el mexicano ahorita: retrato de un liberal salvaje

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FEBRERO, 2011
EL MEXICANO
AHORITA: RETRATO
DE UN LIBERAL
SALVAJE
Fernando Escalante Gonzalbo
En el otoño de 2010, otoño del bicentenario,
nexos emprendió un proyecto largamente
acariciado: medir las aspiraciones de los
mexicanos. ¿Qué sueñan, qué esperan, qué
anhelan, repudian o añoran de su país y de ellos
mismos? ¿En qué confían, cómo se definen
frente al futuro y frente al pasado? ¿Quiénes
son aquí y ahora, más allá de generalizaciones
sociológicas y estereotipos históricos?
Existen 33 artículos del ejemplar seleccionado
LOS MINEROS Y
NUMERALIA
LOS PREJUICIOS Y
LA CAJA DE
PANDORA
RODRIGO CENTENO Y
RAFAEL CH
EL AGUA DEL RÍO
JANELLE MONÁE,
LA ARCANDROIDE
DOSIER
MARCELINO, PAN
LUIS EMILIO GIMÉNEZ
CACHO
CENTENARIOS:
¿PARA QUÉ LOS
QUIERO?
HUGO GARCÍA MICHEL
ERIKA PANI
127 HOURS: VIDA
AL LÍMITE
JORGE VILLALOBOS
LUIS GONZÁLEZ DE
ALBA
Y CINE
GUSTAVO GARCÍA
THE FIGHTER:
FAMA A CAMBIO
DE GOLPES
FERNANDO MORENO
SUÁREZ
ASÍ ESCRIBO
DE LA A A LA Z
HERNÁN LARA ZAVALA
DELIA JUÁREZ G.
LA CIUDAD QUE
NOS PERTENECE
VIGENCIA DE
EMMANUEL
CARBALLO
BLACK SWAN: LA
MUÑECA RUSA DE
DARREN
ARONOFSKY
DAVID MIKLOS
ESTANTE
TEÓLOGOS DE LA
EXPERIENCIA
LUIS BUGARINI
ALEJANDRO DE LA
GARZA
DE CONJURAS,
SECTAS Y MISAS
NEGRAS
NOÉ CÁRDENAS
EL GRAN RESCATE
CHILENO
LA
PERSEGUIDORA
ANDREW CHERNIN
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.
LOS HOMICIDIOS
Y LA VIOLENCIA
DEL CRIMEN
ORGANIZADO
EL MEXICANO
AHORITA:
RETRATO DE UN
LIBERAL SALVAJE
LA DEMOCRACIA
DE LEFORT
JESÚS SILVA-HERZOG
MÁRQUEZ
ALEJANDRO POIRÉ
RESPUESTA A
TREJO DELARBRE
¿ALGO QUE NO
SEPAMOS? CASI
TODO
ANTONIO AZUELA
¡EXIJO UNA
EXPLICACIÓN!
(¡PLOP!)
LA MUERTE TIENE
EL CRIMEN NO ES
EL PROBLEMA
ANA LAURA MAGALONI
KERPEL
TRIPLE
DECÍMETRO
CLAUDIO LOMNITZ
PERMISO
REACCIONES Y
REFLEXIONES
OTRA DE
MARIPOSAS
DOS MARIPOSAS
DE NABOKOV
LA SANTERA
LA DIETA DEL
POR QUÉ TOCAN
BEBEDOR
EL CLÁXON
LOS PRIMEROS
WIKI-LEAKEABLES
ÁNGELES MASTRETTA
EXCESIVA
Nexos - Los mineros y la caja de Pandora
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Fecha: 14/02/2011
Los mineros y la caja de Pandora
Luis Emilio Giménez Cacho
Uno de los asuntos más candentes al cierre de la administración del presidente Fox es la confrontación del gobierno con el sindicato minero, a propósito de la cual se ha
hecho evidente una vez más el océano de carencias y rezagos que inundan las relaciones laborales en México. ¿Cuál es el origen de esa pugna contra los líderes del sindicato
minero, por qué ocurre en ese y no en otros gremios donde existen sindicatos parecidos? Luis Emilio Giménez Cacho reconstruye esa historia.
El desastre
El 20 de abril de 2006 los agremiados de la sección 271 del sindicato minero llevaban 18 noches en vela resguardando las entradas a la planta Siderúrgica Lázaro Cárdenas
(Sicartsa), Michoacán. Una orden de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje pidió la intervención conjunta de la Policía Federal Preventiva y la judicial del estado. El
intento de desalojo de los obreros paristas de la siderúrgica resultó una catástrofe. Las fuerzas policiacas fueron superadas por la contundente resistencia de los paristas. A
juzgar por las consecuencias y las imágenes del zafarrancho puede desprenderse que, en su texto de renuncia al cargo de secretario de Seguridad de Michoacán, Gabriel
Mendoza dijo la verdad: “Nunca dudé que era mejor abandonar el sitio antes que propiciar que policías estatales y federales murieran a manos de la turba, o peor aún: antes de
que muchos obreros cayeran abatidos por las balas de representantes de la ley que se sentían aterrorizados y actuaban en defensa de sus vidas”.
Nadie calculó el ánimo belicoso y la capacidad de respuesta de unos obreros que tenían a la mano todos los recursos de una enorme instalación industrial. Las bolas de molino
y los pelets para fundición se tornaron en proyectiles mortíferos. Las máquinas de mover mineral sirvieron como carros de ataque para quebrar la formación de la fuerza
pública. Aunque los comandantes buscaron negarlo, las grabaciones anónimas de video dieron cuenta de que los policías dispararon sobre los obreros. Ese día la batalla
campal en la puerta 2 de Sicartsa duró más de siete horas. El saldo del choque más violento de los que se han suscitado en décadas en torno al liderazgo del Sindicato
Nacional Minero Metalúrgico fue de dos obreros muertos, más de 40 heridos, 30 autos reducidos a cenizas, un escándalo nacional y un conflicto aparentemente más enredado,
complejo y profundo que el que le dio origen.
Dos meses después de los hechos, a finales de junio, la acería continúa bloqueada, las minas de cobre más importantes de México permanecen en paro, los gobernadores de
Michoacán, Sonora, Zacatecas y Coahuila se han confrontado con el gobierno federal; las celebraciones del día del trabajo cambiaron de rostro; los representantes patronales
reclaman mano dura contra la ilegalidad; el líder de un sindicato nacional conduce a su gremio y a sus abogados desde un refugio en el extranjero y un importante frente de
sindicatos anunció una huelga nacional para el 28 de junio, tres días antes de las elecciones. Nada puede ser trivial ni obvio en este prolongado conflicto de intereses que ha
llenado de denuncias los juzgados locales y federales, ha cobrado ya decenas de heridos en varios centros de trabajo y, en Lázaro Cárdenas, el 20 de abril, se llevó dos vidas.
La herencia y las puertas abiertas
El 13 de marzo de 2000, Napoleón Gómez Urrutia sorprendió al mundo del trabajo y de su gremio, el de los economistas, cuando una iniciativa paterna lo convirtió en líder
obrero. A sus 86 años Napoleón Gómez Sada, jefe inamovible de los mineros durante cuatro décadas, resolvió, con su fiel Comité Ejecutivo, ofrecer a su vástago el cargo de
secretario general sustituto. Gómez Urrutia había estudiado en Oxford, dirigió durante años la Casa de Moneda y aspiró en algún momento a la gubernatura del estado de
Nuevo León como candidato del PRI. El día inolvidable en que su padre lo nombró, el flamante líder declaró: “...me llamaron dos días después de que tomaron la decisión,
estaba vacante la suplencia y en una decisión totalmente democrática, pensaron que yo tenía la capacidad suficiente para ayudarles”.
De inmediato surgieron los inconformes con el nombramiento. Uno de los hombres más leales a Gómez Sada, Elías Morales, presidente del Consejo General de Vigilancia,
había empeñado sus noches en el sueño de la sede vacante. Morales y Benito Ortiz, Secretario del Trabajo, invocaron los estatutos, se animaron a impugnar la designación en
los tribunales y obtuvieron de un juez el dictamen que invalidaba el nombramiento. Los antecedentes sindicales del nuevo líder eran indemostrables salvo por las leyes de la
herencia. Para ocupar un cargo sindical los estatutos exigen cinco años de antigüedad en el sindicato y la sección 120 de Minera La Ciénaga, en Santiago Papasquiaro, la
empresa del Grupo Peñoles en la que alguien le encontró un sitio en su plantilla laboral no tenía esa antigüedad en los registros oficiales. Terminaba entonces el sexenio de
Ernesto Zedillo. Ante la orden judicial, el Secretario del Trabajo, Mariano Palacios Alcocer, resolvió entonces negar el reconocimiento al sustituto. La “toma de nota”, esa
peculiar patente por la que el gobierno otorga personalidad legal a los líderes sindicales, quedó en suspenso.
Morales y Benito Ortiz pagaron caro su atrevimiento. Acusados públicamente de estar a sueldo del consorcio Villacero y del Grupo Minero México, empresas opuestas a lo
que la dirigencia sindical empezó a llamar “profesionalización” del sindicato, terminaron expulsados por la unanimidad de los delegados a la XXXI Convención Nacional.
Con una previsible aclamación, los convencionistas ratificaron al nuevo secretario suplente, que entonces hablaba ya como jefe y titular. Gómez Urrutia fue implacable con
los inconformes: “... tomaron una actitud totalmente rebelde y abierta en contra de la decisión del Comité Ejecutivo Nacional del sindicato. No es un castigo, es una reacción
ante alguien que no obedece las decisiones que da la base del sindicato y la democracia se da de esa manera, el que se apegue a las reglas funciona y se le premia, el que no
quiera pertenecer al sindicato tiene las puertas abiertas”.
Quince meses más tarde la vejez y la enfermedad vencieron al casi nonagenario Gómez Sada y todo estuvo dispuesto para que su sucesor, aún marcado por la fragilidad legal,
se hiciera cargo formalmente del legado familiar: una estructura sindical antigua y poderosa, con secciones y fracciones en todo el país, control sobre casi 70 contratos
colectivos de trabajo, algunos en industrias clave en la siderurgia y la minería y, finalmente, el liderazgo formal de un contingente obrero rudo, aguerrido a veces, pero
plegado a la rígida disciplina del sindicalismo autoritario.
Entonces intervino el tiempo, ese negociador de la política y el olvido. Un año y medio y un cambio de gobierno lograron que finalmente en diciembre de 2001, en una
decisión poco clara y menos explicada que pasaba por alto los impedimentos judiciales, el secretario del Trabajo, Carlos Abascal, reconociera a Gómez Urrutia como
secretario general del sindicato.
El origen último de las desavenencias aún pertenece a las sombras, pero el hecho es que desde la llegada de Gómez Urrutia a la dirección del sindicato, las plantas de los dos
grupos empresariales que habían sido acusadas por financiar a los inconformes se convirtieron en polos de una hostilidad obrero-patronal inusitada. La confrontación con las
empresas de Villacero y el Grupo Minero México fue en ascenso desde el año 2000 y se convirtió, a lo largo del gobierno de Vicente Fox, en la duda oscura de la nueva
cultura laboral sostenida por el secretario de Trabajo, Carlos Abascal.
Grupo México El Grupo México -Gmexico en el código del mercado de valores-, consorcio ambicioso y dado a los litigios judiciales, es el prototipo de la empresa ganadora
de las reformas estructurales de los años ochenta. Sus victorias incluyen el triunfo en la subasta de 1988 de la Mexicana de Cobre en Nacozari, Sonora, pagando 690 millones
de dólares al gobierno mexicano. Desde entonces su realidad y su lema ha sido el crecimiento. En 1990, en una almoneda, se quedó con la histórica mina de Cananea al
ofrecer 525 millones de dólares al gobierno, con el compromiso de invertir 400 millones adicionales y de entregar a los trabajadores un 5% de las acciones de la empresa en
quiebra. En 1997 adquirió por 575 millones de dólares la concesión del Ferrocarril del Pacífico Norte y el Chihuahua-Pacífico para crear el Grupo Ferroviario Mexicano que
hoy puede ufanarse de ser “el ferrocarril más grande y rentable de México y de conducir el 40% de la carga ferroviaria del país”.
Su ascenso imparable logró que en 1999 se hiciera de la totalidad de las acciones de lo que fuera el imperio de los Guggenheim, la célebre Asarco, incluyendo sus minas de
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Nexos - Los mineros y la caja de Pandora
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cobre en Perú. Formó con ésta y el resto de su patrimonio minero, una empresa global, la Americas Mining Corporation, la tercera productora de cobre del mundo. En 2006 se
propone crecer en la generación de electricidad a partir del carbón de sus minas de Coahuila. Mientras escribo estas líneas, litiga con la Comisión Federal de Competencia los
reparos que ésta interpone a la fusión de su división ferroviaria con las inversiones del Grupo Carso en ferrocarriles.
La talla del conglomerado: cinco mil 200 millones de dólares de ventas en la división minera y 764 millones en la ferroviaria para obtener una utilidad global de mil 180
millones en 2005. Más de 21 mil trabajadores y empleados.
Su relación con el sindicato minero es intensa, porque éste es el titular de los contratos colectivos en 12 de sus plantas.
La batalla en las minas (y en los juzgados)
Aún siendo secretario suplente y sin el reconocimiento de la Secretaría del Trabajo, Gómez Urrutia decidió ajustar una vieja cuenta del sindicato con el Grupo México. El 24
de agosto y el 4 de septiembre del año 2000, a punto de que prescribiese toda posible acción legal, el sindicato emprendió sendas demandas mercantiles para exigir al Grupo
México el compromiso incumplido de entregar a los trabajadores aquel 5% de las acciones de la Minera de Cananea que fueron parte de la postura que le adjudicó la empresa
privatizada. Durante casi diez años Germán Larrea, presidente del Grupo México, había logrado enredar el caso en los juzgados. “La oferta -se dijo entonces- fue redactada de
manera oscura, ambigua e ingeniosamente dolosa... una simulación de un acto jurídico de absoluta mala fe, que incluso logró confundir al juez que autorizó la operación de
compra”. En la versión del sindicato, las acciones de la minera debieron haberse depositado en fideicomiso desde 1988, cosa que la empresa nunca hizo. Reclamaba ahora en
los tribunales las acciones a su valor bursátil. A una década de distancia, los 19 y medio millones de pesos mexicanos en que se tasaron originalmente se habían convertido en
40 millones de dólares. Un reclamo de esa magnitud no podía ocasionar sino una confrontación a gran escala.
Los pormenores de este litigio, con sus cinco años de negativas judiciales, amparos, apelaciones, incidentes, contrarrecursos y amenazas de denuncia penal podrían llenar un
respetable volumen de derecho mercantil. Pero -como siempre- resulta más llamativo el desplazamiento del conflicto al territorio de las relaciones obrero-patronales. En
octubre de 2000, a pocas semanas de haber iniciado los juicios mercantiles, el sindicato invocó violaciones al contrato colectivo de trabajo y emplazó a huelga al Grupo
México en la mina de Cananea, y la planta de San Martín en Zacatecas. La Junta de Conciliación y Arbitraje se apresuró a aceptar el argumento patronal: la firma del
secretario general oficial (Napoleón Gómez Sada) era falsa. Se negó la comprobación mediante el peritaje en el domicilio del titular enfermo y declaró la inexistencia de la
huelga.5 El sindicato, entonces, recurrió al amparo.
Desde entonces ocurrieron los conflictos laborales y los paros en las empresas del Grupo México. En marzo de 2002 la revisión de los contratos colectivos en cuatro plantas
(La Caridad, San Martín, Pasta de Conchos y la refinería de Zinc) condujo a una huelga que se prolongó más de 15 días. En mayo un emplazamiento por violaciones al
contrato en la refinería de zinc en San Luis Potosí produjo una huelga que fue declarada inexistente por la Junta de Conciliación. En octubre del mismo año un sindicato poco
conocido (Sindicato Nacional del Hierro, Acero, Construcción, Similares y Conexos) reclamó la titularidad del contrato en la misma planta de zinc. Luego de paros y
bloqueos de la planta, la Junta reconoció el 10 de noviembre la titularidad para el sindicato minero. En 2003 una nueva huelga por violaciones al contrato paralizó 15 días la
mina de Cananea. El 22 de julio de 2004 la Junta de Conciliación declaró inexistente una nueva huelga estallada diez días antes, lo que no impidió que los paros se
prolongaran ilegalmente.
El ciclo de emplazamientos, huelgas, paros ilegales y pleitos de tribunales pareció cerrarse el 22 de octubre de 2004 cuando, con las empresas de Mexicana de Cobre y de
Cananea en pleno paro, el Grupo México anunció al mundo bursátil el inicio de una nueva época de tranquilidad laboral. Dieron a conocer un acuerdo con el sindicato minero
para entregarle en efectivo el valor actualizado de las acciones, que alcanzaba para entonces los 55 millones de dólares. El sindicato, por su parte, se comprometía a levantar
de inmediato los paros en Mexicana de Cobre y la mina de Cananea.
El costoso convenio que saldaría los conflictos -que fue firmado por el secretario Carlos Abascal como testigo de honor- contenía cláusulas que a la postre resultaron
envenenadas. Dejaba en manos del titular del sindicato el control total sobre el fideicomiso, la definición de los trabajadores que tendrían derecho a recibir sus beneficios y la
facultad de determinar los costos y gastos legales de 15 años de querellas que habrían de cargarse al mismo fondo. Cuatro meses más tarde Gómez Urrutia resolvía con sus
plenos poderes cancelar el fideicomiso y traspasar los fondos al sindicato. Lo que parecía un buen arreglo, abrió el espacio a un nuevo pleito. Ahora el protagonista central
resultó ser un enemigo bien informado, tesonero e incansable de Gómez Urrutia: Elías Morales el ex presidente del Consejo de Vigilancia. Para mayo de 2005, media década
después de su intempestiva expulsión de la dirección del gremio, reapareció demandando cuentas al fideicomiso sindical para entonces ya inexistente y a continuación
promovió denuncias en los tribunales y acusaciones de fraude en los medios. Estas denuncias terminarían dando bases al desconocimiento gubernamental de Gómez Urrutia
como líder.
La confrontación con Villacero: Rumbo al origen
La Siderúrgica Lázaro Cárdenas, escenario del trágico choque del 20 de abril, es la joya de la corona del grupo regiomontano Villacero, otro beneficiario de las
privatizaciones.
El grupo familiar tiene origen en el comercio del acero producido por las paraestatales que dominaban el escenario siderúrgico. Con la compra al gobierno de Sicartsa en
1991, se convirtió en el primer productor de varilla corrugada y alambrón en el país.
Con la siderúrgica adquirió también empresas de servicios que la volvieron uno de los ejes de la vida del puerto industrial más potente del Pacífico mexicano, posición que
comparte con Mittal Steel, la segunda acerera del mundo, que en los mismos tiempos compró al gobierno la división de placas de acero de Sicartsa. Villacero tuvo una
expansión febril. Compró o creó empresas transformadoras de acero en varias regiones del país y un poco más al norte, en Texas. Sus finanzas son herméticas -es una empresa
familiar- pero declara producir anualmente 2.4 millones de toneladas de acero líquido y haber tenido ventas por dos mil 500 millones dólares en 2004.
Desde la fundación de la siderúrgica los trabajadores son miembros de la sección 271 del sindicato minero. La privatización ocasionó tensiones explicables por la política de
reajustes de personal que siguieron los nuevos propietarios, pero al menos desde julio de 2001 los conflictos entre empresa y sindicato han ido más allá de la disputa laboral.
Esto se debe, en mucho, al empeño de Villacero por hacerse de un sindicato a modo y por prescindir de Gómez Urrutia, un paisano con el que no han podido entenderse. En
julio de 2001, en plena indefinición legal sobre el liderazgo nacional de los mineros, una iniciativa para formar una agrupación separada del gremio histórico generó
confrontaciones por el desconocimiento del liderazgo minero en la Junta de Conciliación y Arbitraje. En octubre el Comité Ejecutivo local electo fue desconocido por la
empresa y ésta levantó demandas penales contra 12 trabajadores tras los incidentes.
En diciembre los trabajadores bloquearon los accesos de la materia prima y luego de un fracasado intento de desalojo la empresa terminó por reconocer al Comité Ejecutivo.
En agosto de 2003 la revisión de contrato colectivo daría lugar a una huelga de 12 días.
En febrero de 2004 surge una nueva disputa a propósito de la sindicalización de una de las nuevas fábricas de Villacero: Viga Trefilados. Tras 22 días de paro, empresa y
sindicato convienen la creación de una nueva sección del sindicato minero, la 273, los testigos de honor del pacto: el secretario Abascal y el gobernador Lázaro Cárdenas. Fue
un triunfo para el sindicato, que fortalecía su posición ante Villacero. Más tarde Villacero despediría a siete trabajadores de la nueva sección.
La revisión contractual de agosto de 2005 resultó especialmente agria. Abrió paso a una huelga que a diez días de iniciada fue declarada inexistente por la Junta de
Conciliación, a solicitud de Villacero. El nuevo secretario del Trabajo, Javier Salazar, en funciones desde junio del año anterior, divulgó las fuentes “evidentes, graves y
jurídicamente trascendentes” de ilegalidad de la huelga: el contrato había vencido a las 23:59 horas y el emplazamiento formal del sindicato se hizo para las 00:00 horas, un
minuto después. Las banderas de huelga se habían colocado a las 23:30 horas, media hora antes.9 El sindicato se rebeló, pidió un amparo y continuó por las vías de hecho.
Mario García Ortiz, delegado del Sindicato en Sicartsa, refleja el sentir de los trabajadores en aquel momento: “Que nos digan a los mineros de aquí cuándo nos han declarado
alguna huelga legal. En el 83 en el 85, en el 89 y la del 2001 que acaba de pasar. Todas han sido ilegales, las hemos hecho legales la gente a base de unidad y de esfuerzo”.
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01/03/2011
Nexos - Los mineros y la caja de Pandora
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Se exigía algo inaceptable para Sicartsa: la firma de contrato colectivo en el Centro de Distribución de Villacero en Apodaca, Nuevo León, que Gómez Urrutia consideraba
una extensión de la siderúrgica. En septiembre, luego de 46 días de huelga, los trabajadores cedieron en esa demanda y consintieron en volver al trabajo a cambio de un
arreglo económico excepcional: aumento en los salarios de 8% retroactivo al 1° de mayo, 34% de incremento en las prestaciones y un bono en efectivo de siete mil 250 pesos.
El triunfo sindical era irrefutable. Fue la última huelga en la que Gómez Urrutia pudo desempeñarse con plena legitimidad.
La contraofensiva
El 19 de febrero de 2006, a las tres de la mañana, una explosión dejó atrapados a 65 trabajadores de Minera México en los túneles envenenados de la mina de carbón de Pasta
de Conchos en Coahuila. El accidente provocó una conmoción nacional y mantuvo en vilo a quienes siguieron de cerca la complicada operación de rescate que tuvo que
interrumpirse varias veces. Cuatro meses después han empezado a recuperarse apenas los restos de los mineros muertos en una de las recámaras de la mina. El accidente
concentró la irritación de muchos en contra del Grupo México. Los deudos, las autoridades locales y los sindicatos reclamaron la negligencia de la empresa y el manejo de los
responsables gubernamentales de la seguridad en las minas. Hasta ahora las investigaciones se prolongan y no se conoce a ningún responsable de la tragedia.
La reacción del sindicato minero acusando al Grupo México por lo que calificó como un “homicidio industrial” nubló por unos días las consecuencias de una decisión que la
Secretaría del Trabajo había tomado apenas dos días antes, sin sospechar lo que interpondría el azar: destituir a Napoleón Gómez Urrutia del mando sindical y con él a su
Comité Ejecutivo. El 17 de febrero, en total sigilo y por los ocultos mecanismos de la “toma de nota”, la Dirección General del Registro de Asociaciones de la Secretaría del
Trabajo había resuelto cortar por lo sano, destituir a Gómez Urrutia y nombrar para relevarlo al mismísimo Elías Morales. Se informó a la prensa que el Consejo Nacional de
Vigilancia del Sindicato alarmado por múltiples demandas penales de trabajadores que reclamaban derechos sobre los dineros del fideicomiso había resuelto destituir al líder
y encargar la dirección del sindicato a Morales y a un nuevo Comité. Los líderes defenestrados impugnaron la legalidad de la decisión argumentando que dos de las firmas del
comunicado del Consejo de Vigilancia habrían sido falsificadas para resolver, en 24 horas, una solicitud preparada de antemano, desde el propio gobierno.
Poco puede saberse oficialmente sobre los motivos de la decisión. La Secretaría esperó dos semanas para emitir una explicación impenetrable: “La ley faculta a la STPS
únicamente a tomar nota de las decisiones que, con apego a la legalidad y a los estatutos del propio sindicato, adopta cada gremio, y en el caso del sindicato minero ha
acreditado que, de manera legal, decidió nombrar al señor Elías Morales Hernández como su secretario general provisional, hasta en tanto no sea ratificado o sustituido en una
Convención General Ordinaria o Extraordinaria de esa organización. De acuerdo con esa determinación sindical, a la STPS no le queda duda de que, por decisión estatutaria,
el señor Morales Hernández es el secretario general provisional del SNTMMSRM y, por lo tanto, interlocutor genuino de la citada organización sindical, sin que ello implique
reconocimiento o desconocimiento alguno por parte de la STPS”.
Si los razonamientos oficiales son precarios e inexpugnables, la resolución gubernamental de llevar hasta el final su radical decisión no deja lugar a dudas. Desde la propia
presidencia de la República se explicó el asunto minero como un caso de “corrupción extrema”. A partir de entonces los periódicos y las revistas se plagaron de filtraciones
irregulares sobre la historia financiera y fiscal de la familia Gómez Urrutia y de otros miembros del Comité Ejecutivo minero. Las cuentas bancarias del sindicato han sido
bloqueadas por la Procuraduría y las pesquisas parciales del Ministerio Público terminan invariablemente en los periódicos.
Dos convenciones nacionales del sindicato, una extraordinaria del 19 de marzo en Monclova, Coahuila, y una ordinaria a principios de mayo, en la ciudad de México,
ratificaron a Gómez Urrutia en la dirección sindical. La validez de ambas convenciones fue desconocida por la Secretaría, argumentando deficiencias formales en la
documentación del sindicato.
La decisión del gobierno por la vía del secretario Salazar inició un nuevo capítulo en la historia del sindicato minero y entreabrió para la sociedad mexicana la caja de Pandora
de la política laboral de los últimos sexenios, que Carlos Abascal Carranza había custodiado celosamente hasta su salida de la Secretaria del Trabajo. En poco tiempo el
mundo sindical se llenó de ira. Las dirigencias, con las barbas a remojo, clamaron contra la intromisión del gobierno en la vida de los sindicatos y pidieron la renuncia del
secretario Salazar. Las minas de Cananea, Zacatecas y Taxco volvieron a detenerse. La Siderúrgica Lázaro Cárdenas permanece cerrada desde hace casi tres meses, a pesar de
la fallida operación policiaca del 20 de abril. Una comisión de la Cámara de Diputados intenta, desde el 20 de mayo, desentrañar trabajosamente las entretelas del manejo
sindical de los 55 millones de dólares, el Frente Nacional por la Unidad Sindical (FNUAS) confirmaba su decisión de realizar una huelga nacional y la Procuraduría General
de la República fracasaba en sucesivos intentos de encarcelar al secretario general de los mineros.
Han pasado seis meses desde de la “toma de nota” y la historia no ha terminado, el desenlace y sus consecuencias son inciertos. Menos fortuito es el hecho demostrable de lo
que ha sucedido con la institucionalidad laboral en México. Un huelguista de Sicartsa que cumple día y noche a la intemperie sus guardias a las puertas de la planta afirmó
orgullosamente su decisión de combate en estos términos: “¡...ellos tienen a sus corruptos en el gobierno... Si queremos que el licenciado nos siga robando, como dicen, pues
es nuestro gusto!”.
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01/03/2011
Nexos - Numeralia
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Fecha: 01/02/2011
Numeralia
Rodrigo Centeno y Rafael Ch
1. Porcentaje de estadunidenses que consideran que 2011 será mejor que 2010: 58%
2. Juego de mayor venta del Xbox 360: Halo (34 millones de copias)
3. Número de automóviles Jaguar XFs 2011 que podría comprar un estadunidense por criar a un hijo: 3
4. Porcentaje de los ingresos en 1960 en Estados Unidos que se destinaba al cuidado de los hijos y la educación: 2%
5. Porcentaje de los ingresos en 2009 en Estados Unidos que se destinaba al cuidado de los hijos y a la educación: 17%
6. Porcentaje de noticias en blogs que ocupó el caso de Wikileaks en los meses de noviembre y diciembre de 2010: 16%
7. Porcentaje de menciones en Twitter que ocupó el caso de Wikileaks en los meses de noviembre y diciembre de 2010: 24%
8. Porcentaje de estadunidenses que creen que la publicación de los 90 mil documentos de la guerra de Afganistán dañaba al interés público: 60%
9. Porcentaje de españoles que están a favor de la publicación de documentos clasificados: 57%
10. Porcentaje de mexicanos que nunca han ido al cine: 25%
11. Género de películas que prefieren ver los mexicanos: acción (42%)
12. Porcentaje de mexicanos que prefieren las películas románticas y drama: 12%
13. Razón principal por lo que las personas no van al cine: no tiene tiempo (21%)
14. Porcentaje de mexicanos que nunca han asistido a un concierto de música en vivo: 45%
15. Género al que asistió la mayor cantidad de mexicanos a conciertos en vivo en los últimos 12 meses: banda (32%)
16. Número de personas entre 13 y 18 años que toman algún tipo de carrera, taller o curso relacionado con la música: 1 de cada 5
17. Número de mexicanos que han leído al menos un libro en los últimos 12 meses: 3 de cada 10
18. Número de españoles que han leído al menos un libro en los últimos 12 meses: 6 de cada 10
19. Número de británicos que han leído al menos un libro en los últimos 12 meses: 8 de cada 10
20. Porcentaje de personas que en los últimos 12 meses no leyeron algún libro completo que no estuviera relacionado con su escuela o profesión: 68%
21. Porcentaje de personas que nunca leen un periódico en México: 38%
22. Porcentaje de personas que nunca leen una revista en México (no importando el tipo): 49%
23. Porcentaje de personas que piden prestado el periódico para leerlo: 25%
24. Porcentaje de mexicanos que en su tiempo libre prefieren ver televisión: 15%
25. Porcentaje de personas a las que les inspira poca o ninguna confianza la iglesia católica en México en junio de 2002: 17%
26. Porcentaje de personas a las que les inspira poca o ninguna confianza la iglesia católica en México en agosto de 2010: 32%
27. Porcentaje de mexicanos que consideran que los abusos sexuales contra los niños en la iglesia católica son parte de un patrón de abuso por parte de los sacerdotes en lugar
de ser casos aislados: 53%
Los datos están actualizados a la última fecha disponible en un rango entre 2008 y 2010.
FUENTES: 1 Gallup; 2-6 Visual Economics; 7 Parametría; 8 Pew Research Center; 9 El País-Metroscopia; 10-24 Conaculta; 25-27 Consulta Mitofsky.
Rodrigo Centeno. Economista, empresario y especialista en mercadotecnia.
Rafael Ch. Investigador del Centro de Investigación para el Desarrollo (CIDAC).
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01/03/2011
Nexos - Los prejuicios y el agua del río
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Fecha: 01/02/2011
Los prejuicios y el agua del río
Luis González de Alba
L
a categorización social
Se dice popularmente que “cuando el río suena, agua lleva”. El rumor del río es fuente de prejuicios, pero ¿de dónde surgen éstos? De verdades que dan el salto de “casi
siempre” a “siempre”, de “casi todos” a “todos”. Veamos algunos ejemplos.
No hace mucho le leí a Gabriel Zaid que durante la Edad Media la Iglesia cristiana
primitiva (antes de la escisión protestante en el siglo XVI) consideraba un pecado
grave cobrar un porcentaje por prestar dinero. Hasta aquí Zaid (de memoria, pero no
creo malinterpretarlo). Era, pues, un pecado contra la caridad. Añado que en la baja
Edad Media se estaban formando las bases del capitalismo que darían lugar al
Renacimiento. Y no hay capitalismo sin capital. Así que los préstamos eran
indispensables para el crecimiento económico, tal y como ahora. Pero si cualquier
tasa de interés era considerada pecado de usura, los cristianos no podían hacer
negocio con eso. A los judíos, ya dispersos por toda Europa, los tenía sin cuidado esa
prohibición porque no viene en los primeros libros de la Biblia, en la Torá. Así que
pronto fue común que al necesitado de capital se le aconsejara: “Pídele al judío”. Y
claro que el judío le prestaba… con un porcentaje de utilidad ya que de cualquier
manera su alma ya estaba condenada al infierno y no tenía nada que perder.
El interés era excesivo siempre que el cliente se dejaba, lo cual hacen ahora
cristianos, musulmanes, budistas y ateos. Cuando los intereses rebasan el porcentaje
señalado por el Banco Central de cada nación, lo llamamos usura. Pero en la Edad
Media toda cobranza por encima del capital prestado era considerada usura. Cuando
los Medici de Florencia, ya en pleno Renacimiento, sin ser judíos hicieron fortunas
como prestamistas, banqueros, negociantes y mecenas de las artes, la mala fama era
exclusiva de los judíos. Tanto que Shakespeare escribió una obra, El mercader de Venecia, donde un judío exige el pago prometido, que era un trozo de carne rebanado al
deudor en vida. Y de prestamistas fue inmediato el salto a avaros. Si habían dado muerte al Mesías, ¿qué no se podía esperar?
La Reforma iniciada por Lutero en el norte de Europa destrabó, entre muchas otras ataduras la que haría países ricos frente a un sur pobre. No sólo pudo Kepler decir sin
riesgo de hoguera que las órbitas planetarias no eran círculos: la figura perfecta que debía dominar los cielos, sino que el comerciante holandés pudo prestar sin riesgo de
condenación eterna. Liberados del yugo español, los Países Bajos, una pequeña franja de terreno ganado al mar, se convirtieron en potencia económica y militar que
enfrentaron con éxito a España.
Fue una herejía digna de la hoguera sostener lo que ahora cualquier curita católico ilustrado sabe: que los evangelios, tanto los cuatro seleccionados como canónicos, como la
otra veintena, se escribieron entre 80 y 150 años después de la muerte de Cristo, y tuvieron por principal objetivo distinguirse respecto del judaísmo, ya que, habiendo sido
Cristo y sus apóstoles judíos, en el mundo greco-romano el cristianismo era visto como una secta del judaísmo. Los evangelios fueron la construcción de un ellos frente a un
nosotros. Que la muerte por crucifixión fuera práctica romana era tema sobre el que pasaban como sobre brasas para culpar a quien querían culpar: el pueblo de Israel.
Recordemos que la rebelión de Espartaco fue sofocada y los esclavos levantiscos crucificados a lo largo de la Vía Apia 70 años antes de que el mismo método se aplicara a un
hijo de carpintero que iba por ahí alebrestando a la gente contra la dominación romana de Israel.
De la misma forma generalizamos en otros aspectos: todo maquillista (de señoras, no de cine para crear zombis) es homosexual, y toda fortachona levantadora de pesas, con
sus pelos chinos apretaditos con descuido a la cabeza, es lesbiana. No digo la que va al gimnasio a endurecer muslos y modelar pechos, sino la que levanta esos enormes
discos de hierro que pandean la barra que los sostiene.
En Lecumberri había celadoras y celadores. Las primeras se encargaban de revisar a las mujeres que entraban a visitar presos. Mis amigas decían que preferían ser revisadas
por un hombre porque, si mete algo de mano lo hace con cierta timidez, decían, y las celadoras, todas ellas lesbianas felices en sus uniformes de policía, se entregaban con
placer al faje de la visita. Se puede objetar: ¿fuiste a asegurarte con cada una de ellas? No lo hice. Pero los humanos empleamos el mismo proceso de pensamiento por el que
si todas las piedras que hemos soltado caen y no flotan, ésta que tengo en la mano caerá: vamos de lo particular a lo general. Debemos saberlo y admitirlo para estar alertas
con las excepciones.
Es el razonamiento inductivo lo que nos permite vivir con cierta confianza que el avión no se caerá, las personas amables lo seguirán siendo y las problemáticas también, los
hijos se parecerán a sus padres, el sol que hoy se pone saldrá mañana y la enorme mayoría de las personas con quienes me cruzo en la calle no me asaltará.
Me equivoco rotundamente si afirmo que todas las mujeres que apoyan las reivindicaciones femeninas son lesbianas, pero no me equivoco si digo que casi todas las lesbianas
apoyan las reivindicaciones femeninas. De ahí que resulte en particular irritante que una lesbiana con poder político no lo haga y se manifieste, por ejemplo, contra el aborto
dentro de cierto lapso. Me equivoco si digo que los productores de flor son gays, también si digo que lo son quienes en el mercado hacen sus horribles y tiesos “arreglos
florales”; pero no si me refiero al dueño de una florería que hace bellas y novedosas combinaciones. Eso en México. Pero no en Japón, donde el ikebana, como la caligrafía, es
parte de las prácticas Zen y por eso mismo alguna vez campo masculino.
Entonces, los prejuicios tienen como base una observación generalizada o un sesgo no percibido como tal. Casi todos los bailarines de ballet clásico (y muchos de bailes
regionales) son homosexuales. No es un prejuicio, es una observación. Los alemanes son un pueblo que tiende a la depresión, los italianos son gritones, los ingleses son tiesos:
en todas estas afirmaciones, comprobables casi siempre, falta el casi. La cortesía japonesa nos parece a los mexicanos excesiva, como la mexicana lo parece a los españoles. Y
la cortesía excesiva tiene un tinte femenino. Una frase que ya no se usa para describir a un hombre que es la corrección y la amabilidad personificadas era: “Es una dama”.
Ahora suena mal.
Don’t tell, don’t ask
“No digas, no preguntes” fue la fórmula aceptada por el ejército de Estados Unidos en el caso de soldados homosexuales. El tema ha sido resuelto por el presidente Obama y
ya no podrá decir otra lápida: “Me dieron una medalla por matar muchos hombres, me expulsaron del Ejército por amar a uno”.
¿Y en la vida cotidiana? ¿Decir o no decir? Por supuesto creo ridículo ir por ahí presentándose como: Mucho gusto, soy Fulano de Tal y soy gay. Pero en el caso de
personalidades cuya homosexualidad es un secreto a voces, la afirmación explícita puede ofrecer un enorme descanso, sobre todo a jóvenes en un contexto familiar estricto y
autoritario. Es más: puede evitar suicidios. Pero también, prejuiciosamente, se puede clasificar como prejuicio que los personajes públicos sean homosexuales.
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01/03/2011
Nexos - Los prejuicios y el agua del río
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Tomemos dos ejemplos: Carlos Monsiváis y Ricky Martin. El primero jamás empleó alguna forma, así fuera discreta, mucho menos abierta, para referirse a su sexualidad.
Basta con un: “Los homosexuales somos motivo de…” para dejarlo claro. Jamás lo hizo. Supe que un alto funcionario de Televisa se molestó mucho cuando alguien lo
mencionó de pasada, como un hecho sabido. Costó trabajo convencerlo de que no lo decía como insulto, sino como dato necesario para el tema que se trataba. Ricky Martin
escribió un libro entero.
