Afirmar hoy la posibilidad de una lectura de Marchant no supone, necesariamente, afirmar la posibilidad de una historia de la filosofía promovida por escuelas, movimientos o novedades. Sí supone, en cambio, abrirse a un trabajo de lectura, a una paciente confrontación con la escritura temblorosa de Marchant, con aquello que se declina en silencio o secreto en todo pasaje de pensamiento. El libro que presentamos es justamente eso, la respuesta a una invitación a confrontarse con la escritura de Patricio Marchant. Su escena primera fue un seminario organizado con motivo de la publicación de la nueva edición de Sobre árboles y madres por el CID-Filosofía de la Universidad de Valparaíso, por inciativa de Lenin Pizarro, Braulio Rojas y José Jara. Bajo la seña de Patricio Marchant: lectoescrituras en curso, se dieron cita los días 29 y 30 de octubre del año 2009 un grupo importante de lectores y lectoras de la obra marchantiana. Lectores y lectoras que, como el mismo título del seminario anunciaba, proponían lecturas en curso. Lecturas que parecían interrumpir, además, el orden regular del discurso de aquellas disciplinas que bajo la rúbrica de nombres y firmas diversas se daban cita en la escena del seminario. Así, durante dos días de intenso y animado debate el trabajo de Marchant se expuso a la interrogación y a la tensión de disciplinas como la antropología, los estudios culturales, el psicoanálisis, la literatura, la filosofía y la historia. Al archivo de ese encuentro primero, quisimos sumar posteriormente la huella de otros encuentros. Es así como incorpora5. Juan Manuel Garrido, “Escritura y temblor”, Extremoccidente, Nº 1, Universidad ARCIS, Santiago de Chile, 2002, p. 58. 6. Patricio Marchant, “Respuesta a José Miguel Vicuña” (1986), Escritura y temblor, op. cit., p. 177. 9 Miguel Valderrama mos a las presentaciones del seminario los textos y nombres de Nelly Richard y Miguel Vicuña. Textos que remiten a escenas primeras de discusión y tensión, ya sea con el feminismo o con la filosofía. Esperamos con esto presentar al lector o lectora un estado o momento de la discusión en torno a la escritura de Patricio Marchant. Por cierto, se trata sólo de la exposición de un estado de agitación lectora, de un estado que sin duda ya está siendo rebasado aquí y ahora por el temblor secreto de otros nombres y firmas. Miguel Valderrama 10 I. lecturas ¿UNA AUTOBIOGRAFÍA FANTÁSTICA?* Miguel Vicuña Navarro Aunque el formato, la paginación correlativa, el índice, las notas a pie de página, la portada/contraportada logren producir la impresión de aquel característico volumen que cualquier lector desprevenido puede reconocer con plena naturalidad como un libro, este volumen que Patricio Marchant nos entrega1, si configura un libro, es uno ciertamente insólito. Y no sólo por respecto a los hábitos conocidos en esta parte del mundo, sino inusual en toda región terrestre vinculada por el rito pre- y postgutenberguiano que reproduce la mitología del Libro. No se crea que con esto pretendo decir que el trabajo de Marchant sea algo absolutamente inédito, no. Piénsese en grandes obras del Renacimiento, como el propio Quijote, en algunas novelas del romanticismo, piénsese sobre todo en Mallarmé y en la formación de la poesía moderna. Todo auténtico libro, en cuanto riesgo de una conexión imaginaria con el mito del Libro, es sin duda desconcertante, pues su operación consiste en la producción de la realidad de su ilusoriedad, en el efecto de realidad que obra su propio carácter ilusorio. Dice Maurice Blanchot comentando una frase de Mallarmé: “La evidencia del libro, su manifiesto brillo, por tanto, son tales que de él ha de decirse que es, que existe en presencia, ya que sin él nada sería nunca algo presente, pero, a Artículo publicado originalmente en la revista Espíritu del Valle, n° 1, Santiago, diciembre de 1985, pp. 70-79. * 1. Patricio Marchant, Sobre Árboles y Madres, Santiago de Chile, Ediciones Gato Murr, 1984, p. 319. Daremos en lo sucesivo las referencias a esta obra indicando únicamente la numeración de las páginas aludidas. 13 Miguel Vicuña Navarro la vez, que se encuentra siempre en falta con respecto a las condiciones de la existencia real: ente, mas imposible”2. Desde antes que pueda reconocer algunas de las operaciones que se cumplen en su textura, el lector que hojeara en una librería el volumen en cuestión será rápida presa de más de algún desconcierto, a poco que se detenga en las primeras marcas o índices inscritos en su superficie, los que retornan y se encadenan anafóricamente en su tramado textual. Así, la marca “Ediciones Gato Murr” en la portada, seguida en la solapa anterior por un escolio de apariencia marginal y anónima que atribuye los más audaces pensamientos de los autores a la benevolencia de sus tipógrafos, quienes “contribuyen al vuelo de las ideas por medio de las así llamadas erratas”. A más de darnos una clave, por la advocación de las Lebensansichten des Katers Murr de E.T.A. Hoffmann, para adscribir ÁRBOLES Y MADRES en el género de la autobiografía fantástica, este índice inicia aquella anáfora –figura de la que Marchant usa y abusa en su libro en todos los planos, tanto en los mecanismos connotativos como en los denotativos, así en los índices como en los temas, igual en los períodos y en la reiterativa intercalación de textos que en la repetición infatigable de numerosos signos elementales, sobre todo nombres propios– que conduce a una nota de la pág. 41 en la que se relacionan errata y lapsus, conectándose a la vez con otra serie de índices inscritos en el libro como una paginación complementaria y en clave (la serie de iniciales de nombres propios, “prestados nombres”, a que nos referiremos más adelante), así como con una serie de notas a pie de página en las que se corrige una reiterada “errata” en la que incurre el académico Roque Esteban Scarpa al referirse a Gabriela Mistral. Para medir el genio de Patricio Marchant, genio de su escritura, conviene que nos detengamos un poco en estas notas (entiéndase bien: su genio en el sentido de su humor, su buen o mal genio/humor, es decir, su sentido del humor). Estas (cinco en total) surgen a propósito de citas y comentarios que hace Marchant de algunos textos de R.E. Scarpa sobre Gabriela Mistral, en los que este autor trata el nombre del poeta con excesiva familiaridad al llamarla simplemente “Gabriela”. Cada vez 2. Maurice Blanchot, Le livre à venir, Paris, Gallimard, p. 279. 14 ¿Una autobiografía fantástica? que esto ocurre en los textos citados, Marchant fustiga al infractor con una nota a pie de página. Cito las dos principales: “Errata, debe decir: Gabriela Mistral. No podemos pensar, ni siquiera imaginar, que un Premio Nacional de Literatura trate de esa manera a Gabriela Mistral: se debe tratar, sin duda, de una errata de la Editorial (p. 152 n.). –Errata, debe decir: Gabriela Mistral. No podemos pensar, ni siquiera imaginar, que una Editorial seria como la Editorial Andrés Bello trate tan mal a Gabriela Mistral; se debe tratar, sin duda, de una errata de Roque” (ibíd.)3. Insólito por lo desconcertante de algunas de sus operaciones, el libro de Marchant lo es también en el conjunto de su gesto. Libro de aspecto misceláneo en el que conviven, yuxtaponiéndose y asociándose, lecturas de obras de Nicanor Parra y Jorge Luis Borges, exposiciones de las teorías psicoanalíticas de Imre Hermann y Nicolas Abraham, la obra de Georg Groddeck y el comentario del trabajo de Jorge Guzmán sobre Gabriela Mistral4, el análisis del “Retablo de Issenheim” de Mathias Grünewald, historias diversas relativas a la gestación misma del libro, sucesivos agradecimientos, referencias a personas que intervinieron en la producción del libro, referencias a la poesía de Raúl Zurita, lectura del ciclo del Anillo de los Nibelungos de Richard Wagner siguiendo a Groddeck, lectura de Desolación de Gabriela Mistral (por cierto, la parte más extensa del libro), numerosas citas y comentarios de textos de Martín Heidegger y Jacques Derrida, crítica del libro de Roberto Torretti sobre Kant, muchas refe3. Por similar descuido castiga Marchant también a un segundo infractor. Se trata del hispanista norteamericano Martín C. Taylor, quien comete el mismo lapsus en su obra Sensibilidad religiosa de Gabriela Mistral (1975) (cf. p. 158 n., 197 n). Merece la pena señalar que una errata semejante, tanto o más significativa que la acusada, configura un lapsus en el que el propio Marchant incurre con frecuencia: me refiero al uso despectivo del artículo femenino “la” (muy generalizado en Chile): “la Mistral”. 4. Jorge Guzmán, “Gabriela Mistral: ‘Por hambre de su carne’” (1980), ensayo incluido en su libro Diferencias Latinoamericanas, Ediciones del Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile, Santiago, /1984/. Sobre este trabajo el propio Marchant confiesa: “…ensayo que su autor /J. Guzmán/, su generosidad, puso a nuestra disposición hace ya más de dos años y que constituyó el origen directo de la idea de escribir este libro” (p. 65 n.). 15 Miguel Vicuña Navarro rencias a Friedrich Nietzsche, Georges Bataille, Jacques Lacan, Emmanuel Lévinas, etc. Esta simple enumeración basta para sugerir que ÁRBOLES Y MADRES se ofrece como una abigarrada summula en la que se reúnen el psicoanálisis, la obra de Borges, el pensar de Heidegger, de Derrida, de Lévinas, la poesía chilena bajo la figura central de Gabriela Mistral y un conjunto de otras series enunciativas: la escritura musical de Wagner, Mozart, Mahler; el mencionado retablo de Grünewald; la Pietà de Miguel Ángel; el discurso de profesores universitarios chilenos de literatura (Guzmán), filosofía (Torretti), psiquiatría (Armando Roa); una serie de anotaciones más o menos íntimas de Patricio Marchant que se refieren a la gestación de su libro y, al parecer, a “su” inconsciente. Inmediatamente surge la pregunta acerca de cómo se organiza esta miscelánea, qué clase de libro es éste, a qué género literario pertenece. Pregunta inquietante que el propio libro se encarga de provocar para enseguida suprimir su respuesta. ÁRBOLES Y MADRES, como aquellos mélanges littéraires que constantemente remeda, es un libro de-generado o, al menos, pretende serlo. En su gesto, en el marcamiento de su generación/gestación, hay un rechazo de la división de los géneros, una defensa de la preeminencia de la escritura y la inscripción como un más allá de la retórica de los géneros. Hay en el gesto de ÁRBOLES Y MADRES una voluntad de ruptura, una negatividad y violencia que convierten a este libro en un anti-libro. Y sin embargo es él un libro, es decir, una ciudadela y un laberinto. Ya he aludido al uso y abuso que hace Marchant de la anáfora, así como a la posibilidad de inscribir su libro, pese a su carácter degenerado, en el género de la autobiografía fantástica. Con el objeto de alcanzar una caracterización más ajustada del estatuto de esta escritura, me parece oportuno destacar el empleo sistemático de algunos procedimientos retóricos, como el anacoluto y la elipsis, a los que, juntamente con las reiteraciones anafóricas, el texto de Marchant recurre permanentemente produciendo a menudo un resultado en el que se rozan los límites de la inteligibilidad. ¿Cuál es el sentido de esta operación? Sabido es que, por ejemplo, la elipsis se ha considerado como un modo natural de la lengua, como un estado de la palabra que es el normal en el “lenguaje” del sueño y en el lenguaje infantil. Asimismo, las reiteraciones y las inconsecuencias sintácticas, a más de ser rasgos distintivos del discurso desviante de los 16 ¿Una autobiografía fantástica? psicóticos, pueden fácilmente asociarse con características de lo que sería el “lenguaje” natural del inconsciente5. Creo que estos recursos retóricos que Marchant emplea a diestro y siniestro en todo lo ancho de su texto y que configuran verdaderos tics de su escritura, cumplen justamente la función de remedar el lenguaje del inconsciente, son un medio de significar connotativamente el inconsciente y sirven para producir un efecto de verosimilitud propio de la retórica narrativa, a saber, la impresión de que realmente el inconsciente “de” Patricio Marchant está hablando a través del discurso de su texto. Este mecanismo debe ponerse en relación con otros procedimientos de carácter inscriptivo empleados en ÁRBOLES Y MADRES y que cumplen la misma función. Me refiero, en primer lugar, a la operación del subrayado de signos y frases a lo largo del libro, procedimiento que, a más de multiplicar la relación anafórica entre los signos, constituye un mecanismo connotativo cuya clave el propio Marchant se encarga de revelar al lector: estos subrayados no serían más que índices de las compulsiones de su autor6. Hay que señalar, en seguida, la intercalación de un discurso segundo, impreso en caracteres tipográficos diferentes, sobre un discurso continuo de carácter expositivo. Este discurso segundo está directamente asociado con aquella serie de iniciales de nombres propios inscritas como índices y como clave en los márgenes superiores de muchas páginas del libro, puesto que en él se despliega esa serie y se contiene su explicación. A más de reiterar ad nauseam el tema del “nombre propio” y del “prestado nombre”7 por la vía de la insistencia en 5. Cf. Roland Barthes, “L’ancienne rhétorique”, en Communications, 16, París, 1970, p. 220; Emile Benveniste, Problemas de lingüística general, Siglo XXI, México, 1971, pp. 75-87. 6. Cf. p. 307. Léase, además: 113 n.: “... el subrayar es un quemar o, es lo mismo, un escribir la madre ... “. 7. Es permanente la insistencia de P. Marchant sobre el problema del nombre y del nombre propio, al que se alude a través de textos de Borges, pero se menciona y refiere a la vez en conexión con Derrida, Lévinas, Heidegger, así como con la obra psicoanalítica de Abraham y con la propia poesía de G. Mistral. Por desgracia esta cuestión no recibe un tratamiento explícito y temático en el libro que comentamos: el propio Marchant reconoce la falta de elaboración de esta cuestión en su texto: “Alegría de no haber tenido tiempo –linda excusa– para leer, releer, los textos de estos últimos años de Derrida, todos ellos sobre el nombre; alegría de no haber tenido tiempo para trabajar a 17 Miguel Vicuña Navarro las iniciales M.M. (que corresponden al nombre de la madre de P. Marchant, a María Magdalena y a una serie de nombres de personas ligadas afectivamente a P. Marchant, y significan a la vez “mi madre” y “muerte de la madre”) y en la inicial Cl. (que corresponde a una serie de otros “prestados nombres”) –todos nombres sustitutivos del nombre propio, principalmente el de Patricio Marchant y “su” inconsciente–, este discurso segundo se presenta a sí mismo como una explicitación de las condiciones de la “propia” escritura (la de P.M.), explicitación que se cumpliría a través de la exposición de “su” inconsciente. Leamos algunos textos significativos al respecto: “... a mi inconsciente le faltaba confesar, esto es, conocer o reconocer su nombre, su verdadero nombre, su nombre propio; tratar de convencerme de que M.M. era el nombre verdadero, propio, de mi inconsciente (p. 39). (...) La necesidad de mi escritura, mis reiteraciones, mis elipsis; imposibilidad de escribir de otra manera; escribiendo de otra manera, otra cosa sería lo que diría y no podría dejar oír, como lo no dicho, lo que quiero que se oiga y no podría, creo, o lo espero, dejar oír, eso, que no sé qué es, lo que no quiero que se oiga (p. 47). ( ... ) Si varios días perdido entre tumbas, equivocándome entre la tumba de Marta M. y la tumba, vacío de tumba, de Claudia M., sin embargo ahora, Viernes, Sábado y Domingo de Mayo de 1983 puedo, extrema desolación, certeza, vomitar mi nombre un instante, el instante necesario para firmar lo que he escrito; mi firma, mi nombre, esa ilusión, esa comedia: mi pequeño, mi propio Requiem (p. 240). (...) ... se puede contar las veces que la palabra “nombre” como el problema del nombre se lee en el texto ... (p. 274). (...) M.M. y Cl. que, cruzándose dejan aparecer, producen, naturalmente –es decir, así está construido, como iniciales, “mi” inconsciente– dos iniciales de dos nombres absolutamente decisivos: C.M. y M.C., la inicial del nombre de mi hija y del nombre “civil” (...) de mi madre (p. 307). (...) Y necesidad de escribir de este Heidegger como lo que Heidegger es, problema, cuestión, del nombre propio; adorada falta de tiempo que me impidió retomar un trabajo sobre los nombres en Lévinas; alegría, en una palabra, de afirmar esta necesidad: mi necesaria irresponsabilidad...” (p. 266 ). 18 ¿Una autobiografía fantástica? modo: que en lo escrito, ni aquí ni allá, sin embargo, como en un algún lugar de ninguna parte, en un lugar diferente para cada inconsciente que lea, lo escrito quede atravesado por un cierto desarmante, anárquico hueco o murmullo: la torturante ausencia; que el inconsciente del que lea pueda escuchar sus “propias”, “verdaderas”, ausencias en la escritura de las “propias”, “verdaderas”, ausencias del que escribe (p. 309).” Resulta evidente –lo dicen sus textos– que este discurso segundo responde al propósito de dar un espacio al inconsciente del escritor y del lector; pero no menos evidente es el hecho de que dicho inconsciente no es únicamente tema de nominación sustitutiva e invocación encantatoria, sino objeto de un remedo por el discurso, objeto de un simulacro de inconsciente, de tal suerte que ese discurso segundo produce el efecto de verosimilitud señalado más arriba. En cuanto a la serie de índices inscritos en los márgenes superiores de las páginas, aquella serie de iniciales de nombres propios que se presenta como una inscripción en clave que prolonga y resume al mencionado discurso segundo, cabe asimismo preguntarse por el sentido de su operación. Tal como lo explicita dicho discurso, se trata de una clave “inconsciente” de la “propia” escritura (de P. Marchant), es decir, una vez más, de la producción por vía connotativa de un efecto de “inconsciente”. Pero, como sugieren algunos textos del libro8, se trata a la vez de una clave en el sentido musical de la palabra: clave en el sentido en que se habla de “clave de do” o “clave de fa”. Es decir, clave “inconsciente” que se asocia con registros, claves y tonalidades musicales (por ejemplo, mi bemol mayor). Creo que asociando estos caracteres de la escritura de ÁRBOLES Y MADRES que hemos intentado destacar –su referencia o guiño a aquella autobiografía fantástica que son las Consideraciones del Gato Murr de Hoffmann; su violencia contra la retórica de los géneros que lo convierte en un anti-libro; su recurso a procedimientos retórico-inscriptivos que producen un efecto de 8. Cf. la referencia al “amor de la música” en la pág. 41; p. 307, nota; la relación entre música, autobiografía y sujeto en el ensayo “L’echo du sujet” (Le sujet et la philosophie, Aubier-Flammarion, París, 1979) de Philippe Lacoue-Labarthe, p. 308 n. 19 Miguel Vicuña Navarro verosimilitud semejante al de las obras de ficción narrativa; su referencia a la música y a claves musicales –con algunos otros de sus rasgos más notorios– su proposición y ejecución de un discurso psico-crítico basado en las teorías psicoanalíticas de Hermann y Abraham y referido a la poesía chilena y a Gabriela Mistral; su constante referencia al problema filosófico del nombre propio en Heidegger, Lévinas, Derrida y el psicoanálisis– podemos encontrar una vía para aproximarnos al estatuto literario de esta obra. Una primera hipótesis, por lo demás perfectamente falsable y, en esta misma medida, aceptable como tal, puede elaborarse al operar un ensamblaje de estos diversos elementos así enumerados. Atendiendo a los procedimientos retóricos que examinamos más arriba, a la alusión a la autobiografía hoffmanniana y a la autobiografía en general, así como al hecho de que ÁRBOLES Y MADRES está construida en buena parte sobre un registro metalingüístico y autorreferencial en el que se trata del relato de su propia gestación y producción presentado como un fragmento de la biografía de su autor, no me parece de ninguna manera descabellado el asumir que ÁRBOLES Y MADRES constituye una novela autobiográfica. Por cierto que no es ésta una novela como las otras, ya que no hay en ella ni mímesis de espacios de acción, ni héroes o personajes tradicionales, ni una acción novelesca con trama, historia, desenlace. Los únicos personajes de esta novela sui generis son el escritor, su inconsciente y su libro; no hay en ella otro espacio que el de su propia escritura; y en cuanto a la acción dramática, ésta se reduce, por una parte, al proceso de generación del libro mismo y, por otra, a la serie de nominaciones sustitutivas del inconsciente que oscilan entre el nombre de la madre, el de la hermana, el de la hija y el hijo, el de María Magdalena, Cristo y la Virgen María y varios otros “prestados nombres”, para culminar de forma melodramática en la firma del autor, en el prestado nombre “propio” de Patricio Marchant, es decir, inscrito en clave “inconsciente”, P.M., esto es, padre muerto (p. 282). Por lo demás, si su radical diferencia con respecto a cualquier novela tradicional sugiere su asociación con operaciones de escritura como las obras de un Michel Butor o un Claude Simon, es decir, con la nueva novela9, su propio gesto rupturista, su rechazo de 9. Causa extrañeza comprobar que una obra aparentemente tan atenta a la “nueva poesía chilena” como ÁRBOLES Y MADRES (ténganse presentes, por 20 ¿Una autobiografía fantástica? todo género literario y su inscripción en anti-, obligan a entender ÁRBOLES Y MADRES como una anti-novela. Pero no es ésta tampoco una antinovela como las otras, sino una sui generis, puesto que incorpora en su diégesis un discurso psico-crítico, teorías psicoanalíticas y cuestiones filosóficas. Apurando la hipótesis, habría que decir que ÁRBOLES Y MADRES es una “antinovela autobiográfico-filosófico-psicoanalítico-psicocrítica escrita en clave ‘inconsciente’-‘musical’”. Ahora bien, ¿cómo caracterizar esta clave? Al no haber más remedio que señalarla, así no fuere más que de forma rudimentaria y casi inverificable, intentaremos hacer justicia a la polirritmia y al híbrido tempo de la obra, contentándonos con un mero enunciado provisional. La clave: M.M.-C.-P.M. El tempo (muy aproximativamente): allegro scherzando ma non tanto. No bien se ha formulado la primera hipótesis, cuando de inmediato surgen serias objeciones que tienden, ya a ampliarla, ya a modificarla, ya a refutarla. Más de algún lector puede preguntarse por el estatuto de ciertos nombres propios –¿o personas?– mencionados en la obra. Si el sistema literario de ÁRBOLES Y MADRES puede leerse como una (anti-)novela, ¿no habría acaso que entender también como personajes a todos aquellos nombres que figuran en ella? ¿Tienen algún estatuto narrativo todas aquellas M.M. y todas aquellas Cl. aludidas en el libro? ¿Son de similar rango los nombres de Cristo, María Magdalena, Juan, Judas, Gestas y los de aquellas personas aparentemente ligadas a la gestación y producción del libro y referidas en él? ¿Estas últimas encarnan personajes, nombres o son personas reales? Y cuál es el estatuto de los Borges, Nietzsche, Guzmán, Wagner, G. Mistral, Heidegger, Bataille, Mozart, Derrida, Lévinas, Mahler, Groddeck, Hermann, Abraham, Freud, etc.? ¿Habría acaso que entenderlos como meros personajes de ficción y no más bien leer en ellos nombres, firmas que señalan ejemplo, las referencias que contiene a la poesía de Raúl Zurita) no ofrezca ninguna mención del importante libro de Juan Luis Martínez, La Nueva Novela. Obra que en su título hace un guiño irónico al “nouveau roman”, bien que, en lo esencial, constituya una ex-posición de las paradojas poéticas de la literatura y el Libro, entendiendo a éste no sólo en relación con la mitología teológica del Libro, sino a la vez como Volumen en el que se configuran unos espacios “topológicos” en virtud de los cuales el Libro se exhibe en su presencia/ ausencia. 21 Miguel Vicuña Navarro determinados discursos y obras? La cuestión de fondo expresa las dudas que parecen surgir en torno a la suficiencia de la hipótesis o modelo novelesco para dar cuenta de la totalidad de la obra, del conjunto de su textualidad, puesto que bien pudiera suceder que extensos fragmentos del libro (por ejemplo, aquellos discursos expositivos continuos que se refieren a las teorías de Hermann y Abraham o a algunas obras de Groddeck o al lenguaje de Heidegger o a la poesía de Gabriela Mistral) deban quedar excluidos de dicho modelo, lo que implicaría la insuficiencia de éste. Un segundo escrúpulo, además, procede del hecho de que un pasaje del propio texto de ÁRBOLES Y MADRES rechaza expresamente todo carácter autobiográfico en su escritura. En tanto que la autobiografía persiste como escritura del sujeto que se mantiene precisamente sujeto en la clausura de los conceptos de la metafísica, ÁRBOLES Y MADRES, por el contrario, asumiría la tentativa de exceder dicha clausura y de sobrepasar lo que Heidegger llamaría la época del sujeto (p. 308). Precisamente el gesto suyo de dar un espacio al inconsciente, explicitando las escenas inconscientes radicales e inscribiendo en ellas otras escenas más particulares, estaría intentando desplegar la escena inconsciente de la “propia” escritura, es decir las condiciones de posibilidad de ésta en cuanto escenas (cf. ibíd. et pp. 37, 41). Este propósito de producir la escritura de ÁRBOLES Y MADRES estableciéndola en el espacio que diseña un sujeto de/con/struido en múltiples escenas conexas, conduce justamente a Patricio Marchant a proponer la substitución del modelo autobiográfico por el esceno-gráfico (cf. p. 308). Entonces, ¿no sería una autobiografía fantástica aquello con que tenemos que habérnoslas, sino más bien una anti-novela escénica? Creo que la cuestión se embrolla, entre otras cosas, por la insuficiente elaboración del concepto de escena, cuya referencia psicoanalítica y tratamiento por Derrida en Freud et la scène de l’écriture y en otros ensayos, así como su referencia artaudiana y conexiones con la noción heideggeriana de Geschick y de don, no acaban de esclarecerse. Resulta lamentable el hecho de que el libro de Marchant, a pesar no sólo de insistir con reiterada frecuencia en el término de escena, sino de elaborar, además, en sendos capitulos la exposición de dos escenas principales (la escena de la Crucifixión en el “Retablo de Issenheim” de Grünewald y en dos relatos del 22 ¿Una autobiografía fantástica? Informe de Brodie de Borges, escena de la Pasión de Cristo que se conecta con la teoría hermanniana de la “pérdida de la madre” y de la “unidad dual”; y la escena de la Pietà de Miguel Angel, según los estudios de Groddeck), dedique únicamente algunas escasas e insuficientes líneas a la exposición de este concepto. Se me ocurre que un buen expediente para salir del embrollo nos lo ofrece la posibilidad de rescatar del olvido a nuestro desprevenido lector, quien con la ingenuidad del mirón ocioso podría tal vez manipular el volumen de tal manera que diera de pronto con una buena entrada en el laberinto. Así, tras su lectura del escolio inscrito en la solapa anterior, decida a lo mejor examinar, por prurito de simetría, el texto inscrito en la solapa posterior del libro. Texto de apariencia banal que entrega aquella típica información biográfica sobre el autor que suelen poner algunos libros en sus contraportadas o solapas para satisfacer la característica curiosidad del público. De esta suerte nuestro desprevenido e imaginario lector se enterará de que el autor del libro ha nacido en Santiago en 1939, tiene una sólida formación filosófica obtenida en virtud de extensos estudios superiores realizados en la Universidad de Chile, Universidad de Montréal (Canadá) y Escuela Normal Superior de París, y se desempeña como profesor e investigador en la Universidad de Chile. Satisfecha su curiosidad, creerá saber que tiene en sus manos un libro universitario y, hojeándolo, sentirá confirmadas sus expectativas al comprobar el sinnúmero de eruditas notas a pie de página, sin las cuales todo libro universitario perdería su razón y su ser. Tal vez logre avanzar en la lectura de la obra y se instruya en las novedosas doctrinas de unos autores muy poco populares en Chile que se llaman Hermann, Abraham, Groddeck, Ferenczi. Entonces no abrigará ya la menor duda de que lo que se ofrece a su mirada es uno más de esos sesudos tractatus universitarios, lo que le hará temer por su excesivo precio. Quizá su lectura primera le haya provocado algunas confusiones que atribuirá a su ignorancia, a lo novedoso de aquellas teorías y al estilo “profundo” de su autor. No poco acongojado, tal vez busque materno asidero en esa bendita guía que ofrece todo Índice. Pero allí no hallará sino muy poca luz. Comprobará que hay unas escenas que asociará con piezas de teatro, seleccionará 23 Miguel Vicuña Navarro el enunciado poemas, verá unos árboles, leerá Judas, aprenderá la existencia de otro desconocido autor de apellido sueco (Runeberg), detectará a la famosa cantante Cecilia, contará cinco desolaciones, observará que se habla de poesía chilena y se sentirá completamente perdido. En su extrema desolación, tal vez intuya confusamente la posibilidad de la función, del índice, de la relación anafórica, y busque desesperadamente en el texto las palabras claves: “universitario”, “Universidad”, “Universidad de Chile”. Tras alguna nerviosa búsqueda, descubrirá con asombro que en varios pasajes de la obra se habla en efecto del “Discurso Universitario”, del “Discurso Filosófico Universitario”, de la “Universidad” y de la “Universidad de Chile”. En un primer momento se sentirá halagado por su descubrimiento que vendrá a corroborarlo en su primitiva impresión, mas al cabo de una rápida lectura de dichos pasajes entenderá que ha incurrido en un error, que ha cometido una errata deslizándose en un lapsus. Ahora sabrá que el volumen que manipula no es un tratado universitario como los otros: “escrito directamente contra el Discurso Universitario” (p. 111), sabrá que el libro se ofrece como un tratado disidente y perverso que intenta desarrollar un “anti-discurso-universitario”. Cabe preguntarse si este “anti-discurso-universitario” llega a impregnar la totalidad textual de la obra, explayándose no sólo a través de aquel discurso primero de carácter expositivo y continuo que constituye la mayor parte del texto, sino asimismo a través de ese discurso segundo examinado más arriba, el que juntamente con los mecanismos retórico-inscriptivos antes descritos invita a que se lea ÁRBOLES Y MADRES como una anti-novela “esceno”-gráfica. No entraré en el análisis del conjunto de dicho discurso primero, tarea que desbordaría los límites de esta ya extensa nota. Bástenos con tener en cuenta aquellos procedimientos retóricos (elipsis, anáfora, anacoluto) que tachonan el conjunto de la elocutio del libro y con referirnos a aquellos pasajes en los que se tornan expresos la alusión al “discurso universitario” y el propósito de construir, frente a éste, un contradiscurso. Retengamos, además de la declaración recién citada de la pág. 111, la formulación de la intención de “producir una escritura que sea intratable, inaguantable, para ese Discurso (universitario), para la Universidad” con el objeto de “abrir (...) la Universidad a la realidad”, es decir, a “la poesía chilena” (p. 24 ¿Una autobiografía fantástica? 261). Observemos en seguida que el ataque contra el discurso universitario se manifiesta principalmente a través de una crítica no poco virulenta de dos obras de profesores universitarios chilenos, el ensayo “Gabriela Mistral: ‘Por hambre de su carne’” (1980) de Jorge Guzmán (cf. nota 4) y el libro Manuel Kant. Estudio sobre los fundamentos de la filosofía crítica (Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1967) de Roberto Torretti10. Con respecto a la primera de ellas, hay que decir que Patricio Marchant reconoce su deuda frente a ella (cf. nota 4), así como los méritos de esta obra (“la única interpretación global, seria e importante de los poemas mistralianos”; “el texto de Guzmán obliga a pensar”, p. 75). Por lo demás, es notorio que la interpretación que Marchant propone de la poesía de G. Mistral se entrelaza con su discusión del ensayo de Guzmán, como lo demuestran los extensos comentarios críticos que dedica a dicha obra (pp. 64-76, 191 s., 222-235), y, por lo tanto, depende de ella. Por el momento nos reduciremos a destacar, más allá o más acá de la discusión textual sobre poemas de Gabriela Mistral, los motivos y argumentos que Marchant esgrime para rechazar de plano el estudio de Jorge Guzmán en tanto ensayo universitario que se mantiene prisionero de la “clausura del Discurso Universitario” (p. 75). Ellos son, en primer lugar, el hecho de que la interpretación de Guzmán no exhibe como supuestos filosóficos suyos el estudio del inconsciente y el trabajo de los nombres propios (ignorando de esta forma al inconsciente como fundamento de la poética) (p. 67), es decir, no pone en juego aquello que conformaría los supuestos filosóficos del propio Marchant. En seguida, y he aquí un reproche que viene a ser una especificación del anterior, el hecho de que en su estudio del tema del padre en la poesía 10. Dejamos de lado la crítica del libro de Armando Roa, Formas del pensar psiquiátrico (Santiago, 1971), p. 131 s., ya que ésta tiene menor entidad (se reduce a señalar una errata, por lo demás, grosera de A. Roa: emplear el término “subconsciente” en lugar de “inconsciente” al referirse a la obra de Freud). En cuanto a los otros dos profesores, resulta curioso comprobar que ambos son o han sido colegas de Patricio Marchant en el mismo Departamento de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile: Jorge Guzmán es actualmente profesor de literatura en ese centro, en tanto que Roberto Torretti fue el fundador de dicho Departamento, desempeñándose como profesor de filosofía y director del mismo hasta 1970. Tal vez pueda verse en ello un indicio de la “mala puntería” o del “corto alcance” de los disparos que efectúa P. Marchant: sus tiros no logran sobrepasar el círculo de su propia casa. 25 Miguel Vicuña Navarro mistraliana Guzmán se limite a señalar la “ausencia del padre”, sugiriendo la posibilidad de una interpretación antropológica de este fenómeno en términos de “diferencia latinoamericana” o del “ser femenino latinoamericano”, en lugar de ver en ello, siguiendo a Hermann y a Abraham, la “pérdida de la madre”, la “perdida Unidad Dual”, es decir, en lugar de entender el nombre del padre (y su ausencia) como un nombre sustitutivo para la originaria “muerte de la madre” (pp. 67-69). En definitiva, la siguiente objeción: “Ausencia, entonces, de un trabajo filosófico nietzscheano, ausencia de un trabajo sicoanalítico que le impiden leer a Guzmán en su radical profundidad lo escrito por el poeta (p. 72)”.11 Resulta, por lo menos, sorprendente que lo que se exhibe en estos reproches pueda proponerse como un elemento suficiente para caracterizar el texto de Jorge Guzmán como un “ensayo universitario” que se mantiene prisionero de la “clausura del Discurso Universitario” (loc. cit.), ya que no parece de ninguna manera convincente que la adopción de un discurso psico-crítico inspirado en las teorías psicoanalíticas de Hermann y Abraham hubiese de ser la condición necesaria de toda obra ensayística sobre poesía chilena que permaneciese libre y ajena respecto del “discurso universitario” y su “clausura”. A la segunda de las obras universitarias (el libro de R. Torretti sobre Kant) dedica ÁRBOLES Y MADRES las págs. 9098 y algunas notas a pie de página, construyendo una suerte de “interludio ilustrativo” que viene a interrumpir y complementar una serie de “consideraciones varias” sobre la filosofía de Heidegger (pp. 79-89, 99-1l1), cuyo objetivo no es otro que el 11. La cursiva es mía. Quiero señalar con ella una errata constante en la que incurre Patricio Marchant, quien permanentemente escribe “sicoanálisis, sicoanalítico, etc.”. Llama la atención que un lector tan entusiasta de Borges, como es Marchant, despache de esta forma la ortografía borgiana. Se recordará que Borges reclama que se escriba “Psalmo” en lugar de “salmo” y sostiene que la superioridad del idioma americano sobre el peninsular reside precisamente en su capacidad de pronunciar ciertas combinaciones consonánticas como la contenida en la palabra “psicoanálisis”. 26 ¿Una autobiografía fantástica? de exhibir –por contraste y para vergüenza– “la situación del Discurso Filosófico Universitario chileno”. Antes de referirme a estas “consideraciones varias” y a la caracterización del “discurso filosófico universitario chileno” que propone Marchant, conviene que examinemos la crítica que dedica al libro de Torretti, pues ello nos permitirá introducirnos en el debate planteado. No hace falta que recorramos el detalle de esta crítica, la que se reduce a citar y comentar tres pasajes del libro de Torretti (el primero se refiere al conocimiento de los autores clásicos de la filosofía que poseía Kant; el segundo expone y comenta una bibliografía kantiana; y el tercero formula algunos de los supuestos en que descansa el análisis que propone Torretti de la Crítica de la Razón Pura). Tendremos bastante, en lugar de ello, con destacar algunos momentos en los que se hacen visibles los motivos que parecen sustentar las objeciones dirigidas a descalificar la mencionada obra. Señalemos, en primer lugar, que Marchant saluda el libro de Torretti como “el producto filosófico más importante de las Universidades chilenas en este siglo” (p. 90), afirmación que parece un adecuado complemento retórico de su dictamen reprobatorio final: el libro de Torretti constituye “una obra maestra (...) de la escritura universitaria como género literario”, lo que precisamente la convierte “en una obra filosóficamente estéril” (p. 98). Dejemos de lado la discusión acerca de la probable “fecundidad” o “esterilidad” filosóficas del libro de Torretti y recordemos que esta obra, considerada por muchos como ejemplar “por su rigor, por su aparato conceptual, por su claridad expositiva” (p. 90), se ofrece expresamente, sin hacer gala con ello de ninguna retórica de la “falsa modestia”, como un manual que asume un propósito menor y modesto, a saber, el de contribuir de forma pedagógica pero rigurosa al trabajo de los estudiantes y estudiosos de habla española que se propongan conocer la filosofía moderna y, particularmente, el pensamiento de Kant (propósito que dicha obra parece haber cumplido y estar cumpliendo aún de forma reconocidamente eficaz). Atendamos, en cambio, a la función que asume la crítica del libro de Torretti en relación con el objetivo perseguido por Marchant: mostrar “la situación del Discurso Filosófico Universitario chileno” (p. 86) —que sabemos es calamitosa. La crítica del libro de Torretti pretende ser una ilustración que, tomando a una obra considerada como ejemplar, ejemplifica precisamente la “clausura” del 27 Miguel Vicuña Navarro discurso filosófico universitario chileno (aunque de hecho no lo enuncie en estos términos en las págs. 90-98, resulta evidente, por las páginas que les preceden, que no otro es el sentido de la argumentación de Marchant). Dicha “clausura” dependería del predominio de la “historia de la filosofía” en las universidades chilenas en la década de 1960, predominio que sería una mera reproducción tardía de la dominación del neokantismo en las universidades alemanas hacia la década de 1920. Ahora bien, el libro de Torretti vendría a ser algo así como la “máxima expresión” de dicho predominio: el hecho de que adopte como marco de su escritura la disciplina de la “historia de la filosofía” pondría justamente de relieve el neokantismo infuso en él; esta obra, por consiguiente, expresaría la “clausura” neokantiana, origen, al parecer, de la “clausura” del discurso filosófico universitario chileno. Sucede, sin embargo, que el libro de Torretti, por ejemplar que pudiere parecer, constituye una excepción casi absoluta en el medio filosófico universitario chileno, un islote que, por contraste, no viene a confirmar otra regla que la de las inmensas carencias que han aquejado y aquejan a los estudios filosóficos en Chile. Aun si se concediera que el libro de Torretti obedece a una inspiración neokantiana, suposición que habría que matizar y diseñar de forma mucho más articulada de como lo hace Marchant, mal podría dicha obra, dado su carácter único y excepcional, expresar el predominio de una “historia de la filosofía” de raíz neokantiana en las universidades chilenas hacia los años 60; por el contrario, respecto de esta tendencia en Chile, la aparición del libro de Torretti no estaría demostrando nada, sino a lo sumo el brillo de su ausencia. Con ello pierde gran parte de su asidero aquella tesis de Marchant que relaciona la “clausura” del discurso filosófico universitario chileno con el neokantismo: de este modo, el calamitoso estado de las cosas filosóficas y teóricas en Chile poco y nada tendría que ver con la mencionada escuela, sino más bien con otras circunstancias que sería oportuno ponerse a investigar con ojo más certero. Merece la pena retener, en segundo lugar, un aspecto de la argumentación de Marchant que, por lo menos, resulta incongruente con la tendencia teórica más visible de su libro (su afirmación de la escritura, su proposición de una de/con/ strucción del sujeto, su recurso al concepto derridiano de escena). Me refiero al hecho de que por tres veces se sirva Marchant del 28 ¿Una autobiografía fantástica? concepto historiográfico de “generación” para situar la figura y la obra de Torretti. Recurso insólito, ya que dicho concepto pareciera deber quedar excluido del léxico de ÁRBOLES Y MADRES: por lo demás, Marchant arremete de hecho al menos en dos oportunidades contra dicho “pseudo-concepto de generación” (pp. 309 n., 316). Tres son las ocurrencias de este término en los pasajes en cuestión. En la primera de ellas se señala que Torretti perteneció a aquella generación que inició en Chile la práctica de estudiar a los grandes filósofos en sus textos originales (p. 92). Propósito laudable, pero carente del único fundamento que podía darle solidez: una comprensión de lo que significa la lectura, de las conexiones históricas, de lo que constituye un texto. En efecto, y he aquí la segunda ocurrencia del término, dicha generación se habría caracterizado por desconocer a Nietzsche, leer mal a Heidegger, ignorar el modo de operar de un texto, de una escritura, y adoptar en forma indiscriminada un método de lectura a-histórico y a-crítico que fue el que inculcara en sus representantes el profesor ítalo-alemán Ernesto Grassi (p. 93 y nota). La tercera ocurrencia se contiene en el siguiente pasaje: “... Torretti no fue capaz de tomar el papel para el cual él —y sólo él en su generación— parecía designado: inaugurar, o reinaugurar, después de Andrés Bello, los estudios filosóficos en Chile” (p. 98, yo subrayo). Pues bien. Aunque resulta obvio que el libro de Torretti dedica cerca de 600 páginas a estudiar la filosofía de Kant en sus textos originales, circunstancia que haría plausible el reconocer en dicha obra el primero de los rasgos generacionales que Marchant destaca, me parece enteramente injustificado achacarle los otros “pecados “ que, según Marchant, serían propios de su “generación”. No sólo es falaz, sino del todo impertinente, la sugerencia de que el libro de Torretti revela un desconocimiento de Nietzsche, una mala lectura de Heidegger, una ignorancia del operar de un texto, etc . Y, por cierto, resulta ridículo imaginar que la lectura que Torretti propone de la Crítica de la Razón Pura tuviese siquiera remotamente algo que ver con el método pedagógico empleado por el profesor Grassi durante el tiempo en que enseñó en la 29 Miguel Vicuña Navarro Universidad de Chile. La noción de generación, que Marchant no define ni especifica en el caso concreto del grupo de filósofos a que pertenecería Torretti, opera aquí como un fantasma untuoso que impregna de todos sus fantásticos humores a toda persona que pudiere, aun imaginariamente, rozarle. En cuanto al texto citado, creo oportuno poner en duda que Andrés Bello haya jamás inaugurado los estudios filosóficos en Chile12. A Roberto Torretti, en cambio, se debe la fundación del Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile, centro que en su época menos desdorada dio impulso no sólo a los estudios filosóficos, sino a los de otras disciplinas humanísticas, haciendo posible, entre otras cosas, algunas de las condiciones que han permitido la existencia del propio libro de Patricio Marchant. Pero atendamos a las dos series de “consideraciones varias” que dedica Marchant a la filosofía de Heidegger para poner al desnudo la calamitosa “situación del discurso filosófico universitario chileno”. A más de preparar el terreno para la crítica del libro de Torretti al ver en las revolucionarias lecturas de los grandes filósofos que propone Heidegger no sólo un rechazo de 12. Aunque algunos fragmentos apareciesen ya en El Crepúsculo a partir de 1843, la Filosofía del entendimiento de Andrés Bello fue publicada en Santiago póstumamente en 1881 como primer tomo de la edición de las obras completas y no llegó a ser conocida realmente sino hacia finales del siglo pasado. Elogiada por Marcelino Menéndez y Pelayo en 1911 como “la obra más importante que en su género posee la literatura americana”, dicho tratado no es por sí sólo suficiente para documentar el aserto según el cual Andrés Bello habría inaugurado los estudios filosóficos en Chile. Con iguales o mejores derechos podrían pretender a ese título otras obras filosóficas no menos valiosas que la precedieron: La Venida del Mesías en Gloria y Majestad (1812, 1816), de Manuel Lacunza, o las obras de Juan Egaña El Chileno Consolado en los Presidios (1826), Tractatus de re logica metaphysica et morali (1827), Ocios filosóficos y poéticos en la Quinta de las Delicias (1829), por no mencionar a otros autores y obras anteriores o coetáneos. Si en lugar de la mencionada obra se adujera como prueba la labor que cumpliera Andrés Bello en el rectorado de la Universidad de Chile (la que se extiende desde 1843 hasta poco antes de su muerte, acaecida en 1865), habrá de tenerse en cuenta que durante dicho período la Universidad de Chile funcionó como la Superintendencia de Instrucción Pública que establecía la ley de 1837; por esta razón no impartió enseñanza superior de ninguna especie y sólo propició unos concursos destinados a fomentar la escritura de obras historiográficas relativas al nacimiento y evolución de la nueva república. Atendiendo a estos hechos se podría a lo sumo sostener con alguna legitimidad que Andrés Bello inauguró desde su rectorado en la Universidad de Chile los estudios históricos en nuestro país, pero en ningún caso que hiciera lo propio con los estudios filosóficos. 30 ¿Una autobiografía fantástica? la “historia de la filosofía” que practicaban sus contemporáneos, los neokantianos, sino la invalidación pura y simple de toda “historia de la filosofía”, la primera de ellas (pp. 79-89) se reduce a reseñar el tránsito del lenguaje de Ser y Tiempo al de los ensayos heideggerianos posteriores y a señalar sucintamente el debate entre N. Hartmann y M. Heidegger. La serie se abre con una cita completa del párrafo final del parágr. 7 de Ser y Tiempo. Conocido texto en que Heidegger se refiere a “lo tosco y ‘feo’” de la expresión empleada en el lenguaje de sus análisis y recuerda, como justificación, “lo inaudito de las formulaciones que requerían de los griegos sus filósofos”, mencionando los pasajes ontológicos del Parménides de Platón y el capítulo cuarto del libro séptimo de la Metafísica de Aristóteles. Este texto permite proponer el tema del lenguaje de Heidegger, así el de Ser y Tiempo como el de sus obras posteriores a la analítica existenciaria. Ahora bien, aquel lenguaje de Ser y Tiempo, que como él mismo declara en la Carta sobre el Humanismo continúa siendo el lenguaje de la metafísica, es el que Heidegger tuvo que abandonar tras la incapacidad del pensar para decir de forma suficiente la conversión (Kehre) de Ser y Tiempo a “Tiempo y Ser”, es decir, tras el fracaso de la composición y publicación de la anunciada tercera sección de la primera parte de Ser y Tiempo. Al abandonar el lenguaje de la metafísica y dejar de lado los neologismos, Heidegger aprende con Hölderlin, al decir de Beaufret en Les séminaires de Le Thor, el retorno a la “simpliciclad esencial de la lengua”. Por su parte, Marchant entrega nuevas precisiones: el lenguaje que Heidegger abandonó es el de la metafísica en su forma moderna y contemporánea, a saber, el lenguaje de la universidad alemana en la época de Ser y Tiempo, en la que dominaba el neokantismo. De este modo, la pugna de Heidegger con el lenguaje (de la metafísica) se vincula a su confrontación con el neokantismo y, particularmente, al debate entre Hartmann y Heidegger (debate que, a su vez, se asocia con la historia de la “extraña publicación de Ser y Tiempo”: su publicación apresurada, requerida por el ministerio berlinés para aprobar a Heidegger como sucesor de Hartmann en Marburgo). Desgraciadamente Patricio Marchant no expone suficientemente el contenido de dicho debate, limitándose a señalar las referencias a Hartmann presentes en Ser y Tiempo (primer párrafo, parágr. 13 y “continuas alusiones directas e indirectas”) y a destacar dos objeciones de Hartmann 31 Miguel Vicuña Navarro a Heidegger (la subjetivación del ser; la crítica de la noción de “sentido del ser”) que éste habría refutado anticipadamente en Ser y Tiempo. Para el lector lo único importante, al parecer, es saber que Hartmann interpretó erróneamente el pensamiento de Heidegger y que la confrontación entre ambos filósofos pudo ser válida en la década de 1920 y 1930, pero evidentemente hoy por hoy ya no lo es. Ahora bien, ¿de qué manera se relacionan estos grandes párrafos en torno al lenguaje de Heidegger y al debate Hartmann-Heidegger con el propósito expresado de exhibir la “situación del discurso filosófico universitario” en Chile? Patricio Marchant explica que habría un malentendido entre las universidades chilenas y la filosofía, el que se manifestaría en el hábito de continuar considerando como válidos una serie de discursos, análisis, errores del pasado que datan de 40 ó 50 años atrás –hábito que se reduciría a elegir un pasado de tercera categoría (p. 84 s.). Ello parece darnos a entender que dicho malentendido y mal hábito consistiría, por ejemplo, en la reproducción tardía de la mala interpretación de Heidegger por Hartmann. De hecho Marchant deplora que en nuestro país se desconozca el pensar de Heidegger, predominen erróneas interpretaciones de su obra y falte todo trabajo serio sobre su pensamiento. En sustancia, la tesis de Marchant se reduce a sostener que la incapacidad filosófica chilensis deriva del “negarse a aceptar las exigencias fundamentales del pensar”, las que, en nuestro caso, consistirían en pensar, conjuntamente con el trabajo teórico (europeo) de nuestro tiempo: “... lo que es primeramente real para nosotros: el español, nuestra lengua, y Latinoamérica; y como chilenos, pensar la poesía chilena, poesía conceptual como pocas, regalo para el pensar... (p. 86). ……………………………. Y, por cierto, triste resultado, el Discurso Filosófico existe en las Universidades chilenas sólo como rechazo de la realidad. Definamos aquí la operación de la realidad, de nuestra realidad; realidad es ahí donde fuerza, dolor, pasión y concepto se soportan y se mantienen; ahí donde el nombre de Chile, es decir, de Latinoamérica, es cuestión y el no preguntar por él, el no proponer nombres, acusación (ibíd.).” 32 ¿Una autobiografía fantástica? Pues bien, aunque fácilmente podamos sentirnos proclives a suscribir a esta visión del estado de las cosas filosóficas en Chile y en las universidades chilenas, y aunque este subitáneo interés por la poesía chilena entendida como “nuestra realidad” pueda halagarnos en cuanto poetas y en cuanto chilenos que nos aferramos a lo poco que nos va quedando de realidad, confieso que por ninguna parte logro ver la conexión entre la pugna de Heidegger con el lenguaje (de la metafísica y del neokantismo) y estas tesis sobre la realidad, la poesía y la incapacidad filosófica chilenas. Respecto a la segunda serie de “consideraciones varias” sobre la filosofía heideggeriana (pp. 99-111), me limitaré tan sólo a discutir el comentario de algunos textos de Heidegger y a señalar las proposiciones de Marchant sobre el discurso filosófico universitario y sobre la Universidad de Chile. Los textos en cuestión son, en primer lugar, dos pasajes del parágr. 12 de Ser y Tiempo, en el que se ofrece un “diseño preliminar” de la estructura fundamental del “ser-en-el-mundo” a través de una explicitación del “ser-en” como tal. Con la expresa intención de poner de relieve “una escena (…) de (... la ...) escritura” de Ser y Tiempo (p. 99), Marchant comenta dos grupos de ejemplos que emplea Heidegger para explicar el carácter existenciario y no categorial de la “ineidad” o “ser-en”. El primer grupo (“el agua ‘en’ el vaso, el vestido ‘en’ el armario”; “el banco en el aula, el aula en la Universidad, la Universidad en la ciudad, etc., hasta: el banco en el ‘espacio cósmico’”; cf. Sein und Zeit, 11a. ed., 1967, p. 54) responde precisamente al propósito de ejemplificar una relación de ser de tipo categorial, a saber, la relación espacial entre entes extensos en el espacio, para distinguirla del “seren” como existenciario, vale decir, como estructura del ser del Dasein; en efecto, mientras aquella relación espacial entre entes presentes en el espacio constituye un carácter ontológico propio de aquellos entes que no tienen la estructura del Dasein, el “ser-en” “es la expresión existenciaria formal del ser del Dasein” y, lejos de significar aquella relación categorial, tiene el sentido originario de habitar, ser, existir (“in” /en/ procede de “innan-”: habitar; “an” /en/ significa colo, habito, diligo; “bei” /en/ se vincula con “bin” /soy, habito/) (cf. ibíd.). Pues bien, de este pasaje a Marchant le interesa destacar los ejemplos para diseñar una “escena de la escritura” heideggeriana: “agua en el vaso” es mujer, madre aprisionada, retenida; “vestido en el armario” 33 Miguel Vicuña Navarro es vestido de fiesta guardado; y “el aula en la Universidad, etc.” viene a revelar el sentido de la serie de ejemplos: muy naturalmente Heidegger, “como universitario”, piensa en la universidad, pero, también “como universitario”, se guarda de la mujer (vestido de fiesta guardado en el armario) y de la madre (agua aprisionada en el vaso) (p. l00). ¿Interesante aplicación de la Traumdeutung freudiana a la interpretación de unos ejemplos aparentemente inocentes? Tal vez. El segundo grupo lo forma una enumeración de múltiples modos del “ser-en” que ponen de relieve el carácter existenciario de esta estructura (cf. Sein und Zeit, p. 56 s.); ellos son, según la versión preparada por Pablo Oyarzún para ÁRBOLES Y MADRES, “tener-que-hacer con algo, producir algo, encargar y cuidar de algo, gastar algo, dispensar y dejar ir a pérdida algo, emprender, llevar adelante, explorar, inquirir, observar, discutir, determinar...” (p. l00). Marchant cree descubrir que “tres series se constituyen rigurosamente en estos ejemplos”, las que se escaparían a Heidegger como auténticos lapsus que vendrían a revelar la “escena de su escritura”. Estas tres series serían la producción y cuidado de un hijo, la fiesta y el gasto, y el trabajo teórico, lo que diseñaría un movimiento que va de la primera, pasando por la tentación de la fiesta, a una limitación del deseo que se reprime o sublima como trabajo teórico universitario. Me parece, no obstante, que ese movimiento que quiere diseñar Marchant no puede sustentarse en el texto citado. Aunque resulta aceptable leer en los verbos que conformarían la tercera serie (“emprender, llevar adelante, etc.”) el “trabajo de la teoría”, ninguno de ellos tiene un sentido preferente o exclusivamente teórico. Menos convincente resulta leer la segunda serie (“gastar /verwenden: emplear, servirse de/ algo, dispensar /aufgeben: abandonar, dar de lado, renunciar a/ y dejar ir a pérdida algo”) como “cuestión de fiesta y de pérdida”, pero ¡sea y aceptémoslo! En cambio, de ninguna manera puede recibirse la lectura de la primera serie (“tener-que-hacer con algo, producir/herstellen: fabricar, elaborar/, encargar y cuidar de algo”) como “producción y cuidado de un hijo”: no sólo la continua repetición de la palabra etwas (“algo’’) señala que estos modos del “ser-en” proyectan referencia a entes que no tienen el carácter del Dasein (y por lo tanto, no pueden ser “hijo”), sino que basta leer la inmediata continuación del texto citado y comentado por Marchant (v .gr.: “Estos modos del ser-en tienen el tipo de ser 34 ¿Una autobiografía fantástica? del Besorgen, el que se ha de caracterizar aún detenidamente”, Sein und Zeit, p. 57) para advertir exactamente lo mismo. En efecto, todo lector de Ser y Tiempo sabe que Besorgen (“curarse de”, traduce José Gaos), en cuanto carácter existenciario del ser-en, pertenece a la proyección de la mundanidad y permite la ocurrencia en ésta de entes zuhanden (disponibles/a mano) y vorhanden (presentes/ante la mano), es decir, entes que no tienen el carácter de ser del Dasein (y no pueden, por consiguiente, ser “hijo”). Precisamente por esta razón reserva Heidegger el término Fürsorge (“procurar por”, traduce Gaos), que se distingue netamente de Besorgen, para señalar aquel carácter existenciario del ser-en en que se proyecta la ocurrencia en el mundo de aquellos entes que tienen el carácter del Dasein (cf. Sein und Zeit, parágrafo 26). La “producción y cuidado de un hijo” no puede leerse, pues, en aquellos ejemplos del Besorgen, sino que habría que buscarla en otros que pertenezcan a la Fürsorge. Otro texto que Marchant cita in extenso (p. 105 s.) es un pasaje de Was heisst Denken?, en el que Heidegger presenta a Sócrates como “el más puro pensador de occidente”, distinguiéndolo de los grandes pensadores que le sucedieron, los que señalan el ingreso del pensar en la literatura. La pureza del pensar, según Heidegger, se cumple en la atracción hacia lo que, ocultándose, interpela al pensar, es decir, en “el tracto hacia lo que se-retrae”. Pues bien, Sócrates no hizo sino “instalarse en el tornado de ese tracto, y mantenerse allí. (...) Por eso no ha escrito él nada. Pues quien empiece a escribir desde el pensar, tiene indeclinablemente que igualarse a los hombres que, ante un tornado demasiado fuerte, fúganse al amparo del viento” (cito la versión de P. Oyarzún para ÁRBOLES Y MADRES). Del comentario que dedica a este texto, en el que se refiere al tema heideggeriano de la presencia y de la Entfernung citando algunos textos de Derrida, así como a la relación entre “voz” y “escritura” que trabaja Derrida en De la grammatologie, La voix et le phénomène, etc., retendré tan sólo, por su gran interés, el enunciado que propone Marchant acerca del diálogo de Gabriela Mistral con Heidegger. Inmediatamente a continuación del referido texto de Heidegger, cita Marchant dos versos del poema “La Bailarina” de Lagar: 35 Miguel Vicuña Navarro Sacudida como un árbol y en el centro de la tornada, vuelta testimonio Acto seguido irrumpen (p. 106) sendos textos inscritos en columnas: el primero se refiere a aquellos “que dicen ocuparse de la Mistral” (yo subrayo: cf. nota 3), pero ignoran el “diálogo del poeta con Freud y con Heidegger”; el segundo señala algo que parecería desprenderse ostensiblemente de los versos citados: el corresponder, la respuesta efectiva del poeta (G. Mistral) a Heidegger : “su saber del ‘origen’ de la escritura, del árbol de la escritura o de la escritura como árbol” ; ello estaría haciendo patente que Gabriela Mistral sostuvo “el más alto diálogo” con el psicoanálisis y con Heidegger. En lo que respecta a Heidegger, la proposición me resulta, desde luego, inmensamente atrayente, aunque en ningún caso me parece que esos dos versos constituyan un documento bastante para exhibir ese “diálogo”. La mera coincidencia verbal de la versión de Pablo Oyarzún (“el tornado de ese tracto”) con los versos 20 y 21 de “La Bailarina” (“… en el centro / de la tornada, vuelta testimonio”) hace plausible que se relacione al Sócrates de Heidegger (instalado en el tornado del “tracto hacia lo que se-retrae”, no busca refugio en la literatura, como los otros filósofos fugitivos de “un tornado demasiado fuerte”) con aquella “loca mujer” (“la bailarina”) que presenta en su poema Gabriela Mistral, pero considero que haría falta una lectura minuciosa y completa del referido poema para mostrar no sólo que en él se hace presente el tema de la literatura y la escritura, sino que dicho tema se conecta dialógica o dialécticamente con el tema heideggeriano del pensar, la escritura y la voz. Por desgracia este enunciado sobre el diálogo entre la poesía de Gabriela Mistral y el pensamiento de Heidegger, a pesar de la magnitud de su importancia, no recibe en ÁRBOLES Y MADRES ninguna elaboración y, mínimamente formulado, aparece tan sólo en los textos que acabamos de comentar, lo que me parece deplorable. ¿Y el discurso filosófico universitario? Además de las tesis que ya hemos señalado, las proposiciones de Marchant se contienen en algunos pasajes que referiré en seguida. Desde luego, el discurso filosófico universitario se caracteriza por su silencio sobre Artaud, sobre Bataille y por su gran capacidad 36 ¿Una autobiografía fantástica? para mentir sobre Nietzsche (p. 109). Y es necesario, en todo caso, tener presente que hay una serie de transformaciones que conducen del “discurso filosófico moderno” al “discurso filosófico universitario”, el que a su vez acaba desplumándose en mero y “simple discurso universitario”. Aunque Marchant no describe ni explica el proceso de estas transformaciones, sí nos dice en qué consiste este “discurso universitario”, a saber, en todo aquello que se escribe en las universidades contemporáneas como filosofía (tesis, papers, ensayos, etc.), producción en la que se torna manifiesta la dominación de la “interpretación técnica del pensar” en las universidades contemporáneas occidentales, y también en las chilenas (cf. pp. 81 et 102). Lamentablemente el propio Patricio Marchant viene a frustrar nuestra ya imperiosa curiosidad sobre la cuestión universitaria, puesto que muy pronto nos declara: “Ahora bien, la cuestión decisiva, aquello en que tanto –o todo– se juega: el estudio, la crítica, del Discurso Filosófico Universitario no podemos, fuerzas que nos faltan, cumplirla aquí” (p. 102). ¿Y la Universidad de Chile? En mi opinión el texto más elocuente, presentado como una provocación y ciertamente halagüeño para los poetas, es el siguiente: “¿Y si acaso la autonomía de la Universidad, si acaso la posibilidad de una nueva, real, primacía de la “Universidad de Chile” –eso sí, se trataría de una primacía distinta de aquélla, ya pasada– significara esto, esencialmente esto: defensa, cuidado, de la poesía chilena, porque “poesía chilena” como el nombre de ese modo propio del pueblo de Chile de pensarse a sí mismo, el modo, la marca, su inscripción en la historia, su habitar?” (p. 111). Entre tanto nuestro desprevenido lector no sólo ha leído ya en la portadilla aquella inscripción (“–poesía chilena”) que, pese a su marginalidad y mínima apariencia, viene a proporcionarle certera luz adicional sobre el contenido del libro. Además, ha descubierto en la dedicatoria a Jacques Derrida (p. 43) una declaración según la cual el libro que tiene en sus manos se ofrece 37 Miguel Vicuña Navarro como un “primer momento de una lectura de la poesía chilena”. Este imaginario lector, por otra parte, tiene que haber ya detectado que ÁRBOLES Y MADRES dedica no sólo las pp. 64-76, sino asimismo las pp. 135-282 (es decir, los tres capítulos de su Segunda Parte) al estudio de la poesía de Gabriela Mistral, principalmente la publicada en su obra Desolación (1922/1923/1926). Persuadido de que el volumen que manipulan sus dedos es una obra de crítica literaria y poética, es muy probable que lo pillemos adentrándose en la lectura de la mencionada Segunda Parte. Pero nosotros, por desgracia, enredados como hemos quedado en las anáforas y en los índices, en las erratas y en los lapsus y en las solapas del libro, no podremos seguirlo en su propósito. Antes de despedirnos y desearle solaz en su lectura, seremos buenos de recordarle que aquélla es “la parte de María”, es decir, “‘la mejor parte” del libro, y no sólo por su cercanía de Cristo. No hay allí, en efecto, la profesoril lectura académica que interpreta de forma tradicional y filológica un cierto número de textos de un autor, sino la puesta en juego de unos presupuestos estéticos que derivan directamente de la obra psicoanalítica de I. Hermann y de N. Abraham. Dichos presupuestos son, en primer lugar, las concepciones hermannianas acerca de la “unidad dual” (es decir, la perfecta unidad complementaria de madre e hijo), a la que sucede el traumatismo de la separación de la madre (desaparición o muerte del término maternal de dicha unidad dual), así como aquéllas relativas al “instinto filial”, instinto de “agarrarse a”, fundamental instinto del hombre que gobierna a todos los demás y cuyo término u objeto es siempre una “madre”, un sustituto de la “madre perdida”, ya que dicho instinto fundamental expresa la necesidad de buscar realizaciones simbólicas de la perdida unidad dual. En el traumatismo arcaico de la pérdida de la unidad dual, Hermann supone la situación arcaica de la muerte violenta de la madre primitiva (similar a la hipótesis freudiana de la muerte del padre en la horda originaria). Asimismo, la hipótesis hermanniana reconoce en los árboles a los primeros sustitutos arcaicos de la madre perdida, de suerte que el objeto primario del instinto de “agarrarse a” es siempre un árbol/madre. Al traumatismo arcaico de la muerte de la madre y de la pérdida de la unidad dual, sucede en los umbrales de la hominización el traumatismo de la separación del árbol-madre, es decir, el fin traumático de la vida arborícola, 38 ¿Una autobiografía fantástica? que implica no sólo la pérdida de la selva, la imposibilidad de “agarrarse a” los árboles, sino que refleja asimismo la pérdida de la madre, la muerte de la madre arcaica. Por otra parte, la lectura que propone Marchant, reconoce como supuestos suyos, en segundo lugar, la teoría de Nicolas Abraham acerca del lenguaje del psicoanálisis como lenguaje anasémico, es decir, la noción de que los conceptos fundamentales del psicoanálisis no son metáforas ni metonimias, sino anasemias, esto es, términos que intentan, en virtud del conocimiento de la operación simbólica, remontar a la fuente del sentido, al origen de donde emana el lenguaje y que lo hace posible. Teoría que convierte al psicoanálisis en condición de posibilidad de toda ciencia y, a la vez, en una poética y una estética. No sólo Abraham se propone entender a todos sus pacientes como poetas, y como poemas su decir y callar en el diván, sino que de esta suerte el psicoanálisis mismo se vuelve una poética de la autocreación. De esta forma diséñase una estética psicoanalítica que, al extender en el diván analítico a la obra de arte, concibe que ésta comporta siempre una doble faz consciente/inconsciente, manifiesta/latente, y constituye una solución ejemplar de conflictos ejemplares, en la que se vuelve simbólicamente patente la dialéctica universal de la simbolización. (Cf. pp. 26-30, 34-35, 113-117). No podremos recorrer en detalle la lectura marchantiana de la poesía de Gabriela Mistral, pero conviene que diseñemos someramente el camino que ella sigue. En el primer capítulo (“Árboles’’) de la Segunda Parte se ofrece una lectura de cuatro poemas de Desolación (“El Dios Triste”, “La Cruz de Bistolfi”, “Árbol Muerto”, “Tres Árboles’’) que, asumiendo la distinción abrahamiana entre contenido latente y manifiesto de los poemas, la expresa a través de un doble comentario estrofa por estrofa que da cuenta de sus dos faces, consciente e inconsciente, mediante sendos discursos acerca de la “representación” (contenido manifiesto) y del “temblor” (contenido latente) del poema –distinción, no obstante, que ya a partir del tercer poema se abandona, confundiéndose ambas faces en un solo discurso. Merece la pena destacar que la lectura de estos cuatro poemas exhibe una clara dirección. El Dios Triste es una presencia que oculta otra presencia, a saber, la del inconsciente como Dios; el poema sugeriría, a la vez, en contraste con la tristeza del Dios– Padre (varón), la posibilidad de que el inconsciente fuese, como 39 Miguel Vicuña Navarro fuerza primaria, mujer y madre. Además, la Cruz no sólo es lo mismo que Cristo, sino que significa el inconsciente (1a. estrofa de “La Cruz de Bistolfi’’); la 4a. estrofa señala que la Cruz es madre y, por lo tanto, que Cristo es madre. En el tercer poema el árbol se identifica con Cristo; en definitiva, el árbol muerto no es otra cosa sino Cristo, la madre y el inconsciente; más aún, Cristo es la madre suprema, la madre-muerta que vive de su muerte. Por último, en “Tres Árboles”, el árbol herido en “su costado abierto” y, por asociación, los tres árboles caídos, vuelven a identificarse con Cristo, a la vez que se diseña la escena del Gólgota: los tres árboles son Cristo, Dimas y Gestas. Se echa de ver, pues, que estos cuatro poemas quedan reducidos a un solo contenido central: el inconsciente / la madre (muerta). Del segundo capítulo (“El Sendero”) –harto más extenso que el anterior– a más del comentario en forma de glosas referido a cuatro poemas y algunos textos en prosa de Desolación, y particularmente al poema “Éxtasis”, cabe destacar la lectura de los poemas “El Suplicio”, “Gotas de Hiel “ (de Desolación) y “Una Palabra” (de Lagar), que también quedan reducidos a un solo contenido (a saber, la muerte de la madre), así como el comentario de “Los Sonetos de la Muerte” (incluidas algunas versiones inéditas recogidas por R.E. Scarpa). En este caso la interpretación también es fuertemente reductiva: el “amado muerto” no es sino el “padre que abandonó”, el padre muerto; pero a la vez éste se convierte en hijo: el poeta (G. Mistral / la hablante) es madre que puede saber a través del hijo la verdad del padre (su muerte); entonces, la madre es madre-muerte del padre; y el padre no es sino un nombre sustitutivo de la madre que falta, es decir, de la muerte de la madre. Creo que, a pesar del interés que ofrece la lectura de la poesía de Gabriela Mistral que propone Marchant (en especial su proposición de conectar la teoría hermanniana con el obsesivo tema –en el sentido bachelardiano del término– del árbol en la poesía de G. Mistral), ella se debilita decisivamente por su notorio carácter tautológico: en definitiva Marchant no descubre en los poemas mistralianos sino los propios presupuestos de su análisis: el inconsciente hermanniano, la muerte de la madre (arcaica). 40 ¿Una autobiografía fantástica? En cuanto al tercer capítulo (“Desolación”) de la Segunda Parte, dividido a su vez en cinco desolaciones, hay que decir que contiene una serie de citas y glosas de poemas y fragmentos de poemas de Gabriela Mistral, pero está marcado principalmente por la irrupción de aquel discurso segundo referido más arriba. En él no sólo retorna el tema del nombre, del prestado nombre y de los nombres “propios” M.M. y Cl., sino que la misma palabra “desolación” cobra una relevancia mayúscula: su infatigable repetición parece señalar la efectiva desolación del autor ante la escritura del referido capítulo (desolación de “Desolación”), pero a la vez la disolución de dicha escritura; en todo caso, esa palabra se propone en definitiva como un enunciado: “desolación” como nombre de la poesía chilena. “Bella, misteriosa; con todo, como una palabra entre otras palabras, vacilaba, sin desolación, “desolación”. Desde ahora, vive ella de otro modo: como nuestra angustia, nuestra fatiga, nuestra historia, nombre de una experiencia fundamental, nombre de la poesía de un país –país sin esa poesía, país sin nombre–, ‘desolación’ ” (p. 248). Progresivamente ocupado por ese discurso segundo, el capítulo tercero tal vez permita incorporar esta lectura de la poesía de G. Mistral en el modelo antes expuesto de la anti-novela escenográfica. En efecto, el final de dicho capítulo es idéntico al patético finale de aquella (anti-)novela que columbrábamos: “Pura alegría, entonces, al escribir, escribo escuchando “e non voglio più servir”, escribir como fin de un texto en M.M., su última palabra, su último nombre, su último funeral: el nombre del amado muerto como padre muerto de mi lectura de Los Sonetos de la Muerte. Padre Muerto, es decir, P.M., Patricio Marchant” (p. 282). 41 LA CITA ACADÉMICA Y SUS OTROS Nelly Richard Los saberes, tácitamente entrelazados con los poderes mediante ramificados cruces de significación, son regulados por una política de los espacios que traza las fronteras de reconocimiento y valoración sociales del conocimiento. La máquina universitaria es la que marca el límite que distin­gue los saberes legítimos (autorizados) de los saberes ilegítimos. Es ella la que protege el área reservada de los saberes certificados contra el peligroso desorden de las hablas no-registradas que transitan en las afueras del recinto universitario sin la garantía de un domicilio conocido. Durante los años de la dictadura, fue tajante la división –agenciada por severos mecanismos de segregación territorial– entre los saberes autorizados y los saberes desautorizados. La rearticulación del proyecto universitario en el Chile de la postdictadura no sólo plantea desafíos organizativos –de política institucional– referidos al diseño curricular de programas de estudios que deben volverse hoy más flexibles e integradores. Supone además reelaborar críticamente las marcas de exclusión y represión que ayer separaron radi­calmente el “adentro” de los saberes regulares del “afuera” de los saberes irregulares, para formar una nueva zona de diálogos e interpelaciones que rearticule, en plural, diversas configuraciones teórico-intelectuales donde hacer “entrar en juego los saberes no legitimados…, contra la instancia teórica unitaria que pretende jerarquizarlos, ordenarlos en nombre del co­nocimiento verdadero”1. La nueva serie de los Anales 1. Michel Foucault, “Curso del 7 de enero de 1976”, Microfísica del poder, Madrid, Las Ediciones de La Piqueta, 1979, p. 129. 43 Nelly Richard de la Universidad de Chile decidió reinaugurar su publicación en septiembre de 1995 con un número especial dedicado a pensar la Universidad de la Transición, su rol y significado como productora de saber2. Diversos autores fueron invitados a reflexionar sobre los cambios que afectan las definiciones tradicionales de la Universidad “cuando ya no hay un centro de casi nada, cuando el estado tiende a volatilizarse, cuando la información se escurre libremente por redes electrónicas, y cuando lo fáctico diluye el proyecto o el diseño social”3. Los Anales de la Universidad de Chile nos invitaron a repensar, en medio de tales cambios, “el lugar que ocupa la Universidad en los nuevos escenarios de generación y difusión del conocimiento”, y “la organización de áreas que no caben en ninguna de las Facultades tradicionales o qué sentido tienen las disciplinas humanistas”4. Al preguntarse por “la organización de áreas que no caben en ninguna de las Facultades tradicionales”, la convocatoria de los Anales de la Universidad de Chile parecía abrirse a una reflexión crítica sobre las relaciones entre el “adentro” y el “afuera” de los trazados disciplinarios; entre, por una parte, el control académico del saber universitario y, por otra, la extraterritorialidad de “otros” regímenes de habla susceptibles de desajustar su formato regular. Pero basta revisar la forma bajo la cual la publicación nos invitó a “todos”5 a reflexionar sobre el rol y la función del conocimiento, para darse cuenta que, “aunque con ese evento la universidad hacía hincapié en la crisis excepcional en que se encuentra; crisis que afectaría el diseño global de la universidad –en tanto universidad moderna estatal–; crisis que la obligaría a plantearse una serie de interrogantes sobre su sentido, su necesi2. La publicación de los Anales de la Universidad de Chile –Sexta Serie, Nº 1, Sep­ tiembre de 1995– fue preparada por un Comité Editor integrado por Francisco Brugnoli, Braulio Fernández, Fernando Lolas, Jorge Martínez y Darío Oses. Ese primer número incluía textos de: Fernando Lolas, Iñigo Díaz, Humberto Giannini, Nelly Richard, Darío Oses, Ennio Vivaldi, José Ricardo Morales, Jaime Lavados, Pablo Oyarzún, José Joaquin Brunner y Héctor Croxatto. 3. “La condición de la universidad: pensamiento y crítica”, Introducción a la sección “Estudios”, Anales de la Universidad de Chile, op. cit., p. 35. 4. Ibíd. 5. La convocatoria decía querer “cubrir la máxima heterogeneidad (de autores), incluida la generacional, y también la de invitar a académicos o personalidades culturales ajenas a la Universidad de Chile”. Ibíd., p. 36. 44 La cita académica y sus otros dad y relevancia his­tóricas; sobre las pertinencias de su estilo, su diseño disciplinar y genérico, su orgánica, y los fueros contemporáneos de su tradición; parecía al mismo tiempo querer neutralizar dicha excepcionalidad convocándonos, enfáticamente, bajo su norma, su normalidad”6. En efecto, la convocatoria a escribir sobre el tema de la universidad iba acompañada de un documento llamado “sistema de normas editoriales” que les pedía a los autores ceñirse a una rígida normativa de presentación (títulos, resúmenes, notas, bibliografías, etc.) destinada a uniformar la suma de los textos de los autores invitados bajo una misma convención escrita. La publicación de los Anales llamaba a reflexionar sobre la universidad desde la crisis de su tradición, pero sin abandonar las convenciones de discurso del modelo universitario tradicional simbolizadas, en este caso, por el rigor de su normativa editorial. Es decir, la universidad se mostraba dispuesta a revisar críticamente los “contenidos” de su modelo pero no su “forma”: su diseño de habla y composición del saber, el significante escrito de su discurso académico-institucional. Sin embargo, debatir los modos enunciativos de puesta en forma del conocimiento (sus técnicas de discurso, sus reglas de exposición, sus modos de presentación) tiene vital importancia a la hora de querer movilizar nuevas prácticas teóricas capaces de sacudir la rutina institucional de los saberes normalizados con sus rebeldías de escritura. Es gracias a este debate de formas y estilos que nos atreveremos a pedirle a la universidad que nos dé “todas las expresiones y todos los lenguajes que necesitamos para pensar contra las realidades que no nos convencen”7. Quisiera aquí ejemplificar ciertos conflictos entre, por una parte, “los saberes locales, discontinuos, descalificados, no legitimados” y, por otra, “la instancia teórica unitaria” que hegemoniza el valor del conocimiento fijado por el discurso oficial de la universidad, a través de una particular referencia a ciertos modos sublocales de hacer teoría que siguen todavía intraspasables al lenguaje normado de la academia chilena: modos crítico-reflexivos que no demuestran sino que interrogan, 6. Willy Thayer, La crisis no moderna de la universidad moderna (Epílogo del conflicto de las facultades), Santiago de Chile, Cuarto Propio, 1996, p. 187. (El destacado es mío). 7. Federico Galende, Prólogo a Crisis de los saberes y espacio universitario en el debate contemporáneo, Santiago de Chile, Universidad ARCIS/Lom ediciones, 1995, p. 11. 