Nunca he creído en esas declaraciones solemnes: reunir a la familia para darles un anuncio de vital importancia y, luego de carraspear y dar algunos circunloquios, soltar un
simplón “soy gay”. Todo para que la madre responda: “¿Eso era todo? Ay, hijo, pero si siempre lo he sabido…”.
Pero tampoco es sano el evitar a toda costa una frase, que aun no siendo directa, deje saber que, quien así habla, se incluye como homosexual. Por supuesto es parte de la vida
privada. Pero nadie responde con esa fórmula si le preguntan cuántos hijos tiene. “Tengo cuatro”. Y es tan parte de la vida privada como la orientación sexual. “¿Es usted
homosexual?”. “Sí, pero dígame: ¿a qué viene la pregunta?”.
Así que también hay prejuicio del prejuicio: condenar toda postura contraria como prejuicio y así cerrar el tema con una descalificación… prejuiciosa.
Una descalificación prejuiciosa es llamar “pensamiento del siglo XIX” a lo que no nos gusta. En ese siglo se descubrieron la molécula, el átomo y el electrón; Mendeleiev
organizó la tabla periódica de los elementos, escribió Marx, Mendel hizo sus experimentos con chícharos, base de la genética; Faraday produjo electricidad con un magneto
(sin lo cual el mundo entero se apagaría); Maxwell unificó en cuatro ecuaciones mágicas la luz, la electricidad y el magnetismo; Lyell puso las bases de la geología; Pasteur
refutó la generación espontánea. Y, claro, publicó Darwin sus obras. ¿Qué tiene de malo el siglo XIX?
Luis González de Alba. Escritor. Su libro más reciente es Olga. Es colaborador de Milenio Diario. www.luisgonzalezdealba.com
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01/03/2011
Nexos - Centenarios: ¿Para qué los quiero?
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Fecha: 01/02/2011
Centenarios: ¿Para qué los quiero?
Erika Pani
Las independencias
Marco Palacios (coord.),
Las independencias hispanoamericanas. Interpretaciones 200 años después,
Editorial Norma,
Bogotá, 2009.
En 1910 las naciones hispanoamericanas decidieron celebrar por todo lo alto sus primeros 100 años de vida independiente. La historia patria había reconstituido la ruptura con
la metrópoli, proceso largo, doloroso y complejo, como emancipación de una nación preexistente, dormida durante 300 años, cuyo renacer podía fijarse en una fecha mágica.
Por medio de lo que Tomás Pérez Vejo ha descrito como arduas “negociaciones histórico-políticas sobre la memoria”* los autores de la gran trama nacional plancharon un
pasado abigarrado y conflictivo para construir una historia armónica y heroica. Para celebrarla, las repúblicas americanas organizaron una gran fiesta, que planearon durante
años, y a la que invitaron a las naciones civilizadas —como las que aspiraban a ser—. Organizaron desfiles, bailes, iluminaciones, conciertos y representaciones. Se
imprimieron timbres conmemorativos y se repartieron estampitas que retrataban a los padres de la patria en las cajas de galletas y de puros. Se edificaron magnas obras
públicas —en la ciudad de México se construyeron, entre otros, un palacio para las bellas artes, una prisión en panóptico, un manicomio y el gran canal del desagüe— que
hacían visible el progreso que suponían estaba al alcance de la mano. Las celebraciones del centenario se pensaron como la puesta de largo de unas repúblicas aplacadas, en
las que, en contra de la visión truculenta de Sarmiento, la civilización había, por fin, vencido a la barbarie. Para quienes organizaron estos festejos —que no sabían lo
equivocados que estaban... o lo mucho que los íbamos a decepcionar las generaciones venideras—, la independencia representaba el punto de partida en el camino que llevaba
a sus países hacia la civilización y la modernidad. Había que festejar.
Es quizá el optimismo del primer centenario lo que más lo distingue del aniversario que conmemoran hoy los países de una América Latina “subdesarrollada” y periférica,
que ha vuelto a ser tierra de violencia y de caudillos, y donde parece haber muy poco que celebrar. Llama entonces la atención que, en un clima tan distinto, los gobiernos
hayan decidido recurrir a dispositivos tan parecidos a los de los primeros festejos, aunque tirándole más a lo efímero que a lo permanente, a lo llamativo más que a lo
solemne. De esta forma, en el caso de México, el “monumento bicentenario” va a ser una “estela de luz” —que quién sabe cuándo estará lista—, en el desfile histórico hubo
globos en forma de los héroes que nos dieron patria, y los restos de los próceres se sometieron a pruebas de ADN. Quien haya padecido los comerciales sobre lo que significa
ser “orgullosamente mexicano” coincidirá en que se comprueba el dicho de Marx, de que cuando la historia se repite, lo que en un primer momento fue trágico —o por lo
menos dramático— en el segundo se vuelve una farsa.
¿Qué hacer entonces con el bicentenario, en un momento en que el poder del historia para legitimar —o por lo menos adornar— al poder público parece estar tan desgastado?
El problema, para el caso mexicano, no está solamente en la falta de visión del partido en el poder, que parece estar haciendo las cosas a disgusto. Es cierto que el PAN bebe
de una tradición histórica distinta —no faltará quien diga contrapuesta— a la liberal-revolucionaria que, a lo largo del siglo XX, alimentó harto desfile patriótico y discurso
ampuloso. De manera quizá más trascendental, se trata de una corriente política que desde la oposición resintió toda manifestación de historia pública como una imposición de
la historia oficial. Sin embargo, se trata de un asunto que rebasa las congojas de nuestros gobernantes, y que puede remitirse al socorrido cuestionamiento de “Historia ¿para
qué?”, en un momento en que parece que la historia no sirve para mucho.
Quienes se dedican a la historia lo hacen porque les gusta. Sin embargo, los historiadores sienten periódicamente la necesidad de justificar la utilidad social de su oficio. Esto
se ha vuelto progresivamente más difícil. Ya en 1919, uno de los santones de la profesión, Lucien Febvre, afirmaba tajante que “una historia que sirve es una historia sierva”.
Ya nadie cree que escribir historia es forjar patria. Ya no estamos, como país, para una “historia de bronce” y para los monumentos a los que obliga. Como ciudadanos, ya no
estamos para una historia “maestra de la vida”, escaparate de vidas ejemplares, que exalta a los buenos y denosta a los malos. Tampoco convencen la historia-diván, que dota
de “identidad” y nos hace sentir bien, ni la historia justiciera, que reseña abusos e infamias y nos hace sentir mal. Así las cosas, ¿cuál debe ser el papel de la historia —y el de
los historiadores— en estas celebraciones?
200 años suenan a mucho, pero historiográficamente no significan nada. Las interpretaciones históricas no se sacuden con el paso de un número determinado de años —
aunque termine en doble cero—. La historia se renueva cuando se recurre a fuentes inexploradas, o se logra establecer cierta distancia histórica, al “enfriarse”, como decía
François Furet en el bicentenario de la revolución francesa, el objeto histórico. Pero los paradigmas historiográficos cambian —y con ello la historia adquiere relevancia—
sobre todo cuando volteamos hacia atrás para tratar de entender lo que sucede hoy, cuando interrogamos al pasado con preguntas que se nutren de la problemática presente. Al
arrojar luz sobre la complejidad de los problemas y sobre la multitud de factores que dan forma a las circunstancias, al resaltar el peso de los contextos, la historia explica y
provoca. Éste es el “legado histórico” que nos es útil. Las conmemoraciones oficiales, a pesar del inevitable uso político del pasado que conllevan, ponen la historia sobre la
mesa, la hacen cosa de todos los días para sectores amplios de la población. Es en este sentido que los aniversarios representan, para el historiador, una oportunidad.
Muestra de lo que se puede hacer es el libro Las independencias hispanoamericanas. Interpretaciones 200 años después. El coordinador, Marco Palacios, reúne 13 ensayos que
toman en cuenta la experiencia histórica de casi todos los países hispanoamericanos —se echa de menos tan sólo a Uruguay y a República Dominicana—. Se trata de textos
que dejan atrás la jerga y las polémicas, a veces ensimismadas, de los académicos para hacer accesibles a un público más amplio los debates sobre la independencia y el
surgimiento de nuevos Estados en la América hispana, debates que se han ampliado y renovado profundamente en los últimos 30 años. Se desdibuja por completo la imagen
tradicional del periodo en torno a 1810 como un momento fundacional en que las naciones latinoamericanas “rompieron las cadenas de la esclavitud” —como dicen en la
radio— y surgieron plenamente formadas, a golpe de patriotismos criollos, maltratos coloniales y exógenas influencias revolucionarias. En su lugar, el libro presenta una
visión de conjunto de un proceso compartido a escala continental que fue enormemente denso y complicado. Los autores reseñan las distintas formas en que las sociedades
hispanoamericanas reaccionaron ante la crisis trasatlántica que desató el “secuestro del rey” por Napoleón en 1808, y examinan los procesos de reinvención de la legitimidad
política y de reestructuración del ejercicio de la autoridad pública que engendró la debacle de la monarquía. Finalmente, varios de estos textos abordan la relación entre
historia y política, elemento clave en la constitución de nuestras comunidades, con resultados a veces nefastos, como lo demuestra Rafael Sagredo al revisar la influencia de la
“versión oficial” de la independencia sobre la sociedad chilena.
Los textos revisan entonces la gran variedad de respuestas que dieron los súbditos americanos de Su Majestad Católica al trono vacío y a la guerra contra Francia; a la
erección de las juntas peninsulares que debían tutelar los derechos del rey ausente; a la proclamación de igualdad entre los súbditos europeos y americanos del rey, y a la
Constitución que la desmentiría: pintan un cuadro vasto, que incluye desde el radicalismo de Buenos Aires y Caracas hasta un fidelismo cubano consolidado, articulado en
torno a la protección metropolitana del sistema esclavista, pasando por la ambivalencia peruana, la diacronía mexicana, el experimento autárquico de Paraguay y la profunda
reestructuración de las jerarquías territoriales que se dio en América del Sur, donde distintas ciudades lucharon por la independencia tanto de la metrópoli como frente a los
antiguos centros de poder colonial. Los ensayos también arrojan luz sobre los vínculos de interés, las relaciones comerciales y de autoridad que condicionaron la construcción
de los nuevos Estados. Paralelamente, exploran la fragmentación y reconstitución del territorio sobre el cual la clase política americana intentaría gobernar, al tiempo que
subrayan el peso de la incertidumbre y el carácter profundamente experimental de la estrategia política en tiempos de guerra y desequilibrio.
Así, la crisis de la monarquía aparece como un espacio de oportunidad para reestructurar las relaciones de América con la metrópoli, en el que los americanos se adentraron
sin mapa y sin receta. Como escribe Federica Morelli, ni era “la emancipación un proyecto elaborado”, ni se había identificado a las naciones como “espacios cultural o
territorialmente” delimitados. De ahí los “silencios significativos”, como los llama Marcela Ternavasio, de las asambleas constituyentes del Río de la Plata que buscaron, a
tientas y en medio de profundas disensiones, dar respuesta al vacío de poder metropolitano. De esta forma, en 1813, los diputados silenciaron el juramento de lealtad al rey; en
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Nexos - Centenarios: ¿Para qué los quiero?
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1816 evitaron delinear el mapa de las regiones sobre las cuales se suponía que la asamblea ejercía jurisdicción, y en 1819 la carta fundamental evitó “darle un nombre a la
forma de gobierno”. Dentro de una línea similar se inscriben las tácticas de los actores políticos venezolanos —cuyo reparto se fue ampliando para involucrar, junto a los
patricios caraqueños, a los pardos y morenos libres y a los llaneros capitaneados por José Antonio Páez— que pasaron, como tan bien describen Carole Leal Curiel y
Fernando Falcón Veloz, de la proclamación de la fidelidad monarquista más acendrada, a la transformación intencional “de una disensión armada de carácter civil en una
guerra entre naciones”, a la defensa, finalmente, de la “libertad como república, sólo posible en ella”.
Estos textos resaltan lo contencioso e incierto de los distintos esfuerzos por reconstituir el orden y la legitimidad sobre principios y espacios resbaladizos. Sin embargo,
muestran también la forma peculiar que adquirieron estos proyectos según las coyunturas que enfrentaron. Así, la dispersión de la política, su “ruralización” y la
fragmentación del espacio fueron el resultado tanto de la “guerra a muerte” venezolana, como de la superposición entre municipalismo, violencia armada y gobierno
constitucional que se dio en lo que fuera la jurisdicción de la Audiencia de Quito, o de la “guerra de palabras” y confrontación de actas de independencia que se llevó a cabo
en una América Central en donde no había ejércitos. La crisis produjo al contrario, en Paraguay, región periférica del imperio, la primera declaración de independencia, un
ensimismamiento regional selectivo, la promoción de un nacionalismo mestizo y la centralización del poder en torno a José Gaspar Rodríguez Francia, en un proceso
polémico que Bárbara Potthast describe de manera equilibrada. Para el caso peruano, Carlos Contreras y María Luisa Sioux ponen de manifiesto cómo las dinámicas
regionales —la fuerte densidad indígena y la memoria de la rebelión de Túpac Amaru, la estructura de los circuitos comerciales, el prestigio colonial de Lima frente al
aislamiento de la Audiencia de Chacras, la feroz rivalidad entre Buenos Aires y Lima por el control del Alto Perú— desembocaron en posturas radicalmente distintas y en la
separación de los dos Perú.
Este libro ofrece una visión general del proceso histórico y de la historiografía más reciente, pero también
permite al lector atisbar la forma en que los historiadores construyen su objeto de estudio desde perspectivas
diferentes. Abordando un registro distinto, los trabajos de Eric Van Young sobre México y de Margarita Garrido
sobre la Nueva Granada reseñan la forma en que la crisis imperial abrió la esfera pública a actores nuevos, al
tiempo que amplió el repertorio de la política. Así, Garrido sigue a una serie de actores que surgen de las clases
populares —“vecinos”, indios, esclavos libertos y milicianos pardos— que para reclamar justicia adaptaron el
nuevo lenguaje de los derechos al más añejo del honor y la religión, aprovechando una coyuntura que había
colocado a “Dios y al Pueblo” en el centro de un “orden sin rey”. Por su parte, Van Young busca rescatar de la
oscuridad al extenso contingente campesino insurreccionado por Hidalgo, y lo encuentra ajeno a los anhelos y
visiones de los líderes insurgentes. Así, el autor pinta un retrato fascinante del conjunto de los rebeldes populares,
“más indios, mayores y menos casados de lo que cabría esperar”, que participaban en la guerra para defender sus
comunidades, compelidos por “motivos inmediatos [...como] la venganza, el amor, la amistad, la curiosidad, la
codicia y la mala suerte”.
El análisis que elaboran estos dos autores rescata los gestos y las palabras de actores históricos que en la trama
convencional formaban parte de un telón de fondo vistoso pero desdibujado. El comparar la experiencia
neogranadina con la mexicana plantea, además, una serie de cuestionamientos. No deja muy claro, por ejemplo,
cómo los jefes insurgentes novohispanos embarcaron a sus seguidores en una insurrección sorprendentemente
longeva y extensa, dada la distancia ideológica que supuestamente separaba a unos de otros, y a lo radicalmente
local de los agravios que movían a los rebeldes populares. Por el otro, cabe preguntarse por qué estos indios
levantados permanecieron aparentemente inmunes al contagio de los nuevos dispositivos discursivos que los
indios y mulatos neogranadinos aprovecharon de manera tan eficiente. Sospechamos que estas diferencias se
deben, en parte, a que el campo de observación privilegiado por Van Young, el de los juicios por infidencia, es un
espacio poco amable para la experimentación discursiva. Por otro lado, la contraposición de estos dos casos es
ilustrativa de la riqueza y diversidad de un pasado que, como dice Edmundo O’Gorman, podemos describir como
“imprevisible”.
Frente al barroco panorama que presentan los textos que se ocupan del desarrollo político después de 1808 y hasta
1830, tanto la introducción, a cargo de Marco Palacios, como el ensayo final de Leandro Prados de la Escosura
ofrecen una visión de conjunto de este complicado periodo, delineando un antes y un después. Frente a una
historiografía novedosa que, sin embargo, en la estela de François Xavier Guerra, se ha abocado a explorar, de manera casi exclusiva, las aristas políticas del proceso
revolucionario, estos textos rescatan la importancia de la producción, la fiscalización y el intercambio. Calculan los costos y beneficios económicos de las independencias para
dar una imagen más ponderada de la transición de colonia rica a nación pobre que, de Lucas Alamán a Jaime Rodríguez, ha dominado la imaginación. Bien mirados, nos dice
Prados de la Escosura, los números de las economías hispanoamericanas en el siglo XIX son menos malos de lo que sugiere su comparación con Estados Unidos, caso
realmente excepcional de crecimiento. Mucho más sugerentes son las comparaciones que realiza este autor dentro de la región misma, identificando factores determinantes del
comportamiento económico, como el nivel de inserción dentro del comercio internacional o el costo de los fletes internos, que reflejan el grado de consolidación del mercado
nacional. Pero sobre todo, estos dos textos plantean un problema esencial, que extrañamente apenas resuena en los ensayos que forman el cuerpo del libro: el de la “base
material” del Estado-nación, de la constitución, y capacidad de captación por parte de la autoridad pública, de aquellos recursos “materiales y discursivos” necesarios —
¿imprescindibles?— para apuntalar las nuevas legitimidades y prácticas políticas que surgían en un laboratorio hispanoamericano en efervescencia.
Este es, entonces, un libro informativo y provocador. Libera a las independencias hispanoamericanas del empobrecedor corsé nacionalista para insertarlas en un proceso
amplio, que fracturó la unidad de la monarquía católica e impuso, de forma precoz en Occidente, las pautas de la modernidad política: la soberanía nacional, el gobierno
representativo, los “derechos ciudadanos” y las elecciones periódicas con sufragio incluyente. En muchos aspectos, entonces, seguimos estructurando a la política —tanto en
su deber ser como en sus prácticas— a partir de principios y categorías de estos años revolucionarios. Es por esto que seguimos lidiando con el legado de las independencias.
Con el resquebrajamiento del andamiaje ideológico del Antiguo Régimen y el derrumbe de los cimientos trascendentales de la autoridad —la religión, la tradición— surgieron
muchos de los conceptos clave —soberanía, representación, libertad— con los que pensamos la política. Por esto los textos que componen esta obra son tan iluminadores: al
mostrar lo contingente y conflictivo de los orígenes tanto de estos conceptos como de una serie de categorías básicas que nos parecen naturales —nación, Estado, territorio—,
al subrayar su dimensión problemática, estos textos descubren lo extenso y escabroso del terreno en el que se finca la política moderna. Revelan un pasado fraguado de
posibilidades distintas, en el que no había resultados inevitables y donde todas las alternativas implicaban costos. Este libro nos muestra entonces no una mitografía cuyos
hitos hay que festejar, sino una historia complicada, en la que las independencias no son, a decir de Marco Palacios, el “objeto kitsch” de las celebraciones oficiales, sino
objetos “útiles”, de reflexión y debate.
Erika Pani. Investigadora del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México.
* Tomás Pérez Vejo, “Presentación: Los centenarios en Hispanoamérica, la historia como representación”, en Historia mexicana, LX:1, 2010, p. 8.
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01/03/2011
Nexos - Janelle Monáe, la ArcAndroide
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Fecha: 01/02/2011
Janelle Monáe, la ArcAndroide
Hugo García Michel
A
unque quizá su disco debut, The ArchAndroid, no fue el mejor de 2010 (yo lo pondría en un honrosísimo segundo lugar, después del asombroso Hidden de los británicos
These New Puritans), Janelle Monáe se reveló como la compositora, cantante y multifacética artista musical con mayores posibilidades de trascender a lo largo de la década
que apenas inicia. Su talento, su voz, su inventiva, su versatilidad resultan tan notables que uno no puede menos que rendirse ante una creadora excepcional y que mucho tiene
de visionaria.
C
on apenas 25 años de edad, Monáe posee un genio natural que algunos califican como delirante y vertiginoso. Si en 2007 logró cosechar
algunos seguidores con su EP Metropolis: The Chase Suite, fue hasta el año pasado que logró una unificación mundial de criterios, cuando
prácticamente todos los medios especializados, aun los más alternativos y exigentes, consideraron a su álbum The ArchAndroid como una
obra maestra y uno de los grandes discos de 2010.
Más cercana a cantantes y autoras tan sofisticadas como Erykah Badu y Me’Shell NdegéOcello que a divas más tradicionales como Aretha
Franklin o Marvis Staples, Janelle Monáe ha sabido dotar a sus composiciones de una pasmosa complejidad melódica, armónica y rítmica.
Su voz posee tal variedad de timbres, tal maleabilidad y tal alcance que es capaz de llegar a los máximos extremos vocales sin sonar jamás
excesiva o engolada. Así, de pronto puede hacernos recordar a intérpretes supremas como Shirley Bassey (en la suntuosa y espectacular
“BaBopByeYa”, con timbales, metales y cuerdas incluidos), Dionne Warwick (en la cadenciosa “Say You’ll Go”, con final a la Debussy
incluido), Kate Bush (en la curiosa “Wondaland”), Karen Carpenter y Lauryn Hill (en la hermosamente folky “Oh, Maker”), Shingai
Shoniwa de Noisettes y Kate Pierson de B-52’s (en la enloquecida “Come Alive: The War of the Roses”) y hasta a Beyoncé (en “Dance or Die”) o Alicia Keys (en “Neon
Valley Street”).
Es claro que a Monáe no le interesa encasillarse en algún género y si bien sus orígenes se encuentran en la música tradicional y contemporánea de los negros estadunidenses
(desde el blues y el gospel, hasta el soul, el rhythm n’ blues, el funk y el hip-hop), sus ambiciones van aún más allá para abrazar al alt-rock, el jazz, el folk, el avant garde y la
música orquestal, entre otras corrientes.
Todo esto queda perfectamente plasmado en The ArchAndroid. Se trata de lo que los clásicos llaman un álbum conceptual, es decir, una obra en la cual todos los temas giran
alrededor de una idea, en este caso una historia de ciencia ficción (o de ficción científica, como gustaba decir Borges) que narra las aventuras y desventuras de una androide
que viaja en el tiempo, desde el año 2719. Dicho así, puede sonar pretencioso y hasta aburrido, pero la manera como Monáe resuelve el asunto y lo convierte en una historia
musical es cosa prodigiosa. Desde el arranque sinfónico de la “Suite II Overture” (como una prolongación de Metropolis: The Chase Suite) que se convierte, prácticamente
sin solución de continuidad, en un tema tan sensual e hipnotizante como el hip-hopero “Dance or Die”, para dar paso (sin pausa) a “Faster” y “Locked Inside” y su delicioso
r&b.
De ese modo va transitando este ArcAndroide, a lo largo de 18 cortes y casi una hora de duración. Sus posibles excesos no son tales y lo que podría parecer bombástico y
elefantiásico resulta más bien generoso y lleno de riqueza. Lo vemos en los tres siguientes cortes: la tranquila balada “Sir Greendown” que sirve como calmo puente a “Cold
War” y su sonido a rock cósmico (¿o soul progresivo?) y deriva finalmente en la indescriptible e hiperquinética “Tightrop”.
Las experimentaciones van desde “Neon Gumbo”, con la cinta de grabación tocada al revés, al más puro estilo de los Beatles en 1967, hasta visitas a la psicodelia ácida
(“Mushrooms & Roses”), al dream pop madrigalista (“57821”) y al delicioso indie-funk (“Make the Bus”, con el acompañamiento de la banda canadiense Of Montreal).
The ArchAndroid se suma a discos como New Amerykah (2010) de Erykah Badu, The World Has Made Me the Man of My Dreams (2007) de Me’Shell NdegéOcello o el ya
clásico Stankonia (2000) de Outkast, toda una revolución sideral negra que hunde sus raíces en el jazz inenarrable de Sun Ra y el funk enloquecido de Funkadelic.
Janelle Monáe es una mujer genial, en el más estricto sentido del término. No es descabellado pensar que esta joven, nacida en Kansas en 1985, realmente viene desde el
futuro.
Hugo García Michel. Músico, escritor y periodista. Director de La Mosca en la Red. Columnista de Milenio Diario. Autor de la novela Matar por Ángela.
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01/03/2011
Nexos - Dosier Marcelino, PAN y cine
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Fecha: 01/02/2011
Dosier Marcelino, PAN y cine
Gustavo García
La cruz no pesa, lo que calan son los clavos. Hace mes y medio, durante la temporada navideña cuando Hollywood es rey de la cartelera (cuatro películas: Megamente, Las
crónicas de Narnia,Los viajes de Gulliver y Tron, acapararon el 80% de las salas en todo el país), se estrenó la versión mexicana de aquella apoteosis del cine franquista,
Marcelino, pan y vino. Los veteranos de los colegios católicos del ruizcortinismo recuerdan cómo se les llevaba en masa al cine Metropolitan a ver cómo Pablito Calvo
llevaba comida al Cristo olvidado en el desván de un monasterio y, al morir, Jesús mismo bajaba de la cruz para llevar su alma inocente al Paraíso o Algún Lugar Parecido. La
jugada hizo de aquella película una de las más taquilleras de la década (118 semanas en su cine de estreno, más la corrida en provincia); hispanistas como éramos entonces, El
último cuplé con Sarita Montiel aguantó 40 semanas entonces.
El empeño mexicano quedó muy por debajo; estrenada con más de 150 copias en todo el país, para la tercera semana
ya sólo quedaba, en el D.F., en cinco salas en funciones matutinas. Todo pese a ambientar la historia en la Revolución
mexicana, cual debe, aunque con el problema de no justificar un monasterio en plena guerra cristera, e ir más allá del
money shot de Cristo desclavándose, y hacer que se lleve a Marcelino con todo y cuerpo en un rayo de luz spielbergiano,
con lo que se aplican dos hipótesis no excluyentes: a) a Marcelino lo secuestraron extraterrestres; b) Cristo, al menos el
del desván, era un alienígena. Ni así funcionó. La primera pregunta sería: ¿para qué hacer una nueva versión de aquella
de Lasdislao Vajda? Según conversación con el guionista y coproductor, Mikel García Bilbao, todo nació del modo más
natural: la madre de otro de los productores quería llevar a sus nietos al cine y vio, con horror, que no había nada
atractivo para toda la familia (los nietos, supongo, suspiraban por Transformers o Iron Man), y se quejó con su hijo:
¿por qué ya no se hacen películas que pueda ver toda la familia? Enseguida, de nuevo supongo, invocó aquella mítica
cinta española que reposa encallada en el subconsciente de una generación. Un ucase así sólo conduce a poner manos a
la obra y hacer Marcelino, pan y vino goes to Mexican revolution (and beyond).
Pero hay otra razón más simple: o se hace ahora o ya no se hace. A una década de panismo gobernante, ya se puede hablar de un nuevo cine de derecha, que ha cosechado un
solo éxito, El estudiante, pero tiene una tenacidad innegable. Todo empezó casi por casualidad, mientras el foxismo reducía al mínimo la producción cinematográfica (14
películas en 2002) y buscaba el modo de eliminar a Imcine y el Centro de Capacitación Cinematográfica, se armaba por la libre la carrera de Paco del Toro, un vocero
solitario del cristianismo, que en 2001, con Punto y aparte, adoptaba y promovía los métodos del grupo Pro Vida en contra del aborto (imágenes explícitas de fetos
destrozados en un argumento sustancialmente melodramático); en Cicatrices (2004) concluía que la violencia intrafamiliar era consecuencia de que no “se sentaba a Jesús a la
mesa a la hora de la comida”; sus siguientes películas, denunciando el culto a La Santa Muerte (2007) como ejemplo de la pérdida de centro espiritual, y el abuso sexual como
Secreto de familia (2008), concluyen que la solución está en reencontrar a Dios.
Contra la opinión apresurada de que el cine mexicano ha canalizado sobre todo la mentalidad más conservadora, algo sin duda cierto en los años cincuenta y sesenta, son más
evidentes los ejemplos de una actitud liberal y hasta crítica (los cincuenta fueron los años de Luis Buñuel, por ejemplo). El cine piadoso ha asomado en coyunturas muy
precisas: en 1917 se filma Tepeyac (Carlos E. González y José Manuel Ramos), que vinculaba las apariciones guadalupanas a las angustias de una joven cuyo novio podía
haber naufragado por culpa de un submarino alemán; al año siguiente, el reportaje La Virgen de Guadalupe (Geo D. Wright) y en 1925 otra ficción, El milagro de la
Guadalupana (William S. Earle); eran las últimas manifestaciones de los intelectuales católicos, aquellos que habían apoyado a Madero desde su propio partido, y que ahora
se veían amenazados por la nueva Constitución y, en general, por el México revolucionario. Esos fervores debieron ocultarse durante el conflicto gobierno-Iglesia y sólo
volvieron tras la declaración de fe católica del presidente Manuel Ávila Camacho; su sexenio fue una avalancha de vírgenes y mártires de celuloide, desde La virgen que forjó
una Patria, que tenía ambiciones de ser nuestra Nacimiento de una nación (1915, Griffith) hasta San Felipe de Jesús (los arrozales morelenses interpretando a Japón),
pasando por San Francisco de Asis (Alberto Gout), María Magdalena (Contreras Torres), La Vírgen morena (Soria) y Los Cristeros (De Anda); el sexenio alemanista fue la
apoteosis de las rumberas, pero con Adolfo Ruiz Cortínez y, sobre todo, la cercanía de su esposa, doña María Izaguirre, a los altos rangos del clero católico, hubo que volver a
colgar las maracas: abrió con El mártir del Calvario (Morayta) y cerró con La sonrisa de la Virgen (Roberto Rodríguez) y, en medio, el Marcelino, pan y vino importado de
España.
El cine católico de ahora tiene otras estrategias: sin mucha imaginación, actualizó su promoción al guadalupanismo con una Guadalupe (2006, Santiago Parra) donde se
combinaban las obligadas apariciones a Juan Diego (José Carlos Ruiz) con argumentos sobre lo clarito que se ven en los ojos pintados en la tilma unos personajes históricos;
ya abordó la ciencia ficción con 2033 (la guerra cristera situada en el futuro, con un México gobernado por la izquierda e idiotizado por una sustancia, el PEC, o sea Plutarco
Elías Calles, y una elite que caza católicos desde helicópteros, a los Apocalipsis), ya nos dijo que el Demonio está guardado en una celda de Guanajuato custodiado por
templarios conducidos por Christian Bach (El secreto, de Gilberto de Anda), ya regañó a los universitarios que no leen El Quijote (“es mi lecho las duras peñas”) ni llevan
serenata vestidos de charro (El estudiante), ya hizo que el cuerpo de Marcelino se perdiera en el éter, pero también ha colocado a miembros de la Asociación a Favor de lo
Mejor, vigilantes de la moral y la decencia en los medios (como el águila calva de los Muppets), como analistas cinematográficos en diversos medios de comunicación. Es
ahora o nunca; habría que ser muy ingenuo para suponer que el panismo y las fuerzas que desató sobrevivan en el poder otro sexenio, como ya lo fue al pensar que se podía
trascender haciendo películas, al menos como las que ha engendrado hasta ahora.
Gustavo García. Investigador y crítico de cine.
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01/03/2011
Nexos - 127 Hours: Vida al límite
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Fecha: 01/02/2011
127 Hours: Vida al límite
Jorge Villalobos
Dirección: Danny Boyle.
Guión: Danny Boyle y Simon Beaufoy.
Reparto: James Franco, Amber Tamblyn, Kate Mara.
Duración: 94 minutos.
Danny Boyle, director de 127 Hours, sabe cómo entretener a su público. Shallow Grave, su ópera prima, es un efectivo
thriller en el que Boyle utilizó como principal recurso narrativo una historia bien escrita y contada y donde se apoyó
principalmente en las interpretaciones de sus actores. La cinta tuvo un moderado éxito de crítica y taquilla, lo que le
permitió filmar Trainspotting, película que lo lanzaría a la fama internacional y lo convertiría en uno de los directores
ingleses más renombrados y, sobre todo, en una máquina de dólares.
Como decía, Boyle sabe entretener a su público. A Life Less Ordinary, The Beach, 28 Days Later y la ganadora del
Oscar, Slumdog Millionaire, entre otras, han cautivado a las audiencias de todo el mundo. Sus cintas están basadas
generalmente en eventos y premisas extraordinarios y fuera de lo común, en situaciones cotidianas que son llevadas al
límite y, sobre todo, en un estilo visual muy elaborado. Abundan en movimientos de cámara frenéticos, encuadres imposibles, animaciones sofisticadas, pantallas divididas.
Su diseño de audio es siempre muy meticuloso y sus soundtracks están llenos de canciones memorables.
Sus películas nunca son parecidas entre sí. Boyle ha transitado entre diversos géneros saliendo siempre bien librado. Sin embargo, olvidó en el camino lo que lo forjó en un
inicio: la sencillez, la contundencia de la historia alejada de todo efectismo y soportada básicamente en la tensión dramática, en el lenguaje cinematográfico, en la
experimentación.
Esta parecía una buena oportunidad para que este director volviera a sus inicios. La premisa es simple: Aron Ralston, un joven aventurero y expedicionario, queda atrapado en
una grieta en las montañas cercanas al Moab en Utah. La situación no puede estar peor: su mano está prensada con una enorme piedra, no tiene alimentos y muy poca agua y
no ha avisado a nadie dónde se encuentra. A partir de ese momento Aron tendrá que sobreponerse al hambre, al frío, al dolor y, más que nada, a sí mismo. A no volverse loco,
a no perder la cordura en una situación en la que cualquiera entraría en estados de desesperación sin control.
127 Hours tiene los elementos para hacer una cinta memorable, pero sobre todo del agrado del público. Cuenta una historia en la que el espíritu y la voluntad se sobreponen a
cualquier circunstancia y está basada en un hecho real. Es decir, no cabe la menor duda de que lo que estamos viendo es posible. Eso, en términos de audiencia, es garantía de
que la gente saldrá motivada, segura de que si uno se encontrara en una situación como la de Aron Ralston sería capaz de sobrevivir también.
En este sentido, el reto para Boyle no era nada fácil: mantener la tensión dramática en la historia de un personaje que está de pie, sin moverse un solo centímetro en una grieta
de piedra durante 127 horas. No contaré cómo es que Aron logra salir del cañón, es el desenlace y constituye la parte más impactante de la película. Lo que sí diré es que
Boyle recurre a todos los recursos que ha desplegado a lo largo de su carrera para mantenernos interesados en lo que podría ser un suplicio para el espectador. En algunos
momentos los recursos son brillantes y realizados de manera magistral por los fotógrafos Enrique Chediak y Anthony Dod Mantle. Pero en otros los recursos son forzados y
fuera de lugar, como si estuvieran puestos para distraernos un poco y no sentirnos como Aron Ralston, atrapados en una grieta sin salida.
La interpretación de James Franco es verosímil y poderosa, y la historia un ejemplo de que el ser humano es capaz de llegar a límites impensables con tal de salvar su vida.
Jorge Villalobos. Director y guionista.
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01/03/2011
Nexos - The Fighter: Fama a cambio de golpes
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Fecha: 01/02/2011
The Fighter: Fama a cambio de golpes
Fernando Moreno Suárez
Dirección: David O. Russell.
Guión: Scott Silver, Paul Tamasy.
Reparto: Mark Wahlberg, Christian Bale, Melissa Leo.
Duración: 115 minutos.
De todos los diálogos que el cine ha establecido con los deportes a lo largo de sus poco más de cien años de existencia,
tal vez el más exitoso y fructífero es el que ha sostenido con el box.
La razón para la producción de tantas películas sobre esta disciplina parece recaer en lo bien que combinan las historias
de superación del personaje humilde y solitario que se convierte en héroe, en medio del melodrama, género favorito de
la industria norteamericana del entretenimiento.
Para muestra están: El campeón (en versiones de 1931 de King Vidor y de 1979 de Franco Zefirelli), Rocky (John G.
Avildsen, 1976, a la que seguirán cinco secuelas), El Toro Salvaje (Martin Scorsese, 1980), El boxeador (Jim Sheridan,
1997), Huracán (Norman Jewison, 1999), Ali (Michael Mann, 2001) o Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004). Si a
la fórmula mencionada —box y melodrama— le agregamos las palabras mágicas para el mainstream mediático, “basada en una historia verdadera”, la mesa está servida para
conseguir, al menos de entrada, la atención de un público agradecido.
Justo en esa lógica se estrena en nuestro país, dentro de la temporada de premios que termina en la entrega del Oscar a finales de febrero, The Fighter, quinto largometraje
como director del productor y guionista David O. Russell.
Construida a partir de “hechos reales”, la película arranca como un clásico melodrama deportivo retratando, a través de un falso documental (otro género que nos ha regalado
cintas memorables como Kalule de Jorgen Leth, Cuando éramos reyes de Leon Gast, 1996, Los últimos héroes de la península de José Manuel Cravioto, 2008, o Enfrentando
a Ali de Pete McCormack, 2009) la vida de Dickey y Mickey, dos hermanos de origen irlandés que entrenan en un barrio pobre de Boston.
Todos las convenciones están presentes: Dickey (Christian Bale) es un boxeador retirado que vive de su único momento de gloria en el pasado (derribó en un combate, por
allá de los años ochenta, a Sugar Ray Leonard). Hoy es adicto al crack, lo ha perdido todo y maneja, junto a su insoportable y mal educada madre (Melissa Leo), la carrera de
su hermano menor Mickey (Mark Wahlberg) que no termina de levantar. Completando el cuadro están Charlene (Amy Adams), la mesera de bar y nuevo interés erótico de
Mickey, y una colección de siete hermanas impresentables (se llaman entre ellas por apodos como perro rojo, castor, puerco o brea) que son muestra fehaciente de lo mal que
puede tratar a la mujer una sociedad machista.
Ante semejante situación, la cinta avanza constantemente al borde de un precipicio de excesos al que parece estar condenada a caer. Los lugares comunes y clichés recurrentes
amenazan con convertir el relato en un panfleto de superación personal barato. Sin embargo, justo cuando todo parece perdido, aparece la mano de un director inteligente
capaz de convertir en interesante algo en apariencia intrascendente (algo que ya había conseguido. Russell con Tres reyes en 1999) a través de una oscuridad poco común en
este tipo de películas.
Así, encontramos en The Fighter un sabor agridulce que descansa en pequeños detalles que se alejan de la comodidad y de la moraleja edificante, cuando los personajes
descubren que las cosas no son como pensaban o esperaban. Aparecen, sorprendentemente, los grises y es posible el matiz en relatos que se caracterizan por su maniqueísmo
y su retrato en blancos y negros. Los roles cambian y los espejismos del pasado hacen posible un presente.
La cárcel, las peleas, las calles y las escenas de sexo parecen reales y el falso documental que sirve como pretexto narrativo le descubre a los personajes una realidad que
duele y desencanta. El comentario social y la crítica salen a la superficie y todo cobra sentido e interés.
Como suele suceder en aquellas historias que valen la pena contarse, está el cimiento de un guión sólido e interpretaciones memorables. Ya que estamos en temporada de
premios y, pensando en la predisposición que tienen los que los entregan por los papeles y personajes marginales, sirva este texto para augurarle grandes éxitos a Mark
Wahlberg, Melissa Leo y muy especialmente a Christian Bale que, dueño de una carrera muy interesante y convertido en un actor taquillero en tiempos recientes, consigue
con Dickey uno de los papeles más logrados de su trayectoria. Pensar que próximamente tenga un Globo de Oro o un Oscar entre sus logros no es nada descabellado.
Fernando Moreno Suárez. Socio fundador de Productora Los olvidados, conductor de El cine y… en Ibero 90.9y maestro de cine en la Universidad Iberoamericana.