45 Nelly Richard manteniéndose tensos y desajustados en relación a los criterios de legalidad discursiva del pensamiento académico. Inadecuaciones: el cuerpo, la fotocopia Recuerdo con particular énfasis uno de los muchos eventos convocados para hacer del pensar un ejercicio de resistencia crítica en el convulsionado paisaje de la dictadura: un evento convocado por el Instituto Arcis (1986) que tuvo, entre otras particularidades, la de ser casi la única instancia, durante el largo período dictatorial, en la que se debatió –aunque con casi insoste­nible vehemencia– el tema del exilio. Traigo a escena el recuerdo de dicho evento con motivo de esta reflexión sobre las relaciones entre, por un lado, el saber universitario, y, por otro, el entorno cultural de las prácticas críticas que nacieron totalmente cortadas de la jerarquía académica, sabiendo que, al hacerlo, manifiesto una cierta incompatibilidad de voz con el tono editorial solicitado por convocatorias como la de la Universidad de Chile. Primero, al decir que “recuerdo” dicho evento de 1986, introduzco una memoria subjetiva que traiciona, con su verbalización en primera persona, la regla objetivadora del saber académico cuya pretensión de validez y sistematicidad se apoya generalmente en la in-definición de la persona. Es la in-definición de la persona la que garantiza la abstracción del metadiscurso filosófico y científico encargado de trascender el precario detalle de la contingencia enunciativa del sujeto, borrando de la verbalidad el accidente de sus modos, tiempos, voces, números, personas y géneros. Hablando de género y de accidentes: la imagen que quiero hacer presente es el recuerdo del filósofo chileno Patricio Marchant que participó en dicho seminario del Instituto Arcis, escenificando una de sus reiteradas críticas al “discurso universitario” desde el temblor emotivo, el pánico corporal, la gestualización de la falla, que acompañaban generalmente sus lecturas públicas. Una crítica involuntariamente trabajada por todo lo que niega la maestría del saber filosófico: el cuerpo mismo y sus vicisitudes, sus trabas, que burlan la ilusión superior del Yo trascendente de la filosofía con el inconfesable síntoma de la materialidad física de una carne delatora y trai­cionera. P. Marchant exponía un cuerpo sobrante (un cuerpo de más) que contaminaba la lectura filosófica, llamando intempestivamente 46 La cita académica y sus otros la atención sobre el primer plano del “yo” de la enunciación que el texto magisterial busca mantener bajo reserva. Mientras leía, P. Marchant rodeaba su texto de señales temblorosas, y por temblorosas, obscenas, porque femeninas, siendo que todo el ritual de la autoridad académica le exige a su sujeto sostener un discurso firme y seguro (viril) acerca de la verdad primera y última del sentido. Lo “impresentable” de la presentación de P. Marchant era lo que él mismo llamó el cuerpo, es decir, lo que el modelo académico del saber filosó­fico oculta por indecente, reprime por escandaloso (“Cuerpo hay ahí donde una terrible, imperiosa, inaguantable necesidad se impone, se presenta –ella–. Cuerpo es necesidad: no todo cuerpo es necesario, pero todo lo necesario es cuerpo. Cuerpo hay ahí donde un deseo, que se oculta para que se lo descubra, tiembla ser descubierto, tiembla no ser descubierto. (...) Cuerpo es pensamiento necesario. Descubrir cómo está construida, qué fuerzas están en juego, es la necesidad implacable. Respecto a ésta, la necesidad lógica, formal, aparece apenas como simple curiosidad”8). Fue la formalidad de esta necesidad lógica de un saber adecuado (funcional a la verdad-del-saber) la que censuró la escritura del cuer­po y el cuerpo de la escritura de P. Marchant, en nombre de una moral académica que también marginó su libro Sobre árboles y madres9 de los estudios universitarios de filosofía y literatura chilenas. La somatización de la falla en el cuerpo vivo de P. Marchant escenificaba el gesto, teori­ zado en su libro, de convertir el lapsus y la errata en artificios retóricos de un discurso que se quiere titubeante, vacilante: un “anti-discurso universitario”, dispuesto a ser juzgado desde el acto fallido10, desde la precarie­dad y fragilidad de sentido contenidas en el doble sentido de la palabra errar (cometer errores, vagar sin rumbo predecible). Errancias y desvíos poéticos, los del texto de Marchant, que deforman el recto y correcto ideal de 8. Patricio Marchant, “Discurso contra los ingleses”, Revista de Crítica Cultural, Nº 2, Santiago de Chile, 1991, p. 4. 9. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, Santiago de Chile, Ediciones Gato Mur, 1984. 10. Decía F. Rella que “en el tiempo de la crisis y de la transformación… las lagunas del discurso, su ‘pobreza’, el hecho de que el lenguaje del saber no lo dice todo, son la vía principal de la palabra plena de la verdad. En el error y en la falta la verdad habla”. Cf. Franco Rella, El silencio y las palabras, Buenos Aires, Paidós, 1992, p. 71. 47 Nelly Richard la demostración-de-saber apoyada, filosóficamente, en una “lógica de la erección, de la posición y la verdad”11 que se muestra incapaz de valorar el riesgo creativo de lo incierto, lo tentativo, lo inexacto: la pluralidad sinuosa de conceptos-metáforas que prefieren renunciar a la unicidad demasiado clara de las verdades finitas del “pensamiento-teorema” (Deleuze). El “dis­curso universitario” juzgó a Sobre árboles y madres como si se tratara de un libro “de-generado”12: un libro inclasificable que burla las delimitaciones de género académicamente reconocibles; un libro de perversiones que rompe, exhibicionistamente, el protocolo académico del cuerpo de menos al multiplicar, en sus páginas, las marcas del inconsciente (el ritmo maníaco de una biografía obsesiva que extrae de la escritura su pulsión deseante) para contradecir el dominio filosófico de un saber completamente dueño de su razón luminosa. Me traslado a otra intervención del mismo seminario de 1986 con­vocado por el Instituto Arcis: la del poeta Gonzalo Muñoz leyendo un texto repartido en fotocopia, un manifiesto teóricopoético que trazaba las condiciones de emergencia de la escena crítica desplegada en los alrededores del arte y de la literatura de los ’80 en Chile13. Escena de escritura –quizás la más osada de todas– que surgió de una demo­ledora “crisis de la toma de la palabra” cuando, “a partir del entre­cortamiento, del quiebre de toda historia narrable”, las narraciones poéticas se doblaron sobre sí mismas, se retorcieron para “postular el excedente utópico de la letra”14 y revertir, con sus derrochamientos figu­rativos, la condena nacional a la miseria del sentido. En aquel documento, G. Muñoz hizo brillar la estética crítica del arte y de la literatura de los ’80 dedicados a la explosiva búsqueda de una palabra de 11. Pablo Oyarzún, “Traición, tu nombre es mujer”, Olga Grau (ed.), Ver desde la mujer, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 1992, p. 151. 12. Remito al texto “¿Una autobiografía fantástica?” de Miguel Vicuña, en revista El espíritu del valle, Nº 1, Santiago de Chile, diciembre de 1985, p. 71. 13. Para un análisis crítico del conjunto de prácticas asociadas a la “escena de avanzada” o “nueva escena” de los ’80 en Chile, consultar Eugenia Brito, Campos minados (Literatura post-golpe en Chile), Santiago de Chile, Editorial Cuarto Propio, 1990; y Nelly Richard Margins and Institutions; art in Chile since 1975, Melbourne, Art and Text, 1987. 14. Gonzalo Muñoz, “Escritura de una escena”, documento fotocopiado de su intervención en el Seminario del Instituto ARCIS (1986). 48 La cita académica y sus otros no-rendición cuando “soledad y deterioro eran las heridas de acceso al lenguaje propio”15 . Esa estética crítica de los ’80 pensó tanto sus materiales teóricos como sus operaciones culturales desde la máxima convulsión del sentido provo­cada por las innumerables roturas de la máquina de representación social. Mientras otras prácticas sociales y culturales buscaban parchar esas roturas con la discursividad compensatoria de un metasignificado y sus ideologías representacionales, la escena teórico-crítica de los ’80 se dedicó a reestilizar el desecho para hablar del arruinamiento del sentido con metáforas dolidas y solidarias de la catástrofe del nombrar. De esto brillantemente hablaba G. Muñoz, teorizando la escritura de una escena chilena muy consciente de la corrupción de los léxicos oficiales mientras la crítica literaria de la academia seguía recurriendo a dudosos tecnicismos formales y purezas metodológicas para proteger su saber especializado de los antagonismos del afuera. Si quisiéramos cuidar “la no desvinculación del saber respecto de los contextos vitales y experienciales”16 que lo determinan materialmente, debe­ríamos recordar necesariamente, a la hora de imaginar nuevas dinámicas de pensamiento reflexivo en la universidad de la postdictadura, las condiciones de emergencia crítica de aquella escena de pensamiento teórico-cultural en cuyas redes circularon textos como los de P. Marchant y G. Muñoz: textos de extramuros cuyas heridas venían de nombres y conceptos que transitaban por zonas de alto riesgo, en la peligrosa compañía de obras todas ellas extremas en su gesto de repensarse políticamente después del fracaso de las totalidades ideológicas que antes guiaban la macrorrepresentación de lo social. Pero, ¿cómo recordar el antecedente de estos textos (necesario para una reflexión sobre el saber académico, el discurso universitario y sus otros) y cómo habilitar estas citas de la “nueva escena” chilena de los ’80 que nos sitúan en el período en que discurso académico y discurso anti-académico dramatizaron más fuertemente sus conflictos teóricos, si todo en ellas rechaza la forma15. Ibíd. 16. Documento “Anales de la Universidad de Chile, VI, Serie Normas Editoriales”, adjunto a la carta de invitación dirigida a los autores. 49 Nelly Richard lidad editorial de una convocatoria como la de los Anales de la Uni­versidad de Chile: desde el desgaste tipográfico de muchos de sus escritos que todavía se mantienen en la clandestinidad de la fotocopia, hasta la borrosa memoria de prácticas desafiantes cuya inserción como material de estudio en los programas disciplinarios de la academia chilena de hoy sigue siendo completamente residual? Pluralidad de saberes y mezclas teóricas Hablo aquí de un pasado teórico-cultural al que no podemos referirnos sin mencionar cómo sus textos se escribieron en rotundo antagonismo con el valor de autoridad del discurso universitario chileno. Y hablo de dichos textos para reflexionar acerca de la intraducibilidad de su cita a los requisitos universitarios de una normativa editorial; de la impresentabilidad-irrepre­sentabilidad de sus formas y contenidos. Una de las recomendaciones publicadas en el documento de las “nor­mas editoriales” que acompañaba la invitación a escribir nuestro texto en la revista de la Universidad de Chile, decía lo siguiente: “el título debe contener el máximo de palabras que definan el contenido del artículo. En el caso de que se quiera usar un título de fantasía, es necesario incluir un segundo título, subordinado, que sea explicativo del contenido”17. Dicha recomendación estaba hecha para que la definición y la explicación del contenido argumental, en un subtítulo encargado de precisar el objetivo del texto, corrigieran lo vago (lo di-vagante) de la fantasía de un “título de fantasía” con los criterios de presentación racional de un saber objetivo que debe finalmente ajustarse al consumo universitario de las disciplinas. Para el modelo académico de un saber racionalizado por la lógica expositiva de la demostración-de-saber, el “contenido” es el núcleo sustancial de la verdad del conocimiento mientras que la “forma” es el in-sustancial decorado que “se pierde” en la digresión de artificios y metáforas. La ley de gravedad-seriedad del contenido que dota al saber de su equilibrio racional desprecia el enredo de las metáforas, la oblicuidad significante de los “como si” (Derrida) y castiga la in-consistencia del estilo llamando a la 17. Pablo Oyarzún, “Universidad y creatividad”, Anales de la Universidad de Chile, op. cit., p. 152. 50 La cita académica y sus otros superficie decorativa de la forma a volver a la razón (claridad y exactitud referenciales) en nombre de una economía de la pro­ fundidad del contenido: una economía que cree en la demostración lógica de una tesis cuyos argumentos tienen que resumirse en la síntesis del título, censurando el giro autorreflexivo y desviante de la escritura en nombre de la transmisión lineal de un saber didáctico18. No por nada la publicación de la Universidad de Chile buscó regla­mentar el formato de los encuentros entre el saber oficial de la academia y los otros saberes no reglamentarios susceptibles de concurrir a la cita, imponiéndoles a todos por igual su misma normalidad-normatividad de edición universitaria. “Con dicha normativa, la universidad pareció preca­verse respecto de hablas ‘exteriores’, no reconocibles universitariamente, impresentables todavía en el claustro”19 por no cumplir con los protocolos de transmisión académica de la voz del único saber legitimado por el co­nocimiento oficial20. 18. Uno de los “lugares comunes” que dominan en el campo del trabajo uni­ versitario mayoritariamente orientado hacia lo profesoral, tendría que ver con “la ficción que consiste en pretender que la investigación se exponga pero no se escriba. El investigador consistiría esencialmente en un prospector de materiales, y a ese nivel se plantearían los problemas; al llegar al momento de comunicar los ‘resultados’, todo estaría resuelto; ‘darle forma’ no sería sino una vaga operación final, llevada a cabo con rapidez gracias a algunas técnicas de ‘expresión’ aprendidas en el colegio y cuya única constricción sería la de someterse al código propio del género (“claridad”, supresión de imágenes respecto a las leyes del razonamiento)”. Cf. Roland Barthes, El susurro del lenguaje, Barcelona, Paidós, 1987, pp. 104-105. 19. Willy Thayer, La crisis no moderna de la universidad moderna, op. cit., p. 349. El hecho de que el texto que escribí (una primera versión de este mismo) para el mencionado Número de los Anales haya requerido ser acompañado de un postfacio explicativo (Francisco Brugnoli: “A propósito del artículo de Nelly Richard”) dice lo suficiente acerca de la impresentabilidad de ciertas participaciones en el marco preestablecido de una convocatoria tan formal y de la “intraducibilidad de la cita” (por falta de contexto) a la que me refiero aquí. 20. Michel Foucault se pregunta “¿qué es, después de todo, un sistema de enseñan­za, sino una ritualización del habla; sino una cualificación y una fijación de las funciones para los sujetos que hablan; sino la constitución de un grupo doctrinal cuando menos difuso; sino una distribución y una adecuación del discurso con sus poderes y saberes?”. Michel Foucault, El orden del discurso, Barcelona, Tusquets, 1973, p. 38. 51 Nelly Richard Al buscar regular la disposición del sentido a través de una policía de la forma que sujetaba los ensayos a su normativa editorial, la convocatoria de la universidad hacía pesar su hipótesis represiva sobre aquellas formas de pensamiento teórico que habían defendido su polémica diferencia contra el saber universitario tradicional planteando “cuestiones de estilo”21, es decir, reivindicando el uso de la alegoría y la metáfora como figuras intensivas de sus simbolizaciones estético-culturales22. El recuerdo de la escena teórica de los ’80 que reúne nombres de autores como los de P. Marchant y G. Muñoz no sólo me sirve aquí para defender la fuerza crítica de textos que supieron romper la clausura de las especializaciones disciplinarias con intratables (incontratables) juegos de pasiones escriturales. La mención a sus prácticas tiene además relevancia como heterodoxo antecedente local a las rediagramaciones fronterizas del saber a las que hoy tiende la crítica cultural. En efecto, la escena teórica chilena de los ’80 presenta el rasgo ca­racterístico de haber tejido sus saberes en el entremedio de las disciplinas organizadas, mezclando referencias entonces omitidas o censuradas por el discurso académico tradicional (Benjamin, el psicoanálisis, el arte, Foucault, la deconstrucción, el feminismo, etc.) con las redes heterogéneas de una exterioridad social traspasada de confrontaciones y antagonismos políticos. Al desvincular las citas de la filosofía universitaria de sus tradicionales so­portes bibliográficos para hacer chocar sus enunciados desensamblados con experiencias y localidades ásperas y conflictivas, la escena de los ’80 usaba el saber para “hacer tajos” en la superficie de los conocimientos (Foucault) y no para racio21. Así se titula uno de los capítulos del libro antes citado de Marchant en el que polemiza con el “Discurso filosófico universitario”. 22. Dice Brugnoli, refiriéndose a las operaciones de lenguaje de la escena artístico-cultural de los ’80: “la duda se establecía en el valor referencial del nombre y de todo sistema de significación; de ahí la necesidad de abrir los bordes de lo nombrado y dar preeminencia a los ejercicios de desplazamiento y metáfora, en un proceso de negatividad sucesiva que permitió nuevas formas de habla. Cuestionándose el valor de la representación, se valorizó principalmente el significante. Se podría hablar de un trabajo que forzaba la redesignación y que, por lo mismo, operaba críticamente sobre el concepto de institucionalidad del lenguaje”. Cf. Francisco Brugnoli, “A propósito del artículo de Nelly Richard”, Anales de la Universidad de Chile, op. cit., p. 86. 52 La cita académica y sus otros nalizar procesos de comprensión con las técnicas y metodologías seguras de una verdad disciplinaria. El antidisciplinamiento teórico de esta escena chilena, su modo de ubicarse en el filo de las disciplinas académicas y de los géneros convencio­nales para disparar metáforas salvajes que dieran a leer lo oculto-reprimido del paisaje social y su violencia desestructuradora, la llevó a ensayar gestos transversales, localizaciones imprevistas, superficies de emergencia que no calzaban con el mapa de la cultura institucional. Y fueron estas salidasde­-marco operadas por modos coyunturales de hacer teoría las que lograron, provocativamente, desatar los conflictos de hablas entre saberes formales y saberes informales, conocimientos sistemáticos y conocimientos extrasiste­máticos, repertorios constituidos y lecturas intersticiales, que articularon un cierto debate sobre las diferentes posiciones críticas del trabajo intelectual en el Chile del fin de la dictadura. La “nueva escena” buscó saberes fragmentarios que se deslizaran en la superficie de los dispositivos institucionales para experimentar, en sus bordes, una libertad de movimientos que es generalmente censurada por la carto­grafía de hablas sedentarias fijada por la especialización del conocimiento a través de reglas pedagógicas que sólo se fijan en la utilidad social del saber. Desordenar el mapa de los saberes funcionales y de sus verdades objetivas con la fuerza de la interrogación crítica para trabajar con significaciones inconclusas –en suspenso– le permitió a la “nueva escena” crítica chilena abarcar materiales que carecían de una formalización acabada y explorar los pliegues de sensibilidad de una trama cultural hecha no sólo de discursos constituidos, sino también de discursos flotantes, de difusas ideologías prácticas, de gestualidades semi esbozadas, de simbolizaciones incompletas. Los textos desprogramados de la “nueva escena” anduvieron muy cerca de lo que Raymond Williams llamó una “estructura de sentimiento” (mezcla inestable de categorías y experiencias todavía no cristalizadas en seguras de­finiciones conceptuales), al urdir sus saberes críticos en las brechas y fisuras del conocimiento disciplinario. Y fue esta movilidad de hablas teóricas que trabajó sobre los destrozos del saber categorial con accidentados trozos de vocabularios híbridos, la que marcó la otredad de la escena crítica de los ’80 en relación tanto a la filoso- 53 Nelly Richard fía universitaria y a la crítica literaria académica como al trabajo investigativo de las ciencias sociales. Las diferencias entre saber controlado y descontrol del pensar (entre las técni­cas del conocimiento seguro y las experimentaciones con saberes ubicados en el filo más desobediente de los corpus disciplinarios) que hicieron vibrar tan intensamente en Chile el conflicto de discursos entre la academia, los centros de estudios alternativos y la microescena crítico-intelectual de los ’80, son también parte de los materiales de estudio que debería encargarse de analizar el nuevo discurso universitario, al menos aquel discurso convencido de que la universidad “consiste en la tensión entre un saber legitimado, regular, y una pluralidad de saberes dispersos”23 que se salen de los controlados perí­metros de validez de la razón magisterial. Analizar estos saberes dispersos –sus códigos teóricos, sus máquinas de escritura– sirve para pensar sobre la “crisis de la universidad” no sólo (referencialmente) como “tema”, sino desconstruyendo la jerarquía de poder-saber que separa el hablar “sobre” la crisis del hablar “desde” ella para que no se contagien las formas del discurso académico tradicional con una radicalidad de la sospecha crítica que afectaría, también, su sistema de nominaciones y denominaciones. 23. Pablo Oyarzún, “Fragmentos de una conversación en torno a la universidad” entre Pablo Oyarzún y Adriana Valdés, en revista Lo, Nº 1, Santiago de Chile, noviembre de 1992. 54 EXPERIENCIA Y TIEMPO, TRAICIÓN Y SECRETO Pablo Oyarzún Seguro: la disimilitud de este par de incursiones va a saltar a la vista. Su procedencia, después de todo, es diversa. Pero creo que no sólo puede haber un cierto airecillo que las empariente, sino una pregunta de fondo. La pregunta concierne a la experiencia y su temporalidad, a lo que de inmediato llamaré su ritmo, al síncope o la síncopa de antes y después que nos da su presente. En mi primera incursión ensayo algunas consideraciones –desde todo punto de vista vulnerables– sobre este asunto. En la segunda, y a propósito de la traición y del secreto, trato de ofrecer un ejemplo –que no es un puro ejemplo– de lo que en esas consideraciones está, supongo, en juego. Uno: el tiempo de la experiencia Empiezo por una obviedad flagrante: la experiencia requiere de tiempo para tener lugar. No hay tal cosa como una experiencia que sólo consistiese, tempóreamente, en un instante, en un tiempo –un presente– absolutamente simple, internamente homogéneo. No me refiero con esto al tiempo psicológico. No hablo de vivencia, sino de experiencia. Lo que sea la “vida” es algo que sólo de ésta última se aprende. Y no se trata únicamente de que sólo tengamos noticia de la primera por la segunda; hay que cuidarse, creo, de no identificar apresuradamente “vida” y “experiencia”, porque no todo lo que hay o se da en ésta puede ser referido a aquélla; confío en que la razón de esto aparecerá, de paso, en lo sucesivo. No me refiero, tampoco, a la duración, que es necesaria para poder decir: “he tenido una experiencia”, la duración que 55 Pablo Oyarzún presupone el apercibirse de un determinado hecho, y la duración que presupone el hecho mismo para su ocurrencia. No se trataría de concebir aquí el tiempo como mera medida de acaecimientos anímicos o “históricos” (en sentido lato), como patrón –objetivo o subjetivo– que se aplica desde fuera a la experiencia, sino como el ritmo de la experiencia como tal: no el tiempo como medida de la experiencia, sino la experiencia como medida del tiempo. No se da experiencia en un instante. La pura instantaneidad del acaecer sólo da de sí la noción del hecho puro y simple, y, dicho más estrictamente, la identidad del hecho, del factum brutum, de ése que ocurre –o que más bien se supone que ha ocurrido, que por principio ha podido ocurrir– sin testigo, y respecto del cual todo observador y todo testigo sería advenedizo, incidental. El tener lugar de la experiencia, por el contrario, es impensable sin el lugar del testigo: no hay experiencia sin testigo, y la experiencia es esencialmente testimonial. Pero el tiempo de la experiencia no se opone al instante como se opone al transcurso a lo abrupto del momento, como la línea al punto –aun si aquélla fuese una línea discreta, cuyos hiatos serán siempre susceptibles de ser colmados imaginariamente, reconstituyendo la integridad de la recta–: no es lineal el tiempo de la experiencia, sino sinuoso, digresivo, intermitente. Para que haya experiencia se requiere de un paso. Y este paso no es continuo –no es transcurso–: es aventura. El paso es discontinuo, y la discontinuidad que le es propia tiene el carácter de lo inconmensurable; “a otra cosa” es el lema que estampan, de manera intermitente, las huellas de la experiencia: el paso es un salto. Está hecho de nada; es un lapso (una caída). Lo que equivale a decir que no hay experiencia sin ausencia, sin vahído, sin vértigo. Y, por lo tanto, sin una cierta negación, una borradura –aun si sólo es infinitesimal–, una desaparición del sujeto de la experiencia; sin una voladura de sí en cuanto testigo, sin una cierta dislocación del lugar y de la función de testigo hacia un otro. Un otro, habrá que decir, que no suple ni reemplaza, que no surge por delegación, ni puede, por originario, ser relevado. Pues sabemos: “nadie / atestigua por el / testigo”.1 Y digamos todavía en complemento: no le acaece la 1. “Niemand / zeugt fiir den / Zeugen”: terceto final del poema de Paul Celan Aschenglorie (“Gloria de ceniza”), que cierra la tercera parte de Atemwende (Cambio de aliento), en Gesammelte Werke, Bd. II, Frankfurt a: M.: Surhrkamp, 56 Experiencia y tiempo, traición y secreto experiencia a un sujeto ya constituido, sino que la experiencia contiene como posibilidad constitutiva, pero derivada, el acaecer del sujeto mismo. Una manera de aludir a su carácter sería –con auxilio etimológico– referir la noción de experiencia a la raíz de peligro (periculum, Gefahr) que habla en ella, a condición de que se entienda que el peligro es lo esencialmente no-presente (y así, también, lo impresentable y lo irrepresentable). No tiene que ver aquella, entonces, con el saber de que “esto ha sucedido o no ha sucedido”, sino con el advenimiento como amenaza, como pura inminencia. Sin embargo, es presumible que no se pueda pensar la experiencia sin apelar al concepto de instante2. En tal caso, éste sería aquello que se sustrae esencialmente a la posibilidad de ser actualmente experimentado, pero que determina a la experiencia misma como su núcleo, precisamente a partir de esta sustracción. Sería, pues, esa nada que hace al paso, en cuanto que éste se la salta; y este salto, este sobresalto es lo que llamamos “ser”, e intensivamente “vida”. Podría pensarse que esta sustracción del instante –concebida como marca originaria de la experiencia– es la que funda la temporalización de ésta, la que le imprime su ritmo. Pronto volveré sobre esto. La experiencia requiere, para tener lugar, de un paso. Un paso que es un salto, y un salto que salta a algo otro. El lugar de la experiencia es, en cierto modo, un no lugar. La experiencia es, esencialmente, alteración. El tiempo de la experiencia es el tiempo de la alteración. Para decirlo en términos simples, aunque imprecisos: ¿cómo cabría medir el tiempo de una alteración? Cierto, existe la posibilidad de cronometrar el tiempo que se toma algo para convertirse en algo otro; hablamos, en tal caso, de la situación de un experimento. Pero la experiencia, que implica no sólo modificación de lo observado, sino también la mudanza que sufre contemporáneamente el observador, ¿puede ser identificada sin más con esa situación? ¿Acaso permanece idéntica la percepción que tengo del tiempo transcurrido con ocasión de tal alteración, de manera que me sea posible observar desde un 1986, p. 72. 2. Posteriomente, he preferido hablar de momento. Cf. “Memory, Moment, and Tears”, The New Centennial Review, Vol. 7, N 3, New York, 2007, pp. 1-20. 57 Pablo Oyarzún mismo punto de vista, inalterado, los distintos estados por los que algo atraviesa hasta convertirse en algo otro? El tiempo de la experiencia no es la medida de ésta, no tiene, decíamos, otra medida que la experiencia misma. Antes que número del movimiento, el tiempo es el justo-cuando de la experiencia, es decir, el justo-cuando del paso, del salto, del accidente. El tiempo requerido por la experiencia no es un transcurso homogéneo, ya sea como sucesión de ahoras, o como distensión de un ahora durante el cual se despliega la experiencia. La experiencia, junto con serlo de algo, lo es también del tiempo de ese algo (como el tiempo del haber de ese algo, haber que no está en mi poder suscitar desde su principio), y es, en esa medida, experiencia (afecto, más que noticia) de la diferencia entre ese tiempo y el tiempo del experienciar (esto es, “nuestro” tiempo, el tiempo que somos). Esa diferencia ha debido afectarnos para que la experiencia sea posible. Esto hace necesaria una doble explicación del concepto de instante. Es, por una parte, el afecto de esa diferencia: la pasión de un choque de tiempos; en el núcleo tempóreo de la experiencia hallamos la operación y el evento de un golpe, como la operación de un antes que constituye a la experiencia en su posibilidad misma, pero que ésta no llega jamás a absorber en su ahora. Pero, por otra parte, en cuanto que en ese choque se da un encuentro, una cita de tiempos diferentes, es también la posibilidad de elaborar después, après coup, la cita, abriendo en nuestro tiempo la disposición hospitalaria al tiempo de lo otro, tendida promisoriamente –en el lapso de un presentimiento– hacia la feliz coincidencia del tiempo de lo otro y de “nuestro” tiempo (lo que, en la euforia de la experiencia, llamamos “presente”). Si el golpe es lo que se sustrae constitutivamente en la experiencia y a ella, la promesa –el presentimiento– rige en ella como nombre. En el nombre (que es el eco de un golpe) se acoge el don del golpe en cuanto éste se sustrae. (Tal sería la índole originariamente poética del nombre). Se acoge el don y el envite del golpe (del golpe de dados: azar y contingencia y peligro de la experiencia) en la apuesta del nombre. El ahora de la experiencia está internamente desquiciado entre el golpe y el nombre, entre antes y después. El tiempo de la experiencia no es el tiempo categorial, que se contabiliza por la sucesión de los ahoras, o que contiene, como 58 Experiencia y tiempo, traición y secreto diferencia impávida, la relación entre lo anterior y lo posterior.3 Antes y después, inconmensurables uno para el otro, frágilmente enlazados en la síncopa del ahora, no equivalen a lo anterior y lo posterior, que suponen la magnitud y la medida. ¿Qué es el tiempo categorial? Si lo categorial es la dimensión que contiene las condiciones bajo las cuales es posible, pensable y decible el ente, y el tiempo es una de esas condiciones, entonces el tiempo mismo es posible, pensable y decible en orden al ente. El tiempo categorial es el tiempo del ente. Pero el tiempo experiencial no es propiamente el tiempo del ente, sino el tiempo de un encuentro de tiempos –el del ente que soy y el del ente que experimento–, tiempo –o entretiempo– que no se dice ni se piensa –ni es por principio posible– en orden al ente. Éste, antes bien, se debe a su tiempo, no es sino es la signatura –la huella– de una temporalidad peculiar e irreducible. Así, el tiempo de la experiencia no es sólo esta cita de tiempos –el desquiciado ahora del experienciar y lo experienciado–, sino también, y esencialmente, como “entretiempo”, el tiempo de la repercusión (la experiencia como golpe que se sigue sintiendo –y se siente sólo de esta manera– retardadamente, après coup). Este tiempo está ligado a la memoria y lleva la rúbrica del pasado, pero de un pasado “eficaz”, es decir, uno que horada el presente, que lo difiere constitutivamente en sí mismo y de sí mismo, que lo abre, en virtud de su advenimiento, al después. Se puede considerar que esta “eficacia”, pensada radicalmente, explica la imposibilidad de constituirse la experiencia en la simplicidad del instante, entendido éste como la (imposible) identidad del presente de la experiencia consigo mismo. La repercusión como “estructura” de la experiencia (el no poder acabar nunca con la experiencia) inscribe en ésta la posibilidad constitutiva de la citabilidad (nombre, narración, historia, etc., como procesos de construcción de la identidad). La cita de lo experienciado, el cual pertenece ya en sí a una cita como encuentro –lo que hace de aquélla una cita de cita, inaugurando con ello la recursividad esencial del discurso (su condición de relato) –, remite lo citado, en el nombre, ante todo, al momento de su posible cumplimiento. Este cumplimiento supondría la unificación 3. Aristóteles, Phys., 219 a 2 – 219 b 1. 59 Pablo Oyarzún del tiempo de lo experienciado y el tiempo del experienciar, remontando, así, la originaria escisión. Pero la cita no tiene fuerza suficiente para suprimir la escisión tempórea, porque ella misma ocurre en un tiempo; no puede calzar antes y después. Tiene fuerza, sí, para renombrar; pero todo renombre es traducción, es traición de nombre. Dos: la traición y el secreto Intentaré hablar de la traición como un antes: como la condición en que se hallaría contenida la posibilidad de toda identidad, porque es el fondo de todo nombre. Un antes, el antes, es el prurito de la filosofía, es decir, de aquel discurso que busca premeditar el fundamento de todo discurso, que quiere, por lo tanto, anticipar a todo discurso en su posibilidad y su origen. Según esto, la tentativa que acabo de mencionar tendría ese carácter. Y en verdad, no se podría soslayar la alusión a un modo filosófico literalmente prioritario de concebir el antes y la anterioridad: el modo de lo a priori. Tendría que seguirse de aquí, pues, que hablo –que trato de hablar– de una traición no-empírica. Pero no es así; la traición, entendida como la condición que hace posible la identidad –si tal cosa puede pensarse, y este intento sigue esas vías–, es precisamente aquello mismo que experimentamos, que sufrimos en toda experiencia nuestra de la traición. (Y nadie está exento de la fuerza conminatoria de la traición, como traidor o traicionado, no importa que jamás haya visto su vida comprometida en el hecho de una traición; en la vida de cualquiera, la traición ha acontecido ya. Sólo que este “ya” no es una estructura trascendental, sino, precisamente, un acontecimiento, la inminencia de un acontecimiento en la cual permanece eso que denominamos la “vida” en vilo, sin seguro socorro; este “ya” es el periculum de la experiencia. A decir verdad, de quien no supiera en absoluto qué es traición, qué es traicionar y ser traicionado –si hubiese un tal, una tal– cabría esperar, absolutamente, lo peor). A título de condición de identidad, la traición es la peripecia. Con este término me refiero a aquello de lo empírico –y en éste– que no puede ser enmarcado trascendentalmente. No habría, en este sentido, un esquema trascendental de la peripecia. Y de haberlo, sería la traición, en la medida en que ésta es siem- 60 Experiencia y tiempo, traición y secreto pre inesperada, inanticipable. (Siempre nos toma por la espalda. Parece que no se puede situar la traición en un antes, o bien es la usurpación del antes, una usurpación que ha debido tener lugar antes, pero que sólo existe, que sólo insiste después.) Toda peripecia sería única y siempre otra, y en virtud de ella la experiencia es constitutivamente la apertura a algo, a alguien, que figura en la otredad, que desde allí viene al encuentro. Imposible de ser enmarcada trascendentalmente, la peripecia sería siempre un paso, un salto, un cierto desborde, y este desborde haría de la experiencia precisamente eso que ella es. Lo que trato de pensar aquí responde y no corresponde, entonces, al prurito filosófico del antes. De las cosas dichas debería seguirse la razón. No puedo pensar un antes puro, que excluye en sí mismo un después. Y nunca habría un después si no le fuese permitido abrirse –aunque fuera subrepticiamente, o quizá siempre subrepticiamente– antes, en el antes. Trato de pensar el después en el antes, entonces. ¿La traición? ¿Qué es la traición? ¿Estipula la moral todo lo que sobre ella pueda decirse? Habla, en todo caso, la traición, de una entrega. Pero una entrega puede ocurrir de muy distintos modos. Algo puede ser entregado, algo, entregado a alguien; y también puede alguien entregarse, entregarse, a sí mismo. Y, a su vez, algo puede ser entregado legítimamente –conforme a unas reglas estipuladas y reconocidas– o bajo la presión de una cruda violencia. Alguien puede entregarse por fuerza –rendirse, sobrepujado por una fuerza superior y prepotente–, o de grado, o voluptuosamente, y aun puede entrenarse dichosa, eufóricamente, a lo que lo supera de modo absoluto, puede –quiere decir esto– ofrendarse. Y luego: puede la entrega ser dedicación, consagración, devoción: puede ser un pacto de amor, de lealtad y de fidelidad. Pero también puede ser exposición y abandono: como ocurre con la ruptura de un pacto expreso o de otro, que, siendo tácito, era, no obstante, lícito suponer; puede, pues, la entrega ser una traición, en el sentido que regularmente damos a este vocablo. Y un pacto, ¿qué es un pacto? Un pacto liga a alguien con alguien, obliga a ambos recíprocamente. La traición se entiende, según esto, como la entrega de alguien por alguien –casi como si aquél fuese, meramente, algo– a un tercero, precisamente allí donde entre ambos 61 Pablo Oyarzún había o cabía suponer un pacto de fidelidad, un lazo amistoso, fraterno o filial. Sólo habría traición de aquélla o de aquél a quien se ha debido –se debería– fidelidad y lealtad. Una cosa parece faltar en este esquema: la entrega traidora deja al otro –a la otra– a disposición de un tercero, sí, pero de un tercero como poder, del poder de un tercero. ¿Habría que hacer entrar, pues, el poder –algún concepto originario de poder– como elemento definitorio de la traición? Quizá no. Quizá hasta que el acto de la entrega deje a la otra o al otro expuestos, sin reserva; la posibilidad misma de la disposición –el estar a disposición y arbitrio de un tercero, constituido así en poder– depende de tal exposición, y esencialmente depende de que ella sea una exposición sin reserva: infinita.4 Lo que la entrega traicionera quebranta es, precisamente, la reserva, es decir, el secreto, la condición misma de la finitud. Digo de la finitud, porque el secreto es ese pliegue primordial del ser que, con figurando o figurando lo que con desaprensiva confianza llamamos la identidad, nuestra identidad, nos depara al otro, como testigo imprescindible, insustituible, y al mismo tiempo, de manera inexorable, nos separa del otro5. 4. Quizá, digo, no se requiera apelar a un concepto originario de poder. quizá no se deba apelar a un tal. Quizá el poder mismo sólo surja de la entrega traicionera, es decir, del abandono. En todo caso, empezar a pensarlo así equivale, creo, a no seguir convalidando su interpretación ontológica, en virtud de la cual se naturaliza el poder como operación o como atributo, o, en el caso extremo, se lo hipostasia. La concepción estrictamente relacional del poder tampoco está, en principio, exenta de estas versiones, en tanto no se asegure una inteligencia no ontológica de las relaciones que lo constituyen. He apuntado algunas indicaciones al respecto en mi ensayo “Sobre la cuestión del poder: Heidegger, Kafka”, aparecido en: Valério Rohden (coord.), Ética e Política, Porto Alegre: Ed. da Universidade/UFGRS, instituto Goethe/ICBA, pp. 193-212. Subrayo lo que adelanté: en la comprensión que trato de esbozar –y no voy a disimular la incertidumbre del intento–, cabe la conjetura de que el poder –nada en sí mismo– sólo surja de la traición, del abandono, de eso que llamaba la exposición infinita. Y en cuanto a esto, desde luego, todos somos originariamente abandonados, somos todos expósitos. 5. En el “secreto” está la operación de apartar. Esta idea puede servir de indicio para averiguar la lógica del secreto. Con ello me refiero a la ley que gobierna su estructura, y que se refleja en determinados actos constitutivos del secreto, y que en general tienen que ver con la guarda: el silencio, la reserva, el recato, el repliegue, la vergüenza. La guarda, desde luego, es protectora. Guardando algo en secreto lo protejo de la mirada, del deseo y la intromisión ajena, lo aparto de la esfera de conocimiento y de acción de los otros; pero si algo me reclama ser 62 Experiencia y tiempo, traición y secreto He aquí, en trazos pobres y seguramente discutibles, lo que podría valer como un esbozo del saber moral acerca de la traición, acompañado de una indicación demasiado sumaria hacia su fundamento ontológico. ¿Es eso la traición? De serlo, sin más, sería, sin falta, derivada, y no tendría ningún asidero situarla en un antes, menos aun antes de toda identidad, la cual pareciera necesariamente implicada ya en la determinación de ése, ésa (ese “quién”) que se entrega o es entregado. Mas, ¿qué pasaría, si en la entrega hubiese un punto en que ella puede –constitutivamente– convertirse, revertirse de devoción en traición? Ese punto es seguramente indeterminable, no susceptible de ser situada, anticipada; tiene que serlo por fuerza, si la traición es justamente aquello que jamás podemos calcular por adelantado. Es –ese punto– indeterminable, punto que no puede ser situado, y sin embargo designaría virtualmente, inminentemente, en la entrega, un movimiento, una vacilación, una oscilación esencial y como un giro y retorcimiento conforme al cual se revirtiese –constitutivamente– el carácter de la entrega. A esa reversión habría que llamarla por su nombre: la catástrofe. (La catástrofe es el vuelco y el abatimiento, la vuelta, la revuelta y la subversión, y también es el retorno, y también el desenlace como instancia de la muerte. Lazo, torsión y trenza son los motivos que quisiera destacar en este sitio.) Y bien sabemos que a la traición le pertenece en sí misma el ser catastrófica. ¿Qué pasaría, si esta esencia tornadiza fuese el fondo mismo de la entrega? ¿Qué pasaría, si toda entrega albergara –como envuelta y enlazada, trenzada en ella y con ella– la catástrofe? Si fuera así, podría uno conjeturar que en aquel punto reversivo hay, como encapsulado en él, otro punto, su núcleo mismo, que sería la traición: la traición como lo tornadizo y como la catástrofe. Aquello que posibilitaría, en la entrega, el giro de la devoción en la traición, sería la traición misma. (¿La traición misma, dije? guardado en secreto, es porque yo mismo, en mi singularidad irreducible, estoy con ello en juego; al guardar algo en secreto, me guardo (me protejo) a mí mismo, me aparto yo mismo. Entonces, parece que el secreto me constituye en mi individualidad; que, en consecuencia, ésta misma es impensable e imposible sin secreto. Para decirlo más claramente: no es un sujeto ya constituido el que tiene la facultad de guardar un secreto, sino que esta misma guarda es, a la vez, su condición de posibilidad y su origen. No hay sujeto sin secreto. 63 Pablo Oyarzún Pero, no, no la hay, no hay mismidad de la traición, precisamente porque la operación traicionera es la exposición de la mismidad –de su figura en el secreto– a la débacle.) Consulto la etimología. Ésta, antes de ser el ademán prescrito de cierta erudición, genuina o fingida, es otra cosa. Antes de pertenecer al dominio de lo sapiente, la etimología es acaso una especie de arte musical: guarda el eco de lo que las palabras nombran, de aquello que en las palabras, como nombres, sigue resonando a título de presentimiento. Traición: de transdare, entregar, idéntica matriz de tradición, es decir, de aquel principio de lealtad esencialmente translaticio y tergiversador, que necesita ganarle a lo transmitido la espalda (tergum) para poder cumplir su pacto de fidelidad y preservación. La traición es la entrega; es la entrega como el don; lo es, en cuanto supone éste inexorablemente una renuncia, un abandono. El don mismo es de fondo tornadizo, o bien es el fondo (sin fondo) de toda torsión y toda trenza y todo retorno. Tornadizo en sí mismo, trenzado consigo mismo, el don (sin embargo) no ocurre sin un desate, sin una soltura total. No se da don sin abandono. Es que parece quedar el don siempre oculto, plegado sobre sí mismo, como mano que se retrae, secreto. Oculto (secreto) como donado por siempre y desde siempre para después. Oculto, envuelto, empaquetado. Una pura promesa, un presentimiento, un puro presentimiento. Pero siempre queremos ver y coger, queremos –desesperadamente–saber el don. No nos atenemos a aquello que hace del don un don: no reparamos en el abandono. No nos demoramos en el lazo, en la rosa, en la flor, que ya descaece sin demora bajo nuestras manos, atadas desde siempre a la ejecución de esta tarea afanosa, y verdaderamente terrible, y catastrófica. Desenlazamos el lazo, sólo para caer –para dejarnos caer, locamente– en un lazo mayor: y lo llamamos vida, con socorrida metáfora. No nos demoramos en el lazo, y ya queremos apresar lo presentido, hacer presente el presente, sin parar en que el presente no es quizá sino nada más que el lazo y la trenza, sin adivinar que un lazo –y nada más–, un lazo, el vínculo, el cíngulo de un presentimiento, es lo que hace, lo único, lo absolutamente único que hace el presente. Pero ese afán, ese deseo es, justamente, la paradoja del presentimiento, que nos entrega de manos atadas al presente del deseo –de ser– que somos. Nos 64 Experiencia y tiempo, traición y secreto resentimos, entonces, del presentimiento. Y ya no podemos barruntar en él sino la traición. Y somos. Y advenimos a la moral. Pero si la traición –antes de toda ontología y, por secuela, de toda comprensión moral que de ella podamos articular– es lo que hay (inseparablemente) de abandono en todo don, llamemos entonces nombre a ese don abandonado, al don del abandono y al abandono del don, imposición que nos ob-liga a nosotros mismos a traicionar el nombre –así, por ejemplo, al sernos dado el nombre, nuestro nombre, se nos impone su traición–, y a empezarnos (según un doble sentido indesvinculable de esta palabra) en pos de una identidad, “nuestra”; entendamos, entonces, que la traición –ésa que primeramente abre un antes, el antes, pero que sólo lo abre después– dona y abandona –entrega al saber del presentimiento– los nombres, en cuyo nombre ardemos, y entendamos, en fin, que toda identidad no es sino poso y ceniza de nombre, y que en el nombre late –en secreto– un saber que precede a todo saber, pero que sólo podemos llegar a saber después. 65 II. escrituras PATRICIO MARCHANT: ESCENAS DE ESCRITURA, CUERPO Y DEVALUACIÓN 1* Cecilia Sánchez 1. La buena o mala lectura como problema de la filosofía marginal Proponerse realizar una lectura de los libros y escritos de Patricio Marchant supone, además de atender al contenido, ingresar en un entramado de operaciones de escritura y de marcas gráficas movilizadas por el inconsciente. Además, en mi caso, comentar la escritura de Marchant supone dar cuenta tanto de las inquietantes escenas como de las ambigüedades de su pensamiento y escritura. Igualmente, me interesa examinar su dependencia y diálogo con otros pensadores, evitando caer en los consabidos parafraseos y trampas que toda escritura ejercita. En definitiva, considero que leer y comentar lo que alguien escribe es reconocer y problematizar los mecanismos que se ponen en juego. Hasta el momento, advierto dos versiones en su forma de reflexión y de escritura que me gustaría mencionar. En una de sus primeras versiones, sus textos lo revelan como un lector que habita en las comillas del tramo más contemporáneo de la filosofía. De modo semejante a lo que hace el profesor o profesora de filosofía tradicional, se esfuerza en ser un cuidadoso(a) intérprete de su episteme, en el sentido en que Foucault emplea esta palabra. En este primer tramo o versión, es Derrida el filósofo no filósofo que mejor identifica la ideología del “fonologocentrismo” y abre con su crítica a la metafísica y a la lingüística una era de la “escri1.* Una primera versión de este escrito se publicó bajo el título “Escenas y entramados: textos de Patricio Marchant Castro”, en Nombrada. Revista de Filosofía, Nº1, Universidad ARCIS, Santiago de Chile, 2004. 69 Cecilia Sánchez tura”. En el itinerario presentado por Marchant, la era señalada es de discusión con el saber clásico fundado en la “presencia” convocada por el logos. Esta discusión se presenta como una crítica de la “Razón Occidental”. Desde la perspectiva del desmoronamiento de las conceptualizaciones del centro, Marchant celebra que Latinoamérica deje de ser un margen para, por primera vez, llegar “existir”2. Sin embargo, en la lógica de este recorrido, Marchant afirma que leer a los pensadores chilenos no tiene ninguna importancia, en especial porque es la teoría la que piensa y no los sujetos que la emiten, además porque “… la filosofía en Chile no ha sabido ni ha pensado nunca adecuadamente”3. Para el joven Marchant, por así llamarlo, el problema de la filosofía que se practica en Chile es un problema de lectura de las teorías adecuadas. La dependencia cultural de este “último rincón teórico del mundo” —según dice— es imputada a los libreros que nos dejan “caer” libros importados y deficitarias filosofías que nos impiden saber verdaderamente. Me interesa hacer notar del artículo recién mencionado, que Marchant se refiere a Chile de modo equivalente a como lo hace Luis Oyarzún en “Resumen de Chile” (1967)4, quien también enfatizó la condición de “finisterrae” de Chile. En este caso, el énfasis reside en que la condición de lejanía del país es leída en términos de pobreza por Oyarzún, en el doble sentido de austeridad de recursos y precariedad de su colonización. En la perspectiva de Marchant, el propósito de su escrito es “el despertar teórico de nuestro país”5. Llegar a despertar es, ante todo, poder situarse en el horizonte de la episteme contemporánea anteriormente señalada. Varios años después del escrito citado, en “La operación de una tarjeta postal” (1985) Marchant afirma que debemos considerarnos en deuda con la filosofía francesa, 2. Patricio Marchant, “Situación de la filosofía y situación de la filosofía en Chile” (publicado por primera vez en 1970 en Nueva Atenea 424), en Escritura y Temblor, edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2000. 3. Ibíd., p. 417. 4. Ver de Luis Oyarzún, Temas de la Cultura Chilena, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1967. 5. Patricio Marchant, “Situación de la filosofía y situación de la filosofía en Chile”, Escritura y temblor, op. cit., p. 419. 70 Patricio Marchant: Escenas de escritura, cuerpo y devaluación pues, según señala, “…todos somos deudores y avales, por ejemplo, de la filosofía francesa actual”6. Si bien más matizado, en este escrito continúa con su molestia anterior, dado que la filosofía que se desarrolla en Chile no tiene que ver con el pensar, sino con “la mala transmisión histórica, la historia de la filosofía”7. Además, como dice al comienzo del artículo, acusa a los lectores de Heidegger de “leerlo sólo hasta la mitad”8. Es decir, los escritores y lectores de la filosofía todavía no consiguen despertar del todo por el hecho de leer a medias y con retardo a quienes son habitados por la verdadera teoría. En los textos mencionados se percibe la rigidez de un obediente lector que ha sabido recibir el envío de una herramienta epistémica o comprensiva, mucho más certera que las anteriores. Hasta podría decirse que, después de las masivas recepciones de Comte y de Marx (por nombrar autores y concepciones que han sido validados en Chile), parecería tocar el turno de Heidegger y de Derrida. Por mi parte, interpreto o sobreinterpreto —según como quiera leerse mi lectura— que la nueva episteme, para continuar con el nombre de Foucault, le permite a Marchant erigirse en una suerte de médico que receta un mejor remedio que los anteriores. Con las recomendaciones de un sanador, los exilados de la razón (los latinoamericanos) podrían recuperarse (¡por fin!) de sus adormilados deseos de centro. Bien se sabe que en la forma de reflexión ejercida por los pensadores/as chilenos/as y latinoamericanos/as, el margen repite al centro: lo mima; gesto que termina por fijar de modo factual su ordenamiento proyectivo. En este sentido, es entendible la actitud de Marchant de cerrarse a todo reflejo mimético impensado. Sin embargo, la radicalidad de su afirmación convierte en borroneo sin importancia la escritura o el pensamiento de los reproductores, enmudeciendo sus escenas. En mi opinión, la radicalidad de su crítica le rebotó. Volvió contra él la acusación 6. Patricio Marchant, “La operación de una tarjeta postal”, Escritura y temblor, op. cit., p. 287. 7. Ibíd., p. 288. 8. Ibíd., p. 284. 71 Cecilia Sánchez de ser un reflejo devaluado de una nueva racionalidad, especialmente porque tiende a ignorar los efectos de la “colonialidad” que borra los lugares de enunciación de las historias coloniales y los efectos que producen las instituciones del mercado mundial. Tampoco reconoce la división internacional del trabajo que nos vuelve compradores de signos y bienes, dificultando nuestra condición de hablantes, de escribientes y de pensadores/as. 2. Esceno-grafías fuera de control Años más tarde, el viejo Marchant —por usar la expresión recurrente en los medios filosóficos— inicia un giro que reivindica un “diálogo” fundado en “anticipaciones” entre formas de operaciones filosóficas como las de Heidegger y las de Derrida y algunas modalidades de escritura latinoamericana que las expresan. En especial, considera dentro de este diálogo a la escritura de Gabriela Mistral, a quien instala en la categoría de “pensadora originaria”9. También le reconoce una importancia equivalente al pensamiento de Pablo Neruda, César Vallejos y Jorge Luis Borges. En vez del saber enciclopédico de los profesores de filosofía que habitan en Departamentos de Filosofía que deberían ser cerrados (según amenaza en varios textos), hablará del saber primigenio del “poema” del inconsciente que aparece en el lenguaje de poetas y escritores excepcionales. Así, en la segunda versión que asume su estilo reflexivo, ya no se trata de aprender a leer bien, sino de anticipar y nombrar a la “madre perdida” sobre la base de sustituciones. En esta ocasión, su propia escritura se configura como recomienzo. En vez de escribir desde el lugar de la receptividad de las buenas teorías contemporáneas, sin renunciar a ellas, realizará escritos escénicos dependientes del “agarrarse a” del poema10. En Sobre árboles y madres (1984), él mismo caracteriza su escritura en términos de “esceno-grafías”: así nombra a las escenas escritas bajo el mandato de nombres y fuerzas. 9. Patricio Marchant, “El árbol como madre arcaica en la poesía de Gabriela Mistral”, Escritura y temblor, op.cit., pp.120-121. 10. El “poema” es un término que extrae del pensamiento del psicoanalista húngaro-francés, Nicolás Abraham, de quien cita su introducción a la edición francesa de Imre Hermann, L’instinct filial, Paris, Denöel, 1972. 72 Patricio Marchant: Escenas de escritura, cuerpo y devaluación En virtud de los malos entendidos que han provocado algunos de sus escritos, me interesa recalcar que una escritura de escenas rehúye al menos dos tipos de estilos al momento de escribir. Por un lado, diverge de un manido gesto autobiográfico, especialmente cuando lo que aparece es una escritura controlada por un único y aunador sujeto, principio de unidad de una experiencia egológica y sin alteridad. Por otro lado, la escritura de escenas impugna el cálculo del discurso universitario que desea quedar “fuera de escena” al instalarse en un punto de vista “puro”, inhibido de mostrar algún motivo extrafilosófico en su ritual discursivo al momento en que la conciencia, aunque no quiera, se pone “en escena”11. En especial, es su libro Sobre árboles y madres el que se da a leer desde el movimiento de alteridades y fuerzas que interceptan al yo autocontrolado, en cuya intimidad se ha buscado elaborar la teoría. Así presentado el problema, puede decirse que uno de los gestos que caracteriza y potencia al segundo Marchant es el de diferenciarse de una filosofía carente de escena. En este contexto, cabe agregar como antecedente de su concepción de la escena el texto que tituló “Discurso contra los ingleses” (1980). Si bien este escrito es una presentación (con ella ingresa a la autodenominada escena del arte de los años 80) que se burla del gesto de la presentación, lo subrayado es “lo impresentable”, es decir, el cuerpo. En lo que sigue, intentaré abordar el tipo de conexión entre cuerpo y escena; relación que alude a lo desnudo en tanto que “expuesto” y “necesario”, según indica. En este bosquejo del texto, lo vestido es el pensamiento sustentado por ideas. Bien se sabe que el lenguaje de la filosofía, más que ningún otro, es un discurso de ideas. Además, en Occidente las ideas poseen la marca de lo legal o de lo simbólico (según denomina Lacan a todo discurso) porque es el lenguaje del padre. Por lo mismo, yo agregaría que el discurso criticado es un lenguaje doblemente masculino y económico, pues se ahorra nada menos que el cuerpo. En el artículo recién mencionado, Marchant llegó a decir que: “Cuerpo es, en resumen, lo que un inglés no entiende”12. 11. La filosofía siempre borra “su escena” para sentirse perteneciente a una “comunidad ideal”. Ver Patricio Marchant, “Pierre Menard como escena”, Escritura y temblor, op.cit., p. 340. 12. Patricio Marchant, “Discurso contra los ingleses”, Escritura y temblor, op. cit., p. 28. 73 Cecilia Sánchez Pese a la clave husserliana-heideggeriana del texto, debido a que hace equivaler el cuerpo a las cosas mismas, puede encontrarse aquí un antecedente de lo que poco después llamará pensamiento de escenas; vale decir, de una escritura invadida por pulsiones. De lo recién dicho, quiero destacar lo impresentable y fuera de control de la escena que, como el cuerpo, no se maneja a voluntad aunque se lo fuerce. Así, lo que Marchant entiende y exige de una escena consiste en un acto o escritura que se deshace de un “discurso exterior” que deriva de una reflexión interior. Entonces, para que la exigencia escénica se cumpla, el propio discurso debe ingresar en una escena, originarse en ella. Esta exigencia, en mi opinión, es incumplible. Desde el punto de vista de quien escribe, no se puede programar una escritura escénica, dado que ésta ocurre —si es que ocurre— sin premeditación: expuesta, pulsada por fuerzas sin ley (o sin padre). A mi juicio, la escena, tal como la plantea Marchant, sólo se le revela a quien lee un determinado escrito. El lector/a es él/ la llamado/a a advertir el “acto fallido” o el “anti-discurso”, según nombra Nelly Richard la escritura de Marchant en Residuos y metáforas, en la medida en que no se puede elegir un ingreso consciente en una determinada escena. Dejo constancia de esta característica de la escena para abordar otro de sus lados. 3. Operaciones de escritura: entre Heidegger y Derrida Me interesa a continuación examinar algunos aspectos del estilo de su “anti-discurso” en el que se puede reconocer su o sus escenas de escritura, especialmente en su libro Sobre árboles y madres. Se debe advertir que si llega a ser posible hablar de anti-discurso es porque se trata de un discurso que comparece desbaratado. Operación que, ya sabemos, proviene en gran parte de los mecanismos de la escritura de Derrida, quien, más que “decir” algo, opera; es decir, pone en evidencia las infraestructuras del discurso filosófico y de todo discurso, ingresando en la parte trasera de su cocinería, por así llamarla. Algo semejante se lee en Marchant, cuya escritura se encuentra poblada de intercalaciones de subtextos narrativos. ¿Se trata de un estilo? Recuérdese que es el positivismo lógico el policía del estilo. Mucho antes, el pensamiento sensualista (también llamado ideología) concibió una escritura 74 Patricio Marchant: Escenas de escritura, cuerpo y devaluación sin estilo en nombre de la claridad13. Estilo o retórica que, pese al rechazo de Heidegger al psicoanálisis, Marchant recupera en las versiones de los filósofos y psicoanalistas franceses; también recupera de Nietzsche su giro de género. A favor de Marchant debe decirse que su escritura se aleja de la filosofía que apela a una unidad discursiva, la que es denominada “hom(m)óloga” por Luce Irigaray14. Bien se sabe que la homosexualidad del sujeto trascendental corresponde al discurso filosófico que busca en lo “Otro” lo “Mismo. Marchant es especialmente crítico del pensamiento cohesivo cuando se refiere al elocuente escrito de Borges titulado La intrusa (citado en “Pierre Menard como escena”), en donde lo femenino es alteridad y antes inolvidable precisamente porque “falta”. Este aspecto de la pluralidad femenino/masculina por lo general no ha sido tomado en cuenta en la filosofía que se ejerce en Chile, a excepción de las pensadoras del género o la diferencia sexual como Olga Grau, Alejandra Castillo, entre quienes me cuento. Además de considerar la alteridad que rompe con la unicidad del discurso, Marchant se cuida de pensar marcando una materia o punzando una matriz. A diferencia del pensamiento perforante, violador o falocéntrico, el despliegue de la escritura de Marchant es velada o laberíntica; la ejerce casi hasta el mimetismo con el cuerpo abierto de la femineidad. Por razones de tiempo, dejo hasta aquí la “cuestión del estilo” y el tema de la verdad masculino/ femenina, a la que Marchant atiende especialmente a partir de la lectura que Derrida hace de Nietzsche en Espolones. Además del estilo, me interesa recalcar la dependencia del pensamiento y de la escritura de Marchant con los discursos de 13. En el caso del estilo, Marchant desconoce que este tema formó parte de una larga discusión literario –filosófica y política a mediados y fines del siglo XIX, tanto en Chile como en Latinoamérica. Desde el sensualismo o ideología (Locke, Condillac y Desttut de Tracy), Ventura Marín y Miguel Varas proclaman que se debe perder el estilo para ser claros (Elementos de Ideología 1830). Desde las Bellas Letras, Andrés Bello discute con el estilo seco de quienes exigen la claridad. Ver su discurso rectoral de 1842. En el ámbito de la poesía y de la política, Martí y Darío defienden el estilo libre o individual del modernismo para oponerse al pensamiento utilitarista del positivismo anglo-americano. 14. Luce Irigaray, Especulum. Espéculo de la otra mujer, Madrid, Editorial Saltés, 1974, p. 177. 75 Cecilia Sánchez Heidegger y Derrida. En parte, la lectura de los y las poetas y escritores latinoamericanos se inspira en Heidegger y su problemática concepción de la poesía originaria, ligada a lo teológicopolítico, según la explicitación de Philippe Lacoue-Labarthe de las comillas con que el pensador alemán tendió a encubrir su adhesión al nacional-socialismo15. De Derrida recoge, entre otras cosas, el formato de la carta de amor, según se muestra en La carte postale (1980). En Marchant es evidente el “tu” privado que organiza parte de la composición de su libro Sobre árboles y madres, a veces pretextual, en el sentido de un pretexto para poder escribir, pensar, sentir y perder el control. Para escribir, además de la apelación al tu, Marchant recurre a una suerte de auto-psicoanálisis: se expone textualmente, cuenta sus secretos y los secretos de otros/as.16 Léase la palabra secreto como deseo pero también como cuerpo (no debe olvidarse que en la esfera del discurso occidental, el cuerpo que ha desafiado la ley del padre y que fue auscultado con atención por la ciencia (Charcot) es el cuerpo de la histérica, es decir, el cuerpo femenino). Con todo, merced a los temblores de su escritura, no puede desconocerse que Marchant es uno de los pocos filósofo/as chilenos/as que se ha dado a leer bajo la doble ley de lo pensado/ impensado, en una escritura fragmentaria que admite ser interceptada por un saber emocional, además del racional. 4. El relato de las escrituras que carecen de punto final En relación a la caracterización de una escritura escénica, puede decirse que si bien en Sobre árboles y madres elabora un lenguaje sobre la escena y también ejerce como lector de escenas, las escenas propiamente involuntarias se manifiestan en el párrafo final de su artículo póstumo, “Suelo y letra. Sobre la España nacional y la España judía” (1987) y en “Pierre Menard como escena” (1987). El primer texto aparece con unos dramáticos puntos suspensivos; signo elocuente de interrupción de su escrito 15. Philippe Lacoue-Labarthe, Heidegger la política del poema, Madrid, Trotta, 2007. 16. Según Julia kristeva, el espacio analítico es el único lugar contractual en donde “hay derecho de hablar de las heridas”. Julia Kristeva, Al comienzo Era el Amor. Psicoanálisis y fe, Buenos Aires, Gedisa, 1986, p. 16. 76 Patricio Marchant: Escenas de escritura, cuerpo y devaluación (de su vida) que opera de modo inverso al estilo Scherezade que pospone el corte final17. A pesar de la aparición de tal marca, no está de más subrayar que es condición de toda escritura ser impotente para amarrarse o “agarrarse” a una última palabra, ya que si la escritura pudiera cerrarse mediante el anhelado punto final entraría en la lógica del Libro que aspira al orden de una totalidad significativa. Pese a la aspiración del Libro de permanecer a salvo de cualquier menoscabo que pueda quebrantar su necesidad de mismidad, la situación de permanente devaluación de la escritura libresca es señalada por Marchant en su artículo, “Pierre Menard como escena”, inspirado en una de las escenas que pone en juego la narración de Borges , “Pierre Menard, autor del Quijote”18. Este último texto de Marchant se inicia con un comentario al libro El testamento Filosófico de Charles Renouvier; un curioso y desconocido filósofo cuyo libro significó un hallazgo para Marchant. Al momento de comprar el libro de Renouvier, Marchant indica que se encontraba en situación de estudiante secundario; sin embargo, antes de releerlo pasaron treinta años. El libro mencionado es adquirido por casualidad o por “necesidad” en la calle Alameda de la ciudad de Santiago, a la altura de la popular Estación Central; espacio arruinado (según señala). Este tradicional y sintomático espacio de circulación es un espacio bisagra que une la centralidad de la capital con las periféricas provincias o las hoy denominadas regiones. En los primeros años del segundo milenio, la Estación Central ha transformado el aspecto desolado y anónimo de antaño por uno reluciente y moderno. Un signo de esta transformación es la vigencia que adquiere en los últimos años un reloj funcional, en reemplazo del que exhiben las “Quimeras aladas” de la Estación Central que, según Adolfo Couve, sostienen un reloj de “inservibles punteros caídos”19. No puedo dejar de trasladar —por analogía— esta forma de revestimiento y de barniz pulido de la Estación al ámbito de 17. Patricio Marchant, “Suelo y letra. Sobre la España nacional y la España judía”, Escritura y temblor, op. cit. p. 370. 18. Jorge Luis Borges, “Pierre Menard, autor del Quijote”, Ficciones, en Obras Completas I, Barcelona, Emecé, 1999. 19. Con estas palabras describe Adolfo Couve el aspecto ruinoso de la Estación Central en su cuento, “Mamparas del Sagrado Corazón”, Balneario, Santiago de Chile, Planeta, 1993. 77 Cecilia Sánchez los escritos filosóficos y apreciar el modo en que las capas lustrosas de los libros que cada quien escribe encubren su deterioro. Vuelvo al relato del lugar de la adquisición del libro mencionado por Marchant, ya que —además de las señas de su relectura— esta indicación anticipa una subtrama; un destino que tarde o temprano alcanzará a las ideas del libro: el que ya se había soltado del hilo de la continuidad filosófica y comenzaba a existir, como tantos residuos, separado de su contexto. Encontrarse con un libro como el citado, en un lugar bisagra como es el de la Estación Central (espacio socialmente menospreciado), escenifica por adelantado el cruel comentario acerca de la inutilidad del quehacer intelectual emitido por el narrador que figura en el texto de Borges. Dicha futilidad se cumple al interior del mundo letrado mediante el fatal encogimiento de una obra que, de gran idea, pasa a “capítulo”, “párrafo”, terminando como simple “nombre”. El resumen o residuo de un resto de significado es preservado de modo archivístico en los recintos mortuorios de las evolutivas “historias de filosofía”. Lo sorprendente es que la reducción o encogimiento de una obra también vale para la “gloria”, sobre todo de una como Don Quijote que, de “libro agradable” —dirá Borges— termina glorificado en lustrosas ediciones pero incomprendido20. Pierre Menard es, en la narración de Borges, una figura simbólica que anticipa la doble devastación referida. Expresa su voluntad de pérdida al consagrarse por entero a una obra que repite, letra por letra y con esfuerzo redoblado, el trabajo del autor primero. El gesto de renuncia a la autoría, a la obra autónoma o propia, lo destierra a una suerte de subterráneo del original, prescindiendo del reconocimiento de los lectores. Podrá decirse que esta situación de destierro es equivalente a la experiencia de los países periféricos en relación al gran discurso de la filosofía. Marchant, por su parte, intenta calzarse la paradójica máscara de Menard, ya que al percibir el destino del libro de Renouvier se reconoce de inmediato en esa escena devaluada, en la medida en que rechaza la actitud del autor que pretende proyectarse en 20. Patricio Marchant, “Pierre Menard como escena”, Escritura y temblor, op. cit., p. 350. 78 Patricio Marchant: Escenas de escritura, cuerpo y devaluación su obra. Es el caso de Renouvier, quien sabe que va a morir y experimenta en ese trance la inseguridad de no saber qué lugar le reservan a su escrito quienes lo leerán. De cara a tal pérdida, recurre a su discípulo que, similar a un hijo, le hereda el cuerpo escrito: el resto que podría permitirle una sobrevida a su última palabra. Marchant lo cita a propósito de este necesario pero incontrolable imprevisto, pues con tristeza el autor moribundo escribe, “me voy sin decir mi última palabra”21. En el mismo párrafo, Marchant agrega, “Uno se va siempre sin haber terminado su tarea”22. Con ironía enfatiza que Renouvier ya es parte (nombre o párrafo —poco importa) de la historia de la filosofía en el capítulo acerca del Personalismo. Marchant había previsto la repetición —en su propio caso— de esta escena de orfandad en que texto y autor de disocian. Situación conocida por los filósofos desde los tiempos en que Platón menospreciara la escritura que, en su calidad de invento, termina como signo muerto al desprenderse de su padre (autor). Ya sin respaldo, el material escrito pasa a ser un cuerpo sin control que sigue una trayectoria incierta. En este caso, podría decirse que todo libro proyecta una escena, posible de leer por un o una desprevenida lector o lectora. Con todo, debe recalcarse que en Chile no existe para los marginales escritos filosóficos nacionales siquiera remotamente la posibilidad de ser recogidos en ese pomposo libro de registros que la filosofía eurocentrista rotuló “historia de la filosofía”. De modo que más que restos de significados, el destino de aquéllos es el de ser cuerpos flotantes en los lugares de almacenamiento de objetos académicos. De todas las actividades intelectuales, me atrevo a sostener que la más afectada con esta cruel intemperie es la de los prolíficos filósofos chilenos, cuyos libros en ocasiones se amontonan como cosas en desuso en las bibliotecas que los albergan. En el caso de los libros usados, se revela el abandono de ese segundo padre que es el o la lectora, siendo su domicilio 21. En “Pierre Menard como escena”, Marchant se refiere al destino imprevisto e inconcluso del quehacer intelectual del filósofo al referirse al cruel comentario del narrador de “Pierre Menard. Autor del Quijote” de Borges, quien describe con escepticismo el destino de una “gran” obra, op. cit, pp. 335-337. 22. Ibíd., p. 337. 79 Cecilia Sánchez ahora el pañito cuadrado en donde el vendedor ambulante deposita sus heterogéneos libros. El imprevisible lugar físico en el que reposará el cuerpo inerte de los libros remite a ese otro lugar en el que aspira guarecerse todo escrito. Ese cobijo es el topos simbólico que otorga el comentario, lengua de poder que puede salvar de la muerte residual el trabajo de un pensador/a al otorgarle con su evaluación una intimidad de la que carecen los cuerpos físicos. Para finalizar, celebro que esta forma de intemperie todavía no se ha apoderado del libro Sobre Arboles y madres; libro que Cristóbal Thayer cobija provisoriamente en esta nueva edición. 80 VACILACIONES/INTRIGAS (FECHAS DE SOBRE ÁRBOLES Y MADRES) René Baeza a nelson a elsa a Iván Mancilla ¿Y si fuera justamente el poema, lo poético mismo esa muerte inmanente y propia de la vida? ¿Un gran poema narrativo, la única historia que se cuenta siempre, que se dirige uno a sí mismo, la poética de lo propio como reconciliación, consuelo, serenidad? … hay aquí que leer tal acontecimiento y contar con él. J. Derrida. Texto que quisiera, curiosidad, terminar y que no quisiera, temor, terminar. Curiosidad y temor: saber si podré decir o no el fin de las M. M., el fin del duelo de las M. M. propuesto, dicho con seguridad al final de la Primera Escena, no vacilaba por lo visto, ese día, al escribir. (SEGUNDA ESCENA, 2/6/83).1 No pretendemos cifrar hasta dónde se maniobra los hilos. Hasta qué punto se enhebra y deshilvana la trama, en qué medida se tira y afloja. No interrogamos si la tensión que hace vacilar el duelo, en esta escena y data precisas, es intencionalmente orquestada, si es una forma simulada, según la lógica tradicional del simulacro, de urdir el suspenso. Sólo queremos dar tiempo a la intriga. E insistir en una serie de fechas. Insistiremos en los ciclos del fechamiento, en los giros datados de los retornos: en 1. Cf. Marchant, Patricio: Sobre Árboles y Madres, Bs. Aires, La Cebra, 2009, p. 68 (y Sobre Árboles y Madres, Santiago de Chile, Gato Murr, 1984, p. 47, en adelante SAM). 81 René Baeza el poema que Marchant parece contarse, para pasar el invierno.2 Porque estamos en junio: la fecha es martes 2 de junio de 1983. Intrigas del inconsciente y castración Lo veremos más tarde: los giros temporales se repiten, las cuotas del tiempo retornan. Y se fechan… Como si se diera cita al acontecimiento a compás de las fechas, como si se citara y recitara en unas fechas post-datas, en un tiempo ex post. De ahí que la vacilación parezca ya retornar, volver desde la Primera Escena: la Segunda Escena habrá repetido el giro, el ciclo que se ha impuesto al fechamiento, no sólo una vacilación anterior. Una repetición de la que aún no se habría tomado nota incluso el 2 de junio. Aunque ya parece anunciarse: “no vacilaba por lo visto (cursiva nuestra), ese día, al escribir”. Este “día” quizás marque ya una cierta condonación. Y sea así un día de indulgencia, un día del saldo de la cuenta: de ahí que más adelante intentemos fecharlo. Tal vez “este día” sea el día de un lamento, el Kol Nidré de lo que habrá sido ya, quizás, una suerte de Yom Kippur.3 La escena de “este día” (quizás el día de la locura del día al atardecer) no se la vamos a prestar nosotros a Marchant, no la vamos estrictamente a agregar, pues la ha confesado él mismo como una intriga del inconsciente. Esta intriga supone ya un cierto olvido de las fechas, y los efectos, en los bordes de la datación, de un lapsus colosal. Es en relación a esta cesura que empieza a tomar forma el relato. Es a propósito suyo que la narración cuenta en términos de tiempo. Y se comienza a fechar, al parecer tardíamente, el 2 de junio.4 A partir de aquí Marchant 2. “–que el árbol-Cristo es el nombre de un poema, sólo eso, una palabra, una frágil palabra, un poema, un poema, un cuento para pasar el invierno, frío, puro frío, el poeta lo dirá después, otra escritura…”. SAM, p. 262 (299). “Seca, la madera de la Cruz es primavera eterna y amor, fuego, su invierno”. Ibíd., p. 174 (146). “… en el poema Otoño todo es abandono, todo es muerte…”. Ibíd., p. 235 (203). 3. SAM, p. 228 (197). 4. ¿En qué fecha se comenzó a fechar: en qué día? Con independencia de cuándo se haya hecho, el 2 de junio de 1983 quizás sea un día en el que se debió iniciar, reiniciar, el fechamiento. Como veremos más tarde, en ciertas anotaciones de la Primera Escena ya se había comenzado a llevar la cuenta. ¿Se olvida Marchant de la fecha, entonces, porque se ha olvidado de fechar, de refechar, el duelo? ¿No lo pretendía entonces sin traición: se habrá olvidado de la traición del duelo?. 82 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) no se habrá dedicado a otra cosa que a rumiar el olvido. Del lapsus que provoca la herida, y la sangría de los costados del poema, se dejará registro 4 días después: el 7 de junio. Y, ya como recurso de la edición final del escrito, el lapsus es advertido al lector en una confesión de la Primera Escena: ¡Oh, tú, querido gato Murr!, tú que sostienes, lo demuestras y lo pruebas que las grandes ideas y las frases son siempre sólo el producto de los errores de los tipógrafos, tú que nos enseñas que la Historia de la Filosofía entera no es sino el conjunto de reflexiones, especulaciones e interpretaciones –fallidas– de esa (sic) erratas, a ti, sólo a ti, debo decirte la verdad: no hay aquí, gran gato, ninguna errata, sólo un lapsus (cursiva nuestra).5 Está demás decir que la confesión es en gran medida irónica: una confidencia estruendosa proferida en un tono “intimista”; la auto-delación “murmurada” que no se confía, en el apóstrofe, sino como un secreto a voces. Irónica porque ya en Casa hay una sola (1981) se ha dicho a propósito de Freud: “la teoría … de los lapsus es o implica un lapsus”.6 Pero si el lapsus nunca es simple, si implica otro por recurso, su estela dolorosa, su trazado temporal, ya se ha empezado a medir: como fantasma asolador el lapsus recorrería desde fines de la Primera Escena (dejemos por ahora la fecha imprecisa), hasta el 7 de junio, data en la que el olvido parece ser fechado.7 Puede creerse o no, pero lo que se confiesa al anotar la vacilación de la Segunda Escena (y al rectificar después diciendo que se ha vacilado también en un día de la Primera), es el cometido, la comisión de un lapsus de siete meses. Período que va entre el 7 de noviembre de 1982 y el 7 de junio de 1983. Si no se cree esto, ya nada se creerá. Y se tendrá razón para dudar de otras de las confesiones de Marchant: en este lapso de tiempo Sobre 5. SAM, p. 61 (41). Asterisco. 6. Marchant, Patricio: Escritura y temblor (Textos editados por Pablo Oyarzun y Willy Thayer), Santiago de Chile, Editorial Cuarto Propio, 2000, p. 34. (ET en adelante). 7. Esta toma de razón, si bien se fecha el 7 de junio, se inscribe entre paréntesis, lo que indica que la misma adscripción del acontecimiento a la fecha ha llegado con retraso. No será la primera ni la última vez. 83 René Baeza Árboles y Madres habrá sido escrito bajo la deuda de un préstamo, dejándose escribir, casi sin ningún control: “… Siete meses (cursiva nuestra) –se dice en DESOLACIÓN CUATRO– dejando que se escribiera lo que se quisiera escribir, prestando mi cuerpo a las voces que desde ‘mí mismo’ se llamaban (cursiva nuestra), ellas, ningún control, sino éste: exclusión, cuando momentos decisivos, de todo lo que no fuera exacta exactitud (cursiva nuestra), nunca pude escribir sino cuando una intensidad, una emoción, una música me permitía y me obligaba a hacerlo: sólo escribí nombres, prestados nombres”.8 “Wagner y alcohol todas las noches”, dice en otro lugar.9 Y: “Siete meses (cursiva nuestra) esperando, faltándome”.10 O: “–Siete meses (cursiva nuestra)… extendí la mano, callando, retrocediendo; queriendo: que el frío me tocara, me tocara”.11 Así, es el don del olvido el que habrá dado los “siete meses” de trabajo. El trabajo parece ser lo dado del don. Y el don que ahora retorna a propósito de una vacilación olvidada durante siete meses de encarnizado atareamiento (luego de un “intenso y doloroso trabajo”12), habrá perturbado no sólo la división del trabajo, sino la partición entre el trabajo y el descanso: la vacilación habrá hecho olvidar la repartición entre la obra y su ausencia.13 Razón por la cual no podremos hacer una división tajante entre, por una parte, el lapsus, como don del olvido y, por otra, la vacilación que al parecer comienza a fecharse, con temor y curiosidad, el 2 de junio. Un acontecimiento que habrá obligado con su arribo repentino, e irrupción estrepitosa, a que Marchant parara de pronto las máquinas, que le habrá exigido detener, al menos por unos días contados, esa máquina que hasta entonces se encargaba del trabajo: se puede hablar así del lapsus de la vacilación, lo mismo que de la vacilación del lapsus; 8. SAM, p. 301 (263). 9. SAM, p. 278 (242). 10. SAM, p. 279 (243). 11. SAM, p. 277 ( 241). 12. SAM, p. 304 (266). 13. Cf. Derrida, Jacques: “El futuro de la profesión o la universidad sin condición (gracias a las ‘humanidades’, aquello que podría tener lugar mañana)”, en Jacques Derrida y las humanidades (Tom Cohen coordinador), México, Siglo XXI, 2005, pp. 45-83. 84 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) de un lapsus vacilante, lo mismo que de una vacilación lapsaria. Puede decirse, de otra forma, que el lapsus hace vacilar, como la vacilación colapsar. Pero de cualquier modo que sea: lo que trajo el acontecimiento, lo que llegó aquí tras “siete meses” de empecinada, enconada, y dura tarea, es lo que puede llamarse el asueto de la obra: un descanso… No extrañará entonces el entorno en el que se ha insertado la data de la vacilación, que se la haya depositado ahí, justo en la Escena de “La Pietà”: una atmósfera de descanso rodea a esta fecha; un descanso… de qué si no del trabajo. Una suerte de dulzura la nimba, como si con la vacilación hubiera retornado el destrabajo, la ternura, como si el 2 de junio fuese, en el calendario del duelo, la Pietà de las fechas. Lo que permite suponer –y es esto lo que en seguida intentaremos discutir– que antes de la vacilación aludida (empeñado en sus labores a lo que parece por siete largos meses), Marchant ha obrado como un hombre “sin piedad”. 