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01/03/2011
Nexos - Black Swan: La muñeca rusa de Darren Aronofsky
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Fecha: 01/02/2011
Black Swan: La muñeca rusa de Darren Aronofsky
David Miklos
Dirección: Darren Aronofsky.
Guión: Mark Heyman, Andres Heinz y John McLaughlin.
Reparto: Natalie Portman, Mila Kunis, Vincent Cassel, Winona Ryder.
Duración: 108 minutos.
Al principio todo desfila ante el espectador como una retahíla de lugares comunes, mejor aún, de estereotipos.
Una compañía neoyorquina de ballet se prepara para ensayar uno de tantos montajes a los que se ha visto sometido El
lago de los cisnes de Piotr Ilich Chaikovski, acaso la obra de ballet clásico más reconocida y reconocible del orbe. No es
una compañía, sin embargo, como la que Robert Altman registra, muy cinemá verité, en The Company (2003) —el
parangón es obligado—, aunque sí es otra de las pocas películas dedicadas al ballet y a las demandas que dicha
disciplina ejerce sobre aquellos que logran, tránsfugas de la masa que les da sentido, escaparse del montón y despuntar.
De todas las bailarinas del conjunto, una de ellas y sólo una será elegida como la primera, responsable de encarnar a la
princesa cisne, personaje-paradoja en el que conviven el blanco y el negro, la pureza recatada y la pasión que se
desborda, la contención y lo liberado, todo lo que seduce.
Nina es hija de una bailarina frustrada que abandonó su carrera para dedicarse a la maternidad —una Barbara Hershey lograda y deliberadamente monstruosa, madre de todas
las madres—, una ejecutante sin tacha, poseedora de una técnica notable, cuyo único defecto es su aparente frigidez en escena, además de una disfunción psicológica que raya
en lo sobrenatural, y que a ratos nos recuerda a la perturbadora La Pianiste (2001), de Michael Haneke.
Pese a todo, Thomas, el director artístico de la compañía —un francés arrogante y representado de manera óptima por el icónico Vicent Cassel, nunca mejor elegido—,
termina por escogerla a ella por encima de las demás y, así, la reta a descocarse y dejar libre a su yo más carnal y elocuente (en algún momento le dice a Nina que de tarea se
masturbe en su casa, que es lo menos que podría esperarse de un personaje así).
La contraparte de Nina es Lily —Mila Kunis despojada de cualquier rastro de la candidez con la que se estrenó en la televisión—, una bailarina de San Francisco que llega a
la compañía como una amenaza revestida de escurridizo y atractivo döppelganger. Su aparente torpeza es en realidad una gracia y una entrega a la danza muy distinta a la
frialdad técnica de nuestra protagonista —Natalie Portman en un papel en el que, por vez primera, parece abandonarse, sobre todo cuando, animada por Thomas, se toca y es
tocada—, una mujer niña que vive protegida por su madre en un cuarto rosa lleno de peluches y vigilado por una caja musical sobre la que otra bailarina, minúscula, gira
sobre sí animada por la música de la mentada pieza de Chaikovski.
Y como álter ego a destiempo aparece Beth —revelaremos quién la representa más adelante—, la prima ballerina caída en la desgracia habitual de dichas ejecutantes,
sometidas a un nivel de competencia sin parangón: la edad, el fin de su carrera.
Personajes aparte, hay espejos. Muchos espejos. Y, por supuesto, el reflejo que los demasiados espejos le ofrecen a Nina, una afrenta a su frágil ego: ¿podrá ser ella no sólo la
más bonita, prístina y blanca sino la sexosa princesa devenida cisne negro?
Lo que arranca como una película de aparente corte juvenil y género femenino —es decir, lo que comúnmente se conoce como un chick flick, en este caso del orden de Wild
Things (1998) o Mean Girls (2004), pero con ballet incluido y ánimo artístico—, se transforma poco a poco en un notable estudio del carácter creativo y sus patologías, y es
ahí donde Black Swan (2010), el quinto filme de Darren Aronofsky (Brooklyn, 1969), se suma a su breve cinematografía como una de sus obras más logradas.
En vez de un matemático paranoico y solitario dedicado a encontrar la clave numérica que desentrañará el orden natural del universo —como ocurre en Pi (1998), la ópera
prima de Aronofsky y, tal vez, la más parecida a Black Swan en su repertorio y que ya tiene un culto—, ahora el retrato es el de una bailarina paranoica e insegura en pos del
rol y la representación perfecta, es decir, en la consumación del arte entero en sí misma y a través de una versión única del cliché que, miles de veces insuflado de vida, ya es
la princesa cisne de Chaikovski.
Como en Requiem for a Dream (2000), Nina lleva su adicción —o es llevada por su adicción— a las últimas consecuencias. No son la heroína ni las pastillas ni la televisión
las que animan a Nina, sino su propia personalidad y el destino último que para ella ha concebido: ser la mejor, le cueste lo que le cueste, le pase por encima a quien le tenga
que pasar por encima, ella misma incluida.
El desplante estético de la despampanante y caótica The Fountain (2006) —una de esas muy buenas películas que terminan por no cuajar y que acabó por ser un prolongado
paréntesis en la carrera de nuestro director, quien al final supo tomar las riendas de una bestia desaforada que casi acaba con él— es domeñado en esta última entrega de
Aronofsky, en la cual los escenarios son minimalistas y responden, sin más, a tres claves de color: blanco, negro y rosa.
No deja de ser curioso que la película anterior de Aronofsky sea The Wrestler (2008), la historia de un luchador acabado tanto por su profesión como por sí mismo y que,
iluminado y, hasta donde la vida le alcanza, redimido, tiene un último momento de gracia o, como también se estila, su canto de cisne en un cuadrilátero en el que da un
brinco al abismo y se vuelve leyenda.
De algún modo, Black Swan es esa misma historia, aunque en su versión glamorosa, de la infame derrota en el patio trasero de New Jersey y sus cuadriláteros polvorientos,
con Mickey Rourke representándose a sí mismo pero en clave de luchador, a la evidente gloria de la meca neoyorquina en Manhattan y su Lincoln Center, con una Natalie
Portman que parece volcar en Nina lo que no puede ser sino la versión alternativa de la historia de una actriz no muy distinta de ella misma.
No sobra anotar que Beth, la prima ballerina que no lo será más y cuyo destino será obligadamente trágico, está actuada por Winona Ryder, ángel caído de Hollywood que
aún no renace de las cenizas, como sí lo han hecho muchos otros, Rourke incluido, aunque la Academia le haya negado el codiciado Oscar, cuyo peso simbólico muchas veces
rebasa su carácter burdo y comercial. En el único momento cómico del filme, Beth mira con sorna a Nina y le espeta: “¡Te robaste mis cosas!”, en un guiño de Aronofsky en
el que nos revela que no es gratuita la elección de ninguno de los habitantes de su obra.
Al final, la puesta en escena al interior de la puesta de escena, es decir, la obra de arte al interior de la obra de arte —que no es otra cosa sino arte en estado puro, la muñeca
rusa contenida por sí misma—, no puede más que deslumbrarnos, superado cualquier lugar común o estereotipo: Black Swan es, sin lugar a dudas, una película que revela a
Aronofsky como un director mayor, otro de esos escasos desmarcados que no ceden a la complacencia y dejan al espectador en vilo, confundido, asombrado, incapaz de
afirmar si cayó o no el telón, si debe o no aplaudir, pese al estruendo de la audiencia incontinente.
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01/03/2011
Nexos - Black Swan: La muñeca rusa de Darren Aronofsky
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David Miklos. Escritor. Su más reciente libro es La vida triestina.
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01/03/2011
Nexos - Así escribo
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Fecha: 01/02/2011
Así escribo
Hernán Lara Zavala
Escribir ante el espejo
Escribir es un acto de comunicación contra uno mismo. Soy el tipo de escritor que necesita estar solo para concentrarse. Mis
amigos formados en el periodismo escriben donde caiga y en las condiciones más adversas, como lo exige la naturaleza de su
oficio. Otros escriben en cafés. Se llevan su cuaderno, piden algo de beber, se instalan en una mesa del rincón e inician la tarea.
Autores tan prolíficos como David Martín del Campo o César Aira escriben de este modo sus novelas.
Mi amigo Marco Aurelio Carballo me preguntaba en alguna ocasión cuáles eran mis hábitos de escritura y si necesitaba un
ritual para comenzar. Le contesté que mi tiempo ideal de escritura es durante las mañanas, luego de desayunar, cerca de las
nueve, sin bañarme ni acicalarme, a veces en pijama, a veces en fachas o en shorts. Le comenté que no necesito ritual aunque
muchas mañanas, antes de levantarme, leo fragmentos de algún libro por placer, no para imitar a su autor sino para que me
infunda ganas de escribir, para que me dote de energía potencial, de inspiración. Pero lo único que necesito es tiempo, silencio
y soledad.
El tiempo es más o menos prolongado (dos horas mínimo) y la intimidad absoluta. El espacio puede ser cualquiera pero el ideal
es el estudio en mi casa con sus fetiches, mi ordenado desorden y con los libros que necesito a la mano. Escribo en una suerte
de tapanco rodeado de ciertas imágenes —mis ídolos con pies de barro— que me alumbran y me fustigan: Shakespeare,
Cervantes, Kipling, Stevenson, Conrad, Joyce, Faulkner, Lowry, William Trevor y San Gregorio Hernández a quien no sé por
qué razón me he encomendado desde hace ya varios años. De no estar en mi estudio mi condición se restringe a la soledad pues
si hay otra persona, sea quien sea, la camarera del hotel, alguno de mis hijos o mi esposa me impide la concentración y la
posibilidad de perderme en mi imaginación. Nunca escucho música, no porque no me guste sino porque me distrae. Antes
escribía con pluma fuente y tinta sepia en blocks rayados de color amarillo tamaño oficio cuyas páginas resultaban equivalentes
a una cuartilla, que luego mecanografiaba. Desde 1987, cuando estuve en el International Writing Program en Iowa, me
convertí a la computadora. Soy fanático de la Macintosh y nunca le he sido infiel. Escribo directamente sobre la pantalla
aunque me auxilio con mis libretitas de notas con las que siempre cargo para trazar breves bosquejos, hacer apuntes, registrar
bitácoras y elaborar notas que me servirán cuando quede solo y a mis anchas. Nunca corrijo en pantalla sino en papel.
Al hablar del tiempo pienso sobre todo en la fase de calistenia por la que tiene que pasar necesariamente todo escritor. A mis alumnos muchas veces los reconvengo en sus
trabajos porque se nota que empezaron a escribir en frío y eso salta en los principios de sus cuentos o ensayos. La escritura requiere un proceso de calentamiento y no es sino
hasta después de un rato que las palabras fluyen. El momento cumbre llega cuando ya no me doy cuenta de que estoy escribiendo sino que ya me hallo una octava por arriba
de mi percepción normal, donde la imaginación se pierde entre personajes y situaciones y se establece una comunicación secreta de entes reales y ficticios, recuerdos,
ocurrencias e invenciones.
Por cuestiones de trabajo a veces me veo en la necesidad de escribir en cuartos de hotel. Esto significa que si viajo y dispongo de una mañana o de una tarde libre muchas
veces aprovecho ese momento de relativa paz y absoluta privacidad para ponerme a escribir. Pero a menudo me sucede algo horrible. Dispongo de los preciados espacios,
tiempo y soledad pero, para mi desgracia, la mayoría de los hoteles no tiene escritorio o mesa de trabajo sino un tocador con una silla y un espejo enfrente. Por eso cuando me
trato de concentrar y levanto la vista del papel o de la lap me veo mí mismo y siento que hay alguien más en el cuarto contra el que voy a tener que luchar si acaso deseo
escribir algo que realmente valga la pena.
Hernán Lara Zavala. Escritor. Es autor de Península, península, El guante negro y otros cuentos y Charras.
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01/03/2011
Nexos - De la A a la Z
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Fecha: 01/02/2011
De la A a la Z
Delia Juárez G.
A
lejandría. Rescato de uno de mis libreros Hoteles literarios. En sus páginas, Nathalie de Saint Phalle escribe: “Durrell no podía imaginarse que su nombre quedaría
asociado ad vitam eternam con el de Alejandría. Los destinos que entremezcló y encabalgó en ella, los amores, las rupturas, los complots y los asesinatos de Cuarteto
pertenecen ya al mito de la ciudad. Sus fachadas neoasirias que dan al mar no han cambiado, sin duda, pero el Cecil Hotel ya no es lo que era. Han descolgado los espejos y
Justine ya no se refleja en ellos […] Es allí donde Jacob Arnauti, el escritor francés la vio por vez primera: ‘en el gran espejo del Cecil, ante las puertas abiertas del salón de
baile, una noche de carnaval. Las primeras palabras que nos dijimos fueron pronunciadas, y es ya todo un símbolo, en el espejo’ ”. (Traducción de Esther Benítez, Alfaguara,
1993.)
Biblioteca. La Real Academia Española publicará los títulos de una Biblioteca Clásica, una obligación estipulada en los Estatutos de la Academia que había incumplido hasta
ahora. Los editará Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg y los financiará la Fundación La Caixa. Serán 111 títulos, ocho este año, seleccionados por Francisco Rico y que no
sólo tendrán versión impresa sino digital y de libre acceso en el portal de la RAE. Cuenta Rico: “Habrá PDF con las obras que se podrán descargar libremente y textos cortos
para iPhone para leer en el metro. No partimos de cero, hay que partir de ediciones anteriores, que son mejoradas”. El primer título: El cantar del Mio Cid.
Cinismo. La inenarrable ciudad de México, su centro, los bares, el metro, las manifestaciones colectivas son los lugares por donde transitan extraños personajes que
desempeñan oficios aún más extraños, desprendidos de la realidad y de la imaginación de Paola Tinoco: mujeres que cobran por recibir ofensas, lectores compulsivos, buzos
que exhuman cadáveres, modernas geishas literarias, estafadores de dolientes, propiciadoras de sueños. Oficios ejemplares es un libro que reúne 14 cuentos hechos de trazos
breves y contundentes en los que el cinismo está siempre presente. (Páginas de espuma, 2010.)
Duelo. La poeta y narradora Tess Gallagher, compañera de Raymond Carver durante diez años, escribió: “Diez meses antes de la muerte de Ray emprendimos con coraje una
dura batalla, pero en mayo de 1988 supimos que la victoria no sería posible. Ray murió el 2 de agosto. […] Cuando un mes después de su muerte estuve mirando las fotos del
funeral, me sorprendí ante mi propio rostro, totalmente ido, demacrado por el dolor. Cualquiera que haya pasado por esto sabe dónde estaba. Esa repentina soledad que se
siente en casa ante los efectos personales del otro, objetos que se convierten en algo más que objetos tras la muerte de su dueño: sus zapatos, el cepillo de dientes, los libros
apilados para leer... todo tan inmóvil, tan quieto. Nos habíamos sentido tan bien juntos que me resulta muy duro aceptar su ausencia. A veces, aún le siento presente alrededor,
protegiéndome. Hermoso y desconcertante”. (Tess Gallagher, Carver y yo, selección y traducción de Jaime Priede, Bartleby Editores, 2007.)
Espalda. “Para mí las espaldas se dividen en dos tipos: la mía y la del resto de la gente. Las espaldas de los otros son, por lo común, enigmáticas, refinadas y asombrosamente
obsequiosas. Siempre me han gustado las espaldas. Caminar detrás de una mujer guapa que lleva un vestido con la espalda descubierta y contemplar un buen par de
omóplatos, realzado por el efecto de la sombra, tiene el mismo poder de atravesar mi corazón que esos pómulos que parecen esculpidos a mano. Me pregunto qué revela esto
acerca de mí: venero una región del cuerpo que designa el acto de marcharse. ¿Significa que soy proclive a la mala vida, un devoto del abandono o, probablemente, un
cohibido voyeur que prefiere acechar de manera subrepticia, sin que le devuelvan la mirada y lo confronten?”. (Philip Lopate, Retrato de mi cuerpo, traducción de Ana
Marimón, Tumbona Ediciones, 2010.)
Fumar. Lady nicotina. Del placer y del vicio de fumar es el testimonio de dos escritores y su lucha contra el tabaco. James M. Barry: “Me gustaría decir que dejé de fumar
porque lo consideraba una mezquina forma de esclavitud, condenable por razones tanto morales como físicas; pero, aunque ahora puedo ver tan clara como la luz del día la
locura que supone fumar, estuve cegado por ella durante algunos meses tras mi última pipa. Abandoné mi más delicioso solaz, tal y como lo veía, por la única razón de que la
dama que se me entregaba en cuerpo y alma me hizo escoger entre el tabaco y ella”. Italo Svevo: “Es normal que uno sea mucho más indulgente consigo mismo que con los
demás y si es consciente de que delinque continuamente, a todas horas, en contra de su propia salud y en perjuicio de su propia inteligencia, será inútil que se lo reproche a sí
mismo, arruinándose también la digestión, lenta y dulce en tanto que humeada, con soliloquios, o mejor aún con diálogos entre esos dos yos que los filósofos presuponen en el
hombre moral”. (Capitán Swing Libros, 2010.)
Gajes del oficio. “Ignoro el sentido que las personas dan al vocablo ‘escritor’, pero todo lo que pueden imaginar es seguramente falso. […] En lo que me concierne, no soy un
escritor, soy alguien que escribe. […] No tengo nada de un autor alegre ni de un narrador de historias; odio en el fondo las historias. Soy un demoledor de historias, soy el
demoledor de historias tipo. En mis escritos, si se esboza una anécdota o si solamente veo de lejos, detrás de una colina de prosa, aparecer el vago contorno de la historia, la
derribo. Lo mismo las frases, tendría ganas de matar frases enteras desde que veo que podrían formarse”: Thomas Bernhard. (Claude Porcell, compilador, Tinieblas. Textos,
discursos, entrevistas, Gedisa, 1987.)
Histórico. Decía Stefan Zweig que “escribir libros históricos es una tarea agradable, sobre todo si se hace como Stendhal, o sea, copiándolo todo de otros libros y
aderezándolo con unas cuantas anécdotas, un placer que se aproxima a lo espiritual”. Así lo hizo Alicia Flores en Una retratista en la corte de Enrique VIII (Martínez Roca,
2009), según una entrevista que dio a La Jornada: “aunque Eleanor es un personaje ficticio, todo lo que sucede a su alrededor tiene un marco histórico bien documentado.
Existen unos cuadros de un artista al que sólo se le conoce como el pintor de Flandes, sin firma. Me puse a imaginar por qué esos retratos de mujeres tan hermosos no serían
firmados por quien los hizo y mi conclusión fue que los pintó una mujer, que en esa época no podía revelar que se dedicaba a un oficio exclusivo de los hombres. […] Muchos
piensan, después de leer el libro, que he viajado mucho, que conozco todas las obras que ahí describo, y no. Es un universo interno”.
Inspiración. “La inspiración es trabajar todos los días”: Charles Baudelaire.
Juicio. En algún momento de su vida, Alexandre Dumas tuvo un aviario exótico, tres monos amaestrados (cada uno con el nombre de un crítico literario) y un gato. El gato
irrumpió en el aviario y acabó con las valiosas y extrañas aves. Dumas y sus amigos lo sometieron a juicio. Alguien votó por liquidarlo inmediatamente pero los demás
alegaron que los monos lo habían provocado y entonces se redujo la sentencia: “Dejamos a Mysouff regodearse entre los restos de sus emplumadas víctimas y su captura
presentó pocas dificultades. Con sólo cerrar la puerta del aviario tuvimos al culpable a disposición de la justicia […]. Mysouff fue declarado culpable de complicidad en el
asesinato de palomas y codornices, gorriones indios y otras especies extrañas, pero con circunstancias atenuantes. Solamente fue condenado a cinco años de encarcelamiento
con los monos”. (Mark Bryant, Casanova’s parrot and other tales of the famous an their pets, Carroll & Graff, Nueva York, 2002.)
Keret. Termino de leer Un hombre sin cabeza (traducción del hebreo de Ana María Bejarano), el reciente libro de Etgar Keret, “el escritor más popular entre la juventud
israelí”, constato mi afición por sus cuentos, pienso en un adjetivo que los describa y sólo me viene a la cabeza “estrambóticos”. Busco en el Diccionario del uso del español
de María Moliner la definición y encuentro: “Irregular o raro, y ridículo”. Así son precisamente estas historias cotidianas, algunas de ellas convertidas en cortometrajes, que se
desarrollan principalmente en Tel Aviv y atrapan al lector de inmediato. La editorial Sexto Piso publica en México los libros de Keret.
Luzbel. Con sólo 24 años, el poeta peruano Oswaldo Reynoso escribió en 1955 su primer libro de poemas llamado Luzbel, que acaba de ser reeditado. Pongo aquí estos
versos: “Desterrado para siempre de la infancia / llego hasta ti con mis alas blancas / para beber de tus heridas el fuego que me falta / para que ultrajes mi intocable corazón /
Luzbel ángel furioso y triste / que pudres tu inocencia en un lago / no me cansaré de lamer la luna / de poner mis manos en el sol / de quemar mi rostro en el amor / no me
cansaré de maldecir la luz / no me cansaré de gritar en el sueño / no me cansaré de decirte / que la niebla es fuego y que la sangre / es fuego que se muerde / hasta que me
devuelvas / la inocencia de mis manos”. (Editorial San Marcos, 2010.)
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01/03/2011
Nexos - De la A a la Z
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México. Acaban de publicarse los dos tomos del Diccionario del Español de México, de El Colegio de México. Luis Fernando Lara, quien dirigió la obra, cuenta: “Nos hemos
tardado treinta y siete años en elaborar el diccionario. Para nosotros, sus autores, es el plazo completo de nuestra vida profesional. Una de las experiencias peculiares que
ofrece la lexicografía es precisamente la de la vivencia diferente del tiempo: empeñados a diario en unas cuantas palabras, no miramos hacia la finalización del trabajo como
la hormiga no calcula el tamaño final del agujero que excava para hacer su hormiguero; […] Ojalá que el público mexicano así lo comprenda, y sea benévolo, aunque crítico
con nuestro trabajo”.
Ojos. “Escribo muy lentamente porque escribo cuando me escupe el Espíritu Santo. Trabajo mucho lo que escribo para encontrar el tema, la historia de ese tema […]. Meterse
dentro de la psicología de quien va a contar la historia y mirar al resto de tus personajes con esos ojos, pero dejando margen para que el lector pueda mirar no sólo a través de
los ojos del narrador, sino también mirar con los propios ojos el conjunto y los detalles de la historia que alguien le está contando”: Inés Arredondo. Óyeme con los ojos. De
Sor Juana al siglo XXI. 21 escritoras mexicanas revolucionarias, de Patricia Rosas Lopátegui, incluye textos, entrevistas con las autoras y ensayos sobre sus obras. (UANL,
2010.) (Martínez Roca/Planeta, 2009.)
Policiaca. Dashiell Hammett se quejaba de que los escritores de novelas policiacas no se esforzaran por aprender algo sobre el tema que querían tratar. Y precisaba: “La
pistola automática corriente no es un revólver. Para que una pistola sea un revólver debe tener algo que dé vueltas”. “Las huellas dactilares de importancia para la policía rara
vez se hallan en el cuerpo de alguien”. “Uno no ve, ni con mucho, todo lo que cree haber visto a la luz de la luna”. “Un detective calificado que sigue la pista de un individuo
no suele ir dando saltitos de portal en portal, ni se esconde tras los árboles y los postes”. “El lapso que un cadáver lleve siendo cadáver puede ser calculado por un médico
experto, pero sólo aproximadamente, y cuanto más tiempo lleve cadáver, menos exacta será, probablemente, la aproximación”. (El oficio de escritor, selección de Ana Ayuso,
Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, 2002.)
Respuesta. El pintor y grabador Eko define así su trabajo: “la mezcla de lo bello con lo horrible, un arquetipo, la belleza con el monstruo”. La editorial Jus reúne ahora en un
libro gráfico sus Aforismos y máximas. Dice Eko: “El Arte abre una ventana al futuro que ni el artista es capaz de vislumbrar. […] Estos grabados ya han coincidido
fatalmente con hechos que hoy siguen respondiendo y vaticinando acontecimientos”. Y propone al lector hacer una pregunta y abrir el libro al azar para hallar una respuesta
entre estas sentencias: “Duran más los enemigos que los amantes”, “Encuentros privados, consecuencias públicas”, “En el jardín del poder siempre hay algo que podar”, “Son
como relojes, entre ellos se dan cuerda”, “Las grandes pasiones no conocen el remordimiento”, “Las aves de rapiña siempre son de la familia”, “A grandes males, grandes
distracciones”, “Los inteligentes deciden, los mediocres intrigan”.
Salamanca. Novelista y especialista en Miguel de Unamuno, Luciano G. Egido escribió sobre la muerte del filósofo: “Aquel hombre viejo había muerto entre las cuatro y
media y las cinco de la tarde, la vieja hora ritual de la fiesta española. Como había sido en vida, su cadáver fue un cadáver disputado e incómodo. Aquella noche cayó una
helada negra; la gente además de frío tenía miedo y dolor; la ciudad estaba a oscuras, por temor a los ataques nocturnos de los aviones; las tinieblas exteriores ahilaban la luz
de las rendijas de las ventanas mal ajustadas. Al día siguiente, cuando cuatro falangistas mercenarios arrebataron el féretro para sacarlo de su casa, el nieto de aquel hombre,
Miguel, que tenía siete años, asustado por lo que veía y oía, echó a correr por los sombríos corredores de la casa mortuoria, en el crepúsculo anticipado de las cuatro de una
tarde invernal y desabrida, gritando que ‘se llevan al abuelo, a tirarlo al río’ ”. (Agonizar en Salamanca. Unamuno, julio-diciembre de 1936, Tusquets, 2006.)
Tentación. Se cumplen 100 años del nacimiento de E. M. Cioran. Transcribo aquí estas líneas de la Tentación de existir: “Virus de la prosa, el estilo poético la desarticula y la
arruina: Una prosa poética es una prosa enferma”.
Yo. Una de las novedades editoriales de Tusquets es la extensa biografía Lealtad y traición: Jorge Semprún y su siglo hecha por Franziska Augstein. De ella habló el escritor
en entrevista con Juan Cruz para El País. “Es mi vida. Pero no soy yo. No sé cómo decirte”. ¿Qué falta para que sea usted el que aparece en esta biografía de Augstein?, le
preguntó Cruz: “Quizá que, por vanidad, por orgullo o por engreimiento, considere que mi vida sólo la puedo contar yo. Escribirla yo. Eso está escrito, no es una entrevista
periodística o radiofónica, y no es mi voz”.
Zurcido. “La caja del violoncelo se abre de golpe: y del forro del terciopelo rojizo surge una flamante ametralladora. Al despuntar el día se descubren los cadáveres. El
lechero los encuentra, en el curso de su ronda, junto a la boca de riego, el chico del ascensor en el vestíbulo del hotel, el encargado del almacén en el cobertizo entre las
barricas de aceite. La más importante tienda de géneros de punto del lugar ha puesto en el escaparate un letrero, en el que se lee: ‘Zurcidos invisibles y a precio módico para
los agujeros de balas de su traje’ ”. Este es el inicio de la deslumbrante crónica de Hans Magnus Enzensberger sobre la vida del gángster más famoso del mundo: La balada de
Al Capone. Mafia y capitalismo (traducción de Lucas Sala), que ahora reedita la editorial española Errata Naturae. n
Delia Juárez G. Editora y traductora. Su libro más reciente es Gajes del oficio. La pasión de escribir.
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01/03/2011
Nexos - Estante
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Fecha: 01/02/2011
Estante
Milan Kundera,
El arte de la novela (traducción de F. de Valenzuela y M. V. Villaverde),
Tusquets,
México, 2009, 194 pp.
Se reeditaron por fin —en versión de bolsillo— los primeros volúmenes de ensayos literarios de Kundera agotados desde hace años: El arte de la
novela (1986) y Los testamentos traicionados (1994). Aquí su indagación fundacional en la novela europea, donde ensaya sobre obras y autores,
propone una periodización del género, escruta en aspectos técnicos y formales (composición novelística, creación de personajes, contrapunto,
polifonía), e incluye un deslumbrante ensayo sobre Cervantes. Junto con El telón (2005) y Un encuentro (2009), el lector tiene ahora a su alcance
toda la obra crítica del novelista checo. (Alejandro de la Garza)
Heinrich Zimmer,
Filosofías de la India (edición de Joseph Campbell, traducción de J. A. Vázquez),
Sexto Piso,
España, 2010, 667 pp.
La falta de estudios serios sobre las escuelas filosóficas de la India, aunada a cierto etnocentrismo occidental y a la
proliferación de interpretaciones superficiales del pensamiento hindú, han desplazado el genuino conocimiento filosófico de
ese pueblo. De ahí la importancia de este primer estudio histórico y sistemático sobre el tema. Los fundamentos y el
desarrollo de las filosofías hindúes centrales (del tiempo, del éxito, del placer, del deber, de la eternidad, más el jainismo, el
sankhya-yoga, el brahmanismo, el budismo y el tantra) se explicitan, clarifican y contrastan, además, con la filosofía
occidental desde los griegos. La traducción más completa del experto hinduista alemán fallecido en 1943. (A. de la G.)
Abisaí Josué García-Mendoza (coordinador),
Flora y fauna mexicanas de los centenarios,
Instituto de Biología, UNAM,
México, 2010, 131 pp.
Lolita Bosch,
En el marco de las celebraciones de los centenarios también se prohijaron el año pasado algunas
obras curiosas cuyo valor trasciende lo meramente histórico. Como este volumen que consigna las
especies biológicas dedicadas por los naturalistas a distintos personajes de la historia. El volumen
—también un homenaje a Pablo de la Llave, coautor del primer tratado taxonómico del México
independiente— incluye la descripción de los especímenes, distribución, y cómo y cuándo fueron
clasificados. Las ilustraciones, a cargo de la artista Elvia Esparza, conforman una hermosa
colección que desde el primer hojeo ya valdría por sí misma. (Noé Cárdenas)
Voces. Antología de la narrativa catalana contemporánea,
Anagrama, Narrativas hispánicas, 356,
Barcelona, 2010, 592 pp.
No es en su totalidad una antología entresacada de las publicaciones periódicas o de los libros. Muchos textos fueron solicitados por Lolita Bosch
directamente a los autores para que formaran parte de esta reunión. El motivo principal de la antologadora fue hacer una ajuste de cuentas con sus
orígenes, con los escritores coterráneos que le son contemporáneos, pues Bosch ha vivido en México muchos años y es aquí donde ha desarrollado su
oficio narrativo. Cada autor ofrece una biografía mínima surgida de un cuestionario diseñado por Bosch, de tal suerte que el lector es acogido como
en casa para conocer distintas habitaciones propias del universo catalán. (N. C.)
Mario Vargas Llosa, Sables y utopías.
Visiones de América Latina,
Aguilar,
México, 2009, 460 pp.
Varios autores,
El periodista y ensayista Vargas Llosa ha recorrido, igual que el novelista, mucho camino. Esta selección de artículos,
conferencias, incluso cartas, da fe de al menos cuarenta años de pensar el Perú, América Latina y el futuro de la democracia.
Lo que salta a la vista es la evolución de un pensamiento político —heredero de los liberales Isaiah Berlin y Karl Popper—
que puso la mira en la defensa del individuo por encima de los nacionalismos, las dictaduras que disfrazan sus caprichos con
la retórica del populismo y la ausencia de libertades. Resultará incómodo para los eternos partidarios de Fidel Castro y para
los nuevos acólitos de Hugo Chávez, y refrescante para quienes prefieren la razón a la intolerancia. Pero no todo en Sables y
utopías es política. Vargas Llosa, en unos cuantos golpes de mano, veloces y precisos, ejecuta los retratos de algunos de sus
autores de cabecera. (Roberto Pliego)
Vanguardia estridentista,
Conaculta/INBA/Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo,
México, 2010, 260 pp.
Una noche de finales de 1921 el joven poeta Manuel Maples Arce tapizó las paredes del centro de la ciudad de México, entonces pueblerina, con
una proclama que llamaba a “la transformación vertiginosa del mundo”. Así nació el movimiento estridentista, de poca duración, que convocó a
pintores, grabadores, poetas y novelistas. Largamente desdeñado por críticos de todo clan, el estridentismo dejó una huella en el naciente México
posrevolucionario que ha empezado a rastrearse y tiene aún mucho que dar. Este catálogo no sólo es el registro de la obra plástica que expuso el
Museo Casa Estudio Diego Rivera a principios de 2009 sino un acercamiento histórico y crítico a la atmósfera de aquellos años veinte. Que las
propuestas literarias del estridentismo hayan sido descalificadas por sus contemporáneos no demerita en nada su obra plástica, llena de sorpresas,
y de novedades para el presente, por cierto. (R. P.)
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01/03/2011
Nexos - La ciudad que nos pertenece
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Fecha: 01/02/2011
La ciudad que nos pertenece
David Miklos,
La vida triestina,
Libros Magenta,
México, 2010, 180 pp.
Está la saga del narcotráfico y su camino de sangre. Está la reconstrucción del pasado histórico que sigue antojándose ancho y
ajeno. Está el pulso de la memoria personal, o del mero presente individual, épicamente cotidiano. Está el registro de nuevas zonas
sexuales y amorosas. Está la política, o el experimentalismo verbal, o aquello que alguna vez llamamos la provincia, o,
simplemente, la universalidad como una de las múltiples caras de las tradiciones nacionales. No encuentro qué lugar pueda ocupar
La vida triestina entre estas caprichosas y limitadas categorías. Y es que la novela de David Miklos —ya la número cuatro—
pertenece a un género que no deja de ser una excepción mexicana: el del viaje como encuentro y desencuentro con uno mismo.
He dicho una excepción por no decir rara avis, inclasificable. Se cuentan por decenas los soldados, periodistas, narradores,
pensadores, naturalistas, dramaturgos, diplomáticos extranjeros que han dejado constancia literaria de su paso por México. Una
enumeración al azar arroja los nombres de Bernal Díaz del Castillo, Alexander von Humboldt, la condesa Calderón de la Barca,
John Reed, Malcolm Lowry, D.H. Lawrence, Antonin Artaud, J. M. le Clezio, Kenzaburo Oé… La andadura en sentido contrario se
hace más difícil de registrar. ¿Cuántos ejemplos hallamos de la errancia como geografía sin resolver, como extensión y medida de lo
que desearíamos ser? Sergio Pitol, Naief Yehya, no sé. Me siento tentado a declarar que nos sentimos íntimamente llamados por la
sierra de Oaxaca —y qué bien— pero no por Budapest, por Acapulco y no por una playa de Vietnam.
Intentemos, pues, asir La vida triestina. Es casi un diario de sucesos, impresiones y estados de ánimo, y también un relato en el que
hay abundantes pasajes ensayísticos acerca de lo que significa habitar una ciudad sin pertenecer a ella, o de caminar una ciudad que
no devuelve siquiera una sonrisa, o de visitarla antes de poner un pie en ella, o de presentirla, o de soñarla, o de rechazarla, o de
amarla una vez que hemos conocido sus secretos pero se ha quedado atrás. El narrador, una voz sin nombre ni otra señal clara de
identidad que su propia escritura —lírica y a la vez sin rodeos, con una resequedad que sin embargo produce una música triste, tristísima— se sabe un exiliado voluntario. Es
un viajero, sí, que intenta poseer —igual que a las mujeres que pasan de largo y a las que se siente atraído— las nalgas de Budapest, las esquinas con la falda enrollada hasta
la cintura de Londres, la melancolía de Miramar, la nunca fidelidad y nunca infidelidad de Venecia, la grisura de Trieste, su mismo terruño, innombrable y ausente. No parece
haber una razón para la errancia más que la errancia misma… O eso parece.
No escuchamos la voz de un vagabundo, que ha dejado en casa la brújula y las botas para el camino de regreso. Es la voz de un hombre sin patria, sin suelo familiar bajo sus
pies. Vista así, La vida triestina invita a leerse a la luz de una dolorosa ausencia. Nos encontramos, a la manera del narrador, en ninguna parte, quizá porque no dejamos de ir
de un lado a otro. Volvemos a bajar de un avión y volvemos a sentirnos extraños bajo un cielo conocido. Y resulta que las calles ajenas intentan convencernos de que son
nuestras. De tal modo experimentamos la razón de la errancia: no como la búsqueda de un lugar enclavado en el mapa de una vez y para siempre sino como la proyección del
deseo. Las ciudades tienen dos existencias: o son un hecho geográfico, nacido de la historia, o son lo que imaginamos sobre el papel.
En el “Diario triestino, notas sueltas para un diccionario, octubre de 2002”, uno de los capítulos finales de la novela, el narrador ofrece una serie de viñetas polifónicas que, a
través de testimonios, pinceladas y recuerdos, proponen una visión panorámica de esa ciudad deseada, o prometida, que podría ser Trieste. En sus páginas no hay referencia
alguna —es una lástima— al capitán Richard Francis Burton quien vivió los últimos dieciocho años de su vida en ese puerto maloliente que mira al mar Adriático. Ahí tradujo
las Mil y una noches, y ahí dejó descansar sus huesos luego de explorar la India, el Congo, Afganistán, Arabia, Palestina, Brasil, en fin. Trieste existe, a su pesar. Como
Burton, David Miklos llega hasta ahí después de mucho andar y la convierte en casa de la escritura, nuestro destino común.
Roberto Pliego. Escritor y editor. Autor de 101 preguntas para ser culto.
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01/03/2011
Nexos - Vigencia de Emmanuel Carballo
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Fecha: 01/02/2011
Vigencia de Emmanuel Carballo
Alejandro de la Garza
Emmanuel Carballo (prólogo y selección),
El periodismo durante la guerra de Independencia,
Editorial Jus,
México, 2010, 172 pp.
Entre los volúmenes celebratorios del bicentenario del inicio de la lucha por la Independencia llama la atención la falta de estudios
documentados y ensayos históricos, en contraste con la prolija edición de interpretaciones novelísticas, construcciones biográficas y
ficciones sobre los héroes, así como banalizaciones al uso en el mercado del bestseller histórico. Por ello cobra relevancia esta
antología del periodismo durante la guerra de Independencia —así como su puntual prólogo-estudio—, del crítico Emmanuel Carballo
(1929), que destaca además por ser una reedición de un libro inconseguible editado en 1985 por la delegación Cuajimalpa “como
contribución a los actos conmemorativos del 175 aniversario del inicio de la lucha por la Independencia”.
El volumen cumple entonces un cuarto de siglo de vigencia y su aportación mayor es el estudio de periódicos y periodistas centrales
durante la etapa de la guerra independentista, complementada con una antología de notas periodísticas reveladoras de ese momento
histórico.
Epitafio de la época colonial y a la vez prólogo al periodismo surgido con la lucha insurgente y la Independencia, el Diario de México
(1805-1817), fundado por Jacobo de Villaurrutia y Carlos María de Bustamante, fue “la exacta fotografía de la vida ciudadana […] en
el aspecto familiar y callejero, en el social y también en el intelectual”, recuerda Luis G. Urbina. Sometido a la censura eclesiástica y
civil el Diario fue prudente ante la insurgencia, pero redactores inteligentes como Juan Wenceslao Barquera tocaron temas patrióticos
relativos a la formación de una conciencia nacional.