186 páginas después del inserto del 2 junio, pero en la dinámica de una datación que sólo dura 4 días, entre el 2 y el 7, como contamos, Marchant parece indicarlo: “… siete meses (cursiva nuestra) escribiendo este libro, ningún día algún descanso, sólo vacilé en estos días (cursiva nuestra), preguntando por el fin… ”.14 Advenida la vacilación, del trabajo, al menos por una serie de días, Marchant parece descansar... Y entonar, en este período de tiempo, una suerte de réquiem: el retorno lo ha dejado exhausto, moribundo, en los brazos de lo que conmemora la fecha. En su regazo se recuesta, toma aire, cobra nuevos bríos: renace, como la fecha, de las cenizas. Recostado en la Pietà de la fecha, parece que se contara un cuento para pasar el frío. Para el frío invierno, y para el cansancio del arduo trabajo de siete meses, qué mejor que reposar en la fecha del 2/6/83.15 14. SAM, p. 254 (220). 15. No será la primera ni la última vez, pues estos retornos del descanso, después del trabajo, llegan siempre como una “comprensión”. En Sobre la necesidad de fundar un departamento de filosofía en (la Universidad de) Chile, de 1985, dice exclamando: “De pronto –¡pero después de tantos años de trabajo!– se comprende que, en todos los sentidos posibles, la escritura tiene la palabra. De pronto –¡pero después de tantos años de trabajo!– se comprende que en la escritura todo es cuestión de ritmo…”. Cf. ET, p. 269. 85 René Baeza Vamos a preguntarnos entonces si Marchant no ha escrito como hijo, supeditado al instinto filial. Si el dictamen que pone en juego el testamento impositivo, no lo convierte durante este tiempo (¡siete meses!), incluso en un hijo irresponsable. Y, en efecto, es a propósito del lapsus que no se dejará de hablar de una “necesaria irresponsabilidad”.16 ¿No es ya lo que parece la cripta del libro: una intriga en la que estaría en principio en suspenso de qué forma se ha escrito entre el 7 de noviembre del 82 y el 7 de junio del 83? Las anotaciones fechadas parecen tener así un doble fin. Por una parte, estarían destinadas a confesar la desmemoria, el desliz del recuerdo; por otra, tenderían a mostrar, con no menor celo, de qué modo el “resbalón” –que es lo que “lapsus” quiere decir– ha sido prescrito. De hecho, si cierta fatalidad no perdona la amnesia, si Ananké no indulta el olvido, el dictamen podría interpretarse –ya lo sabe de sobra Marchant– como una tala restringida, como un corte determinado que revelaría la separación, la constancia que media entre el poema y el don que lo ha hecho posible. Lo que parece confiarse a tergo ya en la Primera Escena es, de este modo, el don y el perdón. Y la operación –como ya se advierte en una de las anticipaciones de la Escena que hemos citado– de sólo un lapsus “continuo”. De cualquier forma, el poema parece sometido, la mayor parte del tiempo, a una doble cesura. Esta se deja leer, en los extremos, como castración. Por una parte, la castración que arroja hacia el borde de la experiencia individual y personal: una derrota sufrida como desastre biográfico; la castración, por otra parte, que arrastra hacia el borde de la experiencia nacional e histórica: la derrota padecida como catástrofe política17. Talaje y arrojo que implican la represión de un “duelo posible”.18 De un luto sesgado que mantiene en vigencia el imperio paternal, el régimen paterno por el cual Marchant, como sujeto de la represión, sería un “hijo” de su tiempo, un “epígono” del doble estrago de la historia. Es esta división de régimen, acuñada por un solo golpe de 16. SAM, p. 304 ( 266). Marchant mismo parece aludir a la “necesidad” del “olvido” en DESOLACION DOS, IX: “Esa necesidad de un olvido que se erige para olvidarlo, su contradicción”. Cf. SAM, p. 282 (246). 17. ET, p. 213. 18. Cf. Derrida, Jacques: Dar (el) tiempo, Barcelona, Paidós, 1995. 86 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) troquel, la que le ha enmudecido la palabra diez años antes.19 Y la que ahora, diez años después, pesa todavía sobre el quebranto del libro. Pena sobre el duelo, sobre sus fechas, la frecuencia del ritmo y las marcas regulares de la composición. El “duelo propuesto” ha sido refrenado así no sólo por el tiempo del relato, sino por las coordenadas precisas de una serie de fechas. De ambos regímenes Marchant parece rehén. Pues, ¿no permanece bajo una doble coacción mientras “comprende” el recurso vacilante del luto? ¿E, incluso: mientras “entiende” la vacilación como retorno? ¿No queda escindido, entre ambas coartadas, hasta que “aventure” la ruta, la doble derrota, que ha seguido el deseo? De cualquier modo, si la necesidad no exculpa el traspiés, si el fatum no condona el trastabillón por el cual se debió marcar el paso, justo ahí, se corre el riesgo de haber escrito (¡ningún día algún descanso! ¡nulla dies sine linea!) bajo los efectos de la obliteración temporal de la memoria. Es lo que parece ocurrir, de hecho, mientras no se acuse el saber de una repetición que borre la amnesia que habrá operado como una traición al don, mientras esta traición a la donación, no se muestre como el “necesario” movimiento del deseo. El perdón de una “falta” que aquí parece durar siete meses, se juega, entonces, ya en la insistencia que habrá tenido el acontecimiento que llegó el 2 de junio, y que perduró durante toda la semana siguiente... Luego de acusado el lapsus, tras siete meses, éste habrá obsedido a Marchant no sólo por lo que parece durar, sino porque su hallazgo se realiza casi al final del quebranto: en la prelación inminente del fin. De modo que, si la vacilación fuese la “primera”, el peligro es haber arrastrado la intriga, y el suspenso con el que esta se urde, hasta la última parte. Esta suspensión tardía sería injusta con la dinámica de la pulsión, ya que se expone a ser interpretada –como lo sabe de sobra Marchant– con relación a una etapa específica. Y, así, en el marco de una castración cuyos cortes, y bordes de abertura, como ya dijimos, serían determinables. Recordemos que su lectura se ha empeñado en probar –tal como lo hace con la intriga de las fechas– que la insistencia en el árbol, la “paganía congenital” del poema mistraliano, no 19. SAM, p. 348 (308). 87 René Baeza corresponde a una faceta exclusiva.20 Ha sugerido que el bucolismo, la “Stimmung” que liga al poeta y a la naturaleza, recorre toda su poemática, y que, a compases medidos, retorna como si renaciera de las cenizas. Como si se activara a pasos contados, a una cierta frecuencia de regularidad. Es la razón por la que no debe extrañar que se empeñe en afirmar, que a partir de la Segunda Escena, todas las partes del libro han sido escritas “al mismo tiempo”.21 Que prevenga que, desde entonces, todos los archivos estaban abiertos, y que en ellos se jugaba, por así decir, una suerte de partida de escritura simultánea.22 Así, si Marchant parece descansar de sus faenas al séptimo mes (se diría: de una forma estricta y observante), no se debe olvidar que la vacilación retorna, que regresa como una repetición de una vacilación previa. Y que después de siete meses, al parecer, se toma recién conciencia de un lapsus anterior que habrá regido los trabajos y los días desde fines de la Primera Escena. Antes de ir a parar a la vacilación previa, y al lapsus anterior que acontecen en los confines de esta Escena, insistamos en la intriga del inconsciente. Persistamos en el olvido como castración. Indiquemos la traducción que no puede dejar de tener, sobre todo aquí, con el poema mistraliano. Porque, ¿no es la castración la que se lee en la figura del leñador? ¿No es el olvido el que cabe interpretar en el “hacha fálica” que corta a los tres árboles, y los deja, talados, al borde del sendero? ¿No es este abandono, caren20. SAM, p. 181 (157). 21. Estos insertos de advertencia en notas depositadas a fines de la Primera Escena y al inicio de la Segunda, parecen también corresponder a la etapa tardía. 22. Insistencia de Marchant: “Esta Primera Escena fue escrita, como se dice más adelante… antes, es decir, independientemente del resto del libro, con la excepción de esbozos de algunos momentos posteriores”. (SAM, p. 62 [46]). Y luego: “Texto escrito, salvo la Primera Escena, todos los capítulos al mismo tiempo…” (SAM, p. 68 [47]). Marchant trata evidentemente de marcar una insistencia, y sabe perfectamente que esquematiza cuando de forma general subsume todas las escenas y capítulos escritos a partir de la Segunda Escena bajo la expresión “al mismo tiempo”. Lo mismo hace con relación a la “insistencia en el nombre”: “… y, aunque la insistencia en el nombre estaba por todas partes escrita –se puede contar las veces que la palabra ‘nombre’ como el problema del nombre se lee en el texto, y ello independiente de la diferencia de tiempo en la escritura de las diferentes partes, capítulos, del texto–…” (SAM, p. 312 [274]). 88 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) te de piedad, el que se repite en los flancos heridos del texto: en sus costados abiertos? ¿No es el padre, como hijo, el que abandona a sus “hijos”? ¿No confiesa Marchant así el abandono de “sus” tres hijos? ¿Y, no confiesa el abandono el padre contando ya los “siete meses”? 23 Como si Marchant enseñara, a propósito de la castración mistraliana, el propio corte de su escrito. De ahí que el siguiente pasaje quizás valga para él: “Sólo tú te abandonaste, te abandonaste, mujer sin piedad, mujer sin Pietà: tu cuerpo, tu amor, no acogió, no recogió, al hombre. Tú sabes, ‘después’ de ‘eso’, no es que no quede nada; queda algo, queda todo, debiera haber quedado todo, como un después: un cuerpo reposando en tu cuerpo. Mujer sin Pietà: ¿qué herida se abrió al abrirse tu cuerpo que llamaste herida primera, la herida, a esa herida segunda, el amor de un hombre? Pues cuerpo que se retira es cuerpo que vuelve, cuerpo que ya ha vuelto –el hombre. Sin duda tu abandono es otro; mujer, ¿cuál es tu secreto?”.24 Vale para él –recordemos lo que ha dicho Marchant de Mistral: “corazón, el suyo, de hombre herido”, “eres como hombre, lo que te imaginas que es el hombre”–. Pues la impiedad (corre23. Sería vano intentar hacer una simple comprensión autobiográfica de los análisis de Marchant, pues creemos que el olvido ha hecho llegar tarde, también, a la mayor parte de los fragmentos de anotaciones con los que esta relación pudiera esbozarse; el lector, sin embargo, a diferencia de Marchant, se los encuentra en la lectura continua del libro. Parece haber ocurrido que, al revés, Marchant habrá “entendido” el abandono de “sus” tres hijos antes de anotar la mayor parte de los textos que, a tergo, podrían pasar por elementos biográficos que eventualmente determinarían los análisis. De hecho, pudo ser así, casi al revés: la lectura del abandono de los tres árboles, analizada en los poemas de Mistral, quizás le hizo comprender el abandono de “sus” tres hijos. En el pasaje que sigue se deja leer esta posible relación: “Entonces, a la orilla del sendero por donde pasan los hijos, estricta necesidad en el poema que ese hijo sea una hija… El leñador los olvidó –el poema (de Mistral) repite dos veces la misma frase; en su insistencia, el punctum, la herida, del poema. El Leñador los derribó, pero (cursiva nuestra) no se los llevó. ¿Los perdonó acaso?. No; el leñador, el hombre del hacha –hacha fálica–, el hijo lascivo que abandona a la madre por otra mujer, cometió el lapsus de olvidarlos. Con este olvido marcó inconscientemente una huella. Huella de amor, esa huella de amor es la esperanza de los árboles, a esa huella los árboles llaman su esperanza. Huella de un hijo, huella de todos los hijos, los árboles, las madres, esperan –saben de la magnitud de su amor– que algún día sus hijos (cursiva nuestra) ese amor, puro dolor, lo comprendan, lo reconozcan, lo amen”. Cf. SAM, pp. 187-188 (159160). 24. SAM, p. 202 (173). 89 René Baeza lativa del abandono) parece correr a parejas de uno a otro cabo de la diferencia sexual. Es esta actitud impía la que hace juego a la operación de la transferencia, en la medida en que faculta, por medio de la proyección, especular sobre el “secreto”. El “misterio” consistiría en no acoger y en no recoger el resto amputado, pues para la acogida y el recogimiento ya haría falta la piedad. La impiedad, como autoproducción del abandono, supone ya la ejecución de una traición, la “herida segunda”, y el sobrevenir –como veremos más adelante– de la prestación del nombre. Es bajo esta condición asimismo que el poema marchantiano parece rendirse a la cuenta, y de este modo, con esa culpa a cuestas, se deja relatar. Como si la intriga no circulara, al menos en este estrato acotado, sino en torno a las fechas, y a los tiempos modalizados de la enunciación. Como si la trama temporal no fuera ya sino un grito de dolor, el lamma sabachtani, la queja de un indolente hijo abandonado.25 En cuanto esta cuenta –y la deuda que le corresponde– ya está presupuesta en la infidelidad operada por la diferencia sexual, sucede como si Marchant no hiciese a contrapelo sino el relato de su misma traición. Como si empezara ya a sumar el lapso de tiempo en el que el ansia, según la ley paterna que gobierna la erección, se enarbola y al mismo 25. La crítica ha querido mostrar contra Marchant (cf. Guzmán, Jorge: “Patricio Marchant: Sobre Árboles y Madres”, Estudios Públicos, 1986, número 22, pp. 303313), una cierta “obviedad” que, como tal, acusa todo el texto. Y que opera como presupuesto conceptual (cf. SAM, p. 196 [167]) de todo su trabajo de interpretación: la castración como “contenido” universal del lenguaje. Desde la perspectiva de la castración lacaniana (y no anasémica y desconstructivista como Marchant), Grínor Rojo –en su libro Dirán que está en la gloria (Mistral), Santiago de Chile, F.C.E.,1997, p. 24, y es lamentable que Rojo no discuta con Marchant sobre este punto, al menos explícitamente, a quien sólo remite en la p. 402– dice acerca de la postura de Guzmán a propósito del (nombre del) padre en G. Mistral: “A mí, el candor crítico (cursiva nuestra) de Guzmán me sirve para introducir el problema de los alcances de una ausencia (se refiere a la ausencia del nombre del padre que Guzmán ha confundido por la ausencia simplemente del padre, de ahí el “candor”, RB) que, si bien es cierto que existe y que es demostrable en un determinado nivel de la práctica poética de Mistral, en otro no se la puede defender en absoluto. Porque no cabe duda de que la poeta chilena accede (cursiva nuestra) al legado paterno por medio del acto de escritura”. En cuanto a la llamada “transferencia negativa” de Guzmán, en efecto, Marchant ya había dicho (cf. ET, p. 227): “…existe un caso –curioso, significativo mas (sic, el texto mecanografiado dice: más) que en sí teóricamente importante desde el punto de vista del conocimiento de la poesía mistraliana– de una transferencia negativa hacia Mistral: la triste y cándida (cursiva nuestra) historia de un hijo, de un ‘niño’ rebelde…”. 90 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) tiempo se castra, se empina y, a la vez, se deja talar. Como si al perseverar en el trabajo, al trabajar sin piedad hasta el cenit de la interdicción, en la escena del levante, no hiciese más que perjurar la relación al don. Y conjurar, precisamente a través de la injuria –pues el dictamen es una suerte de dicterio– lo que sólo se da o se recibe en la forma de la gracia. Pero, si el secreto de la mujer no se agota en haber sido abandonada por el hombre, no se satura en la “herida segunda”, hay que interrogar, como lo hace Marchant aquí, por una “herida primera”. Hay que interrogar y decidir si no está en la posibilidad del don el traicionarse, el extraviarse, y, en el borde del sendero, perder el destino: si el don no se abandona ex profeso a la desolación, y así, motu proprio, no se entrega a propósito a la interperie, al desamparo. Si no es el don, como abandono de sí, el que apostata de la fe jurada. ¿No es el amor, antes de cualquier traición determinada, el “primer querer” del poema? ¿El despojo que ya no cabe hacer depender de la ley del padre?.26 Hay que replantear –como veremos de inmediato que hace Marchant con Mistral– si la traición es el sufrimiento, la prenda de pasión, de dolor, el empeño que se ofrenda a cambio de unos días de reposo. Queda por replantear, en efecto, si el amor, en sentido estricto, vale la pena, la congoja. Y si las penurias, las penalidades de “siete meses” se dejan pignorar aquí con “exacta exactitud”. Pues el don, como el amor, en propiedad, parece darse sin abono y sin prebenda. Parece regalarse, antes o después, de cualquier finalidad sacrificial: “… si el amor, aunque se sabe que trae dolor (cursiva nuestra), es deseado, y deseados son también los poemas, frutos también del dolor (cursiva nuestra), ¿debemos pensar, entonces, que el árbol deseaba ser herido, ser herido como precio para ser amado (cursiva nuestra)? ¿O el árbol está siempre ya herido –por una herida otra, por cierto, que la herida del árbol de otoño (cursiva nuestra)–, porque él es, siempre ya, amor? La segunda alternativa, sin duda alguna, pues lo importante (cursiva nuestra) es la anterioridad radical, que anula (cursiva nuestra) el pensar en términos de finalidad, ese pensar de frívolos”.27 Entre esas dos versiones del luto, entre el amor gratuito y el amor debido, habría que pensar la “traición” sumaria del libro, 26. El amor y no la traición: “la traición sigue los caminos que el amor abrió”, dice mayormente Marchant. Cf. SAM, p. 37 y 241 (17 y 208). 27. SAM, p. 183 (155). 91 René Baeza la separación temporal cuantificada: los siete meses que cuentan como plazo del desprendimiento del don. Entre la mesura y la desmesura, en la cuantía de un préstamo que se habría tomado por la fuerza. Pues obligadamente habrá habido cuenta al entrar al sendero, una deuda al seguir, en forma “natural”, la herida “segunda”: el quebranto de la palabra. Una culpa, al avalar, entre los dos valores del don, la transacción intransable.28 He aquí entonces una firma, una signatura formidable del poema, un débito que, constante y sonante, no deja de ser inconmensurable; una huella descomunal, portentosa, pero que empieza a valer ya, en términos contables, los siete meses. He aquí el intervalo ensangrentado del relato, el tiempo como dote de la intriga. A esta intriga (que va a mostrarse “necesaria” en el catastro de las datas, pero que en la interpretación sobre Mistral parece ya antes tratar de ser “perdonada” –porque Marchant pretende darle el perdón al poeta–), hay que abrirle entonces un tiempo de paso: Desde su experiencia ella (Gabriela Mistral) dice, no pide, ella declara –todos oigan– la muerte que da a su deseo. Entonces, por eso, cuando están dichas todas las palabras, sobran las horas, el tiempo [palabras, horas y tiempo del amor, R.B.]; el tiempo, el tiempo del sendero, no se dará (…) Una angustia originaria, imposibilidad de acallarla, un deseo fundamental, que se mantiene junto al contradeseo complementario, irrealizable, entonces –operante, pero sin satisfacción–, busca satisfacerse de algún modo, ilusión necesaria, en un deseo concreto, real, posible (cursiva nuestra). Realizado éste, necesidad de la experiencia de la insatisfacción, pues nada puede satisfacer un deseo originario; nuevo fracaso, nueva angustia: todo presente, como utopía de un deseo inconsciente, obliga a crear otro presente –el tiempo como: darse tiempo el deseo.29 ¿Debe extrañar que estas interpretaciones cruciales sean dictadas precisamente cuando se va a leer el “poema que presenta mayor dificultad para su análisis”: un análisis que aquí pasa entre Éxtasis y Poemas del Éxtasis? ¿Que pasa entre un “poema” y un “poema en prosa”? ¿Cuando ocurre, al parecer, lo que Marchant 28. Cf. Derrida, Jacques: Dar (el) tiempo, p. 48. 29. SAM, pp. 199-200 (170-171). 92 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) llama la “repetición abusiva” de Mistral? ¿Cuando la “mujer”, en el poema mistraliano, como lo muestra la interpretación marchantiana, “sale al sendero”? ¿Y no es esto lo que ha hecho Marchant por “siete meses”: salir al sendero, estar ahí, en el sendero, cuya huella es la herida del poema? ¿No marca la narración esta huella? ¿No se ha dejado llevar Marchant hacia cierta prosa, a un determinado género “prosaico” –para que el poema se escriba? ¿Y no es el camino de esta via rupta lo que se llama la escritura del pensamiento? De aquí la frase tan mal entendida que Marchant repite a propósito de la “condición” de la escritura del poema: pues el poema de Mistral sólo se traza al “escribir con ella otra cosa”.30 De aquí el error metódico, visto desde una poética del inconsciente, en el que también se incurre cuando se separa un poema pretendidamente “poético”, de los textos supuestamente “prosísticos” del poeta.31 De aquí, por fin, la insistencia rotunda, inapelable, sin retorno y sin excusa de Marchant ante la crítica mistraliana: el mistraliano es un poema no expreso, una Dichtung no dicha.32 Y que la dicha del poema, su ternura y su dulzura, es mantener este silencio... Veremos luego que Marchant ha querido guardar silencio, desde ya, a propósito de ciertas fechas. Vamos a intentar calcular más tarde el movimiento en serie de ciertas dataciones que han 30. SAM, p. 135 (110). Véase la variación (no sabemos si por “errata”, la variación o la “errata” se encuentra ya en el texto mecanografiado) en Marchant, Patricio: “Desolación”, in Una palabra cómplice. Encuentro con Gabriela Mistral, Santiago de Chile, Isis Internacional y Casa de la Mujer La Morada, 1990, p. 72: “… escribir con ello (sic?) otra cosa…”. Luego de una cierta burla denegada (“No me burlo de Marchant”), Susana Münnich se pregunta: “Y me asalta una pregunta, ¿a todos los escritores habría que leerlos ‘como interpretación activa’, escribiendo ‘con ello (sic?) otra cosa?’”. Cf. Münnich, Susana: Gabriela Mistral. Soberbiamente transgresora, Santiago de Chile, LOM, 2005, pp. 10-11. 31. SAM, p. 93 (71). Cf. además, Guzmán, Jorge: Diferencias latinoamericanas, Santiago de Chile, Ediciones del Centro de Estudios Humanísticos, Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, Universidad de Chile, 1984, p. 14. 32. “Pero el objeto de El Suplicio es un verso determinado y determinado con toda claridad como verso no dicho: un ‘verso enorme’ y callado desde hace veinte años; y si ciertamente se inscribe en él la relación directa a un proceso de fecundación, sin embargo, la fecundación, el embarazo, es lo que se ha producido, no el dar a luz, lo que constituye, es obvio, una diferencia esencial con otros poemas que el poeta ha dado ya a luz. ‘Verso enorme’, entonces, cuyo contenido, lo marca el mismo poema, no puede decirse…”. Cf. SAM, p. 223 (192). 93 René Baeza quedado, no sin razón, infechadas. Por ahora convengamos lo siguiente: la vacilación entre “poema” y “narración” sería el estilo del poema, su sello distintivo, su firma, si así puede llamarse, a esta traza de escritura temblorosa. Aunque del estilo, del sello y de la firma, Marchant parece estar enterado previamente, advertido incluso ya bastante tiempo antes de escribir Sobre Árboles y Madres. Ahora ocurre que lo ha olvidado: ha cometido, se diría, el lapsus de olvidarlo. Y sólo va a cobrar memoria “siete meses” más tarde, el 7 de junio, cuando parece dejar constancia del recuerdo. De la vacilación en general de la escritura se hablaba ya, en efecto, en la introducción a su traducción de Ousia y Grammé. Nota sobre una nota de Sein und Zeit, más de diez años antes (1971), señalando su operación en los escritos de Lévi-Strauss: “… enfrentado a la objeción (cursiva nuestra) de si los materiales (necesariamente limitados) con que trabaja bastan para establecer una ciencia de los mitos, Lévi-Strauss vacila (cursiva nuestra). Y vacila (cursiva nuestra) porque coexisten en él, y en forma no expresa, dos maneras del pensar el límite de la totalización…”.33 En un escrito anterior hemos tratado de notar la importancia de las objeciones como forma estructurante, y estructurada, en la configuración estilística del libro.34 Por lo que aquí sólo subrayamos que es la objeción de una mujer la que estremece la primera escritura de Sobre el uso de ciertas palabras (1982): un texto que así pasa a una segunda versión.35 De igual forma, una objeción de mujer es la que hace de pasaje entre la inicial y la versión final del saber que expresa El árbol como madre arcaica en la poesía de Gabriela Mistral (1982), cuya versión última, con su “saber final funesto”, aparece de modo definitivo en el Capítulo Segundo del libro: “El sendero”.36 Entre versión y versión, así, hay siempre una objeción que tercia, una objeción que oficia de pasarela entre dos o más versiones: la objeción marca el lapsus vacilante, y per- 33. Cf. Derrida, Jacques: Presencia y Escritura (Ousia et Gramme), Trad. de P. Marchant, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1971, p. 33. 34. Cf. Baeza, René: “Firmasestilos (sobre la objeción en P. Marchant)”, Nombrada, Revista de Filosofía Universidad Arcis/ Año I, número 1, Agosto, 2004, pp. 97-119. 35. ET, p. 65. 36. SAM, p. 60 (40). 94 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) mite reescribir, a tergo, las relaciones que se habrán tenido con el saber previo. He aquí una intriga que hay que atribuir al inconsciente, decimos, porque Marchant lo sabía, pero lo ha olvidado: ha cometido –no se insistirá nunca lo suficientemente en esto– el lapsus de olvidarlo. Parece que sólo va a recordar cuando se tope con las vacilaciones que operan entre las versiones de los poemas inéditos de la Desolación mistraliana.37 Sucede como si no cayera a cuenta de “su” fort/da hasta que empieza la escritura de las vacilaciones de Mistral.38 En el preciso momento en que trata las vacilaciones del poeta, parece darse cuenta de su “propio” temblor: “Variaciones, vacilaciones, en el nombre del poema que finalmente se llamará el Árbol Muerto, dos manuscritos se llaman, uno el Árbol-Cristo, el otro Un Árbol-Cristo; y dos versiones de la primera estrofa…”.39 Y antes: “Si desolación que se oculta, las vacilaciones del poeta ante la nieve se ocultan […] Pues las vacilaciones del poeta, vacilaciones que podemos leer como un conjunto de poemas que quedaron inéditos, preparan, trabajan, la falta de desolación de Desolación”.40 Y después: “Y, en Nos Embelleció el Incendio, enorme vacilación del poeta”.41 Y ya todavía antes, en el Capítulo Segundo, “El sendero”, titulado “El padre”: “Por cierto, el poeta de Desolación describe las condiciones de la escritura en forma críptica o, como podríamos decir también, vacilante (cursiva nuestra). Vacilación (cursiva nuestra) de su escritura que se escribe en Desolación como escritura de, únicamente, el tercer amado muerto de los Sonetos, el supuesto amado-muerto: necesidad (subrayado nuestro) del ocultamiento, para ella misma, y con mayor razón para 37. Cf. Scarpa, Roque Esteban: La desterrada de su patria (2 tomos), Santiago de Chile, Editorial Nascimento, 1977. 38. El movimiento de la vacilación como desolación, ya estaba también antes advertido, pero no se sabía cómo operaría, uno de los días finales del duelo, la escritura: “Pues si la determinación de desolación, de lo que fuese desolación –si desolación ‘es’ algo– estaba más que esbozada, casi resuelta desde hacía bastante tiempo, lo que, en realidad, deseaba saber era cómo escribiría ese día, como final, ‘desolación’; esto es, deseo de saber –sólo ahora, sin embargo, puedo decirlo así– con qué nombre, esto es, con qué falta, mi apenas restitución del préstamo de un nombre, diría el fin de mi escritura”. Cf. SAM, p. 285 (248). 39. SAM, p. 292 ( 255). 40. SAM, p. 277 ( 241). 41. SAM, p. 294 (257). 95 René Baeza sus torpes lectores, de su propia comprensión”.42 Subrayemos lo que Marchant subraya, y lo que no subraya: Primero. El término “únicamente”, cuando dice: “Vacilación de su escritura que se escribe en Desolación como escritura de, únicamente, el tercer amado-muerto de los Sonetos”. Subrayamos aquí, porque tal como Marchant lo deja leer, la vacilación se expresa en términos crípticos debido a que su interpretación supone que el titubeo del poeta no es con relación exclusiva a un único amado-muerto, sino a los tres que conforman la serie.43 De hecho, la tensión se daría siempre con relación a tres y no sólo a uno. Esta forma de atender simultáneamente a uno y a tres (no olvidemos que el libro tiene tres capítulos), es análoga a la forma de tratar el temblor de Mistral en la serie de los poemas sobre árboles.44 Y también a la forma múltiple de la escritura de las dedicatorias en el movimiento del envío de la carta. Segundo. El término “necesidad”, que aquí no subraya Marchant a la letra: “necesidad (subrayado nuestro) de ocultamiento, para ella misma, y con mayor razón para sus torpes lectores, de su propia comprensión”. ¿No es a esta misma “necesidad de ocultamiento” a la que se apelará luego de la vacilación, cuando se toma nota del lapsus? Si esta necesidad de encriptamiento es la que expresa la muerte del poema –y, así, la forma callada, silente, del amor– no dejaría de poder interpretarse como traición, separación y castración por vía de la puesta en juego del deseo erótico. De hecho, la escena de la vacilación de la que hemos partido, que se debate entre el temor y la curiosidad, podría interpretarse así: como el temor a la castración que genera el deseo curioso. Recordemos que cuando Marchant interpreta el deseo erótico de Mistral, incluso sus llamadas metáforas “sexuales”, pretende que cae en el sebo de que el “éxtasis sexual” es “originario”. En un pasaje en el que anticipa la necesidad de caer en la trampa, de morder la carnada, de picar el anzuelo, como emboscamiento preliminar, ya se prefigura lo que parece pasarle a él durante los “siete meses”: “Olvidándonos (cursiva nuestra) del éxtasis espiritual, pensando que en el poema (se refiere a Éxtasis, 42. SAM, p. 265 (299-230). 43. SAM, pp. 262-265 (227-230). 44. SAM, p. 182 (154). 96 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) R.B.) se marca una relación sexual, pero una relación de un carácter muy especial (cursiva nuestra) que se hace pasar como la relación sexual sin más (cursiva nuestra), leeremos el poema como si cayésemos en la trampa (cursiva nuestra) de interpretarlo como relación sexual; con este fin: criticando esa relación, dar la oportunidad al poema general mistraliano, no a este poema aisladamente, para que nos muestre, es decir, para que nos haga preguntarnos si acaso una relación de amor plena, esto es, otra que la disyuntiva establecida entre éxtasis espiritual o éxtasis físico –y, aquí, una relación sexual ‘especial’– no nos lleva, de todos modos, a un resultado que es el mismo, el necesario abandono (cursiva nuestra) de la mujer por el hombre –necesario abandono como, esta vez, un dejarse abandonar (cursiva nuestra), un comprender, un aceptar el abandono, la mujer. Dos veces, y una tercera”.45 Si no fuese porque el olvido del “éxtasis espiritual” y este entrampe en el “éxtasis sexual” parecen anunciados e inducidos, tendríamos aquí una escena de resumen de lo que ha pasado en el largo período amnésico del libro.46 Este pasaje sería una especie de compilación del encarnizamiento –si es que no del llamado “servicio dérmico”47– que se confiesa como traición sintomática acaecida durante todo el lapsus temporal. Pero recordemos que respecto del lapsus Marchant siempre habla menos de padecerlo que de cometerlo.48 No olvidemos que esa es también toda la cuestión del “don” erótico del llamado “don Juan”, que Marchant comprende como el “olvido de María Magdalena”.49 De este modo: ¿no cabe interpretar el acontecimiento conmemorado el 45. SAM, p. 199 (170). 46. Véase, por ejemplo, una cierta distancia con relación a la noción de literatura borgeana, como “sueño dirigido”: “…‘sueño dirigido’. (Frase, esta última, que Borges, su insistencia en repetir, sin lograr demostrarlo, que está lejos del psicoanálisis –relación entre los sueños y la creación artística– habría hecho bien en explicar)”. Cf. SAM, p. 35 (15). 47. SAM, p. 49 (28). 48. “El Leñador los derribó, pero (cursiva nuestra) no se los llevó. ¿Los perdonó acaso?. No; el leñador, el hombre del hacha –hacha fálica–, el hijo lascivo que abandona a la madre por otra mujer, cometió el lapsus de olvidarlos”. Cf. SAM, p. 187 (159). 49. SAM, p. 70 (49). Marchant lo dice, como pregunta, literalmente: “¿Hasta qué punto nuestro inconsciente (cursiva nuestra) no hace sino repetir esa gran escena, el Evangelio del discípulo amado, Juan, Jehojanan, ‘Jahvé fue benigno contigo’?”. Ibíd., p. 71 (50). 97 René Baeza 2 de junio como el suspenso de cierto erotismo en obra, de determinado “éxtasis sexual” cuyo conatus sería la etapa liminar que debe recorrer el deseo hasta darse una posterior escena “sexual” sui generis? ¿No opera, y opera así, la cópula del inconsciente? Y si, por una parte, Marchant ha premeditado el “éxtasis sexual” mistraliano como violación, e, incluso, como una “cópula incestuosa”, y, por otra, no podemos separar la escena de la escritura de la escena de su interpretación,50 ¿no tenemos obligadamente que pensar en la “violación” que (se) ha cometido aquí, primero, con el olvido de los “siete meses”, y luego, “después”, segundo, con la ya aludida “relación de carácter muy especial”?51 ¿No marca este periplo el “triple éxtasis” de la Pietà?52 ¿No sigue siendo la “segunda” violación,53 puesta en obra por una suerte de remarque de la obra, con el descanso del trabajo, la única forma de desplazar, en la repetición, los efectos traumáticos 50. SAM, p. 228 (197). 51. “En correspondencia estricta con esa clase especial de sueños (cursiva nuestra), las pesadillas (de contenido incestuoso) en las que el deseo prohibido aparece directamente o casi sin velamiento o con los sueños traumáticos, repetición del trauma y no realización de deseos, en estos poemas (Árbol Muerto y Tres Árboles) el contenido latente aparece casi sin ocultamiento”. Ibíd., p. 177 (149). 52. “…madre que da a luz a su hijo, madre-amante de su amado, su hijo, y madre que acogiendo el cuerpo muerto del hijo acoge su alma, su recuerdo…”. Cf. SAM, p. 75 (54). 53. Andrés Ajens se pregunta en Petit texte a propósito del complot y de la intriga del inconsciente en J. Derrida: “¿Otra (inextricable) aporía? ¿Pues qué sería un complot, confabulación, colusión o aun coito, sin pacto o conjura, sin al menos un verosímil de ‘decisión’ –pre-liminar o aun ‘en acto’? ¿Violencia y violación sin más? ¿Nomás chingada sonambulía?”. Respuesta: “violencia y violación con más” (con más fechas) y un “después” (“un cuerpo reposando en tu cuerpo”). Y en Nadie en la poesía chilena: “Con todo, si le sacamos la madre a Marchant, ¿qué queda si le sacamos la madre, y todo su violento aparato simbólico en juego, sacada de madre que él mismo alienta (cursiva nuestra) por demás al remitirnos al prestado nombre y a la hipótesis del habla, del nombrar anasémico, en Abraham, qué queda si le sacamos la madre a Marchant? Nadie.” Respuesta: ¡pero si la madre ya se la ha sacado “solo”! (¡al séptimo mes!, como si hubiera un poema sietemesino bastardo). ¿Qué queda? Sin duda, Nadie. Lo que también habrá querido decir: “Tú sabes, ‘después’ de ‘eso’, no es que no quede nada; queda algo, queda todo, debiera haber quedado todo, como un después: un cuerpo reposando en tu cuerpo”. Pero si Ajens quiere decir: leamos los Apéndices (como creo que podría querer decir, pero no sólo eso) y comencemos a tratar (como ya ha empezado a hacerlo) a Nadie “en la poesía chilena”, no podemos si no estar más de acuerdo con él. 98 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) de la “primera” cópula?54 ¿No descansa Marchant sólo hasta después que se provoca el meignysthai?55 ¿No es el “principio del placer”(principio y placer que se buscaría y se encontraría incluso en la violación) el que ya empieza a ser atormentado por la “pulsión de muerte”?56 ¿No es la pérdida de la memoria, como movimiento del don erótico, una prescrita exposición del poema: la aventura al descontrol como única oportunidad del “primer querer”? ¿No es a la posibilidad de la imposibilidad a la que nos arrastra aquí el poema, cuya escena es el relato? ¿No es preciso que el poema se entregue a esta suerte de azar que consiste en contar el tiempo? Pero si el poema no llega sino a narrarse, si el relato es su única chance de expresión, hay que entender que sólo llega hasta aquí, pues la narración es su muerte. El abandono del don, he aquí la vida/la muerte del poema por interpósita narración, es la única forma en que el don puede darse. El don, como el amor, requiere que empecemos a contar, que comencemos a aceptar, como en una violación querida, el costo narrativo del poema. Y, ¿no es la violación la que engendraría los “nombres propios”? ¿La violación como nombre, para lo que no tiene nombre, pero que podemos aquí llamar forzado querer? 54. “Un ir, entonces, del poema al acontecimiento, del traumatismo al poema…”. Cf. SAM, p. 150 (124). 55. SAM, p. 345 (304). 56. En algunos pasajes de Mal de archivo, Derrida dice a propósito de Freud, la pulsión de muerte y el erotismo: “Incluso cuando toma la forma de un deseo interior, la pulsión de anarquía escapa a la percepción, ciertamente, salvo excepción: salvo, dice Freud, si se disfraza, si se tiñe, se maquilla o se pinta (gefärbt ist) de algún color erótico. Dicho de otro modo, la pulsión archivolítica nunca está presente en persona, ni en sí misma ni en sus efectos. No deja ningún monumento, no lega ningún documento que le sea propio. No deja en herencia más que su simulacro erótico, su pseudónimo en pintura, su ídolos sexuales, sus máscaras de seducción: bellas impresiones… Como la pulsión de muerte es también, según las palabras más destacadas del propio Freud, una pulsión de agresión y de destrucción (Destruktion), ella no sólo empuja al olvido, a la amnesia, a la aniquilación de la memoria, como mnéme o anámnesis, sino que manda asimismo la borradura radical, la erradicación en verdad, de lo que jamás se reduce a la mnéme o a la anámnesis, a saber, el archivo…”. Cf. Derrida, Jacques: Mal de archivo, Madrid, Editorial Trotta, 1997, p. 19. 99 René Baeza Vacilaciones, dedicatorias y días del perdón El licenciado Alonzo Zuazo, navegando el año 1524 de Cuba a Méjico para tratar con Hernán Cortés, naufraga y pasa cuatro meses perdido en unas islas desiertas, sufriendo hambre, sed y fatigas espantosas. Él y sus compañeros habían perdido la idea del tiempo, hasta el punto de que cantaron la pasión de Viernes Santo el domingo de la Resurrección. Fernández de Oviedo, que hacia 1548 escribía estas extremas angustias, dice: “ni es de maravillar que olvidasen la cuenta del tiempo ni en qué día estaban, sino cómo no se les olvidó sus propios nombres”. M. P.: Los romances de América y otros estudios. Todo lo dicho puede ya repetirse a propósito de los “nombres propios”. En cierta forma lo apuntado vale preferentemente para tales nombres. El Nombre Propio habrá sido el poema imposible. Pero si el Nombre Propio es el que ya se viola “a sí mismo” para darse, los “nombres propios” que proliferan en el escrito serían, en cuanto hijos, todos nombres ya violados, “retoños” de una inmensa, incontable, violación que los engendra, que los pronombra.57 La 57. Pablo Oyarzun decía ya, en “diálogo” con Marchant, a propósito del poema “El regreso” de G. Mistral: “Todo el poema se concentra para decirlo, todas sus palabras con-dicen en esto, y es desde semejante condecir que somos convocados al ‘nosotros’ que aquí nos nombra o, como antes lo ponía, que nos pro-nombra, dándonos a saber la vacilación de nuestro tiempo (cursiva nuestra), el vilo de la espera y el desespero…”. Cf. Oyarzun, Pablo: “Regreso y derrota”, Nomadias, Primer Semestre, 1998, año 2, número 3, Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades, Programa de Género y Cultura en América Latina (PGAL), Editorial Cuarto Propio, p. 92. Y Zeto Borquez me lo recuerda –le doy aquí las gracias–: ya en “Traición, tu nombre es mujer” (in Ver desde la mujer, Cuarto propio, 1990, pp. 149-151) aparece “de manera más esquemática”, dice Borquez, una referencia a la palabra “vacilación”, al “lapsus”, a la “erección”, y a la “flor”: “La flor es caediza: es en cuanto cae, es porque cae. Pero no se da con ese “porque” una razón, no se informa sobre una causa, no se refiere la flor a un fundamento, sino a un lapso, a un lapsus. La flor es –un lapsus...El préstamo (está) ante(s) (d)el erigir, según el ante(s) de la ante-posición, que precede y funda toda posición. Ese antes que expresa el prae debe ser trabajado como caída. Ello hace vacilar –pero nada más que vacilar, y ello es todo lo requerido– la lógica de la erección, de la posición y la verdad. Vacilante, esa lógica dice que la verdad es el sublime artificio y la fragancia de una flor, cualquiera; que toda posición es derivada...Pero antes de hacer juramentos acerca de esa 100 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) fecha no celebra, conmemora, y ritualiza, repitiéndose, más que tal forma pronominal. De aquí además que la vacilación no tenga propiamente nombre, e incluso fecha cierta, que sólo se preste a la traducción, y así se haga variar. El nombre de la vacilación varía, por ejemplo, entre los términos “descanso”, “dulzura”, “amistad”, “generosidad”, “amor”, “caridad” o “ternura”... Cabe verlo traducido incluso, en ese “después” que abre la experiencia del 2 de junio, por la palabra “desolación”. Y también, quizás, sea necesario poner en esta serie de traducciones la pequeña frase que en el siguiente pasaje se inscribe, ya por “segunda vez”, el 7 de junio: cuando Marchant asume que Sobre Árboles y Madres ha sido escrito no por azar; pasaje en el que también informa o confiesa, en el que ya no se oculta, en cualquier caso, que sí ha vacilado en un día preciso, y “después”, de la Primera Escena: (Pero si la economía de mi escritura, la misma economía de su escritura (se refiere al poema de G. Mistral, R. B.), entonces, contra lo que vacilaba en la Primera Escena (vacilación entonces en la Primera Escena, subrayado nuestro) y después (pág. 68), ningún azar que este libro se haya escrito “en seco” (cursiva nuestra, comillas de Marchant), ningún azar la insistencia que se me aparece, al releer otros pasajes del texto ya escrito, de la palabra “después”. Necesidad (subrayado nuestro) de que la amistad o, antes, después, otra cosa que la amistad o el amor, la ternura, trabajara este texto; necesidad que ella se desbordara por todas partes, sin desbordes era imposible mi discurso...).58 El “azar” que pudo “o no” operar en los confines de la Primera Escena, parece aquí confirmado. Aunque de un día preciso, de esta etapa final, la Segunda Escena se dirá: “no vacilaba por lo visto, ese día [cursiva nuestra], al escribir”. Así, parece que en diferentes tiempos del relato y en distinas fechas, se afirma y se niega la misma vacilación. De tal día preciso, que al parecer ha sido sustraído temporalmente de la memoria, no tenemos fecha. Lo vacilación, sería preciso medir la anteposición de la flor y el florecer...Este punto es seguramente indeterminable, insituable, inanticipable, y sin embargo designaría virtualmente en la entrega un movimiento, una vacilación, una oscilación esencial...”. 58. SAM, p. 255 (221). 101 René Baeza mismo que de toda la Primera Escena, cuya relación presenta –al menos en lo que atañe a las datas fechadas en adelante y a las otras Escenas posteriores– una cierta discontinuidad.59 Puede preguntarse entonces si esta fecha no está encerrada en una cripta inaccesible. Si Marchant no ha decidido, luego del memento, llevársela a la tumba. Y si no se puede calcular si no se escribe sino a compás. ¿Por qué se ha dejado infechado “este día”? ¿Por qué esta fecha, fundamental como creemos en el registro de las datas, se deja sin marca en el calendario? En lo que se refiere al azar y, así, a la necesidad correlativa, en cualquier caso, el asedio parece ya estar instalado por completo en la Primera Escena. De hecho, toda esta Escena incide de una manera obsesiva en el término “necesidad” y sus variantes. Aunque el término no llega a quemarse, literalmente, sino recién en el Capítulo Primero, “Cuestiones de estilo”, en la sección que abre la Primera Parte del libro.60 Sucede como si un lapsus operara sobre este término; lo que no impide, al contrario, que éste se inscriba recursivamente.61 Puede uno imaginarse que esto es lo que ha ocurrido en la 59. En forma explícita el texto titulado “M. M.” (del que parte de sus pasajes se encuentra en los insertos de la Primera Escena) sólo está datado con la fecha mensual y anual de “noviembre de 1982”. Cf. Marchant, Patricio: “M. M.”, La invención y la memoria, Cuadernos ARCIS-LOM, Santiago de Chile, 1996, pp. 8189. 60. “Momentos necesarios de la historia, quienes malinterpretaron a Heidegger cuando era ‘válido’ malinterpretarlo han muerto, sin que se les pueda reprochar en algunos casos nada, en otros, no demasiado”. Cf. SAM, p. 106 ( 83). 61. Ejemplos variados son los siguientes donde en todos casos, a propósito de este término, subrayamos nosotros, ya que Marchant no subraya: “… necesidad de contar, de convertir en escritura, dejar que ella escriba, esa pasión, doce años ya, interrogación de su enigma: el Retablo de Issenheim” (p. 9 [29]), “reacción ante la separación necesaria de la madre, separación impuesta que se trata de negar como impuesta, reiterándola…” (p. 12 [32]), “… pero, para que surja la mujer, la madre debe morir como madre; entonces, necesidad, iluminación del poeta, de él, cree él, de quemar a la madre…” (p. 13 [33]), “… y muerta la madre, necesidad, nada de qué extrañarse, de la aparición del nombre propio del poeta…” (p. 14, nota 7 [34]), “En el primero, un niño, en el segundo, una muchacha, cumplen una función determinada respecto de dos hombres que van a morir; el primero, una función necesaria para esa muerte, la segunda, una función que, aparentemente, es un agregado o suplemento anterior a la otra muerte” (p. 15 [35]), “Si un héroe, imitación de un dios, se puede equivocar, entonces, duda, no es un héroe, no es un dios, necesidad de ponerlo a prueba; o, caso más desesperado, aquí en El Indigno, necesidad, para salvarse a sí mismo… de obligar al héroe, al dios, a ser realmente un héroe, un pequeño dios” (p. 16 [36]), “pero, ¿no se hace necesario, entonces… preguntarse alguna 102 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) página final de la Primera Escena, donde aparece ya, aunque sin referencia explícita a la fecha, el segundo tono musical en torno al cual girará, sin saber, al parecer durante siete meses, el “duelo propuesto”… El hesitación sobre el azar y la necesidad es crucial, ya que parece generar, a compás del titubeo, los “nombres propios”de las tres fundamentales dedicatorias.62 Pero si por regla de juego tales nombres no pueden dedicarse sino como mandato testamentario, dictarse bajo palabra de codicilo e imponerse así al testaferro o vicario que apuesta el nombre y presta la firma, si Marchant no puede suscribir los nombres sino en postscriptum, no antes del “final del duelo”, es necesario que la repetición se confirme a propósito de la escritura de G. Mistral: es preciso que tales vacilaciones hayan sido ya dictaminadas, impuestas vez… por Judas…” (p. 16 [36]), “Ahora bien, necesidad de dejar de hablar en clave, lenguaje de novela policial o clave fálica” (p. 17 [37]), “O cuando (Borges) desarrolla las leyes del nombre: como el paso necesario…” (p. 18 [38]), “oscura necesidad, de pronto, imperiosa necesidad” (p. 21 [41]), “es necesario leer como escena” (p. 22 [42]), “necesidad de leer los evangelios como ‘textos sagrados’” (p. 23 [43]), “Distinción fundamental, necesidad de mantenerla siempre presente” (p 23, nota 22 [43]), “como fundamento del contenido latente aparece, al contrario, la necesidad del niño… necesidad que el niño siente… como separación que es traición a la madre” (pp. 24-25 [44-45]), “María Magdalena fue representada por el inconsciente del artista en el Retablo de Issenheim, correspondiendo al inconsciente de la tradición cristiana, como la madre que sabe la necesidad de su hijo” (p. 25 [45]), “… pero necesidad de entender cómo opera” (p. 25 [45]), “Esto es, necesidad de repetir el acto de separación…” (p. 28 [48]), “Necesidad aquí de referirse a la insostenible interpretación freudiana del cristianismo” (p. 31 [51]), “Necesidad de replantear todo el problema históricofilosófico, necesidad de leer” (p. 32, nota 30 [52]), “Desinterés necesario del psicoanálisis por un o, más bien, el momento fundamental del cristianismo” (p. 33 [53]), “… necesidad de agregar” (p. 35, nota 32 [55]), “satisfacción de la necesidad ‘arcaica’, originaria” (p. 36 [56]), “Necesidad de precisar todo esto, necesidad de explicar qué… necesidad de explicar por qué… necesidad de responder… Necesidad de explicar tantas cosas” (p. 36 [56]). Y ya en los llamados “insertos”: “necesidad de sacar la conclusión lógica” (p. 39 [59]), “necesidad de afirmar una separación ‘real’” (p. 39 [59]), “Necesidad de citar” (p. 39 [59]), “necesidad a cada instante de decir qué música, su recuerdo o cuando su audición real me acompaña” (p. 41 [61]), “necesidad de trabajar mi escena” (p. 42 [62]), “Sobre la necesidad y la imposibilidad de que el texto se haya escrito únicamente en M. M…” (p. 42, asterisco [62]). 62. Castración así también en relación a los “nombres propios” de las dedicatorias; castración que “se perdona” no antes de la “igualación de la firma”, de la repetición de la firma de G. Mistral. 103 René Baeza forzosamente por las vacilaciones del poeta. Reconozcamos que este duelo debe comprenderse preliminarmente como una parte, aunque los otros duelos llevados a cabo se hagan parte de él. La escena de la castración del padre –en cuanto violación en la que se juega el tiempo del relato y el archivo de las fechas– indica que la dedicación, en su forma múltiple, también queda sujeta a tala. Y que sólo la equiparación de la firma, a propósito de la signatura mistraliana, es la que transforma el signo de dichas nominaciones. De modo que integralmente y por partes, el cumplimiento del luto recién empezaría a consumarse el 7 de junio (aunque ya se prepare desde el 2), cuando se dice: “ningún azar que este libro se haya escrito ‘en seco’”. Dos días después, en un fragmento de anotaciones fechado precisamente el 9, Marchant parece confirmar el nombre “orgulloso” y “sereno”: mujer (G. Mistral) que sabía que su traición era la condición de su escritura (cursiva nuestra) –corazón, el suyo, de hombre herido: me dan la esperanza, me quitan el escribir, sólo escribo la esperanza que acabo de perder, de matar, callaba, escribía–; si amor, amor oculto, oculto debe ser el amor, desesperación y orgullo (cursiva nuestra); mujer que nunca escribió sino siempre, siempre, la misma insistencia, una sola cosa, repitió, repitió, siempre toda su poesía, su vida toda, lo mismo, un gesto, este gesto, su firma, firma que dice sólo esto: la repetición, otro nombre repitiendo la repetición, y como resumen de todo: la “verdad” es, la palabra es –mi absoluta, mi total, mi personal derrota es. Con sereno orgullo (“sereno orgullo”, y no “desesperación y orgullo”, como antes, cursiva nuestra) mujer, te digo, entendí tu palabra, a tu palabra respondo, he aquí mi nombre, mi firma = tu firma.63 ¿No acusa esta fecha, 9/06/83, un “fin del duelo” y, así, la consumación del deseo? ¿No es la muerte y la sobrevivencia del poema, lo que marca la repetición de la firma? ¿La vida y la muerte de un cierto poema, ya que el duelo –el mismo y otro– habrá continuado, y Marchant lo seguirá fechando? ¿No se puede especular aquí sobre los acontecimientos y las fechas? ¿No señala el 9 de junio entonces un cierto día de perdón? ¿No se anticipa, previo a la 63. SAM, p. 254 ( 220). 104 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) remitencia de las deudas, el Kol Nidré, el lamento de pesar de Marchant? ¿No hay que escuchar aquí un canto de dolor que precede a la fecha del consuelo? Sucede (no sin ¡sorpresa para “nosotros”!) como si el período de la expiación judía (que se extiende en la semana final entre el 1 y 10, y que condona las culpas desde el 9 en adelante) fuese la semana de fiesta, el festejo que se habría tomado como plazo para narrar la intriga de las fechas.64 Como si el calendario hebreo fuera lo que se ha pedido en préstamo para marcar el ritmo, y para contar, lo que quizás no tiene ritmo ni cuenta: la llegada a su antojo del acontecimiento de Yom Kippur. Como si se relatase así, quizás, lo que no tiene cuenta, y ya no necesite, al menos de este modo, ser perdonado. Porque hay huella, nombre, don sin cuenta, imperdonables... Dos meses después de la vacilación de la Segunda Escena, el 2 de junio, exactamente dos meses después, se archiva la fecha del 2 de agosto. A pesar de que Marchant escribe, dice escribir, el 27 “por última vez”.65 El 2 de agosto se inserta la firma de la segunda dedicatoria: aquí retorna –no lo dudemos– la vacilación de dos meses antes. La tercera dedicatoria se fecha sólo con la data anual de 1984; luego de otro “día de temor”, de otro año nuevo: 1983–1984.66 Sorprendido como quien recién se entera, no sólo del nombre final de la dedicada, sino de la marcha misma que adoptó el escrito, Marchant lo suscribe aquí otra vez en un inserto tardío67: –(Nunca pensé, cuando comencé a escribir este libro, que, en todas partes, como el nombre de todas las ausencias, 64. Sobre el calendario judío, el Kol Nidré, y el Yom Kippur, particularmente, véase: Schlesinger, Erna C.: Tradiciones y costumbres judías. Un viaje alrededor del año hebreo, Bs. Aires, Editorial Israel, Segunda Edición, 1946 (primera edición, 1942). 65. “Su nombre escrito, este texto, soledad y desolación que no podrían ser, volver, jamás, tal vez, jamás; o más bien, si como una pérdida, una nueva desolación que será posible, otra vez, si, para decirlo con exactitud, puedo recibir de nuevo la orden de escribir su nombre, u otro; soledad y desolación, entonces, que se ahogaron, que se habrían ahogado, que tal vez se ahogaron para siempre, en un nombre que, hoy 27 de agosto de 1983, escribo por última vez…”. Cf. SAM, 288 (251). 66. SAM, p. 343 (306). 67. Esta dedicatoria está ya “anticipada·” en DESOLACION UNO, en SAM, p. 274 (239 ): “‘Claudia’ era, no lo sabía, el nombre, el resumen, mi voz; si, mi voz y el nombre de todas, de todas mis pequeñas, de todas mis enormes derrotas”. 105 René Baeza como la necesidad e imposibilidad de olvidar [cursiva nuestra], era tu voz –Claudia– la voz que quería volver a oír. Y comprendo ahora, sólo ahora puedo comprenderlo [en 1984, R.B.] por qué era necesario que el libro fuese escrito “en seco”, sólo amistades y ternura [cursiva nuestra]. “En seco”: para ti, Claudia, hija, el libro era la carte postale que compraba…).68 Sólo sujeto a la castración, a partir de la ley de la separación que pone límite al movimiento del deseo, el libro habría sido dedicado entonces sólo a J. Derrida. Aunque este deseo –en una primera instancia– quede restringido en los márgenes de la Primera Escena, Escena sobre la que Marchant ha insistido que fue escrita en un período aparte. Es esta fecha (a la que le ponemos una lápida, sometiéndola a la economía de un cálculo) la que corta y sutura el duelo que va entre el 7 de noviembre y el 7 de junio, o de 9 a 9. Como si, descuartizada entre una y otra, no sólo diera la separación entre ambas, sino la inyunción integral del envío “en seco”. En la etapa de la edición final, en el borde superior de la última página de la Escena Primera, Marchant apunta el lapsus, deja otra vez constancia del olvido, si bien –es difícil especular sobre la razón– ha retenido la fecha, como si hubiese habido efectivamente otro lapsus aquí. De ser así como parece, habría además otro día de perdón, otro Yom Kippur, lo que puede llamarse la “flor de un día”. Y otro lamento en ese costado abierto de la Primera Escena. ¿No hay otro colapso una vez emprendido el “duelo propuesto” y, de este modo, otra “primera” gran intriga: otro lapso narrativo del que hay que hacer una historia sin cuento?.69 68. SAM, p. 349 (309). 69. A propósito del “cuento” (en el que no podemos entrar aquí) cf. el siguiente pasaje en el que Paul de Man delimita la lectura que Derrida hace sobre Rousseau: “Cabría preguntarse entonces la razón por la cual Derrida postula una metafísica de la presencia en Rousseau que, según la muestra, luego resulta ser inoperante o dependiente del poder implícito de un lenguaje que la altera y arranca de sus cimientos. La historia de Derrida de un Rousseau que, por así decirlo, cuando está a punto de ver la verdad, hace entonces desaparecer la visión, dedicándose a borrarla y conjurarla, mientras se entrega subrepticiamente a ella para con ella hacer contrabando en el recinto que tenía encomendado proteger –esta versión de Rousseau es, sin duda, una excelente historia (el “cuento” dice otra versión española del texto: Teoría literaria y deconstrucción, Madrid, Arco/Libros, 1990, RB). Invierte el patrón conocido del ‘brâconnier devenu garde-chasse (el cazador furtivo convertido 106 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) ¿No se equivoca Marchant entonces cuando el 2 de junio dice que lleva “siete meses” sin “ningún día” de asueto? ¿No se oculta que ha vacilado ya, que debió haber vacilado, al primer mes del duelo?. De hecho, si el descanso es estricto, el réquiem no puede llegar al final de los siete meses, el 7 de junio, sino al término de los seis. Pero si es así queda pendiente la cuenta del resto de todo un mes: el que va entre noviembre y diciembre de 1982.70 El “duelo propuesto”, que se pone en marcha luego del hallazgo del inconsciente preliminar (M. M.), habrá empezado el 7 de diciembre, un día domingo. Tras el hallazgo, pasan 7 días antes de que Marchant lo feche; en ese lapso de tiempo, por 4 días seguidos, vacila entre “pros y contras”, entre la “afirmación” y la “negación”, sumido en la completa angustia: “…y luego hace una semana (cursiva nuestra), una vez descubierto en su labor [el trabajo del nombre M. M del inconsciente, R. B.], tratar de convencerme, cuatro días (cursiva nuestra), que su angustia era la verdad; tratar de convencerme que sólo pasaba esto: a mi inconsciente le faltaba confesar, esto es, conocer o reconocer su nombre, su verdadero nombre, su nombre propio; tratar de convencerme de que M. M. era el nombre verdadero, propio, de mi inconsciente […] Contra ese pedido de angustia (‘angustia de mi inconsciente en esos días [los cuatro días de vacilación, cursiva nuestra], pros y contras, afirmar y negar la separación’), mi decisión: mi inconsciente no tendrá nombre propio, no será bautizado: fin de las M.M.”.71 En el enmarque inmediato, es esta hesitación matriz la que el libro repite. Pero el marco puede seguir remarcándose más atrás, puede ampliarse incluso, al menos hasta 1972, fecha de la que data el último ensayo que Marchant publica previo a la vacilación de los 7 años sin escribir, la que va entre 1972 y 1979. Ahora bien, la primera data de Sobre Árboles y Madres está fechada el 14/12/82: aquí en guardamonte)’ ya que ahora es el guardamonte mismo quien se dedica a llenar el morral”. Cf. de Man, Paul: Visión y ceguera, Puerto Rico, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1991, p. 134. 70. Si esto es así, la escritura del libro debería haber terminado en septiembre, el mes, tanto del Yom Kippur de 1983 (cuyo día y mes de celebración fue el 17 de septiembre, diez días antes del Yom Kippur del año anterior, del 82, celebrado precisamente el 27 de septiembre), como el mes noveno que concluye el período del embarazo. 71. SAM, p. 59 (39). 107 René Baeza se fecha la orden recibida sobre cómo se ha de escribir y reescribir.72 Si la vacilación comienza a finiquitar y a contarse el 7 de noviembre del 82, el 7 de diciembre se cumple el primer mes del duelo, el mes que hay que restar, cuya vacilación se prolonga por una semana: entre el 7 y el 14. Es el segundo día de esa semana, el 9 de diciembre, el día en el que quizás se habría descansado, por vez primera. El día en el que Marchant se habrá apoyado, sin saber, en el enfaldo de la Pietà. En esta fecha se habrá dado o recibido, a propósito del primer trazo de la castración, el perdón de las faltas. Fecha que no hace más que conmemorar la remisión, porque si la cuenta sigue –y sigue de hecho para marcar que el conteo se había suspendido– la castración se restituye. Como se sabe, se escribe para ser perdonado, pero al tiempo que el perdón se da o se recibe, al comenzar a fechar el perdón dado o recibido, se abre otra herida, y retorna la cuenta. En cuanto a las fechas memorables, no debe extrañar que el 9 de diciembre del 82 y el 9 de junio del 83, sean los dos día jueves. No debe sorprender, al hojear el calendario, que el 10, en ambos casos, parezca ser una suerte de “viernes santo”.73 Como tampoco que la serie de los días se condiga con las etapas que recorre el poema en prosa Poemas del Éxtasis.74 E incluso que Marchant repita así los cuatro movimientos de la novena sinfonía de Mahler.75 ¿Es este compás un ardid, la treta de una intriga orquestada para crear el suspenso narrativo? Como creemos que vale en general para todo el movimiento de la datación –y aunque no se sostenga en última instancia, pues esta diferencia determinada de la castración asiste, como las otras, a su borradura, a su perdón–: hay un tiempo de la intriga intrigada y un tiempo intrigante de la intriga. Un tiempo de la efeméride conmemorada y un tiempo de la efeméride conmemorante.76 No habría contradicción entre, 72. “Decisión, orden recibida, sobre el ritmo con que escribiría este texto y cómo reescribiría las partes ya escritas, cuestión de ti, Soledad Sola tu nombre”. SAM, p. 69 ( 48). 73. SAM, p. 216 (186). 74. Cf. Mistral, Gabriela: Desolación, Madrid, Espasa-Calpe, 1972, cuarta edición (primera edición de 1951). Marchant, precisamente, parece detenerse en La flor de cuatro pétalos (VII) y Si viene la muerte (IX). 75. ET, pp. 59-63. Véase también (ET, p. 156): “Resumo brevemente el origen de mi libro. Entre 1977 y 1979 (cursiva nuestra) trabajé en París con Derrida…”. 76. Cf. Derrida, Jacques: Schibbolet. Para Paul Celan, Madrid, Arena Libros, 2002, p. 75. 108 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) por una parte, la disposición intencional de la tramoya, en particular la llevada a cabo en postscriptum y codicilo, y, por otra, la correspondencia de la intriga (pero esto quién lo sabe...) con “el tiempo” del acontecimiento. Con el ritmo que se le habrá querido dar al, y a lo que llega, con el importe de las fechas de otra lengua. Con el compás, en definitiva, que se le habrá antojado seguir a Marchant, embarazado ya por un “extraño familiar”. Si el acontecimiento no tiene fecha, si es, por principio, indatable, por eso mismo hay que empezar por fecharlo. Las fechas son la excusa que ofrece el poema, pero no sin marcar la repetición de la falta. Sólo se fecha, en buenas cuentas, lo imperdonable. Cuando se dedica el texto “en seco”, se firma con la arritmia de la vacilación. Así, Sobre Árboles y Madres parece iniciar y terminar el duelo –dicho con un término que hay que escuchar en su sentido festivo– vacilando sobre el perdón dado o recibido. En un pasaje que concentra toda la intriga –al menos para nosotros que hemos cobrado tardíamente una cierta comprensión de él–, Marchant parece adherir los bordes que separan la Primera Escena del resto del escrito: adherencia que permite entender por qué en la confesión hecha al Gato se da cuenta de “sólo un lapsus” continuo. La decisión crucial parece encontrase aquí, cuando se hace pasar, al “final del duelo”, “dos” lapsus por “uno” o, más bien, un “semi lapsus” como trazo general del poema. Semi lapsus que resume el lapsus anterior al del “duelo propuesto”, que va de fines de la Primera Escena hacia atrás, y el que corresponde ya a éste mismo, que lo repite.77 De ahí que pensemos que este pasaje, quizás una suerte de ensalmo de última instancia, fue insertado a la hora en que Marchant tuvo la ocurrencia de armar la intriga que atraviesa todas las anotaciones, todas las fechas del movimiento “en seco” de la tarjeta postal. Pasaje insertado en la Primera Escena que, por una parte, parece valer sólo para ésta, pero, por otra, a lo mejor, valga para todo el libro.78 He aquí entonces el 77. Puede ser sólo que Marchant esté hablando estrictamente del lapsus que va desde fines de la Primera Escena en adelante, pero aquí ya hay al menos dos. Nuestra lectura vacila aquí –y en general. Vacilaciones que nos ha sugerido Andrés Ajens en un texto inédito y dedicado: a momentary labil. 78. Puede ser también que este pasaje corresponda al tiempo efectivo que demarca la Primera Escena, escrito con el arrojo y el saber, con la previsión que Marchant se da al anticipar los acontecimientos que llegan: “Te diré simplemente: acontecimientos acontecieron, la humanidad comprendió que la 109 René Baeza siguiente texto que se ha insertado tardíamente, quizás, al final de la Primera Escena. Parece contener la primera y la última palabra. Aquí parece comenzar y ya ultimarse el “duelo propuesto”. Se puede contrastar con el llamado “último nombre” de DESOLACIÓN CINCO, fechado el 2/8/83:79 Azar o no (cursiva nuestra): la historia de las M. M., este texto sobre las M. M. –lo dejo, lo subrayo, incluso, el semi lapsus (cursiva nuestra)– fue escrito, imposibilidad de decir: “debió ser escrito”, eso sería un poema, “en seco”, sin destinación evidente o secreta (a lo más, digamos, con, o, como, una destinación abierta, como una tarjeta postal – une carte postale– comprada antes de saber a quién enviársela). 80 muerte no es nada y los funerales interiores todo. Los funerales póstumos, por inútiles, perdieron todo su atractivo: los muertos fueron dejados en las casas, echados a la basura o regalados a los pobres. Los funerales interiores alcanzaron inusitado brillo”. (1979). Cf. ET, p. 23. 79. “Al día siguiente, encuentro inesperado, tantos meses después, con Soledad Sola; su alegría, profecía sobre ella que vi cumplida –que a veces uno también hace el bien, incluso sin quererlo. Pura alegría, entonces, al escribir, escribo escuchando ‘et non voglio più servir’, escribir como fin de un texto en M. M., su última palabra, su último nombre, su último funeral: el nombre del amado muerto como padre muerto de mi lectura de Los Sonetos de la muerte. Padre Muerto, es decir, P. M., Patricio Marchant”. Cf. SAM, p. 321 (282). 80. SAM, p. 62 (42). Hay más de un “en seco”, por supuesto. Su serie cruza, como decimos, todos los fragmentos de anotaciones. Frente a los que parecen formar una secuencia (con excepción, quizás, de este primero que está en el borde de la Primera Escena –la cuestión es siempre aquí la de ese borde–, y otro que se encuentra en la nota 43, de la página 255 (221): el que alude a la “necesidad de escribir así”, y que reenvía al “Apéndice-Tercero: la hermana”), hay otro que tiene un tono distinto. Éste aparece en el Capítulo Primero, “Cuestiones de estilo”, apartado II, en la discusión que Marchant emprende a propósito de la filosofía en Chile, en una serie de comentarios sobre la obra Manuel Kant. Estudios sobre los fundamentos de la filosofía, de Roberto Torretti. Al comentar Marchant esta obra de Torretti, y situar el lugar que a este autor le cupo en la “generación” que se propuso reformular el estudio de la filosofía en “nuestro país”, dice: “De hecho, Torretti formó parte en Chile de la generación que se propuso como tarea, en oposición al uso anterior de manuales, la lectura de los textos originales de los grandes filósofos en sus idiomas originales. Tarea, sin duda generosa, reacción generosa ante el estado de cosas anterior. Pero generosidad grabada con supuestos insostenibles. Por una parte, la idea de una inteligencia neutral, “en seco” (comillas de Marchant, subrayado nuestro, RB), sin historia, capaz –rigor de su esfuerzo y cuidado de su atención– de leer cualquier texto, de cualquier época, en cualquier época, en su verdad”. 110 Vacilaciones/intrigas (Fechas de Sobre árboles y madres) En cuanto a la filiación de este “en seco”, a su posible procedencia, esta parece encontrarse en la página 183 del mismo Kant. Torretti cita ahí, a propósito de la problemática del espacio, parte de un poema de Antonio Machado. Torretti dice: “Nuestro autor (Kant) se incorpora así a la loca tradición de quienes, como decía Antonio Machado, han pretendido concebir ‘el ser fuera del tiempo, […] como si dijéramos, el pez vivo y en seco (subrayado nuestro), y el agua de los ríos como una ilusión de los peces’”. Ya que la expresión parece aludir a estar fuera del “elemento”, como en el caso de un pez fuera del agua, quizás también pueda emparentárselo con el “en seco” de otra misiva, esta vez el de la Carta sobre el humanismo: “Se juzga al pensar según una medida que le es inadecuada. Este juzgamiento se asemeja al procedimiento que intenta aquilatar la esencia y virtud del pez (Fisches) en vista del tiempo y modo en que es capaz de vivir en lo seco (Auf dem Trockenen, subrayado nuestro). Hace tiempo, hace demasiado tiempo, que el pensar está en seco (Auf dem Trockenen, subrayado nuestro)”. Cf. Heidegger, Martin: Doctrina de la verdad según Platón / y/ Carta sobre el humanismo, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, p. 163. Pero a mí el “en seco” que más gusta es uno de los de Gabriela Mistral, quien dice refiriéndose al “barco fantasma”, al Caleuche (es algo que creo también vale para la lectura de Sobre Árboles y Madres): Acérquense un poco los perseguidores de la presa “alumbrada” y antes de que ojeen y cacen el secreto, el palacio ardiendo del Caleuche se para en seco (subrayado nuestro), se apaga como un gran tizón y deja un troncaso muerto, oscura pavesa que flota a la deriva de las olas y chasquea a los que ya pintaban victoria. (Cf. Mistral, Gabriela: 50 prosas en El Mercurio, 1921-1956 (Selección, prólogo y notas de Floridor Pérez), Santiago de Chile, El Mercurio-Aguilar, 2005, p. 186. 111 E X -A U T O S Autógrafos para Patricio Marchant Andrés ajens [Y] se canse quien nos llame por el nombre de nosotros. [...] La aldea que no me vio me verá cruzar sin rostro, y sólo me tendrá el polvo volador, que no es esposo. [...] poeta del lugar, lugar común decirlo ahora, cómo no, no ha lugar. salvo, salvo en pampa, warawarapampa, loco incitato, inverso, de cierto, polar arriba, ushpallajta — polvo estelar. Gabriela Mistral, La dichosa [1] Una vez, sólo una vez, pedí un autógrafo — y fue dado. No lejos de la Plaza Mayor, in illo témpore, en Madrid. Y dado por Bob Beamon, recordman mundial de salto largo, con su brinco de ocho metros noventa en México ’68, que por entonces parecía una marca absoluta — imbatible. Increíblemente, pero. Como toda marca. Como todo record y recuerdo, se haría trizas andando el tiempo, fracasaría — en la menos total, más frágil de las náufragas acepciones de fracasar; ‘hacer trizas’, ‘hacer polvo’, ‘naufragar’; del italiano fracassare, ‘hacer trizas’; documentada en castellano por primera vez en 1558, en una Relación acerca de la Armada Invencible, al decir de Corominas — quien subraya: “recuérdese que Don Quijote habla de ‘hender Gigantes, desbaratar exércitos y fracasar armadas’”. Fracaso de marca, del récord del mundo, 113 Andrés Ajens del una vez como vez única tal vez, y a la vez, entretanto, marca o remarca en lengua anglomericana, tal término: beamonesque: doing something completly unexpected and being completly amazing coming out of no where with great excellence and grace involved, apunta el Urban Dictionary, de la costa oeste (por decir: darse algo enteramente imprevisible [unexpected], como surgiendo de parte alguna, de laya redoblemente sorprendente y/o estupefacta, y aun de gracia — with grace involved). No de autógrafos qua firmas, empero, no de singulares firmajes y/o firmamentos hablara, diera a leer o dedicara hoy –al recuerdo de una inédita entrevista de Patricio Marchant–; todo habrá sido hasta aquí acaso nomás un alcance de nombres, de tan dados como prestados nombres; efecto (en efectivo o al contado) de homonimia, sino de autógrafos qua escrituras del sí, escrituras por las cuales un sí (se) dice sí, sí a sí, y aun sí y no desde ahí — se traza y/o retraza y tal vez, en su supuesta mismura (qua sí mismo), se hace trizas, naufraga o fracasa. Así, por caso o caída, Alberto Moreiras, leyendo a Derrida leyendo a Nietzsche (cf. Otobiographies, 1984 ), habrá subrayado no sólo “que toda escritura es autográfica sino también que ninguna lo es del todo, que la autografía no puede nunca constituirse a partir de sí misma, que siempre está implicada en la invocación de un otro que, al ser escrita, viene a instituirse como anticipación de un mismo, a su vez siempre entendida como entrada en la otredad” (subrayo).1 Otredad u alteridad para nada simple, remarcáramos dende ya, con la oreja acordada a cierto tan autográfico como heterográfico pasaje de El meridiano de Paul Celan — allí donde no sólo la alteridad se reparte como ajenía y ajenía sino también, tal vez, subraya Celan [vielleicht], “fracasan” los autómatas, traduce Pablo Oyarzún2, los operadores automatográficos 1. Alberto Moreiras, Tercer espacio. Literatura y duelo en América Latina, Santiago de Chile, Universidad ARCIS/Lom ediciones, 1999. 2. “¿Quizá logre ella [das Gedicht; la ‘poesía’, la ‘dicha’], puesto que lo ajeno, es decir, el abismo y la cabeza de Medusa, el abismo y los autómatas, parecen estar, sí, en una dirección — quizá logre ella aquí discenir entre ajeno y ajeno [zwischen Fremd und Fremd], tal vez aquí precisamente se atrofie la cabeza de Medusa, tal vez aquí precisamente fracasen los autómatas [“fallan”, al decir de J. L. Reina Palazón, Madrid, Trotta, 1999: vielleicht versagen gerade hier die Automaten] — por este único breve instante? ¿Tal vez aquí, con el yo — con el 114 e x-au tos . Autógrafos para Patricio Marchant que acecharían a todo acaecer autógrafo. Y aun otro subrayo del Tercer esp acio. Literatura y duelo en América Latina: “La obra está radicalmente marcada por la autografía, incluso en los casos en que la obra se autopostula como un intento de vencimiento y derrota, de reducción, de lo autográfico en la escritura”. Incluso en los casos en que se dispone como fracaso de lo autográfico como autobiográfico, por decir Un Coup de Dés o, hasta cierto incierto punto, el drama em gentes pessoano, y aun Sobre árboles y madres (1984), donde, con aire remarcadamente heideggeriano a ratos, hay distinción neta entre autobiografía y autografía: “Ninguna autobiografía en la escritura de este texto. La autobiografía [...], subraya Marchant, momento decisivo, de, dicho heideggerianamente esta vez, la época del sujeto.”3 Las “escenas-grafías” de Sobre á rboles y madres ya no correspondieran con y a dicha época, ya no fueran imantadas por la soberanía trascendental del sujeto, de su “época”. Escenografías, “intento por exceder es[t]a época” (Marchant) — ni enteramente autógrafas ni enteramente heterógrafas, in illo témpore, otra vez esta vez: “Un día –por ejemplo–, de golpe, tantos de nosotros perdimos la palabra, perdimos totalmente la palabra”4 (intercalo y subrayo). [2] Otro acaecer autógrafo — autógrafo no sólo, o no tanto, de duelo y literatura esta vez en América Latina, sino tal vez de unidual duelo de Literatura como de América Latina —de sus (propios prestados) nombres, derrota avant la lettre. Un menudo salto se impone aquí, pues este pasaje habrá sido dado hace alrededor yo enajenado, liberado aquí y de esta manera — tal vez se libera también otro [vielleicht wird hier noch ein Anderes frei] ?” (P. Celan, El meridiano, Santiago, Intemperie, 1997; traslación de Pablo Oyarzún levemente intervenida ahí). 3. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, Santiago de Chile, Gato Murr, 1984, p. 308. 4. Ibíd. Y aún: [...] “la autografía, entendida como inversión de la propia vida en escritura, depende siempre de un registro heterográfico; es decir, de cómo la autoescritura no es más que un modo particular de apertura a la demanda de otro, o del otro” (op. cit., p. 84). 115 Andrés Ajens de cuatrocientos años, en parajes del Qullasuyu, por decir también tal “aquí”5, a inicios de su Relación de antiguedades deste reyno del Piru, por Pachakuti Yamqui Salcamaygua, canchi de Orcusuyu, al sur del Cuzco: Yo Joan de Santacruz Pachakuti Yamqui Salcamaygua [...], natural de los pueblos de Sanctiago de Hananguaygua y Huringuaigua[,] canchi de Orcusuyu, entre Canas y Canchis de Collasuyo, hijo legítimo de Don Diego Felipe Condorcanqui y de Doña Maria Guayrotari; nieto legitimo de Don Baltasar Cacyaquivi y de Don Francisco Yamquiguanacu, cuyas mujeres, mis aguelas, estan vivas; y lo mismo soy bisnieto de Don Gaspar Apoquivicanqui y del general Don Joan Apoyngamaygua; tataranieto de Don Bernabe Apohilas Urcunipoco [...], todos caçiques principales que fueron en la dicha provincia [...] Y yo, como nieto y deçendiente ligitimo de los susodichos, siempre, desde que soy hombre [adulto], é procurado ser firmes y estables en el misterio de nuestra santa ffe católica […] de modo que la santa madre Yglesia rromana lo cree lo que yo Don Juan de Santacruz lo creo, y asi en ella quiero bibir y morir (Rel a c i ó n , circa 1610). ¿Quién, qué habla en este pasaje? Yo, dice Joan de Santacruz Pachakuti Yamqui Salcamaygua, escrito está; y expone sus títulos: curaca del Collasuyo, qhapaq apo o “cacique principal” asimilado aparentemente hasta la médula, adoctrinado y/o aculturado a más no poder apenas algunas décadas tras la irrupción europea. Por lo cual, a la vez podríamos decir que Pachakuti Yamqui no habla aquí, que lo que habla en este pasaje es de facto un hablado — un “yo” hablado por la “doctrina”, por la docta máquina programática católica (apostólica hispana-romana, para el caso): autógrafía acaso qua heterografía. Aunque más de un lector atento de la Relación de Pachakuti Yamqui subraya que no hay razón para dudar de la sinceridad de sus palabras, esto es, de su real 5. La (actual) zona central de Chile, Valparaíso incluso, fuera en su momento parte del Qullasuyu, uno de los cuatro suyu o ‘regiones’ del cuatripartito Inkario alias Tawantinsuyu (‘cuatro partes’, al decir de Guamán Poma en su Primer nueva corónica). 116 e x-au tos . Autógrafos para Patricio Marchant adhesión a la “ffe” católica6, y que, hasta cierto punto al menos, la textualidad del otro (occidental) fuera en este punto hasta cierto incierto punto también la suya, no hubiéramos de descartar del todo la “hipótesis marrana”: que, otra vez, al menos hasta in/cierto punto, este estar siendo hablado (por “Occidente”) no fuera sino un dejarse hablar, un citar provisorio y en parte ‘ficcionado’, hasta nuevo aviso, por sobrevivencia. Como Guamán Poma, Pachakuti Yamqui pertenece a los curacazgos de los grandes ayllus o “señoríos diárquicos” anexados relativamente temprano al Inkario, ya “de paz”, ya “de fuerza”, y ambos, a inicios del siglo XVI, leen como pachakuti lo que hoy por hoy solemos llamar invasión sino invención europea de América, alias Conquista. Pachakuti, en breve, tal término: de pacha, ‘tiempo’, ‘espacio’, ‘mundo’; y kuti, ‘vuelta’, ‘retorno’, ‘inversión’, ‘vuelta’, tanto en aymara como en quechua: pachakuti; vuelta o retorno-de-mundo y/o de-época, ‘dar la vuelta el mundo’, al traducir de un lenguaraz cronista7, y para nada ‘fin de los tiempos’ o “Juicio Final” como amenaza traducir sin traducir un doctrinero jesuita de nota8. Que don Joan de Santacruz Pachakuti Yamqui Salcamaygua lleve inscrito en su propio emprestado nombre el término en cuestión se debe, en parte, a que éste [ pachacuti] correspondiera a una suerte de título o nombre honorífico en el Ande. El Inka Yupanqui, uno de los más recordados en la Relación de antiguedades deste reyno del Piru (pues no sólo “ganó las provincias” del Collasuyo, entre las cuales la de los Kanchi, la de Pachakuti Yamqui, sino también buena parte del norte, este y centro del actual Perú), antepuso a su nombre Pachakuti, siendo conocido desde entonces como Pachakuti Inka Yupanqui. Según más de un cronista, ello se diera en cuanto desposeyó del qhapaq o ‘mando’ a su padre, Viracocha Inka — invirtiendo de paso el orden cósmico: lo que está arriba queda abajo, lo que está abajo, arriba. Como suele sa6. Cf. Jean Szeminski, Un kuraka, un dios, una historia, Jujuy, Gutenberg, 1987; P. Duviols y C. Itier, ‘estudio etnohistórico y lingüístico’ a la edición de Relación de antiguedades deste reyno del Piru, Lima/Cusco, 1993. 7. Cristóbal de Molina, Relación de las fábulas y ritos de los incas (Cuzco, circa 1573). 8. Ludovico Bertonio, Vocabulario de la lengua aymara, Juli, 1612. Para el quechua, cf. Diego González Holguín, Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada Lengua Qquichua o del Inca, Lima, 1608. 117 Andrés Ajens berse, el pliegue o partición entre ‘abajo’ y ‘arriba’ (que se replica como derecha/izquierda, masculino/femenino, tardío-reciente/ antiguo-temprano, sierra/llano, oro/plata, sol/luna, etc.) es constitutivo tanto del orden territorial-político en el Ande, esto es, por antonomasia, del ayllu o comunidad diárquica (repartida en hanan y hurin, ‘arriba’ y ‘abajo’) como del mundo/época o pacha mismo (repartido en alaxpacha, o ‘mundo/época de arriba’ –el de las wak’a o dioses celestes; del “cielo ymperio”, al decir de Pachakuti Yamqui– y manqhapacha, o ‘mundo/época de abajo’, o ‘de adentro’ — espacio-tiempo de las wak’a tutelares del subsuelo). Cuando de golpe, de poder y/o de suerte, el orden del pacha se invierte, es que un pachakuti habrá sobrevenido. La Conquista, en la cual de un día para otro todo pacha andino pasa a ser manqhapacha en relación al imperio español (Sacro Imperio Romano Germánico durante las primeras décadas de la Coquista), se inscribe así en una tra-dición o relación de retornos y trastornos cósmicos/epocales, donde ahora Dios ocupa el lugar de Inti Ticci Viracochan Payachayachi, wak’a mayor incaica, y el Emperador el lugar del Sapay Inka. Que esta interpretación de la Conquista conviva en Pachakuti Yamqui con una asimilación cristianoccidental acelerada, en parte se da a entender en tanto cada pachakuti marca, entre otras cosas, precisamente eso: una mudanza en los procesos aculturatorios y cultuales en el espacio/tiempo “andino”, y en parte también habla de una asimilación o aculturación agrietada, incompleta, incluso pese a la eventual sinceridad en contrario de quien firma el autógrafo pasaje. Es decir, el decir autográfico de Pachakuti Yamqui no es sólo dicho por el texto del (otro) occidental-cristiano sino que a ratos, y de manera imprevisible, y acaso inconsciente, también lo es por la textualidad del Ande. El sí (mismo) trazado así se habrá vuelto de golpe un nodo de paso de alotextos de tan reciente como larga data. A ratos, y de manera acaso inconsciente, decimos, lo autográfico en Pachakuti Yamqui retiene y traduce à la lettre el “texto andino” (y ello, sin que la vigilancia crítica eclesiástica lo borrara, para el caso que lo advirtiera9). Por ejemplo. En un tramo de máximo éxtasis de 9. El texto de Pachakuti Yamqui fue hallado en un atado de fojas del cura doctrinero y visitador de idolatrías Francisco de Ávila, mismo atado donde se encontró el llamado ‘manuscrito de Huarochirí’, que cuatro siglos después 118 e x-au tos . Autógrafos para Patricio Marchant profesión de fe cristiana, Pachakuti Yamqui no puede evitar traducir Dios por wak’a mayor, la que está por sobre todas las otras wak’a, haciendo polvo ipso facto una de las piedras angulares del programa de “extirpación de idolatrías” hispano-romano; esto es, la afirmación de la existencia de sólo un Dios (verdadero), de un Único (Dios), ante Quien el resto no fuera más que “ydolos”, “falsos ydolos”. “Como digo –prosigue Pachakuti Yamqui–, creo en Dios trino y vno[,] el cual es poderoso Dios que crió al çielo y la tierra [...] Dios es berdadero Dios sobre todos los dioses, poderoso Dios nuestro Criador, el qual es el que govierna por su horden al çielo ymperio [...]” (subrayo). Así, traduciendo natural, automática o inconscientemente wak’a/ kuna por ‘dios/es’, y alaxpacha (‘mundo de arriba’) por “çielo ymperio”, fracasa momentáneamente el programa cristianoccidental en el texto firmado por Pachakuti Yamqui Salcamaygua. Traduciendo. Natural, automática sino inconscientemente. Ahora bien, la falta, la relativa falta de traducción en sentido inverso (un momentáneo pachakuti en traducción, si se quiere), esto es, del texto occidental en el texto andino –consciente o inconscientemente, para el caso, poco importa, y con las consabidas prevenciones con respecto a tales totalizaciones o ‘mundializaciones’ en juego–, habrá marcado hasta hoy lo que en otra parte habremos llamado ‘escrituras (del Ande) del desastre’. Desastre tan histórico como, al decir de Blanchot, anhistórico; desastre, fuerza de escritura: “le désastre entendu, sous-entendu non pas comme un événement du passé, mais comme le passé immémorial [...] qui revient en dispersant par le retour le temps présent où il serait vécu comme révenant” (subrayo: desastre oído, entendido, subentendido no como un acontecer del pasado sino como el pasado inmemorial que vuelve dispersando, re/partiendo en la vuelta el tiempo presente, en el que sería vivido como re/aparecido, tal espectral retorno (tal kutiq, al decir de Guamán Poma y Pachakuti Yamqui) 10. traduciría del quechua José María Arguedas (anónimo, Dioses y hombres de Huarochirí, traducción de J. M. Arguedas, Lima, MNH-IEP, 1966). 10. Maurice Blanchot, L’Écriture du Désastre, Paris, Gallimard, 1980. 119 Andrés Ajens [3] Otro paso, otro autógrafo – otra vuelta e “inversión autográfica” (Moreiras): una vez, solamente una vez, entreví a Patricio Marchant. Entrevista o entrevisión en París: Collège International de Philosophie, 1, rue Descartes, 22 de junio de 1988. Mesa redonda con Ernesto Laclau, Jean François Lyotard y Jacques Derrida. Me encuentro en la puerta. Con Germán Bravo. Entramos. Laclau habla de decisión, de democracia radical, de identificaciones del sujeto (“Tomar una decisión es como personificar a Dios. Es como declarar que uno no tiene los medios para ser Dios, y que uno tiene, sin embargo, que proceder como si fuera Él. La locura de la decisión...”)11, de hegemonías. Derrida reiterara: je ne sais pas raconter des histoires, y sí, sí, pero, “concuerdo con Laclau en que la identificación es indispensable, pero digo que hay también un proceso de desidentificación, pues si la decisión es identificación, entonces la decisión se destruye a sí misma”12. Lyotard, que habrá intervenido antes que Derrida, subrayara la discontinuidad entre conflicto en el metarrelato moderno y ‘diferendo’ en el microrrelato posmoderno. Escena intensa. Alucinógena a ratos. La cosa se extiende: vuelve y se revuelve; vuelan puntualizaciones, comentarios, preguntas. Laclau agradece al cabo la hospitalidad del Collège (se habrá desplazado para la ocasión desde Sussex, Inglaterra). A esas alturas, tras varias horas de pensantes pócimas, hállome exhausto. Y aun algo ex-auto –fuera de mí, entre el cansancio de la hora tardía y la intensidad de la escena. Germán me cuenta al paso que Jacques el Destripador, su decir Derrida, antes que comenzara la mesa le había insistido en que no dejara de ir a oír a Patricio Marchant, un ex-estudiano suyo (me anoticia Germán), quien daría una conferencia un poco más tarde, y a la cual él no podría asistir. (En esa época y/o pacha el nombre “Patricio Marchant”, ¿habré de subrayarlo?, nada de nada me dijera). Le deseo suerte. A Germán. Insiste, empero. Va a hablar de la Mistral y de Neruda, dijera. Así que llegamos. A una sala la11. Ernesto Laclau, “Desconstrucción, pragmatismo, hegemonía”, Chantal Mouffe (comp.), Deconstrucción y pragmatismo, Buenos Aires, Paidós, p. 114; subrayo. 12. Jacques Derrida, “Notas sobre desconstrucción y pragmatismo”, op. cit., p. 163. 120 e x-au tos . Autógrafos para Patricio Marchant teral. Semillena, semivacía. Acaba de comenzar la conferencia. Entonces veo, entreveo, a una especie de desbocado gesticulante, saltando por momentos, estremeciéndose su cuerpo entero, al fondo, en la tarima de la sala, y hablando en un francés no menos rítmico que terremoteante. Al cabo de unos minutos, que fueran acaso nomás unos segundos, el ex-auto se precipita en mí; Chau, Germán, dice; ya me la cuentas. [De cierto aun no leyera la por demás aun inescrita contratapa de Escritura y temblor: “En el caso de Marchant –firman Pablo Oyarzún y Willy Thayer–, había una preponderancia del aspecto patético, una constante exposición a la fuerza irresistible [y, añadiéramos, insoportable] de la experiencia misma. Esto precisamente, determinaba el temblor como la persistente disponibilidad, la rendida entrega al poder excesivo del acontecimiento [....]” (subrayo) 13. Germán daría cuenta más tarde en su diario parisino: “Conferencia de Patricio Marchant, ‘Nommer l’A[mérique] L[atine]: Gabriela Mistral, Pablo Neruda’, una conferencia violenta, monstruosamente brillante” (rayo)]. Ya con el nombre prestado por Germán, ya con el acreditado por Pablo Oyarzún y Willy Thayer (“La pensée politique de G. Mistral et P. Neruda”), el texto leído por Marchant aquella tarde/ noche en el Collège International de Philosophie se entrevera y enlaza con al menos otros tres textiles del período: “¿En qué lengua se habla Latinoamérica?” (1987), “¿Qué puede hacer un pobre hombre ante una mujer genial” (1988) y “’Atopiques’, ‘etc.’ e ‘indiens spirituels’” (1989), destinado este último a ser publicado en Exercices de la Patience, revista de filosofía parisina dirigida por Alain David y que periclitara precisamente ese año, por lo cual dicho texto sólo vendría a publicarse, en traducción, hacia fines de Escritura y temblor. 14 Tanto la conferencia de París como su ajuste après coup para Exercices de la Patience tienen en 13. Patricio Marchant, Escritura y temblor, edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2000. 14. “[L]o que estaba escribiendo en ese momento, un artículo para Exercises de la patience sobre, fundamentalmente, el saber de la Vieja sobre latinoamérica [“Gabriela Mistral era ese saber, (...) ‘Gabriela Mistral’ o la Vieja”], no consistía sino en formular, en otros términos, formular una teoría, lo que, la Vieja, como su saber, había poetizado; lo cual suponía, por otra parte, buscar textos de la Vieja que confirmaron mis afirmaciones.” (Cf. “¿Qué puede hacer un pobre hombre ante una mujer genial”, 1988, Escritura y temblor, ed. cit.). 121 Andrés Ajens común con los otros dos textos la pregunta por un pensar latinoamericano como escritura mestiza en lengua castellana-latinoamerica, pensar marcado por la Muerte de la Madre (“concepto de Imhre Hermann”), su emprestada tesis o apuesta, madre violada como dato fundante de la Conquista, y por la Muerte del Padre (escritura mestiza como entrevero entre ambas muertes: M. M. y P. M.). En todos esos textos, donde algunas frases se reiteran casi idénticas, la remisión a las escrituras de Gabriela Mistral y Pablo Neruda es contundente. En “’Atopiques’, ‘etc.’ et ‘indiens spirituels’” la cosa se concentra en la lectoescritura de El regreso, de Mistral, y, al paso, de Alturas de Macchu-Picchu, de Neruda. No se trata precisamente de un aguayo con aire autográfico (por demás, subrayamos: ningún aguayo, ningún trazado deja de ser autográfico y ninguno lo llega a ser del todo), aunque a ratos la inversión autográfica fuera ahí patente: “[H]ijos de la Chingada, todos lo somos, nosotros, latinoamericanos” (subrayo).15 Identificación latinoamericana, “de prestada”, al decir de Mistral remarcado en Marchant: nada sustancial, nada propiamente propio ni apropiable sin más –¿en consonancia con el proyecto de identificación provisorio-trascendental de Laclau?–, pues se juega en escrituras: es el sueño, la tesis o apuesta con aire derridiano insistente en Patricio Marchant: “el mestizaje, como tal, se realiza, se cumple como escritura”; “mestizo es mestizo cuando habla, cuando escribe su escritura”; “soñar con una escritura ‘mestiza’, en este sentido: una escritura de la Muerte del Padre y de la Muerte de la Madre” (ídem, subrayo). Experiencia tan identificatoria como desidentificatoria “nuestra”, de regreso, de París, por caso; experiencia de lectura como lectoescritura del acaso “gran poema mistraliano”, al decir de Patricio Marchant, El regreso.16 15. Patricio Marchant, Escritura y temblor, ed. cit., p. 398. 16. Gabriela Mistral, Lagar, Santiago, Nascimento, 1954. 122 e x-au tos . Autógrafos para Patricio Marchant [4] [notas] → Inversión autográfica en El regreso de Gabriela Mistral Desnudos volve[re]mos a nuestro Dueño, manchados como el cordero de matorrales, gredas, caminos, y desnudos volve[re]mos al abra cuya luz nos muestra desnudos: y la Patria del arribo nos mira fija y asombrada. Pero nunca fuimos soltados del coro de las Potencias y de las Dominaciones, y nombre nunca tuvimos, pues los nombres son del Único. [...] Y baldíos regresamos, tan rendidos y sin logro!, balbuceando nombres de “patrias” a las que nunca arribamos. [Y nos llamaban forasteros ¡y nunca hijos, y nunca hijas!] Regreso y recorte de Gabriela Mistral a El regreso, al decir de Doris Dana... 17 [...] → Derrota histórica y fracaso poético en El regreso Pablo Oyarzún, en colectura “exigente” (es su término), alucinante y alucinada a ratos (no por nada inclusa en su Letra 17. Ediciones: 1954 (Santiago de Chile, Nascimento), en corchetes; 1966 (Madrid, a cura de Doris Dana, y, a su decir: “edición definitiva”, “autorizada”, etc.). 123 Andrés Ajens volada )18, lectura en consonancia con la de Marchant en “‘Atopiques’, ‘etc.’ et ‘indiens spirituales’”, se va, y/o se viene, de tesis: “.... mi tesis, en el sentido de ‘poner’ a que acabo de aludir [esto es: la lectura exigente (de Marchant de El regreso; ya no sin más lectura “crítica” y menos “hermenéutica”, al decir de Oyarzún) “se pone a sí misma y pone al poema, también, ante una exigencia casi intolerable”; lectura exigente: aquella que lee lo que lee “como si fuese el único poema que jamás se hubiese escrito, como si fuese el advenimiento o, mejor, la inminencia del poema como tal” (subrayo).] La tesis: “El decir poético a que me refiero [decir de El regreso] dice la historia como derrota. El decir poético que puede decir así la historia es un decir que se dice a sí mismo como fracaso. La derrota histórica y el fracaso poético (el fracaso de la palabra, del poder de los humanos nombres) constituyen la unidad esencial del inaudito decir de este poema” (subrayo). Y remata: “Sería El regreso una re-inscripción –una re-escritura– de la historia en el poema y por el poema, y una re-inscripción –una re-escritura– del poema en la historia” (id.). * Fracaso del decir [poético] como fracaso de la palabra como nombre “propio”, pleno y/o sagrado – fracaso de las ‘poéticas del nombre’ (propio), de los ‘sagrados nombres’ que faltan (F. Hölderlin: Heimkunft [1801]), ‘duelo sagrado’ (M. Heidegger; el curso de 1934-35 sobre los himnos “Germania” y “El Rin”)... El meridiano , ¿en otra? Oui ouï: el poema absoluto, das absolute Gedicht, eso no se da (das kann es nicht geben!).... por más que con cada vero poema hay [mit jedem wircklichen Gedicht, es gibt], con el poema menos pretencioso, esta pregunta inevitable, esta pretensión inaudita (diesen unerhörten Anspruch). → Derrota histórica y fracaso poético en El regreso (II) [La errancia de es[t]as “historias” es] “lo que llamo derrota, a condición de que mantengamos a la vista, de manera inseparable, su doble sentido de rumbo o camino (derrotero) y vencimiento” (P. Oyarzún, Regreso y derrota, in La letra volada). Mutatis 18. Pablo Oyarzún, La letra volada, Santiago de Chile, Ediciones UDP, 2009. 124 e x-au tos . Autógrafos para Patricio Marchant mutandis: lo que [se] dice la dicha, y/o ‘des-dicha’ (al decir de Oyarzún), esta dichosa “poesía” ya no imantada por y al flaco poder del (prestado) nombre propio, su fracaso, a condición de mantener a vista y oreja, inseparables, su sentido de hacer trizas o desbaratar (un autómata o automatismo, por caso) y el malogro de una empresa y/o adverso suceso... ... fracaso [de las poéticas del nombre] que abre campo, insinúa Oyarzún, al (poema) vocante y/o vocativo, más cercano al viens, viens derridiano que a los heilige Namen hölderlinianoheideggerianos, y aun no menos exigente: “No se habla aquí de ‘Latinoamérica’ en términos de una ilusoria sustancia vernacular... [...] tampoco el ‘nosotros’ designa el dato de una comunidad segura de sí, sino [...] sólo posee una eficacia convocadora o, más bien, exigente: la palabra ‘nosotros’, que nos pro-nombra, nos exige, desde la evidencia en constante asecho, a constituirnos en el lugar de la falta, a defender nuestra derrota como nuestra posibilidad originaria [dicho heideggerianamente esta vez, al decir de Marchant] de pensar y decir” (op. cit., p. 248, intercalo y subrayo). Vocación del poema cada vez, tal vez, urgente: su llamar/llevar fuera de sí, su anticipación como su lectoescritura, su ex-agere, su entreveraz exigencia. → Pliegue (entre) Único y Única: La que camina. * La “Única”, poema La que camina, in Lagar (sin vuelta en la edición “definitiva” a cura de Doris Dana). Pliegue Única/Único: nombre del “Único”, que “los nombres son del Único” (El regreso), “y su lengua olvidó todos los nombres / y sólo en su oración dice el del Único” (La que camina); darse de la “Única”, ¿“ruta”?, la “sola palabra”, “su sola sílaba de fuego”... (La que camina). Aquel mismo arenal, ella camina siempre hasta cuando ya duermen los otros; y aunque para dormir caiga por tierra ese mismo arenal sueña y camina. La misma ruta, la que lleva al Este es la que toma aunque la llama el Norte, y aunque la luz del sol le da diez rutas y se las sabe, camina la Única. 125 Andrés Ajens [...] Sea que ella la viva o que la muera en el ciego arenal que todo pierde, de cuanto tuvo dado por suerte esa sola palabra ha recogido y de ella vive y de la misma muere. [...] Yo que la cuento ignoro su camino [...] (G. M., La que camina, Lagar; subrayo). → → “de los préstamos” “Un préstamo sólo difiere del hurto porque está determinado por un contrato [reconocimiento de un préstamo, qua deuda]. Toda ruptura del contrato borra la diferencia, y convierte al préstamo en hurto. La barrera que los separa es frágil” (La letra volada , p. 9]. Y Pablo Oyarzún, en más de un trance hace trizas la barrera, la borra o la traspasa; no podía ser de otra manera en un libro que traduce lo que traduce al llamarse como se llama. Lo más volado de la cosa tal vez sea, con todo: que en al menos una ocasión tal fracaso del contrato, tal “hurto”, consciente y/o inconsciente (da lo mismo para el caso), en La letra volada se diera, sin ceder un ápice al talvez esta vez, tal don a hurtadillas — tal fuera de contrato. De cierto, y de gracia: pues no hubiera don, si tal hubiera, no hubiera campo para la sobrevenida de un don en el espacio/tiempo reconocible del contrato. [5] [inconclusiones] → Puesta y apuesta en Marchant: Alturas de Macchu-Picchu, y allende. Si, al decir de Marchant, Pablo Neruda encuentra/inventa su comunidad, la “nuestra”, Latinoamérica, comunidad mestiza, en 126 e x-au tos . Autógrafos para Patricio Marchant Alturas de Macchu-Picchu, entretejiendo lenguas y sangres qua escrituras en un mismo unidual aguayo — por una parte, escritura de las ruinas del ‘antes’ del ‘después’ histórico, escritura (silenciosa y/o muda) de las piedras andinas19, y, por otra, escritura de la lengua castellana (escritura del ‘después’, de la Historia) — tal entreteje se da en Marchant como ‘lengua castellana latinoamericana’... Latinoamérica se habla en castellano, [pero] en castellano latinoamericano. Por lo cual, si un aguayo “habla” en quechua y/o aymara, por caso, ¿vamos a decir que en tal textil ya no se habla Latinoamérica? ¿O habría que decir que en tal entrelugar la identificación latinoamericana se hace trizas, falla o fracasa? ¿O aun vamos a estirar infinitamente el chicle náhuatl, haciendo entrar toda diferencia por venir al container latinoamericanista, sin tesis o puesta en cuestión y en juego de identificación tal? ¿Lo que hace Neruda? Pues Neruda, que escribe en castellano latinoamericano, al decir de Marchant, también escribe, increíblemente, a ratos, en quechua. Justo después de Alturas de Macchu Picchu, a modo de epígrafe de la IV sección, Los conquistadores, del Canto general, Neruda no sólo cita o recita el decir in extremis de Túpac Amaru: Ccollanan Pachacutec! Ricuy / anceacunac yahuarniy richacaucuta!, escribe Neruda. En quechua.20 (Escribe y no sólo transcribe, como veremos). Ccollanan Pachacutec (Qullanan Pachakutiq), de entrada: ‘sobresaliente’, ‘eminente’ (Qullanan) transformador/a o inversor/a del espacio/tiempo o mundo (Pachakutiq) – ¿vamos a decirlo con Celan: Tornaliento? 19. Insistencia de Neruda en la piedra, tal silencioso “libro” americano en Alturas de Macchu Picchu: “Besa conmigo las piedras secretas”; [...] “ la planta pétrea, la guirnalda dura / sobre el silencio del cajón serrano” (VIII); “Nave enterrada, manantial de piedra. / Caballo de luna, luz de piedra. / Escuadra equinoccial, vapor de piedra. / Geometrçia final, libro de piedra.” (IX); “A través del confuso esplendor / a través de la noche de piedra, déjame hundir la mano [...]” (XI); “A través de la tierra juntad todos / los silenciosos labios derramados”; “Dadme el silencio, el agua, la esperanza” (XII). Y en Para nacer he nacido, con ‘perdón’ de tal ‘Americano esencial’ incluido: “Perdonadme, entonces, que, como Americano esencial, meta las manos en vuestro silencio. // Desde hace años, de toda la América silenciosa [...]”. 20. Ni en Confieso que he vivido (1974) ni en Para nacer he nacido (1978) Neruda deja huellas de tal insólita frase (en) quechua, pese a que en ambos libros haya pasajes referidos a su paso por Cuzco y Macchu-Picchu en octubre de 1943 (la escritura del poema, su ‘puesta en papel’, se habría dado en Isla Negra un par de años después, entre agosto y septiembre de 1945, según Volodia Teitelboim; V. T., Neruda, La Habana, Ediciones Arte y Literatura, 1984). 127 Andrés Ajens Tal escritura no respondiera ya sin más a la Historia, ya no correspondiera con ningún ‘antes’ de ningún ‘después’ histórico, y muy menos con cualquier ‘después’ pre- o retrofijado, zanjado, único. Veamos. La frase atribuida a Tupac Amaru, poco antes de ser decapitado por el Virrey Toledo en la plaza del Cuzco, en septiembre de 1572: Ccollanan Pachacamac ricuy auccacunac yahuarniy hichascancuta (habitualmente mal/dado por: “Madre Tierra, atestigua [rikuy; ‘ve’, ‘advierte’] cómo mis enemigos derraman mi sangre” — aunque ni Pachakamaq es Pachamama ni esta última sin más ‘Madre Tierra’ (cf. mamaña: “hacer pasar trabajo” [Bertonio]; ‘‘laborar’. Neruda no sólo trastabilla o balbucea transcribiendo mal algunas palabras (escribe anceacunac por auccacunac [subrayo: sustantivo auqa + pluralizador kuna, ‘enemigos, ‘adversarios en guerra’], richacaucuta por hichascancuta [verbo hichay o jich’ay: ‘verter’, ‘derramar’), situación que se reitera. Increíblemente. Edición tras edición. Del Canto general. Sino: Neruda también interviene el texto recibido, lo traza o retraza al llamar y destinar su decir a Pachakutiq y no a Pachakámaq (‘el soberano’, ‘el que manda el mundo’), la wak’a mayor del Chinchaysuyo, como lo hiciera Túpac Amaru, al decir de un par de cronistas. Esto ya no fuera un simple error de transcripción, una autográfica errata del Neruda copista, sino una decisión de lectoescritura acaso, giro en el aguayo dado, inesperada vuelta en la dicha de Tupac Amaru heredada... Llamar, dirigirle la palabra a Pachakutiq –eminente y acaso inminente tornaliento–, cosa fuera muy otra que apelar a un/el ‘soberano del mundo’. [...] Inversión autográfica como inversión autográfica: momento económico (libidinal, simbólico, poco importa) y, a la vez, otra cosa sin cosa; puesta patas para arriba o pachakuti del sí repartido, entreabierto (su estancia en abismo). ¿Don autógrafo? ¿Exautógrafo? ¿Dado y préstamo? “Sí propio” de un inconclu- 128 e x-au tos . Autógrafos para Patricio Marchant yente asterisco (“que se mendiga.. quizá qué enmendaturas”), por caída o caso21*, en Trilce: Farol rotoso, el día induce a darle algo, y pende a modo de asterisco que se mendiga a sí propio quizás qué enmendaturas. 21.* Pasaje del poema XXII de Trilce (1922) de C. V.; Es posible me persigan hasta cuatro [...]. 129 DESAHOGO EN LOS NOMBRES Guadalupe Santa Cruz No hubiera dicho sí a esta invitación de no mediar, desde mucho tiempo —hojeando (con “h” y sin “h”) el intrigante libro Sobre árboles y madres en un estante de la editorial Cuarto Propio en el 91, cuya directora había estado vinculada a las Ediciones Gato Murr–, de no mediar, digo, la incitación de lo que me pareció llamarse y llamaría la escritura de ese libro. De no tener por delante la tarea de dilucidar por qué llamé y llamo a ese libro con este nombre, escritura. Queda lanzada de inmediato la viruta lenguajera, encandilada por las llamadas “operaciones” del nombre en Sobre árboles y madres y otros textos de la compilación Escritura y temblor. Viruta sería verse escribir como él, Patricio Marchant —en su prestado nombre–, pero no para él. Sería abrir la deuda con el ritmo de su escritura (en la coartada que él le ofrece al pensamiento y a la literatura), y no al llamado de su nombre que alfilerea nombres de mujeres bajo uno solo, la economía de la madre1. Sería, tal como lo hace con Gabriela Mistral, “escribir sobre [él] como escribir con [él] otra cosa, única manera de leerl[o]”2. ¿Qué aloja P.M. en la superficie de la página para que uno se sienta, no sólo intimidada (como sugiere Barthes de una escritura, contraria por ello a toda idea de comunicación), sino conminada a leer? Desde ya, interpelada por un modo de espaciamiento de las 1. Es a propósito de la madre en P.M. que escribí el texto “Rendidas casas”. 2. Patricio Marchant. Sobre árboles y madres, Santiago de Chile, Ediciones Gato Murr, 1984, p. 110. 131 Guadalupe Santa Cruz letras, como si se tratase de un cuerpo intensamente intersectado por otros, otros cuerpos que traban y potencian simultáneamente esta escritura, esta escena-grafía. Aferrándose a estos cuerpos otros, pareciera la escritura de P.M. hacer de la diagramación y de la puntuación una extraña y laberíntica morada (tumba, diría él), cuyo moblaje –los arreglos de la página– hace de partición, abre la posibilidad de las separaciones. Escribe P.M.: “[Gabriela Mistral] fue no sólo deseo, fue carne, fue separación, fue palabras”3. Desde esta sinonimia entre palabras y deseo-carneseparación, se podría pensar, entonces, que las palabras en P.M. no se bastan a sí mismas –desmedro y exceso que inaugura lo literario–. Sus palabras, incompletas, desfallecientes, deben agarrarse a otros indicios, deben echar mano a la materialidad de la página, de la hoja, del libro. Apelar, o llamar, a la voz de la voz de la voz, indefinidamente, en la puesta en abismo (porque no es sólo suspensión) de las palabras que aloja entre guiones. Alejar (espantar) las palabras a través de la cursiva (se dice también: bastardilla). Taladrar (porque no es sólo acentuar) a través de los subrayados. (Pablo Oyarzún recuerda el sentido conferido por P.M. a estas líneas bajo las palabras: matar a la madre4). Ampliar, disminuir las sangrías de la página como quien corre un cerco: de esto sabemos mucho en estas tierras, donde se está siempre por dirimir qué es de quién, quién es de quién y, por lo tanto, qué es de qué, quién de qué es quién, y así, incesantemente, para el suelo –la violencia que retiene el suelo–; en la página, para goce de la escritura, que hace de este pleito su profundidad de campo; y para los cuerpos, que se mueven en un mapa de aguas donde toda huella, o archi-huella, es difícil de leer, de reconocer, a la vez que no cesa de erigir un nosotros, varios nosotros, como remedo de ley: cuerpos allegados, anexados, marcados, de-limitados. 3. Ibíd., p. 170. 4. Pablo Oyarzún, Prólogo a Sobre árboles y madres, Buenos Aires, La Cebra, 2009. 132 Desahogo en los nombres Bifurcar las palabras en columnas como cuerpos que se dan la espalda, distribuir cuerpos (literalmente) de distinto porte tipográfico. Encriptar palabras –nombres propios– en iniciales. Tal vez sacrificarlos en aquellas encrucijadas y cruces (crucifijos) que erige con los palotes de esas iniciales. Estas sostienen el aliento de su escritura y parecen marcar su ritmo de fondo: es precisamente allí que P.M. se desmarca de la filosofía que, en sus palabras, “se define como la pretensión de no poseer un ritmo propio, negación que es lo ‘propio’ de su ritmo”5. Podríamos leer estas operaciones con las palabras en sentido contrario a cómo lo ha hecho Armando Uribe comentando La nueva novela de Juan Luis Martínez, al proponer que las imágenes en aquella obra conforman un sistema de puntuación en el texto poético6. Aquí diríamos, a la inversa, que las impetuosas puntuaciones en los textos de P.M. hacen las veces de imágenes, suponen incontables (en el doble sentido de la palabra) imágenes (en el sentido fuerte de la palabra): escenas. Escenas que hacen al temblor de la escritura, al sueño de la escritura, a sus latencias (a sus latidos). Pascal Quignard trae de vuelta una tradición de pensamiento que él llama “perseguida”, la retórica especulativa, descartada en su contienda con la filosofía por su apego a las imágenes y a las palabras7. Para Quignard, este pensamiento fraguado en las imágenes “excava” con las palabras, palabras siempre articuladas sobre “el fondo pastoso” del mundo “del cual la letra nunca se ha separado”. “Es el cuerpo lo que investiga en el lenguaje”. Sí, en los textos de P.M. “la opacidad cotidiana, la aplicación minuciosa, la determinación ansiosa” atraviesan su escritura. Escenas-grafías como forma tumultuosa de pensar, proyectadas en la página por la utilería teatral que deja a la vista, sin librar 5. Patricio Marchant. “¿En qué lengua se habla Hispanoamérica?”, Escritura y temblor, edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2000, p. 317. 6. Armando Uribe, “El misterio de la puntuación”, Soledad Fariña y Elvira Hernández (eds.), Merodeos en torno a la obra poética de Juan Luis Martínez, Santiago de Chile, Intemperie, 2001. 7. Pascal Quignard. Retórica especulativa, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2006. 133 Guadalupe Santa Cruz su sentido (sentido que, por lo demás, P.M. invita a olvidar: “Cuestión únicamente, pero en eso se juega todo, de una lectura: ¿aprenderemos alguna vez a leer? ¿Aprenderemos a olvidarnos de la verdad, del sentido, de los sentidos verdaderos, aprenderemos, alguna vez, a trabajar la operación de los agregados?8). En estas “operaciones” de la escritura –las voy a leer como “agregados”– ocurre algo que se quisiera celebrar. Como si P.M. hubiese exacerbado lo que Bajtin señala de todo decir, en tanto palabra siempre en diálogo. Sus palabras se chocan sin cesar con otros cuerpos (otros nombres) respecto de los que se hace problemático un deslinde (“el otro su nombre, que me presta, para que yo sea y él sea, contrato. Contrato por el cual, por ejemplo, mi ternura se apoya, se limita, a un nombre; –limitándose, esa ternura, así como nombre, no me ahoga, desolación. Desahogado en un nombre (...)”9. Como si, en el intrincado lazo social que habitamos, realizara los imposibles diálogos de –llamémoslo así provisoriamente– la discursividad dominante en la escena pública chilena. No sólo se agarra a, la escritura de P.M. se agarra con otros. La intensidad de estas contiendas se debe a que no están escamoteadas en un monólogo (forma sutil pero radical de omitir al otro), ni subsumidas en algún fraseo sublime que busque estetizar la diferencia, reduciendo su amenaza. El otro es aquí, obstáculo, insoslayable problema. Al que, a quien y con quien agarrarse. Nuevamente, ese otro como nombre dictando su ritmo a la escritura. ¿Desahogado en un nombre? Una y otra vez: la escritura lo escribe pero no lo resuelve, lo escribe para no resolverlo, puesto que es la condición de esta escritura10. Escritura de nombres: si P.M. ajusta el cuerpo de los caracteres tipográficos en una jerarquía personal, no hace lo mismo con los nombres propios: Gabriela Mistral, Claudia, María Magdalena, Derrida, Heidegger, Jorge Guzmán, Matías, entre 8. Sobre árboles y madres, op. cit., p. 136. 9. Patricio Marchant. “Amor de Errázuriz fotógrafo”, Escritura y temblor, op. cit., p. 81. 10. Cecilia Sánchez lo señala particularmente en relación al “préstamo” de nombres de mujeres, en cuya economía la palabra “es recibida para formar parte de un intercambio, pues el nombre se invoca para suplir una falta de palabra”. Cfr. Cecilia Sánchez, “Alteridades y extrañezas. Escritura y lengua”, www.philosophia.cl, Escuela de Filosofía, Universidad ARCIS. 134 Desahogo en los nombres otros, son proyectados sobre la hoja con similar envergadura (sigo leyendo a P.M. como agregados). Parecen igualados en su potencia propiciatoria de la escritura. Préstamos, deudas, formas de operar cada nombre: “contratos” que hacen a la economía particular de esta escritura. Derrida, sí, pero mucho antes y en América Latina, Simón Rodríguez, en su alocada forma de asirse de las letras sobre el suelo visual de la página. No es azaroso que Cecilia Sánchez inicie un texto sobre el “escenario de la página” y el espaciamiento en la escritura de Simón Rodríguez bajo el signo de la separación inscrita en el lenguaje: “Equivalente a la extraña marca que descubrimos palpando el ombligo, enterándonos de esta manera de la separación del cuerpo de la madre, el que habla y escribe habita de modo escindido en el mundo y en su cuerpo (…) Abierto a la exterioridad, habita en un lenguaje que lo cubre con una piel que le ha sido traspasada y desde allí con mayor o menor audacia imagina o nombra lo que “negó” al separase” y se propone abordar algunos aspectos del y los lenguajes “desde esta suerte de espaciamiento, de piel anexada pero adherida, que promueve la añoranza de un simbólico recobramiento que atraviesa la opacidad de los objetos que son no-yo”11. Los nombres “funcionan” –en la escritura podríamos sugerir que marcan el pulso, las oscilaciones entre el agarrarse a, el desgarro, el desahogo–, pero para P.M. hay una bifurcación cuando el préstamo se rige por lo que llama “ley del padre”, en tanto “nombrar como bautizar, imponer la ‘verdad’”12, o cuando se acude al “sentido maternal”: nombrar como asociaciones (o “como confusiones”, escribe páginas más atrás13), esto es, nombres sin verdadero bautizo, prestados nombres). Al proponer P.M. estas disyuntivas, lanza una roca que remueve la aparente neutralidad de la lengua. Pero, aun más, a partir de estas leyes contrapuestas en las que se apoya su escritura –entre las que titubean sus palabras, si me rijo por su im- 11. Cecilia Sánchez. “El lenguaje gráfico de Simón Rodríguez y su economía francesa”, Createlo, creación, creation, número extraordinario, Santiago de Chile, 2003, p. 31. 12. Sobre árboles y madres, op. cit., p. 122. 13. Ibíd., p. 64. O nombrar “como confusiones”, escribe unas páginas más atrás. 135 Guadalupe Santa Cruz perativo de “trabajar el entre la Voz y la Escritura”14–, y luego de nombrarlas como tales, leyes, sus textos sugieren una inédita intercambiabilidad de las propiedades (en el sentido de lo que sería propio) de hombres y mujeres. Gabriela Mistral como el poeta (más allá de las referencias a Groddeck), la madre como árbol, el árbol como cristo, el crucifijo como madre, los dedos erectos de María Magdalena: hombres y mujeres como objeto y sujeto de abandono (agrego: o dos formas de abandono, por exceso de presencia –materna– o por exceso de ausencia –paterna–; agrego nuevamente: ausencia y presencia que tal vez convergen en la noción derridiana de huella). Lo paradójico parece ser que es en la difuminación misma de la diferencia sexual, en los vasos comunicantes o transvasijes entre las “propiedades” de lo que P.M. llama “el hombre” y “la mujer” (supongamos por un momento que sólo a él pertenecen estos nombres propios), en su frontera movediza, que emerge con mayor fuerza el nombre de esta diferencia como declinación que rompe, que divide cualquier unicidad y univocidad universal. Todo sucede como si, para pensar esta cambiante diferencia fuese sin embargo necesario aprehender los nombres desde las asociaciones y las confusiones que implican el sentido maternal, condición, ya no de un lugar o sentido fijo (que algunos textos del propio P.M. sugieren a ratos15), sino de la posibilidad de desplazamientos críticos y ecuaciones inéditas en, precisamente, una ley que se basa en los intercambios. En tanto lectora “salteada” (como lo llama Macedonio Fernández) de Patricio Marchant (¿acaso no habla esta posibilidad de aquella otra de escribir, también, de modo salteado?), no puedo sino leer en las iniciales P.M., no “Padre Muerto”, sino Padre (y) Madre. Habría que inventar una nueva conjunción que articule ambas palabras –nociones– en la escritura de P.M. Del mismo modo que lo hizo para Árboles y Madres. Imaginemos que la Y no es la conocida bifurcación que se presenta en el camino de Edipo (esta Y es la imagen que para 14. Ibíd., p. 110. 15. Por ejemplo la asimilación de madre y casa en “Casa hay una sola o las amargas reflexiones de un guardavallas vencido”, Escritura y temblor, op. cit., pp. 33-54. 136 Desahogo en los nombres mí prevalece entre las lecturas hechas de aquel relato, fuente o metáfora de un complejo inconsciente, tragedia, simetrías de la tragedia y aceleración de la violencia hacia una víctima propiciatoria –René Girard), sino algo que, a fuerza de recorrer P.M. la dirección inversa –¿matar a la madre? ¿heredar y ocupar el lugar de la madre? ¿desentenderse de otros linajes? o, más rotundamente: no tomar la dirección prescrita, negarse no sólo a la elección sino renegar de esta misma disyuntiva– la gramática toda se encuentre desolada, para fortuna de la escritura: no hay reversión, sino un tambalearse de la propia Y como pivote (la y no junta ni divide; la y junta y divide), introduciendo en el pulso del texto una arritmia16. Este renquear del ritmo, del sentido, tal vez sea aquello que toma para mí en P.M. el nombre de escritura, una incapacidad de seguir la senda trazada (como le llama el sentido común) por el pensamiento, por la lengua. El desahogo en un nombre, en los nombres, no sería, así, promesa alguna de consuelo o resarcimiento –“no es eso”–, no supondría que este nombre fuese destacado, desprendido, para someterlo a las reglas de la sintaxis, o a la violencia del logos (Quignard), sino tan sólo la posibilidad ofrecida (prestada) por ese nombre de separarse de él, (y) pensarlo. Instalada, entonces, la “operación” de escritura y pensamiento de P.M. en lo indeducible de la Y, es como si no sólo se empecinara en apartar, distinguir, diferencias e indiferencias en otros pensamientos, sino que el propio lugar, fusional y diviso, desde el que opera no pudiese más que ser, estar, siempre arrojado. Tal parece ser la exigencia de las palabras en tanto deseo, carne, separación, y tal la condición para esa anhelada “lengua de nombres”. 16. Creo entender desde aquí la operación de “refutación” que destaca René Baeza en el pensamiento de P.M., en “Firmaestilos (sobre la objeción en P. Marchant)”, Nombrada. Revista de Filosofía, Nº 1, Universidad ARCIS, Santiago de Chile, 2004, pp. 97-119. 137 III. intersecciones EFECTO DE MADRE FILOSOFÍA Y PSICOANÁLISIS Alejandra Castillo “Para que surja la mujer, la madre debe morir como madre; entonces, necesidad, iluminación del poeta, de él, cree él, de quemar a la madre. Muerte de la madre por el fuego, poema primero del inconsciente, sobre el cual, siguiendo a Hermann, tanto insistiremos; muerte de la madre por el fuego que, como efecto-de-madre, calor, produce un efecto-de-madre, una nueva madre, por tanto”. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres Cuestión de estilo. “Las cuestiones del arte, del estilo, de la verdad, no pueden disociarse, como hemos visto, de la cuestión de la mujer”, dice Jacques Derrida en Eperons. Les styles de Nietzsche1. “Cristo, una determinada representación de cristo, opera como ‘madre’, ‘objeto’ del instinto ‘de agarrarse a’ del hijo”, indica Patricio Marchant en Sobre árboles y madres2. Diferencias de estilo. Diferencias a la hora de establecer cuál es el lazo que enlaza a la familia entendida aquí en tanto orden simbólico que tiene en la ley paterna (orden cristiano/freudiano) su eje de estructuración. No sin avanzar en la provocación y el desenfado, Derrida, primero, y Marchant, después, insistirán que dicho lazo que enlaza no es otro que la mujer-madre. O dicho en otras palabras, ese lazo que ata y desata el espacio de la familia no es otro que cierta operación escrituraria mujer/madre o cierto efecto-de-madre. ¿Por qué la madre?, ¿por qué oponerse a la ley 1. Jacques Derrida, Eperons. Les styles de Nietzsche, Paris, Flammarion, 1978, p. 57. 2. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, Santiago de Chile, Ediciones Gato Murr, 1984, p. 35. 141 Alejandra Castillo del padre señalando en su lugar a la madre? Y más aún, ¿por qué un efecto-de-madre y no simplemente la “madre”? Ante dichas preguntas, una respuesta posible, tan tentadora como simple, sería la mera sustitución. Una cosa por otra. A la ley del padre, la ley de la madre. Ejercicio compensatorio que con aciertos y yerros ha sido desarrollado, principalmente, por filósofas y psicoanalistas. Revuelta contra el padre que temprano en la historia del psicoanálisis tomó lugar en la institución. El mismo Freud se encargará de hacer explícita esta soterrada contienda contra la ley paterna en su conferencia La feminidad dictada en el año 1932. En ella acusará a las psicoanalistas de cierta miopía al no querer aceptar el lugar que el análisis estaba describiendo/prescribiendo para las mujeres. Sarah Kofman relatando este episodio dirá que Freud “no falto de ironía, subraya que cada vez que aparece un punto desfavorable a la mujer las psicoanalistas mujeres sospechan en los hombres prejuicios masculinos fuertemente arraigados que les impedirán mostrarse imparciales”3. Este cuestionamiento a la ley del padre se manifestará en tres ejercicios simultáneos: la deconstrucción del cristianismo; el desplazamiento de la preeminencia del Complejo de Edipo en la estructuración del inconsciente; y el cuestionamiento de la regla de la heterosexualidad (diferencia de los sexos) en cuanto a la supremacía de lo masculino. Estos cuestionamientos, disidencias y deserciones a la ley paterna, fueron prontamente asumidos en las escrituras y en los nombres de Sándor Ferenczi, Nicolas Abraham, Georg Groddeck, Imre Hermann, Melanie Klein, Maria Torok y Sarah Kofman. En sintonía con estas aperturas y disidencias es posible situar a Sobre árboles y madres. Orden femenino/materno. Es a esta tentación, y pulsión de sustitución, ante la que han cedido primero Sarah Kofman, y luego y quizás con más ímpetu, las escrituras feministas de Julia Kristeva y Luce Irigaray. Implicación de la madre en el orden paterno que para Kofman tomará escena en el intrincado problema del orden de la filiación: ¿qué antecede, qué prioridad?, ¿cuál es el lazo que anuda el inconsciente? 3. Sarah Kofman, L’énigme de la femme, Paris, Galilée, 1983, p. 42. 142 Efecto de madre. Filosofía y psicoanálisis En esta línea de reflexión, Sarah Kofman afirmará que la paternidad al estar des-implicada de la procreación debió ser reforzada por un orden social. Orden que instituye la ley paterna sobre madre e hijos. En este sentido agrega: “la paternidad que es una relación puramente social ha debido, necesariamente, ser reforzada desde los orígenes de la sociedad, que a medida que progresaba engrandeció la figura del padre y acrecentó sus poderes”4. Dicho de otro modo, en su anverso, para Kofman la “Madre” es la autoridad suprema a nivel fantasmático. La Madre está completa, no hay castración: madre fálica, andrógina. Bajo estas señas, Kofman recordará aquella diosa egipcia representada con cuerpo y senos femeninos, mas con un miembro viril en erección y cuya cabeza era la de un buitre: Mut es esta diosa egipcia, Madre fálica. Mujer de cóleras negras que, en otros tiempos y escrituras, se ha figurado en los nombres de Démeter o Medea. Mujer toda, mujer/madre. Nombres oscuros de la mujer, nombres monstruosos, formas o figuraciones de la Mujer andrógina, de madres de cóleras negras5. Asumiendo este lugar de supremacía pero desdibujando la mueca guerrera, Luce Irigaray introducirá el imaginario de lo femenino/maternal. Bajo la cautela y la guardia de la madre, Irigaray situará su relato del inconsciente en la diferencia sexual. Hay dos sexos. Ley de lo doble que en la explosiva fuerza del sentido común hará saltar por los aires toda norma universalista, toda regla de lo Uno (regla de lo masculino, en su hipóstasis), para narrar el mundo por el contrario de dos en dos. Dos cuerpos, dos sexos, dos experiencias, dos mundos. La diferencia sexual constituiría el horizonte de mundos de una fecundidad aún por advenir, sentencia Irigaray. Mundos cuyo reparto tendrá al cuerpo grávido de la mujer como límite. Dos cuerpos, dos sexos, dos experiencias: “Mi experiencia de mujer, como el análisis de las opiniones sostenidas por mujeres y hombres, me han enseñado que el sujeto femenino privilegia casi siempre la relación entre sujetos, la relación con el otro género, la relación de a dos”6. ¿Qué 4. Ibíd., p. 107. 5. En otro lugar he analizado con más detenimiento estas figuras del bestiario femenino. Véase, Alejandra Castillo, “Otros nombres”, Julieta Kirkwood. Políticas del nombre propio, Santiago de Chile, Palinodia, 2007, pp. 71-83. 6. Luce Irigaray, Être Deux, Paris, Grasset & Fasquelle, 1997, p. 36. La cursiva es mía. 143 Alejandra Castillo deja escapar este casi siempre? ¿Qué parte del reparo del mundo le corresponde a aquellas que se restan a la relación del dos y se nombran por fuera de la normalidad del casi siempre? De la indistinción al aferrarse. Una posible respuesta a la huida de la obligatoriedad de lo femenino y la supremacía de la madre fálica se encuentra en la figura de la mixidad. Conocedor de este camino, Marchant presentará una genealogía diversa a la establecida por Freud para el inconsciente. En efecto, lejos de la mistificación de lo materno/femenino, Marchant presentará a la madre siempre como “efecto-de-madre”, efecto de una pérdida que estructurará al inconsciente, primero, en tanto un orden de la indistinción (Georg Groddeck), para luego asumir el lugar del desplazamiento, de la metonimia: esto es, el gesto de “agarrarse a” (cramponnement), el gesto de la madre (Imre Hermann). Sigamos, por un momento, esta genealogía. Lejos de las dualidades de la diferencia sexual, del imperativo del “dos”, Georg Groddeck no verá distinciones en la totalidad de lo viviente. Su idea del Ello es anterior a la conciencia y al cuerpo, modos estos de su expresión. Anterior ciertamente a la división sexual, el Ello está situado más atrás que el inconsciente freudiano. “Es una mentira y una deformación –escribe Groddeck– decir ‘pienso, vivo’. Habría que decir ‘Ello piensa, Ello vive’. Ello, o sea el gran misterio del mundo”7. Un momento anterior, indiferenciado, sin sexos, quizás, sólo continuidad de las formas. Mixidad que el propio Groddeck describirá en oposición al dualismo cartesiano de cuerpo y alma: “la distinción del alma y el cuerpo es únicamente una distinción de palabras, no de esencia. Cuerpo y alma son un todo”8. Si bien para Groddeck la ley del inconsciente no conoce distinciones (no conoce de padre, ni de madre), sería la relación madre-hijo la que imprimiría forma, finalmente, al inconsciente, relación-huella de una acción que en su “después”, y en reversa, generaría toda distinción. Para Groddeck esta relación-huella es la Pieta. Aferrándose a esta asociación, haciendo de ella un principio matriz de lectura del 7. Georg Groddeck, La Maladie, l’art et le symbole, Paris, Gallimard, 1969, p. 245. 8. Georg Groddeck, Conférences psychanalytiques à l’usage des malades, tomo I, Paris, Champ libre, 1978, p. 1. 144 Efecto de madre. Filosofía y psicoanálisis orden sexual, Marchant observará “que el esquema compositivo triangular de la Pieta es símbolo de mujer, y dos seres que se han amado están ahí, en esa atmósfera de sosegada paz. Pero si, primeramente, relación sexual, esto es, descanso después de la relación sexual, comprendemos también que no únicamente relación sexual ese descanso. Si triángulo, si mujer, la Pieta dice los tres momentos de una relación única, la única relación que es la relación única: la madre con el hijo, la madre que es la madre del amante que reposa entre sus brazos y la madre que recibe al hijo muerto. El ciclo entero de la vida, ahí en la Pieta”9. Auxiliada por la Pieta, la interpretación marchantiana del psicoanálisis parece dar un paso decisivo. Este paso no es otro que el arribo a la noción de “unidad dual” en la que “el sexo del otro es entendido como natural complemento del propio sexo. Así la mujer considera el sexo del hombre como parte de ella, una parte que es de ella en el hombre; cuida entonces, del sexo del hombre, cuidado por lo que ‘es’ de ella que aparece como envidia, que se deja leer como envidia. Problema de la Unidad Dual, por eso mismo Hermann señala con razón que toda mujer, y esto es esencial, u hombre que pierden su pareja se sienten a sí mismos como castrados, castración respecto de su reciente complemento genital que no es sino repetición de la castración primera, pérdida de siempre de la Unidad Dual con la madre”10. En este punto una vuelta atrás, o quizás más bien una recaída en el esquema freudiano del inconsciente que, sin duda, dejará su huella en la escritura de Marchant –a pesar de los sucesivos intentos de des-marcaje. De la confusión, del continuo de las formas, se da el paso a la diferencia de los sexos, los dos contenidos en “uno” y desde el complemento de lo otro en mí, a la pérdida constitutiva del lazo primordial. Este particular movimiento será presentado por el psicoanalista Imre Hermann en su clásico texto L’instict filial 9. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, op. cit., p. 46. Una posible lectura contemporánea del Moisés de Freud, que enfatiza más bien la plasticidad y la ley de la transexualidad, es la que realiza Catherine Malabou en: “Los dos Moisés de Freud”, La plasticidad en espera, Santiago de Chile, Palinodia, 2010, pp. 37-49. 10. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, op. cit., p. 35. Los subrayados son de Marchant. 145 Alejandra Castillo y continuado en Sobre árboles y madres. Siguiendo esta línea de argumentación, Marchant observará que “la mujer considera el sexo del hombre como parte de ella, una parte que es de ella en el hombre”11. Una variación, un desvío tal vez, una torsión a la famosa tesis freudiana de la castración. Recordemos, en este punto que Freud en El tema de los tres cofrecillos, por tomar un ejemplo, presentará a la madre incompleta y en relación al dúo padrehijo. Aquí la madre encontrará la triple relación de: generadora, compañera y destructora. Y la triple determinación: de la madre en sí misma, la amante (que el hombre elige a imagen de ella) y la Tierra-madre que acoge al hijo/hombre al fin de sus días. Variación en el estilo. Antes de continuar, debo advertir que hay dos razones para esta variación. La castración le permite a Freud, primero, exorcizar a la figura de la prostituta como sustituto imposible de la madre; y segundo, la castración permite ahorrar la salida homosexual que, para Freud, conduciría a la extinción de la especie humana. El inconsciente se estructura a la manera de la madre. Bien podría ser dicho que esta enunciación subyace a la escritura de Sobre árboles y madres. Afirmación silente que buscará ser figurada en las escrituras de Nicanor Parra (Las tablas), Jorge Luis Borges (El evangelio según Marcos), y, por sobre todo, en la poesía de Gabriela Mistral. Afirmación fuerte, sin embargo, en la que la madre siempre será efecto-de-madre, lugar del desplazamiento y figuración del acto primordial, quizás olvidado, del “agarrarse a”, tal como lo establecería Imre Hermann en L’instict filial12. Volvamos a la afirmación: el inconsciente se estructura a la manera de la madre. Extraña afirmación, sin duda. Extraña, al menos por una razón: generalmente el campo psicoanalítico otorga primacía al padre y no a la madre, pensemos, por ejemplo, en el Complejo de Edipo (que siempre es efecto del padre). Contrario a esto, y avanzando por caminos poco ortodoxos para el estudio del inconsciente, Marchant observará: “el desierto de la vida adulta al remitir a la escena infantil profunda (…) muestra que la presencia –o insistencia– de la madre, porque anterior, es siempre 11. Ibíd., p. 35. 12. Imre Hermann, L’instict filial, Paris, Éditions Denoël, 1972. 146 Efecto de madre. Filosofía y psicoanálisis más fundamental que la ley del padre”13. Bajo la luz que aporta este pasaje no sólo podemos deducir la importancia de la madre para la estructuración del inconsciente sino que, por sobre todo, su anterioridad. Dicho en otras palabras, antes de la triangulación edípica estaría la madre14. ¡Vaya herejía! Consciente de que esta herejía atenta contra uno de los dogmas más importantes del psicoanálisis freudiano, Marchant se pondrá bajo el amparo de la interpretación que Jacques Derrida ofrece del libro de Hermann, verdadero padre de esta herejía. Cadena de filiaciones en torno al deseo, a la necesidad de agarrarse. De esta afectación Derrida indicará: “una deducción articulada, diferencial, concreta, de todos los conceptos psicoanalíticos (al mismo tiempo reelaborados) a partir de una teoría del agarrarse a, del instinto de agarrarse a y de un archi-acontecimiento traumático de desagarrarse a que construye la tópica humana, una tópica que no conoce inicialmente ninguna ‘triangulación’”15. No cabe duda, Marchant no está solo en este inicial ataque contra el Complejo de Edipo. En esta gesta asumirá las objeciones al sistema freudiano realizadas por los psicoanalistas Georg Groddeck, Nicolas Abraham, Maria Torok e Imre Hermann, siendo este último el más decisivo en la arquitectura de Sobre árboles y madres. Siguiendo la provocadora afirmación de que el inconsciente se estructura a la manera de la madre, bien podríamos creer en la anterioridad o preeminencia de ella. ¿Esto es lo sugerido por Marchant? No, sin duda. Si bien parte de su lectura intenta desplazar el dogma freudiano del Complejo de Edipo, este intento no busca situar a la madre en su lugar. El desplazamiento propuesto por Marchant asegurará un lugar vacío, un lugar no-todo para la estructuración del inconsciente. Apartándose del camino seguido por Jacques Lacan, Marchant situará al fetiche en el centro de la cuestión del inconsciente. La operación materna, el efecto-de-madre, no es sino la ordenación del fetichismo. Ordenación del desplazamiento continuo que tendrá en el gesto de “agarrarse a” una suerte de momentánea fijación: 13. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, op. cit., p. 11. 14. Esta tesis ha sido más tarde explorada por Judith Butler en The Psychic Life of Power, Stanford, Stanford University Press, 1997. 15. Jacques Derrida, “Entre crochets”, Points de suspension: entretiens, Paris, Galilée, 1992, p. 14. 147 Alejandra Castillo la nominación, los nombres. En este punto, auxiliado por cierta re-construcción filogenética del inconsciente (que lo llevará, cual vaivén de marea, de Hermann a Groddeck y de éste a Ferenzci), Marchant afirmará que lo que estructura el inconsciente es una huella, quizás una archi-huella, un recuerdo arcaico, el ahínco de sobrevivir, insistencia en el seguir con vida que se figurará en el instinto de agarrarse a. Este instinto se figurará en tanto que archi-huella en el cuerpo de la mujer, en el cuerpo materno, en un cuerpo no-todo: cabellos, senos, mirada. 148 LA LITERATURA COMO CUESTIÓN DE REALIDAD EN PATRICIO MARCHANT Andrea Kottow 1. El discurso filosófico en sus limitaciones Quizás uno de los rasgos más distintivos del discurso desplegado en y con la escritura de Patricio Marchant sea su insistente desconfianza frente a las capacidades del discurso filosófico para convocar algo que trascienda el mismo mundo discursivo del cual nace. Marchant reconoce como propio de la filosofía un gesto de clausura, algo que hace de la filosofía, de algún modo, un discurso autorreferencial. Independientemente de que le niegue a la lengua española una tradición filosófica propia, postulando que toda pretendida filosofía en español sería solo reescritura y traducción de las grandes tradiciones filosóficas occidentales alemanas, italianas, francesas e inglesas1, Marchant desconfía del lenguaje filosófico en sí para dar cuenta de algo que apunte más allá de su propio círculo discursivo. En este sentido, Marchant se aboca a la búsqueda de su maestro Jacques Derrida, indagando en las posibilidades de un pensamiento de la diferencia, que escape a la tradición filosófica occidental, orientada a un discurso identitario, céntrico y trascendental. Marchant, siguiendo a Derrida y en su línea a su vez a Adorno, pregunta por las opciones que en la escritura habría para pensar la diferencia, de captar la no-coincidencia de lo Otro, de soportar la marca de la diferencia sin el intento de mediación hacia lo Uno o lo mismo. A su vez, el lenguaje de la filosofía pareciera estar tan impregnado de este pensamiento identificador, pues, como apuntara Adorno, el pensamiento conceptual consiste en sí en la 1. Patricio Marchant, “¿Qué puede hacer un pobre hombre frente a una mujer genial?”, Escritura y temblor, edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2000, pp. 199-212. 149 Andrea Kottow búsqueda de identificación, que el discurso filosófico evidenciaría sus limitaciones para dar cuenta de la diferencia. Para Adorno, éste es el desafío de la filosofía, lo que se plasma sobre todo en su Minima Moralia, donde escudriña las posibilidades de ir más allá de un texto de filosofía a partir de tensionar los términos puestos en circulación2. Tal como Adorno viera la única posibilidad de un discurso filosófico de lo no-idéntico en un trabajo específico con el lenguaje, asimismo Derrida, a partir de su escritura deconstructiva, opera sobre el lenguaje para escapar al centrismo del discurso filosófico. El lenguaje filosófico se inscribe en una tradición de la cual no es posible desviarse sin más; no basta la concientización acerca de una historia y su peso para burlar sus determinantes. Por lo tanto, así Derrida, es necesario trabajar a partir de esa tradición, sobre ella, haciéndola aparecer en su carácter discursivo, lo que potencialmente puede abrir a imaginar otras discursividades. Desde Nietzsche, pasando por Heidegger y Adorno y, ciertamente, en Derrida, esta conciencia frente a las limitaciones del pensamiento filosófico hace cobrar importancia al arte y la teoría estética. Este posicionamiento privilegiado del arte en discursos filosóficos desconfiados frente a la gran tradición filosófica occidental se plasma a su vez en un trabajo textual particular. La materialidad del lenguaje, su carácter escritural, su textualidad se convierte en preocupación central. En Derrida esta manipulación del material del lenguaje performáticamente realiza lo que expresa, haciendo lo que dice: la presencia de una verdad se manifiesta siempre tan sólo en tanto su ausencia, como un suceso que marca algo que nunca es captable en su presente efectivo sino solamente como huella. Es en este sentido que para Derrida el discurso filosófico se acerca y asemeja al arte, espacio en el cual esta presencia ausente se hace perceptible y experimentable. Marchant, siendo discípulo expreso de Derrida3, comparte este 2. En la dedicatoria dirigida a Max Horkheimer, Adorno escribe: “El propósito específico de Minima moralia –el ensayo de describir momentos de nuestra común filosofía desde la experiencia subjetiva– impone la condición de que los fragmentos en modo alguno se sitúen delante de la filosofía de la que ellos mismos son un fragmento. Esto es lo que quiere expresar lo suelto y exento de la forma: la renuncia a la contextura teórica explícita.” Theodor W. Adorno, Minima moralia. Reflexiones desde la vida dañada, Madrid, Akal, 2006, p. 21. 3. En la polémica con Jorge Guzmán, Marchant clarifica los orígenes de su libro Sobre árboles y madres señalando como fundamental la participación 150 La literatura como cuestión de realidad en Patricio Marchant veredicto acerca de la filosofía en tanto discurso que pretende la captación de una verdad a partir de un pensamiento identificador y trascendente. Sinecdóquicamente, Marchant se pregunta acerca de la filosofía: “Qué es un humanista? Un humanista es un hombre que habla en nombre de todos los hombres.”4 En el presente texto, se revisará las propuestas que Marchant opone en tanto posibilidades escriturales al discurso filosófico tradicional, universitario o humanistas —términos que irán operando como sinónimos en los textos Marchantianos— desplegadas sobre todo en su diversos ensayos, ponencias, conferencias que fueron reunidos por Pablo Oyarzún y Willy Thayer en Escritura y temblor, pero recurriendo también a su obra Sobre árboles y madres, obra que no hemos querido poner de protagonista en esta revisión para privilegiar ideas expuestas de forma diseminada y errante. El mismo hecho de no estar formulada en tanto teoría de la escritura en una sola obra, puede ser considerada como parte de una determinada performática de la escritura de Marchant, quien va abriendo diversos caminos de reflexión en sus diferentes textos, cambiando de perspectiva, cruzándolas, entretejiéndolas, escapando con esta escritura más nómada que sedentaria a la constitución de una obra cerrada en sí y contenedora de un pensamiento fijado y definitivo. En este sentido, nos abocamos a la propuesta de Cecilia Sánchez, cuando ésta escribe: “En el caso muy singular de Marchant, es el espesor de lo plural el anudamiento que permite un acercamiento a la economía de su escritura. Pero, además de su escritura trenzada con hebras discursivas y fibras anímicas; al leerlo, también se me aparece un Marchant(s) más de uno, según prefiero llamarlo, que deja entrever en sus textos motivaciones de diferente signo”5. durante la década de 1970 en un seminario que dictara Derrida en L’Ecole Normale Supérieure, acentuando como punto de partida para su obra los paralelismos que entrevió entre la teoría de Derrida expuesta en La Carte Postale y la gran poesía chilena. Véase, Patricio Marchant, “Jorge Guzmán: ‘Filósofo’, ‘Sicoanalista’, ‘Detective’”, Escritura y temblor, op. cit., pp. 156-160. 4. Patricio Marchant, “Discurso contra los ingleses”, Escritura y temblor, op. cit., p. 29. 5. Cecilia Sánchez, “Escenas y entramados: textos de Patricio Marchant Castro”, Nombrada. Revista de Filosofía, N°1, Universidad ARCIS, Santiago de Chile, 2004, p. 83. 151 Andrea Kottow 2. La constitución de una escena Este momento, de alguna manera de fuerzas centrípetas de la filosofía, es relacionado por Marchant con su incapacidad para constituir lo que el pensador llama ”escena” y a la cual le atribuye una posición privilegiada en varios de sus textos. Una escena es para Marchant un cuadro en el cual deben aparecer al menos dos elementos que interactúen, lo que provoca la inestabilidad intrínseca de la escena, una necesaria conmoción que la marca: “Si, como se puede probar, la filosofía consiste en un modo de escuchar, trataremos, por nuestra parte, de obligarnos a escuchar de otro modo. Escuchar es un gesto, implica un movimiento del cuerpo y constituye una escena. Y precisamente lo que la filosofía no puede pensar son gestos, cuerpos y escenas.”6 Se hace difícil, quizás más bien imposible, definir la escena a la que alude Marchant, dado que el valor que le atribuye escapa justamente a un discurso definitorio. En este carácter huidizo reside su potencialidad. Patricio Marchant escribe acerca de la escena: “[…] dificultad más radical: hablar sobre la escena, sobre cualquier escena, abandonando la pretensión, que ha sido consubstancial al discurso occidental, de referir, de contar, la escena; abandonando, sobre todo, la pretensión de un discurso exterior a esa escena, a toda escena –clausura de esa noción insensata: la verdad de una escena, es decir, al mismo tiempo, clausura de la noción de verdad trascendental.”7 Cecilia Sánchez repara en lo que ella llama “carácter escénico” del trabajo de Marchant, acentuando lo que el pensador mismo planteara a partir del término compuesto “esceno-grafías”, escrituras escénicas, o, como dice Sánchez: “[…] escenas escritas bajo el mandato de nombres y fuerzas.”8 Es una escritura que, por un lado, se pone en escena como tal, una escritura espectacularizada que se instituye en tanto escena y, por otro lado, una escritura que conforma una escena, volviéndose con ello capaz de acoger 6. Patricio Marchant, “Casa hay una sola o las amargas reflexiones de una guardavallas vencido”, Escritura y temblor, op. cit., p. 35. 7. Patricio Marchant, “Sobre el uso de ciertas palabras”, Escritura y temblor, op. cit., p. 66. 8. Cecilia Sánchez, “Escenas y entramados: textos de Patricio Marchant Castro”, Nombrada, op. cit., p. 86. 152 La literatura como cuestión de realidad en Patricio Marchant en sí diversos movimientos y escapando al monologismo que marca el discurso filosófico universitario tradicional. La escena a la que Marchant se refiere y la que simultáneamente pretende configurar implica la precariedad como condición y la carencia como marca consubstancial a ella. En la medida en que la filosofía esconde la falta, se evidencia como un tipo de discurso que huye de aquello que para Marchant, siguiendo al psicoanálisis, constituye la experiencia central del ser humano. Una escena, al conformarse a partir de lo móvil y de la incertidumbre por no ser nunca monológica e implicar variables de contenido cambiante, es lo que en la propuesta de Marchant puede dar cuenta de esta carencia seminal del ser humano. Una escena está de por sí caracterizada por un momento conmocionado al constituirse a partir de un diálogo de al menos dos elementos en contacto, lo que impide la predicción de lo venidero, rompiendo con ello la fijación de un significado unívoco. Siguiendo al psicoanalista húngaro Imre Hermann, Marchant ve la falta originaria del ser humano en el origen que falta, en una ruptura inicial. Es, entonces, la falta que se origina en tanto archi-acontecimiento traumático a partir del hecho de ser arrancado de la madre, la que constituye la pérdida irrecuperable del hombre. Al ser desvinculado de la dualidad inicial y esencial con la madre, perdiendo la complementariedad, el trauma imposible de superar del todo de cada ser humano reside en esta separación y caída originaria de la experiencia humana. El ser humano está así, desde sus comienzos, ineluctablemente marcado por una pérdida, que no puede nunca ser suplida, jamás enmendada. A pesar de la imposibilidad, el hombre tenderá a intentar recuperar esta unidad dual que ha perdido: “Madre es, entonces, todo aquello a lo que el hombre se agarra. La llamada madre real es sólo el primer y más constante agarre del hombre, pero madre son: senos, cuerpos, alimentos, manos, pies, sexos, cosas, ideas, especialmente estas últimas, las ideas. Ahora bien, la consistencia de este agarrase es meramente ilusoria. Jamás el hombre logra realmente agarrase. La madre es una idealización del hijo, un producto, una invención del hijo.”9 9. Patricio Marchant, “Casa hay una sola o las amargas reflexiones de una guardavallas vencido”, Escritura y temblor, op. cit., pp. 39-40. En Sobre árboles y madres hay un pasaje casi idéntico; “[…] toda persona, objeto, cosa –o idea– a 153 Andrea Kottow El discurso psicoanalítico está basado en esta idea de la pérdida irremediable de una Unidad Dual, encarnada de forma más idílica en la díada que conforma la madre con el hijo cuando éste aún se encuentra en su vientre. Esta armonía de una dualidad, reflejada en una unidad conformada por dos, se pierde o, más precisamente, está siempre ya perdida para el individuo. El nacimiento y la forzada salida del vientre materno se convierten de este modo dentro de las premisas psicoanalíticas en el paradigma del acontecimiento traumático por excelencia. La vida consiste, siguiendo a Marchant, en enmendar esta ruptura primigenia y definitoria de la experiencia humana. El amor, el erotismo y la sexualidad son unas de las formas más dominantes dentro de nuestra cultura que simbolizan el intento de recuperación de lo que está ineluctablemente disipado para el individuo10. Pero en términos más generales, Marchant se refiere a “[…] buscar realizaciones simbólicas de esa Unidad Dual perdida […]”.11 Articulando a lo largo de sus escritos una crítica al discurso filosófico tradicional, está interesado en esta otra tentativa de recobro de la unidad perdida: las ideas: conceptos e ideas al servicio de colmar aquella grieta que el trauma originario nos ha abierto. La filosofía funciona, en esta mirada, en tanto discurso conceptual e ideológico. Lo que diferencia una escritura escénica de un discurso filosófico, entendido de manera tradicional, es, la cual el hombre ‘se agarra’, ‘se aferra’, constituye en la teoría de Hermann, una ‘madre’; un substituto de la madre perdida […]”. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, Buenos Aires, Ediciones La Cebra, 2009, p. 47. El texto “Casa hay una sola…” es de 1981, mientras que la primera edición de Sobre árboles y madres apareció en 1984. 10. Las conceptualizaciones de Georges Bataille pueden servir de ejemplo paradigmático para esta comprensión del erotismo en tanto búsqueda de superar el asilamiento de la individualidad. Bataille considera al ser humano un ser discontinuo, un ente cerrado sobre sí mismo, encerrado en sí mismo, a partir de la idea de una individualidad que sustenta al sujeto. La experiencia erótica consiste justamente en el intento por romper esta discontinuidad, abriéndose al otro a partir de la entrega de la desnudez a otro cuerpo: “La desnudez se opone al estado cerrado, es decir, al estado de la existencia discontinua. Es un estado de comunicación, que revela un ir en pos de una continuidad posible de ser, más allá del repliegue sobre sí. Los cuerpos se abren a la continuidad por esos conductos secretos que nos dan un sentimiento de obscenidad. La obscenidad significa la perturbación que altera el estado de los cuerpos que se supone conforma con la posesión de sí mismos, con la posesión de la individualidad, firme y duradera.” Georges Bataille, El erotismo, Barcelona, Tusquets, 2000, p. 22. 11. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, op. cit., p. 47. 154 La literatura como cuestión de realidad en Patricio Marchant entonces, la manera en la que esta falta originaria es abordada. Mientras que la filosofía intentaría borrar la marca, la escritura en tanto escena se constituye a partir de ella. La filosofía, así como la religión y otros metarrelatos colman la falta con términos todoabarcadores y/o metafísicos, como lo son paradigmáticamente Dios, el Ser, la trascendencia o la Historia. La escritura escénica, en este sentido escritura capaz de emular el funcionamiento del inconsciente, se erige con esta falta, evidenciando sus huellas en forma de heridas. Es entonces la: “[…] aceptación de la posibilidad, de la oportunidad, de escribir sobre la imposibilidad de una verdad sin escena, sobre la imposibilidad de una verdad trascendental, sobre la necesaria inscripción de la verdad en una escena, es decir, de cualquier Palabra en una escena, sobre la necesidad de confesar, es decir, de afirmar, lo que se puede captar de la escena del propio texto […]”12. Como apunta Cecilia Sánchez con respecto a la escena buscada por Marchant: “[…] en la perspectiva de la escena a la que apela Marchant, la pérdida subsiste sin recuperación.”13 3. Escrituras escénicas En su breve texto “La operación de una tarjeta postal”, Marchant reflexiona acerca de las formas escriturales puestas en juego en la obra homónima de Derrida. Lo que primeramente destaca en su aproximación es el carácter de circulación que caracteriza el funcionamiento de una carta y de toda correspondencia en general que, a su vez, es signo de su fragmentación. Una carta está en movimiento, sin que nada asegure el feliz desenlace de éste. Una carta puede o no llegar a su destino, pero lleva, ineludiblemente, las marcas de este destino inscritas en su escritura. Un yo que se dirige a un tú, un tú que puede recibir o no lo que se le dirige: constitución de una escena. Una escena, como escribe Marchant, que implica “[...] pensar o utilizar la postal para pensar lo destinal del ser.”14 Lo destinal aquí, en contraposición al despótico 12. Patricio Marchant, “Sobre el uso de ciertas palabras“, Escritura y temblor, op. cit., p. 69. 13. Cecilia Sánchez, “Escenas y entramados: textos de Patricio Marchant Castro”, Nombrada, op. cit., p. 90. 14. Patricio Marchant, “La operación de una tarjeta postal“, Escritura y temblor, op. cit., p. 284. 155 Andrea Kottow concepto trágico-griego de destino, es comprendido como “[…] trayectos, transferencias, suspensiones, pérdidas.”15 Destinal es utilizado en antítesis a lineal e inequívoco. Estos trayectos y sus interrupciones son los que constituyen el rasgo propio de la escritura de correspondencia: las intercepciones y cruzamientos, siempre múltiples y plurales, trascienden la idea de un sujeto escritural destinador y otro sujeto lector destinatario. Las intersecciones varias que caracterizan la carta son la escritura misma, en la cual una pluralidad de voces marcadas como yo y tú se encuentra convocada, a partir de anticipaciones, monólogos y diálogos supuestos, reacciones adivinadas y sujetos que tan sólo se constituyen a partir de su conformación en el otro. En palabras de Marchant: “[...] es a ti, eres tú, quien tiene que decirme si es a ti que yo escribo si algo va a pasar por mí, si algo ya ha pasado para mí.”16 La simbolización paradigmática de este proceso escritural propuesto por Marchant la constituye la carta de amor, de la cual habla en su texto “A M-mi Amor”. El texto comienza con las siguientes líneas: “Trato de alterarme. De desalterarme, trato de ser distinto. Trato de escribir algo distinto. No puedo. Escribo, como siempre, una carta: ‘I only write love-letters’. Como siempre, y como todos. Pues, todos, siempre, sólo escribimos, sólo eso se puede escribir, love-letters.”17 La carta de amor sería aquel tipo de correspondencia donde el problema de la inscripción del otro y su imposible presencia en la escritura se hace más evidente. Cartas de amor escritas para conformar justamente ese amor que parece estar sólo nombrándose, evidenciándose una de las tantas paradojas de la escritura. Cartas de amor escritas en ausencia del otro, anhelante intento de hacer presente al otro mediante la escritura ante su evidente no estar. Como escribe Roland Barthes en sus Fragmentos de un discurso amoroso: “Dirijo sin cesar al ausente el discurso de su ausencia; situación en suma inaudita; el otro está ausente como referente, presente como alocutor. De esta distorsión singular, nace una suerte de presente insostenible; estoy atrapado entre 15. Ibíd., p. 285. 16. Ibíd, p. 286. 17. Patricio Marchant, “A m-mi amor“, Escritura y temblor, op. cit., p. 179. 156 La literatura como cuestión de realidad en Patricio Marchant dos tiempos, el tiempo de la referencia y el tiempo de la alocución: has partido (de ello me quejo), estás ahí (puesto que me dirijo a ti). Sé entonces lo que es el presente, ese tiempo difícil: un mero fragmento de angustia.”18 La carta de amor lleva en sí las huellas de la fragilidad y la precariedad de la escritura; una escritura siempre constituida a partir de esta particular presencia ausente o ausencia presente del otro amado. Para Marchant, cada vez que escribimos y lo hacemos escénicamente, estamos escribiendo una carta de amor. Planteará en el mismo texto: “Así, ‘somos’ esas escenas —fragmentadas, mezcladas, yuxtapuestas, violadas— y por ellas nos comunicamos con los otros, nos excluimos, los unos de los otros, cópulas y disyunciones; desde ellas, vemos, leemos, interpretamos: ellas nos ‘viven’, nos ‘son’.”19 La escritura escénica por excelencia sería entonces el modelo de la carta de amor; escritura de la falta que nos inaugura en tanto seres humanos, y que lleva inscrita en sí todas las precariedades que marcan nuestra compleja vinculación con el lenguaje. En muchos de sus textos, Marchant adopta la forma de escritura de correspondencia, hablándole a un tú, marcando el yo, en procesos de suplementación significante que llevan a nunca fijar esos sujetos en tanto tales, en tanto identidades estables, sino como figuras que pierden sus contornos nítidos a partir de múltiples desplazamientos a los que son sometidos en el transcurso del texto. 4. La literatura y sus posibilidades escénicas Es la literatura de Proust la que para Marchant con mayor nitidez muestra las problemáticas y posibilidades de la escritura literaria. El problema de la magna obra de Proust A la Recherche du temps perdu lo constituiría justamente el de la escritura misma, que para Marchant es idéntico al de la realidad y así, a su vez, el problema fundamental de la filosofía: “¿Cómo aprender a percibir de otro modo para poder percibir la realidad?”20 Marchant 18. Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, Madrid, Siglo XXI, 1993, p. 35. 19. Patricio Marchant, “A m-mi amor“, Escritura y temblor, op. cit., 181. 20. Patricio Marchant, “Cuestionen de difuntos. Sobre la teoría de la escritura. Sobre la poesía de Nicanor Parra”, Escritura y temblor, op. cit., p. 238. 157 Andrea Kottow propone considerar el problema de la percepción no a partir de un sujeto que percibe, recuerda y guarda mediante este recuerdo las cosas. En este esquema, la guardia es una consecuencia o una actividad del sujeto, quien percibe y luego procesa, recuerda, guarda. Más bien invierte este modelo y considera la guardia como previa a la percepción: “Pensemos que percibimos algo para guardar las cosas. Que percibiendo una cosa como lo que ella es —como guardia— lo que hacemos ahí es guardar, cuidar, que el ser de la cosa sea.”21 Marchant recurre a las representaciones de los místicos, específicamente a Meister Eckhart, y ve cómo en él las cosas llegan a ser glorificadas a partir de la guardia de ellas; guardia que es garante del goce. En el goce el yo desaparece ante la cosa, ante el goce de ella. Esta teoría mística habría sido sustituida en la Época Moderna por una teoría del conocimiento subjetivista, a partir de la cual la verdad de la cosa reside en el sujeto (sea en su razón o su capacidad perceptiva). En Proust, así Marchant, se criticaría esta supuesta objetividad de la percepción, cuestionando de este modo la epistemología moderna y retomando elementos importantes, si bien transformados, de la aproximación mística. En la obra de Proust, y cito a Marchant, “[...] toda percepción o sensación [...] es imperfecta; que la insatisfacción de la sensación nos demuestra su irrealidad: que lo que llamamos realidad es el residuo de nuestra experiencia.”22 En la experiencia cotidiana, marcada por el afán realista y objetivista, el ser humano no puede percibir verdaderamente, dado que no guardamos las cosas, retomando la imagen de la guardia. En Proust la verdadera percepción se da en el desfase temporal del recuerdo; así Combray y la infancia se recobran en una percepción que pende de la memoria y que a partir de una escena presente –el aroma de la magdalena untada en el té– se hace guardable. Sólo ese pasado-presente o presente-pasado es capaz de producir la verdadera experiencia de la percepción. En la Recherche este recuerdo escapa a la voluntad del ser humano; es más, el recuerdo voluntario no podrá percibir verdaderamente: “Nuestro yo profundo ha seguido otras líneas, pero, a ese yo profundo no le damos la palabra, lo obligamos a callar. Y, en verdad, no somos nosotros, nuestro ‘yo’ quien tiene que ver con 21. Ibíd., p. 239. 22. Ibíd., p. 241. 158 La literatura como cuestión de realidad en Patricio Marchant la realidad, quien percibe, sino la vida percibe, eso percibe. Otra cosa está en este momento en nosotros percibiendo y como está percibiendo de otra manera se atiene a otros factores; se atiene por ejemplo a esas sensaciones que insensatamente llamamos inferiores: el olor, el sabor.”23 Las sensaciones físicas provocan la involuntaria presencia de un momento ausente, situado en el pasado, y sólo en estos entrecruzamientos de tiempos, en estas huellas de sucesos y sentimientos perdidos puede generarse la verdadera percepción. Esta paradójica situación que niega, finalmente, al ser humano la capacidad de una percepción plena, pues ésta sólo se hace posible en un momento de desajuste temporal, en un presente que deja de serlo por volcarse hacia el pasado, y en un pasado que vuelve, pero desde su irrecuperable desaparición, es fundamental a la experiencia humana. Y esta experiencia sólo puede ser expresada, así concluye Marchant, en la literatura. El lenguaje literario opera a partir de mecanismos que renuncian a nombrar las cosas por lo que son; trabaja sobre lo que Proust mismo llama “analogía”. Marchant amplía este concepto proustiano para señalar “[e]l suplemento de artificios de la escritura”24, que se encuentra en la base de la escritura literaria. Suplemento de significantes, en perpetua cadena de sustitución, renuncia al intento de nombrar el significado inequívocamente; es la literatura que, funcionando a partir de este juego de desplazamientos de significantes llega desde aquí a decir la realidad. La literatura no se pretende objetiva, no aspira a que la suma de sus partes conforme un todo nombrado en la escritura; su esencia residiría en hacer experimentable la incapacidad de que las cosas sean nombradas. Tal como el recuerdo involuntario de Proust muestra que la percepción en un presente lleno es imposible, así la escritura capaz de decir esta verdad, es una literaria, escénica, suplementaria, que evidencia su propia carencia. “Por ello […]”, dice Marchant, “[…] la literatura es cuestión de realidad, de verdad, de moral […]”25. Patricio Marchant retoma otro término central para lo que podríamos llamar su teoría de la escritura, si bien quizás él mismo se habría resistido a esta sistematización de su manera de enten23. Ibíd., p. 243. 