Luego de este antecedente, el estudio se divide en “Prensa realista”, “Prensa independiente”, “Prensa insurgente” y “Prensa
iturbidista”, toda cruzada por un eje determinante: la censura y la Ley de Imprenta. Surgida de la Constitución de Cádiz de 1812, la ley
de imprenta llegó a la Nueva España en octubre de ese año a través de un bando público. De casi imposible aplicación ante un gobierno virreinal, la ley tuvo dos resultados
inmediatos: los calabozos de Ulúa para varios periodistas y la publicación de “innumerables papeluchos indecentes que dejaban mal parada a la literatura
mexicana” (Bustamante). Apenas 66 días duró vigente esta ley hasta su reposición ocho años después, en 1820, y aunque en 1821 se declaró suprimida, el deterioro del
régimen imposibilitó frenarla.
En el apartado de la “Prensa realista” destacan: la Gaceta del Gobierno de México (1810-1821), El Telégrafo de Guadalajara (1811-1812) y El Mentor de la Nueva Galicia
(Guadalajara, 1812). Todos diarios donde se reclama “en tono vengativo e injurioso” la violencia insurgente, el saqueo y la revuelta “asesina”, en una sociedad donde hasta
1818 no había pleno convencimiento de la necesidad de la Independencia.
Entre la “Prensa independiente” de las autoridades, sobresalen en la capital los escritos en el Diario de México de Carlos María de Bustamante, impulsor de la retórica
nacionalista de la Independencia, así como los de José Joaquín Fernández de Lizardi en El Pensador Mexicano y en los ocho diarios fundados por él entre 1812 y 1827. En
provincia destacan los diarios liberales publicados en Mérida por Lorenzo de Zavala: El Aristarco Universal (1813), El Redactor Meridiano (1813), El Filósofo Meridiano
(1814) y El Misceláneo (1813-1814). A su vez, José María Quintana publica de 1821 a 1830 El Yucateco o El Amigo del Pueblo, y en el estado de Puebla destaca La Abeja
Poblana (1820).
Son numerosos los diarios, partes y periódicos de la “Prensa insurgente” a lo largo de la guerra, desde El Despertador Americano, encargado por Hidalgo a Francisco Severo
Maldonado y José Ángel de la Sierra y editado por primera vez el 20 de diciembre de 1810 (por lo cual ambos fueron encarcelados y luego indultados), hasta La Avispa de
Chilpancingo y El Correo Americano del Sur (1821), previos a la etapa de la “Prensa iturbidista”, en la cual la Gaceta Imperial del Gobierno (1821-1823), El Fanal del
Imperio (1821), El Semanario Político y Literario (1821) y El Diario Liberal de México (1823) de Bustamante, discutieron el gobierno de Agustín de Iturbide y el futuro del
país, y donde se perfila el enfrentamiento entre liberales y conservadores definitorio del siglo XIX mexicano.
Carballo ofrece una nómina de 16 periodistas del periodo, donde se incubó parte del mejor periodismo literario del primer tercio del siglo XIX (Quintana Roo, López Rayón,
Prisciliano Sánchez, José María Cos, Juan Nepomuceno Troncoso, José Manuel Herrera, José Francisco Bates, José María Liceaga et al.).
La antología incluye una nota de El Despertador Americano, cinco textos variados de Fernández de Lizardi, media docena de rigurosos y lúcidos artículos de Bustamante,
además de partes de guerra dirigidos a Morelos por Mariano Matamoros a través del Correo Americano del Sur, artículos de Zavala en periódicos liberales de Mérida y un par
de notas de Puebla.
Si bien este periodismo de combate y política marcó el siglo XIX mexicano, cabe recordar la observación de Alfonso Reyes sobre esa prensa: “…junto a la discusión del día
(que ciega y ensordece), junto a la noticia reciente (que embarga el ánimo), junto al torbellino de las insanas cosas de la calle, el periódico debe ofrecer, como por compromiso
moral, […] algunos párrafos de literatura que vengan a ser diariamente, en el ánimo de los lectores, como un templado y saludable rocío”.
Alejandro de la Garza. Periodista cultural. Publica ensayo, crítica literaria y crónica en diversas revistas y suplementos.
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01/03/2011
Nexos - Teólogos de la experiencia
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Fecha: 01/02/2011
Teólogos de la experiencia
Luis Bugarini
Juan José Millás,
Lo que sé de los hombrecillos,
Seix Barral,
Barcelona, 2010, 185 pp.
Si bien desde tiempos inmemoriales el hombre ha buscado la ruta hacia el conocimiento a través de la ampliación de la experiencia
sensorial, no fue sino hasta el siglo XX cuando esa búsqueda alcanzó sus momentos más altos y, derivado de esos hallazgos, la forma
perenne que busca el artista adquirió siluetas inadvertidas. De las drogas a la meditación, el hombre posmoderno sigue firme en la
creencia de que es posible desgarrar el velo que cubre la realidad y levantar la cortina que cubre el gran misterio.
Juan José Millás (Valencia, 1946), una de las mayores figuras de la narrativa española actual, y quien ha sido acreedor de premios
literarios de primera línea (Nadal, Primavera de Novela, Planeta, Nacional de Narrativa, etcétera), entrega a la imprenta esta novela, un
divertido juego escatológico y también fantástico a partir de Jonathan Swift, Philip K. Dick, la figura del golem y el relato clásico del
doble.
Los hombrecillos de esta novela, sobra decirlo, son pequeños. El protagonista los encuentra en su bolsillo, comiendo un trozo de pan.
Lejos de la forma clásica del relato fantástico, no figura la sorpresa ni el asombro. Todo se resume en una leve mueca de
extrañamiento. Estos hombrecillos son traviesos y picarones, les gusta descubrir nuevas experiencias y si son intensas ¡qué mejor! Un
cónclave de hombrecillos decide la elaboración de un semejante idéntico al protagonista, con el cual este último mantendrá una
relación próxima para descubrir que viven a través del otro, de una manera complementaria. El hombrecillo será una extensión en
miniatura de un cosmos sensorial sorprendente e inesperado para el protagonista del relato.
El engranaje de la novela se resume en un vértigo saludable tanto por su velocidad y tensión, como por su arrojo y menosprecio de la
preceptiva de los géneros que utiliza. Millás logra un relato espeluznante de lo que podría ser vivir a través de otro, complementándose
en el dolor pero también en la dulzura: “el desdoblamiento físico potenciaba el desdoblamiento mental”, se lee. La clave del relato ya no es extender la duración de la vida
humana, ni crearla a partir de la nada, sino acopiar el doble de situaciones inusuales: experimento a través de ti, hombrecillo, luego existo, y existo, además, en múltiples
ocasiones, tantas como tus experiencias nos permitan.
El intercambio de sensaciones entre el hombrecillo y el protagonista es mutuo. Pero ambos están sedientos de más. Mayor aún cuando llegan a las vivencias más intensas: el
sexo o la masturbación y la muerte voluntaria de otro individuo. Y ambos, igualmente, comienzan a tensionarse cuando el salto a la experiencia comienza a ser adictivo y es
necesario forzar al otro para que realice ciertos actos. Como sucede con cualquier elemento mágico de poder desmesurado, se inicia un periodo de inestabilidad entre las
partes y todo se colapsa bajo el peso de una vivencia particular que nació para permanecer fuera de control.
Lo que pudiera ser el relato delirante de una esquizofrenia convencional, en manos de Millás se transforma en un descenso a los límites del hombre para controlar potencias
fuera de sí. El hombrecillo desaparece sin mediar palabra y la vida del protagonista continúa sin menoscabo. La aparición de un hombrecillo califica de deporte extremo, ya
que su sed por avanzar en la espiral de las sensaciones desconocidas termina por cruzar franjas que es preferible dejar intactas. Invocar un elemento inexplorado puede traer
sorpresas desagradables.
La novela está lejos de ser un hito en la narrativa de Millás, pero se lee con atención y divertimiento. Hay episodios hilarantes y otros simpáticos; carece, no obstante, de
agudeza en el trazo cuando se aborda la fusión mental entre los dos seres. Era posible dibujar la tragedia del hombre, atrapado en un cuerpo y sujeto a un destino. Pero no
sucede y esta incursión en la literatura fantástica no alcanza las cimas filosóficas de Borges o Bioy, aunque pone una piedra más sobre la tradición hispánica de corte
fantástico, generosa en espectros, apariciones y númenes de signo diabólico.
Se agradece, es cierto, la condensación del relato y la agilidad verbal de la historia, que a resultas es un refrendo de que el hombre, en su grandeza aparente, poblada de
gadgets de última generación y viajes al espacio, es apenas un pequeño cuando se trata de lidiar con fuerzas que lo esclavizan, sea por su adicción a la novedad o sea por el
delirio natural consecuencia de poder imponerse a la voluntad de los demás hombres.
Luis Bugarini. Crítico literario.
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01/03/2011
Nexos - De conjuras, sectas y misas negras
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Fecha: 01/02/2011
De conjuras, sectas y misas negras
Noé Cárdenas
Umberto Eco,
El cementerio de Praga,
Lumen,
México, 2010, 592 pp.
Antisemitismo, masonería, espionaje, falsificación, intrigas políticas, diabolismo, paladismo, ocultismo, hipnotismo, psicoanálisis
(recién fundado por el vienés), cenáculos secretos, terrorismo, la inquina contra los jesuitas y las anodinas posturas de la Iglesia a
lo largo del siglo XIX son sólo algunos de los asuntos abordados por Umberto Eco en El cementerio de Praga, novela de aventuras
que aparece justo 30 años después de que el semiólogo piamontés diera la sorpresa de sus dotes narrativas con el archileído thriller
medieval El nombre de la rosa.
La historia de El cementerio de Praga se puede dividir en dos partes determinadas por la geografía. La primera se desarrolla en
distintos puntos de Italia, durante las guerras garibaldinas, en las que el protagonista, el notario Simone Simonini, toma parte activa
como espía e instigador. Ya desde estas gestas el lector es testigo de pasajes de la historia recreados al punto de que los personajes
históricos forman parte de la trama, como requerimiento natural de esta novela. Así, por ejemplo, Simonini conoce a Alejandro
Dumas cuando éste se adhiere a la causa de Garibaldi o, más tarde, ya en los episodios que se desarrollan en París de cara a la
guerra Franco-Prusiana, Simonini traba relación con Maurice Joly, autor de la célebre ficción política Diálogo en el infierno entre
Maquiavelo y Montesquieu, obra que subyace en toda la trama de El cementerio de Praga.
Simonini es un notario que deriva en falsificador experto, espía internacional y en autor de las sucesivas versiones de “El
cementerio de Praga”, libelo que a un tiempo recicla los escritos de Agustín Barruel, Eugenio Sue, Maurice Joly y que dará pie, ya
en los albores del siglo XX, a Los protocolos de los sabios de Sión. En este sentido, la obra es una suerte de exégesis de la línea de
pensamiento que coloca al judaísmo y a la masonería como los generadores de una conjura universal a la cual hay que combatir a
toda costa.
Desde el principio de la novela se hacen patentes los narradores que entran en juego para construir este edificio. El pretexto es que Simonini se siente escindido y sufre de
lagunas en las que no recuerda qué le ocurrió, así que decide escribir un diario a modo de autoanálisis, aconsejado por un doctor vienés que conoció en un café. Otro narrador
es el abate Dalla Piccola, que misteriosamente también hace anotaciones en el diario de Simonini aunque con su propia caligrafía y estilo. Y, finalmente, un narrador que
organiza el diario, lo interpreta, y ofrece explicaciones de pasajes oscuros o caóticos. El libro contiene grabados que le otorgan un dejo característico de la época en la que se
desarrollan los acontecimientos.
Una novela de época no sería tal sin una ambientación sugerente y fiel a su cotidianeidad. Hay descripciones de los pasajes con comercios y restaurantes, de las calles y
bulevares, de lugares públicos, de hostales sórdidos y lupanares de los bajos fondos, y no podían faltar las cloacas que conectan las casas y edificios con los desagües
generales: ambientes aptos para los oficios de Simonini, que a lo largo de la novela cobra más de una vida sin mayor remordimiento.
Otro detalle que retrotrae al lector al París de la segunda mitad del siglo XIX es la comida: la pasión más conspicua de Simonini, que por lo demás se manifiesta como un
misántropo de opiniones si bien fundamentadas —según su propia idiosincrasia— también execrables. Quiere la novela, por ejemplo, que Simonini haya sido el autor de la
carta falsa que llevó a Dreyfus a la Isla del Diablo y, por tanto, a que él mismo haya sido testigo de la naciente clase de pensadores bautizados como “intelectuales” tras la
carta publicada por Zola “J’accuse!”.
El final de la novela es revelador y memorable. Se trata de una misa negra descrita con lujo de detalles cuyos efectos repercutirán en la suerte de Diana (la pitonisa histérica
que les servía de hetaira a los autores de las publicaciones satanistas promovidas por Simonini-Dalla Piccola) y de Boullan, el sacerdote que preside las misas negras y las
subsecuentes orgías con efebos y ninfetas. De paso, haber sido testigo de esta misa negra le sirve de catarsis al protagonista para concluir con su autoanálisis.
Noé Cárdenas. Escritor, editor y crítico literario. Dirigió el suplemento Sábado de unomásuno.
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01/03/2011
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Fecha: 01/02/2011
El gran rescate chileno
Andrew Chernin
Una crónica de la odisea vivida por 33 trabajadores en las profundidades de la mina San José
Eran las 6:30 de la mañana y eso significaba que se acababa el sueño y comenzaba el jueves 5 de agosto. Mario, o su cuerpo si se quiere, comprendía que no podía seguir
durmiendo a pesar de las ideas que le rondaban su mente.
—¿No vas a ir a hacer los trámites para tu jubilación? —le preguntó Lilianett.
Pucha —contestó Mario—, es que no quiero fallar. Llegó un camión nuevo y si empiezo a faltar al trabajo, de
repente van a meter a otro chofer. Y voy a tener que subirme a un camión que no tenga aire acondicionado y no
esté cero kilómetros como éste.
—
Mario Gómez iba a cumplir 63 años en noviembre. Estaba haciendo sus últimos turnos como chofer de camiones
para Sotramin, una empresa contratista de la mina San Esteban, donde probablemente no era una sorpresa que
Gómez estaba en los descuentos. Le quedaba poco y, por eso, no habría sido ilógico que faltara un turno para
avanzar en los papeleos para gestionar la pensión que lo alimentaría de viejo.
No era más que eso.
Un día.
Una ausencia.
Pero su cuerpo sabía que fallar lo volvía prescindible. Que la plata y el respeto no estaban en esa cama sino allá
afuera. En la camioneta que lo estaría esperando a las siete de la mañana y en la mina donde había un camión
nuevo con su nombre. Faltar, sabía Mario, significaba empezar a renunciar y pasar a convertirse en la clase de
jubilado débil que cuenta los días hasta que el desierto y el polvo lo maten. El diagnóstico de la silicosis se lo
habían dado hacía cinco años. Mario no se escandalizó. Era parte del trato. El mismo que había aceptado su padre Bernardo y que se hacía presente de a poco. Empezaba a
aparecer a través del cansancio y de su caminar más pausado.
Pese a todo, Mario era un hombre orgulloso. Completaba tres o cuatro turnos seguidos cuando mineros mucho más jóvenes sólo terminaban uno. No le hacía sentido jubilarse
cuando cada mes podía llevarse hasta un millón 200 mil pesos. Por eso, el jueves fatídico le dijo a Lilianett que no podía ausentarse.
Así que hizo lo de siempre. Se duchó rápido, se vistió, se comió una paila de huevos y se tragó un sándwich. Abrió el refrigerador para sacar el almuerzo que su mujer le
había dejado y lo metió a su bolso. Era arroz con pollo. A las siete ya estaba afuera. Pronto pasaría la camioneta de todos los días, y se subiría a ella con otros cuatro choferes.
La mina siempre le dio mala espina, pero nunca miedo. Sabía del accidente que le costó una pierna a Gino Cortés y de algunos derrumbes. Pero la plata que ganaba ahí no la
obtendría en otra parte y, además, superaba ese número mágico que para Mario significaba una mejor vida. Con más de un millón de pesos, pensaba, se podía tener una vida
un poco más holgada. Más cómoda. Lejos de cualquier fantasma de escasez. Así, Mario se olvidaba de que sus hermanos y toda su familia le pedían que se retirara.
—Sólo unos meses más. Después me retiro —les decía.
Mario llegó a San José, se subió al camión nuevo y comenzó el turno. Había valido la pena. Por los asientos cómodos, por las marchas suaves, porque no hacía ruidos y por la
radio, incluso aunque Mario no la encendiera mientras manejaba; le gustaba escuchar el ruido del motor con el mismo criterio con que un doctor atiende los latidos de un
paciente: para ver si todo estaba en orden o si había anomalías.
Bajando en ese turno que sólo le permitía hacer dos vueltas, se sentía bien. Había hecho lo correcto. Ese camión era suyo. Nadie se lo iba a quitar. Mario siguió su curso y se
topó con un compañero de Sotramin. Era Raúl Villegas. Mario le dio la pasada para que subiera y continuó su recorrido, acelerando el camión a unos 20 kilómetros por hora,
metiendo cuarta, sintiendo que los espejos pasaban raspando los muros.
Sólo tipos con años de circo podían correr camiones mineros a esas velocidades. Mario hacía 20 años que conocía el circuito subterráneo de esa mina.
Entonces llegó a su estación. Pero el operador no estaba.
Así que bajó un poco más.
En San José, el camión de Mario llevaba dos tipos de materiales. Piedras y mineral. El cargador con el que se encontró no sabía cuál tocaba sacar. Estaban los dos montones y
la pala. Pero aún faltaba la orden del jefe. Había que esperar.
Mario sabía que ese tipo de cosas podían demorar, así que sacó el pollo con arroz que había calentado arriba antes de iniciar su descenso. Seguía tibio y Mario comenzó a
comerlo sin saber lo que estaba a punto de ocurrirle.
Fue entonces cuando llegó la orden del operador y el cargador agarró la pala con rapidez. Llevaba algo así como dos paladas cuando lo sintieron.
Fue como un ruido, pero no como un golpe.
Fue como una onda expansiva.
Fue como una corriente invisible que le tapó los oídos a Mario, y en un principio no entendió qué pasaba.
El motor del camión casi se detuvo y el ventilador que guardaba dentro de la cabina simplemente dejó de funcionar. Podría haber sido cualquier cosa. Pero nada por lo que
valiera la pena detenerse. Así que el cargador siguió hasta que terminó su tarea, y el operador le dijo a Mario que iba a subir con él. Eso que habían sentido probablemente
había sido una detonación en alguna labor y nadie les había avisado. Alguien merecía un reto.
Tenía que haber sido eso. Una explosión rutinaria. Nada de qué preocuparse.
Los tres subieron enojados y siguieron hasta donde pudieron hacerlo. Entonces la vieron: una capa de tierra que no les permitía llegar más lejos y tapaba toda visibilidad.
Mario se bajó de su camión y palpó las paredes. Ahí comenzó a sentir esa cosa que le subía por el estómago. Que le generaba un vacío. Y que lo obligó a subirse de nuevo al
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camión y bajar hasta los 850 metros, donde estaba el primer nivel en el que se cargaba y donde se encontraba Luis Urzúa.
La mina en ese momento hacía mucho ruido. Era como una sinfonía que llegaba a enfermarlo y que le parecía particularmente estruendosa. Crujía y explotaba. Mario
comenzaba a entender que esto no había sido una detonación. Que algo se había derrumbado. Abrió la puerta del camión y sacó su bolso. Los camiones mineros son máquinas
altas, así que Mario se sujetó de la puerta para bajarse. Sólo que al lanzarse terminó golpeándose la cara y se voló un diente.
Pero ahora el diente era lo de menos.
Mario se bajó del camión con la boca ensangrentada y quedó helado: por primera vez sintió que quizás hasta aquí nomás llegaba.
Pasaron horas antes de que pudieran organizarse.
Estaban todos paralizados. No había procedimientos de emergencia ni alguna instrucción que les indicara qué hacer. Los más jóvenes se desesperaron rápido y trataron de
subir por el ducto de ventilación. La chimenea estaba tapada con la roca. Pensaron dinamitarla, pero era demasiado riesgoso. Podía costar vidas. Así que intentaron otras
cosas, como quemar neumáticos cerca del nivel 190 (metros sobre el nivel del mar) —donde grandes formaciones rocosas aguantaron el colapso que se originó a unos cientos
de metros más arriba— para que el olor se sintiera en la superficie. Para que afuera supieran que estaban vivos.
Pasaron los días y se establecieron ciertos liderazgos.
Luis Urzúa, el jefe de turno, comenzó a asignar las tareas.
Mario Sepúlveda se manifestó como una suerte de líder social y moral.
José Henríquez fue el líder espiritual y dirigió una oración diaria a mediodía.
Como eran muchos los mineros atrapados, se repartieron en tres lugares: el nivel 190, la rampa y el refugio. También establecieron una pequeña democracia donde se
requerían 17 votos para aprobar algo, es decir, la mayoría. La comida se racionaba. Cada minero tenía derecho a dos cucharadas de atún, medio vaso de leche y media galleta
cada 48 horas. A veces, debían repartir un tarro de duraznos al jugo entre 33 personas.
Para beber, sacaban agua de dos tambores industriales de aceite que estaban llenos, y que solían usarse para los radiadores de las maquinarias. Esa agua tenía restos de aceite y
a algunos pocos les cayó mal.
Las luces de sus cascos siguieron iluminando durante algunos días. Después sobrevino la aplastante oscuridad.
Abajo tenían una camioneta Nissan que usaban para moverse y para alumbrar.
Cerca del cuarto día encontraron unas napas subterráneas que utilizaron para ducharse. Y lo hacían varias veces al día para resistir los 30°C y la humedad que a varios les
terminaría por provocar hongos.
Después vendría el segundo derrumbe y la desesperación.
Luego, también, el hambre.
Mario observaba a sus compañeros perder hasta 10 kilos y crecer barbas animales. Pero no decía mucho. Sólo si se lo preguntaban.
El refugio era como una pieza. Como el living de una casa, que en vez de paredes tenía un cerro enmallado. Ahí se topaba con Jimmy Sánchez, el más joven de los 33.
Mario lo guiaba. Se preocupaba de que no perdiera la fe. Mario nunca tuvo hijos hombres, pero cuando veía a Jimmy también veía una parte de él.
Sabía que a Jimmy no podía abandonarlo.
Era el único de los mineros jóvenes con el que tenía mayor relación. Mario se juntaba además con Yonni Barrios, el perforista que de niño había aprendido a poner
inyecciones a su madre para cuidar su diabetes. También hablaba sobre religión con José Henríquez y compartía historias con Juan Illanes.
Mario le contaba a Illanes sobre sus días como marino mercante e Illanes le relataba sobre sus años en la trinchera durante la casi guerra entre Chile y Argentina a fines de los
setenta. Mario lo escuchaba y envidiaba la facilidad de palabra de su interlocutor. Pero las historias de Mario parecían una novela y varios de sus compañeros le sugirieron
que escribiera un libro.
Mario lo pensó y se atrevió a escribir. Lo hizo dedicándolo a su mujer y a su hija Lilianett. Ambas debían estar arriba buscando la forma de encontrarlo. Seguro que estarían
sufriendo ante la duda de si Mario estaba vivo o muerto. Así es que primero se sumió en la culpa y luego en la impotencia. Le rezó a Dios. Intentó conservar la fe.
Pero no todos eran tan fuertes.
Pasaban los días. El hambre acechaba. Las esperanzas se desvanecían.
Varios llegaron a gritar desconsolados que los dejarían morir ahí mismo. Que esto se había acabado. Que pronto les ganaría la sed e irían cayendo uno a uno.
Mario se resistía a pensar así, pese a las dudas que también lo mareaban. Pero se mantenía firme, argumentaba que arriba debía haber 33 familias metiendo bulla. Que había
que tener paciencia. Sobre todo era consistente cuando hablaba en público.
Sin embargo, todo se tornaba cada vez más difícil. Había que dormir sobre un suelo de cerámica. A veces, Mario pensaba en ir a buscar su camión y romper los cojines para
llevárselos al refugio. Pero le daba pena. Era un camión nuevo. Su camión nuevo. Así que no lo hizo y sacó los asientos de una camioneta vieja. Los puso debajo de su cabeza.
De su espalda. El camión quedó intacto. Ni siquiera le sacó la radio.
En la mina todos tenían tareas. Él se encargaba, junto con Mario Sepúlveda, del aseo del único baño químico que había abajo. Cuando se rebalsaba, sacaban los desechos,
cavaban un hoyo y los enterraban. Pese a todo había días en que la corriente no ayudaba y el olor nauseabundo se esparcía. Entonces alguien se quejaba. Y movían el baño de
sitio. De un lado a otro.
El aire estaba sucio. Los ojos quemaban y todos tosían. Había un fuerte olor a humedad. A hongos. Por eso es que Mario no podía dormir. Porque sentía poco oxígeno y le
costaba respirar. Eso hacía que recordara su silicosis. La misma que ya había matado a Bernardo hace años y que ahora podría venir por él. Mario ya había esquivado la
muerte un par de veces. Quizás ahora tendría que saldar su deuda.
En solitario solía pensar que tal vez no iba a resistir. Para olvidarlo, caminaba.
Pasaba todo el día buscando sondajes. Las noches también. Era la forma de cansarse. De distraerse. Mario caminaba con Yonni Barrios y cuando escuchaban el ruido de
alguna máquina cerca, corrían hacía él. Teorizaban. Imaginaban las perforaciones, calculaban por dónde pasarían los sondajes y estimaban dónde irían a romper.
Eso, hasta que se cansaban y Mario le decía a Barrios “sentémonos”. Entonces conversaban. Hablaban sobre lo que harían cuando los sacaran e intercambiaban sus
impresiones sobre el resto de los compañeros. Había actitudes que a Mario le molestaban. Como la falta de respeto hacia un minero mayor y experimentado. Algunos no
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querían creer cuando él decía que la única forma que tendrían de salir era gracias a los sondajes, si éstos tenían éxito.
Pero los sondajes se habían convertido en ilusiones. Ni siquiera sabían muy bien si eran reales.
—Se acercan y después simplemente se van —decían algunos.
Mario mantenía el espíritu alto. Le recomendaba a Jimmy Sánchez que cuando saliera tenía que acabar sus estudios. A Yonni también intentaba subirle el ánimo. Incluso
aunque por dentro sintiera ganas de llorar. Estaba seguro de que los sondajes llegarían, el problema era cuándo. Podían tardar una semana o cinco meses. Para entonces no
quedaría nadie vivo. Y todo sería culpa de los planos, decía. Porque estaban malos. Porque la topografía era deficiente. Por eso se estaban demorando.
Mario tenía identificado el sonido de dos sondas que avanzaban dos o tres días y de repente se perdían. Eso se notaba. Porque un sondaje sonaba como una percusión a través
de la roca. Era lo suficientemente fuerte como para que Mario se obligara a ir a buscarlos. Hasta que desaparecían y llegaba alguien a decirle lo que no quería escuchar
Que estaban jodidos.
Que ya no los buscarían.
Que en esa mina sólo los encontraría la muerte.
Entretanto, aguantaban el hambre con psicologías dudosas: se contaban historias de asados memorables cuando la carnicería más cercana estaba a una vida de distancia.
Mario se unía a las conversaciones. Contaba que para las Fiestas Patrias él hacía el asado en su casa. Solo. Y para que nadie lo jodiera mandaba a su señora y a cualquier
mujer que estuviera en casa a comprar cosas al centro. Entonces se adueñaba de la cocina.
—Cuando llegaban a la casa yo ya tenía todo preparado.
Ésa era su receta. Y la contaba entre risas. La libertad como una suerte de soledad masculina. Después, Mario se iba a acostar y al rato soñaba con comida. Eso era duro.
Mario había aprendido que el cuerpo sabe cosas que la mente no. Pero en la mina había que aprender a dominar el cuerpo. De lo contrario, podía ser peligroso. Así les ocurrió
a los más jóvenes, que se desesperaron. Dejaron de pensar con calma. Algunos dijeron que preferían morir rápido y de una vez a esperar una muerte lenta por inanición.
Incluso llegaron a estar dispuestos a volarse. Pensaron en la posibilidad de detonar un cartucho de dinamita y así hacer explotar sus cuerpos vencidos. Habían transcurrido ya
16 días y las tripas traicionaban a cualquiera. A esas alturas pensaban que no los rescatarían.
Los mayores vieron el desgaste y lo frenaron en seco. Lograron detener las ideas de suicidio de algunos. Sólo quedaba esperar.
Cuando llegó el 21 de agosto Mario hacía ocho días que escuchaba una sonda que daba vueltas encima. Parecía bailar sobre sus cabezas. El ruido se hacía cada vez más
patente. Los 33 miraban hacia arriba. Esperaban que en cualquier minuto la máquina rompiera la roca y los encontrara al fin. Pero por otro lado había sido así durante todos
los días previos. Hacía falta un poco de suerte.
Cerca de las 10 de la noche, Mario se dijo que lo mejor era distraerse. Comenzó a jugar dominó con unas fichas que habían confeccionado los mineros con papeles y
plumones. Se sentó junto a algunos de sus compañeros y juntó sus piezas. Ganó y perdió. Pasaron las horas y dieron las dos de la mañana del 22 de agosto. Entonces, cambió
el sonido. Las sondas parecían alejarse, pero Mario no dijo nada. Porque no había que alterar las cosas, no había que darle oportunidad al pánico.
Mario siguió jugando y ocultó su desilusión en las fichas. Cada vez el sonido se alejaba un poco más, hasta que a las cinco de la mañana ya no se escuchaba nada. Se habían
ido. Como de costumbre. La perforadora se había desviado por detrás de la pared y ya sólo se sentía una. Seguramente haría lo mismo. Avanzaría hasta que la sintieran
demasiado cerca y después se perdería. Para siempre.
Eran las 5:40 y Mario ya no podía más.
—Voy a caminar —dijo.
Había estado casi ocho horas entrando y saliendo del juego de dominó con la única motivación de no pensar en las sondas. Pero ahí estaba de nuevo. Caminando
desilusionado, tratando de encontrarle una explicación a todo esto.
Se trasladó hacia una parte superior de la mina y sintió que el ruido se hacía más fuerte. Eso lo
despertó. Lo hizo seguir. Se acercó un poco más hasta que el ruido se volvió ensordecedor. Muy
fuerte. Era como caminar por debajo de un helicóptero. Miró al techo, puso la mano en la pared y
sintió la vibración. Sólo podía ser una cosa.
—Aquí va a romper.
Mario siguió adelante, sintiendo la mina con su mano y observando el techo con sus ojos. ¡Dónde
carajos iba a romper! Pero entonces ocurrió: una piedrita cayó desde el cielo rocoso hasta su nariz.
Era el único en ese lugar. O eso pensaba.
Después sintió a Yonni.
—¡Mario! —le gritó—. ¡Hácete a un lado. ¡Va a romper y te puede saltar una piedra!
Mario apenas lo oía. Estaba en uno de esos estados extraños y casi inconscientes que te abstraen
de la realidad. Que eliminan el contexto y el ambiente. Que congelan los instantes. Su mundo
interno amenazaba con derrumbarse, pero Mario no podía quitarle la vista al techo. A esas rocas
negras que había mirado durante tantos años y que ahora con suerte lo dejarían salir. Yonni le
gritaba. Él no le hacía caso. Tenía su lámpara y sentía que el cerro, al menos donde él estaba, era
sólido. Que no se iba a desgreñar.
Entonces volvió a ocurrir. Cayó otra piedrita y otra. Y después otra más, de forma continua y amenazante. También comenzó a gotear. El techo se estaba partiendo y varios se
dieron cuenta de ello. Ariel Ticona llegó hasta donde estaba Yonni Barrios, siguiendo ese ruido terrible, estruendoso y mecánico. Pero que podía significar la salvación.
—¡Mario! ¡Sal de ahí conchatumadre!
Mario Gómez se dio vuelta y los vio. Estaban los otros 32 observándolo, justo cuando la sonda apareció.
Hubo gritos. Abrazos. Mineros que gritaron “por fin huevón, estamos a salvo” y que rompieron a llorar.
En ese minuto una repentina agudeza le hizo recordar a Mario que tenían pintura roja en aerosol y la mandó a buscar.
—Pintémosla para que sepan que estamos aquí —dijo.
Si todo había sido extremadamente difícil hasta entonces no dejaría de serlo ni por un instante. Porque mientras los mineros pintaban la barra, el agua que corría por las grietas
que había creado la sonda diluía cualquier rastro del spray.
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Un minero decidió pegarle a la barra con un fierro con impulsos desesperados y sin ritmo.
Mario vio lo que ocurría y agarró un trapo. Secó la barra y entonces tomó el aerosol. Dejó una marca roja que, por fin, logró adherirse al metal.
Todos gritaron.
Todos se volvieron locos y bailaron como hombres salvajes.
Mario cogió su carta para Lilianett, la metió en una bolsa de plástico y la amarró con un elástico a la cintura de la barra. También puso un mensaje escrito con bolígrafo que
nunca llegó a la superficie, pero que decía Somos 33, estamos en el refugio. Después tomó el mensaje de Ojeda que éste escribió ahí mismo con letras rojas, Estamos bien en
el refugio los 33. Mario enrolló los mensajes, los metió en esa bolsa plástica amarilla y la sujetó al metal.
Otro minero seguía pegándole a la barra y Mario logró quitarle el fierro. Sentía que debía apropiarse del momento. Sólo tenían una oportunidad de hacer las cosas bien.
—No, huevón —le gritó—, esto se golpea así, de manera uniforme para que sepan arriba que somos nosotros. Porque si le pegas al lote, van a pensar que a lo mejor son
piedras. Que son las rocas lo que está golpeando la barra.
—A ver, ¿entonces cómo se le pega?
—Así, pues. Con golpes fuertes y uniformes.
Mario la golpeó fuerte. Y firme. Como un preso insomne, hambriento y desesperado, que sabía controlar sus tiempos. Que entendía que su rabia tenía que canalizarse en
agresiones rítmicas tan potentes que la sonda comunicara sin asomo de dudas que allá abajo había vida.
Y sus compañeros se asustaron.
—¡No le des tan fuerte, vas a quebrar la barra!
—¡Estás loco! ¡Cómo voy a quebrar esta enorme barra!
Y
le seguía pegando con una intensidad que hacía que las vibraciones le subieran por los dedos. Hasta que éstos le
dolieron. Pero a Mario no le importaba, porque su cuerpo había despertado y comenzaba a alimentarse de una
adrenalina controlada que se había apoderado de él. Quería asegurarse de que todos supieran que estaban ahí.
—Está bueno, huevón, no le pegues más si arriba ya todos escucharon.
—Sí, huevón. Déjate de golpear.
Entonces se detuvo. Aunque sólo cuando sintió que había sido suficiente. Después de largos minutos, Mario, al fin,
soltó el fierro, dejó al resto y se devolvió al refugio. Sólo lo acompañó Yonni Barrios.
Cuando los equipos de rescate lograron comunicación con la mina, la vida en las profundidades y fuera de ella
cambió. El mundo entero celebró un acontecimiento sin parangón. Pocas veces se contaría la historia de 33 mineros
que lograron sobrevivir durante tantos días en las entrañas de la Tierra. Como si se tratara de una novela de Julio
Verne.
Tras entablar contacto con los mineros mediante una cámara de televisión, los técnicos encargados del sondaje de la
excavación finalizaron el trabajo de encamisado del ducto, con el cual se reforzaron las vías para evitar cualquier
ulterior accidente.
Alrededor de las dos de la tarde del 23 de agosto llegó la primera paloma (un tubo de PVC) a saciar la sed y el
hambre de los accidentados. A través de la paloma se envió todo tipo de productos y objetos a los mineros atrapados.
Lo primero que descendió fue agua, nutrientes, medicamentos y un cuestionario para conocer el real estado de salud
de los 33.
Además, fueron enviados toallas, pasta de dientes, jabón y champú. Los mineros pudieron afeitarse y ducharse tres veces al día. A Mario le mandaban oxígeno.
Comenzaron a fortalecerse. Lo suficiente como para que Mario, por ejemplo, se olvidara de su silicosis y se atreviera a correr con Edison Peña. El minero, que meses después
correría la maratón de Nueva York, lo invitó a ejercitarse. Pese a que Mario había sido fumador toda su vida sentía que sus pulmones estaban diferentes. Más sanos, a pesar
del polvo. Y más limpios.
—Ya pues, vamos —le dijo.
Mario quería probarse. Más allá de que nunca había corrido ni jugado al futbol, ésta era una forma de aguantar la espera. Peña lo guiaba de un lado hacia otro y Mario se
cansaba. Su respiración se aceleraba, le costaba recuperar su aliento.
Mario se atrasaba y tenía que detenerse.
El corazón, los pulmones, la rodilla. Todo le decía que parara.
Pero Mario quiso seguir corriendo. Más lento, no todos los días y a ritmos de un minero de 63 años. También escribía cartas a su mujer, sus hijas y personas de otros países
que se habían emocionado con su historia.
Correr era una forma de olvidarse de los plazos. Lo mismo que hablar con su familia a través de esas videoconferencias que eran posibles gracias a un sistema de
comunicaciones de fibra óptica que duraban muy poco. No alcanzaba a decir nada y eran un desastre comunicativo que hizo que Mario se molestara con Alejandro Iturra, el
psicólogo de la ACHS (Asociación Chilena de Seguridad). Pero al menos le servían para ver a sus niñas. Para escuchar a Lila. Y enterarse de las cosas que estaban sucediendo
afuera.
De hecho, en la mina discutían sobre el alcance que tenía su historia. Por lo mismo, establecieron un pacto de silencio que significaba no hablar con la prensa sobre lo que
había sucedido allá abajo durante los primeros 17 días.
—Arriba vamos a recibir atención de todas las empresas, todos los países del mundo van a querer ayudarnos. Esto es lo más grande que ha sucedido en Chile y va a costar que
nos saquen —opinaba Mario, pero concluía—: Yo voy a salir. Y si yo salgo, ustedes también salen.
Todo el acto parecía sacado de un libreto de ciencia ficción. Fueron construidas tres cápsulas llamadas Fénix —el nombre elegido por las autoridades alude al mito del ave
que resurge de sus cenizas. El diseño de la jaula metálica en el que viajarían los mineros contó con la ayuda de la agencia espacial de Estados Unidos, NASA. La primera de
las cápsulas sirvió para las pruebas de deslizamiento y la segunda para el efectivo rescate de los 33. La tercera cápsula estaba a la espera de que alguna de las dos anteriores
presentara alguna falla, lo que felizmente no ocurrió.
La Fénix II fue, así, la gran protagonista del rescate. No era más que un espacio de 3.95 metros de largo por 51 centímetros de ancho con patines de estabilización a los
costados, que descendería desde la superficie a través de un sistema de izaje hasta el fondo de la mina, bajando, en primer lugar, uno a uno a los rescatistas Manuel González,
Roberto Ríos, Patricio Roblero, Jorge Bustamante, Patricio Sepúlveda y Pedro Rivero. Una vez abajo, ellos prepararían a los mineros para subirse a la Fénix y comenzar su
ascenso de regreso a sus familias.
Al interior de la cápsula los mineros contaban con equipos de oxígeno y un cinturón biométrico para monitorear sus signos vitales.
Pasaron las horas y desfilaron los nombres de los 33. Salió Florencio Ávalos a las 00:14 y después Mario Sepúlveda que ya gritaba desde adentro de la cápsula. La lista corrió
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Nexos - El gran rescate chileno
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luego con Juan Illanes, Carlos Mamani, Jimmy Sánchez, Osmán Araya, José Ojeda, Claudio Yáñez a las 7:02 y entonces, al fin, Mario Gómez.