24. Ibíd., p. 244. 25. Ibíd., p. 245. 159 Andrea Kottow der el escribir y trabajar en tanto huida de la conformación de un “Obra”: el concepto de la anasemia del psicoanalista Nicolas Abraham. Se trata, otra vez, de una concepción destinada a su propia imposibilidad, un término que intenta regresar, desde el lenguaje mismo, al lugar desde el cual éste emana. Por no significar nada en sí, sino sólo señalar el movimiento que supone un ir hacia un momento previo al lenguaje, la anasemia lograría el efecto de hacer vislumbrar este espacio anterior pero condicionante de todo proceso de significación. En este tipo de lenguaje anasémico, que, por un lado, no es lenguaje en tanto no significa, pero, por otro lado lo es, por hacer cualquier lenguaje posible, radica la importancia del psicoanálisis para Marchant, entendido como aquella ciencia —archiciencia— que opera a partir de la anasemia. La literatura, tal como fuera descrita por Marchant a partir de Proust, es el tipo de escritura capaz de acoger en sí la anasemia, funcionando, de este modo, como el lenguaje psicoanalítico. Podría concluirse, tras este breve recorrido por algunas reflexiones de Patricio Marchant sobre la escritura literaria, que la privilegiada posición que Marchant le asigna, reside en sus mismas paradojas y carencias. Es todo aquello que se nos escapa, que nos hace falta, que nos escinde y que nos hace precarios, lo que la literatura puede si no decir, hacer experimentable a partir de su propio perpetuo juego del constante desplazamiento significante de un significado siempre ausente. 160 MATER MUSICALIS OSTINATO DE LA SEPARACIÓN Cristóbal Durán A quien quepa la espera, A S Ph, La obstinación se interpreta como un aferramiento particularmente tenaz, un rechazo a ‘soltarse’. Imre Hermann, L’instinct filial1. ¿Qué puede ser una separación, cuando es ella precisamente lo que no puede ser acotado, circunscrito, circundado, y menos aún demostrado? ¿Qué puede ser ella cuando es precisamente lo que no puede ser encontrado en su presencia, ni lo que puede aparecer, de un modo u otro? Y más difícil todavía, cuando es esta separación la que no puede ser encontrada en la estancia maternal o maternante. Las primeras líneas del Stabat Mater, desde el siglo XIII hasta hoy nos recuerdan el estado pendiente de todo estado, de toda estancia. Stabat Mater dolorosa luxta crucem lacrimosa, Dum pendebat filius. Toda la estancia o la estadía de la madre es el pender del hijo, el pender en su dolor, su sufrimiento. Su sufrimiento, éste, en souffrance. Y este sufrimiento aquí, casi diez siglos al menos, se canta. Su canto está pendiente, es decir, pende —e incluso flota— en otra parte que las palabras que se tiene para encontrar o recupe1. Paris, Denoël, 1973, p. 111. 161 Cristóbal Durán rar, allanándolo, el objeto perdido. El Stabat Mater nos cuenta de la estancia de la madre en el dolor de su hijo, hijo pendiente. ¿Pero por qué esto se canta, por qué cantar el sufrimiento? Ciertamente por necesidad catártica de compañía ahí donde todo es dolor. Pero de un modo más profundo, se canta para escuchar una madre pendiente, que pende en/de su hijo. Pues se podría conjeturar que todo el Stabat Mater no es otra cosa que una enorme defensa contra la resistencia de la madre a estar, un esfuerzo en denegación: como para que ella esté, de una vez por todas. Pero eso sería la muerte, la muerte absoluta primera y última. Entonces hacemos música, escuchamos música. Y escuchamos, no dejamos de escuchar la música como entre líneas, aquí mismo, cuando leemos y escribimos un texto. Si la madre guarda una relación muy poderosa con la música es precisamente por la separación —si es que la hay, si es que llegara a haberla. Y es por eso que la música es una premisa recordatoria o memorativa de la separación, premisa que ella es en cuanto exigencia de acompañamiento. Un acompañamiento imposible: nunca necesario pero por siempre conminatorio o intimatorio. Y esa música no está lejos de la escritura, que tampoco está, pero que parece marchar. A duras penas, mientras la escritura camina —como si con ello se siguieran, de una vez por todas, las Wegmarken— la música aparece en Marchant2. Sí, es así, una conjetura: de un modo muy singular, Patricio Marchant habrá pensado cierta escritura en margen de la escritura, a su paso. Eso no quiere decir sencillamente una para-escritura, pues al leer sus textos lo primero que notamos son las dificultades que la escritura trama consigo misma. ¿Pero se podrá decir que hay un consigo mismo de la escritura, que la escritura por fin se encuentra consigo misma en su mismidad, haciéndose a sí misma decir aquello mismo que ella misma tendría que decir? Ella, entonces, como su condición y su objetivo. Su autosuficiencia. ¿Una escritura que se acompaña, se asiste, y que va centralizando sus agregados, haciendo operar su operación de los agrega2. Pase o no pase –pas de musique, pas de résonance– por su acentuación o entonación, tomo a préstamo el título de un trabajo de Andrés Ajens, “Traduire (en) marchant. Telegramatías sub lenguas, nombres y escrituras”, Nombrada. Revista de Filosofía, Nº 1, Universidad ARCIS, Santiago de Chile, 2004, pp. 141157. 162 Mater Musicalis. Ostinato de la separación dos? Pensar, creer eso sería como pensar, creer que hubo quizá un pensamiento de Patricio Marchant, un pensamiento de Patricio Marchant en el que los ecos y las resonancias correrían por parte de una subjetividad, que por muy desfondada, fragilizada y disminuida que estuviese, todavía nos enseñaría de su triunfo subjetivo, al fin y al cabo. De su cierta estancia. ¿Pero cómo se escribe sin una estructura de asistencia? Insistente, intensamente los escritos de P.M. no nos evitan, todo lo contrario, la cuestión de la separación. El nombre se impone, imponiéndose acompaña la separación: “Y angustia de mi inconsciente en esos días, pros y contras, afirmar y negar la separación. Afirmación: se trata sólo de un nombre, la separación es; negación: pero un nombre es, como nombre, todo: no hay separación; pero, nueva afirmación: la negación de la separación como negación de una separación que no era tal, es la afirmación de una separación ahora real; pero, nueva negación: la afirmación de una separación “real”, la necesidad de afirmar una separación “real” muestra que no hay separación real, etc.”3 Creer en la separación sería persistir en creer que ella puede ser algo dado, que ella está, después de todo. Pero no hay que dejar de lado que separare es siempre disponerse o prepararse a la distancia; se-paro es apartar, como en reserva, dilatando o aplazando un encuentro. Ni que haya ni deje de haber separación: la preposición antiquísima se– impide la unión, dilatando su tiempo. Y lo hace siguiendo una doble lógica al anteponerse a formas compuestas: es sin, como en securus, sin-cuidado; es aparte, como en separo. Entonces, como conjurando un encuentro que siempre podría no llegar —así, sometido a la condicionalidad de su más íntima dilación—, la separación se defiende necesariamente de aquello que no puede saber si hay o no hay. ¿Qué otra cosa sería la madre? Pura necesidad o pura exigencia, impura desde entonces, de dar lugar, de ceder espacio a aquello que se entreabre, a aquello que no quiere precipitarse en la hendidura o en la herida ya abierta, pero que tampoco puede salir de dicha abertura, y 3. Patricio Marchant, Sobre Árboles y Madres, Buenos Aires, La Cebra, 2009, p. 59. 163 Cristóbal Durán que reúne, a lo sumo, ‘eso mismo que se entreabre’4. Si ese es el lugar de la separación lo que veremos como separación es precisamente la pretensión de abrir un lugar, de hacer espacio. Pero en la gestión que Marchant descubre respecto al nombre, es este el que funciona a la par —à part, sin parte— en la labor asociativa. El nombre que, impuesto, acompaña la separación, dispone sin necesariamente causarla, una asociación. Ella en principio nos dice: ‘nunca se baja la guardia, el nombre que se (me) impone siempre viene en acompañamiento’. ¿Hay, hubo separación? ¿Corresponde ella al tiempo, a un fuera de tiempo incluso, o a un des-tiempo? Esto podría parecer una compulsión obsesiva, siempre que no se la someta enteramente a condiciones psicagógicas; no hay ninguna agein. Padre Muerto como Pérdida de Madre, Patricio Marchant. Lo sabemos: separación es lo que inaugura lo trascendental como condición de posibilidad; separación es lo que la dialéctica especulativa quisiera recuperar, remontar, relevar, superar, para ya no tener relación con ello. Separación es aquello que la filosofía, la gran filosofía, quisiera dejar resonando, sea para pretender evitarla o —lo que es lo mismo— para hacer alarde de su mantenerla enfrente, viva. Pero incluso viva, ‘vivita y coleando’, como más de una vez Hegel esperó encontrarse a la música, como tal, es como ya la había perdido en la intensidad decreciente de su temblor, de una resonancia que enseñaba que todo el cometido de la música era recoger ese vivir y colear [Leben und Weben] en trance5. Trámite o paso, entonces, de un espíritu (des)esperado ya perdido “esencialmente” para poder ser recuperado6. Se trataría entonces, primero, de una resonancia. Resonancia como aquella que muestra Imre Hermann, y que Marchant lee así: “cómo en la vergüenza resuena una situación traumática primera: esos terribles ojos llameantes del padre que 4. Pascal Quignard, La Parole de la Délie: Essai sur Maurice Scève, Paris, Mercure de France, 2001, p. 153. 5. Hegel, Lecciones sobre la estética, Madrid, Akal, 1989, pp. 654-655. (Werke in zwanzig bänden. V. 15. Ästhetik III, Frankfurt am Main, Surkhamp, 1986, p. 148.) 6. Véase a este respecto, el análisis llevado a cabo por Derrida de las páginas de la Enciclopedia, donde a duras penas se reparte entre el temblor (Erzittern) y la vibración (Schwingen). Cf. Glas, Paris, Denöel/Gonthier, 1981, p. 347 y sigs. 164 Mater Musicalis. Ostinato de la separación descubren, muestran, señalan, marcan a fuego, como su mirada de fuego, el más profundo deseo, el instinto más profundo del hijo, su deseo de “agarrarse a” la madre”7. Así, entonces, no se puede decir que (no) ha habido separación. La separación no nos deja una pérdida absoluta, resuelta, no nos deja. Verdad, entonces, del aban-dono. Pero entonces tendremos que pensar esa resonancia, en su quemar la madre, como pura línea que acompaña, a distancia, todo deseo de ‘agarrarse a la madre’. Resonancia es, entonces, lo que se pierde cada vez, recuerdo, si se quiere, de lo que todavía no ha ocurrido: esperanza de encuentro con la madre. La separación “real” sería poder contar con la cisión, poder dar con la separación, sea ella empírica o trascendental, un antecedente constatado en la experiencia o un supuesto de cierta naturaleza lógica. Comenzar por un corte, por una ruptura que separa es la dificultad misma de anteceder. ¿Cómo pensar una separación, cuando el presupuesto de dicha separación —su exigencia— es aquello que impide la presencia del pasado o de la antecedencia de lo previo, y que marca su interdicción? Aquí, ¿cómo saber, cómo hacerse un saber de si hubo madre, de que ella fue? ¿Cómo es una resonancia, un eco que no cuenta con la separación, que no resuelva la decisión entre la afirmación y la negación? Enigma sin la cópula de un autosuficiente narcisismo que, cumpla sin cumplir, la “verdadera ejecución de la sinfonía Amor Absoluto”, ese “maravilloso cumplimiento de deseos: más vale muerto que nunca”8. Escuchamos el Stabat Mater. Lo escuchamos y no hacemos más que escuchar que la madre es el pender —el dolor— de su hijo. Pasa el Stabat Mater y nos atormenta su padecer. Nos hace esperar. Y es porque hay cierta complicidad entre la música y la espera, cosa que podría ser extensamente puesta a prueba en el texto de Marchant. La música no deja de acompañar, no puede dejar de acompañar una ‘música de acompañamiento’, so pena que si dejásemos de hacerlo podamos entramparnos hasta llegar a creer que la madre está resuelta, identificada, que entrar 7. Patricio Marchant, Sobre Árboles y Madres, op. cit., p. 296. 8. Patricio Marchant, “La cópula centenaria o la verdadera sinfonía de amor absoluto” (1979), Escritura y temblor, edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2000, p. 25. 165 Cristóbal Durán y penetrar pueden ser entonces sinónimos, nombres iguales, un mismo nombre. ¿No es la música lo que nos expone a esa espera de lo que ya siempre pasó, sin pasar? ¿Lo que nos toca en que sólo pasó y que si pudo ser retenido fue sólo de un modo singular? Escuchamos música y creemos que hay madre, pero fidelidad imposible: fidelidad a la separación, que acompañándola no encuentra su afirmación ni su negación. Quizá ahí resida el gusto de Marchant por la música, por descubrir que la música es siempre materna, que la música no puede separar. O mucho más estrictamente, que ella sigue la forma de un poder (no) separar. La separación no se ve, es invisible, no puede aparecer. Pero tampoco está sustraída a la vista, no es ella un misterio por desentrañar o un signo por descifrar. Si la música y la madre no pueden ser separadas en este punto, quizá sea por aquello en que se asemejan de un modo más persistente: su estar sometidas a una lógica de la obsecuencia. Lógica esta que teje la deuda a la sucesión y que compone una singular sobrevida, donde la vida resta. Derrida no dejó de hablar de la madre a la hora de tratar la lógica de la obsecuencia. La madre sigue, como en sepelio, dando a lo vivo ninguna posibilidad de separarse de lo muerto. Mezcla de exequias, condescendencias y secuencias: “quizá la madre sobrevive, siempre sobrevive, fantasma o aparecido [revenant], figurante absoluta, según la lógica de la obsecuencia.”9 Música entonces que no deja de acompañar y que deja, permite, acompañar, la madre; madre que no deja de (no) llegar. Como es evidente, como ya se notará, de sobra, tendremos que preguntaremos por la clausura que un “nunca más” impone o pareciera imponer a la asociación, a la lógica flotante de unas asociaciones y que, no se distingue ciertamente, de una elección. ¿Habrá resonancia sin “nunca más”? La llamaremos por mientras, después quizá no nos sirva ya, una resonancia anterior o un acompañamiento “originario”. Intentaremos circunscribirla a varios, pues podrían ser más e incluso menos, pasajes de los textos de P. M. Lo anterior quiere decir, estrictamente: la cuestión de la escena. Escena de la escena, escena del escondite de la escena: “escena que se esconde en palabras, palabras que son el olvido de la escena”10. Iremos viendo en lo que sigue que una escena 9. Jacques Derrida, Parages, Paris, Galilée, 1986, p. 137. 10. Patricio Marchant, Sobre Árboles y Madres, op. cit., p. 152. 166 Mater Musicalis. Ostinato de la separación es sobre todo relación con una palabra —relación de separación con ésta—, con la voz, pero sobre todo, con la escucha, con una manera peculiar de escucha. Pero escena es siempre escena de la escritura, escritura como escena. Una escena que no podría ser leído como fracaso y menos aún como derrota; ninguna derrota, ningún desrute que nos permita creer, que nos haga creer siquiera en la posibilidad de que se perdió el camino11. Bajo obra de ninguna lucidez que impone el texto a sí mismo, como haciéndonos creer que hay un “Sí” del texto o una mismidad capaz de ejercer transparentemente una auto-observancia, sería posible tomar en serio esta derrota. Nunca hemos salido de la escritura. Y lo interesante es que la escritura, marcada por el subrayado, por la quema, como queriendo ponerse en escena, como afirmar y negar la separación, como profunda doctrina de la separación, sabiendo por entero de la sintaxis enlazante del sin, aparece aquí, definida de golpe. En la música podríamos estar quizá lo más cerca de un gesto que conjura a la madre. Una especie de fórmula apotropaica que no por ello es penetración de la madre. Pensemos en el siguiente pasaje de El odio a la música, de Pascal Quignard: “La obsesión sonora no logra separar, en lo que oye, aquello que anhela oír sin pausa de lo que no puede haber oído.”12 La música es dificultad de separar, no conseguir separar el anhelo ininterrumpido de aquello que quizá no ha sido oído. Obsesión en la que se mora, de la que se hace un imperativo —o una intimación. Escuchar, auscultare, es atender al ob-audire que creemos escamoteado en el oír, audire. Y entonces escuchar música quizá no sea más que retener aquello que no hemos podido controlar o apresar, y que pone en cuestión no tanto nuestro poder como nuestra ‘mismidad’ cogida o recogida en la unidad de un decir, de una escritura, o de cualquier cosa que pueda ser erigida en ‘Significado 11. Problema este que, en alguna otra ocasión, tendremos que leer al compás o al ritmo de la lectura que hace Pablo Oyarzún (de la lectura de Patricio Marchant sobre el poema de Gabriela Mistral “El regreso”, en “Atópicos”, “etc.” e “indios espirituales” (1989), Escritura y temblor, op. cit., pp. 371-414) y que fue publicada bajo el título “Regreso y derrota” en Nomadías, Nº 3, Santiago de Chile, 1998, pp. 87-93. 12. El odio a la música. Diez pequeños tratados, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1998, p. 61 167 Cristóbal Durán Trascendental’. Vuelvo sobre el texto de Marchant, a un pasaje que ahora cito in extenso: “Pues si la metafísica de la presencia, la ontología, toda pretensión a una verdad, a un Significado Trascendental, sólo es posible por esta escena: el ocultamiento de la escena, la pretensión de pensar sin escena, la pretensión de poder prescindir de una escena, de escenas —la escena como aquello que resiste al dominio sin resto del pensar, como la energía del resto, de lo que resta, energía primera, alógica; entonces, deber: intentar escribir lo que se pueda, eso poco que se puede, de la escena de una escritura, sus condiciones de posibilidad, lo que en mi caso, además de todo lo anterior y como forma de decir algo de lo que por definición siempre se me escapará, significa, amor de la música, necesidad a cada instante de decir qué música, su recuerdo o cuando su audición real me acompaña —y ese acompañamiento, cuando yo puedo disponer de la música que quiero escuchar jamás es producto del azar, elección siempre directa del inconsciente—, antedecía, hacía posible, mi escritura.”13 Varias cosas me retendrán de estas líneas. Las condiciones de posibilidad de la escritura o de la escena de la escritura; la pretensión de pensar sin escena; pero primero y sobre todo la música como acompañamiento. Es preciso examinar el estatuto y la situación, la ley, de esta música. Ella recorre y no deja de recorrer uno por uno los escritos de Patricio Marchant que aquí tenemos a la vista. Esta música es primero un ritmo, pues si aquí ella aparece ligada a la cuestión de la escena, en otro texto —¿En qué lengua se habla Hispanoamérica?— lo que se saca en cara a la filosofía es su definirse como “la pretensión de no poseer un ritmo propio, negación que es lo “propio” de su ritmo.”14 Marchant dice directa, rampantemente, que este acompañamiento de la música, “hace posible” su escritura, y uno podría creer incluso la escritura a secas. Primero, ¿de qué naturaleza habrían de ser estas “condiciones de posibilidad” que residen o se ofrecen como 13. Patricio Marchant, Sobre Árboles y Madres, op. cit., p. 61. 14. Escritura y temblor, op. cit., p. 317. 168 Mater Musicalis. Ostinato de la separación música? La escena del acompañamiento, la escena como acompañamiento, es un “siempre ya”, una “anterioridad radical”, “que anula el pensar en términos de finalidad”15, y en esta medida no son sencillamente condiciones a priori de algún tipo de experiencia. Digamos, una vez que ellas han ocurrido sin ocurrir —y presuponiéndolas entonces— para dar paso, para franquear, abrir algo. Ellas anticipan algo que así puede o no puede venir o llegar. Pero lo más importante de este pasaje, creo, por lejos, es la afirmación de que estas condiciones de posibilidad, estas escenas o esta escena “antedecía” la escritura. Una de dos, o aquí se pasa en banda una errata —el salto de una d a una c—, y así se quería anteceder la escritura, o bien, la otra alternativa, es que se retome aquí un uso un poco desusado hoy, del antedicere latino, que pasa a nuestra lengua como un “antedecir”, un decir anterior o un mencionar previo. Pero, hoy, un pre-decir. Fuerza singular, retórica si nos atenemos a la deriva que en el renacimiento florentino los abuelos de la ópera llevan a cabo su relectura de la tragedia griega a partir del traslado de la lexis–dictio como elemento que, en cuanto acompañamiento originario, hace posible la escucha fuerte y efectiva de toda palabra en cuanto tal16. Pero el hecho de que la escena tampoco sea una simple condición de posibilidad, y que lo siga siendo, tampoco nos permite creer que su desempeño sea performativo. Nada ocurre con/en esta escena; no queda sino creer en el futuro de la música17, pues la imposición de las escenas faltantes; ellas —siempre ya impuestas por una música— vienen o no vienen. ¿Qué ocurre cuando una escena da paso a nada, cuando el paso es la única forma de afirmar un “no”? ¿Cuándo esa escena no es más que un acompañamiento? La performance puede ser una condición de ninguna posibilidad, también. Ciertamente aquí la escena, las escenas, no son sencillamente las circunstancias personales que se reflejan luego en un escrito o, de modo más dudoso todavía, 15. Sobre Árboles y Madres, op. cit., p. 183. 16. Doy por conocida la lectura que hace todo el renacimiento florentino preocupado por la música de la diferencia entre hos dei eipein (cómo hay que decir) y ha dei legein (lo que hay que decir), sistematizado por Aristóteles al principio del Libro III de su Retórica. Ello permitió, a grandes rasgos, intentar escuchar lo que la música podía decir, incluso más allá de sus palabras. 17. Sobre Árboles y Madres, op. cit., p. 359. 169 Cristóbal Durán en una obra. Si no hay una psicología de la escena tal vez ello sea en el fondo porque no haya aquí una filosofía de la escena, que haga de la escena “escena” el filosofema central. No es que estemos aquí, en la escena del acompañamiento, en presencia de la música. Valdría para ello pensar en estas líneas: “Porque sin pasado y sin futuro, eres sin presente; nunca presente, nunca ausente, simplemente vienes o no vienes.”18 Cualquier cosa menos perder de vista la estricta complicidad que hay aquí entre la música y una espera, en el tiempo mismo de una espera. La música pareciera llenarlo todo, colmar el tiempo. El tiempo parece así espesor, nos podemos percatar entonces de su pasar. La música lo arrastra, lo contrae, lo hace ir y venir, pero sobre todo lo hace inapropiable o despropio: pareciera hacer lo más desmesurado, constatar su imposibilidad. No es que la música de un matiz al tiempo sino que la música hace pesar su paso como espera, como espera de que algo venga llegando y nos haga llegar. La música nos ocupa y es por ello que hace nacer el tiempo –el tiempo lleno como dice Hegel. La música entonces nos condena al tiempo y a la espera que no termina ni deja de tocarnos. Una parte del objeto de la música es soportar la dilación o la dilatación, hacerla soportable para quien pretende encontrar al objeto mismo de una vez por todas, de una vez y para siempre. En definitiva, para el hijo19. Hacer del tiempo en espera un tiempo es una estrategia —o al menos un impulso— defensivo ante el arribo que nunca puede ser certificado y que, así, puede no llegar, siempre. De esta manera la espera es pura separación, y la música no es más que la manera de palpar esa separación: el hecho de que pueda venir o no venir eso mismo que ya no se aviene al hecho mismo de su captura20. Pero nada se consigue con invertir la jerarquía esperable, y hacer del acompañamiento algo originario. El acompañamiento 18. “La novena sinfonía de Gustav Mahler” (1982), en Escritura y temblor, op. cit., p. 60. 19. Cf. Pascal Quignard, La leçon de musique, Paris, Gallimard, 2002, p. 56. 20. Valga a este respecto el siguiente pasaje de Maurice Blanchot, que toca algo a lo que volveremos, aunque sólo muy levemente: “La atención que la espera recoge consigo no está destinada a obtener la realización de lo que espera, sino a dejarse separar por la espera de todas las cosas realizables. Proximidad de lo irrealizable.” M. Blanchot, L’attente l’oubli, Paris, Gallimard, 1962, p. 36. 170 Mater Musicalis. Ostinato de la separación no corresponde plenamente a una escena originaria o a una escena primordial; más bien sería una manera de advertir que en la primordialidad de esa escena no hay una unidad que la haga, a sabiendas, deslindarse de su después. Sabemos ciertamente de las numerosas líneas dedicadas al después, subrayado después. Quema de lo escrito en el “después”: podría querer decir que el después es quemado, precisamente porque “nunca” hubo madre. Lo que no se puede decidir es la constancia o consistencia, aunque sea meramente probable, de “eso” que originó un después. Por ende, después quemado o quemándose. De antemano, la madre. Insistente, obsesivamente insistente, la madre es lo que no puede ser decidido. No hay madre, nunca dejó de haberla. Como si todo el texto de Marchant fuese un comentario a aquella ya indiscutible afirmación del Ecce Homo: “Como mi padre, estoy muerto; como mi madre, todavía vivo y envejezco”. Volvamos otra vez a la cuestión de este acompañamiento. Él no es nada presente ni ausente, él viene o no viene, no tiene condiciones. No da ni dice el sentido, “música, ella, que acompaña, que es la fuerza y el ritmo (…) fuerza del después”21. ¿Cómo podríamos entender, entonces, ese amor de la música que antedice la escritura? Música, estará ya claro, no es el nombre de un acontecimiento artístico, ni de un modo de producir un saber regional, ni mucho menos un campo acotado en términos disciplinares o disciplinarios. Música es aquí la fuerza de las asociaciones, su impulsión, como una extraña y singular connivencia entre la autonomía y el automatismo, una peculiar autonomía automática: quizá sea un nombre para la lógica de los agregados, su operación. Dicho directamente, francamente, ¿cuál es la operación de la música en la operación o la “lógica” de los agregados? Es todavía aquella fidelidad extraña a lo propio, ese “deseo ontológico”22 que, afirma siempre otra cosa. Deseo de lo propio, porque todavía quisiera —y eso es visible en retazos en el texto de Marchant— hacer obra de las asociaciones que si no se agolparían sin razón de ser. Una especie de unidad allí donde ya no es posible unidad alguna. Como si la música fuera lanzando palabras, a partir de escenas que sólo asisten en la música, en alguna música. 21. Sobre Árboles y Madres, op. cit., p. 81. 22. Ibíd., p. 314. 171 Cristóbal Durán Un último y extenso pasaje que me servirá para avanzar un poco más en mi asunto. Transcribo de la primera escena de Sobre árboles y madres: “… como si estuviera obligado a decir: mi escritura como el intento por decir la palabra más importante del idioma —y mi imposibilidad anterior de decir algo, el no poder sino callarla—, esa palabra de la cual M.M. es la figura y, por omisión de una vocal, su silencio, es decir, su muerte –esa palabra que no pude decir, utilizar, amar, nunca. Pero esto es precisamente lo que ahora –sólo ahora – no puedo decir: nunca. “Nunca” es Never more y el texto que hizo aparecer las M.M. está construido a partir de la oposición, cito, entre mi “Amor por el rigor en el uso de la palabra just that; mi rechazo por el uso metafísico de la palabra Never more”. ¿Cómo explicar esta escena? No me cabe duda que hay algo de la figura de la Madre o, lo que es lo mismo, una interpretación del inconsciente, esto es, una posición del inconsciente, escenas y escenas, que me produce un profundo rechazo. (…) ¿En qué consiste ese rechazo? Pienso, como siempre cuando me es difícil asociar, en qué música se me ha impuesto escuchar y estoy escuchando efectivamente en este momento.”23 Tal como se subrayan, la posición y la imposición, que ciertamente tendrían que rendir cuenta de una determinación resolutiva, no pueden sostener, esto es, posicionar ese “nunca”. Si el objeto, recuérdese, está perdido de antemano, ello es porque ese de antemano está quemado. Si la escritura intenta decir algo, y si ese decir está destinado —si cabe esta palabra— a ser impronunciable, por la estricta ausencia de una vocal, ello quizá es porque la operación de los agregados es un ritmo, no una melodía: la cesura entre las M, sin vocal en medio para servir de apoyo destina a la voz entrecortada, el aliento entrecortado que desata las asociaciones. Sin asociación libre, pues sin fundamento para la regla fundamental, la música abre un camino de regreso hacia ninguna parte, tratando de hilar como a contrapelo una distancia entre un siempre ya y el de antemano. Así, ¿no es 23. Ibíd., p. 58. 172 Mater Musicalis. Ostinato de la separación la música un sobreviviente de la Unidad-dual? ¿No es la prueba de la sobrevida de la Unidad-dual? Se imponen asociaciones, uno podría arriesgarse a decir: en el entendido de que operen como sustitutos de la madre. Pero, también, como acompañamiento, una fantasía de unidad de la madre. Y recordemos que la impositio es, en su uso figurado, la imposición del nombre a una cosa, la de-nominación. Aquí, nombrar como asociaciones, “amor maternal”24. Proponer nombres, sin palabras. Pero como si los nombres entrasen en sintonía, en acuerdo, saliendo por la afinación del oído, de un tercer oído; ese es el acompañamiento25. Cada vez que el acompañamiento se supone como primero o secundario, desoímos lo que conduce a ordenar una tesis. O sea, el ritmo que termina en una posición. No está antes ni después, ni presente ni ausente: sólo así se entiende que, finalmente, las tesis sean “desechos de ese ritmo”26. ¿Es entonces ese ritmo una escena primordial en el texto de Marchant? El desecho, sometido a la rigurosa lógica de un después, nunca ha dejado de estar, porque nunca ha estado, no es presente ni lo contrario de lo presente. Tal opera la madre. Separación absoluta porque ella nunca estuvo; pero, al mismo tiempo, Marchant puede escribir lo siguiente: “Obligado a escribir siempre una “marcha”, un “paso”, el eco de una voz, tu voz.”27 Quizá por eso, como se nos cuenta en “Amor de la foto”, Freud no quería oír voces que le recordasen a su madre. Quizá por eso no amaba la música, y su asociación libre no es un juego, sino la creación de un mismo tiempo. Acompañamiento primero y originario porque ya segundo. O, dicho de otro modo, acompañamiento como Unidad-dual. Quizá por eso se trate de la música y, no muy lejos ni tan cerca, de la madre. Siempre se la habrá escuchado, no se la puede callar, envejece en mí: otra manera de decir, resuena. Y sabemos que la resonancia es la muerte del sonido que, fenomenológicamente ya pasó y del cual no logró quedar registro en la conciencia vigilante. Ya no sonido es algo como un después siempre adelantado al sonido. Una 24. Ibíd., p. 147. 25. “Consideraciones sobre el ballet de los valets” (1989), en Escritura y temblor, op. cit., p. 300. 26. “¿Qué puede hacer un pobre hombre frente a una mujer genial?” (1998), en Escritura y temblor, op. cit., p. 199. 27. Sobre árboles y madres, op. cit., p. 350. 173 Cristóbal Durán cosa del sonido, una ressonancia antes que “él” se haga presente. Resonancia materna, entonces, que pronuncia o dicta, antedice, lo que (ya-no) o (todavía-no) puede decir. “… como vacío, la madre dice lo que su voz era: todo.”28 Se podría creer, todavía, que ese acompañamiento –materno– ocurre al mismo tiempo que todo decir, como su escena oculta o secreta. Un secreto a voces: pues, sólo eso; al mismo tiempo ha sido quemado. Se parare: disponerse, prepararse a que cada cosa pueda llegar. P. S. El dolor de la espera, de la espera de lo que puede no llegar, y que lo hace ya llegando, ¿no sería esa dilación la música? El tiempo del desenlace, como si el lazo ya hubiese tenido su hora, su tiempo. La música podría ser quizá ese tiempo en el que se cree o se tiene que creer que las cosas no se resuelven. En su breve pero monumental Thalassa, Sandor Ferenczi nos advirtió de esa espera como un retorno o un llegar realmente al interior del cuerpo materno. Pero la espera, “la espera empieza cuando ya no hay nada que esperar, ni siquiera el fin de la espera. La espera ignora y destruye lo que espera. La espera no espera nada.”29 Y de esa espera, además, puro desmadre. Ningún retiro, ningún guardarse, la madre es el ostinato que podemos escuchar como música. Ella, madre-ostinato, no es ningún acompañamiento ni ‘atmósfera’ en el sentido que uno quisiera encontrar precomprendido en estas palabras. El acompañamiento es parte de los nombres que ella hace asociar, y no lo reconoceríamos absolutamente en otro contexto. Los acompañamientos son ‘completamente vacíos, excepto justamente cuando cantamos ese pasaje. (…) La atmósfera inseparable de la cosa – por tanto no es ninguna atmósfera’30. La madre atormenta, como una música que persigue sin ser, sin poder ser localizada ni situada. Música sin principio ni fin, más que dar la vida quitándola. De la madre siempre queda, 28. Ibíd., p. 34 n 7. 29. Maurice Blanchot, L’attente l’oubli, op. cit., p. 39. 30. Ludwig Wittgenstein, Philosophical Investigations, Oxford, Basil Blackwell, 1986, pp. 182-183. 174 Mater Musicalis. Ostinato de la separación resta. Como una música cuya fuente no se controla, no se domina. Ostinato inseparable de la línea que se aísla para controlar el principio y el fin de la música; pero separado, pues me atormenta desde el pliegue más íntimo de un interior. Así, la madre (me) sigue: nombre (im)posible de la música, de toda música. “Su” música, si cabe aquí “mi” mismidad auditiva. Ante una pregunta hecha en 1990 por Elisabeth Weber a Jacques Derrida, una pregunta sobre si habría intentado alguna vez escribir sobre la multiplicidad de las voces en música, Derrida contestó lo siguiente: “No escribo sobre estas voces (…), nunca escribo sobre ellas. De cierta manera, intento dejarlas que tomen la palabra —y que la guarden— a través de mí, sin mí, más allá del control que podría tener sobre ellas. Las dejo, intento dejarlas hablar. Y esta música, por consiguiente, si la hay, no puedo decir que la firmo. (…) Precisamente, no puedo tener su disposición o su dominio. La música, si es que la hay, y si ella llega en el texto, en el mío o en el de otros, primero la escucho. Es la experiencia misma de la apropiación imposible. La más alegre y la más trágica.”31 31. Jacques Derrida, “Passages – du traumatisme à la promesse”, Points de suspension: entretiens, Paris, Galilée, 1992, pp. 408-409. 175 EL CISMA APUNTES SOBRE FILOSOFÍA Y POESÍA EN PATRICIO MARCHANT Jorge Polanco “Incapaces de comprender que la filosofía surge frente a necesidades (dones, envíos), ignorando que el pensamiento poético pre-pensado abre la necesidad de la filosofía, que la filosofía es pensar necesario, lo contrario, por tanto de la autorreferencia de estudios sobre estudios; ajenos a la generosidad esencial –que consiste no en dar sino en recibir-, estos Departamentos de Filosofía merecen ser, deben ser, cerrados, o abiertos, inaugurados, para comenzar por el principio” Patricio Marchant Escritura y Temblor Uno de los escasos libros escritos en castellano dedicado a la relación expresa entre filosofía y poesía fue redactado en una navegación que se dirigía –¡vaya casualidad!– a Valparaíso. María Zambrano se encontraba de viaje en barco, en los tiempos de diáspora española, y empezó a tomar apuntes sobre dos vocaciones que pueden leerse unidas en ella. Pareciera que el viaje se materializara nuevamente hoy, a pesar de los años transcurridos y la idea que se tiene de Chile como “país de poetas”. La imagen que ocupa Zambrano para establecer las diferencias entre filosofía y poesía es justamente el mar; el océano que azota las orillas desconsoladas de la costa (la poesía trágica), y la búsqueda por retener su impulso (la serenidad filosófica). “El mar parece ser el agente cósmico de la destrucción, de la aniquilación lenta, cautelosa e inexorable de ese algo macizo, óseo que parece destruir la naturaleza humana”. Ese mar que conjuga con las orillas de Valparaíso, de una ciudad derruida y encostrada, es, sin embargo, el horizonte donde llega otra vez un libro dedicado a la poesía, escrito supuestamente por su más descarnado rival, la filosofía. Esa es la imagen que se ha conservado desde la arcana disputa 177 Jorge Polanco que condenó a los poetas al ostracismo1. Afortunadamente, esa querella se ha modificado, y hoy estas dos orillas que nacieron de las musas pueden incluso confundirse. Es cierto que la historia no ha sido unilateral, pero en la actualidad se puede decir con cierta confianza –a diferencia de otros momentos de desavenencia– que la zona de la escritura poética remece a la filosófica; las dos constituyen modos de pensamientos que pueden enlazarse. Como un temblor, respecto del cual el pensar responde de maneras diversas al rumor del pasmo, la filosofía y la poesía desnudan un cisma. Aun cuando en el sentido común había quedado grabado como con un cincel que lo dicho poéticamente se contrapone a la reflexión filosófica (y vice-versa), en el recorrido del pensamiento contemporáneo las alambradas que separaban la filosofía y la poesía se han desvencijado, puesto que las dos pertenecen a la zona de la escritura2. El filósofo Patricio Marchant muestra este legado –precedido de las fuertes relaciones que establece con Heidegger, Nietzsche y Derrida–, en la urgencia de pensar el acontecimiento poético al aquilatar la ausencia de filosofía en Chile. En la encendida cita del epígrafe, la discusión sobre el Pensamiento latinoamericano aparece enrostrada desde su punto de partida. La práctica “filosófica” ha constituido un juego de comentarios de textos sobre textos, sin la necesidad con la cual el pensar debiera germinar. Esta palabra “necesidad” es la que falta en los albores de la reflexión “filosófica”. Tal como afirma Marchant, “la filosofía puede surgir sólo cuando una necesidad obliga a pensar. Sin esta necesidad, los estudios filosóficos se 1. Tal como consigna el Libro Décimo de La república, esta disputa ya era considerada como una antigua querella. La palabra “arcana” se condice con el contexto del pasaje, puesto que en Platón remite también a Arkhé, por las concepciones metafísicas que el filósofo sustenta de la mímesis. 2. Inclusive, los estudios que se remontan al origen de la filosofía en Grecia, nos muestran que los albores de lo que más tarde llegará a denominarse como “Filosofía” aparecen tejidos por el decir poético. Jean Pierre Vernant, por ejemplo, muestra cómo la poesía y la filosofía están íntimamente ligadas en su concepción del cosmos. El chamanismo griego de los presocráticos patentiza el carácter mítico del “milagro griego” en relación con el paso al logos. Véase: Jean-Pierre Vernant, Mito y pensamiento en la Grecia antigua, Cap. VII “Del mito al logos”, Barcelona, Ariel, 1983. 178 El cisma convierten en juegos académicos”3. La filosofía requiere inaugurarse en el cisma de su urgencia, pero dicha urgencia no se ha hecho patente en la tradición del ejercicio de la “filosofía” en Chile. Otra necesidad es la que sustenta la reflexión: un pensar acendrado en la tradición de la poesía chilena. De ahí que las preguntas que configura Marchant quizás puedan articularse de la siguiente manera en Marchant puedan articularse de la siguiente manera: ¿Por qué no ha habido necesidad de filosofía en Chile y sí de poesía? ¿No será acaso que en su poesía, Chile resguarda el cisma de su pensamiento? ¿Qué tipo de pensamiento sería éste? Aquí reitero la palabra “cisma” en la medida en que ocupa un lugar relevante: en la poesía no existiría un pensar de la autorreferencialidad textual, sino uno a partir de la urgencia. Patricio Marchant pudo liberarse de una extensa querella proveniente de prejuicios, que imposibilita hasta el día de hoy el libre paso y comunicación entre estos dos modos de reflexión. ¿Reflexión? ¿La poesía en cuanto reflexión? Éste es el primer prejuicio: la poesía sería solamente un juego perceptual o sensitivo; en la poesía no habría pensamiento. Genealógicamente, este prejuicio sustenta una larga data. En el libro X de la República, Platón expulsa a los poetas de la polis4. Las razones de este destierro en esta sección se deben a que el poeta no es naturalmente propenso al principio del logos, sino al irascible y voluptuoso; es decir, alimenta la parte vil del alma. La poesía aleja al ciudadano de la verdad, puesto que –de acuerdo a la división del alma en Platón– no estaría guiada por su parte “racional”. Además, la poesía contiene la perniciosa capacidad de corromper a los hombres honestos a través de su palabra seductora, por eso los únicos poemas que pueden admitirse en la ciudad son aquellos que están referidos a los dioses y a los elogios de los hombres de bien. 3. Patricio Marchant, “El árbol como madre arcaica en la poesía de Gabriela Mistral”, Escritura y temblor, edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago de Chile, Cuarto propio, 2000. 4. Si bien la expulsión de los poetas contiene varias aristas en Platón, esta escena decanta en la posterioridad como trauma, como efecto dramático. El propio filósofo dejará abierta la puerta al retorno de los poetas, a través de los amantes de la poesía que puedan indicar en qué consiste su necesidad en la polis. La respuesta se hallará prontamente en Aristóteles, y también en la poesía moderna –desde el primer romanticismo- a partir de la conciencia del oficio que exhibirá el poeta. 179 Jorge Polanco Vale decir, sólo puede aceptarse la poesía que depende de una paideia conveniente a las articulaciones de la ciudad ideal, que, dicho sea de paso, en vez de seducir por sus maravillas utópicas, pareciera más bien una argumentada pesadilla. La expulsión de los poetas imbrica la disputa por el poder pedagógico. La pugna entre el filósofo y el poeta constituyó una lucha ética, política y, al mismo tiempo, religiosa. El trazado de Platón, su rayado de cancha entre la filosofía y la poesía, conforma tal vez el más denodado esfuerzo en la antigüedad por establecer líneas divisorias. En todo caso, no sólo en los filósofos ha existido esta preconcepción acerca de la poesía (es necesario, por el contrario, valorar en esta perspectiva los importantes trabajos de Heidegger, y en la antigüedad de Aristóteles), sino también en gran parte de los poetas. Por el lado de la concepción perceptual, el poeta sería un iluminado que lleva consigo una sensibilidad superior no afectada por la mera racionalidad. La sensibilidad del poeta sólo estaría conectada consigo misma. Por otro lado, en la mirada usual de ciertos filósofos (que nace desde el mismo foco de exégesis), los poetas no pueden hacerse cargo de lo que dicen, porque la poesía apuntaría a las partes irracionales del alma. En ambos casos el prejuicio comienza en un idéntico nudo ciego. Ezra Pound desenlaza de otra manera este entramado. Pound distingue tres tipos de poesía: la falopeia (poesía de imágenes), la melopeia (poesía musical) y la logopeia (poesía del logos). Por lo tanto, no existiría una sola concepción, es decir, la poesía entendida de manera perceptual o sensitiva. A pesar de que la logopeia podría, en una primera mirada, enlazarse más fácilmente con la reflexión filosófica, las otras maneras del decir poético también se ofrecen a la discusión. En Chile, la historia de la poesía está colmada de ejemplos de logopeia que facilitarían el vínculo con la filosofía. Entre ellos podemos nombrar a Eduardo Anguita, Humberto Díaz-Casanueva, Juan Luis Martínez, Luis Oyarzún, Enrique Lihn, Armando Roa Vial, por citar escritores de distintos ramajes poéticos. Sin embargo, el trabajo realizado por Marchant sienta un precedente sin herencia reconocida y fortalecida con posterioridad. Como dijimos, no sólo el estilo de la logopeia permite vincular poesía y filosofía. Toda poesía contiene la posibilidad de ser interpretada filosóficamente; existe una reflexión (¿previa? o pre- 180 El cisma pensada en términos de Marchant) no articulada necesariamente desde la oración enunciativa o la forma del juicio, pero que de todos modos se ofrece a un pensamiento proveniente de la filosofía (estos términos comienzan a perder su lineamiento exacto y fronterizo). Si tomamos el ejemplo de los ensayos de Marchant sobre Gabriela Mistral, se puede atisbar que su poetizar articula un rasgo decisivo en la poesía chilena desde el punto de vista del Inconsciente. En este sentido, la lectura de Marchant en “‘Atópicos’, ‘etc’ e ‘indios espirituales’” puede asimilarse a lo que Pablo Oyarzún define como una “lectura exigente”. En su artículo “Regreso y derrota” referido al texto de Marchant, Oyarzún distingue dos modos de acercamiento al poema: la lectura exigente y la crítica. “Mientras ésta se ampara en sus categorías –de cualquier índole que sean– para enmarcar al poema y, así, protegerse de la fuerza que le es propia, protegiendo, a la vez, de esa fuerza a la institución –académica, cultural, social– a la que le debe fidelidad, aquella otra ama del poema lo que la fuerza a pensar, a romper con sus hábitos, a quebrantar sus categorías, a desasirse de sus pertenencias aseguradas y a desmarcarse de sus pertinencias institucionales, lo que, para decirlo en una palabra, urge al lector a hacerse cargo, con el poema, de su experiencia”. Sin duda, Patricio Marchant cumple con esta última concepción; conduce su lectura a la exigencia, a estar a la altura del poema5. Sólo así es posible instaurar y estremecer el diálogo filosofía y poesía, asumiendo sus riesgos y dando cuenta del cisma. El problema que se plantea Marchant, la pregunta a la que se aboca, ofrece un indicio de la forma en que se establece la relación filosofía y poesía en su pensamiento. No hay aquí la interrogación que Heidegger señala como propia del investigador. Su pensar no busca cuantificar, someter a etapas garantizadas de antemano la reflexión; Marchant deja libre la pregunta sin un trasfondo protegido. En su texto “El árbol como madre arcaica en la poesía de Gabriela Mistral” el filósofo enuncia su pregunta: “el primer problema que precisa ser resuelto es por qué surge en 5. Según Oyarzún, “la lectura exigente quiere leer el poema que lee como si fuese el único poema que jamás se hubiese escrito, como si fuese el advenimiento o, mejor caso, la inminencia del Poema como tal. De ese modo se pone a sí misma y pone al poema, también, ante una exigencia casi intolerable. Lo sería completamente, si no hubiera sido el poema el que empezó por hacérsela a sí mismo”. 181 Jorge Polanco Chile, sin que nada lo prepare, al parecer, una gran poesía, una rápida sucesión de grandes poetas”. La poesía que se escribe a comienzos del siglo XX constituye un hito en los modos precisos de poetizar en Chile. Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Pablo De Rokha y Vicente Huidobro, forman en conjunto una constelación ineludible en la literatura chilena. Aun cuando es necesario destacar a poetas anteriores –como Carlos Pezoa Véliz– no puede obviarse que la estela de aquellos grandes poetas ha ocultado y reforzado al mismo tiempo la tradición poética chilena6. En este sentido, la pregunta de Marchant continúa palpitando en su espesura. “Lo único que resulta posible –afirma el filósofo– (es decir, más bien, necesario) es postular la presencia, la acción –sin poder explicar su surgimiento– de una Forma Inconsciente Generante que determina un ‘contenido latente’, estructura en forma articulada y un muy diferente “contenido manifiesto” de esa poesía; una lógica que llama ser recibida y que predetermina lógicamente lugares precisos, modos precisos de poetizar”. Estos modos son los que Marchant visualiza en Mistral, Huidobro y Nicanor Parra, aun cuando Gabriela Mistral ocupa un lugar fundamental, ya que habría poetizado incansablemente y de forma originaria las nociones de Árbol y Cristo –y la relación entre ellos– que se reiterarían y conformarían el Inconsciente Generante de poesía en Chile. Si bien Sobre Árboles y madres se dedica a leer esta apertura de Mistral, quisiera seguir deteniéndome en lo previo, en esas ciento treinta y cinco páginas aproximadas (y ciento cincuenta y nueve en la segunda edición) en las que Marchant se dedica a desbaratar los prejuicios que podrían caber ante la lectura filosófica. En otras palabras, lo que el escritor entiende como “la miseria teórica de Chile”, sentencia que en su radicalidad configura una manera de leer; un modo del ejercicio filosófico que hace frente a la enseñanza. La extensa querella de Marchant sobre la situación de la filosofía, que precede a la interpretación concentrada de los poemas de Mistral, no sólo corresponde a los supuestos de lectura que intenta demoler, también involucra la composición de lugar de la filosofía en Chile. El tono de batalla adquiere en 6. Para el lector habitual, los nombres de estos autores han dejado ocultos a otros poetas también interesantes. Es más, su misma poesía perteneciente al canon sigue siendo en gran parte desconocida. 182 El cisma algunos pasajes dimensiones pedantes, donde abunda la pasión por la última palabra y la lectura correctiva, confiada en las herramientas de la tradición filosófica y el psicoanálisis7. Marchant discute modos de leer ciegos al ejercicio del pensamiento. Desde esta perspectiva se entiende la querella con Roberto Torreti y con la enseñanza de la “filosofía chilena”, aseverando que los profesores universitarios se contraponen a los filósofos. La genealogía parte con el método introducido por Ernesto Grassi, supuestamente preparatorio, para las dificultades de los estudiantes de filosofía chilenos (asumiendo las concepciones filosóficas y políticas de lo que aquello implica). La pregunta tradicional ¿qué es?, que traduce la insistencia de una realidad, es extirpada de la exigencia del pensamiento. Vale decir, del hacerse cargo de un presente acuciante, relegando la filosofía a la Historia de la filosofía. “El Discurso Filosófico existe –según Marchant– en las Universidades chilenas sólo como rechazo de la realidad. Definamos aquí la operación de realidad, de nuestra realidad; realidad es ahí donde fuerza, dolor, pasión y concepto se soportan y se mantienen; ahí donde el nombre de Chile, es decir, de Latinoamérica, es cuestión y el no preguntar por él, el no proponer nombres, acusación: cuestión de estilo o de falta de estilo”. En Sobre árboles y madres se repiten ciertas palabras clave: exigencia, deber, fiesta, términos que decantan en una urgencia del pensamiento, en un llamado ético que aboga por la filosofía; cristaliza un amor herido de filosofía, el cual se vuelve contra los discursos académicos que relegan la urgencia de su tiempo. El modelo del poeta es relevante para Marchant, puesto que le sirve como ejemplo de un pensar que no se concibe como mera preparación. Cita dos situaciones dilucidadoras sobre la disparidad que se da con el quehacer poético. Primero, el caso de los poetas jóvenes y los estudiantes de filosofía: “en Chile, un muchacho de veinte años, incluso de menos años, puede afirmar, como su destino, un destino de poeta, afirmación que es a priori aceptable, válida, cúmplase o no después, y en qué grado, su auto-afirmación. En cambio, si alguien afirma que será filósofo, inmediatamente, conversión, traducción, de su afirmación: “pro7. Tomo esta idea de la “lectura correctiva”, citada en otro contexto de forma oral, de Ana María Risco. Un ejemplo de tal caso, es la lectura que Marchant emprende contra Scarpa. 183 Jorge Polanco fesor de filosofía, sólo eso, su deseo”. Porque la poesía chilena existe en la seriedad de su exigencia, por eso la seriedad de su posibilidad. Nada de eso sucede, como es sabido, en filosofía” (…) estamos hablando de condiciones reales de creatividad (…) porque no hay una afirmación de un “yo filosófico” (…) cuando una publicación filosófica en nuestro país: o silencio o aplausos vacíos, aplausos de amigos, ningún debate serio”. Esto no significa que la filosofía no pueda hacerse cargo de su destino en Chile. Sobre árboles y madres es un eximio ejemplo. Si el poeta asimila la lengua que le fue dada, el filósofo perfectamente también puede hacerlo. Hay que rescatar un valor de la filosofía que no le tema al error. Es más, si lo consideramos desde Nietzsche, el error es también creador; o, si se quiere mucho más atrás con Platón, la filosofía es un “bello peligro”. Siguiendo la descripción de Marchant, parece que el miedo habita en la filosofía, desde el menosprecio por la lengua y por el estudiante chileno, juicio instaurado a partir de Ernesto Grassi. Un pavor que se transforma en esterilidad, como si en Chile no ocurriera nada digno de ser pensado, como si no hubiese realidad. Desde esta perspectiva, habría que preguntarse por un aspecto señalado sobre la generación de Roberto Torreti: por ese impulso bondadoso de leer los textos en el original, que recae en la exacerbación del estudio filológico, y finalmente en la esterilidad de la reflexión en la propia lengua. No se trata de cuestionar por sí misma la traducción, sino reflexionar sobre aquel mandato implícito en la enseñanza de la filosofía de pensar después de traducir; y no sólo eso, después de haberlo traducido todo, o, incluso, después de haberlo entendido todo. La segunda situación es biográfica, y remite a los estudios que Marchant hizo en el extranjero, devolviéndolo, paradójicamente, a plantearse sobre ámbitos que había dejado de lado en Chile. Es el punto de partida de este libro: “Montrèal, 1962, mi primer maestro de filosofía, Louis-Bertrand Geiger, neotomista y sacerdote –todo en todo, diría Groddeck. Sus palabras: “su deber es estudiar lo que es grande en su patria, la poesía chilena”. Regalo de un deber, de una exigencia, de una fiesta que desprecié durante más de quince años de vida universitaria…”. La cita culmina con una ironía, y una furia que está presente en gran parte del libro –salvo cuando emprende las interpretaciones ceñidas a Mistral–, debido a ese malestar contra la institución que 184 El cisma ha creado ciertas maneras de leer, en que la enseñanza filosófica parece enclaustrada en la autorreferencialidad. La comparación que establece entre los dos muchachos de veinte muestra la diferencia entre una cerrazón y una apertura, procedente de los estudios universitarios chilenos que acuñan una determinada concepción de la filosofía como Historia de la filosofía. Una pregunta que queda rondando en las diatribas de Marchant es: ¿para qué se publica entonces un libro de filosofía? Arriesgo una conjetura: tal vez una de sus posibilidades más genuinas –y éste es un bosquejo– consista en la búsqueda por salir del embotamiento e indicar que hay algo no dicho todavía, una insuficiencia del presente al que le falta una letra o un nombre. El libro comprendido así es un quehacer en perpetua construcción. La filosofía, me parece, es para Marchant una forma de vida heterodoxa, una pasión que excede la academia y, más aún, contra la academia. La paradoja que afecta al quehacer filosófico consiste en que sus recursos provienen de la universidad; contienen una especialización de entrada que los diferencia de la poesía. Habría, entonces, que preguntarse allí por el estatuto de su escritura, por cuestiones de estilo, de prosodia y utilización de ciertos juegos lingüísticos. Habría que examinar también la gramática filosófica chilena, preguntas que nos llevarían, seguramente, a cuestiones políticas y religiosas, con tintes claramente conservadores tanto de la lectura como la escritura. Algo de eso insinúa Marchant con su tono enérgico y furioso por la condición de la filosofía en Chile. Una situación interesante de reflexionar desde el contraste es que en el ámbito de la poesía a menudo se habla de “poetas jóvenes”, deseando indicar el camino de maduración de un escritor novel. El término “poeta” se aplica sin mayor aspaviento, sin tampoco cuestionar dicha categoría, entendiendo que estos escritores primerizos continúan una tradición. Mientras que en filosofía no se usa normalmente la expresión “filósofo joven”, debido a que “filósofo” aparece como una categoría inalcanzable y adulta, sólo para otras latitudes e idiomas, donde persevera una tradición. De ahí que Marchant ofrezca como salida al pensamiento un vuelco hacia quienes trabajan con intensidad nuestra lengua: “el trabajo de nuestro tiempo, pensar lo que es primeramente real para nosotros: el español, nuestra lengua, y Latinoamérica; 185 Jorge Polanco y, como chilenos, pensar la poesía chilena, poesía conceptual como pocas, regalo para el pensar, que en ella se encuentran las ideas que en vano se buscarán en los escritos de los profesores latinoamericanos de filosofía”. Si es así, uno de los aspectos complejos del libro, desde le punto de vista “metodológico”, consiste en que Marchant recurre –¿siguiendo a Heidegger?– a una estrategia de la duplicación, de leer en los poemas siempre otra cosa. Es la mirada que, tomada de Abraham, se entrega a una operatoria seductora: sentar en el diván a la obra de arte, y no al artista. A pesar de lo interesante de esta imagen, el problema consiste en que el exégeta puede terminar no leyendo los poemas; es decir, volver innecesaria la poesía de Mistral. De acuerdo a Susana Munnich, “sus deseos (…) son tomar como pretexto la obra de Mistral para escribir otra cosa, y tutelarla de los deseos impúdicos de los “hijos de su madre”8. Más allá de los supuestos metafísicos que se desglosan de la concepción de Munnich, la duda persiste en la consideración del objeto material del poema mistraliano, que en los ambages del discurso sicoanalítico y filosófico puede pasar desapercibido. Además habría que agregar otro fenómeno que, desde el punto de vista de la escritura, es relevante: Mistral era “conciente” de su estilo, no dejaba nada al azar, corrigiendo de manera obsesiva. Este aspecto del oficio es un ámbito a considerar, porque usualmente se piensa que los poetas no son capaces de dar cuenta de lo que dicen, escribiendo por mera inspiración. El acto de corregir es un “detalle” crucial en un poeta, desconsiderado o infravalorado habitualmente, aunque no es un argumento en contra de Sobre árboles y madres. Marchant plantea una manera de interrogar a la Mistral, indagando el poema que remite a nuestro nombre 8. Susana Munnich continúa: “aunque en la posmodernidad todo es posible, me parece que por ese camino se puede llegar a cualquier parte y perder definitivamente los textos de Mistral, sustituidos por discursos que pueden ser valiosos o no, pero que no tienen que ver con su pretendido origen. Y me asalta una pregunta, ¿a todos los escritores habría que leerlos “como interpretación activa”, escribiendo “con ello otra cosa”? (…) Mi dirección es casi la opuesta de la que propuso Marchant. Para mí, Mistral es en primer lugar y segundo lugar una poeta y por eso me parece que la pregunta que precede a todas las otras es ¿cómo leer sus poemas? “ Cf. Gabriela Mistral, soberbiamente transgresora, Santiago de Chile, Lom, 2005. 186 El cisma en Latinoamérica, y sus propósitos son desde ya relevantes para intentar comprender la poesía chilena. No es una labor fácil, el mismo Marchant se demoró un tiempo considerable en escribir Sobre árboles y madres. Me llaman la atención los siete años de silencio anteriores al trabajo de este libro9; esa búsqueda callada por dar con una escritura y poner al descubierto los materiales verbales. Esa actitud es la de los artistas que sopesan los propios recursos, cuestionando implícitamente los límites del lenguaje. Ese silencio indica que el libro no sólo es un asunto de poner palabras en el papel; previamente existe un pensar ligado a una escritura, a una disposición del pensamiento que se da en la escritura. Es el cuidado de los poetas en la materialización del poema, donde no sólo importa lo que se dice sino también el cómo; esa concreción verbal con que nacen las construcciones poéticas, tanto en la disposición de la página como en la urgencia de lo dicho, que también atraviesa las preocupaciones de Marchant de tal modo que la filosofía no puede ser entendida sino como una práctica ligada a una escritura. El libro es así un campo de trabajo y no una conclusión. Las continuas inserciones de la digresión, los usos de cursivas, las tipografías, la prosodia, van creando un paisaje de tensiones en la hoja. La escritura preserva una sensibilidad del exceso, de la hybris que integra la disposición de la página y la simultaneidad, incorporando elementos visuales a la palabra. La filosofía pareciera pensarse como retablo, como una puesta en escena, sin miedo a bordear su género literario; es decir, como una zona de derrumbe. Sin embargo, el estilo sinuoso heredero de Derrida, trae consigo el problema de si Marchant alcanzó a recuperarse de su silencio, de su intento por llegar a una escritura, a un estilo. Habría que interrogar la gramática de Marchant, sus elipsis, sus interrupciones, su falta de artículos, los infinitivos o los imperativos, y su procedencia. Aparte de la concepción de la escritura que se amplía en varios pensadores contemporáneos, colaborando en la apuesta de Marchant por acentuar la materialidad visual de la página; da la impresión que su salida del embotamiento responde a una sen9. Tomando en cuenta el primer impulso, el consejo de Louis-Bertrand Geiger en 1962, el arco de los años crece de manera considerable. 187 Jorge Polanco sibilidad respecto del libro, que modifica su versión tradicional y la vincula con algunos poetas que empezaron a enfatizar la importancia del ojo y del significante en sus textos, poniendo en tela de juicio la noción de sentido de obra unitaria. Es la concepción que se nota en Juan Luis Martínez, Rodrigo Lira, Enrique Lihn, Elvira Hernández, Gonzalo Millán, entre los más reconocibles, que plasmaron una desconfianza del libro entendido bajo la primacía del sentido único. Una incertidumbre que en estos escritores continúa operando, sin embargo, dentro del objeto libro. Si bien ya existían antecedentes previos provenientes de la poesía visual, como los trabajos de Guillermo Deisler, la importancia de su puesta en marcha en cuanto eje de escritura en Chile ocurre principalmente a fines de los setenta y principios de los ochenta. Esto quiere decir: ¿Marchant poeta? Un detalle a considerar: el “filósofo” ingresa en la obra artística, jugando con ella, como el nombre de su primera edición el Gato Murr (ahora La cebra), atraído por deshilvanar el entramado10. Y como todo juego, la tienta, se place en ella, sin instituciones de género previamente ganadas. “Escribir sobre Gabriela Mistral –señala Marchant– una interpretación ni “verdadera” ni “falsa”, pura cuestión de fuerza y ritmo (…) satisfacción de saber (que) nadie podrá escribir más sobre el poeta sin informarse antes, desdichados, sobre la operación de un árbol, sobre operación de una madre, sin un previo, intenso y doloroso trabajo sobre sus nombres, sus firmas”. Marchant como poeta intenta leer haciéndose cargo de la exigencia del texto, configurando un tipo de lector obligado a crear. No se trata de hallar la evidencia de la verdad, se trata de ir a tientas, a riesgo del error, con la intención de merodear los cismas, esas inseguridades e incertidumbres que provocan el ejercicio del pensamiento. Y, en fin, abismarse en el rumbo heterodoxo de la filosofía, en correr el riesgo de su urgencia. 10. Es la diferencia de lectura que Marchant establece entre evidencia y momento inscrito, el placer de leer al que no le interesan las barandas del saber, las instituciones previamente establecidas. De ahí que llame la atención el tono enfático y acusatorio de la miseria teórica chilena. 188 IV. motivos LA RAZA DE M. A P. Y LA RAZA DE M. A. P. André Menard En un punto el libro de Marchant nos saca la madre. Acción ambivalente pues no sabemos si nos está sacando la madre a colación, como quien saca un as o una pistola, o nos la está quitando, o las dos cosas al mismo tiempo. La concha de tu madre. Versión abreviada quizás de un “ándate a la concha de tu madre”, que por un mortífero malentendido transforma en insulto aquel “acto de amor, acto ritual” de la “repetición victoriosa del trauma del nacimiento y el victorioso regreso al antes”. Transformación en insulto de la reminiscencia epigenética que según Ferenczi subyace al acto sexual, esa “regresión de todas las especies al lugar de su origen primero, el mar”1. La Venus de Boticelli entonces como gran sacada de madre. Desmadre marino y con concha. Sacar la madre. Enfatiquísimo acto de habla por el que la mera enunciación de la concha de tu madre activa el dolor de una evidencia terrible. Evidencia digo, porque si no fuera evidente no se entendería la violenta reacción que activa. Pero evidencia no tan evidente pues no sabemos a ciencia cierta contra qué reaccionamos: si contra el retorno victorioso al antes prenatal de la concha marina, o contra la pérdida de la madre por su transfiguración en venérea amante o en venérea falta (falta como ausencia y falta como infracción de la madre). 1. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, Buenos Aires, La Cebra, 2009, p. 45. 191 André Menard En sus Árboles y madres y en otros textos Marchant seguirá sacándonos la madre: en tanto latinoamericanos al suplantar el padre ausente por una madre en falta, en tanto humanos al suplantar la muerte del padre primordial por la muerte de la madre primordial. ¿Una filosofía del desmadre entonces? Desmadre por el contenido y desmadre por la forma. Con su libro Marchant también se sale de madre. Una extensa salida de madre: escritura orientada hacia un exceso, una escritura voluntariamente sintomática, despliegue de asociaciones y confesiones clínicas que desbordan el discurso universitario, despliegue de juicios y elucubraciones filosóficas que desbordan el diagnóstico clínico… Pero sobre la superficie parejamente pasional de este desmadre aparece una salida de madre que en cierta forma como que desentona. Desde un principio resonancia, evocación, rumor en las “tesis” de Marchant de unas tesis publicadas en Francia siete años antes. Pienso en Julia Kristeva y su “sujeto en proceso” tal como lo presentara en el seminario sobre la Identidad organizado por Lévi-Strauss en 1977. También en Kristeva insistencia en un heterogéneo materno subyaciendo a la ley del padre y del sentido, insistencia también en su activación por la poesía, en la importancia del ritmo respecto del sentido, ritmo como manifestación del fondo pulsional de un cuerpo, un ritmo parecido al que Marchant releva en su interpretación de la poesía de Mistral como interpretación ajena al problema de la verdad o de la mentira, interpretación que es “pura cuestión de fuerza y ritmo”2. Insistencia de Kristeva en la anterioridad de una semiótica materna a la simbólica paterna, referencia a la connotación materna de la chôra platónica “receptáculo, innombrable, inverosímil, bastardo, anterior a la nominación, al Uno, al padre”3. Tras la referencia de Marchant a la prestada madre, al prestado hijo y al prestado incesto que tiende todo inconsciente poético, resonancia de Kristeva afirmando que “el lenguaje poético sería para su sujeto en proceso, el equivalente de un incesto”4. 2. Ibíd., p. 276. 3. Julia Kristeva, “Le sujet en proces”, Claude Lévi-Strauss (ed.), L’identité, Paris, PUF, 1977, p. 233. 4. Ibíd., p. 236. 192 La raza de M. a P. y la raza de M. A. P. En fin, convergencias o aparentes convergencias, de las que al menos cabría explicar el porqué la apariencia y no la realidad. Y sin embargo del fondo de síntomas desplegados por el texto, se recorta Kristeva como una especie de sobre-síntoma: es como si no bastara la simple omisión de su escritura como antecedente o contra-antecedente de los árboles y madres, sino que hiciera falta inscribir su falta bajo la forma ultra sintomática de la denegación. Así sorprende encontrársela una única vez en la página 65, pero utilizada como ejemplo nominal y deplorado de una lectura demasiado universitaria de Mallarmé, una lectura racista y espiritual europea debemos suponer, por oposición a la lectura del sefardí Derrida, lectura mestiza, por lo tanto legítimamente chilena. Salida de madre de Marchant cuando se insolenta por la conjunción, que Guzmán perpetra, de Derrida y de Kristeva: “esa búlgara, la Kristeva”, refunfuña Marchant y cabe preguntarse por la estructura del juicio tras esta denostación tan sumaria. Alguien podrá acusar un sexismo espiritual chileno. Pero creemos que hay otra cosa. Se trata de una impugnación de Kristeva por su “bulgaridad” (con b de búlgara), así como una recuperación de Derrida por su mesticidad, y aparece el problema de la incongruencia entre la noción de raza que está utilizando Marchant y la noción de “antes” con que viene a inutilizarla5. Acierto de Marchant el de la raza como escritura. Contra el postulado de la naturaleza humana que sostiene el discurso soberano del poder como historia del avance y de la continuidad de un mismo espíritu, la raza como escritura remite a la idea del resto y de la pura diferencia, a esas comunidades en traducción, que no son otra cosa que la evidencia de una intraductibilidad de las razas, la evidencia de la guerra como primera y a veces única forma de comunicación. La raza como escritura permite refutar la universalidad de los pueblos con espíritu, es decir provistos de 5. Y colmo de las resonancias, si la distinción crítica entre Marchant y Kristeva tiene algún fundamento, este no se basaría tanto en el argumento racial del primero, como en el argumento formal de la misma Kristeva cuando distingue entre el autor retórico “fascinado por la función simbólica del discurso del padre” (¿en su caso Lévi-Strauss, Lacan?) y el autor estilista (en este caso Marchant), aquel “que ya no tiene que seducir al padre mediante preciosidades retóricas (…) y así, en lugar del padre postula otros discursos” … (¿discursos no-tan-universitarios?). Cf. Julia Kristeva, “Le sujet en proces”, op. cit., p. 238. 193 André Menard territorio, lengua profana y mezcla de sangres, pueblos y naciones que suponen la posibilidad de una traducción transparente y sin resto. Pueblos que idealizan su inscripción sobre el espacio vacío, blanco y homogéneo del tiempo moderno o de la página del cuaderno. La raza como escritura contra la escritura de razas, guerras y acontecimientos sobre el fondo prehistórico de una naturaleza humana. Se dibuja así la idea de un pueblo sin territorio, provisto de lengua sagrada y de comunidad de sangre, pueblo de la escritura, que podemos suponer un pueblo del cuerpo, pero de un cuerpo producido en la escritura. De ahí que en lugar de una raza entendida en sentido biológico —es decir como segmento particular de un plano zoológico general o como sustrato natural de la historia y por lo tanto como algo dado—, la raza y el cuerpo como escritura indican su carácter construido, su calidad de efecto —no de causa— de las guerras y de la historia. En lugar de la raza como condición de un “antes”, la raza siempre como un “después”. Pero Marchant no puede o no quiere abandonar el antes de la raza, postulando el antes como un afuera de la ley y de la guerra. En este punto, y pese a sus diferencias raciales, Marchant vuelve a coincidir con Kristeva, al suponer la posibilidad de un sujeto desasujetado de la ley del padre, un sujeto en proceso o mestizo que supere la ceguera europea obnubilada por la muerte del padre, y redescubra la muerte de la madre, oiga y escriba ese “discurso más arcaico”6. Y aquí sí sexismo espiritual chileno de Marchant. Referencia al origen traumático de América, a la doble violación económica y sexual del continente y sus mujeres. Referencia luego a una “pérdida de la dignidad de la mujer indígena” por pérdida de su “rol social”. Como si el “antes” dignificara de por sí a la mujer, más allá de las formas y condiciones en que se cumplía su rol en ese antes. Dignidad de la mujer más allá de su destino como objeto de posesión, como bien de intercambio o como fuerza de trabajo en un régimen de explotación autóctono. 6. Patricio Marchant, “‘Atópicos’, ‘etc.’ e ‘indios espirituales’”, Escritura y temblor, edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 1990, p. 412. 194 La raza de M. a P. y la raza de M. A. P. Doble violencia entonces sobre las mujeres indígenas: violencia sexual del conquistador, y violencia del filósofo que las transforma en símbolos de la violación metafísica del antes por la Historia occidental. Inutilización entonces de la raza como escritura por su reducción o por la amenaza de su reducción a una metafísica del mestizaje, metafísica siempre soberana y depositaria del más etnocéntrico de los imaginarios: el de la “unión de la piedra, piedra indígena, y el río, pero lengua no indígena, lengua castellana”7, imagen del imparable río de la Historia, del la Lengua o del Espíritu y de la muda inmovilidad de las piedras y las culturas indígenas (metáfora utilizada por un sujeto tan reprochable como el historiador Sergio Villalobos para deslegitimar no sólo las demandas políticas, sino que la existencia misma de los mapuche. Según Villalobos la Historia occidental avanza como río caudaloso al que confluyen afluentes culturales menores y que encuentra en su camino sociedades primitivas y “sin historia” (galos o mapuche por ejemplo) como obstáculos y pequeñas “perturbaciones” marginales8). * De ahí que de M. a P., de Marchant a Patricio la raza se dibuje siguiendo la metafísica del árbol, es decir como la cadena genealógica que yendo del tronco originario, necesario y general, desemboca en la rama o en la hoja contingente y particular: del animal humano a la tribu y el linaje, de ahí al apellido y del apellido al nombre de pila, y más allá, del nombre de pila al seudónimo… De Marchant a Patricio, toda la metafísica de un archivo soberano por el que el apellido se supone el reflejo fiel de un dato natural, naturaleza que como la concha de su madre, se supone oculta detrás del nombre de su madre, nombre que a su vez termina oculto detrás del patronímico. Importancia entonces de hablar de M.A.P., Manuel Aburto Panguilef, presidente vitalicio de la Federación Araucana, uno de los tres más importantes dirigentes mapuche de la prime7. Ibíd. p. 408. 8. Sergio Villalobos, “El avance de la historia fronteriza”, Revista de Historia Indígena, Nº 2, Universidad de Chile, Santiago de Chile, 1997, pp. 5-20. 195 André Menard ra mitad del siglo XX, profeta místico y escritor compulsivo. Gracias a él podemos ver que la fuerza de entender la raza como escritura, fuerza del entendimiento de Marchant, es justamente la posibilidad de sacarnos de una metafísica del mestizaje, de devolverle a la raza su capacidad de resistencia a los discursos de la soberanía y a sus racismos espirituales. Y mayor importancia aún de ser Manuel Aburto Panguilef, quizás, el mejor ejemplo, la más fiel expresión de la escritura que Marchant buscó, interpretó o inventó en los poetas mestizos y nacionales como Mistral y Neruda. Y esto porque en ningún otro autor como en Aburto Panguilef aparecen tan explícitamente las cuestiones del “nombre propio como prestado nombre”, la de la comprensión de la propia raza a través de la raza judía, y la de la raza como escritura. Estamos ante la escritura de un dirigente mapuche en la que la referencia a un antes se vuelve impertinente. Escritura en la que no hace falta postular un afuera al orden paterno del discurso, puesto que el archivo que soporta los nombres de esta raza sin Estado (y tras su “Pacificación” sin territorio y sin espíritu), en lugar de registrar y depender del orden natural de las filiaciones, es decir de sancionar el antes (biológico y jurídico) de una herencia (económica o espiritual), ocupa papeles y cuerpos para registrar los movimientos laterales de la alianza y del contagio. Operación tan judía como mapuche de archivar y registrar lo ajeno como vértebra de las identidades: la circuncisión por ejemplo, archivo corporal de una identidad judía, circuncisión cuyo origen según la lectura que hace Sloterdijk, de la lectura que Derrida hace de la lectura que Freud hace de la Biblia, sería egipcio y por lo tanto “huella indeleble del Otro grabado en lo más específico de su ser específico”9. En este mismo sentido registro del nombre propio como registro de un nombre ajeno: economía del nombre propio en los archivos mapuche anteriores a su incorporación por los archivos republicanos. Institución en ese archivo del lakutun como acto de asignación del nombre del laku (abuelo) al laku (nieto), pero acto que no debe ser reducido a la idea normativa y estatal que supone que la relación prescribe unilateralmente el acto de donación, ya que en el archivo 9. Peter Sloterdijk, Derrida un egipcio. El problema de la pirámide judía, Buenos Aires, Amorrortu, 2008, p. 33. 196 La raza de M. a P. y la raza de M. A. P. mapuche, la donación del nombre puede también producir la relación. El laku da el nombre, pero dar el nombre hace al laku. Y esto ya que el nombre propio en su forma más plena quiere funcionar como registro de un acto de alianza, de la creación de una relación de laku, y por lo tanto nombre propio que siempre es ajeno. Por eso el archivo mapuche como archivo marchantiano en que “todo nombre propio es un prestado nombre”10. Manuel Aburto Panguilef, profeta de la mapuchidad radical, arbola en su nombre propio el apellido Aburto, nombre ajeno que marca la alianza sellada por su abuelo José Ayiñanco con el Comisario de Naciones Francisco Aburto en el siglo XIX. Y es notable que de todas las posiciones parentales, el archivo mapuche eligiera para significar el lugar en que ocurre esta inscripción heterogénea a la continuidad y a la interioridad de un linaje, la del laku, la del abuelo (y del nieto), el lugar de las raíces de un árbol genealógico pero puesto de esta manera en suspensión, arrancado al fundamento de la tierra, sacado de madre y de la verticalidad del antes, para transformar los enunciados de filiación en metáforas de una alianza horizontal. La escritura de Aburto puede ser comprendida como un intento por restaurar la autonomía de este archivo, autonomía perdida junto con la autonomía territorial. ¿Pero de qué literatura se trata? ¿A qué criterio de clasificación de los archivos académicos puede corresponder? ¿Cabe en el muy espiritual campo de la literatura? ¿O en el aún más de la poesía? ¿O se trata de una pura literatura gris, de un simulacro de burocracia? ¿O de un mero insumo para historiadores y etnólogos? Marchant dice que el pensamiento en lengua castellana hay que buscarlo en los poetas, pero si en Aburto hay poesía esta ocurre pese al pensamiento. Y a un pensamiento que se piensa pese a sí mismo. En lugar de un pensamiento como reflexión, un pensamiento como inspiración o mandato. Y es que el pensamiento y la escritura de Aburto escapan a la intención. Se trata de una posesión por la escritura, posesión profética por la que las voces, sueños y visiones que llenan su cotidianidad se le imponen como obligación de escritura. Los límites burgueses entre la esfera privada del diario íntimo y la esfera pública del acta política desaparecen, ni confesión, ni siquiera testimonio, pero necesidad o deber de 10. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, op. cit., p. 293. 197 André Menard documentar cada minuto, cada segundo en la experiencia de su cuerpo, por dibujarse allí el destino de toda una raza: Mate y pan con queso de Herminia de 6 a 7. Retorno de alojamiento Salí a las 8:20 – Luego a San Diego – $1 por carro que se me indicó místicamente – 9:10 a mi alojamiento en Las Cisternas – Comí de manos de la Amariles, que me abrió la puerta – Las Cisternas, Sábado Santo de Jehová Dios, veintidós de mayo de mil novecientos cuarenta y ocho, a las diez de la noche – Damos fe de la constancia del líder y futuro rey de nuestra araucanía – Por millares de ángeles y arcángeles de íntimas benignidades. Manuel Aburto Panguilef11 Posesión por la escritura que es una posesión profética, de profeta bíblico y explícitamente judaico. De ahí la lectura de la aparición del Estado de Israel como acontecimiento místico de consecuencias araucanas. Así, el 21 de mayo de 1948, algunos días después de la aparición de la noticia en los periódicos, Aburto anota: Benignidades de la mañana – 1= “En este gran día de epopeya de la nación chilena, nación de renombre mundial, queda rehabilitado nuestro gran e ilustre líder de los líderes, eminente Manuel Aburto Panguilef, para que prosiga su feroz lucha de emancipación racial y nacional de nuestra Araucanía, hasta realizar su definición territorial de pueblo y raza naciente, como el sol de la Divina mano de la creación del globo terrestre de animosidad lateral continuo y permanente función científica de perpendicular creación y vislumbre eterna y mundial, como la nueva Jerusalem de reciente restauración de íntima satisfacción y concordia de aquella mano de procreación continua en lo Divino y material de la función permanente y estable de tal globo terrestre de la citada animocidad perpendicular de eterna duración”. – 11. Manuel Aburto Panguilef, Manuscrito inédito, 1948, p. 401. 