Mario quería salir de los primeros. Pero aunque él no lo admitiera, físicamente no era de los más fuertes. Los cambios bruscos de temperatura de los últimos días le habían
provocado una neumonitis y su rodilla derecha le dolía cuando empezaba a hacer frío. Finalmente fue designado al grupo intermedio donde estaban los más débiles.
Cuando supo que su turno era el noveno, hizo los cálculos: saldría temprano en la mañana. Así es que la noche del 12 comenzó a empacar sus cosas para enviarlas por las
palomas. Mario, de hecho, ni siquiera vio cuando la cápsula se llevó a Florencio Ávalos hasta la superficie.
Después trató de dormir. Pero no pudo. A esas horas de la madrugada, mirando el techo y dándose vueltas, Mario era como un niño que espera un regalo imprescindible en
Nochebuena. Que sólo quiere acelerar el tiempo, pero que no puede hacerlo y debe esforzarse para esperar un poco más.
Y eso hizo. Aguardó hasta las tres de la mañana y entonces fue a cambiarse de ropa. Se puso un buzo, se fue hacia donde estaba la cápsula y comenzó a prepararse con los
rescatistas.
Primero le tomaron la presión.
—¿Estás bien? —le preguntaron.
—Sí, estoy bien.
Después le examinaron los pulmones y le controlaron los latidos del corazón.
—¿Estás bien?
—Sí, sigo bien.
La cápsula bajó para llevárselo. Mario se puso la máscara de oxígeno, porque había sido una orden desde arriba, y se preparó para dejar ese mundo húmedo y jodido que
probablemente no volvería a visitar. Antes de que la Fénix se cerrara, miró a Yonni Barrios, que quedaba abajo y que saldría ocho horas más tarde.
—Compadre, suerte, nos vemos arriba —le dijo su amigo.
—Tranquilo —le respondió Mario—, nos vemos arriba.
Los rescatistas cerraron la cápsula y la Fénix empezó a subir de a poco. Mario había aguantado 70 días sin quebrarse. Pero en ese minuto simbólico y con esa despedida
temporal le dieron ganas de llorar.
El encargado de la transmisión del evento televisivo, que terminaría reuniendo a casi mil 300 millones de espectadores, era Reynaldo Sepúlveda, de La Moneda, que trabajó
con un equipo de 45 técnicos y ocho cámaras que mostraron, sin retrasos, el desarrollo de un rescate que no parecía cierto. Que estaba más cerca de la ciencia ficción que de
las realidades de Atacama y que dejaba ver, uno a uno, el ascenso de los mineros que dejaban de ser fantasmas para convertirse en hombres nuevamente.
Andrew Chernin. Periodista. Colabora en la revista chilena Qué pasa.
Este texto forma parte del libro Rescate. La historia de los 33, que Random-House Mondadori pondrá en circulación este mes.
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01/03/2011
Nexos - La perseguidora
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Fecha: 01/02/2011
La perseguidora
José Luis Martínez S.
De cómo la señora Wallace rastreó y detuvo a los asesinos de su hijo
A las tres y media de la tarde del lunes 11 de julio de 2005, un día cálido y soleado, la señora Isabel Miranda de Wallace se despidió de su hijo Hugo Alberto. Estaba sentada
en el escritorio de su estudio cuando él entró a pedirle la bendición. Fue la última vez que lo vio con vida.
Hugo, quien pronto cumpliría 36 años, estaba divorciado, tenía una hija y vivía solo. Pero todos
los días visitaba a su madre y solía telefonearle cada noche.
Esa vez no lo hizo. Ella, extrañada, le habló a su casa, al radio, al celular. El silencio comenzó a
angustiarla. A la una de la madrugada marcó el número de Locatel. “Me tacharon de loca” —
recuerda la señora Wallace. Iban a llamarla de ese modo durante los años siguientes. De momento,
le preguntaron la edad de su hijo y la fecha en que había desaparecido. Al ver que Hugo Alberto
tenía 35 años, y que sólo habían transcurrido unas horas desde la última vez que fue visto, se
negaron a tomar el reporte.
La señora Wallace pasó la noche en vela. Indagó en hospitales y delegaciones. No hubo noticias.
Por teléfono, localizó a uno de los choferes de Hugo y le preguntó si sabía algo de él. El empleado
contestó que no. Desesperada ante la falta de noticias, la señora Wallace le pidió que fuera a la casa
de su hijo, ubicada en un condominio horizontal en la calle Galeana número 18, en San Jerónimo.
El chofer siguió la orden e informó que la cama estaba intacta. Hugo no había llegado a dormir.
En el buró de la recámara había un celular. Cuando revisó las llamadas, la señora vio que Hugo
Alberto tenía una reserva para el Cinépolis de Perisur. Acudió a ese lugar, pero no encontró nada.
Para entonces, la familia entera participaba en la búsqueda.
Uno de los sobrinos de la señora Wallace, Jorge, recordó que su primo había conocido hacía poco a
una muchacha, “muy guapa”, con la que estaba saliendo. Luis Alberto, otro de los sobrinos, que en
ese momento se hallaba en el extranjero, así como el chofer de Hugo, la conocían. La vieron una
noche en que el joven empresario (dedicado a la venta de publicidad) pasó a recogerla a un
restaurante de Insurgentes Sur.
“¿Cómo se llama el restaurante?” —le preguntó Jorge al chofer. “No sé —respondió éste—. Pero si usted me lleva en su coche, cuando lo vea lo voy a reconocer”.
Empezaron el recorrido a partir de Viaducto. Al llegar a Félix Cuevas, el chofer señaló el Konditori: “Aquí es”. Preguntaron al gerente y a las meseras, pero nadie recordaba a
la muchacha blanca, alta, guapa, de buen cuerpo y con el pelo teñido de rubio, que Jorge había descrito.
La posibilidad de que la mujer viviera cerca de ahí los llevó a explorar la zona. En la calle de Carracci esquina con Cerrada de Empresa, en la colonia Extremadura
Insurgentes, encontraron la camioneta del empresario. Jorge se comunicó con su tía para darle la noticia. La señora Wallace se trasladó a Carracci, vio la camioneta
abandonada, mal estacionada —“toda chueca”, comenta—, y se puso a llorar: supo que algo había pasado con su hijo.
Un hombre se acercó a ella:
—¿La camioneta es suya? —le preguntó.
—No —le respondió—. Es de mi hijo, ¿no lo ha visto?
—No, señora —dijo—. Pero esta camioneta no estaba aquí anoche, sino a la vuelta; cuando llegué, vi que bajaban unas personas de ella, pero no puse atención.
A la vuelta estaba la calle de Perugino. En unos consultorios le preguntó al vigilante por la muchacha que le habían descrito.
—Vive en ese edificio —contestó, sin dudar, el vigilante—, en el número 6, departamento 4.
En menos de 24 horas la señora Wallace había encontrado la casa de seguridad donde —no tenía manera de saberlo— habían asesinado a su hijo.
A Hugo le gustaba comprar y customizar —es decir, modificar— motocicletas que inscribía en exhibiciones y concursos para después revenderlas. En ese ambiente encontró
a Jacobo Tagle Dobín, hijo de un hombre al que Hugo le había comprado un terreno. Sostenían un trato amable, aunque Jacobo envidiaba el estilo de vida del joven
empresario, su éxito en los negocios. Fue él quien planeó su secuestro con César Freyre Morales. Fue él quien le presentó a Juana Hilda González Lomelí, la novia de César:
una belleza a la que usaron de carnada.
La noche del 11 de julio, Hugo fue con ella al cine en Plaza Universidad. Al salir, Juana Hilda, quien se hacía llamar “Claudia”, lo llevó a su departamento. Ahí los esperaban
Freyre, Jacobo, Brenda Quevedo Cruz (novia del segundo) y los hermanos Alberto y Tony Castillo Cruz. En ese sitio intentaron someterlo, pero terminaron matándolo. Una
vez muerto, Brenda le tomó fotografías en la tina de baño; después lo descuartizaron.
Al llegar a Perugino 6, la señora Wallace llamó a la Policía Judicial del DF y a la Agencia Federal de Investigaciones (AFI). Pensaba que su hijo estaba secuestrado en el
edificio. Su esposo, sus hermanos y sobrinos vigilaban las puertas. Ella solicitó que las autoridades inspeccionaran el inmueble, pero éstas se negaron. Las evidencias del
asesinato se perdieron o fueron descubiertas cuatro días después —como la licencia de conducir de Hugo, por ejemplo— cuando un juez dictó la orden de cateo.
La señora Wallace pidió a la policía que vigilara el lugar. Sus palabras cayeron en el vacío.
—Los agentes se retiraron. Me dijeron que llevarían a cabo las investigaciones de acuerdo con el protocolo. Desconozco cuál es ese protocolo, nunca me lo explicaron.
Juana Hilda González Lomelí fue la primera en caer. Era demasiado atractiva para pasar inadvertida.
Ante la indiferencia de las autoridades, la señora Wallace había decidido trabajar por su cuenta. Con la ayuda de su familia no dejó de vigilar el edificio, ni de interrogar a los
vecinos sobre la identidad de la muchacha que vivía en el departamento 4.
Así supo que era bailarina, que procedía de Guadalajara y trabajaba en el Grupo Clímax, que en ese momento triunfaba con la canción “Mesa que más aplauda”.
La señora Wallace buscó en internet. Descubrió que el representante del grupo se llamaba Óskar Lobo y radicaba en Veracruz. Viajó al puerto para buscarlo. Le dijo que
trabajaba en un corporativo y estaba interesada en contratarlo. Le pidió un CD con todas sus bailarinas, “porque a mi jefe le gusta una de ellas y quiere que participe en el
evento que vamos a organizar”.
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Lobo le dio el disco, ella imprimió las fotos y comenzó de nuevo a recorrer Perugino, esperando que alguien pudiera identificarla. Lo hizo una señora que vendía quesadillas.
Con esta información, y una lista con los nombres y teléfonos de los inquilinos, que había obtenido del dueño del edificio, supo que la muchacha se llamaba Juana Hilda
González Lomelí.
Viajó a Guadalajara y revisó con lupa el directorio telefónico. Halló con facilidad a la madre de Juana Hilda. En la AFI obtuvo el registro —“la sábana”— que contenía las
llamadas que entraban y salían de la casa de la señora. Descubrió que la muchacha se ponía en contacto con su madre desde teléfonos públicos del sur de la ciudad de México.
Un día, la madre dejó de marcar desde su casa y comenzó a llamar desde una tienda cercana. Juana Hilda marcó una vez a la tienda, y su número quedó registrado en el
identificador. La señora Wallace convenció a la dueña del negocio de que se lo entregara. Acababa de obtener la primera pista sólida: la dirección de Juana Hilda.
Vivía en un condominio de Tenorios 91, en la colonia Ex Hacienda de Coapa, con un hombre con el que iba a todas partes en una camioneta negra Navigator. La señora
Wallace decidió esperar, antes de detenerla. Durante tres largos días se volvió su sombra; la seguía a todas partes, con esperanza de que la llevara al sitio donde estaba
secuestrado su hijo.
En la persecución colaboraron sus hermanos, Roberto y Nina.
—Teníamos que utilizar dos o tres autos diferentes, para que no vieran siempre el mismo atrás de ellos —recuerda.
Estaba sola en su investigación. Desde agosto de 2005 desistió de las denuncias que había presentado ante la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia
Organizada (SIEDO) de la PGR y la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.
—Cometí el gran error de creer en las autoridades —dice—. Al principio les entregaba de manera cándida todas mis pruebas, pero pronto me di cuenta que de no servía de
nada. En la Agencia Federal de Investigaciones, que dirigía Genaro García Luna, nunca se interesaron en mi caso, y en la PGJDF son tan torpes que dan pena.
No sólo eso: los propios policías informaban a los delincuentes de los avances que ella iba obteniendo. La complicidad resultaba evidente.
El acompañante de Juana Hilda era César Freyre Morales. La señora Wallace no lo reconoció, a pesar de haberlo visto en una fotografía. Quizá porque era vieja y él aparecía
más delgado.
En esos tres días, Freyre visitó a su santero, estuvo en la casa de su madre, frecuentó algunos bares y centros nocturnos. Y supo que lo seguían, porque se volvió precavido.
La mañana del 10 de enero de 2006 la señora Wallace y su hermano Roberto vigilaban desde un auto la casa de Juana Hilda. Llegaron de pronto unos policías pretendiendo
detenerlos, la bailarina del Grupo Clímax los acusaba de quererla secuestrar. La señora Wallace se identificó. Llegaron más policías, agentes judiciales, y hablaron con Freyre
y Juana Hilda. Los dejaron irse en la Navigator negra último modelo.
En el estacionamiento, la pareja dejó un Mustang rojo convertible. Ese auto fue la perdición de Juana Hilda. Quiso recuperarlo, y al regresar por él al condominio fue detenida
por un grupo de agentes enviados por José Luis Santiago Vasconcelos, director de la SIEDO, con quien la señora Wallace se puso en contacto al observar la sospechosa
actitud de la policía del Distrito Federal.
El acompañante de Juana Hilda era un hombre alto, corpulento, con los brazos tatuados, que tenía facha de judicial y poseía un Mustang. La señora Wallace comenzó a
preguntar por él en la PGR y en la Procuraduría del Distrito Federal. Nadie sabía nada. Pero el dinero hace milagros. Un agente le proporcionó dos datos: se llamaba César
Antonio y trabajaba en la Policía Ministerial de Morelos.
El nombre era falso, pero sus características físicas no resultaban comunes. En Cuernavaca, el comandante de la Unidad Antisecuestros del estado la encaminó hacia quien
podía ayudarla: un judicial que le reveló la verdadera identidad y le entregó una foto del sujeto que andaba buscando. Así conoció el nombre y el rostro de César Freyre
Morales, dado de baja el 5 de abril de 2004 en la Procuraduría General de Justicia de Morelos por resultar positivo en un examen toxicológico. Fue el primero de la banda al
que identificó.
La captura de Freyre hubiera sido imposible sin establecer la relación sentimental que sostenía simultáneamente con Juana Hilda y con Keopsky Daniela Gisel Salazar Juárez.
Habría sido imposible sin la paciencia de la señora Wallace. Por debajo del agua, ella compró las “sábanas” con las llamadas que su hijo hizo y recibió en las últimas semanas
de vida. Puso a su hija Claudia, y a sus hermanos y sobrinos, a revisarlas. Eran muchas, debido a la actividad empresarial de Hugo. Parecían jeroglíficos imposibles de
descifrar. El horizonte, sin embargo, comenzó a despejarse cuando, luego de varios días de trabajo, al marcar a uno de los números que aparecían en la lista, escucharon una
voz en la contestadora que Luis Alberto, quien había regresado a México para colaborar en la búsqueda, identificó de inmediato. El teléfono se hallaba a nombre de Carmen
Ortega Becerra, uno de los alias empleados por Juana Hilda.
Isabel Miranda de Wallace adquirió la “sábana” que registraba las llamadas de “Carmen” y al investigarlas dio con el número de una mujer llamada Luisa Salazar. Llamó y le
respondió una joven a la que ubicó en la colonia Xalpa, en Iztapalapa. Era amante del hombre con facha de judicial, quien algunas veces le pedía su celular para enviar
misteriosos mensajes. La joven tuvo curiosidad y quiso saber de quién era ese número. Cuando marcó y escuchó la voz de una mujer, comprobó que su novio la engañaba.
Una llamada, una sola, estableció la relación entre los tres.
La señora Wallace fue a Iztapalapa con su hermano Roberto. Una vecina le dijo lo que necesitaba saber: la mujer llamada Luisa Salazar era abuela de una muchacha llamada
Keopsky; tenía 18 años y andaba con un tipo que parecía judicial y conducía un Mustang.
También se enteró de que una de las hermanas de Keops —como le dicen— era pareja del hermano de César, Jonathan Freyre. Trabajaba como hostess en el restaurante
Angus de la Zona Rosa, famoso por sus meseras esculturales. La señora Wallace se volvió clienta asidua.
La captura de Juana Hilda puso en alerta a Freyre, quien por un tiempo se refugió en la casa de la mamá de Keops, de la que entraba y salía oculto en la cajuela de un auto.
Sabía que lo podían detener en cualquier momento, y se dispuso a huir del país.
En una de sus visitas al Angus, la señora Wallace escuchó que Keops hablaba de El Yanqui —como apodaban a Freyre— con una compañera.
—Me voy a ir a El Salvador con El Yanqui —dijo—, porque él se tiene que enfriar.
En ese momento, la señora Wallace tomó la decisión de detener a Freyre. No podía permitir que escapara.
Llamó a su hermano Roberto, y cuando Keopsky salió del restaurante, ambos la siguieron en un taxi. Ella viajaba en otro y se bajó en la esquina de Mier y Pesado y Obrero
Mundial. Caminaba hacia su departamento cuando vio a Freyre salir de una tienda. Estaban a punto de encontrarse, cuando entre ellos se interpuso la señora Wallace.
—Cuando lo vi —comenta— no me pude contener y estúpidamente, porque nada más iba con mi hermano, me enfrenté con él. Me dijo, con malas palabras, que dejara de
fastidiarlo, que me iba a cargar la chingada. A mi hermano le dijo que le iba a pasar lo mismo. No dejaba de amenazarnos.
Freyre sacó su pistola y le apuntó. Al ver amenazada a su hermana, Roberto lo tacleó e intercambió golpes con él. Ella recuerda la escena:
—Bendito sea el Señor, cuando comencé a pedir ayuda pasaron unas patrullas, porque él ya tenía sometido a mi hermano con su arma. Les dije a los policías que era el
secuestrador de mi hijo. Él negó todo pero en ese tiempo yo cargaba siempre una maleta en la que llevaba pruebas y documentos. Saqué unas carpetas lefort en las que
guardaba copias de mis denuncias, de mis declaraciones. Demostré que yo lo había acusado como secuestrador de mi hijo y que él tenía orden de localización. Los patrulleros
lo entregaron a la SIEDO. Así fue como ocurrió la captura de César Freyre la noche del 26 de enero de 2006.
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En la PGR, el coordinador de la Unidad Antisecuestros de la SIEDO, Jorge Rosas, le explicó a la señora Wallace que no podían acusar de delincuencia organizada a Freyre y
Juana Hilda, como ella quería. Para eso necesitaba comprobarles cuando menos un secuestro más.
—¿Cómo lo voy a hacer, si a duras penas estoy investigando el de mi hijo? —preguntó.
“Me preocupé mucho, me parecía una aberración que fuera yo quien tuviera que probar delincuencia organizada en este caso”.
Pero la necesidad alienta la imaginación:
—Viendo la publicidad en la calle, se me ocurrió que tal vez, poniendo un espectacular con la cara de Freyre, algunas de sus víctimas podrían reconocerlo y platicarme su
experiencia. Así sucedió, varias personas se me acercaron para darme información y de esta manera pudimos probarles cuatro secuestros más, entre ellos el de la señora
Bárbara Cyndi, a quien tuvieron en el departamento de Jacobo Tagle Dobín, en Viaducto 176. Ella estuvo 69 días encerrada en un clóset con su niño. Ahí la violó Freyre.
Cuando la liberaron, regresó al día siguiente con la policía y les enseñó la casa. Nunca fueron por ellos. De haberlos capturado, no habrían cometido otros tres secuestros ni
asesinado a mi hijo.
El espectacular, ubicado en la esquina de Paseo de la Reforma y Niza, llamó no sólo la atención de la gente que pasaba por ahí sino también de los medios.
—Seguramente —argumenta— porque hasta ese momento, por miedo, nadie se había atrevido a ponerle rostro y nombre a un secuestrador. Pero todo funcionó mejor de lo
que esperaba y el anuncio fue muy comentado en los periódicos, en la radio y la televisión.
El 12 julio de 2005, al llegar al edificio de Perugino 6, la señora Wallace descubrió a un hombre obeso y con barba de candado que la observaba desde el descanso de la
escalera.
—En medio del caos emocional, me fijé en él por su mirada rara, como de maldad. Me impactó tanto que cuando fui a levantar mi denuncia lo describí y pedí que lo llamaran
a declarar. Nadie lo hizo.
Se trataba de Alberto Castillo Cruz, otro de los secuestradores y asesinos de su hijo. Sería el tercero en ser capturado por ella.
Le decían El Doctor y, según la declaración ministerial de Juana Hilda, quien implicó también a Tony, conocido como El Panqué y hermano de Alberto, fue el principal
descuartizador del cuerpo de Hugo.
Experimentada ya en el análisis y cruce de datos, con información del IFE y el directorio telefónico, y la ayuda incondicional de su familia, la señora Wallace ubicó el
domicilio de los Castillo Cruz en la calle El Bordo, en Acoxpa.
Fue a buscarlos con su hermano Roberto, pero se habían mudado. Los vecinos le dijeron que vivían en la colonia Del Reloj, donde tampoco los halló.
—Finalmente —comenta— otra gente nos remitió a la calle de Acueducto, por donde está la terminal Huipulco del Tren Ligero. Ahí encontramos a su mamá. Revisamos la
“sábana” con sus llamadas y así pudimos localizarlos. Alberto estaba trabajando como técnico en computación y Tony como mensajero.
Sólo hasta que estuvo segura que los hermanos Castillo Cruz no tenían escapatoria dio aviso a la AFI.
—Alberto estaba saliendo de su trabajo, una tienda de computadoras en Reforma y Milán, cuando lo detuvimos. Al principio pretendió oponer resistencia, pero ya lo teníamos
rodeado por agentes de la AFI. Eso fue el 8 de marzo de 2006. El 23 fuimos por Tony, que se había refugiado en la casa de su mamá y prácticamente nos estaba esperando; se
entregó sin problemas.
Brenda, guapa y de buen cuerpo, conoció y se hizo novia de Jacobo Tagle Dobín en 2004. Él la introdujo en la organización de César Freyre Morales, donde pronto encontró
una actividad a la medida de su vanidad: seducir hombres casados y llevarlos a hoteles de paso donde eran fotografiados. Con las fotos en la mano, Jacobo y César los
extorsionaban. En algunos lugares distribuía cocaína y a veces viajaba a Acapulco con su novio, el jefe de la banda y la pareja de éste, Juana Hilda González Lomelí. Eran
prósperos y felices como puede verse en las fotografías que se conservan de aquella época.
El asesinato de Hugo Alberto les cambió la vida. La señora Wallace era una sombra que se acercaba,
que los iba cercando. Al darse cuenta de que podía terminar en la cárcel, después de un tiempo de
andar a salto de mata con Jacobo, Brenda huyó a Venezuela. Obtuvo documentos falsos y algunos
familiares la ayudaron para que viajara a Estados Unidos, donde con el nombre de Nadia Vázquez
obtuvo la residencia.
La señora Wallace nunca dejó de buscarlos.
—Entre tantas locuras que he hecho —explica—, se me ocurrió poner una página con sus fotografías
en YouTube. En el buscador, a ella le puse Recompensa, mujer bonita y a él Recompensa, hombre
guapo. La idea era que la gente los viera y me ayudara a encontrarlos.
“En una ocasión recibí un mensaje que decía: ‘Por el amor de Dios comuníquese conmigo, creo saber
dónde está Brenda. Trabaja cerca de donde vivo’ ”.
La señora Wallace se entusiasmó, y comenzó a escribirle a quien resultó una inmigrante hispana en la
ciudad de Louisville, Kentucky. Le hacía preguntas. Le dijo cómo era Brenda e incluso le mandó una
fotografía, decomisada, como tantas otras, de la casa de Juana Hilda en Tenorios 91.
—Le pedí que por favor checara si era ella, que le tomara una foto y me la enviara. No quería hacerlo,
porque tenía miedo; sabía de lo que era capaz.
Brenda trabajaba en el bar Tapas Mojitos, donde en Halloween los empleados se disfrazan y toman
fotografías con los clientes. Ésa fue la ocasión que aprovechó la informante de la señora Wallace para
retratarla.
—Me envió una foto en la que Brenda está vestida de negro, como “conejita”. En cuanto la vi, reservé un boleto y en menos de 24 horas estaba en Kentucky. Me acerqué al
bar y la miré de lejos. No quería que supiera que la había localizado.
La señora Wallace se comunicó con la licenciada Nicandra Castro, directora de la Unidad Especializada en Investigación de Secuestros de la PGR, para explicarle lo que
estaba pasando. La licenciada le indicó que no hiciera nada, que permaneciera en su hotel y esperara la visita del FBI, con el que iba a ponerla en contacto.
—Efectivamente, me buscan los agentes del FBI, les enseño toda la documentación que llevaba: actas, investigaciones, fotografías, y ellos la detienen en su trabajo el 28 de
noviembre de 2007 —dice la señora Wallace.
Brenda, con documentos falsos, estaba ilegalmente en Estados Unidos, por lo que procedía su deportación inmediata. Pero solicitó un abogado, argumentó que en México
podía ser sujeta de tortura y pidió asilo político.
La PGR, que en este caso fue muy eficiente, hizo entonces una petición de extradición, y Brenda fue trasladada al Correctional Center de Chicago para que se le siguieran los
dos procedimientos: uno por deportación y otro por extradición.
Dos años después, el 27 de diciembre de 2009, fue extraditada y actualmente se encuentra sujeta a proceso en las Islas Marías, desde donde, por esas cosas que sólo pasan en
este país, sostiene una relación sentimental con un hombre llamado Fernando, preso en Santiaguito, en el Estado de México, y miembro de los Zetas.
A Jacobo Tagle Dobín se le acabó la suerte el viernes 3 de diciembre de 2010.
Durante cinco años y cinco meses eludió la persecución de la señora Isabel Miranda de Wallace. La cacería terminó de manera fortuita la madrugada en que fue aprehendido
en el Fraccionamiento Lomas de Cuautitlán Izcalli, en el Estado de México. Una vecina lo denunció por golpear a su mujer. Llegó una patrulla cuando él iba saliendo de su
casa, los policías lo detuvieron y le pidieron identificarse, al sacar una credencial, sucedió algo que no esperaba: se le cayó otra con un nombre diferente. Ya no pudo escapar.
—Tengo que agradecerle a esos patrulleros que no se hayan dejado corromper —comenta la señora Wallace—. Esa conducta, a pesar de que debería ser la normal, hay que
resaltarla. Él les daba 60 mil pesos y su camioneta para que lo dejaran ir, pero ellos prefirieron entregarlo. La autoridades del Estado de México tienen el mérito de haber
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capturado, así sea por casualidad, al último de los asesinos de mi hijo.
La señora Wallace estuvo cerca de Jacobo algunas veces. Una de ellas en marzo de 2006. Protegidos por la madre de Brenda, él y su amante rentaron un departamento en un
conjunto habitacional por el Ajusco, a espaldas de Six Flags. Una mañana, al asomarse por la ventana, Jacobo se encontró con la mirada de una ex novia, quien vivía en el
edificio de enfrente. La mujer, enterada de su situación, se comunicó con la señora Wallace para darle la noticia.
—Cuando llegamos, había abandonado el departamento —comenta—. Ahí estaban sus cosas: algunas cajas, pants, sudaderas, tenis, algunos vasos… Estuvimos varios días
vigilando el lugar, pero no regresó.
Un mes después, en Acapulco, donde sus contactos le dijeron que estaba Jacobo, la señora Wallace colocó un espectacular en la carretera a Punta Diamante. Enfrente estaba
un hotel desde el que Jacobo la observaba. Al ver su fotografía, se sintió en peligro y, de nueva cuenta, libró el cerco cada vez más estrecho que le tendía la madre de una de
sus víctimas.
La suerte de Jacobo comenzó a declinar en octubre, en un día sin luna.
La muerte de su hermana Julieta afectó profundamente a César Freyre Morales, preso en la cárcel del Altiplano.
—Él estaba en un momento vulnerable —dice la señora Wallace—. Ha tenido mucho tiempo para pensar y darse cuenta que al final nada es capaz de salvarlo de su
conciencia.
Freyre la mandó llamar inesperadamente. Cuando lo vio, ya no era el tipo fanfarrón y prepotente que había enfrentado en varios careos.
—Toda la bravura se les acaba en la cárcel —reflexiona la mujer que lo puso tras las rejas.
Estuvieron solos, en una celda, diez minutos.
—Me dijo que me quería pedir perdón, que me admiraba mucho y que ojalá él hubiera tenido una madre como yo. Quizá porque la suya lo abandonó en la cárcel.
“Me dijo que le daba mucha tristeza que yo no cejara de buscar a Hugo y que iba a decirme dónde se hallaba, que estaba dispuesto a confesar ante un juez todo lo que había
sucedido con mi hijo. Quería estar en paz y me pedía perdón, aunque estaba consciente que a lo mejor yo no lo iba a perdonar”.
Fuera de la celda había dos custodios. No escucharon la respuesta de la señora Wallace:
—Mira Freyre, no sé si te pueda perdonar algún día, pero ojalá Dios lo pueda hacer.
Él contestó con la voz alterada:
—Yo no creo en Dios, no me interesa el perdón de Dios, me interesa el de usted.
Freyre confesó cómo habían asesinado y descuartizado a Hugo Alberto y dónde habían arrojado una maleta negra con sus restos: en el Vaso Regulador de Cuemanco, en
Xochimilco.
La señora Wallace comenzó a buscar el cuerpo desmembrado de su hijo en el Vaso Regulador, nuevamente con la ayuda de su hermano Roberto y ahora con la colaboración
del gobierno de la ciudad de México y la Comisión Nacional del Agua.
Un incendio llevó al reportero Santos Mondragón, de Televisa, por el rumbo donde la señora Wallace estaba trabajando y aprovechó para hacerle un reportaje en el que, una
vez más, se narró su historia y en la televisión apareció el rostro del único de los secuestradores y asesinos de su hijo que permanecía libre: Jacobo Tagle Dobín.
Uno de los hermanos de la pareja de Jacobo vio el programa y lo reconoció.
—No te hagas tonta, tú sabes con quién estás viviendo —le dijo cuando fue a visitarlo.
De vuelta a su casa, ella hurgó entre las cosas de Jacobo. En una maleta encontró credenciales en las que él aparecía con nombres distintos y cosas que utilizaba para
disfrazarse: dientes, un bastón, pelucas.
Por la noche, increpó a Jacobo. Le preguntó quién era realmente Alejandro Salas García, el nombre con el que ella lo conoció un año antes en un centro nocturno.
Jacobo comenzó a golpearla, la arrastró frente a la computadora, le mostró una página y le dijo: “Este soy yo, y si dices algo te mato”.
La tuvo encerrada tres días, no la dejaba ir a trabajar. Ella le pidió perdón. Pero cuando Jacobo por fin la dejó salir, lo primero que hizo fue una llamada telefónica
denunciándolo a la policía. No le hicieron caso. Dos días después fue físicamente a una delegación, puso una denuncia en la que asentó que su pareja era Jacobo Tagle Dobín,
y regresó a su casa.
Quizá sospechaba algo porque Jacobo volvió a golpearla, a pesar de que tenía un embarazo de siete meses. Era de madrugada y los gritos de la mujer alteraron a una vecina,
quien llamó a la patrulla que lo detuvo.
Plenamente identificado, la subprocuradora de la SIEDO, Marisela Morales, llamó a la señora Wallace para informarle la captura de Jacobo.
—Cuando a mí me llama la subprocuradora, dudé que realmente lo hubieran capturado, pero me trasladé de inmediato al Estado de México. Lo tenían en un cubículo y lo
estaban interrogando. Era la primera vez que yo lo veía. Nunca había visto su cara antes del secuestro de Hugo.
“Al terminar el interrogatorio nos encontramos de frente. Él se me quedó viendo, sin decir nada. Yo le pregunté: ‘¿Por qué lo mataste?’. No le dije por qué lo secuestraste,
sino directamente: ‘¿Por qué lo mataste?’. Me respondió:
—Yo no lo quería hacer, era sólo un secuestro que fraguó Freyre.
—Freyre no conocía a mi hijo —le repliqué.
“Entonces —continúa la señora Wallace— comenzó a disculparse, hizo el teatro de querer llorar y a decirme que él quería a Hugo, que era un buen hombre, que él nunca se
hubiera atrevido a quitarle la vida, que todo había sido un accidente”.
La señora Wallace le dijo que mentía, le echó en cara la saña con que trataron el cuerpo de su hijo.
Jacobo contestó:
—Es que no podíamos sacar el cuerpo completo porque se hubieran dado cuenta los vecinos. Tan no queríamos matarlo que lo llevamos al departamento de Juana Hilda para
después trasladarlo a mi casa, donde yo lo iba a cuidar.
Como Freyre, Jacobo también le pidió perdón a la señora Wallace por lo sucedido con Hugo Alberto. Su respuesta fue tajante:
—Le dije que no, que no lo voy a perdonar, a él es a quien más rencor le tengo. Él conocía a mi hijo, abusó de su confianza, de lo buena persona que era. Le dije que no lo iba
a perdonar, aunque —la verdad de las cosas— algún día tendré que hacerlo, porque si no me hago daño a mí misma. Pero no tengo por qué decírselo.
José Luis Martínez S. Periodista. Es editor del suplemento Laberinto, de Milenio Diario.
Para esta versión se han utilizado trabajos publicados por el autor a partir de julio de 2008 sobre el secuestro y asesinato de Hugo Alberto Wallace Miranda, así como
entrevistas inéditas con la señora Isabel Miranda de Wallace.
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Fecha: 01/02/2011
Los homicidios y la violencia del crimen organizado
Alejandro Poiré
Una revisión a la tendencia nacional
Alejandro Poiré ofrece el recuento más completo y actualizado de que puede disponerse para evaluar
las tendencias de la violencia criminal y en particular de los homicidios derivados de ella
Las organizaciones criminales que hoy controlan el tráfico de drogas en México y diversos delitos de orden común no surgieron en años recientes. Sus antecedentes los
podemos ubicar claramente, por lo menos, en la década de los treinta del siglo pasado. Su crecimiento y fortalecimiento se debe, fundamentalmente, a cambios en el mercado
ilegal de drogas y la ausencia de intervenciones gubernamentales efectivas para combatir y sancionar los delitos inherentes a esta actividad. La formación y desarrollo de los
cárteles en México está relacionada con el éxito relativo de la política antidrogas de Estados Unidos, al cambio de mercado de la cocaína y a la respuesta gubernamental de
autoridades mexicanas. Las transformaciones al interior de las organizaciones criminales responden a un proceso de adaptación a las nuevas condiciones del negocio ilícito al
que se dedican.
En los años noventa Estados Unidos cerró parcialmente la ruta del Caribe que comunicaba a los productores en Sudamérica con los distribuidores en Florida. Esto ocasionó
que los debilitados grupos de traficantes colombianos recurrieran a los grupos criminales de México que desde su surgimiento hasta los setenta habían cultivado y traficado
marihuana y amapola, principalmente. A partir de los setenta empiezan a traficar cocaína pero en menor cantidad que marihuana. El pago en especie por parte de los grupos
colombianos y el incremento en la demanda de esta droga, entre otros factores, catalizaron la transformación del negocio pasando de una dinámica de trasiego, en la que no se
requería el dominio territorial y se privilegiaba la no confrontación con la autoridad, a una dinámica de distribución. En ésta, los grupos de delincuencia organizada
necesitaron desarrollar redes, cooptar o confrontar a las autoridades, sacrificando el sigilo que les era propio. Asimismo, dicha transformación suponía nuevos retos a una
estructura institucional ya de por sí debilitada, especialmente en las corporaciones estatales y municipales. Si bien las ejecuciones como mecanismo de ajuste de cuentas son
una práctica añeja entre los grupos delincuenciales, el cambio del modelo de negocio generó la necesidad de ejercer control territorial y, con ello, potenció estas prácticas
violentas.
Cuando el presidente Felipe Calderón tomó el mando del gobierno federal asumió el reto que este fenómeno significaba y puso en marcha la Estrategia Nacional de Seguridad
en diciembre de 2006. Desde esas fechas se ha puesto gran atención a los homicidios, particularmente en aquellos que presuntamente están relacionados a la delincuencia
organizada. Como evidenció Fernando Escalante en su artículo “Homicidios 1997-2007”, publicado en el número de noviembre de 2009 de nexos, las tasas de homicidios
dolosos en México fueron más elevadas en los años noventa1 que durante la década de gobiernos democráticos que llevamos. Sin embargo, esto no indica que la seguridad
ciudadana estuviera garantizada, pues las organizaciones criminales que fueron ignoradas, toleradas o protegidas durante décadas anteriores, habían crecido al grado de
representar una amenaza mayor a la sociedad: ya no sólo traficaban droga sino que controlaban otras actividades ilícitas.
Aparentemente, había una tranquilidad, pero no era auténtica pues las operaciones criminales de los enemigos de México eran una realidad, y sus efectos comenzaban a
sentirse. Además, en varias zonas del país la violencia se empezaba a manifestar con gran fuerza.
Ante este diagnóstico era impostergable emprender acciones para confrontar a la delincuencia organizada y debilitarla, a la par de una decidida transformación institucional
para garantizar la seguridad ciudadana. Como se dijo desde el principio, una lucha de estas dimensiones tiene inevitables costos, las pérdidas humanas son, sin duda, los más
lamentables. Desde luego, se trata de un tema complejo y que no puede reducirse a un indicador de éxito o fracaso de las acciones gubernamentales.
Congruente con su compromiso por la transparencia, el pasado 12 de enero el gobierno federal hizo pública la base de datos de homicidios presuntamente relacionados con la
delincuencia organizada,2 en la que se lleva registro de todas las personas fallecidas en un contexto de delincuencia organizada. Como es de esperarse, la integración de esta
base de datos es en sí misma un reto para cualquier gobierno, pero es también una herramienta útil para comprender mejor un fenómeno que no puede leerse
unidimensionalmente. Como un primer esfuerzo de análisis, el presente ensayo revisará algunos de los datos con el afán de contribuir a explicar lo que, como se ha dicho, es
un fenómeno complejo.
Los ritmos cambiantes de la violencia
El gráfico 1 muestra el comportamiento mensual de los homicidios registrados desde 2007 hasta el 31 de diciembre de 2010. Desde luego que sería invaluable contar con
cifras de administraciones anteriores, para comparar con periodos de tiempo previos el comportamiento de las organizaciones criminales. A pesar de ello, es posible obtener
algunas observaciones interesantes, por ejemplo, el total de homicidios presuntamente relacionados a la delincuencia organizada fue creciendo paulatinamente desde 2007
hasta alcanzar un punto nunca antes observado en noviembre de 2008, coincidiendo con las confrontaciones más agudas entre las organizaciones criminales por el control de
rutas y mercados, especialmente en el norte del país.
Al inicio de 2009 el ritmo de crecimiento regresó a su tendencia original y aunque
2010 fue el año en el que se registró el mayor número de homicidios presuntamente
relacionados con la delincuencia organizada, también fue un año caracterizado por
tres fases claramente distinguibles, ilustradas en el gráfico 2.
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En 2010 hubo un periodo de crecimiento en los primeros dos trimestres, seguido de la estabilización en la tasa de incremento como rasgo característico del tercer trimestre, y
durante el último periodo trimestral ocurrió un descenso en el ritmo de crecimiento de la violencia. De hecho, una revisión de la tendencia de los homicidios da cuenta de que
el crecimiento de la comisión de este delito es cada vez menor y es posible que en lo sucesivo los homicidios dejen de crecer y comiencen a ser menores, pues los datos
registrados durante los últimos cuatro años muestran que la tasa de crecimiento observada en cada periodo anual tiende a estabilizarse.