198 La raza de M. a P. y la raza de M. A. P. De cuatro horas a cuatro y media de la mañana.– 2= “Washington: – De allá se te anuncia que debes permanecer en tu tesis favorable a la nueva restauración de Jerusalem eterno de eternidades de todas las edades del globo terrestre de animosidad eterna de la Divinidad mano del Dios excelso y de millares de benignidades, sensaciones, palpitaciones y articulaciones de aquellas y análogas sensibilidades del Ser creador, de un modo innegable y perspicaz analogía de duración eterna y global de millares y millares de bienes a disposición del género Humano”. – De siete veinte a siete cuarenta horas de la mañana.– 12 El judaismo entra en la escritura de Aburto como dato espiritual por la Biblia y entra como dato histórico por el periódico. Y en ambos casos lo hace como significante de una misma condición racial, condición que no tiene tanto que ver con el mestizaje de Marchant, como con la condición de pueblo colonizado, de pueblo desterritorializado. La restauración del “Jerusalem eterno” significa la esperanza en “la restauración de aquel Territorio zonal de la antigua Araucanía”.13 Restauración del territorio perdido y por lo tanto restauración del espíritu perdido. Pero mientras tanto, raza sin territorio y por lo tanto raza reducida a una escritura. De ahí que la práctica mística y política de Aburto por recuperar la autonomía territorial, pase por una particular práctica de escritura. En cierta forma sus actividades pueden ser leídas como el intento por actualizar una autonomía territorial de facto, materializada en la constitución de un archivo autónomo y en la aplicación de una ley propia, una ley de la raza. Muchos de los papeles reunidos por el archivo de la Federación Araucana tienen que ver con procesos jurídicos llevados por Aburto, procesos en los que él hacía de juez por conocer la “ley natural de la raza” (es su expresión), la única aplicable a sus miembros. En 1924 Aburto declaraba: “SOMOS UN GAN PUEBLO, LA LEGISLACIÓN NO ESCRITA ES MÁS SABIA. SOMOS LA BASE DE UNA GRAN RAZA, COMO LO RECONOCE EL HIMNO NACIONAL, PUES 12. Ibíd., pp. 394-395. 13. Ibíd. p. 400. 199 André Menard EL ARAUCANO JAMÁS HA SIDO VENCIDO”14. Lo notable es que esta legislación no escrita, esta “ley natural de la raza”, produce paradójicamente un volumen ingente de escritura basado en el registro sistemático de los afiliados a la Federación así como en la constitución de un impresionante corpus de legajos judiciales en los que se anotaba el acta de los juicios y mediaciones llevadas por Aburto. Constitución pues de un registro civil mapuche y de una jurisprudencia mapuche como formas de un archivo autónomo. Pero archivo de un pueblo sin espíritu (y sin estado), por lo tanto raza poseedora de una ley no escrita y natural. Y, contra la idea espiritual que supone a la raza como dato de la naturaleza, y a la ley como producto de la historia, aparece esta contra-idea de una ley natural o sobrenaturalmente dada y de una raza que debe ser materializada en esta práctica de escritura política, jurídica y contingente. Ley natural de la raza y raza como escritura. Por lo tanto, si la escritura de Aburto es una escritura judaica, es porque en ella la ley de la raza carece de territorio y no cuenta más que con el cuerpo escrito de su raza para materializarse. Raza como escritura que por lo tanto cuestiona el discurso soberano de una ley fundada en el territorio, ley mestiza en un país mestizo por el ercillano decreto de Andrés Bello. Y lo cuestiona oponiendo el después siempre histórico de una guerra, al antes ercillano de la mitología mestiza. * Retorno ahora a la concha de su madre y a la performatividad por la que en su enunciación parece abrirle una concha al lenguaje, rajándolo y chingándolo. En términos de Marchant, o casi, inscripción traumática del real de la conquista sobre la superficie simbólica de la lengua. Golpe a la lengua. Golpe de la historia que vemos operando también en el idioma francés que sostiene muchas de las lecturas de Marchant. Quizás el insulto más equivalente en su violencia (aunque sabemos que tratándose de insultos no hay equivalencia posible) a la sacada de madre chilena y castellana, sea en el francés contemporáneo uno que 14. La Nación, Santiago 26 de diciembre de 1924. Con mayúsculas en el original. 200 La raza de M. a P. y la raza de M. A. P. literalmente se traduce por “culeado de tu raza”. Los insultos se ofrecen así como una suerte de archivos performativos de la violencia, archivo colonial americano en el caso de la concha y de su madre, archivo colonial francés en el caso de la raza y su culeado. Así vemos cómo en esta performatividad, la concha de su madre parece liberar una energía que tiene menos que ver con el fondo pulsional submarino, que con la violencia estructural con que una guerra se inscribe en el lenguaje. Y más que el acontecimiento mismo y concreto de una guerra, lo que se inscribe desgarrando el lenguaje, es la imposibilidad de cubrir con la misma superficie significante las perspectivas irreconciliables del violador y del violado. Acierto de Marchant al plantear el estar latinoamericano en el entre-dos del invasor y el invadido, de las dos lenguas, las dos sangres y las dos historias. Trauma entonces, pero que no es el de Aburto, ni el de la raza invadida ni el de la india violada, sino que el trauma que chinga o raja la superficie de un discurso mestizo y soberano. Trauma estructural de un siempre fallido racismo espiritual mestizo. 201 CATÁSTROFE Y REPETICIÓN: SOBRE PATRICIO MARCHANT Sergio Villalobos-Ruminott Expropiados del nombre, somos en su falta, estamos en ella Pablo Oyarzún. Regreso y derrota Introducción ¿Qué sería aquello que se nombra como literatura latinoamericana? ¿A qué debería dicha literatura su condición orgánica y su proceso? Estas preguntas no interrogan por un saber determinado, sino que apuntan a suspender una comprensión naturalizada sobre la narrativa y la poesía del continente, como si estas estuviesen orgánicamente relacionadas y encarnaran un cierto desarrollo procesual del que pudiésemos advertir etapas y movimientos. Podríamos incluso arriesgar una oración que causará, estamos seguros, más de alguna antipatía: la literatura latinoamericana no existe más allá de las operaciones historicistas que la constituyen, mediante monumentalizaciones y canonizaciones de diverso tipo, en un campo de estudio a cargo de expertos, críticos y académicos; la mayoría de ellos cobijados en la universidad, en cuanto aparato burocráticamente organizado por la división moderna del trabajo intelectual. Más que un campo real de problemas organizados unitariamente, la literatura latinoamericana no sólo se mostraría en la actualidad como el artificial agregado de énfasis curriculares y carreras académicas, sino también como un campo definitivamente en crisis, ya agotado debido a las mismas dinámicas culturales post-literarias que abundan en la región. Y esto último terminaría por sepultar cualquier posibilidad de organizar una interrogación del espacio literario latinoamericano en términos geopolíticos de pertenencia, identidad y progreso. 203 Sergio Villalobos-Ruminott En efecto, existen varios argumentos sobre el agotamiento, la inutilidad o el final de la literatura regional en las intervenciones recientes en los estudios literarios latinoamericanos, especialmente en el latinoamericanismo desarrollado en las universidades norteamericanas1. Este agotamiento, podríamos decir, se debe a la desarticulación entre cultura y Estado que caracterizaría al proceso de globalización acaecido en América Latina, de manera más notoria, desde comienzos de los años 1970, y a la emergencia de nuevas tecnologías mass-mediáticas que habrían afectado las dinámicas culturales en la región. Así, la clásica Ciudad letrada (Rama, 1996) que medió la configuración hegemónica de las sociedades latinoamericanas desde los tiempos coloniales, estaría siendo ahora substituida por una cosmopolítica diferente que se define por su privilegio de la imagen y por su virtualización de lo real2. Más virtual que la misma ficción política moderna, 1. Para referir sólo algunos hitos de este debate, mencionemos el trabajo panorámico de Jean Franco, The Decline and Fall of the Lettered City: Latin America in the Cold War, Cambridge, Harvard University Press, 2000. Y, el temprano texto de John Beverley, Against Literature, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1993. Mientras Franco describe las consecuencias de la globalización y el desarrollo de los mass-media en la cultura latinoamericana, y en el “proceso” literario regional, Beverley critica a la literatura por representar una institución de clase media-alta que habría estado permanentemente envuelta en la producción y perpetuación de las clases subalternas latinoamericanas, proponiendo el Testimonio (particularmente indígena y subalterno), como una práctica de escritura (pero no literaria o letrada) que expresa una forma de agencia subalterna que interrumpiría la alianza entre los intelectuales tradicionales latinoamericanos (arielistas y neoarielistas) y los centros metropolitanos de saber. Por otro lado, un trabajo excepcional, debido no sólo a su calidad sino también a su atipicidad, sería Tercer espacio: literatura y duelo en América Latina, Santiago de Chile, Universidad ARCIS/Lom ediciones, 1999. Su objetivo es la redefinición del espacio literario “latinoamericano” más allá de cualquier atribución identitaria, atendiendo a constantes históricas de la imaginación literaria, en cuanto elaboración reflexiva de la dinámica regional, pero sin pretender constituirse en “un nuevo fundamento” para el campo latinoamericanista. Quizás a ello debemos el hecho de que un libro tan importante aún no haya sido leído ni recepcionado críticamente. 2. Terry Cochran, entre muchos otros, apunta a un nuevo espacio cosmopolítico diferente de aquel relacionado con la imprenta y su universo. Ver, Twilight of Literacy: Figures of Thought in the Age of Print, Cambridge, Harvard University Press, 2005. Sin embargo, lo que aún demanda ser pensado serían las consecuencias no sociológicas de esta desarticulación entre la literatura y las instituciones culturales del Estado (principalmente la Universidad), precisamente porque dicha desarticulación aparece como condición para lo que podríamos llamar un espacio literario post-hegemónico, un espacio posibilitado 204 Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant esta nueva cosmopolítica parece estar presente en cada rincón de nuestro mundo, gracias a la omnipresente condición de su articulación tecno-tele-mediática. Sin embargo, este tipo de argumentaciones tienden a organizarse en dos ejes principales; por un lado, el fin de la literatura y la imaginación literaria es concebido como el fin de su moderna función sociológica (interpelación ideológica y educación moral). En un mundo post-ideológico, el poder pareciera estar articulado sin la mediación clásicamente atribuida al orden letrado (literatura y ley). Pero, por otro lado, en un sentido más aprehensible, la desarticulación entre cultura y Estado, que también apuntaría a la crisis de la izquierda tradicional, habría permitido la emergencia de narrativas reprimidas que estaban en una posición subalterna gracias a la centralidad estratégica de la institución literaria en la historia latinoamericana. En otras palabras, el potencial crítico de lo literario estaría acabado, ya sea porque los aspectos sociológicos relativos a su función han cambiado o porque nuevas y no tan nuevas pero silenciadas narrativas —heterogéneas a lo literario— se expresarían ahora de manera más poderosa. La literatura, frente a esto, se mostraría como una institución eminentemente conservadora, y como una práctica intelectual impolítica e impotente para entreverarse con el nuevo paisaje global. Es en este contexto que queremos comentar el trabajo de Patricio Marchant, un trabajo que se caracteriza por formular la relación entre pensamiento, lenguaje e imaginación literaria en América Latina y que sin pertenecer al campo profesional de la crítica literaria, constituye un aporte indesmentible para reflexionar sobre el espacio literario sin repetir ingenuas nomenclaturas identitarias y profesionales. Marchant fue autor de un libro único titulado Sobre árboles y madres3, un trabajo autoeditado que apareció en 1984 y que estaba dedicado a la poesía de Gabriela Mistral, a quien él consideraba como una poeta cuya elaboración de la experiencia errática del habitar humano la distinguía por el hecho de que la literatura ya no sirve para la articulación hegemónica de la sociedad latinoamericana contemporánea. Es esta inutilidad la que entendemos como condición impolítica del espacio literario. 3. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres: poesía chilena, Santiago, Ediciones Gato Murr, 1984. 205 Sergio Villalobos-Ruminott y la desmarcaba de las recepciones habituales que de su obra se han hecho. El año 2000, una serie de sus artículos e intervenciones públicas fue compilada y editada por Willy Thayer y Pablo Oyarzún con el título Escritura y temblor4, lo que ha favorecido su relectura, aún cuando su trabajo todavía aguarda una sostenida confrontación. En cualquier caso, estos dos libros contienen la complejidad y riqueza de una de las figuras más intrigantes de la escena intelectual chilena, cuya influencia es bastante palpable en el debate contemporáneo sobre política, filosofía, crisis de la Universidad nacional, y sobre la naturaleza y consecuencias del golpe de Estado de 1973 y el estatus de la imaginación literaria y del pensamiento histórico en el continente. Marchant estudió filosofía en la Universidad de Chile, en la Université de Montréal y en la École Normale Supérieure de París, y antes de su muerte fue un activo miembro de la escena intelectual bajo la dictadura de Pinochet. Junto con sus reflexivas consideraciones sobre Mistral y Neruda, Paz, Borges y García Márquez, también incorporó las contribuciones de la escuela húngara de psicoanálisis, principalmente de Imre Hermann, a través de la recepción del psicoanalista húngaro-francés Nicolas Abraham y sus nociones de “anasemia”, “poeta” y “poema”. En Canadá, trabajó con Luis-Bertrand Geiger y en París con Jacques Derrida con quien desarrolló una relación de amistad por varios años. Durante la década de 1980, pasó algún tiempo en Francia mientras vivía principalmente en Chile hasta su inesperada muerte en 1990, en el umbral del proceso transicional a la democracia en dicho país. Sus lecturas de la escena intelectual francesa, Freud y Heidegger, y de la literatura latinoamericana lo llevó a una comprensión innovadora y controversial de la relación entre lenguaje y raza, literatura y pensamiento, que exploraremos en las siguientes páginas con la intención de habitar en lo que ya hemos llamado la condición impolítica del espacio literario. Poesía, lengua y raza En su libro sobre Gabriela Mistral, Marchant desarrolla una lectura sistemática de la poeta chilena desde el punto de vista de lo 4. Patricio Marchant, Escritura y temblor, edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago de Chile, Cuarto propio, 2000. 206 Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant que Nicolas Abraham ha llamado la dimensión anasémica del lenguaje: “lenguaje anasémico en la terminología de Abraham, que alude a aquello ‘sin lo cual ninguna significación habitual —ni en sentido propio ni en sentido metafórico— podría advenir’”5. Este carácter anasémico del lenguaje psicoanalítico (y poético), que Abraham elaboró a partir de su recepción del trabajo de Imre Hermann, se opone a los análisis simbólicos propios de las concepciones culturalistas e historicistas del lenguaje, y le permitió a Marchant leer a Mistral más allá de su recepción habitual, para encontrar en su poesía una coincidencia con el tópico psicoanalítico de la madre como ficción generativa del origen, y de la figura del árbol como un tropo arquetípico relacionado a la existencia humana6. Para Hermann —y esta es la noción de poema aludida acá—, la única posibilidad de hablar del origen del hombre sería al nivel del mito arcaico del principio de la historia humana como pérdida del abrigo y de la madre, como caída y abandono, pero no de manera existencialista sino en cuanto una forma de hablar generativa: un “poema”. Consistentemente, emerge aquí la diferencia entre la teoría del sentido que se mueve enteramente al nivel de la significación simbólica y una teoría de la significación atenta a su articulación anasémica, en cuanto proceso indirecto, una especie de trans-fenomenología para la cual el psicoanálisis, en cuanto práctica interpretativa oblicua, resulta ser un ejemplo crucial. La principal postulación de Marchant es, por lo tanto, la concomitancia de tópicos en Hermann, Abraham, Heidegger y Mistral (podríamos agregar a Benjamin y su crítica de la filosofía burguesa de la lengua); concomitancia que, por otro lado, éste 5. Patricio Marchant, “El árbol como madre arcaica en la poesía de Gabriela Mistral (1982)”, Escritura y temblor, op. cit., p. 117. 6. Marchant se refiere a la versión francesa de Imre Hermann, L’Instinct filial, París, Denoel, 1972; donde se desarrolla la cuestión tropológica del árbol y del origen como caída y des-sujetamiento o privación, cuestión que marca el habitar como errancia y pérdida. Posteriormente, el mismo Abraham postuló la relación fundamental entre psicoanálisis y literatura a partir de la noción de sujeto psicoanalítico como instancia esencialmente incoherente, considerando, a su vez, la práctica interpretativa como ejemplo de una indagación en las fuentes trans-fenoménicas del sentido, más allá de su constitución soberana y unilateral. De aquí la relevancia de la noción de anasemia, pues en ella se materializa la teoría del sentido poético que Marchant considera central en su lectura de Mistral. Entre los múltiples trabajos de Abraham, y de su colaboración como Maria Torok, habría que destacar The Shell and the Kernel: Renewals of Psychoanalysis, Chicago, University of Chicago Press, 1994. 207 Sergio Villalobos-Ruminott nombra con la noción de “escena” y que no tiene nada que ver con analogías formales o influencias. Se trata de la correspondencia inherente entre poesía y pensamiento, articulada ahora por una compleja teoría de la a-significación poética: Gabriela Mistral trabaja, entonces, con los mismos elementos de lo que, comentando a Abraham comentando a Hermann, llamamos el poema del origen del hombre; es decir, pero entiéndase bien lo que esto significa, Gabriela Mistral pensó por su cuenta, independientemente del psicoanálisis, relaciones inconscientes arcaicas.7 Esta concomitancia entre la poesía de Mistral y la comprensión psicoanalítica del origen, más allá de cualquier teoría antropológica y de cualquier simbología historicista, nos permite comprender la tematización del origen como contenido arcaico del “poema”; es decir, en tanto que emergencia y principio y no como un código fetichista que administre la experiencia humana in illo tempore. Visto entonces desde la configuración anasémica de lo arcaico, el poema puede ser concebido como una postulación sobre el habitar humano (abandono y pérdida) en tanto que “falta” esencial, toda vez que en éste no se manifiesta la plenitud sino la precariedad de la experiencia humana en cuanto separación y errancia. Si el origen es una “falta” (hay falta en el origen tanto como el origen mismo está en falta), lo que se extraña aquí no es sólo la presencia sustantiva de una entidad, sino la misma noción de identidad, lo que obviamente desbarata las apropiaciones vulgares de la poesía mistraliana, mostrándonos a la interpretación habitual y profesional como forzada reducción discursiva. La poesía de Mistral, por lo tanto, es una elaboración del origen como falta y ficción, que redefine toda la polémica sobre lo que ha sido clásicamente agrupado bajo la noción de identidad latinoamericana. Por eso, para Marchant (y es esto lo que más acompleja a la crítica literaria tradicional), tanto la dicotomía metafísica de identidad y diferencia, como la representación oficial de Mistral en cuanto madre de la poesía chilena o latinoameri7. Patricio Marchant, “El árbol como madre arcaica en la poesía de Gabriela Mistral (1982)”, Escritura y temblor, op. cit., p. 119. 208 Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant cana, son productos del historicismo característico de la institución literaria, que desatiende la condición reflexiva del poema, su cifra, y con ello evade la interrogación que éste hace posible —su don. Esto traza un camino distinto, un pathos y una patética marchantiana que se mostrará particularmente indispuesta con respecto a la patética lectura de Mistral que Jorge Guzmán había ensayado en 19848. Para Marchant, la poesía puede ser leída —y generalmente lo es— de acuerdo a su contenido explícito o intencional, lo que ésta dice literariamente de la experiencia del poeta; pero esa sería una lectura que privilegia la dimensión comunicativa del lenguaje — una lectura subordinada a la soberanía del poeta (autor, creador, genio). Por el contrario, su interés estaría en aquella otra lectura donde el poeta, si así pudiésemos decirlo, es hablado por el lenguaje, lo que supone la suspensión de toda relación soberana (dada la condición histórica y no gramatical de la significación). 8. Justo después de la auto-edición de su libro Sobre árboles y madres, por la casa editorial Gato Murr (en alusión a la autobiografía fantástica de E.T.A. Hoffman, Opiniones del gato Murr) y como una contestación a las críticas que el mismo Marchant había realizado a su libro Diferencias latinoamericanas, Santiago, Centro de Estudios Humanísticos, 1984; Jorge Guzmán criticó el libro de Marchant y su patético estilo, como ejemplo de una lectura especulativa y exagerada de Mistral, una suerte de pastiche medieval o palimpsesto. (Esta crítica apareció en 1986, bajo el título “Patricio Marchant: Sobre árboles y madres”, Santiago, Estudios Públicos 22, pp. 303-313). La crítica de Marchant a Guzmán que habría iniciado la polémica (y que apareció en 1985, ahora compilada en Escritura y temblor, “Jorge Guzmán: ¿diferencias latinoamericanas?”, pp. 127136), se dirigía a la auto-limitación del libro de Guzmán que leía la poesía de Mistral sólo a nivel de su contenido manifiesto, sin alcanzar a interrogar la más decisiva dimensión anasémica de su elaboración poética. Este es uno de los muchos ejemplos que marcan la insuperable diferencia entre el procedimiento marchantiano y la operación historicista y culturalista que está a la base de la lectura figurativa, simbólica y alegórica (en sentido tradicional) propia del establishment crítico. A la vez, no se trata de una reivindicación de la condición universal de la poesía mistraliana, sino, de advertir la posibilidad de encontrar en ella una expresión de la “diferencia” latinoamericana, su différance, que no remite, bajo ningún punto, a la cuestión ontológica de los atributos del ser. Se trata de la diferencia como resultado, en proceso, de las complejidades inherentes a la experiencia histórica del ser en cuanto estar-en-el-mundo (estancia), que Guzmán desconsideró (obliteró) en su apelación al contenido manifiesto de la poesía mistraliana. Por supuesto, lo que está en juego acá es una particular recepción de la filosofía heideggeriana desde el punto de vista del Dasein como “estar-ahí” y “estancia”, que marca notoriamente la interpretación marchantiana. 209 Sergio Villalobos-Ruminott Así, es el carácter anasémico del sentido y no la “intencionalidad comunicativa” del poeta lo que constituye la experiencia poética y hacia ella habría que apuntar en una interrogación reflexiva que trascienda las limitaciones propias de la operación de “reconocimiento” desarrollada por la crítica profesional. En este sentido, la “gran” tradición crítica latinoamericana habría habitado endémicamente la dimensión de una lectura manifiesta, enfatizando la “intencionalidad comunicativa” de la poesía y concibiendo al poeta como un “agente” de sentido (la romántica voz de la tribu). Éste es, sin embargo, el límite de esta tradición, en tanto que esta crítica historicista todavía está domiciliada en el plexo de una concepción vulgar o burguesa del lenguaje, para la cual el sentido y lo simbólico son más importantes que una comprensión de la poesía en tanto que articulación de una experiencia histórica particular, más allá de toda intención y voluntad comunicativa9. 9. Es evidente la alusión al seminal ensayo de Walter Benjamin, “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres”, Sobre el programa de la filosofía futura, Barcelona, Planeta-Agostini, 1986, pp. 139-153. Por ejemplo, “¿En qué lengua se habla Hispanoamérica?” (1987). En el mismo título de su artículo, la presencia de la partícula reflexiva indirecta “se”, desactiva la agencia del sujeto (Hispanoamérica), mostrándolo no como el que habla, sino como el que es hablado. En el fondo, más allá de la comprensión vulgar o burguesa (mercantil, comunicativa, caída a la circulación y al valor) de la lengua, estarían las “filosofías del nombre” (Rosenzweig, Heidegger, Benjamin, Levinas, Derrida), para las que la lengua es pensada como don y exceso respecto de su mera función comunicativa; un don, sin embargo, que no puede ser apropiado. En este sentido, la literatura latinoamericana sería un ejemplo de dicho don, realizada en la lengua del conquistador, expresa la im-propia relación al sentido con la que la raza latinoamericana habita el mundo (volveré sobre estas nociones en cursivas). En otras palabras, la falta de origen y el origen como falta, aparecen como condición para una im-propia relación entre el nombrar poético y sus nombres. Como mínimo, esta des-apropiación desactiva toda lectura ontológica de la cuestión de la identidad y de los atributos, e interrumpe también toda la operación del juicio analítico propio de la crítica literaria tradicional. Es decir, la cuestión del don de la lengua (y de la lengua como don) en tanto que im-propiedad e interrupción es ya una desactivación de la problemática general del juicio, lo que no sólo concita las reacciones del establishment literario, sino también del neokantismo filosófico que pulula en las universidades criollas. En esta misma sustracción del nombre a la circulación habita la posibilidad de oponer el poema del nombre a la cifra del capital, como primer paso en la elaboración de una crítica del valor atenta la problemática del lenguaje. 210 Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant Por otro lado, una vez abandonada la “concepción vulgar de la lengua”, lo que aparece como “asunto” del poema sería una cierta experiencia particular relacionada con la violencia de la historia y su permanente repetición, desde el origen ficcional de Hispanoamérica, la Conquista, hasta la última versión de esta catástrofe: el golpe de Estado chileno de 1973. El estatus de esta “catástrofe qua repetición”, sin embargo, no es meramente empírico sino que apunta a una dimensión constitutiva y distintiva que Marchant percibe en la literatura latinoamericana, en la medida que dicha literatura estaría marcada por la condición de impropiedad y precariedad de la lengua de su propia inscripción (experiencia que Mistral concibió como desolación): Lengua de padre español, Lengua de india violada, la Lengua en que se habla Hispanoamérica es una Lengua fragmentada, violada. No porque, como cree cierta “crítica” universitaria chilena, que en el español-europeo, a diferencia del latinoamericano, las palabras funcionan con un sentido pleno. Toda Lengua es Lengua violada.10 Su análisis de la poesía de Mistral, por lo tanto, atiende al carácter precario y acontecimental del lenguaje y suspende la asumida plenitud del sentido que caracteriza a la crítica tradicional. Ahora, la poesía no es un discurso que se mueve a nivel del contenido manifiesto (político, reivindicativo, festivo, épico), sino que una forma de entreverarnos con nuestra relación impropia con el sentido —una relación caracterizada por el hecho de que la literatura latinoamericana se escribe con la lengua del conquistador. Es esta precaria condición de la lengua, el hecho de que “nosotros” no la poseemos ya que ésta no pertenece a nadie, lo que marcaría la experiencia más decisiva de un pensamiento latinoamericano cuyos bordes y contornos escapan de cualquier ontología regional. Este sería el don de la poesía mistraliana: ser una elaboración de nuestra histórica condición, donde lo que más importa es la temporariedad de un habitar como estancia en la lengua, cuestión que desactiva cualquier osificación de lo latinoamericano. Desde ahí es que Marchant postula la idea de 10. Patricio Marchant, “¿En qué lengua se habla Hispanoamérica? (1987)”, Escritura y temblor, op. cit., p. 315. 211 Sergio Villalobos-Ruminott una raza latinoamericana, una raza de mestizos que difiere del racismo espiritual europeo y su referencia circular a la historia de Occidente: De este modo, en Gabriela Mistral, es la raza la que toma conciencia de sí misma, gracias a su escritura. Conciencia de sí misma: de su “estancia” gracias a la escritura, de su herencia europea (la lengua castellana) y de haber aparecido tal vez demasiado tarde en la historia y a causa de ello, su precariedad constitutiva.11 En este sentido, la idea literaria de una raza hispanoamericana, una raza de mestizos, apunta a una experiencia que difiere de cualquier tipo de identidad sintética o biológica (como en la idea de raza cósmica de Vasconcelos o como en la agenda cultural Antropofágica de la vanguardia brasileña). Tampoco se trata de una noción antropológica alternativa al énfasis post-colonial en las redescubiertas textualidades indígenas, o un producto de lo que ha sido llamado la transculturación narrativa de América Latina12. Para Marchant, y por cierto, para Mistral, la raza es la condensación histórica de una siempre-repetida experiencia originaria de violencia, asociada al evento del Descubrimiento y reactualizada regularmente; pero también es la particular experiencia derivada de una imposible apropiación que nos remite a elaborar el duelo infinito por la catástrofe histórica en una lengua otra. En este sentido, la literatura latinoamericana (pero no la gran literatura que es el resultado de una operación interpretativa elaborada desde la gran política moderna) no expresa una fictive ethnicity (criolla o mestiza) en el nivel vulgar de la política 11. Patricio Marchant, “‘Atópicos’, ‘etc.’ E ‘indios espirituales’” (1989), Escritura y temblor, op. cit., p. 391. 12. Es fundamental diferenciar la noción literaria de “raza” en Marchant, que opera una inflexión en el racismo espiritual europeo, de aquella otra noción socio-antropológica que aparece constantemente en el campo de los estudios históricos y literarios en el continente, donde junto a la noción de “raza cósmica” desarrollada por José Vasconcelos (La raza cósmica: misión de la raza iberoamericana, Madrid, Aguilar, 1961), habría que ubicar el programa modernizador de Ángel Rama y su célebre Transculturación narrativa en América Latina, México, Siglo XXI, 1982, que lee la literatura regional como síntoma y causa de procesos de aclimatación entre elementos arcaicos y modernos en la cultura regional 212 Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant (identitaria), sino una nueva formulación de la problemática del ser (estar) y del habitar, que Marchant estaba elaborando hasta el momento de su desafortunada muerte. La viabilidad de esta hipótesis marchantiana, su ir contra la corriente de los énfasis identitarios del pensamiento categorial universitario y sus actuales manifestaciones post-colonialistas, se comprueba de sobre manera en múltiples escrituras latinoamericanas (Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, César Vallejo, José María Arguedas, Pablo Neruda, Nicanor Parra, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, entre varios), donde lo que resulta relevante no es la pertenencia geográfica ni identitaria a un cierto horizonte temático, sino la comunidad del nombre expresada en la desgarrada reiteración de una misma problemática13. De ahí entonces la importancia para Marchant de la inadvertida diferencia contenida en las derivaciones del “ser” y el “estar” en el español contemporáneo: “Estar” y no “ser”. Diferencias entre los dos verbos: “ser”, que confiere a los sujetos cualidades y maneras de estar permanentes, inherentes a su naturaleza; “estar”, que confiere estados pasajeros. Si, en lo que nos atañe, damos preferencia al verbo “estar”, y a su derivado “estancia”, de ningún modo se trata de dar la preferencia, ante lo natural, ante una supuesta naturaleza, al eterno transcurrir heracliteano. Allende tales oposiciones metafísicas, con “estar” y “estancia”, queremos o intentamos marcar la “fragilidad” de un “estar” como un “estar” inscrito en una escritura.14 13. Sírvanos por ahora un comentario de José Carlos Mariátegui a la poesía de César Vallejo: “Vallejo tiene en su poesía el pesimismo del indio. Su hesitación, su pregunta, su inquietud, se resuelven escépticamente en un ‘¡para qué!’ En este pesimismo se encuentra siempre un fondo de piedad humana […] Carece este pesimismo de todo origen literario. No traduce una romántica desesperanza de adolescente turbado por la voz de Leopardi o de Schopenhauer. Resume la experiencia filosófica, condensa la actitud espiritual de una raza, de un pueblo. No se le busque parentesco ni afinidad con el nihilismo o el escepticismo intelectual de Occidente. El pesimismo de Vallejo, como el pesimismo del indio, no es un concepto sino un sentimiento” (456). José Carlos Mariátegui, “César Vallejo.” Crónicas. Tomo I: 1915-1926, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1984, pp. 453-459. 14. Patricio Marchant, “‘Atópicos’, ‘etc.’ E ‘indios espirituales’” (1989), Escritura y temblor, op. cit., p. 375. 213 Sergio Villalobos-Ruminott Esta “estancia” en la lengua es crucial para comprender, por ejemplo, la proximidad entre la ambigua condición de marranos y latinoamericanos: “es así como, debido a una cierta identidad entre la errancia judía y la errancia latinoamericana, la escritura latinoamericana se asemeja a aquello que Edmond Jabès —ese primo de la orilla oscura del Mediterráneo, como habría dicho de él Gabriela Mistral— llama ‘Judaïsme après Dieu’”15. Porque Marchant considera importante comprender la historia desde un punto de vista no esencialista, pero sin indiferenciar todo en una des-dramatización pragmática de la catástrofe. Esta es, podríamos decir, la posibilidad inaugurada por el poema: ser una interrupción de la significación que no promete una narración recuperativa de la historia, sino que des-obra o des-activa su circulación como mercancía. El poema es una crítica de la economía política de la narración, una crítica de la teoría del valor implícita en cualquier forma de historicismo, particularmente en aquella propia a la historia espiritual de la literatura occidental. En tal caso, “mestizo” no es un nombre que apunte a una determinación ontológica de atributos que pueden ser organizados en un orden categorial; por el contrario, “mestizo” nombra la radical des-posesión de un lenguaje con el cual habitar en propiedad la tierra. “Mestizo”, nombre de la falta y la fugacidad, es un tropo literario que muestra, al nivel literal (y no figurativo) de lo anasémico, aquello que podríamos llamar “lo latinoamericano”. De la misma forma como el pícaro, el monstruo, el bárbaro y el negro han funcionado como tropos liminares de la imaginación de Occidente, marcando el límite del espiritualismo europeo y su correlativa imagen del hombre, pero de manera tal que en cuanto diferencia, ésta no puede ser confundida con el fundamento de una política identitaria “alternativa”. En general, al leer a Abraham junto con Heidegger, Marchant es capaz de proponer una noción de poesía que difiere de la idea de discurso, y, gracias a eso, es capaz de alejarse de las implicaciones metafísicas que caracterizan a la crítica literaria estándar, misma que permea la comprensión estética de la poesía como poiesis, producción y obra de arte. Marchant lee en Mistral, como un poeta, la elaboración anasémica como ruina de la representa15. Ibíd., p. 378. 214 Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant ción, una ruina que no coincide con ningún fetichismo del fragmento sino que desactiva (suspende) la lógica de la producción que traduce el poema al discurso significativo de la crítica. No hay aquí oposición entre poema y logos, precisamente, porque el logos no ha sido reducido a discurso y racionalidad. A la vez, la falta de origen y la im-propia relación a la lengua coincidiría en Mistral con la experiencia del fracaso y la derrota. El mejor ejemplo de esta coincidencia sería el poema “El regreso”16, el que ha sido comentado por Marchant en su ensayo “‘Atópicos’, ‘etc.’, e ‘indios espirituales’”, un ensayo que inauguró el camino seguido por Pablo Oyarzún en su subsecuente comentario al mismo poema de Mistral, y que citaremos a continuación: El poema al que me refiero dice la historia como derrota. El decir poético que puede decir así la historia es un decir que se dice a sí mismo como fracaso. La derrota histórica y el fracaso poético (el fracaso de la palabra, del poder de los humanos nombres) constituyen la unidad esencial del inaudito decir de este poema. Sería El regreso una re-inscripción –una re-escritura– del poema en la historia17. Todavía necesitamos pensar cuidadosamente el estatus de este fracaso y de esta derrota en Marchant, precisamente porque lo que está en juego aquí es la experiencia histórica de América Latina, una experiencia marcada por la violencia y la desolación. En cualquier caso, este fracaso y esta derrota no son ni condiciones trascendentales de cualquier experiencia posible, ni eventos empíricos relativos al orden de lo accidental o lo contingente; se trata de la condición de posibilidad específica del poema y de su interrogación reflexiva. En este sentido acotado, el fracaso y la derrota, la catástrofe y la repetición, constituirían el cuadrante en el que se inscribe/escribe la potencialidad de la literatura, su condición impolítica. 16. Incluido en el poemario de 1954, Lagar. Estamos refiriendo la edición de Gabriela Mistral, Obras Completas, Santiago, Andrés Bello, 2004, pp. 526-257. 17. Pablo Oyarzún, “Regreso y derrota. Diálogo sobre el “gran poema”, el estar y el exilio”, La letra volada, Santiago, Universidad Diego Portales, 2009, pp. 237248 [ref. cit. p. 242]. 215 Sergio Villalobos-Ruminott Soberanía contra soberanía: lo poético como pensamiento histórico. Los primeros dos versos de El regreso dicen así: Desnudos volveremos a nuestro Dueño, manchados como el cordero de matorrales, gredas, caminos, y desnudos volveremos al abra cuya luz nos muestra desnudos: y la Patria del arribo nos mira fija y asombrada. Pero nunca fuimos soltados del coro de las Potencias y de las Dominaciones, y nombres nunca tuvimos, pues los nombres son del Único (526-527). Lo que es crucial en estos versos es la exposición de la precaria condición humana manifiesta en la errancia, la desnudez y la falta de nombres propios, en la medida en que “los nombres son del Único”. El estatus de la experiencia humana sería tanto el de la desolación como el de la des-posesión, una falta radical de determinación gracias a la cual experimentamos el destino como permanente errancia e indeterminación. Oyarzún, en el comentario previamente mencionado, enfatiza cómo la lectura de Marchant estaba orientada a ponderar una experiencia constitutiva —aquélla del fracaso y de la derrota—, más que circunstancial. Dicha experiencia, sin embargo, tampoco se deriva de una economía restringida del deseo ni menos de una modesta antropología de la pobreza, pues para Marchant, Mistral como poeta es una pensadora de la condición histórica de la lengua y, por lo tanto, su poesía es una interrogación de la “falta” de algo que nunca hemos poseído: Expropiados del nombre, somos en su falta, estamos en ella. En su falta, no como su pérdida o su indebida omisión, no a la manera del accidente, sino como lo que para “nosotros” —para los que el poema pro-nombra “nosotros”— determina la más íntima esencia del Nombre: eso es lo que dice 216 Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant el poema. El poema poetiza la desposesión de lo que nunca podía haber constituido, para “nosotros”, una propiedad, pero cuya carencia nos determina como lo que somos.18 En efecto, Marchant no está pensando este poema ni la poesía de Mistral en general como una descripción categórica de la existencia humana, como si su lectura fuese posible por una subrepticia antropología negativa. Por el contrario, esta “falta” y “desposesión” (im-propiedad) se debe a una serie de circunstancias históricas cuyo despliegue no es el “olvido del ser” en general, sino los procesos materiales de Descubrimiento y Conquista en cuanto eventos que habrían precipitado la historia latinoamericana. De la misma manera, el golpe de Estado chileno del 11 de septiembre de 1973 aparecería como una re-actualización de la catástrofe latinoamericana en tanto este golpe no fue sólo un accidente local reducible al orden vulgar de “lo político”, sino tanto un fracaso del proyecto histórico latinoamericano de democracia radical y su más trágica derrota. En este sentido, el efecto de la intervención militar de 1973 fue la expropiación radical de la lengua en la cual y con la cual Chile y América Latina podían imaginarse a sí mismos, un golpe a la lengua de la imaginación política y literaria del continente. Gracias a esta lectura de la catástrofe como histórica re-currencia, Marchant concibió el sombrío paisaje post golpe como una ocasión para volver a leer (por primera vez) a Gabriela Mistral en toda su relevancia: “como si esta hubiera necesitado de la catástrofe nacional para comenzar a ser entendida”19. Por supuesto, lo que está en juego aquí es tanto una versión no accidental del fracaso y la derrota, como la misma condición histórica de América Latina después del golpe chileno. ¿Cómo se yuxtapone el poema y su condición anasémica con la experiencia cotidiana del terror que caracteriza a la historia de América Latina? Para él —y esta sería la clave de su pensamiento poético— la importancia del golpe estaba dada por su estructura cuasi-trascendental, en la medida en que éste, antes que inscribirse en el imaginario político continental como una 18. Ibíd.., p. 243. 19. Patricio Marchant, “Desolación. Cuestión del nombre de Salvador Allende”, Escritura y temblor, op. cit., p. 214. 217 Sergio Villalobos-Ruminott excepción, se muestra como re-actualización, es decir, como repetición y recurrencia. Así, el golpe repite la escena originaria y vuelve a evidenciar los límites del historicismo burgués que está a la base de las narraciones épicas, liberacionistas y progresistas de la gran política y de la gran literatura latinoamericana. En la siguiente cita tenemos una formulación que nos permite ver la forma en que el carácter no-accidental de la desolación humana y la materialidad del golpe de Estado se yuxtaponen: Reconozcamos, establezcamos la catástrofe como tal. Repetimos la concepción mistraliana: la “raza latinoamericana” se constituye al constituirse como escritura. Raza, escritura como diferencial (en sentido derrideano de differentia) poder político y cultural. Pero, en contraste con otros pueblos — europeos, por ejemplo— pueblos ricos en una tradición de escritura de siglos y los que al unificarse pudieron establecer su differentia política, la constitución de la escritura latinoamericana no ha ido, ni irá, tal vez, jamás acompañada de differentia política. La derrota del proyecto ejemplar latinoamericano, la Unidad Popular, canceló porque ejemplar, esa posibilidad a nivel de la totalidad de Latinoamérica.20 Más que un accidente en el plano vulgar de la política, el golpe se muestra como un pliegue que reorganiza la agotada imaginación latinoamericana, demandándonos una concepción del sentido —de lo político y de lo literario, al menos— que tome distancia del optimismo reformista y progresista que habría caracterizado a dicha imaginación en el siglo XX. En otras palabras, hay en su lectura una concepción doble de la imaginación poética o literaria de América Latina: por un lado, está la precariedad del espacio literario como un espacio tomado por la institucionalidad académica y la crítica tradicional, y además como un espacio débilmente configurado por (y con) la lengua del conquistador. De ahí que no haya nada propio (auténtico) en esta imaginación histórica, nada que pudiera ser reivindicado por la argucia de la identidad. Por otro lado, y en contra de la sobrevaloración romántica del decir poético (que llamaremos la 20. Ibíd.., p . 223. 218 Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant hipótesis del Dichtung21), se comprende que la imaginación literaria está, a su vez, sobredeterminada por los procesos históricos (cuestión que Marchant llama escritura), hasta el punto en que la misma literatura ahora aparece subsumida a la nueva soberanía inaugurada por el golpe de 1973. Es esta subsunción a la soberanía dictatorial la que desbarata las esperanzas de redención que habían acompañado al Boom literario latinoamericano, por ejemplo, pues resulta indesmentible que el golpe a la lengua no sólo afectó el decir cotidiano comunitario, sino también la paciente orfebrería de sus poetas. No se trata de que Marchant estuviese abogando por el “fin del poema” (y de la literatura en general) después del golpe, como si éste fuera nuestro pequeño Auschwitz, desbaratando así toda pretensión de sublimidad; por el contrario, el golpe, como repetición de la condición catastrófica de la historia, nos permite entreverarnos con la articulación anasémica del pensamiento poético, sólo si nos negamos a reducir el “poema” a la condición vulgar de un discurso escrutable desde la crítica tradicional. En este sentido, su pensamiento no está concernido con la institución literaria per se, o con las dimensiones sociológicas de esta práctica social. Se trata de habitar ciertos trabajos dotados con la habilidad de expresar o “des-ocultar” la condición histórica de la sociedad latinoamericana y allí, proceder reflexivamente, no “críticamente”. Al mismo tiempo, este “des-ocultamiento” requiere que el lector-pensador trascienda la lógica de la representación y de la comunicabilidad característica de la crítica tradicional, 21. Una vez más, lo que está en juego acá es una lectura muy precisa del pensamiento heideggeriano, especialmente en contraste con el énfasis inusitado con el que se ha leído la famosa “vuelta” (die Kehre) o giro desde la pregunta por el ser (die Seinsfrage) a la cuestión del poema (die Dichtung), como si en dicho giro, Heidegger hubiese abandonado su filosofía primera (todavía marcadamente inscrita en el plexo de la metafísica occidental) y hubiese reorganizado su pensamiento en torno a la experiencia poética, aparentemente a salvo de la caída en la metafísica, cuestión, se dice, que sería evidente en su acercamiento a los grandes nombres de la poesía. Pero Marchant no concibe este giro de manera radical (como una ruptura epistemológica), ni tampoco concibe el problema del pensamiento heideggeriano en términos de continuidad o discontinuidad; por el contrario, haciendo uso del contexto derridiano de problematización, lo que destaca en su lectura es la relación entre poema y habitar, entroncando la analítica existenciaria del Dasein con la cuestión del poema, sin exagerarse en un fetichismo romántico. No hay en su trabajo, por lo tanto, una respuesta pragmática a la pregunta “¿Y para qué poetas?”. 219 Sergio Villalobos-Ruminott para que sus lecturas no estén orientadas ni por un mecanismo de desciframiento ni menos por una operación interpretativa, pues éstos estarían enfocadas en los elementos metafóricos de una obra literaria o en su economía alegórica. Por el contrario, lo que hace Marchant es entablar una confrontación polémica con el trabajo literario (der Auseinandersetzung), que interrumpe la economía de la interpretación gracias a un tipo de lectura que podemos llamar, en referencia a Heidegger, “destructiva”. Se trata de la destrucción de los énfasis de la historia de la filosofía y de la crítica literaria (ambas tenidas como ciencias del espíritu) para leer con una recuperada serenidad cruzada por la experiencia histórica latinoamericana de un habitar siempre temporal; un “estar de paso”. Es así como volvemos a la lectura del poema mistraliano y, sin ingenuidad, comprendemos cómo literatura y soberanía se yuxtaponen y co-pertenecen a la misma ocasión histórica. En tal caso, el golpe podría perfectamente ser caracterizado como fin de la “hipótesis del Dichtung”, toda vez que lo que resta después de este “fin” es la articulación de un proceso histórico diferente que nos expulsa de la pretendida convergencia entre lengua, territorio y comunidad, elevando la fugacidad de nuestra errancia a una condición epocal. El golpe “des-oculta” que “el estado de emergencia es la regla”22, haciendo evidente que la violencia política y la devastación, la guerra civil y la guerra sucia, no han sido excepcionales en la historia latinoamericana sino, en cambio, elementos constitutivos de su misma tradición republicana23. 22. La tesis VIII de Benjamin dice: “La tradición de los oprimidos nos enseña que el “estado de excepción” en el que vivimos es la regla. Tenemos que llegar a un concepto de historia que le corresponda. Entonces estará ante nuestros ojos, como tarea nuestra, la producción del verdadero estado de excepción; y con ello mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo” (53), Walter Benjamin, La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre historia, Santiago de Chile, Universidad ARCIS/Lom ediciones, 1996. Deberíamos decir que el trabajo de Marchant consiste, precisamente, en una diferenciación similar, pero bajo la dictadura de Pinochet. 23. Pues dicho republicanismo estaría también alimentado por el historicismo de la imaginación burguesa. De ahí entonces que el “poder de la literatura” para alegorizar, simbolizar, confirmar e interpelar el progreso democrático regional haya quedado subsumido al mecanismo de desocultamiento impulsado por la dictadura soberana (soberanía sobre soberanía), dejando entrever cómo la historia regional y su aparente progreso no es sino un 220 Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant Esto debería ser suficiente para evitar cualquier malentendido sobre el recurso de Marchant a la literatura, como si éste estuviese apelando a su “natural” condición reflexiva. Este doble movimiento —o pliegue soberano— implica una yuxtaposición de la soberanía literaria (debida a su canonización y monumentalización por la crítica y la historiografía literaria), y el nuevo régimen inaugurado por la dictadura de Pinochet. Por eso, si lo que más importa es la condición histórica y acontecimental de la figuración literaria, entonces el golpe podría ser perfectamente el hito que marca el agotamiento radical de la crítica tradicional. Como resultado, la intervención militar habría precipitado tanto el agotamiento de la moderna imaginación literaria de América Latina (el fin del Boom), como el fin de la “vía chilena al socialismo”. La nueva soberanía inaugurada por este régimen de excepción ya no requiere, en cualquier caso, de más soberanía, haciendo de la imaginación literaria una potencialidad sin institución. Esta es, finalmente, la hipótesis marchantiana, el golpe como repetición de la catástrofe comporta un involuntario don: desocultar la ficción soberana y así, mostrar la imaginación literaria como una soberanía en suspenso. Gracias a esta hipótesis, podemos pensar la literatura latinoamericana como un proceso que comienza su inscripción en la tradición occidental, en el mismo momento en que deviene consciente de su carácter diferencial. Más aún, es esta diferencia (históricamente entendida como distinción e identidad) la que se plegamiento a la articulación onto-teológica del mundo contemporáneo. Aquí es donde se hace evidente la co-pertenencia y continuidad entre la soberanía del esplendoroso Boom literario, con su respectiva confianza en el poder de la lengua para decir el mundo, y la soberanía dictatorial que no sólo dice sino que se da como tarea la transformación de este mundo. Las recientes dictaduras latinoamericanas, y especialmente la de Pinochet, no fueron simples interrupciones comisariales del orden, sino, en cambio, rediseños soberanos de la sociedad, a través del desmontaje del viejo y fallido contrato social, y la reconfiguración de un nuevo orden constitucional y económico ya nunca más autolimitado a la historicidad del Estado nacional. En Chile, el golpe fue una brutal operación soberana contra la soberanía atribuida a la tradición republicana, pero la consecuencia de su ingeniería biopolítica fue, precisamente, la disolución radical de la ficción soberana. Por eso, resulta importante destacar el tremendo influjo de Carl Schmitt, Friedrick von Hayek y Juan Donoso Cortés en el ideólogo fundamental de esta operación, Jaime Guzmán. Ver, Renato Cristi, El pensamiento Político de Jaime Guzmán. Autoridad y libertad, Santiago de Chile, Lom ediciones, 2000. 221 Sergio Villalobos-Ruminott muestra como un efecto interno a esta tradición, una diferencia que la complejiza, la contamina, descentrando su cerrada autoreferencialidad, pero que la crítica tradicional ha tendido a reducir a una cuestión de valor. Al visitar la poesía de Mistral entre otras, Marchant nos permite comprender el proceso literario latinoamericano, particularmente del siglo veinte, como un proceso de incorporación de la literatura en el contrato social o, para referir a Carl Schmitt24, de incorporación de la imaginación literaria al nomos de la tierra. En otras palabras, se trataría de un siglo inaugurado por la revolución mexicana —evento histórico que marcó la incorporación de la multitud en la narrativa (de ahí entonces la importancia de la Novela de la Revolución)— y cuya culminación estaría dada por el golpe de Estado en Chile, un proceso que podría ser considerado como sinécdoque del retiro de la multitud desde la narración. En lenguaje convencional, se trataría de un siglo caracterizado por el apogeo y la caída del telurismo literario, el realismo mágico y el universalismo enciclopedista. Pero, si pudiésemos entreverarnos con la imaginación literaria latinoamericana más allá de la habitual comprensión historicista de su progreso y su relación con el proceso de formación del Estado nacional —es decir, como contra-interpelación del “contractualismo” que la reduce a la condición de alegoría confirmatoria de su figuración antropomórfica—, entonces, la potencialidad literaria no podría ser concebida como una interpretación sublime de la condición humana, sino que permitiría una interrogación radical de la yuxtaposición entre la condición anasémica del poema y el ritmo trágico de la historia latinoamericana. En otras palabras, esta imaginación literaria, sobredeterminada por el paréntesis histórico cuyos hitos fundamentales son la revolución mexicana y el golpe de Estado, elabora un círculo perfecto entre dos formas diferentes y complementarias de soberanía: la soberanía del movimiento popular relacionado a la revolución mexicana, y que reaparecerá constantemente en la historia (la revolución cubana, el Peronismo, la Unidad Popular, las revoluciones centroamericanas, etc.); y la soberanía del nuevo contrato social post-republicano asociado con la globalización neoliberal 24. Carl Schmitt, The Nomos of the Earth in the International Law of the Jus Publicum Europaeum, New York, Telos Press Publishing, 2006. 222 Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant cuyo “big bang” habría sido el golpe chileno, para parafrasear a Willy Thayer25. Esta última soberanía, sin embargo, “desoculta” el agotamiento de la misma ficción soberana, operando como una soberana disolución de sí misma, en la medida en que lo que caracteriza al paisaje nihilista contemporáneo es su condición post-contractual y post-literaria, donde la autoreferencialidad del poder se expresa como planetaria articulación onto-teológica: Pax americana26. Es aquí, en el cierre de este “círculo hermenéutico” de la soberanía, poderoso mecanismo interpretativo moderno, que lo “poético” hace posible un pensamiento históricamente constituido (y no historicistamente formulado) donde la imaginación literaria se desarticula del “sujeto” de la filosofía, de la historia y de la literatura, para afirmar la historicidad del estar-en-el-mundo, de lo humano como no-soberano en su experiencia precaria y no atributiva: su estancia. La transición como nihilismo Como ya hemos mencionado, Marchant murió en 1990, en el umbral del proceso chileno de democratización; un proceso que ha sido comúnmente referido como “transición”. Sería erróneo concebir la crítica de Marchant a la institución literaria como una demanda por teoría o incluso por una crítica informada filosóficamente, ya que su lectura apunta a un problema de pensamiento y no a una cuestión categorial o disciplinaria. Como pensador chileno de lo poético y lo histórico, Marchant era sensible a la yuxtaposición entre los procesos de largo plazo y los procesos coyunturales, a la catástrofe y su repetición, y no concebía la universidad como un lugar seguro desde donde comentar, a 25. Willy Thayer, El fragmento repetido. Escritos en estado de excepción, Santiago de Chile, Metales Pesados, 2006. 26. Me refiero al seminario de Heidegger en la Universidad de Friburgo, en 1942-43: Parmenides, Bloomington, Indiana University Press, 1988. Su análisis de la razón imperial romana y su específica traducción de la seminal experiencia griega ha sido continuado por William W. Spanos, America’s Shadow. An Anatomy of Empire. Minneapolis, University of Minnesota Press, 2000, quien lee la organización geopolítica contemporánea en términos de continuidad con el proyecto imperial de la razón occidental, expresada en la constitución ontoteológica de un orden planetario: la Pax americana. 223 Sergio Villalobos-Ruminott suficiente distancia, los asuntos mundanos. Como “intelectual negativo”, su trabajo estaba orientado a confrontar la condición histórica del pensamiento, su “ocasión”, y no su tradición o sus discursos maestros. Su lectura destructiva de la literatura y la crítica literaria, por lo tanto, no debe ser considerada como autorización de un nuevo discurso maestro, filosófico o psicoanalítico; su resistencia a la crítica tradicional es, por lo tanto, equivalente a su diagnóstico pesimista del estado de la filosofía en Chile, puesto que Marchant no abogaba por una filosofía latinoamericana anclada en el orden categorial de la identidad pero tampoco se conformaba con el genérico horizonte historicista del neo-kantismo contemporáneo y su a-crítica división universitaria del trabajo: Los Departamentos de Filosofía organizaron sus cursos a partir de disciplinas “eternas” creadas por el neokantismo, tales como teoría del conocimiento, gnoseología, filosofía de los valores, es decir, en realidad y como resumen y sentido: la pseudo-filosofía que es la Historia de la Filosofía. Es efectivo que en muchos Departamentos se ha sustituido esos programas por el estudio de los “Grandes Filósofos” en sus “Obras Fundamentales”, “Grandes Filósofos” e “Obras Fundamentales”. Repárese en esto: hay en Chile quienes creen saber cuáles son los filósofos fundamentales y de ellos, cuáles son sus “Obras Fundamentales”. ¿Llorar o reír? […] ¿no resulta posible —necesario— pensar en un Departamento de filosofía que no sería un simple Departamento de Filosofía sino un Departamento que tuviera como mandato pensar lo simple?27 Si el académico que trabaja con la filosofía no es, necesariamente, un filósofo; el filósofo no es tampoco, de manera automática, aquel que está concernido con pensar lo simple. Por esto, precisamente, los trabajos de Marchant, especialmente aquellos contenidos en Escritura y temblor (2000), están abocados a la relación entre filosofía, su práctica y procedimientos, y el problema de la ocurrencia histórica del lenguaje. La universidad, por otro lado, que ya estaba articulada por una comprensión historicista del 27. Patricio Marchant, “Sobre la necesidad de fundar un departamento de filosofía en (la universidad de) Chile”, Escritura y temblor, op. cit., p. 281. 224 Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant pensamiento como “historia de las ideas”, fue literalmente devastada por la dictadura (censura, represión, desmontaje de las humanidades, reforma curricular en las ciencias sociales, etc.), expulsando a sus intelectuales a una inevitable confrontación con la condición histórica nacional. Sin embargo, la mayoría de ellos, en vez de asumir el “don” involuntario de la expulsión (la errancia), el inesperado “don” del golpe (hacer posible una confrontación radical con la catástrofe), recurrió nuevamente al historicismo, produciendo una versión del golpe y la dictadura en la cual estos dramáticos acontecimientos aparecían como “excepciones” sembradas en el pliegue de largo plazo que constituía la acendrada tradición de un cierto republicanismo chileno. Gracias a esta lectura, la intervención militar fue concebida como un paréntesis, una breve interrupción del progreso institucional chileno, un “progreso” que hoy organiza todos los discursos oficiales orgullosos en celebrar una historia excepcional que estaría alcanzando su bicentenario. Marchant, como un intelectual negativo, se ubica en las antípodas de esta comprensión vulgar y progresista de la historia. Su comprensión de la catástrofe y de la repetición le permitió suspender la continuidad de este historicismo subrepticio que ha llegado a ser el “sentido común” del periodo transicional y, por eso mismo, fue capaz de reformular un programa radical de pensamiento concernido con lo simple, es decir, con la elaboración poética de la condición histórica latinoamericana desocultada por estos acontecimientos: ¿Cuáles son las consecuencias del “efecto total” “Chile”? Esto es, ¿cuál es, en qué consiste el deber del “intelectual” negativo chileno? Ciertamente en iniciar el comentario de la catástrofe nacional. ¿En qué consiste esa catástrofe y qué significa iniciar su comentario? En tanto todas las voces oficiales intentan negar la existencia de la catástrofe, la parálisis de la historia de Chile —su discurso: se trató sólo de un suspenso, un poco largo, es verdad, pero sólo de un suspenso de nuestra noble tradición democrática; deber de mirar hacia adelante, no hacia el pasado, sobre todo que si hiciéramos esto último, aparecerían conspiraciones, traiciones, crímenes, miseria y dolor infinitos, iniciar su comentario consiste entonces —contra la frivolidad de los que son exactamente continuadores de Pinochet, esto es, de quienes consolidan, en “democracia”, su obra: su con- 225 Sergio Villalobos-Ruminott cepción del hombre, de la economía, de la cultura (estamos hablando a nivel del sistema y no, necesariamente, de las “vivencias”)— en reconocer , en establecer la catástrofe como catástrofe28. Esta continuación del régimen de Pinochet en la democracia, sugerida por Marchant, no es una denuncia de las limitaciones que caracterizan el proceso transicional chileno, en la medida en que él no está hablando al nivel de lo que podríamos llamar una “complicidad formal” entre los miembros del gobierno de Pinochet y de los gobiernos transicionales. Tampoco se trata de una denuncia moral contra la corrupción inherente a la política. En Marchant ya está sugerida la hipótesis de una “continuidad estructural” o co-pertenencia entre la comprensión esencial de la temporalidad de ambos, la neoliberalización dictatorial del país y su confirmación y consolidación por los gobiernos transicionales. Esta es finalmente la situación más delicada elucidada por sus comentarios: la predominancia del historicismo (ciertamente de la articulación onto-teológica del mundo actual) como el común denominador de dictadura y democracia: Con el golpe Chile entró —y sigue, no se conoce un proyecto alternativo— en el camino hacia la barbarie de la tecnocracia neoliberal […] De su escritura sólo queda, por el momento, “su escritura”, su differentia cultural. Por el momento, es decir, sin poder decir hasta cuándo. Catástrofe, pero no todavía la catástrofe como tal. Con la expresión catástrofe como tal, queremos señalar este hecho: es la voluntad —en sentido nietzscheano— del pueblo chileno la que ha elegido el camino de la barbarie de la tecnocracia. Debilidad, falla, delegación de una voluntad de estancia. La catástrofe como tal –necesidad de decir claramente todo esto ahora, en los momentos en que la “dictadura” de la ideología de la así llamada “reconciliación” domina toda la habladuría (das Gerede heideggeriano) nacional29. 28. Patricio Marchant, “Desolación. Cuestión del nombre de Salvador Allende”, Escritura y temblor, op. cit., p. 222. 29. Ibíd., p. 223. 226 Catástrofe y repetición: sobre Patricio Marchant Esta co-pertenencia a la espacialización del tiempo en el horizonte del capitalismo global es lo que se ha llamado “la barbarie”; y la ideología de la “reconciliación” (la cual ha sido un proceso formal impregnado de olvido e impunidad), es la “habladuría” (das Gerede) que expresa la degradación del lenguaje gracias al optimismo vulgar asociado con la modernización autoritaria de la dictadura y la acelerada producción de lo “nuevo”. Este es, finalmente, el carácter nihilista de la transición chilena a la democracia, el hecho de que como tal no permita una confrontación con la potencialidad histórica de una lengua que exprese en sus complejidades la turbulenta condición de su historia, sino el predominio de la vulgaridad en el optimismo de la globalización y en el ámbito de las opiniones políticas. Por lo mismo, no hay una comprensión sublime o aristocrática de la poesía en Marchant, pues lo que resulta crucial para su trabajo es, me atrevo a sugerirlo, la potencialidad de una comprensión diferente de lo político, esto es, de lo poético y su precariedad como condición de posibilidad de un pensamiento histórico capaz de trascender el horizonte valorativo del nihilismo universal. Su consigna no sería “sólo un dios puede salvarnos”, sino algo así como “en cierta poesía latinoamericana es la raza la que inscribe su errancia como catástrofe y repetición”; cifra de un patetismo inconformista, de un desasosiego mayor que no se deja sobornar por las promesas de la modernización, y que tampoco se deja atrapar, incauto, por el optimismo flagrante de los tiempos. 227 LA FALTA EN MARCHANT Rodrigo Naranjo El tema de la falta no es nuevo, en 1864 Bilbao apunta al inicio de su Evangelio Americano que “las nuevas generaciones de América no tienen libro”1, la falta del libro en América, su in-concreción, orienta la difusión de los idearios del cristianismo-científico y la Ilustración, dando cuenta de cómo en la falta del libro, hay también un libro que no está, o que sigue faltando y se va desarrollando en estado de falta2 y a este respecto, es que me parece que Marchant consagra una noción de la falta que es la que le permite actualizar permanentemente el sentido de la pérdida, del errar que habría en cualquier referencia a la constitución de un sujeto de la tradición. En su formulación: Los nombres que hacen falta. El verbo “faltar” tiene, en castellano, [sabido, al menos dos], significados: “faltar” como “hacer falta” o “no estar” y “faltar” como “estar en falta” o “estar siendo culpable”. Ejemplo: si una madre muere le hará falta a su hijo; al mismo tiempo ella es culpable por su “faltar”, por no estar ahí, en relación a su hijo. Nos encontramos aquí ante la idea – y esto nos parece decisivo – de una falta, pero una falta de la que no es culpable “personalmente”: una falta “impersonal”. Aquí, 1. Francisco Bilbao, Evangelio americano: “Idea del libro”, [Buenos Aires, 29 de Septiembre de 1864] OC. 2. Falta para Bilbao de la cual su propio libro habla, y puesto que el Evangelio americano versa precisamente sobre ese estatuto de la palabra en estado de falta, va a manifestar y a concretar su estar en falta en la definición de su proceder. “Nuestra obra es un ensayo – Vengan otros, con mas ciencia y conciencia del momento histórico de América, que el campo es vasto, y numerosa la mies”. Ibíd. 229 Rodrigo Naranjo hay una causa: otras razones superiores o distintas (si no se diría: “no fui”, “no quise ir” o “falté voluntariamente”). En el lenguaje corriente se distingue claramente el uso de los dos significados, pero sin conciencia de esta falta impersonal propia a la segunda significación. Al contrario, a nivel inconsciente, “faltar” como “hacer falta” o “no estar” y “faltar” como “estar en falta” o “ser culpable”, se identifican no hay duda alguna. Por otra parte, las referencias contemporáneas acerca de la problemática de la propiedad del nombre, sobre el deseo de su propiedad, son demasiado evidentes”3. La falta, en su aserción como error, extrañeza y singularidad, recupera el carácter afirmativo que comporta la distancia que tendría la formulación de la escritura como una instancia que se produce en relación con los nombres prestados de América; con el acto de la violación de los cuerpos en que no hay una coincidencia entre la necesidad y el donar; y no hay por ende, una solución sintética entre lo que el discurso historiográfico narra en términos de una historia de un sujeto de la necesidad, y la ausencia de un sujeto de nombre propio. La falta entonces, como un espacio y una dinámica que activa el sentido de la pérdida, permite y hace posible para Marchant tratar con el problema de la distancia de la literatura para con la filosofía, despejando el terreno del abandono y la desolación en que ubica una ausencia y la retirada del sujeto de nombre propio. Es que en el retorno mistraliano, se actualizaría para Marchant el abra de la experiencia en la lengua, resaltando el obrar singular de la escritura de Mistral. El abra como repetición y diferenciación; una apertura respecto de la noción puramente negativa de la falta entendida como una culpa en que el abra sustenta un «estar en falta» por el que la Historia (con mayúscula) es aban(donada) dice Marchant con paréntesis, para comprender el conjunto de historias que actualizan el habitar en falta de historias (con minúscula), historias que no son, pero están. 3. Patricio Marchant, “‘Atópicos, ‘etc.’, e ‘indios espirituales’”, Escritura y Temblor., edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2000, p. 375. 230 La falta en Marchant Este es, según parece, uno de los elementos que le permite a Marchant sostener que hay un carácter positivo del abandono. Y puesto que lo que nos da a pensar la “lengua castellana” (diría Marchant), continúa estando en un acto de ir nombrando los nombres que faltan, y permanecer de esa manera indisciplinada, musitando y balbuceando un “estando en falta”, entonces deberíamos advertir que estamos del lado del error, y que mentimos con cierta justicia, pero que también somos injustos con el rigor de las mentiras. ¿Cómo es que nos comunicamos entonces en esa medianía, en la desgarrada y la no-negativa en el discurrir de los viajes que no viajan y en las ausencias que se amplían? Es que si el errar es un faltar de los nombres propios, dicho espacio pasa a ser una de las piedras angulares de la noción que tiene Marchant de los “pueblos de escritura” como “comunidades en traducción” en que por la falta, por el aban(donar) de la lengua del conquistador, es posible para Marchant tratar el problema del duelo y el retorno como una estancia la cual formula, su solución al préstamo de los nombres propios, como el retorno de las palabras que en las poéticas mistralianas y nerudianas, van describiendo los elementos principales que comportaría la escritura de las historias, como un conjunto de singularidades que agencian el sentido de la pluralidad en términos de definir una diferenciación en la lejanía. La falta no sería entonces un elemento incomprensible para el discurso moderno del sujeto en América Latina sino una condición de su posibilidad; para el discurrir del lenguaje que actualiza una pregunta por la retirada y la ausencia del nombre propio, que toma distancia con una concepción de la tradición (literaria, escritural, “académica”) en que se compone precisamente la idea de una unidad de los cuerpos de escritura. Entonces, y sin embargo: ¿el abandono de la Historia por las historias sería una agudeza para describir el sentido de la donación que despliega también un abandono del sujeto? En tal caso no habría pertenencia a un suelo dado del sentido común, del sentido común que es aprehendido como un discurso para ser apropiado y transmitido en el duelo patrílineal del discurso nacional. Para Marchant la escritura mistraliana habría prendido el suelo y al destacar ese hecho, que cuando discurrimos en esta lengua, faltamos, las distintas fisonomías del duelo, no componen un dominio último que verse sobre el lugar de América en el con- 231 Rodrigo Naranjo cierto universal de la Historia y un modo de universalización de la reflexión sobre la escritura, sino un ausentarse en que lo que calla (o lo que no está dicho todavía), y que espera retornar para sostener la urdimbre de las estancias de las historias-en-falta. Tal parece sería una manera de ubicar el sentido que se desprende o se produce con los nombres prestados de América. Para Marchant, la escritura se singulariza entre la América de antes de Colón y la del después, y sería precisamente ese momento el que da lugar al “estar” que actualiza la singularidad de su escritura. Complicado argumento, puesto que aquello que nos da a pensar el carácter que comporta la singularidad (en la falta de los nombres propios) como un momento con una duración y una permanencia (entre un antes y un después) realza una diferenciación que estando-en-falta debe o continúa velando por una comunidad (americana o latinoamericana) instituida en las historias, que a medias se dice y no se dice. Esto sería lo que se proyecta y no alcanza a sellarse en el nombre del espíritu. Para Marchant el espíritu sería fundamentalmente el nombre propio de Europa, el “racismo espiritual” que define la imposibilidad de occidente para conocer otras culturas. La falta se presenta entonces una forma de responder al dilema del don, destacando el sentido de la catástrofe al nombrar como una tensión interna que se tiene para tratar con lo que se excluye, ya sea considerándolo como aquello que falta, o que se excluye porque se integra en tanto que una falta. Por ende, para Marchant la escritura procede y trata de un sistema de exclusiones que por defecto van despejando una relación a los elementos impersonales del habitar en falta. Pero entonces, y de acuerdo al argumento, lo que tendríamos serían cuerpos de escrituras singulares, sistemas plurales, agencias de un espaciamiento en que Marchant trata la falta como una falta sin restitución, una falta que pasa del plano negativo de la ausencia y el error, a una afirmación de la errancia de la escritura, por la cual se proyectan las dislocaciones que se producen entre el sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciado del lugar sin nombre propio4. 4. La falta sería, en este aspecto, la que da la vuelta a la síntesis última con que se establece al Sujeto de la historia, como un sujeto de nombre propio que va 232 La falta en Marchant En la falta se comprende por lo tanto lo que sería singular a la escritura de Marchant, un agenciamiento del sentido de la pluralidad, que rompe con las lecturas historicistas de una unidad en la tradición. Esto requiere sin embargo, ver cómo se conforma este agenciamiento de los sentidos de la pluralidad para poder tratar con lo singular, y ver porqué todavía hay también en Marchant, un postulado respecto del mestizaje en que toca su propio límite. En otras palabras: ¿sería la determinante del proyecto de la deconstrucción de esa América Latina el “sujeto mestizo”, en este caso dice Marchant “de Derrida, el mestizo”?5 Marchant destaca cómo la deconstrucción opera sobre los fundamentos de la raza y el historicismo reconociendo la raza como una escritura de los cuerpos, una dinámica que desde fines del modernismo se estaría quemando al descubrir su estado de falta. En efecto, para Marchant la desconstrucción es la que busca resolver el problema de la experiencia del cuerpo violado, desmontando los fundamentos del origen como un origen dado, y para esto recupera la categoría del mestizaje en una operación que coloca al mestizo no como una síntesis entre cuerpo y espíritu, sino como el efecto de una escritura que se formula en términos de una ética de los cuerpos, en que se instituye el espacio imaginario de América. Podríamos decir que Marchant comparte con Octavio Paz, Neruda y Pablo De Rokha, entre otros, la búsqueda de un suplemento a la violencia estructura por la escritura mestiza. Pero veamos con más calma el problema. Para Marchant la falta es la que deja ver el carácter que comunica la “errancia latinoamericana” con la “errancia judía”. El problema parece estar en cómo pasar desde el agenciamiento de lo plural, a una redefinición del sentido del viaje, del retorno mistraliano, para descubrir el carácter del abandono, como una afirmación que recorre la metáfora modernista del agotamiento y la desolación como una experiencia del éxtasis que cumple y lleva a efecto el duelo por la madre; y que al ver retornar al sujeto le ve errando y diciendo un conjunto ahondando en este sentido en la movilidad de las estancias que (no) discurren, y de esa manera, entregan un modo de comunicar su singularidad, su sentido de intercambio, para conformar los cuerpos de escritura. 5. Patricio Marchant, “‘Atópicos, ‘etc.’, e ‘indios espirituales’”, Escritura y Temblor, op. cit., p. 414. 233 Rodrigo Naranjo de patrias, que abren las estancias de las historias en que el abra estaría en el movimiento que singulariza su desprendimiento. En la falta, por lo tanto se trama el doble aspecto que versa sobre los sentidos de la pluralidad y el mestizaje, como dos condiciones de posibilidad que tendría el errar del tiempo que se va espaciando en la manera que tiene Marchant de proponer una ética de los cuerpos de escritura. Una alternativa sería considerar que en la escritura como pluralidad pende sin embargo una lectura que ubique un sentido de lo singular que pueda desprenderse también de las analíticas del mestizaje. En tal caso la escritura sería también una fractura con la comprensión del «castellano» como lengua materna, que no la compone, que no la mantiene como unidad hispanoamericana para tratar con la noción de los «pueblos de escritura». Habría que mostrar en este sentido, no solamente el descentramiento del sujeto que enuncia su diferencia, sino también el salto con respecto a una analítica del mestizo. Esto no solamente redistribuiría la manera de tratar la relación entre sentido y significación de la falta americana, y el corte con el Sujeto (del Sujeto con mayúscula) en pos de un conjunto de historias (de los sujetos minúsculos) de relatos que están en falta y participan por lo tanto del desdoblamiento del sujeto. En este punto me parece es que se da la tensión con el sentido que tiene el desdoblamiento de la falta, una suerte de falta de la falta, donde la escritura marchantiana resignifica la ética de los cuerpos de escritura, para entender la dinámica que tienen las historias en plural que lo que comunican es también el peligro que se haya implicado en la falta, entendida como una falta de la falta. 234 ENVÍOS Y DESVÍOS SOBRE ÁRBOLES Y MADRES Mauricio Barría 1º Envío En un encuentro con alumnos de filosofía en la Universidad Católica el año 1986, Patricio Marchant lee un texto en donde expone el imperativo de pensar un departamento de filosofía en Chile1. Tal imperativo, al interior de esta escena universitaria resultaba, a lo menos, paradójico. ¿No era acaso evidente, que el lugar donde nos encontrábamos era ya una “escuela de filosofía”, y en calidad de tal, notificaba sobre la existencia concreta de una “filosofía” –como “historia de la filosofía”– en Chile? El caso era que no. El énfasis en el mandato: “la necesidad de...” implicaba una doble exigencia, a saber, sólo sería posible (re)establecer el vínculo de la Filosofía con la Universidad, de la Universidad y la política; si fuera posible pensar en los márgenes de la técnica: volver a pensar lo simple2. En esos tiempos en que a la política se le exigía urgencia (con el consiguiente peligro de no ver) esta vuelta de tuerca, en tono heideggeriano, marcaba un punto de algidez y desvío provocativo, más que cualquier acción de resistencia material o discurso 1. El texto al cual hago referencia es “Sobre la Necesidad de Crear un Departamento de Filosofía en (la Universidad de) Chile”, recogido en Escritura y Temblor, edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2000. 