El gráfico 3 es un diagrama de dispersión de los homicidios registrados entre 2008 y 2010. Como se ve, la curva de tendencia de 2010 tiene una pendiente, aunque positiva,
menor a las de 2008 y 2009. Este hallazgo es mucho más claro en el gráfico 4, en el que se muestran los mismos registros pero aproximados a una distribución estadística
normal. Las curvas de tendencia dan cuenta de que la pendiente creciente más alta se registró en 2008, ésta disminuyó hacia 2009, pero en 2010 cayó todavía más acercándose
a una constante. Si la tendencia se sostiene, es posible que la curva de 2011 sea una línea completamente horizontal e, inclusive, podamos ver una pendiente negativa, es decir,
que los homicidios comiencen a decrecer.
Las tendencias anuales observadas permiten recordar una premisa fundamental en
la comprensión de la violencia registrada en los últimos años. No se trata de un
fenómeno estático y, menos aún, absoluto; la violencia criminal no se encuentra
generalizada ni forma parte de la condición esencial de nuestro país. Se trata de un
fenómeno producido por personas concretas y responsables de sus actos que han
agraviado sistemáticamente a la sociedad con cada uno de los crímenes cometidos, y
uno de los más graves, con las ejecuciones como medio habitual para pretender
imponer su arbitrio criminal. A esos delincuentes se les persigue, y a ellos se dirige la
acción decidida del gobierno.
Focalización del fenómeno y razones que la explican
La evidencia empírica revela que los homicidios atribuibles a miembros de la
delincuencia organizada son parte de un fenómeno focalizado regionalmente y
resultado, especialmente, de confrontaciones entre éstos. Enseguida se explican con
más detalle ambas aseveraciones.
Los datos que ha hecho públicos el gobierno federal revelan que, en 2010, 70% de
los homicidios se concentraron en siete entidades: Chihuahua 29%; Sinaloa 12%;
Tamaulipas 8%; Guerrero 7%; Durango 6%; y el Estado de México y Nuevo León,
ambos con 4%. Esto es relevante porque significa que el conflicto que representa la
violencia no está esparcido por todo el país. De hecho, estas mismas cifras dan
cuenta de que la mitad de los homicidios ocurridos en 2010 sucedieron en las
primeras tres entidades, en las cuales el gobierno federal ya está tomando medidas
adecuadas para contener y revertir esa tendencia.
Considerando el acumulado de datos, desde diciembre de 2006 hasta diciembre de
2010, la incidencia de esa clase de homicidios permanece acotada geográficamente.
De acuerdo con el gráfico 5, del total de los homicidios presuntamente relacionados a
la delincuencia organizada que se registraron, 29% correspondió a Chihuahua, estado
fronterizo que, dada su ubicación geográfica, por décadas había sido un terreno fértil
para la proliferación de actividades criminales que actualmente son combatidas
mediante una estrategia coordinada entre los tres órdenes de gobierno, y con un plan
de acción que prevé medidas integrales con resultados en el corto plazo
(desarticulación de grupos delincuenciales, aprehensiones sistemáticas y decomisos históricos), en el mediano plazo (profesionalización de cuerpos policiacos) y en el largo
plazo (reconstrucción del tejido social). Sin duda, en Chihuahua el esfuerzo conjunto de las autoridades, de las organizaciones de la sociedad civil, la iniciativa privada y de
cada ciudadano, garantizará los resultados que la ciudadanía de esa entidad espera, y a los que tiene derecho.
En segundo término, en el estado de Sinaloa se concentró el 13% de los homicidios,
mientras que en Guerrero se registró el 8%. La mitad de los homicidios
presuntamente relacionados a la delincuencia organizada, documentados entre
diciembre de 2006 y diciembre de 2010, fueron documentados en tres entidades
federativas, el 34% de los homicidios de esa naturaleza se aglutinaron en ocho
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estados, 6% en tres, y en 11 los registros no alcanzan el 1%.
Si se clasifican las entidades en cuatro categorías:3 la región Norte, el Centro Occidente, el Centro y el Sur, los hallazgos son aún más reveladores. El gráfico 6 muestra la
distribución porcentual de estos homicidios de acuerdo a la región en cada año desde 2007 hasta 2010.
Es muy claro que la región Norte es la que concentra la mayor parte de los
homicidios asociados a la delincuencia organizada (entre el 49% y el 71%), lo cual es
consistente año tras año. Llama la atención el crecimiento en esta región entre 2007 y
2008, pues la proporción registrada pasa de 49% a 71%, disminuyendo un año
después a 66%. ¿Qué puede explicar este incremento?
El dato coincide con la captura de Alfredo Beltrán Leyva El Mochomo, ocurrida el
20 de enero de 2008. Esta captura ocurrió en el contexto de la creciente rivalidad
entre el grupo liderado por Arturo Beltrán Leyva y la organización criminal de
Joaquín El Chapo Guzmán, cuya agresión mutua produjo una encarnizada
confrontación en esta región del país. Las detenciones de capos no son determinantes
de incrementos de violencia, pues una revisión contextual ayuda a explicar que las
dinámicas de traición y desconfianza propias de las organizaciones delictivas son
detonantes inobjetables de estas conductas.
Las entidades y las regiones permiten una buena aproximación para visualizar la
concentración de este fenómeno, sin embargo, aún se trata de un parámetro muy
amplio, pues la categorización por entidades federativas podría sugerir que todo el
estado es escenario de la violencia en la misma magnitud. Por ello, vale la pena hacer
una revisión a nivel municipal, no sólo para determinar patrones de persistencia en
los niveles de concentración de los homicidios, sino también para distinguir su
distribución de acuerdo a un criterio de geografía municipal. Con este propósito, se
desagregó la concentración proporcional de homicidios de acuerdo al municipio en el
que ocurrieron entre diciembre de 2006 y diciembre de 2010. Los datos indican que
70% de los homicidios sucedieron en 85 municipios del país (es decir, 3.4% de la
totalidad de demarcaciones de territorio), los cuales están especialmente en tres
entidades de la región Norte.
La primera conclusión a este respecto es que la violencia no sólo está concentrada en
algunos estados sino que, además, es un problema de ciertos municipios. ¿Esta
distribución se sostiene a lo largo de este periodo, o bien, han ocurrido deslizamientos en el número y ubicación de los municipios afectados?
En términos de cantidad de municipios, la revisión anual muestra que, en 2007, siete de cada 10 homicidios presuntamente relacionados con el crimen organizado se
concentraron en 90 municipios, esta cifra descendió a 59 en 2008, y se convirtió en 70 y 73 en los dos años siguientes, respectivamente. Es decir, en términos de cantidad, la
evidencia no sugiere un incremento y, por el contrario, el año con el mayor número de muertes, 2010, no es el que tiene el mayor número de municipios afectados (ver gráfico
7).
¿Cómo se distribuyen geográficamente estos municipios? A continuación, una serie
de mapas ilustran la distribución de municipios que en cada año desde 2007 y hasta
2010, han concentrado siete de cada 10 homicidios asociados a la delincuencia
organizada.
La mayor parte del territorio nacional carece de los niveles observados únicamente
en regiones muy específicas del país. Además, las áreas coloreadas que representan
la incidencia de siete de cada 10 homicidios ocurridos, no se ha hecho mayor ni se ha
expandido año tras año. En contraste, se ha movido en algunas zonas muy
específicas, lo que requiere una explicación más detallada.
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En la zona noroeste se aprecian concentraciones, particularmente en Baja
California, sobre todo en 2008, y a partir de ese año se nota la tendencia inversa.
¿Qué tiene de particular 2008 en esta zona? Los datos revelan las cifras más altas de
homicidios en la entidad, ocurrieron en 2008, año en que el cártel del Pacífico intentó
apoderarse del mercado ilegal de drogas en la zona aprovechando lo que se consideró
la traición de Teodoro García Simental El Teo contra el cártel de los Arellano Félix
al dejar sus filas para ingresar a las de Joaquín El Chapo Guzmán. La consecuencia
fue una confrontación encarnizada entre el cártel de los Arellano Félix (Tijuana), que
tenía el dominio de las rutas y el mercado en la entidad, y el cártel del Pacífico.
C
omo puede apreciarse en el gráfico 8, en los últimos cuatro años los niveles de
violencia registrados en Baja California no guardan relación directa con sus estados
vecinos, pues Sonora se ha mantenido siempre por debajo de los niveles observados
en aquel estado a pesar de compartir con ésta una posición fronteriza con Estados
Unidos. De modo aún más significativo, en Baja California Sur ha ocurrido la menor
cantidad de homicidios de esta naturaleza a nivel nacional, incluso por debajo de
estados como Yucatán, Campeche o Colima.
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B
aja California es un caso por demás interesante, pues de su análisis se desprende
que la violencia no sólo se concentra por estados sino por municipios. Además, es un
ejemplo de que la acción conjunta de los tres órdenes de gobierno, la renovación
institucional y la participación de la sociedad civil, hacen factible la disminución de
los homicidios de esta naturaleza como indicadores de violencia.
El gráfico 9 indica que la tendencia de Baja California prácticamente depende de los
niveles registrados en Tijuana, y en ambos casos es perceptible el descenso y
estabilización en el número de homicidios, tendencia que incluye, además, algunos
descensos. Por ejemplo, entre octubre y noviembre de 2010, la cantidad de
homicidios descendió en un 39% en el estado. Consecuente con la estabilización del
fenómeno en esta zona, esa proporción volvió a descender entre noviembre y
diciembre de 2010 en 20%.
El estado de Chihuahua muestra, hasta 2009, un incremento de municipios donde se
concentró la violencia, especialmente por efecto de la problemática observada en
Ciudad Juárez, cuyas características lo convierten en un caso atípico respecto a la
realidad nacional e incluso respecto de los municipios donde han ocurrido más
homicidios presuntamente asociados a la delincuencia organizada. Se aprecia que en
el año 2010 el incremento de la violencia en la frontera con el estado de Nuevo León
se contrarresta con una disminución importante en el centro del estado.
La zona más al noreste del país presentó concentraciones geográficas muy estables,
y sólo hasta el año pasado se nota un incremento, especialmente en Nuevo León y
Tamaulipas, donde las muertes presumiblemente relacionadas al crimen organizado
se incrementaron exponencialmente en un año. En el caso de Nuevo León los
homicidios registrados pasaron de 112 en 2009 a 620 en 2010, lo cual representa un
crecimiento de 454%. El caso de Tamaulipas fue aún más agudo, pues de 90
homicidios registrados en 2009 la delincuencia organizada produjo mil 209 decesos
en 2010.
El incremento de los homicidios en esta zona coincide claramente con la ruptura de
dos organizaciones criminales y, en consecuencia, de un enfrentamiento entre éstas:
el cártel del Golfo y los Zetas.
A manera de breve recordatorio, hay que tener presente que los Zetas es un grupo de
sicarios creado por el cártel del Golfo como estrategia de competencia frente los
cárteles del Pacífico y de los Arellano Félix. Las agresiones típicas entre delincuentes
se agudizaron por efecto de la relativa capacidad de fuego de todos estos grupos
criminales, y de su pretensión de copar los mercados de drogas, la piratería, la trata
de personas, el secuestro y la extorsión.
El rompimiento Golfo-Zetas, provocado por las dinámicas de competencia por
mercados de actividades ilícitas que compartían, generó niveles de violencia que no
se habían registrado en la región. A pesar de ello, el ajuste de cuentas entre esos
criminales no se generalizó en las entidades afectadas, sino se concentró en algunos
municipios. El gráfico 10 muestra los municipios donde se registró el 70% de los
homicidios presuntamente asociados con la delincuencia organizada en estas dos
entidades durante 2010.
En el caso de Nuevo León, siete de cada 10 homicidios se localizaron en ocho
municipios, especialmente los ubicados en la zona metropolitana. Tan sólo
Monterrey concentró 29% de los homicidios ocurridos en la entidad en 2010.
Tamaulipas tiene el mismo comportamiento en términos de cantidad de municipios,
pues son ocho los que concentran 70% de los homicidios de esta naturaleza. Sin
embargo, la característica común de éstos es su condición limítrofe con Nuevo León,
con Estados Unidos y con el Golfo de México, todos puntos estratégicos de la
actividad criminal, por lo que los cárteles están dispuestos a disputarse entre ellos la
plaza. En 2010, 14% de los homicidios se registraron en el municipio de San
Fernando y 12% en Reynosa.
Independientemente de su emblema criminal, los líderes de estas organizaciones
pretenden asegurar el control de sus operaciones enviando a la muerte a sus
subalternos, vulnerando la tranquilidad de la gente honesta y trabajadora de esa
región del país. Más notable aún es que gracias a la mayor presencia de la autoridad
federal los homicidios en ambas entidades se redujeron del tercero al cuarto trimestre
de 2010, disminuyendo 36% en Nuevo León y 26% en Tamaulipas (ver gráfico 11).
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Hasta ahora se ha mostrado que la violencia, medida por el número de homicidios
presuntamente relacionados con la delincuencia organizada, es un fenómeno
relativamente focalizado. Además, se han dado algunas muestras de que la
explicación más contundente es que el motor de la violencia son los enfrentamientos
entre organizaciones delictivas.
En abono a este argumento, vale la pena revisar la clasificación de homicidios y
fallecimientos que se hace en esta base de datos, la cual es de dos tipos: los que son
resultado de una ejecución y aquellos que sucedieron en un enfrentamiento o
agresión.
Los primeros son homicidios violentos que se consideran una práctica común entre
los grupos delincuenciales, ya sea como ajuste de cuentas o como mecanismo de
amenaza o revancha entre las distintas organizaciones criminales. Los segundos, en
cambio, son resultado de confrontaciones entre grupos delincuenciales o de éstos con
la autoridad.
El gráfico 12 revela que 89% de los homicidios presuntamente relacionados a la
delincuencia organizada registrados en el periodo diciembre de 2006 a diciembre de
2010, sucedieron en un contexto de ejecución, lo cual es una muestra de que las
víctimas y/o los victimarios eran miembros de la delincuencia organizada, revelando
además la descomposición al interior de los grupos criminales. En otras palabras, la
gran mayoría de las bajas son resultado de conflictos entre ellos.
Hasta ahora se ha mostrado que la violencia, medida por el número de homicidios
presuntamente relacionados con la delincuencia organizada, es un fenómeno
focalizado que no se ha expandido a lo largo del país. La revisión a través del tiempo
muestra que en 2007 eran 82 las autoridades municipales que tenían frente a sí el reto
de gobernar los municipios más violentos. En 2008 esta cifra disminuyó a 59, en
tanto que en 2009 y 2010 tuvo un incremento a 70 y 73 municipios, respectivamente,
como los escenarios del 70% de estos actos de violencia.
Conclusión
Los datos analizados demuestran la importancia de contar con una base de datos de
homicidios presuntamente relacionados a la delincuencia organizada. Gracias a esta
herramienta hoy sabemos que esta clase de delitos ha tenido una manifestación
típicamente regional y que ha afectado a un conjunto preciso de municipios. En
cambio, la solución emprendida por el gobierno federal atiende no sólo a los
municipios impactados, sino a todos los mexicanos de esta y futuras generaciones,
quienes pueden esperar instituciones sólidas y, con ellas, la garantía de que la
seguridad es un derecho que se cumple cabalmente. Asimismo, subraya que es
posible detener y reducir la violencia. Así se ha logrado en otras entidades, como es
el caso de Nuevo León. La solución integral pasa por la implementación de la
Estrategia Nacional de Seguridad, que incluye la presencia de la fuerza federal, el
compromiso de las autoridades locales y la exigencia y denuncia de la sociedad civil.
Alejandro Poiré. Secretario técnico del Consejo de Seguridad Nacional y vocero en
materia de seguridad.
1 En 1992 se alcanzó la tasa más elevada de 19 homicidios por cada 100 mil
habitantes.
2 Esta base de datos concentra información relativa a eventos violentos que
devinieron en el fallecimiento de personas. Las características de esos eventos son
indicativas de la acción de la delincuencia organizada de acuerdo con una serie de
criterios de inclusión y exclusión estandarizados y hechos públicos. En consecuencia,
los datos contenidos en la base no determinan la situación jurídica y, menos aún, la responsabilidad penal de los involucrados.
3 Región Norte: Baja California, Baja California Sur, Coahuila, Chihuahua, Durango, Nuevo León, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas y Zacatecas. Región Centro
Occidente: Aguascalientes, Colima, Guanajuato, Jalisco, Michoacán y Nayarit. Región Centro: Distrito Federal, Hidalgo, Estado de México, Morelos, Puebla, Querétaro y
Tlaxcala. Región Sur: Campeche, Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán.
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Nexos - El mexicano ahorita: Retrato de un liberal salvaje
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El mexicano ahorita: Retrato de un liberal salvaje
Consulta el estudio "Sueños y aspiraciones de l@s mexican@s"
realizado con la ayuda de GAUSSC y Lexia, en formato PDF haciendo clic aquí.
En el otoño de 2010, otoño del bicentenario, nexos emprendió un proyecto largamente acariciado: medir las aspiraciones de los mexicanos. ¿Qué sueñan, qué esperan, qué
anhelan, repudian o añoran de su país y de ellos mismos? ¿En qué confían, cómo se definen frente al futuro y frente al pasado? ¿Quiénes son aquí y ahora, más allá de
generalizaciones sociológicas y estereotipos históricos?
La tarea fue emprendida mediante un amplio estudio de rango nacional. Un primer componente fue cualitativo, hecho por la empresa Lexia, en grupos de discusión (open
groups), con entrevistas a gente de todos los niveles socieconómicos, ocupaciones y edades, en todas las regiones del país. El otro, cuantitativo, fue una encuesta levantada por
la empresa Gaussc en mil 794 hogares, durante la última semana de noviembre del año 2010.
El estudio cualitativo ofreció las guías para el cuestionario de la encuesta cuantitativa y dio el marco para la interpretación. La encuesta identificó nueve dimensiones de la
sensibilidad nacional mexicana: las aspiraciones y problemas básicos de los mexicanos, los factores que inhiben el futuro deseado, el esfuerzo requerido para alcanzar los
sueños buscados, la forma en que los ciudadanos se ven a sí mismos, la forma en que ven el país, la potencialidad de México en el orden mundial, el estado del nacionalismo
revolucionario, los niveles de acceso y consumo de información.
Los resultados del estudio arrojan varias sorpresas.
La primera es el profundo individualismo. En proporción abrumadora los mexicanos creen en sí mismos más que en el país donde viven. Todo o casi todo lo esperan de su
propio esfuerzo, poco o nada de la calidad política, económica o social de la nación que han construido.
A falta de un sueño común o una visión solidaria que vincule los destinos individuales, los mexicanos tienden a poner sus sentimientos de pertenencia en la familia. No existe
más, si alguna vez existió, algo parecido a un sueño o una aspiración común, un sueño mayoritario que comparta siquiera la mitad más uno de los mexicanos. Se diría que la
unidad nacional ha volado en pedazos.
La apuesta al propio esfuerzo y el refugio en la familia como mundo nuclear, dibuja, con fuertes trazos, la imagen de un ciudadano que desconfía correlativamente de sus
elites dirigentes, en particular del gobierno, y mira hacia el país con un sentido crítico acusado que incluye el resentimiento de creerlo un país rico y no haber recibido
suficiente de él.
La confianza casi irrestricta en sí mismo y la desconfianza radical en el Estado y sus instituciones arrojan el perfil de lo que provocativamente hemos llamado un liberal
salvaje, queriendo decir con ello que estamos frente a un ciudadano que no reconoce en el fondo otro ethos que el del bienestar personal y familiar, ni otro derecho que el de
resolver su vida con los medios a su alcance, perjudiquen éstos o no a su comunidad y a su nación.
La segunda gran revelación de este estudio es que, en sustitución de la unidad de propósito y la cohesión nacional de que México presumió alguna vez, se han configurado en
estos años de la democracia y la pluralidad al menos cinco temperamentos mexicanos, en muchos aspectos incompatibles entre sí: cinco variedades de identidad, sensibilidad
y proyecto.
Buscando nombrar estos perfiles de la identidad mexicana, hemos acuñado cinco categorías no académicas, de aire más bien lírico, cuya descripción es parte central de este
informe. Esas categorías son las siguientes:
1. Nostálgicos tradicionalistas: 30% de los mexicanos; 2. Soñadores sin país: 25%; 3. Pesimistas indolentes: 20%; 4. Optimistas sobre el futuro: 16% de la población; 5.
Nacionalistas inconformes: 9%.
El estudio dibuja también al menos tres sensibilidades regionales distintas y en algunos aspectos también incompatibles entre sí. Corresponden a los mexicanos del norte del
país (de la frontera con Estados Unidos al principio del Bajío), los del México del centro (del Bajío al Altiplano) y los del México del sur (de las costas de Guerrero y Yucatán
a las fronteras con Belice y Guatemala).
El hallazgo final que desprendemos de nuestro estudio es un dibujo del alineamiento partidario al que en general corresponden los distintos perfiles temperamentales del país.
El estudio ha sido realizado, como ya se dijo, por Lexia y Gaussc, bajo la respectiva dirección de Guido Lara y Manuel Rodríguez Woog, pero hubiera sido imposible sin el
generoso patrocinio de Walmart, BBVA Bancomer, la Bolsa Mexicana de Valores y GNP (Grupo Nacional Provincial).
Ofrecemos a continuación los resultados del estudio, según el siguiente orden de los hallazgos mencionados:
1. Individuo y familia.
2. País y gobierno.
3. Variedades de la identidad mexicana.
4. Sensibilidades regionales.
5. Sensibilidades políticas.
1. El liberal salvaje: Individuo y familia
Pocas veces podrán encontrarse en una encuesta valores tan altos y contundentes como los referidos al individualismo de que dan cuenta las respuestas de los mexicanos 200
años después de fundada su nación.
En el mes de noviembre de 2010, en que fueron levantadas las encuestas, 90% de los mexicanos consultados dijo tener confianza en que podía cambiar su propia vida, 86%
dijo no tener aspiraciones colectivas sino individuales, y 81% declaró que su familia estaba en sus intereses antes que su país.
Los mexicanos dicen saber a dónde van (69%) y tener una cultura de triunfadores (64%). Sin importar lo que hagan ricos y poderosos, dicen, ellos se sienten capaces de
alcanzar sus sueños (64% de los encuestados). Dado que en México “cada quien jala por su cuenta” (63%), el esfuerzo personal de cada quien es más importante que el
esfuerzo de todos como país (63%). Así las cosas, los mexicanos se declaran, mayoritariamente, dispuestos a hacer todo lo que pueda traerles beneficios, aunque su conducta
no se los traiga al país (61%).
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¿Qué quiere mayoritariamente este individualista consumado? Quiere bienes terrenales: mejorar económicamente, ser propietario y dar bienestar a su familia (55%) (ver
gráfico 1).
L
os mexicanos encuentran consuelo y esperanza en su familia, idealizada como el
refugio donde sí se encuentra apoyo y se pueden compartir valores, penas y miedos
tanto como alegrías y éxitos. La familia brinda un asidero social elemental y el
motivo para salir a luchar por algo y por alguien en un mundo donde cada quien jala
por su cuenta.
La falta de compromiso con una entidad social más amplia que la familia tiene sus
efectos: se complica asumir un sueño común más allá de la inmediatez del círculo
primario (ver gráfico 2).
Adelante ofrecemos la visión que ese liberal salvaje tiene de su país y su gobierno.
Anticipamos, por lo pronto, la fractura que hay en su mirada respecto de las
aspiraciones que reconoce como propias y las que a su juicio tiene el país. Son
miradas divergentes.
Como hemos apuntado arriba, cuando los mexicanos definen su principal aspiración
en la vida, el 55% está referido a “tener estabilidad y mejora en el empleo” (23%),
“bienestar para la familia” (16%) y “tener propiedades” (16%). A este ámbito de
intereses podría agregarse un vago, pero también individualísimo anhelo de
“realización personal” (7%). Inmediatamente debajo de los intereses materiales
aparece el anhelo de tener buena educación (14%) y acceso a servicios de salud
(10%). Finalmente, en el 10% inferior de las aspiraciones individuales encontramos
el deseo de que al país le vaya mejor (9%) o de ser buen ciudadano (1%) (ver
gráficos 3 y 4).
M
uy distinto, esquizofrénicamente distinto se diría, es el orden de los bienes que
los mexicanos quieren para el país ideal que tienen en la cabeza. No quieren para éste
las mismas proporciones de vida próspera que anhelan para sí mismos, sino una vida
política de mayor calidad implícita en las aspiraciones de tener un país “seguro, sin
violencia” (36%), “sin corrupción” y con buen gobierno (14%), que “cuide el medio
ambiente” (3%), y con igualdad de derechos (1%). En total, un 56% de lo que podría
entenderse como reclamo de “buen gobierno”.
Las categorías relativas al bienestar personal, que en las aspiraciones individuales
son enormes, en las nacionales ocupan un lugar relativamente modesto con “empleo
y desarrollo” en un 23%, “moderno” (2%) y “libre” con un 1%. En total, 26% (ver
gráfico 5). Conviene subrayar de estas comparaciones lo que hemos advertido antes,
una de las condiciones más significativas del momento por el que atraviesa la
sensibilidad mexicana: la fractura entre el orden de las aspiraciones individuales y el
orden de las aspiraciones colectivas. La visión que los mexicanos tienen de su país y
su gobierno, que exponemos a continuación, no hacen sino corroborar esta fractura.
Si la imagen que los mexicanos tienen de sí mismos es optimista y segura de sí, la
que tienen de su país y su gobierno es desesperanzada, resentida y crítica.
2. El liberal salvaje: País y gobierno
Una mayoría considerable de mexicanos (74%) piensa que su país no está estancado
sino en movimiento, pero ésta es quizá la única idea mayoritaria positiva que tiene
sobre el país donde vive y de la clase dirigente que lo conduce. México se mueve, no
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está estancado ni retrocede, salvo en la opinión minoritaria (26%), pero está muy lejos de ser el país que ha soñado el 72% de los mexicanos. Siendo un país rico que tiene
todo para salir adelante (68%), México no ha sido generoso con sus hijos pues el 70% de los mexicanos cree que no le ha tocado nada de la riqueza del país. Una
impresionante mayoría piensa que el país les ha quedado a deber (65%), que va por mal camino (62%), que es peor que aquel en que vivieron sus abuelos (57%) y que es un
barco a la deriva (56%) (ver gráfico 6).
Una mayoría también notable (61%) cree que los mexicanos tienen un sueño común,
una aspiración nacional compartida. Pero cuando se pregunta por el sentido de ese
sueño, las respuestas se fragmentan: 18% dice querer un México justo; 15% un
México honesto y respetuoso de la ley; 14% un México educado; 12% un México
igualitario; 10% un México desarrollado económicamente. Otras respuestas suman
31% (ver gráfico 7).
Veamos algunos de estos rasgos en mayor detalle, empezando por la percepción
mayoritaria de que el país se mueve, no está estancado. Mediante el uso de la
metáfora del país como un automóvil de cuatro velocidades, incluyendo neutral y
reversa, se preguntó a los encuestados en qué velocidad va la marcha del país. La
respuesta mayoritaria fue que el país se mueve en segunda velocidad (32%). Sólo el
16% dijo verlo estancado, en neutral, y 10% cree que va en reversa (ver gráfico 8).
La opinión de que el país va por mal camino es muy mayoritaria (62%), al igual que
la impresión de que es un barco a la deriva (56%) (ver gráficos 9 y 10).
No todo es culpa del gobierno y la clase política. Cuando se habla de qué tanto
contribuye el entrevistado al deterioro de la situación del país, una parte significativa
de la ciudadanía asume cierta responsabilidad: 46%, casi la mitad, acepta contribuir
al deterioro de la situación nacional.
Como se ha dicho antes, los mexicanos
creen que pueden hacer cosas para
cambiar su situación personal: 90%.
En contraste, sólo 53% opina que
puede hacer algo por cambiar la
situación del país. A pesar de la
disparidad en los porcentajes, es
importante resaltar que los mexicanos,
en su mayoría, se sienten capaces de
influir en el futuro, se consideran
agentes de cambio.
Los mexicanos perciben deterioro o
mejora, y en alguna medida se asumen
con cierta corresponsabilidad. Sin
embargo, la confianza colectiva para
influir en el cambio no tiene el peso
necesario para influir decisivamente en
el rumbo del país. Prevalece la idea de
que en todo caso “mi país es mi familia”, pequeña patria que sí se puede cambiar con el propio esfuerzo (ver gráficos 11, 12 y 13).
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Existe una creencia generalizada de que México es inmensamente rico: 68% de los
mexicanos opina que el país lo tiene todo para salir adelante. Su potencial mayor,
para el 33% de los encuestados, es, en general, la gente (5% la “gente con carácter”),
seguido de un 32% que señala los recursos naturales (9% “petróleo” y 1% “recursos
materiales”). Subrayamos el hecho de que sólo 2% de los mexicanos cree que
México tenga riqueza en sus gobernantes, deslinde cuya expresión en términos de
desconfianza veremos adelante con alarmante precisión (ver gráfico 14).
Pero aunque México es un país rico, su población no: 70% percibe que no ha
recibido nada o casi nada de esta enorme riqueza del país, que le queda a deber a los
mexicanos (65%) (ver gráfico 15).
Frente a estas percepciones
mayoritarias del mal rumbo y el mal
reparto de la riqueza en que se
encuentra el país, vuelve a
manifestarse la fractura entre la mirada
hacia la situación personal y la mirada
a la situación colectiva, pues aunque
los mexicanos creen mayoritariamente
que el país va mal, también declaran
mayoritariamente (54%) que su
situación en noviembre de 2010 era
mejor que la de 10 años antes (ver
gráfico 16).
Sorprendentemente, en los estratos rurales hay una valoración más positiva de la
situación actual en comparación con la vivida hace 10 años. El hecho es que en
relación con su situación personal el mexicano tiene una visión más favorable que la
que tiene sobre el país. Quizá por ello los mexicanos piensan, en primera persona del
plural, que sí saben a dónde van, 69%, aunque también afirmen, como se ha visto,
que el país, en tercera persona, no tiene rumbo (ver gráfico 17).
Ver el vaso medio vacío o medio
lleno, no por ser un lugar común deja
de ser pertinente como recurso
analítico y pone en evidencia otra
faceta de la división existente entre los
mexicanos: 50% tiene una visión
optimista, en mayor o menor medida;
y la otra mitad ve las cosas con una
óptica pesimista1 (ver gráfico 18).
Los mexicanos, como se ve, están divididos en sus percepciones. El reto para los
líderes del país: articular un sueño común, conciliar aspiraciones individuales y
colectivas, hacer explícito el puerto al que se quiere llegar, que necesariamente
deberá atender la satisfacción de aspiraciones individuales y de calidad de la vida
cotidiana.
No será tarea fácil porque el punto de partida en la relación de los mexicanos con sus
gobernantes y, en un sentido más amplio, con sus clases dirigentes, presenta un
deterioro que es el mayor de todos los registrados por la encuesta. Empecemos por
ver lo que los mexicanos creen que México necesita “para salir adelante”. El rubro de
carencia más grande es directamente la falta de “buen gobierno”, con 27%, pero a esa
noción de buen gobierno podrían añadirse otros rubros, íntimamente conectados en el
imaginario público a la tarea de gobernar bien, tales como “unión, responsabilidad,
compromiso” (14%), “honestidad” (11%), “acuerdos políticos” (4%),
“seguridad” (4%) y “apoyo a la gente” (3%). Puesto todo junto, podemos decir que
un 53% de los mexicanos reclama el buen gobierno como la ausencia mayor en
México. Un segundo grupo de acciones que normalmente se asocian a tareas de
gobierno podría añadir a este 53% los rubros de “inversiones” (11%),
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“empleos” (9%) y “educación” (5%), para un total de exigencia de buenos frutos gubernativos del 25%, lo que llevaría la exigencia de buen gobierno a un elevado 78% (ver
gráfico 19).
Veamos ahora el cuadro de los personajes a quienes los mexicanos otorgan su
confianza, que muestra la profundidad de la fractura entre los sentimientos de la
nación y sus figuras dirigentes emblemáticas.
Al ser preguntados sobre a quién dejarían, en caso de necesidad, el cuidado de sus
hijos, los mexicanos del bicentenario no otorgaban confianzas superiores a un dígito
ni a sus soldados (7%), ni a sus presidentes (6%), ni a sus empresarios (5%), ni a sus
jueces (4%), ni a sus actores (3%), ni a sus banqueros (3%), ni a sus periodistas (2%),
ni a sus policías (2%) ni a sus diputados (1%), ni a los políticos del PRI (0.70%), ni a
los del PAN (0.70%) ni a los del PRD (0.30%), ni a nadie (2%). Es la sociedad de la
desconfianza (ver gráfico 20).
No hay diferencias en el orden por grupos: todos confían más en maestros, médicos y
ministros de culto. Algunas diferencias son:
Los hombres tienden a confiar más en el presidente que las mujeres; mientras que las
mujeres más en los ministros de culto que los hombres.
Los niveles socioeconómicos altos confían menos en los ministros de culto; mientras
que los niveles bajos confían más en estos personajes.
Las clases medias típicas tienden a confiar más en los maestros que el resto; las altas
más en empresarios y las populares más en los jueces que los otros niveles.
Pero nada de esto cambia el orden general de confianza/desconfianza.
Por edad, ocupación o estrato rural y urbano no hay diferencia significativa.
Es notable que los personajes en los que los mexicanos depositan su confianza sean
los tradicionales del siglo XIX, aquellos no asociados a las elites ni políticas ni
económicas modernas, hallazgos que refuerzan la hipótesis de una ausencia de
sólidos vínculos comunitarios más allá de los pequeños y estrechos lazos familiares.
El Estado se diluye en el horizonte de lo familiar y lo local, casi parroquial. Los
personajes relacionados con la política (el presidente, el juez, los policías, los
diputados y los miembros de los partidos) no alcanzan más del 6% de confianza. Los
liberales salvajes creen casi nada en su gobierno.
3. Variedades de la identidad mexicana
Los mexicanos pueden pensar lo mismo, pero lo piensan de maneras distintas. Esta encuesta ha detectado cinco tipologías, cinco maneras diferenciadas de soñar, aspirar,
valorar la situación individual y del entorno. Las tipologías difieren entre sí por la valoración que hacen del rumbo del país y de los mexicanos, de la velocidad con la que
México se mueve, de lo que inhibe las aspiraciones, de la autoconfianza para cambiar, del esfuerzo necesario para lograr los sueños, de la imagen que se tiene del país a
futuro, de los factores idiosincráticos en contraste con las realidades del mundo contemporáneo, de la capacidad de acceso y consumo de información.2 Las tipologías son las
siguientes:
Nostálgicos tradicionalistas: Constituyen el 30% de los encuestados. Suelen creer que el pasado fue mejor, que los
mexicanos carecen de rumbo, que los sueños son inalcanzables y que se ha arraigado entre nosotros una mentalidad de
perdedores. Consideran, en cambio, que el país es mejor y más grande que su gente: creen que los ciudadanos le han
quedado a deber a México. Sostienen, de hecho, que el país se mueve con rumbo (74%) y que cuenta con lo necesario para
convertirse en potencia mundial (38%). Entre ellos priva la noción de que los esfuerzos personales no bastan: aunque el 61%
considera que en México cada quien jala por su cuenta, el 54% sostiene que las aspiraciones sólo se podrán cumplir cuando
se emprenda un esfuerzo colectivo.
Los nostálgicos tradicionalistas pertenecen a los estratos económicos bajos. El 40% se ubica en los niveles socioeconómicos
D+ y D/E, que según los criterios mercadológicos corresponden a las clases populares. Se trata de un grupo formado en su
mayor parte por mujeres y amas de casa (56%), así como por personas mayores de 50 años (29%). En esa franja sin jóvenes
prácticamente no existe acceso al consumo de información.
En las aspiraciones personales de los nostálgicos tradicionalistas los temas relacionados con bienes materiales son
prioritarios. El 52% cree que el principal problema de los mexicanos está en la crisis económica, el alza de precios, el
desempleo y la pobreza. Aspiran, sin embargo, a un México educado como rasgo principal para el país. Sintomáticamente, el
cuidado de los ancianos forma parte del México de sus sueños.
El 49% de los nostálgicos tradicionalistas habita en el centro del país, el 28% en el sur/sureste y el 23% en el norte.
Soñadores sin país: He aquí al 25% de los mexicanos: jóvenes de entre 25 y
34 años que forman parte de las clases medias y proceden, en su mayoría, de
zonas más urbanas que rurales (niveles socioeconómicos C y D+). Este
temperamento cuenta con fuerte presencia en el centro (42%), pero es al que
adscriben más habitantes del norte del país (40%).
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El 85% de los ocupantes de esta franja cree que los mexicanos saben a dónde van, pero que México no tiene rumbo: a diferencia del grupo anterior, sienten que la nación le ha
quedado a deber a su gente. Con todo, perciben que el país se mueve más rápido que lo que opina el resto de los grupos (75%). Para ellos los sueños pueden hacerse realidad,
pues los mexicanos poseen cultura de triunfadores. Más que los nostálgicos tradicionalistas, se sienten en posesión de alguna capacidad de cambio.
Los soñadores sin país tienden a tener poco acceso a la información y no muestran gran interés en los asuntos nacionales. No privilegian, tampoco, aspiraciones personales
específicas: más que en poseer lo básico, aspiran a que México sea mejor y ocupe puestos relevantes a nivel mundial (46%).
Los principales inhibidores del futuro son para ellos la mala calidad de la educación y del empleo, la corrupción, el incumplimiento de la ley y la falta de esfuerzo conjunto de
los mexicanos. Su México ideal sería uno seguro, en el que el rasgo principal fuera la justicia. Sólo el 18% de este grupo radica en el sur/sureste.
Pesimistas indolentes: Este temperamento comprende al 20% de los mexicanos. Se trata del grupo de mayor
poder económico: 64% pertenece a los niveles socioeconómicos AB/C+ (clases altas y medias altas) y 14% al C
(la clase media típica). El 91% pertenece al estrato urbano y el 55% radica en el centro del país. El pesimismo
indolente se caracteriza por un alto consumo de información y un notable interés en los asuntos nacionales:
mientras al 51% le interesa, a secas, lo que ocurre en México, el 38% de ese grupo confiesa interesarse en esos
temas “algo” o “mucho”. Hablamos de un grupo en el que tiende a haber más hombres, profesionistas y
ejecutivos. Hablamos del grupo más bancarizado de la nación y en el que la proporción Círculo Café (la parte
más informada y consumidora de noticias de la sociedad) es mayor.
Los pesimistas indolentes comparten la idea de que el país va por mal camino, no se mueve o se mueve en
reversa. Comparten la idea de que México se encuentra lejos del país deseable. Su México ideal sería uno con
oportunidad de empleo y con economía en buen estado. Las metas prioritarias: realización personal y bienestar
para su familia.
La educación es el rasgo más importante en el país que este tipo de mexicano desea habitar. El grupo considera
los valores educativos como mecanismo fundamental de la movilidad social.
Optimistas sobre el futuro: Un 16% de los mexicanos cree que
el país se mueve en tercera o cuarta velocidad. No sólo considera
que México tiene rumbo y dirección: sostiene que la situación ha
mejorado si se compara con la que vivieron sus abuelos, y afirma
que los mexicanos se están aproximando al país de sus sueños.
Es una de las franjas que cree con mayor certeza que México no
necesita de Estados Unidos para desarrollarse (56%).