2. Ibíd., p. 281. 235 Mauricio Barría reivindicativo en boga. Era esto, en definitiva, un llamado a volver a pensar, como lo propio de la filosofía. Patricio Marchant representa, tal vez, una figura emblemática de este “otro” modo de estar con el pensamiento. Un modo cuya traza la constituiría el problema de la localidad. Pero pensar radicalmente la localidad, implica suspender desde ya el discurso ontológico occidental, para liberarlo de la equívoca pregunta por la identidad, concepto que apelaría –de una u otra forma– a un a priori ideológico, o bien, como la necesidad de un contenido propio: un tema o repertorio problemático que nos definiera; o bien, como la renuncia completa a tal pretensión en pos de una pertenencia bastarda a la historia de los grandes imperios. Lejos de esto, Marchant, apostaría por la imposibilidad de separar “forma” y “contenido” en tanto “forma” (estilo –diría él) es el modo en que se ha hecho presente su asunto al pensamiento. Forma o estilo es, desde ya, lo pensado y lo por pensar; lo que se ha denominado escritura, y es ella la que nombraría la localidad. Marchant plantea pues, la pregunta por la posibilidad de una escritura filosófica desde esta orilla del río, de este río que no de otro. Entonces un problema de nombres y orillas. Con los Nombres: Mapocho y Desolación. Los cadáveres que aun se oyen bajar por la corriente del río. 2º Envío En la que sea tal vez su última conferencia pronunciada en La Morada a propósito de los cien años del nacimiento de Gabriela Mistral., y posteriormente titulada Desolación, Marchant se propone salir al paso de cierta emergente intelectualidad autodefinida como posmoderna. Lo posmoderno y lo latinoamericano coincidirían, por de pronto, en una cuestión de tono: –la desolación de los tiempos modernos, la desolación de los tiempos pos-modernos. Hermanados en la catástrofe del fin de siglo el pensamiento europeo pareciera corresponder con el pensamiento latinoamerica- 236 Envíos y desvíos sobre árboles y madres no. Esto, avalado por un sinnúmero de trabajos que habían hecho de esta “coincidencia” la renovada formulación de la identidad americana, en las figuras del “hibridaje” o del “pensamiento de los márgenes” o de la tensión “modernidad-modernización”3. Con ello se pretendía presentar a la posmodernidad como el estado mismo de la identidad mestiza americana, sancionada en una suerte de tono afectado o sensibilidad común: el desaliento (tan “ochentero”, tan “francés”) que le siguió a la caída de los grandes relatos en Europa post-68; habrían sido vivenciados aquí también como experiencia afectada de una catástrofe, en este caso, de la caída de los grandes proyectos sociales de los setenta. Cuestión de tono, entonces de sintonía de afectos y de sensaciones: armonización que zanjaría la cuestión de un pensamiento particular EN latinoamerica. Marchant para esto cita a Lyotard, a través del cual va describiendo ese tono que configuraría la condición posmoderna. Sin embargo, en algo Marchant será enfático. Lyotard no entiende la condición mestiza de Latinoamérica4, porque si para Europa la catástrofe se llamó Aushwitz, esta significó poner fin a los meta-relatos históricos; en el caso latinoamericano la catástrofe de las dictaduras significó la paralización de su historia. La negatividad que le sigue a este poner fin constituye la coincidencia del tono afectado con la situación local., pues de una u otra manera esa negatividad había determinado desde siempre la pregunta por la identidad latinoamericana. Identidad, ahora, paralizada en el tiempo como cultura vernáculo-tradicional, (Morandé). No obstante, se sigue de ello una paradoja, pues en Latinoamérica habría preexistido la pos-modernidad antes que en Europa, es decir la post-modernidad antes de la modernidad. Manteniendo de paso a Latinoamérica en una condición permanentemente referida, esto es, como negatividad originaria: un ethos prestado, de nombres prestados. De aquí la urgencia de establecer la catástrofe local como tal, y ello solo se constituye al constituirse como escritura: “[…] la 3. Me refiero por sobre todo a los trabajos de García Canclini, Nelly Richard y José Joaquín Brunner. 4. Patricio Marchant, “Desolación. Cuestión del nombre de Salvador Allende”, Escritura y temblor, op. cit., pp. 218-219. 237 Mauricio Barría constitución de la escritura latinoamericana no ha ido, ni irá, tal vez, jamás, en todo caso, no en las próximas décadas, acompañado de differentia política. La derrota del proyecto ejemplar latinoamericano, la Unidad Popular, canceló porque ejemplar, esa posibilidad a nivel de la totalidad de Latinoamérica. Con el Golpe, Chile entró –y sigue, no se conoce un proyecto alternativo– en el camino hacia la barbarie de la tecnocracia neoliberal […] De su escritura sólo queda, por el momento su escritura, su differentia cultural.”5 Entonces la urgencia de la pregunta de Marchant: ¿En qué lengua habla Latinoamérica? Si el pensamiento es lenguaje: “si (…) la lengua y no el hombre es quien habla, el hombre habla cuando, correspondiendo a lo enviado, nombra, esto es, deja aparecer lo que es, o nombra erigiendo, instituyendo (judaísmo), la pretensión de pensar desde sí, desde la conciencia individual y no desde la lengua, inversión de la relación de soberanía entre la lengua y el hombre”6 ¿En qué lenguaje habla Latinoamérica? El punto aquí no es la capacidad de comunicar un cierto contenido, pues es justo lo que no hay, el punto es nombrar, poder nombrar Latinoamérica, entonces no un asunto de “idiomas” o problema idiomático sino de encontrar los nombres que faltan: “…la lengua de Neruda no puede ser la lengua españolaeuropea. Si lo es al nivel inferior de la comunicación y expresión, no lo es si de lo que se trata es de nombrar… Lo anterior significa: Hispanoamérica, Latinoamérica, deseo, esto es, exigencia de acceder a una Historia Cosmopolita (Kant) y no como lo ha sido hasta este momento, elemento, “naturaleza” de la Historia cosmopolita de otros Imperios, debe alcanzar un nombre “propio”, nombrarse. Nombrarse, hablarse desde sí misma, para un futuro posible, a partir de un futuro posible que un pasado hace posible. Cuestión del nombre que Gabriela Mistral entendió y explicó hace ya tantos años, comprendidas sus consecuencias, la 5. Ibíd, p. 223. 6. Patricio Marchant, “¿En que lengua se habla Hispanoamérica?”, Escritura y temblor, op. cit., p. 307. 238 Envíos y desvíos sobre árboles y madres violencia política: unidad de la raza cumplida por una Lengua común.”7 Entonces Nombre aquí mienta una experiencia –el nombre algo tiene que ver con el cuerpo. “Desde ahora, ve ella de otro modo: como nuestra angustia, nuestra fatiga, nuestra historia, nombre de una experiencia fundamental, nombre de la poesía de un país –país sin esa poesía, país sin nombre–, …” (Desolación tres, p. 248) Desolación no es una categoría desde la cual “entender” Latinoamérica. Desolación es la experiencia en el nombre y como nombre en el poema de Mistral, que es Latinoamérica. La experiencia de (la) Desolación es también la del paisaje desolado8. En esta historia, como en la de Pedro Páramo los paisajes (Comala) coinciden plenamente con los cuerpos que vagan por ellos. Entonces, los cuerpos mismos son paisajes, y la experiencia de Latinoamérica podría pensarse como la experiencia de estos cuerpos-paisajes desolados –cuerpos telúricos, diferentes de un cuerpo conceptual como el del dualismo europeo. Y como entonces pensar el cuerpo, como se piensa sin categorías, sin definiciones. Tal vez sea entenderlo como acción. 1º desvío individuos como acción En la Poética Aristóteles afirma que la acción es el objeto privilegiado de mimesis, y en ese sentido la Tragedia sería una teoría práctica sobre la acción9. La insistencia en el problema de la acción se vincula directamente con la Ética en la que ha definido al viviente humano como un sujeto de acciones o actividades. El ámbito de la vida humana es la praxis, y somos virtuosos en la medida que ejercitamos tales o cuales acciones en un mundo dominado por el acaso. Esta dimensión del acaecer fortuito que 7. Ibíd., p. 315. 8. Para esto véase mi artículo El surco oblicuo. El Habitar en el Suelo Americano. en www.philosophia.cl 9. Jean-Pierre Vernant, “El Sujeto Trágico: Historicidad y transhistoricidad”, Jean-Pierre Vernant y Pierre Vidal-Naquet, Mito y tragedia en Grecia antigua. Madrid, Taurus, 2002, pp.77-86. 239 Mauricio Barría los griegos la denominaron Tyché, Carlo Diano10 la traduce como evento y la contrapone a la idea de forma. Según este autor la cultura griega es el producto de una confrontación de pulsiones opuestas en las que una, la forma sería una especie de operación de disciplinamiento sobre la otra, lo eventual. La tesis derivaría de la controversia surgida en el siglo IV a.C, entre una filosofía de la forma de origen aristotélico con una idea de la realidad como evento que habría propugnado la escuela estoica antigua. Mientras la forma es la condición de límite que impone el conocimiento de lo real, el evento es lo que no tiene forma, es contingente y particular es lo real en su acontecer. Conformar o configurar o dar figura serían modos del control sobre lo eventual. En esta misma línea resulta esclarecedor lo que, desde otro lugar, Max Komerrell señala como la diferencia entre la tragedia clásica y la moderna, leyéndola desde el concepto de mythos como el entramado de acciones (pragmateos systasis) que Aristóteles define como el alma de la tragedia y que el teórico alemán interpreta como “acontecimiento de desarrollo progresivo”11. Así mientras Aristóteles efectivamente intenta una unión de los personajes al acontecimiento, los dos autores modernos analizados, a saber Lessing y Corneille intentaría una unión del acontecimiento a los personajes, consecuencia de lo cual: “No es, como nos agrada pensar, que el suceso se haga individual a partir del individuo, sino que el suceso tiene individualidad desde un principio y se la otorga al que es afectado por él. Edipo se vuelve Edipo sólo en la medida en que realiza los diversos estadios hasta que ha cambiado totalmente la esencia con él…”12 Esto sería posible en el mundo antiguo, toda vez que no existía la noción de subjetividad tal cual como se pensó en la modernidad. En un mundo así la acción es el sujeto y marca al individuo. Los actuales estudios de performance coinciden en subrayar el carácter configurador de la acción en relación con la subjetividad. La performance sería de este modo un mecanismo de 10. Diano Carlo, Forma y evento, Madrid, Visor, 2000. 11. Max Kommerell, Lessing y Aristóteles. Investigaciones acerca de la teoría de la tragedia, Madrid, Visor, 1990 p.155. 12. Ibid., pp. 156-157. 240 Envíos y desvíos sobre árboles y madres alteración de la subjetividad, en la medida que hace emerger la radicalidad del cuerpo en la acción. Esta radicalidad es expuesta por Peggy Phelan de la siguiente manera: “La vida de la Performance está en el presente. La performance no puede guardarse, grabarse, documentarse, o de alguna forma participar en la circulación de representaciones de representaciones: una vez que lo hace, se vuelve otra cosa distinta de performance. En el punto en que la performance intenta entrar en la economía de la reproducción, ella traiciona y disminuye la promesa de su propia ontología. El ser de Performance, como la ontología de subjetividad propuesta aquí, se hace a sí mismo a través de su desaparición”13. Así también señala ella la escritura recobraría su de presente y cita a Derrida al respecto. Lo performativo precisamente es importante para Derrida porque despliega la independencia del idioma del referente, fuera de sí mismo. Así, para Derrida lo performativo promulga el ahora de la escritura en el tiempo presente. La referencia a Derrida es al conocido texto “Firma, acontecimiento, contexto”, sin embargo es algo paradójica, pues contradice el carácter supuestamente initerable que quisiera arrogarse lo performativo, y esto porque la firma como modelo de performatividad escritural, guarda una peculiar relación con la ausencia que la performance en su sentido “ontológico” en el decir de Phelan no podría sostener. Notablemente Derrida subraya el ejemplo de Austin no solo porque hace referencia a la escritura, sino que es el único ejemplo de un performativo en el que el Yo que enuncia está ausente. La firma presencia lo ausente cada vez que se cita como firma. Y sin embargo, lo ausente retorna activamente y no como mera representación de sí mismo. La firma rompe con la lógica comunicacional del lenguaje referencial para instaurar un tipo de acontecer de lo ausente como significante, pero no más allá de la representación: “Para que se produzca la ligadura con la fuente, es necesario, pues, que sea retenida la 13. Peggy Phelan, “Unmarked”, The politics of performance, London, Routledge, 1993, p. 146. 241 Mauricio Barría singularidad absoluta de un acontecimiento de firma y de una forma de firma: la reproductibilidad pura de un acontecimiento puro.”14 La firma es un umbral y ahí juega su radicalidad. Este mismo umbral es referido por Adorno al reflexionar sobre el carácter de la música: “En música no se trata de significados, sino de gestos. En tanto que la música es lenguaje, es un lenguaje sedimentado a partir de gestos, igual que la notación musical en su historia. […] Como lenguaje la música tiende al nombre puro, la unidad absoluta de cosa y signo, que en su inmediatez han perdido todos los saberes humanos. [...] Porque el nombre no es la comunicación de objeto alguno.”15 Los nombres también pueden ser acciones o performativos. Sarduy decía nombrar no es señalar, sino designar, es decir significar lo ausente, entonces el nombre es la insistencia de esa ausencia en su pronunciamiento, en su acción designadora. Y esta insistencia podría entenderse provisionalmente bajo la denominación de una operación de contención, que implicaría una cierta crítica a la hegemonía política de la visualidad, cuestión que se jugaría en el arte performativo. 2º desvío: nombres contenidos La base del teatro japonés y especialmente el Nô esta relacionado con el manejo de la energía. Es la energía la que le da koshi al actor, esto es, presencia escénica, y es a través del manejo de esta energía que se logra representar los diferentes personajes y tipos del Nô. Pero el arte del Nô, a diferencia del teatro occidental, no consiste en la ex-presión de un gesto, sino en la retención: tamé es la capacidad de contener las energías necesarias para una acción más amplia. Así, lo que un actor muestra en el espacio es apenas tres décimas partes de la acción, y las otras siete décimas partes tienen lugar en el tiempo, es decir, lo que lleva producir el gesto. Esta energía temporal, en cierto modo ausente, es la que define a un buen actor. Entonces ausente significa aquí máximamen14. Jacques Derrida, “Firma, acontecimiento, contexto”, Márgenes de la filosofía., Madrid, Cátedra, 1994, p. 370. 15. Theodor Adorno, “Sobre la relación actual entre filosofía y música”, Sobre la música, Barcelona, Paidós, 2000, pp. 69-70. 242 Envíos y desvíos sobre árboles y madres te presente en el apretamiento de su energía, contención de la presencia como principio del teatro, del cuerpo del Nô –florecimiento de la flor. Respecto a esto Eugenio Barba escribe: “Lo que quiere decir que para cada acción el actor Nô utiliza más del doble de energía. Por una parte, el actor proyecta una cantidad de su energía en el espacio, por otra retiene más del doble dentro de sí, creando una resistencia que se opone a su acción”16 Y es este procedimiento de aparente desaparición lo que Barba denomina representar la ausencia. Zeami lo expresa en la máxima: poner en movimiento a la mente a diez décimos y el cuerpo a siete décimos.17 Es decir de la energía de un gesto lo que se ve (lo que abre el espacio escénico) es apenas una parte de todo lo que se retiene, el lugar que se da solo es posible por el lugar que se omite: un espacio de silencio, un campo de silencio. Este silencio como contención del nombre, podría servir de imagen –figura de lo que Heidegger llama la retirada o reserva del ser como época. El nombre, en este caso, es nombre de la época, esto es, de la reserva en la que se da el tiempo. Entonces, que el nombre nombra significa que da-el-tiempo y simultáneamente el nombre se da EN el tiempo. El nombre destina, (en) el nombre se da (en) el tiempo, es decir pone el tiempo en marcha, el nombre recusa y reserva, y por esto el nombre también es un acontecimiento epocal. Por esto un nombre no instala una objetualidad menos su significación. El nombre no fija ni aclara a la cosa en una denominación virtuosa (Poet. 1458ª18). El nombre antes que un síntoma, no alude, sino que es una marcación en la memoria., como la insistencia de una ausencia. El nombre como gesto-acción marca el tiempo en la memoria, le da un sitio. Re-envío Y es entonces la tarea del pensar aquí, en este borde del río de este río que no otro, pensar los nombres que hacen falta. Los nombres que faltan en Latinoamérica. Pero tal cual escribe Marchant en 16. Savarese Barba, El arte secreto del actor. Diccionario de antropología teatral, México, ISTA, 1990, p. 99. 17. Zeami, “Kakyo”, La tradición secreta del No, México, Escenología, 1999, p. 124. 243 Mauricio Barría Atópicos e Indio Espirituales18, la falta del nombre no es aquí la falta transparente del padre occidental, que EXIGE colmarse en la producción sintomática, como infinito diferimiento en la representación (la experiencia como síntoma), sino la compresión total de una ausencia como densificación de esta reserva en/como nombre. La reserva: el poema mistraliano, la literatura latinoamericana, en ella, la ausencia posee un rúbrica otra al espíritu europeo. Lo que habla aquí, es la falta-de-la-Madre como EXPERIENCIA de-una-ausencia, en este sentido ausencia positiva, no reactiva: la Madre-muerta como ausencia afirmativa de una contención, que no represión, la escena de los cuerpos desaparecidos, que no de los actores sobreexpuestos. Lo que falta-por-pensar, el nombre que falta es pues el nombre de nuestra catástrofe. Solo al llegar a nombrar la catástrofe de Latinoamérica lograremos cargar la memoria destinante de lo latino-Américano. Pero tal memoria ya no como verdad de lo acontecido, sino como insistencia corpórea de la ausencia, solo se recuerda lo que no deja de doler, solo es capaz de permanecer el cuerpo desaparecido de nuestra historia republicana. Solo cuando seamos capaces de cargar la catástrofe de nuestra historia en la historia de los cuerpo que no están, estaremos algo más cerca de eso que llaman “identidad” latinoamericana. La vigilancia de la cripta. Ultimo desvío –un envío: En donde la cripta de la madre. Nombres y cuerpo telúrico Y que es “lo nuestro” sino la “catástrofe de lo nuestro” La derrota. Y es eso lo que encontramos en La s Brutas de Juan Radrigán, antes que personajes cuerpos en escena, cuerpos como el paisaje del norte. No son cuerpos marcados por la derrota, sino cuerpos que son el acontecer cada vez de esta derrota. Estos cuerpos en la obra Radrigán no representan, no son mimesis, sino el desierto y la altura, la tierra y el caliche, son no más allá de ellos mismos, su propia densidad. Estos cuerpos de las brutas son los nombres de Latinoamérica, nombres telúricos, fatales ya no en 18. Patricio Marchant, “Atópicos”, “etc.” e “indios espirituales”, Escritura y temblor, op. cit.., p. 410 y ss.. 244 Envíos y desvíos sobre árboles y madres el sentido euro-lógico de una tragedia caída en drama burgués, pues ellos no claman, ni requieren, ni esperan, salvación alguna o explicación de su estado. Son el estado como el estado en bruto de la materia, ni más allá ni más acá de la moral, anteriores a cualquier prescripción. El estado bruto de la materia, digo, esto es el cuerpo desolado de la tragedia cabalmente. Radrigán logra configurar la tragedia latinoamericana, y al hacer esto, inaugura la pregunta por la subjetividad latinoamericana, es decir, sobre el pensar en Latinoamérica. Luía, Justa y Luciana Nombres que acontecen sobre el cuerpo de una escena. 245 V. lemas MARCHANT WAKE Miguel Valderrama En un gesto que lo hermana al Nietzsche de Ecce homo, Patricio Marchant publica Sobre árboles y madres a la edad de cuarenta y cinco años, en la mitad sin sombra de lo que suele llamarse el mediodía de la vida. Refrendando el gesto autográfico nietzscheano, reclamándolo como lo más propio de su pensamiento, el filósofo sale del aterimiento de la escritura en el cenit de la vida. Tras casi una década obscura de silencio, hay, de pronto, la necesidad de escribir, la urgencia y la obligación de escribir. Fidelidad a la filosofía como “trabajo de escritura”, anota Marchant, como “deber de escribir nietzscheanamente”1. Después de siete años “sin poder escribir nada”, de golpe el activo de un dolor se invierte: es el pasaje a la escritura. Si Platón comienza a escribir luego de la muerte de Sócrates, si la Commedia es la labor de una voz enlutada por la pérdida de un amor imposible, si los Ensayos de Montaigne son el monumento filial a la memoria de Étienne de la Boétie, habría que advertir, entonces, en la destinación de Sobre árboles y madres el lugar más propio donde se dan cita duelo y autobiografía en la filosofía nacional. Portador de un secreto que hace temblar, Marchant concibe este pasaje a la escritura como el trabajo de un duelo imposible, como el acto de una destinación incierta. Retomando una frase hurtada al psicoanálisis, podría decirse que la escritura marchantiana es la memoria de un temor inminente a “lo que 1. Patricio Marchant, “Cuestiones de estilo”, Sobre árboles y madres, Santiago de Chile, Ediciones Gato Murr, 1984, p. 81. 249 Miguel Valderrama ya ha tenido lugar”2. Memoria que hace de Sobre árboles y madres un texto de duelo, una carta o tarjeta de amor ennegrecida en el correo aeropostal de la filosofía. En el linde de la vida y la muerte, más allá o más acá de lavida-la-muerte, Marchant no deja de escribir su vida. La escribe una y otra vez. En el medio del camino, no deja de contar y contársela. Perdido en la selva oscura, avasallado por el fantasma del poema, por el encallamiento del duelo, el filósofo busca relatarse aquellas escenas inconscientes que organizan su escena de escritura. Para ello recurre a nombres propios y ajenos, a fechas y firmas diversas, a iniciales y abreviaturas, a erratas y tipografías. De ahí la apariencia “degenerada” de su escritura, la confusión joyceana de memorias y estilos que hacen de Sobre árboles y madres el Finnegans Wake de la filosofía chilena. Retenido en el umbral de Ecce homo, en la sombría cripta autobiográfica que el libro es, Marchant busca a su manera enterrar a un muerto. Al igual que Finnegans Wake, la operación hipermnésica que organiza y domina la escritura de Sobre árboles y madres no tiene otra finalidad que la de responder a la llamada de la muerte. En la mitad de la vida, se trataría de velar a un muerto, de pasar la noche en vela aferrado a la estela de su memoria. La fidelidad que se profesa a esta memoria de vida y muerte dictaría el mandato testamentario que la escritura marchantiana buscaría imponer a toda lectura presente de la filosofía. ¡Wake!, ¡vela!, aunque ya todo esté perdido, aunque el temor inminente a lo que ya ha tenido lugar vuelva imposible distinguir entre vida y muerte, entre la vida y la muerte. ¡Wake!, ¡sostén la vigilia de la escritura! El wake joyceano acompaña en todo momento la puesta en abismo que organiza la especulación autobiográfica en Sobre árboles y madres. El mandato testamentario que resuena en la memoria de este wake, y en la memoria de las múltiples máscaras que lo disimulan y encubren, es el de un duelo imposible que pone y depone a la vez la especulación autobiográfica sobre la vida y la muerte. 2. La frase de Donnald W. Winnicott se encuentra en el diario de duelo que Roland Barthes lleva tras la muerte de su madre. Véase, R. Barthes, Journal de deuil: 26 octobre 1977 - 15 septembre 1979, Paris, Editions du Seuil, 2009 [Anotación del 10 de mayo de 1978]. 250 Marchant Wake Hacer el duelo de la propia vida, comparecer a la llamada espectral del más allá de la vida y la muerte, sería acaso la lección auto-bio-tanato-hetero-gráfica que un Nietzsche moribundo legaría a la filosofía. Cuestión de aprender a leer a Nietzsche, advierte Marchant, sobre todo Ecce homo. Muerto a medias, y destinado en su otra mitad a un sacrificio que le vendría de Dioniso y el Crucificado, el firmante de Ecce homo querría sobrevivir a la muerte en el propio envío de su escritura, en la afirmación trascendental del doble “sí” de su firma. Entre el día y la noche, entre Ulysses y Finnegans Wake, entre la madre y el padre, Nietzsche buscaría despertar a la vida, despertar a la muerte, buscaría mantenerse en la vela de la razón ante la posibilidad de su anonadamiento o hundimiento. ¿Lectura joyceana de Ecce homo? ¿Lectura que se desprende de la interpretación marchantiana de los problemas de la firma, el nombre y la autobiografía? ¿Lectura que busca leer en Finnegans Wake el trabajo de duelo en la postdictadura, que insiste en advertir en esa “historia del mundo” la infinita tarea del lenguaje y de la memoria, del testimonio y la narración? ¿Lectura de una poética y de una política del testimonio elaborada en el límite de la experiencia, en el wake o estela de una experiencia literaria límite de la destrucción de la experiencia? Aprender a vivir, aprender a morir. No de otra cosa habla Nietzsche. Y sin embargo, en aquello que vela o vigila en el trabajo de reescritura marchantiana del último Nietzsche puede reconocerse también el temor a lo que ya ha tenido lugar. Temor a no poder distinguir claramente la vida de la muerte, el mediodía del atardecer, el día de la noche. Temor a abandonar la guardia, a confundir la vigilia con el sueño, la salud con la enfermedad, la razón con la sinrazón. Este temor está presente en Marchant como escena que falta, como lapsus y saber de la escritura. A partir de una tradición que lee a Sócrates con Nietzsche, y a Nietzsche con Sócrates, sabido es que este temor asedia toda transferencia testamentaria en filosofía, toda herencia o destinación por venir de las diversas historias de un nombre que se quiere póstumo. Así, en las escenas que faltan en la gran escena de invención de la filosofía cabría siempre observar la confesión de un secreto, el testimonio enloquecido y enloquecedor de una escena 251 Miguel Valderrama de pasión, transmisión y secreto. Escena de escenas, la gran escena político-literaria de invención de la filosofía es bien conocida por Marchant. En un típico ejemplo nietzscheano de inversión platónica, el filósofo chileno presenta la escena de nacimiento de la filosofía en la estela del wake de la muerte3. Retomando la lección nietzscheana del Fedón, Marchant vuelve con Nietzsche a las últimas palabras que Sócrates pronuncia a sus amigos antes de morir: “Oh, Critón, debo un gallo a Asclepios”. Palabras que recuerdan una deuda, el pago de una obligación. Palabras que parecen advertir que por salir de la vida el viejo filósofo está en deuda con el dios de la salud. Contra este deseo de muerte se alza la crítica nietzscheana: “Esta ridícula y terrible ‘última palabra’ significa para el que tenga oídos: ‘Oh Critón, ¡la vida es una enfermedad!’. ¡Cómo es posible! Un hombre como él, que había vivido alegre y como un soldado a la vista de todos — ¡era pesimista! Había puesto simplemente sólo una buena cara a la vida ¡y a lo largo de su vida había escondido su último juicio, su más íntimo sentimiento! Sócrates, ¡Sócrates padeció la vida! Pero se vengó de eso — ¡con aquellas palabras veladas, espantosas, piadosas y blasfemas! ¡Tenía que vengarse además un Sócrates! ¿Había un grano de menos generosidad en su sobreabundante virtud? — ¡Ah, amigos! ¡También tenemos que superar a los griegos!”4. A Sócrates se “le soltó la lengua”, protesta Nietzsche. No importa qué, nada justifica esta última palabra. Nietzsche querría callar al moribundo, querría que se llevara con él el secreto a la tumba. Acompañando esta queja, identificándose como quien dice con ella, Marchant lee en la condena nietzscheana de Sócrates una condena de la filosofía. Condena que parece exponer, asimismo, en su insistencia o reiteración, la doble negación de una escena de secreto y muerte, de duelo y traición. Por la 3. Patricio Marchant, “Pierre Menard como escena”, Escritura y temblor, edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago de Chile, Editorial Cuarto Propio, 2000, pp. 335-355. 4. Friedrich Nietzsche, La ciencia jovial (“La gaya scienza”), Caracas, Monte Ávila, 1990, § 340. Cursivas en el original. 252 Marchant Wake complejidad de las identificaciones y denegaciones que están en juego en esta intriga enlutada, por el juego de máscaras que exhuman y velan a la vez los distintos nombres de Nietzsche y Marchant, no habría que olvidar el secreto temblor que se anuncia en el estremecimiento de Nietzsche con Sócrates, no habría que descuidar el secreto que se expone en la escena de transferencia amorosa que anuda el nombre de Nietzsche al nombre de Sócrates. Así, y a contrapelo de cierta interpretación vitalista de la querella de Nietzsche con Sócrates, habría que reconocer en el odio amoroso que Nietzsche le profesa a Sócrates el secreto saber de un terrible secreto. Nietzsche, que deseó ser el cantor de la alegría de existir y vivir, acabaría sospechando, y temiendo, que la vida sólo sea una enfermedad. Sócrates, al borde del poso sepulcral, habría revelado a Nietzsche este sombrío secreto. Sócrates sileno, portador de una verdad atroz, terminaría al final de su hora por confesar lo que pensaba de la vida terrenal. Nietzsche, pensador del embarazo, paridor de centauros, querría, sin embargo, formar parte de aquella “clase superior de espíritus” que sabrían pese a todo silenciar este funesto saber. Nietzsche hubiera querido que Sócrates fuera en su hora final “igualmente grande en el callar”. Nietzsche querría que ese “monstruo burlón y enamorado” hubiese permanecido silencioso en el último instante de su vida. Tal vez si así hubiera sido, Sócrates habría formado parte de un “orden todavía más elevado de espíritu”. En este deseo manifiesto de Nietzsche, puede advertirse una secreta identificación de Nietzsche con el secreto de Sócrates. Identificación de un drama común de la existencia, de un secreto saber de la vida y la muerte que bien puede identificarse con la razón de la filosofía, con el partido de Platón. Nietzsche, en este punto, no parece estar demasiado lejos del Sócrates moribundo. Las alocuciones al sacrificio presentes en textos como Ecce homo, el Crepúsculo de los ídolos o El Anticristo, encierran el presentimiento de que muerto en vida, sólo se puede concebir la propia muerte bajo la forma del sacrificio, el legado y la inmortalidad. Si Platón hizo de la filosofía el velorio inacabable del cadáver de Sócrates5, Nietzsche hizo de Sócrates moribundo el arconte mayor de un 5. Pablo Oyarzún, El dedo de Diógenes, Santiago de Chile, Dolmen, 1996, p. 377. 253 Miguel Valderrama secreto-saber de la filosofía como saber de la vida, de una vida (no) consagrada y aun (no) sacrificada al saber. Nietzsche habría buscado identificar la filosofía con la vida y la sobrevivencia, y, en el límite, en ese límite imposible de un saber más allá de la vida y la muerte, habría buscado oponer secretamente a la mortalidad de la vida, la inmortalidad de la filosofía. Los extremos se tocan. Death is the highest form of life, observa Joyce. La muerte es la forma más plena de la vida. Desdiciéndose, contradiciéndose, Nietzsche no se cansa de repetirlo, no cesa de identificarse una y otra vez con el drama del moribundo. La enfermedad de la que Sócrates va a sanar no sería la vida a secas, sino la clase de vida que llevaba Sócrates. Esta vida no sería otra que la filosofía como propedéutica mortificante, como ascesis o terapéutica espiritual: “Sócrates no es un médico, se dijo en voz baja a sí mismo: únicamente la muerte es aquí un médico… Sócrates mismo había estado únicamente enfermo durante largo tiempo”6. La filosofía, como denegación del secreto, se organizaría así sobre el desconocimiento de que hay secreto, y de que éste es inconmensurable con el saber, el conocimiento y la objetividad7. El odio amoroso que Nietzsche le profesa a Sócrates se identificaría por completo con el odio amoroso que Nietzsche se profesa a sí mismo. Este odio encontraría en las figuras del testimonio, el secreto y la muerte las metáforas-conceptos de un saber de la filosofía que horrorizaría al firmante de Ecce homo. Saber marrano, si es cierto que se llama marrano, figuradamente, a cualquiera que permanezca fiel a un secreto que no ha elegido, allí mismo donde habita, en casa del habitante o del ocupante, allí mismo en donde reside sin decir no pero sin identificarse con la pertenencia o la habitación8. Saber organizado en torno a lo que Jacques Derrida llama el motivo fenicio en Nietzsche, y que se establecería sobre el velamiento del supuesto de que la destrucción de la vida no es más que apariencia, destrucción de la apariencia de vida. Saber testimonial, de una palabra testimonial, que es ya siempre palabra de sobrevida, sobrevivencia. 6. Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, Madrid, Alianza, 1998, § 12. 7. Jacques Derrida, Donner la mort, Paris, Galilée, 1999, p. 127. 8. Jacques Derrida, Apories, Paris, Galilée, 1996, p. 140. Cito libremente. 254 Marchant Wake Desde el punto de vista de la autobiografía, este saber de un no-saber es un saber de la muerte. Nadie más que el muriente puede testimoniar sobre aquello que está en relación con la muerte, con lo que la muerte porta consigo y que por ende es la vida misma. De ahí que si la autobiografía puede ser el duelo por la perpetua pérdida del nombre (“¡Escuchadme!, pues yo soy tal y tal. ¡Sobre todo, no me confundáis con otros!”), ella también puede presentarse al mismo tiempo como el autoanálisis interminable de un “yo” en el borde de la vida y de la razón, en ese borde o final que no pertenece ni a la vida ni a la muerte, ni a la razón ni a la sinrazón. El derrumbe de Nietzsche, diagnosticado como parálisis, no consistió simplemente en un cese, una anulación o una destrucción, ha observado recientemente Avital Ronell. El derrumbe de Nietzsche es la muerte misma, presentándose y precediéndose en la parálisis. “Desplomado, vacío, mudo, después de 1889 Nietzsche es el lugar en el que la muerte se precede infinitamente a sí misma”9. Y sin embargo, agrega Ronell, podría decirse que la muerte ha atravesado a Nietzsche desde muy temprano, obligándolo a presentarse, en cierto modo, como “ya muerto” antes de la muerte10. Las identificaciones con el padre muerto, y con la madre decadente, con que se inicia el primer capítulo de Ecce homo tendrían por objeto multiplicar las escenografías del quiebre final, pluralizar y repetir las nombradías del confín y del límite, haciendo imposible el establecimiento de una frontera que separara claramente la vida de la muerte. La figura de un Nietzsche marrano, de un Nietzsche “guardián” y “prisionero” del secreto de la filosofía, terminaría por revelar finalmente la presencia de un testigo que, en el juego infinito de máscaras y velamientos, de exhumaciones y sepultamientos, parecería velar la agonía de Sócrates, prolongándola infinitamente, precediéndola y anulándola en las figuras del derrumbamiento y la parálisis, del sacrificio y el suicidio, de la razón y la sinrazón, del cálculo y la donación. La filosofía sería el testimonio vacilante de la memoria de este testigo, la “vigía” o “rehén” (phroura) de una vida puesta a su custodia y cuidado, según la clásica expresión del Fedón. Lo sepa o no, lo quiera o no, en la terrible noche del duelo, 9. Avital Ronell, The Test Drive, Chicago, University of Illinois Press, 2005, p. 298. 10. Ibíd., p. 298. 255 Miguel Valderrama en el trance de la agonía y la locura, la memoria de este secreto conserva al marrano que es Nietzsche, antes incluso de que éste conserve o guarde esta memoria de vida y muerte. Ninguna lectura posible es una mala lectura. Se borra escribiendo, anota Marchant. De ahí que ante la máscara mortuoria de este Nietzsche marrano, cabría retener por una vez las preguntas que un Marchant criptomarrano insiste en formular a la institución de la filosofía. ¿Qué sucede cuando ya no es posible oponer a la enfermedad de la vida el remedio de la filosofía? ¿Cómo distinguir entre sacrificio y suicidio, entre vida y sobrevida? ¿La enfermedad de Sócrates no es también la enfermedad de Nietzsche? ¿Acaso el problema de Sócrates no es el problema de un hombre que se quiere póstumo, de un “yo” que busca por todos los medios “sucederse a sí mismo”, según la variación de una expresión de Lope de Vega que Nietzsche gustaba tanto citar? Si el problema de Nietzsche con Sócrates es el de un gran educador que no creía en la vida, el problema de Marchant con Nietzsche es el de un profesor de filosofía que busca aferrarse a la vida y a la filosofía “cuando ya todo está perdido”. Problema de leer ante todo en esa identificación criptofórica del profesor de filosofía con el filósofo, una identificación fantasmática entre vida y filosofía, entre un saber de la vida y un saber de la muerte. Problema de estilo. Problema de la filosofía, de su sobrevivencia. En otras palabras, más afines quizá al registro autobiográfico de la escritura marchantiana, ¿cómo continuar enseñando, pensando, cuándo se cae en la cuenta de que la filosofía no es una terapéutica de la vida? ¿Cómo seguir filosofando cuando la propia distinción entre la vida y la muerte, entre vida y muerte, es trastornada por la experiencia del mal absoluto? ¿Cómo testimoniar, cómo responder a ese secreto saber de la filosofía, cuando ya todo está perdido, cuando el único deber es sobrevivir, más allá de las habladurías y la muerte, del platonismo y el suicidio? En un juego de inversiones e identificaciones interminables con las firmas de Nietzsche y Derrida, Marchant no deja de retomar esta cuestión una y otra vez, no deja de inscribirla y enviársela entre esos dos duelos que son Glas y Ecce homo. Sin orden ni precedencia, la escritura de Sobre árboles y madres marcha piadosamente bajo el wake de la muerte. No se trata, por cierto, de la 256 Marchant Wake muerte del padre, ya sea el de Nietzsche, el de Derrida o el de Freud. El padre, precisamente, es aquello que la madre tacha en la escritura de Sobre árboles y madres. No se trata, análogamente, de la muerte de la filosofía, entendida ésta en su determinación metafísica o en su posibilidad historial. No. La muerte que sobrevuela todo el pensamiento de Marchant es la muerte de la madre. El filósofo llora la pérdida de la madre, se identifica a cada paso con ella, y como ella, se pregunta si la vida no será una enfermedad de la cuál sea preciso liberarse. De ahí que si Sócrates, en tanto “nombre eterno”, es “el nombre de todos los filósofos”, lo es sólo a condición de poner en acto en su agonía una escena de sobrevida que es preciso interrogar con urgencia. La escena de Sócrates moribundo, que Marchant insiste en caracterizar como la escena de un gran y compulsivo rito de muerte y sobrevivencia, es la escena de un secreto encriptado cuyo código es necesario descifrar. La escena en cuestión habla de la vida y la filosofía, y en su relación parece oponerlas. Atento a aquello que la escena sustrae a la representación de la escena, a la escena que falta en la gran escena vocacional de la filosofía, Marchant busca llamar la atención sobre “lo no escrito de lo escrito” que habita en el texto filosófico. Para ello, propone leer la gran escena socrática de la pasión, muerte y sobrevivencia de la filosofía a partir de esa otra escena de lectura luctuosa que es El testamento filosófico de Charles Renouvier11. Releyendo la historia de la filosofía a través de la memoria fúnebre del personalismo de Renouvier, Marchant interroga la vocación y el destino de la filosofía, y, más allá, interroga la operación del platonismo como “operación de la historia de la filosofía”. Las escenas se repiten retornando en un juego sin fin. Renouvier actúa en su lecho de muerte el guión del Sócrates moribundo. Las escenas se miman y consienten. “Renouvier no hace sino repetir, en pequeño, lo que Sócrates-Platón hicieron en grande”. “Sócrates muere para vivir, para que su filosofía —su política— sea la ‘filosofía’ misma, sea la verdad misma. Sócrates, nombre eterno, nombre de todos los filósofos. ‘Sócrates’, nombre propio de Sócrates”12. En la escena de fundación de la filosofía, anota Marchant, hay en acto una 11. Patricio Marchant, “Pierre Menard como escena”, Escritura y temblor, op. cit., p. 338. 12. Ibíd., p. 339. 257 Miguel Valderrama economía política del nombre propio. Honrando el nombre de Sócrates se honra el nombre de cada uno de los nombres en que se expone la historia de la filosofía. Honrando la muerte de Sócrates se honra la sobrevida de la filosofía. Muertos los filósofos, queda siempre el ritual de honrar, nombrándolos13. Escena nietzscheana, concluye Marchant, escena trabajada como negación de toda escena. Sin embargo, la “lastimosa compasión” que Marchant siente por el libro de Renouvier deja entrever la supervivencia de una poderosa “vocación filosófica” que, pese a todo, en el duelo del duelo de la filosofía, buscará sobrevivir a la locura y la muerte. A partir de cierta insistencia de La carte postale, cercana a la retórica inconsciente de Sobre árboles y madres, podría observarse que esta vocación de testimonio y sobrevivencia encuentra en la memoria de duelo del platonismo la conjura de la muerte en filosofía. Conjura de lo más propio de la muerte propia que acaso sea la muerte voluntaria, “el morir por mano propia”. En efecto, a propósito de la muerte de Freud, y justo un momento después de descubrir en Finnegans Wake aquel pasaje donde se hace mención al inflado parloteo del platonismo (“the babbling pumpt of platonism”), Derrida vuelve una vez más sobre la escena de Sócrates moribundo. Escena de testimonio, muerte y sobrevivencia, escena de secreto y vigilia, de duelo y traición: “Sobrevivir […] nada peor hay, ¿no es así? Imagínate a Sócrates falleciendo después de Platón. ¿Y quién juraría que eso no llega a suceder? Y siempre, incluso”14. El inflado parloteo del platonismo, su interminable balbuceo, no tendría otra razón de ser que la de conjurar la posibilidad del suicidio en filosofía. La muerte voluntaria, como lo más propio de la apropiación de la vida, como la cuestión que abre a todos los problemas de la propiedad y la posesión, del don y el intercambio; la muerte voluntaria, como la cuestión que enlaza el problema del nombre propio y la muerte propia, sería aquello que se encontraría sofocado o reprimido en la escena fundacional de la filosofía. “El platonismo vino a detener la catástrofe”, observa Derrida. 13. Ibíd., p. 340. 14. Jacques Derrida, La carte postale, Paris, Flammarion, 1980, p. 257. 258 Marchant Wake Identificándose con Nietzsche, haciendo del tiempo de Nietzsche su propio tiempo, Marchant busca responder a la pregunta de la vida y la muerte. Aferrándose a la filosofía, encriptando su secreto como secreto saber del no saber de la filosofía, Marchant se da razones para sujetarse a la vida y al pensamiento en la época de la desaparición. Razones que advierten, sin duda, de la necesidad de salir del aterimiento de la escritura. Razones que notifican un giro testimonial en la filosofía. Parafraseando a Nicolas Abraham, podría decirse que el “yo” filosófico marchantiano reclama “la tarea de describir lo indescribible”, demandando para sí el lugar inexpresado de la lengua: “Sólo yo puedo recordar por él, puesto que antes de ser este poema, él era otro…”15. Marchant se aferra a esta cita de Abraham, convirtiéndola en la ley que organiza la retórica inconsciente del texto: “La necesidad de mi escritura, mis reiteraciones, mis elipsis; imposibilidad de escribir de otra manera; escribiendo de otra manera, otra cosa sería lo que diría y no podría dejar oír, como lo no dicho, lo que quiero que se oiga y no podría, creo, o lo espero, dejar de oír, eso, que no sé qué es, lo que no quiero que se oiga”16. Este deber de testimonio, esta imposición testamentaria de escribir cuando las “palabras faltan”, se ofrece a la filosofía como una ofrenda de vigilia y duelo, de testimonio y escritura. Respondiendo a este deber, aferrándose a él como a la vida —a una vida de sobrevivencia que es desde ya sobrevida en la-vida-la-muerte—, Marchant parece conjurar en la escritura un tiempo de “desolación y suicidio”17. Vacilante, prendido de un secreto saber, de un oculto saber, el filósofo busca motivos para sobrevivir a la muerte. Identificándose con las firmas de Nietzsche y Derrida, dedicando su trabajo “a la amistad de Jacques Derrida”, al “ejemplo de ese trabajo”, Marchant se demora en excusas y pretextos, en justificaciones y coartadas. Pues, siempre se podría argumentar, a modo de defensa y salvaguardia, que hay algo o alguien que invita a los filósofos a suspender el wake de la muerte, que los emplaza a interrumpir la gran tradición socrática y sacrificial del ser-para-la 15. Nicolas Abraham, “Pour introduire l’‘instinct filial’”, Nicolas Abraham y Maria Torok, L’Écorce et le noyau, Paris, Flammarion, 2002, p. 336. 16. Patricio Marchant, “Segunda escena: La Pieta”, Sobre árboles y madres, op. cit., p. 47. 17. Ibíd., p. 249 [“Desolación Tres”]. 259 Miguel Valderrama muerte, exhortándolos a no esperar demasiado y llevar por una vez su discurso más allá, un paso más allá: “… un joven estudiante (muy bello) creyó provocarme y, supongo, seducirme un poco preguntándome por qué no me suicidaba. A su juicio, era la única manera de ‘llevar más allá’ (en sus palabras) mi ‘discurso teórico’, la única manera de ser consecuente y de producir un acontecimiento. En lugar de argumentar, de remitirlo a esto o aquello, respondí con una pirueta, ya te contaré, devolviéndole su pregunta, dándole a entender que debería de saborear, junto conmigo, el interés que visiblemente mostraba, en ese mismo momento, por esa cuestión que de hecho atendía con otros, entre ellos yo. En privado. ¿Y que pruebas tiene, le dije, si recuerdo bien, de que no lo hago, y más de una vez? Te hago la misma pregunta, a través del mismo correo. Mira, ya ni siquiera me lo mandan a decir, esa idea (de que debería suicidarme, y sin esperar demasiado, sin hacerlos esperar demasiado) parece estar bastante difundida hoy en día, me atrevería a decir que en el mundo, en los periódicos (fíjate en ciertos titulares), en todo caso en la literatura: acuérdate de Lord B., la proposición es explícita”18. La literatura trabaja, sin duda, en la separación y en el paso de este más allá de la sobrevivencia. Ella se demora en el secreto. Secreto de un derrumbamiento, de la publicidad de un testimonio imposible y necesario. La filosofía, en cambio, pareciera no sobrevivir a la pregunta del aferramiento, la separación y la sobrevivencia. No al menos, en la época de lo insepulto. Pues, ¿cómo llevar la filosofía “más allá” de la filosofía en un tiempo de terror que ha oscurecido la línea entre la vida y la muerte, cómo llevar la filosofía “más allá” de la filosofía, cuando el único deber posible no es otro que sobrevivir? Sobrevivir, en la desolación y el abandono. Sobrevivir, en la mitad de la vida. Sobrevivir […] nada peor hay, ¿no es así? 18. Jacques Derrida, La carte postale, op. cit., p. 19. 260 QUE ESO SOMOS: POEMAS QUE OTROS ESCRIBIERON 1 Nadia Prado Solo para ella “Elevar una página a la potencia del cielo estrellado”2. Pretenciosas pretensiones. Tal como Mallarmé se propusiera sin conseguirlo escribir una obra, un Libro que rivalizara como dice Cioran con el Universo, no llegamos a mirar el Universo como el Universo necesita ser mirado. Si nuestra realidad e intuición, ideas, ingenio, pensamientos, deseos, luchas, no necesitan estar acompañados, entonces debemos dejar de escribir más allá de nuestro gran Libro, de nuestro Eureka, debemos sopesar la palabra, desearla, sin miras a tenerla sino a dejarla ir –a cualquier vacío–, suponiendo que nuestros delirios sean también meros artificios y que ellos también pueden volver a ser delirios; “premeditación infinitamente minuciosa, esa acrobacia inaudita, [aferrarse] a la técnica para disimular (…) lagunas congénitas”3, de su oficio, don, juego, dogma, artificio: ¿un Libro? En La Nueva Novela4 y en Sobre Árboles y Madres5: préstamos, usos, posesiones y desposeeres hacia Gabriela Mistral. Agarrados, concernidos, por y en el dolor posterior hacia Juan 1. Que eso somos: bandidos que saltan al camino. Citas donde alguien ha perdido la posible coincidencia Solo con Ella. Me robé a cabalidad su presencia, para escucharla a la distancia [nunca a lo lejos]. 2. E.M. Cioran (citando a Valéry), Ejercicios de admiración y otros textos, Barcelona, Tusquets Editores, 1995, p. 74. 3. Ibídem, p. 78. 4. Juan Luis Martínez, La Nueva Novela, Santiago de Chile, Ediciones Archivo, 1985. 5. Patricio Marchant, Sobre Árboles y Madres, Buenos Aires, La Cebra, 2009, p. 109. 261 Nadia Prado Luis Martínez y desde-hacia Marchant; estas emes, esta enésima potencia insultante, surca en un interregno ya rasurado por el lenguaje poético. Voz entrecortada por el paso, del tiempo, podría estar en estos nombres propios, verdaderos, sacros, al dejarlos en suspenso para cizallar la hebra del consuetudinario quererse de los letrados estos –con los Merodeos de Mistral y del Meridiano–, doble M. Marchant y Martínez en este tiempo en que malas manos los encomian de diversas maneras. Efecto armónico, pero enmiendas, por lo que defecto entonces, doble aspecto de un numérico judío y del sutil fuego de una devoción porque divididos el Océano Pacífico y los 10 mandamientos caben en un vaso de agua. En la Transparencia, el ser que (se) mira, mira desde-hacia, es otro que él y en él y, sin embargo, él, el corte sin corte. Esta intención de corte: la Transparencia que a la vez consolida y une dos cosas o dos partes de una misma cosa, con alguna sustancia semejante a ellas (la escritura), es la unidad a la que le acontece la desazón ejercida por sí misma. La idealidad, así como el momento puramente empírico, quedan desplazados. Este paso, que señala el conflicto de dos registros –logos filosófico y logos poético, Mathema y Poema–6 como paso exento, movimiento interruptor que se adhiere a su diferencia. 6. Digamos con Heidegger de PyM., y no es su orden, que: “lo ‘matemático’, según la formación de la palabra, viene de ta mathmata, lo que se puede aprender, y por eso también lo que se puede enseñar; manqanein, significa aprender, y maqhsiz, la enseñanza en un doble sentido: enseñanza como buscar el aprendizaje y aprender, y enseñanza como aquello que se enseña. Enseñar y aprender están tomados aquí en un sentido amplio y al mismo tiempo esencial, y no en el sentido posterior más estrecho y gastado de escuela y doctrina (…). Maqhsiz: quiere decir el aprender; maqhmata lo aprensible. (…) Aprender es un modo del tomar y del apropiarse. (…) Tomar significa: apropiarse de algún modo de una cosa y disponer de ella. ¿Qué clase de tomar indica el aprender?”. Consignemos que “matemática es un modo de aprender las cosas (…) Aprender es siempre aprender a conocer (…) “tomar conocimiento de (…) Precisamente ese ‘tomar conocimiento de’ es la auténtica esencia del aprender, de la maqhsiz. Las maqhmata son las cosas, en cuanto las introducimos en el conocimiento, introduciéndolas en el conocimiento como lo que de ellas ya es conocido de antemano. (…) Este verdadero aprender es por lo tanto un tomar muy notable, en el cual el que toma, toma sólo aquello que en el fondo ya tiene. El enseñar corresponde a este aprender. Enseñar es un dar, un ofrecer; pero en el enseñar no se ofrece lo aprensible, sino que se da al alumno solamente la indicación de tomar para sí lo que ya tiene”. Martin Heidegger, La pregunta por la cosa. La doctrina kantiana de los principios trascendentales, Editorial Alfa Argentina, Buenos Aires, 1975, pp. 65-69. 262 Que eso somos: poemas que otros escribieron “La duplicidad de la doble página transparente, que permite su disipación hacia la página anterior y hacia la página siguiente –doble disipación de su presencia (ausente) hacia la ausencia (presente) de las otras páginas–, exhibe dicha disipación –el tránsito del pasar de la página– como diferencia, así como a cada página de su mismidad y su diferencia. La doble página transparente se disipa por el reverso hacia una página misma pero que ha de duplicarse en su mismidad (ausentándose de su presencia) para comprobarse misma; y se duplica por el anverso hacia una página otra que se desdobla en dos diferentes (presentando su ausencia). La paradoja de la página, es decir, de su duY, en segundo lugar, y no es su orden, digamos que: “El hablar de los mortales es invocación que nombra, que encomienda venir cosas y mundo desde la simplicidad de la Diferencia. Lo que es hablado en el poema es la pureza de la invocación del hablar humano. Poesía, propiamente dicho, no es nunca meramente un modo (Melos) más elevado del habla cotidiana. Al contrario, es más bien el hablar cotidiano un poema olvidado y agotado por el desgaste y del cual apenas ya se deja oír invocación alguna”. Agreguemos que “todo gran poeta poetiza sólo desde un único Poema. La grandeza se mide por la amplitud con que se afianza a este único Poema y por hasta qué punto es capaz de mantener puro en él su decir poético. El Decir de un poeta permanece en lo no dicho. Ningún poema individual ni siquiera su conjunto, lo dice todo. Sin embargo, cada poema habla desde la totalidad del Poema único y lo dice cada vez. Desde el lugar del Poema único brota la ola que cada vez remueve su decir en tanto que decir poético. Pero, tan poco desierta la ola el lugar del Poema que, por el contrario, en su brotar hace refluir todo movimiento del Decir (Sage) hacia el origen cada vez más velado. El lugar del Poema cobija como manantial de la ola movedora la esencia velada de aquello que desde el punto de vista metafísico-estético, puede, de entrada, aparecer como ritmo. Puesto que el Poema único permanece en al ámbito de lo no dicho, sólo podemos dilucidar su lugar procurando indicarlo a partir de lo hablado en poemas particulares. Pero para hacerlo, cada poema particular precisa ya de una clarificación. Ella conduce a un primer esplendor lo claro que luce en todo lo poéticamente dicho. (…) Los poemas particulares brillan y vibran sólo a partir del lugar del Poema único. Inversamente, una dilucidación del Poema único precisa de entrada de un recorrido precursor a través de una primera clarificación de algunos poemas particulares”. Martin Heidegger, De camino al habla, Barcelona, Ediciones del Serbal, 2002, p. 23 y 29-30. Tengamos en cuenta que “El poema puede significar: el poema en general, el concepto de poema, válido para toda la literatura universal. Pero ‘el poema’ puede significar también: el poema excepcional, marcado por el hecho de que él sólo nos afecta por destino, porque él nos poetiza a nosotros mismos el destino en que estamos, lo sepamos o no, tanto si estamos dispuestos a aceptar un destino en él como si no”. Martin Heidegger, Interpretaciones sobre la poesía de Hölderlin, Barcelona, Ariel, 1983, p. 95. 263 Nadia Prado plicidad disipante, su transparencia, es la de la identidad de la diferencia: toda página es doble/múltiple y consiste en su tránsito a la duplicidad de otras páginas: no hay una página misma, toda página es (transparente). Ahora bien, el texto no expone tan sólo la paradoja de la página, sino que la impone en un fuera-de-la-página, en una exterioridad que es homólogamente doble y disipante”7. Entre la página 42 y 40 (así se puede leer) Martínez repone la mica transparente a través de la cual se puede leer la página anterior. Desde-hacia La Nueva Novela oír el reemplazo, oír la extracción que en esas páginas se dispone desde-hacia Sobre Árboles y Madres. Entre ellos unidad dual, mica del poema, el poeta, transparencia para su arcaico inconsciente. Pero no simplemente reactivar aquella anterioridad (transferencia), sino decir: “…¿qué es lo propio del poema del poeta? ‘Un poeta, escribe Abraham, se define según la región de nosotros mismos que nos ‘da a ver’ (…) Así, descubrimiento de una región de uno mismo, ‘situada más allá de la realidad y más acá de la ficción pura, donde prolifera una vegetación de palabras, de actitudes, de inflexiones, de ritmos, de consonancias, de esquemas expresivos, todo un patrimonio de lenguajes poéticos al estado libre’. (SAM, p. 151) “Escritor y destinatario”, ya lo sabemos, “sólo uno”, entonces situada esta región de sí mismo, situada más allá de la realidad, es decir, más allá de “…donde fuerza, dolor, pasión y concepto se soportan y se mantienen”8, pero también, para Martínez: “la realidad como efecto y defecto”9, donde se soportan y mantienen estos dos enunciados: “Nada es real”, “Todo es real”. La mica nos da a ver, pero ¿qué nos da a ver?, ¿qué nos hace oír? Una alteración, un-a-través, que traspasa o se proyecta más allá de esa transparencia, que “exhibe la paradoja del revés como 7. Miguel Vicuña, “La Transparencia”, Merodeos en torno a la obra poética de Juan Luis Martínez, Santiago de Chile, Intemperie Ediciones, 2001, p. 73. 8. SAM, p. 109. 9. Miguel Vicuña, ibídem. 264 Que eso somos: poemas que otros escribieron doblez y duplicidad, como otra página. ¿Alteridad, alteración, disipación de la Página?”10. La región-esponja, la provincia que el discurso lógico no puede tocar, un troquel que aun cuando acotado está excedido siempre, su más allá es la vida del poema: todo préstamo es una perforación, cada letra lo es. Préstamos que comprometidos a devolver retenemos, para que el fin sea el que insista por nosotros. Vacilar entre despojarse y protegerse. A la madre, al hijo, al libro, a la idea de retener. El logos excesivo del poeta, en particular de este, presta su transferir, da por un tiempo, da para recuperar, pero pierde por ahí las cosas y los poemas. Juan Luis Martínez es el ministro D. en “La carta robada” de Poe. No es el uso de lo robado o de lo que se toma prestado lo que importa sino la posesión misma, la posesión le confiere ese poder a lo que podría usarse. Sin la posesión, dice Poe, ese poder desaparece. No importa el uso de, sino el poseer11. Nada se aquieta. “Repetición compulsiva de los vestigios”12. Hace 40 años mi madre se levanta del lecho, lecho fue en su tiempo, y cubre la ventana para templar la luz, para nivelar en la porosidad y para proteger la acción ofensiva o defensiva de esa alteridad, cierra el troquel en el muro para que podamos continuar. No es por medio ni mediante, sino a través de ese nuevo, pero no definitivo espesor, que las hojas cimbran sin detalle. Veo esas sombras, exacto rigor, lo que no veo es el cielo, pero las hojas se mecen en ese fondo, lo sé. El origen del teatro de sombras, lo sé luego. Sobre este truco óptico, la poesía lo es, la leyenda dice que el emperador Wu perdió a una de sus concubinas, para mitigar (de nuevo templar) su pena, el Chamán Shaoweng se 10. Ibídem. 11. De Las obras inmortales de Edgar Allan Poe que llevó [¿a casa?] el amante de mi madre antes del golpe militar, que yo guardé lejos de su vista para que él las olvidara hasta hoy (aunque el descuido puede ser distraer la atención de algo o puede ser dar la posibilidad de que aquello que se ha descuidado tome alguna iniciativa que por vergüenza no emprendería si se sabe vigilado) y que no fueron donadas a mí por su dueño, mi madre supo, observó que yo leía y las tomó prestadas para donármelas. Se apropió de un bien ajeno para socorrer un deseo –casi el único que tuve de pequeña, las letras, las hojas blancas y sus letras– que disfruté por años y que ella me entregó definitivamente cuando mi partida de su casa fue inminente. 12. SAM, p. 141. 265 Nadia Prado ofreció para traer de vuelta el alma de la mujer: “Colgó un pedazo iluminado de pantalla e hizo que el emperador se sentara del otro lado. En el tranversus de la pantalla, el emperador vio una imagen igual a la de la concubina”13. Entonces, inclinación por el temblor. Continúa esta vibración, trémulos 35 años después, interesándome ese “espesor superpuesto” sobre un hueco, antes en el muro, hoy en la página. Se templan las palabras, pero no exactamente, la lámina superpuesta esta vez es transparente, pero aún así, algo ha de mitigar. “El poeta, transparencia para su arcaico inconsciente”. Pero además, como bien dice Vicuña, Martínez respecto de la realidad y de la Transparencia se hace una pregunta análoga14. Y ella, Mistral, sabe de vacíos cubiertos, sabe, como del Dios Goethe, de divisiones y tabiques, sabe de Unidad Dual y de pastos cortados sin deslinde, pero “Nada se saca con obtener la victoria, el objeto de la lucha está perdido”, dice Hermann15. Martínez desde otros abre su mano, con su “yo tan innecesario / y maltratado / incinerado / ausente involuntario / sólo por costumbre”16, pasa por el laberinto del lenguaje, a sabiendas que elabora con otros. Disiparse a sí mismo y exhibirlo: el Yo como intermedio de Sá-Carneiro, o el corte limpio con el que acaba (sin acabar) el afuera de Marina Tsvietáieva. “¿Qué sino, sin duda, su seguro instinto, su sana asociación, esto es, de un modo esencial, su modo de leer a Goethe?”, diría Marchant (SAM, p. 84). Esta palabra “cargada y encargada”, este mirar, con el que luego podemos decir: Nos Embelleció el Incendio, deja en suspenso la pregunta para dejar en suspenso la respuesta: Qué arcaico inconsciente, lee, revela Martínez a través de esta mica transparente, su voz entrecortada, no lo sabemos, sólo decir, ahora, algo sobre ese 13. El origen de las cosas (Shi Wu Ji Yuan), Gao Cheng, siglo XI d.C. Cfr. Lily Chang, The lost roots of Chinese Shadow Theatre: a comparision with the actor’s theatre of China, Ann Arbor, Mich.: University Microfilm International (UMI), 1983. 14. Miguel Vicuña, ibídem, p. 72. 15. SAM, p. 137. 16. Juan Luis Martínez, Poemas del otro, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Diego Portales, 2003, p. 51. 266 Que eso somos: poemas que otros escribieron templar luz y templar palabras, espacio-desierto-blanco donde alojado el vacío las palabras comen. Decir de Marchant: “Rigor del exacto distinguir: de la poesía, de la gran poesía, no debe ser dicho jamás que ella pueda ser conocida. Porque resolución, simbolización, de conflictos ejemplares, ante todo, en ella nuestros deseos e ilusiones, luchas y trabajos, nuestras esperanzas y derrotas se reconocen, se leen –que eso somos, poemas que otros escribieron”17. Decir de Juan Luis Martínez “este poema que era yo”, acontecimiento que es el poema para Bataille: “…un grito que hacer ver; que revela lo que de otro modo no veríamos: en efecto, incesantemente debemos calcular y conocer –saber– con miras a actuar (…) ese poder de la poesía no se dio de una vez y para siempre. Lo que antes pudo hacer ver es justamente lo que luego lo impidió”18. Qué grito tras y ante la transparencia, mica avarienta de Juan Luis Martínez, qué arcaico inconsciente allí. Qué se soporta, cuantos rostros de cada letra (setenta diría Jabès). “Tome una palabra corriente. Póngala bien visible sobre una mesa y descríbala de frente, de perfil y de tres cuartos./ Repita una palabra tantas veces como sea necesario para volatilizarla./ Analice el residuo”19. Pero: “entonces, concepción de una “estética sicoanalítica”: al extender “la obra de arte (¡y no al artista!) en el diván analítico, se accede a la fuente misma de su eficiencia, a la región inscrita 17. Patricio Marchant, “Amor de Errázuriz fotógrafo”, Escritura y Temblor, Santiago de Chile, Editorial Cuarto Propio, 2000, p. 81. 18. De inmediato percibimos que la poesía es también enemiga nata de la poesía: al nacer se aparta de la poesía mezclando el deseo de perdurar con el grito. Entre el hombre –que grita– y el acontecimiento –que es– usualmente se interpone el lenguaje, cuya generalidad y cuyo carácter inmaterial están en el mismo nivel que la perduración, lo inmutable, lo académico. Ésa es efectivamente la miseria de la poesía, que al servirse de palabras para expresar lo que ocurre tiende a ahogar el grito de una emoción presente bajo la máscara de un rostro de museo. Al gritar el instante suspendido, debido a que el orden conmovedor de las palabras lo sobrevivirá, la poesía tiende a expresar sólo un sentido perdurable: lo fija en una solemnidad fúnebre”. (Georges Bataille, “De la edad de piedra a Jacques Prévert”, La felicidad, el erotismo y la literatura, p. 47). 19. Juan Luis Martínez, La Nueva Novela, Santiago de Chile, Ediciones Archivo, 1985, p. 24. 267 Nadia Prado en ella donde el creador y el destinatario no son sino uno, pues ellos se confunden en la intuición directa del acto de simbolizar. Hacer hablar la obra a partir del inconsciente que ella implica, hacerla hablar de manera de erigirla en paradigma concreto de ella misma, de modo que a partir de ese sólo discurso ella puede ser, en el límite, reconstituida sin resto”20. No es en contra del yo, se trata, como enuncia Enrique Lihn y Pedro Lastra de la “‘Nosimismidad’ ensimismada del sujeto que habla, que proviene de la oposición ‘sí mismo’/‘no sí mismo’”. Escritura transtemporal, donde los polos de la conciencia se dirigen a su propio acontecimiento, que acontece en esta oportunidad del tiempo. Esta transparencia, esta discontinuidad continua: teorema del jardín. El niño en el jardín de la página 36 de La Nueva Novela, y del que no se sabe, nadie sabe, dónde volveremos a encontrar, en qué casa, calle o ciudad, pero hay que continuar con el pensamiento y la memoria, jardín que ciertamente debe prolongarse más allá de los bordes recortados de este jardín en esta fotografía21. Su árbol arcaico en: “(la fotografía del niño que aparece en la página 36 y la fotografía de su padre, que observamos aquí, logran sólo revelar parte de esa extraña relación que pudiera existir a veces entre el espacio de la ficción y los personajes de la vida). Supongamos [entonces] que más allá de los bordes recortados de la primera fotografía [la del niño], el afuera del jardín se prolonga aquí: en el adentro de este libro”. En el adentro de este libro, de todo libro, algo crece en medio del hojear, al interior del doblez el aire que la boca espera de algo más allá de sí misma, entrecortada (por las junturas) espera. “Imaginemos que en la línea precisa del óvalo (perfecto) de la segunda fotografía, este adentro se cierra sobre sí mismo, dando un límite a ese afuera del jardín, o bien, haciéndolo visible en el espacio que media entre los bordes de una fotografía y los de la otra: un jardín que no existe como no sea en las páginas de un libro, el que al abrirse, cerró posiblemente ese mismo jardín y 20. SAM, p. 151. 21. La Nueva Novela, p. 36. 268 Que eso somos: poemas que otros escribieron que cerrándose pudiera tal vez volver a abrirlo, borrando así la distancia que existe entre un personaje y el otro”22. Este movimiento de interiorización es nuestra doble unidad, entre el padre y el hijo, esta vez. Lo importante: el poeta, transparencia para su arcaico inconsciente. Malas manos, palabras de Marchant, pero Malas manos de Mistral, la del soneto III de los Sonetos de la muerte, entonces malas manos de M. y M. y malas manos, doble m.m. de M. y M.: las burbujas de la taza de café, agrupadas en los muros de la taza, el ángel de la niñez descompuesto en su líquido, una burbuja de café en el instante de integrarse al infinito, el poeta, transparencia (para) su arcaico inconsciente: “Leyendo a Cristo como ese árbol, el poeta, transparencia para su arcaico inconsciente del estra­to más arcaico de los creyentes cristianos, leyó la inconfesada necesidad de éstos y su propia necesidad: el deseo del inconfesado Dios operando más atrás, más primariamente, que todas las representaciones oficiales. Poeta que reveló, claro pensar, que son “falsos” Dioses, esto es, obligados Dioses, todos los Dioses que, como Dioses, no sean prestados Árboles y prestadas Madres: confirmación de su saber que el Dios de David ya no es, confirmación de su antiguo desdén por el Dios-Padre, de su descubrimiento de esa impotencia: Cristo en la Cruz y saber que ese Dios, la Cruz de La Cruz de Bistolfi era sólo un poema escrito”23. Transparencia, árbol de Martínez, leer su escena, en todo caso transparencia/objeción marchanteana. Si la luna permite el lenguaje del árbol y deja entrar al sol, esta transparencia nos pone en sendero y pone en sendero Mathema y Poema. Desdoblados en dos diferentes, pero desdoblados, continua discontinuidad y permanecer allí entre saltos: “Pero, respondamos al fin: ¿quién es ese árbol? El inconsciente ya lo sabe, ¿ya lo ha comprendido? Si en una poesía como ésta sólo un Dios puede insultar a otro Dios, el Dios que, como árbol muerto insulta a los otros Dioses, único Dios que se presenta 22. Ibídem, pp. 36 y 65. 23. SAM, p. 295. 269 Nadia Prado como su derrota, es, tradición nuestra, tradición cristiana, Cristo; Cristo es el árbol muerto. Pero Cristo es madre, ya lo sabemos por el poema anterior, y sabemos también que la Cruz marca aquello que no es sabido: el árbol muerto es, entonces, también, nuestro inconsciente; el árbol muerto es Cristo, la madre y el inconsciente”24. Estas páginas que en las manos cruzadas como Unidad Dual de María Magdalena y sus dedos erectos (SAM, p. 355), como manos cruzadas por esta mica, tabique, membrana, jaramago, meridiano, verticalidad de la concubina regresando fantásmaticamente a través de la tela para agarrarse a la verticalidad de la ranura del lenguaje, por ello, agarrarse a la disipación: “ese poder ser, como ser uno, sólo cuando se es dos. Deseo y utopía de la complementabilidad”25. Como señala Vicuña: “La disipación de la página exhíbese como disipación de la lectura, duplicación disipante del sujeto (o de los sujetos) de la escritura (lectores/scriptores), no menos que como disipación de la realidad, sólo presentable en su ausencia, ausentable en su presencia duplicante y diferencial por virtud de la página y su transparencia”26. Se trata, dice René Baeza (y aquí sólo proyectamos el pensamiento de Marchant) de un tipo de objeción arcaica, que trasciende, en cuanto que es impersonal, al sujeto y al objeto refutados. Es una objeción inconsciente, pero, repetimos, con recurso a la decisión. Objeción, “es un operador textual arcaico en el mismo sentido en que lo son todos los nombres del libro (…), objeción como respuesta, respuesta a la que le falta su pregunta”27. La mica/jaramago, aquello que crece en medio de la nada, necesidad, impulso irresistible porque todo obre, imposibilidad de sustraerse, de faltar o de no insistir, ojivas sin muros. El ave endémica ciega aleteando hacia ningún lado o hacia el deseo de 24. SAM, pp. 184-185. 25. SAM, p. 47. 26. Miguel Vicuña, ibídem, p. 73. 27. René Baeza, “Firmaestilos (sobre la objeción en P. Marchant)”, Revista Nombrada, Año 1, Nº 1, Universidad Arcis, Santiago de Chile, agosto de 2004, p. 108. 270 Que eso somos: poemas que otros escribieron sentido ante su falta, la indiscreta pasión que no quiere perder su ansia. Espacio de tiempo, el poema. De uno y otro lado lo mismo diferenciándose. Inquietud. Hacer comparecer entre la perforación, y en el foso del recorte ir a buscar el tiempo asperjado entre el papel, pero restarle a la hoja, quitarle el habla dejando su tentativa (principio de ejecución). Guardar poemas en el vacío cubierto de aire. La mano de otro presiona la propia sobre la hoja y sobre el aire, no sobre la letra, más bien la circunda, objetándola. Objetar, dice Baeza, es: “un cierto modo de testificar ante el otro, de testar la relación a la alteridad. En otros términos, de firmarla”. Esto es “refutar al otro que ya se porta”28. La Nueva Novela y Sobre Árboles y Madres, M. y M., El Meridiano, Mistral. Proyectamos con Baeza, a Marchant, proyectamos a Baeza, proyectamos a Martínez como proyectamos a la concubina. A esta amante, proyectamos teóricamante, lapsus o errata de Marchant en su libro. Del otro lado un fin tan próximo: tentada he vuelto a mirar. La perforación cubierta sólo deja el intento, el principio de ejecución, un tanteo: abandonar el descuido. El poeta, transparencia para su arcaico inconsciente: un modo de amarse, de consuetudinario quererse, reciente complemento objetado, modo de amarse, Mathema y Poema que se coimplican, dos registros que la transparencia deja ser. Enseñar y aprender a amar: “…rumor apagado de las voces a través de un tabique”29. Entonces complemento30. Trazado, meridiano, cáscara avarienta, mica transparente, jaramago: flor entre los escombros, pero no cualquiera, sólo la flor del sepulcro ronda aquí. Rondar que enlaza y lleva en círculos, para volver al regreso. Ronda que ha unido al niño siendo hombre siendo niño y a la niña siendo mujer siendo niña. 28. Ibídem, pp. 107-108. 29. Pascal Quignard, El odio a la música, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, p. 20. 30. “Sueño, entonces de un hijo en perfecta Unidad Dual con ella, sueño –sólo eso– de la propiedad de la escritura, esto es, la escritura como el nombre enteramente propio, como el hijo enteramente propio, perfecta Unidad Dual, poema inmenso –pero sólo un poema, una ilusión: un texto no es de nadie, un texto se lee– …” (SAM, p. 267). 271 Nadia Prado La burbuja de café al infinito, “asedio espectral”, que no hace sino “prolongar el sitio” (LNN, p. 132), para alejar, “despiadado asedio”. Y por carecer de todo, de ambos lados, consciente e inconsciente, consuetudinario quererse, amalgamados, sueltos en su discordia. “El mismo verso cantaremos” (Dame la mano, Mistral), “mano a mano con nosotros/ todos eran, ya no son” (Ronda de los colores, Mistral). Escribir, pausar, templar, epojé del asedio31. Guardar, preservar el calor por el frío. El troquel se cierra abierto sin cerrar. La ausencia en su permanencia va a todos los acontecimientos, el autor está en la página. Se soportan y mantienen (SAM, p. 86). La raíz calcinada del violento amar, porque “la traición sigue los caminos que el amor abrió” (SAM, p. 17). Imposibilidad posible del poema de ir a ese poema (escena) a través del poetizar. Dice Marchant, citando a Derrida32: “¿Y si fuera precisamente el poema, lo poético mismo, esa muerte inmanente y propia a la vida? ¿Un gran poema narrativo, la sola historia que uno se cuenta siempre, que uno se dirige a sí mismo, la poética de lo propio como reconciliación, como consuelo, serenidad” (SAM, p. 58 y 59). La transparencia de Juan Luis Martínez, el teorema del jardín emergen de un doblez que se disipa y se soporta, desde-hacia donde surge el poema, mica o transparencia de Martínez, mapa infantil que se recorre para llegar al mismo punto de partida de Celan, jaramagos que crecen entre los escombros, la puerta: cáscara avarienta de Gabriela Mistral, que absorbe y suspende, imposibilidad de tocar lo tocante, buscar en la pérdida y alterar lo mismo. Martínez posee la palabra prestada y ya ha devuelto poemas prestados. Ha leído ese gesto del poeta [también el propio], Marchant, transparencia para su arcaico inconsciente. Deja ver hacia atrás, hacia delante una verticalidad. Desde-hacia lo que lee lo que es31. Merodea Bataille quien considera que “Hay poetas y locos (e imitadores de unos y otros): poetas y locos sólo son momentos de detención. El límite del poeta es de la misma naturaleza que el del loco en cuanto a que sólo afecta personalmente, sin ser el límite de la vida humana. El tiempo de detención señalado sólo les ofrece a los residuos un medio de mantenerse en sí mismos’”. “La voluntad de lo imposible”, en La felicidad, el erotismo y la literatura, p. 23. 32. La Carte Postale, Flammarion, París, 1980, p. 386. 272 Que eso somos: poemas que otros escribieron cribe. Antes de la Transparencia palabras mirando su sombra, luego de ella, acaso sombras. El troquel y la mica le hacen paso a la sombra de las palabras y a la sombra. Opuestas oscuridades y luces, transversus. Un pasar la vista por la región donde no llega la palabra, sino su sombra (aire) a través de la perforación. Detiene el mirar en su recorrido sellado, entreabierto, esta seca mica da luces sobre el antes de la sombra, el leño suelta la llama. Memoria, despeño, recobrar es un grito (Parafraseando a la Mistral de “Puertas” y “Patrias”). La lección que hemos recibido sentados en nuestros pupitres, sepulcros adultos, teniendo enfrente al maestro que nos va haciendo juntar las letras. En ese sentimiento de entrega y de intento de comprensión [“¿Aprenderemos alguna vez a leer?”] las oposiciones se unen, los indicios por los cuales conocemos a otro aún no percibido se frotan con un pensar distinto que se aloja como pánico de algo y de nada. Leer el poema ajeno, el poema de otro. Leer al niño que juega. Adivinar el verosímil, descifrar, repetir, citar: enseñar. Recobrar las palabras en su templar, este papel en este libro. Componer desconsuelo, algarabía, juntar letras. El trazo prestado reinscribe para liberar a aquel otro atrapado en su poema, en la región que le ha dado a ver y le ha ocultado. La cáscara sin cierre, esta Transparencia, escribe su contradicción, desdoblada en dos diferentes. Dos, daño, duda, ella misma su hesitar33. Interregno, ficción/realidad del mutar, donde se reanudan los paños sobre los troqueles. Pero, conocer a los otros, es el fuera del yo mi ya-ser34, es el fuera del yo para mí. No se encuentra la “barbarie salvaje de la alteridad. Él tiene un sentido. El ser se propaga en infinitas imágenes que emanan de él (…) Se muestra e irradia, como si la plenitud misma de su alteridad desbordara el misterio que lo encubre, para pro-ducirse. Por haber sorprendido al Yo, el ser en la verdad no altera la identidad del Yo. Lo oculto de donde proviene se ofrece a la búsqueda. De tal manera ella se abre como un porvenir, cuya 33. Para Shelley son “los poetas: los espejos de inmensas sombras que el futuro proyecta sobre el presente”. 34. Cfr. Mijail Bajtín. Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI Editores, 1992, p. 157. 273 Nadia Prado noche no es otra cosa sino la opacidad producida por el espesor de transparencias superpuestas”35. El trazo prestado aborda a la nada, es abordado por el poema, que como acaso, no ha terminado su decir. Guarda en desierto y llanura un sinfín de sombras, esta incompletud/dual, sombra, el poema ajeno. La mica: el vertical sentimiento de la página. Nunca reconocerse en la escritura dispuesta tal sino preparar un laberinto en la alteridad para intentar salir de un ficticio encierro. Quizás, esta mica, sea “El combate con el lenguaje cuya hoja [Martínez] pulió día tras día para hacerla resplandecer” (Quignard)36. Nada demasiado distinto de nosotros se juega en el otro que escribe y lee. Depositado allí, todas las tardes vio el sol, fue despojado de la vista y luego durmió. Nada demasiado distinto y, sin embargo, nos extraña a cada instante37. Adentrándose en el otro, lo otro empuja y arrastra. Aquello a lo que somos empujados y que a la vez, por nuestros propios medios nos hace extraernos de aquello que no logra salir, que desde nosotros no dejamos salir. Dejar ir, reemplazar el coma, el colapso del silencio ante el desierto blanco lleno de la voz del otro. Habiendo un destino, ese destino dice: guiar una vida, suceder en otros, desplazar por siempre mi ya-ser, ser sin mí38. Hacer 35. Cfr. Emmanuel Lévinas, La huella del otro, México, Taurus, 2001, pp. 47-48. Los énfasis son míos. 36. Pascal Quignard, Retórica especulativa, Buenos Aires, El cuenco de Plata, 2006, p. 11. 37. “Hay lenguaje o existe lenguaje como la posibilidad de relacionarse con (de dirigirse a); (…) El lenguaje es lo otro en el hombre, lo que lo constituye como hombre en sí mismo. El hombre no tiene lenguaje en el sentido de la posesión o de la propiedad: “el lenguaje es lo propio del hombre” significa, en primer lugar, que el hombre está constituido a partir del lenguaje del que no puede considerarse dueño (por el contrario, el lenguaje, le desposee extrañamente, lo arrastra –en sí– fuera de sí.) Estamos ante el motivo de la “prescripción” (Vor-Schrift). El lenguaje es la esencia –inhumana– del hombre, su (in)humanidad”. Philippe Lacoue-Labarthe, La poesía como experiencia, Madrid, Arena Libros, 2006, p. 104. 38. “Yo no inicio la vida, yo no soy iniciador valorativamente responsable de la vida, ni siquiera tengo una visión valorativa para ser iniciador activo de la serie valorable, significativa y responsable de la vida; puedo actuar y valorar con base en una vida dada y evaluada; la serie de actos no se origina a partir de mi persona, yo solamente continúo la serie (actos-pensamientos, actossentimientos, actos-hechos)… no puedo rechazar mi esencial ya-ser”. Mijail Bajtín. Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI Editores, 1992, p. 157. 274 Que eso somos: poemas que otros escribieron memoria escrita de los otros poemas. Conmemorar, algo que vuelve a morar arrecia desde siempre nuestro primer trazo y los que le continúan. Y si, siguiendo a Celan, con Lacoue-Labarthe, entonces lo pensamos como Singbarer Rest: residuo cantable. Esta es la razón por la que el poema conmemora. Como experiencia, él es una experiencia de memoria39. Eco, préstamo que conmemora y alivia para que el no decir (no perder, invirtiendo a Quignard) propio haga espacio a otro decir. Influjo de un antecedente. Procedencia que se conserva y a la que se invita desde-hacia, desde donde derivamos escribe acá, en el ahora de todos los ahoras. Colmar el afán por la discontinuidad. Ir a la búsqueda, reunirse con el olvidadizo y con el ladrón, apropiarse nuevamente del descuido. Resonancia y repercusión de otros en La Nueva Novela, posesión, que más allá de su uso ayuda en el descifrarse. “El universo es el esfuerzo de un fantasma para convertirse en realidad” (LNN, solapa 1) y “Lo real es aquello que se espera de cada uno de nosotros” (LNN, solapa 2), pero “nada es bastante real para un fantasma”40. Duplicaciones múltiples, los reflejos y recurrencias sornan, moran en lo ajeno. Al observarse observar se suspende la aprehensión de lo observado y ya no se da cuenta el observador más que de sí en un momento que además le arrebata la verdadera observación de sí mismo. Escribir desde-hacia otros vuelve la palabra fantasma, pajarístico, lengua transparente y sin palabras. La Transparencia propiamente llevando palabras, es traspasada o chocada por las palabras. La Transparencia escrita, de la que habla Jabès, es el riesgo. Une las palabras. Este pájaro va en “busca de la transparencia dispersa de algún significado (…), encierra[n] el significado de su propio canto en la malla de un lenguaje vacío; malla que es a un tiempo transparente e irrompible” (LNN, p. 89). Y es en el silencio que se produce entre cada canto lo que se dice a sí mismo. El barbecho por donde pasa su decir. Confabulación fonética, entre dos. Sonido de varios, lenguaje de los pájaros, sonido variado y modulado. 39. Philippe Lacoue-Labarthe, La poesía como experiencia, Madrid, Arena Libros, 2006, p. 31. 40. Enrique Lihn, La pieza oscura, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1963, p. 17. 275 Nadia Prado Martínez/Marchant “eslabón de esa malla, un signo, un momento del mensaje que la naturaleza se dice a sí misma” (LNN, p. 90). Uno deja de decir y comienza otro, por mí y por él, luego otros por él, luego mi yo nuevamente. Acaso del poema, plena voz y compás en el desierto, propia y de nadie: “ese poema fui yo antes, allí, entonces, cuando, en ese tiempo; este poema –poemas ya estas formas de hablar– estoy siendo, aquel poema quisiera ser, sueño serlo” (Marchant). Quisiera ser, dice La Nueva Novela. Inclinación que pretende estar próxima, quehacer desde lo ajeno41. Sucesiones espectrales que Mar. y Mar. traen. Su ausente rostro y su presente escritura deformada da vuelta la página, leemos sus palabras sin el libro en las manos. Un hombre cobija y es alojado. Transparencia de Martínez que retiene la desaparición, lo que permanece distinto, como el entre donde todo yace –no perdido, más bien sin destino, sin hallar su lugar. Donde todo continúa, sin ser visto. Desolación anterior de la página que se disipa, que Juan Luis conmemora para hacerse semejante42. Ya hemos visto la necesidad, eco atrapado y recompuesto de Martínez, que cizalla el líquido del origen en la letra de otros. Saliendo por el troquel, que además frena, objeta su decir, opone la misma línea, en la página anterior y en la siguiente, como si el eco se hubiese desplazado hasta nosotros y se hubiese hecho presencia aterida. Entre dos también el teorema del jardín, otros, poemas que somos, se encuentran en alguna página intermedia. Espejo/libro/estuche que guarda y queda en las inmediaciones. Impermanencia, mica que sobreviene al lector. Dispuesto en la mira obstaculizada dejando pasar, se abre paso la lectura y la escritura. 41. “Pensar, escribir, es hacerse semejante. La escritura, el pensamiento son sólo aproximaciones sutiles a la semejanza, juegos de aproximaciones; fuegos combinatorios en lucha con su vacío, frente al objeto. Pensar al otro es perpetuar la semejanza (…) El horizonte es siempre el vacío de un rostro”. Edmond Jabès, “La transparencia escrita”, Fractal, N° 5, año 2, volumen II, abril-junio, 1997, pp. 36 y 38. 42. “Página blanca, pero escrita desde siempre, blanca por olvido de lo que fue escrito, por desaparición del texto sobre el fondo del cual todo lo que se escribe está escrito. Y, sin embargo, nada está verdaderamente escrito, puede cambiar a cada instante, y es aún interminablemente la primera vez”. Jacques Derrida, La diseminación, Madrid, Editorial Fundamentos, 1975, p. 463. 276 Que eso somos: poemas que otros escribieron Esta destinación enajenadora o enajenante del que escribe se levanta para poner sus defectos. A pesar de la planicie de la mica, ella guarda y deja pasar, pero deja pasar puesta entre dos láminas de corpulento papel, cuyo espesor se extiende más allá del troquel, haciendo una especie de ventana, dos conciencias las hojas. El viraje que debo ejercer ante la página siguiente, que fisura lo real, rehén del fantasma, como acontecimiento posterior y anterior. Transparencia y contigüidad, corte de un contínuum que instala al poeta en la infidelidad y restitución del nombre y lo hace uno y dos en alteridad. Intento de ser distinguiéndose. Tras la transparencia el poeta quiere encontrar su poema, un deseo estético, el devenir poema en un trato melancólico, fantasmático, pero eso otro hacia lo que desde hacia va, es un dirigirse a la palabra, al logos perdido en el exceso de este otro logos, esa posibilidad abierta en la página, como boquerón, con la objeción de la mica es la salida al libro, a la continuidad en el libro y del libro sin fijarlo43. 43. “Pero, ¿y si el Libro no fuese más que una época, en todos los sentidos de la palabra, del ser (época que toca a su fin, y que dejaría ver el Ser en los resplandores de su agonía o el relajamiento de su estrechez, y que, como una última enfermedad, como la hipermnesia habladora y tenaz de ciertos moribundos, multiplicaría los libros sobre el libro muerto)? ¿Si la forma del libro no tuviese que ser ya el modelo del sentido? ¿Si el ser estuviese radicalmente fuera del libro, fuera de su letra? ¿Si tuviese una trascendencia que no se dejase ya afectar por la inscripción y la significación, que no se pondría en la página y que, sobre todo, saldría antes que ella? ¿Si el ser se perdiese en los libros? ¿Si los libros fuesen la disipación del ser? ¿Si el sermundo, su presencia, su sentido de ser, se revelase solamente en la ilegibilidad, en una ilegibilidad radical que no sería cómplice de una legibilidad perdida o buscada, ilegibilidad de una página que no hubiese sido arrancada, de nuevo, de alguna enciclopedia divina? ¿Si incluso el mundo no fuese, según la expresión de Jaspers, el «manuscrito de algo otro», sino primeramente lo otro de todo manuscrito posible? ¿Y si fuese siempre demasiado pronto para decir que «la revuelta es una página arrugada en el cesto de los papeles...»? Jacques Derrida, La escritura y la diferencia, Barcelona, Anthropos, 1989, pp. 104-105. 277 EL EFECTO MARCHANT… ¿UNA FILOSOFÍA MENOR? Braulio Rojas “Sólo escribo cartas de amor” P.M. El efecto de un texto La distinción que suele hacerse entre el campo de la literatura y “vida”, con todo lo que ella arrastra en su difusa multiplicidad, es una noción de uso más bien común. Estos ámbitos de la existencia, se dice, deben mantenerse claramente delimitados, para, por un lado, salvaguardar la especificidad de la literatura como una disciplina que sea evaluable con sus propios parámetros y valores y, por otro lado, no someter a la “vida”, con todo lo pesado, denso, impreciso y difuso que este concepto tiene, a determinaciones que invisibilicen o domestiquen el “malestar” constitutivo de lo humano, y que moviliza la potencia y energías que están al interior de una individualidad, como expresión de los múltiples modos y formas que esta pudiese adoptar, y que fluyen en el cuerpo social. Aquí, en este cruce, es posible situar un acercamiento a una cuestión filosófica: la constitución de una “subjetividad”, si se quiere, que si bien crea una obra, no se agota ni se deja transparentar plenamente en ella. En esta distinción está implícito el hecho de que “la realidad para el ser humano, no consiste sólo en sus contenidos, sino también en la forma en que ellos se presentan”1. 1. Sergio Rojas, Imaginar la Materia: Ensayos de filosofía y estética, Santiago, Editorial ARCIS, 2003, p. 45. 279 Braulio Rojas El libro Sobre árboles y madres de Patricio Marchant es un ejemplar que estaría signado por este entrecruce entre la “literatura”, la “filosofía” y la “vida”. Libro complejo y didascálico, en donde se deja entrever a la figura de quien lo escribió como un signo más dentro del texto. Libro que en su momento no tuvo un mayor efecto, salvo algunas reseñas que polemizan con la lectura que el autor hace de Gabriela Mistral2, a quién la denomina como la “poeta”, la única gran poeta que ha tenido Chile, país que no ha leído a su literatura, y que la ha mal-leído sistemáticamente. En este sentido, en este libro, Marchant hace ver que el pensamiento filosófico-académico nacional no ha sabido leer a la poesía chilena, no ha realizado una reflexión sobre aquel lugar en el que se encontrarían los elementos más relevantes de nuestro pensamiento: la literatura chilena. Marchant hace una lectura de la poesía mistraliana a partir del horizonte de la filosofía contemporánea, haciendo referencias constantes y profundas a algunos psicoanalista –Imre Hermman, Georg Groddeck, Nicolas Abraham, Maria Torok–; la filosofía de Heidegger, y la “deconstrucción” de Jacques Derrida. Hace dialogar a la poeta con estos pensadores, señalando la profundidad de la poesía mistraliana. Esta ocupación y preocupación de Marchant también está situada en la poesía de Nicanor Parra y Pablo Neruda. Toda esta labor está marcada y cifrada por lo que sería la “situación experiencial provocada por el golpe de Estado de 1973”3. Para Marchant, el golpe de Estado, y la dictadura militar que instaura, son la irrupción de nuestro país en una era marcada violentamente por “la catástrofe” y él, como sus contemporáneos, y nosotros, aún, seríamos los sobrevivientes de esta: “Sobrevivientes de la derrota de la única gran experiencia ético-política de la historia nacional –aquella que se conden2. El artículo que el propio Marchant escribió en respuesta a Jorge Guzmán, “Jorge Guzmán: ‘Filósofo’, ‘Sicoanalista’, ‘Detective’”. 3. Patricio Marchant, “Desolación. Cuestión del nombre de Salvador Allende”, Escritura y Temblor, edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago, Cuarto Propio, 2000, p. 213. 280 El efecto Marchant… ¿una filosofía menor? sa, se revela y se oculta en el misterio de la palabra “compañero”- contemplamos lejanos, una historia, la de ahora, que, si bien continuamos a soportar, no nos pertenece, pertenece, ella, a los vencedores del 73 y del 89”4 De esta manera, desde ese instante del “golpe”, este territorio, este pueblo, ha sido arrastrado en un devenir que no logra desasirse de los efectos, las resonancias, de esa “catástrofe” que podríamos llamar originaria, en cuanto en tanto, ha borrado una escena, e instalado otra. Entonces, me parece que el gesto de Marchant apunta a algo otro que la mera especulación filosófica, ni tampoco hace “uso” de la literatura como un mero recurso. Para él, se trataría de una ética y de una política de la escritura. Un compromiso del pensamiento con la realidad desde el cual es ejercido. Una política de la filosofía, que debería trabajar sobre y desde aquel ejercicio escritural que plasma de manera más plena la dura facticidad de la realidad que nos toca vivir. Ética de la escritura, política de la filosofía, así sería posible enunciar la operación marchantiana, ética y política que se expresan en una escritura compleja y de carácter “patológico”5, pero que se impone como un deber irrenunciable, como Marchant diría: “Pero, así la vida, la vida realmente vivida, existe únicamente como vida escrita. Es decir, sólo la escritura salva, guarda lo percibido”6 En la poesía chilena es en donde se encontraría amalgamado todo esto, y la filosofía tendría la obligación de dar cuenta de aquello, en tanto algo que no se nos ofrece al entendimiento de manera transparente ni inmediata. Pero sabemos que no ha sido 4. Ibíd., p. 213. 5. Véase, la autopresentación inédita de Marchant rescatada en las solapas de la segunda edición de Sobre árboles y madres. En ella, hacia el final, Marchant dice: “El golpe de Estado tuvo al menos la virtud de dejarme siete años sin poder escribir absolutamente nada. El hecho de haber estado dos años en Francia, en contacto con Jacques Derrida, yo creo que me ayudo bastante, de modo tal que el año 79 retomé la posibilidad escritural con un español un poco… poco usual, digamos, un tanto patológico”. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, Buenos Aires, La Cebra, 2009. 6. Patricio Marchant, “Cuestiones de difuntos. Sobre la teoría de la escritura. Sobre la poesía de Nicanor Parra”, Escritura y Temblor, op. cit., p. 244. 281 Braulio Rojas así, que la academia filosófica se ha construido una imagen de desapego de la realidad, y esto ha conllevado una deuda que aún está por ser saldada, y que se arrastra como una negatividad en el desarrollo de la academia oficial. Valga como antecedente el carácter “ágrafo” de esta academia tradicional chilena, apegada a una lectura “fiel” y casi sacra de los textos: “Así, situación de la filosofía, hoy: abandono del pensar como constitución de una obra, como fidelidad a un único pensamiento, o como trabajo de escritura; su substitución por la indigencia teórica de los papers: discusión de problemas mínimos por mínimos profesores; esto es, la interpretación técnica del pensar como la filosofía determinante de las Universidades occidentales”7 Crítica radical a la academia chilena, y que lo pondrá en choque con los “mandarines” criollos, los que lo mirarán con distancia, conmiseración y desprecio, pero que en el fondo nunca lograron comprender lo que Marchant quería expresar. Pero volvamos al libro Sobre árboles y madres. El título hace referencia a dos conceptos que atravesarán todo el texto, y que se abordan desde perspectivas teóricas y autores bastante precisos. Es así como el sicoanálisis, aquel que se constituye después de Freud, y a contrapelo de Freud, el de Hermann, Abraham y Torok, en especial, le servirá para dar cuenta de aquello que cifraría la pérdida constitutiva de lo humano: la “madre muerta” y los “árboles quemados”. Estos conceptos metaforizan el estado de indigencia en el cual nos encontramos, estado de indigencia que sería una constitución ontológica. Pero esta misma indigencia permite vislumbrar la necesidad y posibilidad, a la vez de salir del “falo-logo-centrismo” del discurso filosófico, que nos sitúa desde una androginia del pensamiento. Heidegger, por ejemplo, nos dice Marchant, no ha tenido madre, no ha pensado desde la madre, no piensa la madre: “Cómo universitario se guarda de la mujer, se guarda de la madre”8 7. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, op. cit., p. 103. 8. Ibíd., p. 124. 282 El efecto Marchant… ¿una filosofía menor? Rigurosidad y erudición en la construcción de un saber que, si bien se instala en la dureza de un discurso filosófico, muestra su secreto, secreto que establece una complicidad con los poderes opresores. De ahí su vuelco a la poesía: “Y, aquí, [dice Marchant] necesidad de la inserción de un recuerdo personal: Montreal, 1962, mi primer maestro de filosofía, Louis-Bertrand Geiger, neotomista y sacerdote –todo en todo, diría Groddeck. Sus palabras: “Su deber es estudiar lo que es grande en su patria, la poesía chilena”. Regalo de un deber, de una exigencia, de una fiesta que desprecié durante quince años de vida universitaria…”9 Su deber, un don, una imposición, que Marchant llevará a cabo con la mayor seriedad. Si se me permite hacer un recuerdo personal, gesto que Marchant hace de manera reiterada en sus textos, véase, por ejemplo, la parte II del capítulo titulado “Escenas”, en donde liga recuerdos personales con una digresión sobre las M.M.; abreviatura de un nombre, que como toda abreviatura, puede estar en lugar de muchos nombres, pero por sobre todo el nombre de su madre, Marta Marchant, pero que es María Magdalena, Matías Marchant (su hijo), también Mahler-Mozart… y que se le hace patente en el acto mismo de la abreviación, lo que le permitirá instalarse a él mismo como un signo dentro del texto, y que ligará dos tópicos dentro de la textualidad: la poesía de Gabriela Mistral y el Retablo de Isenheim. Pero, vamos a esta rememoración personal, mía en este caso. La primera vez que me enfrente ante el libro Sobre árboles y madres, por allá por el año 1993, cuando era estudiante de filosofía la primera impresión fue de perplejidad. ¿Qué es esta cosa tan rara? –me preguntaba, junto a otros compañeros… ¿acaso es posible pensar “así” “acá”… se puede hacer filosofía en un registro que se nos hacía ajeno y complejo? Cuestión que nos motivaría a intentar cuestionarnos el “así” y el “acá”, como una manera 9. Ibíd. 121. 283 Braulio Rojas de enfrentar la labor de la academia filosófica nacional, y la de nuestra escuela de filosofía, en este caso particular. El efecto fue devastador: no entendimos nada, y no creo entender mucho más, ahora tampoco, pero de alguna manera marcó la manera cómo intento hacer un trabajo de reflexión filosófica sobre la literatura, desde ese momento a esta parte. Pero esto no significa eludir la especificidad de la filosofía como disciplina autónoma. Ni tampoco hacer pasar una cosa por otra: hacer poesía como si fuese filosofía, ni hacer filosofía poetizando Y aquí es donde arriesgo una interpretación de la filosofía de Marchant, y que la pongo en discusión ¿Una filosofía menor? Comienzo señalando que la dimensión poética y filosófica del lenguaje puede transformarse en una fuerza de resistencia a las fuerzas reprimentes que acosan a los individuos, lo que suele llamarse la dura “facticidad de lo real”. Estás dimensiones pueden participar de un desplazamiento de las subjetividades resistentes para ya no quedarse instaladas en la perspectiva de las luchas de interés, en las cuales el malestar del individuo se expresa en los códigos de una lengua dominante, quedando neutralizados en su expresión y objetivados en la manifestación de sus deseos, y anulados al momento en que el individuo quiere consumarlos y expresarlos. Sino, más bien, en las luchas del deseo, en las cuales los cuestionamientos ya no son traducibles en intereses objetivables, reificables o cosificables. Serían, más bien, malestares que carecen de objeto, y que, por lo tanto, no están cruzados por la pérdida, y su resolución posible es portadora de un coeficiente de emancipación y liberación que no sería recuperable por el sistema económico ni totalmente cooptables por los poderes políticos institucionalizados. Así la literatura, la filosofía y la vida se encuentran y reencuentran constantemente en el campo de las palabras, pero en este proceso de mutua trasferencia y fecundación, no es posible deducir una igualación de los diferentes niveles de representación de la realidad que el lenguaje tiene implícito en sus operaciones. El lenguaje, llevado a un límite, siempre nos desborda, en 284 El efecto Marchant… ¿una filosofía menor? especial cuando traspasa el límite de las prohibiciones simbólica e imaginariamente legitimadas, es decir, cuando transgrede el límite de lo decible. Es precisamente en esta línea de indeterminación en donde aparece, se infiltra, se aloja, una “lengua menor”, como aquella lengua que se resiste a ser cooptada por la lengua dominante entregándose completamente a ella, lengua que se expresa en, desde y a través de una “literatura menor”. Esta está cargada de un valor emancipatorio, porque en ese juego, lo que queda al desnudo es el carácter ficcional que constituye y estructura a toda lengua, de toda representación y de todo sentido propio del lenguaje. Se hace visible y patente el carácter de violencia y dominación que toda lengua aloja en su interior. Dicho de otra manera, una lengua menor es una lengua que está constantemente conformándose, una lengua que esta “siendo”, que nunca “es”, arrastrando consigo a todo intento de determinación formal desplazando constantemente el sentido del lenguaje del sujeto de los enunciados al colectivo que lo hace posible como una enunciación colectiva. Esta condición de minoridad de una lengua y de la literatura que se pueda producir desde ella, radica en que esta se constituye desde una constante doble imposibilidad: imposibilidad de escribir, según los cánones establecidos por una cierta “academia”, pero, al mismo tiempo, imposibilidad de no escribir, de dejar un registro, un rastro, una huella que dé cuenta de lo que le está aconteciendo a un sujeto, a un cuerpo, a un “pueblo” en proceso de constitución. Imposibilidad de “hablar-bien-la-lengua”: imposibilidad de escribir porque no se tiene acceso a los códigos lingüísticos, y a los lugares de enunciación ligados y definidos por el poder; imposibilidad de no escribir, pues la condición de sometimiento, la conciencia de sentirse incluidos pero excluidos, las condiciones de precariedad, no tanto ni privilegiadamente materiales, sino, más profundamente, simbólicas, de educación formal, espiritual. Todo esto constituye un movimiento que impulsa al individuo en estado de “minoridad” a dejar un registro de lo que está pasando y de lo que le está pasando en el espacio de la literatura, 285 Braulio Rojas que es uno de los espacios desde donde un colectivo se imagina a sí mismo, y se imagina una sociedad. Marchant, el texto “Desolación. Cuestión del nombre de Salvador Allende”, hace referencia a esta teoría de la literatura menor. Está, en ese contexto refiriéndose a la catástrofe nacional y el surgimiento de las nuevas escenas de la poesía mistraliana. Señala lo siguiente: “Debemos responder a la pregunta de por qué ante todo y en primer lugar, el estudio de la poesía mistraliana representa la posibilidad de iniciar el comentario de la catástrofe nacional”10. A partir de esta cuestión Marchant hace referencia al libro de Gilles Deleuze y Felix Guattari Kafka. Pour une littérature mineure, referencia que, hasta donde he podido rastrear, es la primera señalización a este libro tremendo, y una de las primeras a sus autores (Gilles Deleuze y Felix Guattari) en un texto filosófico chileno. Cito en extenso: “No es el caso discutir aquí los fundamentos y resultado del método propuesto por Deleuze-Guattari. Recogemos esa formulación del principio de lectura en cuanto éste corresponde exactamente al principio que es posible encontrar como fundamento de las nuevas escenas de lectura de la poesía mistraliana. Ausencia de un significante –de una significación o sentido– único de la poesía de la Mistral”11 Genialidad y osadía en la instalación de una estrategia de lectura de la poesía de Gabriela Mistral, para sacarla del lugar de subordinación en que los cenáculos literarios dictatoriales la habían situado: una imagen de pobre y abnegada profesora rural solterona; de madre frustrada que deviene madre de todos los niños pobres de Chile, pero que anula su potencia política. Justamente lo que Marchant quiere revelar de la Mistral. Sacarla de la escena “falo-logo-centrista”, patriarcal, si se quiere, para hacerla ingresar a otras escenas. 10. Patricio Marchant, “Desolación. Cuestión del nombre de Salvador Allende”, Escritura y temblor, op. cit., p. 232. 11. Ibíd., p. 232. 286 El efecto Marchant… ¿una filosofía menor? La “minoridad” de una lengua y de la literatura que desde ella emerja surge, entonces, a partir de una condición de saberse en un estado de precariedad, en una situación de secundariedad frente a lo más real de lo real, y la Mistral sabía eso de sí misma. Y Marchant sabe de su situación dentro de la academia chilena. Pero este estado de secundariedad es vivido, experimentado y percibido como una apertura a la ficcionalidad de la existencia, toda vez que el individuo se ve conminado a contar-inventar historias, y su subjetividad sabe de esa urgencia. La característica que es propia de una literatura menor, y que le interesa de sobremanera a Marchant, es que en ella todo es político. Sale de una subjetivación individualizante, propia de las “grandes literaturas”, las que se codifican desde el problema individual, vale decir; familiar, conyugal, de clase, etc. Dicho de una manera más sintética: en toda literatura menor al ser “su espacio reducido hace que cada problema individual se conecte de inmediato con la política”12, de ahí que se abran a otros problemas, que ciertamente involucran al individuo que escribe, pero que lo traspasan, lo atraviesan y lo conectan con otros individuos, con el colectivo, transformándose de un sujeto del enunciado, con plena capacidad de dar cuenta de sus facultades, a un efecto de la enunciación, es decir, en un signo más dentro de la multiplicidad de signos que constituyen una escritura, y que se ve arrastrado, por lo tanto, por ella. Por esto, toda literatura menor está marcada por su carácter de colectivo. Esto se determina a partir de que ella no se define por el “talento” literario. Nada de genialidad subjetiva, ni de acceso privilegiado a fenómenos o realidades intransferibles e impronunciables, ni mucho menos refererencias a un silencio originario e inabordable. Por lo tanto no se valora lo “individual” de una creación, sino, más bien una “enunciación colectiva”. No se trataría de una literatura de maestros, sino de una en la cual el campo político ha contaminado todos los enunciados, en algún grado. Toda la carga de la realidad que somete a un individuo y a un grupo humano, se puede movilizar a través de esta literatura, pues: 12. Gilles Deleuze y Felix Guattari, Kafka: Por una literatura menor, México, Ediciones Era, 1978, p. 29. 287 Braulio Rojas “la literatura es la encargada de este papel y esta función de enunciación colectiva e incluso revolucionaria: es la literatura la que produce una solidaridad activa, a pesar del escepticismo; y si el escritor está al margen o separado de su frágil comunidad, esta misma situación lo coloca aún más en la posibilidad de expresar otra comunidad potencial, de forjar los medios de otra conciencia y de otra posibilidad”13 Esto último es lo que enlaza a toda literatura menor con la posibilidad de la crítica, entendida esta como la apertura de una subjetividad, ya sea individual o colectiva, a resistir(se) a la dura facticidad de lo real, por lo tanto, el calificativo “menor”, “no califica ya a ciertas literaturas, sino las condiciones revolucionarias de cualquier literatura en el seno de la llamada mayor (o establecida)”14. Esto nos enfrenta con el complejo problema de plantearnos frente a la realidad a partir de una política de la escritura, y una política de la lectura. Se tratará, entonces, para Marchant, pero también para mí, en otro registro, de una(s) estrategia(s) de escritura y lectura identificables con una individualidad particular, pero que las traspasa, arrastrándola hacia el cuerpo colectivo en la cual se aloja, y, además, de una(s) estrategia(s) de lectura, que involucran a la subjetividad que está leyendo, dejándose atrapar y arrastrar en ese devenir de la lengua menor que se está desplazando en el cuerpo de la lengua mayor o, digamos, dominante. Un uso intensivo de la lengua, ni simbólico ni significativo. Pero, además, involucra a la entidad somática misma que está a la base, encarnada, en toda subjetividad. Entidad somática que también padece en el devenir de la escritura. Por esto es que me parece que la filosofía de Patricio Marchant podría ser calificada como una “filosofía menor”, por alojarse dentro del discurso filosófico-académico, para desde allí, mostrar, develar, denunciar su complicidad con los “poderes”. Marchant sería algo así como un “francotirador” de la filosofía, 13. Ibíd., p. 30. 14. Ibíd., p. 31. 288 El efecto Marchant… ¿una filosofía menor? en un momento en el cual hay una suerte de experimentación del lenguaje, hasta el extremo, en algunos poetas de ese momento: pienso en especial en Rodrigo Lira, Diego Maqueira, Roberto Merino, entre otros; y una experimentación en las artes visuales, el grupo CADA, por ejemplo. Marchant, desde la filosofía, hace un juego de “interpretación activa” de la filosofía, sabiéndose en una situación de minoridad, pero sabiendo también que, justamente desde allí, es desde donde es posible hacer una deconstrucción de la filosofía chilena. “Pues, si la metafísica de la presencia, la ontología, toda pretensión a una verdad, a un Significado Trascendental, sólo es posible por esta escena: el ocultamiento de la escena, la pretensión de pensar sin escena, la pretensión de prescindir de una escena, de escenas –la escena como aquello que resiste al dominio sin resto del pensar, como la energía del resto, de lo que resta, energía primera, alógica; entonces, deber: intentar describir lo que se pueda, eso poco que se puede de la escena de una escritura, sus condiciones de posibilidad…”15 15. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, op. cit., p. 61. 289 BELLEZA QUE GUARDA LA UNIVERSIDAD Ernesto Feuerhake Puede que interese en específico la relación de Marchant con Heidegger. Por varias razones, por ejemplo: ¿cómo podría no tener que ver de algún modo con Heidegger la repetitiva exhortación, en Marchant, a un pensamiento en y/o del español en tanto lengua de un cierto nosotros? O por ejemplo, también, desde otro ángulo: ¿importará el trabajo de delimitar las diferencias entre Derrida y Heidegger, para aprender a dilucidar en qué puntos, digamos esto así, Marchant parece ser, con todo, más heideggeriano que derridiano? Y, más acá de la lectura de Heidegger que con Derrida habría aprendido a hacer Marchant, ¿cómo podría haber escapado del todo al “Heidegger chileno”? Y, sin embargo, ¿no es el mismo Marchant quien otorga algunas de las más filudas herramientas para un análisis de la “chilenización” de Heidegger? Por lo demás, no escapa a nadie que el Heidegger de Marchant es complejo. En primera instancia, parece que el Heidegger de Marchant fuese o quisiese ser el de Derrida, y ello con todos los protocolos de lectura y de distancia del caso. Tal Heidegger se opondría de manera más o menos sumaria a lo que aquí llamamos un “Heidegger chileno”, que viene a no ser nada más que la lectura “neokantiana” de éste, o, lo que al parecer para Marchant es lo mismo, su lectura “orteguiana”, auspiciada por la Universidad de Chile. Se trataría así de un Heidegger bien leído frente a un Heidegger mal leído (o aparentemente no leído para nada, o hasta la mitad, etc.). O quizá todo pasaría ¿simplemente? por la lectura como asunto. Ahora bien, Marchant dice algo más respecto de Heidegger. Se trata, esta vez, del interés de Heidegger por comprender lo 291 Ernesto Feuerhake destinado como Voz. Esta determinación fonocéntrica le impediría a Heidegger, por una parte, reconocer que escribe (Heidegger no quiere saber que escribe –asunto de su Auseinandersetzung con Nietzsche; sin embargo, ahí están las decenas de volúmenes de la Gesamtausgabe en su contra). Eso por una parte. Pero por otra parte, y esto es algo que no dejaría de estar vinculado con lo que acabamos de nombrar, Marchant lee en Heidegger (si bien no en todo Heidegger…) una cierta defensa de la Universidad, un cierto, si pudiéramos decirlo así, “universitarismo”1. Si fuera lícita esta palabrota, “universitarismo”, habría que decir de ella que para Marchant no es otra cosa que la deriva de la filosofía misma2. Lo dice así: “el Discurso Filosófico Moderno se transformó en Discurso Filosófico Universitario”3. Y si el Discurso Filosófico Universitario es una (¿o la?) transformación del Discurso Filosófico Moderno, entonces lo que no es Discurso Filosófico Universitario no proviene directamente del Discurso Filosófico Moderno. Por su parte, Heidegger participaría y a la vez no participaría, es decir, sería y no sería defensor de esta transformación. De manera que cuando Marchant escribe que “Heidegger, cuyo pensar que en aquella medida en que a la filosofía le resulta posible, pero sólo en esa medida, ya no está más referida (sic) al cristianismo, y que, en tanto destrucción de la historia de la metafísica, pone en cuestión a la filosofía misma como jamás antes en la historia de la metafísica ello fue posible, aunque, como es sabido, esa destrucción heideggeriana está unida al intento –filosófico, metafísico– por recoger y recogerse en la voz oculta por, es decir, en (énfasis de Marchant) la historia de la metafísica […]”4, lo que aquí diría no sería algo otro que decir que Heidegger sigue recogiéndose en la voz oculta por, es decir, en la Universidad. 1. Acerca de estos matices a propósito de Heidegger, y de la vinculación entre estos dos “reproches” (de los cuales uno Gabriela Mistral tomará el relevo en diálogo): “Sobre la necesidad de fundar un Departamento de Filosofía en (la Universidad de) Chile”, en Escritura y temblor, Cuarto Propio, 2000, pp. 269-282. 2. Marchant distingue, aunque no siempre, entre la “filosofía” (a la que parece despreciar) y el “trabajo de textos”. De cuál sea la relación entre su tipo de “trabajo de texto” y la “filosofía” (o la “metafísica”) va a depender, en más de un sentido, la relación de Marchant no sólo con el “Heidegger chileno” sino con la filosofía en Chile sin más. 3. Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, Buenos Aires, La Cebra, 2009, p. 126. 4. Patricio Marchant, Escritura y temblor, op. cit., p. 37. 292 Belleza que guarda la Universidad Aquilatemos una consecuencia de esto. Tercera sección del capítulo “Cuestiones de estilo” de Sobre árboles y madres. Se trata de una “lectura de escena” de unos ejemplos de Ser y tiempo de Heidegger que Marchant va a considerar, va a leer como si se tratase de lapsus. Marchant sigue dos series de ejemplos. En la primera, los elementos son un vaso de agua, un vestido guardado en el armario, y una universidad; en la segunda, ya no entes intramundanos sino modos de estar-en, principalmente: producir y tener-que-hacer con algo, gastar o dejar ir a pérdida, y explorar, inquirir, discutir, determinar. La lectura de Marchant cuenta con el siguiente saldo: en la primera serie, el vaso de agua es “mujer, madre, no en la plenitud de su ser, sino, al contrario, mujer, madre, retenida, aprisionada –en el vaso”5; el vestido en el armario es un vestido de fiesta que está guardado (se entiende, que está ahí para (no) ser usado, pero no sólo eso…); en tercer lugar la universidad (que está en la ciudad, que está en el “espacio cósmico”). La conclusión de Marchant es esta: “La razón de la serie es clara: Heidegger, filósofo y profesor universitario, escribe. Como universitario, piensa en el aula, en la Universidad, Universidad en la ciudad –ciudad universitaria alemana–, ciudad determinada, en el ejemplo, no como habitar de los hombres”. En la segunda serie de ejemplos, que Marchant lee enseguida, la cuestión queda así: producir, tener-que-hacer con algo es tener un hijo; dejar ir a pérdida es la fiesta; inquirir y determinar es el trabajo teórico. Es decir que la serie va de este modo: tener un hijo (¿con la mujer aprisionada de la serie anterior?), la tentación de la fiesta, la represión de tal tentación que posibilita o es el trabajo teórico. Ahora bien, no el trabajo teórico sin más, sino, para el caso, el trabajo teórico universitario. Es decir que el trabajo teórico universitario es la represión, el declive de “la tentación de la fiesta”6. Marchant se pregunta así entonces: “Se dirá: todo trabajo teórico supone represión, más exactamente, sublimación. Ciertamente, ¿quién lo dudaría? Pero, ¿constituye acaso un azar que entre la serie de la producción de un hijo y de la producción teórica, una fiesta –gasto sin reservas– se pierde (sic) (o se guarde)? ¿Y si ese perder o ese guardarse constituye, en realidad, una condición, y una condición precisa y, por eso, a Heidegger 5. Sobre árboles y madres, op. cit., p. 124. 6. Ibíd., p. 124. 293 Ernesto Feuerhake se le impone decirla en estos ejemplos, de la teoría, del trabajo universitario?”7. Interesa saber qué quiere decir Marchant cuando dice que “condición precisa” para el trabajo teórico universitario es que una o la fiesta se pierda (o se guarde)8. ¿De qué fiesta se habla? ¿Y qué significa que algo se pierda o se guarde? Lógica de la pérdida, sin duda. Pero, ¿qué formulación precisa cobra ésta en Marchant? La fiesta: la “fiesta del pensar” de Nietzsche que Heidegger prepara en sus cursos universitarios, pero también la fiesta que Derrida, leyendo a Heidegger y a Freud, “se propone y nos propone”9: ¿En qué sentido podría esta fiesta ser la misma fiesta? Es una fiesta en cierto modo contra la filosofía, o, lo que es lo mismo, aunque sin duda más abarcador a la vez, contra la metafísica. Así como se escribe “contra” la Madre (en el caso, por ejemplo, de la “Defensa de Violeta Parra” de Nicanor Parra)10 o “contra” la Universidad, como es el caso de Sobre árboles y madres, “en tantos de sus momentos”11. En todo caso: Nietzsche y Derrida: Nietzsche que fue profesor universitario por muy poco tiempo, Derrida que si bien fue universitario lo fue de manera, comillas de Marchant, “especial”12. Pero antes: ¿qué es eso, guardar? ¿Qué relación guarda la guardia con la pérdida, como para que se pueda también plantear de este modo: qué relación pierde la guardia con la pérdida? Hay un problema suplementario, que concierne a, digamos, la “evolución” del pensamiento de Marchant, o en todo caso a un juego de perspectivas del que habría que extraer la razón. Por ejemplo en este caso: en “La guardia de la ciudad”, texto de 1982, el lugar desde el que habla Marchant podría ser desarticulado por lo que el mismo Marchant dice en un texto no obstante un año 7. Ibíd., p. 125. Las cursivas son nuestras. 8. Por el momento, y por poderosas razones, dejamos fuera, descuidamos la cuestión del Hijo. 9. Escritura y temblor, op. cit., p. 38. 10. Ibíd., p. 268 11. Sobre árboles y madres, op. cit., p. 136. 12. Escritura y temblor, op. cit., p. 228. 294 Belleza que guarda la Universidad anterior: “Casa hay una sola o las amargas reflexiones de un guardavallas vencido”. Adicionalmente a ello, la razón de estas dos posiciones, su relación mutua, queda expuesta en detalle, al hilo de una interrogación explícita (la única, que sepamos) de la noción de “percepción” (“el problema fundamental de la filosofía y de la mística […], y de toda existencia”13), en “Cuestiones de difuntos. Sobre la teoría de la escritura. Sobre la poesía de Nicanor Parra”, de 1983. Pongamos a funcionar las palabras: en “La guardia de la ciudad” (1982), Marchant comenta las fotografías de Julia Toro. Para llegar a ello (lo cual no sucede sino hasta el último párrafo, con la introducción de un concepto central –“densidad”– que no trabaja en los párrafos anteriores), a Marchant le importa, dice, comprender por qué una ciudad vacía, de noche, puede ser y en efecto es un objeto privilegiado para el arte de la fotografía (“¿Por qué una ciudad puede aparecer desde una calle vacía?”14). Se pregunta enseguida: “¿Qué es aquello fotografiado en una calle vacía que hace que lo fotografiado en ella haga aparecer una ciudad (tal ciudad o la ciudad como tal)? [énfasis nuestro]”. Es decir que lo fotografiado en la ciudad, aquello que es el objeto de la fotografía, lo que la fotografía captura y da a ver, es lo que hace aparecer la ciudad como tal. El como tal de la ciudad es producido, es “hecho” aparecer por “aquello fotografiado” en una calle vacía. Marchant agrega: “Digámoslo inmediatamente: lo fotografiado en una ciudad vacía es la guardia de una ciudad, la ciudad como guardia”. ¿Qué es eso? La “guardia de la ciudad” es aquello desde lo cual se sostienen en tanto habitantes de tal o cual ciudad los habitantes de tal o cual ciudad. Dicha función de guardia la cumple la ciudad misma; es la ciudad misma en su ser-ciudad-(misma). Y no es otra cosa que esta guardia de la ciudad aquello que permite y hace que la ciudad aparezca como tal. Un poco más adelante, el aparecer queda determinado como el aparecer, el salir a la luz del día. Así, es la guardia de la ciudad lo que permite que, de día, la ciudad sea la que es, es decir, que aparezca como tal, y este, su aparecer como tal, es desde ella misma 13. Ibíd., 238. 14. Ibíd., p. 55. Las cursivas son nuestras. 295 Ernesto Feuerhake en tanto guardia. Ello porque, glosando, podría uno decir: guardia se llama aquello desde lo cual algo aparece como tal. Pregunta: ¿eso, la calle vacía, lo que la calle vacía es, que es la ciudad misma en o como su guardia, podría a su vez aparecer sin fotografía, es decir sin arte? Pregunta ésta que adviene porque enseguida Marchant da tres ejemplos de instancias de “arte” en que la guardia de la ciudad puede ser puesta a la vista. Que la guardia de la ciudad se muestre en o como arte (en el Templo griego, en la Vista de Toledo de El Greco, y París en la poesía “sin ritmo” de Baudelaire) quiere decir, retomando una distinción que Marchant ha hecho un poco antes en este mismo texto, que el arte guarda la guardia de la ciudad. Aparente función del arte: dar a ver, o bien dar a leer, como tal, lo que hace que algo (una ciudad) aparezca como tal a la luz del día. “El Greco, desde una obra de arte, guarda la guardia de Toledo y nos hace contemporáneos de esa guardia”15. La guardia, hasta aquí, aparece sólo como arte. O bien como belleza. Pero: ¿puede entonces la guardia aparecer sin arte? Dependiendo de la idea que subyazga aquí de “arte”, podríamos responder: sí y no. Sí, si el arte es, como los ejemplos ofrecidos por Marchant podrían indicar, las bellas artes (arquitectura, pintura, literatura). No, si el arte en realidad no es más que la producción, o más bien la percepción, de la belleza. Ello por lo siguiente. Marchant agrega: “Ahora bien, la guardia de la ciudad no es cosa que sólo atañe al artista, algo que sólo la obra de arte puede cumplir. Cada uno de nosotros puede sentir la guardia de una ciudad y guardar, en su cuerpo, esa guardia”16. En su cuerpo, o bien, quizá, como su cuerpo. Es decir que el cuerpo puede cumplir la función del arte. O que el arte cumple, a su modo, la función del cuerpo. Arte y cuerpo: guardia de la guardia. El cuerpo como arte o el arte como cuerpo17, esta “relación” entre ambas nociones, se cumple al menos en lo que concierne a la ciudad y su guardia. Ello atañe a lo que Marchant escribe 15. Ibíd., p. 56. Las cursivas son nuestras. Cuestión de la guardia y del tiempo que no tocaremos aquí. 16. Ibíd., p. 56. 17. Cf. la referencia a Cézanne en “Discurso contra los ingleses” (ET, p. 28): “Cuerpo hay ahí donde hay percepción…”. 296 Belleza que guarda la Universidad en la penúltima línea del texto: “el erotismo de la ley de la noche”. Cuando Marchant dice que “cada uno de nosotros” puede “sentir” la guardia de una ciudad, pone para eso una sola condición: “Para ello es necesario poner en suspenso la ley del día que rige lo aparente (lo que aparece) en la ciudad: las relaciones normalizadas del trabajo y el amor” (esto va a interesarnos hacia el final del texto). Suspensión que puede cumplir “cada uno de nosotros”, por ejemplo, saliendo a recorrer de noche una ciudad. De tal suerte que “la noche se revel[e] como condición de posibilidad del día”18. Y añade: “Pues así como una mujer explica en la noche, al capaz de entender, en el movimiento sin concepto de su cuerpo su sostenerse de día […], así, del mismo modo, una ciudad de noche vacía, como forma pura, explica lo que ella sostiene de día”. Y entonces concluye: “De noche, la ciudad es su sostener puro, es bella –pues la necesidad de las relaciones supralógicas es siempre bella, artística. De este modo, volviendo al comienzo de este texto, las calles vacías como guardia de la guardia de la ciudad son posibilidad inmediata de belleza y por ello fueron, son y serán objeto privilegiado de la fotografía como arte”19. De modo que podemos contar con lo siguiente: el cuerpo puede ser esta especie de análogo del arte (o viceversa) en la medida en que cuerpo y arte pueden (hacer) sentir belleza. La condición de posibilidad del aparecer como tal (de la ciudad) puede aparecer a su vez como belleza. Como belleza, como ciudad bella, lo que aparece no es la ciudad sino más bien su condición de posibilidad (la “necesidad supralógica”, “siempre bella, artística”, de su “sostener puro”). Así también con una mujer: como belleza lo que aparece no es una mujer, sino la condición de posibilidad de la mujer que esa mujer es de día, en su aparecer (la “explica”). (Ahora bien, “las calles vacías como guardia de la guardia de la ciudad son posibilidad inmediata de belleza y por ello fueron, son y serán objeto privilegiado de la fotografía como arte”. ¿Qué puede significar “posibilidad inmediata”? ¿Es una posibilidad que se posibilita a sí misma automáticamente, sin mediación? ¿Que se efectiviza a sí misma sin mediación? ¿Para qué el arte en ese caso? Antes Marchant decía: “De noche, la ciudad en su sostener 18. Ibíd.., p. 57. 19. Ibíd.., p. 57. Todos los énfasis son nuestros. 297 Ernesto Feuerhake puro es bella”. Ahora dice que es “posibilidad inmediata de belleza”. ¿Ser es ser posibilidad inmediata de?). En este texto, recorremos de noche con Marchant una ciudad en su posibilidad inmediata de belleza, que no es otra cosa que “la ley de la noche” que suspende “la ley del día”. En su belleza, la ley de la noche nos muestra la guardia de la ciudad, y así nosotros, que la “sentimos”, que la percibimos, hacemos la guardia de la guardia: hacemos que la belleza aparezca. Ahora bien, apuntábamos que la “guardia” está trabajada en relación con la noción de percepción en otro texto posterior: “Cuestiones de difuntos…”, de 1983. Y ese texto sabe de algo que también sabe un texto un año anterior: “Casa hay una sola o las amargas reflexiones de un guardavallas vencido” (1981). Y es sorprendente que lo haga, porque todo lo que en el texto que venimos comentando podría ser calificado, posiblemente apresurándose, de “ingenuidad”, ya está visto, tratado, desmontado por anticipado en el texto anterior. Es decir que quien escribe “La guardia de la ciudad” ya sabe algo que este texto aparentemente podría no (querer) saber. A este guardián de la ciudad, es como si el texto un año anterior quisiera hacerle saber algo que no obstante ya sabe pero sin querer. (Lo sabe a pesar suyo o, hasta podría ser, por casualidad, sin intención. Lo sabe pero no es su intención saberlo. Saber sin intencionalidad; saber “en el fondo”). “Casa hay una sola…” comienza así (citamos en extenso porque casi todo lo que sigue nos va a interesar): “La precisa condicionalidad de nuestro modo de hablar natural, naturalmente se nos escapa. Hablamos como es debido, como hace falta. Pero que en ese hacer falta cometemos una falta, es una falta que no pensamos cometer. Nuestra conciencia queda tranquila –tautología, por cierto, pues la conciencia no es otra cosa sino la tranquilidad, nuestro órgano de seguridad. El inconsciente, por su parte, trabaja para atajar la falta que comete, tapa una falta manteniendo viva la falta. Su trabajo es su descanso. Negando la falta la reitera. El inconsciente guarda la falta. Guarda, es decir, preserva y vigila. Previene para mantener, mantiene para prevenir. Así el guardián se resguarda de su propia tentación tentando a los otros y defendiéndolos, al mismo tiempo, de su (propia) tentación. En el fondo, con un saber del cual nada quiere saber, el guardián sabe que 298 Belleza que guarda la Universidad nada le aguarda, que no guarda nada. Salvo su propia guardia. Guardia de su guardia”20. Lo que sigue más adelante es un desarrollo más o menos detallado de estas tesis, con el añadido (sin duda fundamental) de una identificación de “ciudad” y “madre”. Quedémonos aquí por un momento. Primero, esta expresión, “precisa condicionalidad”, que recuerda a la “condición precisa” del trabajo universitario que Heidegger en o como lapsus hacía ver: la represión de la tentación de la fiesta. Condición precisa: tentación de la que el guardia se guarda tentándose, y de la que el guardia preserva a los demás tentándolos. Pero, ¿cuál es la tentación del guardia? Si Heidegger es un guardia, en específico un guardia de la Universidad, un “funcionario” como va a decir Husserl, la tentación es lo que se llamaba la “fiesta” (tentación de la fiesta: si no hubiera tentación de la fiesta, si no hubiera ganas –reprimidas– de fiesta, no habría vestido, por muy bien guardado en el armario que esté). ¿De qué se protege Heidegger, y protegiéndose protege al Discurso Filosófico Universitario y a la Universidad misma? Tentación de comprobar que no se guarda nada salvo la guardia (“horrible verdad”, “saber abominable”). Tentación del guardia de hacer ver que no guarda nada, así como la tentación del guardavallas vencido porque invencible que quisiera que por fin alguien le metiera un gol imposible, esto es, un Gol. En escena: la imposibilidad, en este texto, de abrir la cripta y hacer ver que dentro no hay nada: que no hay nada que proteger salvo la pura protección de la nada. En una formulación casi idéntica, a propósito del descubrimiento que en A la búsqueda del tiempo perdido no alcanza a hacer Swann en su interés por “percibir lo real”, en circunstancias de que lo sensible no sería otra cosa que la madre, pero descubrimiento que sí hace el Narrador (que escribe), Marchant señala: “Los sufrimientos de Swann fueron vanos. Swann no alcanzó a reconocer la horrible verdad: que en esa guardia de la madre, no guardaba en realidad nada; que la madre está siempre perdida, que debe estar siempre perdida; que la madre sólo subsiste 20. Ibíd., p. 33. Todos los énfasis nuestros, excepto la bastardilla en “la”. 299 Ernesto Feuerhake como la guardia que de su ausencia cumple el hijo. Guardián éste, que no guarda nada salvo su propia guardia. Guardia de su guardia”21. Aparentemente, no había tal cosa como guardia de la ciudad. O bien: la ciudad, que era la madre, no era nada; la ciudad estaba muerta. O mejor dicho: nada guardaba a la ciudad: aquello desde lo cual la ciudad se sostenía y aparecía como tal estaba muerto, y la ciudad no era otra cosa que una cripta. “Todo es vano y feo, como una casa, como una ciudad, como el nombre del así llamado hombre”22. La ciudad a fin de cuentas no era bella. E incluso: “cabe más bien decir que el paso, rápido o lento, por la nocturna calle desierta, que necesariamente conduce al mismo punto de partida, erige a la calle como monumento fallido […]”23. Importaría saber qué pasó entre estos textos, de los que, insistimos, el más “ingenuo” es posterior. Con todo, “La guardia de la ciudad” todavía puede entregarnos algo acerca de la idea de la guardia. Porque si bien la ciudad ya no es bella (y no lo había sido nunca, quizá sólo por un momento…), puede que siga pudiendo serlo. Porque aún hay belleza, y habría que saber qué relaciones mantiene la belleza con la guardia, o más específicamente con la guardia de la guardia (en el arte, que podría mostrar la guardia de la guardia del guardián: lo único que se guarda –en el fondo: el poema). Apuntemos de este texto algo en lo que habíamos llamado la atención: a partir de su determinación de “la ley de la noche” como “condición de posibilidad” de “la ley del día”, Marchant elogia las fotografías de Julia Toro (que, suponemos, desde un principio se trataba de comentar): dice de ellas que “esos cuerpos” fotografiados por ella son “condición de posibilidad de cuerpos reales”. Es decir que “son, de día, el erotismo de la ley de la noche”. Y termina: “Pues si la noche revela lo que aparece de día, aquí, de día, se revela la realidad de la noche”24. En “Cuestiones de difuntos…” va a añadir Marchant que “allí donde hay belleza no hay madres”. Y unas líneas más abajo: “… 21. Ibíd., p. 247. 22. Ibíd., p. 54. 23. Ibíd., p. 42. 24. Ibíd., p. 57. 300 Belleza que guarda la Universidad la belleza manda al diablo a la verdad de la madre y a la madre de la verdad”25. Es decir que sólo la belleza es capaz de abrir la cripta de día. Eso sería suspender a pleno sol la ley del día, y hacer valer con ello de la ley de la noche. De modo que cuando Marchant escribe, en “Amor de la foto”, que, junto a Angélica, su alumna, “Una tarde, amándonos, fuimos abriendo criptas, hicimos aullar a los muertos” (ET, 105), lo que dice es que esa tarde (de día, por tanto), quedó suspendida, pues, en pleno día, la ley del día. Le sacaron la foto al día. ¿Qué pasó? Amándose, profesor y alumna suspenden la ley del día (“las relaciones normalizadas del trabajo y el amor”). ¿Será casualidad que Marchant utilice a menudo el calificativo “bello” para referirse a sus alumnas?26 Allí donde hay belleza no hay madre. Es decir que allí donde hay belleza la cripta ha quedado abierta, y la madre se ha ido al diablo. ¿Qué cripta se abre con la belleza de las alumnas? ¿Qué nada guardada revela la belleza de una alumna? Justo después de la “lectura de escena” que Marchant lleva a cabo de Heidegger en Sobre árboles y madres, y de la que hemos dado cuenta27, Marchant añade (en otra tipografía) que la “condición general” para la lectura que acaba de hacer es Bataille, y la lectura que de Bataille avanza Derrida. Pero hacia el final de la intervención añade: “Condición particular que nos hizo detenernos en estos ejemplos de Heidegger y leer lo callado en ellos: ¿qué sino los bellos ojos de una bella alumna, alegría de decirle: interés del texto de Heidegger, sólo tus ojos?”28. Con todo esto no queremos hacer otra cosa que una insinuación, es decir, hacernos sensibles a la cuestión siguiente: que en el pensamiento de Marchant de la Universidad, y por lo tanto en el 25. Ibíd., p. 53. 26. Por ejemplo en “Amor de la foto”: “… por sobre todo, amo a mis bellas alumnas” (p. 99), pero en varios lugares más. 27. Por cierto de modo insuficiente: el lector deberá remitirse al texto en cuestión. 28. Sobre árboles y madres, op. cit., p. 125. 301 Ernesto Feuerhake pensamiento de Marchant de Heidegger, el personaje conceptual de la alumna juegue un rol determinado y determinante. En su especificidad, la belleza de la alumna, su belleza de alumna, podría hacer aullar a los muertos-universitarios29. Es más: sería condición de posibilidad del universitario, y a la vez, pero por lo mismo, su tentación. La belleza de la alumna podría hacer ver que la Madre-Universidad ya estaba muerta. Y, lo que sería lo mismo, la belleza de la alumna podría dar a leer. Dar a leer unos lapsus, más de un sin querer, y no pocos poemas. O incluso así: en o como su belleza, la alumna sería el poema de la Universidad. 29. Hay un muerto-universitario que aúlla en Marchant: se trata de la “voz de ultratumba” con o como o desde la que grita Jorge Guzmán, cf. ET, 170-171. Desde esta perspectiva, no sería raro y, es más, cobraría bastante relevancia el hecho de que, a propósito de Sobre árboles y madres, “una alumna pudo darse cuenta de lo que el profesor Guzmán no pudo entrever” (ET, 167). 302 EL DIÁLOGO NO SE INTERRUMPE CON LA MUERTE Lenin Pizarro Todo juicio general arrastra consigo un peligro: el peligro del subjetivismo que se refugia bajo la figura de la sentencia con visos universalistas. Sin embargo, asumiendo los riesgos marginales de esto, a la filosofía en Chile podría aplicársele de forma genérica, la siguiente sentencia (de muerte) que Patricio Marchant le dispensara irónicamente: ésta no sería más que un “conjunto de anotaciones de lecturas sobre las notas de anotadores extranjeros”.1 Digo “irónicamente” pues creo descubrir en este recurso estilístico y retórico, no sólo (o no tan sólo) una clave interpretativa de la lectura filosófica que Marchant propone de su propio presente: no deja de ser irónico el hecho (político, histórico y filosófico), que Marchant haya elaborado sofisticadas diatribas contra la institución filosófica universitaria chilena, siendo él mismo juez y parte en y de dicha institución. Volveré sobre esto hacia el final de esta presentación. Con todo, la ironía ilumina poderosamente, en el sentido benjaminiano del término, el quehacer filosófico local: desde el siglo de su institucionalización2, la filosofía en Chile se caracte1. Patricio Marchant, Escritura y temblor, edición Pablo Oyarzún y Willy Thayer, Santiago, Cuarto Propio, 2000, p. 308. 2. Cecilia Sánchez, Una Disciplina de la distancia. Institucionalización universitaria de los estudios filosóficos en Chile, Santiago: CESOC, 1992; José Jara, “Un siglo corto de filosofía”, Archivo, N° 1, Departamento de Filosofía, Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, Santiago, 2006; Joaquín Barceló, “La 303 Lenin Pizarro riza por la adopción de técnicas y dispositivos disciplinarios y disciplinatorios: la llegada de connotados maestros extranjeros, la creciente profesionalización y especialización, la masificación y diversificación de centros de formación, academias y escuelas (en el sentido amplio del término), etc., refuerzan toda vez que consolidan la figura del “profesor lector”,3 y con ello, una forma particular, eminente, de entender y hacer filosofía. El comentario riguroso, la glosa comedida, la explicación puntillosa son el santo y seña de la sapientia profesoral. El “método de (Ernesto) Grassi”4 se transforma de tal suerte, en el método por excelencia de la filosofía universitaria en Chile. De la lectura de textos emanan incesantemente hierofanías y epifanías, enigmas y verdades originarias. El profesor-exégeta es en un mismo movimiento, el guardián celoso y el intérprete cuidadoso del templum del sentido. Por ello la práctica filosófica criolla se entiende a sí misma como heredera, como “reflejo”,5 de lo que proviene del Viejo continente; “reflejo” que se debe, por cierto, preservar, cultivar, trasmitir. Nada de inventar, crear o innovar, pues todo está inventado, creado o innovado. Y no hay nada que hacer al respecto, porque pensar desde la América ahistórica, salvaje y atávica, implica que no se tiene —no se podría tener— el espesor histórico, cultural y teórico que tiene Europa (E. Grassi).6 actividad filosófica en Chile en la segunda mitad del siglo XX”, Bio-bibliografía de la filosofía en Chile desde el siglo XVI hasta 1980, Santiago: Universidad de Chile, Facultad de Filosofía, Humanidades y Educación, Santiago, 1982. 3. Cecilia Sánchez, Una disciplina a la distancia, op. cit., pp. 113 ss. 4. Ibíd., pp. 115-118. 5. Cf. Joaquín Barceló, “¿Filosofía hispanoamericana?”, Meridiano, Universidad de Chile, Santiago, 1974; Joaquín Barceló, “Tradición e innovación como condiciones para una filosofía hispanoamericana”, Cuadernos de Filosofía, Concepción, 1977; Joaquín Barceló, “Tradicionalismo y filosofía”, Revista de Filosofía, Vol. XVII, Nº 1, Universidad de Chile, Santiago, 1979. 6. No es este el lugar para profundizar sobre la posibilidad o imposibilidad de una “Filosofía latinoamericana”, de si corresponde o no, y hasta qué punto es válido, hablar de un pensamiento “propio”, “distintivo” de América Latina, es decir, de una filosofía que se arraigaría en nuestros peculiares usos de la lengua española, y que, por lo mismo, se daría en el contexto de un particular modo de ser, valorar y entender el mundo y la naturaleza. Sin embargo, hay que señalar que, en términos generales, los argumentos respecto de la 304 El diálogo no se interrumpe con la muerte Por ello la cofradía bienpensante ha entendido y entiende a la filosofía como un ejercicio espiritual trascendente, como una reflexión transhistórica y apolítica, ubicada por sobre los tres mil pies de altura, por sobre el resto de los seres humanos comunes, pues sólo allí —en ese espacio y tiempo impropios— es donde se da y asegura, dicen, la auténtica filosofía. Desde lo alto, nuestros mandarines teóricos especulan, en griego y en alemán —únicas lenguas filosóficamente visadas por el sumo pontífice Heidegger—, sobre los peligros de la Ge-Stell, o sobre el talante apropiado con el que se le debería hacer frente a esa nada angustiante que asecha en la cultura tardocapitalista. Nihilismo que se condena escolásticamente o se celebra extáticamente (depende, claro está, de la confesión de fe filosófica que se profese). Por ello, como chamanes en trance, los neoconservadores del campo filosófico elaboran una terminología o capital espiritual específico, pues son la elite para la cual dicha fraseología es moneda cotidiana en el intercambio conceptual que se da en el ejercicio de un pensamiento que es incapaz de superar la pobreza de su abstracción y aislamiento. Ahora bien, si la espiritualizada miseria de la filosofía no puede cubrir —o a lo menos hacer más decorosa— la penosa situación de la disciplina como saber terciario —epistemológicamente débil, socialmente irrelevante y culturalmente inocua—, al menos debe envolverse de un hálito semisagrado, por lo que se repite —año tras año, curso tras curso, seminario tras seminario, conferencia tras conferencia— toda la implacable e impecable jerga. imposibilidad de una filosofía hispanoamericana han sido expuestos por J. Barceló en su teoría del “reflejo”, que dio origen a una interesante réplica (y posterior debate) con Humberto Giannini, quien sostiene en la categoría central de “experiencia” su idea de una filosofía propiamente Latinoamericana. La posición de Barceló está expuesta en los tres artículos citados anteriormente (infra, nota 5); Cf. también Humberto Giannini, “Experiencia y filosofía (A propósito de la filosofía en Latinoamérica)”, Revista de Filosofía, Vol. XVI, No 1-2, Universidad de Chile, Santiago, 1978. Para un análisis de la misma cuestión desde diversas perspectivas, ver también Patricio Marchant, “¿En qué lengua se habla en Hispanoamérica?”; “Situación de la filosofía y situación de la filosofía en Chile”, en Escritura y temblor, ed. cit.; Carlos Miranda, “La experiencia y la filosofía en América Latina”, Revista de Filosofía, Vol. XVII, Nº1, Universidad de Chile, Santiago, 1979; Pablo Oyarzún, “Identidad, diferencia, mezcla: ¿Pensar Latinoamérica?”, La desazón de lo moderno. Problemas de la modernidad, Santiago, Universidad ARCIS/Cuarto Propio, 2001. 305 Lenin Pizarro ¿No es precisamente la forma profesoral de entender y hacer filosofía lo que Patricio Marchant exhorta a abandonar? “Hora es ya de retomar con audacia y responsabilidad” —señala en 1972— “la tarea propia de la filosofía: ser la conciencia crítica del saber y la sociedad”.7 La “filosofía en Chile” —afirma enfáticamente— “no ha servido nunca ni ha pensado nunca adecuadamente”.8 ¿No señalan estas palabras en el plano local, el umbral entre una época filosóficamente superada, y otra por venir? Pero quizá ya no se trata sólo de una época, sino, más radicalmente, de una forma de entender y hacer filosofía. “Hemos sido y somos la conciencia teórica de libreros e importadores de libros”.9 La forma epigonal de entender y hacer filosofía, es lo que Marchant ataca, deconstruye. Pero este ataque es una especie de boomerang: ¿no es el propio Marchant un filósofo, un comentarista de la obra de otros filósofos? ¿No es el profesor Marchant el que no soporta, por ejemplo, la “incomprensión” de Heidegger, o la infravaloración del psicoanálisis por parte de sus pares filósofos chilenos? ¿No es precisamente un pathos filosófico exasperado en la obra de Marchant lo que resalta cuando uno se asoma a sus vertiginosos textos? Comentaba un actual profesor de la Universidad de Valparaíso (para decirlo a lo Marchant: hoy ex Universidad de Chile, del ex Estado, de la ex República de Chile), que precisamente si algo caracterizaba al profesor Marchant, era su impaciencia, su malhumor. Y sin embargo, o con él, sus textos están atravesados por esa ironía violenta, jovial, que Nietzsche pregonaba como golpe de martillo. Para resistir y escapar entonces a lo que denuncia como entramados del “imperialismo del espíritu” o “imperialismo teórico”, Marchant pone en juego una estrategia filosófica que se arraiga en la noción de lengua: la lengua se expresaría ejemplarmente en la gran poesía hispanoparlante. Concretamente, en la poesía de Mistral, Parra, Borges, Vallejos y Neruda. Esta empresa no deja de ser paradójica. Frente al negacionismo eurocentrista que 7. Patricio Marchant, “Situación de la filosofía y situación de la filosofía en Chile”, Escritura y temblor, op. cit., p. 379. 8. Ibíd., p. 379. 9. Ibíd., p. 379. 306 El diálogo no se interrumpe con la muerte afirma la necesidad del referente europeo-anglosajón como condición de posibilidad de todo pensar auténticamente filosófico, Marchant opone el arraigo en la propia lengua, lo que le lleva a estudiar las capas visibles e invisibles del lenguaje. De ahí su recurso al psicoanálisis. Pero también, a Heidegger y a Nietzsche: “[…] mientras la cuestión de nuestra Lengua Materna […] no encuentra la dignidad de su planteamiento […]. Imposibilidad de pensar originalmente”.10 Frente a la tesis conservadurista (de un Joaquín Barceló, por ejemplo), que aboga por el necesario recurso y cultivo de reservas ideológicas perennes, Marchant se posiciona desde una actitud acre. Se diría que su filosofar disloca lo que la tradición academicista intenta vanamente mantener inmutable. Ciertamente Marchant hace hablar filosóficamente a la literatura de estos lares. Pero no lo hace como un comentarista ocioso que pretende prolongar el contenido de la obra o que intenta futilmente tomar distancia de ésta: para él, Mistral, Parra, Borges y Neruda hablan de nuestra raza latino-americana. Pero este concepto no está ligado al lugar común de lo biológico, sino a la lengua. Aquí, me parece, se vislumbra un tratamiento filosófico del tema o problema (para algunos, inocuo; para otros, fundamental) de un pensar hispano o latinoamericano. Vuelvo entonces a la ironía, que es distinguible como gesto filosófico específico, propio (si es que existe algo así como una filosofía “propia”) de Marchant. Decía Paul de Man de la ironía, que ésta es irreductiblemente irónica: la ironía de la ironía es que no se puede conceptualizar. Marchant en este sentido, es inclasificable. Por más que se lo quiera encorsetar en dispositivos conceptuales predeterminados, sus análisis se escabullen, escamotean el sentido común, el buen sentido. Sin embargo, su portentosa prosa, que él situaba en los márgenes del pensamiento filosófico, está imbuida de él; es un pensar en y desde la conceptualidad filosófica tradicional: Hartmann, Heidegger, Nietzsche, Derrida, etc., son su propia “escena”, el telón de fondo de su búsqueda de algo propio, distintivo. Esto propio (la lengua), por ello, es también lo impropio, lo híbrido, la lengua fragmentada, violada, 10. Ibíd., p. 308. 307 Lenin Pizarro que él acusaba como legado cultural de la barbarie civilizatoria cristiana occidental. ¿Se puede entonces pensar desde y contra una tradición dada? Ciertamente. El deslinde que establece Marchant es un claro ejemplo de esto: la literatura no es una herramienta del pensar filosófico; antes bien, se trata de encontrar el trasfondo lingüístico, filosófico, de la literatura, que no es sino el trasfondo teórico de nuestra lengua, que tiene su emergencia en la poesía. ¿No es esto lo que intenta Marchant cuando quiere poner en diálogo la poesía de Gabriela Mistral con la filosofía de Martin Heidegger? Diálogo, y no monólogo. Porque el diálogo implica una aproximación a lo otro, a la otra. Al temblor del otro, de la otra… porque el monólogo, por el contrario, sugiere la clausura del yo; el confinamiento autoinfringido a la propia interioridad, que no es sino la impotencia del yo expresada históricamente. El diálogo no se interrumpe con la muerte, el diálogo continúa… decía Marchant en un homenaje al historiador Mario Góngora. El diálogo continúa; y continúa con él en estas pocas palabras y en las que vendrán. Y continúa porque, quizás, el pensamiento es aquello que está en constante lucha contra la muerte; porque en el pensar quisiéramos se cumpla la utopía, que el ángel de la historia de Benjamin profetizara: revivir a los muertos, a los olvidados. 308 PARTICIPANTES Andrés Ajens, Ha publicado La flor del extérmino (Buenos Aires: La Cebra, 2011), Condado inescrito (2009), El entrevero (2008), No insista, carajo (2004), Más íntimas mistura (1998), La última carta de Rimbaud (1995), y, en traducción, Poemas inconjuntos, de A. Caeiro / F. Pessoa (1996); con el título Quase Flanders, Quase Extremadura, la poeta canadiense Erin Mouré tradujo Más íntimas mistura (Cambridge: CCCP, 2001; Vancouver: The Left Hand, 2008), y con Poetry after the Invention of América, Michelle Gil-Montero traslapó La flor del extérmino (Nueva York: Palgrave-Macmillan, en prensa). Junto a Vicky Ayllón y Jorge Campero coordina la revista de poesía Mar con Soroche (Santiago/La Paz) y, con el lingüista Zacarías Alavi Mamani, el sitio www.lenguandina.org. Diplomado en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, en París, y candidato a doctor en sociología en la misma, actualmente es profesor del Departamento de Filosofía de la UMCE, en el ámbito entreabierto de las escrituras americanas. René Baeza, Actualmente cursa el doctorado en Filosofía Moral y Política, en la Universidad de Chile, patrocinado por una beca Conicyt para estudios de postgrado. Autor del libro Resistencias: Economía de la inscripción en Jacques Derrida (2001); y una serie de artículos sobre Jacques Derrida, Jean-Paul Sartre, Michel Foucault y Patricio Marchant. Ha sido miembro del consejo editorial de la Revista Nombrada, de la Escuela de Filosofía, de la Universidad ARCIS (2004-2007), y del comité editor de la Revista Archivos, de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (20082011). Profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad 309 Metropolitana de Ciencias de la Educación y de la Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS. Mauricio Barría, Estudió una licenciatura en filosofía en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente es candidato a doctor en filosofía mención estética en la Universidad de Chile. Desde el año 2008 es profesor asistente y se desempeña como director del Centro de Investigación y Documentación Teatral (CENTIDO) perteneciente a la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. Sus líneas de Investigación se centran en la dramaturgia, la teoría de la performance y la historia del Teatro chileno y la estética del teatro. Ha publicado numerosos artículos sobre performance y teoría teatral.en revistas chilenas y extranjeras. Autor del libro El Peso de la Pureza seguido de Impudicia (2006) Alejandra Castillo, Doctora en Filosofía (Universidad de Chile). Directora de la Revista de Cultura Papel Máquina. Miembro del Claustro académico del Doctorado en Educación y Cultura en América Latina, de la Escuela Latinoamericana de Postgrado de la Universidad ARCIS. Profesora del Magíster en Estudios Culturales de la Universidad ARCIS y del Magíster en Comunicación y Política, del Instituto de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile. Profesora invitada al Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Fordham, Nueva York (2011) y Visiting Research Fellowship, del King’s College de la Universidad de Londres (2008-2009). Miembro del Grupo de Filosofía Política de CLACSO (2010-2012) e investigadora FONDECYT (2010-2012). Integra además el Consejo Editorial de la Revista Pedagogía y Saberes de la Universidad Pedagógica Nacional (Bogotá) y de la Revista Nomadías (Universidad de Chile). Es autora de Nudos feministas (2011), Democracia, políticas de la presencia y paridad (2011), Julieta Kirkwood (2007), La república masculina y la promesa igualitaria (2005). Editora de Martina Barros, Prólogo a la Esclavitud de la Mujer (2009); y co-editora Reescrituras de José Martí (2008) y Nación, Estado y cultura en América Latina (2003). Cristóbal Durán, Doctor en Filosofía, Universidad de Chile. Se desempeña como profesor e investigador en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y en la Universidad Central. 310 Ha publicado artículos sobre fenomenología, psicoanálisis y filosofía política en revistas nacionales y extranjeras. Es traductor de La imitación de los modernos, de Philippe Lacoue-Labarthe (La Cebra) y de La plasticidad en espera, de Catherine Malabou (Palinodia) Ernesto Feuerhake, Licenciado en Filosofía por la Universidad de Chile, y actualmente cursa el Magíster en Filosofía en la misma. Ha traducido textos de Jacques Rancière, Hayden White y Gérard Granel para la revista de cultura Papel Máquina. Su interés general son las filosofías moderna y contemporánea, y en particular en el cambio de lectura que implica el paso de una a la otra. Andrea Kottow es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánica da la Universidad de Chile, Magíster en Literatura General y Comparada de la misma Universidad y Doctora en Historia de la Medicina por la Universidad Libre de Berlín. Actualmente es Profesora del Departamento de Humanidades de la Universidad Andrés Bello. Es autora del libro De kranke Mann. Medizin und Geschlecht in der Literatur um 1900 (El hombre enfermo. Medicina y género en la literatura del 1900) editado por Campus en al año 2006. Ha escrito numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras, así como capítulos de libros, dedicados a diversos temas, destacándose los entrecruces de discursos médicos y literarios, así como los de psicoanálisis, teoría crítica y literatura. André Menard, Antropólogo y Doctor en Sociología. Profesor del Departamento de Antropología de la Universidad de Chile y del Departamento de Filosofía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Ha desarrollado investigaciones y publicado artículos sobre los conceptos de raza y pornografía, escrituras indígenas, políticas y profetismo mapuche. Es coautor de Mapuches anglicanos (2007) Rodrigo Naranjo, Doctor en literatura. Actualmente se desempeña como profesor asociado en el Departamento de Filosofía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Ha investigado, editado y publicado en varias revistas sobre el ba- 311 rroco latinoamericano, las escrituras carcelarias y los regímenes de cautiverio. Es autor de los libros La muerte y la figura (2005), Para desarmar la narrativa maestra. Un ensayo sobre la Guerra del Pacífico (2011) y Apartados (2011) Pablo Oyarzún, Filósofo, ensayista y traductor. Profesor de la Universidad de Chile. Entre sus numerosas publicaciones se cuentas los libros El dedo de Diógenes (1996), De lenguaje, historia y poder (1999), Arte, visualidad e historia (2000), Anestética del ready-made (2000), La desazón de lo moderno (2001), El rabo del ojo (2003), Entre Celan y Heidegger (2005) y La letra volada (2009). Ha traducido a I. Kant, Crítica de la Facultad de Juzgar (1992); Walter Benjamin, La dialéctica en suspenso (2009) y El narrador (2008) y Paul Celan El Meridiano (1997). Lenin Pizarro, Magíster en Filosofía. Candidato a Doctor en Filosofía por la Universidad de Chile. Profesor de la Universidad de Valparaíso. Profesor visitante en la Universidad Paris 8-Saint Denis, en el marco del proyecto Ecos-Conicyt: “Las crisis francesas en el pensamiento político chileno”. Ha publicado artículos sobre filosofía chilena en revistas especializadas como La cañada. Es coautor del libro Humberto Giannini: filósofo de lo cotidiano (2010), editado por Cecilia Sánchez y Marcos Aguirre. Jorge Polanco, Magíster en filosofía. Profesor de la Universidad Federico Santa María y de la Universidad de Valparaíso. Ha publicado numerosos ensayos sobre poesía chilena y latinoamericana. Autor de La zona muda. Una interpretación filosófica de la poesía de Enrique Lihn (2004) y de los libros de poesía Las palabras callan (2005) y Sala de espera (2011). Nadia Prado, Poeta. Estudió Licenciatura en Filosofía en la Universidad ARCIS. Es profesora de la Universidad Andrés Bello, sede Viña del Mar. Sus textos han aparecido en diversas antologías dentro y fuera de Chile, entre ellas: Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI: El turno y la transición, compilada por Julio Ortega (1997); Antología de poetas chilenas. Confiscación y silencio, preparada por Eugenia Brito (1998); Mujeres poetas de Chile: muestra antológica 1980-1995, compilada por Linda Koski (1998); Cuerpo Plural, compilada por Gustavo Guerrero (2010). 312 Entre sus libros de poesía se cuentan: Simples placeres (1992), Carnal (1998), © Copyright (2003), Job (2004) y Un origen donde podría sostenerse el curso de las aguas (2011). Nelly Richard, Crítica y ensayista. Estudió Letras modernas en la Universidad La Sorbonne (Paris, II). Fundadora de la Revista de Crítica Cultura (1990-2008). Recibió la Beca Guggenheim en 1996. Actualmente dirige el Magíster en Estudios Culturales de la Universidad ARCIS y es Vicerrectora de extensión, comunicaciones y publicaciones de la misma universidad. Entre otros libros ha publicado Crítica de la memoria (2010), Feminismo, género, diferencia(s) (2008), Márgenes e instituciones (2008), Fracturas de la memoria (2007), Residuos y metáforas (1998), La insubordinación de los signos (1994), Masculino/Femenino (1993) y Cuerpo correccional (1980). Editora de Debates críticos en América Latina I, II, III (2009), Arte y política (2005), Utopía(s) (2004), Políticas y estéticas de la memoria (2000) y Pensar en la postdictadura (2000). Cecilia Sánchez, Licenciada en Filosofía en la Universidad de Chile. Diplome d’Etudes Aproffondies (DEA) en la Université Paris 8. Doctorado de Literatura en la Universidad Católica de Chile y Doctorado en Filosofía en la Universidad París 8. Actualmente es profesora en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y profesora del Magíster de Género en la Universidad de Chile. Es autora del libro Una disciplina de la distancia. Institucionalización universitaria de los estudios filosóficos en Chile, Cerc/Cesoc, Santiago, 1992 (traducción al francés, L`Harmattan, París-Francia, 1997) y de Escenas del cuerpo escindido. Ensayos de filosofía, literatura y arte, Universidad ARCIS/ Cuarto Propio, 2005. Guadalupe Santa Cruz, Escritora y artista visual. Autora de las novelas Salir (1989), Cita capital (1992), El contagio (1997), Los conversos (2001), Plasma (2005), del libro de arte Quebrada. Las cordilleras en andas (2006) y de Ojo líquido (2011), libro catalogado como “inclasificable” por la crítica. Además ha publicado numerosos ensayos y artículos de crítica en revistas y libros nacionales e internacionales. Ha recibido el premio Novela inédita del Consejo Nacional del Libro 2004, y el premio Atenea 2006 de la Universidad de Concepción por su novela Plasma, y diversas 313 becas, entre ellas la John Simon Guggenheim (1998) y la de la Fundación Andes (2004). Como docente, ha dictado clases en varias universidades (ARCIS, Universidad de Chile, Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, Universidad Andrés Bello, entre otras). Dirige desde varios años un taller de creación literaria. Miguel Valderrama, Historiador. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados de la Universidad ARCIS. Se desempeña además como profesor en el Departamento de Historia y Geografía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Desde su fundación integra el equipo editorial de la revista de cultura Papel Máquina. Entre otros libros ha publicado Posthistoria (2005), Heródoto y lo insepulto (2006), La aparición paulatina de la desaparición en el arte (2009) y Heterocriptas (2010). Es además coautor de Historiografía postmoderna (2010) y editor de ¿Qué es lo contemporáneo? (2011). Miguel Vicuña, Poeta, ensayista, filósofo. Profesor de la Universidad ARCIS. Ha dirigido y formado parte de numerosas revistas culturales, entre las cuales destacan Número quebrado y El espíritu del Valle. Entre sus libros de poesía destacan Dicha non desdicha (2010), Levadura del azar (1980), Parábola reversa (2004) y Lengua de cordero con piel de oveja (1986). Junto a Armando Uribe es autor del libro El accidente Pinochet (2009). Sergio Villalobos-Ruminott, Profesor de literatura y cultura latinoamericana en el departamento de Foreign Languages de la Universidad de Arkansas, Fayetteville. Su trabajo se refiere a las relaciones entre agotamiento del humanismo e imaginación crítica, en literatura y artes visuales. Editor de Hegemonía y antagonismo. El imposible fin de lo político (Conferencias de Ernesto Laclau en Chile (1997)). Traductor de Heidegger y la crisis del humanismo contemporáneo, de William Spanos (2010). Además es coautor de Vértigo de la política. Formas de pensar la izquierda (2010) y Política y acontecimiento (2011), editado por Miguel Vattel y Miguel Ruiz Stull. 314 Esta primera edición de 200 ejemplares de Patricio Marchant. Prestados nombres se terminó de imprimir en el mes de agosto de 2012 en Imprenta Dorrego, Av. Dorrego 1102, Ciudad Autónoma de Buenos Aires