En este temperamento, fincado sobre todo en las clases
populares (27%), se ubica uno de los porcentajes más altos de
jóvenes de entre 15 y 24 años (34%). Los optimistas sobre el
futuro afirman tener la capacidad de cambiar no sólo su situación
personal y la de su familia, sino de mejorar la situación general
de México. No creen que la mala educación, la corrupción, la
falta de esfuerzo conjunto y la baja calidad de los empleos sean
obstáculos que impidan el logro de las aspiraciones. Su esfuerzo
personal, más que el colectivo, puede convertirse en vehículo
que mueva al país entero. El 86% cree que México tiene todo
para salir adelante.
Este grupo comparte con los pesimistas indolentes la idea de que
la educación es un motor de cambio fundamental: el 20% aspira
a tenerla y considera sus valores como el rasgo principal del
México deseable.
Los optimistas sobre el futuro sólo necesitan cuatro paredes para
trazar el futuro: creen que una vivienda adecuada es lo que se
necesita para tener mejor calidad de vida. El dato es
significativo: 33% radica en el sur/sureste y forma parte del
grupo con mayor presencia en esa región.
Nacionalistas
inconformes:
Una minoría
reacia a mirar el
futuro conforma
el sector más
crítico de las
instituciones y
de la situación
del país. Los
nacionalistas
inconformes
representan al
9% de los
mexicanos. El
95% cree que el
México de sus
abuelos fue
mejor, el 51%
considera que el
país se mueve en
reversa o no se
mueve, y el 86%
opina que
México se halla
lejos de los
sueños y las
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aspiraciones. El 58% pertenece al nivel socioeconómico D (clases bajas o populares). Es el grupo con mayor presencia de jóvenes de entre 15 y 24 años (35%). El 45% habita
en el centro, el 29% en el sur/sureste y el 26% en el norte.
Para ellos las instituciones son el inhibidor principal de las aspiraciones. El mayor mal de México: la corrupción. A diferencia de los nostálgicos tradicionalistas, que creen
que el esfuerzo colectivo puede destrabar el desarrollo, estos desencantados del presente se sienten obligados a emprender esfuerzos solitarios. Sostienen que México tiene
todo para salir adelante, pero lamentan que a la población le importe más el futuro que el rescate del pasado. El 71% cree que México puede progresar sin ayuda de Estados
Unidos.
En este grupo hay escasa presencia de Círculo Café. Los nacionalistas inconformes tienen el porcentaje más alto de población rural y el menor grado de bancarización. Su
acceso a la información es menor que el promedio. Lo mismo su interés en los temas nacionales.
A nivel personal, para este temperamento es prioritario contar con buen empleo. Los rasgos recurrentes en el país de sus sueños: un México igualitario en el que se respeten
las leyes y los ciudadanos sean honestos. Un país sin corrupción (ver gráficos 21 y 22).
4. Sensibilidades regionales
En las diferentes visiones de México no sólo se cruzan géneros, edades y niveles
socioeconómicos. Las miradas cambian de matiz según la región que se habite. En el
sur/sureste hay más optimistas sobre el futuro que nacionalistas inconformes. En el
norte hay más soñadores sin país, que pesimistas indolentes. Estos cambios de
coloración en las sensibilidades regionales hablan de un predominio de tipologías en
zonas específicas (ver gráfico 23).
Nuestro análisis revela que tanto el rumbo personal como el rumbo del país son
mejor valorados en el sur/sureste: los habitantes de esa zona consideran que la
situación es mejor ahora que hace 10 años. Ahí, al igual que en el norte, la población
tiende a ser más optimista que en el centro, en donde se recogen las opiniones más
críticas. En el centro priva, por ejemplo, la noción de que el país no se mueve o va en
reversa; reina la visión de un México en el que cada quien se ve obligado a jalar por su cuenta.
Los niveles de optimismo no son lo único que distingue a las regiones. Los mexicanos del norte sueñan con un México seguro; los del sur/sureste, con uno sano, solidario,
soberano, igualitario, feliz. En el centro, el ideal es un país con buen gobierno, educado y desarrollado económicamente.
A pesar de sus diferencias, las regiones comparten una sensación: a los mexicanos les ha tocado poco de la riqueza de México. Este sentimiento (8% en el centro, 9% en el
norte) es menos pronunciado en el sur/sureste, en donde el 16% cree que le ha tocado algo o mucho de esa riqueza. En el sur/sureste se comparte la idea de que los ciudadanos
son más ricos-menos pobres que el resto del país. No es extraño que ahí predomine la certeza de que no es México quien está en deuda con los ciudadanos, sino que son los
ciudadanos quienes están en deuda con México (ver gráfico 24).
E
n términos de sensibilidades, aparece un matiz controvertido: en el norte, en donde el principal reclamo es la seguridad, se
tiende a confiar más en los soldados. En el sur/sureste, donde se exige un México solidario, la confianza gira en torno de los
ministros de culto. En ambas zonas figuran maestros y doctores entre los personajes más confiables (ver gráfico 25).
5. Sensibilidades político electorales
La encuesta revela de manera
incontestable que la sociedad
mexicana se encuentra de espaldas a
sus partidos políticos. Desdibujados en
retóricas sin contenido, hundidos en un
espectro de visiones negativas, los
institutos políticos, salvo por algunas
asociaciones básicas, no logran
identificarse con las aspiraciones
personales ni las concepciones del país
que tienen los mexicanos. El mapa que
los vincula con las expectativas
ciudadanas revela claramente la
magnitud de esa fractura. Se registran
tres puntos de identificación general:
el PRD viene a la mente de quienes
tienen como rango de aspiración un
México igualitario; el PRI es
mencionado por los que aspiran a
obtener lo básico para vivir con tranquilidad; el PAN es identificado, sobre todo, con los mexicanos cuya prioridad es habitar un país educado. Estos puntos de vinculación
están más asociados con experiencias recogidas en el pasado que con ideas relacionadas con el futuro.
En términos de lo que le conviene al país del futuro: a) “que el PAN continúe”, b) “que regrese el PRI” y c) “que llegue el PRD”, el regreso del PRI no está asociado con
ningún rasgo en particular; la llegada del PRD se relaciona con cierta idea de un México más justo y solidario, y la continuidad del PAN con la idea de un México honesto e
integrado al mundo. Un indicador notable es que quienes desean para el futuro un país desarrollado económicamente, educado, igualitario y que ofrezca lo básico para vivir
con tranquilidad, no tienen una idea clara de lo que le conviene al país en términos político electorales.
El espejo tiene dos caras. Cuando se pregunta qué es lo que menos le conviene al país para el futuro: a) “que el PAN continúe”, b) “regrese el PRI” y c) “que llegue el PRD”,
aparecen rasgos deseables que son vinculados con alguna de estas posiciones. Los que no quieren que el PAN continúe es porque aspiran a un México justo; quienes admiten
como inconveniente el regreso del PRI al poder, desean un México honesto, seguro y educado; los que rechazan la llegada del PRD no están asociados con ningún rasgo en
particular. Por lo demás, quienes desean un buen gobierno no descartan opciones, y tampoco se asocian con el rechazo de alguna en particular.
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De cara a 2012, la sociedad también se muestra segmentada. Los optimistas sobre el futuro aparecen asociados con la idea de que lo que más conviene es que el PAN continúe
en el gobierno. Los pesimistas indolentes y los nostálgicos tradicionalistas gravitan en el mapa en posiciones cercanas tanto al PRI como al PRD. Los soñadores sin país, que
en 2012 podrían ser quienes inclinen la balanza, parecen alejados de la idea de que lo mejor es que el PAN continúe; coquetean con la vuelta del PRI. La irrupción de “otro
partido“, mencionado espontáneamente en la encuesta como la opción que más conviene al país (su componente fundamental es de simpatizantes petistas-lopezobradoristas),
se halla más cerca de los nacionalistas inconformes.
Los pesimistas indolentes, cuyo perfil permite vincularlos con los mexicanos que en 2000 dieron el triunfo a Fox —y en 2006 se lo quitaron a López Obrador—, parecen
ahora desencantados del PAN, aunque ignoran qué opción es la que más conviene al país. En alguna medida están pensando en que el PRI regrese, pero no descartan que sea
conveniente la llegada del PRD.
También en términos político electorales aparecen matices sobre el futuro deseable. Los mexicanos del sur/sureste, más que en otras regiones, tienden a decir que el mejor
escenario es que llegue el PRD. Es esa región donde se apunta con mayor frecuencia que conviene el ascenso de otro partido, preponderantemente el PT.
En el norte es donde más se piensa en la continuidad del PAN; en el centro, la gente ignora lo que conviene. La vuelta del PRI no es característica de alguna región en
especial.
1 La construcción del perfil optimista o pesimista al que se refiere en el estudio se deriva de analizar una serie de variables de la encuesta: si el entrevistado opina que vive
mejor que sus padres, si percibe que sus hijos vivirán mejor que él, y una evaluación retrospectiva de la situación actual comparada con la de hace 10 años. Todo esto en
contraste con la valoración del rumbo del país y la velocidad con que se mueve.
2 Las dimensiones que caracterizan cada uno de los tipos de mexicanos son:
1) Velocidad del país: mide la percepción sobre el camino en que se encuentra el país e incorpora una reflexión retrospectiva en la que se compara la situación actual con la
vivida hace dos generaciones (los abuelos del informante). También registra la percepción de cercanía —o lejanía— en que se encuentra el país de los sueños del entrevistado.
En el eje se juega con la metáfora de la velocidad a que se mueve el país, como si fuera un auto: si se está moviendo, si no se mueve o si de plano va en reversa.
2) Inhibidores de futuro: define qué tanto se perciben como inhibidores para el logro de los sueños de los mexicanos temas como la corrupción, la calidad de la educación y de
los empleos, el cumplimiento con la ley y el esfuerzo de los mexicanos.
3) Autoconfianza para cambiar: identifica la confianza de los mexicanos de que pueden cambiar su vida, la de su familia y, de manera más ambiciosa, el rumbo del país para
lograr sus aspiraciones.
4) Esfuerzo para lograr sueños: Dimensiona el peso que tiene, para el logro de las aspiraciones de los mexicanos, el esfuerzo colectivo frente al esfuerzo individual.
5) Mexicanos con rumbo: este eje vincula la opinión que el individuo tiene, en primera persona del plural, sobre el rumbo de los mexicanos, su sueño común y espíritu
triunfador, con la factibilidad de hacer realidad los sueños.
6) País con rumbo: define, en tercera persona, que México es un país con rumbo al cual los ciudadanos le deben.
7) Potencia mundial: caracteriza la ubicación de los mexicanos respecto a lo que les gustaría que sucediera con el país. Sobre la base de que México cuenta con todo para salir
adelante, puede optar por el ideal de tener lo básico para vivir tranquilos o ser una potencia mundial.
8) Nacionalismo revolucionario: en este eje se contrasta el peso del futuro respecto del pasado, así como la convicción de que en ese futuro México puede, sin Estados
Unidos, convertirse en una potencia mundial siempre y cuando se trabaje en equipo.
9) Acceso a la información: sintetiza las variables socioeconómicas y las variables que caracterizan al Círculo Café (escolaridad, consumo de información e interés sobre los
asuntos nacionales).
Consulta el estudio "Sueños y aspiraciones de l@s mexican@s"
realizado con la ayuda de GAUSSC y Lexia, en formato PDF haciendo clic aquí.
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01/03/2011
Nexos - El mexicano ahorita: Retrato de un liberal salvaje
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01/03/2011
Nexos - La democracia de Lefort
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Fecha: 01/02/2011
La democracia de Lefort
Jesús Silva-Herzog Márquez
Dos personas se combinan en el capitán, escribió Séneca. Una de ellas es igual a todos los pasajeros porque el capitán también es un pasajero. Pero la otra persona es distinta
porque sólo él es el capitán. La responsabilidad le otorga privilegios y lo marca con exigencias. Una tormenta puede afectarlo como pasajero, pero nunca como piloto. La
imagen expresa la antigua noción del gobernante como personaje escindido: hombre y semidiós; cuerpo e institución. La idea cristalizaría en la doctrina medieval de los dos
cuerpos del rey. El monarca era hombre y, como tal, sentía. Vivía las pasiones ordinarias, estornudaba, tropezaba. Pero como soberano no se enfermaba; era infalible e
inmortal. Era la voz de la justicia, la palabra de la ley y daba su cara a la moneda. Ernst H. Kantorowicz escribió un libro clásico sobre esa pieza fascinante de la teología
política: la ficción mística de los dos cuerpos del rey.1 Kantorowicz analizó documentos y disputas legales, tratados filosóficos, emblemas y dramas que dibujaban al monarca
como un personaje doble. Un sujeto que, a pesar de tener todas las limitaciones físicas e intelectuales del hombre, era tratado como el depositario de la última razón, un ser
ubicuo, incapaz de hacer el mal e, incluso, de pensarlo. En Shakespeare se encuentra una constante reflexión sobre los dilemas morales de esa superposición de cuerpos bajo
la piel del monarca. Extraña divinidad la de los reyes, dice en Enrique V: su nacimiento es majestuoso, su vida flota sobre lo ordinario pero siguen atados a la tiranía de la
respiración, como cualquier imbécil.
C
laude Lefort se sintió cautivado por la riqueza de la alegoría medieval que Kantorowicz pulía en esa obra monumental
publicada hace más de medio siglo. Tal fue la atracción que dedicó un seminario de un año a su estudio. La teología ponía la
metáfora del cuerpo en el centro de la reflexión filosófica. En ese almacén de órganos se encontraba la clave que imprimía
sentido al mundo. La boca de la ley, los brazos de la justicia, el puño del soberano. Toda interrogación desembocaba ahí
para encontrar la respuesta, la solución definitiva: las categorías del tiempo y del espacio acopladas a una fisonomía; los
linderos del bien y del mal trazados por la dicción inapelable, el contenido de la justicia manando de una garganta. El cuerpo
del rey era visto como el punto donde convergen todos los rayos del poder. La ficción ofrecía a Lefort una ventana
formidable para entender las representaciones fundamentales de lo político. Los emblemas de la monarquía no son, de este
modo, simples blasones para decorar un edificio sino claves para descifrar el mundo, para acceder a un tiempo, para
encontrar sitio. El interés de Lefort no era, por supuesto, curiosidad de medievalista: era el compromiso de un filósofo
político con su propio tiempo.
Visto a la luz del siglo XX, la vieja metáfora del cuerpo permitía enfocar las formas de la democracia y del totalitarismo: la
textura de cada sociedad y el lugar de su poder. La democracia no significa la mudanza del poder de un cuerpo a otro. Podría
pensarse que, si antes el poder se ubicaba en el cuerpo del monarca, ahora, en democracia, el poder se aloja en el cuerpo del
Pueblo, o se instala en el Parlamento. Lefort rechaza enfáticamente esa idea de la transferencia: la democracia no traslada el
poder de un sitio a otro, por más abierto que sea. La democracia desata el poder de cualquier sujeto y le niega domicilio. Es
“el fin de un poder ligado a un cuerpo”. De ahí que la sociedad democrática sea aquella donde el conocimiento, el derecho y
el poder están sometidos, constantemente, a una “indeterminación radical”. La fundación democrática no es una conquista.
Es, de algún modo, una escisión: una separación de la ciencia, la ley y la fuerza. Cuando el poder aparece como un “lugar
vacío”, la sociedad es el teatro de una aventura: “lo que se ve instituido no está nunca establecido, lo conocido está minado por lo desconocido, el presente se muestra
innombrable y cubre tiempos sociales múltiples, separados los unos de los otros en la simultaneidad —o bien únicamente nombrables en la ficción del futuro; una aventura tal
que la búsqueda de la identidad no se deshace de la experiencia de la división”.
La revolución democrática no es el asalto del poder: es el fin de un poder adherido a un cuerpo. Quienes ejercen el poder en democracia no son sus propietarios. Ni siquiera la
institución parlamentaria aloja la soberanía. El poder es una sustancia resbaladiza, inasible. La ley no queda fija en democracia: sus enunciados son siempre debatibles, su
significado se vuelve impreciso y disputable. El conocimiento tampoco encuentra vocero. En todos los frentes, una indeterminación radical. La democracia no altera
solamente las coordenadas de la institucionalidad política. La mutación democrática transforma la carne de lo social. Como lo vio en su tiempo Tocqueville, la democracia es
el extravío del fundamento. Más que un arreglo político, es una forma de sociedad. Democracia: la informe sociedad.
Lefort dibuja biombos en contraste: la monarquía condensaba los principios del régimen en el cuerpo del rey. El orden anclaba ahí. Todo reposaba sobre su fundamento.
Frente a este orden simbólico, la democracia no debe ser vista como relevo de soberanías sino disolución del fundamento. Lo esencial, dice Lefort, es que los gobernantes no
pueden apropiarse del poder, no se sientan en un lugar fijo a dictar resoluciones inapelables. La mutación es profunda y aun dramática: el poder no tiene cabeza, la sociedad
no tiene cuerpo. No hay unidad posible. La sociedad es incapaz de un enunciado. La sacralización del voto como el rito cardinal de la democracia es, de algún modo, la
ceremonia de disolución comunitaria. El voto no expresa un argumento colectivo; es apenas adición de parcialidades. Y la idea misma del número, subraya el filósofo francés,
es antítesis de la sustancia social. “El número descompone la unidad, liquida la identidad”. La subversión del voto es más profunda de lo que se piensa: no representa el
peligro de la irrupción popular sino la imposibilidad del Pueblo.2
La condición democrática es la fragilidad. La democracia es arquitectura de arena, abismo, incertidumbre, fugacidad, indecisión. Ahí, tal vez, incuba el germen totalitario. Si
la democracia es un problema, el totalitarismo fue su solución más radical. Sólo entendemos el totalitarismo —y el populismo, agregaría— si comprendemos la naturaleza de
los desafíos que nos lanza el régimen democrático. Totalitarismo y populismo son dos formas de rehuir sus exigencias. El totalitarismo es visto por Lefort como una
transformación en el estatuto de lo político. Igualmente, una mutación simbólica. Un partido se apropia del poder y condensa, en su esfera, la ley y el saber. Sólo un partido
conoce el sentido de la historia, la dirección del futuro, el funcionamiento de la sociedad. La realidad es lo que el partido decreta como tal. La lógica de identificación y de
unidad se impone: el Estado y la sociedad son una y la misma cosa. El proletariado carece de divisiones; el partido expresa sus deseos sin alteración alguna, el egócrata
encarna al partido y a la clase trabajadora. Bajo el totalitarismo se vive una tentativa de fijar de una vez y para siempre los fines y los principios de la sociedad, apropiarse y
condensar en un núcleo el poder, la ley y el conocimiento. Lefort recuerda en su ensayo sobre la lógica totalitaria una línea de Trotski. Frente a las prácticas de Stalin, la
expresión de Luis XIV es casi una fórmula liberal, dijo. Al decir “El Estado soy yo”, el rey se identificaba sólo con el poder político. El totalitarismo no se conforma con eso:
“A diferencia del Rey Sol, Stalin puede decir con todo derecho: ¡la Sociedad soy yo!”.
El totalitarismo revive la ficción de la unidad. No hay división en el pueblo ni hay distancia del Estado. La única separación que existe es la que se abre entre el pueblo y sus
enemigos. El otro no somos nosotros: son los remanentes del pasado o las amenazas del extranjero. El enemigo siempre está fuera. Como sea, el totalitarismo es respuesta a la
indeterminación democrática: la seducción de la certeza. Lefort vio el totalitarismo como el hijo impaciente de la democracia, el hijo que se hartó del titubeo permanente y se
entregó a su necesidad de orden. Por eso Lefort no creyó que la historia del comunismo fuera historia. En su último trabajo3 regresó al comunismo diez años después del
derribo del Muro, presentándolo como advertencia. Lo era, no porque pudiera resurgir nuevamente como dictadura burocrática, sino porque el proyecto cuenta
admirablemente la historia de los dilemas democráticos. Leer a Lefort hoy no es recordar los horrores del siglo XX, es reconocer los aprietos del presente. El suyo es un
punzante alegato contra el liberalismo de mecedora.
Jesús Silva-Herzog Márquez. Profesor del Departamento de Derecho del ITAM. Entre sus libros: La idiotez de lo perfecto y Andar y ver.
1 The King’s Two Bodies, A Study in Mediaeval Political Theology, Princeton University Press, 1997.
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01/03/2011
Nexos - La democracia de Lefort
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2 “La imagen del cuerpo y el totalitarismo”, en La incertidumbre democrática. Ensayos sobre lo político, Anthropos, Barcelona, 2004.
3 Complications. Communism and the Dilemmas of Democracy, Columbia University Press, 2007.
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01/03/2011
Nexos - Respuesta a Trejo Delarbre
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Fecha: 01/02/2011
Respuesta a Trejo Delarbre
M
éxico, D.F., a 10 de enero de 2011
Dr. Héctor Aguilar Camín
Director General de la revista nexos
Presente
Estimado Dr. Aguilar:
Hemos leído con atención el artículo “Dados cargados” del Sr. Raúl Trejo Delarbre, publicado en la edición de enero de la revista nexos, en la que hace una valoración sobre
el futuro de las telecomunicaciones en México. En dicho artículo, el autor maneja información imprecisa y falsa respecto al pago que Nextel ha realizado y realizará por la
concesión otorgada como producto de su participación en el proceso de Licitación 21 del espectro radioeléctrico.
En beneficio de los lectores de tan prestigiada revista, consideramos indispensable aclarar por qué la afirmación contenida en
el inciso 4 de la colaboración referida, acerca de que nuestra empresa “paga 28 veces menos” que otros operadores por un
segmento de la misma extensión (30 MHz), resulta falsa y manipulada:
• Nextel de México es subsidiaria de la estadunidense NII Holdings, empresa 100% pública que cotiza en la bolsa de valores
NASDAQ (NIHD) y pertenece a su Index 100. Como empresa pública con sede en los Estados Unidos, estamos sujetos a
estrictos controles en materia de políticas de anticorrupción, respondemos a la Securities and Exchange Commission (SEC, por
sus siglas en inglés) y tenemos como política que todas las actividades de negocios internacionales se realicen en apego total
con el U.S. Foreign Currupt Practices Act (FCPA), “Acta de Prácticas de Corrupción para Extranjeros de los Estados Unidos”,
así como con las leyes locales de países extranjeros en los cuales NII, sus subsidiarias y los empleados tengan actividades.
• Con base en lo anterior, el 18 de octubre pasado Televisa y NII Holdings (Nextel de México) anunciaron la terminación del
acuerdo de inversión, bajo el cual Televisa adquiriría una participación en el capital de Nextel de México, en el caso de
ganarse la concesión del espectro de 30 MHz. Dicha terminación fue registrada ante la SEC mediante formulario 10-Q del
tercer trimestre de 2010 presentado el 9 de noviembre de 2010 y ante las autoridades mexicanas, tal y como dispone el numeral
1.14 de los títulos de concesión para instalar, operar y explotar una red pública de telecomunicaciones otorgado por la
Secretaría de Comunicaciones y Transportes a las empresas ganadoras de la Licitación 21 de conformidad con la fracción IV
del artículo 26 de la Ley Federal de Telecomunicaciones.
• El precio del espectro para cualquier competidor en una licitación es la suma de dos factores que constituyen las posturas
económicas ganadoras: el “guante” o “enganche”, y los derechos anuales que se deben pagar por los MHz concesionados, no
únicamente el enganche como se sugiere en el artículo.
• Ningún tramo del espectro correspondiente a la Licitación 21 —incluido el obtenido por Nextel— se asignó a un precio inferior al establecido como base por la autoridad.
• Un tercer factor que resulta criterio fundamental para determinar de manera objetiva el precio del espectro es la inversión que cada operador deberá hacer para poner en uso
el espectro que ganó, es decir, la inversión para el despliegue de su red, lo cual ya no necesitan hacer los operadores mayoritarios y consolidados.
• Con base en lo anterior, a continuación se detalla el precio que los tres operadores mencionados en su artículo pagarán por el espectro concesionado, respectivamente:
Empresa Guante + Derechos Guante + Derechos
VALOR PRESENTE VALOR CORRIENTE
Telefónica $3,289,711,523 $6,421,826,400
Telcel $8,505,330,244 $15,825,822,800
Nextel $6,907,592,767 $17,360,200,200
TOTAL $18,702,634,534 $39,607,849,400
Empresa Guante + Derechos + Inversión Guante + Derechos + Inversión
VALOR PRESENTE VALOR CORRIENTE
Telefónica $4,702,599,319 $8,290,647,400
Telcel $10,508,738,473 $18,475,722,800
Nextel $20,856,376,430 $35,810,200,200
TOTAL $36,067,714,222 $62,576,570,400
Tomando en cuenta estos tres elementos señalados (guante o enganche, derechos e inversión), la erogación real que hará Nextel resulta mayor en 5,500 mdp que la que
realizarán los dos operadores dominantes referidos (Telcel y Telefónica), los cuales también ganaron espectro en el segmento competido de bloques de 10 MHz, y que
acaparan más del 90% del mercado actualmente.
Cabe aclarar que el Congreso de la Unión, conocedor de las importantes inversiones que se requieren para operar el bien concesionado, autorizó beneficios fiscales que fueron
aprobados por ambas cámaras y publicados por el Ejecutivo Federal en el Diario Oficial de la Federación, incluso con anterioridad a que se conocieran las bases de Licitación
21.
En uso de sus facultades, la Cámara de Diputados aprobó una “vactio legis” en el pago de derechos con el objeto de estimular el desarrollo de una banda virgen (la de 1.7
GHz), ya que el despliegue en esta banda es aún costoso dada la poca disponibilidad de tecnología que se tiene en México. Esta medida aplica por igual para Nextel, Telcel y
Telefónica.
De acuerdo con lo anterior, observamos que en el artículo se omite mencionar el costo relativo al pago de derechos e inversión, manipulando así el dato referente al enganche,
como si éste fuera el único pago que Nextel hiciera por la concesión, lo cual es absolutamente falso.
En nuestra consideración, resulta muy importante que la opinión pública cuente con todos los elementos que le permitan formar un juicio veraz y objetivo en un tema que
involucra un mercado de consumo tan extenso, por lo que nos reiteramos a su disposición para alimentar el análisis y contribuir así a que los lectores de nexos cuenten con
información completa y veraz respecto de un tema de interés nacional.
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01/03/2011
Nexos - Respuesta a Trejo Delarbre
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Por último, resulta pertinente destacar otros datos importantes relacionados con el proceso de Licitación 21, que sin duda apoyarán la formación de un juicio más completo y
objetivo a los lectores, en su calidad de consumidores del mercado de telefonía móvil:
• La participación de Nextel en el proceso de Licitación 21 estuvo plenamente apegada a la legalidad y cumplió con todos los requisitos y ordenamientos legales vigentes para
obtener la concesión del espectro.
De acuerdo con el informe publicado por Transparencia Mexicana, Organización No Gubernamental que fungió como testigo social en el proceso de la Licitación 21, éste se
desarrolló “en cumplimiento al marco jurídico mexicano” y las bases fueron congruentes con el objetivo de “incentivar la competencia para bajar los precios de las tarifas y
promover la introducción de más servicios”.
• Al menos 25 sentencias definitivas del Poder Judicial interpuestas casi en su mayoría por un solo competidor, se han resuelto a favor de la Licitación 21 por considerarla un
proceso en beneficio del interés público.
Nextel sigue firme en su proyecto de inversión por más de 19,000 millones de pesos para desarrollar la infraestructura necesaria, para crear más de 7,300 nuevos puestos de
trabajo y brindar nuevos y mejores productos para los usuarios mexicanos, quienes podrán beneficiarse con mejores tarifas, fruto de una mayor competencia en el mercado.
Atentamente,
Cristina Ruiz de Velasco Alcayaga
Directora de Relaciones Institucionales
Nextel de México
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01/03/2011
Nexos - ¿Algo que no sepamos? Casi todo
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Fecha: 01/02/2011
¿Algo que no sepamos? Casi todo
Antonio Azuela
El brusco incremento de la tasa nacional de homicidios en los últimos años, que como nos ha hecho ver Fernando
Escalante contrasta con el descenso sostenido que había tenido en las dos décadas anteriores, debería provocar una
movilización de las ciencias sociales. Si se produce esa movilización, para tener éxito requerirá no solamente muchos
recursos y muchos investigadores comprometidos en esa tarea por varios años. Será necesario combatir ciertos supuestos
que dominan la conversación sobre el tema y, sobre todo, hacerse cargo de algunos dilemas en la definición misma del
objeto de investigación, como trataré de argumentar en lo que sigue.
Lo primero que hay que enfrentar es la creencia de que entendemos lo que está pasando. Sospecho que lo que sabemos,
o más bien lo que creemos saber sobre el crimen, viene sobre todo del cine y la novela. Pensemos en la película reciente
El infierno, que puede ser verosímil cinematográficamente, pero que difícilmente podría sustituir al análisis riguroso de
la situación que se requiere para la definición de políticas públicas. Para llegar a ese tipo de análisis necesitamos cambiar
nuestras certidumbres por dudas, por preguntas de investigación. Y, entre ellas, una muy importante tiene que ver con el
orden local, es decir, con preguntarse cuáles son las condiciones sociales de la criminalidad, tal como se manifiestan en
lugares concretos. La importancia de la dimensión local se puede justificar de muchas maneras. Baste con decir,
primero, que las tasas de criminalidad están fuertemente concentradas en ciertas regiones y lugares; segundo, que casi
por definición el orden local no es igual en todas partes y que por lo tanto diferentes condiciones socioterritoriales
influyen de manera distinta sobre la criminalidad. Y, tercero, que toda política de seguridad definida desde el plano
nacional supone, para su puesta en práctica, intervenir desde fuera en arreglos locales previamente existentes, o sea,
sobre un orden establecido. Si queremos que esa política no tenga efectos contraproducentes, de algo tiene que servir el que sepamos algo sobre dicho orden.
Pero ¿de qué está hecho el orden local? Lejos de pretender desarrollar aquí una definición abstracta, me limitaré a tomar un ejemplo: el de las señoras de Salinas. Quienes
viajan por carretera de Acapulco a Zihuatanejo tienen que cruzar muchos pueblos y en cada uno de ellos tienen que detenerse ante una sucesión interminable de topes.
Protuberancias del mismo material que la propia carretera, pero que no fueron puestas por las mismas constructoras que hicieron la carretera y que expresan, a su manera, una
resistencia local frente al riesgo que trae la carretera misma —sólo así pueden asegurar, quienes ahí viven, que los automovilistas pasarán más despacio—. Y la autoridad
encargada de administrar la carretera tiene que aceptarlos, aunque sea de mala gana; el “arreglo de los topes” es la primera manifestación del orden local. Pero hay un pueblo
en particular, en el que el turista aprovecha un tope para detenerse a comprar —sin bajarse del auto— un kilo de sal a una señora que se lo entrega desde una mesita colocada
a la orilla de la carretera —violando el “derecho de vía” que establece la legislación administrativa—. La sal proviene de una salinera cercana que, además de dar su nombre
al pueblo, seguramente se explota sin contar con la concesión prevista por la ley minera. Y la compran porque les gusta creer que “de ésta no hay en el súper”.
Si nuestros viajantes fueran antropólogos y se quedaran unos meses en Salinas, seguramente podrían ofrecernos una etnografía que nos ayudaría a entender cómo es que esa
señora, igual que otras 30 a lo largo del pueblo, puede ganarse la vida vendiendo sal kilo a kilo (probablemente es una pequeña prebenda que obtuvo un ejidatario para su
hermana viuda ¿y las otras?), así como los arreglos que permiten al comisariado ejidal intervenir en la explotación de la sal, en la construcción del tope, en la gestión del
alumbrado público y en un montón de cosas más de la vida en Salinas. Todo eso en una relación, a veces amigable y a veces conflictiva, con las autoridades municipales y en
un marco de dudosa legalidad.
A veces ese orden parece invencible, como cuando se presenta, solo, un inspector federal para identificar a quienes están explotando la salinera sin concesión y notificarles el
inicio de un procedimiento administrativo en su contra. Seguramente lo mandarán con cajas destempladas si no es que lo retienen unas horas hasta que firme el acta en la que
se compromete a respetar los usos y costumbres de la región. Sin embargo, el mismo orden parece extremadamente frágil cuando la autoridad no se aparece bajo la forma de
un humilde inspector, sino la de un comando armado que no sólo patrulla la región sino que de vez en cuando despliega su capacidad de fuego. Es más, es difícil pensar que
una intervención de ese tipo no provoque un cambio profundo en el orden local.
Pero todo esto no es más que una conjetura, lo que necesitamos es un programa serio de investigación social que nos ayude a entender mejor de qué está hecho y cómo se
transforma el orden local. Para construir un programa así contamos en primer lugar con los antropólogos, que tienen la capacidad para reconstruir un orden local y ofrecer una
“descripción densa” de los rasgos más importantes de ese orden, aunque hasta ahora ha sido muy raro que esas descripciones hayan ido más allá de círculos académicos más
bien reducidos. El reto consiste en articular esas contribuciones con las de otras disciplinas, como el derecho. Se trataría de preguntarse acerca de la relación entre el orden
local (entendido como un orden social) y el orden jurídico. Y es fácil proclamar la necesidad de una investigación interdisciplinaria, pero es muy difícil superar las brechas
que existen entre las disciplinas sociales. Para integrar el análisis jurídico al del orden social se presenta un obstáculo enorme en el hecho de que, dentro de la disciplina
jurídica, impera una visión estrictamente normativa. No me refiero a que su objeto de análisis sean las normas del sistema jurídico, sino que la intervención del jurista suele
dirigirse a indicar qué es lo que debiera ocurrir, no qué es lo que efectivamente ocurre. Pasar de una disciplina a otra es como viajar de un mundo a otro; más precisamente, es
como viajar de una manera (descriptiva) de ver el mundo a otra (prescriptiva).
El problema está en que el orden local no es algo que se opone al orden jurídico como si fuesen universos distintos. Muchos de los rasgos del orden local no se explican fuera
del orden jurídico. El poder que ejerce el comisariado ejidal de Salinas no se explica solamente porque ahí “sus chicharrones truenan”, ya que en gran parte ese poder depende
de procedimientos que se ventilan en sedes lejanas a la localidad, por burocracias que se rigen por sus propias lógicas —en ese caso, la lógica del derecho agrario—. Y no
importa que el régimen jurídico agrario aparezca “distorsionado” en esa realidad local, el caso es que está ahí y que los actores lo usan todo el tiempo; el orden local está
fuertemente impregnado de juridicidad. En el caso de las señoras de Salinas, para vender su sal ellas ya podrían tener enormes tiendas hechas de materiales permanentes
(porque están las remesas que envían sus hijos desde el otro lado) y no sólo una mesita, si no estuviesen sobre el derecho de vía.
Ahora bien, no sólo es importante investigar los diferentes tipos de orden local que existen en México. También, y como parte de la misma búsqueda, es necesario entender lo
que ocurre en otras partes. Y ahí surge una pregunta incómoda: ¿cómo es el orden local en relación con el crimen en lugares como Berlín, Estocolmo o Nueva York? Y, en
particular, ¿cómo funciona ese orden (incluyendo, desde luego, lo que hacen o dejan de hacer los encargados de hacer cumplir la ley) para que sea posible el transporte y el
consumo de enormes cantidades de estupefacientes con un número relativamente bajo de muertos? Seguramente, conceptos como el de “hacerse de la vista gorda” tendrán que
ser reemplazados por categorías analíticas más finas para comprender el papel de la policía en un entramado social. Resulta sorprendente lo difícil que es encontrar en una
librería un trabajo académico que nos explique cómo funciona eso. Otra vez, lo que circula son las imágenes de Jean-Paul Belmondo, Gene Hackman o el Cochiloco de El
infierno, según la edad.
El problema con esas preguntas es que parecen traer consigo el riesgo de justificar las prácticas ilegales de las policías locales que hacen posible el narcotráfico. Y no es esta
una cuestión de método científico; es una cuestión estrictamente ética que afecta de manera definitiva el modo en que se construye una agenda de investigación. Quienes
quieran averiguar cómo hace la policía de Chicago para que no haya tantos muertos como en Ciudad Juárez (sobre todo cuando la mercancía que ven pasar es la misma)
quedarán expuestos a la crítica de quienes piensan que explicar un fenómeno equivale a justificarlo. Por cierto, en el México de hoy, quienes formulan esas preguntas se
exponen al riesgo de aparecer como voceros del antiguo régimen.
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01/03/2011
Nexos - ¿Algo que no sepamos? Casi todo
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El asunto no es trivial cuando se trata de integrar la investigación antropológica y la jurídica. Un botón de muestra es la postura de Luigi Ferrajoli, uno de los juristas más
influyentes de esta generación, para quien la teoría de los sistemas sociales trae consigo el riesgo de justificar las prácticas jurídicas que se alejen del paradigma de los
derechos fundamentales. Y es verdad que toda explicación puede, bajo ciertas circunstancias, ser utilizada como justificación. Pero ¿eso es una razón para abandonar un
programa de investigación que puede darnos las mejores respuestas posibles sobre lo que está pasando? Antes de la publicación de los “nuevos números” sobre el homicidio
en México ésta era una discusión estrictamente académica. Hoy que sabemos que se ha interrumpido bruscamente el descenso en la tasa de homicidios (que es un indicador
nada menos que de un proceso civilizatorio) y que el incremento de los homicidios se ha dado sobre todo ahí donde el ejército mexicano ha desplegado su “guerra”, tenemos
que reconocer que estamos ante un asunto público de la primera importancia. Y el dilema es muy simple: ¿queremos entender lo que pasa o nos basta con invocar el
imperativo moral de cumplir con la ley con los ojos cerrados?
Por mi parte, creo que hay que correr el riesgo de lo que para muchos podrá ser una explicación cínica. Y la principal razón para ello es que es posible elegir entre varias
opciones de políticas públicas, porque la ley se puede cumplir de varias maneras —por eso los operadores del derecho se enfrentan todo el tiempo con dilemas—. Saber cuál
de ellas tendrá un efecto menos disruptivo del orden local, es decir, cuál provocará menos muertes, parece ser una justificación más que suficiente para hacerse cargo de
preguntas que, en ciertos círculos, serán incómodas. Pero lo cierto es que sabemos muy poco, casi nada, de esto; y la admisión de nuestra ignorancia es una condición
indispensable para emprender un auténtico programa de investigación.
Antonio Azuela. Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
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01/03/2011
Nexos - El crimen no es el problema
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Fecha: 01/02/2011
El crimen no es el problema
Ana Laura Magaloni Kerpel
C
ontar con un buen diagnóstico es un requisito indispensable para diseñar cualquier política pública. Todo buen diagnóstico, además, distingue con precisión las causas de
los efectos. Estas premisas tan elementales no se cumplen cuando hablamos de las políticas en materia de seguridad en México. El espléndido ensayo de Fernando Escalante
“La muerte tiene permiso” (nexos, enero 2011) lo plantea con claridad: no hay un diagnóstico sobre las causas que han detonado la ola de violencia que vive el país y, frente a
los datos duros, la explicación oficial —“se están matando entre sí”— resulta simplista, insuficiente e incompleta.
Sabemos que hay un problema, pero no de qué está hecho. Los datos del INEGI analizados por Escalante dan
cuenta de ello. La tasa nacional de homicidios de 2008 y 2009 rompe la tendencia a la baja sostenida de los 20 años
anteriores y lo hace de un modo vertiginoso. La tasa aumenta 50% en 2008 respecto de 2007, y otro 50% en 2009
respecto de 2008. Bastaron dos años para que alcanzáramos otra vez el nivel más alto de violencia de las últimas dos
décadas: 18 homicidios por cada 100 mil habitantes. En términos absolutos, 2009 tuvo el mayor número de
homicidios de nuestra historia reciente: 19 mil 809. Todos sabemos que, aunque aún no existan datos oficiales
disponibles, el 2010 va a ser aún peor. No hay la menor duda: estamos ante una espiral de violencia que no
entendemos bien de qué está hecha ni cómo frenarla.
Esta violencia no es homogénea. Más bien se ha concentrado en algunos estados. La variable más importante que
encuentra Escalante es que las entidades en donde han existido operativos de las fuerzas federales entre 2007 y 2009
tienen una tasa de homicidios muy superior al resto del país. La brecha es enorme. Si se dividen las entidades
federativas en dos conjuntos —las que han tenido operativos y las que no—, en las primeras la tasa de homicidios
durante 2009 fue de 44 por 100 mil habitantes, mientras que en las segundas fue de 10. De ese tamaño ha sido el
impacto del despliegue militar y policial en las entidades en cuestión. El caso de Chihuahua es el más impresionante:
pasaron de una tasa de 14.4 por cada 100 mil habitantes en 2007 a una de 108.5 en 2009.
Frente a estas cifras la explicación oficial resulta demasiado simplista. Parece poco probable que estos movimientos tan bruscos sólo tengan que ver con las estrategias
predatorias de los grupos criminales rivales. Sin duda una parte de los homicidios sí tienen que ver con ello, pero no todos. Necesitamos desagregar el problema para saber
qué está pasando.
Escalante pone una hipótesis sobre la mesa: se trata de la ruptura del orden local, de la crisis del poder municipal y, en particular, de sus cuerpos policíacos. En nuestro país,
como en cualquier otra parte del mundo, el orden y la gestión de la conflictividad social requieren de una policía capaz de organizar los mercados ilegales e informales que
son muchos y de varios tipos, no sólo el de la droga. La policía municipal es la que ha gestionado dónde y quiénes pueden vender droga. También pone orden entre los
vendedores de piratería, contrabando o cosas robadas. Controla al que tiene su puesto de comida en la calle o inclusive define quiénes pueden pedir limosna en los semáforos
u operar como franeleros en algunas esquinas. Según me han comentado las propias autoridades, ello funciona de forma sistémica y ordenada: todos los “vendedores” en el
mercado de la ilegalidad o la informalidad pagan una cuota al policía municipal encargado de la zona, quien a su vez le paga una cuota a su superior jerárquico. Nada nuevo
para quienes vivimos en México.
Lo que parece menos trivial es determinar en qué momento ese viejo equilibrio social dejó de funcionar y por qué. El presidente Calderón sostiene que en algunas partes del
país la policía municipal ya estaba bajo las órdenes de un grupo criminal y por ello fue sustituida por fuerzas federales. Aun asumiendo que ello es así, ¿por qué la estrategia
actual contempla la posibilidad de terminar con todas las policías municipales a través del mando único? ¿Cómo estima el gobierno federal que se va a gestionar la
conflictividad social producto de los mercados ilegales?
Es profundamente ingenuo pensar que los mercados ilegales pueden desaparecer sin más del mapa nacional. Como bien destaca Escalante: “en cualquier país del mundo hace
falta una fuerza pública arraigada localmente para organizar esos mercados, porque no van a desaparecer, y porque implican transacciones cotidianas, regulares, en las que
participa buena parte de la sociedad”.
La hipótesis de Escalante sugiere que el gobierno federal, bajo una concepción bastante infantil sobre Estado de derecho, no ha entendido de qué está hecho el orden local y
cómo la policía municipal y su gestión de los mercados informales e ilegales son algunos de los pilares en los que se sustenta dicho orden. Si se quiere sustituir dicho orden
por uno nuevo, al menos hay que saber cómo funciona y qué lo sostiene.
Los franeleros en el DF son un buen ejemplo de ello. Los franeleros controlan espacios de estacionamiento públicos. Eso es ilegal. Lo hacen, además, en complicidad con la
policía preventiva, quien reparte los espacios y recibe una cuota semanal a cambio. Eso también es ilegal. Los automovilistas tienen que pagar al franelero por estacionarse en
un espacio público; a cambio, aunque los automovilistas no lo sepan, es mucho menos probable que les roben el coche o el espejo retrovisor. Si las autoridades quitasen de un
día para otro a los franeleros, es posible que se rompiera el equilibrio existente y que comenzara a aumentar el robo de coche o de autopartes. Dicho de otra forma, los
franeleros, además de ser una lata para los automovilistas y una fuente de corrupción de policías preventivos, limitan el espacio de acción de los que roban autopartes y
coches. Es decir, son, en algún sentido, generadores de orden.
Con esto no quiero hacer una apología de la ilegalidad ni de la informalidad. Lo que quiero destacar son dos cosas. En primer término, hay que entender a fondo la compleja
arquitectura del orden local, cuáles son los actores y las instituciones formales e informales que generan orden. Sin ese entendimiento, lo que pueden parecer políticas
razonables en términos del Estado de derecho (por ejemplo, sustituir a franeleros por parquímetros) puede tener consecuencias negativas no esperadas (aumento del robo de
coches). En segundo término, y este es el argumento de fondo, en cualquier parte del mundo hay espacios de tolerancia a la ilegalidad a cambio de que la violencia se
mantenga a raya y eso parece ser el punto ciego de la estrategia del gobierno federal.
En su espléndido libro Crime is Not the Problem, los profesores Franklin Zimbring y Gordon Hawkins lo explican de la siguiente manera: “invertir nuestros esfuerzos y
recursos materiales sobre el espectro completo de conductas criminales en Estados Unidos es pelear una guerra equivocada”.1 El problema del crimen se debe circunscribir a
la violencia, sobre todo, a la violencia letal. Es el crimen violento, y no todo el amplio espectro del mundo de la ilegalidad, lo que más impacta negativamente la calidad de
vida de los ciudadanos.2
En ese mismo libro, Zimbring y Gordon destacan dos cosas que me parecen útiles para México. La primera tiene que ver con los ciclos de violencia: la tolerancia social a la
violencia letal genera más violencia. Zimbring y Hawkins utilizan este argumento en torno a las laxas políticas norteamericanas de venta, portación y utilización de armas de
fuego. Sin embargo, la misma lógica de su argumento se pude utilizar en el caso de México: cuando desde el propio gobierno, los medios de comunicación y opinión pública
se asume con ligereza que es un daño colateral que se maten entre sí los propios criminales, lo que se está generando es tolerancia social a la violencia letal y ello detona más
violencia. Si el homicidio se justifica en un contexto, ¿por qué no se puede justificar en otros? La muerte, como diría Escalante, tiene permiso.
El segundo argumento de Zimbring y Hawkins es que las instituciones policiales y de justicia penal tienen que servir para mandar un mensaje claro a la sociedad: el crimen
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Nexos - El crimen no es el problema
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violento es mucho más grave que el no violento. No es lo mismo vender droga que secuestrar; tampoco es igual ser un sicario que un contrabandista. El gobierno federal, la
prensa y la opinión pública han dejado de hacer estas importantes diferencias. Todos por igual forman parte de la ambigua categoría de “crimen organizado”. Y contra el
crimen organizado vale todo.
Pocas veces se puede decir que es urgente que se genere mucho más conocimiento empírico útil en las ciencias sociales. Hoy es el caso en torno al problema de la violencia y
las políticas de gestión de la conflictividad en México. La academia tiene una enorme asignatura pendiente.
Algunos piensan que la cosa no es tan grave. Sostienen que la tasa de homicidios en México es todavía mucho más baja que la de los países más violentos de la región. Se
equivocan. Lo que preocupa no sólo es la tasa de homicidios per se, sino también, y sobre todo, la forma vertiginosa en la que ésta ha aumentado. Las espirales de violencia
son muy difíciles de contener y de frenar. Es mucho más probable continuar con la inercia ascendente que siquiera aspirar a que la tasa nacional de homicidios se quede en el
mismo punto que la del año anterior. Hay que redefinir la ruta antes de que sea demasiado tarde.
Ana Laura Magaloni Kerpel. Profesora investigadora de la División de Estudios Jurídicos del CIDE.
1 Crime is Not the Problem: Lethal Violence in America, Oxford University Press, 1997, p. 1
2 Ibíd., pp. 5-87.
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Nexos - ¡Exijo una explicación! (¡plop!)
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Fecha: 01/02/2011
¡Exijo una explicación! (¡plop!)
Claudio Lomnitz
“¡Exijo una explicación! (¡Plop!)”.
Así terminaban las tiras cómicas de Condorito que yo leía de niño. Y así comenzamos este 2011, tras la lectura del
impresionante trabajo de investigación que presenta Fernando Escalante con el título “La muerte tiene permiso:
Homicidios 2008-2009”.
Hay muchas preguntas que surgen de su texto —no al autor, que no podría ser más escrupuloso—, sino al gobierno y a
los medios. Se trata de preguntas cuyas respuestas tienen implicaciones de vida o muerte. Hay, en esta historia, un tema
de responsabilidad grave, que atañe al presidente de la República y a los ministros y subsecretarios dedicados al tema
de la policía (en el sentido amplio de la palabra), y de forma secundaria, pero también clarísima, a los medios. La
sorpresa que provoca la lectura de este estudio es evidencia en sí misma de la falta abismal de responsabilidad frente al
deber de conocer la materia sobre la que se toman decisiones de vida o muerte.
Vamos por partes.
Ya el primer trabajo de Escalante acerca de los números de homicidios en México (“Homicidios 1990-2007”,
publicado en nexos en septiembre de 2009) dejaba una serie de preguntas básicas, que no han sido contestadas aún. En
ese estudio, que es igual de notable que el que nos presenta ahora, Fernando Escalante mostró, contra la impresión
generalizada, que a nivel nacional las tasas de homicidios habían disminuido muy sensiblemente entre 1990 y 2007.
Aclaró, además, que se trataba de una tendencia secular —es decir, de una tendencia paulatina y constante— salvo en algunos territorios específicos, donde la violencia había
aumentado. A inicios del siglo XXI las tasas de homicidios en México se acercaban muchísimo más a las de Estados Unidos que a las de los países sudamericanos más
violentos con los que frecuentemente se le comparaba (Colombia, Venezuela o Brasil, por ejemplo).
En su momento, esos hallazgos me impresionaron mucho, y por varios motivos. El primero fue que quedó en evidencia que si a un investigador independiente, como
Fernando Escalante, que es profesor de El Colegio de México, no se le ocurre hacer el estudio sobre la evolución de la tasa de homicidios, nadie lo hace. Impresionaba que el
país entero (y, por consiguiente, el mundo) viviera bajo la impresión de que la violencia no había hecho más que aumentar vertiginosamente desde los años ochenta, cuando a
nivel nacional la tendencia era la contraria. Los medios cubrían la violencia de las zonas donde habían aumentado dramáticamente los asesinatos, y el país —incluidos los
políticos— vivía con la idea de que el aumento de espacio ocupado por la violencia en la prensa reflejaba una tendencia nacional. Pero ¿acaso el gobierno —y las instituciones
abocadas a las políticas públicas— no tendría que haber compilado y analizado los datos presentados por Escalante? Finalmente, los datos que utiliza son del INEGI; es decir,
que el propio gobierno los genera. La primera sorpresa del estudio de 2009 fue que el gobierno no utiliza sus propios datos, y que no monitorea de oficio el desarrollo de las
tendencias que tendrían que ser claves para el diseño y justificación de su política.
Sin la iniciativa de Escalante —que al principio parecía ser hasta una necedad— la sociedad mexicana entera hubiera seguido haciendo extrapolaciones a partir de notas de
prensa. “Finalmente, rebuznábamos, ¿para qué estudiar los datos de homicidios, si todos ‘ya sabemos’ que ha aumentado la violencia exponencialmente? ¡Ahí está Ciudad
Juárez! ¡Ahí está Tijuana! ¡Ahí está Michoacán!”. Pues sí. Pero resulta que esas zonas eran, hasta hace poco, excepcionales, y que en la mayor parte del país, las tazas de
homicidios bajaban año con año. Para 2006 la probabilidad de morir asesinado en México era muy parecida a la de Estados Unidos.
¿Y el gobierno? Muy bien gracias. Guiándose, aparentemente, por la lectura de El Universal, Reforma, La Jornada, etcétera, igual que todos, y sin tomar la iniciativa más
rudimentaria de tener un diagnóstico propio, formulado con los mejores datos que tuviera a su disposición. Esta falta de responsabilidad tuvo consecuencias. Así, por ejemplo,
la guerra contra el narco, lanzada al inicio del gobierno de Felipe Calderón, se montó, en parte, sobre las olas de preocupación popular por el aumento en la inseguridad —que
se sucedieron unas a otras desde los años ochenta—. Es decir, había un clima de histeria frente a la violencia que ayudó a legitimar una guerra contra el narco, y resulta que
ese clima se había generado a partir de una realidad profundamente distorsionada por la extrapolación de la nota roja, en forma de rumor. Sobraban motivos para la histeria en
Ciudad Juárez y en Tijuana, y había motivos legítimos de preocupación en otras ciudades, pero había también una tendencia nacional bastante alentadora que se tendría que
haber estudiado, comprendido, y luego cacareado.
Llama la atención, de igual forma, la falta de profesionalismo de los medios: se habían dedicado a la nota roja, preocupándose poco por hacer reportajes de fondo acerca del
contexto. Por lo general, sus páginas de opinión han sido espejo a la noticia, en lugar de servir de contrapeso basado en información experta. El periodismo de investigación
ha brillado por su ausencia.
Esto significó, y sigue significando, que las ejecuciones y la violencia pueden utilizarse fácilmente como instrumento propagandístico. El que manda ejecutar calcula que lo
que hace será noticia, y que esa noticia será la base de un imaginario colectivo que no tendrá contrapeso alguno. Y si deja de ser noticia el asesinato de un sujeto, es cosa de
aumentar el número de ejecutados, y de aumentar los ultrajes —desmembrando, descabezando o haciendo lo que haga falta para que el acto sea público y notorio—. Esto se
ha convertido ya en práctica política estándar de los profesionales de la violencia. Así, por ejemplo, a inicios de enero el presidente Calderón declaró que las muertes violentas
disminuyeron en los últimos meses de 2010; al día siguiente aparecen 15 decapitados en Acapulco. La falta de responsabilidad del gobierno en materia de análisis de datos —
y por consiguiente en su sistema de toma de decisiones— acabó por afectar al propio gobierno.
Por eso, cuando aparece el ensayo de Escalante de 2009, Felipe Calderón y la Secretaría de Relaciones Exteriores tomaron nota, y comenzaron a citar sus resultados en varios
medios nacionales y extranjeros, para hacer contrapeso a lo que aparecía ya como una campaña internacional de difamación de México —es decir, la representación de
México como un territorio peligroso para el turista y el inversionista—. El presidente comenzó a decir, con razón, que se hablaba mal de México. Lo que no dijo es que el
gobierno había fallado en su responsabilidad de generar los datos y el análisis que se necesitaban para “hablar bien”. Tampoco dijo que sus propias decisiones en materia de
seguridad pública se basaban en los mismos prejuicios que la opinión general, pese a que tenía el aparato para generar una visión mejor fundada.
Y ahora viene este segundo estudio de Escalante, lapidario.
Resulta, primero, que entre 2007 y 2009 la tasa de homicidios se disparó a tal punto que se perdió lo que se había ganado en 15 años. Hoy estamos otra vez con índices de
homicidios parecidos a los de 1990 —aunque desde luego fundados en una política de la violencia enteramente diferente, y mucho más amenazante para la paz social—. La
tasa de homicidios de 2009 es más del doble que la de 2006. Segundo, Escalante demuestra que hoy el territorio mexicano se divide en zonas hiperviolentas, y zonas en que la
violencia ha aumentado, pero en menor escala. Por último, Escalante señala que el aumento exponencial del homicidio no se ajusta a la geografía de territorios o plazas de
narcos.
Por segunda vez, la cuidadosa investigación de Escalante nos toma por sorpresa, aunque esta vez no porque dudáramos que en estos tres años haya aumentado la violencia —
todos lo sabíamos— sino, primero, por la magnitud de lo que describe, que excede con mucho las cifras oficiales y de la prensa, y sobre todo porque este segundo estudio
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01/03/2011
Nexos - ¡Exijo una explicación! (¡plop!)
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hace dudar de las tesis oficiales y de la prensa respecto de la naturaleza misma del fenómeno que enfrentamos.
El primer estudio de Escalante demostró que no conocíamos ni los datos más básicos respecto de las tasas nacionales de homicidios, y que mentalmente la opinión pública y
el gobierno eran presa de la nota roja. El segundo estudio demuestra que la explicación general de la violencia desde 2006 no cuadra con los datos. O mejor dicho, que la
explicación oficial de ninguna manera basta para explicar los datos. Por eso los lectores de este magnífico trabajo de investigación quedamos como en los cuentos de
Condorito: totalmente sorprendidos (¡plop!), y exigiendo una explicación.
La falta de correspondencia entre los datos existentes y la explicación general del homicidio es tal, que Escalante se toma la molestia de ofrecer una hipótesis alternativa.
Nótese, que tras de decenas de miles de muertos, estamos recién en la fase de armar hipótesis.
Concluyo mi comentario centrándome en algunos puntos que me interesan de manera particular.
Transparencia versus responsabilidad. Fernando Escalante plantea una hipótesis que podría explicar los resultados de su estudio. La idea es que la guerra contra el narco ha
sido también una guerra contra de las policías municipales, y que la desaparición, intervención o intimidación de los cuerpos policiales locales (muchos de ellos corruptos,
pero en algún grado efectivos) puede haber generado un desbarajuste en los múltiples arreglos informales que eran la base del orden social.
No abundo demasiado en la hipótesis, que Escalante presenta con toda claridad. Se trata de explorar la posibilidad de que el fermento social y de opinión que ha habido a
favor de la construcción de un “Estado de derecho” como principio sagrado, independientemente de las realidades concretas en que opera el Estado, y, sobre todo, la elevación
de la transparencia como valor máximo de la democracia, hayan generado una especie de alergia de elite contra la corrupción, que llevó al gobierno a hacer a un lado a
quienes estaban encargados de regular las prácticas cotidianas de buena parte de nuestra economía.
La economía de México siempre ha estado alimentada, en un porcentaje muy elevado, por la economía informal, donde abundan vendedores ambulantes, contrabandistas,
paracaidistas, franeleros, operadores sin licencia, etcétera. Esta realidad implica la existencia de todo un sistema, de una regulación informal corrupta, en mayor o menor
medida, donde se negocian los términos de tolerancia o intolerancia a prácticas que quedan fuera de la ley. La hipótesis de Escalante es que el debilitamiento o eliminación de
cuerpos policiales municipales fracturó los arreglos de ese sistema, y que eso ha generado una situación de violencia difusa y hasta el momento poco comprendida: la prensa
sumaba 22 mil casos de homicidio por pleitos del narcotráfico entre 2007 y 2009, pero la cifra total de homicidios alcanzaba los 43 mil. Evidentemente, hacen falta estudios
para confirmar o rechazar la hipótesis de Escalante, y para poner en su justa dimensión la explicación que hasta ahora han tenido el gobierno y los medios. Sin embargo, una
conclusión que ya quedó en evidencia es que la transición democrática ha traído consigo a una generación que cree que el valor máximo de la democracia es la transparencia.
Los ensayos de Escalante demuestran que existe un valor más importante, y que está muy mal representado en los grupos dominantes de la actualidad (gobierno y medios): la
responsabilidad.
La responsabilidad no es lo mismo que la transparencia, porque la transparencia implica cierto grado de pasividad política —se fijan una serie de reglas (“transparentes”) y el
papel del funcionario se reduce a cumplir las reglas.
Ser responsable implica esferas sustantivas de competencia. Por ejemplo, el secretario de Gobernación tiene competencia sobre la garantía de la paz social. Si un funcionario
es responsable por la paz social, tiene que ver qué hace para que la haya. Su desempeño no se reduce a cumplir reglas, sino a conocer, prever y actuar con efectividad en su
esfera de competencia.
“La muerte tiene permiso: Homicidios 2008-2009” demuestra que la responsabilidad no ha sido el valor supremo ni del gobierno ni de los medios. Ambos han preferido darle
prioridad al valor de la transparencia —buscar reglas claras y quedar como personajes moralmente íntegros que han cumplido con reglas— en lugar de cumplir cabalmente
con su responsabilidad. Prensa y gobierno bailan un vals, donde cada uno presume su pureza —su transparencia— y deja en el olvido el significado de la palabra
“responsabilidad”.
Si no fuera así, a nadie le hubiera caído de sorpresa ninguno de los dos ensayos —verdaderos terremotos— de Escalante. Sismos hechos a partir del estudio detallado de datos
que son del dominio público.
Con este trabajo de investigación se demuestra la importancia urgente de generar conocimientos oportunos, empíricamente confiables, conceptualmente bien fundados. Más
allá de agradecer al autor, y de felicitar a El Colegio de México por haberlo apoyado, la labor de Escalante con las estadísticas de homicidios deja ver que el gobierno y la
prensa llevan años operando sin brújula, y sin siquiera utilizar a fondo las fuentes de información existentes.
Tiempo de etnografía. Ya que el ensayo de Escalante presenta preguntas que exigen explicación, concluyo sugiriendo que para construir las explicaciones que necesitamos es
necesario pasar por la investigación etnográfica. Quisiera explicar brevemente por qué.
Hasta ahora los funcionarios han justificado sus políticas a partir de una mezcla de estadísticas desordenadas y de anécdotas de la prensa. La etnografía no es una cosa ni otra:
implica estudios detallados e intensivos de contextos específicos. A diferencia de un cuestionario, que se basa en respuestas a preguntas estandarizadas y en muestreos
representativos, la etnografía se interesa por la fenomenología —es decir, por las formas en que se estructura la experiencia y la conciencia de grupos específicos—. A
diferencia de la labor periodística, el trabajo etnográfico no se centra en el seguimiento de una noticia, sino en la explicación de un contexto.
Franz Boas, el fundador de la antropología moderna en Estados Unidos, defendía la necesidad de hacer etnografía a partir de una observación simple pero contundente: dos
efectos idénticos pueden ser resultado de dos causas totalmente distintas. Esa premisa llevó al florecimiento de la etnografía a inicios del siglo XX, y me parece que viene
muy al caso a la situación mexicana de inicios del XXI.
Lo que ha mostrado Escalante no es que sea falso que se estén matando entre facciones de cárteles, ni que sea falso que el ejército mata a narcos, ni falso que los narcos maten
a militares, sino que esa violencia no es la única, y que la hipótesis de la competencia por las plazas de distribución de droga no explica ni el número total de muertos ni la
geografía de los homicidios.
Además, presenta que el aumento brutal y vertiginoso de la violencia homicida en México no obedece a una causa única —la competencia entre narcos, y entre narcos y
ejército, por el control de las plazas—. Tenemos, al contrario, múltiples situaciones en que hay un efecto igual o muy parecido (incremento de asesinatos y violencia armada).
Estamos, en otras palabras, en el terreno de Franz Boas. Es el terreno preferido de la etnografía que es hoy materia de investigación urgente.
A partir de este ensayo tenemos causa justificada para exigir una política de responsabilidad, por encima de una fantasía prepotente e ignorante de transparencia. Exigimos
una explicación.
Y mientras esperamos respuesta, tenemos que procesar el significado íntimo y colectivo que tiene para nuestra sociedad la cuenta de decenas de miles de muertos.
Claudio Lomnitz. Director y profesor del Centro para el Estudio de Raza y Etnicidad de la Universidad de Columbia. Es autor de Death and the Idea of Mexico.
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01/03/2011
Nexos - La muerte tiene permiso Reacciones y reflexiones
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Fecha: 01/02/2011
La muerte tiene permiso Reacciones y reflexiones
El ensayo de Fernando Escalante (nexos 397, enero 2011) ha desatado una amplia discusión entre medios, intelectuales y responsables de la seguridad. A continuación
ofrecemos los textos de Claudio Lomnitz, Ana Laura Magaloni y Antonio Azuela, que ponderan los alcances de lo revelado por Escalante.
¡EXIJO UNA EXPLICACIÓN! (¡PLOP!)
Claudio Lomnitz
EL CRIMEN NO ES EL PROBLEMA
Ana Laura Magaloni Kerpel
¿ALGO QUE NO SEPAMOS?
Casi todo
Antonio Azuela
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01/03/2011
Nexos - Triple decímetro
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Fecha: 01/02/2011
Triple decímetro
Ángeles Mastretta
¿
Qué pasaba en el febrero de entonces? Volvíamos al colegio. Habrá hecho frío, como ahora, pero no lo recuerdo. En cambio veo al tío Abelardo, detrás del mostrador de su
papelería, surtiendo las listas de útiles escolares que recogíamos en el colegio unos días antes de la entrada a clases. Me fascinaba ese momento, aún me deslumbra. No se me
olvida el olor suave a papel y madera temblando en la tienda. Se llamaba “La tarjeta” y entonces fue una institución, no un comercio cualquiera. Los dueños eran mi tío
Abelardo y su hermano Basilio quienes, además, tenían una imprenta en la que hacían los cuadernos. En la segunda y tercera de forros estaba escrito el Himno Nacional.
Nuestros cuadernos debían ser delgados, para que la mano al escribir estuviera a la altura del escritorio y no empinada, como había que ponerla para dibujar en las libretas de
cien hojas que sí les permitían a mis hermanos.
En el colegio de las niñas todo estaba previsto. Triple decímetro, le llamaban a la regla en la lista aquella que parecía una carta a Dios. Pluma
fuente Esterbrook punto 2516, cinco lápices Mirado del número tres, dos bicolores, doce pinturas Prismacolor, veinte cuadernos de cuadrícula
grande y veinte de rayas. Sin márgenes (ahí había que ponerlos), sin numerar (ahí había que escribirlos), sin argollas (para que no se pudiera
arrancar lo mal hecho) de pastas blandas (eso sí no sé el porqué). Todo forrado con papel manila de color algo. Para cada grupo y cada año se
ordenaba uno distinto. Nada, ni el tamaño de las etiquetas, podía ser mejor uno que otros. Todas las niñas y todos los libros debían verse
idénticos. Esto de la singularidad, de la codiciada condición de poseer algo disímil, no existía. Y no recuerdo que lo extrañáramos.
Quién era más rica que quién, no era cosa de notarlo en la ropa, ni en los libros. Si acaso en las mochilas. Había niñas con una nueva cada año.
No fui de ésas. La mía era de cuero y para sexto de primaria había perdido la forma y el color pálido. Era oscura y tenía arrugas. Justo lo que
ahora se busca desde el principio: que las cosas parezcan derrotadas, fue lo que sucedió con mi mochila. Entonces la consideré horrible, ahora,
en cambio, venden en Soho unas idénticas en todo, menos en el precio.
Soledad Loaeza leyó hace mucho en no sé dónde, pero debió ser en uno de esos documentos muy serios que ella encuentra perdidos, como
botellas en el mar, una encuesta entre mujeres con éxito en las que se les preguntaba si siempre habían ido a colegio mixto o si, alguna vez, a uno
exclusivo para su mismo sexo. Una mayoría de ellas pasó parte de sus estudios en un colegio sólo de niñas. Parece que tal decisión contó como crucial en los resultados de la
encuesta.
No sé qué tan cierta será esa conclusión, el caso es que, para mí, estar en ese gineceo tuvo su gracia. También sus agravantes. Encontrarse a los quince años con hombres que
no eran de la familia provocaba un estupor hiriente. Eso no lo dice la encuesta, el análisis de la encuesta afirma que una de las razones del éxito entre esas mujeres es que
aprendieron desde chicas a competir sin miramientos, sin favoritismo por los hombres, sin compasión o desprecio por las mujeres. Adivinar. Era tan breve el infinito, tan
pequeño que entonces no traté a muchas niñas que fueran a colegios mixtos. Sólo el Americano, el Alemán y los públicos permitían semejantes desafueros, pero ahí no
enseñaban religión. Y el asunto del rezo importaba muchísimo en una parte de mi mundo. Justo en la parte que luego se volvió libertad de elección. En caso de que haya
libertad para elegir esta desgracia que es no tener a Dios como salvoconducto. Y el tema de la competencia no sé si pasaría por esto de que prevalecer es prestigioso entre los
hombres y mal visto en las mujeres. Eso decía la encuesta, pero cuando yo iba al colegio la competencia era conmigo y con mi madre, con el susto de que no me quisiera, con
el pánico a ser menos buena que el mes anterior. He pasado los últimos veinte años tratando de tenerme clemencia, de perdonarme la tarea y el cuadro de honor. He
conseguido varios de estos éxitos. Las cosas pueden no hacerse, me digo, pueden los márgenes quedar chuecos y las letras disparejas, puedo estar despeinada mientras trabajo
y sentarme sin los dos pies en el suelo, junto uno del otro, derecha la espalda, poniendo los codos en donde caigan. Puedo tomar agua de horchata a media mañana y hacer pipí
sin esperar a la hora del recreo. Puedo no competir por ningún premio, ni vivir con el susto de si el mes que entra me llamarán para el cuadro de honor. Puedo, como en las
vacaciones, correr a cualquier lado y echarme en el jardín a ver pasar las nubes. Puedo no entregar la tarea, no forrar los libros, no preocuparme si pierdo los dieces en
aplicación y puntualidad. Puedo mil cosas, menos volver a cuarto de primaria, con mi triple decímetro, mi emoción por los libros y mis cuadernos sin estrenar. Así los días,
¿qué haré para darle a febrero un matiz de principio?
Ángeles Mastretta. Escritora. Autora de Maridos, Mujeres de ojos grandes y Arráncame la vida.
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01/03/2011
Nexos - Otra de mariposas
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Fecha: 01/02/2011
Otra de mariposas
En el mundo hay 20 mil especies conocidas de mariposas; en los trópicos hay siete mil especies, pero es probable que haya más. La mayor parte de mi trabajo de campo ha
sido en la Serranía de los Yariguíes, en Colombia, una región tan montañosa y remota que a algunas de sus partes sólo se puede llegar por senderos, sobre mulas, durante días.
En esa Serranía he descubierto dos nuevas mariposas, la Idioneurula donegani y la Splendeuptychia ackery. No hay nada como la sensación de descubrir un nuevo espécimen.
Fuente: Blanca Huertas, curadora del Museo de Historia Natural de Londres, Financial Times, julio 10/11, 2010.
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01/03/2011
Nexos - Dos mariposas de Nabokov
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Fecha: 01/02/2011
Dos mariposas de Nabokov
Vladimir Nabokov es mejor conocido como el autor ruso de Lolita, y parecería improbable el hecho de que fuera también un serio lepidopterista; pero tanto las mariposas
como la literatura fueron las pasiones de toda su vida.
Poco después de su llegada a Estados Unidos en 1940, Nabokov se ofreció como trabajador voluntario en el Museo Americano de Historia
Natural. Dirigió investigaciones y publicó su primer trabajo referido a las mariposas sobre la Carterocephallus canopunctatus; Nabokov fue el
primero en reconocer a esta mariposa como de una especie distinta. Su estudio se basó en los especímenes de la colección del museo.
En las décadas siguientes, mientras dedicaba la mayor parte de su tiempo a la enseñanza de la literatura y a escribir ficción, Nabokov siempre vio
el modo de combinar sus intereses. En un viaje a Colorado en 1951, trepó hasta una altura de 10 mil pies las Montañas Rocallosas y capturó a la
primera hembra Lycaeides argyrognomon sublivens; también tomó notas de la vista del pueblo de Telluride, descripción que eventualmente entró
a las páginas finales de Lolita.
F
uente: Museo Americano de Historia Natural, “El Conservatorio de la mariposa. Mariposas tropicales
vivas en el invierno”, Nueva York, octubre 16, 2010-mayo 30, 2011. (Curiosamente, en su libro de
recuerdos Habla, memoria, entre las muchas mariposas que menciona Nabokov no incluye a estas dos.
Ahora: en el “Conservatorio de la mariposa” del Museo de Historia Natural pudo verse este espécimen;
como si Nabokov lo hubiera descrito al ocuparse del mimetismo en las mariposas: “Cuando una mariposa
toma la apariencia de una hoja, no sólo reproduce con belleza sus detalles sino que agrega una buena cantidad de muescas para simular
agujeros hechos por gusanos”. Un guía del museo explicaba que en este caso la mariposa también había creado una máscara para
ahuyentar enemigos.)
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01/03/2011
Nexos - La santera excesiva
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Fecha: 01/02/2011
La santera excesiva
L
a propiciación desmesurada de sacrificios en la santería costó la vida a nuestra amiga X. Ésta era una de las mulatas llamadas “de abolengo” en la ciudad de La Habana. La
piel amarillenta de las llamadas blanconazas, el pelo negro, estirado y abundante, una ligera lipodistrofia céfalo-toráxica que abombaba anchamente las caderas, en contraste
con unos senos mezquinos disueltos en el busto estrecho, el rostro bonito, eran sus armas para afrontar la vida. De esta buena disposición de su cuerpo pendió su destino y usó
de él como una jugadora de bolsa. Changó era su Ángel Guardián y la protegía con una solicitud extrema. Dadivosa y jactanciosa, a cada golpe feliz en su juego colmaba a su
deidad y demás santos de excesivos regalos. Abría festivales a todo lujo, con exceso de todo. La gente murmuraba: “Un día la van a castigar por fanfarrona; a los santos no les
gusta tanto plante”.
Se murmuraba mucho, quizá por envidia, quizá por ética santera. Lo cierto es que Changó estalló en ira, perdió la paciencia y castigó su inmodestia. X abrió un festival con
tanto esplendor como los anteriores. Activa y con solicitud se movía de un lugar a otro en el bembé (festival): recibía a amigos, extraños, y a las deidades en el trance. En la
sala, los atabales llamaban a las deidades, y X bajo crisis religiosa se dejó llevar por las tumultuosas repercusiones de los tambores a Changó. Sus caderas se movían con
pesadez y vino lo imprevisto. X se derrumbó en el suelo agarrada por un violento shock que no pudo rebasar. La Ikú se le metió en el cuerpo. Changó fue implacable con esta
maniabierta que, ausente del mal efecto que su “sobrealimentación” causaba en el Ángel Guardián, ese día “ahogó en sangre a Changó” regalándole cinco carneros.
Fuente: Rómulo Lachatañeré, Manual de santería (1941), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001.
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01/03/2011
Nexos - La dieta del bebedor
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Fecha: 01/02/2011
La dieta del bebedor
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el diario del actor Richard Burton, enero 9 de 1967: “He decidido seguir la ‘Dieta del bebedor’, para ver si de buen modo puedo bajar unas libras de peso. Hoy en piyama
pesé 185 libras lo cual significa 13 piedras (1 piedra=6.35 kg.) y 3 libras. Me gustaría pesar unas 12 piedras con 7. Durante mi última película (¿Quién le teme a Virginia
Woolf?) me pidieron que engordara y ahora tengo una barriga considerable. No lo aguanto…
Comimos ya tarde en La Cascade en el Bois de Boulogne. Me aferré a mi dieta y bebí un whisky con soda antes de la comida y luego comí media docena de ostras, una carne
a la plancha, una ensalada con aderezo francés y un trozo fuerte de queso. Bebí unas dos copas de Lafite ’60, y dos o tres brandies luego del queso; café sin azúcar ni crema.
Más tarde, en la noche, me tomé otros dos whiskies con soda. Aparte de agua, fue lo que ingerí durante todo el día. Esta mañana la báscula me dijo que había perdido entre
cuatro y cinco libras de peso. Quedé muy sorprendido.
Fuente: Prospect, diciembre 2010.
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01/03/2011
Nexos - Por qué tocan el cláxon
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Fecha: 01/02/2011
Por qué tocan el cláxon
No hay nada igual para amargarle a cualquiera su viaje a Egipto. El tráfico es una prueba excesiva para mí. Ningún vehículo se mantiene en su carril. Tanto por carretera
como por ciudad, uno tiene que prepararse para superar una constante prueba de obstáculos. A veces llego incluso a desear que se produzca un embotellamiento para ver si así
se calma la furia de estos locos al volante. Quizá pensaría de diferente modo si viviera aquí y me hubiera acostumbrado a eso que un auténtico cairota como Alejandro
Buccianti denomina la “conducta psicológica”: observar al otro conductor, juzgándole en un instante para saber si hay que cederle el paso o, más habitualmente, pasar antes de
que se dé cuenta evitando cruzarse con su mirada.
Los conductores tienen la manía de dar pequeños toques de cláxon, sin el menor motivo y de manera automática. Es éste quizá uno de los secretos de la caótica circulación,
donde los coches no dejan de rozarse sin cesar, aunque sin llegar nunca a tocarse. Los breves toques de advertencia forman parte del juego. Si fueran suprimidos —en
principio están prohibidos— habría que cambiar el código de circulación. A finales de los años cuarenta, Jean Cocteau constataba con diversión que los conductores de El
Cairo “tocaban el cláxon porque seguramente se imaginaban que así iban a apagar la luz roja del semáforo”.
Fuente: Robert Solé, Diccionario del amante de Egipto (trad. Javier Palacio Tauste),
Paidós, Barcelona, 2003.
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01/03/2011
Nexos - Los primeros wiki-leakeables
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Fecha: 01/02/2011
Los primeros wiki-leakeables
D
urante las últimas etapas del Imperio Romano se sintió la necesidad del arte de la negociación o de una diplomacia idónea. Los emperadores bizantinos ejercieron ese arte
con ingenio consumado. Idearon tres métodos principales. Consistía, el primero, en debilitar a los bárbaros fomentando la rivalidad entre ellos. El segundo consistía en
comprar la amistad de las tribus y pueblos fronterizos mediante subsidios y halagos. Y el tercero en convertir a los paganos a la fe cristiana. Mediante el empleo simultáneo de
esos tres métodos, Justiniano consiguió extender su influencia sobre el Sudán, Arabia y Abisinia y mantener a raya a las tribus del Mar Negro y del Cáucaso. Métodos
similares se adoptaron en una etapa posterior de la historia bizantina, cuando la amenaza procedía de los búlgaros, los magiares y los rusos.
Los esfuerzos constantes de los siguientes emperadores para acrecentar su decadente fuerza imperial mediante arreglos diplomáticos y los métodos especiales que adoptaron,
introdujeron un elemento nuevo en la práctica de la diplomacia. El método de poner en oposición a los déspotas vecinos, unos contra otros, hizo necesario que el gobierno de
Constantinopla estuviese plenamente informado de las ambiciones, debilidades y recursos de aquellos con quienes esperaban tratar. Sucedió así que los enviados de los
emperadores bizantinos llevaban instrucciones no sólo de representar los intereses del Imperio en las cortes de esos déspotas bárbaros, sino también de suministrar informes
completos acerca de la situación interna en los países extranjeros y de las relaciones mutuas entre dichos países. A tales fines se requerían cualidades diferentes de las del
heraldo o el orador. Se necesitaban hombres dotados de facultades de observación ejercitadas, larga experiencia y sano juicio. De tal modo se desarrolló paulatinamente el tipo
o la personalidad del diplomático profesional. Así como el tipo del orador remplazó al primitivo del heraldo, aquél cedió el lugar al observador avezado.
Fuente: Harold Nicolson, La diplomacia (trad. Adolfo Álvarez Buylla), México, 1948, 3ra. reimpresión 2010. (En un momento dice Nicolson: “Los diplomáticos de la peor
especie son misioneros, fanáticos y leguleyos; los de la mejor son escépticos, razonables y humanos”.)
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01/03/2011
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